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EL SIGNIFICADO DE PERDER A UN HIJO: LA CONSTRUCCIÓN DISCURSIVA

DEL DUELO DE PADRES, MADRES Y FAMILIA

Doctorado en Tanatología

Materia:

Seminario de Investigación I

23 DE FEBRERO DE 2018
MTRA. MARIBEL SANTIAGO GUERRERO
CONTENIDO
TEMA ..................................................................................................................................... 2
PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN .................................................................................. 2
OBJETIVOS ........................................................................................................................... 2
JUSTIFICACIÓN ................................................................................................................... 2
PLAN DE LECTURA ............................................................................................................ 3
Muerte y duelo. ................................................................................................................... 6
Teorías del duelo ................................................................................................................. 7
Aportes psicoanalíticos ................................................................................................... 7
Humanismo ..................................................................................................................... 9
Modelo integrativo-relacional ....................................................................................... 11
Modelo sistémico .......................................................................................................... 12
Transpersonal ................................................................................................................ 13
Bibliografía ........................................................................................................................... 15

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TEMA

El significado de perder un hijo: la construcción discursiva del duelo de padres, madres y


familia

PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN

¿Qué significado tiene el duelo durante su proceso en padres, madres y familia que han
perdido a un hijo?
¿Existe una manera específica en el que la familia rememora y homenajea a los hijos
fallecidos?
¿Cada padre, madre y familia que fallecieron sus hijos tiene diferentes formas de la
elaboración del duelo?

OBJETIVOS

Objetivo General
Análisis del concepto de duelo y del proceso y descripción fenomenológica del duelo de un
colectivo en padres y familias que han perdido hijos.
Objetivos específicos
Analizar el proceso de duelo, la continuidad de vínculos de los padres con sus hijos fallecidos
y la configuración de sentido que les vincula a éstos con objetos, espacios, lugares y sus
significados.
Conocer las ceremonias y rituales desarrollados por padres, madres y familia para rememorar
y homenajear a sus hijos fallecidos.
Contrastar las diferentes formas que se dan en la elaboración del duelo por parte de los padres,
las madres y familia.

JUSTIFICACIÓN

El significado de perder un hijo: la construcción discursiva del duelo de padres, madres y


familia, se enmarca en la tradición de la investigación cualitativa. Estudia por tanto la muerte,
y en particular el duelo, como un proceso humano abierto, al que intento acercarme desde la
perspectiva de los deudos, profundizar en sus descripciones discursivas de los procesos del
morir de sus hijos, y en sus conmovedores estados emocionales, por los que pasan y han
pasado, desde el entendimiento del proceso de duelo, la continuidad de vínculos con los hijos
fallecidos y las formas de conexión con él, en un camino hacia la “normalidad” y la
recuperación.

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Mi experiencia personal y profesional ha posibilitado acceder al camino personal, largo,
doloroso y silencioso encarnada en los relatos de los padres a los que alguna vez he tenido la
posibilidad de entablar una conversación con ellos y como lo mencione antes a través de una
experiencia personal ante la muerte de mi hijo.
El presente trabajo tratará de profundiza en la visión de la pérdida de un hijo y en la
elaboración del duelo desde la perspectiva aportada por las madres, los padres que perdieron
hijos y sus familiares, lo cual nos permiten entrar en sus mundos personales, en sus discursos
sociales y en el análisis de algunas ceremonias en torno a los mismos, para repensar los
procesos de duelo.
Entendemos el duelo no como un estado, sino como un proceso a lo largo del cual quienes lo
viven experimentan reacciones psicológicas, conductuales, sociales y físicas ante la
percepción de una pérdida.

PLAN DE LECTURA

La muerte de un hijo
Una muerte muy difícil, que afecta al equilibrio familiar y que a veces puede producir
reacciones patológicas, es la muerte de un hijo y el efecto que tiene en sus hermanos. Los
hijos supervivientes se vuelven el centro de maniobras inconscientes diseñadas para aliviar
los sentimientos de culpa de los padres y se usan como manera de controlar mejor el destino.
Una de las posiciones más difíciles en que los padres ponen a los hijos supervivientes es en
la de sustitutos del hijo perdido. Esto implica dotar al hijo superviviente de cualidades del
fallecido. En algunos casos puede dar lugar incluso a que el próximo hijo el mismo nombre
o parecido al del hijo muerto. La capacidad de los padres para ayudar a los hermanos a
comunicarse en la unidad familiar y darles la oportunidad de expresar directamente los
sentimientos lleva a la negociación sana de las tareas del duelo (Shumacher, 1984).
Algunas familias afrontan los sentimientos respecto a la muerte de un hijo suprimiendo los
hechos que rodean a la pérdida, de manera que el siguiente hijo puede que no sepa nada de
sus predecesores y en algunos casos ni siquiera sepa que hubo predecesores. Es frecuente
que, después de la pérdida, haya un tiempo en que se pase un poco por alto a los otros hijos.
A veces se supone que los hijos son demasiado jóvenes para entender la pérdida o que
necesitan protección de lo que se percibe como situación mórbida. Pero generalmente a los
hijos no se les da la atención que necesitan porque sus cuidadores primarios están en un
estado traumático y simplemente no pueden ofrecer ayuda. Aquí es donde pueden ser útiles
las redes de apoyo y aliviar algunas de las reacciones y sentimientos normales que
experimenta un niño cuando muere un hermano.
Los niños pasan momentos difíciles intentando aclarar qué deben decir a los amigos y cómo
afrontar el malestar de otra gente respecto a la muerte. Como resultado de este malestar,

