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Antología

Navideña
Realizada por Isabel Urbano

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¿CELEBRAR LA NAVIDAD?

La palabra Navidad procede de la palabra "Natividad", la cual significa "Nacimiento". ¿El nacimiento de
quién? El DRAE, en su definición de "Navidad" nos dice: "Navidad: Natividad de Nuestro Señor
Jesucristo; Día en que se celebra"

De unos años para acá, muchos “cristianos” han dejado de celebrar el nacimiento de Cristo en estas
fechas. Se argumenta que el 25 de Diciembre es una fecha pagana y que por lo tanto no se debe
celebrar ese día de Navidad, y que no hay evidencias de que el Señor Jesús haya nacido en esa fecha.

No sabemos con seguridad cuándo comenzó la celebración del nacimiento de Cristo. De la navidad
habla Clemente de Alejandría alrededor del año 201. Por más de 300 años los cristianos primitivos
observaron días diferentes. En el 354 después de Cristo el Obispo Liberio de Roma ordenó a los
creyentes celebrar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. El Obispo escogió tal día porque muchos
en Roma ya celebraban ese día como festivo y lo dedicaban a Saturno. Sin embargo, las Navidades
no son, como muchos alegan, históricamente descendientes de la celebración romana llamada
Saternalia, la cual incluía excesos carnales extravagantes. La explicación del Obispo fue que había
escogido este día para contrarrestar la celebración pagana ya existente, y para comenzar a cambiar la
tradición y para cristianizar la fecha. A partir de ese momento, debido a la hegemonía romana en el
mundo, los cristianos fueron poco a poco adoptando tal día como el escogido para la celebración del
nacimiento de Cristo.

En cuanto a la negativa para poner el árbol de navidad, se esgrime el texto de Deu. 16:21 NO
PLANTARÁS NINGÚN ARBOL PARA ASERA CERCA DEL ALTAR DE JEHOVÁ TU DIOS, QUE TÚ
TE HABRÁS HECHO.

Astarté, o "Aseras", como se la conoce en hebreo, esposa de Il y madre de Baal, es la diosa de la


fertilidad en el Panteón cananeo. Uno de los signos de esta diosa era un árbol, probablemente uno
grande. En ocasiones se llamaba así al bosque.

El Antiguo Testamento revela también las huellas de su culto a los árboles. El árbol, eterno símbolo en
los mitos de los pueblos, fue durante mucho tiempo un" signo de la fuerza vital y un símbolo de
cualidades genitales. A menudo fue visto como mujer u hombre, o incluso como andrógino y lugar de
origen de los hijos, como divinidad animada. Y precisamente en la religión de Canaán y en la
deforestada Palestina fue el símbolo específico de la fertilidad.

Los habitantes de la antigua Canaán —donde los demonios arbóreos se llamaban 'el o 'elon—
edificaban «bajo los verdes árboles» a partir de piedras sagradas y postes, y también «bajo los verdes
árboles» celebraban las fiestas de la fertilidad.

Jehová fue el único dios del Mundo Antiguo que no se hizo adorar por imágenes. Al llegar a Canaán,
los israelitas tomaron contacto con un antiguo universo cultural, con la Gran Madre, los dioses El y
Baal, con esponsales “sagrados”, prostitución y desfloración rituales, en una palabra, con una religión
de fiestas y estímulos sensuales, y aunque es verdad que estos cultos idolátricos habían comenzado
a campo abierto, donde se plantaban —entre libaciones inmoderadas y copulaciones colectivas sobre
la tierra— los árboles de Asera, llamados por el propio nombre de la diosa.

El árbol de asera era pues un árbol frondoso, o un bosque frondoso, donde se acostaban y tenían
relaciones sexuales. Is. 57:5, 7 QUE OS ENFERVORIZÁIS CON LOS ÍDOLOS DEBAJO DE TOO
ARBOL FRONDOSO…SOBRE EL MONTE ALTO Y EMPINADO PUSISTE TU CAMA…” Jer. 2:20

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“…SOBRE TODO COLLADO ALTO Y DEBAJO DE TODO ÁRBOL FRONDOSO TE ECHABAS COMO
RAMERA”.

Por eso el Señor ordena una y otra vez destruir sus altares, deshacer sus imágenes y talar sus bosques,
una y otra vez prohibe convivir con aquellos que extienden la prostitución con sus dioses. Pero solo los
dedicados a Asera, solo los que utilizaban para, debajo de ellos, tener relaciones sexuales.

Pero además, el árbol de asera, era la encina. “Encina (heb. tirza, Is. 44.14, °vrv1; °vrv2 “ciprés”).
Madera usada para hacer ídolos paganos. Si la encina de °vrv1 indica la madera de la encina perenne
(Quercus ilex) de la zona del Mediterráneo central, se la hubiera tenido que importar. En cambio
evidentemente la referencia es, según el contexto, a un árbol autóctono, tal como alguno de los robles
de la zona. °vrv2 y °vm traducen la palabra heb. po r “ciprés” (Cypressus sempervirens); otras versioneno
s. tienen “roble” (°bj ); ambos son nativos de Pale stina. La palabra heb. tirza es semejante a la palabra
ugarítica tisr para ciprés.

Las palabras heb. allon y elon tamb. se vierten encina (°vrv2), además de “roble” (°vm). En Palestina
hay tres especies de roble (Quercus). La coscoja (Q. coccifera, conocida tamb. como Q. calliprinos) es
una siempre verde que habita los montes, donde se la ve frecuentemente como un arbusto, si bien la
variedad palestina puede llegar a formar un árbol redondeado con tronco robusto cuando está protegida.
Uno de los robles de hoja caduca (Q. infectoria) probablemente no se mencione en la Biblia, debido a
su distribución limitada en altitudes considerables. El otro, el roble de Vallonea o Tabor (Q. aegilops,
conocido tamb. como Q. ithaburensis), se encuentra en las tierras bajas de la Palestina, pero la tala
extensa ha eliminado los bosques que anteriormente cubrían la llanura de Sarón. Es un árbol fuerte, de
madera dura, que alcanza una gran edad, y su fruto, o bellota, está inserta en una copa. Hay cierta
confusión con el terebinto, que alcanza una altura similar y tiene nombre heb. semejante, si bien
botánicamente son diferentes.

La encina o roble era árbol favorito debajo del cual sentarse (1 R. 13.14), o sepultar los muertos (Gn.
35.8; 1 Cr. 10.12). Los árboles solitarios constituían mojones (1 S. 10.3; °vrv1 “campina”). Su madera
poco se menciona; es dura y se usaba para hacer remos (Ez. 27.6). Basán era renombrada por sus
encinas (Is. 2.13; Ez. 27.6; Zac. 11.2), y hasta el día de hoy pueden verse hermosos ejemplares adultos
de Q. aegilops en esa región. La tintura escarlata o carmesí, empleada en ritos heb. (Ex. 25.4; 26.1; He.
9.19, etc.), se obtenía de un insecto cóccido que cubría las ramitas de la encina coscoja. Absalón quedó
atrapado por el cabello en una encina (2 S. 18.9–10).

El heb. asera se traduce en °vrv1 (siguiendo la LXX alsos) como “bosque” o “(lugar) alto” idolátrico (Ex.
34.13; Dt. 16.21; 2 R. 17.16, etc.), dado que se pensaba que se refería a un encinar o robledo. En
cambio los entendidos actuales sostienen que no se trata de una referencia a árboles sino a una imagen
o un asta cúltica de la diosa cananea Asera (así °v rv2), consorte de Él. No obstante, con frecuencia
también había árboles en torno a la cuestión: “No plantarás ningún árbol para Asera” (Dt. 16.21);
“Sacrificaron … debajo de las encinas, álamos y olmos que tuviesen buena sombra” (Os. 4.13). Hasta
el día de hoy pueden verse en diversas partes de Palestina bosques “sagrados” de encinas y terebintos”.

La Biblia habla de la utilidad de los árboles por cuanto proporcionan alimento a personas y animales,
aceite, leña, carbón vegetal y material de construcción. Los árboles se mencionan como fuente de
alimentación en los primeros capítulos de la Biblia (Génesis, 1:29). Por la importancia alimentaria de los
árboles, estaba prohibido talar los frutales durante el asedio a una ciudad enemiga (Deuteronomio,
20:19-20). El olivo era muy importante con respecto a la producción de aceite.

De modo análogo, en la Biblia las granadas vienen de Dios (Deuteronomio, 8: 8). También son
mencionadas como objetos bellos. Las granadas figuran en las Escrituras en tres lugares destacados:

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en el manto de un alto sacerdote (Éxodo, 28:33), como guirnalda en las columnas del templo, y en el
Cantar de los Cantares. El templo de Salomón tenía doscientas granadas esculpidas en los capiteles
de las dos columnas que estaban en la fachada (1 Reyes, 7:42; 2 Crónicas, 4:13). En el Cantar de los
Cantares, 4:3 y 6:7, el interior rojo del fruto es comparado a las mejillas de la Amada.

Otra de las aplicaciones de los árboles en la Biblia es su uso como material resistente, como puede
verse en varios capítulos del Éxodo. Las tablas y las estacas, así como el mobiliario del tabernáculo, en
especial el Arca de la Alianza, eran de madera de acacia. Históricamente, el cedro del Líbano fue uno
de los más importantes materiales de construcción en el Cercano Oriente (Bikai, 1991). El primer uso
del cedro para la construcción que se menciona en la Biblia fue para palacios reales.

El más famoso edificio de cedro, aunque no el mayor, fue el templo construido por Salomón. Además,
Salomón construyó para sí mismo una magnífica morada enteramente de madera de cedro (1 Reyes,
7); tardó 13 años en terminarlo, seis más que para el templo. Anteriormente, el padre de Salomón había
construido una casa de cedro (2 Samuel, 7:2). Menos conocido es el uso del cedro en las ofrendas para
purificación, por ejemplo en la limpieza ritual de la lepra (Levítico, 14; Números, 19:6). No se dan
detalles, pero parece probable que se utilizaran pequeños trozos de cedro por su fragancia.

Desde muy pronto se mencionan en la Biblia los árboles no sólo como fuente de alimentación sino por
su belleza (Génesis, 2:8). La belleza de los árboles es también un tema en el Cantar de los Cantares.
En Deuteronomio, 8:8 se mencionan específicamente olivares, higueras y granados como bendición de
Dios. El árbol bueno se equipara a una persona buena, y el árbol malo a una persona mala. «Será como
árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae, y tofdo lo que
hace, prosperará.» Salmos, 1:3 «El justo florecerá como la palmera, crecerá como cedro en el Líbano»
Salmos, 92:12 La Biblia compara explícitamente a los grandes hombres con árboles. Por ejemplo
Daniel, al interpretar el sueño del rey Nabucodonosor sobre un árbol, dice: «El árbol que viste ... tú
mismo eres oh rey» (Daniel, 4:2-22). En Ezequiel, 31:3, el rey de Asiria se equipara a un cedro del
Líbano: «He aquí era el asirio cedro del Líbano, de hermosas ramas, de frondoso ramaje, y de grande
altura y su copa estaba entre densas ramas.»

Los árboles simbolizan la eternidad y están asociados con el reino de los cielos. Un ejemplo es el árbol
de la vida en la Biblia, mencionado en el Jardín de Edén así como en la vida eterna.

¿Podía en la Biblia, o puede un árbol utilizarse con el propósito de venerar, recordar, adorar, o celebrar
al Dios Vivo y Verdadero, al Rey de Reyes y Señor de Señores?

La misma Biblia conserva el recuerdo de árboles o bosques vinculados a la divinidad, como es normal
en el contexto del Antiguo Oriente, árboles donde los judíos adoraban a su Dios. Así tenemos que la
encina era símbolo de asera, pero también la Biblia nos habla de la encina sagrada de Moré o de la
visión, que está cerca de Siquem, junto al santuario de (Gen 12;6; 35; 4; Dt 11:30; Jos 24:26; y también
es sagrada la palmera de Débora (Jueces 4:5).

Abraham plantó un árbol de tamarisco en Beer Sheva, y allí invoco el nombre del señor, Dios de la
eternidad (Génesis 21:33)

Quizá el más sagrado de los árboles o arbolados de Israel fue el encinar de Mambré, lugar de la visión,
de las reuniones sagradas, de las adivinaciones, lugar donde el mismo Dios solía cenir a dialogar con
sus amigos, según la tradición de Abrahán: "Yahvé apareció a Abraham en el encinar de Mambré,
cuando él estaba sentado en la entrada de la tienda, en el pleno calor del día" (Gen 17, 1-2).

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Dios en la Biblia se vincula con el trigo y con la viña. El es la Vid inmensa, árbol infinito que todo lo
abarca, enriquece y alimenta.

El Señor ordenó a Moisés la celebración de festividades, entre ellas Sucot, o Cabañas, o Tabernáculos.
En ella el Señor ordenó el uso de ramas de árboles para la decoración. Lev. 23:40 ``Y tomaréis el
primer día ramas de palmeras, ramas de tomaréis árboles frondosos, y sauces de los arroyos; y os
regocijaréis DELANTE DE JEHOVÁ VUESTRO DIOS por siete días.

Y así vemos en tiempos de Nehemías que encontraron escrito en la Ley que el Señor había mandado
esto por medio de Moisés: “ Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano de
Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la fiesta solemne del mes séptimo; y que
hiciesen saber, y pasar pregón por todas sus ciudades y por Jerusalén, diciendo: Salid al monte, y traed
ramas de olivo, de olivo silvestre, de arrayán, de palmeras y de todo árbol frondoso, para hacer
tabernáculos, como está escrito. Salió, pues, el pueblo, y trajeron ramas e hicieron tabernáculos, cada
uno sobre su terrado, en sus patios, en los patios de la casa de Dios, en la plaza de la puerta de las
Aguas, y en la plaza de la puerta de Efraín.

Pero en cuanto al uso de un árbol de navidad, en el hogar o en el templo, existen varias historias acerca
del origen de los árboles navideños. Hubo un tiempo que la gente de Escandinavia hasta los adoraba.
Otras culturas, incluyendo a los romanos, quienes adoraban cientos de dioses, creían que las ramas
verdes de los árboles traían buena suerte. Por su parte los alemanes fueron los que probablemente
usaron los árboles como decoraciones navideñas. Pero hasta en los tiempos bíblicos ya existía una
costumbre parecida.

Podemos concluir que los árboles sí han sido adorados y han sido vinculados a la adoración pagana,
pero también árboles y ramas han sido usados para la adoración al Dios verdadero, en muchos
aspectos, incluyendo en la entrada triunfal a Jerusalém. Un texto muy especial, Isaías 60:13 dice: 13
LA GLORIA DEL LÍBANO VENDRÁ A TI, CIPRESES, PINOS Y bojes JUNTAMENTE, PARA DECORAR
EL LUGAR DE MI SANTUARIO; Y YO HONRARÉ EL LUGAR DE MIS PIES. Con ello, y sin forzar las
Sagradas Escrituras, podemos entender que si usamos un árbol, una rama, un pino, para adorno
navideño, ya sea en el hogar o en el santuario, NO ESTAMOS OFENDIENDO AL SEÑOR, pues no se
dedica ni se usa para adorar un ídolo, no se practica ante él nada abominable, al contrario, se alaba y
bendice a aquel de quien Isaías 53:2 dijo: “SUBIRÁ CUAL RENUEVO DELANTE DE ÉL”

Los árboles son venerados todavía hoy en muchos países, entre ellos Iraq, Israel, Líbano y la República
Árabe Siria. Entre los árabes drusos y musulmanes, algunos árboles se consideran sagrados. Tales
árboles están a menudo cerca de las tumbas de santos o santas a las que los visitantes van a hacer
rogativas. Prometen hacer buenas obras si sus peticiones son escuchadas, y atan paños, tiras de tela
o trapos a los árboles como indicación solemne de su promesa de cumplir sus votos (Dafni, 2003).

Del bosque original de cedros del Líbano que antaño cubría la ladera occidental del monte del Líbano,
queda menos del 3 por ciento. Casi todo este bosque está protegido. Una de las reservas, llamada «Los
Cedros del Señor» (Arz el-Rab), un resto de pocos centenares de hectáreas en el monte del Líbano, ha
sido considerada sagrada por los cristianos maronitas que han vivido durante un milenio en la región.

Si de paganismo se trata, estoy de acuerdo que no debemos celebrar esa fecha, pero no olviden que
todos los días de la semana también fueron dedicados a dioses paganos, Lunes a la luna, Martes al
planeta Marte, Miércoles a Mercurio, Jueves a Júpiter, Viernes a Venus, y Domingo al sol, y en ese
caso, no usaríamos ningún nombre. También los meses del año, llevan nombres paganos, Enero al
Dios Jano, el dios de las dos caras, y algunos nombres de emperadores de roma como: Agosto y Julio.

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Pero sobre todo, hay algo que todos reciben, de muy buen grado, aunque su origen es pagano. EL
AGUINALDO. La palabra aguinaldo tiene por lo menos dos versiones; una es la expresión de los
druidas, sacerdotes de los pueblos celtas que oficiaban en los bosques para encomendar las cosechas
a los dioses, en especial, de la recolección de los frutos silvestres, según se menciona en el número
63 de la revista Algarabía, correspondiente a diciembre. Mediante una ceremonia, el druida subía a las
ramas de un encino para esparcir sobre las cabezas de la gente las hojas de muérdago, una planta
sagrada mientras decía las palabras rituales « A GUI L´AN NEUF », cuya traducción puede ser «al
muérdago el año nuevo». En el idioma español existe la palabra aguilando, que es fonéticamente muy
parecida al CONJURO druida y es sinónima de aguinaldo.

También se le atribuye a Tacio, rey mitológico de los sabinos que compartió con Rómulo (fundador de
Roma) el trono y la corona de la Ciudad Eterna, haber iniciado la costumbre de recoger ramos de
verbena el primer día del año en el bosque consagrado a Estrenia (diosa de la salud y el vigor). El
objetivo era solicitar su divina protección y después obsequiarlos en un principio a Rómulo y
posteriormente a los parientes y amigos. La planta fue sustituida por regalos cada vez más suntuosos
y pasaron a llamarse en ese momento, strene.

En cuanto a la fecha del 24 o 25 de Diciembre, muchas culturas de la antigüedad eligieron el solsticio


de invierno para festejar a alguna de sus deidades, entre las que destacan: Mithra, que significa en
sánscrito 'amigo'. Era el dios de la luz solar, objeto de culto en la India y en Persia, su fiesta se celebraba
el 25 de diciembre con la culminación del solsticio invernal.

Por su parte, Apolo, dios latino que correspondía al Helios griego, era celebrado también el 25 de
diciembre en la fiesta del Natalis Solis Invict o nacimiento del Sol invicto y Saturno, dios de la agricultura
y de las cosechas, era festejado durante las Saturnales que iniciaban el 17 de diciembre y finalizaban
el 25 de este mes.

En aquel tiempo, de diversas maneras se ofrecían al público grandes banquetes, se daban obsequios
e intercambiaban papeles entre amos y sirvientes.

Los israelitas celebran también la fiesta de Jánuca, “De las luces”, o “Lucernalia”. Celebrada durante
ocho días, conmemora la derrota de los helenos y la recuperación de la independencia judía a manos
de los macabeos sobre los griegos, y la posterior purificación del Templo de Jerusalén de los iconos
paganos, en el siglo II a. C.

La tradición judía habla de un milagro, en el que pudo encenderse el candelabro del Templo durante
ocho días consecutivos con una exigua cantidad de aceite, que alcanzaba sólo para uno. Esto dio
origen a esta festividad, y su costumbre, que es la de encender, en forma progresiva, un candelabro
de nueve brazos llamado januquiá (uno por cada uno de los días más un brazo «piloto»).

La historia es esta: Cuando el segundo templo de Jerusalén fue saqueado y los servicios interrumpidos,
en el año 167 a. C., Antíoco Epifanes ordenó la construcción de un altar a Zeus en el Templo. También
prohibió la circuncisión y ordenó el sacrificio de cerdos en el altar del Templo.

Las acciones de Antíoco Epifanes provocaron una revuelta de gran escala. Matatías, un kohen
(sacerdote judío) y sus cinco hijos —Yojanán, Simón, Eleazar, Jonatán y Judas—Los Macabeos,
lideraron la rebelión contra Antíoco. Judah fue conocido por el nombre de Judah haMacabí ('Judah el
Martillero'). En el año 166 a. C. Matatías fallece, y Judah toma su lugar como líder de la rebelión. En el
año 165 a. C. la rebelión contra el monarca seléucida triunfa, y el templo es liberado y rededicado.

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La festividad de Janucá es instituida por Judas Macabeo y sus hermanos para celebrar este evento.
Después de recuperar Jerusalén y el Templo, Judas ordenó que el templo fuera limpiado, y que se
construyese un nuevo altar en lugar del altar contaminado, y que nuevos utensilios fuesen preparados
también. Según el Talmud, se necesitaba aceite de oliva para encender la Menorah del Templo, (el
candelero de 7 brazos) que debía permanecer encendida todas la noches. Pero solo se encontró
suficiente aceite para encenderla solo un día, y —milagrosamente— este aceite alcanzó para ocho
días, el tiempo necesario para preparar nuevo aceite para la Menorah. Una festividad de ocho días fue
instaurada por los Sabios para conmemorar este milagro.

La versión de la historia que figura en Macabeos I, por otro lado, indica que una celebración de ocho
días con cánticos y sacrificios fue proclamada cuando se rededicó el altar, y no hace mención alguna
al milagro del aceite. Varios historiadores creen que la razón de esta celebración de ocho días fue, en
realidad, una celebración tardía de las festividades de Sucot y Shemini Atzeret, en esa época las
festividades más importantes del año. Esto debido a que durante la guerra los judíos no pudieron
celebrar apropiadamente estas festividades, y no solo que la duración combinada de ambas es de ocho
días, sino que durante la festividad de Sucot se encendían lámparas en el templo

La festividad acontece el 25 de Kislev del calendario judío, tercer mes del calendario hebreo moderno,
que comienza con la Creación del mundo, y el noveno mes según el ordenamiento de los meses en la
Biblia, que comienza por Nisán, Kislev cuenta a veces con 29 días y a veces con 30, según las diversas
necesidades astronómicas y eclesiásticas del calendario hebreo. Es el último mes del otoño (boreal), y
es paralelo a los meses gregorianos de noviembre y diciembre, según el año.

No hay una evidencia contundente que demuestre que Jesús nació en diciembre, pero en lo personal
nunca he tenido problema en que el mundo dedique un mes en especial para reconocer que mi Jesús,
nació, vivió, murió y resucito y está sentado a la diestra de nuestro padre celestial. Al contrario siento
orgullo que las ciudades se engalanen en homenaje a Jesús.

Estoy en contra de los personajes mitológicos como: San Nicolás, o Santa Claus, o papa Noel, son
razones poderosas y creo que los cristianos no debemos rendir homenajes a estos personajes
mitológicos, porque ellos no dignifican el nacimiento del niño más precioso de toda la historia humana.

El que esta no sea la fecha en que Jesús nació, no creo que deba ser una fuerte razón para no gozarse,
porque los ángeles dijeron que ESTAS ERAN NUEVAS DE GRAN GOZO, gozo para los hombres,
porque en Jesús se mostró la buena voluntad de Dios para con los hombres, gozo porque la luz vino
al mundo, gozo porque llegó la salvación, y él único que se enoja por ello es satanás, ya quisiera él
que el 31 de octubre, fecha en que celebran su cumpleaños, lo hicieran así de grande. Y si estás
enojado por esta celebración, estarás en el mismo nivel de resentimiento de Satán. El es quien está
detrás de toda la oposición para celebrar esta fecha.

El pastor Isaías López, comentó una experiencia en una predicación que expuso en la ICIAR
“Bethania”, en Veracruz: Dijo que llevaron un endemoniado para que fuera libre, y sorpresivamente
esta persona, le arrebató la Biblia, y con una agilidad asombrosa, la abrió en Mateo y Lucas, los
primeros capítulos, donde está escrito el nacimiento del Señor Jesús, y arrancó las hojas.

El hno. Isaías entendió que si algo quiere destruir satanás, y borrar y eliminar de la historia, es el
nacimiento del hijo de Dios. La llegada del que vino a destruirlo, a aplastarle la cabeza. El es quien
desea que se borre la historia del nacimiento de Jesús, que nadie recuerde que vino, que aunque los
ángeles dijeron que son nuevas de gran gozo, nadie lo celebre, nadie se goce por ello. Si no se celebra,
es como si Cristo no hubiese venido. Al eliminar la celebración de la navidad, se elimina el nacimiento
de Jesús de la historia de la humanidad.

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Ninguna época la gente está más sensible para escuchar el mensaje de Jesús, como en esta época del
año, inclusivo en los propios países musulmanes que odian al cristianismo, en sus ciudades también
rinden en cierta forma homenaje a esta celebración yo mismo he estado en ciudades musulmanes en
estas épocas; como Jordania, Egipto y Nazaret.

Mi recomendación:

Si eres uno de los que le molesta celebrar Navidad porque lo considera pagano, no uses nada de lo
que se ha mencionado como pagano: los días, los meses, los nombres propios, y rechaza el aguinaldo.
Deja de participar en todo ello. De lo contrario, celebra esta Navidad con tu familia, dándole la gracias
al Señor, por habernos dado el Nacimiento de Jesús y habernos salvado. Aprovecha esta época
especial para contar y leerles los pasajes de la Biblia del nacimiento de Jesús a tus familiares y amigos
e invitarles a que en esta Navidad Jesús pueda nacer en cada corazón de tu familia y amigos. Deja que
Satán se retuerza de envidia, porque la gloria se le siga dando a nuestro precioso Salvador Jesucristo.
Independientemente si nació o no nació en esta época, lo cierto es que si nació y vivió como profeta
Isaías lo anuncio: Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y
se llamara su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6.

Celebremos esa noche de gloria, en que los cielos se llenaron con una multitud de ángeles, que
cantaron GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS, porque desde esa noche, hubo EN LA TIERRA PAZ, a
partir de ese momento, con el nacimiento de Jesús Dios el Padre mostró su BUENA VOLUNTAD PARA
CON LOS HOMBRES.

INVESTIGACIÓN Y REALIZACIÓN:
HNA. ISABEL URBANO.

LA PALABRA SE HIZO CARNE


Juan 1:14

Una vez más nos hallamos a las puertas de la Navidad, la fiesta más celebrada en el llamado mundo
cristiano. En su sentido original evoca el nacimiento de Cristo. Pero, en el desarrollo de diversas
tradiciones, se ha ido recargando de elementos folklóricos que desfiguran el verdadero sentido de la
festividad, bien que a algunos (el pesebre, el árbol navideño, el intercambio de regalos, por ejemplo)
se les atribuya un valor simbólico de signo cristiano. Hoy en día, particularmente en el mundo
occidental, lo que más distingue a la Navidad es la fiebre consumista de muchas familias, el culto al
derroche, puerta a excesos en la comida y la bebida, que nada tiene que ver con la sobriedad que
envolvió lo acontecido en el pesebre de Belén. Es triste que lo que al principio fue una celebración
pletórica de espiritualidad cristiana en el correr del tiempo haya venido a ser una forma de culto a Baco,
el dios pagano de los excesos.

Ante esa degradación de la conmemoración navideña el verdadero cristiano y la Iglesia han de recordar
el nacimiento de Jesús con plena conciencia del mensaje que el evento encierra.

SIGNIFICADO DEL NACIMIENTO DE JESUCRISTO.- La mejor explicación de tan singular hecho


histórico la hallamos en el prólogo del Evangelio según Juan (Jn. 1:1-3, Jn. 1:14). En los tres primeros
versículos se nos presenta la identidad de Jesús: «En el principio era la Palabra, y la Palabra era con
Dios, y la Palabra era Dios». No podía decirse más en menos palabras. El término «palabra» (gr. logos),
según el concepto hebreo, tenía un significado mucho más amplio y profundo que el que expresa hoy

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en nuestro lenguaje. Denotaba una personificación de Dios. Aplicado al Hijo de Dios preencarnado,
destacaba su divinidad: «Y la Palabra era Dios», el Dios eterno, anterior al principio, pues «al principio»
ya, anterior a todo lo creado, era con Dios. Como Dios fue agente en la obra de la creación, antes de
que el espacio y el tiempo existieran. «Por medio de él fueron creadas todas las cosas» (Jn. 1:3), lo
cual exigía sabiduría y poder sin límites. El Logos poseía todas las características de Dios; por eso se
dice de su gloria que era «gloria como del unigénito del Padre» (Jn. 1:14).

Esa gloria se hizo visible porque su manifestación no se limitó a la esfera celestial. También
resplandeció en la tierra, pues «la Palabra se hizo carne» (Jn. 1:14), es decir, asumió naturaleza
humana. Así, como verdadero Dios y verdadero hombre, Jesucristo vendría a ser el gran Mediador
entre Dios y los hombres, el Salvador perfecto.

Llama la atención el hecho de que en el texto sagrado no se dice que la Palabra (el Logos) se hizo
hombre, sino «carne» (sarx), término correspondiente al hebreo basar, que en el Antiguo Testamento
suele usarse para destacar la fragilidad y la transitoriedad del ser humano, sometido a mil y una
flaquezas, a la enfermedad y la muerte. Vívidamente destacó Isaías esa realidad: «... toda carne es
hierba y toda su gloria como flor del campo» (Is. 40; cf. Sal. 78:29). Esta peculiaridad de la carne
también estuvo presente en la vida de Cristo, experiencia de humillación. Pablo expresa esta faceta de
la vida del Señor de modo majestuoso en lo que probablemente fue un himno de la Iglesia primitiva:
Cristo, «aunque era de naturaleza divina, no se aferró al hecho de ser igual a Dios, sino que renunció
a lo que le era propio y tomó naturaleza de siervo. Nació como un hombre, y al presentarse como
hombre se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte...» (Fil. 2:6-8 DHH). ¡Hasta tal punto
llegó su sumisión a los designios redentores del Padre! Tan admirable fue la maravilla y el misterio de
su amor, pues su muerte fue una «muerte de cruz», la más horrible en aquellos tiempos. ¿No nos
estremece pensar que el nacimiento de Jesús tuvo lugar bajo el signo de la humillación y el sufrimiento
en un infamante patíbulo? No podemos separar el Calvario del pesebre de Belén.

El pasaje de Fil. 2:6-8 que acabamos de citar es un texto hondamente teológico, pero el contexto
precedente (Fil. 2:3-5) tiene un carácter eminentemente exhortatorio. La exposición cristológica que le
sigue (Fil. 2:6-11) constituye la base y la razón de la amonestación, lo cual a su vez nos muestra la
Palabra encarnada como ejemplo de conducta: «Nada hagáis por rivalidad o por orgullo, sino con
humildad... Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros. Haya entre vosotros el mismo
sentir que hubo en Cristo Jesús». ¿Acaso no son la humildad y el amor los fundamentos de la ética
cristiana? Nuestra celebración del nacimiento de Jesús sólo será efectiva si nos hace un poco más
semejantes a Aquel que, por amor a nosotros, se humilló hasta la sumo. A semejanza de nuestro
Salvador somos llamados a encarnar nuestro cristianismo; es decir, a vivirlo con autenticidad, con
espíritu de solidaridad hacia nuestros semejantes, en particular los más afligidos y necesitados. Que
Dios nos libre de que se nos pueda aplicar una nueva versión de Jn. 1:14 y en vez de que se diga: «La
Palabra se hizo carne», quienes nos rodean, al vernos, hayan de decir: «La Palabra se hizo palabras,
palabras, palabras». Nada más que palabras, sin el menor fruto de amor y servicio.

Otra característica de la Palabra es que constituye el medio de comunicación por excelencia. Por medio
de ella expresamos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros
temores. Y de ella se valen nuestros semejantes para darnos a conocer los suyos. Así Cristo, como
Palabra (Logos), viene a ser mediador entre Dios y nosotros para darnos a conocer sus características,
sus atributos, sus propósitos, el significado de sus obras, tanto en la creación como en la redención.
Esta faceta de la persona y la obra de Cristo nos permite entender mejor la revelación divina que se
fue desarrollando a lo largo de los siglos y alcanzó su plenitud en Cristo: «En otros tiempos habló Dios
a nuestros antepasados muchas veces de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos
tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo» (Heb. 1:1-2 – DHH). Admirable fue el mensaje de los
profetas del Antiguo Testamento. Ellos fueron portavoces del Altísimo que proclamaron su soberanía,

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su santidad y justicia, su misericordia, su voluntad de relacionarse salvíficamente con su pueblo en
virtud de un pacto sellado con la sangre de una víctima propiciatoria (figura de Cristo Jesús). Todo esto
se hallaba incluido -a menudo como entre sombras- en el mensaje profético de la época precristiana;
pero la plenitud de su contenido y su significado estuvo más o menos velada hasta el advenimiento de
Cristo. Él era la PALABRA de Dios encarnada. Esa Palabra comunicaría el pensamiento de Dios
respecto a los hombres. De este modo el nacimiento de Jesús venía a ser, en palabras de Jeremías,
«ruptura del silencio». Todos los fragmentos de revelación anteriores eran simples susurros; pero
«Jesucristo es el Verbo de Dios que salió fuera del silencio» (Ignacio de Antioquía). Y todo lo que la
Palabra dijo, al igual que todo cuanto hizo, no sólo fue revelador de los pensamientos de Dios. Tuvo
también una finalidad redentora: la salvación plena de los seres humanos. A éstos va dirigida. El Logos
divino los interpela y de ellos espera una respuesta: de fe y entrega o de incredulidad y rechazo. De no
haber decidido aún nuestra posición ante el Salvador, la celebración de esta Navidad nos ofrece la
oportunidad de tomar la decisión más trascendental de nuestra vida.

LA MANIFESTACIÓN DE LA PALABRA.- El Evangelio de Lucas nos ofrece un cuadro maravilloso del


nacimiento de Jesús. En él sobresale el anuncio angélico de lo acaecido: «Os ha nacido un Salvador».
Acto seguido las voces de un «ejército celestial» conmueven cielos y tierra con una exclamación
jubilosa: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz». Ha llegado el momento en que se cumple lo
declarado por Simeón: «Han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado a la vista de todos los
pueblos; luz para ser revelada a los gentiles y para gloria de tu pueblo Israel» (Lc. 2:30-31).

Por otra parte, el relato de Lucas destaca lo maravilloso del nacimiento, mientras que Juan penetra en
su significación y en sus consecuencias. Cristo, en quien estaba la vida y la luz de los hombres, vino a
cumplir una misión redentora, pero su ministerio provocó rechazo: «Vino a lo suyo, pero los suyos no
le recibieron» (Jn. 1:11). Cerrada pero inútil oposición de las tinieblas a la luz (Jn. 1:5). Pese a todo,
muchos creerían en él y vendrían a ser hechos hijos de Dios (Jn. 1:12-13). En la historia del mundo
Jesucristo se manifiesta como el gran triunfador sobre todos los poderes tenebrosos del mal.

En el prólogo del evangelio de Juan a la frase «La Palabra se hizo carne» (Jn. 1:14) sigue otra no
menos llamativa: «y habitó entre nosotros», literalmente: «acampó entre nosotros» En los tiempos del
éxodo Dios se hizo presente de modo visible en la sagrada tienda del tabernáculo, donde
ocasionalmente resplandeció su shekinah (su gloria). De modo parecido, pero infinitamente más
maravilloso, Cristo habitó entre los hombres de modo permanente en la tienda de su humanidad. A
esta afirmación Juan añade un testimonio personal: «... y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre». Esa gloria se hizo patente en sus milagros y en su transfiguración (Lc. 9:28-36), pero de modo
más maravilloso en las características morales que distinguieron su ministerio: «lleno de gracia y de
verdad». A esa gracia se refería Pablo cuando en su carta a Tito escribía: «la gracia de Dios se ha
manifestado para ofrecer salvación a todos los hombres» (Tit. 2:11). Esa salvación, según numerosos
textos del Nuevo Testamento, incluye perdón, reconciliación con Dios, liberación del poder esclavizante
del pecado, vida en el Espíritu, vida eterna. A la plenitud de gracia se une la verdad, no sólo en el
sentido de que todo cuanto Cristo enseñó era cierto, sino que era del todo fiable. Por eso algunas de
sus declaraciones más trascendentales las introduce precedidas de una frase enfática: «De cierto de
cierto os digo...». El evangelista, como subrayando lo que acaba de decir, todavía agrega: «...de su
plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia, porque... la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo» (Jn. 1:16-17).

Todas estas verdades estaban implícitas en el nacimiento del unigénito Hijo de Dios. Lo que ahora
corresponde a los seres humanos es asumirlas. Como ya hemos indicado, podemos aceptar y podemos
rechazar lo que la gracia de Cristo nos ofrece. Pero sólo la aceptación dará sentido a la celebración de
la Navidad y hará posible que, a semejanza de los pastores betlemitas, tributemos honor y gloria a Dios
agradecidos por su don inefable (2 Co. 9:15). Ya es hora de que nuestra celebración se distancie de la

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parafernalia mundana, cada vez más materialista, más folklórica, más pagana. Y hora de recogimiento
interior para recordar y adorar al Cristo que un día nació y después murió y resucitó para ser Salvador
y Señor nuestro.

