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CARLOS III SEGUNDO CENTENARIO.

HISTORIA 16, AÑO XII


LA ESPAÑA DE CARLOS III
Carlos III, el hombre y el Rey / Antonio Domínguez Ortiz
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Los primeros borbones españoles no tuvieron el mismo entusiasmo por el ejercicio del
oficio real, más bien lo consideraron como un deber fastidioso, y por eso buscaron
ministros hábiles en quienes delegarlo. Carlos III tenía un concepto muy alto de su
autoridad real: tuvo la suerte de que su esposa, María Amalia de Sajonia, fuera una
mujer prudente y poco entrometida.

Carlos III heredó de sus progenitores muy poca sangre española por la vía paterna, la
de su abuela María Teresa, hija de Felipe IV, por la línea materna, nada. Nació en Madrid
el 20 de enero de 1716. Su infancia transcurrió en los Sitios Reales, en especial la Granja
de San Ildefonso, que en su palacio y jardines mitigaba la añoranza de su Versalles natal.

No dejaba de ser pintoresca y cosmopolita la Corte en la que se educó el futuro Carlos


III; su padre estaba rodeado de servidores franceses; su madre de italianos. El castellano
lo aprendió el príncipe de sus servidores y amigos.

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Pocos Reyes han disfrutado de un reinado tan extenso (25 años reinó en Italia y 29 en
España). Carlos se dejó seducir por el ambiente napolitano. En Nápoles se verificó muy
lentamente el cambio del adolescente inmaduro al monarca consciente de sus
responsabilidades.

La liberación de Carlos se efectuó por dos grados:

1.- Su matrimonio con una princesa de Sajonia, diversificando el personal de su Corte, se


ponía en contacto con Europa Central, recibía otras influencias, otros estímulos y
conforme aumentaba su prole sentía que debía gobernar pensando en ella.

2.- La muerte de su padre (1746), señaló su liberación política hacia su madre sentiría
siempre un cariño filial.

Se interesaba mucho por los problemas que presentaba el gobierno interior de las dos
Sicilias, que tenían bastante semejanza con los de España, poderío de la nobleza,
excesivo número y riqueza del clero, abundancia de marginados, atraso económico,
etc.

Las cuestiones eclesiásticas revestían especial agudeza porque el reino era frontera de
los Estados Pontificios.

Como en España, había en Nápoles una minoría ilustrada y una mayoría adicta a las
ideas tradicionales y ello dificultada las reformas que quería efectuar un rey muy
cuidadoso de no chocar frontalmente con prejuicios seculares.

Perfil psicológico

Cuando recibió la noticia del fallecimiento de su hermano, don Carlos se hizo a la mar
con un numeroso séquito y desembarcó en Barcelona. Carlos III fue un hombre de
intenso sentido familiar, se portó como un marido ejemplar, quería que todos
compartieran su rígido sentido del deber.
Este sentido del deber se aliaba a una religiosidad muy profunda y sincera, aunque
escasamente ilustrada.

Hábitos Rutinarios

El Monarca que había de protagonizar tantos cambios en la administración de sus reinos


era de un conservadurismo rayano en la rutina.

Esta tendencia suya explica muchos de sus actos de gobierno, en especial su resistencia
a cambiar de servidores, de amigos, de ministros, a los cuales quería imponer al sucesor.

No le gustaba la música, poco el juego, y la demasiada lectura podía hacerle caer en


la neurastenia que había sido víctima su padre y hermanastro. En las residencias reales
se edificaron teatros, se coleccionaban libros, se llamaban a artistas y músicos
reputados, todo esto hacía porque lo exigía la tradición y el prestigio de la institución
monárquica, no para el uso de su regio morador.

En lo que Carlos III descolló fue en su afición a las artes aplicadas, la arquitectura y el
urbanismo: agrandó y embelleció los reales palacios, importó a España la renombrada
fábrica de Capodimonte y se tomó gran interés por las reformas urbanas de Madrid:
edificios, saneamiento, alumbrado.

Aunque en ocasiones su devoción por las normas le hiciera parecer rígido, Carlos III era
un hombre de carácter amable y bondadoso.

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Existe casi unanimidad en considerar desacertada la política bélica de Carlos III. Los
errores fueron dos:

1.- Momento de la intervención en 1762, nada podía evitar ya la derrota de Francia.

2.- Supervalorar la potencia de la Armada Española, como demostró la experiencia


por deficiencias técnicas y humanas que la colocaban en inferioridad respecto a la
marina inglesa.

En cuanto a la política interior de Carlos III, podemos considerar tres grandes etapas:

1.- Llevada a cabo por personajes como el Marqués de Esquilache, poco conocedores
de la realidad hispana, planea reformas, algunas de las cuales resultaba molestas para
los privilegiados, también fue desacertado intentar una liberalización del mercado
agrario en un año de mala cosecha, y sin tener la infraestructura comercial
indispensable. El resultado fueron los Motines de 1766 consecuencia de los mismos fue
el alejamiento de Esquilache y el nombramiento de Aranda para la presidencia de
Castilla.

2.- Se produce una visible recesión; al Conde de Aranda se le dispone un destierro


honorable en la embajada de París. Esta situación ocurrió en 1733. Tres años después, la
Condena de Olavide le advirtió a todos que la Inquisición aún estaba en pie.
Campomanes. Campomanes asimiló la nueva situación, recogió velas y orientó su
incansable actividad hacia sectores más neutros, menos comprometidos.

3.- Brilla con luz propia el Conde de Floridablanca, cuyo reformismo era bastante
moderado y que acabó abrazando posturas totalmente conservadoras.

La postura de Carlos III guardaba correspondencia con el espíritu público de una nación
en la que los Ilustrados eran minoría y las reformas que propugnaban nada de
revolucionarias.
El ESTADO ABSOLUTO Y SUS INSTITUCIONES / Pedro Molas Ribalta

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El Soberano decidía formalmente a partir de las opciones que le eran presentadas en


forma de sugerencia, consejo o consulta por los titulares de las grandes instituciones del
Estado, pero era potestativo que lo hiciera por una u otra vía de las que tenía a su
disposición.