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tienen miedo de jugar o de estar contentos porque no quieren que los demás piensen que no
les importaba su hermano. Sin una comunicación abierta y honesta, los niños buscan sus
propias respuestas a preguntas que están por encima de su capacidad de comprensión. Es
particularmente importante que los padres disipen el pensamiento mágico y erróneo respecto
a la muerte para poder establecer un vínculo emocional entre ellos y los hijos que quedan.
Éste es el momento crucial que puede afectar al desarrollo de su personalidad y a su capacidad
para establecer y mantener relaciones futuras. La experiencia de los padres tras la pérdida
de un hijo tiene un gran impacto en la familia. Perder un hijo de cualquier edad es una de las
pérdidas más devastadoras que existen y su impacto persiste durante años.
Klass escribe: El hijo representa para el padre tanto lo mejor como lo peor de sí mismo. Las
dificultades y las ambivalencias en la vida del padre se manifiestan en el vínculo con el hijo.
El hijo nace en un mundo de esperanzas y expectativas, un mundo de vínculos psicológicos,
un mundo que tiene historia. El vínculo padre-hijo puede ser también una recapitulación del
vínculo entre el padre y el padre del padre, de manera que se puede experimentar al hijo como
si alabara o juzgara el sí mismo padre. Desde el día que nace, aquellas esperanzas,
expectativas, vínculos e historia forman parte del juego en la relación del padre con el hijo.
(Klass, 1999) Durante el duelo de un hijo se experimenta mucha culpa. La culpa puede
tener muchas fuentes. Miles y Demi (1991) han propuesto cinco clases de culpa que pueden
experimentar los padres que han perdido a un hijo.
La primera es la culpa cultural.
La sociedad espera que los padres custodien a sus hijos y cuiden de ellos. La muerte de un
niño es una afrenta a esta expectativa social y puede conducir a este tipo de culpa. Otra clase
es la culpa causal. Si un padre ha sido responsable de la muerte de un niño por una negligencia
real o percibida, puede experimentar culpa causal. Esta culpa también puede formar parte de
la experiencia del padre cuando la muerte se produce a causa de alguna afección hereditaria.
La culpa moral se caracteriza por el hecho de que el padre cree que la muerte del niño se ha
debido a alguna infracción moral en su experiencia vital presente o pasada. Existe una
variedad de estas supuestas infracciones. Una que se observa con bastante frecuencia es la
culpa residual de un embarazo interrumpido anterior. La culpa de supervivencia también se
puede encontrar entre los padres que han perdido a un hijo. ¿Por qué ha muerto mi hijo y yo
sigo vivo?
La culpa de supervivencia se da con más frecuencia cuando el padre y el hijo han sufrido el
mismo accidente y uno de los padres sobrevive, pero el niño no. Y por último está la culpa
de recuperación. Algunos padres se sienten culpables cuando dejan atrás el duelo y desean
seguir adelante con su vida. Creen que esta recuperación deshonra de alguna manera el
recuerdo de su hijo fallecido y que la sociedad puede juzgarles de manera negativa. Un padre
dijo: renunciar a la culpa significa renunciar a una manera de estar conectado con mi hijo.
(Brice, 1991).
Con frecuencia, los progenitores que han perdido a un hijo sienten la necesidad de culpar a
alguien por la muerte de éste y de buscar represalias, sobre todo en el caso de los padres. Esta

