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Letra y línea se presenta como órgano cultural viviente atravesado por la crisis intergeneracional, un
espíritu renovador cargado de juventud y con preferencia por lo nuevo, por lo periférico y lo olvidado,
sin embargo el homenaje, la semblanza y el obituario consumen las primeras y las últimas páginas,
dejando el centro para crítica y algunos escasos poemas náufragos entre la pesadez de las cuatro
columnas que ni el entusiasmo surrealista pudo salvar. La finalidad manifiesta de la revista entra en
esta paradójica relación entre “mantener la continuidad cultural que se produce por la sucesión de
Los cuatro números de Letra y línea (octubre de 1953- julio de 1954), financiados por Oliverio
Girondo, dirigidos por Aldo Pellegrini y con un interdisciplinario grupo de secretarios y redactores,
parecen mantener un mismo tono de principio a fin, contestatario, inconforme, pero condescendiente y
periodísticamente manso; tanto que es fácil preguntar si acaso hay algo de vanguardista en sus páginas,
o si más bien lo que define a Letra y línea es el desprendimiento de los poetas y los ismos.
Esta pregunta por el compromiso de los artistas con un programa estético permite vislumbrar la
referencia se mezclan entre los comentarios y las reseñas, dando lugar a coincidencias y divergencias
donde interfieren el psicoanálisis, los nacionalismos, los sentimientos de clase, el entusiasmo polÍtico,
la familiaridad y donde no faltan los sarcasmos, las ironías, la complicidad, los chistes para entendidos.
Se podría afirmar incluso que Letra y línea en tanto revista cultural exige de sus redactores y
colaboradores ya no una fuerza creadora de obras, ni un proyecto experimental, sino una reflexión
ácida sobre la escena artística de los artistas como espectadores, una operación de promoción