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Un amor en la esquina

Luis Ernesto Romera

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Obra registrada
ISBN : 130-20-9456-824-4

Título: Un amor en la esquina


Autor: Luis Ernesto Romera
Idioma: Castellano
Editor : Free-Ebooks
Impreso en España / Printed in Spain

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Síntesis

Esta es la historia de Berenice, una joven que llega a Paris, y


pronto se ve atraída por un indigente al que desde ese momento
vigila y busca conocer. Un amor en la esquina no es como decir el
quiosco de la esquina, o la tienda de la esquina, como si el amor se
encontrase en cualquier esquina. Más bien es una metáfora de como
una situación casual, una mirada en un momento oportuno, puede
despertar una pasión que el tiempo solo hace multiplicar hasta el
grado de no poder ser controlada. Quienes hayan leído “La esquina
indiscreta”, se darán cuenta que este es un relato con gran similitud,
como si fuera complementaria, pero no una segunda parte, sino la
otra cara de la historia.

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Mejor es la reprensión manifiesta
que el amor oculto

Proverbio bíblico

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La historia que les pretendo contar no es una historia de
amor como otra cualquiera, por lo menos no es la típica de chico
conoce a chica. Tampoco se trata de un amor de un héroe buscando
a su heroína, ni de un galán tratando de conquistar a la mujer fatal.
Bueno, es cierto que hay esperanzas, desengaños, malos entendidos,
sufrimiento, gozos y sombras. Pero eso es parte de la vida, en mi
historia sin embargo, es algo así como la dama y el vagabundo,
salvando algunos matices, y que ni el vagabundo es del todo
vagabundo, ni la dama es lo que es.
En fin para que explicar todo ahora, mejor es que lo vayan
asimilando poco a poco. Me llamo Berenice, aunque desde pequeña
mis padres se empecinaron en usar el diminutivo Beri, que por
cierto, nunca me ha gustado que me llamen así, y por supuesto solo
se lo tolero a mis padres, que después de veinticinco años ya no
puedo hacerles cambiar en eso. Así que aunque resulte largo, todos
mis amigos y amigas me tienen que llamar así, Berenice.
Soy una chica desde mi punto de vista del montón, ya sé que
eso lo suelen decir las que no están muy agraciadas, pero no es mi
caso, no me considero fea, por lo menos los que me rodean no me lo
dicen, claro que tampoco te puedes fiar por lo que te digan los que te
aprecian. La mejor prueba para saber cómo luces es como te vean
los hombres, por supuesto no cualquier hombre, si le preguntas a un
albañil posiblemente solo te vean de cuello para abajo y en eso
realmente no destaco, soy más bien de poca carne y no creo que por
arriba llegue a los famosos noventa. Pero mi cara, no ha salido tan
mal, mi nariz, bien perfilada y proporcionada a mi rostro, sin
embargo no me agrada mucho mi boca, para mi gusto quizás un
poco pequeña y labios poco carnosos, pero mis ojos, esos son los
más bellos del planeta, y eso me lo ha dicho un hombre con buen
criterio. Claro que si no te lo dicen otros y ese hombre de buen
criterio es tu padre, quizás no vale, pero yo me quedo con eso. Y si
dicen que recuerdo a mi madre cuando era joven y ella traía locos a
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todos los hombres del barrio, eso me halaga, además está
confirmado por mi madre, no he podido preguntar a los que dice ella
que fueron sus amantes, pero no es necesario, ella se conserva muy
guapa, no sé si yo estaré así cuando alcance su edad.
Yo sin embargo no puedo presumir de muchos pretendientes,
como mi madre, y eso que a cualquier mujer de mi categoría le
causaría un trauma, a mi no, pues es por propia voluntad que no he
tenido ningún otro novio que aquel amor de mi adolescencia. Y este
no me llegó hasta que cumplí los veintisiete. ¿Cómo es eso posible?,
se preguntara mucha gente. Bueno en realidad si he tenido
pretendientes, o por lo menos creo pensar que lo fueron, pero no les
hice ni caso, sobre todo desde que mis ojos conocieron al hombre de
mi vida.
Créanme que no es fácil para una chica como yo, viviendo en
un pueblo del Languedoc francés con ciertas costumbres
tradicionales en lo que respecta a la manera en que una chica
encuentra novio, y proviniendo de una familia muy tradicional en
esos aspectos y siendo yo también excesivamente celosa de guardar
esas tradiciones, siempre he esperado que sea el chico quien tome la
iniciativa y se declare como rigen las costumbres en mi pueblo.
Claro que no siempre es fácil, sobre todo si el que te gusta, ni
siquiera te conoce, vive lejos y solo sigues su vida desde la
distancia. Mi madre a la que consulté en cierta ocasión sobre qué
hacer cuando te gusta un chico que aún no se ha fijado en ti porque
ni siquiera has cruzado palabras con él me dijo:
-mira hija, nunca olvides lo que te voy a decir: tú ofrece el
producto, ponle un precio competitivo, pero nunca regales la
mercancía.
Dicho así, suena como muy comercial, pero es que mi madre,
comerciante desde los quince años, era de lo que entendía. Mis
padres tenían una tienda de deportes, mi padre era amante del
ciclismo y montó en su momento una tienda de bicicletas que pronto
evolucionó hacia otros deportes en general hasta que se convirtió en
una prestigiosa tienda de artículos deportivos, una de las más
grandes de la comarca. Cuando mi padre se convirtió en concejal de
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deportes de Laucane, mi madre se encargó del negocio familiar y la
verdad es que lo llevó muy bien. Por eso ella todas las cosas las
entendía desde el punto de vista de las mercancías, y en el fondo
tenía razón, una se debe mostrar a los hombres, debe darse a conocer
y que aprecien sus cualidades como persona y por supuesto físicas,
pero no entregarse sin más a cualquier postor, una debe saber
valorarse como persona. Así que he permanecido casta hasta ahora y
no me avergüenzo por ello, mis amigas nunca entendieron mi
postura, me consideraban un raro espécimen, pero yo no creo en la
experimentación sin más, también la verdad es que he sido una
persona de estudios, mi carrera me ha ocupado el 90% de mi tiempo
entre los 19 y los 25 años, así que no he tenido tiempo apenas para
otras cosas.
Bueno, sí que me he enamorado, ya lo dije antes, pero eso
siempre ha estado allí, tal vez ha sido un tema que no he sabido
manejar bien. Yo soy muy cabezona y tenaz, cuando algo se me
mete en la cabeza, es difícil que se me salga y aquel chico, no ha
salido de mi cabeza nunca.
Lo conocí con 15 años, recuerdo muy bien el momento, llegó a
la tienda de mis padres a comprar una bicicleta, lo primero en lo que
me fijé fue en sus ojos claros y en otra cosa por la que guardo
extraña fijación en los hombres, su nuca. Sí, me llamó la atención lo
perfilado de su corte de pelo y la forma de su cabeza, esa cuadratura
de su rostro, también llamó la atención su voz, tan varonil, pese a
que no creo que alcanzase los veinte años. Observé que era ciclista
y desde entonces, pedí a mi padre que me regalara una bicicleta,
todo por si me encontraba con el chico en alguno de sus paseos, me
pasé muchos fines de semana paseando por todos los carriles bici de
mi ciudad, incluso en una carretera muy frecuentada por los amantes
del ciclismo, pero nada. Sin embargo, poco tiempo después se
acercó a la tienda para comprar equipación y otros artículos
relacionados con el ciclismo y tuve la oportunidad de contemplarle
más de cerca, incluso de envolver los productos que compró,
mientras escuchaba su voz, observaba sus ojos y al irse contemple su

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nuca, sin que se diera cuenta, pues lamentablemente seguía siendo
invisible para él.
La verdad es que desde ese día no le volví a ver, hasta cinco
años después, ¿Que cómo lo reconocí? Pues por su inconfundible
lunar en el cuello, su perfilada nuca, por sus ojos y esa sonrisa que le
caracterizaba. El, por supuesto no se acordaba de mí, en realidad
nunca me había visto, pues como ya he dicho, en las visitas a la
tienda yo era invisible para él. Pero esta vez hubo algo que significó
un cambio en las circunstancias, en aquella época, mi padre era
concejal de deportes y se celebraba la final de una etapa del tour de
Montpellier en Laucane, ocurrió que el chico en cuestión había
ganado la etapa. Casualmente mi padre me escogió como azafata en
la entrega de premios, ya saben, la que entrega el ramo de flores y el
mallot amarillo de la victoria. Yo no quería participar de aquello al
principio y rechacé el ofrecimiento de mi padre, pero mi madre me
empujó a ir para alegrar a mi padre que sobre todo quería presumir
de hija. Cuando vi quien había sido el ganador, agradecí esa
insistencia de mi madre. Bien, por aquello de los nervios y la
tensión, primero olvidé el ramo, que tampoco entiendo a que viene
entregarle un ramo a un hombre, cuando debería ser al revés, pero
bueno la tradición es la tradición; el caso es que me volví para
entregar el trofeo y con los nervios, en el cruce de besos,
accidentalmente nuestros labios chocaron, es de esas veces que tu
vas a la derecha y el a su izquierda y en fin, nos besamos en la boca,
yo dije: ¡tierra trágame! Y el sonrió
Sentí un calor en la cara y un frio en el cuerpo difícil de
explicar, le miré y el creo que también se ruborizó, fue una
experiencia que jamás olvidaré, en ese momento no sabía si él había
sentido lo mismo o no, el caso es que no pude dormir esa noche
soñando con mi campeón. Ludovic Jabart se llamaba, desde
entonces seguí su carrera, mi habitación se llenó de fotos suyas,
incluida por supuesto la de aquel día como campeón. Incluso con la
influencia de mi padre, me inscribí en la sección femenina del club,
por asi conicidíamos, pero mi paso por el club, fue fugaz, no daba la

