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Los primeros borbones españoles no tuvieron el mismo entusiasmo por el ejercicio del
oficio real, más bien lo consideraron como un deber fastidioso, y por eso buscaron
ministros hábiles en quienes delegarlo. Carlos III tenía un concepto muy alto de su
autoridad real: tuvo la suerte de que su esposa, María Amalia de Sajonia, fuera una
mujer prudente y poco entrometida.
Carlos III heredó de sus progenitores muy poca sangre española por la vía paterna, la
de su abuela María Teresa, hija de Felipe IV, por la línea materna, nada. Nació en Madrid
el 20 de enero de 1716. Su infancia transcurrió en los Sitios Reales, en especial la Granja
de San Ildefonso, que en su palacio y jardines mitigaba la añoranza de su Versalles natal.
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Pocos Reyes han disfrutado de un reinado tan extenso (25 años reinó en Italia y 29 en
España). Carlos se dejó seducir por el ambiente napolitano. En Nápoles se verificó muy
lentamente el cambio del adolescente inmaduro al monarca consciente de sus
responsabilidades.
2.- La muerte de su padre (1746), señaló su liberación política hacia su madre sentiría
siempre un cariño filial.
Se interesaba mucho por los problemas que presentaba el gobierno interior de las dos
Sicilias, que tenían bastante semejanza con los de España, poderío de la nobleza,
excesivo número y riqueza del clero, abundancia de marginados, atraso económico,
etc.
Las cuestiones eclesiásticas revestían especial agudeza porque el reino era frontera de
los Estados Pontificios.
Como en España, había en Nápoles una minoría ilustrada y una mayoría adicta a las
ideas tradicionales y ello dificultada las reformas que quería efectuar un rey muy
cuidadoso de no chocar frontalmente con prejuicios seculares.
Perfil psicológico
Cuando recibió la noticia del fallecimiento de su hermano, don Carlos se hizo a la mar
con un numeroso séquito y desembarcó en Barcelona. Carlos III fue un hombre de
intenso sentido familiar, se portó como un marido ejemplar, quería que todos
compartieran su rígido sentido del deber.
Este sentido del deber se aliaba a una religiosidad muy profunda y sincera, aunque
escasamente ilustrada.
Hábitos Rutinarios
Esta tendencia suya explica muchos de sus actos de gobierno, en especial su resistencia
a cambiar de servidores, de amigos, de ministros, a los cuales quería imponer al sucesor.
En lo que Carlos III descolló fue en su afición a las artes aplicadas, la arquitectura y el
urbanismo: agrandó y embelleció los reales palacios, importó a España la renombrada
fábrica de Capodimonte y se tomó gran interés por las reformas urbanas de Madrid:
edificios, saneamiento, alumbrado.
Aunque en ocasiones su devoción por las normas le hiciera parecer rígido, Carlos III era
un hombre de carácter amable y bondadoso.
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Existe casi unanimidad en considerar desacertada la política bélica de Carlos III. Los
errores fueron dos:
En cuanto a la política interior de Carlos III, podemos considerar tres grandes etapas:
1.- Llevada a cabo por personajes como el Marqués de Esquilache, poco conocedores
de la realidad hispana, planea reformas, algunas de las cuales resultaba molestas para
los privilegiados, también fue desacertado intentar una liberalización del mercado
agrario en un año de mala cosecha, y sin tener la infraestructura comercial
indispensable. El resultado fueron los Motines de 1766 consecuencia de los mismos fue
el alejamiento de Esquilache y el nombramiento de Aranda para la presidencia de
Castilla.
3.- Brilla con luz propia el Conde de Floridablanca, cuyo reformismo era bastante
moderado y que acabó abrazando posturas totalmente conservadoras.
La postura de Carlos III guardaba correspondencia con el espíritu público de una nación
en la que los Ilustrados eran minoría y las reformas que propugnaban nada de
revolucionarias.
El ESTADO ABSOLUTO Y SUS INSTITUCIONES / Pedro Molas Ribalta
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El rey gobernaba sus dominios por medio de sus ministros. La palabra ministro se restringió
a un tipo muy concreto y minoritario del servidor real, las cinco o seis personas que
ocupaban los cargos de secretario del despacho creados en el reinado de Felipe V.
