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EL CONTRATO SOCIAL
BIOGRAFÍA
Filosófico suizo, nació en Ginebra en 1712. Huérfano de madre desde temprana edad, Jean
– Jacques Rousseau fue criado por su tía materna y por su padre, un modesto relojero. Sin
apenas haber recibido educación, trabajo como aprendiz con un notario y con una grabador,
quien lo sometió a un trato tan brutal que acabo por abandonar Ginebra en 1728.
En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz de su vida
y partió hacia Paris, donde presentó a la Academia d el a Ciencias un nuevo sistema de
notación musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo,
tardo en llegar.
Pasó un año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un
enfrentamiento con éste determinó su regreso a Paris, donde inició una relación con una
sirvienta inculta, Thérese Levasseur, con quien Rousseau acabó por casarse civilmente en
1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.
Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir con
artículos de música a la Enciclopedia de D' Alembert y Diderot; este último lo impulsó a
presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el
primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama.
En 1754 Rousseau visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus
derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro trámite
legislativo. Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los
hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia de Dijon.
Rousseau se enfrenta a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los
hombres en estado natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la
civilización las que imponen la desigualdad entre ellos, en especial a partir del
establecimiento de la propiedad, y con ello les acarrea la infelicidad.
Julia o la Nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión -no
correspondida por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo de disputa con esta
última.
La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en
ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se
convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto ser racional.
Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya parte religiosa
le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas y su huida a Neuchatel,
donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades locales, de modo que en 1766,
Rousseau aceptó la invitación de David Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año
siguiente regresó al continente convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo.
A partir de entonces Rousseau cambió sin cesar de residencia, acosado por una manía
persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde transcurrieron los
últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos autobiográficos.
Obras:
INTRODUCCIÓN
1. LA ILUSTRACIÓN
El siglo XVIII, Época que la vida de Rousseau llena casi completamente, recibió, en Europa
la denominación de Ilustración, traducción de la palabra alemana Anfkarung, acuñada por
el filósofo alemán Wolff. Este siglo, que para Voltaire 1 “es la aurora de la razón” se le
conoció también con el nombre de Siglo de las luces.
Esta nueva ecuación era posible gracias a una nueva creencia institucionalizada por la
Ilustración, creencia que consistía en la idea de que el hombre podía encontrar la perfección
en el mundo natural.
1
Voltaire, El filósofo ignorante en “Opúsculos satíricos y filosóficos, Madrid, Alfaguara, 1978. p 159
2
F. Chatelet, Historia de la filosofía , II, Madrid, España-Calpe. 1982 p. 209.
Esta creencia en la perfectibilidad del hombre no era una fe ciega, era una fe sustentada y
alimentada por los progresos científicos y técnicos. Newton proponía un nuevo modelo de
universo basado en la gravitación universal, Lavoisier iniciaba la ciencia de la química,
Bufón escribía una historia natural anunciando la evolución, Franklin estudiaba la
electricidad. Linnero clasificaba plantas y animales, Black iniciaba la revolución neumática y
Hutton fundaba la moderna geología. El desarrollo de las ciencias contribuyó al
aparecimiento de la técnica y el crecimiento industrial. El termómetro de mercurio, el reloj de
péndulo , el barómetro son algunos de los inventos, pero sobre todo la máquina de vapor de
Watt, que influiría radicalmente en los procedimientos de hilar y tejer, en la industrialización
de la agricultura y en nuevas formas de transporte marítimo y terrestre.
Mientras el poder de las ciencias se justificaba con la técnica se iba consolidando una
actitud optimista ante la vida y ante el progreso ilimitado del hombre. Naturaleza, razón y
ciencia son también las nuevas armas contra la ignorancia, los perjuicios, la superstición, los
fetichismos, los dogmas. Las sociedades, academias, cenáculos y salones eran los lugares
de reunión para disfrutar de una amena charla y para compartir el ocio.
Estas asociaciones, que recogían muy diversos tipos de gentes, servían para divulgar los
nuevos conocimientos, para criticar los pensamientos más elevados o triviales y para
deleitar del placer de la conversación.
Amparados en la seguridad de la razón y la ciencia, los hombres del siglo XVIII criticaban y
cuestionaban todos los valores anteriormente admitidos como inalterables. Se enfrentan a
la religión, a lo clásico, a lo establecido para derrocarlo.
Su espíritu, que preparaba el romanticismo, hacia, de esa confianza ilimitada en las fuerzas
del hombre sobre la naturaleza.
La naturaleza del hombre, esencialmente buena, repudiaba la idea de pecado. La razón era
la administradora y juez de las acciones. La razón liberada conducía al hombre por los
senderos del bien. La superstición y la religión ataban al individuo y le llevaban a las
tinieblas de la ignorancia, y el peor mal del hombre era precisamente el desconocimiento.
Con este nuevo credo y fe, el hombre del siglo XVIII era un rebelde contra los sistemas e
instituciones caducas. La razón, como ya había anunciado anteriormente Descartes, seria la
norma de conducir rectamente las acciones.
Otra de las creencias regularmente admitidas era la de la libertad absoluta del hombre,
emancipándose así de toda atadura moral y religiosa.
Locker precursor de la Ilustración, ya había anunciado que el estado de naturaleza era “un
estado de completa libertad” para ordenar sus actos y para disponer de sus propiedades y
de sus personas como mejor les parezca dentro de los límites de la ley natural, sin
necesidad de pedir permiso y sin depender de la voluntad de otra persona. Es también un
estado de igualdad3 (la cursiva es nuestra). Establecido por la Ilustración el principio del
naturalismo absoluto, era obvio que las consecuencias de libertad absoluta e igualdad se
iban a aplicar a todos los campos. Se aplicaba a la religión, produciendo una serie de
deístas (creen en Dios, pero no en religión revelada) y materialistas; se aplicaba a la
economía, llegando a la teoría del libre comercio liberalismo comercial; se aplicaba a la
política creando la teoría del pacto libre comercio o liberalismo comercial; se aplicaba a la
política creando la teoría del pacto libre entre los hombres para ser gobernados.
3
Locke. Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid, Aguilar, 1976, Capítulo II, N° 4.
c) Naturaleza como potencia que movía a cada ser individual.
Todo la fe en el progreso natural del hombre habría nacido del auge y cimentación de un
nuevo tipo de sociedad. De una sociedad agrícola y mercantilista se había pasado a una
sociedad capitalista e industrial basada en la explotación y en la depredación de las
colonias. Quesnay había sostenido que la riqueza de una nación provenía de la explotación
de la tierra; Adám Smith, en la riqueza de las naciones, indicaba nacía de la industria y de
la comercialización libre. Decía que la acumulación era la fuente de riqueza para las
naciones. Adam smith era el teórico del liberalismo económico y del capitalismo, teórico del
naturalismo económico fundado en la idea del progreso del hombre y en su bondad natural,
pues los resultados de la sociedad capitalista conducirían a una sociedad igualitaria donde
reinarían el ocio y el bienestar; en suma, la felicidad material de hombre. De esta manera,
la ilustración vio nacer el liberalismo político y el capitalismo económico. Estas ideas no
carecían de un utilitarismo emperista y de un hedonista cambiado .El mismo año que ni
publicaba su libro la riqueza de las naciones , BENTHAM lanzaba su fragmento sobre el
gobierno (1776), en donde junto a las ideas del liberalismo económico, se trataba ahora de
justificar un gobierno y sus leyes por la felicidad que reportan a sus ciudadanos, basado en
el axioma utilitario – hedonista que decía: “ La mayor felicidad del mayor número es la
medida de lo justo y de lo injusto”4 el burgués tenía así su credo , su doctrina y su gobierno .
La nueva sociedad que el progreso demandaba, urgía la edificación de una teoría política y
económica.
El repudio al ambiente social y cultural cree una nueva generación de escritos que hablara
el lenguaje sencillo de la Naturaleza. La vuelta a la vida sencilla y natural será ensalzada
por muchos autores que ven en el buen salvaje todo un ejemplo a imitar. Piénsese, como
ejemplo en Robinson Cruose, que para Rousseau era una obra educativa de primer orden.
2. LA ENCICLOPEDIA:
Así como en el que hacer político del siglo XVIII paso con el nombre de despotismo
ilustrado, en cultura y educación es el siglo del enciclopedismo: en primer lugar, del deseo
de divulgar el saber, en segundo lugar de un mercado utilitarismo que deseaba mostrar las
técnicas del progreso; por último; sistematizar el saber y la ciencia de la época en forma
racional. La idea y la realización habían aparecido primeramente en Inglaterra, en donde
EFRAIM Chambers había publicado su enciclopedia oran universal Dictionary of arts And
4
J Bentham, Fragmento sobre el gobierno. Madrid, Aguilar, 1973. prefacio N° 2
5
Durant, Rousseau y la revolución. Buenos Aires. Sudamericana, 1976. p 1122. sobre causas de la
Revolución francesa, ver paginas 1124-25.