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necesidad es intensa cuando el niño muere en un accidente, o por suicidio u homicidio. Pero
se puede encontrar la misma ira cuando el niño muere por causas naturales. En ocasiones,
esta necesidad de culpar se dirige al cónyuge o a otro familiar, y provoca mucha tensión en
el sistema familiar, también es posible que un familiar, como por ejemplo un niño, será
convertido en el chivo expiatorio tras la muerte. Cuando muere un hijo ambos padres han
sufrido una gran pérdida, pero la experiencia de duelo puede ser diferente para cada uno
debido a que tenían una relación distinta con su hijo y a sus diferentes estilos de
afrontamiento. Estas diferencias pueden producir tensión en la relación marital, y esto a su
vez puede producir tensiones y alianzas entre los miembros de la familia. Cada uno de los
padres debe comprender su propia manera de expresar el duelo y el estilo de duelo de su
cónyuge. (Littlewood y otros 1991).
Uno de los cónyuges puede tener más facilidad que el otro para expresar sus emociones y
hablar de ellas. Una expresión abierta de los sentimientos puede intimidad al otro cónyuge,
hacer que se cierre a la comunicación y provocar que los padres se aparten más el uno del
otro. También hay diferencias sexuales que intervienen en la expresión del duelo (Schwab,
1996).
Estas expectativas relacionadas con los roles sexuales forman parte del proceso de
socialización de nuestra sociedad y de la cultura. Por lo que a los padres les sorprenden sus
propias necesidades y respuestas cuando muere un hijo. La gravedad de la pérdida ilícita una
búsqueda de cercanía e intimidad, pero a algunos padres les sorprende sentir culpa cuando se
descubren a sí mismos intentando cubrir esas necesidades sexuales. Es importante que
reconozcan y entiendan estas necesidades y sentimientos como parte del proceso vital
normal. A causa de la pérdida de interés sexual que produce un duelo abrumador, es
frecuente que las parejas hablen de abstinencia sexual. Esta falta de interés puede referirse a
uno de los cónyuges, pero no al otro.
Elaborar la pérdida de un hijo se puede complicar aún más cuando los padres están
divorciados. Se reúnen en este momento de crisis y esto puede evocar fuertes emociones y
comportamientos extremos desde conductas empáticas y de cuidado hasta una lucha extrema
de poder y control.
Pero en esta situación es imposible conseguir el tipo de control que se desea realmente:
recuperar una vida perdida. Se debería sugerir a los padres que no tengan más hijos hasta
haber superado la pérdida del hijo muerto. De lo contrario, puede que no elaboren
suficientemente el duelo o que resuelvan los problemas relacionados con el duelo con el niño
sustituto. (Reid, 1992).
Los padres que han perdido un hijo se enfrentan a dos retos: 1) aprender a vivir sin el niño,
lo que incluye una nueva forma de interaccionar con la red social, y 2) interiorizar una
representación interna del niño que les sirva de consuelo. Para muchos padres que han
perdido a un hijo la realidad de la pérdida es una lucha entre creer y no creer. Por un lado,
saben que el niño está muerto y, por el otro lado, no quieren creerlo. Afrontar las posesiones
del niño muerto suele ser un reflejo de esta lucha. En ocasiones, los padres dejan intacta la
habitación del niño hasta muchos años después de su muerte. Con frecuencia se presentan
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emociones intensas como la ira y la culpa. Procesar estas emociones es la segunda tarea del
duelo. Muchas personas que no han experimentado esta clase de pérdida creen que lo último
que desea un padre que ha perdido a su hijo es hablar de él, pero esto es exactamente lo que
desea hacer la mayoría de ellos. Para muchos padres, una dimensión de la tercera tarea del
duelo es encontrar alguna clase de significado en la muerte de su hijo (Brince, 1991).
Los padres pueden abordar este objetivo de varias maneras. Algunos encuentran significado
en la adhesión a creencias religiosas o filosóficas. Otros lo hacen identificando la
singularidad del niño y encontrando alguna manera adecuada de honrar su recuerdo. Otros
participando en actividades que puedan ayudar a otras personas y a la sociedad. Klass
(1998), encontró que los padres que podían transformar el rol paterno y pasar de ayudar y
cuidar a sus hijos y ayudar y cuidar a otras personas en un grupo de autoayuda conservaban
unos recuerdos más positivos y menos estresantes del niño fallecido.
Muerte y duelo.
La eternidad, el tiempo, la mortalidad y la misma esperanza están como consuelo al hombre
porque, él vive sin un “ethos”, sin encontrarse así mismo, de tal manera que no consume su
posición en lo social, menos como ser individual. Necesita reconocerse y saberse único, no
desde una visión antropocéntrica, sino de un humanismo, lo propio es.
La posición del ser humano frente a la muerte y ahora a la pérdida, existe algo que
profundamente nos obliga a entendernos como seres metafísicos, pero también físicos, en
relación entre lo que soy, lo que soy para el otro, y lo que yo y el otro somos; siguiendo a
Marcel, es posible concluir que para ser “nosotros” se necesita mucha labor humana y sólo
entonces podemos ser una humanidad.
Michel de Montaigne, filósofo renacentista y probablemente olvidado y sin sentido para
muchos, sin embargo, su pensamiento sigue vigente, sus ensayos nos invitan a retomar un
humanismo, en donde el ser humana buscaba descubrirse. Y es en “De como filosofar es
aprender a morir” que nos invita a no solo morir, yo diría a perder, a demostrar que a través
de la virtud podemos liberarnos de ese antropocentrismo instrumental. (Zuñiga, 2016)
La muerte ha sido siempre motivo de incertidumbre que convoca al ser humano; única
especie que reflexiona sobre su inexorable destino. El hombre no ha dejado de interrogarse
sobre la esencia de la muerte, de la propia y la (Caycedo, 2007)ajena, la cual está
determinada, al igual que el duelo, por el medio socio-cultural en el que se producen, “…la
naturaleza de los rituales funerarios, del duelo y el luto reflejen la influencia del contexto
social donde ocurren”. (Caycedo, 2007, p. 332). Las sociedades del mundo se caracterizan
por las formas de procesar ese pasaje de la vida a la muerte. Los rituales permiten simbolizar
lo sucedido; permiten transitar el pasaje de lo vivo a lo muerto. La necesidad de ritualizar la
muerte ha estado siempre en presente en la historia del hombre, y es el sentido religioso
institucional el que configura dichos rituales. Tizón (1996) considera que la carencia o
inexistencia de ritos funerarios pueden afectar los procesos de duelo.
Ariès (1977) analizó los cambios en la actitud del hombre occidental hacia la misma,
afirmando que a partir del siglo XIX ésta es ocultada y las ceremonias funerarias y de luto

