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La función de la crítica arquitectónica

Para abordar una reflexión sobre la crítica de la arquitectura, deberíamos


comenzar descartando el uso coloquial del término “crítica”, con el cual se alude
a una práctica aleatoria, opcional o, cuando mucho, complementaria; pero no
esencial a la cultura. Deberíamos reconocerle, en cambio, su carácter de
dimensión intrínseca e inexcusable del hecho cultural, una de sus “constantes
vitales”.

Todo sistema de normas, por más naturalizado que esté, presenta márgenes de
excepción; plantea, inexorablemente, contradicciones y es susceptible, por lo
tanto, de crítica. Sobre toda norma pende – consciente o soterrada – la duda de
su legitimidad. La crítica no es, entonces, más que la autoconciencia de la cultura
y garantiza el afianzamiento, perfeccionamiento o sustitución de sus normas.

Contraria a la noción “edénica” de la cultura, que la dibuja como una escena


armónica y en reposo, una concepción más veraz tendría que mostrárnosla como
un paisaje en permanente convulsión, que sólo efímeramente presenta cuadros
en equilibrio. Esta inestabilidad es, precisamente, la fuente de todos los dilemas
que dan pie a la duda sobre la validez de la norma y del hecho que la materializa.
O sea, los dilemas que dan pie a la crítica.

La crítica arquitectónica como disciplina ha recibido poca atención a pesar de


que existe una gran cantidad de material con el cual trabajar.

Para lograr una cabal comprensión de la crítica es necesario considerarla como


un comportamiento, no como un enjuiciamiento, un juicio definitivo. Si se
comprende a la arquitectura como una actividad e instrumento generador de un
mejor trabajo futuro, escaparemos de los paradigmas y prejuicios que se tienen
de la actividad, al pensar que todo estudio crítico presupone amenazas o quejas
hacia las obras, o, por el contrario, halagos pomposos. Contrario a lo que se
piensa, la crítica es una actividad productiva que nos incumbe a todos la mayor
parte del tiempo, y no es una exclusiva en el terreno de los conocedores. Su
utilidad se centra en la gama de comentarios prometedores, tácticas, e
intenciones que logre ofrecer, para el futuro venidero de la arquitectura.

Si se diese una mejor atención a la crítica y a su enseñanza, el diseño


relacionado con el medio ambiente y la educación de los diseñadores mejoraría
considerablemente.

Actualmente los ejemplos más cercanos que existen respecto a la práctica de la


crítica se encuentran en las escuelas de arquitectura, donde la crítica es el
método principal de enseñanza. Otros los podemos encontrar en artículos de
periódicos, revistas profesionales, e historias interpretativas de la arquitectura.

En el caso de la academia, las observaciones que los maestros hacen a los


alumnos significan la experiencia conocida como “crítica arquitectónica”, que, en
el futuro, cuando los alumnos se conviertan en profesionistas, tendrán que
desempeñar por sí mismos. Esto es, al momento en que el diseñador se propone
a sí mismo una solución de diseño.

Procesos de crítica semejantes se dan en todos los campos, por ejemplo, entre
el diseñador y el jefe de oficina, cliente y arquitecto, arquitecto y contratista, entre
el diseñador urbano y la Comisión de Diseño Urbano, entre los usuarios del
edificio y el propio edificio, entre otros. Las perspectivas que se tienen de la
actividad crítica y su resultado, en cada uno de los campos mencionados, son
distintas entre ellas, y dependen del beneficio o alcance que ésta produzca.

Para algunos la crítica facilita la comprensión, esto es saber por qué los edificios
son como son, quién es el responsable de su construcción, diseño, etc. Los
historiadores, en su papel crítico, se han dirigido a esta audiencia. Desde la
perspectiva de un arquitecto, es importante la crítica porque sugiere una
retroalimentación, con esto logran saber cuánto éxito tuvieron las decisiones que
tomaron, para así mejorar sus decisiones futuras. A menudo, la reacción que se
tiene ante la crítica es defensiva, debido a que se le considera como una
actividad de enjuiciamiento. La comprensión de la crítica como comportamiento
genera distintas reacciones ante ella. Para ello es necesario conocer sus
métodos e intenciones, los cuales se pueden considerar como tácticas o
vehículos para transmitir un contenido significativo.

