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ANIQUILACIONISMO REFUTADO

Aniquilacionismo Refutado
Tres interpretaciones del aniquilacionismo a la luz de las Sagradas Escrituras

El aniquilacionismo es la creencia de que los incrédulos no experimentarán un


sufrimiento eterno en el infierno, sino más bien serán “extinguidos” o “aniquilados” dejando
de existir por la eternidad. Entonces, según esta falsa doctrina, la muerte eterna es la
inexistencia eterna, la reducción a la “no existencia” del ser humano en un infierno eterno 1
que resulta en la “aniquilación de la existencia”.
Esta doctrina materialista no es nada nuevo. En los siglos III-IV D.C. algunos
escritores como Justino Mártir y Teófilo de Antioquia habían abogado por la aniquilación.
Pero el concepto medular de esta teoría nació con Arnobio, quien fue el primero en defender
la doctrina del aniquilacionismo en forma explícita. Por el mismo periodo Tertuliano,
Jerónimo y Juan Crisóstomo repudiaron ese concepto aniquilatorio de las almas como un
substituto al tormento eterno.
Hay algunas variantes a considerar en ésta doctrina, pues algunos aniquilacionistas
proponen que los inconversos dejan de existir en el momento de la muerte, otros en el
momento de la resurrección, y otros luego de un período de castigo posterior a la
resurrección y el juicio final. No obstante, en toda variante del aniquilacionismo, el destino
final de los que rechazan a Cristo es la cesación de la existencia, o sea, extinción total de su
ser.
A su vez, el aniquilacionismo está directamente relacionado con una antigua doctrina
llamada “inmortalidad condicional” la cual afirma que la inmortalidad humana no es un don
natural del hombre, sino un don disponible sólo para los creyentes. Entonces, según el
condicionalismo, la persona que no acepta a Cristo será aniquilada perdiendo su estado de
existencia consciente por no recibir el don de la inmortalidad. Como se puede ver la
doctrina de la “inmortalidad incondicional” es la consecuencia lógica del “aniquilacionismo”.

También debemos considerar que es propio entre varios de los creyentes en las
anteriores falsas doctrinas, el enseñar la doctrina del “sueño del alma” según la cual,
supuestamente, el alma del difunto duerme en profunda inconsciencia esperando la
resurrección cuando despierte a la consciencia.

La doctrina del aniquilacionismo ha logrado un lamentable avance dentro de los


grupos religiosos identificados como los más ortodoxos, y gran parte de la culpa la tienen
varias reconocidas editoriales como Intervarsity, Zondervan, Moody y Baker, las que han
sido influidas tremendamente por exegetas liberales y materialistas.
Lo anterior no es nada, cuando consideramos el amplio espectro de lectores que son
alcanzados a través del Internet por diversos grupos materialistas como los Testigos del
Atalaya y los Adventistas del Séptimo Día, entre varios otros, quienes no son nada tímidos
para alzar la bandera antibíblica del aniquilacionismo.

La creencia en el aniquilacionismo básicamente es el resultado de la incomprensión o


rebeldía contra las siguientes doctrinas explicitadas en las Sagradas Escrituras: (1) Las
consecuencias del pecado, (2) la soberanía y justicia de Dios, (3) la naturaleza del castigo
eterno, y (4) la naturaleza del hombre.

Enseguida el lector se podrá informar de tres argumentos del aniquilacionismo que


recibimos de un defensor de esta doctrina. Los tres argumentos aniquilacionistas aparecen
en letra “Times New Roman” y en “negrita”, y a su vez nuestros argumentos de refutación
aparecen en letra “Verdana”.

