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Caribe otros…

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Mara Negrón February 10, 2012

Visitando algunas poéticas que escriben el Caribe

¿Qué pertinencia tendría hoy volver a visitar la idea de la unidad caribeña?


A destiempo volver a visitar los sueños de federación antillana que tanto
transportaron los imaginarios de Martí, de Hostos… y de muchos más.
Como un sueño que no se agota, una utopía en el horizonte de los
posibles, de vez en cuando una se pregunta una vez más ¿y qué de esos
pueblos que viven tan cerca de nosotros, qué pasa, en estos tiempos de
crisis, en esas islas que se encuentran a pocos kilómetros de la nuestra
como Jamaica, Guadalupe, Martinica, Antigua, La Española/Santo Domingo,
Cuba? Un mismo mar, un archipiélago y una geografía compartida, una
misma historia que se ramifica como un rizoma. ¡Todos esos pueblos están
tan lejos y tan cerca, como sabemos! Poco sabemos de Cuba, de su
historia, antes de la revolución, cuando Cuba todavía no ocupaba el centro
de la historia del Archipiélago del mar Caribe y sus islas. No hablo por
supuesto de los estudiosos del Caribe, los cuales con frecuencia han
padecido más bien de una suerte de Cubacentrismo que comparte las
mismas características del llamado eurocentrismo en el canon
humanístico. Me refiero a los medios de transmisión de cultura y de
información en Puerto Rico, y su poco interés en pensar el Caribe como
espacio de posibles historias, como si el resto de sus islas no tuvieran sus
respectivos escritores, historiadores, artistas y performeros. Quizá ambos
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factores –el periodismo chabacano y la organización de los estudios del
Caribe a partir del relato de la revolución cubana y del hispanismo- han
contribuido a borrar el mapa de las Antillas y a alejarnos de un espacio
geográfico con el cual tenemos en común algunas memorias. Sólo cuando
un huracán o un terremoto sacude al Mar Caribe algo se acuerda en
nosotros de que pertenecemos a esa geografía, sólo en ese momento al
ver el mapa de la región volvemos a ubicarnos en el mundo. Como que
súbitamente nos acordamos que otros pueblos viven cerca de nosotros.
Pero eso no nos hace más conocedores del devenir de esas islas.

En muchas ocasiones, se ha invocado la diversidad lingüística del Caribe


para justificar la ausencia de intercambios entre las islas del archipiélago, y
también el desconocimiento de la historia de los pueblos que lo
componen. Pero observemos que eso no ha sido un problema para la
Unión Europea, que está compuesta de 25 países con lenguas y prácticas
culturales diversas. Tenemos que pensar que el problema es político, que
esos pueblos caribeños en esta época de historias postcoloniales se siguen
mirando en el espejo que les tiende lo que otrora fueran los imperios. Que
los políticos contemporáneos de todo tipo que han pasado por las islas del
Mar Caribe, no han trabajado para hacer posible un intercambio ni cultural
ni económico entre estos pueblos. Cosa que en estos tiempos de crisis
económica mundial quizá no debería parecer tan descabellado proponer, y
que de hecho estaría más a tono con los fenómenos políticos que la
postcolonialidad ha producido.