Los Ministros del Rey

El rey gobernaba sus dominios por medio de sus ministros. La palabra ministro se restringió
a un tipo muy concreto y minoritario del servidor real, las cinco o seis personas que
ocupaban los cargos de secretario del despacho creados en el reinado de Felipe V.
Esta figura no eliminó completamente el sistema interior de gobierno por medio de
Consejos que había sido característico de la monarquía de los Austrias. Según este
criterio, el monarca era asesorado por una serie de Consejos de naturaleza temática
y/o territorial que le presentaban sus opiniones colectivas por medio de los documentos
llamados consultas de ordinario, los Consejos eran también tribunales, por delegación
del monarca reunían como este funciones de gobierno, legislación o justicia. Bajo Carlos
III, en muchos aspectos, el régimen de consejos continuó una línea de decadencia,
mientras se registraba el auge de los Secretarios.

Carlos III no dio ninguna función al Consejo de Estado. Los títulos de Consejero de Estado
se concedían con funciones preferentemente honoríficas. Algunos Consejos
importantes se encontraban bajo la tutela de los Secretarios de Despacho
correspondientes, los cuales ejercían como presidentes de los mismos.

Los Consejos (Pág. 33)

Los integrantes de los Consejos tenían que ser graduados en leyes que habían seguido
una carrera de magistrados. Una preparación en leyes era fundamental para formar
parte del Consejo de la Inquisición. También era letrados los miembros del Consejo de
Órdenes Militares. Muchos de ellos recibían el hábito correspondiente cuando eran
designados para el Consejo. El carácter letrado de los componentes de los Consejos era
total en el que más importante de la Monarquía, el antiguo Consejo de Castilla durante
el reinado de Carlos III el Consejo tuvo una actividad legislativa notable. Los personajes
que son considerados como los principales ministros de Carlo III fueron en algún
momento de su carrera política miembros del Consejo de Castila, ocuparon los puestos
de presidente o gobernador y de fiscales. El Conde de Aranda fue presidente del
organismo de 1766 a 1773, el Conde de Floridablanca, fue fiscal en las mismas fechas.
Pedro Rodríguez de Campomanes ocupó la plaza de fiscal desde 1762 a 1783, y desde
este cargo orientó la política de la institución, culminó su carrera con el título de
gobernador del Consejo, que ejerció desde 1783 hasta 1791, algunas de las más
importantes reformas del reinado fueron impulsadas por este trío en el periodo que siguió
a la crisis de los motines de 1766.

El Papel del Conde de Aranda

El nombramiento del Conde de Aranda como presidente del Consejo de Castilla rompía
la tradición predominante de que a la cabeza de la Institución se hallase un prelado.
Aranda propuso inmediatamente la ampliación del número de Consejeros mediante la
creación de nuevas plazas. Además, fue partidario, de que los magistrados naturales de
la Corona de Aragón estuvieran mejor representados o presentes en mayor número en
el más importante Consejo de la Monarquía.
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Los máximos impulsores de la política ilustrada opinaban que los magistrados debían ser
personas de ideas ilustradas y partidarios de mantener la autoridad de la Corona en
materias eclesiásticas.

El nuevo núcleo renovador del Consejo de Castilla tenía su correspondencia en el


cambio producido en 1765 en la Secretaría de Gracia y Justicia. Por las manos del
citado secretario y del pequeño comité llamado la Cámara de Castilla pasaba el
nombramiento de los magistrados de distinto nivel y de los titulares de todo tipo de
prebendas y dignidades eclesiásticas.

Las Juntas

La estructura de los Consejos estaba flanqueada por una maraña de Juntas integradas
de ordinario por miembros de distintos Consejos. Las había de carácter permanente
junto a las que eran convocadas por motivos concretos. Unas respondían a problemas
de naturaleza eclesiástica, como la Junta Apostólica.

A lo largo del reinado, funcionarios de distinto rango insistieron en que la política


económica, la promoción del desarrollo de la agricultura y sobre todo de la industria y
del comercio debían ser encomendadas a una institución con rango de Consejo o a
una Secretaría de Despacho.

Secretarías y Juntas de Estado Pág. 34

Frente a la polisinodia de los Consejos, los Secretarios del Despacho pasar a ser los
elementos dinámicos y modernizadores de la administración española del siglo XVIII. El
organigrama de las Secretarías había quedado perfilado en líneas generales en el
reinado de Felipe V. En este sentido, la principal novedad aportada por el reinado de
Carlos III consistió en la separación de las materias de Marina e Indias, es decir, se creó
una Secretaría específica de Indias (1776). Esta es suprimida en 1790, y los asuntos de
Indias pasaron a ser administradas temáticamente por las mismas secretarías que se
ocupaban de los dominios europeos.

La más importante de las Secretarías de Estado y del despacho universal era la llamada
primera Secretaría de Estado. El núcleo de sus atribuciones radicaba en la política
exterior, pero también ocupaba muchos asuntos de la administración interior del reino,
al no existir una Secretaría específica de este ámbito.

La primera Secretaría de Estado tuvo tres titulares:

1. Ricardo Wall (1759 - 1763)


2. Jerónimo Grimaldi (1763 – 1776)
3. Conde de Floridablanca (1776 - 1792)

Floridablanca dirigía también el servicio de Correos y la política de comunicaciones,


acercándose a la figura de un verdadero primer ministro. Llegó a la cumbre de su poder
con la construcción (1787) de la Junta Suprema de Estado, la reunión regular y
permanente de los titulares de las Secretarías de Despacho bajo la presidencia del
primer secretario. De esta manera se institucionalizaban anteriores reuniones informales
de los Secretarios que se habían ido produciendo a lo largo del reinado y se coordinaba
la acción de estos, que hasta entonces despachaban separadamente con el monarca.