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discretas. La muerte es ajena y extraña. El avance de la medicina ha hecho de la muerte un
acontecimiento biológico, racional y privado (Áries, 1999). Los rituales de despedida no son
ajenos a estos cambios, y responden hoy a la necesidad de privacidad. “La muerte es discreta.
Se trata de evitar situaciones emotivas. Ya no existen casi manifestaciones externas de duelo
(…) Se llora en silencio.” (Fuentes, 1995). Esta forma de vivir y procesar la muerte, des-
ritualizada y de-simbolizada, va a impactar en las formas en las que procesamos actualmente
los duelos. (Bacci, 2003). La pérdida de un hijo/a golpea y perturba el equilibrio emocional,
mental y físico de sus progenitores. Profundizar en los procesos de duelos implica referirse
a la muerte, la cual coloca a los individuos bajo sentimientos de vulnerabilidad.
Configuramos una realidad contemporánea del morir y la muerte en este mundo en que cada
vez aparecen más declaraciones y compromisos claros en torno a la muerte digna y el morir,
desde enfoques diversos, que tienden hacia modelos universales, “humanizados” desde un
marcado abordaje culturalmente etnocéntrico o globalizador. Donde la vida y la muerte, así
como todo lo que concierne al cuerpo, en el conjunto de las sociedades, es objeto de
ceremonia o ritual desarrollado en momentos trascendentales de mutación de la existencia
individual y colectiva, que nace, para algunos, de nuestras emociones, para otros de nuestra
religión o de la tradición, donde el rito y la ritualización están presentes en el proceso social
como elementos con los que interactúan las creencias y los valores como formas sociales y,
donde el ritual funerario cumple, entre otras cosas, la función de guiar al difunto y prepararlo
y disponerlo para su destino definitivo. No obstante, su discurso latente intenta controlar lo
aleatorio y lo episódico de la muerte y apaciguar la angustia que nos produce el cadáver, que
es objeto y propósito del estudio antropológico en la mayoría de los trabajos.
Partiendo de la idea de que ningún texto puede entenderse sin su contexto, ya que todo sentido
es un segmento de la comprensión de sí resulta cierto que el mundo del significante tiene sus
propias normas de conexión y trasformación que no dependen directamente del individuo,
por lo que no olvidamos la hermenéutica, la estructura (sintaxis), ni el significado
(semántica), del discurso. En el primer caso es posible que pueda darse una excedencia de
significante, tal como dice Lévi-Strauss y en el segundo una excedencia de significado, tal
como propone Ricoeur; pero en ambos, una exégesis correcta, ha de considerar las dos
dimensiones. En la exégesis del simbolismo ritual o mito deben de combinarse las técnicas y
los enfoques: funcional, estructural, psicológico, etc., teniendo en cuenta las interpretaciones
dadas por los protagonistas de estas expresiones: padres y madres que han perdido hijos. Sólo
de esta manera, estando atentos al código donde se genera el símbolo, a su relación con otros
símbolos de la cultura, al con-texto del mismo, y tal como nos insisten los actuales
representantes de la antropología hermenéutica Husserl, Wittgenstein, Habermas, Otto Apel,
Ricoeur, Gadamer, etc., podremos comprender esta importante dimensión lingüística
humana que es el símbolo, y su expresión narrativa en forma de mito de la que el duelo y su
expresión individual y social habla. (Hernández, 2010)
Teorías del duelo
Aportes psicoanalíticos