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talla. Total, de poco me sirvió tanto esfuerzo, nunca le pude ver por
allí.
Pero pocos años después de ese incidente, oí la terrible noticia
de que un accidente había truncado la carrera de mi ciclista.
Recuerdo que me atreví a ir al hospital, a verle, pero no tuve el valor
para entrar en su habitación y hablar con el directamente, no sabía
cómo entrarle, ¿Qué iba a decir? -Hola soy la del beso accidental,
¿Te acuerdas de mí? Y si respondía: -No se, he besado a tantas que
no te recuerdo, perdona... Eso sería arruinar mi vida.
Así que lo único que me atrevía hacer fue entregar una nota
anónima a una enfermera para que la hiciera llegar al muchacho, por
supuesto no puse mi nombre, ni se lo dije a la enfermera, quizás fue
un error mío, pero tampoco quería identificarme tan rápido. Fue un
error, no haber puesto algun dato que me identificara, incluso el
número de teléfono, eso me dijo una amiga, pues, como iba a saber
de quién eran la notas y como iba a conocerte si no, me decía, con
buen criterio.
Por eso, tras varios meses de hacer visitas secretas, decidí dejar
la nota definitiva, donde puse mi número y mi nombre de pila, pero
al parece cuando llegué con esa nota, él ya no estaba allí, había sido
dado de alta y nadie sabía ya de su paradero. Me sentí totalmente
abatida, me invadió un sentimiento de estupor y desaliento, aquella
había sido una gran oportunidad echada a perder. ¿Por qué no habré
hablado con mi amiga antes?
Lo único que podía hacer ahora era comprar revistas
especializadas a fin de saber algo de aquel ciclista, pero por alguna
desconocida razón, su nombre desapareció de todas partes. Hasta
que una pequeña reseña apareció en un artículo, en el que se hablaba
de ciclistas accidentados, entre ellos se mencionó a Ludovic Jabart y
se dijo que ahora vivía en París alejado del mundo del deporte y
viviendo de una pensión.
Aquel día lloré con un gran desconsuelo, el problema es que no
podía hablar con nadie de esto, me tomarían por loca, estar sufriendo
por un desconocido. Porque en realidad, era un perfecto
desconocido, aunque yo no lo quería ver así, había seguido su
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carrera durante todos estos años y había leído sus entrevistas, sabía
de sus gustos, de sus lugares favoritos, de sus pasiones, hobbies,
incluso sabía con seguridad que estaba soltero, pues reconoció en
una entrevista mientras aún era ciclista de élite, que la bicicleta le
impedía tener mucha vida social por eso no se había casado, ni tenía
novia, y yo me alegraba por eso. Yo también le había estado
esperando, estaba guardando mi virginidad para el, vale, en ciertos
periodos de tiempo, ha habido algún que otro noviete, pero eran
cosas pasajeras que no cuentan, él siempre volvía a mi corazón, de
una manera u otra. El problema es que ahora su vida había cambiado
y probablemente ahora el si tenga que hacer vida social y por lo
tanto esos ojos llamen la atención de otra que lo encandile.
Con el tiempo, cuando terminé la universidad y me licencié,
decidí buscar trabajo en París, donde había leído que se había
mudado. Sabía que encontrarle iba a ser la aguja en el pajar y
menudo pajar con doce millones de habitantes, aún si al menos
supiera que vive en el límite administrativo, es decir en plena ciudad
y no en los suburbios, la búsqueda se limitaría a dos millones y
medio, desde el punto de vista de la razón, un imposible. Pero como
la razón, no le sirve al corazón, mi corazón decía que debía ir a vivir
y trabajar allí. Mi madre encantada con la idea, pues si bien me
especialicé en economía y finanzas, tenía a mi hermano en la ciudad
quien era gerente de una empresa de importación de artículos de
deportes, así podía encargarme de la cuentas de la empresa. Y a eso
llegué a París, pero por circunstancias de la vida, trabajar con mi
hermano Renou no siempre era fácil, además su mujer que era
contable también llevaba demasiado bien las cuentas, así que acabé
trabajando en una empresa de seguros.
Encontré un apartamento en la en la Rué Didot, un edificio
ruinoso, con un portal un tanto abandonado, pero mi apartamento si
estaba en buenas condiciones, limpio bien arreglado y lo más
importante, cerca de mi trabajo.
Yo siempre he sido muy meticulosa, y de costumbres
rigurosas, llegaba a mi trabajo, siempre a la misma hora a las 8:45,
iba al banco, que estaba en la esquina, a las 10:00 y a las 11:00,
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bajaba a tomar un desayuno a la cafetería Berlitz, en la calle debajo
justo de mi oficina, creo que se llama D´Alesia o algo así, la verdad
es que no me fijo mucho en los nombres de las calles. En el Berlitz
se toman unos croissants únicos, los había con chocolate por dentro,
por fuera, con mantequilla, con queso, con nata, con crema, con
fresas, en fin, para aburrirte. Había un camarero que estoy segura
que quería algo conmigo, se mataba por ser él quien me atendiera,
dándoselas de simpático y chistoso. Búa, le olía el aliento, me daba
nauseas, le llamabamos el pegajoso. También es posible que me
tocara siempre este chico porque yo soy de costumbres fijas y
siempre me siento en el mismo sitio, cuando voy en metro o autobús
también me pasa lo mismo, siempre busco la ventana de emergencia,
quizás a él siempre le tocaba atender esa mesa, en cualquier caso no
era mi tipo.
El caso es que, no sé por qué casualidades del destino, cierto
día al salir del banco, me encuentro a Ludovic. Allí estaba él,
sentado en una banca de madera de la esquina, justamente enfrente
del banco, si bien ya no tenía aquel tipo de ciclista, se le notaba un
poco más ancho de hombros y de cuerpo, sus ojos le delataron, no
tenía ninguna duda que se trataba de él. Noté que me estaba
observando, lo cual me hizo sentirme nerviosa, ¡No podía creer que
la vida me diera una segunda oportunidad! Pero como aprovecharla,
yo seguía siendo muy tradicional y no me iba a lanzar, por otro lado
tenía que ofrecer el género, como decía mi madre. ¿Pero cómo me
iba a dar a conocer, si ni siquiera me recuerda?
Bueno tal vez, si le pidiera un autógrafo, y con ese pretexto, al
halagarle, le haría sentirse importante, y al mismo tiempo a mi me
serviría para decirle “sin palabras”, que aquí estoy, que se fije en mi,
en fin, decirle que existo. Claro en ese momento no podía ser, no iba
a lanzarme sin más, ¿Y si no era él? Qué tontería, claro que era él,
pero así a palo seco, no podía lanzarme. Tenía que planear algo. En
principio no hice nada, di la vuelta a la esquina y subí a mi oficina,
pero rápidamente subí la persiana lo suficiente para ver si estaba allí
y ver hacia donde se dirigía. Para mi sorpresa, el tío no se movía de

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allí, no sé si estaba esperando algo o yo que sé, el caso es que
simplemente estaba allí.
Bien, bajé a mi hora al Berlitz y de nuevo me lo encontré, pero
esta vez nuestras miradas se cruzaron y a punto estuve de acercarme
para lo del autógrafo, pero en ese momento llegó Elieen, mi
compañera, una parlanchina de las de no terminar. Así que no pude
realizar mi plan.
Lo curioso es que al día siguiente, de nuevo el chico estaba
allí, esta vez leía un periódico, alcancé a ver que era prensa de
economía. ¡Qué bien, le gustan las finanzas como a mí! Ya tenemos
más cosas en común, un punto a mi favor. Pasaron varios días y no
hacía más que preguntarme por qué razón siempre estaba allí
sentado. ¿Esperaba a alguien? ¿Quizás a su novia? Eso sería lo peor
que me podía pasar, pero no era eso, en alguna ocasión le vi
levantarse y le seguí con la vista alejándose calle abajo, cojeaba un
poco, quizás secuelas del accidente. ¡Que lastima! ¡Pobre mío! Lo
que debe estar sufriendo por no poder realizar sus metas.
A mi no me importaba aunque estuviera lisiado, creo que es un
buen hombre. Lo que no lograba entender es que liandres hacía allí,
mirando hacia el banco... ¡Dios mío! No será un ladrón de una
banda, quizás vigilando cuando llega el furgón blindado, o cuando
abren las cajas fuertes. Espero que no, que yo no quiero compartir
mi vida con un delincuente. En cierto modo me sentía decepcionada,
pues si bien había visto lo que había venido a buscar a París, ahora
no sabía qué hacer con él, incluso si volviera a verle, ¿cómo podría
contactar? ¿Qué hacer? ¿Cómo llamar su atención?
Me empecé a arreglar un poco más y vestirme de forma un
poco más llamativa, y noté que eso despertó su interés, sé muy bien
cuando un hombre sigue a una mujer con su mirada, con solo un par
de disimuladas vistas de reojo, pude darme cuenta, pero eso no
significaba nada, algo tenía que hacer para acercarme a él y hablar.
Incluso consulté con mi compañera Elieen, y sin decirle quién era el
chico en cuestión le expuse el caso, ella me dijo que lo del pañuelo
todavía funciona, o lo de dejar caer algo que te dé a conocer, una