Sciences en Francia, esta idea fue recogida y ampliada. La obra fue dirigida por Diderot,
quien la planificó y describió más de 900 artículos. D, Alambert escribió el discurso
preliminar, y apareció con el título de enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias,
de las artes y de los oficios. En ellas colaboraron las principales mentes del tiempo: Diderot,
A. Alambert, Rousseau, Condillac, Condamine, Bufón, Voltaire, Quesnay, Grimmy y otros.
En 1777 fue reimpresa en Ginebra, en 39 volúmenes.
3. EL CONTRATO SOCIAL
Si en ningún pensador puede entenderse su ideología fuera del contexto histórico vivido, en
Rousseau este aserto adquiere todo su significado. Ortega y Gasset, al iniciar el estudio de
un pensador, tomaba en cuenta la hipótesis de que ese pensamiento tenía siempre un
subsuelo: un suelo y un adversario 6. Carecemos de la información y autoridad necesarias
para establecer que esta hipótesis se realice en todos los casos, pero creemos que en el
pensador tratado se cumple a cabalidad. El subsuelo lo entendemos como el conjunto de
pensamientos colectivos antiguos; el suelo, las verdades halladas en la época, y el
adversario, la oposición, la polémica con pensamientos contemporáneos que se convierten
en problema, en escollo que debe ser superado. El pensador convierte su lucha intelectual
en un axioma que definimos, con el pensar contra el pensamiento instituido. El pensador,
apoyado por su pensar individual, en tabla una lucha contra el pensamiento inalterable, que
no es más que creencia, discurso colectivizado, opinión común, (doxa).
7
Para las citas del Emilio he utilizado la edición de Bruguera. Barcelona . 1971. pp. 71 y 73.
8
Altusser, “Sobre el Contrato social”, en Presencia de Rousseau Buenos Aires, Nueva Visión, 1972.
pp.60 y SS.
9
Althusser. P.75.
El Libro tercero lo dedica al gobierno y a los órganos de gobierno. El gobierno es el
encargado de ejecutar la ley (voluntad general) por medio de actos individuales. La cuarta
parte se interesa por las formas de expresión de la voluntad particular, es decir, sufragios y
elecciones.
Al final propone la religión del ciudadano moderno: la religión civil y establece la norma del
estado laico:”No existe ni puede existir la religión nacional exclusiva, se deben tolerar todas
aquellas que toleran a las otras, mientras sus dogmas no tengan nada de contrario a los
deberes del ciudadano”.
Sería necesario hablar de las influencias de las ideas de Rousseau, las cuales llegan hasta
nuestros días. A cada paso escuchamos a los políticos hablar de la “Soberanía popular” o
del “poder del pueblo”, ideas de Rousseau. Aunque los políticos olvidan estas mismas ideas
cuando se trata de acallar la voz soberana del pueblo y su fuerza con el poder económico y
el canto de las armas. “ Los caribes son la mitad más felices que nosotros. (Emilio Libro I).
LIBRO PRIMERO
Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna regla de administración legítima y
segura que tome a los hombres como son, y a las leyes tales como pueden ser. Intentaré
armonizar .Siempre en este análisis lo que, el derecho permite con lo que el interés
prescribe, a fin de que la justicia y la utilidad no se encuentren en nada divorciadas.
Nacido ciudadano de un Estado libre, y miembro del soberano, por débil influencia que
pueda ejercer mi voz en los negocios públicos, el derecho de votar es suficiente para
imponerme el deber de instruirme. Feliz con encontrar siempre en mis investigaciones,
cada vez que medito sobre los Gobiernos, nuevas razones para amar al de mi país.
CAPÍTULO PRIMERO
El Orden Social es un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás. Sin
embargo, este derecho no tiene su origen en la naturaleza; se funda sobre convenios.
Hay que saber, pues, cuales son estos.
Antes de hacerlo debo fundamentar lo que acabo de exponer.
CAPÍTULO II
La más antigua y la única natural de todas las sociedades es la familia. Hasta los hijos
permanecen ligados a los padres sólo durante el tiempo que tienen necesidad de ellos
para conservarse. Inmediatamente que cesa esta necesidad se disuelve el lazo natural.
Exentos los hijos de la obediencia que deben al padre, y este de los cuidados que debe
a los hijos recobran unos y otro, igualmente, su independencia. Si permanecen unidos
no es ya naturalmente, sino voluntariamente, e incluso la familia no se mantiene ya sino
por convenios.
Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza del hombre. Su primera ley
es la de velar por su propia conservación; sus primeros cuidados, los que se debe; e
inmediatamente que se haya en edad de razonar, al convertirse en el único juez de los
medios que para su sostenimiento necesita, deviene por ello su propio daño.
La familia es, por lo tanto, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: El
jefe es la imagen del padre; el pueblo, la de los hijos; y habiendo nacido todos iguales y
libres, no enajenan su libertad más que por su utilidad. Toda la diferencia consiste en
que, en la familia, el amor del padre por los hijos le compensa de los cuidados que les
prodiga, mientras que, en el estado, el placer de mandar suple este amor que el jefe no
siente por los pueblos.
Grocio niega que todo poder humano haya sido establecido en provecho de los que son
gobernados, y sita como ejemplo la esclavitud. Su método de razonar más constante es
el de fundamentar el derecho por el hecho. Puede emplearse un método más
consecuente pero no tan favorable a los tiranos.
Es dudoso, según Grocio, saber si el género humano pertenece a un centenar de
hombres, o si este centenar de hombres pertenecen al género humano, aunque en todo
su libro parece preferir la primera suposición. Tal es también el sentimiento de Hobbes.
He aquí, pues, a la especie humana dividida en rebaños de ovejas, teniendo cada uno
su jefe, que las guarda para devolverlas.
Así como un pastor es de naturaleza superior a la de su rebaño , los pastores de
hombres, que son sus jefes, son de naturaleza superior a la de sus pueblos. De esta
manera razonaba, respecto a Filón, el emperador Calígula, llegando por medio de esta
analogía a la conclusión de que los reyes eran dioses y los pueblos bestias.
Este razonamiento de Calígula es reflejado en el de Hobbes y Grocio. Antes que ellos,
Aristóteles había dicho que los hombres no son naturalmente iguales, sino que unos
nacen para la esclavitud y otros para la dominación.
Tenía razón Aristóteles; pero tomaba el efecto por causa. Todo hombre nacido en la
esclavitud nace para ella. Nada tan cierto. Los esclavos piensen en su encadenamiento
hasta el deseo de liberarse de él. Aman su servidumbre como los compañeros de Ulises
amaban su embrutecimiento. Si existen esclavos por naturaleza es porque los hay
contra naturaleza. La fuerza hizo los primeros esclavos, y su cobardía los ha
perpetuado.
Nada he dicho del rey Adán ni del emperador Noe, padre de tres grandes monarcas que
se repartieron el Universo, como hicieron los hijos de Saturno, a quienes se ha creído
reconocer en ellos.
Espero que se me dispensará de esta moderación, ya que, descendiendo directamente
de uno de estos primeros, y quizá de la rama primogénita, ¿qué hago si por la
comprobación de los títulos resultara ser el legítimo rey del género humano?.
Sea lo que fuere, no podemos discrepar sobre que Adán haya sido tan soberano del
mundo como Robison de su isla mientras fue el único habitante, lo que había de
cómodo en este imperio era que el monarca, seguro sobre su trono, no temía ni
rebeliones, ni guerras, ni conspiraciones.
CAPÍTULO III
Obedeced a los poderes. Si esto quiere decir ceded a la fuerza, el precepto es bueno,
pero superfluo. Yo aseguro que nunca será violado. Todo poder proviene de Dios, lo
confieso; más también toda enfermedad, lo cual no significa que no este prohibido un
bosque, no solamente me obliga por la fuerza a darle bolsa, sino que, si yo pudiera
sustraérselas, ¿estoy , en conciencia, obligado a dársela?. En definitiva, la pistola que él
empuña es también un poder.
CAPÍTULO IV
DE LA ESCLAVITUD
Sin ningún hombre tiene autoridad natural sobre sus semejantes, si la fuerza no produce
ningún derecho, quedan las convecciones como base de toda autoridad legítima entre
los hombres.
Se dirá que el déspota asegura a sus vasallos a la tranquilidad civil. Sea; más ¿Qué
ganan estos si las guerras que su ambición provoca, su insaciable avidez y las
vejaciones de su ministerio les afligen mas que sus disensiones?. ¿Qué ganan si esta
misma tranquilidad es una de sus miserias? También en los calabozos se vive tranquilo.