José M. Martínez

DESFILE DE NAVIDAD

El curso implacable del tiempo nos sitúa una vez más ante el magno acontecimiento del nacimiento de
Jesús. ¿Qué decir sobre el mismo que no se haya dicho ya? Renunciando a todo intento de originalidad
por nuestra parte, nos limitamos a convocar a seis personajes, los más destacados por su protagonismo
en la encarnación del Hijo de Dios. Los situaremos imaginariamente en un escenario virtual. Con tal
carácter vendrán a ser representantes de todo el pueblo cristiano en una marcha todavía inacabada.
En él estamos llamados a participar nosotros hoy, haciendo nuestra la bendición que entraña el
advenimiento de Cristo al mundo. Las seis figuras bíblicas que «desfilan» en los primeros capítulos de
los Evangelios de Mateo y Lucas, en experiencia singular, destacan la gloria incomparable del Hijo de
Dios que asume naturaleza humana. Y cada uno de ellos muestra una faceta radiante de la experiencia
cristiana.

ZACARÍAS: EL SACERDOTE-PROFETA
ANUNCIADOR DE LA SALVACIÓN MESIÁNICA (LC. 1:67-79)
El sacerdote Zacarías había sido favorecido con el anuncio milagroso de su hijo Juan (el Bautista),
quien sería precursor del Mesías. Por revelación divina, entiende que el nacimiento de tal Mesías es el
de un poderoso Salvador (Lc. 1:69). Este acontecimiento es el cumplimiento de lo prometido por Dios
a los «padres» del antiguo Israel y confirmado mediante pacto (Lc. 1:72-74). La salvación que el Ungido
divino traería al mundo no se limitaría a una liberación física de inveterados enemigos (Lc. 1:74). Lo
más glorioso sería que «librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en
justicia delante de él todos nuestros días». ¡Todo un sistema de vida acorde con los principios del Reino
de Dios!

Y Zacarías resume su mensaje profético con palabras dignas de ser inscritas en una pancarta
altamente significativa. El Cristo de Dios viene «para que brille su luz sobre los que están en tinieblas
y en sombra de muerte». Zacarías explica lo esencial de su mensaje con palabas que revelan el
contenido de la salvación: el perdón de los pecados (Lc. 1:77), «la santidad de vida y rectitud de
conducta» (Lc. 1:75), luz para los que están en tinieblas. Y para nuestros pies, guía que nos conduzca
por camino de paz» (Lc. 1:79).

Con razón el ángel declaró a los pastores de Belén: «Os doy nuevas de gran gozo: os ha nacido hoy
en la ciudad de David un Salvador, Cristo el Señor» (Lc. 2:11). ¿Podía haber motivo más justificado
para regocijarse?

JOSÉ, HIJO DE DAVID: LA FE SUPERA A LA RAZÓN (MT. 1:18-25)


Para José no había lugar a dudas. La doncella con la que estaba desposado (María) había concebido
y esperaba el nacimiento de un hijo. ¡Mayúsculo problema! La única explicación razonable era que
María había tenido una relación ilícita con otro hombre. José, que respetaba y amaba a la virgen de
Nazaret, no queriendo denunciarla -esta decisión la habría expuesto a muerte por lapidación-, «resolvió
dejarla secretamente» (Mt. 1:19). Según toda lógica, no había disyuntiva a la decisión de José.
Podemos imaginarnos la perplejidad, la angustia agónica de aquel justo varón. Pero Dios estaba
obrando de modo sobrenatural: la concepción del niño alojado en el seno de María era fruto del Espíritu
Santo (Mt. 1:20).

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La experiencia de José nos enseña que la razón humana tiene unos límites. Quien no tiene límites es
Dios, infinito en recursos para cumplir sus propósitos, lo entiendan los hombres o no.

MARÍA: «HE AQUÍ LA SIERVA DEL SEÑOR» (LC. 1:38)


El incomparable cántico conocido como el Magnificat de María es una expresión de fe, gozo y sumisión
a los propósitos divinos. Cuando el ángel acaba de afirmar que «ninguna cosa es imposible para Dios»
(Lc. 1:37), María declara: «He aquí la sierva del Señor: hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc.
1:38), frase que se completa con el texto del cántico: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se
alegra en Dios mi Salvador» (Lc. 1:47). El cántico es también una exaltación de la gracia soberana de
Dios. Se ve María como un ser débil, insignificante, comparable en su condición a una esclava sobre
la cual ha puesto Dios sus ojos con complacencia. (Lc. 1:48). El Dios que en su justicia «deshizo los
planes de los orgullosos y derribó a los reyes de sus tronos» es «el que puso en alto a los humildes»
(Lc. 1:51-53). María agradece lo que Dios le está concediendo, y se siente feliz; así lo expresa: «pues
he aquí que desde ahora me tendrán por dichosa todas las generaciones» (Lc. 1:48). A sus propios
ojos era muy poca cosa; pero se le concede el gran privilegio de ser la madre del Hijo de Dios.

En el Reino de Dios, todo lo concerniente a ensalzamiento por obra del Altísimo viene precedido del
anonadamiento de quienes han de ser sus siervos. El que se ensalza a sí mismo carece de sabiduría
espiritual; sólo el humilde es honrado por el Señor y encumbrado al privilegio insuperable de estar a su
servicio. Esto con frecuencia implica renovada entrega y doloroso sacrificio, pero también entra en el
plan divino. A María le fue dicho: «Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan
y muchos se levanten. Será un signo de contradicción (...). Todo esto va a ser para ti como una espada
que te atraviese el alma» (Lc. 2:34-35). La crucifixión del amadísismo Hijo revelaría lo acertado de
aquella espada.

¡Cuántas lecciones admirables nos enseña María! Si queremos ser co-participes de su dicha, hemos
de pagar el precio: humildad, fe, amor, abnegación, entrega; cueste lo que cueste.

LOS PASTORES DE BELÉN:


TESTIGOS MARAVILLADOS DE LO VISTO Y OÍDO (LC. 2:8-20)
Plácidamente aquella noche habían estado guardando sus rebaños en las cercanías de Belén cuando
súbitamente hizo su aparición el ángel del Señor que les comunicó el gran acontecimiento: el Salvador
acababa de nacer. También habían visto la multitud de ángeles que habían alabado a Dios con la
exclamación que resonaría en el mundo entero a lo largo de los siglos: «¡Gloria a Dios en las alturas y
en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!». Maravillados por la experiencia que acababan
de vivir, deciden sin titubeos ir a Belén para comprobar la veracidad de lo que habían visto y oído los
pastores. Éstos «regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc.
2:20). A partir de aquel momento, los pastores se convirtieron en testigos del «Verbo que se hizo carne
y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como la del unigénito del Padre» (Jn. 1:14).

Si algo necesita hoy la Iglesia cristiana es la presencia de testigos de Cristo. No tanto testigos de
nuestras experiencias como de la obra que Cristo realizó para nuestra salvación. Infinitamente más
importante que lo experimentado por los salvados es lo que hizo y dijo el Salvador.

LA PROFETISA ANA: EVANGELISTA INFATIGABLE (LC. 2:36-38)


Es uno de los testigos a los que hemos aludido. El texto bíblico no nos da muchos detalles de lo que
hizo, pero hay en ella facetas de su vida realmente aleccionadoras. Mujer viuda hondamente piadosa,
a sus 84 años es un ejemplo admirable de perseverancia: «Nunca salía del templo, sino que servía día
y noche al Señor, con ayunos y oraciones» (Lc. 2:37). Ejemplo admirable.

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No es difícil ver creyentes que en tiempos pasados de su vida cristiana fueron ejemplo notable de celo,
dedicación, servicio abnegado, entusiasmo santo; pero con el paso de los años, quizás a causa de
desengaños, de dudas no superadas o simplemente de fatiga física, han ido decayendo. Dichoso el
creyente que, con Pablo, puede decir: «Nuestro hombre exterior se va desgastando, pero el interior se
renueva de día en día» (2 Co. 4:16).

Sin duda, el momento más luminoso en la vida de Ana es el vivido en el templo con motivo de la
presentación del hijo de María, momento en que comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén (Lc. 2:38).

Hoy la celebración de la Navidad es una excelente ocasión para que todos los creyentes testifiquemos
de Cristo dando a conocer su naturaleza divino-humana, su carácter, sus palabras pletóricas de
sabiduría divina, sus obras de poder y bondad, su muerte expiatoria en la cruz para limpiarnos de todo
pecado, su resurrección gloriosa, fundamento de nuestra esperanza eterna. Nadie a nuestro alrededor
debería ignorar el significado de la Navidad. Todo ser humano debería enfrentarse seriamente con
Jesucristo, con lo que Cristo ofrece y lo que demanda. En la decisión de seguirle radica la suprema
dignificación de toda persona.

SIMEÓN: EL VARÓN JUSTO Y DEVOTO (LC. 2:25-35)


Poco se sabe de este hombre aparte de lo que se indica en el texto de Lucas; pero la parvedad
biográfica respecto a él en nada empaña su lustre espiritual. Tres son los rasgos principales que lo
caracterizan: a) Era justo y piadoso, es decir, recto en su conducta ante los hombres y fervoroso en su
relación con Dios. b) El Espíritu Santo estaba sobre él de modo especial. c) Vivía en la esperanza
mesiánica que animaba a los fieles de Israel. Fue por particular revelación del Espíritu Santo que
Simeón tuvo conocimiento de su privilegio: «no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor»
(Lc. 2:26). El anciano tiene la certidumbre de que ese momento precioso ha llegado. Por eso, cuando
el niño en brazos de su madre es introducido en el templo para cumplir lo preceptuado en la ley
mosaica, el anciano, con ternura y emoción inefable toma en sus brazos al niño para invocar sobre él
la bendición divina. Este acontecimiento le inspira uno de los cánticos más bellos que se hallan en la
Biblia. Conocido con el título de Nunc dimitis, está cargado de lirismo y emotividad: Simeón ha estado
esperando la llegada del Mesías. Ahora el Mesías está ahí. Simeón ya puede morir en paz. Sus ojos
han visto la salvación que Dios ha empezado a realizar (Lc. 2:29-32).

¡Dichoso el creyente que persevera hasta el fin en su fe y en su dedicación a Cristo! ¿Qué más bello
que una vida consagrada al Salvador y una partida de este mundo «en paz»?

Por la calzada de la revelación bíblica (el testimonio de dos evangelistas) hemos visto el «desfile de
Navidad», es decir, la participación de hombres y mujeres temerosos de Dios que dejaron su huella de
fe. A ellos debemos unirnos incorporándonos al «desfile» con gratitud y gozo en el corazón, un cántico
en los labios y rectitud en nuestra conducta, proclamando la buena nueva de salvación a cuantos de
algún modo estén cerca de nosotros, anunciando que «en el cumplimiento del tiempo Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer, para que redimiese a los que están bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos» (Gá. 4:4-5).

Con esa disposición de ánimo, en nuestra celebración de la Navidad, digamos a los primeros
protagonistas del desfile: «Con la ayuda de Dios, seguiremos con firmeza vuestras pisadas, camino
marcado por vuestras huellas». Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz.

José M. Martínez

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¿«...Y EN LA TIERRA PAZ»?
LUCAS 2:14

Los pastores debieron de quedar anonadados aquella noche en los campos de Belén. La oscuridad, el
silencio y el sosiego se vieron interrumpidos por un acontecimiento espectacular. Súbitamente, un
resplandor glorioso. Y la voz de un ángel que anunciaba la noticia más sensacional de cuantas han
llegado al oído humano: «Os ha nacido un Salvador». Seguidamente una multitud de seres celestiales
prorrumpiendo en un cántico inspirador: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz...» (Lc. 2:14).
¿Estaba amaneciendo un día nuevo en el que los hombres disfrutarían de apacibilidad, ajenos al
tumulto, la devastación y la muerte causados por las guerras?

Si hubiéramos de interpretar la narración evangélica a la luz de la historia posterior, podríamos pensar


que lo dicho por los ángeles era una fantasía utópica, casi un sarcasmo. Las tierras bíblicas en ningún
momento se vieron disfrutando verdaderamente de shalom. En los días de Jesús no faltaron
enfrentamientos armados de guerrilleros judíos con los soldados romanos. Durante la Edad Media las
Cruzadas cubrieron de sangre los lugares sagrados. El nacimiento del moderno Estado de Israel ha
dado lugar a varias guerras, y encarnizadas luchas entre palestinos e israelíes.

Pero no es solamente en ese rincón del mundo donde resuena el estruendo bélico. Los últimos años
del siglo XX, cuando Europa aún no estaba recuperada de los horrores de la segunda guerra mundial,
y de la «guerra fría» que siguió, un nuevo conflicto en los Balcanes mostró la proclividad humana a
resolver los problemas de los pueblos mediante las armas, cada vez más destructivas. Fuera de Europa
el panorama no es más propiciado de esperanza. Horrendas luchas tribales en áfrica. Conflictos
económicos, étnicos y políticos en los países del Golfo Pérsico, el Irak de Sadam Hussein. La guerra
desatada por Bin Laden contra Occidente. Los atentados de kamikazes islámicos contra las Torres
Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington. La guerra en Afganistán entre las fuerzas
aliadas de Occidente y los talibanes afganos. ¡Horror sobre horror! Ángeles de Navidad, ¿de veras
aquel día anunciabais paz? ¿Dónde? ¿Para cuándo? ¿Cómo?

Antes de contestar esas preguntas, conviene pensar en las causas de la guerra y la agresividad en
general. En opinión de algunos, la cuestión es simple; se trata de un fenómeno meramente etológico. A
semejanza de muchos mamíferos, el hombre se rige por sus instintos feroces cuando ve peligrar su
supervivencia, su emparejamiento procreador o la parcela de su dominio. Pero el fenómeno no es tan
sencillo, como nos muestran la psicología y la antropología. En muchos casos el comportamiento
humano es regido por principios morales que dan a su vida un sentido de trascendencia y controlan sus
impulsos más primitivos. El hombre no es un bruto exiliado de la selva. Es mucho más que el más
encumbrado de los irracionales.

El testimonio inspirado de la Biblia nos dice que fue creado a imagen de Dios para vivir en comunión
con él y en paz con el resto de la creación. Todo al principio respiraba armonía y auguraba un futuro
idílico. Pero algo vino a trastornar el orden original de la creación. En el escenario edénico irrumpió un
grave elemento discordante: la rebelión de la criatura contra la autoridad suprema del Creador.
Destronado Dios de la mente y del corazón, los humanos sólo reconocerían como forma de gobierno la
autonomía más absoluta. El trono vacío sería ocupado por el yo de cada individuo. Las normas de
conducta no estarían determinadas por lo justo, lo noble, lo amable, lo benéfico. Se actuaría
defendiendo cada uno sus propios intereses, aunque para lograrlo hubiera de recurrir a la violencia.
Recordemos a Caín. Este hombre vio amenazado su prestigio cuando la ofrenda de su hermano Abel
fue preferida por Dios. La herida inferida a su amor propio le resultaba intolerable. Y con crueldad
violenta asesinó a su hermano. Poco tiempo después Lamec superó en agresividad al primer fratricida
con un anuncio tremebundo: «Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad lo será setenta veces
siete» (Gn. 4:24). La ira de Caín y la soberbia de Lamec vinieron a ser semillas infernales que brotarían

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con fuerza en sus descendientes y darían lugar a la trágica cosecha de conflictos violentos que ha
conocido la humanidad. A lo largo de los siglos, la envidia, el odio, la altivez, el afán de gloria o de
dominio, la política arrogante de algunos estados, la oposición violenta de minorías subversivas, etc.
han encendido las contiendas cruentas de todos los tiempos. Y no parece que esta cosecha esté
próxima a concluir. Hay todavía demasiada injusticia en el mundo, demasiada ambición, demasiada
desigualdad. Son demasiados los pueblos en vías de desarrollo cuyos habitantes en su mayoría sufren
hambre o incluso sucumben bajo el azote de la enfermedad, mientras unos pocos opulentos, carentes
de solidaridad, viven en una abundancia indignante. No, no hay paz en el mundo. Ni la habrá si han de
ser los hombres quienes la instauren.

Consecuencia de la pecaminosidad humana es también el conflicto del hombre consigo mismo,


precursor de todos los demás conflictos. A menos que seamos narcisistas ególatras, en exceso
tolerantes al juzgarnos, o que tengamos cauterizada la conciencia, descubriremos aspectos de nuestra
personalidad y de nuestra vida que nos desagradan; nos gustaría vernos libres de ellos y ver sustituidos
nuestros defectos por virtudes. No nos sorprende la sincera confesión del poeta inglés Tennyson:
«¡Ojalá en mí surgiera un hombre tal que el hombre que soy no fuera!» El apóstol Pablo, describió ese
conflicto interno con un realismo patético: «No comprendo mi proceder, pues no pongo por obra lo que
quiero, sino que lo que aborrezco, eso es lo que hago... Yo sé que en mí no mora el bien, porque el
querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el hacerlo; no hago el bien que quiero, sino que obro el
mal que no quiero.» (Ro. 7:15-19). Y tan derrotado se ve que exclama: «¡Miserable hombre de mí!
¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» (Ro. 7:24). Para tal hombre, escondido en lo más hondo
de su personalidad, no hay paz. Y de su colisión interior se derivan los conflictos en las restantes esferas
de su vida. Es en la naturaleza caída del hombre donde hemos de buscar la raíz de todas las rivalidades
en las relaciones humanas. Repárese el interior de cada individuo y se habrá salvado la sociedad.
¿Esperanza ilusoria?

Y sin embargo... PAZ


Ya hemos visto que el origen de la belicosidad humana está en la relación conflictiva del hombre con
Dios, en la enemistad que ha generado en él su autoafirmación antagónica frente al Creador, Señor de
todo y de todos. La consecuencia es que no habrá «paz en la tierra» mientras no se tribute «gloria a
Dios en las alturas».

En la Biblia se da a Dios el título de «Dios de paz» (Ro. 15:33; Ro. 16:20; 1 Ts. 5:23). También se dice
de él que «hace la paz» (Is. 45:7). Su Hijo, el Mesías prometido, es llamado «Príncipe de paz» (Is. 9:6).
Toda forma de hostilidad es ajena a la voluntad divina. Por eso, a fin de acabar con el antagonismo del
hombre en su relación con él, Dios lo llama a la reconciliación (2 Co. 5:19-20). Cuando ésta ha tenido
lugar surgen hombres y mujeres nuevos con nuevos criterios y actitudes nuevas, todo inspirado en el
Evangelio. Como consecuencia, hay paz en la conciencia (Heb. 10:22), pues «justificados por la fe,
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro. 5:1). Hay paz en la esfera en
que se desenvuelve nuestra vida (hogar, iglesia, lugar de trabajo profesional, vecindario, etc.). Hay paz
entre los pueblos. En días apostólicos judíos y gentiles, distanciados y enemistados, fueron
reconciliados y hechos un solo pueblo en la comunión de la Iglesia cristiana (Ef. 2:11-15). Y somos
llamados a promover la paz por doquier. Si la humanidad se volviera a Dios y siguiera de veras a
Jesucristo, de inmediato cesarían todas las contiendas.
En la perspectiva bíblica no se vislumbra una conversión masiva de pueblos y naciones. Más bien se
nos advierte de que el mundo irá de mal en peor hasta el retorno de Cristo (Mt. 24:37-39; Lc. 17:28-29),
lógica consecuencia del endurecimiento de las masas en posiciones de ateísmo, de materialismo o de
indiferencia religiosa. Prevalece el espíritu de rebeldía contra Dios. Como indicara el salmista, gentes y
gobernantes juntamente conspiran contra el Señor y claman: «Rompamos sus ligaduras y sacudamos
de nosotros su yugo» (Sal. 2:1-3). Las ideas de Nietzsche siguen encandilando a muchos.

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Pese a todo, la paz es una realidad en la experiencia de innumerables creyentes, quienes no sólo
disfrutan de la paz con Dios, sino también de la paz de Dios, la que él da a cuantos confían en sus
promesas. Esta bendición se expresa en el Antiguo testamento con la palabra shalom, que no es
simplemente ausencia de guerra; es un estado de sosiego y bienestar en el que se desvanecen el temor
y la ansiedad. Pablo recoge este pensamiento y escribe en su carta a los Filipenses: «Por nada os
inquietéis; antes bien, presentad a Dios vuestras peticiones... y la paz de Dios que supera todo
conocimiento guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.» (Fil. 4:6-7). En
el Nuevo testamento la paz de Dios es la paz de Cristo, la que él concedió a sus discípulos cuando poco
antes de su detención, pasión y muerte, les dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn. 14:27). Era su
propia paz en medio de la turbación que le producía hallarse frente a la tragedia inminente (Jn. 12:27).
Era serenidad cuando más arreciaba el peligro. Era luz en medio de las tinieblas, esperanza a pesar de
las olas de sufrimiento que iban a abatirse sobre él. Esa paz es la que nos concede también a nosotros
aun en las horas de mayor prueba si estamos cerca de él.
En lo que atañe al mundo, también la revelación divina nos ofrece una perspectiva esperanzadora, la
de un futuro en el que se pondrá de manifiesto lo dicho en otro de los Salmos: Dios «hace cesar las
guerras hasta los confines de la tierra» (Sal. 46:9). Actualmente el Reino de Dios, que es «justicia, paz
y gozo en el Espíritu Santo» (Ro. 14:17), tiene una manifestación imperfecta y limitada. Pero vendrá un
día cuando el Reino será consumado de modo perfecto, cuando ante Cristo «se doblará toda rodilla y
confesará que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:10-11) Entonces la paz,
fundamentada en la justicia y la soberanía de Dios, llenará la tierra. Se cumplirá lo profetizado por Isaías
con metáforas sugerentes: «Morará el lobo con el cordero y el leopardo con el cabrito se acostará; el
becerro, el león y la bestia doméstica andarán juntos y un niño los pastoreará... porque la tierra será
llena del conocimiento del Señor» (Is. 11:6-9). En esa época los pueblos «volverán sus espadas en
rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más
para la guerra» (Is. 2:4). Ante tal perspectiva nos sentimos movidos a rogar: «Padre nuestro que estás
en los cielos... venga tu Reino».
Pero entretanto esperamos su plena manifestación podemos disfrutar de un anticipo de la misma, a la
par que difundimos paz a nuestro alrededor. La Iglesia tiene una responsabilidad social que ha de
asumir con fidelidad si ha de ser «sal de la tierra y luz del mundo» (Mt. 5:13-14). Cada cristiano habría
de hacer suya -y vivir en consonancia con ella- la conocida oración de Francisco de Asís:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.


Allí donde haya odio que yo ponga amor,
donde haya discordia que yo ponga la unión,
donde haya error que yo ponga la verdad...
Donde haya desesperación que yo ponga la esperanza,
donde haya tinieblas que yo ponga la luz...

En esta primera Navidad, cuando aún soplan aires de guerra en el mundo, urge captar y transmitir el
eco de la aclamación que los ángeles hicieron oír aquella noche en los campos de Belén.

José M. Martínez

LOS CINCO REGALOS DE LA NAVIDAD


«Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.» (Is. 9:6)

¿Qué es la Navidad? ¿Qué y cómo se celebra? En un mundo cada vez menos familiarizado con el
mensaje de la Biblia, la Navidad es una forma más de folklore religioso. Pero, si en esencia, la Navidad
es el aniversario de un nacimiento, obviamente necesitamos conocer al protagonista de tan famoso

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cumpleaños. Hemos de entender quién fue Jesús. El pasaje de Is. 9:1-7 nos presenta un retrato
formidable a través de los nombres de Cristo. Este retrato se hizo varios siglos antes de su nacimiento;
tal dimensión profética le imprime un valor añadido al texto porque las profecías cumplidas siempre
refuerzan nuestra fe.

Son cinco los nombres que se le dan a Jesús: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe
de paz. A pesar de esta diversidad, nos sorprende que el profeta utiliza el singular -«llamarás su
nombre»- no el plural, «sus nombres». ¿Por qué? Los atributos que definen el nombre de Cristo forman
un todo inseparable e interdependiente como los eslabones de una cadena: no podemos coger
aisladamente uno de ellos y rechazar los demás. En otras palabras, no podemos hacernos un «Jesús
a la carta». Jesús es todas estas cinco realidades a la vez. Recordemos que para los hebreos el nombre
tenía mucho significado porque revelaba alguna faceta especial del carácter de la persona. Por ello, con
Cristo hemos de aplicar el principio de «todo o nada».

Además, estos nombres siguen un desarrollo progresivo. Es como una ventana que se va abriendo
poco a poco y cada vez entra más luz, hasta el clímax final cuando se describe como el Príncipe de
paz. Esta fue la razón última de la venida de Cristo al mundo y esta es la esencia de la Navidad: «Gloria
a Dios en las alturas y en la tierra paz». Es una realidad frecuente y triste que muchas personas abren
la ventana sólo a medias: para ellos Jesús fue «Admirable» o un sabio «Consejero-Maestro»; pero no
dejan que entre toda la luz de la identidad de Cristo, la rechazan, y se quedan en la penumbra
existencial, viviendo sin la plenitud del que afirmó ser «la luz del mundo».

Analicemos cada uno de estos nombres.

ADMIRABLE.- Este es el primer atributo de Jesús. Algunas versiones lo traducen por «maravilloso».
Así lo hizo Händel en su inolvidable composición del «Mesías». La persona de Jesús fascina tanto al
creyente como al no creyente. La primera reacción al conocerle como hombre es de admiración. No nos
sorprende que alguien tan inteligente como Einstein, judío pero no cristiano, se expresara en estos
términos: «La figura radiante de Jesús ha producido en mí una impresión fascinadora. En realidad sólo
hay un lugar en el mundo sin oscuridad: la persona de Jesús».
Admirable fue su vida. Jesús vivió constantemente para hacer el bien: ayudó a los necesitados, consoló
a los afligidos, sanó a los enfermos, se entregó sin reservas a los demás. Su compasión y empatía no
conocían límites. Es significativa la síntesis que Pedro hace de su vida en Hch. 10:38: «...cómo Jesús
anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos».
Admirable o maravilloso fue su carácter. Su bondad, su capacidad para amar, su sensibilidad, su
humildad, su dominio propio, su mansedumbre, adornaron en todo momento su vida. Dos testimonios
son bien elocuentes. Por un lado, los judíos que estaban presentes cuando Jesús lloró al ver el cuerpo
exánime de Lázaro exclamaron: «mirad cómo le amaba». Y es que el Señor, momentos antes, «se
estremeció en espíritu y se conmovió» (Jn. 11:33-36). Estos dos verbos reflejan en el original una
intensidad de sentimiento mucho mayor que la de un duelo habitual. El otro testimonio fue el de Pilato,
incapaz de encontrar una sola mancha en la vida de Jesús «yo ningún delito hallo en él» (Jn. 19:4).
Admirables fueron también sus enseñanzas: «...la gente se admiraba de su doctrina porque les
enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mr. 1:22). Y así podríamos seguir la
lista de razones que hicieron de Jesús un personaje «admirable».
Pero algunos hechos singulares de su vida -a primera vista, extraños- van más allá de lo humanamente
maravilloso. La forma milagrosa cómo salvó su vida escapando in extremis a la feroz persecución que
Herodes desencadenó precisamente para matar a este recién nacido. Su muerte contradictoria como
un malhechor cuando había vivido como un santo. El testimonio del centurión junto a la cruz, habituado
a docenas de ejecuciones, quien observó durante su larga agonía aspectos nada «normales» y que le
llevaron a exclamar: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc. 23:47). Y qué diremos del relato de
los Evangelios sobre su resurrección, sus apariciones posteriores y su ascensión final al cielo.

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Así pues, Jesús fue admirable no sólo por su biografía, su carácter o sus enseñanzas, sino también por
estos hechos singulares que escapan a la mera explicación natural y nos estimulan a abrir más la
ventana y dejar que la luz de sus nombres nos permita profundizar en su identidad.

CONSEJERO.- Este atributo es consecuencia del anterior. Si Jesús tenía un carácter sensible y
empático, capaz de escuchar, con un amor profundo por las personas y una sabiduría fuera de lo común,
éstos son los requisitos idóneos para ser un buen consejero.
Así, las conversaciones personales de Jesús con diferentes hombres y mujeres constituyen un modelo
de diálogo y de encuentro fecundo. Nicodemo, la mujer samaritana, la mujer pecadora en casa de Simón
y muchos otros ejemplos nos muestran esta excelencia de Jesús como consejero. El fue el sanador de
sus vidas, el que llenó sus vacíos, el que transformó sus desiertos en vergeles fecundos.
Hoy también, en pleno siglo XXI, la gente busca con ahínco orientación, algún tipo de guía que mitigue
su soledad y su inseguridad. Para ello gastan mucho dinero en adivinos, echadores de cartas, médiums.
Desean conocer su futuro, necesitan un fundamento para su vida. En este paisaje de niebla vital, Jesús
se nos presenta como el Príncipe de los Consejeros: «Venid a mí todos los trabajados y cargados y yo
os daré descanso»; «yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas».
En otro texto Isaías nos da la explicación al por qué Jesús es consejero supremo: «Y reposará sobre él
el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de
conocimiento y de temor del Señor» (Is. 11:2). Jesús es un extraordinario consejero porque, además de
hombre excepcional, el Espíritu mismo de Dios está con él. Ello nos conduce de forma natural al tercer
nombre.

DIOS FUERTE.- Muchas personas cierran aquí «la ventana» y se quedan con un Jesús admirable y un
maestro-consejero excepcional. Un gran hombre; nada más. Pero el nombre de Cristo tiene otros
atributos que nos trasladan a una dimensión superior. La manifestación progresiva de su identidad nos
revela que no fue sólo un hombre. «Dios fuerte» es el siguiente paso en nuestro conocimiento del Jesús
de la Navidad.
Jesús era Dios y como tal es poderoso, fuerte. Así lo demostró en vida: fue poderoso para curar a los
enfermos, para acallar la tempestad, para dar vida a los muertos, para dominar las fuerzas diabólicas.
Y sobre todo fue fuerte para levantarse de la tumba y dejar el sepulcro vacío. El Jesús que nació en
debilidad -la Navidad sola sería una historia de humillación y persecución- acabó venciendo a las
fuerzas más poderosas de este mundo: la muerte, el pecado y el Diablo.
Por ello, los primeros cristianos no tenían ningún sentimiento de inferioridad: su Señor era vencedor.
Nosotros hoy hemos de sacudirnos cierto complejo de perdedores en una sociedad que se complace
en proclamar la «muerte de Dios» y tilda al cristianismo de obsoleto. Nuestro Jesús es Dios fuerte y un
día «toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor» (Fil. 2:10-11). La
Navidad no es tanto el recuerdo inocuo y algo ingenuo del nacimiento del niño Jesús, sino la memoria
de que hay un Dios fuerte que es Señor de la Historia y de mi vida, que un día reinará sobre todo. En
este sentido, la Navidad es fuente de esperanza y de fortaleza para el creyente.

PADRE ETERNO.- La idea aislada de un Dios fuerte podría transmitir cierta sensación de lejanía y
frialdad. El soberano, el todopoderoso es tan grande que no tiene tiempo para ocuparse de mí. Él es
demasiado importante para prestar una dedicación personal a cada criatura. Esta era la noción que los
griegos tenían de sus dioses.
En el cristianismo, sin embargo, encontramos un hecho singular, que no aparece en ninguna otra
religión. Este Dios fuerte es al mismo tiempo un Padre íntimo, personal, que ama a cada ser humano
como algo precioso y único. Jesús, aunque él mismo no es Dios Padre, comparte esta sensibilidad
paternal. Ello es lógico puesto que Cristo es la «imagen del Dios invisible». En numerosas ocasiones
durante su ministerio, Jesús muestra una ternura, un afecto y un cuidado profundamente paternales. La
ilustración del buen pastor en Jn. 10 es un ejemplo excelente: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor
su vida da por las ovejas... Mis ovejas son mías y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn. 10:11, Jn.

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10:27-28). Y ya hacia el final de su vida, Jesús llora sobre Jerusalén exclamando: «¡Cuántas veces
quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!» (Lc. 13:34).
¿Puede haber una mayor expresión de amor maternal que la usada por el Señor en esta metáfora?
Este es un punto crucial de la fe cristiana. Dar el paso del tercer nombre «Dios fuerte» al cuarto «Padre
eterno» es la esencia de la experiencia de conversión: Jesús deja de ser sólo el Dios todopoderoso que
creó el universo para llegar a ser como un Padre. Es el paso de ser religioso a ser creyente nacido de
nuevo. Dios -Jesús- deja de ser un concepto para ser un «tú» con el que tengo una relación viva,
personal.

PRÍNCIPE DE PAZ.- La luz llega a su máxima intensidad. La ventana se ha abierto de par en par. El
último nombre dado a Jesús es la consecuencia final de todos los anteriores. Cristo ha venido para traer
paz. El Evangelio son buenas noticias. El mensaje de la Navidad resume perfectamente estas noticias:
«Os doy nuevas de gran gozo... que os ha nacido hoy un Salvador que es Cristo el Señor» (Lc. 2:10-
11). Es un príncipe -aunque nació en humillación- y ha venido para traer paz.
Es una paz en tres niveles. Ante todo, paz con Dios: «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21)
porque su tarea central como Salvador es reconciliar al hombre con Dios. También paz entre los
hombres. En un mundo sangrante, con una violencia sin límites, Jesús es el único que puede derribar
los muros llenos de alambradas que separan familias, pueblos, razas, porque él es fuente de perdón y
reconciliación. Y, por último, paz interior, con uno mismo, porque él prometió «mi paz os dejo, la paz os
doy». La paz y la pacificación son inherentes a la persona de Cristo y, por tanto, privilegio y
responsabilidad de sus seguidores el vivirla y proclamarla.

Este Jesús es el mejor regalo de Navidad. Es el regalo que Dios mismo nos dio y el que nosotros
podemos compartir con otros. Que viva y que vibre en nuestro corazón el Admirable, Consejero, Dios
fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz.

Pablo Martínez Vila

PESE A TODO... ¡EMANUEL!


«Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y
llamará su nombre Emanuel.» (Is. 7:14)

En la Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamentos) Dios se nos presenta como «Dios sobre
nosotros», el Creador soberano, el Pantocrátor. En opinión de muchos, un Dios remoto, indiferente a
cuanto pasa en este mundo. Y si alguna preocupación tiene por lo que hacen los hombres es la propia
de un juez implacable, no la de un Padre amoroso dispuesto a ayudar y salvar. Pero el Evangelio enfoca
la realidad bajo una perspectiva muy diferente. Su mensaje es «nuevas de gran gozo», como anunció
el ángel la noche de Navidad.

La razón de esa noticia regocijante la expresó con toda claridad el ángel: «Os ha nacido hoy un
Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc. 2:11). Y en el mensaje angélico dado a José antes del nacimiento
de Jesús se indica otro motivo de gozo, el nombre con que el niño había de ser conocido: «Emanuel»,
que significa «Dios está con nosotros» (Mt. 1:23). Ese nombre revelaría la característica más preciosa
de Dios: no está sobre o contra nosotros, sino con nosotros, a nuestro lado y a nuestro favor. El nombre
significa una verdad alentadora, pero no siempre es tal verdad fácil de entender, y menos de aceptar.
¿Dios con nosotros en un mundo en el que la injusticia y la maldad se han desbordado? ¿Dios con
nosotros cuando sufrimos golpes de adversidad implacable? ¿Dios con nosotros cuando toda
esperanza se trueca en frustración? ¿No habríamos de decir más bien: «Dios está lejos de nosotros»?

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Si queremos acabar con las dudas y la incertidumbre, nada mejor que ahondar en el contexto histórico
del término Emanuel, que Mateo ha encontrado en una profecía de Isaías: «He aquí que la virgen
concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Is. 7:14). Que este anuncio tiene una
proyección mesiánica es evidente a la luz de Is. 9:1-2 e Is. 9:6-7. Pero en su sentido primario era un
mensaje oportunísimo para los contemporáneos del profeta en días de Acaz, rey de Judá.