Según Juan Pablo Bonta (1975) el método o proceso de la crítica comienza por
medio de la interpretación precanónica, en la que se propusieron diversas
interpretaciones, calificadas de tentativas y contradictorias. De lo precanónico,
pasamos a lo canónico, lo cual es el resultado de muchas interpretaciones
previas, producto de experiencias del edificio. Le sigue la interpretación oficial,
la cual parece estar entre lo precanónico y lo canónico, sin embargo, es aceptada
por la comunidad como lo canónico. En último término, la interpretación de una
obra arquitectónica equivale a considerarla como miembro de una “clase”.

La función del crítico con respecto a la arquitectura es la de separar y hacer


distinciones, para lo cual se vale de tendencias inherentes por igual limitadas por
su propia concepción de la función crítica. Estas tendencias las puede hacer
notar por medio de adjetivos como “seguro”, “conservador”, “fresco”, entre otros.
Sin embargo, no es fácil identificar estas tendencias, al hablar de ellas no
podemos limitarnos a las preferencias que muestran tener los críticos, sino que
tenemos que distinguir entre las preferencias y su visión hacia el mundo, esto es,
modos fundamentales de considerar los eventos mundiales, los espíritus de las
épocas, condiciones sociales, entre otros. Visión tal que se ve reflejada
claramente en sus evaluaciones críticas.

Una vez reconocida la tendencia o posición del crítico, aquellos que son el objeto
de la crítica se libran de la preocupación por el juicio final, o de lo contrario
comienzan a reaccionar ante ella. La crítica no es solamente una actividad que
niega y la reacción ante la crítica no tiene que ser únicamente defensiva. Las
mismas tendencias se sustentan a la crítica positiva o neutral. Es así como mejor
equiparamos a la crítica como un comportamiento.

Una metáfora que nos puede dar una ligera idea del papel que juegan los críticos
es la que hizo R. P. Blackmur, “el crítico es una especie de cirujano mágico que
opera sin cortar jamás un tejido vivo”. Entendemos al cirujano como un crítico
experto en su campo el cual jamás hará una crítica con fundamentos errados, o
de algo que resulte acertado en el proyecto; crítica con la cual el paciente,
(llámese arquitectura) mejorará con el paso del tiempo.

La crítica de la Arquitectura

En el campo de la Arquitectura este fenómeno se reitera con idénticas


características; y se ha agravado con la crisis de la supuesta universalidad de
los cánones modernos y la demora en la cristalización de otra norma alternativa
que aquella de la forma libre y la pieza única.

El silencio de la crítica –auto inhibida– legitima el “todo vale” y favorece la


instauración pasiva de una ideología arquitectónica sistémicamente pautada y
su respectivo modus operandi: la búsqueda compulsiva de la atipicidad. Privada
de todo otro fundamento que el de la demanda mediática, la obra, cualquiera
fuera su programa, aparece como hito autorreferencial.

Frente a este estado de cosas, suele levantarse de tanto en tanto la voz de los
últimos cultores de la racionalidad, que enarbolan argumentos no pertinentes al
fenómeno criticado. Esa crítica, instrumentada con parámetros fuera de contexto,
yerra en el blanco.

En todos los ámbitos de lo cultural, la crítica es un terreno resbaladizo, en parte


por la alta cuota de “desprolijidad” que se observa en su ejercicio. O sea, por la
debilidad de un trabajo de “crítica de la crítica” que señale qué es, cuáles son
sus géneros, para qué sirve y cómo se hace. Caemos así en la mera “opinión”,
que cierra el círculo vicioso del relativismo.

¿De qué se preocupa la crítica?