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Los autores que a continuación serán citados trabajan en base a un enfoque teórico común:
el psicoanálisis. A pesar de sus deferencias, todos ellos coinciden en la noción de dolor
inherente al duelo. Freud (1917) en Duelo y Melancolía (texto en el cual conceptualiza el
duelo y la melancolía, descripta esta última como la complicación de un duelo normal),
concibe el duelo como un proceso que consiste en desprenderse de un objeto de amor. El
duelo como proceso reside en el trabajo de elaboración psíquica que debe realizar un sujeto
frente a la pérdida significativa (real o simbólica) de una persona amada, un ideal o un objeto
libidinal. El objetivo preciso que tendrá el trabajo psíquico será desligar al deudo del objeto
perdido, para ello la libido debe desplazarse hacia un nuevo objeto. (Freud, 1917)
Freud describiría el duelo como un doloroso estado de ánimo, en el que cesaba el interés por
el mundo exterior, en cuanto no recordaba a la persona fallecida. Como consecuencia, surge
la incapacidad de elegir un nuevo objeto amoroso, porque ello equivaldría a sustituir al
desaparecido, y llevaría al alejamiento de toda actividad no conectada con la memoria del ser
querido. El dolor del duelo sería la consecuencia del deseo de reunión con el fallecido, y la
ansiedad inicial se debería a una ausencia de la persona amada. Aunque esta inhibición y
restricción del Yo era la expresión de la entrega total al duelo, olvidándose de otros
propósitos e intereses, Freud creía que era necesario dejar pasar un cierto tiempo, antes de
poder volver a sentir el mandato de la realidad. Esta, devolvería al Yo la libertad de su libido,
que podría así desligarse del objeto perdido y dirigirse a otro objeto. Afirmaba, que, aunque
todo este proceso llevaba cierto tiempo, la desaparición de los síntomas no dejaría tras de sí
grandes modificaciones en el sujeto, hecho éste, que hoy en día nadie estaría dispuesto a
admitir, y que un gran número de estudios experimentales han desmentido sin lugar a dudas.
Otra aportación interesante es, que este autor no creía que fuera la pérdida en sí lo que
produjera todos los síntomas del duelo, sino que la intensidad de éste dependería de que el
objeto perdido tuviera una especial importancia para el sujeto. (Freud, 1917)
Dicho trabajo es llevado a cabo gracias al examen de realidad, el cual le exige al sujeto retirar
la libido del objeto que ya no está con el fin de no perturbar el equilibrio económico del
psiquismo. Los postulados de Melanie Klein difieren a los Freud, en tanto que para éste el
trabajo de duelo consistía en la paulatina liberación del objeto, para Klein implicaba la
reparación del objeto amoroso y no la sustitución del mismo, puesto que el duelo implica
procesos mentales tempranos desde la primera infancia en los cuales el sujeto “…reinstala
dentro de él sus objetos de amor perdidos reales y al mismo tiempo sus primeros objetos
amados.” (Klein, 1940).
Klein (1940) postula la existencia de una relación estrecha entre el duelo normal y los
procesos de la temprana infancia, más precisamente la Posición Depresiva infantil (aquellos
sentimientos depresivos del niño antes, durante y luego del destete). A este respecto Klein
afirmaba que quien no haya podido vencer la Posición Depresiva durante los primeros meses
de vida, fracasará en el trabajo de duelo durante la adultez. Para vencer la Posición depresiva
el sujeto debe establecer objetos buenos internos en los primeros meses de vida. Tizón
coincide con Klein al postular que ya desde los primeros momentos de vida se experimentan
las primeras situaciones de pérdida momentáneas cuando la madre, o sustituta, no acude a

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atender las necesidades del infante. (Tizón, Pérdida, pena y duelo: Vivencias, investigación
y asistencia, 2009)
Como aclara el autor y, a la vez, director de la colección Psicopatología y Psicoterapia de la
Psicosis, este texto es una continuación de Pérdida, pena y duelo. Los conceptos expuestos
allí se desarrollan ahora para el ámbito psicoanalítico. En buena parte del libro, el autor repasa
conceptualmente el funcionamiento del psiquismo humano, y especialmente el de los duelos,
según los fundamentos de la teoría psicoanalítica. Procura mostrar los enlaces existentes con
otras teorías explicativas de estos fenómenos, como las de tipo biológico y cognitivo. Como
suele, incluye viñetas clínicas que ayudan al esclarecimiento de la reflexión conceptual. Es
importante la atención que presta a los duelos en la infancia, tantas veces negados social y
profesionalmente.
Efectúa un análisis que le permite enlazar con el análisis de los modelos familiares actuales
y su repercusión en los procesos elaborativos en la infancia. Esta obra está dedicada a
describir, fundamentalmente, los procesos de duelo desde la vertiente psicodinámica,
tomando como punto de partida la dialéctica entre objetos internos y externos. El proceso de
elaboración del duelo está acompañado siempre de un mayor o menor grado de ansiedad. De
ahí surge su propuesta de los niveles para la contención emocional, como una forma de
entender las diferentes manifestaciones de ansiedad y los diferentes recursos posibles para su
elaboración y tratamiento. Es creativa y sugerente la comparación del duelo, de la pérdida
del objeto estimado, con el fenómeno físico y astronómico de los agujeros negros, definidos
por su capacidad para atraer hacia su fondo negro a todos los objetos que se le acercan. Así
el resto de objetos internos y de aparato mental se estructura en función de esta fuerza. Leer,
en clave de duelo, las referencias y reflexiones de Stephen Hawking sobre su vida y sus
descubrimientos, es una forma creativa de acercar los conocimientos científicos a los
fenómenos emocionales, senda por la cual pocos autores se atreven a transitar. Las diferentes
culturas disponen de diferentes formas de expresión de los duelos y sus procesos. (Tizón,
Psicoanálisis, procesos de duelo y psicosis, 2007)
Humanismo