SIGNIFICADO ORIGINAL DE IS. 7:14.- El contexto amplio que precede en el libro de Isaías nos
presenta un cuadro espiritual desolador. La fe del pueblo es mera religiosidad externa, con ausencia
total de verdadera piedad (Is. 1:10-16). El pueblo y sus príncipes se han corrompido (Is. 1:21-23). Como
consecuencia, el juicio contra Judá y Jerusalén es inevitable (Is. 3). Judá, al igual que Israel, ha sido
desleal y rebelde, como se indica en la dramática parábola de la viña (Is. 5:1-7). Sobre Israel se cierne
el juicio divino. Los ayes que brotan de labios del profeta son estremecedores (Is. 5:8-23). Uno a uno
son desgranados y denunciados los pecados cometidos en el pueblo: la ambición materialista (Is. 5:8),
la intemperancia (Is. 5:11) y la lujuria (Is. 5:12), la hipocresía (Is. 5:18), la provocación al Altísimo (Is.
5:19), la perversión de los principios morales (Is. 5:20, Is. 5:23). Tal es el nivel de impiedad que ha
alcanzado la vida de los compatriotas de Isaías que el propio profeta, a la luz de la santidad y la gloria
de Dios, siente toda la repulsión de su propia miseria humana, y los ayes pronunciados por él contra
sus correligionarios se transforman en un ay autoinculpatorio: «Ay de mí» (Is. 6:5).

En el libro, al mensaje profético de los primeros capítulos sigue una sección en la que se entrelaza lo
admonitorio con lo histórico. El juicio de Dios ha de recaer sobre los rebeldes, pero al final resplandecerá
su misericordia a favor del «remanente fiel». En días del rey de Judá, Acaz, los reyes de Siria y del reino
israelita septentrional (Efraím) se alían para combatir contra Jerusalén (Is. 7:1). El Señor envía un
mensaje a Acaz: «Mantente alerta, pero ten calma» (Is. 7:4). Al cabo de algunos años el poder de Siria
y el de Israel habría sido quebrantado (Is. 7:7-9). Probablemente Acaz escuchó el mensaje con cara de
desconfianza. El anuncio profético parecía demasiado hermoso. ¿Podría llegar a cumplirse?. Dios, por
respuesta le da una señal: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre
Emanuel» (Is. 7:14). Quién sería aquella virgen no se indica, pero posiblemente pertenecería al círculo
de la realeza (¿o tal vez al de los profetas?). Lo importante era que antes de que el niño llegara a la
edad del discernimiento moral la tierra de los dos reyes del Norte sería abandonada. En efecto, al cabo
de tres años Damasco había caído en poder de los asirios y catorce años más tarde las mismas fuerzas
asirias se apoderaron de Samaria y deportaron a muchos de sus habitantes. A raíz de estas
convulsiones políticas, muchos israelitas tenían humanamente motivos para temer y para no creer. Les
había sobrevenido una gran catástrofe nacional. ¿Qué podían esperar? ¿Cómo creer que Dios estaba
con ellos? Ignoraban que aun en medio de las mayores calamidades Dios está con su pueblo y que su
propósito final es de salvación.

LA EXPERIENCIA DE JUDÁ.- Una experiencia parecida a la de Israel tuvo el reino sureño de Judá
ante el poder de Babilonia. Pero los habitantes de Jerusalén que temían a Yahvéh, el resto fiel,
recordarían lo prometido por el profeta, y repetirían para sus adentros: «Emanuel -Dios con nosotros-».
A pesar de todas las razones para pensar lo contrario. Y pronto Dios iría aclarando las oscuridades. Su
profeta transmitiría un mensaje de esperanza. Hablaría de otro niño cuyo nombre sería «Admirable,
Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Is. 9:6) y, sentado sobre el trono de David,
reinaría eternamente (Is. 9:7). También Judá -Jesusalén incluida- sufrirían los males de una cruel
invasión: humillación, destrucción, deportación, muerte. ¿Estaba Dios con sus habitantes? Más bien
podía pensarse que estaba contra ellos. Pero el curso posterior de la historia muestra que Dios no los
había abandonado. Los juzgó y castigó, pero no los desechó para siempre. Nunca permitió una
destrucción total de su pueblo. Y «en el cumplimiento del tiempo» envió a su Hijo, el «sol de justicia en
cuyas alas traería salvación» (Mal. 4:2), el Príncipe glorioso de cuyo reinado no habría fin. Con el
advenimiento de Cristo se ponía de manifiesto que Dios «vino en socorro de Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia», como declaró María en su precioso Magnificat (Lc. 1:54). Y no sólo

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esto. En Cristo, y por él, se abrirían las puertas de la salvación a todos los pueblos. Ahora todo el pueblo
de Dios, judíos y gentiles, podría alabar a Jesucristo como Emanuel. Dios no está lejos. Está con
nosotros. He ahí el meollo de la Navidad.

NUESTRA EXPERIENCIA PERSONAL.- Sin embargo, cuando Jesús nació también hubo dificultades
para creer en el «Dios con nosotros». Precisamente el nacimiento del niño provocó la ira de Herodes
con la consiguiente muerte de numerosos niños inocentes. La historia de la Iglesia cristiana es una
historia de padecimientos. También lo es la historia del mundo, con sus guerras y miserias. Y la de
muchos individuos, creyentes y no creyentes. ¿Estaba Dios con las víctimas de los genocidios? ¿Está
conmigo cuando me atormenta dolorosa enfermedad, cuando he de enfrentarme a la pobreza o el
desempleo, cuando me hallo bajo la tensión de agudos problemas familiares, cuando me hieren
profundos desengaños, cuando me siento inmerso en la más absoluta soledad?

Sí. Pese a todo, Dios está con nosotros. Somos nosotros los que muchas veces nos mantenemos lejos
de él. Algunos a causa de una incredulidad atea. Otros por su incomprensión de la providencia divina o
por su impaciencia. En lugar de someterse a los sabios designios del Altísimo, pretenden que Dios se
someta a ellos. Creen que debería actuar de modo inmediato. Pero mientras Dios sea Dios será su
voluntad, siempre justa y benéfica, la que prevalecerá, y «a su debido tiempo», con su poder salvador
se pondrá de manifiesto que «el fin del Señor es muy misericordioso y compasivo» (Stg. 5:11). Así lo
experimentó Job. Y así lo ve todo creyente que vive en plena certidumbre de fe. A esa plenitud llegó
Abraham cuando «creyó en esperanza contra esperanza» (Ro. 4:18-21), cuando las circunstancias
parecían frustrar el plan de Dios de hacer de él «padre de muchas gentes».

Que al celebrar el nacimiento de Cristo una vez más, trascendiendo nuestros problemas y sufrimientos,
podamos exclamar desde lo profundo de nuestro corazón: ¡Jesús, Emanuel, bendito sea tu nombre!

José M. Martínez

EL SENTIDO DE LA NAVIDAD: DIOS HA BAJADO A SUFRIR CON NOSOTROS

La Navidad es un tiempo de luces, pero también de sombras. Este año más que otras veces predominan
las sombras: hay más preocupación que alegría, más incertidumbre que gozo. La ansiedad planea sobre
muchos hogares creando una atmósfera que puede difuminar el espíritu festivo de la Navidad. Se
respira crisis en la calle y muchas personas no están para celebrar nada. ¿Nada? ¿Pueden las sombras
de la crisis apagar el verdadero gozo de la Navidad? El cristiano responde con un rotundo «no». Siempre
habrá más gozo que preocupación, más esperanza que ansiedad si se entiende y recuerda el verdadero
sentido de estas fechas navideñas.

La razón está en el origen de este gozo que no es un mero sentimiento de alegría sujeto a los vaivenes
de las circunstancias, sino que surge de Aquel que tiene y es «la promesa de la vida, Cristo Jesús» (2
Ti. 1:1). El creyente en Cristo Jesús sabe que nada ni nadie puede apagar el sentimiento inefable que
tuvieron los pastores quienes al «ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo» (Mt. 2:10).

En estos días muchas personas se preguntan «¿Qué hace Dios por remediar tanto sufrimiento?» La
respuesta nos abre la puerta de par en par para entender el significado de la Navidad y ver la Luz
poderosa del Evangelio en medio de tantas luces tenues. Es una respuesta con tres realidades tan
sublimes como consoladoras; cada una de estas realidades está relacionada con sendos nombres del
Cristo, centro de la Navidad:

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1.- EMMANUEL: La Navidad nos recuerda la identificación de Dios con nuestro sufrimiento «Y llamarás
su nombre Emmanuel, esto es Dios con nosotros» (Mt. 1:23)

La Navidad es una fiesta para el creyente, pero su verdadero significado tiene una profunda relevancia
para todos y en especial para los que están pasando por tiempos de sufrimiento y de crisis. Recordamos
y celebramos que Dios se ha acercado al ser humano y ha bajado a este mundo para sufrir con nosotros.
Esta es la esencia de la Navidad y uno de los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios no está lejos
ni está callado, Dios está con nosotros. Éste es exactamente el significado de la palabra Emmanuel,
uno de los nombres dados a Jesús: Dios con nosotros.

En el drama del sufrimiento humano Dios no se limita a ser un espectador, sino que ha actuado como
un actor comprometido. Ya en el libro del Éxodo en el Antiguo Testamento. Dios nos muestra cómo ha
dado pasos muy concretos para aliviar y liberar a todos los oprimidos por crisis de cualquier tipo: «Bien
he visto la aflicción de mi pueblo... y he oído su clamor a causa de sus extractores; pues he conocido
su angustia y he descendido para librarlos» (Éx. 3:7-8). Este compromiso de Dios encuentra su
manifestación máxima en Filipenses 2:5-11, cántico glorioso donde se nos describen los pasos que
llevaron a la Navidad: «Cristo Jesús, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa
a que aferrarse, sino que se despojó a si mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; ...y se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz...».

Dios ha bajado a la tierra encarnado en Cristo: Navidad. Ahí es donde encontramos la respuesta última
al dilema del sufrimiento y de toda crisis, sea personal o global: en un nacimiento tan sencillo como
sobrenatural, y en una muerte tan infame como gloriosa. El pesebre y la cruz, la vida en su inicio y la
vida en su final, Navidad y Semana Santa encierran las claves que nos permiten entender el misterio
de la vida y de la muerte, y nos transmiten la cercanía del Dios Emmanuel en todo sufrimiento. Yo
personalmente nunca podría creer en Dios si no fuera por la encarnación, demostración irrefutable de
su identificación con el drama humano, y por la Cruz, exponente supremo de este compromiso. Como
alguien ha dicho, «un Dios lejano no sería más que un iceberg de metafísica». Así pues, la Navidad nos
recuerda la identificación de Dios con la tragedia del ser humano.

2.- EL SIERVO SUFRIENTE: La Navidad nos recuerda el poder de Cristo para ayudarnos en nuestro
sufrimiento «Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios...» (Is. 40:1)

Con estas palabras se inicia El Mesías de Händel, una de las composiciones más celebradas de todos
los tiempos. Y esta es la frase que abre otra sinfonía aún más importante: Los Cánticos del Siervo, el
conjunto de profecías que anuncian con siglos de antelación todos los detalles de la Navidad (Isaías
capítulos 40 a 55). No es casualidad que las primeras palabras proféticas sobre el nacimiento de Jesús
sean de ánimo: «Consolaos, consolaos». Una de las mayores necesidades de la persona en medio de
una crisis es sentirse comprendida y consolada. Y ¿quién mejor para ello que alguien que ha pasado
ya por una experiencia similar? Como vimos antes, nadie puede acusar a Dios de no saber lo que es
sufrir. Durante su vida, y de forma suprema en la cruz, Cristo experimentó el sufrimiento humano en su
máxima expresión, tanto física como moral. Nadie ha sufrido más que él. Los sufrimientos de Cristo le
confieren una autoridad moral incuestionable para entendernos y consolarnos.

Ciertamente la participación e identificación de Dios en el sufrimiento humano es uno de los temas más
insondables, pero al mismo tiempo, es la fuente suprema de consuelo. En la conmovedora descripción
de los sufrimientos de Cristo en Isaías 53 se encuentra la respuesta última a todo sufrimiento: «fue
menospreciado... herido... molido... angustiado y afligido, sin embargo no abrió su boca; como cordero
fue llevado al matadero». Tanto sufrimiento tenía un propósito: «Por su llaga fuimos nosotros curados...
verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho... porque él llevó el pecado de muchos e
intercedió por los transgresores».

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Por todas estas razones, porque él fue un experto –«experimentado» (Is. 53:3)– en el sufrimiento, «no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4:15). También aquí el autor
concluye con una estimulante exhortación: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4:16). De la misma manera
que Dios se ha acercado, nosotros hemos de acercarnos a Él; hay un elemento de reciprocidad
imprescindible: Cristo me acompaña y me comprende plenamente en mi prueba, pero para
experimentar su ayuda -«el oportuno socorro»- yo he de acercarme «al trono de su gracia». «Venid a
mí todos los trabajados y cargados y yo os haré descansar» dijo Jesús. La promesa del descanso es
inseparable del acudir a él.

Esta confianza es la que me lleva a decir: «Señor, en esta Navidad hay muchos por qué que no entiendo;
pero tú sí lo sabes, tú lo sabes todo, y si estás a mi lado; esto es lo que de verdad me importa».

3.- JESÚS: La Navidad nos recuerda que Dios ha bajado también a sufrir por nosotros «Consolaos,
consolaos... decidle a voces que su pecado es perdonado» (Is. 40:2) «Llamarás su nombre Jesús, por
cuanto salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21)

En tercer y último lugar, en la Navidad celebramos que Dios se ha acercado al ser humano y ha bajado
a este mundo para sufrir por nosotros. La frase inicial del cántico de Isaías 40 va seguida de una
mención a la necesidad de perdón por el pecado. Cristo vino a este mundo no sólo para consolar, sino
para salvar. Ahí es donde vemos el sentido más profundo de la Navidad y también el más trascendental:
Cristo vino a morir por mis pecados. Y es en este aspecto que el nombre Emmanuel es inseparable del
nombre Jesús, Dios se ha acercado para ser Salvador. La razón más importante que Dios tenía para
bajar a la tierra era «salvar a su pueblo de sus pecados» porque «hay un solo Mediador entre Dios y
los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5).

Así pues, los sufrimientos de Cristo, aparte de darle una autoridad moral incuestionable para
consolarnos, tienen un valor expiatorio de nuestros pecados. La venida de Jesús a este mundo no tenía
una intención sólo pedagógica –enseñarnos un estilo de vida modélico- sino vicaria, sustitutiva. No
podemos quedarnos sólo con el Jesús empático que entiende mi sufrimiento, ni siquiera podemos
quedarnos con el Emmanuel que simpatiza –sufre conmigo. Todo ello es importante, pero el centro de
la Navidad está en la vida nueva que Jesús ofrece a todos sin excepción. Ahí radica el motivo principal
del gozo de la Navidad que ninguna crisis puede apagar: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es,
las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).

En cierta ocasión alguien me dijo: «Si estás mal, Dios te hace sentir peor». ¿Cómo se puede llegar a
pensar así? No podemos simplificar el complejo tema del ateísmo, pero en muchas ocasiones el ateo
rechaza a Dios sin haberle conocido realmente. Lo que rechaza es una caricatura de Dios que él mismo
se ha hecho. Entre los ateos más convencidos encontramos con frecuencia experiencias de un Dios
severo, inmisericorde. Ello lleva a un Evangelio legalista y aplastante que se acaba rechazando de
forma más o menos virulenta. Nada más lejos del Dios Emmanuel que se acerca para sufrir conmigo,
el Siervo Sufriente que se humilló y murió por mí, el Jesús ahora vivo que sigue intercediendo por mí y
mis necesidades desde el cielo. Este es mi Dios. Por todo ello celebro la Navidad sin dejarme abatir por
las sombras de la crisis, porque es un mensaje de amor, de consuelo y de esperanza. ¡Cuánto necesita
nuestro mundo hoy del bálsamo terapéutico del mensaje de la Navidad!

Pablo Martínez Vila

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NAVIDAD: LA CELEBRACIÓN DE UNA HISTORIA “INCREÍBLE”
Mateo 1:18-25

Tres frases que se corresponden con tres nombres nos muestran la esencia de la Navidad. Son la clave
para entender esta fiesta y la razón de su verdadera alegría:

«He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo»: María (v. 23)
«Y llamarás su nombre Jesús» (v. 21)
«Y llamarás su nombre Emanuel» (v. 23)

1. MARÍA: UN MILAGRO CREÍBLE


«He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo» (Mt. 1:23)

La historia de la Navidad empieza con un milagro. Hay un elemento sobrenatural a creer. Al igual que
con otros puntos vitales del Evangelio, la fe es el primer paso para entender la Navidad.

Aparentemente increíble. El relato de una virgen que concibe un hijo suscita una fácil reacción de
parodia por parte de la gente. ¿Cómo puede una virgen quedar embarazada? Nos reímos y rechazamos
como no creíble todo lo que escapa a nuestra comprensión. Necesitamos racionalizar el misterio.
Ciertamente el relato nos crea preguntas, pero son secundarias e innecesarias para entender el texto.
El énfasis del pasaje no está en lo misterioso –una virgen que concibe- sino en lo glorioso, Jesús nace
por obra directa del Espíritu divino, frase repetida dos veces (v. 18 y v. 20). El meollo del relato radica
en la acción directa del Espíritu Santo, no en la virginidad de María.

El asunto de fondo. Así pues, lo que está en juego al creer o rechazar el nacimiento virginal de Jesús
es la omnipotencia y la soberanía divinas. Dios da la vida dónde, cuándo y cómo Él quiere. Por esta
razón la concepción sobrenatural de Jesús es importante, tan importante que forma parte de las
doctrinas del Credo Apostólico. La pregunta clave no es: ¿Cómo es esto posible?, sino «¿Hay algo
imposible para Dios?» (Lc. 1:37).

Una fe sin misterios ya no es fe. Sí, en el texto hay misterio, pero hay mucha más luz que misterio. Las
personas encuentran en el misterio de lo sobrenatural una excusa para no creer, pero el misterio
también puede ser un estímulo de la fe. Una fe sin misterios, dejaría de ser fe. La fe contiene elementos
velados y elementos revelados. Centrarnos en los velados -los secretos de Dios- nos impedirá
comprender los aspectos revelados, la gran luz del Evangelio.

La Navidad empieza con un test que pone a prueba nuestra fe. ¿Estoy dispuesto a creer que para Dios
no hay nada imposible? Entonces creeremos en el milagro de la concepción virginal de Jesús. Si aquí
fallamos, tampoco creeremos en el resto de hechos sobrenaturales de la vida de Cristo, resurrección
incluida. La vida de Jesús se mueve constantemente en el milagro. Una fe sin milagros nos lleva a un
Jesús humano que nos deja un Evangelio humanista, sin ningún poder.

Así pues, la Navidad nos recuerda, en primer lugar, el poder de Dios.

2. JESÚS: UN SALVADOR NECESARIO


«Y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21)

El segundo nombre, Jesús, nos revela el propósito de la Navidad: es para salvación y constituye el
siguiente paso si queremos entender bien su significado. La Navidad nos recuerda que necesitamos un
Salvador.

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La salvación es el eje alrededor del cual gira toda la vida de Jesús hasta tal punto que el nombre Jesús
significa Salvador. ¿De qué nos ha de salvar Jesús? En el evangelio de Lucas se nos amplía en qué
consiste esta salvación. Zacarías, «lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: ...Y tú, niño, profeta del
Altísimo, serás llamado para conocimiento de salvación a su pueblo... para perdón de sus pecados».
(Lc. 1:77).

La salvación de Jesús aparece inseparablemente unida al perdón. ¿Por qué? No tiene un sentido social
-la liberación política del yugo romano-, ni siquiera emocional, la capacidad para ser feliz en esta vida.
Es mucho más profunda: «Jesús salvará a su pueblo de sus pecados (mis pecados)» (Mt. 1:21). Para
Jesús, la salvación no consistía en erradicar los grandes males sociales de su época –pobreza, hambre,
discriminación, violencia, etc.-, ni tampoco en aliviar problemas personales. Todo ello va implícito en el
mensaje del Evangelio, pero es la consecuencia de la fe, no su razón de ser ni su propósito. La salvación
de Jesús es un fenómeno personal y moral con implicaciones sociales y emocionales, pero no a la
inversa.

Ahora bien, el perdón requiere confesión de pecados. ¡Qué importante es comprender esta necesidad
hoy! Nuestra sociedad vive miope a su realidad moral, sufre una anestesia moral de trágicas
consecuencias. Los conceptos de culpa y pecado hoy han quedado obsoletos. Nada es pecado, todo
depende de la sinceridad y la intención con que se realiza un acto. La cauterización de la conciencia de
nuestros contemporáneos les impide ver la profundidad del pecado en que viven, pero esta miopía no
les libra de responsabilidad ante Dios. Aunque no lo sintamos, todos necesitamos perdón y salvación.

La Navidad es alegría y celebración, pero su mensaje esencial nos recuerda que hay un asunto
trascendental por arreglar: mi salvación eterna. De todos los regalos que podamos recibir en estas
fechas, uno sobresale por su importancia: el perdón de mis pecados. Lo que hay en juego es la
reconciliación con Dios y, en consecuencia, mi destino eterno.

Los tres peldaños de la escalera al Cielo. Podemos resumir lo dicho hasta aquí con una ilustración. El
camino que nos lleva a Dios, la escalera al Cielo tiene tres peldaños:

Convicción de pecado. La conciencia de pecado nos lleva a la necesidad de perdón que sólo se puede
lograr en la mirada de fe a la cruz, donde Cristo muere por el Pecado y por mis pecados. Si los dos
primeros peldaños implican una mirada arrepentida a nuestro corazón, el tercero requiere una mirada
de fe a Cristo y su sacrificio redentor. El último de estos peldaños es el que vino a poner Jesús con su
venida a este mundo. La historia de la Navidad empieza en un pesebre, pero acaba y culmina en la
cruz. La Navidad no sería completa sin alzar los ojos a la cruz. Podemos aplicar el conocido texto de
Hebreos a la Navidad y decir: celebrémosla «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe...» (Heb. 12:2).

En segundo lugar, pues, la Navidad nos recuerda el amor de Dios.

3. EMANUEL: UN DIOS CERCANO


«Y llamarás su nombre Emanuel» (Mt. 1:23)

El clímax del pasaje y de la Navidad lo tenemos aquí, en el nombre Emanuel, Dios con nosotros. Si
antes veíamos cómo Dios está por nosotros proveyendo una salvación necesaria, ahora descubrimos
cómo también está con nosotros. Dios mismo ha bajado a este mundo, ¡gran misterio, pero a la vez
extraordinaria realidad! La profecía de Zacarías en el evangelio de Lucas lo expresa con belleza: «Por
la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará desde lo alto un amanecer para dar luz sobre
los que están sentados en oscuridad y sombra de muerte» (Lc. 1:78-79).

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Estamos ante un hecho extraordinario porque el Dios creador, todopoderoso, se ha hecho cercano, nos
ha visitado. Esta combinación perfecta entre la majestad de Dios y su cercanía –trascendencia e
inmanencia- es exclusiva de la fe cristiana, no la encontramos en ninguna otra religión. La clave radica
en la preposición con. Esta pequeña palabra describe y define de forma inmejorable el mensaje de la
Navidad y la esencia del Evangelio. Encierra la clave distintiva del cristianismo respecto a cualquier
religión. En las religiones paganas la relación entre los dioses y el ser humano se define con una
preposición muy diferente: contra. Los dioses están contra los hombres y para aplacar su ira hay que
hacer todo tipo de sacrificios. Incluso en el budismo, tan popular en ciertos círculos en Europa hoy, la
relación hombre–dios se describe mejor con la preposición ante. Buda es un dios tranquilo, pero lejano,
está ante (delante de) los hombres, pero no con ellos. La imagen de Buda con los brazos cruzados, los
ojos cerrados, expresión rígida en la cara y una sonrisa hierática nos transmite la idea de un dios frio
que, en el mejor de los casos, contempla al ser humano desde la distancia y de forma impasible.

¡Qué impresionante la diferencia entre Jesús y Buda! El Dios que está por nosotros proveyendo una
salvación tan grande está también con nosotros haciéndose hombre. Jesús y Emanuel son inseparables
y nos revelan lo más esencial del carácter de Dios, su amor. Sí, Dios siempre ha querido que su relación
con el hombre sea una relación voluntaria de amor y no una imposición. Y en una relación de amor el
mayor y mejor regalo es la presencia del ser amado a nuestro lado. Por ello, la Navidad es, como
profetizó Zacarías, el amanecer, la aurora de un día luminoso que culminará cuando «el Sol de justicia»
(Mal. 4:2), Jesucristo, reinará por siempre. No es extraño que uno de los textos más conocidos de la
Biblia empiece así: «De tal manera amó Dios a este mundo, que envió a su Hijo...» (Jn. 3:16).

Por tanto, en tercer lugar, la Navidad nos recuerda la cercanía de Dios.

Conclusión: la Navidad es una historia que nos cambia la vida. El Emanuel, el Dios que se hizo carne y
vino a morar con nosotros cambia nuestra perspectiva de la vida en todos los sentidos. Nos abre los
ojos a un paisaje totalmente nuevo aquí en esta tierra y allá en el más allá. Por ello, aún en momentos
de tribulación, cuando nos preguntamos perplejos: ¿Dónde está Dios?, alzamos los ojos de la fe al cielo
y afirmamos llenos de confianza: Él está aquí a mi lado e intercede por mí (Ro. 8:34; Heb. 4:16). Sí, el
mismo Dios que estuvo en esta tierra y sufrió todo lo que nosotros podamos sufrir (Heb. 2:17-18; Heb.
4:15), está por mí y conmigo ahora.

Dios está por nosotros y con nosotros. ¿Puede haber un mensaje de aliento mayor? Ahí está la
verdadera alegría de la Navidad, el motivo central de nuestra celebración. Por esta razón cuando los
magos de oriente vieron la estrella en el cielo, señal del nacimiento de Jesús, «se regocijaron con muy
grande gozo» (Mt. 2:10).

Nosotros hacemos lo mismo porque en la Navidad recordamos y celebramos el poder, el amor y la


cercanía de Dios.

Pablo Martínez Vila

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SECCIÓN POÉTICA

NAVIDAD

Vino para los hombres la paz de las alturas;


En el mezquino establo que domina un alcor,
Tras de la acerba noche de maternas torturas
Jesús cayó en la tierra, débil como una flor.

Música de los cielos alegró las oscuras


Bóvedas del pesebre, y en un himno de amor
Adoraron al niño las humildes criaturas:
Un asno con su aliento, con su flauta un pastor.

Después los adivinos de comarcas remotas


Ofreciéronle mirra, y en sus lenguas ignotas
Al pequeño llamaron Príncipe de Salen.

Mientras en el Oriente, con pestañeos vagos


Dulcemente brillaba la estrella de los Magos,
Los corderos miraban hacia Jerusalén.

-Víctor M. Londoño

LOS MAGOS

Adora con los Magos, alma mía,


Al Niño que ocultando su grandeza,
En un establo de Belén nacía,
Para traernos celestial riqueza.
Es el Rey de Israel, aunque venía
Sin signes que marcaron su realeza;
Mas Dios su majestad hizo notoria
Desde el principio de una noble historia.

Una estrella le anuncia en el Oriente,


Y los Magos, que esperan su venida,
Ven en la estrella signo convincente
De una Sagrada predicación cumplida.
Saben que en Israel más de un vidente
Predijo las acciones de su vida,
Y con fe, que ante nadie titubea
Emprenden su camino hacia Judea.

Ni riesgo, ni temor, ni sacrificio,


En su penosa marcha les detiene,
Para tributar amor y fiel servicio
Al Rey que en modo misterioso viene.
Sólo buscan del alma el beneficio,

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Que de tan alto Príncipe se obtiene;
Y si son incompletas sus nociones,
Arden en puro amor sus corazones.

La misma Providencia que los guía


Somete a grave prueba su fe pura;
Nadie en la tierra de Israel sabía
El nacimiento que la estrella augura:
Jerusalén turbada se veía;
Devoción finge Herodes, mas procura
Con astucia matar al regio Infante;
Porque siente su trono vacilante.

Mas la fe sale siempre vencedora,


Aunque a rudo conflicto fue sujeta;
Sabe el escriba lo que el pueblo ignora;
En Belén nacerá, dijo un profeta,
Y a la luz de esta cita en grata hora,
Gozando ya de claridad completa,
Van a Belén con júbilo que crece
Cuando el astro de nuevo se aparece.

Allí ven el prodigio que buscaron,


Sin extrañar del Niño la pobreza;
Humildes y gozosos la adoraron,
Viendo por fe su singular grandeza;
Reverentes sus dones le ofrendaron,
Como tributo a su divina alteza,
Abriendo sin reserva su tesoro,
De donde sacan mirra, incienso y oro.

Noble ejemplo de fe! Cristiano, imita


Ese fervor, piedad y reverencia;
Tu Salvador merece y solicita
Tu amor, abnegación y diligencia.
Él te da lo que el alma necesita,
Y te reserva Sin igual herencia;
Cual los Magos, conságrale tus dones,
Y tiendan a su gloria tus acciones.

Carlos Araujo

MELODÍA DE NAVIDAD.

Belén la risueña, Belén la fragante,


Duerme silenciosa su sueño de paz,
Mientras en la altura la estrella brillante,
Como un albo vaso de plata radiante
Derrama sonriendo su luz virginal.

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Allá por oriente, los contornos vagos
De una caravana suntuosa de magos
Borra de las sombras el hosco tropel:
Son adoradores que vieron la estrella
Y que absorta y fija la mirada en ella,
Llenos de tesoros vienen a Belén.

Las pezuñas toscas de sus dromedarios


Hienden las arenas con sordo rumor,
Y tiernos saludan a los visionarios
Brindando perfumes y abriendo nectarios
Las rosas tempranas, los lirios en flor.

Pasan bajo el cielo lleno de luceros,


Llevando en los labios, delgados y austeros,
Mística sonrisa de gozo y amor;
Y hay en sus siluetas, tranquilas y oscuras,
Con la luz que brilla desde las alturas,
Súbitos destellos de un vivo fulgor.

¿Qué buscan? ¿Qué quieren? Hace muchos días


Sin cesar persiguen la divina luz;
En los pergaminos de las profecías
Leyeron del reino de amor del Mesías,
Del glorioso Reino eternal de Jesús.

En Belén Efrata, Belén la risueña,


Entre las ciudades la que es tan pequeña,
Pero hoy más radiante que la luz del sol,
Hace pocos días ha de haber nacido
De Isaí la vara, el Rey, el Ungido,
El Príncipe Eterno, el Hijo de Dios.

Y van bajo el palio de luz de la estrella


Los adoradores que, fijos en ella,
Llenos de tesoros llegan a Belén,
A unir sus ofrendas regias y valiosas
A los pastoriles puñados de rosas
Y al presente humilde de leche y de miel.

Llegan, se arrodillan, ofrecen sus dones,


Abren el joyero de sus corazones
Y ante la sonrisa del Niño Jesús,
Sienten en sus almas ansiosas de vida,
Como un blando beso de aurora encendida,
Como una caricia de amor y de luz.

Luego, cuando vuelven a Oriente hierático


Y sus dromedarios, con paso flemático,
De la arena arrancan un sordo rumor,
Como que despiden a la caravana,

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Brindando perfumes, la rosa temprana,
Y tendiendo nectarios los lirios en flor.

Gonzalo Báez- Camargo.

MIS PUERTAS ABIERTAS TE ESPERAN

A rústico albergue llegaste, Señor;


ni un sitio te hicieron en todo el mesón;
apenas las bestias te dieron calor,
y allí entre la paja naciste, Señor.

A todas las puertas tu madre llamó


y nadie a su angustia la puerta le abrió;
hallaste la vida cerrada al amor,
y sólo un pesebre el hombre te dio.

Florece en mi vida la nueva canción


que al mundo trajiste naciendo en Belén;
no importa que encuentres cerrado el mesón,
mis puertas abiertas te esperan, Señor.

Francisco E. Estrello

¡GLORIA A DIOS!

Canta al amor de Dios, alma cristiana,


que sabes caminar mirando al cielo;
canta como la alondra en la mañana,
cuando al beso del sol levanta el vuelo.

Canta el poder de Dios en la gran fiesta


de amor divino y paz indefinida.
La Navidad es himno de protesta
contra el materialismo de la vida.

Canta la libertad que Dios te ha dado


librándote del yugo del pecado
por Cristo el mensajero del perdón.

Canta por gratitud, si el Don divino


es el sol inmortal de tu camino,
y ha nacido en tu pobre corazón.

– Claudio Gutiérrez Marín –

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¿QUIÉN HA NACIDO?

Un niño precioso nos nace en Belén,


Su rostro es hermoso, su nombre Emmanuel.
Él viene a salvarnos de nuestro dolor,
Él viene a mostrarnos de Dios el amor.

Cunita sencilla la madre arregló


En un pesebrillo de pobre mesón.
Le besa, le acuna, le canta su amor,
Y sabe que el Niño es Hijo de Dios.

Muy pobre, muy pobre parece el lugar,


Mas hay un tesoro que no tiene igual;
Hay gozo, esperanza, hay fe y hay piedad,
Y el Niño es la Vida, la Luz, la Verdad.

El Niño es el Hijo eterno de Dios,


Del hombre que cree será el Salvador.
Por eso ha dejado su trono de luz,
Por eso nos brinda su paz y salud.

Qué bella es la historia de la Navidad,


Del Niño que nace en Belén de Judá,
Le doy mi cariño y todo mi amor,
Y quiero que sea mi Rey y Señor.

NAVIDAD

Vino para los hombres la paz de las alturas;


En el mezquino establo que domina un alcor,
Tras de la acerba noche de maternas torturas
Jesús cayó en la tierra, débil como una flor.

Música de los cielos alegró las oscuras


Bóvedas del pesebre, y en un himno de amor
Adoraron al niño las humildes criaturas:
Un asno con su aliento, con su flauta un pastor.

Después los adivinos de comarcas remotas


Ofreciéronle mirra, y en sus lenguas ignotas
Al pequeño llamaron Príncipe de Salem.

Mientras en el Oriente, con pestañeos vagos


Dulcemente brillaba la estrella de los Magos,
Los corderos miraban hacia Jerusalén.

-Víctor M. Londoño

31
INVOCACIÓN A JESÚS EN NOCHE BUENA.

Jesús nuestro Señor, ¿por qué pasas de largo


Sin detener tu paso, sin siquiera mirar?
Tienes los ojos tristes, tienes el gesto amargo,
Y hasta parece como que fueras a llorar…

¿Has olvidado acaso que ésta es la Noche Buena


Y que el mundo, gozoso, la celebra en tu honor?
La mesa está tendida, y está pronta la cena,
Y los cantos que oyes, se entonan en tu loor.

Los hombres son felices, felices a su modo…


Una mesa abundante, estruendo, frenesí…
En tu honor según ellos lo han preparado todo,
Es para ti la fiesta, pero la hacen sin ti.

Hace ya veintiún siglos, Maestro, que dijiste


Tus Divinas palabras de bondad y de amor,
Y en nuestros corazones aún la bondad no existe,
Y muerden nuestras almas los lobos del rencor.
Mira, la noche borra los valles, las colinas,
Y ronda los caminos hambriento el lobo cruel…
Cierto que la negrura más negra Tú iluminas,
Y que el lobo más fiero, para ti es perro fiel.

Me abruma tu tristeza, me duele tu abandono


Como un remordimiento que me punza tenaz..
Si una vez te escuchara decirme “te perdono”
Hallaría en mi alma para siempre la paz.

Tus sandalias son rotas, tus pies están llagados


Y pareces enfermo de tristeza y dolor….
Perdónanos de nuevo todos nuestros pecados,
Y queda con nosotros esta noche, Señor.

Demora aquí esta noche, para que entristecido


Como una vez lo hicieras, no vuelvas a exclamar:
“Las zorras tienen cuevas, las aves tienen nidos,
Mas el Hijo del hombre no donde reposar.

Quédate aquí en mi casa, es muy pequeña y pobre,


Pero si entras en ella Tú la engrandecerás,
Y tu sola presencia hará que todo sobre,
Y quedará bendita, y por siempre habrá paz.

Y si entrar no quisieras, porque desengañado


Te sientes de los hombres por tanta incomprensión,
Esta noche, que has vuelto –por mí crucificado-,

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En la preciosa herida que sangra en tu costado
Llévate para siempre, Jesús, mi corazón…

Por Juan Burghi, tomado del libro : “Escenas y estampas bíblicas”.

FÍN DE AÑO
LLORANDO EN EL GÓLGOTA.

¡Bendita sea por siglos esta preciosa hora


Que a solas, muy a solas puedo ir hasta la cruz,
En este triste Gólgota en donde el alma llora
Y lava con sus lágrimas la sangre de Jesús.

Bendito Nazareno, heme aquí de rodillas,


Quise venir al Gólgota y estar contigo a solas
Porque Tú, oh Nazareno, resplandeces y brillas
Como un suave murmullo en un zarpazo de olas.

Un año más concluye, Señor, es otro año.


Un año más que queda pendiente mi carrera.
Te dí muchas tristezas, y un crudo desengaño
No haciendo nada, nada para que el mundo crea.

Oí tu voz mil veces cual toque de campana


Que me decía: ¡Levántate y ve a salvar al hombre!
Pero yo me decía: “tal vez será mañana”
Y el mañana fue nunca. No prediqué tu nombre.