La crítica se preocupa generalmente de la evaluación, interpretación y


descripción.
Existen diversas taxonomías las cuales se ocupan de los intereses y
preocupaciones más específicas. Estas taxonomías pueden ser interpretados
como los métodos que siguen los críticos para realizar sus comentarios. Otro
campo que abarca la crítica es la autocrítica, que toma lugar cuando el diseñador
o el que toma las decisiones se critica a sí mismo. Con esto, podemos inferir que
la autocrítica no necesariamente es un texto o comentario del resultado final,
sino que es un constante cuestionamiento durante el proceso de diseño; una
serie de preguntas y respuestas que el diseñador tiene consigo mismo al
momento de tomar las decisiones, para así lograr un resultado prometedor y
sobre todo crítico.

El ejemplo de la academia (en específico el diálogo que sostienen maestro y


alumno) puede ser el principio del desarrollo de un sujeto autocrítico. Ejercicio
que el alumno aprende y desarrolla por sí solo en su vida profesional.

“Los fines de la crítica deben ser comienzos”. Wayne Attoe afirma que el objetivo
principal de la crítica es el comienzo de una mejor arquitectura; que los ejemplos
venideros se sustenten en esa crítica anterior para mejorar sus cualidades. La
utilidad de la crítica se cumple cuando ésta brinde un enfoque hacia el futuro con
el fin de mejorarlo, con el fin de sembrar una enseñanza. Resulta indispensable
entonces, entender a la crítica no como un medio para examinar o hacer
distinción, sino como una respuesta con un propósito determinado, el de mejorar
el futuro arquitectónico que nos depara.

Tres géneros

La propia tarea productiva – en cualquier campo – lleva implícita una


ininterrumpida mirada crítica: producir es ir comparando lo que se está
produciendo con un modelo óptimo —consciente o inconsciente— pautado por
un objetivo. El dedo del alfarero aumenta la presión tan pronto como éste detecta
que el cuello del ánfora resulta aún demasiado ancho respecto del óptimo: la
forma que va apareciendo ante sus ojos se proyecta sobre la imaginada y ambas
se van corrigiendo mutuamente hasta lograrse el ajuste perfecto. Criticar es
poner en acción óptimos, patrones, criterios de excelencia, explícitos o latentes.

La propia tarea de dirección de proyectos pone en escena las dificultades y


desafíos de la acción crítica. Y va evidenciando, en su ejercicio, planos de crítica
diferenciados: la razón descubre distintos niveles de pertinencia axiológica y
aprende a ejercerlos de un modo independiente. Va descubriendo, así, que la
eficacia y ajuste de la crítica aumenta con la especificidad con que logre operar
en cada uno de esos niveles.

En este texto se intenta ordenar el espacio de la crítica, señalando sus


dimensiones específicas, diferenciadas, y, en cierta forma autónomas. Pues gran
parte de los equívocos provienen de la confusión entre niveles distintos de la
crítica, del cruce de parámetros heterogéneos que enturbian los juicios. Se
señalarán tres tipos de crítica y, para distinguirlos, se denominarán “crítica
teórica”, “crítica técnica” y “crítica ideológica”.

La crítica teórica

Aquí, el concepto de crítica carece del sentido valorativo que le damos en el


lenguaje coloquial; pues alude al “desentrañamiento” de las condiciones de
existencia del fenómeno analizado. Lo que se “critica”, en todo caso, no es el
fenómeno real sino las ideas espontáneas y superficiales que nos hacemos de
él. “Crítica” aquí es “desocultación” de los factores y relaciones estructurales en
que se funda el hecho considerado.

Toda crítica de la arquitectura debe partir de la obviedad de que todo hecho


construido es producto de un sistema de condicionantes reales; pues si está
construido es porque en hacerlo posible han confluido todos los factores
económicos, ideológicos y culturales. El Sistema no es un “aspecto” de la
realidad, aleatorio o de eficacia esporádica; sino la articulación necesaria de los
distintos estratos de la realidad social en que vivimos y producimos. Es la fuente
de condicionamientos objetivos de todo lo producido y, por lo tanto, la principal
fuente de su explicación.

