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Al desaparecer los ideales desaparecen con ellos las funciones que ejercían,
esto es, la de mantener a los hombres como totalidad. Frases que hablaban del
Hombre como la de “es un gran paso para el hombre” -en el alunizaje de Neil
Armstrong- pronto son reemplazadas por otras como ser “yo no veo la
sociedad sino un conjunto de individuos” -de Margareth Thatcher- , por tomar
sólo un ejemplo.
Volviendo ahora al punto del cual partimos diremos que cuando se habla de “la
época” entonces a lo que se hace referencia es a buena parte de estos efectos
y fenómenos que se han producido en la posmodernidad y que son expresados
con un término que hace honores al presente continuo al que aludimos antes.
Ahora bien, lo que queremos dejar en claro es que la cultura en tanto
concepto específico que implica una doble operatoria, es diferenciable de
la época. (…)
La época posmortderna
Ahora bien, ¿qué sucede en nuestra época? Para que haya sociedad y cultura
el objeto debe perderse, acotarse el goce y construirse un padre legal que, en
tanto terceridad, regule los intercambios entre los hombres. Cierto malestar
es inherente a la pérdida de goce propia a toda sociedad, pero también es lo
que permite “los más grandiosos logros culturales”. Sin embargo ¿el malestar
de ayer es el mismo que el de hoy? De acuerdo a lo dicho, podemos pensar
que el malestar de nuestro tiempo es muy diferente al de la modernidad
freudiana, en la medida en que hoy no se sufre el límite de la renuncia
pulsional sino la falta de un límite que la imponga, no es la ley que nos
coacciona el motivo de malestar sino la falta de una ley que nos
regule, no experienciamos tanto la nostálgica pérdida del objeto como
su permanente presencia gozosa.
El discurso capitalista determina una realidad naturalizada en la cual se
presenta la ilusión de que el paraíso no está perdido, de que el objeto es
realcanzable en el consumo, proponiendo esa “satisfacción placentera
total” que imagina Freud. Si los discursos, como praxis, hacen a un
tratamiento de lo real por lo simbólico, entonces diremos que el discurso
capitalista lo que genera es una infinitización del goce, y en tal sentido un
tratamiento de desregulación del mismo. Esta última, así como la ilusión en
que se apoya co-construye un Principio de Realidad en el cual halla su anclaje
como sentido común, como datos de realidad, estas vicisitudes en nada
“naturales” de la época, con la paradoja de que en vez de enlazar la pulsión
silvestre a la cultura y producir algo de la renuncia, dispone lo contrario.
Podemos reexaminar qué pasa entonces con los conceptos de Freud. ¿Qué
sucede con la terceridad? Si la ley es la del goce infinitizado y si esta no re-
actua(liza), como denegación cultural, ese mítico pacto de renuncia pulsional,
entonces las leyes del hombre han de vacilar. La mayoría que se opone al
individuo y la Justicia como institución que garantiza esto, se verán afectadas.
La excepción, el no-todo, funda la regla, pero hoy hay demasiadas excepciones
que se sustraen a la regla. El neoliberalismo genera la ilusión de que esa
terceridad (el Estado)[1] no es necesaria sino que todo se regula por el
Mercado.
Lo que se promueve ahora es la pulsión salvaje, este tipo de estado pulsional
“no inhibido”. Esta inhibición es en verdad, ese obstáculo necesario para que
se domestique la pulsión y se produzca un enriquecimiento psíquico y
social.
¿Qué podríamos decir entonces de la pulsión? En el discurso capitalista la
pulsión tiene un papel fundamental en la medida que es esencialmente un puro
empuje de goce de lo real. El matema de la pulsión, Lacan lo lee como “sujeto
acéfalo en relación con la demanda” inconciente del Otro, vale decir, puro
empuje sin cabeza subjetiva. Es comparable quizás a la idea de Freud de una
“pulsión silvestre”, “no domeñada”. Podemos pensar que es la dimensión
subjetiva significante la que le permite inscribir lo real en lo simbólico, dando
lugar a ese acotamiento de goce propio de la “pulsión enfrenada”.
Así el resultado de una cultura que promueve el exceso no puede ser otro que
un empobrecimiento psíquico y cultural. Freud, con gran lucidez y
capacidad de síntesis, se pregunta “¿qué motivo tendrían los seres humanos
para dar otros usos a sus fuerzas pulsionales sexuales si de cualquier
distribución de ellas obtuvieran una satisfacción placentera total? Nunca se
librarían de ese placer y no producirían ningún progreso ulterior”. Es la forma
en que Freud nos dice que si el objeto ilusoriamente se nos presenta como no
estando perdido, ¿qué progreso esperar para el sujeto y para su cultura?
Nuestra época posmortderna que esta se caracteriza por la generalizada
degradación de la cultura.
La época posmortderna
liclucho@hotmail.com