De mis amigos muertos su triste alma me acusa.


Murieron sin que nunca les hablara de Ti.
Ellos me hacen culpable, y yo no tengo excusa.
Nunca les dije nada de tu sangre carmesí.

Señor, que al levantarme vuelva al camino antaño


Y en mi pecho retumbe el eco de tu voz.
Dame gavillas de almas en este nuevo año.
Haz de mí por tu gracia, un siervo fiel, Señor.

UN AÑO MÁS.

Señor nuestra vida se pasa


Cual pasa la efímera flor.
Después de lucir su hermosura
Le agosta del sol el ardor.

33
Un año no es nada en la marcha
Del tiempo, que pasa veloz,
Y un siglo es tan solo un instante
Que asoma en la mente de Dios.

Las dichas que buscan ansiosos


Los hombres con férvido afán
Del alma son solo espejismos
Que así como vienen, se van.

Y vemos que escapan veloces


Dejando tan solo al mortal
La huella que marca el recuerdo
De un bien que creyera eternal.

Sufrimos, cantamos, lloramos,


Según lo dispones, Señor,
Y así nuestra senda seguimos
Sintiendo muy cerca tu amor.

Así seguiremos la vida


Que tu determines, Señor,
Y haremos de cada experiencia
El tema de un canto de amor.

CRISTO.

¡Guerra, Señor! El año está expirando


Y sigue la matanza y el incendio.
Ruge el cañón, y cruzan como monstruos
Los aviones de caza por el cielo.
¡Guerra, Señor! El odio alza su puño
Y el amor en la tierra ya está muerto.
Marte dejó escapar a sus centauros,
Y la diosa del mal empuña el cetro.
Han olvidado todas las palabras
De ternura y de paz del Nazareno.
Aquel que por los hombres fue al Calvario
Y la frente inclinó sobre el madero.
“Amaos los unos a los otros”, dijo.
Y dio su corazón al mundo entero.
Inútil todo. La maldad se impone
Y la suprema ley es el acero.
Oro, poder, y vanidad humanas,
Ansias de poseer todo el comercio.
De dominar las rutas oceánicas,
De ser mas fuerte, y de vender primero.
Todos tienen la culpa de esta infamia.
Todos ante la historia serán reos.

34
Todos los que en la lucha se destacan
Socios son de la muerte y del infierno.
¿Dónde están los ideales de esta guerra?
¡Todo es mentira en este cementerio!
Año nuevo traerá lágrimas nuevas
Y las mujeres vestirán de negro.
Asia, América, Europa,
Esta locura convierte en una antorcha al universo.
¿Y quién saldrán ganando de esta guerra?
¿Quién saldrá vencedor? Dilo, Maestro.
Baja otra vez y encontrarás a Judas
Que en todas las esquinas dará un beso.
Verás a Barrabás hecho monarca,
Y a Herodes comandando los ejércitos.
En cada tumba brotará un negocio
Y en cada cruz ha de graznar el cuervo.
La carne de cañón Caifás la explota,
Y son mercados de dolor los pueblos.
No encontrarás la paz en los hogares.
La radio no difunde tu evangelio
Ni tus frases de amor llenan las almas
Preñadas de rencor y de veneno.
Hace falta el Sermón de la Montaña.
Hace falta la luz que llevas dentro.
Hace falta, Señor, que con tus manos
Des la vista a los hombres que están ciegos.
¡Nadie ve la hecatombe, y todos marchan
Ondeando una bandera al matadero.
Necesitas bajar al mundo en llamas.
Pálido de dolor, triste, y enfermo
Has de mostrar el nardo de tus manos
Agujereadas por el sufrimiento.
Los centuriones jugarán tus ropas
A los dados vulgares en el suelo,
Y las espinas hincarán tus carnes
Congelando la sangre en tu cerebro.
Pero debes bajar, para que digas
Otra vez la verdad de tu evangelio.
Por el hambre que azota los hogares,
Por los sepulcros que el rencor ha abierto.
Por las madres que no pensaron nunca
Ir a orar por sus hijos inconversos,
Y por los hijos, que ante ti, de hinojos,
Te suplican, que no los dejes huérfanos.
Una aurora boreal cubrirá al mundo,
Y tu nuevo dolor le hará ser bueno.

Adolfo León Osorio y Agüero

35
VAMOS A BELEN

PASTORA: Dime pastorcito, dime


¿a dónde vas?.

PASTOR: A la ciudad de Belén


Que un niño ha nacido allá.

PASTORA: ¿Y es tan solo por eso


Que tan presuroso vas,
y abandonas tus ovejas,
aquí en esta soledad?
¿no sabes que hay
muchos lobos
y las pueden devorar?.

PASTOR: El niño que ha nacido hoy


Creo que las cuidará.

PASTORA: ¡Pobre pastor! ¿cómo un niño


que entre pañales está
puede cuidar tus ovejas,
si él no se puede cuidar?.

PASTOR: No me comprendes pastora;


el niño que quiero hallar
es Hijo del Dios Eterno
nuestro Padre Celestial.

PASTORA: Y ¿cómo lo sabes tú?


¿Quién te ha dado una señal?

PASTOR: Un Ángel bajó del Cielo


con esplendorosa faz
y me dijo: "pastorcillo,
ve enseguida a la ciudad
pues en ella os ha nacido
un niño que ha de salvar
a la humanidad entera
que en Él quiera confiar".

PASTORA: ¡Ah! ya te voy comprendiendo


ese niño Celestial,
es al que están esperando,
hace muchos años ya
nuestros abuelos y padres
y nosotros con afán.

36
¡Oh, que gran dicha la nuestra!
al fin podemos cantar,
porque nació en nuestros días
nuestro Príncipe de Paz.
Y llamarán a este tiempo
los que nos sigan detrás,
tiempo de paz y alegría.
Bendito entre los demás.
Pero...escucha pastorcito
y mira al cielo; verás
como se cubrió de nubes
que amenazan tempestad
de viento y también de nieve.
Vente conmigo a cenar
a mi casita esta noche
y mañana a madrugar
yo te acompañaré
a la Bendita ciudad
y llevaremos al niño
alguna ofrenda, además
pues, con las manos vacías
a ningún sitio se va.

PASTOR: No me entretengas pastora


porque quisiera llegar
cuanto antes a ver al niño
y sus pies poder besar
y si regalos no llevo
que lo puedan agradar
le daré mi corazón
¿que más puedo yo desear?

PASTORA: Tienes razón pastorcito;


dispensa mi necedad
al niño solo le agrada
la buena fe y voluntad
y sin hablar más palabras
yo te quiero acompañar
sin detenerle un instante
a Belén Santo lugar
para dar el corazón
a ese niño Celestial.

LOS DOS: Vamos corriendo los dos


hasta Belén sin tardar
y a dar las alegres nuevas
a toda la vecindad.

37
D R A M A S NAVIDEÑOS
EL PRIMER REGALO

PERSONAJES

JOZABAD, mesonero judío.


RUTH, esposa del mesonero.
MARÍA, madre de Jesús.
MATEO, uno de los apóstoles.
JOSÉ, esposo de María.
CORO

ESCENA 1

(La escena se realiza en una habitación humilde, de paredes agrietadas y desteñidas. Se nota que
pertenece a una familia de escasos recursos económicos. Hay pocos muebles: una mesa con una vela
encendida, unos asientos sencillos, un canasto y algunos utensilios sobre la mesa. Debe haber una
puerta que dé al exterior y otra que dé a los cuartos. La luz debe ser suave, dando la imagen de quietud
y silencio. La noche ha llegado. La esposa permanece sentada, tejiendo.)

JOZABAD. (Entra a la casa con una bolsa en sus hombros y con un marcado gesto de cansancio en su
rostro.) ¡Uf! ¡Qué día más cansado y largo! Si seguimos así, yo no sé a dónde vamos a parar. Cada día
la situación se complica más y más. Mientras sigamos siendo dominados por el imperio romano, no
podremos superarnos ni prosperar. La pobreza no deja de azotarnos.

RUT. (Deja de tejer para escuchar lo que su esposo le dice.) ¡Oh, Jozabad! ¿Hasta cuándo dejarás esa
forma tan negativa de expresarte? Te he dicho cientos de veces que no debemos preocuparnos por
esas cosas. Debemos confiar en Dios. Estoy segura de que él hará lo mejor para su pueblo. Él nunca
nos ha abandonado. ¿Por qué habría de hacerlo ahora? Además, ya te he dicho que...

JOZABAD. (Con gesto de violencia y voz fuerte y cortante.) ¿Cuántas veces te he dicho que no me
hables de esas cosas? Perdona que sea brusco contigo, pero es que ya me tienes cansado con esas
fantasías tan absurdas que se te han metido en la cabeza. No sé cómo puedes creer que Dios nos
enviará un Salvador. ¿Es que no te das cuenta? Somos nosotros los que tenemos que luchar. No
podemos esperar que Dios nos envíe el tan esperado Salvador. Somos nosotros quienes debemos
sacudirnos este yugo. Tenemos tres hijos que cuidar, y mientras sigamos con esta pobreza no
tendremos qué ofrecerles.

RUT. (Con rostro de ternura y comprensión.) Lo sé. Yo te entiendo Jozabad pero... ¿No crees que es
mejor dejar que Dios haga las cosas a su modo? Estoy segura de que Él librará a nuestro pueblo pero
estoy aún más segura de que Él proveerá lo necesario para que podamos vivir. Además, no son las
riquezas las que valen. Podemos criar a nuestros hijos con lo poco que tenemos. Es mejor que crezcan
en un lugar humilde pero lleno de amor, que en un palacio lleno de odio. Ya verás que Dios nos mostrará
su amor. Él es fiel, sólo debemos tener paciencia.

JOZABAD. (Con gesto burlesco y de desaprobación.) ¡Paciencia! ¡Ya! ¿Crees que debemos aguardar
hasta que no tengamos nada? Es más, si Dios en verdad nos amara, ya habría hecho algo, pero se ha
demorado. Seguro que ya no nos ama.

38
RUT. (Reacciona de inmediato por lo que ha dicho su esposo.) ¡Oh, no! Jozabad, por favor, no digas
esas cosas. Me da miedo cada vez que dices eso acerca de Dios. Si Él no nos amara, no tendríamos ni
abrigo ni comida.

JOZABAD. ¡Exacto! ¡Tú lo has dicho! ¿No te das cuenta? Abre los ojos. Mientras que unos pocos tienen
riquezas en abundancia, a nosotros apenas nos alcanza para abrigarnos y vivir. ¿Crees que esto es
vida? Me casé contigo y tuve hijos; ahora quiero darles un hogar digno y no las miserias en que hasta
ahora hemos vivido.

RUT. (Con voz dulce apoyándose en el hombro de su esposo.) Y nos lo has dado, Jozabad. No tienes
por qué decir esas cosas. Soy feliz de ser tu esposa y nuestros hijos se sienten orgullosos de ti, ¿qué
más le podemos pedir al Altísimo? Él nos ha dado un hogar humilde, pero lleno de amor y esto es lo que
podemos y debemos ofrecer a nuestros hijos.

JOZABAD. (Más calmado y con voz más suave.) Quisiera pensar como tú, mi amada Rut, pero no puedo
comprender tu calma, tu pasividad y tu paciencia tan extremadas. Admito que Dios nos debe amar,
pero... no he visto nada hasta ahora que nos lo haya manifestado. Si al menos tuviera una prueba
tangible de su amor, aceptaría la verdad de su amor sin más ni más. Pero hasta ahora...

RUT. (Con cariño.) Nunca cambiarás, Jozabad. Toda la vida has sido un hombre incrédulo, te cuesta
abrir los ojos para ver las cosas que suceden a nuestro derredor. Ojalá algún día llegues a creer y confiar
en Dios. Sabes muy bien que eso sería lo más grande para mí.

JOZABAD. (Colocando ambas manos sobre los hombros de su esposa y mirándola a los ojos.) Y para
mí, lo más grande sería ofrecerte un hogar digno de una familia tan comprensiva y cariñosa. Sabes que
eso me haría muy feliz. Cada noche sueño con que vivimos en una casa más cómoda, más espaciosa;
es decir, una verdadera casa. Claro, quién sabe cuándo mi sueño se hará realidad. No sueño con un
palacio, no, eso sería mucho pedir, además, ningún príncipe o rey gustaría de hospedarse en el palacio
de un pobre. ¡Ya! Mucho menos lo haría en esta casucha que está a punto de caerse.

RUT. Algún día, algún día se hará realidad, Jozabad. Algún día Dios te proveerá de lo que siempre has
soñado. Es más, aunque no lo creas podría suceder que un gran rey se hospede en tu humilde casa.
Para Dios no hay nada imposible. Además, tú no eres tan pobre. Tienes un mesón que, aunque pequeño
y humilde, sirve para dar abrigo a los fatigados viajeros. Y en estos días recibirás más ganancias porque
muchas personas han venido a empadronarse, acatando el edicto de Augusto César.

JOZABAD. (Sentado con las manos en la frente en actitud pensativa.) En eso tienes razón. Todos los
cuartos de nuestro mesón están ocupados pero aún así, no ganaremos mucho porque además de ser
un simple mesón, la gente que se hospeda aquí es muy pobre y no puede pagar mucho. Si al menos se
hubiera hospedado alguien importante, la cosa iría mejor, pero todo parece indicar que la mala suerte
no piensa apartarse de nosotros.

RUT. Será un simple mesón pero al menos ofrece descanso y abrigo a estas personas. ¿Ni siquiera te
alegra saber que estás ayudando a gente necesitada? No tienes idea de lo difícil que se me hace
comprenderte.

JOZABAD. Si tú fueras hombre y tuvieras la responsabilidad que yo tengo entonces me comprenderías.

RUT. ¡Ah! ¿Entonces piensas que no me preocupo por nada? ¿Crees que la vida es difícil y dura sólo
para ti?

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JOZABAD. (Reacciona inmediatamente.) ¡No, no! Disculpa, no quise decir eso. Es simplemente que...

RUT. ¿Qué?, ¿qué, Jozabad? Dímelo, necesito saberlo, tengo derecho.

JOZABAD. Sí, claro que lo tienes, pero dudo que puedas comprenderme. Nunca logramos ponernos de
acuerdo en este asunto además, los niños ya están dormidos y es injusto que les quitemos el sueño por
estar discutiendo.

RUT. (Con gesto de conformidad.) Está bien, si quieres dejarlo así no me opongo pero recuerda que...

(En ese momento Rut se calla porque alguien llama a la puerta. Jozabad se dirige a abrirla. Se trata de
José y María que buscan hospedaje.)

JOSÉ. Disculpe, señor, que lo molestemos a tan avanzada hora de la noche pero sucede que hemos
venido desde lejos, somos de Galilea. Estamos agotados por lo duro del trayecto y quisiéramos que nos
alquilara un cuarto en su mesón. Además, mi compañera está encinta y los días de su alumbramiento
se han cumplido y no quisiera exponerla al frío de la noche.

JOZABAD. (Decepcionado.) Comprendo la situación de ustedes pero todos los cuartos están ocupados,
más bien tuvimos que acomodar gente en los pasillos y no contamos con el más mínimo espacio. Quizá
en otro de los mesones encuentren lugar. En esta aldea hay varios mesones. ¿Por qué no preguntan en
alguno de ellos?

JOSÉ. Lo hemos hecho, señor. Casi todos están llenos y los demás piden mucho dinero. Nosotros
somos de escasos recursos y no podemos pagar mucho. Por favor, se lo suplico, cualquier lugar que
nos ceda será suficiente para pasar la noche.

JOZABAD. Lo siento pero no tenemos lugar. Créame que con gusto les cedería mi cuarto pero sucede
que mis hijos ya están acostados y todos dormimos juntos. Como verá, somos una familia muy pobre.

JOSÉ. (Con voz suave.) Eso no importa, señor, cuando hay amor, la pobreza pasa desapercibida. Por
favor, haga todo lo que esté a su alcance, por lo menos deme un lugar para ella (señala a María). Yo
puedo dormir en cualquier parte, pero María, no.

(La esposa del mesonero ha permanecido dentro de la habitación escuchando la conversación y ha


hecho señas a su esposo para que oiga lo que ella quiere decirle.)

JOZABAD. (Haciendo señal de espera.) ¿Qué quieres, Rut?

RUT. Tengo una idea. Sé que no es muy buena pero algo es mejor que nada. Esa pareja necesita un
lugar donde pasar la noche y creo que podemos ofrecerles aunque sea el establo. Sé lo que piensas
pero no podemos dejar a esa mujer encinta expuesta al frío de la noche.

JOZABAD. ¡Imposible! ¿Me crees capaz, Rut, de ofrecer el establo? Si me da vergüenza ofrecer los
cuartuchos del mesón, más vergüenza me daría dar ese establo. ¿Quién va a querer acostarse encima
de una paja en la que duermen los animales? ¡No! Olvida esa idea.

RUT. Pero, Jozabad, por Dios...

JOZABAD. (Con firmeza.) He dicho que no y es definitivo. Así que no pienso discutirlo. ¡No, es no!

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(El mesonero se dirige a la puerta para dar la mala noticia a José y a María.)

JOZABAD. (Con gesto de lástima.) Disculpe, señor, créame que lo siento pero realmente no tengo qué
ofrecerles.

JOSÉ. Perdone mi intromisión pero me pareció escuchar que podrían hospedarnos en el establo.

JOZABAD. ¡Oh, no! Fue una idea tonta de mi esposa, pero no hagan caso.

JOSÉ. No importa si la idea es tonta; si usted nos permitiera el establo le estaríamos muy agradecidos.

JOZABAD. Creo que no me ha entendido. No puedo ofrecerles el establo porque la paja huele mal y,
además, es incómodo dormir entre los animales.

JOSÉ. No importa. Por favor, alquílenos aunque sea el establo; es el único lugar que nos queda,
compréndanos.

JOZABAD. (Pensativo y asombrado por la súplica de José. Después de una pausa, habla.) Está bien, si
así lo quieren, pueden dormir ahí. (Rut, dentro de la casa, refleja su alegría por la decisión de su esposo.)
No se preocupen por el dinero; me daría vergüenza cobrarles por tan mal servicio. Los animales son
mansos, así que no les tengan miedo.

JOSÉ. (Con mucha alegría.) Gracias, señor, muchas gracias. No tiene idea de la enorme ayuda que nos
brinda. Dios se encargará de pagárselo.

JOZABAD. (Vuelve la vista hacia su esposa.) Espera aquí, Rut, ahora vuelvo. Quiero llevarlos hasta el
establo. (Se dirige a José y a María.) Vamos.

(Jozabad sale y cierra la puerta. Rut se sienta y permanece pensativa en silencio. Al rato regresa su
esposo, toca a la puerta y ella se levanta para abrirle.)

JOZABAD. ¡Ya! Al fin se acomodaron. De veras que necesitaban un lugar porque para dormir en ese
establo uno tiene que estar muy desesperado. Pero, bueno... al menos no pasarán frío. (Breve pausa.)
Ahora tú y yo descansaremos. Este día ha sido muy agotador y debemos reponer energías para el día
de mañana. Vamos.

RUT. (Abrazando a su esposo.) Vamos, querido. ¿Sabes? Me siento muy contenta de ver que has
ayudado a esas personas. Y como dijo el hombre, Dios se encargará de pagártelo.

(Salen del escenario abrazados y caminando, buscando el lugar en que dormirán, colocan la vela dentro
del canasto que está en el suelo. No debe caer el telón. Durante un minuto el escenario permanece
solitario. De pronto empieza a escucharse un coro. Este puede ser el coro de la iglesia, un disco o una
cinta grabada. El sonido debe ir aumentando poco a poco pero nunca muy fuerte. De pronto Jozabad
entra despacio y extrañado. Trae en su mano una candela. Permanece unos breves instantes en silencio
y con gesto de querer escuchar de dónde provienen los cantos.)

JOZABAD. (Caminando despacio de un lugar a otro.) ¡Qué extraño! ¿Estaré soñando? No puede ser
cierto, pero... parece que es tan real. Han estado pasando cosas muy extrañas, lo siento en el ambiente.
¿Qué será? Tengo miedo de salir, no sé de dónde provienen esas voces que cantan... ¡Dios mío! ¿Qué
está pasando? No entiendo absolutamente nada. Creo que todo empezó desde que esa pareja llamó a

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la puerta para solicitar hospedaje. No sé, pero había algo extraño en ellos: el ambiente cambió. (Pausa.)
¡No! Deben ser imaginaciones mías, quizá porque estoy cansado.

(El mesonero sigue pensativo se sienta y pone sus manos sobre la cabeza. Después de una breve pausa
entra Rut. La música ha cesado.)

RUT. ¿Qué pasa, cariño? Oí que hablabas y no pude soportar la tentación de averiguar lo que sucedía.
Además, me pareció escuchar que alguien cantaba pero eso debe haber sido producto de mi
imaginación.

JOZABAD. (Asustado.) ¡Espera! ¿Has dicho que alguien cantaba?

RUT. Sí, pero eso me lo imaginé.

JOZABAD. ¡No! No fue tu imaginación. Yo también lo he escuchado; por eso me levanté. Me da miedo
todo esto, por eso no he salido a investigar. ¿Qué crees que puede estar sucediendo?

RUT. No podemos darnos cuenta a menos de que salgamos a averiguarlo. Vamos, estoy segura de que
no hay por qué temer.

JOZABAD. ¿Estás segura de que quieres averiguarlo?

RUT. ¡Sí! ¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo?

JOZABAD. No, no. ¿Cómo podría tener...?

RUT. Vamos, no hay por qué temer.


JOZABAD. Pero, es que... ¿No sientes algo extraño en el ambiente? ¿Algo diferente? Es algo que nunca
antes había sentido. Por eso me da miedo.

RUT. ¿Miedo? ¿Te da miedo sentir la presencia de Dios?

JOZABAD. (Intrigado.) ¿A qué te refieres con eso de la presencia de Dios?

RUT. Tienes miedo y no comprendes nada porque nunca has sentido la presencia de Dios en tu vida.
Yo la he sentido muchas veces y de muchas maneras, y te aseguro que ahora mismo la siento con
mayor fuerza, como nunca antes la había sentido.

JOZABAD. Ya vienes con tus inventos. Es que no desperdicias ni un instante para hablarme de tu Dios.
¿Cuándo dejarás esa costumbre, Rut, cuándo?

RUT. Bueno, ahora no es momento para discutir. ¿Quieres que salgamos para averiguar lo que sucede?
¿Sí o no?

JOZABAD. Está bien, está bien, pero no tienes que hablarme así. Salgamos.

(Ambos salen por la puerta que da a la calle. Llevan la vela en sus manos. Nuevamente el escenario
queda solo. No debe cerrarse el telón. Nuevamente empieza a escucharse el coro. El escenario
permanecerá así durante uno o dos minutos. De pronto, entran por la puerta el mesonero y su esposa.
Sus rostros deben marcar muy bien las emociones que sientes. Él entra asombrado y ella con el rostro
iluminado de alegría.)

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RUT. (Con suma alegría.) ¿Lo ves? ¿Comprendes ahora lo que te decía? Estaba segura de que era la
presencia misma de Dios. Te lo dije, Jozabad. ¿Por qué no me creías? Al fin ha llegado la salvación a
Israel.

JOZABAD. ¡No! No puede ser. Me niego a creerlo. Y no insistas porque me niego a creer que ese niño
que acaba de nacer es el Mesías enviado por Dios. Jamás creeré tal absurdo.

RUT. (Continúa extasiada.) ¡Oh, Jozabad! ¡Qué ciego eres! ¿Cómo es posible que no creas que ese
niño es el enviado de Dios? Esto es el colmo. Entonces, ¿cómo explicas todo lo que contemplamos?
¡Ah! Explícame entonces, ¿qué ha significado para ti el canto de los ángeles, la adoración de los
pastores? ¿Ni siquiera ha palpitado tu corazón más aprisa cuando nos acercamos al niño? Jozabad,
tienes que aceptarlo, las profecías se han cumplido. Dios está con nosotros.

JOZABAD. ¡Imposible! Me niego a aceptarlo así de fácil. Además, ¿cómo iba a permitir Dios que su
enviado naciera en ese pesebre? Si Dios es tan grande como tú me lo describes, entonces el Mesías
nacería en un palacio y no aquí en un humilde establo rodeado de míseras viviendas.

RUT. Pero, Jozabad... las profecías... ¿no comprendes?

JOZABAD. ¡Basta! No creo en esas profecías y mucho menos creeré que ese niño es el enviado de Dios
para salvarnos. Así que, por favor Rut, no insistas.

RUT. Pero...
JOZABAD. (Con voz cortante.) ¡Basta ya! Te he dicho que no insitas. No quiero oír ni una palabra más
al respecto. Si tú quieres creer esas tonterías créelas pero no me molestes a mí con eso. Ya he oído
bastantes, estoy cansado de tus creencias. Así que no quiero que comentes nada más. Mañana será
otro día y por lo tanto será mejor descansar.

(El mesonero sale por la puerta que da al cuarto. Su esposa permanece en el escenario. Se sienta en
una silla y coloca sus manos en actitud de oración sobre su rostro. Luego habla.)

RUT. (Con mucho dolor.) ¡Oh, Dios mío! Hoy he contemplado tu presencia; mis ojos te han visto y mis
manos te han palpado. Sé que no merecíamos que tu enviado naciera en nuestro humilde y pobre
establo pero así lo has querido Tú. Mil gracias por esto. Ahora, Señor, permite que mi esposo Jozabad
abra sus ojos. Quítale la ceguera espiritual. Haz que él te acepte como Dios que eres y acepte que Tú
enviaste ese hermoso niño. Te lo suplico como sierva tuya que soy. Que así sea.

(Rut apoya su rostro sobre la mesa y lo cubre con sus manos. El telón se cierra lentamente.)

ESCENA II

(Esta escena sucede en una habitación del aposento alto, Jozabad ha llegado a Jerusalén y se hospeda
en el mismo edificio en que los discípulos del Señor llegan a consolarse después de que Jesús ha sido
crucificado. Es un cuarto sencillo: cama, mesa, candela, canasto, dos sillas y una vasija con agua.)

JOZABAD. (Sentado sobre la cama.) ¡Ah! ¡Qué día más agotador! Hace varios años hacer este viaje de
Belén a Jerusalén no me cansaba pero ahora con sesenta y siete años sobre mis espaldas no es lo
mismo. ¡Uf! Ya mis huesos se están gastando por completo. Así es la vida; uno nace, crece y muere y
luego los hijos toman el lugar que dejamos y los nietos tomarán el lugar de mis hijos. Uno no puede
hacer nada por cambiar esta situación; es inútil querer vivir más años de los que la vida nos da. De por

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sí que sería muy duro. He llegado a los sesenta y siete años y aunque mi vida ha sido dura creo que ha
valido la pena caminar por el mundo. Ojalá que mi querida Rut no tenga problemas con los muchachos.
Aunque la verdad es que son muy buenos. Han salido buenos para el trabajo no sólo de la casa y el
ganado sino que también han sabido administrar el mesón. ¡Ay!, creo que será mejor descansar, de lo
contrario voy a morir ahora mismo.
¡Qué barbaridad! Qué viaje más cansado y no me cansó tanto el viaje como ese tumulto de gente en las
calles. ¡Cómo me costó abrirme paso entre esa multitud! Qué gente más desconsiderada; no les importó
que yo fuera un anciano, no se daban cuenta de que yo necesitaba espacio; pero bueno, el caso es que
ya he llegado y ahora, a descansar. (Breve pausa en la que permanece en actitud pensativa.) Por cierto,
¿por qué habrá tanta gente en las calles? He venido varias veces a Jerusalén para la Pascua y nunca
antes había observado tantas personas en las calles. ¿Qué ocurrirá? Lo único que escuché fue que iban
a crucificar a tres tipos pero... ¿Por qué tanto alboroto por una simple crucifixión? Debe haber algo más.
Quizá mañana pueda enterarme, no sé por qué me preocupo por lo que no me interesa. Por desgracia
no traje a Rut, la pobra ya estaría averiguando qué pasa. Nunca va a cambiar; siempre ha sido así.
Parece que vive en otro mundo.

(Jozabad se levanta, se dirige hacia su bolsa de la cual saca sus mantas para abrigarse durante la
noche. Después se desata el calzado y se acuesta sobre la cama con la misma ropa que tiene puesta.
Oculta la candela bajo el canasto. No se cierra el telón. El escenario y el hombre permanecen así
aproximadamente treinta segundo. De pronto se escuchan voces. Hay movimiento dentro de la casa
donde él duerme. Las voces demuestran que hay confusión, dolor, tristeza. Jozabad se despierta,
inmediatamente se pone en pie y descubre la vela.)

JOZABAD. (Mientras se ata el calzado.) ¿Qué estará sucediendo? ¿Qué habrá pasado? Alguna tragedia
debe haber ocurrido. Ya me parecía a mí que algo extraño circulaba en el ambiente. Lo mejor será
investigar qué ha ocurrido porque de lo contrario no podré dormir en paz pensando en esto que me
intriga.

(Una vez que se ha puesto las sandalias toma el candelero y se dirige a abrir la puerta. Sale de su
habitación pero no por mucho tiempo. El escenario está solo; se escucha que Jozabad está hablando.)

JOZABAD. (Fuera de escena.) Por favor, señores, ¿podría alguno de ustedes explicarme lo que sucede?
Por favor, ¡no se queden callados! Necesito que alguien me diga lo que ha ocurrido. ¿Por qué están tan
tristes y asustados? ¿Qué han visto? ¿Qué les han contado? Vamos, señores, no me dejen con esta
intriga. ¡Ayúdenme! ¡Ustedes! Mire, usted, ¡sí, usted! ¡Venga aquí, por favor, venga! (Pausa.) ¿Podría
explicarme qué ha sucedido?

(En ese momento se escucha otra voz que habla con Jozabad todavía fuera de escena.)

MATEO. (Con voz triste.) El Maestro, el Maestro, lo han crucificado, ¡lo han matado! Ahora, ¿qué vamos
a hacer? Sin Él todo será diferente. Apenas ayer estábamos juntos y, ¡ahora! ¡Ahora lo han matado!
¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué ha muerto?

JOZABAD. Perdón, señor, no lo comprendo, no entiendo lo que me ha dicho. ¿Quién ha muerto?


¿Quienes lo han matado? ¡Por favor, explíquemelo! Venga a mi habitación, desde aquí no puedo
escuchar nada, venga y cuénteme.

(Ambos aparecen en el escenario. Jozabad trayendo asido del brazo a Mateo.)

JOZABAD. (Acercando a Mateo una silla. Siéntese. Le sirve un poco de agua.) Tome, le hará bien beber
esta agua, al menos le calmará para que pueda contarme lo que ha sucedido.

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MATEO. (Que ya se ha bebido el agua y está más sereno.) Bueno, no puedo contárselo todo porque
debe reunirme con mis compañeros para orar. Necesitamos orar mucho para recibir consuelo y fuerzas
de Dios. (Leve pausa en la que se nota que toma aire.) Mire, señor... (Reacciona y con cierta duda.)
Perdone pero, ¿quién es usted? ¿Cómo se llama? Así no puedo hablarle, nuestras vidas corren peligro;
a partir de hoy seremos drásticamente perseguidos. Así que no podemos hablar con cualquier individuo
y mucho menos si es desconocido.

JOZABAD. (Se levanta de su silla, se dirige hacia Mateo, pone su mano sobre su hombre.) ¡No, hombre!
¡No se preocupe! ¿Cómo puede pensar que va a estar en peligro si me cuenta lo que ha sucedido? ¿No
se ha fijado en mi rostro? ¿Cómo se le ocurre que con estas facciones y esta ropa pueda hacerle daño?
Tenga confianza. Tengo derecho a enterarme de lo que ha sucedido. ¿Por qué sus compañeros están
llorando?

MATEO. Está bien, te lo contaré y espero que realmente seas digno de confianza y no un espía.

JOZABAD. (Interrumpiendo inmediatamente a Mateo y con gesto de asombro.) ¿Yo espía? ¡Por Dios!
¿Cómo se te ocurre?

MATEO. Está bien, creo en ti. Después de todo, el Maestro nos enseñó a no juzgar a nuestros
semejantes y así debo hacer contigo.

JOZABAD. (Intrigado) ¿Maestro? ¿Qué maestro?

MATEO. Jesús, nuestro Maestro y Señor. Él fue quién nos enseñó todas las cosas. Por eso estamos
tristes, hoy lo han matado. Primero lo humillaron, se burlaron de Él, le escupieron, le pusieron una corona
de espinas y lo clavaron sobre una cruz. ¡Oh, no! ¡Por favor! No quiero recordarlo. (Ambas manos cubren
su rostro.) Fue tan horrible todo lo que tuvo que pasar y sufrir por darnos vida eterna...

JOZABAD. (Muy intrigado) ¿Vida qué? No entiendo, hablas de cosas muy extrañas: Maestro, cruz,
vida... ¿cómo has dicho?

MATEO. Vida eterna, eterna y abundante. Todo lo que sufrió fue para que todos fuéramos hechos hijos
de Dios, menos Él que ya lo era.

JOZABAD. ¿Que era qué?

MATEO. Hijo de Dios.

JOZABAD. ¡Verdaderamente no te entiendo! ¿Quieres decirme que ese hombre a quien tú llamas
Maestro, es el Hijo de Dios?

MATEO. En efecto. Él es Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. Él, siendo Dios, se hizo hombre para
darnos salvación de nuestros pecados.

JOZABAD. Pero, ¡hombre! ¿Cómo te atreves a decir que un hombre que es humillado y muerto en una
cruz es el Hijo de Dios? ¡Tienes que estar loco!

MATEO. No me importa que me digas que estoy loco. Sólo sé que Jesucristo es el Hijo de Dios y que
Él nos ama. Por eso murió en la cruz; por nuestros pecados. También murió por los tuyos.

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JOZABAD. ¿Por los míos? Pero... yo ni siquiera lo conozco. ¿Cómo iba a morir por mis pecados?
Además, yo no tengo pecados, pues cumplo con todo lo que me pide la ley.

MATEO. La ley no es mala, pero tampoco salva. Jesucristo nos dijo que Él es el único camino para llegar
al cielo, la ley no te puede salvar, sólo Jesucristo puede hacerlo. Además, no importa que tú no le
conozcas, porque Él sí te conoce a ti.

JOZABAD. Lo que no entiendo es por qué lo mataron si era Hijo de Dios. Me imagino que sería un
hombre grande y poderoso en conocimientos y riquezas. ¿Cómo, pues, lo iban a matar?

MATEO. Te equivocas. Él era un hombre humilde, no poseía riquezas materiales. En lo único que era
rico era en su amor por los pecadores. Precisamente por eso lo mataron. ¿Quién iba a creer que Él era
el Hijo de Dios? Si Él no tuvo casa, no recibía ningún salario, vestía humildemente, comía lo que comen
los pobres, era carpintero, se relacionaba con la chusma del pueblo... es más, no tuvo lugar decente
donde nacer.

JOZABAD. ¡No, no, no, no! Mira, me puedo creer todo, menos que no tuviera lugar decente en donde
nacer. Si verdaderamente era el Hijo de Dios, ¿cómo iba a permitir su Padre que Él naciera en cualquier
lugar? Eso sí que no me lo creo.

MATEO. Pero es que a él no le importó nacer en un lugar humilde, más bien a través de eso Él le
mostraría al mundo entero que su reinado y su misión eran de humildad. Así, todos, aunque no seamos
ricos, podemos pertenecer a su reino de paz y amor.

JOZABAD. Realmente me suena muy extraño eso que dices...

MATEO. Lo sé. A mí también me costó creer que Él, siendo el Hijo de Dios, naciera en un pesebre,
rodeado de paja y animales. Es más, no nació en una gran ciudad, vino a este mundo en el pueblecito
de Belén, esa pequeña e insignificante aldea que no tiene mayor importancia.

JOZABAD. ¿Qué dices? ¿Que nació en un pesebre?

MATEO. Sí, en un pesebre; porque no había lugar para sus padres en el mesón. Su familia era muy
pobre y tuvieron que viajar desde Nazaret hasta Belén para ser empadronados, pues así lo dispuso el
emperador Augusto César. Al llegar a Belén no encontraron lugar en ningún mesón y tuvieron que pasar
la noche en un establo y ahí nació nuestro Señor. En un lugar humilde, pero glorioso, porque recibió la
adoración de los pastores, de las huestes celestiales y de tres sabios del Oriente.

JOZABAD. (Ha escuchado atentamente lo que Mateo le ha relatado. Permanece boquiabierto, pues está
asombrado de lo que ha oído. Se ha percatado de que Jesús nació en su pesebre aquella fría noche
hacia 30 años. Pausa más o menos extensa, luego se lleva las manos a la cara y empieza a caminar
por el cuarto. Luego habla.) ¡Oh, Dios! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué?

