Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Leonardo.
¿Cómo va su estancia en Argentina? Espero que esté bien y que me cuente
pronto de sus experiencias en el sur. Perdóneme por tanto tiempo de silencio y
quizá de indiferencia con sus asuntos, pero para mí no ha sido fácil salir del
limbo que afectó por algún tiempo mi mente y mi mano a la hora de escribir.
Gracias a Dios pude salir y ahora avizoro una época nueva para mis
propósitos.
La memoria perdida así quedó. Luego de varias visitas a neurocirujanos, estos
me dijeron que no se puede hacer nada con respecto al olvido sufrido, que
agradezca por no haber quedado tan mal, que el cerebro es el órgano más
desconocido del cuerpo humano, toda esa mierda. Mi memoria es como una
niebla que ha venido disipándose lentamente. Más bien mi olvido. En fin,
luego de dos años de visitar médicos y especialistas me cansé de oírles las
mismas sentencias, y decidí dejarlo todo en manos de Dios y del tiempo, su
sabia métrica. Lo cierto es que olvidé muchas cosas, personas,
acontecimientos, libros leídos, películas vistas, lugares visitados, tantas cosas
que se fueron a la caneca de la basura. Por fortuna, siempre llegan cosas
nuevas y se reestablecen algunas de las anteriores, erigiéndose, entonces, una
nueva memoria que ocupa el vacío dejado por la anterior.
Por supuesto que no he logrado conseguir un empleo. Ahora, a mi falta de
títulos se suma un historial clínico donde figura una enfermedad que en su
momento fue casi mortal. Mi trabajo con la editorial de Pablo Pardo terminó
de repente y por culpa de este. En 2016 me envió a Melgar a levantar en
digital un manuscrito que nadie entendía, y por ello cobré cuatrocientos mil
pesos. El autor de la obra fue un señor muy amable que además se encargó de
dictarme su manuscrito. Al término del trabajo me dijo que había dejado el
dinero de mi paga con Pablo Pardo, y cuando llegué a Ibagué aquel hijo de su
madre solo me dio doscientos mil pesos, la mitad de lo acordado. ¿Y dónde
están los otros doscientos mil?, le pregunté. Entonces, Pardo me dijo
acompañándose con su risita nefasta, que los otros doscientos mil pesos eran
de él, que él era el dueño del aviso, que habían venido a buscar la editorial y
no a mí. Entonces le repliqué de mala manera y lo tildé de ladrón. Finalmente
decidí demandarlo este año, no por los doscientos mil pesos que me robó sino
por cuatro años (2010 – 2014) de trabajo sin un salario justo, sin vacaciones
pagas, sin cotización pensional y sin afiliación a salud y seguridad social,
ausencias que me sorprendieron ese 13 de febrero de 2015, cuando se reventó
esa vena en mi cabeza. Ojalá prospere a mi favor la demanda.
Aquí en Ibagué todo sigue más o menos igual a como estaba cuando usted se
fue. No podría ser diferente en la capital mundial de la parálisis, como diría
Joyce de su amada Dublín. En las tardes suelo reunirme con Frank en el
callejón de la biblioteca, tomamos café, me fumo uno o dos cigarrillos, y
hablamos de los libros leídos y las películas vistas. Iván se peleó hace un
tiempo con Frank y no volvió a reunirse con nosotros. Los viernes, a veces,
sube Jorge y se va a tomar trago con Frank. Yo no hago parte de esos etílicos
eventos por obvias y aneurísmicas razones. Daniel Padilla sube al centro una
vez cada cien millones de años así que lo veo poco. Y así transcurre, más o
menos, mi tranquila vida, siempre animada por el descubrimiento de la lectura
y el redescubrimiento de la relectura. Porque he tenido que releer muchas
cosas que el olvido apartó de mí. He vuelto a Lovecraft, Saramago, Hesse,
Joyce, Tolkien, Rojas Herazo, y a tantos otros que poco a poco debí
redescubrir. Por fortuna, los clásicos tienen el poder de impactar con la misma
fuerza si uno los relee. Igual me sucede con la música. Volví a las obras de
Wagner, Tchaikovski, Rachmaninov, Beethoven y Bach que tanto me gustan.
Disfruto del rock, el de bandas como U2, Pink Floyd, Radiohead, Queen y
Depeche Mode. Never let me down again es una de las canciones más bacanas
que he oído en la vida. En cuanto al cine, veo de todo un poco, pero del
séptimo arte no sé mucho que digamos, disfruto casi por igual de películas
como La vida es bella, Pulp Fiction o Los niños del hombre.
Escribo, pero no me gusta hablar de lo que escribo. Cuando volví del limbo vi
en la computadora tres libros terminados que corrijo de vez en cuando, más
como ejercicio de autocrítica que como labor para una posible publicación.
Ellos son La Sombra del Artista, El Errante y La Noche Infinita. También vi en la
computadora un cuarto intento de novela, tres episodios de algo llamado La
Armadura del Mar, pero no sé a dónde quería llegar con ese trabajo así que por
el momento lo tengo anclado. He empezado a escribir otra novela de la que
solo diré que es poco o nada autobiográfica, que tiene, para mí, un tono
oscuro y solitario, y que si llega a ser terminada espero que pase por sus
manos, mi estimado Leonardo.