¿Para qué nos serviría la pancaribeñidad en un mundo tan convulso, y en el


que constatamos la distancia que separa a las islas del Caribe, las cuales
piensan tener más lazos de comunidad con sus metrópolis que entre sí?
Quizá no se trate de insistir en una definición abarcadora de lo caribeño. La
mayor parte de los estudios del Caribe han partido de consensos sobre lo
que nos une, es reconocible, distintivo y diferente ante el no-caribeño. Para
mí se trataría por el contrario de un proyecto de diferenciación de cada uno
de esos pueblos. Mientras más literatura del Caribe una lee más constata
las diferencias entre estas islas en la comprensión de los fenómenos
históricos, étnicos, culturales así como en sus interpretaciones de la
historia de la región. Un escritor de Guadalupe o Martinica no da cuenta de
la experiencia de la colonización de la misma manera que un
puertorriqueño. Esto puede parecer una afirmación muy imprecisa. Pero
no lo es cuando se intenta leer más allá del “tema”: es decir, cuando se
apunta a una estructura. Tomemos como ejemplo el tema de la
colonización. Unos y otros pueden referirse a él pero no todos lo han
escrito de la misma manera. Es así porque la colonización no es tan sólo un
tema abordado a partir de un acontecimiento histórico sino que también
es una estructura del deseo que produce efectos de significante, que
produce poéticas. Hay un colonialismo que es circunstancial, histórico
ciertamente pero hay otro que es estructural y en ese sentido universal.
Me refiero a la colonización del sujeto por lo simbólico, es decir, ese
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sometimiento a la ley que permite que el sujeto entre en la cultura.
Cuando un escritor del Caribe escribe sobre la colonización se desplaza en
ese doble entramado, y lo hace en una lengua que lo escribe a su vez de
muchas maneras. Propongo pensar el Caribe como zona de diferencias y
no como espacio de rasgos compartidos. No quiero tampoco servirme de
la idea de mestizaje o hibridez. Es problemática y por lo demás funciona
como un parcho para encubrir la diversidad, las diferencias y los
antagonismos entre los pueblos del archipiélago caribeño en cuanto a las
maneras de contar la experiencia política y poética de su devenir en el
mundo contemporáneo.

El Caribe es más bien un espacio, un paisaje, una geografía compartida


pero no necesariamente una memoria ni unas prácticas armoniosas que
puedan ser reivindicadas como específicas frente a los otros, a los
europeos o los estadounidenses. El Caribe es un lugar de encuentro y de
paso de mundos. La conquista y sus historias de expoliación, esclavitud y
explotación provocaron un encuentro del que salió esta mezcolanza que
caracteriza al archipiélago del Mar Caribe, y que lo desborda. El Caribe es
viaje y es tránsito. Entonces, si apelo a retomar la idea de una comunidad
caribeña no lo hago desde la unidad y el consenso, sino desde la diferencia.
El Caribe es Caribe otros, muchos Caribes en el Caribe. Lo que quisiera es
experimentar la diversidad al transitar. Me gustaría encontrar en una
librería, al lado de las escritoras puertorriqueñas -como Rosario Ferré, Ana
Lydia Vega, Marta Aponte Alsina, Mayra Santos Febres, Áurea María
Sotomayor –, a grandes escritoras del Caribe como lo son Jamaica Kincaid,
Edwidge Danticat, Maryse Condé, Gisèle Pineau, Suzanne Césaire, entre
otras… Me gustaría que mi cotidianidad promoviera, no el olvido de mi
entorno geográfico, sino al contrario, que me lo diera al leer con el
propósito de contrastar mi vivencia.

Antonio Benítez Rojo, en La isla que se repite, en su intento de separar


algunos hilos de la madeja compleja de las definiciones culturales, con el
propósito de proponer algunos rasgos de caribeñidad, pero advirtiendo
inmediatamente la dificultad de la tarea, al final de su libro recuerda,
repite, después de haber visitado algunos tropos caros a la literatura
caribeña, la imposibilidad de tal unidad:

“En resumen, dada la dificultad de establecer con claridad cuáles son las
fronteras geográficas, socioeconómicas, étnicas y políticas de la región que
llamamos caribeña o del Caribe, es natural que términos como «Caribe»,
«caribeño», «caribeñidad», «lo Caribeño», «Antillanité», «Caribbeaness» y
otros, resulten problemáticos, aun en el caso de que los aplicáramos en un
estricto sentido cultural, como observara Mintz. Acaso esté de más repetir
que, en mi opinión, todos estos términos deben ser vistos como inestables
construcciones de plasma, en perpetua fluidez y cambio. Tanto es así, que
si se le pidiera individualmente a los numerosos investigadores del Caribe

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que definieran geográfica y socioculturalmente el ámbito de lo Caribeño,
podría darse por seguro que no se alcanzaría un acuerdo unánime.” (La isla
que se repite, Antonio Benítez Rojo, ed. Casiopea, Barcelona: 1989, p.389)

Benítez Rojo evita con mucha astucia los escollos de la definición y juega
para dejarnos sentir que lo caribeño tendría que ver con una “cierta
manera de” hacer, con el ritmo, con el performance. Él no descarta la idea
de cernir unos rasgos que nos permitan reconocer el fenómeno de lo
caribeño pero lo hace leyendo y escribiendo, es decir, haciendo a su vez un
performance de esa caribeñidad.