Las Secretaría de Despacho habían sido creadas como figuras administrativas. La Junta
de 1787 es considerada el origen del Consejo de Ministros en España. Representaba un
sistema de organización política distinta de los tradicionales Consejos de Estado y
Castilla. La Junta constituía la reunión de los jefes de las secciones administrativas que
debían ejecutar la política real, decidida precisamente por ellos mismos.

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La nueva institución fue combatida por los adversarios de Floridablanca y por el Conde
de Aranda, cuyo ideal de sistema político correspondía a una monarquía limitada por
el poder de la nobleza, porque deseaba reducir a los Secretarios de Despacho a sus
originarias funciones administrativas.

Cuando consiguió (1792) suceder a Floridablanca en la primera Secretaría de Estado,


que se potenciaba como Centro de Gobierno, una de sus primeras acciones consistió
en suprimir la Junta de Estado y restaurar el Consejo del mismo nombre, pero debido a
la fuerza alcanzada por los Secretarios de Despacho tuvo que permitir que estos altos
funcionarios fuesen considerados miembros natos del Consejo.

La Administración Territorial

La administración territorial organizada en una doble jerarquía:

1.- La más tradicional de los tribunales de justicia

2.- La más moderna representada por los intendentes.

La tradicional había sido potenciada por la reorganización administrada de los reinos


de la Corona de Aragón con los derechos de nueva planta. Las funciones de gobierno
en el territorio correspondían conjuntamente al capitán general y al tribunal de justicia
conocido como Audiencia. Ambos poderes confluían en una institución única llamada
el Real Acuerdo. Este modelo obedecía al existente en Hispanoamérica desde la época
de los Austrias, pero tampoco era desconocido en la Corona de Castilla.

En 1771, las tradicionales Salas de Hijosdalgo de ambas Chancillerías, fueron


transformadas en Salas del Crimen o de lo Penal

Los Intendentes Pág. 36

Desde 1718, y sobre todo desde las reformas del Marques de Ensenada en 1749, se había
extendido por toda la parte Europea de la monarquía la figura del Intendente. Una de
las reformas fundamentales de Carlos III fue la implantación de este funcionario en
América. El Intendente tenía atribuciones fiscales y militares, así como de fomento o
desarrollo económico. La figura del Intendente se relacionaba con la división provincial
del territorio. Algunos contemporáneos de Carlos III consideraban que el cúmulo de
funciones confiadas a los intendentes superaban las posibilidades de cualquier
individuo. Una de las principales disfunciones que afectaban a los intendentes era la
delimitación de sus atribuciones con los corregidores.

La Administración Local Pág. 37

Los gobiernos del siglo XVIII mostraron una gran preocupación por la administración
municipal. En España podemos constatar la política de Carlos III en un doble nivel: la
reforma de los funcionarios reales que controlaban la vida municipal y la de los propios
cuerpos municipales. El reinado se inició con la extensión del control estatal sobre las
haciendas municipales mediante la Contaduría general de propios y arbitrios,
dependiente del Consejo de Castilla (1760). Los funcionarios reales que presidían la vida
municipal eran los corregidores y sus tenientes, los alcaldes mayores. Esta jerarquía de
funcionarios ya había sido reformada por la famosa instrucción de intendentes de 1749
y lo fue de nuevo por disposiciones de Carlos III en 1783 y 1788. Uno de los deseos de tal
reforma consistía en dar continuidad a la carrera de corregidor y alcalde mayor. Bajo
Carlos III se reglamentó la Carrera de Varas e incluso se intentó crear una especie de
academia o centro de formación para la administración local.

En su conjunto, las instituciones políticas y administrativas del reinado de Carlos III


presentan un equilibrio inestable de tradición y novedad. Que las instituciones de la
monarquía absoluta fueron utilizadas para impulsar una política de reformas es cierto.
Estas reformas no debían atentar, ni contra la naturaleza del poder ni contra la
condición privilegiada de la nobleza.

POLÍTICA INTERNACIONAL / CARLOS GÓMEZ CENTURION Pág. 40

España puede considerarse desde Aquisgrán (1748), plenamente convertida al sistema


europeo del equilibrio de forma que prevalece una visión de Europa mucho más
ponderada y atenta a la posición que cada Estado ocupa dentro de un sistema que
puede considerarse prácticamente mundial.

La lucha marítima y colonial, polarizará en lo sucesivo la atención de las principales


potencias europeas en su pugna por alcanzar un puesto destacado en el control de
mercancías y mercados, ejerciendo esta actividad ultramarina, una influencia cada vez
mayor sobre el desarrollo de los procesos políticos continentales.

Es dentro de este marco internacional se desenvuelve la política exterior española del


tercer Borbón. La fragmentación del poder y el dinamismo inherente a cualquier política
de báscula harán más difícil pero también más necesario, el diseño de una acción
exterior amplia y flexible, capaz de decidir con acierto en cada momento en que lado
de la balanza situarse o como obtener un mayor provecho de las sucesivas crisis que
sacudan los Estados europeos. Balancear sirve de contrapeso entre potencias o
bloques, será la función principal que haya de cumplir España en el panorama
internacional de la época, evitando que los viejos prejuicios religiosos sean capaces de
obstaculizar alianzas y tratados en otro tiempo casi inconcebibles.

Se luchará, tanto por la vía diplomática como por la militar por la conservación y
defensa de todos los territorios que componen la monarquía y sus riquezas, sin reparar
en gastos ni esfuerzos, una lucha que habrá de desarrollarse en dos diferentes:

1.- El atlántico americano: donde es preciso defenderse del poderío marítimo –


comercial inglés apoyándose en Francia o colaborando activamente en el proceso
independentista norteamericano.

2.- El Mediterráneo, el cual el interés por mantener el equilibrio italiano y la reivindicación


de Gibraltar y Menorca imponen unas líneas de actuación que no pueden ignorar.

Para sostener tales objetivos será imprescindible no solo buscar recursos económicos,
sino desplegar una política inteligente y ágil que permita dotar una infraestructura
amplia y moderna a una marina, a un ejército y a un cuerpo diplomático.

