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y sus
padecimientos
literatura
Jaime Laventman G.
dades que los atacaron y que en ciertos casos llegó a establecer
una amalgama entre ambas, lo que otorga una nueva perspectiva
a sus historias de vida.
En las notas de cada pieza musical va inscrita la vida de
quien la escribe. Los compositores que aquí se presentan se
La
vieron expuestos a distintos padecimientos, algunos de los cuales
Jaime Laventman G.
interfirieron en su obra y otros simplemente representaron el
mal al que irremediablemente todo ser humano ha de enfrentarse.
El médico y melómano Jaime Laventman pretende con-
quistar al lector al compartir, con el amor al arte musical y su
trascendencia a través de varios siglos, información que puede
ayudar a comprender a sus creadores. Sus ensayos pretenden ser
una llave para adentrarse al arte de la composición, una provo-
cación para que, quienes los lean, deseen explorar el maravilloso
mundo de la música clásica.
músicosy sus
padecimientos
músicos y sus
padecimientos
Jaime Laventman G.
MÉXICO•2016
780.92087
L399m
ISBN 978-607-524-040-4
© 2016
Jaime Laventman G
© 2016
Por características tipográficas y de diseño editorial
Miguel Ángel Porrúa, librero-editor
w w w. m a p o r r u a . c o m . m x
Amargura 4, San Ángel, Álvaro Obregón, 01000 Ciudad de México
Introducción
– 5 –
La intención es despertar en el lector el interés por escu
char con detenimiento la música que cada uno de ellos produ
jo y engalanar así el conjunto factorial que nos convierte en
verdaderos melómanos.
Ahora bien, sería una labor demasiado extensa investigar
a todos los músicos que de una u otra forma han trascendido
el paso de la historia. Por eso he escogido a aquellos que por
su importancia en el desarrollo de nuevos sonidos o por el tipo
de enfermedad que padecieron, pudieran ser de interés.
La llamada música occidental que conocemos en la actua
lidad comprende varios siglos. Sin embargo, y sin ser éste un
intento enciclopédico, he limitado el tiempo a los últimos 400
años, sin abarcar épocas previas, principalmente porque se
desconoce gran parte de la vida y los pesares de los composi
tores de entonces.
Tampoco quise escribir una obra biográfica más. De ma
nera diferente, con estos breves textos, traté de mostrar el
pensamiento y la realidad que a cada artista le tocó vivir.
Espero despertar con este libro el deseo de conocer me
jor a estos músicos y sus obras, y que al escucharlos, el enten
dimiento musical e histórico, convierta la tarea en un gozo
espiritual.
Jaime Laventman G.
[Huixquilucan, México, octubre de 2015]
Isaac Albéniz
(1860-1909)
Nacido en 1860 en Camprodón, provincia de Ge
rona, Cataluña, Isaac Albéniz mostró desde muy
temprana edad ser un virtuoso de la música.
En su natal España, el entonces rey Alfonso
XII le otorgó una beca para que estudiara en el
Conservatorio de Bruselas, donde recibió un pri
mer premio de piano.
A su regreso en 1885 se estableció en Madrid,
donde sus obras fueron publicadas y acogidas con
gran beneplácito por la crítica.
Su reputación era cada día más grande, y deci
dió entonces trasladarse a Londres, lugar que alter
nó con viajes a París, y creó lazos con la comunidad
musical.
En 1900 regresó nuevamente a España, y cinco
años más tarde estrenó “Iberia”, pieza considerada
como su obra maestra.
Albéniz murió en Cambo-les-Bains, en los Piri
neos franceses, en 1909.
Isaac Albéniz
(1860-1909)
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que envenenaba el ambiente, pero que también perfumaba su
inspiración. No se sentía bien, sin embargo.
Había ganado demasiado peso sin saber por qué sus to
billos se mostraban hinchados de tal forma, que un simple pa
so representaba un inusitado esfuerzo.
Por ello permanecía sentado todo el tiempo, lo que dificul
taba aún más su respiración. Un color pajizo afectaba su sem
blante, al tiempo que los frecuentes dolores de cabeza lo hacían
preguntarse atinadamente si aquello era producto de su eleva
da tensión arterial, o si acaso sería otro el origen de su malestar.
Tras el examen de orina, el médico le dio a entender que sus
riñones habían comenzado a fallar; que el filtro maravilloso de
los mismos se había estancado y no funcionaba con la celeridad
anterior, a lo que el galeno llamó la Enfermedad de Bright.
Se volvió a sentar al piano y en su desesperación y eterna
desazón provocada por el constante malestar, desquitó sus úl
timas fuerzas forjando nuevos tonos y maravillosas melodías.
Salieron la Evocación y El puerto, la Almería y Triana, El
polo y el Lavapiés y tantas otras que era imposible registrarlas.
Isaac Albéniz, la voz misma de España, acababa de com
poner su suite para piano Iberia, evocando en ella con tintes
magistrales el colorido y la fuerza de su tierra nativa.
El malestar se acrecentó y finalmente lo hundió en un coma
irreversible, que lo mandó al viaje del no retorno. No se pudo
llevar consigo las suites Iberia, Navarra ni sus Danzas españolas.
Eso para nuestro deleite lo dejó en la Tierra, entre los
mortales que aún lo recordamos y volvemos a emocionarnos
cada vez que lo escuchamos.
Daniel Auber
(1782-1871)
Nacido en Normandía en 1782, Daniel Auber com
puso aproximadamente 70 obras para escena, entre
ópera, ballet y música religiosa,
Su abuelo era pintor del rey Luis XVI, y su pa
dre tenía un negocio de grabado de láminas, oficio
que el propio Auber aprendió desde que era niño.
Pero la música lo llamó y su lanzamiento co
menzó a raíz de que representara una ópera cómica
entre un grupo de aficionados. Fue Luigi Cherubini
quien lo descubrió, y lo ayudó y orientó especial
mente en cuestiones de puesta en escena.
La muda de Portici, su obra cumbre, tuvo más
de 500 representaciones, pero quizá su mayor im
portancia radica en que este compositor sentó las
bases para lo que más tarde sería la gran ópera
francesa.
Auber murió en París en 1871.
Daniel Auber
(1782-1871 )
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Brillantes intérpretes de diversos instrumentos. Religio
sos, cada uno en su propio estilo. Uno viviría en la pobreza
que da la entrega total sin la remuneración adecuada, mien
tras que el otro pasaría su vida en medio de la opulencia de
quien es reconocido en un país adoptivo por su genialidad.
Uno sería enterrado en una modesta tumba en las afueras
de su ciudad y el otro en la mismísima Abadía de Westminster,
honor reservado para los grandes hombres de la Gran Bretaña,
y no para un extranjero como él.
Uno dejaría su estampa en hermosas composiciones para el
clavicordio, el órgano y cada instrumento de cuerda, para ala
bar al Creador en hermosas cantatas. Perfecto en su música
de aparente poca emotividad, con un cálculo matemático en
ella, sellado con la divinidad de quien ha logrado conquistar la
armonía sin dificultad alguna.
El otro, artífice de los conciertos grossos, de música mara
villosa que acompañaba en sus paseos y celebraciones al pro
pio rey, y de los oratorios más hermosos a los que el hombre
puede aspirar a componer.
Ambos hombres geniales, separados solamente por el Ca
nal de la Mancha, padecieron de ceguera en su visión, mas no
en su inspiración. Cada uno de ellos se debatió en las tinieblas
escuchando su música con la cual escalaron hasta la cúspide
imaginada.
Ahora, a más de 300 años del nacimiento de los dos, un
mundo tan ciego como ellos se sigue debatiendo en guerras
inútiles y costosas. Ellos vivieron la ceguera que provocan las
20 | J a i m e L av e n t m a n G.
cataratas de la edad y nosotros vivimos la ceguera que produ
cen las cataratas de nuestra necedad.
George Frederic Händel y Johann Sebastian Bach lograron
elevar la música mundana al mundo celestial.
Nosotros, en cambio, vivimos en medio de una ceguera de
valores, que ellos poseían en exceso: una lección de humildad,
para muchas generaciones que aún los recuerdan con cariño.
Béla Bartók
(1881-1945)
El nombre más importante que ha dado al mundo
la música húngara a lo largo de su historia, es sin
duda el de Béla Bartók, nacido en 1881.
Aun cuando sus primeros intentos musicales
estuvieron orientados hacia la interpretación, muy
pronto mostró sus dotes de compositor.
Entre sus principales méritos están asimismo
sus investigaciones musicales acerca del folklore
de su país, y de otros sitios, mismas que recopiló en
una admirable obra de 12 volúmenes.
Después de la Segunda Guerra Mundial buscó
refugio en Estados Unidos. Sin embargo, pasó serias
dificultades económicas, aunadas a una precaria sa
lud que lo llevó a la tumba en 1945.
Béla Bartók
(1881-1945)
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técnicas pianísticas estaban destinadas a sustituir las de Czerny
o incluso las del propio Bach… Pero su Mandarín Milagroso no
lo ayudaba, y por las noches la angustia lo hacía verter lágrimas
de desesperación.
Vivía recluido en un hotel en pleno centro de Manhattan.
Nadie lo visitaba en aquel fatídico 1945, año de la victoria de
los ejércitos aliados sobre el Eje. Y mientras tanto, él moría
poco a poco de una enfermedad incurable llamada leucemia.
Se debatía entre los amargos dolores producidos por la
hinchazón de sus articulaciones y el abandono total en que se
encontraba. Se sentía como una de las mujeres de Barba Azul,
destinadas a morir en el engaño.
Y así Béla Bartók dejaba el mundo sin ser una novedad
en la oscuridad de su cuarto de hotel barato, en la ciudad de
Nueva York.
Pero su obra logró trascender, a pesar de sus disonancias
como se le calificara en su día.
Y es que trascendió la obra del compositor, la que lo man
tiene en el pedestal de la eternidad, y no la representación de
su efímera vida sobre la Tierra.
L u d w ig va n Beethoven
(1770-1827)
Nacido en Bonn, Alemania en 1770, y proveniente
de una familia de situación económica modesta, pe
ro de rica tradición musical, Ludwig van Beethoven
es considerado como el principal precursor de la
transición del Clasicismo al Romanticismo.
Su enseñanza musical, como la sordera que lo
aquejó durante toda su vida, se presentaron a muy
temprana edad, y sin embargo esto último no fue
obstáculo para el maestro.
Su vasta obra incluye sonatas de cámara, cuar
tetos de cuerda, tríos, sonatas para violín y piano,
vocal, ópera, conciertos y sinfonías…
La parte única de su repertorio está conforma
da sin duda alguna por sus nueve sinfonías.
La “Oda a la alegría”, el poema de Schiller al
que Beethoven decidió poner música e incluirlo en
su Novena Sinfonía, fue elegida en 1985 como el
Himno de la Unión Europea.
Beethoven murió en Viena en 1827.
L u d w ig va n Beethoven
(1770-1827)
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él y malgastando el poco patrimonio de ambos. Nadie quería
acompañarlo en su soledad. Le temían… y al mismo tiempo lo
respetaban.
Cerró el sobre y se sentó por unos momentos a descan
sar… entonces comenzó a soñar… logró ver algunas notas que
saltaban libremente por el pentagrama tejiendo entre ellas
complicadas variaciones. Escuchaba con claridad los acordes
de sus sonatas, de sus tríos y sinfonías. Pensaba si acaso la misa
compuesta días atrás lo acompañaría en su muerte; pero sos
pechaba que sería la marcha fúnebre de su Tercera Sinfonía
la que sería interpretada mientras su cuerpo era enterrado…
Una y otra vez volvía a ver a su amada Leonora y cantaba
el pastoreo de una vida en el campo con plenas libertades. Sus
últimos cuartetos resonaban con una fuerza descomunal. En
ellos estaba impresa la lucha emprendida contra la adversi
dad. Se preguntaba si Miguel Ángel hubiera podido ser escul
tor o Rafael pintar esos lienzos, de haber sido ciegos… ¿Por
qué entonces el Creador lo había castigado a él, que era mú
sico, privándolo del sentido del oído?… En medio del silencio
espectral en que vivía, la música lo acompañaba resonando
fiel en lo más profundo de su conciencia, libre de toda influen
cia exterior.
Beethoven sabía que agonizaba. Que sus días estaban
contados y que finalmente se reuniría con el Señor y podría
hacerle todas las preguntas para las cuales no había hallado
jamás respuesta alguna sobre la faz de la Tierra. Tenía una
cirrosis hepática avanzada, complicada con una neumonía que
lo mantenía postrado en cama, prácticamente alucinando…
30 | J a i m e L av e n t m a n G.
Quizá padecía lupus eritematoso, pero esta enfermedad, aún
no se conocía…
Entrada la noche del último día de su vida, creyó recupe
rar el oído. Volvió a escuchar los versos de la Oda a la alegría
que en su día escribiera Schiller, compartiendo entre ambos
los ideales de una libertad verdadera…
Al morir, Beethoven dejó de sufrir. El suyo no era un su
frimiento físico. Era más bien un dolor en el alma, en lo más
profundo de su creatividad.
Y sin embargo, ¡vaya paradoja!, precisamente el ser sordo
lo hizo grande, pues aun en medio del silencio que le rodeaba,
pudo encontrar las notas que durante tantas generaciones nos
han alegrado la vida a todos nosotros.
Vincenzo Bel l ini
(1801-1835)
Nacido en 1801 en Catania, Italia, Vincenzo Bellini
aprendió música desde que era aún muy pequeño,
bajo la instrucción de su padre y de su abuelo. Con
siderado por todos como un niño con una mente
brillante, se cuenta que al año y medio de edad can
taba al estilo de Valentino Foravanti, un virtuoso
del bel canto italiano, y también se dice que compu
so su primera pieza musical a los seis años.
Más tarde siguió sus estudios en el Colegio de
San Sebastián, en Nápoles, en donde aprendió ar
monía, contrapunto y composición.
Entre su repertorio más conocido está la ópera
Norma, que permite a la soprano principal del re
pertorio interpretar uno de los grandes momentos
del género. Fue Maria Callas, quien en el siglo xx
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óperas. Ya fuera La sonámbula o Los puritanos, ellas se exigían
más en cada interpretación.
Tosía, sin embargo, cada vez con mayor frecuencia hasta
entrar en un agotamiento físico total y sentir cómo la savia de
la vida se le escapaba poco a poco. Es posible que intuyera la
presencia de la muerte. La enfermedad lo acosaba, y pese a
sus deseos, él no mejoraba. El bacilo producía enormes caver
nas en sus pulmones que poco a poco lo mataban sin conside
ración alguna.
Se parecía a su Norma. Ambos muriendo a tan tempranas
edades. Una en la hoguera mortal y el otro en la enfermedad
de la pobreza, que era la tuberculosis.
Sólo había compuesto nueve óperas y su nombre sería re
cordado en los siglos por venir.
Pero Vincenzo Bellini sabía que la vida podía ser injusta.
Aún vibraban en su corazón muchas más óperas que él pudo
haber llevado a los escenarios, si la enfermedad se lo hubiera
permitido. Sin embargo, sabía también que el destino final no
era más que el alargar o acortar lo inevitable. La Norma y La
sonámbula quedaban como muestra de su genialidad…
El bacilo finalmente ganó la batalla.
Alban Berg
(1885-1935)
Nacido en Viena en 1885, Alban Berg perteneció a
la llamada Segunda Escuela de Viena, y sus obras
están estrechamente relacionadas con la estética
expresionista.
Virtuoso, comenzó a cultivar la música desde los
15 años, cuando compuso su primera lieder. Y si bien
perteneció a la élite cultural austriaca, los últimos
años de su vida los pasó muy mal: en 1934, cuando
iba a estrenar su nueva ópera Lieder der Lulu, tuvo
un serio enfrentamiento con Erich Kleiber, quien
se encargaría de dirigir la puesta en escena; a raíz
de ello, este último prohibió que la música de Berg
se interpretara en Alemania.
Decepcionado, el compositor siguió trabajando
en su querida ópera, pero no logró verla terminada
pues murió un año después del incidente, en 1935.
Alban Berg
(1885-1935)
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Y sin embargo, luego vendría la catástrofe total. Años en
teros dedicados a una sola obra. Toda su energía depositada
en la urna de la inspiración de la cual brotaría el soldado po
bre, ejemplo de una especie que nacía para buscar precipita
damente la muerte.
Un grito de desesperación y de protesta. Un nuevo idioma
para expresarlo en sonidos disonantes que, sin embargo, años
después de su muerte, finalmente habrían de triunfar.
Recordaba a Wozzeck en su música fuerte y dominante.
En aquellas escenas que resultaban más propias de algún cé
lebre dramaturgo que de una ópera. Nadie parecía haberla
entendido.
Arnold Schönberg —su querido maestro— y Antón —a
quien había conocido en años de serias dificultades econó
micas— la reconocían como una verdadera obra de arte. Un
grito de aprobación el de ambos, entre un público que, desa
costumbrado a las armonías heterodoxas, rechazaba tanto a
la obra como a su protagonista, pero por encima de ellos, ese
público ignoraba por completo al compositor.
Tenía ya cerca de 50 años y se sentía enfermo. Sabía que
la fiebre lo acosaba, resultado de un resfrío sin aparente im
portancia, ¿o quizá era causa de la herida mal cuidada?… se
había cortado.
Lo cierto es que temblaba y los dientes le castañeaban en
tal forma, que tenía que detenerse la mandíbula con las manos
para no asustar a sus vecinos.
El frío lo invadió, aun cuando la temperatura exterior
era agradable y el sol filtraba sus cálidos rayos a través de
40 | J a i m e L av e n t m a n G.
los cristales. Sus manos estaban prácticamente congeladas y
las uñas se habían teñido de un horrible color violáceo. Los
calosfríos recorrían su cuerpo y la fiebre iba en aumento.
Nadie cuidaba de él en aquellos tan difíciles años, previos
a la gran guerra del 39. Yacía en su lecho de muerte, fallecien
do de septicemia. Alucinaba y veía a mucha gente que se aba
lanzaba sobre su cuerpo, criticando su pésimo gusto musical…
Cada uno de ellos era un Wozzeck, su primera y más célebre
ópera, y no les agradaba la obra del músico.
Sabía además, para su infortunio, que su última ópera ha
bía quedado inconclusa. Berg, que había compuesto muy po
cas obras, y dejaba la mejor de ellas sin terminar… El ángel de
la muerte se anticipó a Lulu y la obra sería terminada después
de su partida por otros compositores.
Alban Berg escribió una ópera basada en un personaje sin
gracia y sin interés, y en ello triunfó.
Lulu, una prostituta, fue su última creación. Un grito de
protesta ante el mundo vil y desquiciado que lo rodeaba…
Hector Berlioz
(1803-1869)
Amigo de Alexandre Dumas, de Víctor Hugo y de
Balzac, así como de otros grandes de las letras, el
compositor francés Hector Berlioz llegó al mundo
en 1803.
Fiel representante del Romanticismo, su músi
ca fue en su día innovadora, y por lo mismo, poco
comprendida por sus compatriotas, en buena medi
da porque incluyó en la orquesta sinfónica cuatro
grupos de metales antifonales.
Destacan en su obra, entre otras, la Sinfonía
fantástica y su Réquiem.
El 8 de marzo de 1869 Berlioz moría en París,
y sus restos fueron enterrados en el cementerio de
Montmartre.
Hector Berlioz
(1803-1869)
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Berlioz era un romántico, pero solamente Wagner, a quien
no consideraba su amigo, había afirmado que su música era
original. En cambio sus compatriotas se burlaban de él, de su
música y de las innovaciones que introdujo en su orquestación.
Pero, ¡ironías de la vida!, al paso del tiempo y sin que des
de su fría tumba lo supiera, el éxito de sus composiciones mu
sicales se volvieron una leyenda viviente.
En su cabeza vibraba aún con la misma fuerza que el día
de su estreno la sinfonía fúnebre y triunfal. ¡Sí!, Lelio se había
convertido ya en una leyenda. Su Romeo y Julieta se comentaba
entre los círculos intelectuales…
Pero Los troyanos, su gran ópera descansaba en el rincón
del olvido; y Paganini, para quien Berlioz había compuesto otra
obra musical para viola y orquesta no la pudo tocar jamás. Más
tarde, sin embargo, otros la llevarían a la merecida fama.
Los médicos no adivinaban cuál era el mal. Sus remedios
resultaban peores que la enfermedad y aun que el sufrimiento
físico.
La noche cayó lenta y los maravillosos acordes de las can
ciones que había compuesto lo arrullaban en su malestar, ese
mismo malestar que acabaría con su vida en las siguientes
horas.
Su único hijo —se acababa de enterar— había fallecido
recientemente víctima de la fiebre amarilla en las lejanas y exó
ticas tierras de Cuba. Sólo quedaban él y su Sinfonía fantástica
para el final, una sinfonía que hablaba del amor en forma pura,
en el más riguroso de los toques románticos del siglo xix. Al
final, su propio Réquiem lo acompañaría a la tumba.
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Hector Berlioz aspiró por última vez el dulce aroma que le
proporcionaba el opio, y finalmente dejó de sentir dolor. Sus
ojos se cerraron, al tiempo que su corazón dejaba de latir, y su
mente encontró por fin el descanso necesario a una vida llena
de dolor y dificultades.
Años después, la Francia burlona de su obra se humilló
ante el genio, y lo declaró “Hijo predilecto” de la patria.
Esto debió de haberle dado mucho gusto a Berlioz, y segura
mente no por haber triunfado, sino por saberse aceptado por
su propio pueblo.
Leonard Bernstein
(1918-1990)
Nacido en Lawrence, Massachussets en 1918,
Leonard Bernstein fue el primer director de orques
ta estadounidense que alcanzó el éxito y la fama
internacionales.
Muy joven comenzó a estudiar piano en la Es
cuela Garrison y en el Boston Latin School.
Entre otras, dirigió a la Orquesta Filarmónica
de Nueva York y a María Callas en la Scala de Milán.
Después de la Segunda Guerra Mundial, su
carrera musical lo llevó a la fama internacional;
hacia los años sesenta del siglo xx ofreció para un
canal de televisión de su país, una serie a la que
llamó Conciertos para jóvenes.
Bernstein compuso sinfonías y óperas, pero su
mayor éxito lo obtuvo con sus obras musicales para
el teatro.
Murió en 1990.
Leonard Bernstein
(1918-1990)
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mismos, quienes veían en él tantos dones que incluso llegaron
a hablar de su presencia diabólica.
Entre sus múltiples habilidades logró componer piezas sen
cillas y otras de mayor complejidad. Cooperó asimismo con el
teatro de Broadway y al entregar su célebre West Side Story, una
obra musical probablemente inspirada en el amor imposible entre
Romeo y Julieta, que reflejaba la problemática entre dos pan
dillas de la ciudad, se elevó para siempre a la perfección teatral.
La propia orquesta que dirigiera la memorable noche que
Walter enfermó, le ofreció el cargo de director. Era el más
joven y el primer músico nacido en su país que era reconocido
para ocupar el puesto. Llevó a la orquesta a la cumbre en sus
presentaciones y grabaciones y entre sus logros dio a conocer
la obra sinfónica de Mahler para transportarla del olvido en el
que estaba a la fama actual.
Los años transcurrieron; llegó a recibir halagos incluso del
propio presidente de su país, y fue declarado hijo pródigo de
todo pueblo sobre la Tierra.
Al paso del tiempo, la cabellera encanecía y las manos se
tornaban rugosas. Súbitamente tuvo que reconocer que el mí
nimo esfuerzo lo agotaba y le cortaba la respiración, hundién
dolo en una atroz disnea que casi le reventaba el corazón. Lo
diagnosticaron como enfisema y él, desatendiendo a sus médi
cos, continuó con su vida activa sin cejar ni un solo segundo.
Una mañana, a sus males se agregó un dolor en el costa
do y en los días subsecuentes la pérdida de peso hizo su fatal
aparición. Finalmente se supo. Tenía un cáncer de pulmón que
habría de matarlo en corto tiempo.
52 | J a i m e L av e n t m a n G.
Leonard Bernstein ya no podrá besar a la esposa del pre
sidente, ni dirigir sus conciertos educativos a la juventud es
tadounidense y del mundo. Y nosotros tampoco podremos
regocijarnos al verlo dirigir su Candide o su West Side Story.
Se extraña su fuerza interpretativa, sus enseñanzas en Tan
glewood y su música pegajosa.
Lenny ha muerto. Y desde hace tiempo… se le recuerda
con cariño.
George Bizet
(1838-1875)
Músico del Romanticismo, George Bizet nació en
París, en 1838.
Procedente de una familia de músicos, resultó
ser un niño prodigio, y cuando tenía apenas nueve
años ingresó al Conservatorio de París.
Más tarde, obtuvo el Premio de Roma, que
consistía en una beca y marchó a la capital italia
na en donde permaneció tres años. Fue ahí donde
desarrolló su talento y compuso sus mejores obras.
Aparte de este periodo de residencia en Roma,
Bizet vivió en París durante toda su vida, y ahí se
abocó de lleno a la composición.
