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Entre las nuevas temáticas que han abierto posibilidades de estudio más
complejas y diversificadas sobre los africanos y afrodescendientes durante el
periodo virreinal en México, están sin duda aquellas sobre las cofradías. Pocos,
pero significativos estudios pioneros, como el de Estela Roselló, Nicole von
Germeten, o Rafael Castañeda han demostrado que las cofradías de “negros y
mulatos” en la Nueva España fueron espacios importantes de socialización,
ayuda mutua y solidaridad, así como de negociación, enfrentamientos y luchas
por el poder. Las fuentes documentales sobre la vida de las cofradías
atestiguan, por ejemplo, la relevancia de la reproducción cultural de los grupos
de africanos y afrodescendientes, a través, entre otras, de prácticas de sus
culturas de origen recreadas con los rituales indígenas y católicos. También el
análisis de estas corporaciones ha revelado el papel activo de las mujeres de
origen africano en las tareas cotidianas, en la administración y el sostenimiento
económico de las cofradías.
Sin embargo, siguen existiendo más preguntas que respuestas sobre la función
de las cofradías de negros y mulatos en la Nueva España. Integradas en su
mayoría por seglares, estas corporaciones religiosas fueron un elemento de
cohesión no sólo para la población de origen africano esclava y libre, sino
también fueron una forma de integración en la sociedad novohispana. ¿Hasta
qué grado existieron estas asociaciones con características exclusivas para los
africanos y sus descendientes? ¿Cómo consiguieron allegarse de los fondos
precisos para financiar los proyectos de la comunidad, como su capilla o altar,
mobiliario, imágenes, enseres y salidas procesionales?, e incluso ¿qué
características tuvo su administración, si gastaban con frecuencia sus recursos
pecuniarios en “comilonas y ruidosas fiestas” o por el contrario mantuvieron un
buen manejo de sus fondos? ¿Qué tipo de vínculos se crearon al interior de las
cofradías? ¿Cuáles fueron las devociones más socorridas por estos grupos?
Las preguntas toman sentido si observamos las distintas funciones que los
feligreses le dieron a estas corporaciones a lo largo del tiempo. Se puede decir
que su primera tarea fue contribuir a la evangelización de africanos y
afrodescendientes, así lo testifica la petición que hizo el doctor Pedro López en
1585, cuando propuso dos memoriales a los padres que sesionaban en el
Tercer Concilio Provincial mexicano en el que señalaba la necesidad de crear
una cofradía de negros en la ciudad de México para atenderlos
espiritualmente. La respuesta del Concilio fue negativa, uno de los argumentos
fue el temor a alguna rebelión. Este fue uno de los estigmas que en la época
tuvieron las comunidades piadosas de negros y mulatos, a pesar de que hasta
ahora sólo se tiene noticia de dos intentos de revuelta donde dichos grupos
devocionales tuvieron cierta participación. Al margen de estos dos
acontecimientos, las cofradías de grupos de afrodescendientes en el orbe
novohispano fueron prácticamente inofensivas al sistema político. Si bien faltan
estudios de caso, consideramos que estas asociaciones desempeñaron
funciones distintas dependiendo de la época y del contexto local que les dio
sustento.
Los textos que forman parte de esta compilación exploran dinámicas sociales y
culturales de cofradías de “negros y mulatos” en la Nueva España, casi todos
centrados en la segunda mitad del siglo XVII. Estas investigaciones aportan
datos y reflexiones que de alguna forma “refrescan” las perspectivas analíticas
del tema, por ello la importancia de esta publicación.
RESUMEN
Este texto explora los significados políticos de las prácticas culturales de los
grupos mulatos del arzobispado de México en el arco de medio siglo. La
reflexión sobre la difusión de rumores, pasquines e inquietudes de tipo
conspirativo entre 1608 y 1665, busca responder a la pregunta sobre el por
qué los mulatos de la ciudad de México amenazaban con levantarse en el
cabalístico año de 1666. La respuesta está íntimamente vinculada a la
existencia de esperanzas escatológicas entre la población mulata de la ciudad,
anhelos que revelan paralelamente, la preocupación por la vida política de la
localidad. La anunciada conspiración del año de 1666 pudo haber tenido
relación con la propagación de otras manifestaciones proféticas que
movilizaron a diversos grupos de población en Europa, el medio Oriente y la
América portuguesa. En este sentido, un hecho que ha pasado en la
historiografía por algo anecdótico puede convertirse en un evento relevante en
la perspectiva de la historia de la cultura política. Las fuentes primarias
empleadas en la elaboración del artículo provienen prioritariamente del Archivo
General de Indias y del Archivo General de la Nación de México, así como de
recursos bibliográficos del siglo XVII.