En el libro “Sobre la Muerte y los Moribundos” (Ross, 1972) la autora reflexiona sobre el
concepto de muerte en nuestra sociedad . Explica cómo a pesar de que el hombre se ha
enfrentado a la misma desde siempre y que a pesar de todos los avances médicos y
tecnológicos; la muerte sigue asustando al hombre a tal grado que lo lleva a tomar actitudes
que lo único que hacen es detener el proceso de duelo tanto de los familiares como de la
persona que se enfrenta a su propia muerte.
De esta manera, la muerte es considerada como un tabú, es un tema incomodo del cual nadie
quiere hablar con claridad y honestidad. Siendo los niños a los que se les aísla más de la
experiencia con la falsa creencia de que mantenerlos alejados les dará seguridad evitando el
sufrimiento. Así, generalmente los niños son enviados a casa de otros parientes o se les
engaña para que de alguna u otra manera no enfrenten la muerte de algún familiar. Sin

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embargo, esta postura a lo largo trae consecuencias negativas pues muchas veces los niños
no saben que sucedió y comienzan a presentar cuadros de angustia.
Sin embargo, Kúbler Ross, señala que es mejor que se les permita a los niños estar en la casa
donde se ha dado el fallecimiento incluyéndolos y haciéndolos parte de las conversaciones,
conflictos y temores, pues de esta manera el niño percibirá que no se encuentra solo con su
dolor; lo que además los preparara gradualmente para entender la muerte.
La autora expone la importancia de que aquellos que se dedican a apoyar a los moribundos
revisen su propia actitud y su capacidad para afrontar la enfermedad mortal y la muerte. En
donde al existir diferentes tipos de moribundos, la revisión del impacto emocional de cada
caso, es vital para así poder ayudar al paciente de la mejor manera. Hay que recordar que
acompañar en la muerte nos conecta con nuestro propio miedo a la misma.
Es vital considerar que al trabajar con un paciente moribundo y brindarle apoyo, se debe
tomar en cuenta a la familia que lo rodea y ocuparse de ella de manera simultánea. La familia
se enfrenta también a cambios profundos en su dinámica y estilo de vida. Tiene que
enfrentarse a sus miedos y procesar su enojo y frustración al tener ahora que anteponer las
necesidades de su ser querido a las suyas propias. Tendrá que apoyar y tomar decisiones
cuando también se encuentran débiles y confundidos. Las necesidades de la familia se irán
transformando desde el inicio de la enfermedad hasta aun después de la muerte.
Posteriormente al deceso tendrán que lidiar tanto con sus propios sentimientos de dolor, enojo
y culpa, así como los problemas económicos y de adaptación; lo que muchas veces origina
conflicto entre sus miembros ante la incapacidad para comunicar sus verdaderos
sentimientos.
Trabajar y acompañar a un paciente moribundo requiere una gran entrega y una gran
capacidad para enfrentar el dolor y el miedo ante la propia muerte. La autora narra sus
experiencias al dirigir el Seminario sobre la muerte y los moribundos. Nos comparte su
asombro al enfrentarse a la negativa de los médicos a que sus pacientes moribundos fueran
entrevistados reflejando sus propios temores y resistencias para hablar naturalmente sobre la
muerte; un tema que deberían tener superado al enfrentarse día a día de frente con ella.
Hace una reflexión sobre nuestra incapacidad como sociedad para enfrentar y acompañar a
las personas que enfrentan una enfermedad terminal.
Somos una sociedad moderna, pero sumamente inmadura con respecta al tema y abordaje de
la muerte.
Nuestro inmenso temor a ella nos incapacita, nos paraliza y nos orilla a tomar actitudes
infantiles de negación y evasión ante la misma. Por lo mismo no estamos preparados para
enfrentarla, para acompañar a nuestros amigos y familiares de manera asertiva, y mucho
menos para preparar a nuestros niños ante la misma.
El libro toca de manera asertiva, la actitud que debemos adoptar ante la muerte, trata sobre
el asesor y el trabajo interno que debe realizar para que su ayuda sea de verdadera utilidad;
explica las fases por las que transita un moribundo y su familia y las recomendaciones para

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brindarles apoyo; y comparte la experiencia con pacientes reales y sus diferentes reacciones
ante su enfermedad mortal, lo que hace más fácil y comprensible los aspectos teóricos.
Modelo integrativo-relacional