Esta figura no eliminó completamente el sistema interior de gobierno por medio de
Consejos que había sido característico de la monarquía de los Austrias. Según este
criterio, el monarca era asesorado por una serie de Consejos de naturaleza temática
y/o territorial que le presentaban sus opiniones colectivas por medio de los documentos
llamados consultas de ordinario, los Consejos eran también tribunales, por delegación
del monarca reunían como este funciones de gobierno, legislación o justicia. Bajo Carlos
III, en muchos aspectos, el régimen de consejos continuó una línea de decadencia,
mientras se registraba el auge de los Secretarios.
Carlos III no dio ninguna función al Consejo de Estado. Los títulos de Consejero de Estado
se concedían con funciones preferentemente honoríficas. Algunos Consejos
importantes se encontraban bajo la tutela de los Secretarios de Despacho
correspondientes, los cuales ejercían como presidentes de los mismos.
Los integrantes de los Consejos tenían que ser graduados en leyes que habían seguido
una carrera de magistrados. Una preparación en leyes era fundamental para formar
parte del Consejo de la Inquisición. También era letrados los miembros del Consejo de
Órdenes Militares. Muchos de ellos recibían el hábito correspondiente cuando eran
designados para el Consejo. El carácter letrado de los componentes de los Consejos era
total en el que más importante de la Monarquía, el antiguo Consejo de Castilla durante
el reinado de Carlos III el Consejo tuvo una actividad legislativa notable. Los personajes
que son considerados como los principales ministros de Carlo III fueron en algún
momento de su carrera política miembros del Consejo de Castila, ocuparon los puestos
de presidente o gobernador y de fiscales. El Conde de Aranda fue presidente del
organismo de 1766 a 1773, el Conde de Floridablanca, fue fiscal en las mismas fechas.
Pedro Rodríguez de Campomanes ocupó la plaza de fiscal desde 1762 a 1783, y desde
este cargo orientó la política de la institución, culminó su carrera con el título de
gobernador del Consejo, que ejerció desde 1783 hasta 1791, algunas de las más
importantes reformas del reinado fueron impulsadas por este trío en el periodo que siguió
a la crisis de los motines de 1766.
El nombramiento del Conde de Aranda como presidente del Consejo de Castilla rompía
la tradición predominante de que a la cabeza de la Institución se hallase un prelado.
Aranda propuso inmediatamente la ampliación del número de Consejeros mediante la
creación de nuevas plazas. Además, fue partidario, de que los magistrados naturales de
la Corona de Aragón estuvieran mejor representados o presentes en mayor número en
el más importante Consejo de la Monarquía.
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Los máximos impulsores de la política ilustrada opinaban que los magistrados debían ser
personas de ideas ilustradas y partidarios de mantener la autoridad de la Corona en
materias eclesiásticas.
Las Juntas
La estructura de los Consejos estaba flanqueada por una maraña de Juntas integradas
de ordinario por miembros de distintos Consejos. Las había de carácter permanente
junto a las que eran convocadas por motivos concretos. Unas respondían a problemas
de naturaleza eclesiástica, como la Junta Apostólica.
Frente a la polisinodia de los Consejos, los Secretarios del Despacho pasar a ser los
elementos dinámicos y modernizadores de la administración española del siglo XVIII. El
organigrama de las Secretarías había quedado perfilado en líneas generales en el
reinado de Felipe V. En este sentido, la principal novedad aportada por el reinado de
Carlos III consistió en la separación de las materias de Marina e Indias, es decir, se creó
una Secretaría específica de Indias (1776). Esta es suprimida en 1790, y los asuntos de
Indias pasaron a ser administradas temáticamente por las mismas secretarías que se
ocupaban de los dominios europeos.
La más importante de las Secretarías de Estado y del despacho universal era la llamada
primera Secretaría de Estado. El núcleo de sus atribuciones radicaba en la política
exterior, pero también ocupaba muchos asuntos de la administración interior del reino,
al no existir una Secretaría específica de este ámbito.
Las Secretaría de Despacho habían sido creadas como figuras administrativas. La Junta
de 1787 es considerada el origen del Consejo de Ministros en España. Representaba un
sistema de organización política distinta de los tradicionales Consejos de Estado y
Castilla. La Junta constituía la reunión de los jefes de las secciones administrativas que
debían ejecutar la política real, decidida precisamente por ellos mismos.
