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Borges se refiere en numerosas ocasiones cuando habla de Moby

Dick de Melville al terror por lo blanco, un temor que, como él mismo dice,
ya estaría anunciado en Poe. No deja de ser curioso que el escritor que
poco a poco fue perdiendo la vista, no de inmediato, sino más bien como
una luz que va apagándose, llenándose de tinieblas, señalara con tanto
entusiasmo ese horror blanco encarnado en la figura de la ballena feroz, el
mismo blanco que cubrirá la visión de los personajes que pueblan el
mundo de Ensayo sobre la ceguera. ¿Casualidad o referencia borgiana por
parte de Saramago? Más bien me inclino por la segunda opción, visto que
no sería la primera referencia borgiana en la obra del escritor portugués,
que trató el tema del doble, uno de los símbolos borgianos por excelencia,
en su obra El hombre duplicado.
Y es que esta ceguera no es una simple ausencia de luz, no cubre la
apariencia de los seres y las cosas bajo con un velo negro; más bien al
contrario, es pura luz, una «blancura insondable» y resplandeciente,
«como el sol dentro de la niebla» Más adelante se describirá con no poca
ironía como vivir «en el interior de una gloria luminosa», una descripción
casi mística que tendrá mucho que ver con el tratamiento que se hace en
el libro de los elementos religiosos. Baste para describir finalmente la
naturaleza de la ceguera una frase pronunciada por el primer ciego, un
hombre que iba conduciendo, que paró en un semáforo en rojo, y que
antes de que el disco se pusiera en verde ya estaba privado del sentido de
la vista: «Se me ha metido por los ojos adentro un mar de leche» Baste
esta frase para dar una idea del carácter denso y espeso de esta ceguera,
de la opresión que supone estar sometido a ella.
Este primer ciego visita a un oftalmólogo que es incapaz de encontrar la
causa de la ceguera. Tras minuciosos exámenes médicos los ojos se
revelan «en perfecto estado, sin la menor lesión, reciente o antigua, de
origen o adquirida» Pero el verdadero problema de esta ceguera no es su
origen desconocido sino su alto grado de contagio, su tendencia a
expandirse entre la población como un simple resfriado. Poco a poco el
mundo va cayendo en la ceguera, sin que ninguna precaución posible
pueda evitarlo. El oftalmólogo esbozará una especie de explicación que
establece la causa no en los ojos, no en lo físico, sino en el cerebro: «los
ojos no son más que unas lentes, como un objetivo, es el cerebro quien
realmente ve, igual que en una película la imagen aparece, y si esos
canales se han atascado, como dice aquí el señor, Eso es lo mismo que
un carburador, si la gasolina no consigue llegar, el motor no trabaja y el
coche no anda» Pero las explicaciones médicas pronto quedan a un lado,
dando lugar a otro tipo de explicaciones mágicas o supersticiosas, que
atribuirán el contagio al contacto visual, como si de un mal de ojo se
tratara.
En ningún momento en toda la obra se menciona ni un solo nombre,
los personajes no interesan tanto como individuos cuanto como entidades
caracterizadas por un único atributo distintivo. Así, los personajes que
desfilarán por Ensayo sobre la cegueraaparecerán mencionados como «el
primer ciego», «la mujer del primer ciego», «el médico», «la mujer del
médico», «la chica de las gafas oscuras», «el viejo de la venda en el ojo»,
«el niño estrábico», «el ladrón» o «el farmacéutico» No es que no se den
detalles psicológicos que permitan la construcción de personajes sólidos,
es que probablemente la posible psicología de la obra está subordinada al
carácter simbólico. Aunque los personajes son verosímiles, es evidente
que en muchas ocasiones es el propio Saramago el que habla a través de
ellos, en una serie de conversaciones sobre la ceguera y sobre la
condición humana que no tienen desperdicio. Lo que Saramago ha
pretendido con este heterogéneo grupo de siete personajes es englobar a
todas las actitudes posibles de la Humanidad ante un mismo
acontecimiento. En este grupo los hay de todas las edades, los hay
creyentes ─el primer ciego y su mujer─ y descreídos ─el viejo de la
venda─, los hay liberales ─la chica de las gafas negras─ y conservadores
─el primer ciego─, los hay valientes ─la mujer del médico─ y cobardes ─el
primer ciego─. Es por eso que seguramente no interesa a Saramago
profundizar más en la psicología de los personajes, porque de haberlo
hecho, habría restado universalidad a la trama. De este modo, todos
podemos vernos reflejados en alguno de los personajes, todos habríamos
optado por uno de los caminos que cada uno abrió ante una misma
situación.
