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PROGRAMA DE HISTORIA
UNIVERSIDAD DE CARTAGENA
FEBRERO DE 2019
INTRODUCCIÓN
Con el paso del tiempo, Cartagena se vuelve una pieza vital del Virreinato de la
Nueva Ganada, la corona comienza a cuestionarse cómo proteger el puerto más
importante de la región; de Europa trajeron muchos arquitectos, ingenieros y
estrategas militares para construir un sistema de defensa a base de fuertes, castillos
y murallas, así como el que había en el viejo continente.
En 1560 Martín Cote llegó a la ciudad con 7 naves grandes y más de 1000 hombres;
para defender a Cartagena, el gobernador Juan de Bustos contaba solo con 250
hombres. Fallaron tratando de repeler el ataque y al no tener como pagar los
atacantes incendiaron la ciudad como represalia. John Hawkins atacó la ciudad en
1568 con 11 navíos, 4 grandes y 7 pequeños.
En 1586, el corsario inglés Sir Francis Drake trae 23 navíos con 3000 hombres, hizo
rendir la ciudad, la incendió y sus gobernantes refugiados en Turbaco tuvieron que
pagar 120.000 ducados en plata por su rescate. A demás de eso, Drake se llevó
incontables riquezas de las iglesias, hechos que ocurrieron mientras se construía
La Catedral.
También tiene por objetivo reconocer a los personajes históricos que incidieron en
las fortificaciones de Cartagena, esto es, atacantes, defensores y constructores.
EL SAN FELIPE DE BARAJAS: ¿CASTILLO O FUERTE?
Una mirada entre 1560 - 1970
Es así como en 1657, durante la colonia, que se construye el castillo San Felipe de
Barajas al nororiente del Centro Histórico de Cartagena de Indias y literalmente
encimado en el Cerro de San Lázaro, a 40 metros de altura en su punto más
elevado. Durante la colonia, se decidió fortificar esta pequeña montaña, dado que
podía ser tomada por el enemigo y usada para atacar desde lo alto al ya avanzado
recinto amurallado.
Este primer fuerte fue el que el alto oficial de la Marina Francesa, Jean-Bernard
Desjeans halló y destruyó el 20 de abril de 1697, dejando desprotegida la ciudad
que no tardaría en ser saqueada. La importancia estratégica de San Felipe quedaba
clara y por esta razón reconstruirlo y ampliarlo fue prioridad en el siglo siguiente.
Los estragos causados por dicho ataque fueron reparados por Juan de Herrera y
Sotomayor, quién reforzó la fortaleza sin apartarse de su diseño inicial. El refuerzo
se puso a prueba durante el ataque perpetrado en 1741 por los ingleses, al mando
del oficial naval Edward Vernon. San Felipe cumplió si cometido y logró repeler el
intento de toma enemiga.
Batería de San Lázaro: situada en el sector sur del castillo, protegía con
cinco cañones el acceso por el playón de San Lázaro y la ciénaga del
Cocal, fue realizada inicialmente en fajina hacia 1739 por el ingeniero Juan
de Herrera y Sotomayor. Antonio de Arévalo la reconstruyó de manera
definitiva entre 1762 y 1769, añadiéndole tres aljibes con capacidad para
72000 raciones de agua cada uno.
Batería de Santa Bárbara: construida hacia 1762 en el sector noreste,
podía batir el Cerro de La Popa con sus siete cañones.
Batería de La Redención: situada entre las baterías de La Cruz y Santa
Bárbara, defendía el acceso desde el cabrero con once cañones. Fue
construida entre 1762 y 1769.
Batería del Hornabeque: hermanada con la batería de La Cruz, reforzaba
con seis cañones el sector norte del castillo de San Felipe. Inicialmente
construida en la fajina hacia 1739 por Juan de Herrera y Sotomayor, fue
unas de las últimas baterías terminadas por Antonio de Arévalo entre 1762
y 1769.
Batería de San Carlos y Los Apóstoles: situada en el sector norte, se
comunica con el castillo por debajo del Hornabeque y está dominada por
los fuegos del castillo y de la batería de La Redención. Su construcción se
realizó entre 1762 y 1769, y tuvo la mayor potencia de fuego con trece
cañones.
Batería de La Cruz: construida entre 1762 y 1769 en el sector noroeste.
Es la batería colateral del Hornabeque y enlaza la defensa con San Carlos
y Santa Bárbara con ocho cañones.
La ofensiva inglesa por el flanco mejor defendido fue un grave error estratégico que,
junto con la audaz defensa del fuerte, liderada por Blas de Lezo, evitó la toma del
mismo por parte de las numerosas tropas enemigas debilitadas por las
enfermedades tropicales. La victoria en San Felipe de Barajas evitó la toma de la
ciudad y con ello, mantuvo la preeminencia hispánica en el Caribe y en Sudamérica.