(Mateo no comprende lo que sucede y aprovecha que Jozabad se sienta sobre la cama con el rostro
cubierto para salir suavemente de la escena, como no queriendo ser descubierto. Jozabad se queda
solo en el cuarto.)

JOZABAD. (Con dolor.) ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué actué así? ¿Por qué te traté tan mal? Ahora comprendo,
Dios mío, ahora comprendo que tu Hijo fue quién nació aquella fría noche en mi establo. (Pausa.) ¡Señor,
perdóname! Tú sabes que si hubiera sabido que era tu Hijo el que necesitaba el cuarto, le habría cedido

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el mío con todo gusto. Señor, tantos años con aquella noche dando vueltas en mi cabeza para venir a
comprender eso el día que tu Hijo ha muerto. (Pausa.) Tantos años sin comprender todo lo que mis ojos
contemplaron y mis oídos escucharon aquella noche cuando nació tu Hijo. ¡Tenía razón mi esposa!
¡Todo aquello no era otra cosa que tu presencia entre nosotros! ¡Qué necio he sido! Ahora es tarde para
entender, ahora es tarde para abrir mis ojos y mis oídos. ¡Señor, tu Hijo acaba de morir en forma
humillante, y yo ni siquiera me preocupé porque al menos naciera decentemente. ¡Oh, Señor! Castígame
si quieres, no soy digno de tu compasión. ¡Ya! Toda mi vida he deseado tener un mesón digno de ofrecer
alojamiento a gente importante, siempre he cargado ese complejo y ahora me doy cuenta de que tuve
el privilegio de hospedar al más importante del mundo, tu Hijo y ni siquiera fui capaz de ofrecerle un
cuarto decente. ¡Oh, Dios mío! ¡Perdóname!

(Jozabad cae de rodillas con las manos sobre su rostro, apoyado sobre la cama. Se nota y se escucha
que está llorando. Por unos segundos permanece así. El silencio es total. De pronto se escucha una voz
fuerte pero dulce que proviene desde fuera del escenario. Esta puede ser grabada o leída.)

VOZ: “No te preocupes, hijo mío. No tienes por qué llorar, seca tus lágrimas. Lo que hiciste pertenece al
pasado; es más, yo ni lo recordaba. Nunca he sentido odio ni resentimiento contra ti. Yo te amo, y mi
amor se eleva por encima de los errores humanos. Además, quiero que sepas una cosa, tú fuiste el
único hombre sobre todo el mundo que le ofreció a mi Hijo un lugar en el cual nacer. Ningún otro
mesonero pensó en ofrecerle su humilde pesebre, pero tú lo hiciste y al menos tuvo un lugar abrigado
en el cual venir a este mundo. Los primeros en rendirle adoración no fueron los pastores, el primero
fuiste tú. Tú fuiste quien le dio el primero regalo, le diste tu humilde pesebre. Ahora, no pienses que es
tarde; no, aún estás a tiempo. Hoy le crucificaron; murió, mas no se quedará entre los muertos. Pasado
mañana, tal como decía, resucitará. ¿Sabes una cosa? Quiero pedirte que le des un lugar en tu corazón,
pero no quiero que sea un rincón, quiero que le des el lugar más importante de tu corazón, de tu vida.
Ahí quiere vivir Él y no por una noche sino por la eternidad.”

(Después de escuchar estas palabras, se pone música navideña con no mucho volumen. El hombre
permanece en actitud de oración y el telón se cierra lentamente.)

F I N

CUANDO CRISTO ENTRA EN UNA CASA...

PERSONAJES

NARRADOR 1
NARRADOR 2
NARRADOR 3
JOSÉ
MARÍA
CASA DEL RICO
CASA DE PRISA
CASA DEL POBRE
CASA DEL MIEDOSO
CASA DE BIENVENIDA

NARRADOR 1. En aquel entonces el emperador romano César Augusto decretó que se levantara un
censo en todos sus dominios. En aquellos días era Cirenio gobernador de Siria. Según lo dicho la gente
tenía que regresar a la ciudad de sus antepasados para inscribirse. Y como José era miembro de la

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familia real, tuvo que ir desde la provincia Galilea de Nazaret hasta Belén de Judea, pueblo natal del rey
David. Llevó con él a María, su prometida, que estaba embarazada. (Lucas 2:1-5) También muchas otras
familias se encaminaron. El camino era muy pesado, especialmente para María. Casi estaba al punto
de dar a luz a su primer bebé. Cuando llegaron a Belén, la ciudad estaba llena de gente, todas las
habitaciones ocupadas. Ni un cuartito quedó. Y María sintió que ya había llegado la hora de dar a luz.
¿Cómo han de haber sentido cuando caminaban por las calles buscando un lugar donde hospedarse?
Vamos a imagina su situación:

(La primera casa aparece: “MANSIÓN DEL RICO”. Aparecen José y María, cansados, después de un
largo viaje. Se paran enfrente de la primera casa y tocan a la puerta.)

JOSÉ. Ábranos, déjenos entrar, por favor. Hemos estado caminando por muchos días.
Estamos tan cansados. ¿No tiene un cuarto para una noche?

DUEÑO MANSIÓN. Y ¿qué tal la renta? ¿Pueden pagar ustedes? Esto no es una casa para pobres. Yo
pago mis limosnas cada mes para que hagan casas para gente como ustedes. Mis habitaciones son de
lujo. He trabajado duro para tener esto.

JOSÉ. Señor, por favor, mi esposa va a tener un bebé…

DUEÑO MANSIÓN. Aún menos. Yo no soy doctor. Váyanse rápido.

(José y María siguen caminando; llegan a la “CASA DE PRISA” y tocan a la puerta.)

CASA DE PRISA. ¿Sí?

JOSÉ. Disculpe Señor, es que n…

CASA DE PRISA. Date prisa, no tengo tiempo. ¿Qué quieres?

JOSÉ. Hospedaje para mi esposa y para mí. Venimos de lejos y…


CASA DE PRISA. ¿Hospedaje? No tengo tiempo para ustedes. Quiero salir. Tengo cosas más
importantes que hacer que encargarme de gente ajena. Mañana pueden regresar, tal vez tendré tiempo.
Con permiso… (Se va rápidamente.)

(José y María siguen su camino muy despacio. Llegan a la “CASA DEL POBRE”. José toca a la puerta.
Aparece el dueño.)

JOSÉ. Buenas noches. Por favor, ¿no tienen un rinconcito, donde nos podemos quedar por la noche?

CASA DEL POBRE. ¿Qué se imaginan? Ni tengo espacio para mis propios hijos.

JOSÉ. Tengan misericordia de mi esposa. Ya no puede seguir caminando. Pregunté al rico.

(José y María siguen su camino. Llegan a la “CASA DEL MIEDOSO” y llaman.)

JOSÉ. Somos de Nazaret. Tenga compasión de nosotros, señor. Déjenos pasar la noche en su casa.
Hay tanta gente en Belén, no hay lugar en ninguna casa.

CASA DEL MIEDOSO. Y en mi casa tampoco. No los conozco, ¿cómo creen que les voy a dejar entrar

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en mi casa? Hay tantos asaltos en estos tiempos. Hay que tener mucho cuidado. ¿Son de Nazaret?
Uhhhhhh, no se escuchan buenas noticias de Nazaret. ¡Aléjense de mi casa!

(José y María siguen caminando. José apoya a María. Llegan a la “CASA DE BIENVENIDA”.)

JOSÉ. Por favor, dénos una habitación, aunque sea para una noche.

CASA BIENVENIDA. Con gusto lo haría, pero miren, todo está lleno. Cada cuartito, hasta el último. Hay
tanta gente ahora en Belén, es increíble… (Se queda mirándolos.) Pobrecita la mujer, está embarazada.
Mmmmmmm...Espérenme, sí, creo, que tengo todavía un lugarcito para ustedes. Pero nada más es en
el establo, allá. (Les señala el establo.)

JOSÉ. Oh, señor, eso es suficiente para nosotros. Gracias a Dios, no tenemos que quedarnos en la
calle. Ven, María, ahora puedes descansar.

(La apoya yendo hacia el establo.)

NARRADOR 1. En esta noche María dio a luz a su primer hijo. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no habían hallado habitación.

NARRADOR 2. Aunque él hizo el mundo, el mundo no lo reconoció cuando vino. Ni aún en su propio
país, entre su propia gente, lo aceptaron. Solo un puñado de hombres le dio la bienvenida y lo recibió.
Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les concedió el poder de convertirse
en hijos de Dios. Los que creyeron, nacieron de nuevo. Si Cristo hoy toca tu corazón, ¿le abrirás la
puerta?

NARRADOR 3. Como en Belén, igual ha sido hasta el día de hoy: Unos no le reciben, no le quieren
como rey y salvador. Son los ricos, pobres, miedosos y apresurados Lo dejan afuera de sus vidas. Pero
también hay otros que le reciben, que le abren la puerta de su vida. ¿Qué pudieran decirnos hoy las
personas de los hogares de nuestro drama? Escuchemos de nuevo.

(Una casa tras la otra pasa y declama su verso:)


1. CASA DEL RICO:

¿Qué me va a tocar? ¡Cuánto voy a ganar?


Estas preguntas dominaban mi ser,
mi trabajo, mi pensar, mi oír y mi ver.
Ahora mi vida se está acabando,
y no sé para qué estuve ganando.
A la tumba el dinero no puedo llevar,
y luego a mí, ¿qué me va a pasar?
Oh Señor, entra en mi mansión,
que seas el rey de mi corazón.

2. CASA DE PRISA

El tiempo pasó, los días corrieron.


¿Para qué los usaba? Ya todos se fueron.
¿Qué es lo que vale? ¿Qué es vanidad?
¿Qué es lo que se ve en la eternidad?
Oh Cristo, ven tú a mi corazón.

49
Necesito tanto de tu perdón.
Lo que quiero es de ti aprender
a invertir mi tiempo como debe ser.
Que uses mi vida, me hagas capaz
de mostrar al mundo, qué es tener paz.

3. CASA DEL POBRE:

No hay dinero, no puedo pagar.


Así siempre dije, no hay para ayudar.
Mi casa estaba llena de preocupación
y la amargura mató la canción.
Hasta que yo por fin pude ver,
que Cristo era rico, tenía tanto poder.
Y él se hizo pobre por tanto amor,
él dio su vida a nuestro favor.
Dios quiere hacernos descansar
en sus riquezas que él quiere dar:
La vida eterna y pleno perdón,
y con él nos dará una celeste mansión.
Él me ha llenado con felicidad
la cual puedo dar a la humanidad.
Él me ha llenado con satisfacción,
ya nunca se va a callar mi canción.

4. CASA DEL MIEDOSO

El miedo de todo me agarró,


de guerra y que me enfermara yo,
de tiempos difíciles, dela maldad,
de Satanás mismo y su potestad.
Hasta que alguien me mostró mi error,
que no tienen sentido el temor,
si al salvador le pido entrar,
si él en mi vida puede reinar.
Él es el más fuerte, venció a Satán.
Ya no hay razón por ningún afán.
Desde que Jesús mi vida salvó,
seguro estoy, su paz tengo yo.

5.- CASA DE BIENVENIDA.

Ese niño es Rey del cielo,


Pero aún busca un hogar
Que necesite consuelo.
Paz y amor nos vino a dar

TODOS CANTAN: VEN A MI CORAZÓN OH CRISTO, PUES EN ÉL HAY LUGAR PARA TI.

F I N

50
LA MARAVILLOSA ESTRELLA
Escrito por Tracy Sue Gimpel y traducido con permiso por Loida Somolinos

PERSONAJES

EMAÚS
MARCOS
BENJAMÍN
CLAUDUS
DÉBORA
REY HERODES
SIRVIENTA
JOSÉ
MARÍA

ACTO I – Escena 1
(Es de noche y las estrellas brillan.)

EMAÚS. (Mirando por un telescopio y hablando consigo mismo) ¡Mira que están bonitas las estrellas
esta noche! El cielo parece un cristal transparente. ¡Débora! ¡Ven aquí y echa un vistazo!

DÉBORA. (Apresurándose.) Sí, maestro, ¿qué sucede?

EMAÚS. ¡Mira el cielo esta noche! ¿No te parece una maravilla?

DÉBORA. (Mirando.) ¡Sí! Está precioso… (Pausa.) Y, ¿esa estrella que brilla tanto al oeste?

EMAÚS. (Mirando.) Déjame ver… ¡Hum! Sí que es extraña. No me acuerdo del nombre de ninguna
estrella que sea tan brillante y se encuentre en esa posición. Tendré que añadirla a mi lista de
observaciones para las noches siguientes.
DÉBORA. Sí, bueno… Buenas noches, maestro. ¿Hay algo que pueda hacer por usted antes de que
me vaya a dormir?

EMAÚS. (Todavía mirando.) ¡Hum! No… Esta estrella es MUY interesante…

DÉBORA. Buenas noches, maestro. (Débora se marcha.)

EMAÚS. (Sigue observando y hablando consigo mismo.) Sí que es rara esa estrella… en realidad, no
he visto ninguna estrella así antes. Mañana le preguntaré a Marcos para ver si él ha visto una estrella
como ésta antes. Ahora estoy demasiado cansado para darle vueltas a este asunto. ¡Tengo mucho
trabajo para mañana!

ACTO I – Escena 2
(Dos sabios, turnándose para mirar por el telescopio. Marcos está mirando por el telescopio cuando
Emaús comienza a hablar.)

EMAÚS. ¿La ves? Centra la atención al oeste.

MARCOS. Sí, ya la veo. La he estado observando desde hace unas noches desde mi casa. Con todos
mis años de estudios, nunca había visto una estrella como ésta.

51
EMAÚS. Ni yo tampoco. He estado todo el día buscando entre mis libros y todavía no lo tengo claro. De
todas formas, le he echado un vistazo a un antiguo libro que quizá pueda ayudarnos en algo.

MARCOS. ¿Qué libro?

EMAÚS. Es uno de mis libros de historia. Comenta que se iba a dar una señal en los cielos para decir
al mundo que un gran líder iba a nacer.

MARCOS. Nunca he oído una cosa así.

EMAÚS. Ni yo tampoco pero el libro decía que Dios le haría saber al mundo todos los eventos
importantes con una señal en los cielos.

MARCOS. Muy interesante.

EMAÚS. Yo también pienso eso. (Mirando por el telescopio.) Está muy brillante esta noche, ¿no te
parece?

MARCOS. Sí. Me pregunto si Benjamín o Claudus se han dado cuenta de la estrella.

EMAÚS. Deberíamos averiguarlo. Cuanta más gente esté ayudándonos a averiguar su significado, más
información lograremos reunir.

MARCOS. Sí, mañana continuaremos con la investigación y a ver si podemos encontrar alguna
respuesta para esta misteriosa estrella.

ACTO I – Escena 3
(Es de noche. Hay un telescopio. Los cuatros sabios están presentes. Emaús y Marcos están estudiando
un libro juntos y discutiendo sobre éste. Benjamín y Claudus se turnan para mirar por el telescopio.
Benjamín está mirando en este momento.)
BENJAMÍN. Es la misma estrella que había visto yo también. Ha estado brillando mucho durante las
pasadas noches… ¡Es preciosa! Lo increíble es que parece brillar más cada noche.

CLAUDUS. No lo sé… A mí me parece una estrella normal.

BENJAMÍN. Esta estrella no es normal y en esa localización, todavía menos.

EMAÚS. Eso es exactamente lo que hemos estado discutiendo Marcos y yo. Este libro te cuenta las
señales que con frecuencia se han dado cuando ha nacido un gran personaje.

MARCOS. No tengo ni idea de qué líder puede ser, o dónde está, pero podría ser un evento que podría
cambiar la vida.

BENJAMÍN. ¡Sí! ¡Ahora me acuerdo! Mi padre, que era un gran astrónomo, me dijo hace muchos años
que los misterios del cielo eran con frecuencia señales de Dios. Mis orígenes se remontan a los judíos,
y ellos siguen los mandamientos de Dios. Esa es la razón de que me pusieran por nombre Benjamín.

CLAUDUS. Personalmente, creo que es sólo otra estrella más. Os estáis emocionando por nada.

EMAÚS. Hay algo especial en esta estrella y no queremos pasarlo de largo. Creo que tenemos que
continuar observándola durante una semana más y ver qué pasa. (Benjamín y Marcos asienten.)

52
MARCOS. Reunámonos en una semana y discutamos sobre lo que hemos observado.
(Claudus se encoge de hombros y se marcha solo. Los otros tres sabios salen hablando muy
entusiasmado

ACTO Escena 4
(Una semana después. Es de noche. Está el telescopio. Los cuatro sabios están presentes.)

EMAÚS. No me puedo creer que la estrella brille de igual forma que al principio. Incluso me parece que
brilla más.

BENJAMÍN. He hablado con mi hermano y él también se acuerda de cuando nuestro padre nos hablaba
de unos escritos especiales de los judíos. Y finalmente hemos encontrado el libro hoy. Dice que una
estrella saldrá de Jacob y un cetro saldrá de Israel.

MARCOS. Ese es el área exacta en el que la estrella está brillando. Esos escritos parecen decir que un
gran rey o príncipe ha nacido.

EMAÚS. Los judíos sólo sirven a un Dios. Sus escritos profetizan que un Mesías los guiará y reinará
sobre ellos. Esto es lo que la estrella nos puede estar diciendo. Este puede ser el mayor evento de la
historia.

CLAUDUS. De acuerdo, de acuerdo, no os entusiasméis tanto. ¿Os habéis olvidado de que NO somos
judíos? ¡Nosotros tenemos nuestros propios dioses! Los judíos se han separado siempre de nosotros.
Ellos sirven sólo a un Dios, que supuestamente ha hecho muchos milagros por su pueblo elegido. Y si
me preguntáis, me parece todo un poco exagerado.
BENJAMÍN. Sí, Claudus, pero no podemos negar la señal de los cielos. Las evidencias de que un rey
ha nacido son más fuertes cada día. Es más, creo que tenemos que ir y verlo con nuestros propios ojos.
CLAUDUS. ¡No seáis ridículos!

EMAÚS. Estoy de acuerdo contigo, enjamín. Todos somos lo suficientemente inteligentes para saber
que esta es la oportunidad de nuestras vidas.

MARCOS. ¡Imaginad! ¡Nosotros yendo a ver al nuevo rey de Israel!

CLAUDUS. Y qué viaje tan largo y cansado sería. Sigo pensando que esta idea es absolutamente
ridícula.

BENJAMÍN. Yo no pienso eso. No hay nada que nos impida ir a ver al rey.

EMAÚS. Todas las evidencias están delante de nosotros. ¡Vayamos!

CLAUDUS. ¡No contéis conmigo! No gastaré mi tiempo, ni mis energías en semejante viaje tan
atolondrado.

MARCOS. Esa es una decisión tuya, Claudus, pero yo no me lo perdonaría si perdiera una oportunidad
así.

CLAUDUS. Ya he tomado mi decisión y creo que es un viaje sin sentido. Estoy seguro de que todos
vendréis muy decepcionados.

BENJAMÍN. Cuenta conmigo. Me habéis convencido ¿Cuándo nos vamos?

53
MARCOS. ¡En seguida! (Pausa.) ¡Esperad un minuto! ¡Nos olvidamos de algo muy importante! ¡No
podemos ir a ver a un rey sin un regalo para Él!

EMAÚS. Tienes razón, Marcos. ¿Qué podemos llevarle a un rey?

CLAUDUS. Bien, yo me voy a casa. Podéis quedaros discutiendo sobre este ridículo viaje toda la noche.
Espero que cambiéis vuestra opinión antes de que os aventuréis en este viaje tan ridículo.

BENJAMÍN. Buenas noches, Claudus. Nosotros nos vamos y espero que cambies de opinión.
(Claudus sale.)

EMAÚS. Bien, sobre los regalos… Creo que tendremos que llevar lo mejor para este rey… Yo llevaré
oro. Eso es adecuado para un rey.

MARCOS. Incienso será un regalo aceptable para un rey. Es un incienso que todo el mundo busca. ¡No
tiene precio!

BENJAMÍN. Estoy pensando que yo podría llevar mirra. ¡Es lo mejor en el mundo!

EMÁUS. Entonces, ya está. ¡Qué regalos tan maravillosos para un rey! Oro, incienso y mirra. ¡Estará
muy contento con nosotros!

MARCOS. Con esto ya resuelto, planeemos cuándo vamos a marcharnos.


EMAÚS. Yo podré estar listo en dos días. ¿Y vosotros?

BENJAMÍN. Mis camellos estarán cargados y listos para el largo viaje.

MARCOS. Esto es tan emocionante. Os veo dentro de un par de días y empezaremos nuestro viaje.

(Salen todos.)

ACTO II – Escena 1
(Es de noche. Están de camino siguiendo a la estrella.)

EMAÚS. Este no es un viaje cualquiera, amigos míos. Es bastante difícil preparar las cosas para un viaje
de mil millas en camello…

MARCOS. Pero tenemos arriba la hermosa estrella brillando para guiarnos.

BENJAMÍN. Estoy muy cansado. ¿Paramos aquí para pasar la noche?

EMAÚS. Sí, buena idea. Hemos estado viajando desde hace dos meses y todavía nos queda un largo
camino.

(Desempaquetan sus mantas y las tienden.)

MARCOS. Buenas noches, amigos míos. Debemos alzarnos al rayar el alba para continuar con el viaje.

EMAÚS. Sí, Marcos, durmamos un poco. La mañana está a la vuelta de la esquina.

54
ACTO II- Escena 2
(Un año después. Los Tres Magos se levantan después de haber dormido.)

BENJAMÍN. ¡Señores! Es hora de levantarse. Un día menos para nuestro destino final.

MARCOS. Sí y la estrella continúa guiándonos.

EMAÚS. Ahora sabemos con toda seguridad que es una señal de los dioses. Realmente ha sido una
estrella milagrosa, la que se nos ha enviado.

BENJAMÍN. Pongámonos de camino. Ya hemos casi completado la parte más larga del viaje.
(Salen todos y continúan su viaje.)
ACTO III – Escena 1
(Los magos están hablando enfrente de la puerta de Herodes. Están cansados pero muy
entusiasmados.)

EMAÚS. ¡Por fin estamos en Jerusalén! Anoche estaba tan emocionado que no pude dormir. Me
preocupa que la estrella no esté donde solía estar.

MARCOS. ¿Y no os parece extraño que ninguno sepa dónde está el rey recién nacido? Más bien, la
gente parece un poco contrariada con la idea de otro rey.

BENJAMÍN. Creo que tendríamos que ir al rey de Israel y preguntarle dónde está el recién nacido rey.

EMAÚS. Si alguien lo sabe, ese debe ser Herodes. Es muy poderoso y ha construido aquí un gran
reinado.

MARCOS. Aquí estamos.


(Llaman a la puerta.)

SIRVIENTA. (Abre la puerta y los ve con dificultad). ¿Sí?

EMAÚS. Buscamos el permiso del rey Herodes, señora. Somos magos que hemos viajado desde el
lejano Oriente para ver al recién nacido rey.

BENJAMÍN. Hemos seguido una estrella que nos traído hasta aquí. Esperamos que vuestro rey pueda
decirnos dónde está.

SIRIVIENTA. Bien, no lo sé. No estoy segura que el rey Herodes sepa de otro rey. No creo que le guste
la idea de que otro rey le quite su lugar…

MARCOS. ¡Oh, vaya! ¿No cree vuestra gente en la llegada de un Mesías? Nosotros también queremos
honorar a ese rey, le traemos costosos presentes.

SIRVIENTA. Pues no lo sé… Tendré que enviarle un mensaje ahora mismo al rey Herodes.

MARCOS. Gracias, es muy amable. (La sirvienta los deja afuera y se marcha.)

EMAÚS. Nadie parece muy entusiasmado con la idea de este nuevo rey. No parece que Herodes sea
un tipo muy agradable. Quizá no nos tendríamos que haber parado aquí…

55
ACTO III – Escena 2
(Se abre con la escena después de que Herodes ha escuchado el mensaje de la sirvienta.)

HERODES. (Furioso.) ¿QUÉ? ¿Un nuevo rey? ¡Completamente ridículo! ¿Y quieren ir a honrarle? ¿Y a
mí no? ¿Me han traído algún regalo? Yo soy digno de honra y no otro rey…

SIRVIENTA. Lo siento, señor, pero desean hablar con usted ahora mismo.

HERODES. He escuchado algunos rumores similares en la ciudad. Parece que estos (sarcásticamente)
“sabios” intentan mover a toda la ciudad con sus vanas palabras.

SIRIVIENTA. ¿Qué debo decirles, señor?

HERODES. Diles que vengan esta noche. Tengo que hacer algunas averiguaciones antes de recibirlos.

SIRVIENTA. Sí, señor.

HERODES. Y reúne a todos los sacerdotes y escribas de la ciudad. ¡Debo encontrar respuestas a varias
preguntas antes de esta noche! ¡Todo esto es un ultraje!

SIRIVIENTA. Sí, señor.

(Las luces se apagan. Se vuelven a encender las luces. Los magos están esperando. La sirvienta está
hablando con Herodes.)

SIRVIENTA. Ya están aquí los hombres del Oriente, señor.

HERODES. Muy bien, mándalos entrar. Me gustaría estar a solas con ellos.

SIRVIENTA. Sí, señor. (Se marcha y vuelve a entrar con los magos. Se inclinan delante de Herodes. La
sirvienta se marcha.)

EMAÚS. Muchas gracias por recibirnos, rey Herodes.

HERODES. ¿Qué les ha traído a mi gran ciudad?

EMAÚS. Hemos venido a ver al recién nacido rey, el Mesías de su pueblo. ¿Sabéis dónde está?

MARCOS. Nos gustaría adorarle y presentarle nuestros regalos.

HERODES. Ya veo… Bien, mis sacerdotes y escribas me han informado de que el Mesías ha de nacer
en Belén. No está muy lejos de aquí. ¿Van a ir a verlo?

MARCOS. ¡Claro que sí! Creemos que va a ser un rey especial.

BENJAMÍN. Muchas gracias por ayudarnos. ¿Cómo podemos agradecérselo?

HERODES. Ha sido un placer. Pero me gustaría pedirles un pequeño favor. Cuando encuentren al
Mesías me lo hagan saber para que yo también pueda ir a adorarlo.

56
EMAÚS. ¡Naturalmente! Es lo mínimo que podemos hacer. No nos gustaría abusar más de su tiempo.
Tenemos que ponernos de camino a Belén.

MARCOS. De nuevo, muchas gracias por su ayuda. (Los magos se van.)

HERODES. (Muy nervioso.) Si encuentro a ese recién nacido rey, yo mismo terminaré con él. En este
país sólo hay sitio para un rey y ese soy yo.

(Las luces se apagan alrededor de Herodes. Se muestra cómo los magos se van marchando.)

EMAÚS. La verdad es que parecía muy arreglado. Y estoy muy contento por la información que nos ha
dado. ¡Belén, allá vamos!

MARCOS. Sí, ha sido un viaje muy largo y ya estamos casi llegando a nuestro destino.

BENJAMÍN. ¡Mirad! ¡La estrella! ¡Ha vuelto! (Los hombres se regocijan; gran alegría.)

EMAÚS. ¡Debemos estar en la dirección correcta! ¡La estrella nos guiará el resto del camino! ¡Alabado
sea el Rey de los Judíos!

ACTO IV – Escena 1
(Los magos están en Belén.)

EMAÚS. ¡Mirad! ¡La estrella parece que se posa sobre esa pequeña casa!

MARCOS. Se ha parado y nos muestra exactamente cuál es la casa del nuevo Rey.

BENJAMÍN. ¡Daos prisa! Después de dos años, ya tengo ganas de ver a este importante Rey.

(Golpeando en la puerta. José responde.)

JOSÉ. ¿Puedo ayudarles?

EMAÚS. Señor, hemos venido aquí para honrar al Rey que vive aquí.

JOSÉ. ¿El Rey? Por favor, pasen. ¿Quiénes son ustedes y de dónde vienen?

EMAÚS. Soy Emaús. Estos son mis amigos Marcos y Benjamín. Somos astrónomos del Oriente. La
estrella que está brillando sobre su casa nos ha guiado durante todo el camino hasta aquí. Ha sido un
viaje muy largo.

JOSÉ. Nos sentimos muy honrados de tenerlos a todos en nuestra humilde casa.

MARÍA. (Entra y se sorprende de ver a los extraños.) Perdonen. No sabía que teníamos huéspedes.

JOSÉ. María, estos hombres han viajado miles de kilómetros desde el Oriente para honrar a nuestro
hijo.

MARCOS. Sí, y hemos traído bonitos y costosos regalos para Él.

57
MARÍA. Todavía es un niño muy pequeño, pero el ángel me dijo que Él era el Prometido y ustedes son
muy inteligentes de haber seguido la estrella hasta su casa.

JOSÉ. Por aquí está el niño. Se llama Jesús.

(Los tres magos, susurrando su nombre, se inclinan de rodillas en reverencia y lo honran. Luego, toman
sus regalos uno a uno para dárselos. Música de fondo durante esa parte de la escena.)

ACTO IV – Escena 2

EMAÚS. ¡Qué viaje tan excitante! ¡Hemos sido guiados por una estrella hasta el hogar de un Rey! ¡Es
como un sueño!

MARCOS. Verdaderamente ha sido un milagro. Sólo desearía que Claudus lo hubiera creído también.

BENJAMÍN. Es una pena que no viniera con nosotros. Él no se lo creía… Es… Es una pena.

EMAÚS. Tengo la impresión de que muchos no van a comprender a este Rey. Hay algo diferente en
este niño. ¿Os disteis cuenta?

MARCOS. Sí. ¡Era como estar en la misma presencia de Dios! No podía hacer otra cosa que adorarle.

BENJAMÍN. Quedamos en que informaríamos al Rey Herodes sobre todo, pero no estoy muy seguro…

EMAÚS. No podemos hacerlo. Un ángel me habló anoche mientras dormía y me avisó de que el Rey
Herodes quería hacerle daño a este nuevo Rey. Aunque, no me cae de nuevas…

MARCOS. Entonces, todo está dicho. ¡Viajaremos a casa por otra ruta!

EMAÚS. ¿Sabéis? Realmente no importa el camino que cojamos de vuelta. Pienso que nuestras vidas
han sido tocadas para siempre después de haber estado en la presencia del Rey. ¡Qué honrados hemos
sido de haber visto al Mesías en persona! ¡Debemos decirle a todo el mundo las buenas nuevas!
(Los magos salen muy contentos.)

F I N

© Tracy Sue Gimpel, todos los derechos reservados.


Publicado por Teatro Cristiano

EL ANGELITO QUE NO QUISO CANTAR


DRAMA NAVIDEÑO PARA NIÑOS
Presentado por Ivette Ruth López de Nava Medina.

PERSONAJES

ANGEL GABRIEL. JOSÉ


ANGELITO. MARÍA
PRIMER ANGEL PASTOR 1
SEGUNDO ANGEL PASTOR 2

58
TERCER ANGEL PASTOR 3
CUARTO ANGEL PASTOR 4
QUINTO ANGEL PASTOR 5
SEXTO ANGEL PASTOR 6
ANGELITO

E S C E N A NO. 1
La escena representa el cielo. Hay nubes, y entre ellas, se ve un grupo de ángeles de diversos
tamaños.

ANGEL GABRIEL: Ha llegado el momento de ensayar nuestra mejor música, nuestra mejor canción.
José y María ya viajan hacia Belén, y el Divino y amado ya va a nacer. ¡Venid, ángeles amados,
vamos a cantar!

(Entra un grupo de ángeles y cantan: “Gloria a Dios en las alturas”. Pero hay un angelito que no canta)

GABRIEL: (Dirigiéndose al angelito que no ha cantado) Bueno, y tú ¿por qué no has cantado hoy? Tu
dulce y hermosa voz hace falta en el coro final.

ANGELITO: Lo siento mucho Gabriel, pero no puedo cantar en el concierto que preparas para mañana
en la noche.

GABRIEL: Tú ¿te niegas a cantar? ¿ por qué? ¿No te sientes bien?

ANGELITO: No Gabriel, lo que pasa es que desde el primer día que nos llamaste a ensayar este coro
angelical en idioma humano, yo he venido pensando mucho en el asunto, y no siento deseos de tomar
parte en él.

GABRIEL: Bueno, qué extraño me parece esto, ¿es acaso éste uno de tus chistes? No es tiempo de
andar con chistes. ¡Y a cantar! Que ya va a nacer el Salvador de la humanidad.

ANGELITO: No Gabriel. Esto no es un chiste. Nunca he hablado más en serio. Yo no puedo cantar
“Gloria en a Dios en las alturas y en la tierra paz” cuando la gloria radiante del Hijo de Dios se va a la
tierra. Ni puedo cantar, ni puedo permitir tal cosa. Amo mucho a mi amado Hijo de Dios para que yo
quiera que nos abandone para irse a la tierra. Yo no sé como están ustedes tan gozosos con que se
vaya.

GABRIEL: Pero es que nosotros no debemos discutir sobre un mandato de nuestro Dios. Y si El tiene
gozo de ir, y el Padre en enviarlo, nuestro deber es ira a anunciar tan grata nueva a los hombres.
Además, te digo que mañana en la noche debemos estar listos, y no hay tiempo que perder. ¡A cantar,
pues!

ANGELITO: ¿Por qué no quieres entender, ángel Gabriel? Yo no canto. Me niego a cantar, yo no quiero
que mi Señor se vaya de aquí del cielo. (Sale el angelito, mientras que los demás lo ven que se va muy
triste). TELÓN

E S C E N A N O. 2
Representa los campos de Belén. Los pastores descansan plácidamente junto a sus rebaños. La
noche está hermosa, y hasta parece estar llena de dulces aromas del campo.

59
PASTOR 1: ¡Qué extraño está el firmamento. Se notan los resplandores de los astros en sus fulgores.
Las nubes llevan celajes de anuncios angelicales, y hasta parecen oirse notas musicales en el ramaje.
Hay misterios en la natura, y es como si algo grande nos anunciara.

PASTOR 2: Hay luces extrañas en todo el azul del cielo. ¡Que hermoso se encuentra todo, desde al
valle, a las montañas!

PASTOR 3: Todo concuerda ahora con algo que yo he leído acerca de las profecías del nacimiento del
Mesías prometido. Muy pronto ha de venir. O tal vez el rey ya ha nacido y a esto se debe todo.

PASTOR 4: Yo me encuentro muy emocionado, porque es cierto que hay un misterio sagrado encerrado
en tanta quietud. Tal vez ya Dios nos ha visitado, y nos ha enviado su don de amor.

PASTOR 5: ¿Cómo pueden decir tales cosas cuando nos morimos de dolor en manos de Roma? No
puedo pensar en tanta quietud, cuando a mi derredor veo miseria, crueldad, pecado y dolor.

PASTOR 6: Precisamente por eso, a este mundo perdido será enviado el Mesías. ¿Cuándo? No lo
sabemos. Sin embargo, es cierto, algo pasa, algo noto. Y presiento que hay un cambio grande en todas
las cosas.

PASTOR 1: No debemos perder la fe ni la esperanza. El Señor nunca nos ha dejado. Recuerden que
rescató a nuestro pueblo de la cautividad en Egipto, con mano fuerte y brazo extendido.

PASTOR 3: Es cierto. El siempre ha estado al cuidado de su pueblo, así como nosotros con nuestro
rebaño.

PASTOR 5: Bueno, creo que debemos descansar y dejar las pláticas para otro momento. Es tarde,
descansen y yo me quedo de guardia en la segunda vigilia.

(Todos se acomodan, y se van quedando dormidos. Se escucha música suave, y luego entra el coro de
ángeles)

ANGELES: (Cantando) Gloria a Dios, Gloria a Dios en las alturas,


Y al mortal, Y al mortal paz en la tierra, Gloria a Dios,
Canten todas las criaturas De los cielos, tierra y mar.

GABRIEL: “No temáis. Porque he aquí os doy nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo. Que
os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal.
Hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. (Los ángeles vuelven a cantar, y luego
salen.)

PASTORES: Pasemos pues hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha
manifestado.

T E L O N.- ( Salen todos. Luego aparece el pesebre, con María y José. Los pastores van entrando poco
a poco y se van arrodillando, y allí permanecen unos momentos, mientras se escucha la música de
“Noche de Paz”, o de “Oh noche santa”.Se va cerrando el telón poco a poco)

E S C E N A N O. 3
Nuevamente la escenografía del cielo. Aparece el angelito muy triste, y los demás ángeles llenos de
gozo.)

60
1er. ANGEL: ¡Qué gozo tan grande experimentaron los pastores cuando les anunciamos tan grata
nueva!

2º. ANGEL: Sus rostros resplandecían, y grande quietud y paz inundó sus corazones.

3er. ANGEL: ¡Pero aquí está el angelito que no quiso cantar! ¡De qué cosa tan hermosa te perdiste!