¿Y acaso es esto suficiente para encontrarse bien allí?. Los griegos, encerrados en el
antro del Cíclope, Vivian tranquilos esperando que les llegará el turno de ser devorados.
Si cualquiera puede enajenarse a si mismo, no puede, sim embargo, hacerlo con sus
hijos. Estos nacen hombres y libres. Su libertad les pertenece, y nadie tiene derecho a
disponer de ella, fuera de ellos mismos.
Antes de llegar a la edad de razonar, el padre puede, en su nombre, estipular
condiciones para su conservación y bienestar, pero no darlos irrevocablemente y sin
condiciones, puesto que tal donación sería contraria a los fines de la naturaleza y
excede de los derechos de la paternidad.
Seria necesario, para que un Gobierno arbitrario se legitimara, que durante cada nueva
generación el pueblo fuese dueño de admitirlo o rechazarlo; entonces, ese Gobierno no
seria ya arbitrario.
Grocio y otros deducen de la guerra otro origen del pretendido derecho de esclavitud.
Teniendo el vencedor, según ellos, el derecho de matar al vencido, este puede recatar
su vida a expensas de su libertad, pacto tanto mas legitimo cuanto que beneficia a los
dos.
Es evidente que este supuesto derecho de matar a los vencidos no deriva de ningún
modo del estado de guerra. Por lo mismo qe los hombres, viviendo en su independencia
primitiva, no tienen entre si relaciones bastante constantes para constituir ni el estado
de paz ni de guerra, tampoco son naturalmente enemigos. Lo que constituye la guerra
no es la relación entre los hombres, sino entre las cosas, y no pudiendo nacer el estado
de guerra de las simples relaciones personales, sino solamente de las relaciones reales,
la guerra privada o de hombre a hombre no puede existir ni en el estado de naturaleza,
en que no hay propiedad constante, ni en el estado social, en que todo esta bajo la
autoridad de las leyes.
Los combates particulares, los duelos, los choques, no constituyen un Estado. Respecto
a las guerras privadas, autorizadas por las ordenanzas de Luis IX, rey de Francia, y
suspendidas por la Tregua de dios, son abusos del gobierno feudal, sistema absurdo,
que desapareció para siempre, contrario a los principios del derecho natural y a toda
buena política.
La guerra no es, por lo tanto, una relación de hombre a hombre, sino de Estado a
Estado, en la cual los particulares no son enemigos sino accidentalmente no como
hombres, sino como ciudadanos, como soldados; no como miembros de la patria, sino
como defensores de ella. Cada Estado no puede tener por enemigos mas que a otros
Estados, y no a los hombres, admitido que entre cosas de diversa naturaleza no se
puede fijar ninguna verdadera relación.
Este principio esta incluso conforme con las máximas establecidas en todos los tiempos
y con la práctica constante de los pueblos civilizados.
Las declaraciones de guerra son menos una advertencia a los Poderes que a sus
súbditos. El extranjero, sea rey, particular o pueblo, que roba, mata o detenta a los
súbditos sin declarar la guerra al príncipe, no es un enemigo , sino un bandolero.
Aun en plena guerra, un príncipe justo, si se apodera en país enemigo de todo lo que
pertenece al pueblo, respeta la persona y a los bienes de los particulares, respeta los
derechos sobre los cuales están basados los suyos.
Siendo el fin de la guerra la destrucción del Estado enemigo, se tiene derecho a matar a
sus defensores mientras están con las armas en la mano; pero inmediatamente que
ellos las deponen y se rinden, cesando de ser enemigos o instrumentos del enemigo,
vuelven a convertirse simplemente en hombres, y ya no se tiene derecho sobre su vida.
En ocasiones puede destruirse un Estado sin matar a uno solo de sus miembros, y la
guerra no da ningún derecho que no sea necesario a sus fines. NO SON ESTOS LOS
PRINCIPIOS DE Grocio, ni esta basados sobre la autoridad de los poetas, sino
derivados de la naturaleza de las cosas y fundamentos sobre la razón.
Respecto al derecho de conquista, no tiene otro fundamento que la ley del mas fuerte.
Si la guerra no da al vencedor el derecho de aniquilar a los pueblos vencidos, tampoco
puede fundarse en el para esclavizarlos. No se tiene derecho a matar al enemigo a
quien no se le puede hacer esclavo. El derecho a hacerle esclavo no proviene, pues,
del derecho a matarlo. Es, por tanto, un cambio inicuo obligarle a comprar al precio de
su libertad su vida, sobre la cual carece de derecho. Fundando el derecho de vida y
muerte sobre el derecho de esclavitud, y este sobre el derecho de vida y muerte, ¿ no
es evidente que nos encerramos en un círculo vicioso?.
Admitiendo incluso, este terrible derecho de matar, digo que un esclavo hecho en la
guerra o un pueblo conquistado no esta obligado hacia su dueño mas que a obedecerle,
mientras este forzado a ello. Tomándole con un equivalente de su vida, el vencedor no
le ha hecho ninguna merced: en lugar de matarlo infructuosamente, lo a matado
útilmente.
De manera que, examinadas las cosas desde cualquier punto de vista, el derecho de
esclavo es nulo no solo por ser ilegitimo, sino por absurdo y por no significar nada. Esta
palabras esclavitud y derecho son contradictorias, se excluyen mutuamente. Sea de
hombre a hombre o entre hombre y pueblo, siempre será igualmente insensato. El
siguiente raciocinio: Hago contigo un convenio, todo él a costa tuya y a mi provecho
exclusivo, y el cual yo cumpliré mientras me plazca y tu acataras en tanto que yo quiera.
CAPITULO V
Aun concediendo todo lo que hasta aquí es reputado, no avanzaría un paso los fautores
del despotismo. Siempre existirá una gran diferencia entre someter a una multitud y
regir una sociedad. Si hombres dispersos sea cual fuera su número son sucesivamente
sometidos por uno solo, yo no podré ser en esto más que un dueño de esclavos, pero
nunca a un pueblo y a su jefe. Es, si se quiere una agregación, pero no una asociación:
no hay en esto ni pueblo ni cuerpo político. Si este hombre hubiese sometido a la mitad
del mundo, siempre será un particular; su interés, separado del de los otros, no es
nunca más que un interés privado. Si perece este hombre su imperio, tras de él continua
disperso y sin ligazón, como un roble se abate y convierte en un montón de cenizas el
fuego lo ha consumido. .
Un pueblo, dice Grocio, puede entregarse a un reino. Por lo tanto, según Brocio, un
pueblo es un pueblo antes de entregarse a un rey. Esta misma donación es un acto civil,
supone una deliberación publica. Antes, pues, de examinar el acto por el cual un pueblo
elige rey, sería mejor examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo, pues, siendo
necesariamente este acto anterior al otro, constituye el verdadero fundamento de la
sociedad.
En efecto, sino hubiera un convenio anterior, ¿dónde estaría, a no ser que la elección
fuera unánime, la obligación para la minoría de someterse a la elección de la mayoría, y
de donde cien que quieren un amo tienen el derecho de votar por diez que no lo
quieren?. La ley de la pluralidad de los sufragios es ella misma un convenio establecido
y supone la unanimidad, al menos por una vez.
CAPITULO VI
Supongo a los hombres llegados a un estado en el cual los obstáculos que perjudican a
su conservación en el estado natural dominan por su resistencia a las fuerzas que cada
individuo puede emplear para permanecer en tal estado. Este estado primitivo no puede
ya subsistir, y el genero humano parecería si no cambiarse su manera de ser.
Pero como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino solamente dirigir las
existen, no tienen otro medio para conservarse que formar por agregación, un asuma de
fuerzas, en la cual puede dominar la resistencia, ponerlas en juego para un solo móvil y
hacerlas actuar concertadamente.
Estas suma de fuerzas solo puede nacer del concurso de varios; pero siendo la fuerza y
libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación, ¿cómo podrá
instalarlas sin perjudicarse, sin descuidar los cuidados que ella se debe? Esta dificulta,
reduciéndome a mi objeto, puede enunciarse en los siguientes términos:
Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la
persona y bienes de cada asociado, por la que cada cual uniéndose a todos, no
obedezca, sin embargo, más que así mismo permanezca tan libre como anteriormente.
Tal es el problema fundamental al cual da solución el contrato social.
Las cláusulas de este contrato están determinadas por la naturaleza del acto, de tal
manera que la menor modificación las hace vanas y de ningún efecto; de suerte que
aunque no hayan sido nunca formalmente enunciadas, son las mismas para todos y por
todos tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, violado el pacto social, cada uno
recobra sus primeros derechos y su libertad natural, perdiendo la libertad convencional
por la cual renuncio a aquella. Estas cláusulas vienen entendidas, se reducen a una
sola: a la enajenación completa de cada asociado, con todos sus derechos, a la
comunidad entera, ya que, dándose íntegramente cada uno, la condición es igual para
todos, y, siendo igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los otros.
