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1. Un largo caminar
Llegamos a El Samán a buena hora. Allí permanecen las Sores Rosario y Evangelina,
con el refuerzo temporal de sor Soledad. Les ayudará durante la Semana Mayor sor
Yesenia, joven, cantora y entusiasta. Esperan al P. Fernando, mercedario, y algunos de
sus seminaristas. Novedad grata: no falta tanto la luz. Las neveras, aires y ventiladores
alivian el fuego del Apure.
2. Domingo de Ramos=05-abril
No hubo tiempo de relax. A las 9 a.m. tuvimos celebración en Viboral. El clan familiar
está bajo la batuta de la señora Maritza, maestra jubilada. Viven allí ocho o diez
familias emparentadas. Abundan los niños y esperan más. Novedad: se confesaron los
jovencitos que la señora Maritza preparó estos años para la comunión y confirmación.
Es novedad porque no sucede en los demás rincones. Los adultos no se acercan a este
sacramento porque les falta el otro: no son casados por la Iglesia.
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No tuvimos tanta suerte en Uverito, dos horas más tarde. Es el sector que le costó
lágrimas a sor Ana Félida. Las sucesivas invasiones no permiten convivencia regular.
Las señoras Rosalba y Doris nos explicaron las mejoras materiales del lugar.
Encontraron agua en el subsuelo y preparan un tanque australiano en lo alto del cerro.
Será el inicio para salir de lo infrahumano.
El Domingo de Ramos es el principio del fin: Jesús se acerca a la muerte. Los alumnos
menores del Colegio Asilo San Antonio, de las Dominicas de San Cristóbal,
identificaron al guabinoso que se lavó las manos, al que negó a Jesús entre gallo y
media noche, al traidor interesado. Dieron razón de las estaciones del Víacrucis. Niños
de primaria. Es inevitable relacionar a estos niños de escuela primaria con los adultos de
las aldeas llaneras.
La mañana del lunes trajo una buena noticia para nuestra catequista Esperanza. Por
primera vez se sintió madrina. Los amigos José Gómez y Arcadia Ortega, con todos los
papeles en orden, pidieron ser casados ya. Nunca es tarde si la dicha es buena. En la
finca de él, nombrada El Cachoro, allá en Mata de Bejuco, nos reuníamos para las
celebraciones de la zona. Esta pareja equivale a los obreros de la hora vespertina en la
parábola de Jesús. Se conocieron hace cinco o seis años. Son abuelos cada uno por su
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parte. Quieren la bendición de Dios para ayudarse mutuamente en las últimas jornadas
de la vida. Esperanza hizo de madrina-testigo, junto con un amigo de ellos. No había
más personas.
A media mañana fuimos al sector San Agustín a buscarle la lengua al señor Reinaldo.
Es sensato y buen conversador. Tomamos un café por toda celebración religiosa. No
asistió nadie a la convocatoria. Reinaldo es un hombre “muy viajado”. Antes de casarse
recorrió todo el sur del país. Es oficialista pero ve con angustia el odio que se respira
dentro de la nación. Desde su ranchito del monte percibe que vamos hacia un precipicio.
En la zona en que misionamos se capta una situación positiva: no se roba tanto ganado,
han disminuido los cuatreros. La razón que dan los productores es coincidente: la
construcción del ferrocarril ha dado trabajo a todos, hay empleo, se alivió la pobreza.
Añado yo que si los gobernantes fueran inteligentes sacarían las conclusiones lógicas:
emprender grandes obras, puesto que hay dinero, porque si hay trabajo formal
disminuyen el buhonerismo, los robos y los atracos.
Por aquel sector visitamos a un señor víctima de un accidente grave. Se recupera desde
enero. ¿Es evangélico? Tiene creencias muy singulares sobre Dios. Cuenta que un
curioso tomó fotografías de su accidente con el teléfono celular. En esas fotos aparece
“clarita” la imagen de Jesucristo. Cuenta también que en los mismos días de su
desgracia cinco jóvenes salieron de la ciudad. Una mamá les advirtió: “lleven a Dios
con ustedes”. Uno de los muchachos, cerveza en mano, dijo que iban cinco y que no
había sitio para Dios. Minutos después se mataron “por no llevar a Dios”. Sospecho
que un católico no puede tener esa idea de Dios.
La tarde nos llevó a Mata de Bejuco. La asistencia de este día nos compensó de tantos
viajes perdidos en otras oportunidades. Asistieron cuarenta personas, llegadas en jeeps
y camiones desde parcelas distantes. Aquí no hay aldea, cada familia vive en su parcela.
Revisamos cristianamente la propia vida e hicimos las bendiciones consabidas. Josico y
Mercedes multiplicaron el plato de comida: hubo para todos y sobró, como en el
evangelio.
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En Parapara, la procesión de la noche del martes, con Jesús paciente y humilde, estuvo
menos concurrida y fue más rápida. El trabajo en El Toco, la otra aldea grande, lo hizo
sor Rubia con los misioneros llegados de San Juan. El pueblo respondió.
Los días santos lleneros son para aliviar el calor en los ríos y lagunas. La noche cristiana
del miércoles es para el Nazareno. La imagen de Parapara es muy alta. Las ramas de un
cotoperí puso en peligro la cruz de Jesús. De inmediato se formó la pirámide humana y
un muchachito trepó a la altura de cuatro o cinco metros para asegurar la cruz.
Funcionaron los celulares tomando fotos de antología: quedarán para la historia del
pueblo.