Su obra cumbre es sin lugar a dudas su ópera
Carmen, escrita en 1875 y basada en una novela de
Prosper Merimée, su compatriota.
Bizet no tuvo ocasión de disfrutar del éxito de
Carmen, pues unos meses después de su estreno en
1875 murió en París.
George Bizet
(1838-1875)
*****
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tan novedosos por la inclusión de la flauta o el oboe, tan dife
rentes a los tradicionales instrumentos de cuerda. Pero sobre
todo, fascinaba a sus oyentes cuando la guitarra acompañaba
al conjunto, ese instrumento tan hermoso en su dulce y apaci
guado tono, que resultaba para España más preciado aún que
el oro para la corte del emperador.
Sus misas, réquiem y otras tantas piezas sacras se escucha
ban con frecuencia y el hombre gozaba de la estima de sus con
temporáneos. Incluso Haydn y Mozart hablaron a su debido
tiempo en buenos términos de su obra y el mismísimo Beethoven
en sus años mozos llegó a escucharlo en persona.
Pero un soberano muere, y en la corte el nuevo rey no siem
pre renueva el contrato de sus músicos. Entonces comienza
el peregrinaje en un mundo que exige la perfección, sin saber
compensar a aquel cuyo genio la otorga. Un Bonaparte se había
apiadado de él y le entregaba una pequeña pensión que a duras
penas servía para sobrevivir con estrechez. Ahora tenía 61 años
de edad, su salud decaía y él lo sabía. La memoria ya no era
la de antes y sus piernas lo desplazaban a un ritmo desacelerado.
Su cuerpo era frágil y con los ayunos forzados por su precaria
economía más bien parecía un cadáver viviente, sin ninguna ilu
sión por su propia existencia.
Esa mañana pulsó su amado violín, sacando del mismo
hermosas melodías que le apasionaban. Amaba el canto es
pañol, y se sentía unido a la gente de su península. La mano
flaqueaba como si las escasas fuerzas que aún podía reunir se
hubieran esfumado. Alzó la vista y sintió una vez más un vér
tigo que lo postró en plena calle. El cólico en el abdomen le
66 | J a i m e L av e n t m a n G.
recordó la flaqueza del ser humano y la sensación de hambre
le dejó un enorme vacío en el cuerpo y en el alma. Se recostó en
el arenoso suelo de Madrid y con el sol calentando su cuerpo,
lo entregó junto con su alma al Creador.
Alguien que al pasar lo reconoció preguntó ingenuamente…
—¿De qué habrá muerto Boccherini?…
La dolorosa verdad es que murió de hambre y de pobreza.
Y lamentablemente su fin fue la forma en que el mundo agra
deció al músico sus esfuerzos…
A l e x a n d e r P. B o r o d i n
(1833-1887)
Nacido en San Petersburgo, Rusia, en 1833, Alexan
der Borodin, distinguido químico, es también un re
conocido compositor ruso.
Hacia 1869 comenzó a escribir su ópera Príncipe
Igor, la obra maestra que dejara inconclusa cuando
a sus 54 años lo sorprendió la muerte.
Korsakov, fiel amigo e integrante del Grupo de
los Cinco, al que también pertenecía Alexander, se
dio a la tarea de completarla.
Los restos de Borodin descansan en el cemen
terio de Tijuin del Monasterio Alexander Nevsky,
en San Petersburgo.
A l e x a n d e r P. B o r o d i n
(1833-1887)
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Aquella noche de 1887 asistió a un baile que resultó fatí
dico en su corta y productiva vida. Quizá presentía que algo
estaba por suceder. En medio del sudor que provocaba la an
gustia de no sentirse bien, de pronto creyó ver bailando a los
personajes de Príncipe Igor, su querida ópera, la composición
que tras su muerte lo acabaría de llevar a la fama.
Como el nacionalista que había mostrado ser, la fuente de
inspiración de Borodin al escribir su ópera la encontró en El
cantar de las huestes de Igor, una legendaria epopeya rusa que
data del siglo xii.
Ya en aquel baile parecía que mientras los personajes gira
ban se acercaban a él y le susurraban secretos que ni él mismo
creía conocer. Todos le preguntaban acerca de su extrema pa
lidez y su mal semblante.
Al filo de la medianoche creyó ver venir hacia él a Igor Suys
tolavich, príncipe de Seversk, y protagonista del melodrama.
Durante algunos minutos ambos discutieron acerca del fu
turo que tendría la ópera rusa: de la fastuosidad de Glinka, nada
menos que el fundador de la escuela de música nacionalista del
país; pero también recordaron otras óperas, como las de Rim
sky, con esa excelente orquestación que sería la envidia de sus
contemporáneos. Y sobre todos, ellos lo sabían, en medio del
repertorio ruso estaban las obras maestras de Mussorgsky.
De pronto, el príncipe Igor preguntó a Borodin, qué era lo
que menos le gustaba de su gran ópera… El maestro se quedó
pensativo y no pudo contestar. Sabía muy bien qué era lo que
más le gustaba, pero en verdad en su trabajo no había nada
que le disgustara.
72 | J a i m e L av e n t m a n G.
Súbitamente, en medio del baile comenzó a sentir que se
le salía el corazón. Una nueva arritmia lo acosaba, pero esta
vez resultó tan violenta y maligna que lo tiró al suelo y le cortó
la vida entre la algarabía de la música no rusa que tanto detes
taba, y que en ese momento amenizaba el baile.
El príncipe Igor recordaba las danzas polovtzianas de la
grandiosa ópera y supuso que algo tenían que ver con que su
amo hubiera muerto a la mitad de un baile.
Sea como fuera, la obra del compositor es eterna, a dife
rencia del músico…
Johannes Brahms
(1833-1897)
Nacido en Hamburgo en 1833, Johannes Brahms
fue un pianista y compositor perteneciente al pleno
Romanticismo.
Desde muy temprana edad se reveló como un
gran pianista adelantado, por lo que contribuyó a
los ingresos familiares con el dinero que ganaba im
partiendo clases y tocando el piano en restaurantes
y bares.
Su música combina lo mejor de los estilos clá
sico y romántico.
A diferencia de sus contemporáneos, Brahms
rechazó el uso de nuevos efectos armónicos, así
como los cromatismos, los que solamente utilizaba
para destacar los matices estructurales internos de
la obra.
Murió en Viena en 1897.
Johannes Brahms
(1833-1897)
– 77 –
siguiente, su ciudad eventualmente perdería su hegemonía
cultural y aun su identidad. Se aproximaba el final de un im
perio. Recordaba aquel día en que siendo aún muy joven, fue
recibido en casa de Schumann a quien le mostró sus primeros
esbozos de composición, y con los que obtuvo la aprobación
total del maestro. Mientras este último quedaba fascinado por
el joven, éste a su vez se enamoraba perdidamente de Clara,
la esposa de Schumann. Un amor platónico, que sólo logró
vencer la muerte.
Y precisamente ese día regresaba de la tumba de su amada.
Aquella que lo había apoyado siempre sin condiciones, y que
también lo animó a convertirse en el compositor que ahora era.
La extrañaba, y su corazón latía con ritmo irregular, como un
último aguijón de amor que se clavaba dentro de él.
La náusea lo invadía las 24 horas del día. Su malestar era
ya incontenible y pudo notar cómo su abdomen de por sí vo
luminoso, cada vez crecía más. Tenía escozor en el cuerpo y la
orina se había teñido del mismo color que el aromático café que
disfrutaba cada mañana. Estaba preocupado. Pensaba visitar al
gran Billroth, su amigo de siempre, para averiguar qué sucedía.
El apetito desapareció y el asco aumentó, y la piel fue ad
quiriendo un color diferente, cada vez más de enfermo, como
él mismo decía. Es ictericia, le explicaron sus médicos, y con
ello borraron la esperanza de poder vivir.
A menos de un año de que Clara falleciera, llevándose a
la tumba el amor no correspondido a Brahms, éste la seguía
al más allá, fiel a sus ideas, a su modo de vida, a su soltería
empedernida y a su música de tonos clásicos que cerraría para
78 | J a i m e L av e n t m a n G.
siempre el capítulo de la monarquía en Austria y de las melo
días que lo acompañaban.
Brahms fallecía a causa de un mal hepático, sin que se sepa
a ciencia cierta la causa o el origen del mismo.
Pero lo que sí sabemos bien, es que Johannes murió de
tristeza al ver que su amada ya no estaría más con él y que él
no podría estar más sin ella…
Enrico Caruso
(1873-1921)
Nacido en Nápoles en 1873, Caruso ha sido uno de
los tenores italianos más famosos de la historia de la
ópera y el cantante más popular de los últimos años
del siglo xix.
Caruso fue uno de los pioneros de la música
grabada. En 1902 apareció su primer disco, Vesti la
giubba, del que vendió un millón de copias.
Entre su repertorio se encuentran más de 60
óperas y 500 canciones, que interpretó en diver
sos sitios de fama internacional, como la Scala de
Milán, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Covent
Garden de Londres… algunas de ellas dirigidas por
Toscanini.
Caruso murió en su ciudad natal en 1921.
Enrico Caruso
(1873-1921)
– 83 –
llevado a cabo sin interrupción y había llegado a ser recono
cido como el tenor más prolífico en la historia de la música, y
el primero en dejar grabada su hermosa voz para la eternidad.
Días de gloria y de estima por un público que le reverenciaba
aún ahora que su voz había madurado y tenía un toque ligera
mente más grave.
La fiebre le acometía por momentos y sentía cómo hervía
la sangre en su pecho. Por segundos le llegó a faltar el aire…,
a él, tenor lírico y dramático, lo que anunció irremediable
mente el final de su carrera. Tenía dolor al inspirar y sospe
chaba una pleuresía, aunque los médicos le habían diagnosti
cado otras enfermedades. Ahora, el calor y el rubor ascendían
por su cuerpo produciéndole calosfríos tanto en la piel como
en el espíritu.
El papel de Eleazar exigía demasiado de un tenor. Y sin
embargo le fascinaba. Halevy había escrito aquellas arias, pen
sando en él, y él no estaba dispuesto a defraudar a nadie. Ad
miraba las exigencias que el papel de Raquel demandaban a la
soprano. Ambos morían envueltos en llamas en el trágico final
de la obra, tan trágica como la injusticia en el hombre que no
puede valorar el papel de la vida sobre el de la muerte.
Enrico Caruso, a unos días de su muerte por una neumo
nía y pleuresía no diagnosticadas a tiempo, se preparaba para
el último papel de su carrera operística: el de Eleazar, el padre
de Raquel…
Hombre de múltiples anécdotas, artífice de la caricatura
que sólo incrementaba su fama, sentía un terrible cansancio al
final de su vida operística…
8 4 | J a i m e L av e n t m a n G.
Me pregunto si Caruso sabía que Eleazar representaría su
último papel… Debo pensar que lo sospechaba. ¿Al regresar a
su amada Italia iría silbando las arias que tanto amaba de cada
una de las óperas que lo lanzaran a la fama?
Caruso, el hombre de la voz aterciopelada era víctima de
una bacteria que acabó de tajo con su portentosa caja vocal…
Y después de eso… qué nos queda por decir…
Pa b l o C a s a l s
(1876-1973)
Reconocido como el mejor violonchelista de todos
los tiempos, Pablo Casals nació en Tarragona, Es
paña, en 1876.
Casals fue asimismo director de orquesta y com
positor, y rescató algunas suites para violonchelo de
Johann Sebastian Bach, que eran poco conocidas.
Además de músico destacó por su defensa por
la paz, de tal forma que incluso fue nominado para
recibir el Premio Nobel, aunque no lo logró.
Exiliado en Puerto Rico, al morir en 1973 fue
enterrado ahí, pero en 1979 sus restos fueron tras
ladados al cementerio de Vendrell, en Tarragona.
En el centro de Vendrell, hoy en día es posible
visitar la Fundación Casals.
Pa b l o C a s a l s
(1876-1973)
– 89 –
tertulias en las tabernas del pueblo, acompañado de hombres
sencillos, trabajadores del campo y de la montaña.
Al estallar la nefasta Guerra Civil y los republicanos fue
ran derrotados, el maestro salió del país y juró que nunca más
volvería a poner un pie en España; y nunca falló a tan fatal
designio.
Catalán por excelencia como su amigo Picasso, Casals lle
no de una sensibilidad que brotaba como un fruto mágico en
esa región del mundo, se sacudió la pereza y a sus jóvenes 96
años de edad, volvió como por arte de magia a su chelo.
Lo tocó con la maestría de siempre y su Bach llenó súbita
mente la estancia. Había un nuevo ritmo en la interpretación,
adquirido después de tantos años de experiencia. Casals sentía
la muerte sobre su cuerpo y suponía que estaba gravemente
enfermo. Y pensaba también en cuán irónica era la situación.
El viejo, que era él, iba a morir precisamente por viejo…
De este artista tenemos la suerte de poder escuchar sus
interpretaciones, mismas que dejara grabadas durante varias
décadas. De una juventud fogosa a una vejez placentera, algo
jamás cambió: la calidad de su sonido y la veracidad de su
interpretación…
Y eso, él lo sabía de antemano.
Ernest Chausson
(1855-1899)
Ernest Chausson nació en París, en 1855.
Influido principalmente por César Franck y Ri
chard Wagner, entre su obra relativamente corta des
taca su Poème para violín y orquesta, compuesto hacia
1896.
Chausson estudió música en el Conservatorio de
París y más tarde fungió como secretario de la Societé
Nationale de Musique, en Francia.
Murió en Lima, cerca de Mantes, en 1899.
Ernest Chausson
(1855-1899)
Era feliz cuando podía correr por los campos, mientras soña
ba si podría alcanzar una velocidad tal, que desafiando a Dios
mismo, lograra romper las barreras del estancamiento. Tenía
44 años y vivía el último año del siglo xix.
Pronto un nuevo milenio daría comienzo, y su música
empezaba a dominar en Francia. Se le comparaba con César
Franck, con Jules Massenet y hasta con el mismísimo demonio
de Debussy. Sus obras eran interpretadas con frecuencia y sus
óperas, si bien no lograron conquistar al público, sí ejercieron
sobre él mismo cierta fascinación.
Ese día montó en su bicicleta y se lanzó por las veredas de
los bosques que rodeaban París, y lo hizo a una velocidad que
parecía contradecir las propias leyes de la naturaleza.
Iba soñando, como era su costumbre. Las melodías se fu
sionaban en su mente al tiempo que las coreaba a todo pul
món, tomando a la campiña misma como el escenario de la
ópera de París. Tarareaba las notas de su sinfonía, y del poema
para violín que lo inmortalizaría…
– 93 –
Pero sobre todo, y lo más importante, es que era feliz.
Nuevos planes revoloteaban en su mente a la misma velocidad
que el endemoniado aparato en el que iba montado.
No vio la pared… No pudo frenar y en esa vorágine fue
lanzado a la aventura que nos enfrenta con la batalla más te
mible: la de muerte. Su cabeza se estrelló contra la muralla, y
en ese mismo instante perdió el conocimiento y la vida.
Y me pregunto si Ernest Chausson, el músico de vanguardia,
montado en su bicicleta fue acaso la primera víctima de un
accidente en un vehículo de propulsión. Su probable hema
toma intraparenquimatoso, sólo representó con la velocidad
con que lo mató, el adiós a un siglo de tranquilidad y la mala
bienvenida, a un nuevo mundo motorizado y de múltiples
traumatismos cráneoencefálicos.
Quizá podríamos decir que Chausson fue una víctima de la
civilización, y que en su prisa por encontrar la velocidad adecua
da a su inquietud, murió a una edad temprana en que la mayoría
de la gente apenas comienza a frenar sus propios impulsos…
F r é d é r i c C h o pi n
(1810-1849)
Considerado como el más grande compositor po
laco de todos los tiempos, Frédéric Chopin, nacido
en 1810, es también uno de los pianistas más impor
tantes de la historia.
Sin duda han sido su perfecta técnica y su refi
namiento estilístico lo que le valieron un lugar per
durable en el terreno de la música.
La mayor parte de su obra fue escrita para piano
solo, aun cuando llegó a componer algunas piezas
de cámara y vocal.
Exiliado en París, Chopin murió en octubre de
1849 a los 39 años de edad.
F r é d é r i c C h o pi n
(1810-1849)
– 97 –
mujer amada, a su adorada Aurore, y la inspiración para com
poner música.
Lo animaba un poco el que Liszt lo llamara el genio más
original del piano del siglo xix… Cómo adoraba tocar esa mú
sica de virajes cortos, de una sensibilidad enfermiza y de un
patriotismo baratero…
Sabía que agonizaba lentamente, consumido por una avan
zada tuberculosis, y que no había cura para su mal. Sabía tam
bién que muy pronto moriría como un extranjero, en tierras
extrañas y alejado de su querida Polonia.
Estaría solo, sin ella y sin los músicos. Ya no habría más es
tudios, preludios, mazurcas, valses… ni sus adoradas polonesas.
*****
– 101 –
en ser comprendida cuando se le sometía a novedosos expe
rimentos y a traspasar nuevas fronteras? ¿Es acaso el oído
del hombre tan torpe —se cuestionaba hasta la tortura— que
frente a la vista, siempre ha de ir a la retaguardia?…
Y día con día su dolor se acrecentaba. El apetito de antaño
había quedado en el olvido, lo mismo para las viandas que
para las mujeres. Sus ojos soñadores, habían perdido la chispa
y en su lugar habían aparecido dos enormes ojeras que los
rodeaban, otorgándole un aspecto verdaderamente patético.
Sus manos se movían sin un ápice de coordinación, y su
mente estaba perdida en un mundo de drogas, que al aliviar
su dolor físico lo hundían en lo más desalmado que podía per
turbar al ser humano: la total apatía.
El cáncer avanzaba y Debussy retrocedía. Las melodías de
su única ópera no lograban emocionarlo. Las nubes y nocturnos
de sus poemas sinfónicos se perdían en el mundo de la indife
rencia. Lo que más le aquejaba, sin embargo, era el no poder
asimilar al mar dentro de él, como siempre lo había podido
hacer… y pese a que la orquesta afinaba perfectamente y repe
tía las notas musicales, la espuma y la fuerza del océano embra
vecido no lograban despertar sentimiento alguno en su dolor.
Finalmente, Claude Debussy moría en 1918, casi al térmi
no de la gran guerra, con su amor a Francia intacto y una vez
más pasando totalmente desapercibido.
Desde el día que escuché por primera vez el poema sinfó
nico El mar, sus tonalidades quedaron plasmadas para siempre
en mi oído, y no en mi vista.
G a e ta n o D o n i z e t t i
(1797-1848)
Nacido en 1797 en Bérgamo, Italia, Gaetano Do
nizetti pasó a la posteridad principalmente por su
vasta obra operística.
Proveniente de una familia humilde y sin ningún
tipo de tradición musical, comenzó a tomar clases
con Johann Simon Mayr, párroco de la iglesia prin
cipal de Bérgamo y conocido compositor de óperas.
Poco después, su mentor obtuvo para él una
beca para estudiar artes de fuga y contrapunto, y
entonces pudo mostrar su enorme talento.
Cuando escribió su cuarta ópera, impresionó a
Domenico Barbaia, un administrador de teatros que
le ofreció un contrato para componer en Nápoles.
Los viajes por Italia y Francia siguieron, y si bien
Donizetti logró escribir sus 75 óperas en tan sólo 12
años, la fama le llegó hasta que se estrenaron las
más conocidas: Ana Bolena, Don Pasquale y Lucía
de Lammermoor, sin duda alguna la más famosa de
todas.
Donizetti murió en 1848 en Bérgamo, su ciudad
natal.
G a e ta n o D o n i z e t t i
(1797-1848)
– 105 –
de la locura como un ensayo trágico para la escena final que
ahora tocaba vivir al compositor. Recordaba sus óperas y por
momentos realidad y fantasía se unían sin saber dónde comen
zaba una y terminaba la otra.
Fue entonces cuando Gaetano Donizetti retomó la hoja
con el pentagrama y del fondo de su creatividad extrajo delica
damente nuevos cantos y también nuevas entonaciones. Movía
los brazos sin parar, dirigiendo a músicos y cantantes que sólo
existían en su ferviente imaginación. Él, cuya fecundidad era
interminable, ahora sucumbía lentamente a los efectos de una
infección maléfica. Su voz gritaba las incoherencias por encima de
los barrotes de su celda, trascendiendo las fronteras del mani
comio que lo escuchaba. Él, cuya escena más recordada era la
locura misma de su personaje, moría contagiado por la misma…
Ironías de un compositor de óperas…
Jacqueline du Pré
(1945-1987)
Nacida en 1945 en Oxford, Inglaterra, Jacqueline
du Pré ha sido considerada como una gran concer
tista de violonchelo, instrumento que su madre Iris
le enseñó a tocar a los cuatro años de edad. Al poco
tiempo fue a estudiar música a Londres; a los 10
años ganó un concurso musical, y a los 12 ofreció
su primer concierto en la bbc de Londres. Poste
riormente viajó por París para estudiar con Paul
Tortelier; se trasladó también a Rusia, donde tuvo
como maestro a Rostropovich, y finalmente fue a
Suiza, en donde tomó clases de violonchelo con
Pablo Casals.
En 1965 interpretó el Concierto para chelo
de Edward Elgar junto con la Orquesta Sinfónica de
Londres, bajo la dirección de John Barbirolli, y
para su interpretación utilizó un Stradivarius de
1712.
En 1976, los méritos de su trabajo musical le
valieron la condecoración de la Orden del Imperio
Británico.
Jacqueline du Pré murió en Londres en 1987 a
los 42 años de edad.
Jacqueline du Pré
(1945-1987)
– 109 –
podía sucederle ya estaba con ella. Había comenzado a perder la
coordinación de sus prolongados y finos dedos; los sentía muer
tos y entumidos, tal como se los había descrito a sus médicos. No
podía apreciar más el vibrar de las cuerdas, y con ello, el chelo
desafinaba y era colocado lejos de ella, en un rincón, como un
recuerdo más junto a los trofeos y las fotos de sus admiradores.
Sólo le quedaban las llamadas telefónicas de su esposo.
Esclerosis múltiple, fue el nombre que los médicos final
mente dieron a su enfermedad, sumiéndola en un mundo des
conocido, lleno de dudas, dolor y desesperanza. Ya no podría
ser acompañada al piano por Barenboim, tampoco estaría Perl
man a su lado para tocar el violín.
Ella simplemente pasaría los días escuchando sus propias
grabaciones, para que un día, en la flor de la vida, a sus 42 años,
su corazón dejara de latir, al tiempo que las cuerdas de su
chelo hacían lo mismo, ambos unidos en una batalla desigual,
en la que ella mostrara una entereza y madurez poco caracte
rísticas de sus primeros años.
Jaqueline du Pré moría en Londres, bajo la neblina de una
ciudad fría, en el apogeo de su propia fama como intérprete.
¿Será posible que en el infinito desconocido el sentido de
la vibración regrese a su alma y el Señor pueda deleitarse con
su música en las esferas celestiales?
E d wa r d E l g a r
(1857-1934)
Compositor británico nacido en 1857, Edward El
gar se distinguió por sus oratorios, música de cámara,
sinfonías y conciertos instrumentales.
Hijo de un próspero comerciante de música, su
padre era también pianista.
Elgar comenzó su carrera musical dando clases
de piano y violín, y fue nombrado maestro de mú
sica real. A los 42 años de edad estrenó en Londres
su primer trabajo orquestal, y ello lo situó como el
compositor británico más prominente de su tiempo.
Elgar es bien conocido por marchas como Pompa
y circunstancia, la cual obtuvo un éxito fenomenal en
Estados Unidos.
Al final de su vida dejó inconclusa otra ópera,
a la que había bautizado como La señora española.
Edward Elgar murió en 1934.
E d wa r d E l g a r
(1857-1934)
– 113 –
del cariño que su gente le manifestaba. Esto mismo resultaba
un terrible enigma que él no tenía intenciones de descifrar.
Y aquello que todos desconocían, incluyendo su propia
persona, es que una enfermedad mortal lo acechaba de tiem
po atrás para cortarle no sólo la inspiración, sino también el
coraje de seguir adelante. El apetito se había esfumado y los
paseos por la hermosa campiña inglesa eran solamente un re
cuerdo en su mente, la cual por cierto, día tras día olvidaba
más de lo que podía recordar.
Pasaba largos días y noches enteras en vela, tratando de
resolver los problemas armónicos de su sinfonía, la cual even
tualmente quedaría inconclusa. Pero a diferencia de lo que
ocurrió con la de Schubert, la suya no constaría siquiera de
dos movimientos bien estructurados. Sentía que defraudaba
a quienes en su momento habían puesto su fe en él. Se pre
guntaba si tendría el tiempo y la capacidad suficientes para
acometer la tarea impuesta, y para ambos interrogantes la res
puesta irremediable parecía ser un rotundo no. Como buen
conocedor de la capacidad humana, sabía que subir al acan
tilado más elevado sólo obligaba a que la caída del sitio fuera
más rápida y dolorosa.
