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Funeral de Mariela

Por Juan Pablo García

Argumento

En un pueblo pescador del sur de México llamado Santagua, acaba de fallecer una de las
pocas prostitutas que ahí habitan. Mariela Martínez que desde temprana edad fue iniciada en
el oficio por su mentora Marcela que ahora tiene 56 años; Mariela a su vez enseñó los secretos
de la profesión a Marina, una mujer de 19 dotada de instinto e inteligencia. Esas tres mujeres
son las únicas que dan esa clase de servicios en Santagua, que es un pueblo de rituales, lleno
de gente cuya salud siempre es precaria, lleno de gente que reza por las noches a la orilla del
mar mientras los perros ladran. Una vez cada mes la marea trae a sus costas los residuos de
cardúmenes de peces que no consiguen sumarse a las corrientes para emigrar. Así, cada mes,
los pobladores se encargan de limpiar la costa hasta dejarla pulcra.

Un atardecer de mayo, mientras Marcela y Marina ayudan a limpiar los cadáveres de los
peces incomibles, Doña Flor, les comunica la muerte de su compañera. Ellas dos abandonan,
entre los murmullos del pueblo, la orilla del mar para ir a la casa en la que su amiga ha
muerto. Al llegar la encuentran rodeada de un grupo de niños que pasan la mayor parte del
tiempo sin hacer nada, metiéndose en los asuntos de la gente del pueblo. Los niños observan
el cadáver mientras Doña Flor, Marcela y Marina llegan. Doña Flor regaña a los niños que
salen riéndose. Las dos mujeres se quedan observando el cadáver de su amiga, en su
conversación podremos enterarnos que el doctor del pueblo nunca quiso revisar a Mariela
debido a la marginación de la que son victimas en el pueblo. Marina decidirá ir a ver al
sacerdote del pueblo.

Al llegar a la parroquia, Fermín, el sacerdote del pueblo, se encuentra oficiando la catedra


del catecismo a un grupo pequeño de adolescentes. Al entrar, Marina se queda escuchando
la predica a los jóvenes; el sacerdote, nervioso ante la presencia de Marina decide dar por
terminada la clase. Marina le pide ir a darle la bendición a Mariela, a lo que el se negará
rotundamente, aunque Mariela establecerá una discusión con él tratando de usar los mismos
motivos que el padre predicaba a los jóvenes para hacerle ver la injusticia de la que está
siendo victima su amiga muerta. Al no conseguir su objetivo Marina se va.

Al llegar la noche las dos mujeres permanecen en la sala de la casa, perfuman con plantas el
cuerpo de Mariela para que los olores provocados por la muerte y el calor no hagan un
escandalo. En su conversación las mujeres hacen ver su evidente frustración e impotencia
ante realizar los procedimientos luctuosos para su amiga. Alguien toca la puerta, Marina abre
para encontrar en el umbral de la puerta a Manolo un pescador, cliente habitual del recinto y
en especial de Mariela. El pescador quien después de mirar impasible largo tiempo el cadáver
de la mujer, les contará los rumores que corren en el pueblo sobre la muerte y el futuro destino
del cadáver de Mariela. Manolo les revelará algo que el pueblo trama: todos ahí han acordado
que el cadáver de Mariela sea arrojado a la fosa común, dónde también tiran a los perros
muertos y a las sardinas putrefactas que aparecen cada mes.

Las mujeres le pedirán ayuda pero el se negará argumentando que su persona es respetable y
su reputación intachable: si las ayuda todos podrían intuir las secretas relaciones que hasta
ahora ha entablado con ellas. Marina ante la desesperación lo amenazara de delatarlo en caso
de que no las ayude, lo cual apaciguará al pescador que les propondrá hablar con el dueño de
la funeraria del pueblo, amigo suyo, y algunas veces también cliente de la casa de las mujeres.
Pero la visita de Manolo no era solamente eran comunicarles los deseos del pueblo: con cierta
vergüenza pero también con cierta impudicia, Manolo les pedirá a las mujeres que le dejen
pasar una ultima noche con su amiga a cambio del dinero habitual. Marcela accederá pero
Marina se negará rotundamente, y sacará enojada pero amablemente al pescador de su casa,
para después establecer un dialogo enérgico con Marcela, que significará el inicio de la
ruptura en la relación de estas dos mujeres.