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Por Josué Hernández
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ANIQUILACIONISMO REFUTADO

LOS TRES ARGUMENTOS REFUTADOS

1. La solemne declaración de Cristo: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida
eterna” (Mat. 25:46), generalmente es considerada como la prueba más clara del
sufrimiento consciente que los perdidos soportarán por toda la eternidad. ¿Esta es la única
interpretación legítima del texto?
Todo buen estudiante de la Biblia sabe que no puede existir más de una
2
“interpretación legítima del texto” de la Escritura, hablar así es apelar al subjetivismo. Por
lo tanto, no tratamos de ver alguna otra “interpretación” que nos parezca “legítima” sino que
interpretamos el texto según las reglas básicas de gramática y el sentido común para
aprender lo que Cristo dijo y quiso informarnos.
Mateo 25:46 es un pasaje muy claro que trata del sufrimiento eterno consciente de
los injustos, aquí Jesús dejó bien claro el justo juicio que será ejecutado en aquel gran día, y
esto molesta al aniquilacionista promedio.

Lo que Cristo afirmó es una muy clara y solemne advertencia que involucra no sólo el
destino de los injustos, sino también la duración de su castigo. Como seguiremos
explicando más abajo, la mera mención de la palabra “castigo” (Gr. kólasis) implica que
necesariamente debe existir un sujeto receptor que lo sufre, algo que sólo puede suceder
cuando se es consciente. Entonces, “castigo” implica sufrimiento, y “sufrimiento”
necesariamente implica un estado consciente.
En Mateo 25:46 Cristo dijo que el “castigo” es “eterno” en duración. No hay forma de
que alguna extinción de la conciencia pueda ser introducida en el pasaje. El adjetivo griego
“aionion” en este versículo significa literalmente eterno, sin final. El mismo adjetivo griego
es usado para calificar a Dios, “Dios eterno” (Rom. 16:26), “imperio sempiterno” (1 Tim
6:16), “su gloria eterna” (1 Ped. 5:10), “del juicio eterno” (Heb. 6:2).
El castigo de los incrédulos es tan eterno en el futuro como lo es el único y eterno
Dios.

No podemos dejar pasar la total incongruencia de la posición aniquilacionista frente a


la enseñanza bíblica de los diferentes grados de castigo en el infierno, lo cual tendría que
asumirse como diferentes grados de aniquilación ¿puede ser más ilógica esta posición
antibíblica?
Nadie podría ser aniquilado un poco, aniquilado bastante y/o aniquilado mucho, el
concepto de aniquilación impide todo esto. O el impenitente es aniquilado o no lo es. Pero,
las Escrituras enseñan que habrá grados de castigo en el infierno (Cf. Mat. 10:15; 11:21-24;
Mar. 12:40; Luc. 12:47-48; Apoc. 22:12).

John Stott responde: “No, eso es interpretar en el texto algo que no está necesariamente allí.
Lo que Jesús dijo es que tanto la vida como el castigo serían eternos, pero en este pasaje no
definió la naturaleza de ninguno de los dos. Porque en otro lado haya hablado de la vida
eterna como un placer consciente de Dios (Juan 17:3), no se deduce que el castigo eterno
debe ser una experiencia consciente de dolor en manos de Dios. Al contrario, aunque
declara que ambos son eternos, Jesús está contrastando los dos destinos: cuanto más
distintos sean, mejor”. Los tradicionalistas leen “castigo eterno” como “maltrato
eterno”, pero ese no es el significado de la frase.
Jesús mencionó dos destinos que esperan al hombre (Cf. Mat. 7:13-14) y ambos
destinos son eternos, es decir para siempre. El sentido de los dos destinos contrastados es
evidente, ya sea el “castigo eterno” en el “fuego eterno” (Mat. 25:41, 46) como la “vida
eterna” en el “reino preparado… desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34, 46).

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Por Josué Hernández
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Obviamente ambos destinos son experiencias que duran por la eternidad consciente del
individuo que los experimenta, a la vez que son “distintas” experiencias según la elección en
vida de los hombres.