Advierto así que, como todo lo que se da a leer, las especificidades se dan
en las escrituras, que hay que pasar por el texto –ya sea oral,
representado, musical, bailado o escrito- para poder sentir aquello de lo
que queremos dar cuenta más que pretender a una definición universal.
No hay Caribe. Sólo tenemos aquel que podemos concebir y crear por
medio de una práctica en la cultura. Por tanto no hay Caribe si no lo
hacemos. Esa práctica tiene que anclarse en una memoria, en una
transmisión de los relatos.

Puede que, de esa manera el encuentro, el choque, la deflagración que


hizo el nuevo Mundo se pueda entonces leer en procesos como la elección
de un negro a la presidencia de Estados Unidos. Según Édouard Glissant y
Patrick Chamoiseau, Barack Obama es el resultado de un lento movimiento
casi tectónico, una acumulación de limo que por fin sube de la superficie
del abismo del Océano Atlántico. «Limo» y «creolización» son una y misma
cosa en La intratable belleza del mundo, carta a Barack Obama. En esa costra
de limo se encuentra sedimentada la historia de la esclavitud y de la
muerte de tantos africanos anónimos enterrados en el fondo del Atlántico.
Aquello que hace posible a Obama no es descrito por medio de los
procesos mediáticos habituales de sondeos y medición de fuerzas políticas.
No. Chamoiseau y Glissant señalan un proceso de sedimentación, de
acumulación de algo que había permanecido en los abismos del mar, que
es lo mismo que la historia. Entonces es como si a fuerza de acumulación
ese limo por fin trascendiera y subiera a la superficie. La figura de Obama
evocaría la historia de ese lento movimiento. Ha sido posible gracias a él:

“Creolización (criollización): el limo ascendido del abismo ha conmocionado


todo, los mestizajes, los metalenguajes erráticos, las neurosis de pureza, el
látigo y su contrario el machete, en un imprevisible que nada detiene. Lo
impensable como principio genérico. Soñar Todo- mundo. La violencia
demente en su extremo ha hecho de ese limo una experiencia preciosa. […]
Todos los encuentros del mundo toman raigambre en ese limo.” (nuestra
traducción)

Esta carta de dos escritores caribeños de la Martinica a Obama interpreta


ese suceso político como un imposible que siglos de transformaciones han
hecho posible. ¿No sé si un texto como este hubiera podido ser escrito por
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un puertorriqueño? Por supuesto no me refiero a la falta de genio poético,
sino al hecho de que nuestra historia política nos hace mirar hacia otros
lugares. Por eso insisto en que el Caribe es zona de diferencias, diversidad
y diferendos más que lugar de consensos.

Para Chamoiseau y Glissant, la figura de Obama supone la victoria de una


poética de la «relación», es decir, de un encuentro que produce belleza. “La
explotación, el crimen, la dominación no abren nunca al sentimiento de la
belleza”, escriben. No que no haya lenguajes estéticos o que no haya
estética en la violencia y muerte del otro. No. Ellos piensan en un
“sentimiento” que implica una apertura para un encuentro. La belleza es
esa apertura, ese dejarse atravesar por un suceso que roza la justicia y que
es el resultado de esfuerzos históricos y anónimos. Hay que poder “soñar
Todo-mundo”.

Les invito en mis próximas crónicas a viajar por el “todo mundo” en


compañía de algunas escritoras y escritores del archipiélago caribeño.

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