1666: Una de las fechas más populares en las que durante el siglo XVII se fijó
un fin de mundo. El triple seis contenía una cifra clave. La más conocida era
aquella que proclamaba que la segunda bestia a ser abatida en el momento del
juicio final, era la 666 (Apocalipsis 13, 18). Un número con alto contenido
simbólico.
Los estudios más recientes muestran vínculos concretos entre Sabbatai Tzvi y
Antonio de Vieira y entre Tzvi y los milenaristas ingleses. La redención
propuesta por el judío Tzvi debía cumplirse exactamente el 18 de junio de
1666 porque 18 es la suma de 6+6+6 que a la vez coincide con el año que se
forma del mismo número, 1666. La Suprema española se alarmó tanto ante las
repercusiones que pudiese traer el paradójico Mesías, que ordenó que todos
los cristianos novos que intentasen salir de puertos castellanos o aragoneses
hacia Turquía fuesen apresados para someterlos a Inquisición. Una curiosidad
más puede ayudar a explicar la importancia dada al cabalístico año de 1666.
Su versión numérica romana MDCLXVI contiene en orden descendente y único,
todos y cada uno de los números romanos, lo cual lo convierte en un Annus
Mirabilis, es decir, un año extraordinario. No parece casualidad que el
manuscrito más raro del mundo, hoy en posesión de la Universidad de Yale,
aun no descifrado y pleno de ilustraciones astrales, botánicas y de naturaleza
alquímica –el llamado manuscrito Voynich- fue encontrado con una carta
escrita en agosto de 1665, en la que el médico (y ex jesuita) bohemio
Johannes Marcus Marci se la remitía al jesuita Athanasius Kirchner.
La frase más escandalosa fue la escuchada y difundida por varios testigos que
asistían a la taberna del sevillano Joseph Barrasa: que Joseph Valor, conocido
por todos como mestizo pero quien reivindicaba su origen mulato y era dueño
de una taberna de vino de coco, habría dicho alzando en la mano un vaso de
vino: ¡a nuestra salud y que el año que viene gobernemos! De una manera
más precisa, que vincula al año cabalístico con una especie de profecía, se
encuentra la frase que el mismo dueño de la tienda testificó haber escuchado
de boca de Joseph Valor: ¡brindo a la salud de los mulatos que hemos de
gobernar el año que viene, como está pronosticado!
Este brindis no habría sido una proclama desconocida totalmente por los
habitantes de la ciudad pues después se supo que en numerosos altercados
entre población de origen negro y blanco se habrían oído frases similares
pronunciadas también por niños, jóvenes y mujeres mulatos.
A uno de los involucrados con Valor, Nicolás Cacho, lo apodaban sus amigos
“Cachito”, curiosa nominación que puede relacionarse con el nombre del
recambio en un juego de mesa de la época. Cachito es el nombre de un juego
de cartas en el que el “cacho ganador” se obtiene cuando el jugador logra
obtener para sí tres cartas de seises. Una noticia de este juego viene de un
proceso contemporáneo (1664) seguido en Oaxaca a un mulato poeta y tahúr
llamado Miguel de la Flor. Él le habría regalado a un clérigo unos papeles y
entre ellos “un abecedario en hebreo, puestas en las letras del abecedario
nuestro las letras hebreas y un papel escrito”. Cuando el clérigo murió otro
negro heredó los versos y llamaba la atención que allí amonestaba “al negro
que lo aprendiese”. De la dinámica de este juego se intuye que el “echar
seises” era una práctica para invocar fortuna. Pero también en el proceso es
curiosa la insistencia del mulato, que era letrado, en que los que jugaban con
él sacasen “cabestrillo”, es decir, seises, invocando a Maimón. Esta
representación del diablo estaba vinculada a las malas acciones, al engaño y al
robo.