Mas aun. Efectuándose la enajenación sin reservas, la unión están perfecta como
puede ser, y, ningún asociado tiene ya nada que reclamar, puesto que si resta algunos
derechos a los particulares, como no habría ningún superior común que pueda
pronunciarse entre ellos y público, siendo en este punto cada cual su propio juez,
pretendería en el acto serlo en todo. El estado natural subsistiría, y la asociación
devendría necesariamente tiránica o vana.
En fin. Dándose cada uno a todos, no se da a nadie; y como hay un asociado sobre el
cual se adquiera un derecho distinto al que este cede sobre si mismo, se gana el
equivalente de todo lo que se pierde y mayor fuerza para conservarse de la que se
tiene.
CAPITULO VII
DEL SOBERANO
Vemos por esta formula que el acto de asociación contienen un compromiso reciproco
del público con los particular, y que cada individuo contratante, por decirlo así, consigo
mismo se encuentra comprometido en un doble aspecto: Como mimbro del soberano
hacia los particulares y como miembro del Estado hacia el soberano. Puede aplicarse
aquí la máxima del derecho civil de que nadie esta obligado por los compromisos
adquiridos consigo mismo, puesto que hay una gran diferencia, comprometerse consigo
mismo o hacia un todo del que se forma parte.
Se necesita señalar aun que la deliberación pública, que puede obligar a todos los
súbditos hacia el soberano a causa de las dos diferentes relaciones bajo las cuales
cada una es considerado, no puede, por la razón contraria, obligar al soberano hacia si
mismo, y que, por consecuencia, es contrario a la naturaleza del cuerpo político que el
soberano se imponga a una ley que no pueda violar. No pudiendo considerarse mas que
bajo un solo e idéntico aspecto, se halla en el caso de un particular que contrata consigo
mismo, de donde se deduce que no hay ni puede haber ninguna especie de ley
fundamental obligatoria para este cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo
cual no significa que este cuero no pueda perfectamente comprometerse hacia otro en
aquello que no derogue en nada este contrato, pues respecto al extranjero deviene un
ser simple, un individuo. No teniendo su razón de ser el cuerpo político o el soberano
más que en la santidad del contrato, no puede nunca comprometerse hacia otro en
nada que derogue este acto primitivo, ni hipotecar una parte de si mismo o someterla a
otro soberano. Violar el acto por el cual tiene su existencia seria destruirse, nada
produce lo que nada es.
Reunida ya esta multitud en su cuerpo , no se puede ofender a uno de sus miembros sin
atacar al cuerpo; más aun, ofender a este sin que los miembros se presentan.
Por lo tanto, el deber y el interés obliga igualmente a las dos partes contratantes
ayudarse mutuamente y los mismos hombres deben procurar reunirse bajo este doble
aspecto todas las ventajas consiguientes.
Ahora bien: No hallándose integrado el soberano más que por los particulares que lo
componen, no tiene ni puede tener interés contrario al suyo, y, por lo tanto, el poder
soberano no tiene necesidad de garantía hacia los súbditos, ya que es imposible que el
cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y, como veremos después, no puede
perjudicar a ningún particular. El soberano por el solo hecho de serlo, es siempre lo que
debe ser.
No sucede lo mismo con los súbditos respecto al soberano, el cual, a pesar de interés
común, no puede responder de los compromisos contraídos por aquellos sino encuentra
medios de asegurarse su fidelidad.
En efecto, cada individuo puede, como hombre, tener un voluntad particular contraria, o
distinta a su voluntad general que tiene como ciudadano. Su interés particular puede
hablarle de distinta manera que el interés común, su existencia absoluta y naturalmente
independiente hacerle comprender lo que debe a la causa común como una
contribución gratuita, cuya perdida seria menos perjudicial a los demás que oneroso
para él seria su pago, y, examinando la persona moral que constituye el Estado como
un ser de razón – porque no es un hombre-, gozaría de los derechos del ciudadano sin
querer cumplir los deberes de súbdito; injusticia cuyo progreso causaría la ruina del
cuerpo político.
Para que el pacto social no sea, por lo tanto, una fórmula vana, contiene tácitamente
este compromiso, único que puede dar la fuerza a los demás: que quien se niegue a
acatar la voluntad general será obligado por todo el cuerpo, lo cual no significa otra cosa
sino que se le obligará a ser libre, puesto que tal es la condición quedándose cada
ciudadano a la patria le asegura de toda dependencia personal, condición que forma el
artificio del funcionamiento de la máquina política y una que hace legítimos los
compromisos civiles, los cuales, sin esto, serian absurdos, tiránicos y sujetos a los mas
enormes abusos.
CAPITULO VIII
DEL ESTADO CIVIL
Este transito del Estado natural al civil produce en el hombre un cambio muy notable y
sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moral que
carecían anteriormente.
Solo entonces, cuando la voz del deber sustituye al impulso físico y el derecho al
apetito, el hombre , que hasta entonces no había pensado mas que en si mismo, se ve
obligado a proceder con arreglo a otros principios y a consultar a su razón antes de
atender sus inclinaciones . Aunque se prive en este estado de bastantes ventajas que
poseía de la naturaleza , conquista otras tan grandes , sus facultades se ejercitan y
desarrollan , sus ideas se amplían , sus sentimientos se ennoblecen , su alma entera se
eleva a tal grado que si el abuso de esta nueva condición no le degradase en
ocasiones por lo debajo de la que le salido , debería bendecir el instante feliz en que le
abandono para siempre , pasando a ser , de un animal estúpido y limitado , un ser
inteligente y un hombre.
Pudiera agregarse a lo que precede la adquisición del estado civil, la libertad moral,
única que hace al hombre verdaderamente dueño de sí mismo, pues el impulso
exclusivo de su apetito es la esclavitud y la obediencia a la ley prescrita es la libertad.
Pero ya dicho, suficiente sobre este artículo, y no entra en mis cálculos presentes tratar
del sentido filosófico de la palabra libertad.
CAPITULO IX
Ventaja que no parece haber sido bien apreciada por los antiguos monarcas, que, no
llamándose más que reyes de los persas, excitas o macedonio, parecían considerarse
como jefes de los hombres antes que como dueños del país. Los de hoy, más
hábilmente, se llaman reyes de España, Francia, Inglaterra, etc. De esta manera,
poseyendo el terreno, están seguros de poseer a los habitantes.
Lo que hoy hay de singular en esta enajenación es que, al aceptar los bienes de los
particulares, la comunidad, lejos de despojarlos, no hace sino asegurarse su legitima
posesión, cambiar la usurpación en un verdadero derecho, y el disfrute en propiedad.
Los poseyentes son considerados entonces como depositarios del bien público, sus
derechos son respetados por todos los miembros del Estado y defendidos con todas sus
fuerzas contra el extranjero, y por una cesión ventajosa para el público, y más aún para
ellos mismos, han adquirido, por decirlo así, todo lo que ellos han dado.
Paradoja que se explica cómodamente por la distinción de derechos que tienen el
Soberano y el propietario sobre los mismos fondos, como después se verá.
Puede suceder también que los hombres comiencen a unirse antes de poseer nada, y
que, apoderándose después de un terreno suficiente para todos, lo gocen en común o
se lo repartan, sea equivalente o con arreglo a una proporción establecida por el
Soberano. De cualquier manera que esta adquisición se haga, el derecho que cada
particular tiene sobre su propio fondo esta siempre subordinado al que la comunidad
tiene sobre todos, sin lo cual no existirían ni solidez en el lazo social ni fuerza real en el
ejercicio de la soberanía.
Terminaré este capitulo y el libro con una observaron que debe servir de base a todo el
sistema social. Y es que, en lugar de destruir la igualdad natural, el pacto fundamental
sustituye, por el contrario, con una igualdad moral y legítima lo que la naturaleza pudiera
haber puesto de desigualdad física entre los hombres, y que, pudiendo ser desiguales
en fuerza o genio, devienen todos iguales por convención y de derecho.
LIBRO SEGUNDO
CAPITULO PRIMERO
Digo, pues, que, no siendo la soberanía otra cosa que el ejercicio de la voluntad general, no
puede ser enajenada, y que el Soberano, ser colectivo y nada más, sólo puede ser
representado por sí mismo. El poder puede trasmitirse perfectamente, pero no la voluntad.
