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¿Es posible forjar una ciudadanía crítica?

Luis Miguel Saravia C.


Educador
Lima – Perú

Ingresamos en el Perú a una etapa previa a la elección presidencial. Las elecciones


municipales nos dejaron enseñanzas poco democráticas, poco transparentes, que sin duda
tendrán impacto en la formación cívica de los alumnos. Viejas prácticas en las que además
del renacimiento de pensamientos conservadores, intolerantes, se ha privilegiado el mensaje
ambivalente

Se dice que es parte de la cultura política pasar de la declaración a la formulación de


propuestas coherentes no mancilladas por el cubileteo político y de mezquinos intereses.
¿Cómo saber discernir en medio de una turbulencia de mensajes que contaminan el
ambiente físico y auditivo? ¿Cómo saber cuál tendencia no es un canto de sirenas? ¿Cómo
no formar parte de una masa que acompañan los cortejos electorales por conveniencia que
por convicciones?

Una mirada desde la educación de los ciudadanos que pasaron por las instituciones
educativas y son fruto de la formación y conocimiento de una política educativa, permite
apreciar que muy poco se ha hecho por la formación cívica, Muchas declaraciones sí, pero
poca coherencia con la realidad de un país diverso, intercultural.

Paulo Freire dice que la educación no es neutral y que una educación para toda la población
tiene que inspirarse desde las desigualdades existentes y promover una práctica pedagógica
dirigida a formar personas socialmente participativas y críticas.

Quienes no permiten que el sistema educativo forme parte de un sistema social más amplio,
niegan que ambos sean fuente de la desigualdad, inequidades, angustias, y frenos al
desarrollo personal y colectivo.

Una de las salidas a esta situación podría construirse tratando de impulsar lo que muchos
pedagogos llaman ciudadanía crítica. Ésta se fundamenta en la llamada Pedagogía Crítica
que no es una escuela pedagógica, ni solamente una teoría, sino fundamentalmente una
actitud mucho más amplia, fruto de nuestra época y de nuestra cultura, frente a la realidad
creada por la modernidad.

Por ello la educación para una ciudadanía crítica debería buscar que la educación sea para
todas las personas en condiciones de igualdad respetando su diversidad. Esto sería realidad
si se tuviera en cuenta lo que está consignado en los fines y objetivos del Diseño Curricular
Nacional (DCN) del como velar por el “Desarrollo Personal”, el “Ejercicio de la ciudadanía”, la
“Sociedad del Conocimiento” y la “Vinculación al Mundo del Trabajo ”. (Diseño Curricular Nacional,
pág.32) Pero ¿de verdad vela por conseguir estos objetivos? A los resultados nos atenemos.

Una educación que se dice transformadora necesita desarrollar la crítica pero también
promueve la esperanza en las posibilidades de cambio mediante una participación
consciente y colectiva. Esta participación social es un medio para el aprendizaje.
La educación no sólo se da en la escuela, en la familia, también se da en los movimientos
sociales. Cada uno juega un papel importante en el aprendizaje. La escuela formal si bien se
rige por una norma, ésta debe ser enriquecida por el diario vivir, pensar de los actores del
proceso educativo. En este sentido los movimientos sociales deberían enriquecer la
educación formal aportando el cuestionamiento al orden establecido que agrede muchas
veces y crea realidades e imaginarios diferentes. La escuela no puede quedarse en un nivel
más académico o como espectadora consciente y solidaria, sin intervenir porque las normas
no se lo permiten. Esa neutralidad es la fuente de la indiferencia, la falta de interés en la
toma de decisiones, el reforzamiento del individualismo.

El movimiento social y el acontecer aportan con su análisis y propuestas ideas


transformadoras en sus actividades. Allí está el cimiento de la conciencia y de la actuación
que es capaz de cuestionar y en algunos casos oponerse a lo existente. Pero ello sólo si el
mensaje que se recibe es crítico en relación a los problemas y no se queda en el “análisis
contemplativo”, como ocurre en nuestros días de falsa participación electoral, sólo por temor
a la multa. Este mensaje debería llegar no sólo al profesorado sino también al alumnado, si
se quiere generar cambios hacia el forjamiento de conciencia crítica. Sería necesario
interactuar mediante la acción y reflexión, la utopía y la oportunidad, la libertad y la
solidaridad. Todo ello podría aportar a la construcción de una realidad alternativa, unida a un
modelo de aprendizaje creador y crítico.

Se nos ha formado como docentes para poder administrar el aprendizaje y no para utilizar
nuestra creatividad e innovar la manera como la escuela formal desempeñe su papel,
desarrollando en el aula el contenido de un currículo oficial discutido y aprobado por las altas
autoridades y no consultado a los principales agentes de la educación. Este es un
impedimento para la formación de la ciudadanía crítica.

La falta de preparación del maestro para este tipo de formación cívica, no es culpa de él sino
de quienes dictaron la política de formación docente estandarizada, para el cumplimiento de
la directiva, de la norma. Se ha privilegiado el conocimiento y las nuevas tecnologías y no la
formación de una conciencia crítica. Con ello se dice accedemos a la modernidad, pero de
espaldas a lo que la mayoría requiere y demanda de la educación para la ciudadanía. ¿Por
qué?

En el desempeño cotidiano en el aula esta posibilidad no es aprovechada pues el tiempo es


reducido y debe ser empleado en transmitir conocimientos. Se deja pasar esta oportunidad
sin considerar que se está trabajando con diferentes sectores sociales, con diferentes
visiones e intereses de la familia y la comunidad. La escuela no prepara para la comprensión
de mensajes ni facilita la conexión con los valores y acciones que impulsan los movimientos
sociales. Cuando se quiere desarrollar un discurso innovador que contenga las vivencias
cotidianas se prohíbe con la expresión sancionadora de “eso es política”. Dichos y acciones
frustrantes, antes que alentadoras, de quienes dirigen la política educativa y la ponen en
práctica.