Como dijimos antes, no se trataba solo de estas frases aisladas pues hubo
otros episodios todavía no analizados y aún más preocupantes para las
autoridades de la época.
No parece coincidencia entonces, este gesto con las proclamaciones que por
otros lados del mundo hacía Sabbatai Tzvi entre su grey judía: En 1648 y en la
ciudad otomana de Esmirna se proclamó como el próximo Mesías de los judíos.
Pero su mensaje fue todo menos que localizado, recorrió medio mundo –
Yemen, el Imperio Otomano del cual formaban parte Polonia, Albania,
Alexandría en Egipto- e incluso las Indias Occidentales (Brasil)- y se instaló con
fuerza entre las comunidades hebreas de Europa occidental : Ámsterdam,
Londres, Paris, Lisboa, Cádiz, Livorno, Venecia entre otras.
Tanto como ocurrió en la ciudad de México de 1665, los anuncios de una nueva
era serían proclamados en este mismo año en tierras lejanas. En 1665 un
profeta del movimiento sabatiano, Nathan de Gaza, anunció que el año
siguiente comenzaría una era mesiánica en la que Sabbatai Tzvi reuniría las
diez tribus perdidas de Israel en Tierra Santa. Al principio de 1666 partió para
Constantinopla y su profeta Nathan anunció que en la capital del imperio
otomano se pondría sobre sí mismo la corona del sultán:
¿Cómo pudieron llegar los ecos de esta profecía a oídos de los mulatos
mexicanos? ¿Vía los sermones populares de Antonio de Vieira? ¿Vía los
rumores divulgados por los negreros portugueses? Los caminos pudieron ser
varios y la predicación pudo ser uno. Vieira prometía la eterna libertad de los
esclavos después de su muerte y su superioridad como hijos de Dios,
liberación que comenzaba en la tierra a través de la devoción a la madre de
todos, específicamente a “Nuestra Señora del Rosario”: “Vuestra hermandad
de Nuestra Señora del Rosario os promete a todos una carta de libertad: con la
cual no sólo gocéis de la libertad eterna en la segunda transmigración de la
otra vida; sino también os libréis en ésta del mayor cautiverio de la primera”.
En 1664 hay también relatos de apoyo desde una alta instancia política a una
negra esclava que habría agredido violentamente a su ama intentando
apuñalarla. Ella pertenecía a doña Jerónima de Robles, esposa de Alonso
Gómez, vecino de la ciudad de México. En el episodio estaba involucrado el
polémico obispo de Puebla y virrey Diego Osorio de Escobar y Llamas. La
esclava fue exonerada del castigo de muerte por el indulto que Osorio le
concedió, causando un tumulto menor en la calle del Reloj, después del cual la
negra esclava fue acogida en sagrado. El obispo-virrey fue acusado por su
sucesor, el conde de Baños quien además habría sufrido las burlas de una
mascarada no condenada por su antecesor. En diarios de la época se sugiere
que fueron sus propios amos los que la exoneraron, petición posteriormente
apoyada por el obispo.
Siguiendo una línea regresiva, entramos a la década de los 40, ese momento
de agitadas tormentas en las cuales el propio Lamport fue protagonista.
Recordemos los intensos altercados que sostuvo el obispo-virrey Juan de
Palafox con los jesuitas y con la Inquisición, altercados manifiestos en “guerras
de tinta y de papel, -guerras de pasquines”- quizás las más duras del siglo
XVII. En este clima y específicamente durante 1647, último momento de la
vida novohispana de Palafox, corrieron rumores de que el obispo podría ser
electo “pequeño rey” por los mulatos de San Lorenzo, esos que una vez lideró
Yanga. El rumor lo transmitió el esclavo negro de Francisco de Acosta, Pedro
de la Cruz, al alcalde de Cholula. En el mismo momento se difundía que
Palafox tenía cédulas en blanco para liberar a los esclavos y mulatos que lo
apoyaran en su ataque a los que lo presionaban e incluso querían matarlo,
ciertos españoles y en particular sus enemigos jesuitas.