Cuando hablamos de duelo nos referimos al dolor que sentimos ante cualquier tipo de
pérdida. Alba Payás, en su libro Las tareas del duelo, se centra en el duelo que vivimos tras
el fallecimiento de un ser querido. Este duelo es una experiencia global que afecta a todas las
dimensiones de la persona. “En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido
es TOTAL: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad),
social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual
(duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente
el futuro. Toda la vida, en su conjunto, duele” (Payás Puigarnau, 2010).
Las palabras duelo y muerte suelen tener un sentido ambiguo para los seres humanos. Por un
lado, es una respuesta natural, individual y universal por la que todos hemos pasado o
tenemos que pasar en algún momento, y a su vez es un tema censurado y estigmatizado, del
que se habla y se conoce poco. Esto deriva que en nuestra cultura estemos poco
familiarizados con la muerte, favoreciendo así que un proceso natural se convierta en
patológico. En este sentido la autora expone que el duelo es un proceso que generalmente no
necesita ayuda psicológica especializada, puesto que con el tiempo y un adecuado
acompañamiento la persona suele adaptarse y sobrevivir.
Cuando abordamos profesionalmente el duelo lo podemos hacer desde dos amplias
perspectivas teóricas. Por una parte, tenemos las teorías tradicionales, que categorizan el
duelo por etapas o fases, en la que el doliente se concibe como un agente pasivo, que pasa
por un estado en el que no tiene ningún trabajo a realizar ni control sobre lo que le ocurre. Y
por otra parte están las teorías constructivas, que giran en torno a las tareas o dimensiones
del duelo, en donde se le otorga un papel activo al doliente, puesto que se concibe el duelo
como un proceso o trabajo dinámico que la persona debe realizar.
Ofrece un recorrido por las distintas teorías específicas sobre el duelo, llevándonos desde el
porqué y el cómo del duelo, hasta el para qué del duelo, proporciona una visión amplia,
clarificadora y práctica de la complejidad del proceso de duelo, que a su vez nos servirá de
guía en nuestro trabajo, permitiéndonos comprender mejor a los dolientes y entender cuándo
un duelo puede llegar a complicarse.
La propuesta del proceso del duelo mediante tareas en vez de fases, al igual que proponen
otros autores, como Worden, Bowlby y Murray, Asimismo nos habla de la necesidad de
comprender las diferentes formas en la que los dolientes afrontan el duelo, para contribuir a
una práctica más eficaz, respetando siempre el componente individual. En la particularidad
de cada proceso, juegan un papel importante los factores internos, relacionales y
circunstanciales del doliente.

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Payás hace hincapié en la idea de que conocer la necesidades y tareas que debe realizar el
doliente nos orienta en la intervención y comprensión de personas en duelo, pero siempre
debemos saber que el proceso de duelo es único: cada persona lo vivencia de una forma
particular. Por tanto, es de gran importancia respetar el ritmo y la capacidad de cada doliente,
teniendo en cuenta siempre el momento del proceso que se encuentre. En conjunto el libro
nos señala las necesidades que le surgen a una persona en duelo y asimismo las tareas que
debe realizar la persona para responder a estas necesidades a las que se enfrenta, haciendo
hincapié en que, debido al componente individual, no podemos hablar de un orden secuencial
en las tareas que el proceso de duelo va suscitando en las personas. (Payás Puigarnau, 2010)
Modelo sistémico

Edith Glodbeter-Merifeld (2003), en el capítulo 6, “Duelo y fantasmas”, en su libro El duelo