Independientemente de sus adscripciones culturales, el crítico debe descubrir


las articulaciones objetivas entre la arquitectura (obra, género, o lenguaje) y el
contexto social que brinda los programas (estilos de vida, sistemas de valores,
condiciones socioeconómicas, condicionantes culturales) que han hecho existir
dicha arquitectura con sus peculiares características.

El discurso crítico de este tipo no constituye una simple “sociología de la


arquitectura” sino una detección de condicionantes de toda naturaleza
(sociológica, económica, antropológica, psicológica) cuyo entrelazamiento han
producido la arquitectura analizada.

La crítica técnica

Un segundo plano de crítica, heterogéneo respecto del anterior, consiste en


analizar, en la obra arquitectónica, su grado de ajuste. Implica, por lo tanto, una
valoración, o sea, una contrastación de unos hechos con unas metas.

La crítica técnica debe realizar un complejo entrecruzamiento de


confrontaciones; pues, para ser objetiva, deberá contrastar entre sí cuatro
instancias: obra, lenguaje, programa y contexto: ¿El programa se ajusta a la
necesidad? ¿El lenguaje se ajusta al programa? ¿La obra se ajusta al programa
y al lenguaje adoptado? ¿Hay desajustes? ¿Dónde se localizan?

Para realizar esta crítica es indispensable dominar la trama de códigos que


regulan la producción material, los usos físicos, los usos simbólicos y la función
estética de la obra y/o del sistema en que se inscribe.

Para ello, el conocimiento de las condiciones de existencia de lo criticado


(producto de la crítica anterior) es esencial; pues dicho conocimiento es el que
permite escoger la combinación de parámetros adecuados para la valoración de
la pieza o su sistema. Es imposible valorar algo cuyo sentido se desconoce. Y
es incorrecto valorar una pieza con parámetros ajenos a su naturaleza.

Este tipo de crítica debe ejercerse a partir o en función de los patrones derivados
de las condiciones de existencia de lo criticado, es decir, a partir del programa
real y los códigos de diseño a él pertinentes. Se evalúan las calidades
alcanzadas por la obra o el sistema dentro de su género. Es una crítica “interna”.

Debe combinar y sintetizar las evaluaciones de la propuesta tecnológica y


económica, la propuesta funcional y la propuesta estética, y su grado de ajuste
al programa real y/o realizable. O sea que, a partir de las condiciones
programáticas reales, no todo proyecto resultará igualmente satisfactorio.

La crítica ideológica

La crítica ideológica es, por así decirlo, “partidista”: toma posición ante el hecho
arquitectónico en función de una determinada plataforma ideológica del crítico,
que le prescribe valores culturales, sociales, éticos y estéticos.

La crítica ideológica es tan externa a su objeto como la crítica teórica; pero ya no


se ejerce desde la racionalidad analítica sino desde un determinado sistema de
valores. Por lo tanto, esta crítica carece de la universalidad a la que deben
aspirar las anteriores. Por su propio concepto, depende de valores de naturaleza
ideológica y, por lo tanto, particulares.

Igual que las anteriores, puede aplicarse a la obra o al sistema arquitectónico,


lenguaje o estilo, y puede poseer un signo distinto al de la correspondiente critica
técnica: una obra que supera la prueba de la crítica técnica puede ser
descalificada por la crítica ideológica.

Este tercer nivel de crítica es necesariamente el último, no en jerarquía sino en


orden; pues, ausentes las dos críticas anteriores, la crítica ideológica incurrirá
inevitablemente en errores de apreciación.
En la arquitectura, y en cualquier otro ámbito de crítica ideológica, suele
generarse un puro cuestionamiento de los productos y sus autores, con omisión
o desconocimiento de los orígenes de los encargos y su racionalidad. Una
arquitectura culturalmente reprobable no se deslegitima cuestionando la
respuesta profesional sino denunciando las condiciones que han creado su
demanda social.

Referencias bibliográficas

http://www.arquine.com/la-critica-en-la-arquitectura-como-disciplina/

http://www.revistadiagonal.com/recomanem/articles-externs/3dimensiones-
cri%C2%ADtica-arquitectonica/

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