El cáncer lo consumía lentamente. El pueblo inglés, cuya
paciencia era mundialmente respetada, esperaba que Sir Ed
ward Elgar volviera a tomar la pluma mágica y escribiera notas
equiparables a esas obras anteriores que habían sido juzgadas
como absolutamente magníficas. En ellos no había dudas. El
maestro recibía diariamente notas de aliento para no ceder en
la lucha.
11 4 | J a i m e L av e n t m a n G.
Elgar fallecería antes de que su amada Inglaterra se viera
involucrada en la Segunda Guerra Mundial. Ese dolor le fue
evitado. Su país le brindaría los honores respectivos a su jerar
quía musical. La tercera sinfonía quedó en proyecto, pero sus
obras anteriores, de espíritu netamente británico, lo coloca
ron en la lista de inmortales de su patria.
Al final, Elgar ganó la última batalla, la de la inmortalidad
de su música.
Manuel de Fa l l a
(1876-1946)
Nacido en Cádiz, al sur de España, en 1876, Manuel
de Falla junto con Isaac Albéniz y Enrique Grana
dos está entre los músicos más importantes de la
primera mitad del siglo xx español.
Proveniente de una familia de músicos por par
te de madre, Falla aprendió a distinguir los acordes
musicales a los nueve años, pero su vocación se de
finió cuando asistió a un concierto de Edvard Grieg.
Entonces los sonidos de la música lo transportaron
definitivamente al que en adelante sería su mundo.
Muy pronto, sus raíces andaluzas lo llevarían a
sentir un profundo amor por el flamenco, y desde
luego también por el cante jondo. Pero como a mu
chos de sus compatriotas, la Guerra Civil lo obligó
al exilio y optó por refugiarse en Argentina, pese a
que el propio Franco le pidió que volviera a España.
Su obra quedó inconclusa, así como también el
regreso a su tierra, aun cuando sus restos sí volvie
ron, para ser enterrados, previo permiso del papa
Pío XII, en la cripta de la catedral de su ciudad natal.
Manuel de Fa l l a
(1876-1946)
– 119 –
como la de España. Manuel era un hombre enamorado de la
vida y de las mujeres. Pero sobre todo, dedicado a la danza.
La vorágine en las pisadas de las bailarinas contrastaba
con su corazón herido por la metralla que es la vejez, y por
el inconsolable sentimiento de añoranza. Era un nostálgico y
deseaba rescatar su juventud, como un moderno Fausto del si
glo xx. Estaba dispuesto a vender su alma al Diablo si con ello
pudiera regresar a los tiempos que precedieron a la terrible
Guerra Civil que azotó su país.
Y en medio de su intranquilidad, las arritmias habían rea
parecido hasta hacerlo perder el sentido; lo golpeaban con la
misma fuerza que lo hacía su tierra adoptiva.
Quiero imaginar que en ese momento una hermosa mujer
lo levantó del suelo, limpió sus ropas con esmero y con cuida
do alisó su cabello. Su falda de grandes holanes se mecía libre
al aire. Y él, al verse joven una vez más, sintió que sus piernas
volvían a obedecerle y la sensación de opresión en su pecho
desaparecía como por arte de magia…
Manuel de Falla formaba parte del amor brujo, la esencia
del baile sinfónico. El duende lo envolvía perseverantemente.
Y la gente comentaba lo extraño que resultaba que precisa
mente a él, una falla en su corazón lo hubiera matado.
Esas son las indiscreciones de la vida.
J o h n Fi e l d
(1782-1837)
Nacido en Dublín en 1782, John Field fue un com
positor y pianista que se dio a conocer principal
mente por ser el primer creador de nocturnos.
Sus primeros estudios musicales se deben a su
abuelo paterno, del mismo nombre, quien era un
afamado violinista, y esa misma profesión la ejercía
también su padre.
Al paso del tiempo su familia se trasladó a Lon
dres, donde recibió clases de piano y sus interpre
taciones le valieron la crítica favorable de Joseph
Haydn.
Field escribió un total de siete conciertos, y el
primero de ellos lo presentó cuando tenía tan sólo
17 años. Su primer conjunto de sonatas las compuso
para Muzio Clementi, también compositor y cons
tructor de pianos, y cuando este último se trasladó
a Rusia, Field lo acompañó y consolidó su propia
carrera como concertista en San Petersburgo. Pos
teriormente se fue a vivir a Moscú, donde murió en
1837.
J o h n Fi e l d
(1782-1837)
– 123 –
Sus sonatas y sus siete conciertos para piano formaban ya
parte de su acervo musical y ahora estaba absorto componien
do las pequeñas joyas pianísticas que le darían la fama eterna.
Música delicada sin lo portentoso de Liszt o el nacionalismo de
Chopin; música inspirada en las noches de su amada Irlanda.
Estaba preocupado. Había comenzado a perder peso en
forma por demás alarmante y su apetito se había esfumado.
Una impresionante pereza intestinal lo había invadido y no
importaban los remedios que usara: no lograba vencerla. Al
examinarlo, su médico había notado un “crecimiento” que no
supo como calificar. Después vendrían los cólicos y los sangra
dos, hasta postrarlo en cama con crueles dolores…
Días antes, de pie, en alguno de los puentes que atravesa
ban el río Moskva, sentía que el frío lo partía en dos y su frágil
cuerpo se mecía al compás del viento que soplaba caprichosa
mente. Intuía que muy pronto moriría. El cáncer rectal había
crecido en tal forma, que le había ocasionado una obstrucción
total y fatal…
John Field miró en las gélidas aguas que en su mente re
flejaban su querida Dublín, de calles estrechas, con casas de
techo de dos aguas, amontonadas una encima de la otra. Re
cordó en ese momento sus pequeñas piezas para el piano…
Escuchaba la música en la oscuridad. En su soplo final
de vida supo que su música había triunfado. John Field, el
irlandés, moría en la congelada Rusia, alejado del calor de
su patria.
Sólo sus nocturnos se escaparon de la ignominia total…
George Gershwin
(1898-1937)
Nacido en Brooklyn, Nueva York, George Gershwin,
cuyo verdadero nombre era Jacob Gershovitz fue un
célebre compositor de música clásica y popular.
Gershwin fue el primer maestro que logró emitir
una voz inequívocamente autóctona en su natal Esta
dos Unidos, donde tradicionalmente y hasta el final
de la Primera Guerra Mundial, la música había de
pendido de las modas y tendencias de los europeos.
Pero su genio musical fue más lejos, y Gershwin
logró conquistar el éxito más allá de las fronteras
de su patria, entre otras cosas, por la habilidad que
tuvo al lograr sintetizar elementos provenientes de
la tradición clásica con notas de jazz.
George Gershwin murió en Beverly Hills, Cali
fornia, en 1937.
George Gershwin
(1898-1937)
– 131 –
eran tropicales, y su ópera de escenas campestres se desarro
llaba en la hermosa Cuba, así como las melodías de origen
portugués y brasileño, en donde su genio parecía dominar por
completo a la melodía y la armonía.
Viajero incansable, parecía llevar la música y sus ritmos
en la alforja de su mente y de su ser. Sabía cómo exprimir su
esencia en cada momento, sin descansar, en una actividad fe
bril que podría postrar a otro en el cansancio mundano que a
él al parecer jamás le afectaba.
La noche de los trópicos moldeó su semblante y le dejó
saber cómo había desperdiciado su propia vida en aras del
placer y la lujuria. Mas esto parecía serle indiferente y consi
deraba que lo vivido, vivido estaba, y ante esa verdad lo demás
resultaba superfluo. Toda la música que alguna vez brotara
del genio de este compositor de origen estadounidense pare
cía fundirse en el instante en que recordaba sus andanzas y
sus logros. Por primera vez en una vida de desenfreno Louis
Gottschalk se sintió cansado y cerró los ojos ante su destino y
su futuro.
La música resonó con fuerza en la bahía de Río de Janeiro.
Las mulatas bailaban con atrevimiento frente a sus ojos, con
torneando sus figuras al ritmo de melodías compuestas por él.
Supo que el devenir de su vida se enfrentaba a su persona. La
Guerra Civil que asolaba a su país había finalizado y la escla
vitud había sido abolida.
La carta llegó a sus manos. En ella le informaban del co
barde asesinato del presidente Abraham Lincoln. Y fue enton
ces, cuando en un arrebato de patriotismo escribió la música
132 | J a i m e L av e n t m a n G.
que le colocó entre los hijos predilectos de su nación. Dejó para
siempre en el olvido la vida de desgaste emocional que llevaba
y se dispuso a componer todo aquello que lo volvería inmortal.
Ahora yace enterrado en el suelo de su querida Nueva
Orleans, la ciudad que mejor fundía la esencia latina y el des
enfreno africano mezclándose en la hermosa combinación de
sonidos que finalmente él lograría fusionar en su obra musical.
Y así, como ocurrió a su querido presidente que cumplió
con la tarea asignada, él también apaciguó sus errores, y en sus
melodías se ganó el corazón del pueblo.
Louis Gottschalk murió después del deterioro que trae con
sigo una vida desenfrenada. Si Liszt se refugió en la religión,
Gottschalk lo hizo en el patriotismo…Y ambos cumplieron.
Charles Gounod
(1818-1893)
Uno de los más prolíficos compositores franceses
y autor de óperas y música sacra, Charles Gounod,
llegó al mundo en 1818.
Su música influyó a Bizet y a Saint-Säens, en
tre otros, y se le reconoce como autor del Himno
al Vaticano.
Quizá lo más importante de este célebre com
positor es que, en su día, supo contrarrestar la ava
salladora influencia wagneriana, presente en la
mayor parte de sus contemporáneos, para mostrar
nuevas tendencias musicales.
Charles Gounod
(1818-1893)
– 137 –
vida a esos personajes encerrados en las páginas de las grandes
obras… Ahora cantaban y expresaban con arte sus desventuras…
Yacía en cama después de haber sufrido un ataque maldi
to que lo lanzara de bruces a la total inconsciencia. Una he
morragia cerebral y Charles Gounod, el cantor de las obras
clásicas supo que iba a morir… Se preguntaba si un coro de
ángeles se adelantaría al juicio eterno y su alma sería redimida,
tal como le había ocurrido a Fausto.
Al día siguiente, una multitud en París acompañó a Gounod
en su viaje final. Si el hombre fuera un ser inmortal podría seguir
componiendo obras magistrales durante toda una eternidad…
La vida es corta y la creación de cada artista es efímera…
El arte de la ópera se sublima para mostrar en la tragicomedia
de una escena lo endeble que suele ser la vida misma…
Enrique Granados
(1867-1916)
Nacido en Lérida, provincia de Cataluña, en 1867,
Enrique Granados es considerado uno de los músi
cos nacionales españoles.
Muy joven ganó un primer premio de interpre
tación con la Sonata en sol menor de Schumann, y en
1887 se mudó a París, en donde consolidó su amistad
con Albéniz, Fauré, Debussy y algunos otros músicos.
A su regreso a Barcelona en 1889, cuando con
taba tan sólo con 22 años, comenzó a interpretar
sus propias obras, lo que le valió ir cobrando una
fama cada vez mayor.
Más tarde, estrenó en Madrid su ópera María
del Carmen, y la reina María Cristina lo distinguió
con la Cruz de Carlos III.
Fue en 1900 cuando Granados fundó en Barce
lona la Sociedad de Conciertos Clásicos y la Acade
mia Granados.
Una pieza fundamental en su obra para piano
es la suite Goyescas, inspirada en las pinturas de
Francisco de Goya y Lucientes, que cinco años des
pués de haberse estrenado fue adaptada y transfor
mada en ópera.
Ese mismo año se presentó en el Metropolitan
de Nueva York. Viajó también a Washington y tuvo
ocasión de ofrecer un recital en la Casa Blanca, an
te el presidente Wilson.
Granados murió en 1916 en el Canal de la
Mancha.
Enrique Granados
(1867-1916)
– 1 41 –
Aquella tarde, Enrique Granados soñaba con el espacio
infinito que nos sitúa en el seno mismo del universo. El cielo
contrastaba en su inmensidad con el océano de superficies tur
bulentas y profundidades de increíble tranquilidad.
Su mirada atenta logró divisar en un instante su futuro. A
lo lejos, saliendo de las profundidades del mar, un ojo maligno
apareció llevando consigo una estela de muerte. Tomó de la
mano a su esposa y la apretó fuertemente contra su pecho co
mo quien anticipa algo irremediable. El periscopio despareció
bajo las aguas y un cometa comenzó a acercarse a babor a una
velocidad endemoniada. No pudo siquiera gritar. El torpedo
estalló bajo ambos en un segundo y con ello llevó a la pareja
de enamorados al fondo mismo del mar, donde el silencio se
pulcral los envolvió para siempre.
Pero él, que aparentemente se logró salvar, al notar la au
sencia de su querida Amparo se lanzó al mar en busca de ella,
para morir juntos en un encuentro en la eternidad.
Muertos por una más de las guerras inútiles que han aso
lado a la humanidad.
E d wa r d G r i e g
(1843-1907)
Pianista y compositor noruego nacido en 1843, Ed
ward Grieg destacó principalmente por sus obras
así como por su música complementaria, encargada
por Henrik Ibsen para su drama Peer Gynt.
Grieg creció en un ambiente musical. Su ma
dre fue su primera profesora de piano, y conoció
de cerca al legendario violinista noruego Ole Bull,
amigo de la familia.
Y fue precisamente Bull quien descubrió su ta
lento y convenció a sus padres de que lo enviaran a
estudiar al Conservatorio de Leipzig.
Grieg ofreció su primer concierto en Bergen,
su ciudad natal y en 1863 fue a Copenhague, Dina
marca, donde permaneció tres años. Fue director
musical de la Orquesta Filarmónica de Bergen de
1880 a 1882.
Actualmente es considerado como un compo
sitor nacionalista, inspirado en danzas y canciones
populares noruegas.
Edward Grieg murió en 1907.
E d wa r d G r i e g
(1843-1907)
– 1 45 –
de sus médicos, acababa de cumplir 64 años de edad. Sabía
que no era un ejemplo vivo de salud, como se lo anunciaban
sus frecuentes taquicardias y arritmias. Sufría de una severa
angina de pecho que por momentos truncaba su respiración
y le producía un agudo dolor que cada vez predestinaba más
cercana su muerte. Este día en particular había sido malo, y
los dolores eran cada vez más frecuentes. Deseaba no prestar
les atención y dedicarse a vivir más relajado.
Nina seguía cantando sus canciones y él soñaba con aquellas
otras obras que le dieran fama. Su Holberg, pero sobre todo su
música incidental a Peer Gynt, la obra de Ibsen. Interpretaba pie
zas líricas, cuya sencillez lograba cautivar al mundo entero.
Súbitamente, el dolor del pecho arreció y fue en aumento
dificultando su respiración… No supo que había caído al suelo.
Se levantó acompañado de seres que no conocía, y al voltear
instintivamente se vio de nuevo en el suelo, y a lado, su Nina
tratando de revivirlo.
Fue entonces cuando el poeta musical de Noruega, el que
la describiera en sus hermosas canciones, comprendió que ha
bía muerto. Qué extraño le pareció este nuevo mundo al que
se acababa de incorporar. Primero todo dolor había desapa
recido, y sin embargo lo inundaba la tristeza. Una profunda
tristeza, al darse cuenta de que no tuvo tiempo siquiera de
despedirse de su amada…
Y se preguntaba… ¿quién la acompañaría ahora al piano,
cuando cantara las canciones?
Grieg moría víctima de un infarto agudo del miocardio,
una enfermedad lógica en un corazón enfermo.
¡Qué paradoja!… Su querida Noruega siempre pensó que
lo mejor de Grieg era su corazón.
Bueno… ese corazón al que el pueblo se refería sigue vivo…
Fue sólo el músculo el que murió.
R o d o l f o H a l ff t e r
(1900-1987)
Autodidacta musical, Rodolfo Halffter formó parte
del círculo de intelectuales de Madrid de los años
treinta del siglo xx, y fue asimismo miembro activo
del círculo de compositores llamado Grupo de los
Ocho.
En este periodo de su vida compuso sus obras
más importantes y trabajó como crítico musical en
el diario madrileño La Voz, y como secretario de
música del Ministerio de Propaganda del Gobierno
Republicano. Por este último cargo, tras la Guerra
Civil española tuvo que exiliarse en México y el
Grupo de los Ocho desapareció.
Ya en el país obtuvo una plaza como profesor
en el Conservatorio Nacional de Música y fue direc
tor de las Ediciones Mexicanas de Música. Halffter
siguió componiendo, y el estilo de los Ocho perma
neció en sus obras.
Si bien pudo regresar a España en diversas oca
siones, murió en México en 1987.
R o d o l f o H a l ff t e r
(1900-1987)
– 1 49 –
De apellido famoso en la música como lo fuera la familia
Bach, toda su vida la dedicó a su único amor: la melodía y las
infinitas posibilidades que encierra para encontrar un sonido
propio y original. Y lo había logrado, cuando aquel infame
coágulo se estancó en su arteria vital, la de la vida, porque
es la que encierra también la magia del habla, la que otorga
a todo ser humano el poder de la palabra y la posibilidad de
expresar la inteligencia. Y lo enclaustró para siempre, bajo un
candado tan maligno que no pudo encontrar una tortura ma
yor que la que estaba sufriendo.
Los ojos, sin embargo, conservaban el brillo y la chispa
vivaz y alerta. La mano izquierda se deslizaba sobre el teclado,
como acariciándolo, y sin embargo era ya incapaz de extraer
del piano sonido alguno que cumpliera con sus deseos.
Así es como a Rodolfo Halffter un poco de mala suerte
lo dejó mudo. A él, en quien la sangre española se fundía
en la genialidad de una nueva música. A él, a quien el don de
la palabra siempre lo acompañó para ayudar a sus alumnos.
Un intruso vascular lo dejó mudo en la voz, mas no en el en
tusiasmo. Su música, escrita en el pentagrama eterno de la
historia, sigue expresando los sentimientos del compositor,
y es que a Halffter, ningún coágulo lo habría de dejar mudo
para siempre…
J o s e ph H ay d n
(1732-1809)
Nacido en Viena, en 1732, Joseph Haydn es uno de
los máximos exponentes del periodo clasicista.
Padre de la sinfonía y padre del cuarteto de
cuerdas, comenzó su carrera como integrante de los
Niños Cantores de la Catedral de San Esteban, en
Viena.
Tras la Revolución Francesa, se trasladó a In
glaterra en donde aumentó su fama como composi
tor, y también sus ingresos económicos.
Fue ahí donde compuso su célebre Sinfonía de
Londres.
Más tarde regresó a su tierra natal, y escribió el
oratorio La creación.
Joseph Haydn murió a los 77 años, mientras
Viena era atacada por Napoleón.
J o s e ph H ay d n
(1732-1809)
– 153 –
de que este género no fuera de su invención. Él simplemente
perfeccionó la idea y la llevó hasta fronteras impensables por
músico alguno de su generación. Melodías de fácil tonada y
engañosa simplicidad.
Toda su obra era la confirmación absoluta de la forma de
la sonata; y sus múltiples cuartetos y conciertos para diversos
instrumentos, así como algunas óperas que también compuso,
representaban la cumbre de la música en el siglo xviii, lo que
desaparecería junto con su muerte.
La vista comenzó a fallarle. Muy pronto, también empezó
a delirar. Escuchó a una orquesta que interpretaba sus compo
siciones; frente a él, de pie, estaba un Mozart muy joven que le
sonreía amablemente. Un hombre de aspecto tosco, más ma
duro y con un extraño aparato al oído se esforzaba en escuchar
la interpretación. No supo qué decir…
¿Acaso se trataba de un Beethoven, ya con problemas
de sordera? Pero se guardaría de hacer comentario alguno,
pues conocía muy bien el temperamento de su discípulo. Por
un momento reconoció la obra. Era su Oratorio, y también
logró oír algunos acordes de La creación… ¿Qué era todo
aquello? Incluso llegó a ver ángeles que descendían de las
alturas…
Joseph Haydn, llamado también Papá Haydn, acababa de
morir.
Y yo me pregunto, ¿qué sucedió con él, el músico de la
corte, después de morir?…
Y una y otra vez me respondo a mí mismo que Haydn sola
mente se alejó de la corte terrenal para incorporarse a la corte
celestial de manera permanente…
A r t h u r H o n e gg e r
(1892-1955)
Nacido en Havre, en 1892, Arthur Honneger perte
neció al Grupo de los Seis, y sin embargo sus traba
jos muestran una clara influencia romántica, lejos
de reaccionar contra este movimiento artístico co
mo lo hiciera el resto de quienes conformaron su
grupo.
A pesar de que Honneger nació en Francia, siem
pre tuvo la nacionalidad suiza, por lo que se le consi
dera como tal.
Estudió armonía y violín en París, y fue un com
positor prolífico durante los años de entreguerras.
Escribió varias óperas y en 1927 musicalizó la pe
lícula Napoleón de Abel Gance.
Su obra más connotada es Pacific 231, que imi
ta el sonido de una locomotora de vapor.
Arthur Honneger murió en París, en 1955.
En 2002 se inauguró en su ciudad natal el nue
vo conservatorio, que lleva su nombre.
A r t h u r H o n e gg e r
(1892-1955)
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Y en medio de ese vacío, la vida se tornó una eterna pesadilla
que no cedía ni de día ni de noche.
Sus contemporáneos la bautizaron como depresión. Era
—le decían— la enfermedad del siglo. Sin la ayuda de la mo
derna farmacopea, se había resignado a sobrevivir en su mundo.
El psicoanálisis con hipnosis, que de tanta ayuda fuera en
su día para Rachmaninoff, resultó ser un fracaso para él. Su
depresión involutiva estaba atravesada en su inconsciente sin
que fuerza humana alguna fuera capaz de devolverlo a una
salud mental adecuada.
Huía de los temas que lo habían hecho tan famoso y se
había refugiado en el misticismo de la religión, así como en la
eterna búsqueda de la verdad en el Creador. Su sinfonía litúr
gica y sus oratorios anticipaban ya mucho de su razonamiento,
aun antes de la enfermedad que lo acosaba.
Al paso del tiempo, Arthur Honegger sería vencido por
su propia depresión. En el lamento y la lágrima incontrolable
perdió la batalla de la vida misma.
Y cuando el jinete apocalíptico llegó por él, Honegger lo
debe haber recibido con los brazos abiertos y la buenaventura de
saber que por fin se acercaría a Dios.
La muerte finalmente curó al músico de la depresión
cuando el hombre se vio incapaz de aliviarlo. El ilógico siglo
xx de guerras, sin valores éticos o morales, y con sus grandes
– 161 –
hombre que vivía aislado del mundo musical, en un ermitaño
proveniente de Nueva Inglaterra, pero sobre todo, en un hom
bre que con su trabajo como vendedor de seguros de vida había
almacenado a edad temprana una considerable fortuna.
Sus Tres lugares en Nueva Inglaterra y su Pregunta sin con-
testación fueron piezas que, una vez valoradas por el público
que tardó tanto en comprenderlo, lograrían llenar las salas de
concierto. Sus cuatro sinfonías, sonatas y cuartetos, de una vi
talidad y originalidad sin paralelo en el siglo xx, se escuchaban
cada vez con mayor insistencia en un mundo musical que al
parecer siempre iba rezagado con el resto de las artes.
Sus piernas se desplazaban lentamente y sentía que cami
naba sobre algodones, sin pisar con firmeza el suelo. Pequeñas
hormigas parecían haber construido su hogar dentro de sus pies
sin dejarle un minuto de descanso. La vista y los riñones también
se habían deteriorado, y su corazón, afectado por la arterioscle
rosis, hacía tiempo que había comenzado a fallar. Y a todo ese
conjunto orquestal de síntomas que formaban una temible obra
sinfónica, lo habían bautizado como Diabetes Mellitus. Resulta
ba así que la dulzura que los críticos, que decían faltaba en su
música, la llevaba de sobra en la sangre y en el cuerpo.
Pasaba de casualidad frente a Carnegie Hall, y cansado
como estaba, pidió permiso para descansar un momento en
las afueras de la sala de concierto, mientras su fino oído se
percató de que alguna orquesta estaba en ese momento inter
pretando su segunda sinfonía. La había compuesto en 1902 y
sin embargo sólo había sido estrenada casi 50 años después.
Y ahora la volvía a escuchar. ¡Vaya!
162 | J a i m e L av e n t m a n G.
Llegó el final del último movimiento con su arenga pa
triótica, y al terminar, un público al que no podía ver aplaudió
en forma tan estruendosa, que Charles Ives con humildad se
levantó y abandonó aquella sala a la que no volvió jamás.