En efecto, si no es imposible que una voluntad particular coincida en algo con la voluntad
general, si lo es, por lo menos, que tal acuerdo será durable y constante, ya que la voluntad
particular, por su naturaleza general a la igualdad. Es mas imposible todavía poseer una
garantía de este acuerdo, aun en el caso de que él deba existir siempre. Esto no sería una
consecuencia de la habilidad, sino del azar. Un Soberano puede decir: “Quiero actualmente
lo que tal hombre quiere o, al menos, dice querer”; pero nunca podrá decir:”Lo que este
hombre quiera mañana lo querré yo también”, puesto que es absurdo encadenar la voluntad
para el porvenir y no depende de nadie el consentir algo que contraríe el bien del ser que se
quiere. En el pueblo promete simplemente obedecer, se disuelve por este acto, pierde su
calidad de pueblo. En el instante mismo en que surge un dueño, ya no hay Soberano, y
desde ese momento el Cuerpo político se ha destruido.
No significa esto que las ordenes de los jefes no puedan aparecer como expresión de la
voluntad general mientras el soberano, con libertad para oponerse, no lo haga. En tal caso,
el silencio universal debe interpretarse como el consentimiento del pueblo.
Por igual razón que la soberanía es inalienable, es también indivisible, pues la voluntad es
general o no lo es, corresponde al conjunto del pueblo o solamente a un parte. En el primer
caso, esta voluntad declara es un acto de soberanía y constituye ley; en el segundo no es
sino una voluntad particular o un acto de magistratura; es, a lo sumo, un decreto.
Los charlatanes del Japón, según cuentan, descuartizan un niño ante las miradas de los
espectadores, lanzan al aire sucesivamente todos sus miembros y lo hacen descender
nuevamente vivo y perfecto. Así son, aproximadamente, los trucos de nuestros políticos:
después de haber desmembrado el cuerpo social por artificios dignos de una feria, reúnen
las piezas no sabemos como.
Examinando asimismo las otras divisiones encontraremos que cuantas veces se cree ver
dividida la soberanía nos engañamos; que aquellos derechos tomados como partes de esta
soberanía le están subordinados y suponen siempre voluntades supremas, de las cuales
estos derechos no dan más que la ejecución.
Es incalculable la gran oscuridad que semejante falta de exactitud ha proyectado sobre las
decisiones de los autores en materia de derecho político y sobre los principios que
establecían cuando han querido juzgar de los derechos respectivos de pueblos y reyes.
Cualquiera puede ver en los capítulos III y IV del primer libro de Grocio cómo este sabio y
traductor Barbeirac se embrollan y embarazan en sus sofismas, temiendo decir demasiado
o no decir lo bastante para sus propósitos y herir los intereses que pretendían conciliar.
Grocio, refugiado en Francia y descontento de su patria, que hacer la corte a Luis XII, a
quien dedico su libro, no desperdicio medio ni ocasión para despojar a los pueblos de sus
derechos y realzar a los reyes con el mayor arte posible.
CAPITULO III
Se deduce de lo que precede que la voluntad general es siempre recta y tiende a la utilidad
pública, más no que las deliberaciones del pueblo posean la misma rectitud. Siempre se
quiere su bien, mas no se le ve en todo momento; nunca se corrompe al pueblo, pero
frecuentemente se le engaña, y solo entonces es cuando parece desear su mal.
Importar, pues, para enunciar bien el concepto de voluntad general, que no haya sociedad
parcial en el Estado, y que cada ciudadano sólo opine con arreglo a su propio criterio. Fue
esta la única y sublime institución del gran Licurgo. Si existen sociedades parciales hay que
multiplicar el número y prevenir la desigualdad, como hicieron Solón, Numa y Servio, siendo
estas precauciones las únicas que permiten en todo momento el esclarecimiento de la
voluntad general y evitan el engaño del pueblo.
CAPITULO IV
Si el Estado y la Ciudad son una persona moral cuya vida consiste en la unión de sus
miembros, y si su mas importante misión es la de su propia conservación, se precisa una
fuerza moral e impulsiva para mover y disponer cada parte de la manera más conveniente
al todo. Así como la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre todos sus
miembros, el pacto social da al Cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos, y
es este poder, dirigido por voluntad general, como he dicho, el que lleva el nombre de
Soberanía.
Conviene que cuanto se enajene por el pacto social de su potencia, bienes y libertad no
sobre pase la medida de lo que a la comunidad importa para su uso, siendo también
conveniente que se considere al Soberano como el único juez capaz de decidir sobre esto.
Cuantos servicios pueda un ciudadano rendir al Estado debe hacerlo inmediatamente que el
Soberano los reclame; pero este, a su vez, no puede hacer recaer sobre los súbditos
ninguna carga inútil a la comunidad. Ni siquiera quererlo, puesto que bajo la ley de la
razona, como bajo la de la naturaleza, nada se hace sin causa.
Los compromisos que nos ligan al cuerpo social son obligatorios solamente porque son
mutuos y de tal naturaleza que cumpliéndolos no se puede trabajar por otro sin trabajar al
mismo tiempo por uno mismo. ¿ Por qué la voluntad generales siempre recta y todos
quieren constantemente la felicidad de cada uno si no es a causa de que no existe nadie
que al apropiarse esta palabra de cada uno y al votar por todos no piense inmediatamente
en sí mismo.
Debe deducirse de esto que lo que generaliza la voluntad es menor el numero de votos que
el interés común que los une, en esta institución cada cual se somete necesariamente a las
condiciones que impone a los otros coincidencia admirable del interés y la justicia, que
concede a las deliberaciones comunes un carácter de equidad que se disipa en la discusión
de toda cuestión particular, exenta de una interés común que unifique e identifique las
regalas del juez con la de la parte.
Por cualquier lado que se analice el principio se llega siempre a la misma conclusión, ósea
que el pacto social establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos se comprometen
en las mismas condiciones y deben gozar de los mismos derechos.
Así que por la naturaleza del pacto, todo a cierto de soberanía es decir, todo acto autentico
de la voluntad general, obliga a favorecer por igual a la totalidad de los ciudadanos, de
suerte que la soberanía conoce exclusivamente el conjunto de la nación, sin distinguir a
ninguno de los que la componen. ¿ que es esto Hablando con propiedad sino un acto de
soberanía?. No es un convenio del superior con el inferior sino del conjunto con cada uno de
sus miembros; convención legitima por tener por base el contrato social; equitativa, por ser
común a todo: útil porque no tiene otro objeto que el bien general y sólida por estar
garantizada por la fuerza publica y el poder supremo. En Tanto que los súbditos están
sometidos exclusivamente a tales convenciones no obedecen mas que a su propia voluntad,
y preguntar hasta donde se extiende los derechos respectivos del soberano y los
ciudadanos supone preguntar hasta que punto pueden estos comprometerse consigo
mismo, tanto cada cual con respecto a los demás como todos con respecto a cada uno de
aquellos.
Se ve, pues, que el poder soberano aun siendo absuelto, sagrado e inviolable, no excede ni
puede exceder los limites de las convenciones generales y que cualquier hombre puede
disponer libremente de los que por ella les queda de sus bienes y libertades; de manera que
la soberanía no es nunca un derecho de abrumar a un súbdito mas que a otro, porque
entonces convertida la cuestión en particular, su poder no es ya competente.
Admitidas estas distinciones, es tan falso que en un contrato social haya por parte de los
particulares ninguna renuncia verdadera como que su situación, por efecto de este contrato,
sea realmente preferible al anterior y que, en lugar de una enajenación; no han hecho mas
que un cambio ventajoso de una manera incierta y precaria contra otra mejor y mas segura,
de independencia natural contra la libertad, del poder de perjudicar a otro contra su propia
seguridad y de la fuerza que otros podrían dominar contra un derecho que la unión social
convierte en invencible.
Se pregunta de que manera los particulares, que no tienen derecho cobre su propia vida
pueden trasmitir al soberano este derecho de que carecen. Esta cuestión es difícil de
resolver solo a causa de hallarse mal planteada. Todo hombre tiene derecho a arriesgar su
vida para conservarla ¿ se ha culpado alguna vez de suicidio a quien se arroja de una
ventana para escapar de un incendio? ¿se ha imputado este crimen a quien parece en una
tempestad habiendo embarcado sin ignorar el peligro?.
La finalidad del contrato social es la conservación de los contratantes. Quien quiere el fin
acepta también los medios, y estos son inseparables de algunos peligros, incluso de
algunas perdidas. Aquel que pretende conservar su vida a expensas de los otros debe
también darla por estos cuando la necesitan. Mas el ciudadano no es ya quien ha de fallar
sobre el peligro a cuya exposición le llama la ley. Cuando el príncipe le dice: “Es
conveniente al Estado que tu mueras”, debe morir, puesto que no es sino con esta condición
como ha vivido hasta entonces en seguridad y, debido a ello, su vida no es ya solamente un
bien de la naturaleza, sino un don condicional del Estado.
La pena de muerte infligida a los criminales puede considerarse casi desde el mismo punto
de vista. Es para no ser victima de un asesino por lo que se acepta su muerte en caso de
llegar a serlo. En este tratado, lejos de disponer de su propia vida, se piensa en asegurarla,
y no es presumible que en tal momento ninguno de los contratantes premedite perderla.