(Creo que esa novela sí es autobiográfica, más que simplemente un poco,
porque se trata de un hombre atrapado en el limbo. A veces aparecen en mi
mente imágenes que me resultan extrañas, con escenarios de mucha soledad,
como en un cuadro de Chirico. He aprovechado esas imágenes para tejer ese
nuevo relato que, no sorpresivamente, estoy haciendo en primera persona.
Creo que ellas son fragmentos de cosas que vi o percibí de alguna forma
cuando estuve hospitalizado, o en los días siguientes a mi salida del hospital.
Sea lo que Dios quiera y lo que mi lapicero alcance a recuperar).
En 2015, año de una sequía terrible en nuestro país, protagonicé algunas
escenas jocosas que quiero compartirle. Entonces estaba medio orate y sé de
ellas porque me las contaron, no porque las recuerde.
En la clínica de Calambeo, donde me operaron, en una cita de control.
—¿Qué más Carlos Andrés? ¿Cómo se siente? —me preguntó el
neurocirujano.
—¿Y este hijueputa quién es? —pregunté a mi padre quien me acompañaba.
El neurocirujano soltó la carcajada.
En la clínica de Calambeo, acostado y con mi hermano al lado.
—Alejo, no sea malagente, vaya a la tienda y cómpreme una tajada de
salchichón cervecero, una arepa y una CocaCola. No sea malagente, usted
tiene plata.
En la casa de mi abuelita Rosabel durante mi etapa de recuperación. Dizque
un montón de amigos fueron a verme y cuando entraron a la habitación, yo
pregunté:
—Abuelita, ¿quiénes son estos hijueputas?
Otra vez en la casa de mi abuelita Rosabel. Fueron a verme María del Rosario
y Dimitri. Eran las tres de la tarde cuando llegaron y hablé con ellos, bien, por
espacio de una hora. A eso de las cuatro interrumpí de manera violenta la
conversación y dije:
—Ya me cansé de ustedes par de pendejos. Me voy a dormir.
Me eché la cobija encima y a los dos minutos ya estaba roncando.
En el consultorio del médico cirujano Marcos Bonilla, viejo amigo de la
familia, el día que este me quitó los puntos de la cabeza.
—Doctor —dije yo—, solo prométame que no me va a chuzar el culo.
Tiempo después de la cirugía, luego de que “yo” me diera cuenta que era “yo”,
tuve acceso otra vez a mi computadora y empecé a ver, en YouTube, esa serie
llamada La Fábrica Inmoral. Con las actuaciones estelares de Arturo Pedreros,
Iván Esguerra, Luisa la Loca y otros que no recuerdo. A mí la serie me gustó y
hasta cierto punto me resultó entretenida pero creo que estoy parcializado y
mi opinión es el comentario de un amigo. Aquí va. Recuerdo que se trataba de
Arturo, un tipo que vivía de las “vueltas”, que a veces tenía uno que otro
problema y ya, eso era todo. Algo que no me convenció, o que no me gustó, o
no entendí, fue la forma como el jefe de Arturo reaccionó cuando este le dijo
que Iván había pagado cuatro en lugar de cinco millones de pesos, que Arturo
debía responder por todo el dinero aun sabiendo que Iván no había cancelado
lo acordado. ¿No podía el jefe cobrarle a Iván, directamente, la deuda
completa? Bueno, esa fue una de las cosas que no entendí. Ahora vamos a las
actuaciones. Luisa la Loca, que recuerde, salió en dos escenas y en ambas hizo
lo mismo, gritar como desquiciada mientras era violada (creo) y luego, cerca
del final de la serie, mientras era asesinada. Iván hizo de Iván y no le quedó
mal, de hecho es el personaje que más recuerdo de la serie quizás porque a
veces era un poquitín sobreactuado. Su primo, por el contrario, fue el lado
opuesto a Iván, tuvo una breve aparición en la escena donde comen chorizo y
lo único que hizo fue repetir como perico lo que Iván y usted ya habían dicho.
No le encontré el sentido a su personaje. Por lo demás, recuerdo que la serie
tenía una música corta en la intro que era contundente y bacana, una
ambientación buena y me gustaron muchas de sus escenas, como cuando
Arturo atraca a ese pobre idiota en el callejón de la biblioteca, la charla con un
negro grandote y luego entran a un tipo en una bolsa de basura para un
pequeño ajuste de cuentas, el encuentro entre Arturo y su jefe donde se da el
absurdo del millón de pesos faltante pero el resto de la escena es bacana. El
clímax de la serie, por supuesto, es el final. Arturo e Iván asaltaron el vehículo
equivocado, mataron a un tipo y a Luisa la Loca, y terminaron peleando entre
ellos. Dos asesinos letales, armados y no se pegan un tiro, solo se empujan,
amenazan y ya. Iván huye entre los matorrales mientras oye a Arturo decir, en
tono amenazante, ¡va a saber de mí! Creo que eso es lo que dice. La serie ya
no está en YouTube por alguna misteriosa razón. ¿Tendremos una segunda
parte?
Leonardo, por ahora no se me ocurre otra cosa para contarle. Mentira, sí tengo
más cosas para contarle pero prefiero dejarlas para la siguiente misiva. Hace
ya años que hago este ejercicio de escribir cartas con nuestro amigo en común,
David Martínez. Ellas me sirvieron para enterarme de cosas que viví o pensé,
cosas que olvidé pero que ahora sé otra vez. En estos tiempos de redes sociales
y correos electrónicos la carta es una labor más literaria que nunca.
Desde la fortaleza del silencio, su amigo,
Carlos.