Esa misma tarde, sentado en su sillón favorito en su casa,
soñó durante horas enteras con su amado Connecticut, con
sus ríos y su nieve. Con sus árboles de hojas multicolores, que
aparecían formando extraordinarias figuras en el otoño mági
co de su memoria. Supo que la muerte estaba próxima, y en
un último gesto escribió su último deseo: que sus manuscritos
musicales, la mayoría anteriores a la Primera Guerra Mundial,
fueran a dar a la Biblioteca de la Universidad de Yale, para
que pudieran ser revisados por todo aquel que estuviera inte
resado en su grandiosa obra musical.
Charles Ives nació en el siglo xix, y a diferencia de sus
contemporáneos, escribió música que se adelantó tanto a su
época, que aun ahora, a más de 40 años de su muerte, no es
del todo aceptada. A él, a diferencia de Mahler, aún no le ha
llegado el momento en que sus composiciones sean reconoci
das mundialmente.
Con modestia, como siempre se mostró, Ives sigue espe
rando, con la certeza de que a la larga habrá de triunfar.
Leos Janácek
(1854-1928)
De origen checo, Leos Janácek estudió música en
el Conservatorio de Berlín; al regresar a su país se
desempeñó como organista en Brno, y posterior
mente fue profesor en el Conservatorio de Praga.
La producción más importante de Janácek es tar
día: encontró su estilo personal a los 50 años, con
la ópera Jenufa (1904), y a partir de ese momento
compuso obras en diversos géneros. También tie
ne recopilaciones de canciones populares eslavas,
y música para coros. En la actualidad, Janácek es
considerado como uno de los grandes renovadores de
la ópera del siglo xx. Muchos consideran que es el
compositor checo más importante de principios de
ese mismo siglo.
Leos Janácek
(1854-1928)
– 167 –
Esa mañana la fiebre aumentó. Tenía una molestia en el
costado que se extendía cada vez que respiraba, dificultando
por momentos incluso su hablar. Tosía y su malestar era aún
mayor. Estaba agotado, como un minero que regresa de las
profundidades de la mina.
Finalmente sus tormentos lo postraron en cama. No podía
siquiera voltearse de un lado al otro. Tenía dolores en varias
articulaciones que además estaban inflamadas. Sudaba copio
samente y sus pequeños ojos permanecían enrojecidos e irri
tados. La boca seca, el apetito ausente. La neumonía lo hizo
que delirara.
En su amada Bohemia veía desfilar a los personajes de
sus óperas. Quería que le inyectaran la vida que él mismo les
había dado. Iluso aquel que tiene que reconocer que él dio la
inmortalidad con su propia mortalidad.
Leos Janácek entró en el letargo final que es el camino de
la muerte, vencido por una neumonía en una época en que los
antibióticos aún no existían. Checoslovaquia perdía al tenor
de sus cánticos y al maestro de las orquestas. Por suerte, la
música queda aún viva, en ausencia de quien le diera tal figura
y forma.
Scott Joplin
(1868-1917)
Nacido en el estado de Texas, Estados Unidos, en
1868, el compositor y pianista Scott Joplin es con
siderado como el maestro del ragtime clásico, un
género musical típicamente estadounidense, en cu
yas raíces aparecen elementos de marcha, así como
ciertas raíces africanas y toques jazzísticos.
Joplin saltó a la fama definitiva después de que
en 1899 publicara su pieza Maple Leaf Rag, con lo
que dio forma al ragtime clásico. Sin embargo, nun
ca grabó audios, por lo que su legado son las parti
turas que escribió y publicó.
En 1916, víctima de la sífilis ingresó al hospi
tal estatal de Manhattan, en donde murió al año
siguiente.
Scott Joplin
(1868-1917)
– 171 –
Pero, día con día notaba cómo las cosas del presente se iban
borrando y posteriormente, las de un pasado remoto también
comenzaron a desaparecer en la neblina temible que todo lo
oculta. Era verdad. Estaba perdiendo la memoria y ver a sus
amigos alejarse de él le provocaba un gran malestar. Lo co
menzaron a calificar de loco, de demente…
—¿Cómo era posible —pensaba —que dijeran semejan
tes cosas?…
Padecía severos dolores de cabeza y por momentos, unas
terribles descargas de un inclemente sufrimiento en la laringe
y el estómago lo lastimaban. Comenzó a tener convulsiones y
no pudo volver a caminar…
—Es sífilis y es demencia —le auguraron médicos y amigos.
Ya no podría volver a componer piezas de rag. No habría
óperas, ni parodias semejantes a una opereta. No habría más can
ciones y menos aún, mujeres. A la edad de 48 años, Scott J oplin
era un viejo sifilítico. La muerte le acechaba y en su demencia
luética las alucinaciones confundieron aún más su mente. Así, sin
más, una satisfacción instantánea le produjo una infamia de seis
años de persistencia.
En esa época, tiempos de guerra, Joplin sucumbió sin
presentar resistencia. Pero la suya era una batalla perdida de
antemano…
D i n u L ipat t i
(1917-1950)
Considerado como uno de los pianistas más exqui
sitos del siglo xx, Dinu Lipatti nació en Bucarest, en
1917, en el seno de una familia con clara herencia
musical: su padre era violinista y su madre pianista.
Varios premios galardonaron su corta trayectoria
musical pues murió muy joven, víctima de una cruel
enfermedad. Sin embargo, participó en el Concurso
Internacional de Piano de Viena en 1934, y después
de ello viajó a París, en donde fue alumno de Nadia
Boulanger. Ya de regreso a su país, con los aconteci
mientos de la Segunda Guerra Mundial y el avance
de los nazis en Europa, Lipatti tuvo que marchar a
Ginebra, donde comenzó a impartir clases de piano.
Tres meses antes de morir en 1950, ofreció su
último recital en Besanzón. Sus restos descansan en
el cementerio de Chêne-Bourg, de Ginebra.
Josep Carreras
(1946-)
Nacido en Barcelona en 1946, Josep Carreras —en
castellano José— cantó a los ocho años para la ra
dio española La donna é mobile, y tres años más tar
de interpretó el papel del narrador en El retablo del
Maese Pedro, la ópera compuesta por su compatrio
ta Manuel de Falla. Ya en 1970 debutó en Barcelo
na como Ismael en Nabuco. Fue entonces cuando
Montserrat Caballé, la diva del bel canto lo invitó a
acompañarla en Lucrecia Borgia, lo que representó
para él su primer éxito formal.
En la cumbre de su carrera le fue diagnosticada
una severa leucemia, pero tras someterse a duros
tratamientos y a un trasplante de médula, logró so
brevivir. A partir de entonces su lucha contra la en
fermedad lo ha llevado, entre otras cosas, a crear la
Fundación Josep Carreras contra la leucemia, que
ayuda a la investigación y la cura de la enfermedad
en pacientes en diversas partes del mundo.
En 1991 recibió el Premio Príncipe de Asturias de
las Artes. En 2008 celebró sus 50 años como artista.
Itzhak Perlman
(1945-)
Nacido en Tel Aviv, Palestina, en 1945, Itzhak Perl
man ha sido considerado como uno de los mejores
violinistas de la segunda mitad del siglo xx.
A los cuatro años de edad fue víctima de la po
liomielitis, y de ahí su necesidad de usar muletas
para caminar. Perlman suele tocar el violín sentado.
Sus estudios musicales los realizó en la Academia
de Música de Tel Aviv, y en 1958 se trasladó a Esta
dos Unidos. Ese mismo año se presentó por pri
mera vez en el programa televisivo de Ed Sullivan,
un célebre conductor que mantuvo vivo el interés
de la audiencia estadounidense de 1948 a 1971.
En 1963, Perlman debutó como solista en el
Carnegie Hall, y un año más tarde ganó la Leventritt
Competition, a raíz de lo cual su brillante carrera
comenzó a destellar.
L e o n Fl e i s h e r
(1928-)
Nacido en San Francisco, en 1928, Leon Fleisher
mostró sus dotes musicales desde que era un niño,
y en 1952 recibió en Bélgica el Premio Reina Eliza
beth, que lo lanzó definitivamente a la fama.
Pero su brillante carrera quedó interrumpida
por una parálisis de la mano derecha. Con todo,
Fleisher desafió a la adversidad y triunfó como in
térprete excepcional en conciertos para la mano iz
quierda, como el de Ravel y el de Prokófiev, además
de que ha destacado como director de orquesta.
Hombre tenaz, Fleisher luchó contra su mal, y
poco a poco ha logrado ejercitar de nuevo la mano
enferma para retornar a la vida gloriosa.
D i n u L ipat t i Josep Carreras
(1917-1950) (1946-)
Itzhak Perlman L e o n Fl e i s h e r
(1945-) (1928-)
– 181 –
El que vivía, recordaba sus tiempos de juventud en una
España dominada por la figura de Franco. Su voz privilegia
da no era comparable a otras, y en especial su manera de
interpretar las zarzuelas y algunas óperas francesas se consi
deraba inigualable. Un buen día comenzó a grabar La judía, la
obra maestra de Halevy, cuando la leucemia cortó su carrera
y por poco termina con su vida. Manos amigas aparecieron
por doquier, se apoderaron de su cuerpo enfermo, lo inter
naron y le quemaron la médula ósea para tiempo después
trasplantarle una nueva, que le dio también una nueva vida…
¿Y la voz?, se preguntaba un mundo atónito… Años después,
ya recuperado, terminó de grabar la ópera. Su voz entonces
se hizo más profunda, pero su timbre logró conservar la be
lleza de antaño.
Frente a ellos estaba sentado otro hombre, cuyas muletas
descansaban sobre la alfombra. Éste a su vez discutía ávida
mente con otro personaje, cuya mano derecha parecía mover
se menos que la izquierda.
El de los aparatos ortopédicos se lamentaba que la vacuna
contra la poliomielitis hubiera llegado tan tarde para él, pero
también aceptaba que la falta de movimiento de sus piernas se
había visto recompensada por la introspección de su mente y
la perfección de sus brazos, aprendiendo como pocos a tocar
el violín. Quería ser como Heifetz a quien admiraba e ido
latraba reconociendo en el sonido del maestro el éxtasis del
tono en un violín.
Y sin embargo le obsesionaba el recuerdo de aquellas
terribles fiebres y el inexorable dolor en las piernas, seguido
182 | J a i m e L av e n t m a n G.
de la oscuridad total, cuando una mañana despertó y supo que
estaban muertas: jamás volvería a caminar. ¿Resignarse y no
luchar? Decidió que ese era el camino de la derrota y no le
gustaba. Tomó el frágil instrumento entre sus manos fuertes y
con delicadeza, poco a poco extrajo de él las más bellas melo
días y tonos, como si el que tocara fuera un ángel.
El que movía un poco su mano derecha escuchaba a su in
terlocutor y pensaba en lo difícil que debió haber sido para el
otro luchar contra los efectos de la poliomielitis. Él en cambio,
había llegado a la gloria y se había convertido de la noche a
la mañana en el pianista más aclamado en la tierra, aplaudido
en las mejores salas de concierto, mimado por los grandes di
rectores de orquesta… Una mañana sin embargo, al despertar
notó que no sentía la mano derecha. Entonces comenzó un
largo peregrinar por las salas de espera de afamados médicos,
y cuando finalmente los especialistas lograron descubrir que
su mal obedecía a una distonía que afectaba a su muñeca de
recha, el pianista había perdido para siempre la sensibilidad
y parte de la fuerza de esa mano… entonces quiso morir. A
pesar de todo, comenzó una nueva faceta en su vida. Dirigió
conciertos y un buen día regresó a la sala de grabaciones para
dejar en disco las mejores interpretaciones de las piezas y con
ciertos escritos para la mano izquierda, aquella que tenía más
cerca del corazón…
Los cuatro músicos se sentaron en esa velada única y espe
cial, tejida en medio de un sueño de una noche de verano. Y
Dinu Lipatti se alegraba de que Josep Carreras siguiera vivo,
aunque él ya estaba muerto. Y León Fleisher con su mano
Todo París se rendía ante él. Era el indiscutible rey sin ningu
na sombra que opacara su fama y virtuosismo. Sus manos se
deslizaban sobre el instrumento, acallando al público expec
tante al tiempo que hermosas melodías brotaban libremente
de su inspiración.
Amado por las mujeres, por reyes y emperadores, fue tam
bién amigo de Paganini, Berlioz y Chopin. Inventor del poema
sinfónico; maestro en el teclado pianístico y a su vez, un naciona
lista como pocos, a pesar de vivir alejado del suelo natal, Franz
Liszt le abrió las puertas a Wagner, y éste le contestó robándose a
su hija Cósima para siempre, cuando la arrebató del hogar fami
liar para convertirla en su amante y tiempo después en su esposa.
Por su parte, Liszt entabló una lucha interna entre la lu
juria y su propia redención. Buscaba a ambas como el poeta
que encuentra las palabras que componen un hermoso soneto.
Se debatía entre el pecado abominable e imploraba después el
perdón de la Iglesia. Solía vestir las ropas más extravagantes,
que al final de su vida sustituyó por la humilde túnica de los
monjes franciscanos.
– 187 –
Pero hoy ha retornado a Bayreuth a escuchar nuevamente
la música de Wagner. Su hija Cósima cuida de él, pues su salud
se ha ido deteriorando. Los años le pesan y la fiebre aparece
cada vez con mayor frecuencia. Ayer era un simple resfriado
y hoy le cuesta trabajo respirar. Tiene un agudo dolor en la
espalda que aumenta o disminuye con cada inspiración de aire.
Tose y produce flemas de colores desagradables… en una pa
labra, siente que la vida se le escapa de entre las manos.
Manda llamar a su hija. La quiere al lado de su lecho, pero
ella está ocupada con los preparativos del concierto; olvida al pa
dre y deja que se hunda en el delirio, el mismo que finalmente
junto a sus rapsodias y conciertos, lo lleva al mundo de la muerte.
El hábito le pesa y la cabellera, en otro tiempo negra y
abundante, ahora es escasa, de una blancura pareja que cae al
borotada sobre su frente y se confunde con las gotas de sudor
que perlan su tez cianótica.
Franz Liszt sueña con su Hungría de paisajes que quitan
el aliento, de compositores de música diabólica. Frente a él
se desplaza el teclado de su piano, como si le sonriera abier
tamente. Sin embargo, los amigos ya no están a su lado y sólo
queda el recuerdo de haber sido el más grande virtuoso del
siglo, fama que ahora resulta superflua e innecesaria.
Lo que más desea es oxígeno. No sabe si es la neumonía
la que lo ahoga, o son los pecados de toda una vida que lo
aprisionan.
De gran intérprete en el piano ha pasado a ser monje de la
Iglesia. Busca el perdón sabiendo que le será concedido. De
sea expiar aún en vida lo que el Eterno habrá de condonarle.
Muere en la eterna búsqueda de su Dios y sabe que lo ha
logrado. La neumonía sólo fue el camino final de su epopeya.
J e a n B a p t i s t e L u l ly
(1632-1687)
Nacido en Florencia en 1632, Jean Baptiste Lully,
cuyo verdadero nombre era Giovanni Battista
Lully, viajó a Francia cuando acababa de cumplir
los 11 años, y con 20 de edad entró al servicio del
rey Luis XIV para ejercer como violinista y como
bailarín de ballet.
Pronto se abocó a dirigir las orquestas reales y
en 1662 fue nombrado director musical de la fami
lia real.
A Lully se deben diversas mejoras que impuso
en la ópera francesa, así como en los ballets, en los
cuales introdujo danzas más rápidas que las que so
lían interpretarse.
En lo que respecta a su estilo, hay que decir
que supo asimilarse a la perfección al gusto de los
franceses, a tal grado que llegó a influir en toda la
vida musical de la época del llamado Rey Sol.
Pero su estilo musical no se quedó solamente
entre los franceses, sino que se impuso en práctica
mente toda Europa.
Lully murió en París en 1687.
J e a n B a p t i s t e L u l ly
(1632-1687)
– 191 –
servía de batuta. No había prestado demasiada atención al inci
dente, pero poco a poco la pequeña herida fue mostrando una
severa inflamación, la que para su asombro y sorpresa se com
plicó con un enrojecimiento y entumecimiento del empeine.
Y ese día en particular, dedujo que por debajo de todo
aquello había pus. Su médico le había prescrito remedios lo
cales que sin embargo no aliviaban su malestar. La lesión de
pronto se había tornado en un color negruzco, y grandes tro
zos de la piel iban desapareciendo.
Asomaba el hueso por debajo, y un persistente hilo rojizo
se extendía por toda la pierna hasta llegar a la ingle. El dolor
era demasiado intenso y el hedor que despedía, francamente
insoportable. ¿Qué hacer? La fiebre, que hasta entonces había
estado ausente, lo envolvió aquel día en su túnica de frío y su
doración, hasta que logró postrarlo en cama y quitarle la vida.
Jean Baptiste Lully, el maestro del Rey Sol, moría de gan
grena a la edad de 54 años, víctima del golpe que el mismo se
propinara en el pie.
Pobre Lully. Seguramente algunos habrán dicho: “Ha
muerto de gajes del oficio”. Pero… ¿si le hubieran amputado
la pierna a tiempo? …¡No sé!, eso, ya es parte de la historia.
E d wa r d M a c D o w e l l
(1860-1908)
Nacido en Nueva York, en 1860, Edward Mac
Dowell, uno de los fundadores de la Academia
Norteamericana de Artes y Letras, fue también el
músico estadounidense más representativo del si
glo xix.
Compositor y pianista realizó sus estudios mu
sicales en París, donde fue compañero de Debussy.
De regreso a su país impartió clases en la Uni
versidad de Columbia.
Influido por el Romanticismo, MacDowell com
puso diversos poemas sinfónicos, así como música
de cámara y fue autor de una importante producción
pianística.
Edward A. MacDowell murió en 1908.
E d wa r d M a c D o w e l l
(1860-1908)
– 195 –
De la noche a la mañana su segundo concierto para piano lo
convirtió en héroe. Se hablaba de él y de su música con verdadera
aceptación de ambos. Los virtuosos de la época lo incorporaron a
su repertorio habitual.
Pero los años pasaron y la derrota sufrida ante la institu
ción universitaria encaneció prematuramente al compositor.
Su esposa se preocupaba al notar día a día cambios alarmantes
en su comportamiento.
Olvidaba los nombres de las cosas y no sabía ya cómo ves
tirse; tampoco lograba recordar cómo abotonar su camisa.
Sin saber bien a bien cómo, Edward se había vuelto anti
social y no guardaba regla alguna de comportamiento frente a
la gente. Dejó de tocar el piano y se contentaba con sólo verlo.
Reía de todo. Se revolcaba en el suelo y comía llevando los
alimentos a su boca con las manos…
Su actitud semejaba a la de un niño. Incluso llegó a hablar
como tal y poco a poco, en medio de la oscuridad en la que
cada día se adentraba más, regresó a su infancia y se encontró
a sí mismo en una situación que no dejaba ya lugar a dudas: se
trataba de una enfermedad seria e incurable.
Las aguas tranquilas del Hudson le atraían. Miraba hacia
la otra orilla perteneciente a Nueva Jersey y añoraba poder
volver a pisar su territorio.
Edward MacDowell pasó de ser un niño prodigio a un in
fantilismo enfermizo y atroz, sin ningún tipo de madurez. Su
mente pareció buscar refugio en el vientre materno y regresó
a su niñez en todas sus actitudes.
196 | J a i m e L av e n t m a n G.
¿Qué fue lo que realmente sucedió? ¿Era acaso aquella
una expresión de demencia?…
O quizá simplemente se trataba de un retroceso emocio
nal. Imagino que volvió a ser feliz…
Los niños por regla general, lo son, ¿pero acaso él lo fue
también?
G u s tav M a h l e r
(1860-1911)
Nacido en 1860 en Bohemia, Gustav Mahler presa
gió en su obra prácticamente todas las contradiccio
nes que definirían el posterior desarrollo del arte
musical del siglo xx.
Su modernidad fue poco comprendida por el
público, y su música sólo empezó a ser revalorada
después de la Segunda Guerra Mundial.
Al principio de su carrera se vio obligado a
trabajar como director en teatros de ópera poco
importantes. Poco después, renunció a la religión
judía para obtener el puesto de director de la Ópera
de la Corte de Viena, y años más tarde marchó a
Estados Unidos.
Tras su estancia en aquel país regresó a Viena
en 1911, en donde al poco tiempo falleció.
G u s tav M a h l e r
(1860-1911)
– 201 –
Ahora, acababa de terminar su Novena sinfonía, y el desti
no lo marcaba para que fuera la última como sucediera ante
riormente a Beethoven, Schubert y Bruckner. El nueve —pen
saba— no era un número agraciado.
¿Que pasaría con las seis canciones de su último ciclo?
Sabía muy bien que no podría escucharlas en vida. Su corazón
fallaba. Tenía un soplo —le habían dicho los médicos— y había
algunas fallas en una de las válvulas cardíacas. Pero eso no era
lo peor. Sus uñas parecían levantarse de su lecho normal, para
aparecer pintadas de un extraño color violáceo.
Sufría de enfriamientos en varias partes del cuerpo, así
como de una fiebre continua, maligna, que lo hundía en la
desesperación. En una palabra, se sentía mortalmente enfermo,
cuando su talento y su inspiración apenas habían llegado a la
cúspide de su genialidad.
La válvula —le habían informado— estaba infectada. Una
endocarditis bacteriana subaguda. Un calificativo que no sig
nificaba nada nuevo en la vida de Gustav Mahler, a quien la
muerte lo rondaba desde muy temprana edad.
La podía ver oculta entre los matorrales de sus amados
bosques de Bohemia, o en el tempestuoso cielo que se encum
braba sobre la ciudad de Viena. La miraba también en el mar
embravecido, en el océano que ya no vería más. Olvidaba los
poemas que habían acompañado a sus mejores canciones y se
dirigía a su cita final.
Murió en Viena, cuando sus médicos se dieron cuenta de
que su corazón había dejado de latir.
Pero, ¿saben algo amigos míos?
202 | J a i m e L av e n t m a n G.
El corazón le había fallado siempre a Mahler. Frente a
su público y a su judaísmo, al que renunció para ser aceptado
en una sociedad discriminante. Frente a su joven mujer, a la
que amaba entrañablemente y quien lo engañaba, tal como
él hiciera con un mundo que no comprendía su música y era
incapaz de asimilar las nuevas armonías que se escuchaban en
sus obras.
A Mahler le falló el músculo y las válvulas del corazón.
Su otro corazón, le había fallado ya tantas veces, que cuando
finalmente se enfrentó con la muerte, no experimentó dolor…
María Malibrán
(1808-1836)
De padres españoles, María Malibrán, cuyo nom
bre completo era María Felicia García Sitches, na
ció en París, en 1808 y desde muy joven adoptó el
apellido de su primer esposo Eugene Malibrán.
El padre de María era un conocido tenor, y tan
to su madre como sus dos hermanos y su hermana
menor fueron también cantantes. En medio de un
tortuoso matrimonio, alcanzó una enorme fama
como intérprete de ópera y triunfó plenamente en
París: en cada puesta en escena, su maravillosa voz
iba acompañada de un extraordinario talento para
la actuación. Todo ello la convirtió en símbolo de las
juventudes románticas parisinas.
Más tarde se trasladó a Londres, donde inter
pretó diversos papeles operísticos, y llegó a cantar
en la catedral de Gloucester y en el Festival de
Chester. Después de viajar por varios países euro
peos, finalmente llegó a Manchester con su segundo
esposo, en donde murió en 1836 a los 28 años de
edad.
María Malibrán
(1808-1836)
– 207 –
ella lograra entender del todo si el viejo músico la alababa, o
simplemente se estaba burlando de ella.
Su fama era enorme y había atravesado incluso las fron
teras de Europa. Su solo nombre era reverenciado por cada
amante del bel canto y se sospechaba que difícilmente alguien
pudiera llegar a igualar su tono, su fraseo y la potencia de su
voz. Y hoy, días después de la caída del animal, aún se dolía
de sus molestias que parecían incrementarse en vez de ir dis
minuyendo. Por un instante sacudió su mente: la sola idea de
morir y la desesperación pareció apoderarse de ella. Su sangre
española se le fue a la cabeza y rápidamente entabló un duelo
por sobrevivir.
—No —decía— no ahora que por fin he encontrado el
verdadero amor, tras un desastroso matrimonio que al termi
narse me devolvió la vida.
María Malibrán se levantó de su lecho, adolorida por un
probable bazo lacerado y un tremendo hematoma que crecía
en su cabeza. Se irguió gallarda y hermosa como era y comen
zó a cantar las arias del maestro Rossini, hasta que en una
nota alta, su cerebro estalló y murió cuando la vida apenas le
comenzaba a dar alegrías.
Su amante la encontró recostada y sonriente, como si la
existencia se le hubiera escapado en un trance de verdadera
felicidad.
No cabe duda… los héroes y las heroínas, siempre mueren
jóvenes.
Fe l i x M e n d e l s s o h n
(1809-1847)
Pianista, director de orquesta y compositor, Felix
Mendelssohn nació en Hamburgo, Alemania, en
1809.