En la mañana fui con Ana Félida a Malpaso: allí sobrevive una docena de familias
que venden lajas extraídas de canteras rudimentarias. El trozo de autopista les obligó a
reconstruir sus ranchitos en suelo alto y seguro. El alero de una vivienda cobijó la
conmemoración de los misterios santos.
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En mala hora conté lo que sucedió a mi amiga la profesora Rosita Medina. Durante dos
días reclamó a sus hijos el extravío de sus lentes: “el desorden es de ustedes, yo siempre
los dejo sobre la mesita”. Al tercer día llegó la yerna: “tenga sus lentes, los dejó en la
pañalera del nieto”. Los hijos se limitaron a certificar: “por algo está jubilada”.
La misma observación, en forma más sutil, me la han hecho estos días los
colaboradores: “¿no estás aún jubilado?”. Un día aparecí con la camisa volteada. Dos
veces confundí unas flores con otras. Me refería al “monumento vegetariano” que
montaron el jueves santo: sin trapos ni tablas repintadas, sólo flores. Felicité a los
organizadores sin saber que eran basura artificial.
En este día cumplimos un deber de gratitud. Sor Ana Félida, Esperanza y yo fuimos a
Bersuga. Allí vive la familia Pantaleón-Felicia. Ellos construyeron la capilla en lo alto
del cerro. Ella atiende y convoca las celebraciones. Lamentamos el mal entendimiento
que, por desconocimiento, se originó con un párroco anterior. Las Hermanas quieren
testimoniar su aprecio y gratitud a la señora Felicia y a su familia. Encontramos la casa
invadida por hijos, nietos y vecinos. Y a Felicia feliz.
Seguimos hacia Majadas, a ver a la señora Ovidia. Estuvo quebrantada, con cirugías y
quimioterapias. La vimos restablecida y ocupada en tareas apostólicas. Ella es la que
prepara en aquella lejanía los niños de primera comunión y confirmación. En su
imaginación, ve crecer la capilla en el terreno que ya han reservado. Hacen gestiones
para conseguir ayudas oficiales, los vecinos son pobres. Nos mostró con orgullo y
picardía al “Sustico” que sufrió hace ocho años cuando su hija de 14 años le comunicó
que sería abuela. También la casa de Ovidia es arca de Noé para familiares y amigos,
cercanos o lejanos.
Disfrutamos este re-encuentro con dos mujeres apostólicas. Esta zona lejana no es
atendida ya por las Hermanas Dominicas. La atendieron durante años. Y donde hubo
fuego, brasas quedan.
La mañana del sábado santo nos permitió un relax. Paso a paso, Carolina, Esperanza y
yo nos llegamos al río Vilchez y a la represa del mismo nombre. Las sores Rubia y
Mélida llegaron y regresaron montadas en un tractor. Bajo un sol de plomo, implacable,
dimos la razón a Don Quijote: “la mejor salsa es el hambre”. En este caso, la sed. La
familia del amigo Vicente España pasa los días santos en su finca, a orillas del río. Al
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fin, acepté su invitación repetida durante años. Nos mezclaron agua, cocacola y cubitos
de hielo: la bebida más sabrosa del mundo.
La tarde fue movida. En El Toco hicimos la Vigilia Pascual anocheciendo. Con cuatro
bautizos incluidos en la celebración. Parte del público -padres y padrinos- no eran
feligreses habituales del templo. Costó trabajo centrar su atención en el misterio y no en
las fotos y los celulares. El esfuerzo de sor Rubia dio resultado.
En esta noche no me engañaron las flores. La enorme trinitaria del jardín transformó
todo el presbiterio colonial en vivísimos colores rojo y blanco. Eso es dar vida. Nada
que envidiar a los piornos y escobas de Osnedo, en mi Ferreras natal. En junio se visten
de un amarillo deslumbrador, según el testimonio de Suspi Villarroel. Ninguna textilera
puede igualar a la trinitaria de este jardín.
A medianoche dimos cuenta del cordero regalado por el portugués señor Manuel
Calaca y horneado por la señora Jerónima, experta en manjares. Degustamos otras
delicadezas obsequiadas por los fieles. Gracias, Dios les pague a todos.
9. Los protagonistas
Lo bueno también termina. A las seis de la mañana del Domingo de Pascua, Esperanza,
Carolina y sor Mélida salían a buscar un imposible: un autobús que les retornara a San
Cristóbal o Maracaibo. Los transportes estaban colapsados, es el día del regreso masivo.
Un rato más tarde, rumiando vivencias y recuerdos, yo salía solo hacia Barquisimeto.
Los Frailes Dominicos teníamos preparada una asamblea en El Jabón, Estado Lara.
A sor Filomena le responden la salud y la juventud. Sor Ana Félida, la decana de las
Vicarías dentro de la Congregación, está bastante atulampada, hay días que ni maneja el
carro, que es el peor síntoma de desgaste físico. Sor Rubia ha congelado aquí su carrera
de periodista, se entrena en apostolados muy diversos. Sor Rosario y sor Evangelina
soportan los últimos combates apostólicos en el bravo clima apureño. Las Hermanas
ven con preocupación el futuro de su apostolado. No hay voluntarias para continuar este
empeño.
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Ahora sí: colorín, colorado. Lo escrito pretende provocar envidia en los buenos lectores
(como Emilia, Camino Cplin y tantos más) . - Amén, aleluya, aleluya.
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