El Fin de la Neutralidad

El hecho más relevante de la política exterior al iniciarse el reinado lo constituye la


ruptura de la neutralidad, mantenida a toda costa por Fernando VI, y la entrada final
de España en la Guerra de los 7 años. La apuesta española por la guerra aparece ante
nuestros ojos como consecuencia del derrotero tomado por los acontecimientos
militares al otro lado del Atlántico y como fruto de la necesidad de adoptar una decisión
urgente, altamente arriesgada.
ECONOMIA Y SOCIEDAD / GONZALO ANES Pág. 52

Durante el reinado de Carlos III continuó vigente el ideario mercantilista, atenuado por
las medidas liberalizadoras acordes con los nuevos planteamientos fisiocráticos.

La supresión de la tasa de los gramos dio lugar a un debate teórico entre los fiscales del
Consejo de Castilla, con el resultado de que fuera establecido el libre comercio de los
granos, con derogación de su tasa (11 de julio de 1705). Se quería que, tanto en los años
estériles con en los abundantes, fuese igual y recíproca la condición de los vendedores
y compradores.

Los cambios en las técnicas agrarias durante el reinado de Carlos III no podían haber
originado el aumento de la productividad del trabajo humano ni el de la producción
rural. La dependencia de los factores climáticos. La observación y los experimentos y las
exposiciones de las ventajas del cultivo de nuevas plantas fueron propulsores del
cambio. El deseo de mejorar implicaba colocarse en el camino de conseguirlo. Es
necesario reconocer el mérito de los experimentos agronómicos impulsados por los
Amigos del País, en las memoras que publicaron y en las que contribuyeron a difundir.

Las Nuevas Poblaciones

El experimento que supusieron las nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía,


del que fue promotor Olavide con su código de población, muestra el papel que
desempeñó el gobierno ilustrado, en tiempos de Carlos III, en lo concerniente a los
problemas agrarios. Se intentaba promover la reforma de las instituciones rurales del
Antiguo Régimen mediante el ejemplo que habrían de construir aquellas comunidades
de nueva planta. En ellas no habría estudios de gramática ni de latinidad para que los
pobladores tuvieran como destino la labranza, cría de ganados y aretes mecánicas, por
considerarlas el nervio de la fuerza de un Estado.

Todos los niños habrían de ir a las escuelas de primeras letras. Las tierras que recibieran
los pobladores habrían de permanecer siempre en un solo labrador útil, sin que pudiera
cargar censo sobre ellas ni empeñarlas. Tampoco sería posible dividirlas, ni enajenar en
manos muertas, ni fundar sobre ella capellanías, memorias o aniversarios, ni otra carga
de esta ni distinta naturaleza.

La venta de oficios habría de impedirse en las nuevas poblaciones. Los cargos concejiles
no podrían jamás transmutarse en perpetuos, por deber ser electivos constante y
permanentemente. Con la prohibición se quería evitar a los nuevos pueblos los datos
que experimentaban los antiguos con tales enajenaciones. Los nuevos pobladores
habían de estar libres del paso de arbitrios sobre los comestibles y tiendas para no
originar el estaco imperativo del comercio. Se quería que los pueblos estuviesen
habitados por colonos que fueran labradores y ganaderos a un tiempo, por considerar
que, de no ser así, no podría florecer la agricultura. De otro modo, disfrutarían pocos
ganaderos de los aprovechamientos comunes, como lastimosamente ocurría gran
parte de los lugares del reino.

Extravíos de la Razón

El interés del código fundacional de las Nuevas Poblaciones, el interés reside en que
reúne el conjunto de aspiraciones de los hombres de gobierno en lo referente a las
cuestiones agrarias en los años centrales del reinado de Carlos III. A dichas aspiraciones
respondieron también las medidas adoptadas respecto al reparto de tierras de propios
y baldíos a labradores en 1766, 1768 y 1770.
Las ideas ilustradas sobre amortización civil y eclesiásticas y sobre la conveniencia de
facultar a los titulares de propiedad de manos muertas y vinculadas para enajenarla,
fueron firmándose durante el reinado de Carlos III. En ello influyó Campomanes con su
erudito Tratado sobre la regalía de amortización, hasta culminar en el informe de
Jovellanos sobre la ley agraria.

En el expediente general que se formó al efecto, aparecen las representaciones y los


informes correspondientes y se proponen las medidas que el gobierno debería adoptar
en lo referente a la agricultura y a la ganadería. Jovellanos cuando escribe su famoso
Informe juzga los argumentos de formar negativa. Son extravíos de la razón y el celo.
Provienen de supuestos falsos que dieron lugar a falsas inducciones o de hechos ciertos,
pero juzgados siniestra y equivocadamente.

Cabe el mérito a los hombres de gobierno de Carlos III de haber suprimido a la suma de
aquellas situaciones de protección particular: la tasa de granos, a la vez que se permitió
su libre comercio en todo el reino mediante Real Pragmática de julio de 1765. Abolida
esta tase, no había razón para que subsistieran otras sobre los demás productos de la
tierra, impuestas por decisión de los poderes locales.

En 1780 Jovellanos establecía el principio de que eran la abundancia por la escasez de


los bienes los que producían el natural efecto de abaratar o encarecer el género.

El espíritu de examen y de reforma de que habla Jovellanos en su Elogio de Carlos III y


las influencias fisiocráticas y de Adam Smith, permitieron que en España comenzara a
haber economistas.

Las Sociedades de Amigos del País, creadas durante el reinado, impulsaron la


publicación de memorias y discursos en los que se aplica el razonamiento lógico de los
asuntos económicos por los que se interesan los socios.

Gremios y Trabajo

La organización gremial conservaba toda su fuerza a mediados del siglo XVIII. El


gobierno ilustrado de Carlos III quiso mejorar las ordenanzas y modificar algunos
preceptos para favorecer una libertada mayor. Así por Reales Cédulas de 1779 y 1784,
se declaró que todas las mujeres del reino estaban facultadas para trabajar en todas
las artes que quisieran ocuparse, revocando y anulando cualquier ordenanza o
disposición que lo prohibiera. Como se ponía la condición de que los trabajos que
pudieran hacer las mujeres habrían de ser compatibles con el decoro y fuerzas de su
sexo, Jovellanos era del parecer (1785) que había que darles la libre facultad de
ocuparse en cualquier trabajo que les acomodase.