En la sexta década del siglo XVII la ciudad de México tenía por lo menos 16
cofradías de negros y mulatos (de las que formaban parte también chinos e
indios tarascos), importante cifra si nos atenemos a las prohibiciones e incluso
extinciones que se pretendieron desde finales del siglo XVI. Por la relación de
Joseph Ignacio Saranyana se sabe que estos marcharon en 1666 delante de la
procesión en las honras por la muerte de Felipe IV.
Cofrades como estos fueron los que protagonizaron los serios disturbios
ocurridos entre 1608 y 1612 en la ciudad de México. En 1608 un grupo de
criollos africanos subvirtiendo el orden establecido, nombraron en un domicilio
particular, rey y reina bajo palio, mayordomos, capitán de guardia y otros
oficios. El gesto fue considerado subversivo porque violaba las disposiciones
establecidas para las cofradías de negros y mulatos, la de celebrar juntas en la
Iglesia y bajo supervisión de un fraile y los españoles que ocupaban los altos
cargos de estas cofradías. Un año después fray Juan de Torquemada en
su Monarquía Indiana se lamentaba de la forma en que en México se venía
desarrollando la fiesta de los Reyes, que en otros lugares tenía las
manifestaciones que hemos descrito : nombramiento de reyes y reinas bajo
quitasol extramuros de la ciudad y recolección de limosnas. De hecho, la
descripción de Torquemada hace referencia al mismo disturbio que data como
“alboroto de la noche de reyes de 1609”.
Según Marina de Mello e Souza, autora de un importante libro sobre los reyes
negros coronados en Brasil, la fiesta de la coronación nos transporta al África
habitada por pueblos de lenguas bantúes. Pueblos que previamente habían
sido cristianizados por religiosos portugueses. Los convertidos filtraron a partir
de una red de significaciones peculiares a la cultura bacongo, las enseñanzas
católicas que se asentaron sobre una cosmogonía propia e inalterada. Estas
fiestas de coronación acontecieron en Portugal, en América del Norte, en el
Caribe, en la América española y en el Brasil. La coronación tenía lugar en el
mes de marzo, durante la fiesta anual de Nuestra Señora del Rosario o durante
otras festividades, como veremos.
Por el informe presentado por un alcalde del crimen al virrey Luis de Velasco se
sabe que el 24 de diciembre de 1608 hubo una ceremonia de coronación de
rey y reina en casa de una mulata libre. El informe es detallado y reviste por
esta razón, gran significado. El rey electo se llamaba Martín y era un negro
esclavo “del hombre más rico de la ciudad” –según reza el expediente-, la
reina era la “dueña” de la casa. Según dice en el expediente, este rey era el
único nacido en África, venido de Guinea desde muy pequeño. Los demás
partícipes de esta “Junta” eran criollos. El acto de coronación lo protagoniza
nada menos que el repostero del virrey, el mulato libre Francisco de Loya. Los
gestos de la coronación son muy importantes: el acto tuvo lugar frente a
muchos testigos negros y mulatos, reunidos en una “gran junta”. El rey Martín
fue coronado en una silla levantada sobre una tarima y debajo de dosel. Los
pies colocados en un cojín de terciopelo y la corona “armada sobre un arco
guarnecida de oropel”. Loya hincado de rodillas tras haber coronado a su rey lo
aclamó con la frase de “Viva el rey”, a la que respondieron los presentes, “Viva
el rey”, menos uno de ellos, que complementó la frase con el tradicional, “Viva
el rey don Felipe III nuestro señor”. Lo ocurrido después es justamente lo que
le concede connotaciones políticas al acto.
¿El mulato que aclama a Felipe III está reprobando un acto simbólico? Y los
que responden atacando con una daga en el rostro a quien acaba de
pronunciarse como diferente, ¿están criticando simplemente la ofensa a la
reproducción de un ritual africano? ¿O constituye este gesto un indicio de un
ceremonial rebelde? El incidente no arruina la fiesta y Loya continúa la
aclamación deseando a su rey “goce vuestra majestad muchos años el
reinado”, seguido por todos los presentes. La mulata libre de casa del teniente
de alguacil y su hija fueron nombradas reinas moras. La fiesta continuó con un
gran baile y un gran banquete en el que los coronados y reconocidos con
títulos nobiliarios eran servidos de rodillas. A esto siguió otra junta en la
víspera del día de reyes en donde se leyó un mandamiento que parece
reproducir una tradición festiva pero que pudo preocupar a las autoridades por
desconocimiento de la ritualidad de estos actos: “la reina manda que sea presa
doña Isabel de Castilla por inrrespetable que hizo gestos a un grande delante
de Su Majestad”.