Sin embargo, San Felipe de Barajas no podía considerarse invencible, es por esto
que al reanudarse las hostilidades en 1762 con la toma de La Habana por Inglaterra
se ordena al ingeniero Antonio de Arévalo mejorar la fortificación del castillo. Desde
1762 hasta 1769 se construyen una serie de baterías colaterales que adaptándose
a la peculiar orografía del cerro hacen del mismo lugar casi inexpugnable.1
Arévalo también dotó a San Felipe con un sistema de galerías y pasadizos para
facilitar el tránsito de las tropas cuarteles subterráneos con capacidad para albergar
a 350 hombres en caso de asedio, galerías y en la batería de San Lázaro, aljibes
de gran capacidad para surtir de agua a la guarnición en caso de un asedio
prolongado. A demás, el cerro fue perforado con un galería magistral casi a nivel
del mar que, bifurcándose en ramales ciegos, permitía colocar explosivos para
mermar las tropas enemigas en su aproximación al fuerte.
San Felipe en el siglo XIX y XX, siguió siendo un enclave estratégico e la defensa
de la ciudad durante los movimientos independentistas pero una vez lograda la
liberación y la pacificación del territorio, el castillo fue perdiendo importancia hasta
terminar siendo abandonado. Invadido por la maleza y ocupados sus alrededores
con casas particulares, estuvo a punto de desaparecer al ser utilizado durante varias
décadas como cantera. Debido a las presiones realizadas desde unos pocos
periódicos concienciados de la importancia patrimonial del fuerte, se cedió
finalmente su titularidad a la República de Colombia el 22 de agosto de 1887.
Pero no sería hasta 1928 cuando la sociedad de mejoras públicas encargó al señor
Carlos Crismatt la restauración del fuerte, que unido al traslado de las casas
Casi medio siglo antes de que Carlos Crismatt Esquivia emprendiera la reconstrucción del
entonces arruinado Castillo San Felipe (1928), esta fortaleza estuvo prácticamente en
manos de un particular que compró los terrenos donde estaba construida la joya de la
Corona española. ¿Cómo pasó?
A finales del siglo XIX, varios años después de la Independencia, cuando las fortalezas de
la ciudad ya no eran útiles como sistema defensivo y el Castillo se convirtió en un
maloliente “trasto viejo” rodeado de maleza, y ante la crisis económica que se vivía en
aquella época, el presidente Manuel Murillo Toro autorizó vender los bienes de la Nación
para subsanar algunas necesidades.
Cuentan los historiadores que así no solo fueron vendidos los terrenos del Castillo sino
también los cañones y otros inmuebles. De esta manera fue como un señor llamado
Antonio Gulfo se convirtió en propietario de los terrenos donde está construido el San
Felipe.
No aguantó la presión
Tanta fue la presión que ejercieron sobre él las denuncias en El Porvenir que decidió
“donar” las tierras al Estado, como consta en la escritura pública 290 de 1987. “El señor
Antonio B. Gulfo: que conocedor de sus derechos y de lo que le compete hacer, de su libre
y espontánea voluntad, hace cesión gratuita, incondicional e irrevocable a favor de la
República de Colombia de los terrenos de El Espinal, toda la parte del Cerro que sirve de
base a la fortaleza o Castillo nombrado San Felipe de Barajas, cuyos terrenos le
pertenecen en propiedad, dominio y señorío, porque los hubo y compró al Señor Don
Manuel Núñez Ripoll, por medio de su apoderado el Señor Don Lázaro Ramos, por
Escritura Pública otorgada a su favor el veinte de mayo del año de mil ochocientos
ochenta y seis, bajo el número 125 y por el Notario Público Principal que lo fue de esta
Provincia, Doctor Juan N. Pombo”, dice la escritura.
Álvarez explica que “él (Gulfo) hace una donación graciosa, absoluta, sin pedir nada a
cambio, una cesión gratuita, pero lo que se sabe por la historia, es que fue la forma de
detener el escándalo que se le venía para encima”.
Y agrega: “Como yo no quiero que se pueda llegar a atribuir el derrumbe de una fortaleza
totalmente destruida y arruinada (sin que de ello haya sido causa la extracción
insignificante de barro de la falda del Cerro), he resuelto ceder a título gratuito a favor de
la Nación, todos y cualquier derecho que por la compra de los terrenos del Espinal pueda
yo haber adquirido en el Cerro que sirve de base al Castillo de San Felipe”.3
En 1969 la batería de San Lázaro, donde se ubicaban los tres grandes albijes del
castillo, se derrumbó debido a fallas en el terreno y fue reconstruida en parte,
emplazando en su interior oficinas, una década después. Hoy en día se sigue
trabajando en la conservación de este excepcional legado para las generaciones
futuras.
A modo de conclusión se puede afirmar que el Castillo San Felipe cumplió una tarea
invaluable en lo que a la defensa de la ciudad se refiere, personalmente pienso que
su nombre correcto debería ser Fuerte de San Felipe y no Castillo, este junto con el
resto de fortificaciones que fueron construidas en la ciudad como lo son el fuerte de
Bocachica y el San Sebastián defendieron a la ciudad de múltiples ataques
enemigos.
Artculo tomado del chivo del periódico El Universal, por Julie Parra Benítez, 04 de marzo
de 2018.
REGISTRO FOTOGRÁFICO