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La nueva institución fue combatida por los adversarios de Floridablanca y por el Conde
de Aranda, cuyo ideal de sistema político correspondía a una monarquía limitada por
el poder de la nobleza, porque deseaba reducir a los Secretarios de Despacho a sus
originarias funciones administrativas.
La Administración Territorial
Desde 1718, y sobre todo desde las reformas del Marques de Ensenada en 1749, se había
extendido por toda la parte Europea de la monarquía la figura del Intendente. Una de
las reformas fundamentales de Carlos III fue la implantación de este funcionario en
América. El Intendente tenía atribuciones fiscales y militares, así como de fomento o
desarrollo económico. La figura del Intendente se relacionaba con la división provincial
del territorio. Algunos contemporáneos de Carlos III consideraban que el cúmulo de
funciones confiadas a los intendentes superaban las posibilidades de cualquier
individuo. Una de las principales disfunciones que afectaban a los intendentes era la
delimitación de sus atribuciones con los corregidores.
Los gobiernos del siglo XVIII mostraron una gran preocupación por la administración
municipal. En España podemos constatar la política de Carlos III en un doble nivel: la
reforma de los funcionarios reales que controlaban la vida municipal y la de los propios
cuerpos municipales. El reinado se inició con la extensión del control estatal sobre las
haciendas municipales mediante la Contaduría general de propios y arbitrios,
dependiente del Consejo de Castilla (1760). Los funcionarios reales que presidían la vida
municipal eran los corregidores y sus tenientes, los alcaldes mayores. Esta jerarquía de
funcionarios ya había sido reformada por la famosa instrucción de intendentes de 1749
y lo fue de nuevo por disposiciones de Carlos III en 1783 y 1788. Uno de los deseos de tal
reforma consistía en dar continuidad a la carrera de corregidor y alcalde mayor. Bajo
Carlos III se reglamentó la Carrera de Varas e incluso se intentó crear una especie de
academia o centro de formación para la administración local.
Se luchará, tanto por la vía diplomática como por la militar por la conservación y
defensa de todos los territorios que componen la monarquía y sus riquezas, sin reparar
en gastos ni esfuerzos, una lucha que habrá de desarrollarse en dos diferentes:
Para sostener tales objetivos será imprescindible no solo buscar recursos económicos,
sino desplegar una política inteligente y ágil que permita dotar una infraestructura
amplia y moderna a una marina, a un ejército y a un cuerpo diplomático.
El Fin de la Neutralidad
Durante el reinado de Carlos III continuó vigente el ideario mercantilista, atenuado por
las medidas liberalizadoras acordes con los nuevos planteamientos fisiocráticos.
La supresión de la tasa de los gramos dio lugar a un debate teórico entre los fiscales del
Consejo de Castilla, con el resultado de que fuera establecido el libre comercio de los
granos, con derogación de su tasa (11 de julio de 1705). Se quería que, tanto en los años
estériles con en los abundantes, fuese igual y recíproca la condición de los vendedores
y compradores.
Los cambios en las técnicas agrarias durante el reinado de Carlos III no podían haber
originado el aumento de la productividad del trabajo humano ni el de la producción
rural. La dependencia de los factores climáticos. La observación y los experimentos y las
exposiciones de las ventajas del cultivo de nuevas plantas fueron propulsores del
cambio. El deseo de mejorar implicaba colocarse en el camino de conseguirlo. Es
necesario reconocer el mérito de los experimentos agronómicos impulsados por los
Amigos del País, en las memoras que publicaron y en las que contribuyeron a difundir.
Todos los niños habrían de ir a las escuelas de primeras letras. Las tierras que recibieran
los pobladores habrían de permanecer siempre en un solo labrador útil, sin que pudiera
cargar censo sobre ellas ni empeñarlas. Tampoco sería posible dividirlas, ni enajenar en
manos muertas, ni fundar sobre ella capellanías, memorias o aniversarios, ni otra carga
de esta ni distinta naturaleza.