Otro día, una “dama” de esta reina habría retado a un español quien la
recriminó por haber tratado mal a una india, respondiéndole, “que antes de
mucho las españolas y todo habrán de ser sus esclavas”. ¿Existe un vínculo
entre la frase jocosa y provocativa que probablemente formaba parte de una
representación teatral de “moros y cristianos” con la expresión subversiva de
la “dama”, días después?
Esto conlleva a preguntar aun con más decisión, si estas ideas llegaron a
difundirse entre las cofradías negras como la de México y si influyeron en la
idea del levantamiento de 1666. ¿Pudieron los sermones del padre Vieira en
1633 a la cofradía de nuestra señora del Rosario en Bahía, ser
malinterpretados? Y desde este espacio comenzar a difundirse ideas de
liberación corporal que permanecieron como fuertes esperanzas arraigadas en
el tiempo y alimentadas por las ideas de gente notable como Palafox, Lamport
y algún religioso imbuido en las corrientes del profetismo alto moderno.
Que en uno de los días de fiesta que se juntan a bailar los negros en el
hueco destinado vio el declarante que llevaban, debajo de un quitasol
grande a un negro nombrado Pedro Duarte, y que en la cabeza llevaba
puesta una especie de corona, pero que habiendo visto el mencionado
Agüero (era el acusado) aquel aparato hizo inmediatamente que se lo
quitasen lo que así se verificó, advirtiendo el declarante que todos los
otros negros de la nación conga veneraban, y obedecían todas las
órdenes que como rey les daba el tal Pedro Duarte [...] Sabe que el día
que se hace la función de San Balthasar en la Iglesia de la Piedad lo
respectan, y obedecen como á tal rey, de su nación, y no como a
mayordomo.
Lo expuesto podemos corroborarlo con un documento que alguna vez pasó por
mis manos. En la villa del Socorro, famoso foco de la rebelión comunera de
1781 ocurrió algo emparentado con el hecho acabado de narrar. En 1791
muchachos negros libres y esclavos “emprendieron” un “juego a manera de
tangos o cabildos de negros de la Habana, Cartagena y Panamá, en que se
eligen rey [y] se van a la guerra”. El maestro encargado de estos muchachos,
un prefecto capuchino, acabó con el “juego” llevándoselos a la escuela y
riñéndolos. Al enterarse el cabildo secular, este no hizo otra cosa que reírse del
maestro y del fiel ejecutor.
Todo este razonamiento nos permite afirmar que los temores de los españoles
no eran parte exclusiva de sus paranoias y que probablemente tenían bastante
razón en tomar precauciones cuando se hacían más evidentes los
pronunciamientos públicos de los africanos o la explicitación de gestos que
aunque comunes a la cotidianidad de la época, en ocasiones adquirían visos de
reafirmación política y social.
RESUMEN
Este artículo busca mostrar el papel de las mujeres libres en la cofradía de San
Benito de Palermo, fundada en 1646. Es una investigación que explora el tejido
social de la corporación: la composición por sexos, la estructura organizativa
del sistema de cargos, el aporte de las “cofradas” en la recolección de
limosnas, sus actitudes y comportamientos piadosos, festivos y lúdicos en las
procesiones y fiestas. El trabajo está sustentado en los libros de cuentas, libros
de asiento, y autos de elección en el transcurso del siglo XVIII. El objetivo es
valorar el papel de la mujer en las cofradías fundadas por negros y mulatos, en
específico las de San Benito de Palermo que tuvieron como particularidad una
mayor membresía femenina en todo el orbe hispano, y en San Miguel el
Grande, ubicado en la región del Bajío novohispano, no fue la excepción. La
historiografía en la actualidad requiere de estudios de caso para confrontar las
premisas ya establecidas y ver ciertos matices que ayudarán a valorar, en este
caso, la importancia femenina en el funcionamiento de una corporación
religiosa de Antiguo Régimen.
