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Hutcheson: “La belleza no es una cualidad de las cosas mismas; existe sólo en la mente que
las contempla, y cada mente percibe una belleza diferente” (Hume 2008, 42). Pese a lo cual,
existe una tendencia en el pensamiento humano a tratar de dilucidar una norma para el gusto,
incluso cuando existe una diferencia patente entre la constitución del juicio y la del
sentimiento. De acuerdo con la teoría mental de Hume, heredera de John Locke, la mente
humana es capaz de concebir ideas que no se encuentran originalmente en su experiencia
sensible. Empero éstas se componen de combinaciones provenientes de la experiencia
misma, pues la conciencia no puede producirlas espontáneamente. A diferencia del empirista
inglés, Hume, se refirió a los contenidos mentales como percepciones y las dividió en
impresiones e ideas que se diferencian en la misma medida en que distinguimos nuestras
sensaciones y pensamientos; se trata de una diferencia cualitativa respecto de la vivacidad
con que las percibimos; las sensaciones que dan noticia del mundo externo aparecen en la
conciencia con más fuerza y contundencia, mientras que los pensamientos, aunque íntimos
para el sujeto, son vagas reproducciones de las sensaciones.
Estas emociones más refinadas de la mente son de una naturaleza tierna y delicada, y
requieren la concurrencia de muchas circunstancias favorables para hacerlas desempeñar su
función con facilidad y exactitud, de acuerdo con sus principios generales establecidos [por
su naturaleza]. El menor impedimento exterior a estos pequeños resortes, o el menor desorden
interno, perturba su movimiento y altera el funcionamiento de toda la maquinaria. (Hume
2008, 45)
Una belleza mediocre molesta a una persona versada en las muestras más excelentes del
mismo género y, por tal razón la considerará deforme, ya que el objeto más acabado de que
tenemos experiencia se considera de modo natural que ha alcanzado la cima de la perfección
y que merece el mayor aplauso. (Hume 2008, 51)
Toda obra de arte responde también a un cierto fin o propósito para el que está pensada y ha
de ser, así, considerada más o menos perfecta, según su grado de adecuación para alcanzar
este fin. El objeto de la elocuencia es persuadir, el de la historia instruir, el de la poesía
agradar por medio de las pasiones y de la imaginación. Estos fines hay que tenerlos
constantemente a nuestra vista cuando examinamos cualquier obra y debemos ser capaces de
juzgar hasta qué punto los medios empleados se adaptan a sus respectivos propósitos. (Hume
2008, 53)
Aunque los principios del gusto existen y son un producto relativamente universal de la
naturaleza humana, no son iguales a los principios demostrativos de la ciencia, que son más
rígidos, ligados como están a los intereses pragmáticos; el pensamiento científico calcula y
la sensibilidad artística no. Pero es también por ello que los primeros son tan escasos y
requieren de un perfeccionamiento tan profundo para ejercerlos, pues fácilmente puede
introducirse en ellos el error o ser distorsionados por el defecto. Esto tampoco los invalida,
como sí ocurre con los principios intelectuales, sino que simplemente les impide alcanzar su
óptimo grado de agudeza:
La mayor parte de los hombres se halla bajo una u otra de estas imperfecciones, por ello se
considera como personaje francamente raro al verdadero juez en bellas artes, incluso hasta
en las épocas más cultas. Solamente pueden tenerse por tales a aquellos críticos que cuenten
con un juicio sólido, unido a un sentimiento delicado, mejorado por la práctica, perfeccionado
por la comparación y libre de todo prejuicio y el veredicto unánime de tales jueces,
dondequiera que se les encuentren, es la verdadera norma del gusto y la belleza. (Hume 2008,
54)
Es por la obra de los mejores estetas que el gusto social se educa a lo largo del tiempo en
alguna medida y sentido. Esto no obsta para que cada contexto histórico y cultural persevere
en sus prejuicios, los cuales, cuando son mediados por el gusto y la educación se constituyen
en preferencias. La moralidad de una época, por ejemplo, es un parámetro que difícilmente
puede romperse para dar plena rienda a la delicadeza de la imaginación, por ello las
sociedades prefieren generalmente las obras artísticas que mejor comulgan son sus propios
valores. El más excelso arte es capaz de trascender el horizonte de su tiempo y ser excusado
de las opiniones especulativas que arrastra consigo y que no consiguen, a pesar de todo,
arrebatarle su actualidad perene. Inversamente, el fanatismo de toda especie deforma el gusto,
mientras que la transmisión de la superstición por medio de éste conviene muy poco a la obra
artística. “Un hombre culto y reflexivo puede aceptar estas peculiaridades y usos, pero un
auditorio popular nunca puede desviarse tanto de sus ideas y sentimientos usuales como para
que le agraden escenas que no tienen nada en común con ellos”. (Hume 2008, 58)