Todo malhechor, al atacar el derecho social, se transforma por sus fechorías en rebeldes y
traidor a la patria, y con la violación de sus leyes cesa de ser un miembro de ella, e incluso
le hace la guerra. Desde este momento la conservación del Estado es incompatible con la
suya, siendo necesario que uno de los dos parezca, muriendo el culpable menos como
ciudadano que como enemigo. El proceso y el juicio son el testimonio de que rompió el
contrato social, cesando de ser miembro del Estado. Habiéndose antes reconocido como
tal, al menos para su permanencia, debe ser separado por el destierro como infractor del
pacto o por la muerte como enemigo público, ya que semejante enemigo no es ya una
persona moral, es un hombre, y es en este caso cuando el derecho de guerra de matar al
vencido tiene realidad.
En un Estado bien gobernado hay pocas penas, no porque se otorgan muchos perdones,
sino por existir pocos criminales. Solo el decaimiento del Estado asegura la impunidad a
multitud de crímenes. En la Republica romana, ni el Senado ni los cónsules intentaron
otorgar perdonas y ni siquiera el pueblo lo hizo, aunque en ocasiones revocase su propio
juicio.
Los frecuentes indultos son síntomas de que muy pronto los malhechores no tendrán
necesidad de ellos y cada cual sabe adonde conduce esto.
Mas oigo que mi corazón protesta y contiene mi pluma. Dejemos discutir estos problemas al
hombre justo que nunca ha pecado y que por lo tanto, no tiene necesidad de gracia.
CAPITULO VI
DE LA LEY
En virtud del pacto social hemos dado existencia y vida al cuerpo político. Se trata ahora de
dotarlo de movimiento y voluntad por medio de la legislación. El acto primitivo por el cual
este cuerpo se forma y une no determina nada de lo que debe hacer para conservarse.
Existe indudablemente una justicia universal, emanada de la razón; mas para ser admitida
entre nosotros ha de ser reciproca. Considerando humanamente las cosas, las leyes de la
justicia son vanas para los hombres si no van provistas de sanción natural; constituyen la
dicha del malo y la desgracia del justo cuando este las observa con todo el mundo, sin que
nadie la cumpla con el. Son necesarias, por lo tanto, convenciones y leyes que armonicen
los derechos con los deberes y reduzca la justicia a su finalidad. En el Estado natural, en el
cual todo es común, nada debo a quien nada he prometido, ni reconozco como
perteneciente a otro sino aquello que para mi es inútil. Otra cosa sucede en el estado civil,
en el que todos lo derechos son fijados por la ley.
¿Qué es en realidad una ley ? Mientras no se interprete esta palabra mas que en un sentido
metafísico continuaremos discutiendo sin entendernos y después de decir lo que es una ley
de la naturaleza no se habrá entendido mejor que lo que es una ley del Estado.
Ya dije que no hay voluntad general sobre un objeto particular. Efectivamente, este objeto se
halla en el Estado o fuera de el. Si se halla fuera, una voluntad extraña a el no es general, y
si esta en el Estado, forma parte de ella. Se forma entonces entre el todo y su parte una
relación que los hace dos seres distintos, siendo una parte el uno, y el todo menos esta
parte, el otro.
Pero el todo menos una parte no es el todo, y mientras subsista tal relación no existe todo,
sino dos partes desiguales, de donde se deduce que la voluntad de una de ellas no es ya
general con respecto a la otra.
Cuando la totalidad del pueblo legisla para si solo se considera a si mismo, y si entonces se
establece una relación es la del objeto entero considerado desde los puntos de vista
distintos, sin ninguna división de todo. En este caso, el procedimiento legislativo es tan
general como la voluntad legisladora. A este acto se le denomina ley.
Cuando afirmo que el objeto de las leyes es siempre general me refiero a que estas
consideran a los sujetos en su ser material y a las acciones en abstracto y en ningún caso a
un hombre como individuo y una acción como particular. De esta manera la ley puede muy
bien sustituir la existencia de privilegios pero no atribuírselos a nadie establecer diversas
clases de ciudadanos y fijar incluso las cualidades que dan derecho a pertenecer a ellas,
sin que pueda nombrar a tales y cuales para ser admitidos, establecer un Gobierno real y
una sucesión hereditaria, pero no elegir un rey ni nombrar la familia real; en una palabra,
toda función relativa a un objeto individual no corresponde al Poder legislativo.
Se ve por esto que no hay necesidad de preguntar a quien corresponde hacer las leyes, ya
que son actos de voluntad general; ni si el príncipe es superior a las leyes, siendo, como
es, miembro del Estado, ni si la ley puede ser injusta, pues nadie puede serlo consigo
mismo, ni como siendo libre se esta sometido a las leyes ya que estas no son sino
expresión de nuestra voluntad.
Vemos también que la ley armoniza la universalidad de la voluntad y la del objeto, y, por lo
tanto, lo que un hombre, sea el que fuere ordena por su cuenta no es una ley, ni siquiera lo
que dispone un Soberano sobre un asunto particular. Es un decreto solamente, no un acto
de soberanía, sino de magistratura.
Llamo, pues, Republica a todo estado elegido por leyes sea cual fuere su forma de
administración, pues solo entonces gobierna el interés publico y la cosa publica tiene alguna
significación. Todo Gobierno legitimo es republicano. Reservo para después la explicación
de lo que es Gobierno.
Las leyes no son en realidad sino las condiciones de asociación civil. El pueblo sometido a
las leyes debe ser el autor, sólo a los que se asocian compete reglamentar las condiciones
de la sociedad. ¿Cómo han de reglamentarlas?. ¿Por mutuo acuerdo o por inspiración
súbita? . ¿Posee el cuerpo político algún órgano que formule estas voluntades?. ¿Quién le
dará la previsión necesaria para informar los actos y publicarlos previamente, o cómo lo
hará en el momento oportuno?. ¿Cómo una multitud ignorante, que frecuentemente ignora
lo que quiere y hace excepcionalmente lo que favorece, podrá ejecutar por si misma
empresa tan grande y difícil como un sistema de legislación?. Espontáneamente, el pueblo
quiere siempre el bien; pero no siempre sabe apreciarlo. La voluntad general siempre es
recta, pero el juicio que la inspira no es siempre claro. Es preciso mostrarle los objetos tales
como son, y algunas veces tales como deben parecerle; enseñarle el buen camino que
busca, prevenirla contra la seducción de la voluntades particulares, acercarle a la vista los
lugares y tiempos, hacer el balance de las ventajas presentes y sensibles y el peligro de los
males lejanos y ocultos. Los particulares venle bien que rechazan; el pueblo aspira al bien
que no conoce. Unos y otros tienen igualmente necesidad de guías. Es necesario obligar a
unos a conciliar su voluntad con su razón, y al otro a conocer lo que apetece.
Así, dela claridad pública resulta la unión del entendimiento y la voluntad en el cuerpo
social, el exacto concurso de las diferentes partes y, finalmente, la mayor fuerza del todo.
CAPITULO VII
DEL LEGISLADOR
Para descubrir las leyes de sociedad más convenientes para las naciones sería necesaria
una inteligencia suprema que, contemplando todas las pasiones, no compartiese ninguna;
que, conociendo a fondo nuestra naturaleza, careciese de relación con ella; cuya felicidad
fuese independiente de la nuestra, pero que tuviesen la generosidad de interesarse por ella;
en fin, que en el transcurso del tiempo laborando por un a gloria lejana, pudiera trabajar en
su siglo para gozar en otro. Serian necesarios dioses para dar leyes a los hombres.
El mismo razonamiento hecho por Calígula respecto al acto, Platón lo hacia cuanto al
derecho para definir al hombre civil o real que buscaba su república. Si, efectivamente, un
gran príncipe es un hombre excepcional, ¿Qué no será un gran legislador?. Al primero le
basta conseguir el modelo que el otro debe preparar. Este es el inventor de la máquina, y
aquel solo el obrero que la monta y pone en marcha.
En los orígenes de la sociedad – dice Montesquieu- Son los jefes de las Repúblicas
quienes hacen las Instituciones, y solo después son estas las que forman los jefes de la
republica.
El legislador es, desde todo los puntos de vista, un hombre excepcional en el Estado, tanto
por su genio como por su cargo. No es ni magistratura ni Soberanía, establecido por la
republica, no entra para nada en la constitución. Es una función particular y superior, que
nada tiene de común con el imperio humano, por que el que dirige a los hombres no puede
confeccionar las leyes; el que las confecciona no puede tampoco dirigir a aquellos, pues en
otro caso sus leyes, ministros de sus pasiones, no harían frecuentemente más que
perpetuar sus injusticias, y nunca podría evitar que móviles de índole particular alterasen la
santidad de su quehacer.