Así las cosas, las mujeres negras, mulatas, e indias sólo podían tener acceso al
convento o beaterio como criadas y esclavas. Entonces, ¿cómo estudiar la
religiosidad de estas mujeres sí estuvieron relegadas de la vida monacal? Una
gran parte del análisis sobre este tema en la historiografía se ha enfocado en
cuando la mujer decide asumir el compromiso de entregar su vida a Dios.
Manuscritos de monjas y beatas han dado pistas para comprender la
espiritualidad femenina ya sea dentro del claustro o fuera de él. Pero la
literatura conventual poco tiene que decir sobre las expresiones piadosas de
las castas. Otra mirada más cercana al comportamiento femenino de este
sector de la población, ha sido el estudio de la transgresión a la ortodoxia
católica, pecados relativos al uso del cuerpo y la hechicería fueron, según los
diversos testimonios recabados por la Inquisición, faltas a menudo atribuidas a
los afrodescendientes.
Los estudios de caso como el que presentamos en este artículo nos pueden
ayudar a percibir los gestos, formas de comportamiento, actitudes, relaciones
intersexuales, y desplazamientos que realizaron las castas en las cofradías. El
trabajo de Nicole von Germeten ha retomado el camino para valorar la
presencia afrodescenciente en prácticamente todas las corporaciones religiosas
de seglares, mixtas y de un sólo grupo social. Si bien una cofradía como la de
San Benito de Palermo se identificó mayormente con la gente de color, su
membresía estaba compuesta por personas con variaciones cromáticas
derivadas del mestizaje que se vivió desde el siglo XVII en el Bajío
novohispano. No exageramos en afirmar que la cofradía de San Benito de
Palermo en San Miguel el Grande, para el siglo XVIII, simbolizó un espacio de
indefinición real de los márgenes sociorraciales.
Tiene esta villa una iglesia parroquial […]. Hay un hospital en ella y
cofradías cuyas calidades tengo hecho mención. Tiene aquesta Villa 36
vecinos españoles, los 30 casados y los 6 viudos, 28 mancebos y
doncellas, y en el servicio de sus casas hay 20 negros esclavos y 50
mulatos y negros libres, hombres y mujeres. Y en un barrio de la dicha
Villa hay 60 indios casados, y a dos leguas, a seis, y hasta diez, en
llanos y vegas de un buen río, que es el que va a dar a Celaya, hay 27
estancias de ganado vacunos y ovejunos, y en ellas algunas labores, y
habrá en todas ellas 300 indios casados y otros 100 viudos y solteros.
Para el siglo XVIII, San Miguel junto con Querétaro eran los productores de
telas de lana más importantes de la Nueva España. Se sabe por un padrón
eclesiástico de 1747 que en la villa habitaban 11.003 personas. Como en el
resto de la Nueva España, el esplendor de las cofradías en San Miguel fue
durante la segunda mitad del siglo XVII y la primera del siglo XVIII. Para 1661
había en la villa ocho cofradías, y entre trece y catorce en el siglo de las Luces.
La mención a la mujer en los estatutos de fundación de una corporación
religiosa era casi nula. Ángela Muñoz rastreó la presencia explícita del género
femenino a partir de un cuerpo documental de constituciones de varias de
estas asociaciones de seglares de la península española, el resultado fue que
en los estatutos no se mencionó el término “cofrada”, ni siquiera como mujer
del cofrade, viuda o hija del mismo. De tal forma que muchos historiadores
han dado por sentado que las cofradías coloniales fueron mayoritariamente
masculinas. Esto se debe a que los principales cargos y “las caras más
reconocidas” o públicas estaban representadas por los hombres.
La comunidad de San Benito de Palermo fue en todo San Miguel la que otorgó
mayores espacios y responsabilidades públicas a las mujeres. Las “madres” se
ocupaban del cuidado del culto de este negro franciscano, de santa Efigenia y
de Nuestra Señora de los Dolores. Para cada advocación había tres “madres”,
nueve mujeres que cada año eran elegidas para ocupar el cargo, anotándose
siempre sus nombres. Se desempeñaban dentro de la cofradía como cocineras
preparando comidas y chocolates en las festividades religiosas. Similar a la
comunidad de creyentes de indios, las mujeres también recogían la limosna
entre los cofrades y habitantes de San Miguel.