A la mañana siguiente, Manolo visitará la funeraria. Al llegar se encontrará con Pedro, un


hombre calvo y obeso, de unos 50 años, que revisa la tarea de Historia de México a sus dos
gemelas de 13 años, en el precario escritorio que también sirve para recibir a los familiares
de los fallecidos para ofrecerles sus servicios. Manolo le pedirá a sus hijas que se vayan ya a
la escuela y llevará a Manolo a la sala de embalsamamiento y se sentará en la plancha de
acero inoxidable a forjar un cigarro que después fumará. Manolo le explicará su necesidad
de que embalsame el cuerpo, a lo que en un principio Pedro se negará, por las mismas razones
que Manolo se negó ante las mujeres la noche anterior. Pedro después de una dura
negociación en la que también se ponía en juego su reputación accede a embalsamar el
cuerpo, más no a poner el ataúd en el que será enterrada la mujer, ni mucho menos a conseguir
un lugar en el panteón.

Así, Manolo llega a la casa de las mujeres a informarles la situación. Al entrar, Marina se
encuentra cambiando de ropa a Mariela, Marina al percatarse de la intromisión de Manolo,
tapa con una sabana blanca el cuerpo de su amiga. Al otro lado de la habitación se escucha
que Marcela está dándole servicio a uno de sus muchos clientes. Manolo les informa que el
trato está hecho, pero tendrán que llevar el cuerpo a la funeraria al anochecer. Manolo se va
a Marina viste a Mariela. Al caer la noche le pone una sabana blanca y la carga con muchas
dificultades sale de su casa y camina a través de las calles del pueblo mientras los perros le
ladran furiosos. Al llegar a la funeraria la recibe Manolo y Pedro, ella va sumamente cansada
por el trayecto. Los dos hombres le informarán que tiene que conseguir mañana mismo un
lugar en el panteón. Marina les pide un poco de agua pero los hombres se la niegan; le
informan que mañana tiene que llevar una caja para muertos, para que puedan entregarle el
cuerpo. Marina se encamina al panteón y deja el cadáver de su amiga con los dos hombres,
que la meten a la funeraria y la colocan en la plancha. Desde fuera por una ventana
escuchamos un dialogo en off, Pedro se va dejando a Mariela sola con Manolo, que le quita
la sabana, la desnuda y la empieza a tocar, para después desvestirse junto con ella y violarla.

Marina llega a una oficina gris y desvencijada, donde una mujer mayor y totalmente calva,
mal encarada pero amable y que evidentemente padece de sus facultades mentales, le
empieza a hablar sobre una tía que ella tenía, que reencarnó en un búho a los tres días de
haber muerto, después del soliloquio metafísico, la mujer le pregunta a qué ha venido, Marina
le cuenta que necesita un lugar para enterrar a su amiga, la mujer en un ataque de risa le dice
a Marina que está loca: todos los lugares del panteón están han sido heredados por sus padres
a los habitantes del pueblo, posteriormente la mujer saca a Marina de ahí dejándola afuera
del panteón.
Marina camina por un bosque y se escuchan hachazos al fondo, la luna ilumina los arboles y
el camino. Al llegar al lugar encontramos a Gustavo, el carpintero de la región que intenta
talar un árbol. Marina le explica su historia y le pide que construya un ataúd sencillo, el
hombre tras pensarlo y terminar de talar el árbol, lleva a Marina a su cabaña, un lugar cálido
y bien ordenado, todo de madera, le ofrece café y pasan a un taller al lado de la cabaña en el
que ambos empiezan a construir el ataúd. Al amanecer Marina duerme en dos sillas de
madera, Gustavo la despierta y le muestra el ataúd. Ambos caminan por las calles del pueblo,
hasta llegar a la funeraria. Manolo y Pedro meten el cuerpo al ataúd, y Marina y Gustavo se
lo llevan. Recorren nuevamente las calles del pueblo cargando ambos el ataúd hacia la casa
de las mujeres.