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tarjeta de visita, un pase identificativo, o cualquier cosa que le
indique tu nombre.
-Claro, -me dijo-, ¿estás segura que no es peligroso?, chica,
que dar tus datos a un desconocido tiene sus riesgos.
Pensé que podía ser una buena idea, aunque es verdad, era un
desconocido, estaba confiando en alguien del que no sabía nada
salvo su truncada carrera.
Sea lo que sea, a los pocos días de verle por allí, un buen día se
esfumó, sin que pudiera tener la oportunidad de pedirle su autógrafo,
ni tirar un pañuelo, una nota con mi nombre, ni nada de nada y sobre
todo sin poder hablar con él. La idea de que vigilara el banco, me
asustó e impidió que diera más pasos, ni siquiera me atrevía a
preguntarle la hora para escuchar su voz, y ahora ya es tarde. En fin,
pensé, por lo menos se que se mueve por este barrio y es posible que
me lo encuentre en otra ocasión. Reconozco que durante varios días
imaginé encontrarme el banco desbalijado, pero no pasaba nada,
todo iba como siempre.
Empecé a hacerme de amigas y tener vida social, pensé que me
ayudaría a olvidar ese amor imposible, esa ilusión de niña que no iba
a ningún puerto. Pero en honor a la verdad, no conocí a nadie que
me atrajera lo suficiente, ninguno de los muchachos que me
presentaron, tenía el efecto de aquel ciclista, algunos se acercaban y
parecían simpáticos, incluso los había muy guapos, pero tanto se lo
creían, y eso es algo que no aguanto en un hombre, que se sienta
más guapo que una.
-¿Qué te pasa Beri? -me preguntaba Elieen, que para ese
tiempo se había convertido en mi mejor amiga- ¡Se te va a escapar el
tren!
-No me vengas con eso Elieen, no me gusta nada esa
expresión, y no me llames Beri, que me recuerdas a mi madre.
¿Sabes que te digo? si ese no es mi tren ¿por qué diantres lo tengo
que coger?
-Tienes que disfrutar de la vida, Beri, perdón Berenice, no
puedes estar enamorada toda la vida de tu amigo invisible, la
juventud no dura mucho, luego que, a coger al primero que llegue.
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-No te preocupes, ya llegará el mío -le contestaba, para luego
añadir: ¿Bueno y como te va en el trabajo?
Cuando Elieen sacaba el asunto de los hombres, yo siempre
quería cambiar de tema, y lo mejor era en esos casos, sacarle lo del
trabajo, porque entonces se olvidaba de todo y empezaba a
despotricar de su jefe. Si bien se repetía mucho, reconozco que en el
fondo tenía razón. Elieen, era de la opinión que la mujer tenía cuatro
etapas, entre los 16-20, en el que el mundo se acaba y tienes que
probar lo que sea; luego entre 21-26 quiero algo, pero yo lo escojo;
después entre los 27-35, prefiero disfrutar sola, me siento libre sin
nadie, para finalmente, de 35 en adelante, de nuevo se acaba el
mundo; todo eso si no acabas viviendo con alguien fijo en la primera
o la segunda etapa.
Vaya, yo ya estoy en la tercera, pero tampoco es que quiera
estar sola, llevo enamorada desde los dieciséis, lo que pasa es que
quizás, como decía Elieen, de un amante imaginario, porque en ese
caso la invisible soy yo para él. ¡Caramba!, ¿Por qué tiene que ser la
vida tan difícil para una mujer como yo? Yo soy feliz así, no siento
que me falte algo, salvo cuando le veo a él y noto ese cosquilleo
extraño. La próxima vez me meto en el charco y me dejo de rodeos,
que se me escapa el tren.
Pasaron varios días y no le vi, en su lugar me fui encontrando
durane varios días seguidos con un mendigo sentado en el mismo
banco, así que triste y cabizbaja, me someto a la dura realidad de
perdedora y me dirijo a mi trabajo y del trabajo a casa. Hasta que
uno de esos días, no sé cuánto tiempo habrá pasado, pero solo
entonces le veo la cara al mendigo, esos ojos, me resultan familiares
y su voz, cuando le escuché su tono mientras hablaba con una
ancianita que le bajaba bocadillos, este me suena de algo. Yo para
eso tengo un don, suelo reconocer a la gente al vuelo por la voz,
aunque la haya escuchado una sola vez hablar y aunque sea por
teléfono, sé muy bien identificar a quien me habla, algunos se
sorprenden de mi memoria auditiva.
Bien, un día quise acercarme al mendigo para confirmar una
sospecha que si bien era descabellada, tenía visos de parecer cierta.
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Aproveché para echarle unas moneditas y entonces me fijé bien que
esa barba no era suya, ¡llevaba una barba postiza! Y la voz al darme
las gracias... ¡Era él! ¡Pero cómo podía estar así! ¿Qué le había
pasado? ¿Se habrá trastornado, estará tocado de la cabeza? ¡Dios
mío! Tal vez el accidente le dejó mal
Esa mañana no me pude concentrar en el trabajo, nada me salía
bien. Al bajar al Berlitz, me acompañó Elieen y le hice la
observación de la barba, por si ella se daba cuenta de que era falsa,
yo no quería ser tan descarada viéndole.
Elieen me lo confirmó, si, llevaba una barba postiza y según
me indicó también su pelo, el color de sus cejas era muy distinto del
de su cabello,
-ese era un disfraz. -me dijo-, ese es un rumano, esos se
disfrazan para dar más lastima, y para que la policía no los
identifique, vete a saber si lo que está es vigilando el banco.
-No lo creo, muchas veces está leyendo, y se va siempre a la
misma hora...
-Pero chica ¡tú qué haces vigilando la vida a un mendigo!
-no solo que me suena su cara.
-¿En que más te has fijado?
-su voz
-no me digas que te has puesto a hablar con un mendigo.
-no solo que me acerqué y le eché una monedas para
escucharle
-Hay, no sigas Berenice, tú estás, loca o algo trastornada, ¿qué
te estás fijando en un tío tirado en la calle?, ¿tu estás bien? tu debes
tener un problema.
-Tonterías, que dices, simplemente que me parece familiar, creí
conocerle.
-¿Algún amigo de la infancia, o un familiar?
-no un antiguo amigo...
-Un amigo, mira Berenice, solo te digo una cosa, si está en la
calle es por algo, o es un borracho o un delincuente salido de
prisión, un arruinado de la vida, vamos, no merece la pena prestarle
atención. Tú ya sabes.
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-tranquila que no es lo que tu crees.
Bueno, la verdad es que aunque me dé vergüenza reconocerlo,
empecé a pensar que aquel hombre con esas pintas de abandonado,
no representa lo que realmente es. Quizás se había disfrazado por
mí, para verme, rápidamente rechazo la idea, porque si pienso eso
significaría que quizás mi amiga tenga razón y estoy perdiendo la
cabeza. En cualquier caso, me preocupa que ese hombre haya caído
tan bajo y se encuentre pidiendo, o será verdad que está vigilando el
banco.
El otro día, no hacía más que vigilar los movimientos del
mendigo, veo como se levanta, va de un lado a otro, luego cuando
bajo siempre está en la esquina sentado en el banco. Y al poco
tiempo de subir de nuevo yo a la oficina, simplemente ese levanta y
se va. Bueno salvo algunos días que al salir lo veo allí, pero eso solo
en contadas ocasiones.
No hago más que pensar en cómo me las ingeniaría para hablar
con ese hombre y preguntarle la razón por la que está en esa
situación. Quizás el pobre esté endeudado y como no encuentra
trabajo ha caído en la mendicidad. Sé que no es un borracho, porque
yo observo a otros y casi todos tienen las mejillas coloradas, los ojos
vidriosos y la nariz hinchada por el alcohol, pero este no, sus
facciones son finas, detrás de esa careta puedo ver a un hombre
sano, sin vicios, pero parece tan desgraciado, como siga en la calle
pronto se va a hechar a perder. ¿Tendría que ayudarle a salir de esto?
El otro día hablé con mi hermano sobre Ludovic, le expliqué
que él sabe mucho de cosas del ciclismo y le vendría muy bien para
asesorarle sobre ese tema. Si tan solo le ofreciera un empleo, eso le
haría salir de esa situación, claro que no le mencioné a Renou que
me refería al mendigo de la esquina, si así fuera me tomaría por
loca. La única respuesta de su parte fue: que me traiga su currículo.
¿Cómo le pido un currículo? Bueno ¿y si se lo hago yo?, tengo
fotos y conozco su trayectoria, sus conocimientos sobre el deporte, o
sea, podría perfectamente hacerlo, de hecho el otro día lo hice. Solo
que no me he atrevido a entregarselo a mi hermano, claro que si lo
aprueba me metería en un buen lio, mejor que no.
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Hoy mientras iba hacia mi trabajo, me abordaron una pareja
muy simpática, que me ofrecieron unas revistas religiosas, las tomé
porque ya había leído antes otros números, cuando en la tienda de
mis padres también las habían dejado. Me gustaba una sección sobre
los jóvenes con consejos muy interesantes, esta vez trataba sobre
como sobrellevar un desengaño amoroso, que bien me venía a mí. Si
porque lo mío era un desengaño constante, el otro día pensaba que el
mendigo me iba a abordar, pues le vi acercase cuando yo salía de la
cafetería, pero tan solo se levantó porque la viejecilla de los
bocadillos le llamó.
La obsesión por mirar por la ventana de mi despacho me
estaba haciendo desconcentrar de mi trabajo, decidí por ello, con el
consejo de mi jefe tomar unas vacaciones, y despejar mi mente.
Aproveché para ir a Holanda, allí tenía una tía a la que había
prometido visitar hace años, así que pasé unos estupendos días
visitando los molinos y sobre todo el famoso museo Van Gogh, mi
pintor favorito, me traje pañuelos, bolígrafos, libretas, camisetas y
hasta un porta documentos con ilustraciones de sus pinturas.
Al volver a la rutina diaria, de nuevo volví a encontrarme el
barrio como siempre, y allí estaba él, como si no me hubiera echado
de menos, de verdad que no le entiendo, ¿que pretende ese hombre?,
va se sienta, no dice nada, me mira de arriba a abajo, y sin ninguna
explicación se va. Más que enamorada me tiene intrigada, las pocas
esperanzas que tenía de que algo diferente surgiera entre nosotros, se
estaban esfumando. Mientras el tiempo transcurría sin novedad
empecé a relacionarme con Josephine, otra compañera de la oficina
que casualmente también pertenecía al grupo de los de las revistas,
esta me explicó todo lo que tenía que ver con ellos y el sentido que
le daban a la vida, me animó a acompañarla a donde se reunían, un
día lo hice. Cuando estuve allí, me di cuenta que eran muchos más
de los que yo me imaginaba y parecía que todos se conocían, no era
como en la iglesia que cada uno iba a su aire.
El día siguiente ya nada sería igual, cuando las cosas entre el
mendigo y yo se iban enfriando, al no observar ninguna iniciativa de
su parte, empezaba a pensar en olvidarme de todo y hacer mi vida,
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ignorarle. Eso pensaba hacer cuando aquel día bajé al Berlitz y ni
siquiera le miré y eso que me lo encontré de frente y noté que se
sobresaltó al verme de frente, bueno si le miré, sino como me iba a
dar cuenta de su sobresalto, pero lo hice solo de reojo.
Cuando me senté en mi mesa, vi que había un papel muy bien
doblado debajo del azucarero, miré para un lado y otro y tomé el
papel. Este contenía una nota que me dejó estupefacta e hizo que mi
corazón casi se saliera de mi pecho. ¡Qué palabras más bonitas!:
“No puedo borrarte de mi mente, eres la que me insufla de
esperanza y ganas de vivir” Las concluía con una hermosa
declaración: de tu amor escondido. Por un momento, pensé que
quizás alguien haya olvidado esa nota de un enamorado a su
enamorada, aunque me quedé muy desconcertada con las últimas
frases. ¿Qué significa eso de amor escondido? Será la dedicación del
amante secreto de alguien que estaba a punto de arruinar su
matrimonio. O será un adolescente cuya relación sus padres no
consienten. No se tampoco si se trataba de expresiones de cariño de
un hombre hacia una mujer o al revés. En cualquier caso me
parecieron unas palabras muy bonitas, ¿cuando me dedicarán algo
así a mí?
Lo que en un principio pensé que era una nota dirigida hacia
otra persona, pronto me di cuenta que esa persona podría ser yo. Tan
solo dos días después de haber encontrado en mi mesa del Berlitz,
aquel papelito, ahora me encuentro otro. Esta vez más explicito: tu
eres la luz que en mi oscura vida ilumina mi corazón, te quiero,
quiero que seas mía algún día, deja que tus bellos ojos se sigan
posando sobre los míos y me infundan la esperanza de poder algún
día ser tuyo. Tu admirador secreto.
Aquello me dejó sin aliento, era mucha casualidad que dos
veces casi seguidas encontrase mensajes de amor, y esta vez no
había dudas que provenían de un chico hacia una chica. Al día
siguiente, un día frió como pocos, llevaba lloviendo casi hielo toda
la mañana, se me hizo larga la espera para bajar al Berlitz, era como
abrir una caja de sorpresas, esta vez mi amigo el mendigo no parecía
estar allí, claro que con ese día, como para estár en la calle, aunque
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lo había visto en otros días parecidos, en cualquier caso no verle me
desalentó y me hizo sospechar que quizás no hubiera papalito con
mensaje. Pero al llegar, había un grupo de chicos, riéndose a cosa de
otra nota que si estaba en mi mesa, en lugar de sentarme en otra
mesa, esperé a que el grupo de adolescentes bulliciosos se
marcharan.
Cuando estos se fueron, me puse a buscar como una
desesperada la nota, con la determinación de alguien que busca algo
de gran valor, por fin pude dar con ella, pisoteada, arrugada, pero
completa, la recogí, limpie y estiré con mucho cuidado, y la leí con
gran atención:
Aquel mes de febrero tiritaba en su albura
de la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia
con sus rachas el ángulo de los negros tejados;
Y decía: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder
encontrar en los bosques las violetas que quiero?
Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila;
se engañó mi alma cálida con su dulce calor;
no hay violetas excepto en tus ojos verdes,
y no hay más primavera que tu rostro encendido.
Debe ser un verso de un poeta famoso, lo conocía muy bien pues en
el instituto nos lo hicieron leer y comentar, aunque hace tanto que no
me acuerdo de quien es, pero es bonito. ¡Además, la de los ojos
verdes tengo que ser yo! -pensé-, mientras miraba a un lado y a otro,
pero allí no había nadie al que yo considerara fuente de esas bellas
palabras, ¿Será el camarero pesado? Fue el único que interrumpió
con su ¿qué tal guapa, me das tu número o te pongo lo de siempre?
No, a ese pegajoso desde luego que no lo veo capaz de leer a poetas
clásicos y citarlos, no, más bien está más cerca de los piropos del
albañil. Tras pedir mi café con un croissant con nata, continué
leyendo de aquel arrugado papel, después del poema hablaba de su
deseo de conocerme mejor: Quiero conocerte, estar cerca de ti.
¿Cómo podría yo? porque mi amor por ti es tan fuerte como la
muerte...el fuego de mi corazón no puede contener las llamaradas
de este amor.... Las muchas aguas mismas no pueden extinguir ese
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fuego, ni pueden los ríos mismos arrollarlo.... y después la misma
despedida de antes. Mientras leía esto sentía como un temblor en
mis entrañas, estoy segura que si me pusiera de pie, mis piernas no
me sostendrían. Sin embargo luego no hay un nombre, ni ninguna
referencia a quien es el remitente, ni la destinataria. Todo esto me
estaba dejando confundida, a la vez que embaucada por este nuevo
amor secreto.
Estaba deseando que llegara el día siguiente para leer mas, me
embargaba una emoción tan fuerte que cuando el pegajoso de Joel,
el camarero se acercó para entregarme el café di un salto, este con su
típica galantería y con el romanticismo de un minero, dijo -vaya, te
has sobresaltado al verme, y eso que no me has visto por dentro, -
rebuznaba, mientras guiñaba un ojo-. ¡Como odio a ese hombre!
Solo espero que no sea este pelmazo el de la nota. Regresé tan
ensimismada en mis pensamientos y emociones que no esperé a los
demás en la cafetería, y ni siquiera me percaté de mi mendigo, total
ahora presentía que estaba naciendo en mí un nuevo amor, mi amor
secreto.
A la mañana siguiente, bajé lo más deprisa que pude, aunque
me acompañaba mi hermano, contando sus típicos chistes machistas,
siempre está igual, y encima tengo que reírle las gracias, porque si
no se molesta. Pero esta vez, no había nota, ni mensaje, así que tuve
que esperar al siguiente día.
Como las anteriores veces, procuré bajar sola, así que sin
avisar salí pitando al Berlitz, aquella mañana había más gente de lo
habitual en la calle, había muchas madres con sus hijos creo que
tenían un descanso escolar, si, había muchos niños en la calle, hasta
al mendigo lo visto desde la ventana hablando con alguno de ellos.
Vaya, si resulta que habla, ¿por qué conmigo no? Temía que la
cafetería estuviera atestada y alguien tomara el mensaje y no me
llegara, pero creo que llegué tarde, no había mensaje y mi mesa
ocupada. De nuevo me tocó esperar, aunque esta vez fui yo quien le
dejé un mensaje, tuve que pedirle al pegajoso camarero que me
prestara su boligrafo, esperando que le escribiera algo a él, en fin
dejé el mensaje debajo del azucarero, de la misma manera que me
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los encuentro. Le puse una nota agradeciendo los poemas y escribí
mi nombre, junto a una cita para esta tarde en la esquina del banco a
las seis de la tarde.
Pero una de dos, o no leyó la nota, o no le llegó, o quizás su
timidez le impidió hacerlo, la calle estaba bastante desierta por las
tardes y se me hizo de noche sin que nadie llegara, lo cual me
decepcionó.
Al día siguiente ocurrió algo que me dejó estupefacta, sucedió
antes de ir al trabajo, algunas veces, cuando no hace demasiado frio
acostumbro a ventilar el apartamento y me asomo por el balcón para
ver cómo está el tiempo, desde la cuarta planta puedo observar toda
mi calle, no es que sea muy larga, pero es fácilmente observable.
Esta vez si mi vista no falla, en un momento dado veo entrar por mi
calle a Ludovic el ciclista, pero vestido normal, pantalón vaquero y
cazadora marrón. ¿Qué hace en mi calle? Y lo más sorprendente, se
dirige a mi portal, retrocedí por precaución, por si le daba por
levantar la cabeza y me descubría vigilándole, esperé un segundo y
volví a asomarme, pero ¡qué veo! ¡Entra en mi portal! Corriendo
me vestí y recogí todo lo que había dejado la noche anterior por
medio, los restos de mi cena, algún que otro trapo, no es que no
acostumbre a hacerlo, pero normalmente me tomo mi tiempo, pero
ahora había una posible urgencia, menos mal que mi apartamento
era pequeño. Entonces pensé ¿Por qué ha de venir a mi casa?, es
más, ¿quien le ha dado mi dirección?
Esperé a que sonara la puerta o el timbre, pero nada, pasaron
casi cinco minutos y decidí volver a asomarme, pero no había nadie,
nadie salía ni entraba. ¿Será que vive en este mismo edificio? ¡Dios
mío! Y si resultase que somos vecinos. Al bajar a mi trabajo,
observé el nombre que aparece en los buzones de los diferentes
apartamentos, pero en ninguno vi su nombre. Quizás tenga novia o
compañera o simplemente viene a casa de un amigo, ¿pero a las 8 de
la mañana? Desde luego no es una hora normal para visitar a nadie,
salvo que te espere.
En fin, en cualquier caso, estaba segura que era él, de eso no
tenía ninguna duda. Y que me estaba volviendo loca con esa absurda
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obsesión por ese desconocido, también lo reconozco. En el camino,
iba pensando que quizás hoy se presentaría a la esquina vestido
normal, quizás dispuesto a hablar de una sola vez.
El caso es que al llegar al trabajo, allí estaba en la esquina de
siempre el mendigo, y entonces me pregunté, si he visto a Ludovic
entrar en mi edificio, el mendigo no es el disfrazado, como yo
pensaba. ¿Quién es entonces este mendigo y por qué me he fijado en
él? Y lo más importante, ¿quién es el de los mensajes? Empecé a
temer que ese mendigo me estuviese vigilando a mí por algo, quizás
para secuestrarme o algo así, si sabía que mis padres o mi hermano
manejaban dinero, por eso desde ese día decidí bajar con Renou,
solo como precaución, aunque eso significaba arriesgarme a que él
se enterara de lo de los menajes.
Al día siguiente, tuve que bajar sola, mi hermano tenía asuntos
urgentes que atender y Elieen estaba también muy ocupada y bajaría
más tarde. Por un lado quizás mejor así, y efectivamente, porque ese
día encontré algo que me dejó perpleja y totalmente sorprendida, no
solo encuentro un mensaje en el que definitivamente se que va
dirigido a mi, aunque no aparezca mi nombre, sino que incluye un
obsequio, unos pendientes preciosos con forma de corazón, parecían
de oro con piedrecitas brillantes, quizás sea zirconita, pero me da
igual, me gustó mucho el detalle. Sabía que era para mí, pues el
mensaje era aun más directo, tenía que tratarse de alguien que me
observaba, que me había visto muchas veces, pues mencionaba mi
forma de vestir, admiraba no solo mis ojos, sino mi pelo, mi nariz,
mi boca, mi forma de caminar, desde luego si se presentara en ese
momento me iría con él con los ojos cerrados, hasta incluso que
fuera el camarero pegajoso ese, con esas palabras me había
conquistado de pleno. Debo parecer tonta, pues a cualquier otra,
recibir esto la asustaría, pero no era miedo lo que yo sentía, sino un
subidón de adrenalina, de autoestima, y una sensación de sentirme
deseada, hasta el grado de casi flotar, es difícil expresar el
sentimiento de felicidad que suponía leer esos halagos de un
desconocido, que quizás resultase un conocido.