Músico por excelencia del Romanticismo, mos
tró ser un niño prodigio al tocar el piano con singu
lar maestría y componer un cuarteto para piano a
los 13 años, así como la obertura para la puesta en
escena del Sueño de una noche de verano de Shakes
peare a los 17.
Mendelssohn escribió cinco sinfonías, dos con
ciertos para piano, un concierto para violín, así co
mo música de cámara y dos grandes oratorios.
Murió en la ciudad de Leipzig en noviembre
de 1847.
Fe l i x M e n d e l s s o h n
(1809-1847)
– 211 –
Aquella tarde que paseaba por los jardines de Leipzig, pa
recía distinguir su existencia en medio de la bruma. Su padre,
un filántropo, le había dado todo, incluido el bautismo para
que fuera aceptado cabalmente en Alemania.
Nieto del tercer gran Moisés del pueblo judío, ahora re
cordaba sus triunfos adolescentes, cuando ensayó sus prime
ros esbozos sinfónicos. Muy pronto vendría la revelación del
genio, cuando un hada madrina sopló en su alma un hálito
divino, y a los 17 años logró componer la obertura para la mú
sica de una obra de Shakespeare.
Tuvieron que transcurrir muchos años más para que com
pletara ese ciclo, y al hacerlo logró una igualdad tal en la exce
lencia de sus composiciones, que nadie pudo siquiera sugerir
que había pasado tanto tiempo.
Amigo de muchos, ya que Chopin y Liszt lo querían, y Pa
ganini y Berlioz halagaban una y otra vez su música, su cora
zón antes alegre, ahora sufría la tristeza de su devenir…
Durante unos segundos una sensación de alejamiento y de
extrañeza se apoderó de su alma; ocurrió un tiempo, mínimo,
en el que fue incapaz de expresar con palabras lo que el cere
bro intentaba transmitirle.
Los ataques eran cada vez más frecuentes, además de que
venían acompañados de terribles dolores de cabeza y palpita
ciones: tenían un sello que olía a muerte
En otras ocasiones ya le había sucedido, la visión de un ojo
se perdía durante unos segundos para después regresar a la
normalidad, como si nada hubiera pasado; o quizá una mano
se volvía torpe, le estorbaba.
212 | J a i m e L av e n t m a n G.
Compuso su Elías, escogiendo a este profeta que tanto le
atraía. Después de todo, era el encargado de recibir al Me
sías… Una gran contradicción en alguien bautizado, y que al
parecer, desde entonces dudara de sus propios valores.
El mundo musical aún se asombraba de la entereza que
había mostrado al desenterrar del olvido la pieza litúrgica más
hermosa y perfecta en su concepción jamás escrita. Ante la
oposición de todos, en Leipzig, en la ciudad de Bach, reestre
naría su gran obra, La pasión según San Mateo, elevando con
ello la música occidental al punto más alto de la creación.
A los 37 años, Félix Mendelssohn era ya un anciano, o por
lo menos se comportaba como si lo fuera, en especial cuando
se quejaba una y otra vez de los achaques que padecía. No po
demos saber si sufría de alguna enfermedad en las válvulas del
corazón, o en el árbol arterial que se encargaba de nutrir su
cerebro. Lo cierto es que experimentaba, cada vez con mayor
frecuencia, eventos isquémicos transitorios.
Súbitamente debió haber sentido una punzada tan intensa,
que enseguida adivinó su inmediato final. La suerte estaba echada.
Mendelssohn, moría rodeado de aquellos seres fantasio
sos del Sueño de una noche de verano que acababan de llegar
para acompañarlo hasta el final…
Darius Milhaud
(1892-1974)
La obra musical de Darius Milhaud, nacido en 1892
en Aix-en-Provence, Francia, muestra un peculiar
estilo al combinar varias tonalidades simultáneas,
al tiempo que se vale de patrones rítmicos, propios
del jazz.
A los siete años comenzó a estudiar violín con
Leo Bruguier, y en 1909 ingresó al Conservatorio de
París. Un año después compuso su primera Sonata
para violín y piano.
En 1916 el diplomático y poeta Paul Claudel
fue nombrado embajador de Francia en Brasil, y
Milhaud viajó con él como su secretario.
En esos años escribió Scaramouche, su célebre
suite para saxofón y orquesta. De regreso a Francia
entabló amistad con Erik Satie, y en 1940 viajó a Es
tados Unidos, en donde permaneció siete años. En
aquel país tuvo como alumno, entre otros a Dave
Brubeck; se trasladó después a Israel, en donde com
puso su ópera David, y finalmente regresó a Francia.
En 1974 Milhaud moría en Ginebra, Suiza, dejan
do al mundo un legado de más de 400 composiciones.
Darius Milhaud
(1892-1974)
– 217 –
el entrañable Aaron Copland, que en tantas y tantas ocasiones
se había fotografiado a su lado permanecía erguido y recargado
sobre la silla de ruedas que sostenía a su amigo.
Darius formaba ya parte legendaria del Grupo de los Seis
y los directores de orquesta contemporáneos gustaban de
interpretar su música, aunque había quien se preguntaba si
aquello era en verdad música sinfónica o clásica. Sus óperas
por lo general eran juzgadas como decadentes, o tal vez resul
taban demasiado innovadoras. Y es que su música parecía una
cadenza de ritmos acelerados que bullían e invitaban a bailar a
todos, excepto a él, que se contentaba con sonreír.
Darius Milhaud veía al mundo envuelto en un vaivén de
ritmos tropicales, mientras su cuerpo permanecía estático en el
marco de la inflamación de sus articulaciones, y ello lo hacía hun
dirse profundamente en una depresión crónica. A los 82 años,
sentado en aquel vejestorio que parecía un castigo, soñaba con
los bosques de París y las selvas del Amazonas. Y ese día dejaron
de dolerle las articulaciones, logró levantarse de su silla, dar pa
sos sin dificultad y bailar con la música de su inspiración.
Fue entonces cuando en el proceso premortuorio supo que
sus ritmos perdurarían y que su dolor moriría junto con él. Y
fue entonces también cuando dio la bienvenida a la muerte; al
fin y al cabo, en ese momento ya no era un huésped indeseable.
W o l fg a n g A m a d e u s M o z a r t
(1756-1791)
Nacido en 1756 en la hermosa ciudad de Salzburgo,
entonces perteneciente al Sacro Imperio Romano
Germánico, Wolfgang Amadeus Mozart pasó a la
historia como uno de los más grandes genios musi
cales de todos los tiempos.
Excelente pianista, organista, violinista y direc
tor, sus composiciones musicales ocupan un sitio
privilegiado en prácticamente todos los géneros:
operísticos, de cámara y religiosos.
Su perfección musical fue insuperable, y dentro
de su producción, la calidad igualó prácticamente a
la cantidad.
Mozart murió en diciembre de 1791 en la ciu
dad de Viena, entonces Archiducado de Austria.
W o l fg a n g A m a d e u s M o z a r t
(1756-1791)
– 221 –
últimas sinfonías, conciertos y óperas, laten en sus sienes
mientras los médicos continúan con sus diagnósticos equivo
cados y matan al pobre con su iatrogenia.
—Es fiebre reumática —dicen algunos.
—No —dicen otros— en realidad es uremia…
—Falso —gritan otros más—. Debe ser una tuberculosis
mal cuidada…
*****
– 225 –
él en la escena de la locura. Ambos compartían, por un lado,
la fantasía; y por el otro, la triste realidad. El vicio lo acobar
daba y le impedía continuar componiendo. Rusia misma lo
envolvía en su manto gélido, como un licor barato, capaz de
embotar sus sentidos.
Y finalmente llegó la fatídica noche. La promesa de no
beber seguía firme. Habían pasado ya varios días en que se
mantenía alejado del deseo de mojar sus labios en algún licor.
Pero tampoco podía comer. Sin duda alguna, días de desespe
ración y angustia.
Comenzó en forma súbita… Primero, una visión desagra
dable. Y sin embargo, inmediatamente supo que aquello que
veía ya no formaba parte de la realidad. En las siguientes ho
ras las imágenes fueron aumentando, y la duda entre lo real y
lo ficticio se esfumó. Ahora todo parecía verdadero.
Y entonces sufrió su primera convulsión. Esta vez no hubo
aviso, como había sucedido en otras anteriores. Cayó en un
letargo mortal del que no volvería a despertar. A esta crisis le
siguieron otras muchas, que se presentaban cada vez con ma
yor fuerza e intensidad, hasta que en el hospital dejaría de res
pirar y de vivir, en aquello que todos dieron en llamar delirium
tremens…
Pobre Mussorgsky, tan fuerte por fuera y tan débil por
dentro. Vivió un mundo de fantasías que finalmente se mez
claron con su realidad… pero ni su Boris ni sus Cuadros de una
exposición pudieron anticipar su triste final.
Al final, logró vencer el vicio de la bebida, y con ello pagó
su deuda de mortal. Sólo su música logró la inmortalidad.
Carl August Nielsen
(1865-1931)
Nacido en 1865, en Sortelumg, un pequeño pueblo
danés, Carl August Nielsen es sin duda alguna el com
positor más famoso de Dinamarca.
Proveniente de una familia de extracción real
mente humilde, no obstante, Nielsen logró estudiar
violín y piano, y aprendió a tocar otros instrumen
tos de viento gracias a que trabajó en una banda
militar de su provincia natal.
Posteriormente se trasladó a Copenhague en
donde estudió composición, y a partir de ahí comen
zó su carrera como compositor, aun cuando en sus
inicios no fue del todo afortunada.
En 1894 estrenó su primera sinfonía, la cual
prácticamente pasó desapercibida; y sin embargo,
dos años más tarde, esa misma obra estrenada en
Berlín obtuvo el éxito total.
Su fama se extendió a partir de entonces, y fue
en 1905 cuando encontró un editor para el resto de
sus composiciones.
En 1916 comenzó a impartir clases en el Con
servatorio Real Danés de Copenhague, en donde
permaneció hasta su muerte, el 3 de octubre de 1931.
Carl August Nielsen
(1865-1931)
– 229 –
como el músico más sobresaliente de Dinamarca y su nombre
sería inscrito en los anales históricos de su patria en letras de
oro.
Su sinfonía basada en los cuatro temperamentos formaba
ya parte de la idiosincrasia de sus ciudadanos. En forma expan
siva había desarrollado nuevas ideas polifónicas que lograron
traspasar las endebles fronteras de su ciudad, y encontraran
apoyo y comprensión en muchos otros sitios.
Y sin embargo llevaba ya mucho tiempo sintiéndose ago
tado. Las secuelas del antiguo infarto no sólo no habían desapa
recido del todo, sino que al paso del tiempo parecían aumentar.
Padecía con frecuencia nuevos síntomas, a su vez tan variados
y entretenidos que podían mantener alerta a sus médicos, tal
como lo hacía su música con el público que la escuchaba.
Sus óperas no habían sido muy exitosas, pero sus obras de
música de cámara sí se calificaron de correctas, para dejar el
vocablo de sorprendentes a sus seis sinfonías que hablaban
el idioma natal de su patria y de su gente.
Dinamarca no se ufanaba de sus hijos predilectos, pero sa
bía otorgarles un lugar adecuado. A los 75 años de edad no se
esperaban nuevas sorpresas de Carl Nielsen y tampoco las ha
bría. Había logrado vencer una existencia llena de obstáculos,
algunos de ellos casi invencibles, y ahora disfrutaba la cosecha
de una vida plenamente dedicada a hacer lo que mejor sabía:
hablar en el idioma musical.
No era un nacionalista en el sentido de Grieg o de Enesco.
Su música, en cambio, además de novedosa, llevaba impreg
nados carácter y fuerza, no asociables a ninguna escuela en
230 | J a i m e L av e n t m a n G.
particular: eran producto de la genialidad, de la propia inspi
ración de Nielsen.
Agobiado por las enfermedades y las cicatrices que cada
una de ellas le dejaba, un día aciago para él y para su país, no
logró despertar del sueño mortal y se hundió en la metamor
fosis que nos da la inmortalidad. El mundo lloraría su pérdida
en el lamento sincero de quien ha perdido a un amigo.
Su pueblo le otorgó un sitio de honor; y él, anteriormente
se lo había dado ya a su patria.
J a c q u e s O ff e n b a c h
(1819-1880)
Compositor y violonchelista alemán, Jacques Offen
bach nació en Colonia, en 1819. Su padre fue un
reconocido encuadernador, profesor de música y
compositor.
En 1833 se trasladó a París para estudiar con
Luigi Cherubiri en el conservatorio de la Ciudad
Luz.
Creador de la opereta moderna y de la comedia
musical, Offenbach ha sido uno de los composito
res más importantes de la música popular europea
del siglo xix, y sin duda alguna ésta fue su mayor
aportación.
Su obra más ambiciosa fue la ópera Los cuentos
de Hoffmann, misma que quedó inconclusa cuando
murió en París, en 1880.
J a c q u e s O ff e n b a c h
(1819-1880)
– 235 –
Por las noches lo envolvían incontables pesadillas. Él, un
judío convertido por conveniencia a un catolicismo que no le
interesaba en lo más mínimo. ¡Qué absurdo! No lograba ale
jar las miradas de odio de sus compañeros que lo juzgaban,
no por su capacidad creadora sino por sus creencias. La gota,
enfermedad dolorosa, le acompañaba como quien porta una
medalla honorífica porque, en sus años de existencia y en
su obra, ha personificado la buena vida y la lujuria en todo su
esplendor.
Los lentes cabalgaban aristocráticamente sobre su promi
nente nariz, sin mejorar en nada su apariencia mundana. Era en
sí mismo la representación misma del burgués acomodado,
en una sociedad de clases que requería de figurines para sos
tener la imagen de falsedad, basada en la riqueza económica y
en la posición que la misma podía comprar.
Sin embargo, no podía permanecer recostado más de unos
cuantos minutos sin que le faltara el aire que abundaba en esa
ciudad de hermosos edificios y monumentos. Querer despla
zarse suponía toda una aventura que le indicaba cuán frágil
puede llegar a ser el hombre ante una enfermedad. Sufría de
gota y de una severa insuficiencia cardiaca. Tenía que descan
sar la mayor parte del tiempo, y sin embargo se había impues
to una tarea que parecía imposible.
Los cuentos no serían fáciles de componer y sospecha
ba que su única ópera seria quedaría inconclusa, sin darle la
oportunidad de expresar su genialidad.
Pero Jacques Offenbach no era fácil de vencer. Puso a cantar
a sus personajes, y entre todos fueron escribiendo poco a poco la
236 | J a i m e L av e n t m a n G.
obra maestra del compositor. Los Cuentos de Hoffman se volvie
ron una realidad cuando la muerte lo acechó anunciándole un
final temprano.
Seis meses después de que el compositor falleciera, se es
trenó su obra maestra y a nadie sorprendió el éxito que la mis
ma alcanzara.
Quizá Offenbach logró imaginar que esto sucedería. Lás
tima que no vivió lo suficiente para atestiguarlo.
I g n a c y Pa d e r e w s k i
(1860-1941)
Pianista, compositor, diplomático y político polaco
nacido en 1860, desde que contaba con unos cuan
tos meses de nacido Ignacy Paderewski fue educado
por unos familiares lejanos, debido a la prematura
muerte de su madre.
Sin embargo, cuidaron bien de darle una ade
cuada formación, y estudió en los conservatorios
de Varsovia, Berlín y Viena, para debutar en esta
última ciudad.
Después de ello se trasladó a París, lo que le
valió fama de mejor pianista de su tiempo, después
de Lizst.
Entre 1910 y 1920 luchó por la independencia
de su país y dio giras de conciertos, con lo que fi
nanció su lucha.
Su discurso público de 1918 en Polonia trajo
consigo el levantamiento militar contra Alemania.
Ya en la Polonia independiente, Paderewski fue
nombrado Primer Ministro de su país y Ministro de
Asuntos Exteriores.
Murió en 1941.
I g n a c y Pa d e r e w s k i
(1860-1941)
– 241 –
de su calidad artística, y cuando Polonia entera se enfrentó a
la catástrofe de una guerra sin piedad, fue nombrado Primer
Ministro en el exilio, por lo que algunos lo calificaron de ho
norario, aunque de ello poco tenía.
La suya fue una vida plena en su desarrollo, sin reproches
y con absoluta dedicación a mejorar la interpretación al piano,
con un dominio total sobre las dificultades propias del mismo.
Logró derribar todas las murallas y convertirse en el fuelle que
daría un respiro de orgullo no reprimido a su pueblo, tanto en
tiempos de gloria como de infortunio.
Sudaba con la ferocidad con la que arremetía las teclas del
piano, logrando arrancarle incluso sonidos ocultos. Un tempe
ramento congruente, que los afortunados que lo escucharon en
persona recuerdan fielmente. Ahora sabía que estaba muriendo.
Tosía sin cesar, y el dolor en el costado iba en crescendo, a pesar
de los medicamentos recetados. La sulfa, que quizá hubiera
salvado su vida, era el arma con la que sus enemigos sanaban
a sus soldados y la penicilina aún no se conocía. Poco a poco,
la neumonía lo fue consumiendo hasta hundirlo en un profundo
coma que precede al viaje del no retorno.
Ignacy Paderewski, el pianista y compositor amado por un
mundo que gozaba del arte de la música acababa de fallecer, y su
patria había quedado súbitamente desprovista de una directriz.
El pueblo polaco, en medio del más grande sufrimiento
experimentado en su turbulenta historia, no logró expresar sus
sentimientos en forma adecuada… Las fuerzas no alcanzaban
más que para decirse unos a otros…
¡Dios mío! ¡El primer ministro Paderewski, ha muerto!…
N i c c o l ò Pa g a n i n i
(1782-1840)
Considerado entre los más connotados violinistas
de su tiempo, Niccolò Paganini nació en Génova,
en 1782.
Sus técnicas de staccato y pizzicato resultaron
realmente novedosas, y su perfecta entonación así
como su don del oído absoluto hicieron de él uno
de los más célebres virtuosos de todos los tiempos.
Empezó a estudiar música a los cinco años
de edad y apareció en público cuando acababa de
cumplir los nueve. Cuatro años más tarde, Paganini
realizaba una gira por diversas ciudades de la re
gión lombarda.
Para 1801 había ya compuesto más de 20 piezas
musicales en las que combinaba la guitarra con otros
instrumentos. Fue director musical en la corte de
Maria Anna Elisa Bacchiocchi, hermana de Napo
león, y cuando abandonó el cargo comenzó a viajar
por diversos países europeos, en todos con inusita
do éxito y admiración por parte de la crítica y de sus
contemporáneos.
Paganini murió en Niza, en 1840. Seis años an
tes había renunciado a las giras.
N i c c o l ò Pa g a n i n i
(1782-1840)
– 245 –
Los amigos escaseaban. Berlioz le escribía ocasionalmen
te alguna nota, siempre agradeciendo que el maestro hubiera
interferido a su favor. ¿Cómo olvidar aquel día en que lo oyó
por primera vez?… A petición del propio Niccolò, compuso
una obra para que él la interpretara en su viola: Haroldo en
Italia. Pero esto último nunca llegó a suceder. La tuberculosis
laríngea acabaría primero con él, evitando que el genio volvie
ra a interpretar o a componer alguna otra pieza.
En sus últimos días, Paganini tomó su Stradivarius y lo colocó
una vez más bajo su mejilla. Olvidó el dolor y le arrancó al instru
mento poco a poco, miles de notas que se perderían en el infinito.
Al morir, dice la leyenda que la tierra dejó de girar. Por un
segundo, se abrieron sus entrañas y de ellas brotó el mismísi
mo Mefistófeles. Se hablaron de frente: diablo a diablo para
ver cuál de los dos ganaba. El primero se irguió y se transfor
mó súbitamente en la figura más abominable que el hombre
jamás hubiera visto. Y Paganini, ni siquiera se inmutó. Siguió
tocando el violín con tal perfección que finalmente supo que
había ganado la primera batalla.
Pero la guerra la había perdido. Niccolò moría, y se dice
que el Señor, conmovido por su música, lo arrebató para sus
dominios. Fue así como Mefistófeles sufrió su segunda derrota.
Á n g e l a P e r a lta
(1845-1883)
Nacida en la Ciudad de México, en 1845, Ángela
Peralta ha sido una de las más célebres cantantes de
ópera que ha tenido el país.
Desde los seis años mostró sus dotes artísticas y
cuando acababa de cumplir los quince se estrenó en el
mundo de la ópera Trovador, de Giusseppe Verdi, e
interpretó a Leonora.
Fue tal su éxito, que viajó a Europa en donde
permaneció cinco años perfeccionando su arte. Fue
en 1865 cuando su prestigio se consolidó después
de su actuación en la Scala de Milán. Asimismo,
Ángela llegó a componer algunas canciones.
Además de su éxito como cantante, el mérito de
Peralta fue haber traído a México canciones euro
peas, y haber llevado a Europa canciones mexicanas.
Murió en 1883.
Á n g e l a P e r a lta
(1845-1883)
– 249 –
Una fiebre la atacó de manera violenta, causándole tales
calosfríos y sudores que ni la más difícil de sus representacio
nes operísticas habían logrado arrancarle en su corta vida. Su
piel de pronto se tiñó de un color azafranesco y los vómitos
habían comenzado horas antes, frente a la aturdida mirada
de sus amigos y familiares, a quienes el médico no infundió la
menor de las esperanzas.
En medio de su delirio, soñaba con volver a subir a La Scala
de Milán, e interpretar con su enérgica voz de ruiseñor el papel de
la esclava negra en Nabucco, la gran ópera de Verdi.
De pronto se vio a sí misma convertida en Aída, y recluida
en la mazmorra con olor a tumba; a pesar de que quería gritar,
solamente lograba afianzarse más a su amado Radamés. Lo
comparaba con su marido, a quien jamás amó y de quien vivió
siempre separada.
Como el “Ruiseñor Mexicano”, la bautizaron aquellos que
veían en Ángela la cumbre de una voz de soprano magistral
mente manejada, tal como exigía el bel canto. Meses antes ha
bía inaugurado el teatro que ahora lleva su nombre, en la ciu
dad de San Miguel Allende, allá en el estado de Guanajuato.
Y una mañana en que el sol debe haber calentado poco,
Ángela Peralta sucumbió, víctima de la fiebre amarilla.
Cuando sus restos fueron depositados en la Rotonda de
los Hombres Ilustres de la Ciudad de México, no faltó algún
admirador que se preguntara…
—¿Pues qué mosquito habrá picado a este “ruiseñor”, que
fue capaz de callar su voz para siempre?…
S e r g é i P r o k ó fi e v
(1891-1953)
De padre ingeniero agrónomo y de madre pianista,
Sergéi Prokófiev nació en 1891 en el actual pueblo
de Donetsk, Ucrania.
Desde muy temprana edad mostró sus dotes
musicales y cuando a los 11 años comenzó a estudi
tar formalmente música, ya había escrito sus prime
ras composiciones. Muy pronto también sentó las
bases de lo que más tarde sería su muy particular
estilo musical.
De sus primeras obras, puede decirse que le
dieron fama como músico nacionalista ruso. Más
tarde realizó diversas giras por el Viejo Continen
te y se presentó como pianista, interpretando sus
propias composiciones, ya con su sello tan personal.
Durante los años que vivió fuera de su país es
cribió varias piezas para Sergéi Diághilev, su com
patriota y empresario de los ballets rusos.
En 1936 regresó a Rusia y siguió componiendo
con el mismo lenguaje musical e integridad. De esta
época son Pedro y el lobo, su extraordinario cuento
para niños escrito para narrador y orquesta, y su
ópera Guerra y paz.
Prokófiev murió en Moscú en 1953, poco después
de que habían comenzado los ensayos para su ballet
La flor de piedra, puesto en escena al año siguiente.
S e r g é i P r o k ó fi e v
(1891-1953)
– 253 –
como si en algún lugar del firmamento estuviera escrito que
él tenía que componer siguiendo una pauta predeterminada
por un campesino sin educación, y peor aún, sin el menor sen
tido de la autocrítica. Odiaba a este dirigente que lo había ido
reduciendo a una minúscula partícula dentro del sistema po
lítico del país. Tan insignificante parecía ser su contribución
que prefirió el exilio voluntario a tener que someterse a los
designios de un asesino, cuya mano castigaba a la inteligencia
y perdonaba el crimen.
Se sentía un viejo a los 61 años de edad. Después de un
largo tiempo había regresado a su patria, que ingrata lo acogió
fríamente, sin demostración alguna de cariño. Seguía siendo
un extraño entre su gente, cuando el resto del mundo lo ala
baba sin reservas.
Sus cefaleas parecían aumentar durante los momentos en
que los recuerdos afloraban a su mente. Se había salvado del
Gulag, y como muchas de las figuras que él mismo había creado,
o les había dado vida y sentido, ahora se refugiaba en el si
lencio. Le agradecía en su interior a Horowitz o a Richter las
maravillosas interpretaciones de sus sonatas para piano y se
regocijaba escuchando a Heifetz interpretar alguno de sus
conciertos para violín. Pero la presión arterial ascendía; las
arterias sentían que iban a estallar y su corazón parecía desan
grarse en la afrenta.