No podían prosperar las artes sin libertad. Con ella, el ingenio habría de observar,
ensayar, inventar, imitar y producir nuevas formas, creando objetos que se buscaran y
remunerar con gusto por el consumidor. Las reglas técnicas de la legislación gremial, el
ojo envidioso de los demás maestros y la hambrienta vigilancia de los veedores y sus
satélites amedrentaban continuamente el ingenio, retrayéndose de estas útiles pero
peligrosas tentativas.

No debía defenderse la existencia de los gremios alegando la costumbre, la


prescripción, la autoridad. Estos principios se desvanecían a la vista de los daños que
causaban los derechos a la libertad.

Son imprescriptibles y el más firme, el más inviolable, el más sagrado que tiene el hombre,
que es el de trabajar para vivir. No podía sostenerse una legislación gremial que impedía
o cercenaba este derecho.
La dignificación de todos los oficios se hizo por declaración publicada en Real Cédula
del 8 de marzo de 1783; en adelante, no solo el oficio de curtidor, sino también las demás
artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo deberían ser
tenidos por honestos y honrados. El ejercerlos no envilecía a la familia ni a la persona no
la inhabilitada para obtener los empleos municipales.

El 2 de septiembre del mismo año se expresa, también por Real Cédula, que la
experiencia había manifestado que la inhabilitación establecida en algunas leyes y la
costumbre observada por estatutos y constituciones de hermandades y otros cuerpos
erigidos con autoridad pública, de que los hijos ilegítimos no pudieran profesar algunas
artes, era contraria a la prosperidad y bien del Estado. Por ello se declaró que para el
ejercicio de cualesquiera artes u oficios no habría de servir de impedimento la
ilegitimidad del nacimiento.

Fábricas y Manufacturas

De acuerdo con las medidas adoptadas en tiempos de Fernando VI de conceder


franquicias en el pago de alcabalas y cientos de fábricas del reino, durante el reinado
de Carlos III se quiso fomentar el desarrollo de la producción de manufacturas, con
análogas condiciones. Se amplió el número de beneficiarios, a la vez que se estudiaba
la concesión de libertad de derechos de importación para ciertas materias primas que
habían de manufacturarse en el reino.

El desarrollo de la producción textil en Cataluña y el de otras manufacturas en distintos


lugares del reino se vio beneficiada por la legislación favorable de la época de Carlos
III, con el consiguiente provecho para empresarios y para trabajadores.

América y la Reforma Ilustrada

Desde mediados del siglo XVIII, se adoptaron medidas del gobierno con las que se
pretendía incluir a las Indias en los nuevos planes del absolutismo ilustrado. Entre 1768 y
1775, los documentos e informes que sirvieron para orientar la acción del gobierno
muestra el nuevo papel que desempeñan las Indias como Provincias consideradas
poderosas y que componen con las de España un mismo Estado y Monarquía. Su
administración se organiza y dirige desde la Corte.

La necesidad de informes de cuanto allí ocurría y la de que las medidas adoptadas


fueran conocidas en Indias con la mayor celeridad posible llevó al establecimiento
(1764) del correo marítimo regular entre España y sus territorios ultramarinos. Se hizo todo
lo posible por formar un cuerpo unido en la Corte, mediante diputados de los reinos de
Indias.

Simultáneamente, se quiso igualar en derechos y en deberes a los americanos y a los


españoles. Para ello se fomentó que vinieran algunos a hacer estudios superiores a
España y que se le reservasen plazas en el ejército y en la Administración y cargos
eclesiásticos.

Con las reformas administrativas, las tributarias y las comerciales se lograron mejoras, a
pesar de las resistencias de los criollos y de la burocracia india, celosa en conservar los
derechos adquiridos y su poder.

Prudencia, Medida y Optimismo

A los hombres de gobierno y a los particulares ilustrados que vivieron durante el reinado
de Carlos III debemos una revisión general de las medias que sería conveniente adoptar
para conseguir el mayor bienestar para todos: lo que ellos llamaban felicidad. Las
medidas que proponían tuvieron el carácter de ejemplo, aunque no fueron conscientes
de lo que en su época denominaban los fisiócratas orden natural, si parecen saber
actuar acordes a él.

Jovellanos exponía como el primer objeto de las leyes sociales la de proteger el interés
individual. Una vez protegido, haría aumentar infaliblemente la riqueza particular. De
esta nacería sin violencia y se alimentaría la riqueza pública, y para la protección del
interés individual era necesario remover todos los obstáculos y errores contrarios a él: los
baldíos, las tierras concejiles, el desamparo y abertura de las heredades privadas, la
Mesta y a todas las situaciones que implicaban favorecer a unos contra los intereses de
otros: lo que él llamaba artículos de protección parcial.

A la vez era preciso acabar con los monopolios existentes en el comercio de frutos y
reforma el sistema impositivo. Para todo ello, recomendaba moderación: el logro del
perfeccionamiento humano es progresivo.

Las nuevas ideas y las medidas liberalizadoras fomentaron el conocimiento del cambio
institucional durante el reinado de Carlos III. Dieron lugar a iniciáticas y actuaciones que
trajeron como resultado un crecimiento económico que benefició a todos. Eran
precedente de un futuro de mejoras que hubieran conducido a la tan ansiada felicidad
de no haberlo truncado las dificultades políticas y las guerras y alteraciones de los reinos
de Carlos IV y Fernando VII.

POLÍTICA RELIGIOSA DE LA ILUSTRACIÓN/ Teófanes Egido

La transmisión tradicionalista de la España de Carlos III si no hubiera sido la


predominante, desde los años que el padre Fernando Zeballos y secuaces identificaron
Ilustración con todo lo peor hasta que comenzó a revisar de forma sistemática la imagen
que de aquellos tiempos se convirtió en oficial.