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Después de aquello, durante unos días no recibí mensajes, pero
si pude ver antes de ir a trabajar acercarse a Ludovic, una de las
veces abrí la puerta para ver si escuchaba desde la escalera hacia que
piso se dirigía, quizás si vivía en el edificio y trabajaba de noche por
eso llegaba tan pronto. Pero solo notaba un misterioso silencio,
como si al entrar al portal, la tierra se lo tragara, es posible que
subiera al primero, el caso es que ni siquiera escuchaba cerrar puerta
alguna.
No fue hasta una semana después cuando recibí otro mensaje
de mi amante secreto, valió la pena esperar, se trataba de otro
hermoso poema, que venía a decir:
Hace ya tanto tiempo que te adoro,
Son años atrás, son muchos días...
eres de color rosa, yo soy pálido,
yo soy invierno y tú primavera.
Lilas blancas como en un camposanto
en torno de mis sienes florecieron,
y pronto invadirán todo el cabello
enmarcando la frente ya marchita.
Deja al menos que caiga de tus labios
sobre mis labios un tardío beso,
para que una vez esté en mi tumba,
en paz mi corazón pueda dormir.
Tu amante secreto Ludovic.
Leer esas últimas palabras me dejó paralizada, mis sueños se
hacían realidad, la persona que deseaba que fuera era quien escribía
los menajes, miré para todos lados por si se trataba de una broma,
aunque nunca he hablado a nadie sobre Ludovic, por lo menos nadie
debía saber su nombre, por lo tanto nadie haría una broma así.
Además no cabe duda que la letra era la misma que en anteriores
misivas. También aparecía una posdata en la que me invitaba a
dejarle un mensaje con su nombre, eso significaba que el mensaje
anterior no le llegó, que alivio, pensé. Pero, ¿por qué no me cita de
una vez? ¡Tánto cuesta poner un día y una hora! El caso es que de
nuevo bajé sin boli y sin papel, ¡qué mujer tan poco preparada para
25
esta situaciones soy! Menos mal que el camarero pegajoso, siempre
estaba dispuesto a dejarme uno. Puse mi nombre de pila y nada más,
lo deposité donde siempre y en ese momento llegó Elieen,
rápidamente guardé el mensaje y tras un rato me fui. No cabía en mi
de felicidad, tanto es que recibí a mi hermano al quien me encontré
en la esquina detrás del mendigo y le di un fuerte abrazo, el,
extrañado me acompañó a mi oficina.
Sigo teniendo dudas, y después de lo de ayer aún mas, porque
si yo le veo entrar a mi portal, supuestamente viene de trabajar o
algo parecido, y luego no le veo salir, ¿Cuándo deja los mensajes en
Berlitz? ¿Y si fuera el mendigo el de los mensajes? Eso no,
demasiado descabellado, mucha casualidad ya es que se le parezca,
que encima se llame igual, no, hay algo que no me encaja en toda
esta historia. Salvo que el mendigo y él estén de acuerdo y este
último le dé información a Ludovic, ¡claro esto si encaja! Muchas
veces desde la ventana de mi oficina, veo moverse al mendigo hacia
la cafetería, no sé si entra o no, no llego a ver eso, y el otro día al
salir estaba al otro lado de la calle, quizás pendiente de si leía los
mensajes o no. Mañana estaré más pendiente de eso cuando esté en
la cafetería.
A la siguiente mañana, por fin descubrí el misterio, vi salir al
mendigo de mi portal, fue por pura casualidad, miré para ver si venía
Ludovic a la hora acostumbrada pero no le ví, sin embargo de
repente salía con sus harapos el mendigo. Pero bueno ¿es que todos
vamos a ser vecinos? No alcanzo a entender que está pasando aquí.
La próxima vez voy a bajar al portal para encontrarme a uno o a
otro, o a los dos y voy a poner en claro que pretenden. Esa misma
mañana, no le vi llegar, lo cual no significa que no lo haya hecho, es
posible que se adelantara unos minutos, intercambiaran información
y luego el mendigo abandonara su casa, ¿será que viven juntos? Ese
día sin embargo no recibí ningún mensaje, así que me dediqué a leer
unos folletos de los que me deja de vez en cuando Josephine, una
compañera de trabajo, que suele hablarme de su religión, al principio
reconozco que me pareció un poquito insistente, por no decir pesada,
pero me cae bien, se le ve sincera y hemos tenido buenas charlas. En
26
sentido religioso yo siempre me he considerado un bicho raro, en un
país católico yo era calvinista, eso era porque mis padres al provenir
de una familia suiza siguieron la tradición de sus padres y abuelos,
yo a su vez he seguido esa costumbre y de vez en cuando asisto a
una iglesia del centro de Paris; pero mis inquietudes y mi curiosidad
por lo trascendental y lo espiritual, me hacen no cerrar las puertas a
otras alternativas, en eso no tengo miedo a ser diferente, siempre lo
he sido. Así que algún día acompañaré de nuevo a Josephine a su
iglesia.
Al día siguiente, me armé de valor y bajé al portal a eso de las
ocho, pero pasó como media hora y ni rastro de Ludovic, ni del
mendigo, ni uno entró ni el otro salió. Será que el mendigo me ha
visto bajar y tal vez ha avisado al otro, no lo sé, pero si me quiere
evitar ¿a qué viene tanto mensaje? El caso es que ese día no se
presentó el mendigo en la esquina, lo cual me dejó cavilando.
El fin de semana, hice un intento por olvidarme de todo esto,
pues el no podérselo contar a nadie, ¿a quién le podría contar tal
cantidad de disparates? Pero guardarmlo para mi, no me ayuda, me
estaba volviendo una obsesionada. Accedí a la invitación de
Josephine y la acompañe a su iglesia, no estuvo mal la experiencia,
la gente me pareció muy sincera y amable, cosa que hoy día es
difícil de encontrar. Después tuve una larga conversación con
Josephine, a quien tuve la tentación de contarle mi secreto, pero no
me atreví, pese a que en un momento dado me preguntó si tenía
pareja. No, -le dije- los anillos son por costumbre, pero algo hay en
ciernes -le dije-. Porque la buena de Josephine no era
excesivamente inquisitiva, si fuera Elieen ya me lo habría sacado.
Una cosa que escuché en aquella reunión a la que asistí con
Josephine, me hizo pensar, eran unas palabras que se leyeron, quizás
no tienen nada que ver con mi asunto, pero me sonaron muy bien:
“Mejor es la censura revelada que el amor oculto”. No entendí la
aplicación que le dieron a esto, pero a mí me abrió la mente, si
quería acabar de una vez con todo este juego de amores ocultos,
debía plantarle cara al problema y citarme con él. Decidí que la
próxima vez abordaría al mendigo, le preguntaría si estaba allí por
27
mí, y si era así averiguaría quien lo enviaba y solo de esa manera
llegaría al fondo de la cuestión. Si lo hago en la esquina, no correría
ningún peligro y el no tendría más remedio que soltar prenda. ¡Era
un plan magnifico!
Llegó el lunes, el temido lunes, primero me cercioré que
entraba Ludovic, al que efectivamente vi, y luego, en menos de
cinco minutos salía el mendigo, quiere decir que o vivían en el
mismo apartamento, o lo que en ese mismo momento rondó en mi
cabeza que quizás era el mismo que se cambiaba en el apartamento,
pero que pasa ¿este tío no duerme o qué? Algo no encajaba en mis
teorías. En cualquier caso, esta vez estaba decidida a hablar con el
mendigo, quizás lo hiciera al salir del banco, después de ingresar el
dinero, si porque antes no es conveniente, no vaya a ser un asaltante.
También podría hacerlo al ir a la cafetería, pero llamaría la atención
de mis compañeros, sobre todo de Elieen y quizás hasta de mi
hermano que suele presentarse a la hora del café. Bueno pues lo haré
a primera hora.
De esa manera llegué al banco, ese día hubo un problema de
fallo del sistema y me entretuve más de la cuenta, y al salir vaya, me
abordan los compañeros de Josephine, mientras de reojo intentaba
ver al mendigo, quien notaba que también dirigía la mirada hacia mí.
Tuve que esquivarle, ¿cómo podía ser tan descarado? ¿Es que no se
da cuenta que los demás notamos su mirar? Bueno, después de
despedirme de la pareja de predicadores, me quedo sola ante el
peligro, intento dirigirme a él, pero en ese momento un perro
atraviesa la calle y casi es atropellado por un coche, que al esquivar
al animal, choca con otro vehículo y se origina una trifulca en el
cruce, todo el mundo, incluido el mendigo se percataron del
incidente, así que me detuve, pues mucha gente de pronto se agolpó
en la esquina y no era momento para ponerme a hablar en medio de
todos.
Al día siguiente quise hacerlo, pero no tuve el valor para ello,
sin embargo se me ocurrió otro plan, recordé el consejo de Elieen,
para llamar la atención de un hombre y empezar una conversación,
dejar caer un pañuelo o algo más llamativo. Me acordé que tenía en
28
mi bolso, una antigua tarjeta de acceso de cuando trabajaba con mi
hermano, no se la devolví, aunque ya no importaba, pues
conociéndole la habría desactivado. Así que cogí aquél porta
documentos que compré en el museo Van Gogh, y guardé allí la
tarjeta con mi foto y mi nombre, metí un papel con una referencia
clara e inequívoca, lo cité en L´Ouest con Maine a las 18:30 el
viernes 25. Escogí ese lugar porque me pareció que un viernes a esa
hora aún es muy transcurrido, buscaba un lugar suficientemente
transitado para no correr riesgos. Tuve que ser muy disimulada pues
esta vez Elieen bajó conmigo al Berlitz, justamente me puse lo mas
a la derecha posible para que el mensaje cayera donde a mi me
interesaba. Podían ocurrir dos cosas, que el mendigo lo cogiera e
intentara devolvérmelo, lo cual sería una buena oportunidad para
hablar con él y citarlo en el mismo lugar, o que se lo quedara con lo
cual la cita también llegaría. ¡Otro plan magnifico!
Ocurrió lo segundo, o eso me pareció, la verdad es que no pude
ver si cogía el estuche o no, pienso que es lo más probable pues en
ese momento no pasó nadie por allí en un buen rato y desde la
cafetería pude observar que ya no estaba en el suelo, aquella
carterilla era fácil de distinguir, por sus colores llamativos.
Bueno, pues la primera parte de mi plan estaba en marcha.
Ahora solo faltaba esperar, hasta el viernes, ¡no sé por qué no puse
la cita el mismo martes! Así acabaría antes esta tensión que crea esa
espera y la angustia de la incertidumbre. Por las noches no puedo
evitar leer y releer los mensajes de aquel amante secreto, estas
palabras tan bonitas me llenan de ilusión y me hacen sentir bien por
un lado aunque nerviosa y con gran ansiedad por otro.
He tenido también varios sueños durante esas noches, uno en
concreto me dejó un tanto preocupada, en este resulta que llegaba el
viernes de la cita y el amante secreto resultaba ser el mendigo, quien
en ese momento se quita la peluca y la barba y se descubre,
resultando ser Joel, el camarero del Berlitz, este me propone
matrimonio y lo peor de todo yo le acepto, luego mi padre se entera
y me deshereda. Después al llegar a su casa me encuentro que vive
en un portal entre cartones y basura y me encuentro en el portal con
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Ludovic, quien me asegura que fue él quien me envió los mensajes y
yo ahora estaba casada con el hombre equivocado, sentí una
angustia y una sensación de infortunio, la meta de vivir en una
chabola entre cartones y suciedad y encima con alguien al que
detesto. Por supuesto me desperté aliviada de que todo eso haya sido
solo un mal sueño, solo espero que al haberle dado el mensaje al
mendigo no se convierta en realidad, por lo menos lo de que se
presentara este. Claro que yo en el papel no puse nada de mis
sentimientos, con lo cual como mucho, iría para ver qué es lo que yo
quería, eso me daría la oportunidad de decirle unas cuantas cosas.
Se me ocurrió ese mismo día por si las cosas se complicaran y
dado que no había contado de esto a nadie, mencionarle a Elieen
otra versión de los hechos, simplemente le dije que tenía una cita
con alguien que conocí en internet y que si me fallaba y surgía algún
problema pudiera contactar con ella, claro que tuve que escuchar la
charla que me dio por aquello de no fiarme, que si mira que si es un
viejo o un violador, bla, bla, bla. En fin, tenía razón, pero no era el
caso. Aunque la verdad es que, pensé que si desaparecía o me
secuestraran, por lo menos alguien supiera donde y cuando me había
citado con el individuo, cualquier precaución era poca, dadas las
circunstancias.
Llegado el día, puedo decir que me pasé casi toda la tarde
buscando que ponerme, ni siquiera comí; ¡hay, tenía que haber
puesto la cita más tarde! Me probaba esto, luego lo otro, la cama era
una montaña de pantalones, faldas, blusas, camisetas, y menos mal
que no tengo mucha ropa que si no. Al final me puse una falda azul,
que según mis amigas me sentaba muy bien y un jersey de cuello
alto gris perla, que era de mis favoritos, decidí que mejor sería si
llegaba el caso morir con algo ajustado que estilizaba mi figura,
aunque también algo cómoda por si me secuestraran que no fuera
con tacones demasiado altos. Quería presentarme llamativa, pero sin
excesos, además me puse los pendientes que me regaló, así
demostraría que aceptaba su amor.
Estaba muy nerviosa e inquieta, no sabía que me iba a deparar
todo esto, llegué cinco minutos antes, todavía no había nadie por
30
allí, bueno, aquello era un hervidero, pero no estaba al que yo
buscaba. ¿Habrá viso mi mensaje? ¡Mira que si se presenta otro que
no sea el que espero! En eso que se acerca Bernard, un compañero
de trabajo, me asusté pensando que haya sido el quien cogiera el
mensaje, pero sencillamente se dirigía a una cita con amigos, me
invitó a acompañarles, pero le dije que esperaba a una persona y nos
despedimos sin más. ¡Qué alivio! No es que no fuera mono, pero
demasiado presumido y se cree gracioso sin serlo.
Luego por la otra acera vi a Arnuo, era unos de los amigos de
Elieen, con los que alguna vez he salido, pero me parece el tío más
pedante y sabiondo que he conocido, además hay una cosa que no
me gusta de él, ya ha echado la solicitud de calvo y no me gustan los
calvos. Menos mal que ha seguido de largo y no me ha visto, y de
nuevo siento el alivio de que no sea este.
Pasaban más y más hombres, pero ninguno era el mío, o al que
yo espero y deseo, también pasaban los minutos, eran ya casi las
siete y yo allí, plantada como una flor sin dueño. Esa era la canción
que tenía en la mente y cuyo estribillo no dejaba de sonar en mi
cabeza. Me sentía desalentada, no podía creer que me dejaran
plantada. Cuando ya pasaba media hora, decidí que ya era suficiente
humillación, triste y cabizbaja me retiré. Para olvidar el mal trago,
tuve la tentación de llamar a Elieen e irme con su grupo de amigos,
pero decidí llorar mis penas a solas en mi casa. ¡Qué decepción de
tarde!
Ahora, ese ya no me volvería a dar plantón, el siguiente lunes
le quise demostrar que ya no me interesaba, bajé con mi hermano
Renou y procuré mostrar la mínima atención, mirada al frente y
reírme con mi hermano. Quería olvidarle, aunque no pude evitar
darme cuenta que estaba allí, y concluí que si estaba allí otra vez
como si nada, quizás sea simplemente porque no se enteró de lo de
la cita, ¡mira que es tonto! O bueno, quizás otra persona haya cogido
la cartera y ni siquiera haya hecho caso a la nota. Cualquier día me
la encuentro en el buzón devuelta. Para colmo me enteré que había
habido un intento de robo en el banco esa mañana, curiosamente
poco después de irse él, lo cual me hizo sospechar que quizás estaba
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detrás de todo, y después de todo me haya estado fijando en un
ladronzuelo.
Y volvía a comerme el coco, que si no era el mendigo el de los
mensajes, o que este no conociera a Ludovic y lo de su entrada y
salida era casual, en fin, tengo que concentrarme en otras cosas sino
me veo encerrada en un centro mental a base de pastillitas.
Al día siguiente, aunque la mañana era fría y ventosa, y notaba
cierto carraspeo en la garganta, síntomas de que estaba incubando un
virus, pero mi curiosidad pudo más, así que decidí asomarme y
esperar para verle llegar, esperando sobre todo saber si el mendigo
del que sospechaba como cómplice del robo del banco salía.
Minutos después veo llegar a Ludovic y como siempre, sale el
mendigo poco después, eso por un lado lo descarta como cómplice
del robo, pero me doy cuenta de un detalle que hasta ahora había
pasado desapercibido para mi, ¡llevan la misma mochila! ¡Cómo no
me había dado cuenta antes! ¡Claro, era el mismo, era el disfrazado!
¡Pedazo de cobarde! ¿Por qué hace eso? ¿Que pretende con esa
patraña de artimaña? Haber si el tío es un detective privado
contratado por mi padre y camuflado para vigilarme. Pero no creo
que mi padre llegara tan lejos.
Bueno, el caso es que estaba otra vez allí. Una de dos, o no
tuvo ninguna relación con el robo, o estaba loco volviendo al lugar
de los hechos. Pero apenas había llegado a mi oficina, pude observar
desde la ventana, como la gendarmería llegaba y le rodeaba. ¡Ya
está! lo van a detener, -pensé-, era la gota que colmaría el vaso para
olvidarme definitivamente de poder tener algo con él. Era un
delincuente y no valía la pena, tenía razón Elieen. Decidí bajar para
ver más de cerca lo que sucedía, adelanté mi bajada a la cafetería y
al pasar, procuré disilumular para que los gendarmes no pensaran
que conocía a tal hombre. El caso es que no se lo llevaron detenido,
que era lo que normalmente se haría con algún sospechoso, más bien
al salir estaba allí, seguía hablando con los gendarmes, como si
nada; tal vez sea todo lo contrario y trabaje como informador, en
cualquier caso, yo aún me sentía herida por el plantón y todo mi