En el período de 1703 a 1748, esta corporación recibió 271 personas. Los años
en que se matricularon los cofrades no fueron continuos, por ejemplo, en la
primera década del siglo XVIII sólo en 1703 y 1704 hubo registro de
inscripción. Fue el decenio de los veinte el que mostró mayor regularidad en el
asiento de feligreses. Sin embargo, los años en que mayor cantidad de
personas se adscribieron al grupo devocional fueron 1704 y 1724 con 28
cofrades cada uno, y 1745 con 35 inscritos.
De los 271 cofrades inscritos en este período, 155 eran hombres y 119
mujeres. Correspondió el 43.91% al sector femenino. Los años en los que
mayor cantidad de mujeres se matriculó en la familia espiritual fueron 1704
con 12; 1711 y 1718 con 17 cada uno; y 1745 con 18 “cofradas”. Pero fue el
lapso de 1711-1720 cuando se registró el mayor ingreso de mujeres a la
asociación, siendo esta década la única en que el género femenino rebasó la
cantidad de hombres inscritos en la cofradía. Lo que sin duda era un reflejo de
la importancia demográfica, y también social pues muchas de estas mujeres
fueron el pilar del grupo familiar.
Rector
Mayordomo
Diputado mayor
Diputado menor
Diputado menor
Diputado menor
Diputado de afuera
Diputado de afuera
Madre segunda
Madre tercera
Madre segunda
Madre tercera
Madre segunda
Madre tercera
Todo parece indicar que fue en 1791 cuando las mujeres fueron abandonando
la cofradía -situación que contrasta con lo que ha afirmado Nicole von
Germeten sobre este mismo grupo devocional-. En uno de los gastos de este
año el mayordomo reportó 4 pesos, “más 16 vestuarios que se alquilaron para
que saliera el paso de Sr. San Benito por no haber madres este año”, asimismo
el día Miércoles Santo “por no haber madres” se gastaron seis reales en
alquilar unas andas para que saliera la procesión. En 1792 y 1793 el
mayordomo refiere que se pagaron cuatro alquilones “para que sacaran a
Santa Efigenia en su procesión, porque este año no hubo quien las
sacara”. ¿Por qué pagarles a unas personas para sacar los pasos de San Benito
y Santa Efigenia? ¿No hubiera sido más fácil que llevaron los pasos los
hombres de la cofradía? El papel de ellos en el tema de la piedad no es muy
claro, aunque podemos suponer que siendo una cofradía de penitentes es
probable que los varones se flagelarán durante la procesión.
En julio de 1745, el padre Villegas hará otro señalamiento esta vez dirigido
particularmente a las mujeres, diciendo que “las madres el día que hallan de
salir en sus pasos sea con mucha compostura y modestia sin profanidad alguna
ni menos que hagan gastos superfluos, fandangos ni “maganzas” so la pena
que serán privadas en los años venideros”. La jerarquía religiosa intentaba
conducir todas aquellas tentativas femeninas que buscaran nuevos espacios o
vías ocupacionales no propuestas por la iglesia o que plantearán unas
relaciones con lo trascendente que pudieran escaparse de su control.
Estaba dicha María Guzmana con otra mujer que la acompañaba el día
jueves santo en la tarde, y metiéndolos adentro de su casa (dos
hombres), cerraron la puerta y comenzaron las dos a bailar con tal
encanto y arte del demonio que siendo ellas sólo dos, se les hicieron
diez mujeres, las que en cueros su modo de bailar era pegar los pies en
las vigas y dar de brincos por todo el cuarto, durando dicho baile hasta
como las cuatro de la tarde, habiendo comenzado, como después de
mediodía.
CONCLUSIONES
Como señala João José Reis, las cofradías de negros en su “tiempo libre”
mostraban una gran capacidad de movilización y organización de su fiesta
religiosa, en donde no fueron pocos los recursos materiales y simbólicos
movilizados, además de la voluntad personal y colectiva. En este contexto, las
mujeres parecen haber sido una pieza muy importante en la organización y
funcionamiento de estas comunidades piadosas.