Con estas limitaciones del documento oficial, la escuela no aporta al establecimiento de


contrastes entre visiones diferentes, conocimientos disímiles, alternativas heterogéneas. Por
ello la capacidad crítica y la respuesta de los alumnos no se sitúan en un marco más amplio
y enriquecido. Todo lo contrario, los alumnos o son indiferentes o son tímidos, pues lo
aprendido en la escuela no les proporciona ni los conocimientos ni desarrolla capacidades de
análisis sobre la realidad en la que son sujetos. Así el miedo a opciones diferentes hace que
fácilmente se satanice instituciones (por ejemplo el sindicato), opciones progresistas (el
socialismo por ejemplo) o se tenga complacencia con el discurso que el dios mercado se
encarga de comunicar por todos los medios escritos, radiales y televisivos.

Una institución educativa que se considera transformadora debería generar una cultura de
participación consciente y creadora que permita a los estudiantes ser agentes activos no sólo
en actividades deportivas, sino cívicas articuladas a procesos colectivos que se realicen en la
comunidad. Actividades como la elección del Consejo Escolar Municipal no deben ser
motivadas sólo mediante un remedo de participación democrática, sino ser incentivada por
procesos cívicos como el contar con un plan de trabajo de acuerdo a la institución educativa
y también de acuerdo a la demanda de la realidad en donde se encuentra. Involucrar a
alumnos en campañas y acciones que los lleven a ser protagonistas y no sólo cumplidores
de decisiones. Utilizar estas actividades no por cumplir con el calendario cívico, de recuerdos
de héroes civiles y militares y de hazañas bélicas que exaltan el heroísmo, el individualismo
sino que promuevan el desempeño de una ciudadanía crítica, frente a los problemas que se
viven cotidianamente.

La educación de una ciudadanía crítica debería facilitar desde las instituciones educativas la
formación de ciudadanos articulados a un colectivo concreto representado por los comités de
aula, por un consejo participativo estudiantil de la institución. Así se les permitiría desarrollar
conocimientos y contacto con el desempeño ciudadano. Este tipo de educación ciudadana
permitiría el desarrollo de la solidaridad.

La formación de una ciudadanía crítica demanda además trabajos en común –en el caso de
la institución educativa, con los docentes, los alumnos, los padres de familia e instituciones
de la comunidad- como reflexiones sobre temas comunes, mediante encuentros, mesas
redondas sobre formación cívica y responsabilidad social, temas relacionados con los
contenidos que se desarrollan, formas de evaluación, problemas de gestión y otros que
conlleven a acciones en común que no tengan necesariamente por destinatarios a las
instancias que los organizan sino a toda la comunidad. También debería procurarse diseñar y
realizar propuestas para desarrollarlas a mediano plazo, que se realicen poco a poco y que
favorezca en trabajo en red, la creación colectiva, sin que ello signifique reiteradas reuniones
y coordinación infructuosas. Esta iniciativa para que esté garantizada podría ser considerada
como parte del PEI (Proyecto Educativo Institucional).

El eje aglutinador de todas estas actividades debería tener un objetivo de interés común:
generar y formar una cultura crítica y de cambio, que se preocupe de la vivencia y la toma de
conciencia sobre lo que debe ser una cultura transformadora. Es decir, una cultura que
ayude a comprender y actuar de manera crítica en la sociedad en la que se vive. De esta
manera se irá superando la desigualdad y la dominación.

Se iría conectando así la reflexión con la acción y de esta manera se irá forjando una
experiencia transformadora y una manera de analizar y actuar diferente. Es como hacer la
utopía realidad y volver a crear una nueva utopía para seguir avanzando.

¿Es posible comunicar esta manera de educar? Sí lo será en la medida que se creen las
condiciones innovadoras en el desarrollo de las actividades de las instituciones educativas.
Este debería ser el contenido de una agenda a impulsar desde los Consejos Educativos
Institucionales (CONEI) que se organizan en cada institución. No debería ser un Consejo
sólo que se preocupa por la gestión, sino además por la formación en el sentido pleno de los
alumnos y de su ciudadanía.

La cultura cívica generada por la institución escolar no debería estar limitada a impartir una
materia aislada, sin vida, aburrida y que se reduce a promover la identidad nacional a través
del culto a los símbolos patrios y a las ceremonias cívicas, olvidando el fondo del sistema
político del país y los aspectos formativos de la ciudadanía. No debería seguirse cayendo en
esta omisión, porque no es una verdadera educación ciudadana, democrática que implique
estimular la capacidad crítica, y dejar que el desarrollo de la confianza social se genere por
medio de relaciones verticales de los ciudadanos.

Una educación para la ciudadanía no debería alimentarse de lemas y slogans que presentan
un mundo diferente de felicidad, frente a una realidad que oscila entre la pobreza crítica y el
desarrollo económico para unos pocos. Es imprescindible que nuestra atención –con el
pretexto de vivir dos procesos electorales- esté centrada en los procesos democráticos que
viven los adolescentes en sus relaciones interpersonales, con el fin de comprender y
vislumbrar las posibilidades de construir en estos futuros ciudadanos, en el desarrollo de una
participación política más activa en su vida adulta. No digamos que es imposible una
educación ciudadana diferente, cuando los tiempos nos indican que es necesario cambiar
desde las personas e instituciones. Tenemos un capital social, que debemos saber
aprovecharlo si queremos salir de la inercia e indiferencia, quitándole contenido a la
solidaridad, a la equidad, a la tolerancia, a la igualdad. Estamos a tiempo. (23.10.10)

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