La venta de oficios habría de impedirse en las nuevas poblaciones. Los cargos concejiles
no podrían jamás transmutarse en perpetuos, por deber ser electivos constante y
permanentemente. Con la prohibición se quería evitar a los nuevos pueblos los datos
que experimentaban los antiguos con tales enajenaciones. Los nuevos pobladores
habían de estar libres del paso de arbitrios sobre los comestibles y tiendas para no
originar el estaco imperativo del comercio. Se quería que los pueblos estuviesen
habitados por colonos que fueran labradores y ganaderos a un tiempo, por considerar
que, de no ser así, no podría florecer la agricultura. De otro modo, disfrutarían pocos
ganaderos de los aprovechamientos comunes, como lastimosamente ocurría gran
parte de los lugares del reino.
Extravíos de la Razón
El interés del código fundacional de las Nuevas Poblaciones, el interés reside en que
reúne el conjunto de aspiraciones de los hombres de gobierno en lo referente a las
cuestiones agrarias en los años centrales del reinado de Carlos III. A dichas aspiraciones
respondieron también las medidas adoptadas respecto al reparto de tierras de propios
y baldíos a labradores en 1766, 1768 y 1770.
Las ideas ilustradas sobre amortización civil y eclesiásticas y sobre la conveniencia de
facultar a los titulares de propiedad de manos muertas y vinculadas para enajenarla,
fueron firmándose durante el reinado de Carlos III. En ello influyó Campomanes con su
erudito Tratado sobre la regalía de amortización, hasta culminar en el informe de
Jovellanos sobre la ley agraria.
Cabe el mérito a los hombres de gobierno de Carlos III de haber suprimido a la suma de
aquellas situaciones de protección particular: la tasa de granos, a la vez que se permitió
su libre comercio en todo el reino mediante Real Pragmática de julio de 1765. Abolida
esta tase, no había razón para que subsistieran otras sobre los demás productos de la
tierra, impuestas por decisión de los poderes locales.
Gremios y Trabajo
No podían prosperar las artes sin libertad. Con ella, el ingenio habría de observar,
ensayar, inventar, imitar y producir nuevas formas, creando objetos que se buscaran y
remunerar con gusto por el consumidor. Las reglas técnicas de la legislación gremial, el
ojo envidioso de los demás maestros y la hambrienta vigilancia de los veedores y sus
satélites amedrentaban continuamente el ingenio, retrayéndose de estas útiles pero
peligrosas tentativas.
Son imprescriptibles y el más firme, el más inviolable, el más sagrado que tiene el hombre,
que es el de trabajar para vivir. No podía sostenerse una legislación gremial que impedía
o cercenaba este derecho.
La dignificación de todos los oficios se hizo por declaración publicada en Real Cédula
del 8 de marzo de 1783; en adelante, no solo el oficio de curtidor, sino también las demás
artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo deberían ser
tenidos por honestos y honrados. El ejercerlos no envilecía a la familia ni a la persona no
la inhabilitada para obtener los empleos municipales.
El 2 de septiembre del mismo año se expresa, también por Real Cédula, que la
experiencia había manifestado que la inhabilitación establecida en algunas leyes y la
costumbre observada por estatutos y constituciones de hermandades y otros cuerpos
erigidos con autoridad pública, de que los hijos ilegítimos no pudieran profesar algunas
artes, era contraria a la prosperidad y bien del Estado. Por ello se declaró que para el
ejercicio de cualesquiera artes u oficios no habría de servir de impedimento la
ilegitimidad del nacimiento.
Fábricas y Manufacturas
Desde mediados del siglo XVIII, se adoptaron medidas del gobierno con las que se
pretendía incluir a las Indias en los nuevos planes del absolutismo ilustrado. Entre 1768 y
1775, los documentos e informes que sirvieron para orientar la acción del gobierno
muestra el nuevo papel que desempeñan las Indias como Provincias consideradas
poderosas y que componen con las de España un mismo Estado y Monarquía. Su
administración se organiza y dirige desde la Corte.
Con las reformas administrativas, las tributarias y las comerciales se lograron mejoras, a
pesar de las resistencias de los criollos y de la burocracia india, celosa en conservar los
derechos adquiridos y su poder.
A los hombres de gobierno y a los particulares ilustrados que vivieron durante el reinado
de Carlos III debemos una revisión general de las medias que sería conveniente adoptar
para conseguir el mayor bienestar para todos: lo que ellos llamaban felicidad. Las
medidas que proponían tuvieron el carácter de ejemplo, aunque no fueron conscientes
de lo que en su época denominaban los fisiócratas orden natural, si parecen saber
actuar acordes a él.