En el párrafo arriba se nos acusa de “tradicionalistas” y luego se declara que


afirmamos que “castigo eterno” es un “maltrato eterno”. Esta es una reacción típica del que
aboga por el error. Tal argumento está diseñado para predisponer la mente de los lectores
mal informados y motivar el prejuicio en contra de la enseñanza bíblica respecto al castigo
consciente y eterno en el infierno. 3
Todos podemos saber que “maltratar” involucra el insultar o golpear a otro sin que
medie falta alguna en quien sufre el maltrato. En cambio, “castigar” es imponer una pena al
que ha cometido un delito. Obviamente, sabemos la diferencia entre maltrato y castigo, y
creemos lo que Cristo dijo respecto al “castigo eterno”.
La palabra griega “castigo” viene del sustantivo griego “kólasis” el cual “denota en
primer lugar cortar, podar, restringir, mutilar (de kolos); de ahí, restringir, castigar” (VINE).
El castigo referido, según Thayer es aplicado como “corrección, castigo, pena”, lo cual
implica un delito, un “castigo penal” (Strong), lo cual es coherente con la definición bíblica
de pecado, “el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4). Cometer semejantes delitos hace
del hombre un criminal merecedor de una paga, “Porque la paga del pecado es muerte, mas
la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23).

Debido a lo anterior, en el plan de Dios, hay dos destinos eternos que el hombre
escoge ahora en ésta vida física, “el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida
eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira
y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la
injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío
primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al
judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios”
(Rom. 2:6-11).

Cristo dijo “Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y
después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel
que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste
temed” (Luc. 12:4-5).
Según este pasaje: 1) Quitar la vida física (matar el cuerpo) es algo que los hombres
nos pueden hacer. Pero, después de esto, Dios tiene poder de hacer algo más, algo
adicional. 2) El infierno no es la muerte física. 3) El infierno no es la tumba. 4) El infierno
es algo que debemos temer después de la muerte física. 5) Solamente el cuerpo muere
cuando nos matan. Los hombres no pueden tocar el alma, nuestra persona interior. Para un
comentario más específico de este punto, consulte la obra: El concepto bíblico de
“muerte”

Como observa agudamente Basil Atkinson, “cuando el adjetivo aionios que significa
‘eterno’ se usa en griego con sustantivos de acción, hace referencia al resultado de la acción,
no al proceso. Por consiguiente, la frase ‘castigo eterno’ es comparable con ‘redención
eterna’ y ‘salvación eterna’, ambas frases de la Escritura. Nadie supone que estamos siendo
redimidos o salvados constantemente.
Según el señor Henry Thayer, el adjetivo “aionios” significa: 1) sin principio ni fin, lo
que siempre ha sido y siempre será, 2) sin principio, 3) sin fin, que nunca cesa, eterno. En
cambio, con aguda astucia, el aniquilacionista quiere dejar la impresión de que el “castigo”
(acción) llevaría a una eterna aniquilación del ser (resultado). Pero, ni Cristo, ni sus
apóstoles, ni la gramática sostienen semejante subterfugio.

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Por Josué Hernández
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ANIQUILACIONISMO REFUTADO

La confusión creada por el aniquilacionista consiste en mirar lo que es “eterno” como


diferente de la “acción persistente” que es el resultado natural de un estado sin fin, dejando
la impresión de que nosotros definimos lo que es “eterno” como algo meramente repetitivo.
Pero, tal cosa no es así. Hay diferencia entre lo que nunca cesa porque es eterno y lo que
se repite porque es temporal. El destino eterno que el hombre escoja es una experiencia
constante, y la definición de constante es “persistente, durable” (Larousse).
Cristo “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb.
5:9). Dicha “eterna salvación” es una experiencia consciente que persiste y que dura sin
cesar, prolongándose sin fin, porque es “eterna”. 4

2. La frase “no tienen reposo de día ni de noche” (Apoc. 14:11) es interpretada por los
tradicionalistas como si describiera el tormento eterno del infierno. Sin embargo, la frase
denota la continuidad y no la duración eterna de una acción. Juan usa la misma frase “día y
noche” para describir a las criaturas vivientes que alaban a Dios (Apoc. 4:8), a los mártires
que sirven a Dios (Apoc. 7:15), a Satanás acusando a los hermanos (Apoc. 12:19) y a la
trinidad profana que es atormentada en el lago de fuego (Apoc. 20:10).
La frase “día y noche” ciertamente denota continuidad pero también denota la
duración de la acción descrita en el mismo pasaje, y en esto el contexto es crucial.
Además, todo mundo sabe que la continuación de algo necesariamente involucra la acción y
efecto de lo que va persistiendo en ello. Pero, el aniquilacionista quiere dejar la impresión
de que “día y noche” sólo denota “la continuidad” para luego pasar a definir el castigo eterno
como una aniquilación perpetua y sin interrupción. Pero no somos ilusos frente al esquema
materialista de semejante posición antibíblica.