ANGELITO: Yo no podía ir a cantar cuando no lo siento en mi corazón.

4º. ANGEL: ¿Pero, quién eres tú, que te atreves a dudar de la bondad y justicia de Dios? ¿No ves que
por causa del niño Cristo que nació hoy, un día será la paz sobre la tierra, y ese día en la plenitud del
tiempo la buena voluntad de Dios reinará entre todos los hombres?

5º. ANGEL: ¿No sabes que por la obra gloriosa del amado Hijo de Dios en la tierra, muchas almas
humanas redimidas vendrán un día aquí con nosotros a entonar una hermosa canción de redención,
que solo ellas podrán cantar? Muchas almas humanas se unirán a nuestro coro angelical, y seremos
millones, y millones que le alabemos y glorifiquemos eternamente.

6º. ANGEL: Tú sabes que él te ama, que nos ama a todos nosotros, y eso nos da mucho gozo. Pero
también fue necesario que El fuera al mundo para que también los hombres conozcan su amor por ellos.

GABRIEL: Mira angelito, el Señor te permite ver el porvenir: (Señala hacia un rincón, no visible para el
auditorio) ¿Qué ves?

ANGELITO: Veo una cruz, y la forma de un hombre crucificado.

GABRIEL: Sí, una cruz. Y el hombre que ves allí muerto, es el hijo de Dios.

ANGELITO: ¡Cómo! ¿Crucificado Y muerto nuestro Señor?

GABRIEL: Solo por unos momentos muere el hijo del Hombre. Pero el Hijo de Dios es el Señor de la
vida y las ligaduras de la muerte no le pueden retener. El la vencerá, se levantará otra vez para traer
salvación a todas las naciones. El es eterno, y eternamente vivirá, y a partir de este momento que Dios
te permite ver, su Hijo reinará en el corazón de todos los hombres en todos los siglos humanos por venir.
Una cruz. Emblema de tragedia y sacrificio, emblema de sufrimiento y de vergüenza, y también emblema
de la redención humana. Porque El vencerá, y después que resucite, muchos hombres se allegarán al
resplandor de su resurrección, y ese sacrificio que El está haciendo por la humanidad, dará fruto
abundante, y además, se engrandecerá más su nombre, porque por ese sacrificio, en su nombre se
doblará toda rodilla de los que estamos en el cielo, de los que están en la tierra, y aún los demonios que
están debajo de la tierra, y toda boca alabará al Rey de Reyes, y Señor de Señores. Ese día su reino se
establecerá, y cesarán el llanto, la tristeza, el dolor, y las lágrimas.

ANGELITO: Perdón, Señor bendito. Perdón por no haber querido ir a anunciar estas buenas nuevas a
todos los mortales. Pero hoy parto, voy a buscarte, y te cantaré con todo mi corazón.

E S C E N A N O. 4
(Aparece nuevamente el pesebre, con María, José, y el angelito arrodillado)

ANGELITO: Amado hijo de Dios. Yo no sabía por qué estás aquí, de esta manera. No sabía los planes
tan grandes que tenías, así como grande es tu nombre. Estoy aquí, y he venido a cantarte mi mas dulce,
mi mas bella canción. Tú, mi Señor, eres la esperanza de los humanos. Dejaste el trono, pero has

61
venido a buscar al mundo perdido. Y un día, gracias a Ti, ellos estarán con nosotros, ahora entiendo,
que de tal manera amó Dios al mundo, que te ha dado para que todo aquel que en ti cree, no se pierda,
más tenga vida eterna.

El angelito canta: Noche de paz. TELÓN Y FIN.

EL CUARTO MAGO

PERSONAJES

ARTABÁN MAGO 1
MAGO 2 MAGO 3
MAGO 4 HEBREO 1
MUJER 1 MUJER 2
MUJER 3 MUJER 4
HEBREA SOLDADO 1
SOLDADO 2 JOVEN
COBRADOR 1 COBRADOR 2
HEBREO 2 VOZ

PRIMERA ESCENA
(Aparecen cuatro hombres o seis, ricamente vestidos a la moda oriental. La mayor parte son ancianos.
Uno de ellos, Artabán, representa a un hombre joven de aspecto soñador. La escena se representa en
una terraza, donde se ven telescopios y aparatos astronómicos. Todos sentados en cojines en el suelo
menos el mago joven que se acerca con una charola con café y galletas.)

ARTABÁN. Veo en sus venerables rostros que están deseosos de saber el motivo que me ha impulsado
a reunirles en mi casa. En verdad, algo extraordinario acontece. Si miran el brillo de las estrellas, que
brillan más que nunca en esta noche tan llena de misterios, ellas podrían contarles lo que sucede.

MAGO 1. En verdad, te veo como iluminado por una luz misteriosa. ¿Podríamos saber cuál es el motivo
de esa dicha que te embarga?

ARTABÁN. Verán. Ustedes conocen, como yo, los antiguos manuscritos. Ustedes saben observar el
curso de las estrellas, su brillo y sus movimientos. Pues bien, yo he consultado dichos manuscritos,
porque me he sentido atraído más que nunca por el brillo de las estrellas y ¿saben cuál ha sido mi
descubrimiento?

MAGO 1. ¡Nos tienes llenos de curiosidad!

MAGO 2. No demores tu respuesta, ¡habla!

ARTABÁN. ¿No recuerdan ustedes, hombres sabios, que los rollos antiguos nos hablan de un Rey que
ha de ser enviado de los Cielos?

MAGO 3. Justamente dices bien, noble señor. Y… si mal no recuerdo, los manuscritos nos hablan de
su nacimiento y de la aparición de una misteriosa y deslumbrante estrella.

MAGO 1. Tienen razón, mas nada nos dice que esos tiempos estén próximos.

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ARTABÁN. Se equivocan y…. he aquí justamente la causa de que les haya invitado a venir a mi morada.

MAGO 2. ¿Has descubierto algo?

ARTABÁN. Sí. Desde hace varias noches observo el firmamento y escudriño los antiguos manuscritos.
He notado un movimiento anormal en el espacio sideral, como si estuviéramos en vísperas de algún
gran acontecimiento.

MAGO 2. Y, ¿qué dicen los manuscritos antiguos?

ARTABÁN. Las señales y signos indican la aparición de una extraordinaria estrella, la cual, según nos
dicen los manuscritos antiguos, ha de servir como guía al lugar donde nacerá el Rey de reyes, el Enviado
de los Cielos.

MAGO 3. Pero, ¿quién puede fiarse de tales cosas? A veces las Escrituras son torcidas por nuestras
falsas interpretaciones y pudiera ser producto de tu mente cansada a causa de los desvelos en el estudio
de los astros.

ARTABÁN. No, venerable sabio. Para estar seguro de mis observaciones, he enviado mensajes a otros
tres sabios, cuya fama y seriedad no dejan lugar a dudas y todos están de acuerdo con mis
observaciones. Y hay más aún. Dentro de dos días nos hemos de encontrar en la Peña Grande, para
continuar unidos hasta el lugar de ese acontecimiento sobrenatural. Y he aquí el motivo de esta reunión:
quiero invitarles a que vengan con nosotros a encontrar al Rey de reyes. Ya he vendido todas mis
posesiones, aun este mismo lugar donde estamos. Y con el importe, he comprado tres preciosas joyas,
las más preciosas que jamás he contemplado, para ofrecerlas al Rey que ha de venir. (Pausa.) ¿Vendrán
conmigo, venerables señores?

MAGO 1. (Se pone en pie.) Has de dispensarnos, pues hemos prometido asistir a la inauguración de un
nuevo templo.

MAGO 2. (También se pone de pie.) Es verdad, nos has de dispensar al no aceptar tan sincera invitación.
(Ambos salen.)

SEGUNDA ESCENA

MAGO 3. (Todos menos magos 1 y 2. El Mago 3 se pone en pie y Artabán también.) Aun cuando quisiera
acompañarte, no me sería posible por mi edad. Más imploraré la bendición de los dioses para que te
vaya bien en tu viaje. ¡Hasta luego! (Hace una reverencia y sale.)

TERCERA ESCENA

ARTABÁN. (Solo. Por un momento aparece entristecido, pero de pronto recobra su buen humor, saca
una bolsa y de ella tres joyas.) He aquí mi tesoro que he de ofrecer al Rey que ha de venir. Un diamante
que iguala al fulgor de las estrellas, un rubí, como una gota de sangre y la más hermosa perla que han
contemplado mis ojos. Todo, todo, para el Enviado del Dios de los Cielos. (Pausa.) Prepararé pronto el
viaje y a la media noche saldré hacia la Peña Grande.

SEGUNDO ACTO
(La escena representa un camino junto a unos matorrales y junto a los matorrales un hombre mal herido
vestido como un hebreo.)

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ARTABÁN. (Entra precipitadamente, y ya al salir oye un quejido y se detiene.) No quisiera engañarme,
pero me parece haber oído a alguien quejarse. (Ve al hombre, lo contempla de cerca.) ¡Pobre hombre,
es un hebreo, y está gravemente herido! ¿Qué puedo hacer yo por este hombre? El tiempo de que
dispongo es limitado, sólo me queda el preciso para llegar a la Peña Grande, donde encontraré a los
otros Magos. Si no estoy a la media noche, ellos partirán solos y… cómo podré saber dónde nacerá el
Rey de reyes. ¡Mejor es que no me detenga! (Vuelve a andar más, otro quejido lo detiene.) ¡Señor! ¿Qué
he de hacer? ¡Ilumíname para que haga yo voluntad! (Pausa.) ¡He de curarlo! Después me apresuraré
y recobraré el tiempo perdido. (Se arrodilla junto al herido y le cura sus heridas por unos 30 segundos.
Le da de beber y le habla.) Buen hombre, ¿quiénes le han puesto en este estado tan miserable? ¿Se
siente mejor?

HEBREO 1. Sí, mil gracias. ¡Jehová se lo pague en bendiciones!

ARTABÁN. Entonces, me apresuro, pues si no me encuentro con los otros Magos, ¿cómo podré saber
dónde nacerá el Rey de reyes? Sé que será de tu pueblo, de los hebreos; pero… (El hebreo le
interrumpe.)

HEBREO 1. Puedo ayudarte, y así pagar en algo el favor que me has prestado. Las Escrituras dicen que
nacerá en Belén de Judea.

ARTABÁN. ¡Adiós, buen hombre, y gracias por tu consejo! ¡Sí! ¡Llegaré a tiempo!

TERCER ACTO
(Aparece en la Peña Grande, que representa lugar a las afueras de la ciudad en donde se ve una gran
roca color rojo ladrillo. Recoge un papel y lo lee.)

ARTABÁN. He llegado tarde. He aquí la nota que me han dejado. (Leyendo.) “Te esperamos hasta la
media noche y seguimos en pos de la estrella. Te esperamos en Belén.” ¿Cómo pasaré el desierto?
Tengo que comprar camellos y provisiones y todo mi capital está en estas joyas. Señor, ¿qué debo
hacer? ¿He de vender una de estas joyas que tengo para ofrecer al Rey que nos envías? Oigo en mi
corazón tu voz que me dice que bien vale tal sacrificio. La vida de aquel hombre fue salvada de una
muerte segura. La venderé, aun me quedan dos para ofrecerle. (Sale.)

CUARTO ACTO
(La escena representa una calle de Jerusalén y aparece en ella Artabán.)
PRIMERA ESCENA

ARTABÁN. ¡Al fin he llegado! El inmenso desierto no ha mermado mis ansias de contemplar al Rey de
los Cielos. ¿A quién preguntaré? He aquí tres mujeres. Al parecer son hebreas. Les preguntaré. (Entran
dos mujeres con cántaros en los hombros.) Mujeres de Jerusalén, ¡la paz de Dios les acompañe!

MUJER 1. ¡La paz sea con usted, noble extranjero! Su rostro y sus ropas, a la par de su nobleza,
denuncian un largo viaje.

ARTABÁN. Bien dice, pues de lejanas tierras he venido en busca del Rey de reyes que ha nacido. Pero,
perdí a mis compañeros de viaje. ¿Saben por ventura dónde ha nacido el Hijo de Dios?

MUJER 2. ¿Quién no conoce tan gratas nuevas? Hace poco han pasado por aquí tres Magos con rico
séquito y vestiduras preciosas y han seguido a una estrella que les guiaba. Creo que fueron hacia Belén
de Judea.

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MUJER 1. Las Escrituras dicen que en ese lugar nacerá el Cristo. ¿Piensa ir también usted?

ARTABÁN. Justamente. Sólo he viajado día y noche para encontrarlo. Salgo pronto hacia Belén
Muchas gracias. Dios les premie. ¡Adiós!

MUJERES. ¡Adiós, noble Señor! ¡Hasta la vista!

(Sale Artabán.)
SEGUNDA ESCENA
MUJER 3. En verdad que todo esto es misterioso: Magos, estrella. Todo parece anunciar el cumplimiento
de las Escrituras.

MUJER 2. ¿No saben que Herodes pidió a los Magos que volvieran por aquí para ir él también a
adorarle? He oído que los Magos no regresaron y Herodes, lleno de grande ira, ¡piensa enviar a su
ejército para dar muerte a todos los niños menores de dos años!

MUJER 3. Temo que sucedan cosas graves, lo mejor será que estemos tranquilas en nuestras casas.

MUJER 2. Tienes mucha razón, ¡no me gustan los asuntos donde estos romanos se meten! ¡Vámonos!

QUINTO ACTO
(La escena representa una casa en Belén. En el fondo aparece una hebrea con un niño en brazos.)

ARTABÁN. (Se detiene al verlos.) ¡Será éste, Señor, el niño! Estoy muy agotado, no podré encontrarlo.
¡Señora! ¡Señora! (En este momento un ruido inmenso les interrumpe. Artabán sale a la puerta
rápidamente, se oyen gritos, llantos, ruido de aceros.) ¡Algo grave sucede, veo mujeres corriendo, con
niños en brazos y soldados con espadas en alto! ¡Dios Santo! ¡Matan a los niños! (Detiene a una mujer
que pasa.) ¿Qué pasa, qué sucede, buena mujer?

MUJER 4. ¡Dios tenga misericordia de nuestros hijitos! ¡Herodes ha mandado matar a nuestros niños!
(La hebrea se arrincona apretando el niño entre los brazos.)

ARTABÁN. Pero, ¿qué crimen pueden haber cometido estas inocentes criaturas?

MUJER 4. Herodes, el sanguinario, en su ira, y temiendo que el Rey que ha nacido, tome su trono, ha
ordenado la muerte de todos los niños menores de dos años.

ARTABÁN. ¡No podrá contra el enviado de Dios!

(La Mujer 4 se apresura en su camino y es interceptada por el Soldado 2.)

HEBREA. ¡Señor, ten piedad de mi hijito! (Hacia Artabán.) ¡Ayúdeme, señor!

ARTABÁN. ¿Qué podré hacer yo?

(Aparece en la puerta el Soldado 2 con la espada en alto, roja, ensangrentada, detiene a la Mujer 4 y
trata de arrebatarle su niño mientras ella grita y forcejea. Al no poder con ella, el Soldado 1 mata a la
Mujer 4 y a su niño juntos.)

SOLDADO 2. ¡Mueran, sucios hebreos! (La mujer cae muerta. Entra el Soldado 1 y se abalanza contra
el niño de la hebrea que da un gran grito. Artabán interpone su cuerpo protegiendo a la hebrea.)

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SOLDADO 1. ¡Quítate de en medio, extranjero, si no quieres probar el filo de mi espada!

ARTABÁN. (Sacando de la bolsa el rubí que mira a la luz.) Mire, valiente soldado, lo que tengo aquí: el
rubí más grande y precioso de la tierra. Parece sangre, ¿verdad? ¿Creo que podremos encontrar la
forma de arreglarnos? El rubí será suyo.

SOLDADO 1. (Titubea por unos segundos y luego se dirige a Artabán, toma el rubí de su manos y lo
codicia.) Lo aceptaré, solo por piedad, pero no lo dirán a nadie, o de lo contrario... (Amenaza con su
espada, y luego hecha el rubí en una bolsa de cuero y sale.)

ARTABÁN. (Voltea hacia la hebrea, se sienta en una silla y dice en un tono triste.) Señor mío, perdóname
si he hecho mal. ¡Tomé el rubí ofrecido al Rey! (Pausa.) Pero he salvado la vida de un inocente.

HEBREA. (Arrodillada.) Gracias, señor, ha salvado a mi hijo. ¿Cómo podré pagarle?

ARTABÁN. (Mientras le ayuda lentamente a levantarse.) No tiene que pagarme, sólo he hecho lo que
creí correcto y bueno. Buscaba al Rey de los judíos que ha nacido y Jehová me da la oportunidad de
salvar a su hijo. ¡Más aun no he encontrado al Rey de reyes!

HEBREA. ¿Se refiere al Mesías del que hablan las Escrituras?

ARTABÁN. ¡Precisamente! A él mismo me refiero.

HEBREA. Ha nacido para salvación de nuestro pueblo, en un humilde mesón fuera de la aldea.

ARTABÁN. (Con ansias.) ¡Dígame, pronto, dónde está él, deseo mucho entregarle mis presentes y
adorarle!

HEBREA. No le encontrará, ya hace algún tiempo sucedió.

ARTABÁN. ¿No le habrán dado muerte los soldados?

HEBREA. No. Los hombres no podrán contra Él, y se rumora que han partido hacia Egipto.

ARTABÁN. Pues hacia Egipto he de partir. Dios me ha de permitir hallarle. (Pausa.) ¡Adiós, buena mujer!

HEBREA. ¡Adiós, noble extranjero! Dios le premie por su noble corazón.

(Sale Artabán.)

SEXTO ACTO
(La escena representa una calle de Jerusalén, aparece Artabán caminando lentamente, sus cabellos
blancos, su paso indeciso, se apoya en un bastón viejo, sus ropas desgastadas y polvorientas. Gran
número de personas de un lado para otro, algunas rápidamente.)

ARTABÁN. Hace 33 años que le busco en vano. De Belén fui a Egipto, de Egipto a Jerusalén, de
Jerusalén a Galilea. ¡He recorrido toda Palestina!, y ahora, por tercera vez, vuelvo a Jerusalén, viejo y
extenuado. Quizá el Dios de los Cielos me permita verle antes de morir. (Pasan algunos.) ¿Qué sucederá
hoy en Jerusalén? Noto un cierto alboroto en la gente, poco común. (Pasa un hombre.) Dígame, buen
hombre, ¿qué sucede?

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HEBREO 2. Pero, ¿acaso es usted el único en Jerusalén que no lo sabe? Todos vamos hacia la Puerta
de Damasco (señala con su mano izquierda hacia la panorámica), porque van a crucificar a un nazareno,
que se dice Rey de los Judíos. También le llaman Hijo de Dios. Hace poco pasó por aquí cargando su
cruz. Ya me voy, pues ¡no quiero perder tal espectáculo!

ARTABÁN. ¡Al fin le hallo! Pero, Señor, ¿cómo han de matarle? ¿Qué mal ha hecho? Tengo que hallarle
antes de que muera (Saca la perla.) Aun guardo la preciosa perla, y he de ponerla a sus pies, aun cuando
sea en el momento de su muerte. (Camina hacia la salida, pero al oír un ruido y gritos, se da la vuelta.
Aparecen una mujer y dos hombres siguiéndola, la mujer corre y se abraza a los pies de Artabán.)

JOVEN. ¡Sálveme, señor! ¡Sálveme! ¡Me quieren meter en la cárcel porque no tengo dinero para pagar!
¡Quieren venderme como esclava para saldar la cuenta! Usted es noble, solo usted podrá salvarme.

ARTABÁN. (Sostiene aún la perla en la mano.) Pero, ¿cómo, hija mía?

COBRADOR 1. (Tiran de la mujer.) A la cárcel con ella, allí se pudrirá hasta que pague.

COBRADOR 2. ¡A la cárcel con la mujer, y veremos si no paga!

ARTABÁN. ¡Deténganse! ¡Deténganse ya! Yo pagaré por ella. Tomen esta preciosa perla.

COBRADOR 1. (Toma la perla con indecisión, pero al verla de cerca, la codicia.) Parece un buen
ejemplar de perla. Creo que… apenas cubre la deuda de esta mujer. Bien, la mujer es suya.

COBRADOR 2. ¡Sí, la mujer es suya! (Guardan la perla entre sus ropas y se retiran con burla.)

ARTABÁN. (Artabán ayuda a la joven a levantarse. En ese momento se siente un fuerte temblor de
tierra.) ¡Está temblando la tierra! ¡Es Jesús que ha muerto y no pude ofrecerle mis tesoros! ¡Me he
esforzado por tantos años y no pude mostrarle mi lealtad al Señor Jesús! (Le cae a Artabán una gran
roca en la cabeza que lo tierra al suelo. La joven se acerca para ayudarle.)

JOVEN. ¿Qué le pasa, señor? ¡Contésteme, responda! (Artabán no contesta, ella solloza suavemente.
Se oye una música muy dulce y suave y después una voz.)

VOZ. “Buen, siervo y fiel. En lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré. Porque estuve desnudo y me
vestiste, hambriento y me diste de comer, sediento y me diste agua para beber”.

ARTABÁN. (Alza los ojos a los cielos.) Señor Jesús, si yo nunca te conocí, ni te vi hambriento, ¿cómo
dices que te di de comer? Si nunca te vi herido, ¿cómo dices que sané tus heridas? Si nunca te vi
desnudo, ¿cómo pude haberte vestido? (Inclina la cabeza y muere.)

VOZ. “Por cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis”. Tu vida ha sido
una ofrenda que me ha sido grata. “Ven, entra al gozo de tu Señor.” (Se escucha música suave y de
llamamiento)

VOZ: Aunque a veces en la vida pensamos que Dios está lejos, El siempre está cerca de nosotros, y se
acerca de muchas maneras. Todo hombre que le busca, con fe y con sinceridad de corazón, lo
encuentra. El dice, que el que busca halla, y al que llama se le abrirá. El espera que nos acerquemos
con un corazón contrito y humillado. Espera que le entreguemos lo que somos. Nuestro tiempo, nuestros
esfuerzos, nuestra vida entera. El no solo dejó la gloria celestial por nosotros, sino que también entregó
su vida para que podamos con toda confianza, acercarnos al Padre celestial. Si llevas toda una vida

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buscando algo que satisfaga tu corazón, hoy detente, has llegado a tiempo al lugar adecuado. Cristo, el
Mesías, te espera, y espera también que le entregues la joya mas preciada para El: tu corazón. Dile hoy,
ven a mi corazón oh Cristo.
TELÓN Y FIN.

EL CUARTO VACANTE

PERSONAJES.

REBECA HAMAR
SIRVIENTE NOBLE
HIJA DEL NOBLE JUANA
PROFETA MARÍA
PASTOR 1 PASTOR 2
PASTOR 3

ESCENA UNO.
(Escenario: Un cuarto en el viejo mesón de Belén. Tapices colgados de las paredes; divanes o bancos
entapizados con telas de colores, imitando el estilo oriental. Al fondo una puerta que conduce al patio.
Es de noche. Por la puerta del patio entra Hamar con paso firme; se fija en su derredor para estar seguro
de que nadie lo ve, luego saca de su cinturón una bolsa de cuero. Se para detrás de una puerta, desata
la bolsa, saca unas cuantas monedas y las deja caer entre los dedos de una mano a otra. Al entrar
Rebeca, aprisa vuelve a meter la bolsa a su cinturón.)

HAMAR. (Severamente.) ¡Madre! ¡Me asustaste! ¿Qué hay? ¿Vienen más forasteros?

REBECA. Sí, hay una multitud en las puertas. Se necesitan dos guardas para imponer el orden en el
patio. A mí no me agrada esto. El alboroto es demasiado. No parece ésta la ciudad de nuestros padres.

HAMAR. (Con entusiasmo.) No hables así, madre. ¿No es esta una magnífica oportunidad para ganar
mucho dinero? ¿No están las provincias de Galilea, Judea, y aun el país más allá del Jordán,
derramando sobre nosotros sus riquezas? ¡Mira! (Saca la bolsa y se la enseña a su madre; ésta se
asoma para ver su contenido). Tú nunca viste tanto dinero durante todos los años que vivió mi padre.

REBECA. (Moviendo la cabeza) A mí no me importa el oro. Y este tumulto de gente... ¡Me llena de
espanto!

HAMAR. ¡Ah, madre! A ti no te llama la atención el oro porque ya has dejado atrás los anhelos y deseos
de la juventud. Pero a Juana, ¡cómo hará brillar sus ojos negros! Quizá ahora accederá a mis ruegos de
que sea mi esposa.

REBECA. (Con temor.) No, hijo mío, tú no puedes ganar el corazón puro de tu prima por medio del oro.
No la tientes con promesas de riqueza, o la perderás para siempre.

HAMAR. (Con impaciencia.) Tú hablas palabras necias. ¿Qué mujer hay que no sea atraída por los
encantos del oro? (Entra el sirviente y se para respetuosamente a un lado. Hamar, con entusiasmo, al
sirviente.) ¿Qué nuevas me traes? ¿Hay algunos marchantes más afuera?

SIRVIENTE. Sí, mi señor, llegó un noble de Capernaum que desea hospedaje para él y su hija. Suplica
con insistencia.

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HAMAR. Debemos tener mucho cuidado. Quedan solamente dos cuartos. Déjame pensar un momento.
(Pausa.) Está bien, dile que pase.
(Entra el noble de Capernaum, un hombre de rico atavío y de regio porte junto a su hija. Se muestra muy
inquieto.)

NOBLE. ¿Es usted el dueño de este mesón?

HAMAR. Yo soy Hamar de Belén, dueño de este mesón.

NOBLE. ¿Le quedan a usted cuartos? Dicen que todas las casas del pueblo están completamente llenas.
Mi hija y yo debemos hallar hospedaje.

HAMAR. (Con precaución.) El hospedaje en Belén esta noche es caro. Tengo un cuarto en el lado sur,
más allá del patio. Es suyo... por buen precio.

NOBLE. Le ofrezco Diez piezas de oro por su cuarto.

HAMAR. (Moviendo la cabeza.) ¡No! No, mi Señor, me temo que me debe ofrecer un poco más.

NOBLE. (Mirando a su hija angustiado como buscando alguna respuesta.)

HIJA. Padre... No vale la pena, vámonos de aquí.

NOBLE. ¡Espera, hija! (A Hamar.) Le ofrezco veinte piezas de oro por ese cuarto… ¡nada más!

HAMAR. (Satisfecho.) Muy bien, es suyo el cuarto. Yo mismo iré para ver que lo alisten Pronto. (Se va
Hamar, seguido por el noble y por el sirviente.)

REBECA. (Caminando de un lado a otro del cuarto.) Todo esto me abruma sobremanera. La sombra de
Roma cubre como un espíritu maligno, las tranquilas montañas de la ciudad de David. ¿Que no prohibió
Jehová mismo al gran rey, nuestro padre David, que contara a su pueblo? ¡Y no se ha oído la voz de
Jehová por tanto tiempo! (Se sienta y recarga la cabeza en la pared). Tengo temor. ¡Quizá Jehová
guarda enojo para con su pueblo! Mi corazón me dice que en estos días algo muy extraño y trascendental
va a acontecer.

(Entra Juana, sonriendo felizmente. Se detiene repentinamente cuando ve a Rebeca y luego se acerca
y la abraza.)

JUANA. No hay nada que temer, Rebeca querida. Esta gente que ha venido a nuestro pequeño pueblo,
lo ama como tú y yo. Como nosotros, ellos también honran la memoria de nuestro padre David, y también
aman los campos verdes en donde él pastoreaba sus ovejas.

REBECA. ¡Juana, al fin has regresado a casa. Me tenías con cuidado! ¿En dónde has estado, hija mía?

JUANA. He estado allá junto a las montañas ayudando a las mujeres que tienen que pasar la noche en
el campo sin abrigo. Muchas no tienen carpas, ni alimento, y los niños tienen frío y hambre. Volví para
ver si podía llevarles alimento y cobijas. Necesito ver a Hamar. ¿En dónde está?

REBECA. No, no le pidas nada a Hamar. Temo que él no esté dispuesto a ayudarte.

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JUANA. (Pensativa.) Quizá dices bien. No es el mismo Hamar de antes que reía tan alegremente, el
Hamar que hubiera compartido todo lo que tenía para ayudar a otros.
(Sin ser vista por Juana, sale Rebeca, y después de un momento, entra Hamar.)

HAMAR. (Extendiendo los brazos.) ¡Juana!

JUANA. (Sacando una flor de su blusa.) ¡Mira, Hamar, mira! Ya están en flor las estrellitas blancas de
Belén, allá en la falda de las montañas, junto al viejo establo. ¿No te acuerdas cómo amábamos estas
estrellitas blancas?

HAMAR. (Con menosprecio.) Pero, ¡mira! Ahora yo tengo algo que darte mucho mejor que flores, Juana.
Por años lo he soñado y ahora los cielos se han abierto y lo han derramado sobre mí a manos llenas.
(Abre la bolsa, saca unas cuantas monedas y las tiende hacia ella.) Mira, ¿verdad que es más brillante
y más hermoso que la flor más bella? Seguramente ahora me escucharás porque, ¿qué hay que se
desee más que el oro?

JUANA. (Volviendo el rostro.) Pero el oro no me llama la atención, Hamar. Todo lo que a mí me atrae
del oro es su color dorado como el del brillante sol sobre el rocío de las flores, y como el de las estrellas
que iluminan la nebulosa obscuridad.

HAMAR. (Mostrando impaciencia.) Pero tú no entiendes, Juana. El oro te dará todo lo que puedas desear
en la vida. Tendrás trajes delicados de color carmesí; de los tesoros del oriente tendrás brazaletes y
collares, como los que adornan a las esposas de los ricos mercaderes que acabo de ver en el patio
exterior. Tendrás rubíes y zafiros para adornar tu suave y hermosa cabellera, y anillos de oro para tus
blancos dedos. Y dentro de poco tiempo... tendremos una magnífica casa en Jerusalén con patios
hermosos, con jardines, y fuentes de mármol finísimo.

JUANA. (Tranquila.) Sí, Hamar, todo eso es hermoso. Pero las joyas que a mí me agradan y me llenan
de contento, son las gentiles florecitas blancas que cubren las faldas de las montañas. Ningún jardín
podría ser tan hermoso como el suave verdor de los valles y las montañas, en donde los pastores vigilan
sus rebaños.

HAMAR. (Volteando desesperado.) ¡Oh, ya entiendo! Es porque no tengo bastante. Algún día, cuando
tenga más oro, me escucharás.

(Juana se sienta sobre el diván, y voltea su rostro tristemente. Entra el sirviente.)

SIRVIENTE. El extraño anciano está afuera, señor... al que llaman el "profeta", que pasa su tiempo
soñando en el desierto. Yo le dije que usted estaba ocupado; pero él insiste mucho en verlo. Los otros
sirvientes le tienen miedo y no lo echan fuera. ¿Qué hago, señor?

HAMAR. ¿El profeta, dices? No hay nada que temer. Ha sido amigo mío desde una vez que me extravié
en el desierto cuando era niño. Dale el pase.

SIRVIENTE. Dicen las gentes que nunca aparece en el pueblo a menos que algo vaya a suceder. (El
sirviente sale, y después de un momento vuelve a entrar seguido del profeta.)

HAMAR. (Se arrodilla ante el profeta.) Bienvenido, padre mío. (Se levanta.) ¿Qué es lo que se te ofrece?

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PROFETA. (Poniendo su mano sobre la cabeza de Hamar.) Hijo, que las bendiciones del Señor sean
contigo. Aquel que habla a los hombres en el silencio del desierto y la quietud de las estrellas, ha hablado
un mensaje a su siervo.

HAMAR. Pero, seguramente ese mensaje no tiene nada que ver conmigo.

PROFETA. (Alzando las manos en actitud de súplica). Escucha, hijo mío, las palabras que he recibido
en el desierto: “Antes del amanecer llegará un Príncipe a la ciudad de David, a la casa de Hamar el
Betlehemita. La bendición del Altísimo sea sobre aquel que lo reciba”.

HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Un príncipe! ¿Un príncipe viene a Belén? ¿Y a mi casa? Si es verdad, debo
hacer los preparativos para recibirlo. Sólo un cuarto me queda.

PROFETA. He aquí, los caminos de Jehová son extraños y llenos de misterio. He buscado su presencia
en el sol poniente, solamente para hallar su Espíritu brillando en las arenas del desierto. El que tiene
oídos, oiga. Volveré al desierto.

JUANA. (Siguiéndole.) Voy a prepararle algo para su viaje.

HAMAR. (Parado en donde el profeta lo dejó, muestra sorpresa e interés.) ¡Un príncipe va a venir! (Va
a la puerta y llama con voz fuerte.) ¡David! (Entra el sirviente.) Prepara el cuarto del poniente. Y no
permitas que nadie entre allí sin mi consentimiento. Saca los más finos tapices y las sábanas de lino fino
de Damasco. Además, prepara una comida con los más ricos manjares.

SIRVIENTE. Sí, señor mío.

HAMAR. (Entusiasmado.) Un gran príncipe viene esta noche y debemos hacer los preparativos propios
para su llegada. El profeta me lo ha revelado, y sus revelaciones raras veces yerran.

SIRVIENTE. ¡Un príncipe! (Hablando solo, con expresión de asombro.)

HAMAR. Permanece en el patio y vigila. Si llega alguien de categoría ilustre dale el pase. Puede ser que
llegue con traje humilde por temor al pueblo; pero traerá oro, y esto es lo que me interesa sobre todo.
Ten mucho cuidado, ¿me entiendes?

SIRVIENTE. (Alborozado.) ¡Un príncipe! ¡Cuánto he soñado ver a un príncipe! Cuidaré bien, mi señor.
(El sirviente sale y al ratito entra Juana.)

JUANA. Ya se fue el profeta. Nadie sabe cómo desapareció tan pronto.

HAMAR. Así es él… Viene y se va silenciosamente como la noche; pero siempre trae buenas nuevas,
Juana. (Extiende sus manos hacia ella.) ¿Oíste lo que dijo el profeta? La suerte nos favorece. La
recámara del poniente está todavía desocupada; les he encargado a mis criados que la arreglen con el
mobiliario más fino de la casa.

JUANA. (Con entusiasmo.) Ha de ser un príncipe noble que trae una misión celestial, de otro modo, el
profeta no hubiera venido a anunciar su llegada. A él le interesan solamente las cosas de Jehová. Oh,
Hamar, ¡qué maravilloso sería si nosotros pudiéramos tener parte en alguna obra gloriosa para el
levantamiento de Israel!

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HAMAR. ¡Qué cosas tan extrañas hablas, Juana! ¿Qué no entiendes? El príncipe nos traerá oro. La
recámara del poniente es la única que queda vacante en todo el pueblo, y él pagará regiamente por ella.
Seremos ricos, Juana. ¡Quizá tú y yo podremos pronto ir juntos a Jerusalén!

JUANA. (Suspirando.) ¡Oh, Hamar! Pensé por un momento que tú también habías entendido la visión
del profeta; pero no, no la entiendes.

(Entra el sirviente.)

SIRVIENTE. (Con entusiasmo.) Ya está aquí, mi señor, afuera, en el patio. Ya vino. Estoy seguro que él
es.

HAMAR. ¿Quién vino? ¿El profeta?

SIRVIENTE. ¡No, no! ¡El príncipe! Estoy seguro que es él. Tiene la apariencia de un rey, y su semblante
es de verdadera nobleza. Venid y ved, mi señor.

HAMAR. ¿Viene con elegancia, acompañado de muchos sirvientes? Y sus vestidos, ¿son semejantes a
los de los príncipes?

SIRVIENTE. No, mi señor, viene solamente con su esposa, cuya belleza, ni la más humilde vestidura de
las campesinas podría ocultar. Pero, como usted dijo, mi señor, él podría ocultar su verdadera identidad
y posición bajo un humilde disfraz.

HAMAR. Es verdad. Invita a la esposa a pasar mientras yo voy a hablar con él. (Sale Hamar seguido por
el sirviente.)

(Juana se sienta con la cabeza inclinada como en profunda meditación. Al ratito aparece María al fondo.
Si se quiere, una luz suave puede alumbrar sobre ella, mientras camina despacio hacia adelante y Juana
voltea y la ve. Intempestivamente Juana extiende sus brazos hacia ella.)

JUANA. ¡Usted es la princesa! ¡Qué hermosa es!

María (sonriendo dulcemente): No, niña, no me llames hermosa. Si notas alguna hermosura en mi
semblante, es la luz de la dicha que gozo... y quizá un reflejo del amor de Dios, porque él ha estado
cerca de mí durante todos los días de nuestra larga jornada.

JUANA. (Con asombro.) ¡Un reflejo del amor de Dios! Yo he pensado en la justicia y misericordia de
Dios, pero nunca en su amor. Querida princesa, usted se siente fatigada, ¿no? Debe haber viajado
desde muy lejos.