Las características críticas

La religiosidad de los ilustrados españoles, se personifica por el proyecto de cambio de


la mentalidad vieja, secular, por otra nueva en cierto sentido y reflejada en un conjunto
de actividades a veces contradictorias. La batalla continuada que se libra propondrá
regular la religión por razón, bien entendido que la razón, en tiempos de Carlos III, no era
excluyente, sino la mejor ayuda de la fe, dignificada en sus expresiones, liberada de
tanto fanatismo, superstición e ignorancia que lo habían desfigurado y ridiculizado.

Campomanes reasumiendo presupuestos fijados y a los novatores y reiterados hasta la


sociedad por los sucesores en la plenitud ilustrada. Se rechaza el recurso a lo maravilloso,
puesto que lo que se consideraba milagros llamativos podía explicarle por la acción de
fuerzas físicas o por operaciones interesada superchería.

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La crítica, premisa del discurso religioso de la Ilustración, se desencadena contra los


falsos cronicones que alimentan la superstición, contra las estructuras eclesiásticas que
la mantienen y la aprovechan.

Jovellanos en el Informe sobre la Ley Agraria distingue entre las adquisiciones del clero
secular; mas legítimas y provechosas en su origen, y las de regular, fabricadas a costa
de la sustancia y los recursos del pueblo laborioso

El matiz debe tenerse en cuenta para medir mejor las campañas contra el
desproporcionado número de célibes. Desde mucho antes se acusó el crecimiento
excesivo de frailes. Lo que en el siglo XVII se hizo por la escasez de rentas de algunos
conventos, se use en el siglo XVIII por razones demográficas, económicas e ideológicas.

El Validar Frailuno

La disminución de los contingentes humanos del clero no tuvo lugar, al menos en la


medida en que, los hizo desde el censo de Floridablanca. La frailería, fue mirada por los
Ilustrados como el valladar más impenetrable a las inquietudes y novedades de las
Luces. Su fanatismo partidista, sus luchas de escuela, tantos intereses como dependían
de la supervivencia del escolasticismo, los abusos desde el púlpito, el mantenimiento de
orígenes fabulosos de algunas órdenes etc. lo hacían incompatibles con las propuestas
de la Ilustración.

La oferta religiosa de los Ilustrados

Las actitudes religiosas de los Ilustrados no se quedaron reducidas a la crítica, moderada


o radical. Las reformas de las Facultades de Teología y de seminarios estaban
condicionadas en sus programas por imposiciones regalistas.

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El afán ilustrado por retomar la Biblia, como fuente de vida, fue otra constante
perceptible en todo movimiento de reforma y en la que la Ilustración Española
manifiesta también su consciente coincidencia con el humanismo, con la espiritualidad
y con la mística del siglo XVI. El evangelismo a quienes entonces se vieron privados del
recurso a la Biblia por el acoso inquisitorial, se renueva en condiciones más
esperanzadoras en el siglo XVIII que registrará una ruptura profunda cuando el ilustrado
inquisidor general Felipe Bertrán (1782), permitió la lección en la lengua vulgar de la
Sagrada Escritura, que dejaba de ser peligrosísima para la ortodoxia y se hizo accesible
a todos los lectores. Como consecuencia, la espiritualidad de las élites hubo de ser más
cristocéntrica y menos distraída por devociones sin cuento y ocultadas del principio
frontal.

El modelo eclesial que se propone contrasta con el anterior, clericalizado. El mutismo


pasivo e impuesto de los laicos, se vuelve a romper por reclamaciones de protagonismo
en el compromiso de reforma de la Iglesia, del propio clero. Tenían conciencia de su
responsabilidad por el hecho de ser bautizados y de participar del sacerdocio real de
Cristo.

Rigor Moral

La moral derivante de los principios teológicos se adecuó a valores más acordes con la
ideología burguesa que con la estamental. Fue una moral del rigor en primer lugar, por
el atractivo que ejerció siempre en determinados sectores sociales la opción rigurosa y
porque en aquellos días de Carlos III era imprescindible fustigar el laxismo, identificado
con las peligrosas doctrinas del probabilismo y con la Compañía. Esta moral quiso
ensalzar, y ensalzó los valores de las virtudes domésticas, del matrimonio, del trabajo y
del ahorro, de la rentabilidad y utilidad, en suma, de ahí la enemiga ilustrada a
instituciones de caridad tradicionales y fomentadas del ocio, su aversión a las fiestas y
su interés por socializar y rentabilizar la asistencia social.

Pág. 76

Los reformadores de la Ilustración no pudieron romper las resistencias de los antilustrados


ni supieron llegar a la mayoría de los españoles, más dados a seguir las inercias de la
religiosidad popular, más influenciados por los sermones, pliegos de cordel y otros
subgéneros accesibles a los analfabetos, que por el libro y la prensa periódica de las
élites. Por otra parte, los Ilustrados del reinado de Carlos III se ligaron demasiado al poder
político por convicción regalista o por estrategia coyuntural: cuando nada más morir el
Rey, este poder trocó el estímulo anterior por el miedo y la represión, la Ilustración se vio
sacudida por la conocida crisis finisecular caracterizada por el predominio absoluto del
reaccionarismo.

No puede hablarse del fracaso del proyecto religiosos ilustrado. Aunque fuese entre
minorías cualificadas, se iba imponiendo un nuevo estilo de religión que informaría las
actitudes del primer liberalismo. Poco antes de llegar a España Carlos III, el abate
Sándara (1759), escribía contra el mal envejecido de la servidumbre del pensamiento
en una religión en la lex christiest lex libertis, porque la facilidad de prohibiciones es un
medio de tener la nación a oscuras, proteger la ignorancia, fundar el idiotismo y hacer
los hombres no se iluminen más un día que otro.