Sergéi Prokófiev se debatía entre el amor que profesaba
a su pueblo y a su gente, y el odio que tenía por su dirigente.
Su dolor de cabeza súbitamente se incrementó y por un ins
tante supo que el final se acercaba. No tuvo tiempo siquiera
25 4 | J a i m e L av e n t m a n G.
de sentarse a escribir un epitafio, o de tocarse a sí mismo una
marcha fúnebre, al estilo de Beethoven o Chopin.
En el mismo instante en que presintió que iba a morir dejó
de existir. Se fue del mundo sin llegar a saber que por casualidad
ese mismo día fallecía también Stalin, su mortal enemigo. Qué
terrible coincidencia ver morir a ambos contrincantes el mismo
día. Fallece el villano cuya trayectoria se perderá en el infinito de
su maldad, y muere el héroe en la más oscura de las mazmorras
y en un eterno silencio. El pueblo, ignorante, llorará a su villano
ese día y escupirá sobre su recuerdo desde entonces. Pero derra
mará lágrimas tardías por el compositor que le otorgó el placer
del sonido.
Giacomo Puccini
(1858-1924)
Nacido en 1858, Giacomo Puccini, el compositor de
ópera más grande de fines del siglo xix y comienzos
del xx, estuvo alejado de los principios de la ópera
verista, la tendencia imperante los últimos años del
siglo xix, inspirada en el Naturalismo francés.
Puccini pensó siempre en su público, de ahí la
profundidad psicológica de sus personajes y la va
riedad de los mismos.
Ese fue su gran mérito, y el que lo llevó a asimi
lar y sintetizar con gran destreza lenguajes y cultu
ras musicales diferentes.
Puccini murió el 29 de noviembre de 1924, de
jando solamente esbozado el final de Turandot.
Giacomo Puccini
(1858-1924)
– 259 –
ya muerto para encontrarlo en la eternidad. Moría con cada
uno de sus personajes.
*****
260 | J a i m e L av e n t m a n G.
El director volteó a ver al público en aquella sala repleta,
y fijó sus ojos miopes en alguna fila donde logró ver sentado el
espíritu de Puccini…Y entonces se dirigió al público…
—En este preciso momento de la ópera —explicó —la
mano del maestro dejó de escribir y la muerte se lo llevó…
Desde su nueva morada, Puccini —debemos creerlo—
escuchó con claridad las palabras. Supo que Turandot, su nue
va heroína, había triunfado… Poco después, basado en los bo
cetos que el propio compositor dejara, la ópera fue terminada
y reestrenada con éxito.
Y al reestreno el maestro Puccini tampoco pudo asistir…
pero seguramente también supo de su éxito.
S e r g é i R a c h m a n i n o ff
(1873-1943)
Nacido en Rusia, en 1873, y destacado entre los úl
timos grandes compositores de la música académi
ca europea, Sergéi Rachmaninoff, fue a la vez uno
de los pianistas más influyentes del siglo xx.
A los nueve años comenzó sus estudios mu
sicales en el Conservatorio de San Petersburgo, y
cuando su fama logró trascender en su país, fue
nombrado director de orquesta del Teatro Bolshoi
de Moscú.
Sin embargo, Rachmaninoff habría de abando
nar su patria tras la Revolución de 1917, para tras
ladarse a París primero, y después a Suiza.
Finalmente eligió Estados Unidos, patria que
adoptó hasta los últimos días de su vida, cuando
murió en 1943.
S e r g é i R a c h m a n i n o ff
(1873-1943)
– 265 –
sido destrozada por los críticos y desechada por un público que,
como él mismo decía, no estaba aún preparado para escuchar
semejantes armonías.
El doctor Nikolai Dahl estaba sentado detrás de Rachma
ninoff, atento a lo que éste le decía. Le había diagnosticado una
severa depresión a esta joven promesa de la música sinfónica.
Deseaba ayudarlo y para ello hacía un verdadero esfuerzo.
Aquella era la última sesión y Rachmaninoff finalmente se
levantó del sofá, como impulsado por un deseo desconocido
de volver a intentarlo…
Sonreía y el tiempo no le alcanzaba para escribir en su cua
derno pautado las melodías que afluían como torrentes en su
imaginación.
Será —se decía a sí mismo— un concierto magnífico con
el que borraré para siempre la mala impresión que dejó mi
sinfonía. No será excesivamente romántico, pero tampoco se
acercará a las nuevas tendencias distónicas, tan frecuentes en
las salas de concierto.
A medida que las palabras fluían, su rostro se contorsio
naba con una nueva e inspiradora confianza. La depresión ha
bía quedado atrás. Y así, Rachmaninoff compuso su segundo
concierto para piano, el Opus 18, y guardó las depresiones en
el armario del olvido.
Como era un hombre generoso, pensaba en cómo agrade
cer al doctor Dahl, su psiquiatra, la valiosa ayuda que le había
brindado durante aquellos largos meses…
Se supo que el día del estreno el propio compositor inter
pretaría la parte del piano. El público, como anticipando una
266 | J a i m e L av e n t m a n G.
buena nueva, esperaba con ansiedad. Al terminar, los oyen
tes emocionados inmediatamente reconocieron el valor de la
obra.
Rachmaninoff había vuelto a la senda del triunfo y ésta, ya
jamás lo abandonó.
Tomó la decisión antes del concierto: dedicarlo al doctor
Dahl. Y desde entonces, nadie en la historia de la psiquiatría
ha sido galardonado de mejor manera por aliviar una severa
depresión nerviosa.
M a u r i c e R av e l
(1875-1937)
Nacido en 1875 en Ciboure Labort, una localidad
perteneciente al País Vasco francés, Maurice Ravel
ha sido considerado por la crítica como un músico
de audaz estilo vanguardista, con clara influencia de
las más importantes corrientes que definieron a este
movimiento.
Maestro de la orquestación, Ravel cultivó por
encima de todo la perfección formal en su música.
Realizó sus primeros estudios en el Conservatorio
de París, y mostró desde sus primeras composicio
nes un espíritu musical muy independiente.
Tras la muerte de Debussy en 1918, Ravel fue
laureado como el más grande músico francés de
entonces. Después de varios éxitos y algunos fra
casos, en 1927 comenzó a trabajar en su Bolero, su
obra más conocida, inspirada en una antigua dan
za andaluza, un auténtico ejercicio de virtuosismo
orquestal.
Diez años más tarde, el 28 de diciembre de
1937, Maurice Ravel moría en París. Con su muerte
desparecía el último representante de una genera
ción de músicos que habían renovado las formas sin
tener por ello que renunciar al clasicismo.
M a u r i c e R av e l
(1875-1937)
– 271 –
Las piezas fantasmagóricas escritas para el piano, sus con
ciertos y sus óperas, formaban ya parte de un pasado que se
derretía junto con la civilización. Se sentía pobre de espíritu
y sin deseo alguno de componer. Parecía un cuadro fiel, re
flejo de la depresión que se abatía sobre el incipiente —y no
obstante ya cansado— siglo xx. Un buen día notó que su me
moria se había perdido por completo; y no sólo eso, sino que
también le costaba trabajo escribir lo que ya había compuesto.
—Maestro —lo acosaban sus alumnos —¿recuerda su pieza,
aquella, la más maravillosa de todas, en la que la pareja parece
girar en un frenesí que anuncia el cambio de un siglo a otro?
Y las preguntas seguían: ¿recordaba la monotonía inve
rosímil de la danza que lo lanzara a la fama eterna? ¿Acaso
se acordaba del concierto que había compuesto para su ami
go pianista, el que perdiera el brazo derecho en la Primera
Guerra?…
Había perdido la facultad de escribir la maravillosa mú
sica que sin embargo seguía clara en su mente. Como aque
llos desventurados que han perdido el habla y no son capaces
de expresarse. Una tragedia para ellos, un final infeliz para el
compositor…
Pero Maurice Ravel tampoco podía recordar demasiado esos
días. Finalmente tomó una decisión. Los médicos sugirieron una
operación en el cerebro tan dañado, para tratar de reponer el
hálito de vida que se estaba perdiendo. Y él accedió.
Diez días después de su encuentro con el bisturí que puede
marcar el destino, Ravel moría sin haber recobrado jamás la con
ciencia. Su lúcida mente que con tanta fuerza había brillado en
272 | J a i m e L av e n t m a n G.
otros tiempos era ahora incapaz de componer un nuevo Bolero,
que hiciera bailar al mundo, en lugar de verlo combatir en los
campos de Europa una más de sus infaustas conflagraciones.
Si bien Ravel dejó de bailar muchos años antes de su muerte,
su música perdura en la historia del ser humano, música ma
ravillosa que regaló a sus conciudadanos como instándolos a
danzar y a dejar de matarse unos a otros…
S i lv e s t r e R e v u e lta s
(1899-1940)
Nacido en 1899, en Santiago Papasquiaro, Durango,
el compositor mexicano Silvestre Revueltas destacó
también como violinista y director de orquesta.
Sus estudios musicales los realizó en el Conser
vatorio Nacional de Música de la capital mexicana
y posteriormente viajó a Austin, Texas, para conti
nuar con su formación.
En 1922 fue invitado por Carlos Chávez, otro
virtuoso de la música mexicana, para encargarse de
la dirección de la Orquesta Sinfónica de México,
puesto que ocupó hasta 1935.
Entre la obra de Revueltas destaca la música
que escribió para algunas películas, entre ellas Redes,
pieza maestra del cine mexicano, así como su música
de cámara y algunas canciones. Quizá lo más cono
cido de su repertorio es Sensemayá, escrita en 1938 e
inspirada en el poema del mismo nombre del cubano
Nicolás Guillén.
Silvestre Revueltas murió en la Ciudad de México,
en 1940.
S i lv e s t r e R e v u e lta s
(1899-1940)
– 277 –
Pertenecía a una familia de abolengo, con valores que tras
cendían del plano corriente a la invención y la creatividad.
Pero hoy le faltaba el aire y tenía la frente bañada en sudor.
Se enfrentaba a una infección que lentamente destruía sus
pulmones y lo mantenía en un delirio mortal. Recordaba la
isla de Janitzio y la pieza con la cual la inmortalizó. El ritmo
contagioso de sus escasas composiciones le acompañaba, al
tiempo que la bebida envolvía su cuerpo y su alma, alejándolo
del terror terrenal de tener que seguir sufriendo y viviendo.
En su sangre, a su vez mezcla de muchas etnias, se entrelaza
ban las corrientes que lo empujaban a encontrar la felicidad y
la burla perenne a la propia muerte. La tos bañó súbitamente
su blanco pañuelo y la respiración se tornó más dificultosa.
Los estertores que anteceden a la muerte finalmente hicieron
su aparición.
Silvestre Revueltas sabía que iba a morir ese mismo día,
en los inicios de una terrible guerra mundial que, por suerte, a
él no le tocaría ya vivir. Las redes de su destino se conjuraron
para evitarle más penas y lo hundieron en el coma magnánimo
en el que el dolor desaparece y la vida, sin siquiera sentirlo, se
escapa a latitudes más cálidas y acogedoras.
Su violín permanecía en silencio, abandonado en algún
rincón. La orquesta que lo adoraba también callaba, como si
el luto respetuoso se hubiera impuesto. El cantor del pueblo
de México, el que supo encontrar la fusión entre los ritmos
nacionalistas y darles un toque personal y original, moría víc
tima de una bacteria oportunista que finalmente desencadenó
una neumonía fatal. Pero el pueblo sabía que Revueltas, en su
278 | J a i m e L av e n t m a n G.
llorar y sufrir cotidiano, había muerto mucho tiempo atrás, al
permitir que el licor que embrutece los sentidos agotara la veta
de su inspiración musical. Moría como resultado de la tristeza
y el infortunio que se asienta ocasionalmente en cada ser hu
mano, sin una causa o un origen certero.
Sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres,
pero su alma se encuentra dispersa por el valle del Anáhuac,
por Janitzio, por las redes que lanzó con amor para su patria.
Él simplemente se encerró en la noche de los mayas, la del no
retorno… la de la muerte.
J o a q u í n R o d r ig o
(1901-1999)
Nacido en 1901, en Aranjuez, municipio de la co
munidad de Madrid, Joaquín Rodrigo comenzó sus
estudios musicales a los ocho años.
Aprendió solfeo, violín y piano, así como armo
nía y composición. A los 16 años ingresó al Con
servatorio de Valencia, y en 1923 se estrenó como
compositor, con Juglares, su primera obra, misma
que fue premiada en la capital española.
Rodrigo estudió cinco años con Paul Dukas en
París, y posteriormente ingresó al Conservatorio
de París de la Sorbona.
En 1940 compuso el Concierto de Aranjuez, su
obra cumbre para guitarra y orquesta.
Joaquín Rodrigo murió en Madrid, en 1999.
J o a q u í n R o d r ig o
(1901-1999)
– 283 –
un toque de color nacionalista y adaptado perfectamente al
mundo actual.
Era un hombre gentil, enfrascado en la lucha por sobrevi
vir en un mundo de sombras y eterna oscuridad. Los olores de
su entrañable Aranjuez vibraban sutilmente, mezclándose con
los sonidos de Málaga.
No se quejaba. Había aceptado el reto impuesto por el
destino y hasta podía decirse que agradecía al Señor el que le
hubiera quitado el sentido de la vista.
Es cierto que no veía, no distinguía los colores vibrantes
de una Granada enclaustrada entre los picos nevados de la
región, y tampoco podría jamás diferenciar las singulares calle
juelas de Sevilla. Era ciego, y su ceguera había irrumpido en
su vida desde los tres años de edad. El recuerdo de lo que
representaba ver se había esfumado al paso del tiempo, pero
lo suplía ampliamente la imaginación que aventajaba a la rea
lidad en emotividad y en meticulosa observación de aquello
que es imposible distinguir a la luz del día.
Rodrigo gozó de una vida larga y prolífica. Fue un hispano
universal cuya guitarra cantaba por igual al hombre educado
como al lego, mostrándoles lo hermoso que puede llegar a ser
el universo.
Una noche, Joaquín Rodrigo se acostó tarde como era su
costumbre y dejó que las melodías de su propia inspiración
lo llevaran hasta el sueño profundo. En él, Rodrigo podía ver
de la misma manera que lo hacemos todos nosotros. En el
mundo de los sueños, los ciegos no existen. Y era feliz. Vivía
su destino creativo entre las sombras y una vida fascinante
en la luminosidad de la imaginación que es más nítida que
la realidad.
Y esa fue la dicotomía de la vida que le tocó experimentar…
Artur Rubinstein
(1887-1982)
Nacido en Polonia, en 1887, Artur Rubinstein fue
un pianista de gran talla que comenzó sus estudios
musicales a los tres años de edad, y mostró un enor
me talento al ofrecer su primer concierto a los seis.
Más tarde marchó a Berlín y en 1900 se pre
sentó ante el público. Siguieron conciertos en Ale
mania y Polonia, y en 1904 debutó en París. Poste
riormente tuvo una serie de presentaciones en el
Carnegie Hall de Manhattan, en la zona más sofis
ticada de Nueva York.
Volvió a su país en donde pasó varios años,
y después realizó diversas giras por todo el Viejo
Continente.
Rubinstein tuvo que abandonar Europa por
motivos políticos para trasladarse a Estados Uni
dos, aunque finalmente pudo regresar, para morir
en Ginebra, en 1982.
Artur Rubinstein
(1887-1982)
– 287 –
El recuerdo de Liszt y de su amado Chopin lograron fi
nalmente inundar sus ojos de lágrimas, lágrimas traicioneras,
unos segundos antes de que con sus manos maravillosas atacara
el teclado para hacer sonar algún vals del compositor polaco.
Su memoria, siempre extraordinaria, lo transportaba por el
pentagrama del recuerdo, sin tener que acudir a la partitura
impresa.
Era feliz, y en realidad siempre lo había sido. De toque
magistral, si bien una que otra nota se escapaba por acá o por
allá de repente, con sus interpretaciones afirmaba que el én
fasis en la emotividad es capaz de superar la exigencia técnica.
Ello constituía parte de su fama y él lo sabía bien. Una felicidad
absoluta, como cuando impartía clases magistrales en París,
Londres o Jerusalem. Siempre estaba rodeado de gente más
joven que él, de promesas musicales, algunas de las cuales
triunfarían y otras fracasarían, sin elevarse a las alturas alcan
zadas por él, en sus más de 70 años como pianista.
Sonreía con benevolencia agradeciendo cada instante de
su larga vida. Sus manos seguían arrancando las más exquisi
tas tonalidades al piano, y no tenía ningún malestar, a pesar de
lo avanzado de su edad.
Interpretó las obras de Brahms con la dulzura que sólo él
lograba imponerle. Entre movimiento y movimiento de la So-
nata no. 3, bebía un trago de vino y aspiraba un poco el humo
de su cigarrillo.
Al otro día, alguien encontró el cadáver de Artur Rubins
tein reposando tranquilamente en su cama. Sus facciones de
notaban absoluta alegría, y no había impreso en su rostro ni
288 | J a i m e L av e n t m a n G.
un ápice de mueca que expresara sufrimiento. A un lado, en el
buró, había una copa con coñac.
No dudo que el médico que acudió a certificar la muerte
haya puesto como causa de la misma un infarto al miocardio o
quizá un ataque cerebral.
Yo que nunca le conocí y sólo supe de su muerte a través
de un comunicado en el periódico, sé muy bien de qué murió
Rubinstein: falleció de inmensa alegría…
Así es. Murió sin tristeza, sin enfermedad alguna y simple
mente en su última aparición se despidió de la vida cumpliendo
de esta forma con los designios del Creador…
Arnold Schönberg
(1874-1951)
Nacido en Viena, en 1874, Arnold Schönberg ha si
do considerado, al lado de Stravisnky y de Bártok,
como uno de los grandes músicos de la primera mi
tad del siglo xx.
Schönberg representa una de las figuras clave
en lo que respecta a la evolución de la música aca
démica occidental.
Fundó la Segunda Escuela de Viena y ha sido
reconocido como uno de los primeros compositores
en adentrarse a lo que se conoce como composición
atonal, y en especial por haber creado la técnica del
dodecafonismo, basada en series de 12 notas, con lo
que abrió las puertas al posterior desarrollo del se
rialismo de la segunda mitad del siglo xx. Asimismo,
entre 1906 y 1913 Arnold Schönberg se dedicó a la
pintura. Fue amigo, entre otros, de Vasili Kandinski y
sus cuadros participaron en más de 10 exposiciones.
Arnold Schönberg
(1874-1951)
– 293 –
que abandonara el cargo. Meses atrás, los nacionalsocialistas
habían usurpado el poder y obligaron a este gran hombre a
emprender el exilio involuntario. Y así llegó a París, en donde
por motus propio volvió a la senda del judaísmo para nunca
más abandonarla.
Y en medio de todo ello, el sistema dodecafonista se
presentaba ante un mundo incrédulo. Sus alumnos lleva
rían las teorías en su música, para convertirlas en el escudo
de sus composiciones, como una muestra de aceptación al
maestro.
Ahora era el número 13 el que como una obsesión domi
naba el pensamiento de Schönberg. Pero sin saber por qué, le
temía. Estaba convencido que no viviría más de 76 años, cifra
que al sumar sus partes por separado, 7 y 6, daban 13. Y así, el
hombre que le diera vida a Moisés y a Aarón, el de La noche
transfigurada, entró en una severa depresión, que lo condujo
semanas más tarde a la muerte.
El periódico local anunció así su muerte:
Hoy, 13 de julio de 1951, 13 minutos antes de la media
noche, el maestro Arnold Schönberg falleció a la edad de 76
años.
¿De qué murió el inventor del dodecafonismo? ¿De una
severa depresión? ¿De edad avanzada?
No…Yo creo que murió de miedo. Si bien el número 12 le
dio la fama, el 13 no logró destruir su obra. En otras palabras,
Arnold Schönberg murió al haber adivinado el día y el año de
su muerte.
Y eso debe de ser lo mismo que morir de miedo…
Fr a n z S c h u b e r t
(1797-1828)
Uno de los precursores del Romanticismo, y gran
compositor del lieder, el antecedente de la canción
moderna, Franz Schubert nació en 1797, en Viena.
Si bien su música fue valorada en un círculo muy
restringido, sus últimas sonatas para piano, así como
sus cuartetos de cuerda y sus dos últimas sinfonías
—equiparables a las de su admirado Beethoven—
comenzaron a difundirse después de su muerte. La
crítica lo consideró entonces como uno de los gran
des compositores de todos los tiempos.
Sus obras, algunas inéditas y otras que sólo se ha
bían interpretado en privado, fueron también alabadas
por otros músicos como Schumann y Mendelssohn.
Muy joven, y aún sin haber concluido muchas
de sus obras, Schubert murió en 1828.
Fr a n z S c h u b e r t
(1797-1828)
– 297 –
El concierto de aquella noche representó un gran éxito en
su vida. Llegó a su casa soñando con un futuro promisorio y
lleno de alegrías.
Pero semanas después, de su frágil cuerpo víctima de va
rias enfermedades, entre ellas la sífilis, surgió como un dragón
embravecido un cólico que intentó partirle el organismo en
mil pedazos.
La fiebre iba en aumento y reconocía que haber bebido
agua contaminada le estaba causando una severa enfermedad.
Su excremento era una masa de sangre y moco, y le asustaba
tanto como el trágico anuncio de su muerte en las próximas
horas.
Terminaría su vida en forma callada. Aterrado, optó por
buscar compañía y logró penosamente llegar a casa de su her
mano, para caer en cama y nunca más levantarse de ella.
Y en su delirio, mientras la fiebre tifoidea lo consumía
lentamente, Franz Schubert le expresaba su amor a la bella
molinera, la misma que lo había inspirado a componer uno
de sus más bellos ciclos de lieder. Y en su delirio también, la
veía como un vagabundo que cruza el camino adecuado de su
existencia una sola vez.
Su vida terminó a los 31 años de edad, cuando la veta aún
podía haber dado mucho más, y sin embargo, la muerte se ha
bía llevado una vida de amor al canto, a la sencillez en la mú
sica con una facilidad envidiable para las melodías.
Pero a diferencia de lo que muchos pensarán en el futuro,
la suya no es una obra inconclusa, como aquella sinfonía que
escribiera en sólo dos movimientos… más bien es una obra
corta porque la inspiración divina no dio para más.
Robert Schumann
(1810-1856)
Compositor alemán del Romanticismo, y uno de los
más afamados músicos de la primera mitad del si
glo xix, Robert Schumann reflejó, tanto en su obra
como en su vida personal, la naturaleza del hombre
romántico: pasión, drama y tragedia.
Desde sus años adolescentes, Schumann mos
tró sus dotes como compositor, escribiendo obras
para piano, pero también para orquesta de cámara
y sinfonías.
Sus trastornos emocionales, acompañados de
severas crisis nerviosas, culminaron en 1854 cuando se
arrojó al río Rhin, y fue internado en una clínica
cercana a Bonn, para morir finalmente en 1856.
Robert Schumann
(1810-1856)
– 301 –
lenguaje, formaba ya parte de la historia que él mismo escri
biría. Reconocía que ya no podía tocar más, y atormentado se
llenaba de angustia, de un descomunal terror interno… Las
composiciones que en otra época fluían con facilidad se ha
bían vuelto dificultosas, llenas de penurias y peligros que era
incapaz de afrontar…
Se levantó de su asiento fijando la vista al infinito. Sus ojos
permanecían estáticos, sin ver nada…
No divisaban el río frente a él, ni las aguas azules que se
mecían con el tenue soplo de la brisa veraniega. Tampoco lo
graba ver las nubes grises que formaban un techo anunciando
una tormenta próxima, y no distinguía que la noche ya estaba
a su lado. Y sin embargo, miraba fijamente con aquella zona
de su pensamiento que no parece humana, y que poco a poco
se difumina en medio de la locura de cada uno.
Caminó hacia el agua con la mente en blanco y los ojos
ciegos en el devenir de su propia existencia…Y así, Robert
Schumann se encontró con su destino. Siguió caminando has
ta perderse bajo el manto de aguas poco amistosas para ser
rescatado por su amada Clara. Aún había en su cuerpo un pe
queño aliento, y sin embargo tuvo que ser internado en un
manicomio: su vida espiritual se había ahogado sin remedio.
Clara Weick se atormentaría los años siguientes preguntán
dose en qué momento su amado había perdido la razón. ¿Quizá
habría sido cuando inutilizó un dedo de su mano, tratando con
ello en vano de mejorar su digitalización en el piano? ¿O acaso
fue cuando el Sr. Weick les prohibió casarse, bajo la amenaza
que posteriormente cumplió de desheredarla? ¿O tal vez ocurrió
302 | J a i m e L av e n t m a n G.
cuando Robert se sentaba horas enteras frente a un pentagrama,
sin lograr moldear en él siquiera una nota musical?