Cuando Licurgo dio leyes a su patria comenzó por abdicar la realeza. Fue costumbre en la
mayoría de las ciudades griegas confiar a extranjeros en el establecimiento de sus leyes. La
republicas modernas de Italia imitaron frecuentemente estas costumbres, como también la
de Ginebra, con excelente resultado.
Roma, en el apogeo de su vio como renacían en su seno todos los crímenes de la tiranía,
hallándose amenazada de parecer por haber reunido en las mismas cabezas la autoridad
legislativa y el poder soberano.
No obstante, ni los mismos decenviros se arrogaron nunca el derecho de imponer una ley
por su exclusiva autoridad. “Nada de lo que proponemos decían al pueblo- pueden
convertirse en ley sin vuestros consentimiento. Romanos : se vosotros mismos los autores
de las leyes que deben hacer vuestra felicidad”.
Quien redacta las leyes no tiene ni puede tener ningún derecho legislativo, incluso el pueblo
no puede caprichosamente despojarse de este derecho intransferible, porque, con arreglo al
pacto fundamental, solo la voluntad general obliga a los particulares, y nunca fue
asegurarse de una voluntad particular esta de acuerdo con la voluntad general más que
después de haberla sometido al sufragio libre del pueblo. Ya expuse antes esto pero esto no
es inútil insistir.
De esta manera se encuentran reunidas en la obra de la legislación dos cosas que parecen
incompatibles: una empresa superior a la fuerza humana, y, para su ejecución, una
autoridad que no es nada.
Hay otra dificultad, que merece ser tenida en cuenta. Los sabios que quieren hablar su
lenguaje al vulgo, y no, el de este, no gran ser entendidos.
Ahora bien: hay infinidad de ideas que es imposible traducir al lenguaje del pueblo.
Las opiniones muy generales y los objetos demasiado lejanos se hayan también fuera de
sus alcance. No agradando a cada individuo más plan de gobierno que aquel que afecta a
su interés particular, comprende difícilmente las ventajas que pueden reportarle las
privaciones continuas que le imponen las leyes para que a un pueblo naciente puedan
juzgarle las sanas máximas de la políticas y seguir las reglas fundamentales de la razón de
Estado haría falta que el efecto pudiera cambiarse en causa, que el espíritu social, el
producto de la institución, presidiese a la institución misma, y que los hombres, antes de
promulgarse las leyes, fuesen aquello que deben ser precisamente como consecuencia de
ellas.
Es esta necesidad la que obligo en todo momento a los padres de las naciones a recurrir a
la intervención del cielo y a honrar a los dioses, dotándolos de su propia sabiduría, para que
los pueblos sometidos a las leyes del Estado y la naturaleza, y el reconociendo el mismo
poder en la formación del hombre que en la de la ciudad, obedeciesen libremente
soportando con docilidad el yugo de la felicidad pública.
Esta razón sublime, que traspasa el limite de la inteligencia del hombre vulgar, es la que el
legislador pone para sus decisiones en boca de los inmortales, para atraer por la autoridad
divina a quienes no pueden persuadir la razón humana.
No es patrimonio de todos los hombres hacer hablar a los dioses ni ser creídos cuando se
presentan como sus interpretes. La gran inteligencia del legislador es el verdadero milagro
por medio del cual debe probar su misión.
Cualquiera puede esculpir en jaulas de piedra comprar un oráculo, simular tratos secretos
con alguna divinidad, amaestrar a un pájaro para que le hable al oído o encontrar otros
medios groseros de imponerse al pueblo. Quien no sepa más que esto podrá quizá agrupar
casualmente a una muchedumbre de insensatos, pero nunca fundará un imperio, y su obra
extravagante parecerá con él.
Con prestigios vanos solo se forman vínculos provisionales. Solo la sabiduría los hace
durables. La ley judaica subsiste siempre; la del hijo de Ismael que rigen medio mundo
desde hace diez siglos, ilumina a un hoy a los grandes hombres que la dictaron, y aun que
la orgullosa filosofía o el ciego espíritu departido no ve en ellos más que impostores
afortunados, el verdadero político admira en sus instituciones el genio potente y soberano
que preside toda obra durable.
CAPITULO VIII
DEL PUEBLO
Así como el arquitecto antes de construir un edificio, comienza por examinar y asentar el
suelo a fin de ver si puede sostenerlo, el sabio institutor no comienza por relatar leyes
sabias por si mismas, sino que antes analizarlas si el pueblo al cual la destina es capaz de
soportarlas.
Por esta razón, Platón se negó a dar leyes a los Arcadianos y Cireos, que, por ser ricos,
sabía que no podrían subir la igualdad, y por la misma causa había en Creta, al lado de
buenas leyes, hombres perversos pues Minos no había conseguido disciplinar a un pueblo
minado por los vicios.
Millares de naciones han existido que jamás pudieron soportar buenas leyes, y las que
pudieron no las soportaron en toda su integridad mas que durante un tiempo bastante
limitado. Los pueblos, como los hombres, no son dóciles más que en su juventud; al llegar a
la vejez devienen incorregible. Una vez establecidas las costumbres y arraigados los
prejuicios, es empresa peligrosa y vana querer reformarlos. El pueblo no soporta si quiera
que se atente a sus males con el propósito desarraigarlos, a semejanza de los enfermos,
estúpidos y cobardes que tiemblan ante el aspecto del médico.
Esto sucedió a Esparta durante la época de la Curgo, a Roma después de los Tarquinos, y
durante la época actual, a Holanda y Suiza después de la expulsión, de los tiranos.
Tales acontecimientos son raros y constituyen excepciones, cuya razón se radica siempre
en la Constitución particular del Estado afectado. No pueden existir dos veces en la vida de
un mismo pueblo, ya que estando en el Estado de barbarie puede recobrar su libertad, pero
no cuando el resorte civil esta desgastado.
Pueden en este caso destruirlo los tumultos sin que las revoluciones logren restablecerlo, y
rotas y deshechas las cadenas que lo esclavizan, ya no existe; se precisa desde ese
momento un dueño no un libertador.
Pueblos libres acordados de este principio: “Puede conquistarse la libertad: Pero, pérdida
una vez no se la recobra nunca”.
En la vida de las naciones, en la de los hombres, hay que esperar la edad madura para
someterlas a las leyes; para esta madures no es fácil de conocer en todas las ocasiones. Y
se anticipa la obra es incompleta. Un pueblo determinado es disciplinable al nacer; otro no
lo es hasta que transcurre diez siglos. Los Rusos no estuvieron nunca bien gobernados por
ser demasiado pronto.
Pedro poseía el genio imitativo, pero no el verdadero genio, aquel que crea y de la nada lo
hace todo. Si alguna de sus obras es buena, la mayoría eran inoportunas. Viendo el Estado
de barbarie de su pueblo, no vio que no estaba maduro para ser gobernado; quiso civilizar
cuando era necesario aguerrir; quiso hacer de ellos desde el principio alemanes e ingleses,
cuando se precisaba comenzar por hacerlos rusos. Por ello impidió a sus súbditos que su
Estado no correspondía a su naturaleza.
CAPITULO IX
En todo cuerpo político existe un máximo de fuerza que puede sobrepasarse, y del cual
frecuentemente se aleja a la fuerza de extenderse. Cuanto más se extiende el lazo social,
más se relajan. En general, un pequeño Estado es relativamente más fuerte que uno grande
.
Mil razones demuestran este principio. Primera la administración deviene más penosa en la
grandes distancias; de la misma manera que un peso deviene más pesado en el extremo de
una palanca mayor. Resulta igualmente más onerosa según se multiplican los grados, pues
cada ciudad tiene la suya propia, que el pueblo paga, además de la del distrito, pagada
también por este. Vienen a continuación la provincia, grandes gobiernos, satrapias,
virreynatos, más caros a medida que nos elevamos, y todo expensas del pueblo infeliz.
Tantas y tan excesivas cargas abruman continuamente a los súbditos, que, lejos de ser
mejor gobernados por tan diferentes ordenes, lo son peor que si lo existiera una. Sin
embargo, a penas quedan recursos para los casos extraordinarios, y cuando hay que
recurrir a ellos, el Estado esta casi siempre al borde de la ruina.
No es esto todo no solo el gobierno tiene menos energía y celeridad para hacer cumplir las
leyes, impedirlas las vejaciones, corregir abusos, abortar los intentos sediciosos que puedan
seguir en lugares lejanos, sino que el pueblo siente menos afecto por sus jefes, a quienes
no ve nunca; por la patria, que aparece ante sus ojos como el mundo, y por sus
conciudadanos, la mayoría de los cuales le son extraños.
No pueden las mismas leyes convenir a tantas provincias diversas, con costumbres distintas
y que viven en climas opuestos, y que no pueden soportar las mismas formas de gobierno.