La Ilustración Borbónica / Francisco Aguilar Piñal P. 77

Aunque las preocupaciones económicas tuviesen prioridad para los Ilustrados, fue en el
terreno de la Cultura donde cosecharon los mayores éxitos, en un país anticuado y
ocioso, cuyo distanciamiento de Europa, tanto en progreso material como en evolución
filosófica, era voz común dentro y fuera de la península. España, con la dinastía
borbónica del XVIII, se propuso recuperar la grandeza de otros tiempos para elevar el
prestigio de la monarquía en el ámbito internacional.

En la batalla del progreso se atacó en todos los frentes. El primero y más importante, el
de la educación. Nada se podía avanzar sin una formación profesional generalizada en
una sociedad lastrada por el analfabetismo.

Revolución Cultural

La enseñanza, su reforma y modernización en todos los niveles fue sin lugar a dudas el
pensamiento obsesivo de la minoría ilustrada. Minoría que hubo de luchar por imponer
sus ideas entre los ignorantes combatiendo y soportando las injurias de otros españoles,
cultos, pero no ilustrados, que también compartían con ellos el raro honor de
pertenecer, a la minoría de los no analfabetos, pero para quienes el futuro de España
no estaba en la renovación sino en el fortalecimiento de las tradiciones y en el desprecio
de las novedades. Naturalmente, entre ellos estaban quienes más tenían que perder: la
nobleza y el clero, en su conjunto estamental. Los primeros fueron perdiendo poder, los
segundos, influencia social y el monopolio de la enseñanza. Pero ni unos ni otros vieron
entonces mermadas sus riquezas.

Se pretende, sobre todo, que tanto niños como niñas, especialmente en los núcleos
urbanos importantes alcancen una formación técnica que los habilite para
promocionar la incipiente industria. De ellos se encargan las Sociedades Económicas.

En cuanto a los jóvenes con mayores medios, se les ofrece la posibilidad de nuevos
estudios técnicos, de los que carecía el país anteriormente. Así se reorganizan los
estudios militares con nuevas academias y colegios tanto de la Marina como del
Ejército. Se fomenta el estudio de los idiomas, del dibujo, de la pintura, del estucado, de
las hilaturas y tapices, de química, de física, matemáticas, botánica, historia, geografía,
botánica etc. la verdadera revolución que se intenta es la cultural.

En segundo lugar, la monarquía ilustrada favoreció y subvencionó los viajes al extranjero,


con pensiones para estudiar las nuevas artes, ciencias y técnicas en las principales
capitales de Europa. AL mismo tiempo, se abrieron las puertas a cuantos europeos
podían aportar algo al rejuvenecimiento de la nación en todos los órdenes, desde la
arquitectura y la pintura hasta la ingeniería y el ejército de España, militares y marinos,
ingenieros y científicos, profesores y artistas.

En tercer lugar, se dio un impulso extraordinario a la industria del libro y del papel, a la
publicación de libros de texto y a la traducción de las más significativas obras científicas
de Europa. Se modernizaron y limpiaron nuestras ciudades. Se levantaron suntuosos
edificios según el nuevo gusto estético, se supieron valorar los jardines y la naturaleza,
las fuentes, los paseos y las diversiones populares. Se mejoraron las comunicaciones y se
hizo un ambicioso proyecto postal, que favoreció la correspondencia dentro y fuera del
país, como demuestra la abundante literatura epistolar que se conserva de los mejores
intelectuales del momento.

En la Ilustración hay que distinguir entre pensadores y gobernantes. No todos los


Ilustrados tuvieron el mismo grado de actividad política, pero difícilmente puede darse
un nombre de verdadero ilustrado sin que se le añada la categoría de escritor. La pluma
fue la auténtica arma de combate de estos entusiastas reformadores del siglo XVIII, por
lo que se puede pensar en una Ilustración sin libros y sin autores. Prescindir de ellos sería
dejar truncado el Siglo de las Luces y quizá anularlo por completo.

LOS ILUSTRADOS. Pág. 78

Fijémonos primero en el monarca. De Felipe V no puede decirse que fuera un rey


verdaderamente ilustrado, preocupado más por el bienestar y el futuro de su familia que
por el de sus vasallos. Su hijo Fernando VI lo fue, mientras vivió la reina, en los escasos
años que disfrutó de saludo y cordura. Su hermanastro Carlos III fue el prototipo de
soberano impulsor de la Ilustración.

Pág. 80

Con razón se ha podido decir que la Ilustración es cosa de funcionarios. Es decir, de


servidores del Estado disconformes con la realidad cultural del país, Clase Media, en
definitiva, pequeños burgueses ansiosos de protagonismo social y político. Pero no lo es
completamente, la nobleza desplazada del poder político también colabora en unas
reformas que favorecen su interés. Aunque pudiera parecer lo contrario, su presencia es
frecuente en las instituciones, pero también su participación es activa en la explosión
editorial de la segunda mitad del XVIII.

Libros, periódicos, censores

Nada hubiera podido hacerse sin el incremento espectacular de la tipografía. Aumenta


las imprentas en las grandes capitales, especialmente Madrid, mejora la calidad
material de impreso y se incrementa el comercio del libro.

Muchos libros en latín, textos clásicos y obras científicas que nos llegan de Europa, pero
también libros prohibidos que entraban clandestinamente por las aduanas de
Barcelona, Cádiz y Málaga. No se puede tratar del libro sin mencionar la censura, tanto
civil como eclesiástica, que ponía en más severo freno a la libertad de expresión. En
toda la Europa monárquica existía un control sobre la prensa y el libro, pero la Inquisición
Española iba mucho más lejos, al castigar con penas espirituales y materiales, no
solamente a los difusores de doctrinas consideradas perniciosas, sino también a los
impresores y lectores.

Aunque fuese tímidamente y con miras muy estrechas, lo cierto es que los primeros pasos
para acerar el libro al lector se dieron en el siglo XVIII, cuando por primera vez se oye
hablar de bibliotecas públicas. La Institución inicial y más representativa es la Biblioteca
Real, abierta al público en 1712. Tampoco hay que desdeñar la eficaz labor informativa
y de opinión de la prensa periódica. En total, durante el siglo XVIII hubo 236 solicitudes,
pero solo llegaron a imprimirse 166 periódicos, la mayor parte en la segunda mitad del
siglo.