Jovellanos exponía como el primer objeto de las leyes sociales la de proteger el interés
individual. Una vez protegido, haría aumentar infaliblemente la riqueza particular. De
esta nacería sin violencia y se alimentaría la riqueza pública, y para la protección del
interés individual era necesario remover todos los obstáculos y errores contrarios a él: los
baldíos, las tierras concejiles, el desamparo y abertura de las heredades privadas, la
Mesta y a todas las situaciones que implicaban favorecer a unos contra los intereses de
otros: lo que él llamaba artículos de protección parcial.
A la vez era preciso acabar con los monopolios existentes en el comercio de frutos y
reforma el sistema impositivo. Para todo ello, recomendaba moderación: el logro del
perfeccionamiento humano es progresivo.
Las nuevas ideas y las medidas liberalizadoras fomentaron el conocimiento del cambio
institucional durante el reinado de Carlos III. Dieron lugar a iniciáticas y actuaciones que
trajeron como resultado un crecimiento económico que benefició a todos. Eran
precedente de un futuro de mejoras que hubieran conducido a la tan ansiada felicidad
de no haberlo truncado las dificultades políticas y las guerras y alteraciones de los reinos
de Carlos IV y Fernando VII.
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Jovellanos en el Informe sobre la Ley Agraria distingue entre las adquisiciones del clero
secular; mas legítimas y provechosas en su origen, y las de regular, fabricadas a costa
de la sustancia y los recursos del pueblo laborioso
El matiz debe tenerse en cuenta para medir mejor las campañas contra el
desproporcionado número de célibes. Desde mucho antes se acusó el crecimiento
excesivo de frailes. Lo que en el siglo XVII se hizo por la escasez de rentas de algunos
conventos, se use en el siglo XVIII por razones demográficas, económicas e ideológicas.
El Validar Frailuno
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El afán ilustrado por retomar la Biblia, como fuente de vida, fue otra constante
perceptible en todo movimiento de reforma y en la que la Ilustración Española
manifiesta también su consciente coincidencia con el humanismo, con la espiritualidad
y con la mística del siglo XVI. El evangelismo a quienes entonces se vieron privados del
recurso a la Biblia por el acoso inquisitorial, se renueva en condiciones más
esperanzadoras en el siglo XVIII que registrará una ruptura profunda cuando el ilustrado
inquisidor general Felipe Bertrán (1782), permitió la lección en la lengua vulgar de la
Sagrada Escritura, que dejaba de ser peligrosísima para la ortodoxia y se hizo accesible
a todos los lectores. Como consecuencia, la espiritualidad de las élites hubo de ser más
cristocéntrica y menos distraída por devociones sin cuento y ocultadas del principio
frontal.
Rigor Moral
La moral derivante de los principios teológicos se adecuó a valores más acordes con la
ideología burguesa que con la estamental. Fue una moral del rigor en primer lugar, por
el atractivo que ejerció siempre en determinados sectores sociales la opción rigurosa y
porque en aquellos días de Carlos III era imprescindible fustigar el laxismo, identificado
con las peligrosas doctrinas del probabilismo y con la Compañía. Esta moral quiso
ensalzar, y ensalzó los valores de las virtudes domésticas, del matrimonio, del trabajo y
del ahorro, de la rentabilidad y utilidad, en suma, de ahí la enemiga ilustrada a
instituciones de caridad tradicionales y fomentadas del ocio, su aversión a las fiestas y
su interés por socializar y rentabilizar la asistencia social.
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No puede hablarse del fracaso del proyecto religiosos ilustrado. Aunque fuese entre
minorías cualificadas, se iba imponiendo un nuevo estilo de religión que informaría las
actitudes del primer liberalismo. Poco antes de llegar a España Carlos III, el abate
Sándara (1759), escribía contra el mal envejecido de la servidumbre del pensamiento
en una religión en la lex christiest lex libertis, porque la facilidad de prohibiciones es un
medio de tener la nación a oscuras, proteger la ignorancia, fundar el idiotismo y hacer
los hombres no se iluminen más un día que otro.