32
deseo era olvidarle y mostrarle mi malestar, espero que lo haya
notado.
Al día siguiente no pude ir al trabajo, pasé varios días
infernales, la gripe pudo conmigo, pagué cara mi observación desde
el balcón. No es fácil vivir en soledad una enfermedad, ¡cuánto
echaba de menos los cuidados de mi madre! ¡Cuánto deseaba que
alguien me hiciera aunque sea una sencilla sopa caliente o una
infusión! Incluso me planteaba mi futuro como una viejecilla
solitaria, llena de gatos, de estas que se mueren y no la encuentran
hasta meses después. Bueno, tampoco era mi situación tan extrema,
en realidad no estoy tan sola, la verdad es que no quise llamar a
ninguna amiga, aunque si recibí las llamadas de estas, incluso la
visita de Josephine, quien fue de gran ayuda. Pero necesitaba algo
más, alguien que me acompañara también en los días buenos. ¡Y
pensar que he perdido tantos años de mi vida en la obsesión por ese
amor imposible e imaginario!
Cuando salga de esta me propongo rehacer mi vida y buscar a
un hombre de verdad, hay millones esperando a una chica tan bien
preparada como yo, no creo que sea tan difícil encontrar a uno a mi
edad, tan solo tengo 27 años.
Pasé una semana de baja, y cuando por fin volví a mi rutina, si
bien el barrio seguía igual, faltaba alguien, ya no vi llegar a Ludovic,
ni vi en la esquina al mendigo, ni encontré ya más mensajes, lo cual
me llevó a la conclusión de que todo confluía en la misma persona,
me acordé de la última mirada que le eché, quizás con ese gesto lo
haya espantado definitivamente. Aunque también puede ser que los
gendarmes por fin se lo hayan llevado y ahora esté durmiendo entre
barrotes.
Si bien, me propuse olvidarle y hacer mi vida, tuve tiempo de
informarme si habían detenido a alguien por el robo del banco y lo
único que llegué a saber es que en el barrio había habido un crimen
y en esa semana durante mi ausencia, hubo algunas detenciones,
pero no del mendigo, sobre este apenas nadie prestó atención, ni
echó en falta. Quizás pregunte a la viejecilla que le bajaba