Otra razón más hay para no utilizar los nombres de los personajes, un
motivo que explica el médico y que está relacionado con el proceso que el
mundo va a sufrir desde sus raíces a partir de que la ceguera se ha
extendido a toda la población: «pronto empezaremos a no saber quiénes
somos, ni siquiera se nos ha ocurrido preguntarnos nuestros nombres, y
para qué, ningún perro reconoce a otro perro por el nombre que le
pusieron, identifica por el olor y por él se da a identifica, nosotros aquí
somos como otra raza de perros, nos conocemos por la manera de ladrar,
por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color de los ojos, de
la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera» La
comparación que hace el médico entre los ciegos y los perros no es ni
mucho menos azarosa, ya que a medida que la ceguera va
consolidándose los personajes van perdiendo sus conexiones con la
humanidad, el hombre va dejando de ser cada vez menos hombre y se
produce un proceso de animalización que le lleva a cometer los más
nefastos crímenes a favor de sus instintos más primitivos. Primero se
dejan llevar por la avaricia, a pesar de que es evidente que el dinero ha
dejado de tener cualquier valor en el nuevo mundo; más adelante la única
moneda que quedará para comerciar será de carácter sexual. Como
perros salvajes, el impuesto establecido para los ciegos que quieren comer
es la violación más ignominiosa.
La descripción que se hace del mundo de ciegos, a través de los ojos de
la mujer del médico, resulta desoladora: «Andan por ahí, sin saber qué
hacer, vagan por las calles, pero nunca mucho tiempo, andar o estar
parado viene a ser lo mismo para ellos, salvo encontrar comida no tienen
otros objetivos, la música se ha acabado» Los ciegos se comportan como
fantasmas, vinculados por todos sus sentidos, excepto por el de la vista, a
un mundo en el que parecen no poblar; obligados a moverse
constantemente en busca de alimentos; incapacitados para regresar a sus
viviendas, por no conocer el camino de vuelta; perdidos de familiares y
amigos. Los protagonistas son conscientes de que son los ojos sanos de la
mujer del médico los que les unen a lo poco de Humanidad que queda en
el mundo. Unos ojos, que, por cierto, desean ser ciegos en más de una
ocasión.
La presión a la que está sometida la mujer del médico va in crescendo a
lo largo de Ensayo sobre la ceguera, primero obligada a ocultar la salud de
sus ojos y más tarde con seis personas a su cargo, dependientes
absolutos de ella. Tener ojos en un mundo de ciegos no es tan ventajoso
como podría parecer en un principio; obliga a contemplar al detalle cómo el
ser humano se va convirtiendo en un animal ─sin lavarse, haciendo sus
necesidades en cualquier lugar─, cómo el mundo se va destruyendo, hasta
arrancar la fuerte imprecación de la mujer a su marido: «Si pudieras ver tú
lo que yo estoy obligada a ver, querrías ser ciego» Este ver si ser vista
acaba pesando en la conciencia de la mujer del médico, como una especie
de espionaje secreto, algo que le resulta moralmente reprochable,
«súbitamente indigno, obsceno» Pero al cabo se siente obligada a guardar
el secreto, por miedo a convertirse en sierva de todos, o incluso en esclava
de unos pocos. Cuando los vínculos que unen al grupo son lo
suficientemente fuertes, cuando ya todo está perdido, ya nada se puede
hacer, la mujer del médico confiesa la certeza de su visión.
Por último, es necesario no perder de vista en ningún momento el
carácter simbólico y filosófico de la novela. El narrador se introduce en
numerosas ocasiones en la historia, opinando y ofreciendo reflexiones,
aunque éstas provienen en su mayor parte de los diálogos entre los
personajes. Sorprende a veces la finura del pensamiento de los
protagonistas, discutiendo sobre la causa y la naturaleza de la ceguera. La
mujer del médico, siempre desde el punto de vista de la persona no ciega,
atribuye primero la ceguera al miedo y más adelante a la falta de
esperanza. Para la chica de las gafas oscuras la ceguera y la muerte se
igualan en el hombre: «estamos ya muertos, estamos ciegos porque
estamos muertos, o, si prefieres que lo diga de otra manera, estamos
muertos porque estamos ciegos, da lo mismo» A lo que la mujer del
médico responde que la ceguera blanca es una ceguera de sentimientos,
unos sentimientos que nacieron de los ojos y que necesariamente ya no
pueden ser los mismos, privados ya de la vista. Su conclusión final parece
establecer el origen de la ceguera en un motivo mucho más simbólico y
abstracto: «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos,
Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven»
Una ceguera que el lector puede someter a múltiples interpretaciones.
Independientemente del símbolo que se elija, Ensayo sobre la ceguera se
perfila como una sublime descripción del ser humano, su apego a algo tan
connatural a él que no se echa en falta a menos que desaparezca, la vista.
Una reflexión, en definitiva, sobre cómo el hombre puede dejar de ser
hombre, sobre el sutil nexo que une al ser humano a su humanidad. Un
libro lleno de simbolismo que no dejará indiferente a nadie.

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