Veamos el contexto, “Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno
adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también
beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será
atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de
su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que
adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre” (Apoc. 14:9-
11).
Según podemos leer, la frase “no tienen reposo de día ni de noche” bien indica la
duración eterna de la acción descrita, la eterna aflicción infringida al ser “atormentado con
fuego y azufre”, lo cual dura “por los siglos de los siglos”, “día y noche”.
Así como los justos sirven a Dios “día y noche” en una experiencia consciente (Apoc.
7:15) los pecadores impenitentes serán atormentados “día y noche” en una experiencia
consciente de terror y remordimiento.
La frase “día y noche” de Apocalipsis 14:11 no hace referencia a una aniquilación
perpetua, sino a una experiencia consciente que perdura “día y noche” y “por los siglos de
los siglos”. Sino, entonces ¿cómo puede recibir tormento eterno lo que ya fue aniquilado?
¿Acaso no hay diferencia entre atormentar y aniquilar?
Sin duda alguna el aniquilacionista debe encontrar pasaje bíblico que defina el castigo
eterno como una aniquilación, pero no lo puede hacer y fracasa al torcer las Escrituras para
sostener su posición materialista.

En cada caso, el pensamiento es el mismo: la acción continúa mientras dura. Harol


Guillebaud explica correctamente que la frase “no tienen reposo de día ni de noche” (Apoc.
14:11) “ciertamente dice que no habrá pausa o intervalo en el sufrimiento de los seguidores
de la bestia, mientras continúe; pero en sí no dice que continuará para siempre”.46
He aquí el subterfugio de los aniquilacionistas, ellos suponen que la acción del
“tormento” dura hasta la aniquilación del ser, y que por lo tanto la aniquilación tiene una

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duración eterna. Pero el Espíritu Santo jamás ha declarado que el “sufrimiento de los
seguidores de la bestia” tenga un límite, más bien él ha manifestado lo contrario.

El respaldo para esta conclusión lo brinda el uso de la frase “día y noche” de Isaías 34:10,
donde el fuego de Edom no es saciado “de noche ni de día” y “perpetuamente subirá su
humo” (Isa. 34:10). La imaginería está diagramada para transmitir que el fuego de Edom
continuaría hasta que hubiere consumido todo lo que había, y luego se extinguiría.
Gran astucia demuestra el aniquilacionista al torcer la Escritura comparando
5
conceptos similares de contextos totalmente distintos. Una acción típica de aquel que aboga
por el error (2 Ped. 3:16).
Ciertamente en Isaías 34:10 y Apocalipsis 14:11 se mencionan las palabras día,
noche y humo, pero la diferencia es que un pasaje trata simbólicamente del castigo que
azotaría físicamente a Edom (Is. 34:5-17) y el otro trata del castigo eterno en el lago de
fuego que tocará a los adoradores de la bestia (Apoc. 14:9-11) lo cual es tratado más
específicamente después en el libro de Apocalipsis.
El lector debe poner atención aquí, pues astutamente se están citando dos castigos
distintos, uno físico y geográfico (sobre una nación), y otro espiritual y eterno (en el lago de
fuego). Por lo tanto, son dos clases distintas de fuego de juicio que no se equiparan para
ayudar al aniquilacionista en su postura antibíblica.
Además, debemos observar que el fuego que consumiría la tierra de Edom (Is. 34:9)
no se “extinguiría”, sino que permanecería quemando y alzando humo a los cielos en total
desolación (Is. 34:10) para dar lugar a diversos animales salvajes (Is. 34:11-15) y plantas
silvestres (Is. 34:13). Por supuesto, éste no es el fuego del infierno como el lector honesto
se puede dar cuenta.
El aniquilacionista quiere dejar la impresión de que el fuego figurativo que consumiría
a Edom, luego de ejecutar el juicio divino, se extinguiría al igual que el castigo de
aniquilación de su doctrina materialista, a pesar de que el texto afirma todo lo contrario: “No
se apagará ni de noche ni de día, su humo subirá para siempre; de generación en
generación permanecerá desolada, nunca jamás pasará nadie por ella” (Is. 34:10, LBLA).
Para que el infierno de aniquilación sea real, se debe encontrar un pasaje
neotestamentario en donde se especifique que el infierno es un fuego que se extinguirá
luego de aniquilar a los impíos, pero Cristo dijo todo lo contrario, él se refirió al infierno
como “fuego eterno” (Mat. 18:8) “que no puede ser apagado” (Mar. 9:43). Ésta es la “pena
de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes.
1:9) reservada “a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo” (2 Tes. 1:8).