imposible: las familias y la presencia de los ausentes, plantea inicialmente que el proceso de
duelo nos concierne a todos, el sistema familiar presente en sesión está siempre incompleto
porque los miembros ausentes que no pueden físicamente acudir a sesión, pueden ser
“Terceros ligeros o pesantes”; según el apego o papel que ocupaban en el sistema, se hará
más o menos difícil el proceso de duelo porque tienden a mantener o no la homeostasis
familiar.
Glodbeter-Merifeld parte de la hipótesis de que existe un nexo directo entre una respuesta
inadaptada a la pérdida de un objeto y la cristalización de vínculos simbióticos en la familia.
La complementa con otra hipótesis que es que el síntoma, la tarjeta de presentación que ha
motivado la consulta, tendría la función de desviar a la familia de confrontar una ausencia
insoportable, de lo que se deduce que no se ha iniciado un proceso de duelo, el proceso
psicológico desencadenado por la pérdida de un objeto amado que cuando llega a su fin está
asociado a su abandono.
Cuando a un miembro del sistema se le preserva de la vivencia de la enfermedad de un ser
querido y de su muerte, mientras que los demás miembros sí, al cabo de un tiempo éstos
habrán podido “olvidar al ausente” pero la otra persona se convierte en el guardián del
silencio del ausente, siendo un drama secreto para la familia que acude a consulta
supuestamente por algo no conectado con esta dinámica o hecho.
Además, en un contexto que vive la familia de sistema de comunicación cerrado en cuanto a
este tema, que es considerado tabú, parece investigado que no es casualidad que en los
siguientes meses hay miembros de la familia que enferman física y psíquicamente, teniendo
los pacientes designados (anorexia, bulimia, toxicomanía y problemas sexuales), siendo estos
signos una solución en cuanto a que permite desviar y ocultar la verdadera crueldad de la
ausencia o pérdida. Si ante la muerte hay una homeostasis del sistema, puede que el ausente
esté presente como si cogiera cuerpo en uno de los miembros, (ej. en la adolescente
anoréxica), la actual paciente designada, o sin cuerpo, como si fuera un fantasma que está en
la familia (Por duelo no realizado de la muerte de los abuelos). Ese “Tercero pesante”, ese
fantasma, lo necesitan como lealtad y es crucial para la protección del sistema ya que se
constatan actitudes del sistema autobloqueantes (idealización o demonización del ausente,
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conflictos no resueltos con el ausente, hechos confusos en la muerte, no se habla del difunto
y hay heridas abiertas).
Mientras, el paciente designado, toma el lugar teniendo las actitudes que tendría el ausente,
a la familia le evocan a una suerte de sustituto del ausente, como si fuera un “monumento
viviente erigido en memoria del ausente”. Por ejemplo, el hijo que reemplaza a otro que
trágicamente ha muerto o no ha nacido y que se le pone muchas veces el mismo nombre. Si
el sistema no ha hecho un proceso de duelo, el sistema vive con el fantasma y esta persona
vive con una carga de las expectativas no cumplidas del ausente y su misión imposible es
reemplazarlo y al tiempo surge como paciente designado y detiene el desarrollo de la familia.
(Goldbeter Merinfeld, 2003)
Con todo ello, rescata de varios autores para el terapeuta, que hay factores que inciden en el
proceso de duelo: el papel que ejercía el fallecido, la edad, el tipo de muerte, la previsibilidad
de la muerte, el tipo de relación con cada miembro y sus emociones y los rituales de despedida
realizados o no, íntimos y sociales. Recoge técnicas como visitar a los difuntos en el
cementerio y hablar de ello en sesión, la técnica de las cartas, la de las fotos y la de la silla
vacía para que el hijo parentalizado exprese sus emociones al ausente. Aplicando esta última,
el fantasma el “tercero pesante” ausente acompaña a la familia en la vida y en las sesiones de
terapia aflorando la relación que cada uno tiene con el ausente. Se puede ayudar a elaborar
diferentes tipos de duelo, individual y familiar, sustituyendo al tercero ausente quitando y
dejando de colocar en el centro al Paciente Designado. Luego se aparta para que el ausente
esté accesible para todos para que todos puedan terminar el duelo, por ejemplo, evidenciando
el acudir al cementerio para que desaparezca el fantasma y así permitir al sistema avanzar.
Se debe preparar la despedida de la familia desde el principio, por eso al final el terapeuta
debe dejar de nuevo la silla vacía.
Transpersonal

El duelo es un concepto que se refiere al conjunto de procesos físicos, psicológicos, sociales


y espirituales que se dan a partir de la pérdida de una persona, relación, salud física o mental,
actividad animal u objeto en el que la persona en duelo, está significativamente relacionada.
El duelo heredado transgeneracional, se trata de un proceso inconsciente, por el cual uno o
varios miembros de una familia, son identificados por el ascendente, en relación a un tercero
(el ancestro).
Duelo heredado intergeneracional, es una reacción personal y única, como respuesta normal
ante cualquier tipo de pérdida, que produce reacciones humanas en la que la familia es la
responsable de su transmisión. (Polo Scott, 2009)
Desde la Psicología Transpersonal, toda crisis supone un momento único de indagación, un
momento en el que nuestras sombras afloran, permitiéndonos observarlas y, desde ese punto,
abrazarlas con compasión. La atestiguación de todos los temores que surgen en momentos
de crisis y duelo permite poner luz, convirtiendo el dolor en una energía transformadora y

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abriendo caminos hacia lo profundo, hacia nuestra dimensión esencial. Cuando nos abrimos
a vivir el dolor, sin resistirnos más de lo necesario a éste, abrimos una puerta directa hacia
nuestra verdadera naturaleza, desplegando una mirada de mayor amplitud, así como un
espacio de amor donde tiene cabida el dolor y, sin embargo, se desarticula el sufrimiento.
Desde esta gestión del dolor se expande en nosotros una comprensión más amplia y profunda
de la vida y, como no, de la muerte.
El trabajo con el duelo desde el enfoque Transpersonal nos lleva al cultivo de una actitud de
rendición ante lo que hay, actitud desde la que nos podemos dejar “vivir” la experiencia, por
dolorosa que ésta sea, y abrazar lo que surge de la misma, sin forzar su expresión,
simplemente atestiguando lo que aparece de forma sostenida. Este “atestiguar de forma
sostenida”, tarde o temprano, nos conduce a una visión más profunda, amplia y renovadora.
Estar abiertos y despiertos a esas sensaciones de trascendencia nos puede llevar a
comprensiones únicas de gran belleza que nos ayudan a realizar los ajustes necesarios para
comenzar a vivir una “nueva vida” sin esa persona tan querida.

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