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Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino".

Es muy fácil quedarse sin


aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.


Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.
Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo
que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.


Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.
Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.
Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:
Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.
176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
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muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
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Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
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vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.
El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
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Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

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dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

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usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
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ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.
Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
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valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
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176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
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fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.


Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.
Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo
que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

Ambas obras espléndidas son parte del llamado "Barroco Andino". Es muy fácil quedarse sin
aliento frente a ellas por los infinitos detalles que contienen, además del mágico entorno del
valle sur del Cusco, que ayuda a sentirse más espiritual y emocional que un día cualquiera en
alguna de nuestras grandes ciudades. Verlas es vivirlas. Sin embargo, más allá de su
magnificencia, viéndolas desde la perspectiva sociológica las pinturas alientan a gozar la
pobreza y por otro lado a rechazar la riqueza. El mensaje que llevan es que lo correcto en la
vida es aguantar, sufrir en este mundo terrenal. Nos toca soportar el yugo. En cambio, ser rico
solo te garantiza vivir bien, gozar de festines, pero solo temporalmente ya que te espera una
muerte atroz: las llamas eternas del infierno.

176 años de diferencia entre una y otra. El mismo mensaje. 375 años de repetir lo mismo de
una u otra manera. No es raro entonces que el mensaje haya sido reivindicado recientemente
por Abelardo Gutiérrez Alanya, Tongo (53), en la moderna y ya clásica canción "Sufre peruano
sufre". Todos sabemos que los peruanos somos creativos (sino, ¿cómo hemos hecho para
sobrevivir décadas de décadas de gobiernos corruptos a los que poco o nada les interesaron
los pobres, salvo en las urnas?), que somos emprendedores (sino, ¿cómo explicar los
fenómenos Gamarra, Cono Norte, Mistura?), entre otros atributos positivos que buscamos
sentir y resaltar hoy.

Sin embargo, tal vez por lo dura que es la calle, por lo difícil que es avanzar, por lo tenaces que
debemos ser sin bajar la guardia ni perder el aliento, muchas veces sentimos que tal vez lo
mejor es dejar las cosas así: gozar la pobreza, rechazar la riqueza. Tal vez esto podría ser
explicado por lo que Carl Jung llama "inconsciente colectivo", resultado de cientos de años de
vida colonial y republicana con magros resultados en la vida real y concreta que nos toca vivir.

El inconsciente es aquello que llevamos con nosotros sin darnos cuenta, pero que tiene
implicancia en al menos 85% de nuestros actos. Parte de ello es explicado filogenéticamente,
vale decir, en la sedimentación de identificaciones de nuestras generaciones anteriores. Luchar
contra ello, cuando se suma nuestra propia prehistoria (cómo fuimos engendrados, gestados,
dónde nacimos, cómo vivimos nuestros primeros años de vida) y nuestro primitivo instinto de
supervivencia, es muy difícil.

La pregunta es: ¿cómo salir del fatalista "Sufre peruano, sufre"? Eduard Punset (75), nos
sugiere las siguientes competencias para abrirse camino en el siglo XXI:

Capacidad de concentración.

Vocación de solventar problemas.

Voluntad de trabajo en equipo.

Desarrollo de inteligencia social.

Capacidad de gestionar sus propias emociones.

Dado que se trata de nuestra propia vida, de luchar contra un enemigo fantasmagórico,
dediquemos un tiempo a desarrollar y consolidar estas nuevas competencias.

Trabajar solito (el diminutivo se explica sólo en este caso) me permite ir a mi propio ritmo,
usualmente no me quejo de mi mismo. Cuando empiezo a trabajar en equipo, tengo que
temperar mis propias emociones, mi verdad (que, por supuesto, la siento como "la verdad"),
tolerar las virtudes y defectos de otros.

Por ello, es necesario desarrollar nuestra inteligencia social: el aprendizaje es resultado de lo


que viene de fuera (de los otros) con la base con la que uno lo recibe. Cuanto más reciba de
fuera, mi base se hará más amplia y permeable al pensamiento de los otros. De esa forma es
que debemos mejorar la gestión de nuestras propias emociones, sobre todo aquellas que son
más perturbadoras en nuestras relaciones.

Hoy se sabe que es posible incrementar nuestra inteligencia, tengamos la edad que tengamos.
Lo único que toca es retar a nuestro cerebro a dejar los hábitos, entre ellos, culpar de todo al
resto, crear nuevas formaciones neuronales (30 minutos diarios sostenidos por 15 días
ayudarán a ver los primeros resultados) que nos permitan sentir, pensar y actuar de otra
manera. Es perfectamente posible, vengamos de donde vengamos. Crece peruano, crece.

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