Al llegar a la casa hay una camioneta pickup de lujo negra, Marina y Gustavo cargan ya
cansados el ataúd. De la camioneta baja el alcalde de Santagua, un hombre con aspecto sucio
y pervertido, y con él bajan también dos hombres armados con cara de maleantes. El alcalde
le explica a Marina que se tendrán que llevar el ataúd para irlo a dejar a la fosa común. Los
hombres toman el ataúd por la fuerza sin permitir que Gustavo o Marina puedan hacer algo.
La camioneta arranca y Marina corre tras ella y aunque la pierde al poco rato no deja de
correr.

Marina llega a la fosa común y desde lejos ve cómo los hombres bajan de la camioneta y
avientan el ataúd a una especie de agujero en el suelo. Los hombres se van y Marina se acerca
al hoyo. Baja a tientas el lugar, el descenso es largo, casi como si bajara una colina alta; en
el camino hay cadáveres y bolsas blancas, el ambiente es denso y la oscuridad cae poco a
poco. Marina encuentra el ataúd e intenta acomodarlo para poder subirlo por la colina.

Una voz femenina le habla, se trata de la misma mujer que la atendió en el panteón. Solo que
ahí luce un poco más demacrada, casi como si estuviera muerta. La mujer le dice que tiene
que dejarle su cabello a cambio para poder llevarse el ataúd de ahí. La mujer sienta a Marina
en un tronco y empieza a cortarle el cabello. Marina llora mientras la mujer ejecuta con las
tijeras la operación. La mujer empieza a hablar del mar, y de aquellos peces muertos que
aparecen cada cierto tiempo en el pueblo. Le cuenta a Marina que las ballenas, diosas del
mar, están reclamando desde hace tiempo un cuerpo, para regular con ello el flujo natural de
las corrientes, las sardinas que mueren en la orilla del pueblo son parte fundamental de la
cadena alimenticia de los animales marinos, y las constantes perdidas están poniendo en
peligro la vida en el mar. Le dice a Marina para ir a dejar el cadáver de su amiga al agua: las
instrucciones son las siguientes: al llegar a la orilla hay que abrir el ataúd y ponerlo sobre una
balsa, después hay que rociar con gasolina el cuerpo y prenderle fuego una vez que esté sobre
el mar. La vida está en tus manos, le dice la mujer a Marina.

Al terminar, la mujer le da un trozo de cuerda a Marina y le da instrucciones para armar un


mecapal que es la única manera en la que ella podrá sacar el cuerpo colina arriba. La anciana
le amarra un extremo del trozo de tela gruesa y larga a la frente, otro trozo de tela va en la
cintura y al otro extremo de la tela la anciana amarra el ataúd. Marina empieza el camino
hacia arriba. Después de una ardua subida Marina llega al borde, donde la espera la camioneta
negra, de la que bajan los dos hombres y el alcalde. Amedrentan a Marina con aventar de
nuevo el ataúd hacia la fosa común, pero ella consigue negociar. El alcalde le dice que si
mañana no desaparece el cuerpo de su amiga, desaparecerán el suyo también; señala después
hacia abajo del hoyo y le dice que a Marina que esa podría ser su nueva casa a partir de
mañana.

Marina llega a la orilla del mar, el agua trae consigo a los peces muertos que se le enredan
en los pies. Marina realiza la operación que le ha sido encomendada. Destapa el ataúd, le
pone gasolina y le prende fuego, dejándolo ir entre las olas. Marina mira la luz del fuego que
se va haciendo cada vez más pequeña hasta casi desaparecer. Mas cerca vemos el dorso de
una ballena pasar.

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