Ya en el manicomio, Schumann, privado de su lógica y de
la chispa de vivir, al menos tuvo la bendición de no volver a ver
al odiado Sr. Weick…
A Clara no creo que la haya olvidado, por más grave que
haya sido su locura.
Alexander Scriabin
(1872-1915)
Nacido en Rusia, en 1872, Alexander Scriabin des
tacó por haber sido un virtuoso del piano y la com
posición musical.
Desde muy temprana edad fue alumno de pia
no de Nikolai Zverev, quien había ganado fama de
gran maestro, entre otras cosas, por haber tenido
como alumno al gran Rachmaninov.
Poco después, Scriabin ingresó al Conservato
rio de Moscú, y a pesar de que tenía las manos real
mente pequeñas, se convirtió en un gran pianista.
En lo que respecta a su trabajo como composi
tor, el músico ruso estuvo influido por la teoría del
Superhombre, atribuida a Nietzsche.
Un poco antes de morir, diseñó un trabajo
musical sobre el Armagedón, con la intención de
presentarlo en el Himalaya. A esta pieza musical la
llamó Mysterium, pero la muerte lo sorprendió en
1915, antes de que pudiera terminarla.
Alexander Scriabin
(1872-1915)
– 307 –
hasta el éxtasis, borrando toda duda que se antepusiera a su
misión.
Días atrás, el molesto furúnculo que había brotado en su
labio comenzaba a aumentar de tamaño, mostrando francos
signos de inflamación y de una latente infección. En vano in
tentó reventarlo; quizá con ello creía dejar escapar la muerte
que comenzaba a rondar por su cuerpo, pero sus esfuerzos
fueron vanos, y en lugar de ello, una fiebre pertinaz se instaló
en su organismo para ya no abandonarlo jamás.
De pronto se vio envuelto en el delirio de una infección sin
control. Soñaba con sus obras musicales, con el amor que desea
ba otorgar a la humanidad. Se suscitó finalmente la septicemia,
hija natural de una infección no controlada, y con implacable
habilidad, en un instante se llevó consigo a este pseudomesías.
De figura y mirada aristocrática, Alexander Scriabin trazó
una música llena de misticismo que había de ser interpretada
en los tiempos por venir. Mostraba en ella el canto de una
abominable desesperación, de quien conoce la maldad del ser
humano y sabe que ésta es incapaz de congeniar con la bondad
divina, quizá porque está fuera de nuestro alcance.
Scriabin se elevó a alturas que él mismo dibujara, dejando
que un simple furúnculo le cortara la vena de la inspiración.
Pero, ¿en realidad se habría llegado a sentir un Mesías?…
Solo sé que el pianista de renombre, el compositor de san
gre rusa, indujo los cambios que su pueblo vería al paso del
tiempo. Los conceptos filosóficos que trató de transmitir al
mundo hoy están en el olvido. Nadie los recuerda y a nadie le
interesan. Sólo perdura su mensaje musical.
D m i t r i S h o s ta k o v i c h
(1906-1975)
Nacido en San Petersburgo, en 1906, tras un pe
riodo inicial de vanguardismo musical en prácti
camente toda Europa, el estilo de Shostakovich
derivó hacia un romanticismo musical tardío, que
supo combinar a la perfección con la música rusa
tradicional.
Shostakovich logró crear un modo muy perso
nal que evolucionó en algunas de sus obras hacia la
atonalidad; es decir, al uso de contrastes agudos y
elementos un tanto extravagantes, con un compo
nente rítmico muy acentuado.
Murió en 1975, y en la actualidad es considera
do como uno de los compositores más destacados
del siglo xx.
D m i t r i S h o s ta k o v i c h
(1906-1975)
– 311 –
cer en esas peligrosas alturas que dañan la inspiración creativa
del músico y de todo artista. El corazón se encontraba agotado;
el desgaste físico y mental era muy grande, y comenzaba a fallar
ocasionalmente, augurando un final estremecedor. Sería rápido
en su aparición e injusto en su tiempo.
Desde lo más profundo del canto del bosque recordaba,
ahora a varios años de distancia, las batallas que se habían li
brado en el suelo patrio, y a las que su dirigente se atrevió a
nombrar como “guerra patriótica”. Millones de seres morirían
y no precisamente bajo la metralla del enemigo, sino como con
secuencia del hambre y las enfermedades, a su vez resultado de
la incredulidad del ser humano.
En su sinfonía Leningrado, en el canto repetitivo de sus
percusiones y el crescendo que estorba a la memoria, Dmitri
Shostakovich escribía con sangre la saga de su ciudad y de sus
habitantes. Años después vería borradas de los escenarios
sus mejores composiciones, entre ellas sus óperas, mismas que
habían sido calificadas con la más absoluta de las ignorancias
como “música de degenerados”.
Así, Lady Macbeth, la que vivía en la Unión de Repúblicas
Soviéticas Socialistas, representaba una crítica al sistema fatí
dico impuesto sin piedad a un pueblo. Se luchaba abiertamente
contra un dirigente que todo lo quería abarcar. Y un buen día
Dmitri se acercó a Yevtushenko, el gran poeta, y le prometió es
cribir la música para uno de sus poemas. Al hacerlo, reconoció
por primera vez cómo su querido ejército había masacrado a
una población indefensa.
312 | J a i m e L av e n t m a n G.
Babi Yar con su amargo llanto y el recuerdo de la sangre
vertida inútilmente, sólo logró que el cerco oficial que lo es
trangulaba ciñera aún más el nudo a su alrededor, cortándole
la inspiración.
Pero lo afectaba otra enfermedad aún más maligna, que
poco a poco lo iba paralizando, como una poliomielitis pro
gresiva a la que nada ni nadie podía parar. Esa esclerosis late
ral amiotrófica eventualmente lo mataría.
Una mañana en que el tirano llevaba años de muerto,
Shostakovich supo que iba a morir. El corazón perdía fuerza y
no fue posible encontrar en todo el mundo una medicina que
curara sus heridas. No era el músculo el que fallaba, ni tam
poco las arterias que lo irrigaban. Su corazón lloraba lágrimas
mortales por aquellos a quienes no pudo defender. Los cadá
veres en las calles de Leningrado, la inmensa fosa de muertos
en Babi Yar y los héroes anónimos asesinados durante las
guerras y las continuas purgas del régimen.
Supo entonces que su patria eventualmente se redimiría, y
así, la voz musical del siglo cerró sus ojos y expiró en la tierra
convulsionada en la cual le había tocado nacer y morir.
Shostakovich definió el devenir de su pueblo antes que el
suyo propio.
Jean Sibelius
(1865-1957)
Nacido en 1865, en Tavastehgus, Finlandia, Jean
Sibelius soñó con ser un virtuoso del violín desde
muy niño. Y sin embargo fue hasta 1892 cuando
pudo demostrar que, más que eso, él era un gran
compositor, en especial de canciones, obras corales
y piezas para piano.
Pero su fama la debe en buena medida a la com
posición de poemas sinfónicos.
Amante de la naturaleza, solía llevar su violín
con él al bosque, sitio en el que a menudo se inspi
raba; en ocasiones tomaba alguna embarcación para
navegar por el río, y ahí también se ponía a tocar.
El lenguaje musical de Sibelius es inconfundi
ble y universal, puesto que trasciende el gran amor
que este compositor sintió siempre por su país.
Jean Sibelius murió en 1957.
Jean Sibelius
(1865-1957)
– 317 –
pensión vitalicia para que pudiera seguir siendo su músico y
su compositor.
Gustaba del buen vino y de hermosas mujeres, que sim
plemente se rendían ante su presencia sin que él tuviera que
esforzarse demasiado para ello. Y aquel cáncer fue extirpado
y el hombre regresó a su hogar.
Le quedaban 20 años de maravillosa inspiración y trabajo
constante. Sus poemas sinfónicos endulzarían lo agreste en la
vida de sus conciudadanos, y éstos lo llamarían desde entonces
su héroe.
La mañana era apacible. Acababa de cumplir 91 años de
edad. En los últimos 25, su inspiración se truncó y no volvió a
componer una sola nota musical. Sin embargo, su país le se
guía otorgando los honores reservados a la realeza. Ese día, en
forma súbita lo invadió un fuerte dolor de cabeza, y sin poder
siquiera expresar un último adiós se sumió en la inconciencia
que antecede a la muerte. Una hemorragia cerebral finalmente
lo llevó a la tumba, callando para siempre sus temores de una
muerte prematura.
Jean Sibelius engañó durante cerca de 50 años a la muerte.
La confundió en tal forma, que le fue concedida una vida extra.
Finalmente, como todo ser mortal, sucumbió ante ella pero en
forma gallarda, sin sufrimiento, casi con alegría.
Sibelius no murió a los 91 años. A los 44, volvió a nacer, y
simplemente disfrutó la vida durante 47 años más. La muerte
misma, al verlo definitivamente en su descanso final debió ha
ber sonreído, reconociendo que en una ocasión fue derrotada
por un ser humano.
A la larga, Sibelius fue el triunfador. La muerte, llegada a
su tiempo correcto, era ahora su consuelo y no mostró lucha
alguna frente a ella.
B e d r i c h S m e ta n a
(1824-1884)
Nacido en la actual República Checa, en 1824,
Bedrich Smetana comenzó desde muy niño sus
estudios de piano y violín.
Muy joven viajó a Praga para continuar con su
formación como compositor y posteriormente tra
bajó con el conde Leopold Thun.
Después de que sus primeras obras fueran pu
blicadas, Smetana fundó una escuela de música que
financió el compositor Franz Liszt.
Comprometido con el movimiento nacionalista
checo, él fue el primero que utilizó elementos del
folklore checo en sus composiciones.
En 1865 se trasladó a vivir a Gutemburgo, en
donde ejerció como profesor y director de orquesta,
y también como músico de cámara.
A su regreso de Praga, en 1863, fundó otra es
cuela con el propósito de promocionar la música de
su país.
Su obra influyó notablemente en dos grandes
maestros: Antonin Dvorák y Leoš Janárek.
B e d r i c h S m e ta n a
(1824-1884)
– 321 –
Este gran nacionalista se pudría en el asilo de los enfermos de
la mente, enajenado en su propia locura que en él no era sino
cordura, y en los demás demencia.
En un momento de aislamiento total, su mente lo trasladó
hasta las cauces del Moldavia. Smetana se acercó a la orilla,
lanzó los zapatos lejos de sí, y dejó que las aguas cristalinas
lavaran los pecados de su vida, como el Santo Padre lo hacía
cada viernes santo, al lavar los pies de sus feligreses.
El silencio de la sordera era tan profundo, que causaba dolor.
No escuchó los pasos de los corceles que conducían la carroza de
la muerte, que llegaba por él para que la abordara. Tuvo que
ser la muerte misma, quien golpeando levemente su hombro le
dejara saber que el momento final de su vida había llegado.
En el asilo, nadie comprendía por qué el bueno de Smetana
gritaba como el loco que siempre se rehusó a ser. Nadie prestó
atención cuando desapareció su alma, montó en la carroza
misma de su destino final y se alejó por un paraje que rodeaba
al Moldavia…
Ese fue sin duda alguna, el último deseo del compositor.
J o h a n n S t r a u s s ( pa d r e )
(1804-1849)
Nacido en Viena, en 1804, Johann Strauss padre
fue conocido principalmente por sus valses.
Muy joven aprendió el oficio de encuadernador
y realizó sus primeros estudios musicales con Jo
hann Polischansky. Muy pronto también, obtuvo un
puesto en la orquesta local de su ciudad natal para
participar en un cuarteto de cuerdas, el Cuarteto
Lanner, que interpretaba valses vieneses y danzas
rústicas alemanas.
Más tarde logró formar su propia orquesta de
cuerdas. Y quizá uno de sus mayores éxitos fue el
haber adaptado melodías populares para el gusto
de la época.
Strauss murió en su ciudad natal, en 1849.
J o h a n n S t r a u s s ( pa d r e )
(1804-1849)
– 325 –
Estaba solo. Había abandonado a su desprendida esposa
para huir con Emilia, una mujer de pésima reputación, quien
al verlo tan enfermo simplemente lo abandonó.
Le dolía profundamente el abismo que separaba sus
grandes logros musicales y los enormes fracasos en su vida
personal. Su hijo, cuyo genio armonioso superaría al maes
tro, lo despreciaba y aunque parecía que una vez más por
fin se habían reconciliado, los rencores acumulados eran ya
demasiados.
De pronto entró en el estertor final de su agonía. Escuchó
a una orquesta interpretar sus obras y por un momento, en
la alucinación de la muerte, creyó ver al hijo que se acercaba
para darle un abrazo.
Así es como Johann Strauss padre, en la antesala de
la muerte, hubiera dado todo porque su vida hubiera sido
diferente.
La Marcha a Radetzky aún retumba en las salas de con
cierto mientras el público la palmea con ritmo perfecto. Esa
Austria a la que él se entregó, lo recuerda interpretando sus
obras con frecuencia.
Me resulta paradójico y extraño que a Johann Strauss pa
dre lo matara una enfermedad de niños, la fiebre escarlatina,
cuando él mismo quiso deshacerse de su propio hijo, aquel cuya
obra finalmente opacaría la suya.
Uno… el gran creador del vals vienés… El otro, el hijo, fue
simplemente el Rey del Vals.
Rich a rd St r auss
(1864-1949)
Hijo de Franz Strauss, un cornista de la corte de
Munich, Richard se mostró desde muy pequeño co
mo un niño prodigio.
Compuso tres poemas sinfónicos de tema he
roico; entre sus obras, las que más han trascendido
para el gran público: Así habló Zarathustra, Don
Quijote y Una vida de héroe.
A finales del siglo xix se dedicó a escribir ópe
ras y en 1905 puso en escena Salomé, basada en el
drama de Oscar Wilde, pero la reacción del público
fue tan feroz que tuvieron que cancelarse las pre
sentaciones posteriores.
Sin embargo la ópera fue exitosa en otras par
tes del mundo y llegó a darle a Strauss los ingresos
suficientes para financiarse una casa en Garmisch-
Partenkirchen.
Su música orquestal fue menos abundante.
Destaca su Metamorphosen para 24 instrumentos
de cuerda, inspirada en la marcha fúnebre de la
Tercera sinfonía de Beethoven.
Strauss murió en 1949.
Rich a rd St r auss
(1864-1949)
– 329 –
honor, mientras que él, desechando su libre albedrío, fue inca
paz de defender sus ideales, que no eran ni por asomo los de
aquellos asesinos en el poder.
Su pecho hervía, como si dentro del mismo se cocinara
algún exquisito manjar y no el brebaje que lo acercaba a la
muerte. Las violentas sacudidas, acompañadas de un ritmo desi
gual, eran muy molestas para un músico, en quien el ritmo era
vital e inviolable. Le faltaba el aire y un dolor sordo se había
asentado en su cuerpo invadiendo su brazo izquierdo, y ascen
día por el cuello hasta embotar sus sentidos. No entendía lo que
estaba sucediendo, pero dedujo que fuera lo que fuera, no se
trataba de nada bueno.
Creyó que la tristeza que envolvía su corazón era la única
culpable de su malestar, cuando en forma brusca, un dolor de
una intensidad extrema entintó sus labios de morado y le quitó
el color de la vida. Un infarto del miocardio era lo que en ese
instante martillaba el cuerpo de Richard Strauss.
Las heroínas de sus obras se acercaron presurosas, tra
tando de calmar su dolor y de aliviar su angustia. La vida del
héroe llegaba a su fin y los pecados cometidos por la vejez
que tanto lo abrumaba, le serían perdonados, mas nunca
olvidados.
Aquellos a quienes ayudó en vida como Hoffmansthal y
Zweig, no entendían lo que había sucedido con él. En su cora
zón supieron perdonarlo. Así el hombre mortal, presa de sus
pasiones moría, y el alma, que es inmortal, sería recordada por
las buenas obras del músico.
P i o t r I l l i c h Tc h a i k o w s k y
(1840-1893)
Nacido en Rusia, en 1840, Tchaikowsky es uno de
los compositores musicales más importantes del
siglo xix.
Hacia 1875 su carrera musical ya estaba prácti
camente consolidada y 10 años más tarde, su fama
trascendía Rusia para llegar al resto de Europa y
finalmente a Estados Unidos.
A raíz de su debut como director de orquesta
se le declaró como el más grande compositor ruso.
Tchaikowsky inauguró el Auditorio del Carne
gie Hall de Nueva York; fue miembro distinguido
de la Academia Francesa de la Música y recibió el
doctorado Honoris Causa por la Universidad de
Cambridge.
Murió en San Petersburgo, en 1893.
P i o t r I l l i c h Tc h a i k o w s k y
(1840-1893)
– 333 –
Su genio no se cuestionaba, y su sola presencia provoca
ba el aplauso espontáneo y unánime de todos. Sin embargo,
Tchaikowsky sonreía poco. Su humor parecía ir acorde al sub
título de su última sinfonía, en donde las palabras melancolía,
tragedia y patetismo se mezclaban indistintamente.
En San Petersburgo había estallado una epidemia. El cóle
ra causaba entre los habitantes más temores que la propia idea
de ir al infierno al morir. Se había advertido a la población que
no bebiera agua del manantial: podía estar contaminada.
Entonces, ¿por qué la bebió sin oír el consejo de sus ami
gos? ¿Fue acaso un acto de inocencia de su parte? ¿O quizá
querría matarse? El músico tenía problemas con la autoridad,
¿fue por ello que escogió ese camino tan poco decoroso?
¿Sabía que la enfermedad le causaría un insoportable do
lor de cabeza, acompañado de escalofríos, fiebre alta y una
diarrea incontenible, seguida de terribles dolores musculares?
Pero Tchaikowsky era un hombre con buen sentido del hu
mor. Quiero pensar que quizá imaginó a la gente decir: “El
bueno de Piotr siempre tan tranquilo y melancólico, murió de
un ataque de cólera”.
Valga la mala comparación y la broma en representación
de la música que por sí sola conquistó al mundo.
Ahora sabemos que el bueno de Piotr probablemente fue
obligado a beber el agua contaminada, a contraer el cólera y a
que el mundo no lo llamara suicidio…
Al parecer un desliz inoportuno fue la causa de ello. Y al
elegir este camino, salvó para siempre su reputación de músico.
Si no fue así y Tchaikowsky simplemente cometió un desliz
sin escuchar consejos, que la historia nos juzgue. Al menos su
música logró ganar la batalla.
A r t u r o To s c a n i n i
(1867-1957)
Nacido en Parma, ciudad italiana, en 1867, Arturo
Toscanini es considerado como el director de orquesta
más grande de su tiempo.
Tras sus estudios en el Conservatorio de Parma
y una gira por Sudamérica, en 1898 fue nombrado
director residente de la Scala de Milán, para pasar
después por el Metropolitan Opera House y dirigir
la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
Ya en Estados Unidos, en su honor se fundó la
Orquesta Sinfónica de la nbc, en la que actuó regu
larmente en la Radio Nacional de aquel país y se
convirtió en el primer director de orquesta estrella
de los modernos medios de comunicación.
Toscanini muró en enero de 1957.
A r t u r o To s c a n i n i
(1867-1957)
– 337 –
hierro que era Nueva York: la gran manzana con sus emisoras
de radio que difundían la vida musical estadounidense. Y en el
nuevo país de concreto y altos edificios y rascacielos, donde se
pensaba brillaba el oro y la plata para cualquier inmigrante, le
fue entregada en bandeja de oro una orquesta sinfónica, con la
cual trascendió a las alturas mismas de la perfección musical.
Arturo era un director de orquestas sinfónicas, pero no
era cualquier director. Durante los 90 años de su vida, con más
de 70 de ellos en plena actividad, creó nuevas interpretaciones
a la música de Wagner y de Beethoven, con ritmos acelerados
y mucho más ortodoxos que sus contemporáneos.
Dirigía la música alemana con el profundo amor que sen
tía por sus compositores y el odio por sus políticos. Huyó de
Mussolini, a quien consideraba un títere que un mundo sin
valores movía a su antojo y al cual él no podía pertenecer.
Abandonó su querida Scala en Milán, cuando ésta se rindió a
los pies del tirano. Entonces dejó amigos, conocidos y se llevó
en el corazón impregnado el recuerdo de las grandes voces
que lucieron en aquella sala de ópera.
Y un buen día, cuando estaba al frente de una orquesta le
vino un titubeo instantáneo que sin embargo no pasó desaper
cibido. La mano, firme en otros tiempos, se movía con torpeza
y el ritmo se desquebraja sin cohesión, sin continuidad. Por
unos segundos Arturo Toscanini se perdió, en ese instante úni
co de la vida en que ésta se convierte en un frágil eslabón que
la une con la muerte.
Las palabras no acudieron a su mente y tampoco logró
expresarse. La música comenzó a sonarle lejana, impropia.
338 | J a i m e L av e n t m a n G.
Toscanini acaba de tener un evento isquémico cerebral
transitorio y en ese instante supo que la muerte lo acechaba;
el cansancio de vivir comenzó a invadirlo.
En la penumbra de su inconciencia logró recordar con ca
riño cuando Huberman, el gran violinista, un judío sin tierra
y sin libertad, se acercó a proponerle que digiera el primer
concierto de la orquesta sinfónica de Palestina. Y Toscanini,
hombre de amplio corazón y de valores éticos muy por encima
de la norma general de su época, accedió.
Y en 1936, cuando las amenazas de Hitler confundían
al mundo y asustaban al pueblo judío, dirigió la obertura de
Oberón, de Weber, con la Orquesta de Palestina, con lo que
le anunciaba a un mundo incrédulo que algún día no lejano,
Israel, como el ave fénix, habría de renacer de sus propias ce
nizas y surgir a la vida.
Toscanini sufrió aquel primer desliz dirigiendo a su or
questa y poco después perdió la vida. Por su honradez, se
le recuerda con cariño. Con ello ganó la fama que tanto
merecía.
G i u s e pp e V e r d i
(1813-1901)
Nacido en La Roncole, provincia italiana en 1813,
Giuseppe Verdi es el compositor italiano de ópera
por excelencia del siglo xix.
Las piezas que conforman su trilogía popular ro
mántica, Rigoletto, La Traviata e Il Trovatore, son de
sobra conocidas por los amantes del género.
En su momento, las óperas de Verdi sirvieron
para exaltar el carácter nacionalista que requería en
aquellos años una nación como Italia; tal es el caso
del coro de los esclavos que aparecen en Nabucco,
entre de las más conocidas en su país natal, y que en
tre otras cosas le valió el triunfo definitivo en Milán.
Su estilo personal lo llevó a presionar a empre
sarios y libretistas de su época a que arriesgaran
más con sus puestas en escena, muchos de los cua
les siguieron al maestro, sin duda sabiendo que el
éxito estaba al alcance de la mano.
Verdi murió en Milán, en enero de 1901.
G i u s e pp e V e r d i
(1813-1901)
– 3 43 –
trovador a lo lejos entonaba melodías que podían hacer que el
mismo diablo derramara una lágrima… Otelo llegó a su lado
cautelosamente y al tiempo que lloraba la pérdida de su amada
se debatía en el dolor ante el suicidio inminente. Falstaff, el vie
jo sinvergüenza, le guiñaba un ojo desde lejos. Mientras tanto,
vio a Lady Macbeth, que le contaba en melodías arrebatadoras
cómo se había liberado de su esposo… el mismo Atila se pre
sentó, inconfundible en su altanería y su canto bélico. Ernani y
don Carlos, lo miraban fijamente a los ojos y cantaban al maes
tro en sus últimos minutos de vida, sin que la molesta Inquisi
ción se enterara. Se escuchaban a lo lejos los cánticos de las vís
peras sicilianas, al tiempo que Luisa Miller, con su voz dulce le
narraba los sucesos de su vida. Juana de Arco le explicaba que
ni las llamas de su lecho mortal podían acallar el grito de alegría
de haber vuelto a vivir en un escenario. Nabucco y el coro de los
Israelitas, le recordaban que alguna vez, él mismo había sido el
Rey indiscutible de Italia.
Verdi, aun con los ojos cerrados sabía que alguien faltaba.
Parecía que casi todos los personajes de sus óperas cantaban
sus alegrías y tragedias, pero ella… no estaba presente.
Súbitamente todos desaparecieron como si hubieran ya cum
plido con su deber. Y Verdi sintió inmediatamente el frío de la
muerte. A lo lejos logró divisar la figura de Radamés. Pero no
venía sólo… ella venía con él. Ahora, los tres podrían entonar el
canto mortal de la gran ópera, y transportarse a la vida eterna,
los tres… y él, acompañado de aquellos fervientes enamorados…
Un Radamés valiente y una hermosa Aída, libre al fin co
mo el propio Verdi, de los amarres de una vida de esclavitud.
A n t o n i o V i va l d i
(1678-1741)
Nacido en Venecia, en 1678, Antonio Vivaldi com
puso 770 obras: 477 conciertos y 46 óperas, y combinó
su carrera musical con el sacerdocio.