33
bocadillos, la he visto en alguna ocasión en la iglesia de Josephine,
quizás ella esté mejor informada.
Pasaron varias semanas sin que nada nuevo ocurriera, ya
empezaba a ser una la nueva Berenice, notaba que ya empezaba a
asimilar mi fracaso amoroso y estaba preparada para pensar en otros
proyectos futuros. Ya no sufría tanto la soledad de la noche, había
dejado de releer las notas, incluso pensaba tirarlas más adelante.
He de decir que eso era lo que yo pensaba, es decir, realmente
aun no había olvidado a aquel personaje, tanto que todavía seguía
abriendo la ventana y asomándome por el balcón por la mañanas,
cada poco, desde mi oficina seguí levantando la persiana para ver si
llegaba mi mendigo de la esquina, seguí viendo debajo del azucarero
de mi mesa en Berlitz, si había mensajes nuevos, lo hacía casi por
inercia, sin darme cuenta y cuando lo pensaba me reprochaba a mi
misma esa actitud compulsiva.
Cierto día, no sabría decir cuánto tiempo había pasado desde la
última vez que le vi, me llevé el susto de mi vida, espero que no se
haya dado cuenta. Resulta que entraba sola en el Berlitz, para
sentarme en mi mesa, cuando me lo encuentro allí mismo en mi
sitio, sentado tomando un café tan tranquilamente, solo, como
esperándome. No supe reaccionar, si hubiese podido prepararme le
habría plantado cara y me hubiese sentado con él, haber que hubiera
hecho o que habría dicho, por otro lado una parte de mi tenía la
tentación de volverme e irme, bastante daño me había hecho ese
sinvergüenza mirón. Pero reconozco que me quedé bloqueada, sin
saber que decir, ni que hacer, decidí sentarme en una mesa que daba
frente a él. Mejor no podía haber elegido, así vigilaba bien sus
movimientos, que no eran muchos pues permanecía inmóvil, casi
como una estatua. Eso sí, iba guapísimo, bien afeitado y peinado,
una chaqueta azul de pana fina y con coderas verdes tirando a
turquesa, bajo esta un polo amarillo claro que indicaba elegancia y a
la vez un cierto aire deportivo. Estaba para comérselo, no tuve
fuerzas para largarme, de nuevo me venció la curiosidad y esa
extraña atracción que sentía por ese hombre, imposible de evitar. Vi
como me miraba con ganas de romper el hielo, pero sin hacerlo.
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Quizás esperaba que empezara yo, no lo sé. En cualquier caso no
sería yo quien lo hiciera, el me debía una explicación, una no,
muchas, porque su comportamiento en todo este tiempo dista mucho
de la presencia que ahora demostraba, ninguna persona con mínimas
nociones de normalidad haría lo que este loco hizo, pero ¿y si lo
hizo por mí? Eso no cambia nada, no puedo compartir mi vida con
una persona que como mínimo necesita un psicólogo.
A que venía ese disfrazarse tan ridículamente durante tanto
tiempo, ¿para qué? Y después de todo si era por mi ¿Por qué cuando
le di la oportunidad no me hizo ni caso? En fin, me dejé de
especulaciones y para aparentar que no le prestaría atención, salvo
que el diera un paso, tomé el libro que me había dejado Josephine
para leerlo detenidamente, claro que miraba de vez en cuando de
reojo, sin que él se diera cuenta, para observar lo que hacía, que no
era nada sino consultar su reloj. Será que espera a alguien. ¿Me va a
restregar encima que tiene novia? Desde luego si veo acercarse a
una, soy capaz de desvelar ante ella lo que ese indeseable ha estado
haciendo todo este tiempo.
No, no puedo ser tan cruel, quizás realmente ha estado en la
indigencia de verdad y ahora ha salido por alguna herencia, lotería o
yo que sé y ahora...
-hola mi niña, ¿Lo de siempre?
-¡¿eh!? .... ah, sí, perdón
No era la primera vez que el pesado camarero del Berlitz me
daba un susto. Pero esta vez el sobresalto que me dio, hizo que el
libro saltara por los aires y el propio camarero hiciera un brusco
movimiento hacia atrás y se le cayera la taza que llevaba en la
bandeja. Que bochorno, tan ensimismada estaba que por un
momento pensé que era otro quien se acercaba.
Apenas me estaba reponiendo del susto, cuando veo a Ludovic
levantarse de la mesa y dirigirse hacia la mía, tomé el libro de forma
compulsiva intentando aparentar normalidad y como si no me daba
cuenta de su presencia; las letras se movían de un lado a otro y no
había manera de entender nada de lo que tenía delante, pero era la
única manera de disimular mi nerviosismo ante lo que se avecinaba,
35
por fin podía hablar cara a cara con mi amor imposible. Pero en ese
preciso momento llegaron todos mis compañeros y me rodearon, vi
como él se quedó parado justamente detrás de Elieen, para después
dirigirse a la barra, quizás a esperar otro momento más oportuno,
¡también podía haber sido más rápido! Después ya no pude hacer
nada, intenté acercarme a la barra para ponérselo más fácil, pero
sería demasiada descaro de mi parte, además, era él quien debía
tomar la iniciativa y no yo.
Al día siguiente le esperé en Berlitz, pero no llegó, tampoco
estaba en el banco de la esquina, ni como Ludovic, ni como
mendigo, así pronto se había esfumado. Tal vez será que la mañana
de ayer vino a despedirse, no lo sé, ¿por qué no dejó una nota al
menos? Me sentía abatida, sin fuerzas, sin ánimo de nada. Pasaron
muchos días y nada de nada, sin noticias de Ludovic. Ya me estaba
planteando dejarle definitivamente, es decir olvidarme de él y
empezar a buscar otro amor más real, más humano, aunque eso ya lo
había intentado hacer antes, pero siempre volvía el.
Le conté a mi nueva confidente, Josephine, que me sentía sola,
echaba de menos a mis padres, ella me animaba constantemente a
asistir a su iglesia, salón de reuniones o como le llamaran, me dijo
que allí iban muchas personas sinceras y transparentes, además de
honradas, que allí encontraría muchos amigos y amigas. A decir
verdad, las veces que estuve yendo, me parecían personas autenticas
y nobles, noté mucho cariño y me hacían sentir bien. Por ello decidí
volver a asistir más regularmente y acompañar a Josephine.
Aquel día 7 de Mayo, no lo olvidaré jamás, tras casi un mes,
volví a la reunión, allí me esperaba Josephine, mi maestra y con
quien la verdad me sentía muy agusto, me presentaba a todos y
algunas veces tras la reunión íbamos a cenar o a algún lugar a pasar
un buen rato agradable. El caso es que ese día llegue un poco tarde,
había empezado la música, que era una de las partes que más me
gustaba, se cantaban canciones muy bonitas y melodiosas, además
había muy buenas voces allí. Recuerdo que volví a ponerme la falda
azul y mi jersey de cuello alto, pues esa noche hacía algo de frio.
Una vez iniciado todo, me dirigí a la fila de asientos que daban al
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extremo derecho de la plataforma desde donde se daban los
discursos, en un fugaz lapso, como si de una pesadilla se tratara, en
un momento dado, entre las decenas de cabezas me pareció ver una
familiar, pero no quise mirar más, no podía ser, allí no, debía ser mi
imaginación, ya lo veía por todas partes, el otro día paseaba por la
calle, vi a lo lejos a otro mendigo y me acerqué, para ver si era él,
no, puedo seguir así.
Me senté, dispuesta a escuchar con atención a lo que se decía
sin que nada se interpusiera y no permitir que mis pensamientos se
desviaran hacia otras cosas, no cómo al principio cuando a menudo
divagaba sobre lo de siempre. Ahora creía sentirme liberada por fin
y dispuesta recuperar mi vida, sin que ningún ciclista o mendigo me
perturbara mi paz.
¡Vaya por Dios!, el tema del que trataba el discurso era sobre
las parejas, el noviazgo, el matrimonio y la familia, no era desde
luego, el más conveniente para olvidar mis desavenencias amorosas,
pero algo bueno supongo que sacaré para el futuro, cuando
encuentre el verdadero amor, que se que tendrá que llegarme tarde o
temprano, digo yo.
En un momento dado, empecé a divagar y mirar a mi
alrededor, fijándome en el decorado de la plataforma, sencillo, sin
imágenes, ni cruces, el que daba el sermón vestía igual que los
demás, bien arreglado, pero sin ningún habito especial. La gente
escuchaba atenta y silenciosa, me fijé que hasta los niños guardaban
silencio, había tres hileras de bancadas, creando una especie de
anfiteatro circular, desde mi posición podía hacer un recorrido casi
completo y podía ver con un poco de esfuerzo a todos los presentes,
observaba detenidamente por si conocía a alguien, el local estaba
lleno, ¡que gente más educada! -me dije- todos estaban atentos
prestando atención, ni siquiera hablaban unos con otros, mientras el
orador discursaba.
Mirando hacia un lado y otro, de repente fijé mí vista hacia el
grupo de asientos opuesto a donde yo estaba, a mi izquierda, y fue
en ese instante cuando mis ojos se sobresaltaron al ver lo que tenía
justamente unas filas más allá. Era a la última persona que en ese
37
momento podría suponer encontrarme allí, el mismísimo Ludovic.
No me lo podría creer, pero ¡cómo es posible!, había estado allí en
varias ocasiones y jamás lo había visto, ¿me estará siguiendo?
Rápidamente volví la vista al frente simulando que no pasaba nada y
que estaba concentrada en el discurso, pero sabía que él lo tenía más
fácil que yo pues estaba una fila más atrás siguiendo mi línea.
Ya no pude reprimir la tentación de volver a mirar, y claro
está, lo hice; entonces nuestras miradas se cruzaron, de nuevo volvía
a sentir lo de antes, todo lo que pensé superado de nuevo se me
venía encima, los latidos de mi corazón me perturbaron, ya no podía
concentrarme en nada de lo que allí se estaba diciendo, Josephine,
me indicaba la parte de la Biblia que en un momento dado se estaba
leyendo, pero de nuevo las letras se movían y no podía seguir la
lectura.
Empecé a pensar en lo que podía hacer entonces, una vez que
terminara la reunión, podría ignorarle e ir a lo mío, pero alguna vez
me lo encontraría y ¿ahora qué? No, esta vez no se me iba a escapar,
ese se iba a enterar quién era yo, esta vez no me iba a quedar
esperando que el diera el paso, por lo que veo es tan cobarde que
jamás lo dará. Como sea, tenía que averiguar qué era lo que
perseguía ese hombre, si me seguía por alguna razón, si estaba por
mi o no y en cualquier caso que quería de mi. Intenté echar a un lado
mis miedos, sobre todo por si al hablar con él, ni siquiera me
reconozca, o ni siquiera se haya percatado de mi existencia. No, eso
no podía ser, pues habíamos intercambiado miradas en más de
alguna ocasión y antes lo hemos hecho por lo menos dos veces, sus
penetrantes ojos me cautivan y no puedo resistir esa mirada.
Bueno, Berenice, ante todo mucha calma, -me repetía
constantemente- no vayas a meter la pata, ni armar un escándalo,
menos en este lugar. Le daba vueltas a las palabras que debía
utilizar, ¿qué es lo primero que le puedo decir? Podría preguntarle
por su afición al ciclismo, no, eso es una tontería, ya sabemos que lo
dejó hace tiempo; que hay si le hago ver que conozco todos sus
movimientos y sé a lo que se dedica, no, eso tal vez le cortaría. No,
no pienso avergonzarlo, si realmente es tímido, lo mejor es
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ponérselo fácil, presentándome, “hola soy tal, ¿y tú? ¿Nos
conocemos de algo? No sé, esa presentación me suena a la típica de
las discotecas, pero ni va conmigo, ni me gusta. También podría ir
directamente y preguntarle ¿Eres tu Ludovic Jabart? ¿Y si me dice
que no es él?, no, eso sería un desastre.
Mientras pensaba en la manera de presentarme ante él, el
tiempo pasó volando, mas rápido de lo que yo deseaba. Una vez
acabado el servicio religioso, me puse manos a la obra, cobré valor y
me fui acercando, en estos lugares la gente no hace como en las
grandes iglesias, que una vez termina el cura, todos se van sin más,
no, aquí parecen todos amigos y se van saludando dándose la mano
unos a otros y hablando, así fui haciendo yo; según veía, a los
hombres le daba la mano y a la mujeres las saludaba con un par de
besos. Así que como pude, fui abriéndome paso, Josephine, siempre
cerca mía, me iba presentando a los que aún no conocía, a la que no
pude ver fue a la viejecilla a la que quería haber preguntado por el
mendigo de la esquina, pero no hacía falta, allí estaba él, cada vez
más cerca.
De repente, me encontré frente a él, yo estaba detrás de un
chico alto con el que hablaba, este me ocultaba por completo, según
supe era un anterior drogadicto, ahora recuperado. Una vez que el
chico alto se retiró, allí nos quedamos, solos en medio de una
muchedumbre, saludé primero a su tutor, un muchacho más o menos
de mi edad llamado Javian, luego extendí mi mano como si nada,
aunque por dentro estaba hecha un flan, el también hizo lo propio y
me sonrió, sentir su mano en la mía fue algo que alteró todo mi
cuerpo, por un momento quedé atrapada en ese sentimiento y no sé
si se dio cuenta, pero no le solté la mano hasta que Josephine
intervino con un: -¿Os conocéis?
En ese momento, el hizo un gesto como para apartar y yo le
solté, pero por dentro algo de mi quería mantener esa conexión.
Estaba descubriendo que lejos de guardarle rencor y echarle en cara
todo lo que me había hecho y lo que no había hecho, solo tenía
ganas de expresarle lo enganchada que estaba a él. Pero claro, no