Aunque las preocupaciones económicas tuviesen prioridad para los Ilustrados, fue en el
terreno de la Cultura donde cosecharon los mayores éxitos, en un país anticuado y
ocioso, cuyo distanciamiento de Europa, tanto en progreso material como en evolución
filosófica, era voz común dentro y fuera de la península. España, con la dinastía
borbónica del XVIII, se propuso recuperar la grandeza de otros tiempos para elevar el
prestigio de la monarquía en el ámbito internacional.
En la batalla del progreso se atacó en todos los frentes. El primero y más importante, el
de la educación. Nada se podía avanzar sin una formación profesional generalizada en
una sociedad lastrada por el analfabetismo.
Revolución Cultural
La enseñanza, su reforma y modernización en todos los niveles fue sin lugar a dudas el
pensamiento obsesivo de la minoría ilustrada. Minoría que hubo de luchar por imponer
sus ideas entre los ignorantes combatiendo y soportando las injurias de otros españoles,
cultos, pero no ilustrados, que también compartían con ellos el raro honor de
pertenecer, a la minoría de los no analfabetos, pero para quienes el futuro de España
no estaba en la renovación sino en el fortalecimiento de las tradiciones y en el desprecio
de las novedades. Naturalmente, entre ellos estaban quienes más tenían que perder: la
nobleza y el clero, en su conjunto estamental. Los primeros fueron perdiendo poder, los
segundos, influencia social y el monopolio de la enseñanza. Pero ni unos ni otros vieron
entonces mermadas sus riquezas.
Se pretende, sobre todo, que tanto niños como niñas, especialmente en los núcleos
urbanos importantes alcancen una formación técnica que los habilite para
promocionar la incipiente industria. De ellos se encargan las Sociedades Económicas.
En cuanto a los jóvenes con mayores medios, se les ofrece la posibilidad de nuevos
estudios técnicos, de los que carecía el país anteriormente. Así se reorganizan los
estudios militares con nuevas academias y colegios tanto de la Marina como del
Ejército. Se fomenta el estudio de los idiomas, del dibujo, de la pintura, del estucado, de
las hilaturas y tapices, de química, de física, matemáticas, botánica, historia, geografía,
botánica etc. la verdadera revolución que se intenta es la cultural.
En tercer lugar, se dio un impulso extraordinario a la industria del libro y del papel, a la
publicación de libros de texto y a la traducción de las más significativas obras científicas
de Europa. Se modernizaron y limpiaron nuestras ciudades. Se levantaron suntuosos
edificios según el nuevo gusto estético, se supieron valorar los jardines y la naturaleza,
las fuentes, los paseos y las diversiones populares. Se mejoraron las comunicaciones y se
hizo un ambicioso proyecto postal, que favoreció la correspondencia dentro y fuera del
país, como demuestra la abundante literatura epistolar que se conserva de los mejores
intelectuales del momento.
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Muchos libros en latín, textos clásicos y obras científicas que nos llegan de Europa, pero
también libros prohibidos que entraban clandestinamente por las aduanas de
Barcelona, Cádiz y Málaga. No se puede tratar del libro sin mencionar la censura, tanto
civil como eclesiástica, que ponía en más severo freno a la libertad de expresión. En
toda la Europa monárquica existía un control sobre la prensa y el libro, pero la Inquisición
Española iba mucho más lejos, al castigar con penas espirituales y materiales, no
solamente a los difusores de doctrinas consideradas perniciosas, sino también a los
impresores y lectores.
Aunque fuese tímidamente y con miras muy estrechas, lo cierto es que los primeros pasos
para acerar el libro al lector se dieron en el siglo XVIII, cuando por primera vez se oye
hablar de bibliotecas públicas. La Institución inicial y más representativa es la Biblioteca
Real, abierta al público en 1712. Tampoco hay que desdeñar la eficaz labor informativa
y de opinión de la prensa periódica. En total, durante el siglo XVIII hubo 236 solicitudes,
pero solo llegaron a imprimirse 166 periódicos, la mayor parte en la segunda mitad del
siglo.
Salones y Teatros
En cuanto a la vida literaria, propiamente dicha, había que hacer alusión de entrada
las costumbres sociales de la época, entre las que destacan las tertulias para merendar,
cotillear, discutir de modas y aficiones, pero también para intercambiarse ideas y
experiencias, conocer los últimos éxitos literarios de Roma, París o Londres y de paso
encontrar un desinteresado mecenas que sufragara la edición de un poema o de una
comedia.
