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EL MUNDO NATURAL: LOS MITOS DE LA FEMINIDAD
EN LA ÉGLOGA I DE GARCILASO DE LA VEGA
A la luz de todo lo dicho hasta ahora, no En el espectro que abren estas dos vi-
debe sorprender que la Madre Tierra se siones contrapuestas del mundo natural, se
revele como el arquetipo principal que arti- sitúan los demás arquetipos presentes en el
cula esta primera égloga, lo que determina texto. Éstos son reelaboraciones a distintos
a priori el carácter esencialmente femenino niveles y, por lo tanto con distintas conno-
de lo que en ella sucede. En este sentido se taciones, del espíritu telúrico que emana de
puede trazar un decaimiento progresivo de la Madre Tierra. En general, esta égloga
los valores que Garcilaso asocia a la Madre presenta la figura femenina como una fuen-
Tierra: si la naturaleza para el enamorado te de desdicha para el amante. Todo es do-
se presenta como una madre piadosa y lle- lor alrededor de la mujer. Así, a través de
na de bondad, la égloga, cuando el amor se ella, un mundo de claridad, henchido de
convierte en decepción y desengaño, nos primavera, acaba por convertirse en un
transporta a un medio físico desolado, do- erial baldío donde sólo se escucha el lamen-
minio de una madre terrible y cruel, lleno to constante del que sufre penas de amor.
de “abrojos” y “espinas”. Las siguientes ci- En suma, en la Eglóga I de Garcilaso la
tas reflejan claramente como el amor, o la mujer es siempre fuente de dolor ya sea
ausencia de éste, catalizan el cambio de voluntariamente—Galatea—ya sea sin in-
paradigma que sufre el mundo natural: tención— la muerte de Elisa.
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PEDRO ANTONIO FÉREZ MORA
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EL MUNDO NATURAL: LOS MITOS DE LA FEMINIDAD
EN LA ÉGLOGA I DE GARCILASO DE LA VEGA
cárcel tenebrosa”. Donde antes había luz, al toma la vida como un juego. Las alusiones a
luz dorada que desprendía la cabellera do- Diana funcionan también en esta dirección.
rada de Elisa, ahora “se levanta la negra Así Nemoroso le recrimina a la diosa que
escuridad que el mundo cubre”. De nuevo se dejase perecer a Elisa por no interrumpir
pasa pues del brillo primaveral a la tene- sus agradables divertimentos:
brosidad de los dominios del invierno. Tan-
to y tan fuerte es el dolor que el pastor sien- ¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
te que sus lamentos llegan incluso a la fala- ¿Íbate tanto en un pastor dormido?
cia patética: [...]
¿Y tú, ingrata, riendo,
dejas morir mi bien ante los ojos?
Tengo una parte aquí de tus cabellos, [380-393]
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño En suma, la polaridad del mundo natu-
enternecerme siento, que sobre ellos ral, expresada a través de las figuras feme-
nunca mis ojos de llorar se hartan. ninas, se constituye como la pieza principal
[352-57]
del hilo narrativo de la Égloga I de Garcila-
so de la Vega. Así en un universo donde el
hombre parece no tener voluntad ni capaci-
A pesar de que Elisa sea descrita en
dad de decisión, la mujer por activa o por
términos de cuerpo celeste en la narración
pasiva, asume la condición de motor del
que las Piérides llevan a cabo de las des-
mundo pastoril renacentista. De igual mo-
venturas de Nemoroso, también hay cabida
do, la mujer en esta obra literaria es la ma-
aquí para la mujer terrible: la muerte, que
teria prima que genera el cambio en la vida
deja tras de sí una estela de llanto y tinie-
del pastor enamorado. Es decir, por obra y
blas. Al igual que Galatea, la dama negra
gracia de su presencia—ausencia—, el de-
llega a la calma de la escena pastoril y frus-
venir de Salicio y Nemoroso pasa de la
tra a su antojo las muchas esperanzas que
abundancia de la floresta al escarnio de las
el amante se había forjado en torno a la
malas yerbas y las espinas; de la luz a la
amada.
tiniebla; en fin, del dominio del romance al
de la tragedia. De este modo, cuando la da-
¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, ma alumbra con su sol la vida y el entorno
cuando en aqueste valle fresco el viento del pastor, la vegetación es la típica del jar-
andábamos cogiendo tiernas flores,
dín del Edén, y el mundo animal se reduce
que habría de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día a domésticas criaturas que rebosan dulzu-
que diese amargo fin a mis amores? ra: es el tiempo del romance. Sin embargo,
[282-287] cuando el amor, haciendo gala de su natu-
raleza perecedera, abandona a los pastores
a su tormentosa suerte, la oscuridad cae
La muerte desatenta—“en mi corazón sobre la vida cotidiana. El mundo animal se
metió la mano / y de allí me llevó mi dulce enrarece con serpientes y lobos; la frondosi-
prenda / que aquel era su nido y su mora- dad de la naturaleza comienza a decaer y
da”—se conceptualiza en la Eglóga como acaba por convertirse en un puñado de ras-
una criatura caprichosa e inoportuna que se
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PEDRO ANTONIO FÉREZ MORA
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