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TÍTULO : LA PASIÓN SEGÚN BACH

AUTOR : CARLOS CASTILLO RAFAEL

“Jesucristo ha sido herido por nuestras culpas”, es un viejo reproche que cada semana
santa se repite desde hace 2,000 años. Tiempo que aún no ha sido suficiente para
comprender la dimensión de esa culpa y la profundidad de las heridas causadas.

Dejando de lado la cuestión de su divinidad, la pasión de un hombre que sufre como un


Dios es el detalle que nos cautiva y ennoblece cada Jueves y Viernes Santo. Nos
conmueve el hecho de poder elegir el padecimiento en lugar de ser asaltado por el. La
Pasión de Jesucristo nos recuerda que hay un dios dormido habitando en nosotros, a la
espera de una gesta heroica que redima todos esos momentos en los que vivimos y
sufrimos como hombres, y aún menos que eso. Pero ¿Cómo desentrañar esa pasión por
ser algo más que un hombre tal como fue Jesús cuando se hizo Cristo?.

La filosofía es demasiado elevada para captar la vía crusis de un sentimiento intenso


que atraviesa la historia de Occidente con el advenimiento del cristianismo: La de
padecer nuestra propia humanidad de carne y hueso tan intensamente que la torne una
experiencia inhumana y más cercana, por el contrario, a una experiencia divina.

El padecimiento no es un asunto de conceptos, un hilvanado de ideas. Es el estar


afectado por algo que nos sobreviene, apropiándose de nuestros sentidos,
posesionándose de lo que somos en tanto habitantes de un mundo que también, y ante
todo, padece nuestra a veces irresponsable humanidad.

Beethoven y Wagner estarían de a cuerdo en que la música es la más eficaz creación


humana para desentrañar el sentido del mundo. Un sentido que no puede ser asido por
las palabras y mucho menos ser ocultado por el silencio. Tan sólo mostrado con las
melodías de una música que nos reconduce hacia lo más hondo de nuestra condición
humana, en una exploración de sus facetas sombrías y transparentes. Creo que estas
intuiciones bien pueden ser las pautas para valorar la música de Johann Sebastián Bach.
Especialmente, la música de sus célebres Pasiones.

En la Edad Media nació la costumbre de cantar, en los días de Semana Santa, la historia
de la Pasión conforme lo narran los cuatro Evangelios. Ello porque eran muy pocos los
que podían leer la Biblia en el texto latino y, además, porque el pueblo recordaba y
apreciaba así más vividamente los episodios de la Pasión de Cristo. Fue una práctica
que, pese a implantarse en Europa el culto protestante, se conservó hasta el siglo
XVIII.

Gracias a sus compositores y excelentes músicos la pasión alemana destacó


ampliamente. Asimilando la rica influencia italiana la música germana supo articular
virtuosamente esos dos universos de los que se nutre y teje el relato y el sentir de las
Pasiones: lo religioso y lo profano. Hendel fue su primer gran exponente. Bach
representó su culminación.
Aunque suene extraño decirlo Bach para crear las notas de su música sacra debió
compenetrarse tan íntimamente con la vida de su pueblo. Tuvo que recorrer el camino
de descenso, de vuelta hacia sus raíces màs humanas para asomarse luego por el dosel
de la divina trascendencia. No era posible darle melodía al relato de las Pasiones sin
antes padecer esa suerte de divinidad perdida o humanidad desgarrada, un anhelo de
inmortalidad encapsulada en una vida mortal.

Los especialistas en la materia concuerdan en que Bach escribió cinco Pasiones: La


Pasión según San Mateo y la Pasión según San Juan, que a la muerte del compositor
fueron a dar en manos de su hijo Emanuel. La Pasión según San Lucas, la Pasión según
San Marcos y una Pasión de Picander que aunque completamente desconocida se sabe
que Bach dio música. Estas tres últimas Pasiones fueron conservadas por su otro hijo
Friedemann. Únicamente se han conservado hasta la actualidad las tres primeras
Pasiones mencionadas, siendo la de una belleza divinamente conmovedora la Pasión
según San Mateo.

A este celebre Pasión Bach no sólo le dio música sino que él mismo intervino de
manera crucial en la preparación de su letra y en la estructura del texto. Para ello el
autor de la Tocata y fuga en re menor se valió de su propia imaginación poética, de su
profundo conocimiento de la Biblia, de su basto saber sobre este género musical y de
esa poderosa intuición con la que pudo vislumbrar como Jesús padeció humanamente
su divinidad. Bach no sólo alcanzó dar a su obra la significación eclesiástica de la
pasión y muerte de Cristo, además la supo alimentar de las ideas y sentimientos que
pueblan los dramas populares religiosos de su tiempo y de todos los tiempos. En ellos
resalta ese sesgo profano como el hombre interpreta los episodios religiosos teniendo a
las vicisitudes humanas como fondo.

Recogiendo el relato de San Mateo que comprende los capítulos XXVI y XXVII de su
Evangelio Bach distribuye la materia de su Pasión en dos partes. La primera contiene
los sucesos decisivos que van desde los planes de los sumos sacerdotes y escribas para
prender a Jesús hasta la traición de Judas. La segunda se inicia con el interrogatorio ante
Caifas y concluye con la muerte y enterramiento de Cristo. Ambas representan un
contraste entre la agitación de las pasiones humanas, característico de la primera parte,
y la serena y sabia tranquilidad con la que nos arroba la pasión de Jesús en la segunda.
Es como si Bach más que contraponer ambas miradas, la del gentío que padece su
humanidad y la del redentor que padece su divinidad, las juntara como para
aleccionarnos que el sufrimiento y el amor se hallan en el fondo reconciliados.

El Viernes Santo de 1729 esta divina creación humana fue estrenada. Ha pasado tanto
tiempo que este año conmemoramos los 250 años de la muerte de Bach. Cuando
volvemos a escuchar por más de tres horas esta Pasión según San Mateo y,
especialmente, nos ensimismamos con su final, no podemos evitar pensar en esa
búsqueda vaga, inconsciente pero necesaria que hacemos de ese Dios que padece con
nosotros. Búsqueda que en el caso de Bach, tomando como indicio su música, llego a
buen término.

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