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¿Por
qué entras en caminos desiertos? ¡Vas vagando, vuelve! ¿Dónde? Al Señor. Esto es
demasiado rápido; primero vuelve a tu corazón. Desterrado de ti mismo vas vagando
fuera de ti; no te conoces a ti mismo, ¡y quieres conocer a quien te ha hecho! Vuelve,
vuelve al corazón; apártate del cuerpo. El cuerpo es tu residencia; el corazón percibe
también por medio de tu cuerpo, pero el cuerpo no percibe lo que el corazón percibe.
Apártate también del cuerpo, vuelve al corazón. En el cuerpo hallaste en una parte los
ojos, en otra, las orejas; ¿Los hallas también en el corazón? ¿O no tienes orejas en el
corazón? Pero, en este caso, ¿por qué el Señor dice: 'El que tiene orejas, oiga?' ¿O no
tienes ojos en el corazón? ¿No dice el apóstol:
'Ilumine los ojos de vuestro corazón' (Ef. 1,18). Vuelve al corazón; ve allí lo que puedes
aprender sobre Dios, porque la imagen de Dios está allá. En el hombre interior reside
Cristo; en el hombre interior te renuevas según la imagen de Dios; en su imagen conoce
su Hacedor. Ve como todos los sentidos del cuerpo avisan al corazón interiormente lo
que han percibido exteriormente; ve cuántos siervos tiene este emperador interior, y qué
puede hacer también sin sus siervos. Los ojos avisan al corazón de lo blanco y de lo
negro; las orejas avisan al corazón de sonidos melódicos y disonantes... el mismo
corazón avisa a sí mismo de lo justo y de lo injusto. El corazón tanto ve como siente, y
juzga los otros objetos sensibles; y lo que los otros sentidos del cuerpo no pueden hacer,
él discierne lo justo y lo injusto, el bien y el mal. (Tract. in Ioh. XVII, San Agustín).
“En palabras humanas viniste a mí, porque Tú, infinito, eres el Dios de Nuestro Señor
Jesucristo. Él nos habló en palabras humanas… Y Jesús realmente me dijo que me ama,
y su palabra ha surgido de su corazón de hombre. Y este corazón es tu corazón, el tuyo,
Dios de nuestro Señor Jesucristo…
Dame, Dios infinito, que yo siempre me quede junto a Jesucristo, mi Señor. Que su
corazón me revele cómo eres Tú conmigo. Que mire yo su corazón cuando desee saber
quién eres Tú. Cuando el ojo de mi espíritu sólo mira tu infinitud, en la cual Tú eres
todo en cada cosa, me deslumbra. Y entonces me aprisiona la oscuridad de tu
ilimitación, la cual es más dura que todas mis noches terrenas. Así, Dios de mi Señor
Jesucristo, quiero mirar en su corazón de hombre; solamente entonces sé que Tú me
amas.
Y aún entonces me queda una súplica: Haz mi corazón semejante al corazón de tu Hijo,
tan ancho y rico en amor, para que algunos de mis hermanos, al menos una vez en mi
vida, pueda penetrar por esta puerta, para comprender que Tú le amas. Dios de Nuestro
Señor Jesucristo, haz que te encuentre en su corazón” (Palabras al silencio, Karl
Rahner)
“Nosotros que creíamos poder excluir a Dios de nuestro ámbito cerrado o encerrarlo a
él, mediante nuestra acción, hemos patentizado la exclusividad de su amor que nos
mantiene apretados en sus brazos (…).
Entonces creó él su corazón y lo puso en medio del mundo. Un corazón humano que
conoce el impulso y el anhelo de los corazones humanos (...).
Ya no se podía evitar su muerte en adelante. Pues ¿qué corazón se puede proteger a sí
mismo? No sería un corazón si estuviera blindado y protegido; no sería un corazón, si,
entregándose sin protección a la corriente impulsora, distribuyendo vida del propio
acopio inagotable de vida, no olvidara todo lo demás en el júbilo de este derroche (…).
La vida eterna eligió para sí el lugar de un corazón humano. Él decidió vivir en esta
tienda de campaña tan movediza, y dejarse alcanzar. ¡Qué desnudez se ha dado Dios a sí
mismo, qué tontería ha cometido!
De este modo, Dios se abrió al mundo. Acogió en sí al mundo. Se convirtió en corazón
del mundo. Se enajenó para ser corazón del mundo. La oculta cámara vino a ser camino
principal, por el que descienden las caravanas de la gracia y por donde ascienden las
largas filas de los que lloran y de los mendigos (…).
A nadie se le puede dejar pasar de largo, todos necesitan de su ayuda, de su misión, de
una clara descripción de su camino restante, de su consuelo, de su
aprovisionamiento. Los peticionarios son incontables, hay que tratar cada caso en
particular. Ningún destino es semejante al otro, ninguna gracia es impersonal”. (El
corazón del mundo, H. U. von Balthasar)