El Teatro, aún con la limitación de la censura y las prohibiciones eclesiásticas, fue la gran
pasión del siglo. Los Ilustrados confiaron en él para modificar la mentalidad popular, pero
no lo consiguieron de forma decisiva. En la novela, se dio la gran transformación en la
sensibilidad del pueblo, en especial de la clase media.
En 1760 Carlos III entra en Madrid por la antigua Puerta de Alcalá, con unas ambiciones
e ideas que en gran parte se harán realidad y que configurarán parte de la fisonomía
actual que tiene la ciudad. Tanto su hermano como su padre habían iniciado obras de
gran importancia y de gran belleza. Los Sitios Reales están en plena construcción o en
periodo de su decoración y ornato.
En las tareas periféricas, este Rey se preocupó de las entradas a la ciudad, y en este
sentido influyeron los Sitios Reales de los alrededores de Madrid, y a que la Corte se
desplazaba a menudo de estos lugares y tenía que hacer salidas y entradas por estas
direcciones. El Rey ocupó principalmente dos entradas, la de San Vicente y el Puente
de Toledo, que comunican con los Sitios Reales.
Ventura Rodríguez había sido ayudante en la construcción del Palacio Real. La fama
creció en tiempos de Fernando VI.
Ventura Rodríguez se vio favorecido por el Infante de Luis, hermano de Carlos III. Siendo
Floridablanca ministros de Carlos III encontró a otro gran arquitecto, Juan de Villanueva,
ya que los últimos años del reinado de este monarca Villanueva se había formado en
Italia con gustos académicos y había estudiado profundamente la Antigüedad. Depuró
los órdenes clásicos arquitectónicos, y se puede decir que representaba las ideas del
arte neoclásico, al que se habían acercado Ventura Rodríguez y Sabatini.
Poco a poco Sabatini fue perdiendo posición y vio subir con amargura a Villanueva, al
que finalmente Carlos IV nombró arquitecto mayor. En la arquitectura de Sabatino
encontramos la forma llena, grávida y consistente de un retórico cuyo arte derivaba de
Bernini. Además, se ocupó del alumbrado y limpieza de las calles de la ciudad,
engalanó la capital con nobles edificios que hoy son todavía orgullo de los madrileños.
Con Carlos III se terminó de urbanizar todo el sector sur. Todo este tratado se dispuso a
modo de diagonales con focos o glorietas de irradiación de vértices y cinceles.
El urbanismo barroco más interesante hay que buscarlo en los Sitios Reales de los
alrededores de Madrid. Carlos III quiso dar forma a las pequeñas ciudades que se
incorporaron a los palacios y jardines construidos por sus antecesores.
A diferencia de lo que pasa en la arquitectura, donde hay una mayor unidad estilística,
en la escultura, lo mismo que en la pintura se produce durante el reinado de Carlos III
un divorcio entre las fórmulas que venían dictadas por la Corona y la Academia de San
Fernando y lo que el pueblo, encabezado por Iglesia y Nobleza, sigue demandando.
Esta dicotomía hace del reinado de Carlos III un periodo de cambio, sirviendo como
final al periodo barroco tardío y de inicio al neoclasicismo. Conviven en esta época dos
estilos en apariencia contrapuestos, pero a la vez conjuntaos de una forma tan feliz y
peculiar. Esta marcada diferencia estilística hace del reinado de Carlos III una época
muy interesante, destacando una serie de influencias que están presentes en el arte
español por diferentes caminos. Uno de ellos es la fábrica de porcelanas del Buen Retiro
y otro la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ambas instituciones fueron los
bastiones donde predominaba todo lo venido de allende nuestras fronteras. Allí se abrió
camino en naciente neoclasicismo frente a las tendencias tardobarrocas, consideradas
como lo propiamente nacional, pero que la Academia despreciaba.
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Aunque la Academia de Bellas Artes fue fundada durante el reinado de Fernando VI,
no alcanza hasta la época de Carlos III su máximo esplendor e importancia,
comenzando entonces su control, por orden del Rey, sobre todas las producciones
artísticas que se hiciesen en España principalmente.