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podía hacerlo, no era el momento, y debía reprimir mis sentimientos,
no pensé que caería tan bajo, pero es así, lo reconozco.
Yo respondí, con un tímido, casi inaudible: bueno, no sé,
quizás del barrio. -mientras la expresión de él se tornaba seria, como
de culpabilidad, pensando que lo iba a poner en evidencia. En ese
momento me sentí en una posición de superioridad, en el sentido de
que podía tener el control de la situación, quizás el estuviese más
nervioso que yo. Así que en el primer momento en el que Josephine
se apartó de nosotros, me acerqué a él y le lancé una pregunta
mirándole a los ojos que si bien no era la más acertada, pero sirvió
para romper el hielo:
-¿Tu no eres ciclista o algo así?
Mi voz de nuevo no debió salir muy fuerte, pues me hizo repetir la
pregunta, eso me puso más nerviosa y tuve que repetirsela, pero esta
vez lo hice en afirmación: -a que tú eres o eras un ciclista
profesional.
Su respuesta afirmativa, fue suficiente para tranquilizarme, me
explicó que había tenido que dejarlo por un accidente.
-¿a que fue con un coche?
-si
-entonces, tu eres Ludovic Jabart, ¿a que sí?
Su voz se volvió entrecortada y noté como que se quedó
admirado ante lo que yo sabía de él. No sé si es que realmente no
sabía nada de mí o que se hacía el sorprendido, pero yo me sentía
cada vez más cómoda y el estaba ante las cuerdas.
-Sabes, yo he seguido tu carrera desde que era una niña. Tú
quizás no te acuerdas, pero yo te entregué un premio en una etapa en
Laucane. Le hablé de mi padre y porqué estaba yo allí entregando
premios.
-Entonces, ¿tu eras la del beso?
Cuando dijo eso, recordando ese episodio tan vergonzoso, me
dejó sin palabras, ¿se acordaba de aquello? Eso significa que para el
también significó algo.
-Jo, menudo apuro pasé, me escogieron como azafata de
premios y desde entonces....
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-¿si? -preguntó él, invitándome a continuar con lo yo que no
quería decir, mientras, callé para no meter la pata y descubrirme
antes de tiempo-
-sigue, ¿decías que desde entonces?
-ah, sí, bueno, desde que ocurrió aquello he seguido tu carrera.
Después, bueno me enteré de lo que te pasó, me dio mucha lástima
al principio verte en ese estado, hasta que lo supe todo.
¡Pero que estoy diciendo!-pensé-, no sigas por ese camino, que
te va a descubrir.
-¿Qué es eso de que lo supiste todo? -preguntó él, ahora
viéndose dominador de la conversación-
Todo se estaba volviendo en mi contra, debía hacer algo para
que no descubra que lo sé todo de él, que le he estado espiando, que
le escribí mensajes en el hospital, no eso no debe saberlo, por lo
menos ahora no.
-bueno, si, digamos que vi cosas, fui uniendo cabos y...
-vaya, vaya, parece que si os conocías ¿no? -interrumpió en un
buen momento Josephine-
-Mas o menos -dijo él, con un tono mucho más tranquilo-
Después alguien llegó y nos invitó a ir con un grupo a cenar a
un restaurante que ahora no recuerdo, al fin y al cabo no llegamos a
encontrarlo. Así aproveché la ocasión para alejarme e interrumpir el
interrogatorio al que me veía sometida por él, se supone que debería
ser yo la que haga las preguntas, el tenía más cosas guardadas y más
preguntas que responder.
Cuando salimos, pronto nos acercamos uno al otro, yo me solté
de Josephine y me quedé un tanto rezagada, entonces se acercó y
continuamos nuestra conversación. El empezó a hablar de ciclismo y
su accidente, de cómo ocurrió todo, mientras yo pensaba como
preguntarle por la cuestión más importante ¿Por qué? Si, por que se
disfrazaba, por qué me ha seguido y un montón de “porqués”.
Pero el hábilmente me llevó a su terreno y me sacó el tema de
cómo seguí su carrera, claro lo traté de explicar como si fuera una
fan, pero terminé admitiendo que tenía mi habitación llena de
posters.
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¿y como supiste lo de mi accidente? -preguntó-
-como yo también era ciclista, del mismo club que el tuyo,
pero de la sección amateur femenina, me enteré y fuimos al hospital.
-¿fuiste a verme?
-bueno, si, casi todo el equipo fue
-No te creas que a muchos de mis compañeros no los volví a
ver
-dime una cosa, ¿fuiste tú la que me escribiste cuando yo
estaba en el hospital?
-¿yo? ¿Por qué lo dices?
-Es que verás, estando en el hospital recibí unas cuantas cartas
y las enfermeras me dijeron que había sido una chica del club.
-bueno, tal vez te haya escrito algo...
-Ya, ya...
-¿qué quieres decir con ya, ya?
-no, nada que recibí unas notas de una chica que no ponía su
nombre.
¿y?
-Que siempre he querido agradecérselo, me animaron muchos
sus palabras y pensé que....
-¿que era yo? No sé, no me acuerdo.
Ese “no me acuerdo”, no debió sonar muy convincente, por la
sonrisa de oreja a oreja que se le puso, ahora me tenía en sus manos,
y yo me estaba desnudando completamente ante él. Debía decir algo
que diera otro giro a la conversación sino quería quedar en ridículo.
-bueno ¿y tu por qué no seguiste con tu carrera de ciclista? –
me preguntó
-Ya sabes, las mujeres ciclistas nunca triunfan, simplemente
me cansé, me fui a la universidad, estudié económicas, me vine a
Paris, trabajé en una empresa de deportes y luego de contable en una
oficina de seguros, esa es mi vida.
Mientras hablábamos, en un momento dado, perdimos de vista
a los demás, aunque reconozco que fue mejor así, yo no quería dejar
de hablar, tenía muchas cosas que saber de él y supongo que el de
mi.
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-conozco una pizzería en el boulevard Brune, si quieres vamos
allí. –me indicó-
Acepté la invitación, dejándome llevar sin freno, y sin seguro,
pero no me importaba, me estaba sintiendo muy agusto a su lado,
tanto que ya no me importaba que se hablara de mí, me había
olvidado del episodio de antes. Pronto el se sintió también más
cómodo, lo noté muy tranquilo y eso me ayudó también en mis
nervios. Cuando hablaba, observaba el movimiento de sus labios,
esa sonrisa tan atractiva, su mirada, hasta sus muestras de cierta
timidez, me parecía atractiva, yo también lo era y por eso me sentía
a gusto con él. Tal fue el caso que se nos hizo muy tarde, el
restaurante cerraba y tuvimos que salir.
A pesar de haber pasado tantas horas hablando, el asunto no
había sido resuelto, sobre todo porque él no había dicho nada sobre
sus sentimientos para conmigo, yo había dicho más, por lo menos lo
de ser seguidora suya y lo del hospital. Temía que llegara el
momento de despedirnos, sin que pasara nada, pero al mismo
tiempo, no sabía qué hacer. Sé que lo que normalmente se hace es
que invitas al chico a tu apartamento y luego todo llega de forma
natural, pero no iba conmigo esa velocidad, yo tenía que tener las
cosas claras y el no se había abierto del todo, no podía confiar en
alguien que oculta su verdad y no suelta prendas con respecto a sus
intenciones.
Accedí un tanto forzada a su petición de acompañarme a mi
casa, no creo que supiera donde yo vivía, pues constantemente me
preguntaba hacia donde era. Yo lo guié, pero una vez llegada a la
rué Didot, noté que el palideció. Más aún cuando llegamos a mi
portal.
-¿vives aquí? -preguntó el con tono de sorpresa-
-Supongo que te es familiar esta calle, ¡no es verdad? -le dije,
con una sonrisa de verme triunfadora de la noche-
-No puede ser.... ¿tu eres la de...? -me respondió señalando
hacia arriba a mi casa-
-si, Ludovic, yo vivo aquí... ¿y tú?