MARÍA. Sí, es algo lejos de donde vinimos. Pero hemos viajado despacio, descansando durante las
horas del calor más intenso del día. Así es que hemos tardado algunos días en llegar. Vinimos de
Nazaret de Galilea.

JUANA. ¡Nazaret! ¡Un príncipe de Nazaret!

MARÍA. No un príncipe, no, niña. Mi esposo, José, es solamente un humilde carpintero. Hemos venido
por mandato de César para ser empadronados en nuestro propio suelo. Somos del linaje de David.

JUANA. Me alegro mucho de que hayan venido.

72
MARÍA. Quisiéramos hospedaje por esta noche. Podemos pagar sólo unas cuantas piezas de plata.
Ojalá tengan lugar para nosotros.

JUANA. Sí, sólo nos queda un cuarto, y es sumamente elegante. Lo hemos reservado para ustedes
(Entra Hamar, con expresión de enfado. Juana se vuelve hacia él repentinamente). ¡Qué gusto tengo
que hayas reservado el cuarto del poniente! ¡Los llevaré para que vayan a descansar!

HAMAR. (Con expresión de contrariedad.) ¿Qué quieres decir? Este no es príncipe. El sirviente cometió
un error necio e imperdonable al juzgarlo un príncipe. ¡Tomar por príncipe a un rústico carpintero de
Nazaret! ¡Bah! ¡Y de todos los lugares, Nazaret! ¿Qué cosa buena puede venir de Nazaret? ¡Y tuvo la
osadía de ofrecerme cinco piezas de plata por el último cuarto que me queda!

JUANA. ¡Calla, Hamar! ¿Qué vale el oro cuando dos compatriotas nuestros necesitan de nuestro auxilio?
Seguramente el cuarto vacante está disponible para estas dos buenas personas.

HAMAR. (Apartando la mano de Juana de su brazo. Se dirige a María.) Señora, su esposo la está
esperando afuera. No tenemos lugar para ustedes. ¿Lo oye? ¡No hay lugar!

JUANA. (Se acerca a María y la abraza, y se dirige a Hamar.) ¡Hamar, tú no podrás ser tan cruel! Tú no
debes obligar a estas personas a que vayan a las montañas a pasar la noche a la intemperie. Hace
bastante frío. Primero iría yo.

MARÍA. Yo no temo las montañas, niña. Las estrellas son más bondadosas que algunos techos, y el
Espíritu de Jehová está en todas partes. El cuidará de los suyos. Solamente por ti, amiga mía, quisiera
que nos pudieran servir, dándonos hospedaje por esta noche. Porque sé que es la voz del Señor que te
inspira a hablar por nosotros.

(Hamar está parado medio vuelto de espaldas. Juana se le acerca con súplica.)

JUANA. Oh, Hamar, ¿no me permites llevarlos al cuarto vacante?

HAMAR. (Levantando el brazo con enojo.) ¡No! ¡Nunca! La palabra del profeta nunca se cumplirá. Si tú
quieres complacer a estos nazarenos, llévalos al viejo establo que está en la falda de la montaña, en
donde se guarecen los animales. El techo de un establo, y paja para su lecho, es bastante bueno para
gente como ellos.

(Juana sale con María del cuarto, con el brazo alrededor de sus hombros. Hamar se queda parado,
pensativo por un momento. Saca la bolsa de su cinturón, pero al oír pasos, la vuelve a guardar. Entra el
sirviente).

SIRVIENTE. Hay un gentío en el patio, mi señor. Están ofreciendo vastas sumas de oro por el cuarto
vacante. Un mercader de Cesárea ofrece cincuenta piezas de oro.

HAMAR. (Los ojos muy abiertos expresando gran sorpresa.) ¿Cincuenta? Esto es más de lo que vale la
cosecha de fruta de todo el año.

SIRVIENTE. El príncipe no ha venido. ¿Lo rentamos al mercader, señor?

HAMAR. (Pensativo.) No, eso no es bastante. Quizá habrá alguien que ofrezca cien piezas de oro. No...
Esperaremos mejor al príncipe. Me conviene más. El vendrá. Quizá no tarda.

73
ESCENA II
(Es de noche. Casi al alborear el día. Las luces muy débiles. Hamar está sentado ante una mesa, con
su bolsa de oro enfrente. Hay monedas sobre la mesa y él las está contando. Repentinamente se
levanta, pone las monedas en la bolsa y se dirige a la puerta del patio, al llegar a ésta se asoma hacia
afuera, se vuelve caminando despacio hacia el centro del cuarto y se para con la cabeza inclinada dando
el frente al auditorio, las manos oprimiendo la bolsa. Se oyen voces en el patio. Levanta la cabeza
repentinamente y escucha. Estas voces pueden ser de los mismos que tienen parte. Estando ocultos
pueden leer sus partes; pero claro y despacio.)

1ª VOZ. ¡Callen! No despierten al vecindario. Vamos a ver si es verdad.

2ª VOZ. ¡Qué obscuro está el patio! Vengo casi ciego por esa luz que vimos.

3ª VOZ. Vámonos. No hay pesebre cerca de esta casa. Hay que buscar en otra parte.

1ª VOZ. ¡Miren! ¿Qué no ven una luz algo extraña en la falda de aquella montaña?

2ª VOZ. ¿Y si es algún ardid para engañarnos? Siento miedo. Las piernas me tiemblan. Volvamos con
nuestras ovejas que dejamos en el campo.

3ª VOZ. ¡No seas cobarde! Sigamos buscando antes de que amanezca y todo el pueblo despierte.

(Cesan las voces. Con una expresión de temor, Hamar se dirige al patio, en la puerta cuchichea en voz
audible.)

HAMAR. ¡David! (Entra el sirviente silenciosamente.) ¿Quiénes andan por allí? Se oyen voces en el
patio.

SIRVIENTE. (Temblando.) Señor mío, yo no sé. Cosas extrañas están sucediendo esta noche. Siento
mucho miedo.

HAMAR. (Cogiendo fuertemente su bolsa.) ¿Qué cosas? No te estés allí como un tonto, temblando.
¡Habla!

SIRVIENTE. (Los dos mirando hacia afuera y el sirviente apuntando hacia las montañas.) ¿No ve usted
algo extraño allá?

HAMAR. (Haciéndose sombra a los ojos con la mano.) No veo más que las lumbres campestres de los
pastores; pero seguramente no hay nada extraño en eso.

SIRVIENTE. Se está opacando más y más. Ya no se ve tan brillante.

HAMAR. ¿Qué no se ve tan brillante?

SIRVIENTE. La luz. Le digo que había una luz allá más brillante que la luz de pleno día. Parecía como
si de los cielos descendiera una luz dorada y brillante sobre las montañas.

HAMAR. ¡Qué luz dorada ni qué nada! Ahora sé que estabas soñando. Es que hoy has visto demasiado
oro.

74
SIRVIENTE. No, mi señor, era una luz... una luz tan brillante que pude distinguir a los pastores de rodillas
en medio de ella. Alguien estaba parado cerca de ellos... y oí una voz... y luego muchas voces
cantando...

HAMAR. (Con incredulidad y desprecio.) ¿Eso es todo? Eres un soñador. ¡Oye! ¿Qué fue eso?

SIRVIENTE. (Asomándose hacia fuera.) Son los extranjeros. Rodearon el establo y vienen de regreso.
HAMAR. (Se retira de la puerta y se dirige al sirviente.) Fíjate muy bien, a ver si los conoces. Hay gente
de todas las naciones en el pueblo esta noche. ¿Y si algunos de ellos están pensando en robarme el
dinero? (Pronto esconde la bolsa en su cinturón.)

SIRVIENTE. (Se retira de la puerta.) ¡Señor mío, tengo miedo!

HAMAR. (Cogiéndolo del brazo.) ¿Quiénes son? ¿Pudiste ver bien?

SIRVIENTE. Son los pastores. ¿Qué no los vio como inundados por una luz extraña? Y ¿cuándo han
dejado sus rebaños en la noche? Le digo a usted, señor mío, que una calamidad ha caído sobre
nosotros. (Solloza.)

HAMAR. (Con energía.) ¡No estés llorando! ¡Ve! ¡Síguelos! A ver qué hacen.

(Sale el sirviente. Hamar va hacia el centro del cuarto, se para, se acerca al diván, esconde la bolsa
debajo del cojín, se detiene como indeciso y escucha. Después de un momento vuelve a quitar la bolsa
de donde la puso y la coge entre las manos, como con miedo de que se la arrebaten. Al entrar Rebeca,
la esconde en su cinturón.)

REBECA. ¡Hamar! ¡Hijo mío! ¡Juana se ha ido! He buscado en todas partes y no la puedo hallar.

HAMAR. ¿Quién se ha ido? ¿Juana?... iNo!

REBECA. (Frotándose las manos.) ¿Qué haré, Hamar? Ella no pudo haberse ido a las montarías tan
noche. Los extranjeros hace mucho que se durmieron. ¡Oh, Hamar! (Coge el manto de Hamar.) Tengo
miedo. La noche está llena de misterio. Se me oprime el corazón. Es semejante a un profundísimo
silencio... espera... espera que hable esa voz. Hamar... ¿qué dirá esa voz?

HAMAR. (No hace caso de las últimas palabras de Rebeca.) Juana... se ha ido. No lo entiendo. (Se
sienta en el diván o silla con la cabeza inclinada.)

REBECA. Ella... la del alma más pura entre nosotros. Quizá algún poder extraño nos la ha arrancado
antes que caiga sobre nosotros alguna terrible calamidad. Hamar ¿qué haremos?

HAMAR. (Sentado en el diván, pasándose la mano sobre la frente.) Madre, déjame pensar. ¿Qué no
tengo ya bastantes penas y dificultades sin que venga esto también? El príncipe no ha venido y mi oro
está en peligro de ser robado, y luego esto... (Se levanta y camina nerviosamente de un lado a otro).
Puede ser que haya ido a traer algún mandado... pero, ¿salir sabiendo que tanto peligro nos rodea?
No... Creo que no. Sin embargo, no la podremos buscar hasta que amanezca. (Entra el sirviente,
respirando fatigosamente. Hamar, como asustado, voltea a verlo). ¡David! ¿Qué ha sucedido?

SIRVIENTE. Señor mío, los seguí. Fueron a la falda de la montaña, hasta el establo. Me fui hasta la
puerta, pero no me atreví a entrar. Se oían voces extrañas y había una luz muy tenue. Tuve miedo y me
vine luego.

75
HAMAR. Yo voy allá. Esto es muy extraño en verdad. No comprendo lo que significa. (Sale con el
sirviente).

REBECA. (Siguiéndolos apresuradamente.) ¡Hamar, no me dejes sola! ¡Hamar! (Se devuelve y se sienta
sobre el diván. Entra suavemente Juana, una luz de gozo reflejada en su rostro. Como asustada, Rebeca
la ve y extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana!

JUANA. (Oprimiendo las manos contra su pecho.) ¡Oh, Rebeca, nunca he sentido tanta felicidad en mi
vida!

REBECA. Hija mía, ¿en dónde has estado? Me has causado mucha angustia y temor. Creí que algún
mal te había pasado, con tantas cosas extrañas que suceden en el pueblo en esta noche.

JUANA. Rebeca querida, siento mucho haberte causado intranquilidad. (Se arrodilla ante Rebeca). Pero,
no hay nada que temer. Sentí al caminar por donde quiera que iba como si las estrellas estuvieran muy
cerca alumbrando mi senda.

REBECA. Juana, ¿qué ha sucedido? ¿Qué ha traído a tus ojos ese brillo tan extraño? Temo que...

JUANA. Oh, Rebeca, yo sabía que algo hermoso iba a acontecer. Lo supe esta mañana cuando encontré
floreciendo las estrellas de Belén. Ahora comprendo que florecieron por su venida.

REBECA. (Con asombro.) Juana, me parece que has estado escuchando la voz suave de algún rico
extraño. No des importancia a sus promesas, niña. Son, quizá tan pasajeras como el viento.

JUANA. (Tiernamente.) Tú no entiendes, querida Rebeca. Permíteme decirte. Es un niño pequeñito,


hermoso, que ha nacido esta noche.

REBECA. (Olvidando su temor.) ¿Un niño... nacido en medio de todo este alboroto? ¿En dónde está?
Seguramente perecerá si no está bien abrigado.

JUANA. Tiene el abrigo de un establo en donde la fragancia del heno fresco llena el aire, y en donde las
"estrellitas de Belén" se extienden como en una vereda hasta sus pies. Ella me permitió cogerlo en mis
brazos.

REBECA. (Suspirando.) ¡Qué dicha sería para mí, arrullar otra vez un niño en mis brazos! ¡Hamar, mi
hijito Hamar!

JUANA. Te digo, Rebeca, que el mundo está lleno de luz esta noche... irradiaciones de luces extrañas
envuelven las montañas en misterio celestial. Y se oyen músicas lejanas como el dulce cantar de los
ángeles.

REBECA. (Volviendo a su temor.) Ya lo sabía. Sentí que la noche abrigaba cosas extrañas. Luces...
voces... y ahora un niño que ha nacido. ¡Quizá estemos para oír la voz de Jehová otra vez anunciando
la venida de algún castigo! Temo que el niño haya venido de Dios.

JUANA. (Con regocijo.) Rebeca, ¿qué no sería por eso que mi corazón palpitaba con tanta alegría
cuando lo cogí en mis brazos? ¡Oh, qué maravilloso sería si verdaderamente el niño hubiera venido de
Dios! Ven, vamos las dos a verlo.

76
REBECA. (Tímidamente.) Tengo miedo.

JUANA. (En la puerta.) Entonces debo ir sola.

REBECA. No, no me dejes sola: iré contigo. (Salen. Casi inmediatamente entra Hamar, seguido por el
sirviente. Hamar está muy pensativo.)

SIRVIENTE. ¿No le dije que estaban sucediendo cosas extrañas? ¿Qué haré, mi señor? ¿Llamaré a los
otros sirvientes y echaremos a esta gente de aquí?

HAMAR. (Enérgicamente.) No, no despiertes a los huéspedes. No hay nada que temer porque unos
cuantos viejos se hayan juntado por la curiosidad de un niño recién nacido.

SIRVIENTE. Pero, mi señor, usted no vio la luz sobre las montañas. Le digo que es bastante para hacer
temblar a cualquiera. Y lo veían como si fuera un dios.

HAMAR. (Sarcásticamente.) ¡Bah! ¡Un dios! ¡El hijo de un carpintero de Nazaret! ¡Vaya! ¡Pues el nombre
de ese noble de Capernaum que está hospedado en ese cuarto sería inscrito en bronce cuando el
nombre de ese campesino fuera inscrito en el polvo de la tierra! Ve al patio y espera al príncipe. Puede
ser que aún venga. (Sale el sirviente. Hamar anda para allá y para acá, pensativo). ¡Qué extraño que lo
adoraran! Estoy convencido de que lo estaban adorando. (Repentinamente se fija en la "estrellita de
Belén" que trae en la mano.) ¿De dónde cogí esta flor? Debo haberla arrancado cuando estuvimos
escondidos en la entrada de la vieja cueva. (Saca la bolsa, la retiene en la mano derecha y la flor en la
otra, como si las estuviera pesando.) Yo, que antes amaba más una flor que todo el oro del mundo.
¡Vaya! ¡Gustos insensatos de la juventud! (Tira la flor cuando aparece en la puerta el noble de
Capernaum. Se vuelve repentinamente.) ¡David! ¿El príncipe ha.... (muestra que se da cuenta de su
equívoco)? ¿Mi señor, lo han molestado a usted en algo? No deseo que sufra ninguna incomodidad.
Llamaré a mi sirviente.

NOBLE. (Levantando su mano en señal de protesta.) Le ruego que no se preocupe usted por mí. Me
sentí algo inquieto, la atmósfera parece oprimirme. Pero quizá esto sea porque cuando uno está viejo y
cansado de la vida, todo le molesta, y es difícil hallar un descanso que satisfaga.

HAMAR. (Con sorpresa.) ¡Cansado de la vida y con tanta riqueza! ¿Cómo puede la vida ser una carga
así?

NOBLE. ¡Riqueza! Ah, sí, tengo muchas riquezas. Tengo joyas propias para adornar a los reyes. Tengo
cofres de oro con que podría comprar mil caravanas. Pero, ¿eso qué? ¿Con esos cofres de oro se podría
comprar un momento de felicidad? ¡No! ¡Mil veces, no!

HAMAR. Señor, sin duda usted habla en broma. ¿Qué cosa hay que no se pueda comprar con el oro?

NOBLE. Hijo, con el oro no se puede comprar el amor, ni la felicidad... ni a Dios.

HAMAR. (Sosteniendo un poco alto su bolsa.) Esta noche llega un príncipe. La recámara vacante está
preparada y espera su venida. Cuando el oro que me dé por su hospedaje llene esta bolsa, yo le
mostraré que sí se puede comprar el amor y la felicidad.
NOBLE. (Se inclina y levanta la flor que Hamar ha tirado.) Yo también tuve sueños tan bellos y hermosos
como esta flor. Quisiera yo poseer, en cambio de todo el oro que tengo, el conocimiento de Dios y la
pureza de esta sencilla flor.

77
HAMAR. Se expresa de un modo extraño, señor. No le entiendo…

(Entra el sirviente.)

SIRVIENTE. Alborea el día, señor. Ya el cielo se esclarece y los extranjeros del campo se están
levantando.

HAMAR. ¿Que no ha venido? ¿No has visto a nadie que parezca un príncipe?

SIRVIENTE. A nadie, mi señor.

HAMAR. Quién sabe si te hayas dormido un rato en tu puesto y él haya venido y se haya vuelto a ir.

SIRVIENTE. Le aseguro, mi señor, que mis ojos no se han cerrado ni por un momento. Mire, todavía
estoy temblando a causa de la tensión de esta noche extraña. ¿Cree usted que podría dormir así?

HAMAR. (Volteando hacia un lado.) Así que el profeta me ha engañado. No vendrá tal príncipe.

SIRVIENTE. ¡Oiga! Vuelven ya. ¿Que no terminará esta terrible noche?

(Se oyen voces afuera como antes. El noble escucha atentamente.)

1ª VOZ. Es verdad. Esa luz brillará en nuestros corazones para siempre.

2ª VOZ. ¡Y qué raro que el Señor nos lo revelara a nosotros, humildes pastores!

3ª VOZ. ¡Un Salvador, que es Cristo el Señor! ¡Al fin el sueño de Israel se ha realizado!

1ª VOZ. Vamos a extender las nuevas por toda la comarca, para que otros sientan también este gozo.

NOBLE. ¿Qué es lo que están diciendo? Hablan de una luz, un gozo, un Salvador. Voy a seguirlos para
saber de qué se trata.

HAMAR. Espere usted, mi señor. No dé usted importancia a eso. Son unos cuantos pastores tras una
vana ilusión.

(Sale el noble sin hacerle caso a Hamar.)

SIRVIENTE. ¿Oyó usted lo que estaban diciendo? Dijeron que el Señor se lo había revelado a ellos.
Esto me turba mucho.

HAMAR. (No hace caso de las palabras del sirviente.) Ese comerciante rico de Cesárea me hubiera
dado cincuenta piezas de oro. ¡Qué necio he sido! ¿Pudo el profeta haberse equivocado respecto al
tiempo en que había de venir el príncipe? ¿O quizá vino, y entre tanta confusión, fue devuelto de la
puerta? He tenido una suerte ingrata. Juana se ha ido... y he perdido la oportunidad de mi vida.

(Aparece Juana en la puerta.)

JUANA. (Con voz suave). Sí, Hamar, la has perdido; pero quizá... aún hay tiempo.

78
HAMAR. (Volviendo repentinamente al oír la voz de Juana. Extiende sus brazos hacia ella.) ¡Juana! ¡Has
vuelto!

JUANA. ¿Verdad que es maravilloso, Hamar? Vamos a traerlos aquí, al cuarto vacante, no es demasiado
tarde.

HAMAR. ¿Y tú también? ¿Qué se ha vuelto loco todo el pueblo por un niño recién nacido? ¿Qué hay de
raro en que nazca un niño?
JUANA. Pero ese niño ha venido de Dios, Hamar. ¿Qué no oíste decir cómo los ángeles anunciaron a
los pastores que el Cristo había nacido?

HAMAR. ¿Y tú crees esa fábula?

JUANA. ¿Los traeré, Hamar?

(Hamar hace un gesto de oposición. Entra con alborozo el noble.)

NOBLE. Ya ha venido. Dios se ha revelado a los hombres. (Camina de un lado a otro, pensativo.) ¡Quién
hubiera pensado que lo haría por medio de un niño! Y sin embargo... ¿De qué otro modo sería más
propio? Una vida pura y blanca... como una flor; pero, dicen que está acostado en un pesebre. Esto no
debe ser. (Con entusiasmo.) ¡Su cuarto vacante, Hamar! Permita usted que lo traigamos aquí. Mire
usted. ¡Cien piezas de oro por su cuarto vacante! (Deja caer una bolsa sobre la mesa.)

HAMAR. (Mirando con interés dentro de la bolsa, fijándose en su contenido; una luz de satisfacción
embarga su rostro, saca las monedas y las deja caer de una mano a la otra.) Cien piezas de oro... ¿Por
el cuarto vacante? ¡Rentado!

NOBLE. (Al sirviente.) Llévame con él. Deseo con anhelo verlo y traerlo aquí.
(Salen los dos. Hamar se sienta sobre el diván y cambia el oro de la bolsa que le dio el noble a la suya.
Juana lo ve tristemente.)

HAMAR. (Levantando y extendiendo sus brazos hacia ella.) ¡Juana, mira! Todo es tuyo. Seguramente
que ahora no me rechazarás. Tendrás joyas para adornar tu cuello y trajes de terciopelo carmesí... ¿Que
todavía no es suficiente?

JUANA. (Tristemente.) Oh, ¿qué no entiendes? El Hamar a quien yo amaba fue el Hamar que esperaba
con anhelo que florecieran las silvestres estrellitas de Belén, aquel que hubiera creído con todo su
corazón el mensaje de los ángeles dado a los pastores. ¿Ya has olvidado cómo platicábamos acerca de
esta noche, cuando las profecías se habrían de cumplir? Oh, Hamar, ¿no te acuerdas cómo soñábamos
y pensábamos acerca de Dios?

(Hamar está parado en silencio, con la bolsa en la mano. Ella lo ve tristemente, y sale con la cabeza
inclinada.)

HAMAR. (Hablando despacio.) El noble de Capernaum habló la verdad. Con el oro no se compra el
amor.... ni la felicidad... ni a Dios.

ESCENA III
(Es de noche, una semana más tarde. Rebeca está sentada cosiendo una tela blanca. Entra Juana.)

REBECA. Mira, Juana, le estoy haciendo un vestido para cuando sea más grandecito.

79
JUANA. (Tocándolo suavemente.) Lo estás tejiendo de una sola pieza, ¿verdad? Es mucho
trabajo…ahh, lo estás haciendo de la tela fina de Damasco que has estado atesorando por tanto tiempo.

REBECA. Sí, voy a hacerle vestidos durante todos los días de su vida... a lo menos mientras puedan
trabajar estas manos. Seguramente ellos vendrán algunas veces a Jerusalén a la Pascua y entonces se
los puedo llevar. Y cuando yo me muera, se los puedes hacer tú, ¿verdad, Juana? Pero también, puede
ser que llegue a ser un gran rey y no use más que vestidos de seda y terciopelo.
JUANA. (Suavemente.) ¿Que no nació en un pesebre y fue revelado por los ángeles primeramente a los
humildes pastores? No, hay algo que me indica que él querrá siempre usar estos humildes trajes.

REBECA. Me he sentido muy feliz en estos días. He sido tan dichosa de poder coger a un niño en mis
brazos otra vez. ¿No crees tú, Juana, que Hamar llegará a creer también la historia de los pastores?

JUANA. (Volteando a un lado tristemente.) No sé. Ha estado tan cabizbajo y callado en estos días que
parece haber perdido toda esperanza e interés en la vida. Anda como en la obscuridad.

REBECA. (Mirando hacia el patio.) Allá viene con el noble de Capernaum. Quizá deseen entrar aquí.
Vámonos antes de que lleguen.

(Salen e inmediatamente después entran Hamar y el noble. Hamar anda de allá para acá; se para en
actitud pensativa.)

NOBLE. Tengo que salir mañana. He retardado mi estancia aquí, gozando de la nueva paz que he
encontrado y esperando con anhelo que mi hija la encuentre también.

HAMAR. ¿Ella no la ha encontrado?

NOBLE. No, ella no la ha encontrado. Ojalá y se verificara alguna otra señal milagrosa para
convencerla... y a ti también.

HAMAR. (Con desaliento.) No puedo concentrar mi mente. Siempre que procuro pensar en él, aparece
delante de mis ojos una visión de oro. (Toca la bolsa que está en su cinturón.) Lo veo cuando alzo la
vista para mirar a las estrellas, cuando veo la luz del sol, o las flores. Ha llegado a ser para mí un peso
inmenso que me está arrastrando hacia abajo. No sé que me pasa.

NOBLE. Ya lo entiendo. Y sin embargo, ¿no podría la dulzura del canto de los ángeles traer paz a tu
corazón como al mío?

HAMAR. ¿Cómo puedo yo saber que hubo tal coro de ángeles? Ya confié en las palabras del profeta,
pero el príncipe prometido no vino. ¿Por qué había yo de creer en un cuento de pastores? Me gustaría
creer. Daría cuanto poseo por creer, porque quizá creyendo, ella volvería a mi lado.

(Entra el sirviente.)
SIRVIENTE. Vienen otros extranjeros, mi señor. Traen riquezas en joyas y una caravana de camellos y
criados.

HAMAR. ¿Por qué no los invitaste a entrar? ¿Buscan hospedaje?

SIRVIENTE. No, señor, están buscando a un rey.

80
HAMAR. ¿Buscando a un rey... aquí?

SIRVIENTE. (Señalando hacia el patio.) Mire usted. Están esperando allá en aquella puerta.

HAMAR. (Mirando y cogiendo el brazo del noble.) ¡Mire usted, señor! Esos hombres son ricos. Los
adornos de sus camellos brillan como joyas. Sus vestidos son de finísimo terciopelo, de color carmesí y
azul celeste. ¡David! (Con entusiasmo.) Ve y prepara las más elegantes recámaras. Estos huéspedesson
de la verdadera nobleza. Ellos pagarán bien... (Repentinamente se voltea, anda hacia un lado, como si
recordara algo.) Ah, se me olvidaba. ¿Para qué quiero yo su oro? ¡Otra carga más!

SIRVIENTE. ¿Qué debo decirles? Buscan a un rey. Yo les dije que el rey de los judíos estaba en
Jerusalén; pero ellos dicen que una estrella los ha conducido a este lugar.

NOBLE. (Extendiendo sus brazos hacia Hamar.) Hamar, eso es, ¿qué no comprendes? Están buscando
al niño. Esta es la otra señal. Dios la ha mandado.

HAMAR. (Volviendo despacio.) ¿El niño? ¿Están buscando al niño del carpintero?

NOBLE. Quizá querrán ir a adorarlo como los pastores. Vamos nosotros con ellos a ver.

HAMAR. Puede ser que sea verdad. David, acompáñalos a donde está el niño en el cuarto vacante.
¡Qué extraño! No veo más que el oro relumbrar ante mis ojos. (Talla los ojos como si sintiera que algo
le estorba.)

<(Salen el sirviente y el noble. Pronto entra el profeta.)

PROFETA. (Levantando sus brazos en acción de gracias.) Lo he visto. He visto al Cristo. Bendito tú,
Hamar, que el mensajero del Altísimo mora dentro de tus puertas.

HAMAR. ¿Por qué he de creer lo que tú me dices? Me dijiste que vendría un príncipe, y lo esperé toda
la noche. Esa fue una patraña tuyo para engañarme.

PROFETA. Oh, hijo, no digas eso. ¿No te dije que buscaras a Dios en el polvo del desierto así como en
el ardiente sol poniente? Hay coronas de oro y coronas de estrellas. Escucha las palabras del Altísimo:
"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado... y llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios
Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz". (Sale el profeta.)

HAMAR. ¿El príncipe... de paz? El príncipe... (Inclina la cabeza.) Oh, Dios mío, ha venido y yo no lo
recibí. Nació en un pesebre cuando yo tenía un lugar vacante. ¡Perdón, Padre mío!

NOBLE. ( Entrando) Hamar... ¡Lo están adorando y ofreciéndole mirra, incienso y oro!

HAMAR. ¿Oro... dice usted que le están ofreciendo oro?

NOBLE. Uno de los magos le presentó un cofre del oro más fino de ofir.

HAMAR. ( Toca la bolsa que trae en el cinturón, y asume una expresión de arrepentimiento. Luego,
mirando hacia arriba, teniendo la bolsa en alto.) Dios mío, ¿querrías convertir esto que me ha sido una
carga, en bendición? ¿Cree usted que lo aceptará Señor?

NOBLE. Por supuesto que sí, Hamar, ve y adóralo... Jehová mismo te bendecirá.

81
HAMAR. (Después de vacilar un poco.) ¡Sí, mi Señor, iré donde el niño!

JUANA. ( Entrando) ¡Hamar! ¿En dónde estás?

NOBLE. Ha ido a poner su oro a los pies del Salvador.

JUANA. ¡Oh, alabado sea Dios! (Junta sus manos, y mira hacia arriba en actitud de dar gracias. Luego
se vuelve hacia el noble.) Su hija, señor, lo está esperando entre las estrellitas de Belén que crecen en
la falda de las montañas. Y se nota en su rostro una mirada de nuevas esperanzas.

NOBLE. (Reverentemente.) ¡Gracias a Dios! (Sale.)

REBECA. (Entrando aprisa.) ¡Juana! Hamar lo está adorando también. ¿Verdad que es una bendición?
¡Y pensar que yo temía que Jehová hablara otra vez, cuando su voz es una voz de amor!

JUANA. ¿Se han marchado los extranjeros, Rebeca?

REBECA. No. Esta noche se van a quedar en el mesón. Iré a ver que todo esté arreglado para que estén
cómodamente. (Sale.)

(Entra Hamar, con una expresión de contento.)

HAMAR. (Al ver a Juana.) ¡Juana! ¡Todo ha pasado! La carga que sentía ya no la siento. Todo lo he
puesto a sus pies, y sé que soy perdonado.

JUANA. ¡Hamar!

HAMAR. Juana, (al auditorio) mira, florecen las estrellitas de Belén, y otra estrella brilla sobre nosotros...
la estrella del Salvador. iLa seguiremos... juntos para siempre!

JUANA. Sí, querido Hamar, y ella nos conducirá hacia el verdadero amor... hacia la eterna felicidad...

HAMAR. (Inclinando su cabeza.) Pero sobre todo, nos conducirá hacia el Salvador. (SE CIERRA EL
TELÓN SUAVEMENTE MIENTRAS SE ESCUCHA EL CANTO: “SUBLIME GRACIA”)

FIN

LA NAVIDAD DE UN PRESO

PERSONAJES

PRESO SOLDADO
MARTA RABÍ
NOEMÍ ANA
MADRE MELCHOR
GASPAR BALTASAR
PASTOR 1 PASTOR 2
PASTOR 3 PASTORCILLO
JOVENCITA

82
(La acción se desarrolla en una cárcel. Aparece un preso detrás de las rejas, tomado de los barrotes,
con la cabeza inclinada sobre los brazos, en una actitud de profunda tristeza. Las vestimentas deben
ser las del tiempo de Jesús. Se pueden obtener ideas al respecto en Las Bellas Historias de la Biblia.)

PRESO. ¡Qué vida más triste la mía! ¡La muerte es mil veces preferible a esto! Humedad, oscuridad,
cadenas y hambre, y todo por no tener dinero con qué pagar el tributo al odiado imperio de Roma. Algún
día la ira de Jehová descenderá sobre César, ese ser miserable despreciable.

SOLDADO. ¿Qué dices, miserable judío? Te he dicho que no quiero oírte hablar. Un judío no tiene
derecho a nada.

PRESO. Olvidas, soldado, que mi pueblo no estará siempre sometido al poder de Roma. Llegará el día
en que Jehová librará a su pueblo, y todos los demás pueblos le serán sometidos.

SOLDADO. ¡Calla, judío despreciable! ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Cuándo se ha atrevido un vil
gusano a desafiar al águila poderosa? Ustedes siempre serán lo que son: gusanos asquerosos. Todos
ustedes deberían estar en la cárcel.

PRESO. Soldado: tengo hambre. ¡Me darás hoy algo de comer? El hambre y el frío acabarán conmigo.

SOLDADO. Hoy sólo tendrás pan y agua, y eso en menor cantidad que otras veces, pues en esta cárcel
tenemos más ladrones como tú, que le roban su tributo al divino César… y el pan está escaso, ¿sabes?
Además, si dependiera de mí, te podrías morir de hambre. Es lo único que merecen los judíos. (Al decir
esto, se va.)

PRESO. Quizás tenga razón… Mejor sería morir. ¡Parece que Jehová no se acuerda de su pueblo!

SOLDADO. (Entrando.) ¡Toma! Aquí está tu ración. Es una comida digna de príncipes. ¡Ja, ja, ja! (El
preso extiende la mano para tomarla, pero el soldado se la retira por un momento.) ¡Ten cuidado! ¡No
me toques! Podrías ensuciarme. Toma tu comida por este lado y cómetela pronto, porque tienes visitas.
Es una de esas mujeres que nunca te miran, y cuando lo hacen parece que te van a morder. ¡Líbrenme
los dioses de una fiera como esta!

PRESO. (Mientras mira la comida con desprecio.) ¡Pan y agua! ¡Agua y pan! ¿Hasta cuándo, Señor?
(Detrás del soldado entra una joven hebrea.)

SOLDADO. Ven por aquí. Ahí lo tienes, se está dando un banquete. (Dirigiéndose a ambos.) Tienen sólo
unos minutos para hablar, pronto volveré.

MARTA. ¡Oh, Natán! ¡Cuánto debes sufrir! Se me rompe el alma al verte así. ¡Hermano mío! ¡Si con mi
vida pudiera librarte de este sufrimiento, lo haría gustosamente!

PRESO. No sufras, hermanita, tu cariño y tus cuidados me ayudan a olvidar el cruel trato de los romanos.
¿Conseguiste el dinero para pagar mi tributo?

MARTA. No, mi querido hermano. Aunque lloré y le supliqué, ese usurero no ha querido ayudarnos.
Quise vender nuestro caballo, pero nadie lo quiso. ¡Está tan flaco el pobre!

PRESO. No te aflijas. Creo que todo se arreglará. No quiero que llores. ¡Pidámosle a Jehová que nos
ayude!

83
MARTA. Mi fe en las promesas de Dios vacila cuando te veo aquí preso; yo sé que tú eres tan bueno y
tan noble.

PRESO. No te desesperes. Habla con nuestros hermanos de raza. Es posible que ellos te puedan ayudar
para poder librarme de este sufrimiento.

MARTA. ¡Claro que iré! No quedará nadie en Belén sin escuchar mi súplica.

SOLDADO. (Mientras entra.) Bueno, se acabó el tiempo. (Dirigiéndose a Marta.) Es hora de que te
vayas. Me parece que les he dado bastante tiempo, ¿no? ¡Me estoy volviendo complaciente! ¡Vamos!
(Le dice, mientras la empuja con la lanza.)

MARTA. ¡Adiós, hermano mío!

PRESO. ¡Que Jehová te bendiga, querida hermanita!

SOLADO. (Dirigiéndose a Marta.) ¡Vete de una vez! (Dirigiéndose al preso.) ¡No digas más tonterías!

PRESO. ¡Otra vez solo! Ahora sí que tengo frío. (Al decir esto se sienta en la banqueta cubriéndose el
rostro con las manos.)

ACTO SEGUNDO
(Escenografía, una casa hebrea, la del rabí.)

MARTA. (Suplicando.) ¿No puede usted hacer algo por mi afligido hermano?

RABÍ. No te aflijas, Marta. Todavía no hemos podido conseguir dinero, pero no hemos perdido las
esperanzas. Jehová sin duda no nos abandonará.

ANA. Yo he puesto en venta mi casita. Espero que me la compren para poder librar de la cárcel a mi
padre y a tu hermano. ¡Los días son tan largos que me parecen eternos! ¡Cuánta aflicción y tristeza han
caído sobre nuestro pobre pueblo!

RABÍ. No nos desesperemos. ¿Acaso no disponemos de las promesas de Jehová? Con seguridad Israel
disfrutará de días de felicidad, que no han de tardar. Estas aflicciones nos indican que esos días están
próximos. Están sucediendo cosas muy extrañas.

NOEMÍ. Así es, lo he notado. Además del empadronamiento a que se está sometiendo a nuestro pueblo,
están ocurriendo cosas anormales. Yo no los vi pero me contaron que pasaron por Belén unos magos
que venían del Oriente.