Leyes diferentes no engendrarían más que tumultos y confusión entre pueblos, viviendo
sometidos a los mismos jefes y en comunicación constante, pactando o se casan unos con
otros, y no saben nunca si su patrimonio les es propio. Lo talentos se eclipsan, las virtudes
son ignoradas, los vicios quedan impunes en esta muchedumbre de hombres desconocidos
unos de otros, a quienes la dirección de la administración superior reúne en un mismo lugar.
Los jefes, abrumados por los problemas, no ven nada directamente, y en su lugar los
subalternos gobiernan el Estado.
Finalmente las medidas que se necesitan tomar para mantener la autoridad general, a la
cual tantas dependencias alejadas quieren sustraerse o imponerse, o absorben toda la
atención pública. Nada queda para el bien del pueblo: lo necesario apenas a sus
necesidades y defensas. Es así que un cuerpo demasiado grande por su Constitución se
abate y sucumbe, aplastado por su propio peso. De otra parte el Estado debe dotarse de un
acierta base para tener solidez y resistir a los embates inevitables y a los esfuerzos
obligados para sostenerse, pues todos los pueblos tienen una especie de fuerza centro y
fuga en virtud de la cual obran continuamente unos sobre otros y tienden a extenderse a
costas de sus vecinos, como los torbellinos de Descartes.
A causa de esto los débiles están expuestos a ser absorbidos rápidamente, nadie puede
conservarse sino a condición de establecer con los demás una especie de equilibrio que
haga para todos la comprensión aproximadamente igual.
Se ve por esto que hay razones tanto para extenderse como para reducir y que por lo tanto
no es despreciable en el talento del político encontrar la proporción más ventajosa para la
conservación del Estado.
Puede decirse con carácter general que las primeras son solo exteriores y relativas y han de
hallarse subordinadas a alas otras, que tienen un carácter interno y absoluto. Lo primero
que hay que buscar es una Constitución sana y fuerte, y debe contarse más con la energía
que nace de un buen gobierno que con los recursos subministrados por un gran territorio.
De otra parte, se han visto Estados constituidos de tal forma que la necesidad de conquistar
formaba parte de su propia constitución y cuyo sostenimiento les obligaba a crecer sin cesar
.
Puede que alegrarán de tan grata necesidad, que al mismo tiempo les iniciaban el fin de su
grandeza y el inevitable momento de su caída.
CAPITULO X
CONTINUACIÓN
Un cuerpo político solo puede medirse de dos maneras: Por la extensión de su territorio o
por el número de ciudadanos entre ambas medidas hay una relación adecuada par dar al
Estado su verdadera grandeza. El Estado lo hacen los hombres, y estos son nutridos por el
terreno. Relación que descansa sobre la condición de que la tierra basta para el
sostenimiento de sus habitantes y que haya tantos habitantes como la tierra puede nutrir. En
esta proporción se encuentra el máximo de fuerza de un número determinado de
ciudadanos, pues si hay excesivo terreno la guardia es onerosa, el cultivo insuficiente, el
producto superfluo. Aquí radica la causa inmediata de las guerras defensivas.
Todo pueblo que por su posición no tiene otra alternativa que el comercio y la guerra es
débil por si mismo, depende de los acontecimientos, y su existencia es insegura y breve.
Subyuga y cambia de situación, o es oprimido, y entonces no es nada.
Hay que tener en cuenta la mayor o menor fecundidad de las mujeres, lo que el país puede
tener de favorable a la población, que la cantidad que el legislador puede esperar conseguir
para sus establecimientos, de tal manera que no funde su juicio sobre lo que ve, sino sobre
lo que prevé.
No significa esto que no se haya establecido muchos gobiernos durantes estos periodos
azarosos; pero en tales como son estos mismos gobiernos los que destruyen el estado. Los
usurpadores provocan o eligen estos momentos de perturbación para imponer al amparo
del pánico publico, leyes destructivas, que el pueblo no adoptaría mas fríamente. La
elección del momento de establecer la constitución es uno de los caracteres mas seguros
que distinguen la obra del legislador de la del tirano. ¿Qué pueblo es acto para la
legislación? Aquel que, encontrándose ya ligado por algún vinculo de origen de interés o de
convención, o ha soportado aun el verdadero yugo de las leyes; que carece de costumbres
y supersticiones arraigas; que no teme ser turbado por una invasión súbita; que, sin
mezclarse en la querellas de sus vecinos, puede resistirse por si solo a cada uno de ello y,
ayudándose de uno, puede rechazar a los demás; donde cada miembro puede ser conocido
por todos y en el cual no hay necesidad de oprimir a uno con un peso superior al que puede
soportar; aquel que puede prescindir de los demás pueblo, y estos de el ; que no es ni rico
ni pobre, y , en fin, que reúne la consistencia de un pueblo antiguo con la docilidad de uno
nuevo. Lo que hace penosa la obra del legislador es menos lo que hay que crear que lo que
se precisa destruir, y lo que hace tan raro el éxito de la imposibilidad de encontrar la
simplicidad de la naturaleza unida a las necesidades de la sociedad.
Cierto que todas estas condiciones difícilmente se hallan reunida, lo que determina que
haya pocos estados bien constituidos.
CAPITULO XI
Analizando en que consiste la felicidad común, fin de todo sistema de legislación, se vera
que se halla reducida a dos objetivos principales libertad e igualdad.
La libertad, por que toda independencia se halla arrebatada al cuerpo del estado: la igualad
por que si ella no puede sustituir la libertad.
En cuanto a la riqueza de los ciudadanos sea lo suficiente opulento para poder comprar a
otro, y nadie demasiado pobre para estar obligado a venderse, lo que supone respecto a los
grandes, una moderación de bienes y crédito y de los pequeño moderación de avaricia y
apetencia.
Si habitáis riveras extensas y bien situadas, proceded a llenar el mar de barcos; explotad el
comercio y la navegación y tendréis una existencia brillante y breve. Si el mar no baña en
vuestras costas más que los peñascos semi-accesibles, pereced bárbaros e ictiófagos, y
viviréis mas tranquilos y acaso felices.
En una palabra: además de los principios comunes a los demás, cada pueblo contiene en si
alguna causa que se le imponga de una manera particular y da a su legislación un
carácter propio. Así es como antiguamente los hebreos y recientemente los Árabes tuvieron
por objeto principal la religión ;los atenienses, las letras ; Cartago y Tiro , el comercio ;
Rodas, la marina : El espíritu de las leyes ha demostrado con multitud de ejemplos por
qué medios el legislador orienta la constitución hacia cada uno de sus objetivos.
CAPITULO XII
Para ordenar del todo o dar la forma más perfecta posible a la cosa pública hay que
considerar varias relaciones. Primera, la acción del cuerpo sobre sí mismo, es decir, la
relación del todo con el todo, del Soberano con el Estado, la cual se compone de términos
intermedios, como veremos después.
Las leyes que regulan esta relación se denomina leyes políticas o leyes fundamentales , no
sin razón cuando son sabias. Si en un Estado no existe mas que una buena manera para
ordenarlo ,es preciso atenerse a ella ; pero si el orden establecido es malo ,¿por qué tomar
como fundamentales leyes que le impiden ser bueno? . Desde luego , en todo estado se
causa, un pueblo es siempre dueño de cambiar sus leyes , incluso las mejores, pues si a
él le place perjudicarse a sí mismo nadie tiene derecho a impedírselo.
La segunda relación es la que existe entre los diversos miembros o entre estos con el
cuerpo entero, la cual debe ser el primer caso lo mas pequeño y el segundo lo mas grande
posible, de suerte que cada ciudadano se halle en absoluta independencia respecto a los
demás y en el dependencia completa con relación a la ciudad. Ello se consigue siempre por
los mismos medios, puesto que solo la fuerza del estado garantiza la libertad de sus
miembros. De esta segunda relación nace las leyes civiles.
A estas tres clase de leyes se une un a cuarta, mas importante que las demás garbada no
en mármol, ni bronca, sino en el corazón de los ciudadanos, y que en realidad la verdadera
constitución del estado, tomando cada día nuevas fuerzas y que cuando las otras leyes
envejecen o se extinguen, las reanuda o suple, conserva el espíritu constitucional de un
pueblo, sustituyendo insensiblemente la fuerza de la autoridad con la de la costumbre. Me
refiero a las tradiciones y costumbres de la opinión, aspecto ignorado de nuestros políticos,
pero del cual depende le éxito de los demás, del que se ocupa en secreto el gran legislador
cuando parece a limitarse a reglamentos particulares, que solo son la armazón, cuyas
costumbres, de nacimiento mas lento, forma la bóveda.
Entre estas diferentes clases solo las leyes políticas que constituyen la forma de gobierno
se refieren a mis propósitos.