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Esta última pregunta no me la contestó, pues rápidamente
volvió a decir:
-¡tu eras la que vigilaba desde arriba!
-si, era yo, y la que te veía desde la ventana de mi oficina, o
mas bien veía alguien disfrazado...
-así que tú eras la que miraba tras la ventana
-devuélveme mi cartera de documentos -le solté- y explícame
que hacías todas la mañanas allí en la esquina pasando frio, lluvia y
de todo.
En vez de responderme directamente como yo esperaba que lo
hiciera, soltó otra pregunta:
-¿Leíste mis mensajes?
Al decir esto, me dejó desarmada, ya daban igual las
explicaciones de porque estuvo en la esquina, esa pregunta
respondía todas mis dudas. ¡El había estado allí por mí! Se había
disfrazado solo para verme, su timidez y miedos le impidieron hacer
frente a ese deseo de acercarse a mí, un deseo que se despertó la
primera vez que me vio. Aquel mes de mayo, casi un año antes,
cuando nuestra miradas se cruzaron y cuando yo supe que era él. El
se enamoró de mí de la misma manera que yo de él, sin palabras,
solo con la mirada. Teníamos más cosas en común de lo que nos
imaginábamos. En ese momento ya no pude frenar mis sentimientos,
le dije que aquellos mensajes eran lo mejor que nadie me había
dicho nunca y que todo mi deseo era que ese hombre me dijera todo
aquello en directo, sin mascaras ni escondites. Como no, de paso le
agradecí lo de los pendientes.
El me respondió recitando de memoria algunas de esas poesías
que me había dedicado, diciendo que todo lo que había hecho, si
bien parecía infantil, descabellado y loco, era porque para el, solo
contemplarme le llenaba, noté que sentía mucha vergüenza de
reconocer que utilizaba mi portal para cambiarse, sin saber que yo le
observaba. Me explicó la cantidad de veces que quería haber
hablado conmigo de forma directa, pero siempre surgía algo que lo
impedía, las oportunidades perdidas que le hicieron sufrir mucha
incertidumbre, porque si bien yo sufría por no poder acercarme a él,
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el porque hasta conocer mi nombre fue todo un reto. Me reí
muchísimo, cuando me dijo que pensaba que entre Renou y yo había
algo, por eso no se había atrevido a ir a mi invitación cuando dejé
caer aquella carterilla, pensando que el invitado era otro, el se quedó
a lo lejos, esprando que llegara Renou, mi hermano. Resultó que
aquella noche, tras el fiasco de cita, ambos nos habíamos ido
cabizbajos y derrotados.
En un momento de la conversación, cuando ya casi todo lo
nuestro estaba siendo aclarado, el se calló, me tomó de la mano, -mi
pulso entonces se puso a cien-, me miró fijamente a los ojos y me
dijo: -Berenice te quiero, se que debo compensarte por tanto
desengaño, por ocultarte mi amor tanto tiempo, por los malos ratos
que te he hecho pasar, pero todo le he hecho por tí, aunque no me
aceptes, pensando que soy un inmaduro, lo entendería, pero ahora
por lo menos siento que debo decirte lo mucho que te quiero.
Mi sonrisa nerviosa se mezcló con lágrimas de emoción y
antes de que yo pudiera decir nada, su boca se había acercado a la
mía peligrosamente, hasta que nos fundimos en un beso, esta vez no
accidental. Estuvimos abrazados no se cuanto tiempo, hasta que nos
despedimos, prometiéndonos ver la mañana siguiente. No sé, quizás
él se quedó con las ganas de que le invitara a mi apartamento, pero
pienso que el mejor plato había que prepararlo mejor y para eso soy
muy tradicional, no me avergüenzo de ello.
Nunca pensé que un amor de pubertad, un amor secreto,
silencioso, escondido en las apariencias llegara a convertirse en
realidad. En parte reconozco que el plan de acercamiento de
Ludovic, fue tonto, loco y absurdo, pero eficaz, pues llamó mi
atención. Así, si alguna vez ves a un mendigo que te mira, antes de
rechazarlo, mejor es verle bien a los ojos, que son el espejo del alma.
Por cierto, la abuelilla que bajaba bocadillos a Ludovic, sigue
pensando que sacó a este de la indigencia y se siente orgullosa de su
hazaña, no veo que sea conveniente contradecirle en esto, pues algo
de razón puede tener, pues el asistir ambos a aquella iglesia, hizo
que esta historia de desamor acabara en un final feliz.

45
Pronto Ludovic y yo nos casaremos, y viviremos cerca del
Berlitz, hemos encontrado un pequeño pero acogedor apartamento,
cerca de mi trabajo y del de Ludovic, que después de entrgar el
curriculo que yo le hice, fue aceptado por mi hermano y trabaja en el
departamento de compras. Además desde nuestro futuro hogar se ve
la esquina que dio inicio a esta historia, una historia poco
convencional, pero que es la nuestra, nuestra hermosa y heroíca,
historia de amor._

FIN

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