Antonio Lucio Vivaldi es especialmente cono
cido por ser el autor de Las cuatro estaciones. Sin
embargo, no todos los músicos se mostraron tan
entusiasmados con sus obras, lo que en más de una
ocasión le provocó un tremendo malestar.
Vivaldi murió en Viena, en 1741, y tras su muerte
cayó en el olvido. Fue tan grande el desconocimiento
que su país tuvo con él, que ni siquiera aparece en los
libros de música de la época.
En el siglo xx volvió a surgir el interés por su obra,
que fue difundida, editada y grabada muchas veces, a
partir de manuscritos originales del compositor.
A n t o n i o V i va l d i
(1678-1741)
– 3 47 –
impulsos. Músico entregado a su Creador, logró combinar en
un perfecto platillo la armonía polifónica con la inspiración
celestial. Y ambas en impecable conjunción serían la base de
su futura actividad, de su pensamiento y de su obra.
Un sacerdote devoto a sus feligreses y dedicado a predicar
el bien sin mirar realmente a quién. Pero un músico, en sus
momentos de soledad, que al crear sus composiciones podía
combinar en un solo instante la alegría de estar vivo y la en
trega a su Creador. Hacía bailar lo mismo a los ángeles que al
demonio, y pocos, muy pocos en realidad sabían a cuál de ellos
tocaba mover los pies bajo el efecto de su música. Poco a poco
la inspiración fue llenando el pentagrama, hasta que elevó su
pequeña orquesta al sitial envidiado por otros compositores.
Se debatía valiente y con bravura en el diálogo musical em
prendido con Dios.
En el otoño de su existencia aún gozaba de la fama que con
tantas dificultades había adquirido. Se movilizaba de ciudad en
ciudad sin lograr establecerse en ninguna. Seguía los preceptos
adoptados por su entrega religiosa y vivía una pobreza extrema
de cuerpo, que contrastaba con la inmensa riqueza del espíritu.
Pero los años habrían de marcar con dureza su paso por la vida
y si bien aún lograba pulsar un violín y obtener de él hermosos
sonidos, sus dedos, ágiles en otra época, ya no corrían a la velo
cidad de antaño. Sin embargo, las misas que oficiaba y la música
que componía mantenían su espíritu en alto.
Su apetito había disminuido y su estómago, delicado,
resentía cualquier alimento que no fuera lo más sencillo de
digerir. Y en medio de aquello, sus conciertos para toda clase
3 48 | J a i m e L av e n t m a n G.
de instrumentos brotaban con tal facilidad de su pluma fértil,
que más parecían obra divina que humana. El pelo color fuego
había dejado de impresionar a sus feligreses.
Al llegar el invierno de su existencia, sobrevino también a
su fin el ciclo de las estaciones. Ahora era viejo y había dejado
de tocar los instrumentos que antes dominaba. Era un hombre
errante, que transitaba de un sitio a otro. Finalmente encontró
su residencia en Viena, la ciudad rodeada de enormes murallas.
Un cáncer en algún lugar de su organismo le iba minando
las fuerzas y poco a poco le arrebataba la vida. Primero lo de
bilitó y le alejó el apetito. Después lo hundió en una terrible
depresión, que juntamente con la pobreza extrema en que vi
vía logró arrancarle la existencia y el pan de la boca.
Antonio Vivaldi moría víctima de un tumor maligno, ago
biado por la tristeza de no poder componer más, ni tocar algún
instrumento. Y este sacerdote y músico, de figura endiablada,
fallecía en la más absoluta de las pobrezas mundanas, puesto
que la riqueza que su espíritu almacenó nunca se perdió, aun
cuando tampoco logró suplir las necesidades del cuerpo.
R i c h a r d Wa g n e r
(1813-1883)
Compositor, director de orquesta, poeta y teórico
musical, Richard Wagner nació en 1813, en Leipzig,
entonces reino de Sajonia.
Wagner pasó a la posteridad principalmente por
sus óperas, de las que se ocupaba de escribir también
el libreto y de diseñar la escenografía. Sus creaciones
musicales destacan por su textura contrapuntística y
su elaborado uso de leitmotiv, características ambas
muy apreciadas en toda composición armoniosa.
Quizá uno de sus mayores aciertos fue el haber
transformado el pensamiento musical de su tiempo,
mediante la idea que él mismo tenía del arte teatral,
puesto que logró escenificar sus óperas tal como las
imaginaba.
Murió en Venecia, en 1883, cuando ésta perte
necía aún al imperio austrohúngaro.
R i c h a r d Wa g n e r
(1813-1883)
– 353 –
Sigfrido. Pero serían Tristán e Isolda en su interludio amoroso
los que desterrarían para siempre de su corazón tanto odio
acumulado y tanta vanidad almacenada.
Su tetratlogía era más que el refugio y la búsqueda de su
propio Valhalla. Wagner desfallecía lejos de su amada Alema
nia y de Bayreuth. Su ciclo de vida estaba por terminar.
Por un momento, un gallardo jinete se acercó a él monta
do en un hermoso cisne. Su plumaje era tan blanco que moles
taba a la vista. Era como si estuviera preparado a redimirlo de
todos sus pecados. Lohengrin habló largo rato con él y ambos
revisaron una vida de éxitos y de penurias. Un carácter indó
mito, y por momentos demasiado creído en sí mismo, pero
con una visión musical que cambiaría totalmente la esencia
armónica en los años por venir.
En el último momento, antes de que la vida se le escapara
en medio de su insuficiencia cardiaca, Wagner supo que se en
filaba hacia su propio devenir y como uno más de sus persona
jes, cayó en escena y el telón lo cubrió para siempre.
L e o n a r d Wa r r e n
(1911-1960)
Barítono estadounidense nacido en 1911, Leonard
Warren perteneció a una generación posterior a la
de los Ruffo, e influido por Giussepe de Luca, tuvo el
mérito añadido a su talento de cantar tan bien como
ellos, aun sin ser italiano.
Y es que este virtuoso del bel canto absorbió
a la perfección las enseñanzas de la escuela clásica
italiana: canto claroscuro de contrastes y matices
dinámicos, entre los que logró destacar los más glo
riosos medios tonos de su voz.
Esto último quedó patente en sus interpretacio
nes de Aída y Otelo.
Leonard Warren murió en 1960.
L e o n a r d Wa r r e n
(1911-1960)
– 357 –
Dominaba varios idiomas, y poseía una voz de rango tan
amplio que podía cubrir las partes del barítono e incursionar
en las del tenor.
Un perfeccionista y un verdadero virtuoso en el arte, que
exigía lo mismo a sus cointérpretes, lo que en no pocas oca
siones le valió la enemistad de sus colegas. A los 48 años de
edad se le consideraba el barítono más completo del continente
americano, reconocido incluso en las salas de ópera de Moscú.
Las cefaleas que ocasionalmente lo asolaban comenzaron
a preocuparlo, por lo que se prometió ir a ver a un médico y
averiguar qué le sucedía. Las severas punzadas habían logrado
cortar el aire de tajo en una de sus arias más exigentes.
Hoy actuaría una vez más en el Metropolitan Opera House.
Mientras se vestía, recordaba con nostalgia la noche de su
estreno con el Simón Bocanegra. Esta vez cantaría una de las
obras cumbres de Verdi: La forza del destino.
El Met lo recibió con una estruendosa ovación. La cefalea
no había desaparecido por completo; aún estaba latente en su
cerebro.
A la mitad de la ópera, en un aria en que don Carlo se ele
va por encima de la misma orquesta, un malicioso aneurisma
que ya no soportó más las tensiones a las que día con día se
exponía, estalló en plena representación inundando de sangre
el cerebro de Leonard Warren al tiempo que lo llevaba en su
destino final a la muerte.
Warren entró al mundo de la ópera cantando a Verdi y se des
pidió del mismo, volviendo a interpretar al gran maestro italiano.
La muerte en escena esta vez fue definitiva, aunque no for
maba parte del guión impuesto por un buen dramaturgo.
Carl Maria von Weber
(1786-1826)
Proveniente de una familia de músicos, Carl Maria
von Weber nació en 1786, en Eutin, una pequeña
ciudad situada en la actual Alemania, y aunque
aprendió a caminar cuando ya había cumplido los
cuatro años, antes de ello sabía ya tocar el piano.
El padre de Carl Maria era un militar que gusta
ba de tocar el violín, y su madre había cantado en pú
blico. Cuatro de sus primas eran cantantes de ópera,
y una de ellas, Constanza, fue la esposa de Mozart.
En 1798, Michael Haydn, el hermano de Joseph,
le dio clases de música en Salzburgo, una ciudad con
gran tradición musical en la que la familia von Weber
se había instalado poco tiempo atrás.
Ahí compuso y publicó su primera obra musi
cal, y se inspiró para escribir muchas de sus piezas.
Entre sus composiciones más conocidas están
sus tres óperas, Euryanthe, Der Freischütz y Oberon,
consideradas verdaderas obras maestras.
Von Weber había recibido el encargo de com
poner Oberon en inglés, y después de hacerlo, en
1826 se trasladó a Londres para presenciar su estreno.
Fue precisamente ahí donde, al poco tiempo, lo sor
prendió la muerte.
Carl Maria von Weber
(1786-1826)
– 361 –
tan codiciado, sino también la mano de la hermosa doncella,
sellando con su amor el romanticismo más puro de la época…
Pero hoy la ópera parecía alargarse y por encima de las
voces lograba escuchar su propia respiración, cada vez más
agitada. Había amanecido con fiebre, y la tos que en otros
tiempos era controlable, aun cuando teñía de rojo los pañue
los que le daba su mujer cada mañana, la noche anterior no
había querido abandonarlo ni por un segundo.
Carl Maria von Weber se apagaba lentamente, luchando
sin cuartel contra una tuberculosis pulmonar que finalmente
acabaría por arrancarlo de este mundo. Deseaba imponer su
nueva música a un público demandante e incrédulo, y que sin
embargo lo apoyaba incondicionalmente.
A la mitad de aquella representación se dio cuenta de que
algo estaba fuera de lugar. Pese a que la música seguía sonan
do acorde a la partitura y los cantantes se esforzaban por no
equivocar las notas escritas, súbitamente una penumbra emer
gió de en medio del escenario. El cazador furtivo se despren
dió de la escena y se le acercó, y aunque él no dejaba de dirigir
su obra, no cabía en su asombro.
—Maestro —le dijo— vámonos de cacería. Lucharemos
y venceremos vuestra enfermedad. Habrá armonía total para
que usted siga viviendo.
La tos aumentó y sin embargo la ópera seguía sin que na
die notara algo diferente. Von Weber se sorprendía viendo que
el cantante parecía estar en dos sitios a la vez: a su lado y en el
escenario. Decidió dejar la batuta y bajó del podio como quien
se ha resignado a su destino. Salió airoso, y en compañía de su
362 | J a i m e L av e n t m a n G.
amigo el cazador se dirigió al bosque que celosamente guar
daba la pieza final para ambos, que no era otra cosa sino la
vida misma…
Von Weber volteó por última vez y se vio a sí mismo di
rigiendo la ópera, que al llegar a su final fue recibida con el
aplauso unánime del público.
–¡Dios mío! se dijo a sí mismo…Ya no veo al cazador …Se
ha esfumado… ¿Será posible que haya muerto?…
Anton von Webern
(1883-1945)
Compositor austriaco y miembro de la Segunda Es
cuela de Viena, Anton von Webern nació en 1883.
Alumno apasionado y admirador de Arnold
Schönberg, su maestro, Von Webern estudió tam
bién con Guido Adler.
Cuando en 1938 el Partido Nazi invadió Aus
tria, tuvo serias dificultades para ejercer su profe
sión y optó entonces por trabajar como editor en
la Universal Edition, en donde, no obstante, logró
publicar su música.
Finalmente Von Webern abandonó Viena para
refugiarse en Salzburgo, donde murió en 1945.
Anton von Webern
(1883-1945)
– 367 –
la música; menos aún para comprender la tonalidad dodeca
fónica. Austria se había convertido en una nación ocupada por
las tropas del ejército estadounidense y existía un toque de
queda. Aventurarse por sus calles de noche era tonto y ni si
quiera un iluso o un soñador lo habría intentado…
¡Alto!… gritó alguien en plena oscuridad, y en una lengua
que desconocía. ¡Alto, o disparo!, debieron haber sido las últi
mas palabras que Anton von Webern escucharía en su vida.
Palabras dichas en un idioma incomprensible, como comen
tario triste a su propia música cuyo moderno lenguaje había pas
mado al mundo.
¡Vaya paradoja!… Había muerto el amo inventor de un
nuevo lenguaje musical, por no entender la lengua de un simple
soldado.
La bala lo mató instantáneamente, sin juicio previo, no pudo
despedirse y probablemente tampoco sintió dolor.
Sólo quedó su música. Él, muerto en nombre de una civi
lización decadente, de la misma manera en que muchos llega
ron a juzgar su música.
Kurt Weill
(1900-1950)
Compositor alemán nacido en 1900, Kurt Weill mos
tró desde muy temprana edad su inigualable talento
musical. Estudió en el Conservatorio de Berlín y
escribió su Primera sinfonía, con absoluto estilo ex
presionista, la moda que por entonces imperaba en
Berlín.
Weill obtuvo el éxito definitivo con La ópera de
tres centavos, escrita en colaboración del dramatur
go y compatriota suyo, Bertolt Brecht.
Pero la música de Weill no era del gusto de los
nazis, quienes provocaban alborotos y organizaban
boicots durante sus representaciones.
Esto último obligó al maestro a abandonar Ale
mania en 1933 y a establecerse en París. Weill traba
jaba en una versión musical de Huckleberry Finn, la
célebre novela de Mark Twain, cuando murió en 1950,
en Nueva York, tras haber cumplido los 50 años.
Kurt Weill
(1900-1950)
– 371 –
muchas veces eran incluso solicitadas, aun cuando esto último
resultaba un tanto extraño. Un buen día, ambos decidieron re
escribir una antigua ópera en la que aparecían múltiples perso
najes provenientes de lo más bajo de la esfera social, como una
viva crítica a la sociedad alemana que se desmoronaba lenta
mente perdiendo su rumbo y directriz. Por tres centavos —se
burlaban— cambiarían para siempre la música del siglo xx. Ya
para entonces estaba reservado un papel para Lotte. Desde el
día del estreno, el triunfo fue espectacular.
Un nuevo gobierno ascendió al poder y el maestro y su
dramaturgo fueron inmediatamente rechazados. Por un lado,
la música de su inspiración resultaba decadente, tan decaden
te como lo era la ciudad de Mahagonny, o como lo eran los
personajes de la Ópera de los tres peniques. Por el otro, y más
fuerte aún, se objetaba el judaísmo del músico, asunto imper
donable en la existencia del Tercer Reich.
A los 50 años, Kurt Weill era un hombre ya muy enfermo.
Su memoria había sido borrada durante una guerra y un exilio
desastrosos. Su amor a Lotte Lenya lo enfermaba y lo hundía
en una depresión física y moral. Su amigo Bertolt ya no estaba
con él, y su judaísmo que no lo satisfacía del todo, era lo único
que lo sostenía en la vida.
Por la noche le suplicó a Lotte que le cantara algunas me
lodías de su Ópera de los tres peniques. Ella se situó a un lado
del piano mientras Kurt, el perfecto acompañante, comenzaba
a tocar…
Las composiciones se fueron esparciendo una detrás de otra
hasta que Lotte se percató de que cantaba sola. El piano había
enmudecido. Al voltear vio a su Kurt relajado por primera vez
en su vida, y supo sin la menor duda, que acababa de fallecer.
Y con ello, finalmente, se esfumaron sus preocupaciones.
Hugo Wolf
(1860-1903)
Nacido en 1860, en Windischgraz, hoy en día Es
lovenia, Hugo Wolf es considerado un compositor
austriaco, dado que la última parte de su vida vivió
en Viena.
En su trabajo musical fue brillante en el lieder,
término con el que en la historia de la música clásica
se asigna a las canciones de los países germánicos,
y que fueron escritas para interpretarse acompaña
das del piano.
Asimismo, Wolf compuso entre otras obras su
Serenata italiana y la ópera Der Corregidor, inspi
rada en El sombrero de tres picos, la pieza teatral
del español Pedro Antonio de Alarcón, la misma
que por aquellos años también iluminara a otro es
pañol, Manuel de Falla, para escribir su ópera del
mismo nombre.
Hugo Wolf murió en Viena, Austria, en 1903.
Hugo Wolf
(1860-1903)
– 375 –
español e italiano le habrían dado la fama a cualquiera, pero a
él, como a muchos de sus colegas, la gloria le llegó después de
su muerte.
Su primer internamiento en un manicomio formaba ya par
te de su cruel historia. Una vez libre, emprendió la difícil tarea
de componer una nueva obra, una que le otorgara la fama a la
que se sentía merecedor. De este esfuerzo casi sobrehumano
surgiría la ópera Der Corregidor. Pero el fracaso de la misma,
en sí un largo lieder, no logró más que aumentar la irrealidad
dentro de su mente hundiéndolo en la creencia de que estaba
sano y salvo, cuando la paresia general minaba su organismo y
lo lanzaba a la vorágine de su destino.
Llevaba ya mucho tiempo de nuevo en el manicomio, y sin
embargo decidió intentar una segunda ópera y no un extenso
grupo de lieder como había hecho en la anterior. Se trataba de
una nueva pieza que llamaría Manuel Venegas.
Pero fuerzas incontrolables se anteponen ante el simple
mortal sin importar su genio o creatividad. Y así, Hugo Wolf
comenzó a experimentar una espantosa desesperación cuando
las notas en su mente sencillamente no lograron introducirse en
el pentagrama. Confundía la vida y la muerte, sin saber cuál de
las dos lo dominaba a él, y a cuál de ellas dominaba él. Odiaba
a sus contemporáneos, incluido el mismísimo Wagner, de quien
en un tiempo no muy lejano había sido ferviente seguidor, al
grado de tomar partido incondicional por el maestro en las
disputas entre wagnerianos y brahmsianos.
Pero para Wolf, odiar significaba solamente una extensión
del mal producido por el treponema pálido en su organismo.
376 | J a i m e L av e n t m a n G.
Los rasgos patológicos de su personalidad, nacidos con él, sim
plemente se habían magnificado a raíz de la mortal infección.
Una noche en que el cielo estaba más despejado y las es
trellas podían visualizarse con claridad, Wolf vio en su locura
descender de las alturas a los personajes de sus óperas, llenos
de la salud y de la alegría que él no gozaba. Pero al bajar a la
Tierra recordaron haber sido menospreciados por el público,
por lo que no saludaron al autor de sus vidas e incluso llegaron
a burlarse de él. Hugo sonrió ante la afrenta. No era la pri
mera vez que aquello sucedía… pero sí sería la última. Estaba
seguro de ello.
Deseó con toda el alma que sus personajes desaparecieran
del mundo de los justos y fueran sustituidos por los lieder, la
evocación de su inspiración más cuerda…
Y así es como éste hombre de carácter difícil y tempera
mento imposible, guardó su acto de mayor lucidez para la an
tesala de la muerte: vio que en el futuro habría de triunfar.
Pero… ¿qué importaba ya eso en un hombre cuya mente
divagaba sin rumbo desde tantos años atrás?
Índice
Introducción.. . . . . . .................................................................................... 5
Isaac Albéniz (1860-1909)..................................................................... 7
Daniel Auber (1782-1871)................................................................. 11
George F. Händel (1685-1759). ........................................................ 15
Johann Sebastian Bach (1685-1750)................................................. 17
Béla Bartók (1881-1945). .................................................................. 23
Ludwig van Beethoven (1770-1827)................................................. 27
Vincenzo Bellini (1801-1835)............................................................ 33
Alban Berg (1885-1935)..................................................................... 37
Hector Berlioz (1803-1869). ............................................................ 43
Leonard Bernstein (1918-1990)........................................................ 49
George Bizet (1838-1875). ................................................................ 55
Ernst Bloch (1885-1959). .................................................................. 59
Luigi Boccherini (1743-1805)............................................................ 63
Alexander P. Borodin (1833-1887). ................................................. 69
Johannes Brahms (1833-1897)........................................................... 75
Enrico Caruso (1873-1921)............................................................... 81
Pablo Casals (1876-1973). ................................................................. 87
Ernest Chausson (1855-1899). .......................................................... 91
Frédéric Chopin (1810-1849). ........................................................... 95
Claude Debussy (1862-1918)............................................................. 99
Gaetano Donizetti (1797-1848)...................................................... 103
Jacqueline du Pré (1945-1987). ...................................................... 107
Edward Elgar (1857-1934).............................................................. 111
Manuel de Falla (1876-1946)......................................................... 117
John Field (1782-1837)..................................................................... 121
George Gershwin (1898-1937)........................................................ 125
Louis Gottschalk (1829-1869)........................................................ 129
Charles Gounod (1818-1893).......................................................... 135
Enrique Granados (1867-1916). ..................................................... 139
Edward Grieg (1843-1907).............................................................. 143
Rodolfo Halffter (1900-1987). ..................................................... 147
Joseph Haydn (1732-1809)................................................................ 151
Arthur Honegger (1892-1955)....................................................... 155
Charles Ives (1874-1954)................................................................. 159
Leos Janácek (1854-1928). ............................................................... 165
Scott Joplin (1868-1917).................................................................. 169
Dinu Lipatti (1917-1950)................................................................... 173
Josep Carreras (1946-)..................................................................... 175
Itzhak Perlman (1945-).................................................................... 177
Leon Fleisher (1928-)....................................................................... 179
Franz Liszt (1811-1886)................................................................... 185
Jean Baptiste Lully (1632-1687)..................................................... 189
Edward MacDowell (1860-1908)................................................... 193
Gustav Mahler (1860-1911)............................................................ 199
María Malibrán (1808-1836). ......................................................... 205
Felix Mendelssohn (1809-1847)...................................................... 209
Darius Milhaud (1892-1974)........................................................... 215
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)..................................... 219
Modést Mussorgsky (1839-1881).................................................... 223
Carl August Nielsen (1865-1931).................................................. 227
Jacques Offenbach (1819-1880)...................................................... 233
Ignacy Paderewski (1860-1941). ..................................................... 239
Niccolò Paganini (1782-1840)......................................................... 243
Ángela Peralta (1845-1883)............................................................ 247
Sergéi Prokófiev (1891-1953)......................................................... 251
Giacomo Puccini (1858-1924). ......................................................... 257
Sergéi Rachmaninoff (1873-1943).................................................. 263
Maurice Ravel (1875-1937)............................................................. 269
Silvestre Revueltas (1899-1940).................................................... 275
Joaquín Rodrigo (1901-1999).......................................................... 281
Artur Rubinstein (1887-1982). ....................................................... 285
Arnold Schönberg (1874-1951)...................................................... 291
Franz Schubert (1797-1828)............................................................ 295
Robert Schumann (1810-1856)........................................................ 299
Alexander Scriabin (1872-1915). ................................................... 305
Dmitri Shostakovich (1906-1975)................................................... 309
Jean Sibelius (1865-1957)................................................................. 315
Bedrich Smetana (1824-1884).......................................................... 319
Johann Strauss (padre) (1804-1849). ............................................. 323
Richard Strauss (1864-1949). ......................................................... 327
Piotr Illich Tchaikowsky (1840-1893)........................................... 331
Arturo Toscanini (1867-1957). ....................................................... 335
Giuseppe Verdi (1813-1901)............................................................. 341
Antonio Vivaldi (1678-1741)........................................................... 345
Richard Wagner (1813-1883). ........................................................ 351
Leonard Warren (1911-1960)......................................................... 355
Carl Maria von Weber (1786-1826).............................................. 359
Anton von Webern (1883-1945)...................................................... 365
Kurt Weill (1900-1950). .................................................................. 369
Hugo Wolf (1860-1903)................................................................... 373
Músicos y sus padecimientos se terminó en la Ciudad de México durante
el mes de mayo del año 2016. La edición impresa sobre papel
de fabricación ecológica con bulk a 80 gramos, estuvo al
cuidado de la oficina litotipográfica
de la casa editora.
ISBN 978-607-524-040-4
músicos
y sus
padecimientos
literatura
Jaime Laventman G.
dades que los atacaron y que en ciertos casos llegó a establecer
una amalgama entre ambas, lo que otorga una nueva perspectiva
a sus historias de vida.
En las notas de cada pieza musical va inscrita la vida de
quien la escribe. Los compositores que aquí se presentan se
La
vieron expuestos a distintos padecimientos, algunos de los cuales
Jaime Laventman G.
interfirieron en su obra y otros simplemente representaron el
mal al que irremediablemente todo ser humano ha de enfrentarse.
El médico y melómano Jaime Laventman pretende con-
quistar al lector al compartir, con el amor al arte musical y su
trascendencia a través de varios siglos, información que puede
ayudar a comprender a sus creadores. Sus ensayos pretenden ser
una llave para adentrarse al arte de la composición, una provo-
cación para que, quienes los lean, deseen explorar el maravilloso
mundo de la música clásica.