Salones y Teatros

En cuanto a la vida literaria, propiamente dicha, había que hacer alusión de entrada
las costumbres sociales de la época, entre las que destacan las tertulias para merendar,
cotillear, discutir de modas y aficiones, pero también para intercambiarse ideas y
experiencias, conocer los últimos éxitos literarios de Roma, París o Londres y de paso
encontrar un desinteresado mecenas que sufragara la edición de un poema o de una
comedia.

El Teatro, aún con la limitación de la censura y las prohibiciones eclesiásticas, fue la gran
pasión del siglo. Los Ilustrados confiaron en él para modificar la mentalidad popular, pero
no lo consiguieron de forma decisiva. En la novela, se dio la gran transformación en la
sensibilidad del pueblo, en especial de la clase media.

ARQUITECTURA Y ESCULTURA / José Landa Bravo y Pedro F. García Gutiérrez. P. 100

En 1760 Carlos III entra en Madrid por la antigua Puerta de Alcalá, con unas ambiciones
e ideas que en gran parte se harán realidad y que configurarán parte de la fisonomía
actual que tiene la ciudad. Tanto su hermano como su padre habían iniciado obras de
gran importancia y de gran belleza. Los Sitios Reales están en plena construcción o en
periodo de su decoración y ornato.

La transformación de Madrid realizada por Carlos III es de índole periférica, no realizó


obras interiores como se hicieron en París o Roma. En la capital, el único edificio de
carácter monumental que atendía muy bien a las necesidades de los madrileños para
celebrar festejos era la Plaza Mayor. Se llegaron a planificar una serie de plazas
alrededor de Palacio, pero ninguna de ellas se construyó.

En las tareas periféricas, este Rey se preocupó de las entradas a la ciudad, y en este
sentido influyeron los Sitios Reales de los alrededores de Madrid, y a que la Corte se
desplazaba a menudo de estos lugares y tenía que hacer salidas y entradas por estas
direcciones. El Rey ocupó principalmente dos entradas, la de San Vicente y el Puente
de Toledo, que comunican con los Sitios Reales.

Los Arquitectos del Rey Pág. 101

Ventura Rodríguez había sido ayudante en la construcción del Palacio Real. La fama
creció en tiempos de Fernando VI.

Todo el arte en la época borbónica tuvo un carácter académico. Desde un principio se


tuvo que llevar a cabo una política que sólo podía darse desde las esferas del aparato
estatal.

Para esto se necesitó de un elemento cualificado: las academias. Antes de imponerse


en neoclasicismo, las academias trataron de controlar e influir en el campo de las artes.
Este modelo viene desde la época de Luis XIV y su ministro Corberte, y acabó
imponiéndose en toda Europa. El arte se convirtió en cuestión de Estado.

El modelo económico se acabó por imponer en la España borbónica desde el reinado


de Felipe V, siendo cercano al del país vecino, y como institución perdurará hasta
nuestros días.

Ventura Rodríguez se vio favorecido por el Infante de Luis, hermano de Carlos III. Siendo
Floridablanca ministros de Carlos III encontró a otro gran arquitecto, Juan de Villanueva,
ya que los últimos años del reinado de este monarca Villanueva se había formado en
Italia con gustos académicos y había estudiado profundamente la Antigüedad. Depuró
los órdenes clásicos arquitectónicos, y se puede decir que representaba las ideas del
arte neoclásico, al que se habían acercado Ventura Rodríguez y Sabatini.

Poco a poco Sabatini fue perdiendo posición y vio subir con amargura a Villanueva, al
que finalmente Carlos IV nombró arquitecto mayor. En la arquitectura de Sabatino
encontramos la forma llena, grávida y consistente de un retórico cuyo arte derivaba de
Bernini. Además, se ocupó del alumbrado y limpieza de las calles de la ciudad,
engalanó la capital con nobles edificios que hoy son todavía orgullo de los madrileños.

Con Carlos III se terminó de urbanizar todo el sector sur. Todo este tratado se dispuso a
modo de diagonales con focos o glorietas de irradiación de vértices y cinceles.

Las Colonizaciones de Carlos III

El urbanismo barroco más interesante hay que buscarlo en los Sitios Reales de los
alrededores de Madrid. Carlos III quiso dar forma a las pequeñas ciudades que se
incorporaron a los palacios y jardines construidos por sus antecesores.

La Escultura. Pág. 104

A diferencia de lo que pasa en la arquitectura, donde hay una mayor unidad estilística,
en la escultura, lo mismo que en la pintura se produce durante el reinado de Carlos III
un divorcio entre las fórmulas que venían dictadas por la Corona y la Academia de San
Fernando y lo que el pueblo, encabezado por Iglesia y Nobleza, sigue demandando.

Esta dicotomía hace del reinado de Carlos III un periodo de cambio, sirviendo como
final al periodo barroco tardío y de inicio al neoclasicismo. Conviven en esta época dos
estilos en apariencia contrapuestos, pero a la vez conjuntaos de una forma tan feliz y
peculiar. Esta marcada diferencia estilística hace del reinado de Carlos III una época
muy interesante, destacando una serie de influencias que están presentes en el arte
español por diferentes caminos. Uno de ellos es la fábrica de porcelanas del Buen Retiro
y otro la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ambas instituciones fueron los
bastiones donde predominaba todo lo venido de allende nuestras fronteras. Allí se abrió
camino en naciente neoclasicismo frente a las tendencias tardobarrocas, consideradas
como lo propiamente nacional, pero que la Academia despreciaba.

Pág. 107

Aunque la Academia de Bellas Artes fue fundada durante el reinado de Fernando VI,
no alcanza hasta la época de Carlos III su máximo esplendor e importancia,
comenzando entonces su control, por orden del Rey, sobre todas las producciones
artísticas que se hiciesen en España principalmente.

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