3. Pedro compara la destrucción de ellos con la del mundo antiguo por medio del Diluvio y
las ciudades de Sodoma y Gomorra que fueron reducidas a cenizas (2 Ped. 2:5-6). Dios
“condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y
poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente” (2 Ped. 2:6). Aquí Pedro
consigna inequívocamente que la extinción por medio del fuego de Sodoma y Gomorra sirve
como ejemplo del destino de los perdidos.
Es común en el aniquilacionista definir “destrucción” como “aniquilación” o
“extinción”, tal cosa es un error garrafal de su doctrina y el lector debe fijarse bien en esto.
Claro está, el texto sagrado no acompaña semejante pretensión materialista.
El sustantivo traducido “destrucción” en 2 Pedro 2:6 viene del término griego
“katatrofé” del cual por transliteración obtenemos el sustantivo castellano “catástrofe”.
Entonces, la “destrucción” referida no es una “extinción” sino una demolición y ruina. Las
ciudades de Sodoma y Gomorra fueron demolidas, derrumbadas y reducidas a cenizas por la

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catástrofe a la cual fueron condenadas por Dios. Tal destrucción bien habla de la soberanía
y justo juicio de Dios.
Ahora bien, el “ejemplo” que los impíos deben ver aquí es de advertencia o
“escarmiento” (NVI, VM, y otras) para los futuros impíos que decidieran seguir semejante
camino de prevaricación.
Aquí podemos ver como, nuevamente, el aniquilacionista confunde astutamente dos
castigos distintos, uno físico y geográfico (sobre Sodoma y Gomorra), y otro espiritual y
eterno (en el lago de fuego).
6

Conclusión

Cristo advirtió acerca del “castigo eterno” en el “fuego eterno” (Mat. 25:46, 41) el
“fuego que no puede ser apagado” (Mar. 9:43), uno de los dos destinos que el hombre
eternamente experimentará (Mat. 7:13-14), este castigo es también descrito como el “lago
de fuego” (Apoc. 20:15) y la “pena de eterna perdición” (2 Tes. 1:9).
En cambio, la aniquilación no es un destino por el cual aterrorizarse, ya que consiste
solamente en la extinción eterna del ser, nada más.

En vista del horrendo castigo eterno que merecen nuestros hechos, el amor de la
verdad de Dios es nuestra única esperanza (2 Tes. 2:10) la cual muchos desechan.
La existencia del castigo eterno es una razón primaria por la cual Dios envió a su Hijo
a morir para salvarnos, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Nosotros podemos elegir morir eternamente por nuestros propios pecados (Rom.
6:23) y recibir así la pena que merecen nuestros hechos, pero esto no resulta en la “vida”
que Dios quiere darnos. Así es como la muerte de Cristo pagó el precio de nuestra
redención “para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Heb. 2:9), es así
como Cristo “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb.
5:9).

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