ANA. ¡Yo los vi! Me dijeron que seguían una estrella que los conduciría hasta donde está el Rey de los
judíos.

RABÍ. Todas estas cosas nos dicen que debemos estar preparados para ver el cumplimento de las
promesas del Altísimo. El día de la liberación de Israel está cercano.

MARTA. Mi alma está llena de esperanza, y experimento en mí sentimientos encontrados: alegrías y


tristezas. Siento tanto que llegue el Mesías prometido y que mi pobre hermano no lo pueda recibir.

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RABÍ. Ve a descansar, Marta. Con seguridad mañana tu hermano estará libre. Haremos nuevos
esfuerzos.

MARTA. Tiene razón, rabí. Estoy muerta de cansancio, las piernas ya no me sostienen más. Iré a
descansar, y depositaré mis cargas en Jehová.

NOEMÍ. Es verdad, Marta. Recuerdo que las Escrituras dicen: “Espera en él, y él hará”. Descansa y
confía.

MARTA. ¡Hasta mañana!

RABÍ. Adiós, Marta. ¡Que Jehová te bendiga! (Sale Marta.) ¡Pobre chica! ¡Tan buena que es y tanto que
tiene que sufrir! Estos romanos realmente no tienen corazón.

NOEMÍ. ¡Muy pronto cesarán nuestros sufrimientos!

ANA. ¿No les parece que deberíamos averiguar todo lo relacionado con esos magos de Oriente y con
el motivo de su viaje?

NOEMÍ. Sí, no nos separemos. La compañía del rabí nos alienta, puesto que nos instruye en las cosas
del Señor.

RABÍ. ¡Vamos, pues!

TERCER ACTO
(Escenografía: otra vez la celda. Es de noche. Junto al preso hay una lamparita. Parece que está
dormido. Se oye la voz del carcelero.)

SOLDADO. ¡Si me dejaran dormir siquiera! Parece que estos judíos creen que lo único que tengo que
hacer es atenderlos. (Entra seguido por una mujer de edad, pobremente vestida.) Vamos (le dice), entre,
aquí está el preso. Ahí lo tiene. (Abre la reja y hace salir al preso.) ¡Sal de una vez! ¡Ya estás libre! (Dice
hablando para sí mismo.) ¡Estos judíos tienen mucha suerte! (Dirigiéndose de nuevo a ellos.) ¡Me voy!
Cuando quieran pueden marcharse. ¡Lástima que no se los lleve un ciclón! (Al decir esto, el soldado
sale.)

MADRE. (Llama con temor al hijo a quien aún no ha visto.) ¡Natán!

PRESO. (Se levanta y se echa en brazos de su madre.) ¡Madre mía! ¿Tú aquí?

MADRE. ¡Natán, hijo querido! ¡Cómo he llorado, cómo he sufrido! Pero por fin te veo y te puedo abrazar.

NATÁN. ¿Cómo llegaste, madre? ¿Cómo pudiste liberarme? No lo puedo entender.

MADRE. Algún día lo comprenderás, hijo. Tal vez cuando seas padre y sepas lo mucho que se ama a
un hijo.

NATÁN. Yo sé que me amas mucho, madre. Pero, ¿qué has hecho para conseguir el dinero del tributo?

MADRE. El Señor me ayudó a conseguirlo. Pero estaba decidida a hacer cualquier cosa con tal de no
verte sufrir más aquí, pasando hambre y frío. ¿Cómo te sientes?

85
NATÁN. Me siento bien, madre, y ahora estoy inmensamente feliz.

MADRE. Yo también me siento muy feliz, Natán. Te veo, y me parece mentira. He pasado horas muy
tristes, hijo. Me quedé medio dormida y soñé que te daban muerte, que ese soldado romano te
estrangulaba. Pero ahora todo pasó.

NATÁN. Explícame, ¿cómo pudiste hacer tú lo que nadie pudo hacer?

MADRE. Para una madre no hay nada imposible, hijo mío. Aún a costa de mi vida habría logrado tu
libertad.

NATÁN. ¡Gracias, madre mía! (En ese momento se escucha el himno “Venid pastorcillos”.) ¿Escuchas
esos cánticos, madre? ¿Quiénes son los que cantan? ¡Es música divina!

MADRE. ¡Sin duda algo sobrenatural está sucediendo! (En ese momento entra un ángel.)

ÁNGEL. No teman. Los ángeles del cielo están entonando los cánticos que ustedes escuchan. Les están
anunciando a los pastores que ha nacido el Mesías prometido a Israel. ¡Jesús ha nacido! El sol de justicia
está alumbrando a la humanidad. Este lóbrego lugar ha sido testigo del gran amor de una madre que
vino a salvar a su hijo. Vengan rápidamente para que vean al Hijo de Dios que nació para salvar a los
hombres de sus pecados. Vayan al pesebre a contemplar la gloria del Señor.

CUARTO ACTO
(Escenografía: Un camino en el campo. Entran los magos siguiendo la estrella.)

MELCHOR. No debe de estar lejos el lugar del nacimiento, parece que la estrella se ha detenido.

GASPAR. Así es, allí se ve una humilde cabaña. Pero, indudablemente no puede ser ése el lugar donde
se produjo tan portentoso acontecimiento…

BALTASAR. Tal vez la estrella se ha detenido para indicarnos un cambio de dirección. Pero, ¿qué es
ese resplandor? Apresurémonos.

MELCHOR. ¡No hay duda de que ése es el lugar! Durante nuestro viaje hemos visto cosas extrañas, y
todo ha estado lleno de misterios. Esta puede ser una de esas cosas.

GASPAR. Tienes razón, Melchor. Sólo un Dios poderoso podría hacer el milagro de guiarnos hasta aquí
conducidos por una estrella.

BALTASAR. No perdamos más tiempo. Ardo en deseos de ver al Rey recién nacido. (Los reyes salen
del escenario, y entran los pastores.)

PASTOR 1. ¡Miren! ¿Serán esos los magos de quienes hemos oído hablar?

PASTOR 2. Seguramente. Sus vestiduras lo demuestran, y el séquito que los acompaña, tan espléndido,
lo confirma.

PASTOR 3. Tienes razón. Esto es mucho para unos pobres mortales como nosotros.

PASTOR 2. De pura alegría nos olvidamos de nuestro pastorcillo.

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PASTOR 3. Estoy seguro de que nos seguirá, y como es joven, nos alcanzará pronto. Si cortamos
camino llegaremos antes que los magos.

PASTOR 1. ¡Miren! Brilla una estrella sobre ese pesebre.

PASTOR 2. ¡Corramos! ¡Se está manifestando la gloria del Altísimo!

(En ese momento los pastores salen del escenario. Entra el pastorcillo, cojeando, con un corderito en
los brazos.)

PASTORCILLO. Me parece que no llegaré nunca, y para colmo, se me ha roto el tobillo. Los pastores
me dejaron atrás, pero yo no puedo faltar. Tengo que ver al Mesías que ha nacido.

(El pastorcillo sale del escenario. Entran el rabí, Noemí y Ana, seguidos de una jovencita.)

RABÍ. ¡Apúrense, hijas mías, ya estamos llegando! Observen la estrella y ese sublime resplandor.

NOEMÍ. Demos gracias al Señor porque se ha acordado de su pueblo. ¡Miren! Natán está libre, allí está
junto a su madre y Marta. (Los llama) ¡Vengan! Tenemos buenas noticias que compartir con ustedes.
Vayamos juntos a adorar al Rey de Israel. (Entran Natán, su madre y Marta.)

MARTA. ¡Por fin se ha cumplido la esperanza de Israel!

NATÁN. Verme libre es para mí algo extraordinario, pero adorar al libertador de Israel es lo más grande
que me podía suceder. ¡Apurémonos!

MARTA. ¡Jehová se ha acordado de su pueblo! Quiero llegar pronto para adorar al Rey de reyes.

JOVENCITA. ¿El Mesías que ha nacido será Rey de Israel? ¿Será como el emperador romano?

ANA. No, Judith. No sabemos todavía cómo será, pero las Escrituras dicen que será nuestro Libertador.

JOVENCITA. No comprendo. ¿Cómo se sabe que será Rey si acaba de nacer?

RABÍ. Él es Rey por derecho propio, nació siendo rey.

JOVENCITA. Todavía no lo puedo entender del todo. Pero tengo tantos deseos de verlo que voy delante
de ustedes para llegar primero. (Sale rápidamente del escenario.)

RABÍ. ¡Vamos!

QUINTA ESCENA

(Escenografía: El pesebre, lo más completo posible, y todos los personajes que intervinieron en la
representación. La escena es muda, con música de fondo. Puede ser “Noche de paz” o alguna otra
música alusiva.)

F I N

87
EL SOLDADO DE BELÉN

De niña me impactó un drama que presentaron los jóvenes de la iglesia a la que asisto, y que llevaba
este nombre. Pasaron años, y por mucho tiempo traté de conseguirlo en vano. Así que recordando solo
cual era la trama del mismo, realicé un nuevo libreto. Por supuesto que son nuevos diálogos, nuevo en
todo, solo permanece la idea de la trama del original: un soldado de guardia en Belén, que luego se
conoce como el ciego Bartimeo. Aunque según el texto bíblico Bartimeo era ciego de nacimiento, el
cambio es solo para crear una novela. Que este drama sea de bendición para otras personas, es mi
deseo y oración.- Isabel Urbano. ICIAR.

Personajes:

Narrador Marianne II (esposa de Herodes)


Bartimeo José
Glauco (soldado) María
Angel Gabriel Lidia
Pastor 1 Raquel
Pastor 2 Rubén
Pastor 3 Abner.
Herodes

NARRADOR- Nos remontaremos esta noche al año 753 de la fundación de Roma, en el reinado de
Augusto César, de quien todos los emperadores romanos heredaron el título. En todo el vasto imperio
reinaba la llamada “pax romana”. Se aprobaron leyes nuevas y duras, se levantaron edificios públicos.

Palestina, y muy especialmente en reino de Judea donde hoy nos acercamos, estaba bajo el dominio
romano. Roma tenía como norma dejar que los países que conformaban el imperio se gobernaran por
sí mismos. Las ciudades de Palestina, como casi todas las ciudades antiguas, generalmente estaban
rodeadas de murallas para su defensa militar. Aunque el cuartel de las tropas romanas en Palestina
estaba en Cesarea, en épocas especiales y festivas había refuerzos en todas las ciudades. Estos
guardias vigilaban especialmente las murallas. Los soldados romanos, disciplinados y endurecidos,
habían comenzado a ser reclutados no solo en las calles de Roma, sino de todos los lugares del imperio,
de tal manera que en cierto período podían encontrarse soldados sirios, galos, egipcios, y hoy
pensaremos que también judíos.

Nos acercaremos a la entrada de la ciudad de Belén, en Judea, y encontraremos a dos soldados atentos,
vigilantes. Ellos son el romano Glauco, y el soldado de origen judío, del que desconocemos su nombre,
y solo sabemos que es Bartimeo, o sea, “el hijo de Timeo.

ESCENA 1
(Puede utilizarse el canto: Oh noche santa, mientras que los soldados dan varias vueltas en el escenario,
como vigilando).

BARTIMEO: Esta guardia no es como todas, Glauco. Nací en Palestina y pasé aquí cientos de noches.
Luego partí para Roma, y ya como soldado estuve también en Alejandría en la legiones de Margo Agripa;
he contemplado muchas noches, pero hoy no entiendo, no comprendo que sucede. Esta noche parece
que flota en el ambiente algo desconocido y misterioso. Algo que no acierto a comprender.

GLAUCO: Tienes razón. Ni en las colinas de Roma, ni en Grecia, había pasado una noche como
esta. Renegué cuando me enviaron a este lugar. Aunque lo ames porque naciste aquí, debes reconocer
que sopla el viento seco de los desiertos, y que el polvo de los caminos se te pega en el rostro y en todo

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el cuerpo, que esta tierra está llena de revueltas y revoltosos. Esta es la primer noche realmente hermosa
que paso aquí. Es una noche diferente. Nunca he vivido una noche así en los lugares que he estado.
Puedo decir que esta noche es un verdadero regalo de Júpiter para nosotros.

BARTIMEO: Las estrellas brillan espléndidamente, y en la brisa puede percibirse el aroma de lirios de
de las rosas de Sarón. Y tal vez digas que estoy loco, pero…hasta parece que en el viento se escucha
una dulcísima melodía…

GLAUCO: Pues tal o estamos locos los dos, o esa melodía es real. Sí, yo también la escucho, es
muy dulce, aunque no puedo entenderla…

BARTIMEO: Tampoco yo la entiendo, pero es maravillosa, es una melodía que jamás había escuchado
en la vida….

GLAUCO: Será mejor que vayas a ver que sucede, no sea que entre la dulzura se frague la traición
contra el César. Yo me quedo vigilando la entrada. Si necesitas mi ayuda, tira al cielo una lanza con
fuego, yo estaré al pendiente.

BARTIMEO: De acuerdo. Ya quiero probar el filo de estas nuevas espadas. (sale)

(TELÓN. Puede ponerse como fondo, y mientras se prepara el nuevo escenario, la música de “Oh
aldehuela de Belén”)

NARRADOR: Y Bartimeo se encaminó hacia los campos de Belén, quería descubrir de dónde provenía
esa música tan bella, que no era otra mas que el canto de los ángeles. El cielo brillaba y resplandecía
como el sol. Y aquel soldado diestro en las batallas más sangrientas, no estaba preparado para
enfrentarse a lo que ahora contemplaban sus ojos: ¡los ejércitos celestiales! Mudo de asombro,
contempló la escena desde lejos, y luego, cuando los pastores fueron hasta el pesebre, ocultándose
entre las sombras de la noche, los siguió.

ESCENA DOS
ESCENARIO: Los pastores, de rodillas en el campo, mientras se escucha la música. (Puede usarse el
himno: A media noche en Belén) Bartimeo llega, y se acomoda de manera que permanezca oculto a la
vista de los pastores. Al concluir la música, entra el ángel. Pueden participar varios ángeles mas para el
canto.

ANGEL GABRIEL: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán para todo el
pueblo. Que os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá
de señal; hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

(Los ángeles cantan. Se sugiere el himno Gloria in excelsis Deo, u otro alusivo. Luego salen).

PASTOR 1.- Pasemos pues hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha
manifestado.

PASTOR 2: Corramos, ardo en deseos de conocer al Mesías, al Cristo que tantos siglos ha esperado
nuestro pueblo. ¡Al fin se ha cumplido la promesa del Altísimo! ¡Bendito sea su nombre!

PASTOR 3: Vayamos por el sendero de los sicómoros. Hay que evitar a los guardias que vigilan la
entrada de la ciudad. No verían con buenos ojos el nacimiento de nuestro libertador, ¡el Mesías!, el que

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habrá de redimir a nuestro pueblo. El zorro idumeo de Herodes lo mataría, y que decir de Augusto César,
tampoco lo dejaría vivo…

PASTOR 4: Tienes toda la razón. Vamos por el sendero de los sicómoros. Debemos cuidarlo y
cuidarnos. Vamos. Los rebaños están tranquilos. Podemos dejarlos. Además, el Señor cuidará de ellos.

(Los pastores salen, y Bartimeo sale detrás de ellos. TELÓN, Mientras que se prepara la siguiente
escena, y para que no se pierda el mensaje del drama, puede ponerse música apropiada. Se sugiere
“Venid pastorcillos”.

ESCENA TRES.
Cuando se abre el telón, aparece el pesebre con José y María, puede agregarse un ángel detrás del
pesebre. Música de Noche de Paz. Los pastores van entrando poco a poco, se arrodillan, y permanecen
en actitud de oración. Bartimeo entra y se oculta. Poco a poco inclina el rostro, y por fin, allí oculto, se
arrodilla también. El TELÓN se va cerrando poco a poco y con lentitud.)

NARRADOR: El Bartimeo que volvió a la entrada de la ciudad para encontrarse con Glauco ya no fue
el mismo. Su mirada y su rostro se habían transformado. No había dureza, no había odio ni rencor. El
judío que había renegado de su pueblo y se había vuelto en pos de dioses ajenos, recobró la fe en
Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, y en las profecías, y volvía a resonar en sus oídos el “Oye Israel,
Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” que tantas veces había repetido desde niño. Así que tratando de
proteger al niño recién nacido, le ocultó a Glauco lo sucedido aquella noche, así como la llegada, tiempo
después, de tres misteriosos personajes que habían preguntado por el niño recién nacido, y a quien el
mismo Bartimeo, proporcionó los informes de donde encontrarlo.

La entrada y salida de estos personajes había causado conmoción, pero a pesar de ello, la identidad
del niño permanecía oculta. De pronto, llegaron las legiones de los zapadores, preparando el camino
porque Herodes, llamado “El Grande”, llegaba a Belén. Glauco y Bartimeo fueron llamados ante su
presencia. Nos acercaremos al palacio del Tetrarca.

ESCENA CUATRO
(Una sala ricamente adornada que servía de casa real. Muebles cubiertos con telas de vistosos colores.
Una pequeña mesa con un jarrón, o puede ser una jarra de cristal con vino. Herodes aparece sentado
en un sillón. En otro aparece Marianne, su esposa. Glauco y Bartimeo permanecen de pie).

HERODES: Es increíble que un pueblo tan pequeño viva aspirando grandezas. Hace 37 años que
subí al trono de Jerusalem. Exterminé a todos los sacerdotes Asmoneos, destruí a Hircano y Malicos,
hice correr la sangre de los partidarios de Antígono. He destruido a todos los que considero enemigos
de mi reino. Todo esto sería suficiente para hacer entender a cualquiera que no soy inclinado a la
misericordia. ¡Cualquiera, menos a estos judíos insolentes y altivos! Pero si quieren más sangre, ¡claro
que la verán!

GLAUCO: Son un pueblo terco y fanático, además de ingratos. Deberían hasta besarte los pies por
todos los edificios que has construido, especialmente por ese templo tan majestuoso que edificaste para
su desconocido Dios.

HERODES: Traté de congraciarme con ellos, y a la vez ganar el favor de Augusto. No me importa
para cual Dios esté erigido el templo. Lo construí mucho mayor que el que tenían, y con mas esplendor.
Sin embargo, yo sé bien que me detestan, y que si pudieran me sacarían las entrañas. Por eso antes
de que eso suceda, prefiero ser yo quien se las saque a ellos. ¡Ya les demostraré que de Herodes el
Grande no hay quien se burle!

90
MARIANNE: Hablando de burlas, queridísimo esposo…¿Por qué no habrán regresado a despedirse
los distinguidos extranjeros que buscaban al rey recién nacido?

HERODES: ¡Aquí no ha nacido ningún Rey! ¡El único soy yo! ¡Herodes el Grande! Y ya Glauco ha
traído los informes que solicité, mi amada esposa, y puedes tener muy presente esto, y te lo repetiré con
gusto…(se le acerca amenazante) De Herodes el Grande no se ha burlado nadie...y quien lo haga, no
vivirá para contarlo…¿lo entiendes, querida?

MARIANNE: ¡Pues tu hermana Salomé goza de perfecta salud, y a mí me parece que con bastante
inteligencia seguirá viva y cerca de ti, hasta que cierren tu sepulcro, por supuesto que para asegurarse
que no salgas de allí!

HERODES: ¡Cállate víbora! Y recuerda que, si a la anterior Marianne, aunque la amaba, la maté con
mis propias manos, ten por seguro que contigo no me dolería tanto hacerlo…(después de una pausa, y
algunas vueltas, se dirige a Glauco)…¡Glauco! ¿Qué dicen los informes?

GLAUCO: No hay noticias de los misteriosos extranjeros. Deben haber salido por una parte de la
ciudad donde se encuentran los establos de Anás y Caifás, esa salida no está vigilada, porque solo la
utilizan los pastores y sus rebaños. Hemos indagado, pero nadie ha querido proporcionarnos informes
de ese rey recién nacido….

MARIANNE: (Con burla) “De ese rey recién nacido”…jajajaja…hasta un legionario romano lo menciona
como rey…un niño que será Rey de Israel, y que se sentará en Jerusalem en el trono de Herodes el
Grande, y ante quien tal vez el mismo Augusto César se incline….todo puede suceder…si desde ahora
recibe la visita de ministros extranjeros…todo puede esperarse….

HERODES: (Ignorándola, y dirigiéndose a los soldados) Tú, Glauco, y Bartimeo, me han sido siempre
leales. Ahora voy a confiarles la misión mas importante de su vida. Contarán para ello con el apoyo de
la centuria que está en Cesarea. Bastará con mi anillo. Se lo muestran al centurión y piden los hombres
que necesiten.

BARTIMEO: Lo que tú ordenes, Señor.

GLAUCO: Bien sabes que siempre contarás con una fidelidad ciega de mi parte, Señor.

HERODES: Gracias, gracias. Escuchen bien. Ese niño lleva no mucho tiempo de haber nacido. No
sabemos dónde está, pero es seguro que no ha podido salir de Belén. Ya saben, las mujeres judías se
purifican cuando dan a luz, luego esperan hasta que destetan a sus hijos y los llevan al templo. Para no
errar, y como hay muchos niños en Belén y sus alrededores…¡Este es mi decreto! ¡Todos los niños
varones, menores de dos años, morirán! ¿Tienen nuevas espadas que les envió Augusto, verdad? ¡Pues
a usarlas de inmediato! ¡Que ninguno quede vivo! ¡Que se bañen de sangre los campos de Belén! ¡Que
sepan todos que no hay más rey que Herodes el Grande!

BARTIMEO: (Perplejo y asustado)….Pero….Señor….

HERODES: ¡Qué! ¿Tienes miedo? Tal vez el oro con el que te recompensaré pueda ayudarte a
olvidarlo. ¡Márchense ya! ¡Y que no quede vivo ningún niño de Belén!

GLAUCO: Cumpliremos tus órdenes al pie de la letra, Señor. Estamos para servirte, Vamos,
Bartimeo…(lo toma del brazo y salen)
TELÓN.

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NARRADOR: Y salieron de la presencia de Herodes a toda prisa. Glauco, con el pecho ardiendo de
ambición. Tendría oro y poder, y todo lo que su corazón ambicionaba. No importaba de donde ni por
qué. Bartimeo, con angustia por la suerte de aquel pequeñito, y con el anhelo de que sucediera algún
milagro que librara al niñito Cristo de la mano cruel de Herodes. Sumidos en sus pensamientos,
avanzaron los dos, hasta llegar a un cruce de caminos. Glauco propuso a Bartimeo que él fuera a
custodiar la salida de Belén, a fin de evitar que alguien saliera, mientras él iba a alcanzar a los refuerzos
que necesitaban, y que ya venían de Cesarea. Tenían que entrar sigilosamente, para evitar ser
descubiertos por los betlemitas. La jornada sería difícil y larga. Al amanecer, antes de que los judíos
salieran de sus casas, llegaría la soldadesca, y si era posible, en sus cunas morirían los niños. Se
separaron. Bartimeo quedó a la salida de la ciudad, y Glauco siguió por el camino. Esa misma noche,
mientras esto sucedía, el Señor avisaba en sueños a José del peligro que corría el niño, y éste, con todo
cuidado, levantó a María, tomaron al bebé Jesús, y las pocas pertenencias que tenían, y se encaminaron
a la salida de la ciudad. El camino de los sicómoros estaba muy pedregoso,y en algunos de los lugares
con fango. No podría una mujer en el estado de María, y con el bebé en sus brazos, cruzar por allí. Pero
si salían por el camino que Roma había arreglado, estarían los soldados.

ESCENA CINCO

MARÍA: José…el guardia está a la salida….¿qué podemos hacer?

JOSÉ: No te preocupes, María. El Altísimo que nos avisó del peligro puede guardarnos y
mostrarnos qué hacer. Recuerda que Jehová está con nosotros.

BARTIMEO: (Escuchando los pasos, se vuelve hacia ellos. Los reconoce. Se inclina en señal de
saludo respetuoso, y luego les habla con voz de alarma). José, María…¡Alabado sea el Señor que los
pone en mi camino! ¡Salgan pronto de la ciudad! Herodes busca al niño para matarlo. ¡Váyanse lejos,
donde la mano de Herodes no los alcance. No sigan por el camino principal, porque allí pronto
encontrarán a la centuria de soldados romanos comandados ahora por Glauco. Vayan por el sendero
de los sicómoros…aunque es mas tardado tendrán ventaja. Adelante, y que el Señor los proteja.

JOSÉ: Gracias, hermano, y que Dios te bendiga. Ya el Señor nos había avisado en sueños
acerca de este peligro. Nos vamos hacia donde El nos dirija, y que Dios tenga misericordia de esta
ciudad. (salen)

NARRADOR: José, María, y el niño, partieron de Belén bajo la mirada cuidadosa y atenta de Bartimeo;
hasta donde le fue posible, de lejos, observaba las sombras en los dos caminos y estaba atento al menor
ruido. Cuando comprendió que se habían alejado lo suficiente, volvió al lugar de su guardia, se sentó en
la tierra, y cerró sus ojos. Necesitaba meditar muy bien sobre los pasos que debía dar. Glauco era su
amigo, pero…¿Hasta donde podía confiar en él? ¿Qué actitud debía tomar ante esta orden de Herodes?
Y ensimismado en sus pensamientos pasó el tiempo…se sobresaltó al escuchar el tropel de la
caballería. Aun rayaba el alba, y la ciudad permanecía en silencio. Un silencio que pronto se tornaría en
clamor y lloro amargo, como dijera el profeta Jeremías, “Raquel que llora por sus hijos, y no quiso ser
consolada, porque perecieron”. Bartimeo se puso en pie, se ajustó la armadura, empuñó su espada, y
esperó…

GLAUCO: (Entrando) ¡César es el Señor! ¡Salud, Bartimeo!

BARTIMEO: César es el Señor..¡Salud, Glauco!

GLAUCO: ¿Hay novedades?

92
BARTIMEO: Ninguna, compañero.

GLAUCO: ¡Por Baco! Tuve que darles un poco de vino a los soldados. Los muy cobardes. Les
temblaron las piernas ante la orden de Herodes, pero ya están listos. Solo esperan nuestra orden para
seguirnos. Así que si tu también ya estás listo, avancemos y tomemos por sorpresa la ciudad.

BARTIMEO: Está bien. Toma el mando, y va a tu cuenta el saldo de esta “batalla”, que te cubrirá de
gloria y honores militares...¡seguro que es la batalla mas difícil de tu vida! El enemigo al que te enfrentas
es fuerte, bien armado, bien preparado para la guerra…

GLAUCO: (Ignorándolo) ¡Escuchen, falanges del César! ¡Vamos! ¡Avancen! ¡A la ciudad! Derriben
puertas, lleguen hasta las cunas…de dos años para abajo que no quede nadie vivo! ¡Busquen en
azoteas, patios, y aposentos! ¡Habrá mucho oro para todos después de esta misión! ¡Adelante,
legionarios!

(TELÓN.)

NARRADOR: Y como en tropel, los soldados entraron a la ciudad de Belén para cumplir la nefasta orden
de Herodes, quien pensó que matando a los pequeñitos podría retener y establecer su trono y truncar
así el reino del Mesías. Y a través de los siglos, muchos Herodes han tratado de luchar contra Dios, pero
“Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos”. Ese día que la historia judía
registra como uno de los mas dolorosos, ante la angustia y las vanas súplicas de las madres, lo soldados,
inconscientes en insensibles, recorrieron calles y hogares, segando vidas inocentes, arrancando a los
niños de los brazos y el pecho de sus madres. Bartimeo, horrorizado e impotente, miraba las escenas,
cuando de repente se vió envuelto en el dilema de escoger entre su deber, y su conciencia.

ESCENA SEIS
Ahora nos encontramos en una de las calles de Belén. En un extremo entra Bartimeo, como buscando
algo, u observando. De pronto por el otro extremo, entran dos mujeres corriendo, gritando, llorando,
ambas con un niño en sus brazos, y se arrojan a los pies de Bartimeo.

LIDIA Y RAQUEL: ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Misericordia! Señor, ten piedad, por favor…!

LIDIA: ¡No sabemos por qué tus compañeros están matando a nuestros hijitos! ¡Ten piedad…! ¡No
hemos hecho nada contra el César…!

RAQUEL: ¡Este niño es lo único que tengo…mi esposo murió. Ten piedad..ten misercordia, no mates
a nuestros hijitos!

GLAUCO: (Entra. Lleva la espada manchada de sangre) ¡Ahh! ¡Magnífico! Tu las detuviste. No las
encontraba…pero…¿Por qué no los has matado? ¡Atraviésalos ya con la espada! O…¿Necesitas
ayuda? ¿Qué te pasa? ¡Reacciona, soldado Bartimeo!

LIDIA: ¡Piedad, por favor, piedad!

RAQUEL. ¡Dios de Abraham! ¡Protégenos!

(Las dos lloran, gritan, claman. Se abrazan de las piernas de Bartimeo. Glauco las jala y trata de quitarles
a los niños)

BARTIMEO: (Reaccionando) ¡Déjalas! ¡Déjalas, Glauco!

93
GLAUCO: ¿Qué te pasa? ¿No recuerdas la orden que nos dio Herodes?

BARTIMEO: Bien sabes que nosotros le debemos lealtad al César.

GLAUCO: César nos ordenó apoyar a Herodes. El lo puso como rey de esta provincia.

BARTIMEO: Apoyarlo contra los rebeldes, no para matar niños inocentes.

GLAUCO: ¡A nosotros qué nos importa a quien haya que matar! Nosotros tenemos un deber que
cumplir, y una recompensa si cumplimos. ¡Mátalos Bartimeo!

BARTIMEO: ¡No mataré inocentes! ¡Y no te atrevas tú tampoco a matarlos, porque contigo no me


temblará la mano, aunque después me lleven al senado!

GLAUCO: ¡Reflexiona, Bartimeo! ¡Eres un legionario del grande y poderoso Imperio Romano. El
águila romana brilla en tu escudo y en tu lanza. Tu carrera militar ha sido brillante! ¡Tienes mucho por
qué estar orgulloso!

BARTIMEO: No Glauco, no mataré. Estoy cansado de esta vida llena de crímenes y horrores. He sido
tu amigo y compañero, pero desde que ví al niño, al Mesías, me sentí miserable, sentí el deseo de ser
diferente, y ahora, al recordar su mirada, me llené de valor. Porque se necesita mas valor para dejar
esto que para matar a los niños.

GLAUCO: (Ha ido cambiando su expresión a medida que escucha las palabras de Bartimeo) ¿Así
que tú viste al niño? Sabes que soy tu compañero y también tu amigo, pero por encima de todo soy
legionario, y obedeceré las órdenes de Herodes, y te advierto que debo informarle acerca de tu conducta.

BARTIMEO: Puedes hacerlo, y yo se que es tu deber. Pero estoy decidido. ¡No volveré a lo mismo!

GLAUCO: ¡Insensato! ¡Tú sabes que esto puede costarte la vida! ¡Te perseguirán los guardias! Te
encerrarán perpetuamente en la Torre Antonia.

BARTIMEO: No importa lo que me toque sufrir. Dentro de mi ser hay gozo, felicidad, alegría, y también
paz, y todo por haber podido contemplar al Mesías recién nacido.

GLAUCO: Bien. No puedo persuadirte. ¡Tú lo has decidido! (Luego, volviéndose a las mujeres) ¡Y
ustedes, miren donde esconderse, porque si las vuelvo a ver atravieso con mi espada a ustedes y a sus
hijos! Sus hijos…¡miserables judíos que no valen ni la mitad de lo que un legionario romano pagará por
ellos! ( Luego, volviéndose a Bartimeo) Y a ti, ya se te indicará cuando debas presentarte ante Herodes.

BARTIMEO: ¡Salud, Glauco! ¡Que el triunfo y Fortuna te acompañen! Y espero que algún día
encuentres la paz.

(Sale Glauco)

LIDIA: (Llorando) Señor, yo te agradezco lo que has hecho por nosotras y por nuestros hijos. Pero
Herodes es muy cruel y sanguinario. ¡No se quedará tranquilo!

RAQUEL: El no perdona a nadie, ni a sus propios hijos. Temo por tu vida. Huye, huye de él y sus
soldados. Vete lejos, a Egipto, al desierto, a donde nunca pueda encontrarte y alcanzarte con su
venganza.

94
BARTIMEO: No se preocupen por mí. Yo sabré sobrevivir. Preocúpense por ustedes y sus hijos.
Vamos, les ayudaré a salir de la ciudad. ¡De prisa! (Salen) (TELÓN)

NARRADOR: No pasó mucho tiempo. Al día siguiente, en uno de los mesones de Palestina, un centurión
romano se acercó a Bartimeo y lo detuvo. Tenía la orden de llevarlo ante Herodes. Ya en el Palacio,
también fue llevado Glauco para ratificar su acusación frente a Bartimeo. Aunque era su amigo, en ese
instante su ambición pudo mas que la amistad. César le daría honores militares, y Herodes le daría la
riqueza que deseaba.

ESCENA SIETE.
Nuevamente la estancia de campo de Herodes, quien da vueltas furioso por toda la habitación. Marianne
descansa divertida en un sillón. Glauco y Bartimeo están de pié.

HERODES: ¡Eres un animal despreciable que muerdes la mano del que te da de comer! Te dí favores
y honores, y aunque solo eres un legionario, te concedí privilegios. Te invité a las fiestas de mi palacio,
y ordené que se te respetara, ¡y con eso me pagas! ¡Cuando menos hubieras sido mas inteligente y
cambiar todo esto por algo mejor! ¡Pero por dos miserables judíos!

BARTIMEO: Perdon, Señor…yo solo vi que eran niños inocentes….

HERODES: ¿Inocentes dices? ¿Acaso ignoras que conspiran quitarme el trono? ¡No! ¡No lo ignoras!
Y sin embargo los dejaste vivos. ¿Qué fue lo que te pasó? ¡Los soldados del César no tiemblan ante
nada! Tú, Glauco, repite tu informe, ¡que lo escuche! No quiero que César piense que no se le juzgó de
acuerdo con la justicia y las leyes romanas.

GLAUCO: (Lee de un pergamino) “Glauco al rey Herodes: Salud en nombre del César. Rindo mi
parte sobre los hechos sucedidos en la provincia romana de Belén de Judea. Tus órdenes oh
excelentísimo Herodes, fueron cumplidas, con excepción de dos infantes a quienes les brindó protección
el legionario Bartimeo, tratando personalmente de disuadirlo y haciéndole ver que cometía traición, no
logrando convencerlo. He considerado necesario y leal hacértelo saber en este parte, oh excelentísimo
Herodes. César es el Señor.”

HERODES: ¿Qué dices de esto? ¡Te di la orden de matarlos!

MARIANNE: Querido, tómalo con calma. Puede ser que Bartimeo haya sentido en ese momento amor
paternal, o…tal vez las hijas de Belén estaban de buen ver…díme Bartimeo, mírame y dime…¿eran
mas bellas que yo?

BARTIMEO: Señora, no se trata de nada de eso.

HERODES: (Con furia) ¡Entonces no entiendo que fue lo que te pasó! ¡Siempre diste muestras de
valor! ¿Qué pasó ahora? (Se produce un silencio. Bartimeo baja la cabeza. Herodes se dirige a Glauco)
¿Tú sabes algo de todo esto? ¡Dímelo!

GLAUCO: Señor, solo puedo decirte que Bartimeo ya no es el mismo. Dice que contempló al rey
recién nacido, y que eso le produjo un cambio interior.

HERODES: (Fuera de sí) ¿Queeeee? ¿Qué tú viste a ese niño? ¿Y no lo mataste? ¿Cómo pudiste
hacerlo? ¿Sabes que eso se llama conspiración y traición? ¿Sabes cómo se castiga? ¡Y también sabes
muy bien, que Herodes el Grande no perdona la traición!

95
BARTIMEO: Perdón, Señor…perdón…no puedo explicarte lo que me sucedió cuando ví a ese
pequeño…

HERODES: (como consigo mismo) Cuando lo viste…cuando lo viste..¿No? cuando lo viste…¡lo


viste!...¡pues no volverás a verlo!...¡ni a él ni a nadie! ¿Me oyes? ¡No volverás a ver! ¡Glauco! ¡Sácale
los ojos!

GLAUCO: (Sorprendido) ¿Queee? ¿Yooo? ¿Qué le saque los ojos?

HERODES: ¡Eso es exactamente lo que dije! ¡Sácale los ojos! ¡ahora!

MARIANNE: Por favor, querido…allá en el patio, aquí no. Aunque se mande a limpiar el piso, el olor de
la sangre es bastante desagradable.

HERODES: ¡Llévatelo de mi presencia y haz lo que te ordené! Porque si no lo haces ordenaré que te
los saquen también a ti…¡llévatelo!

(Glauco empuja a Bartimeo, y lo saca del salón, y mientras se va cerrando el TELÓN, se escucha el grito
de Bartimeo.)

NARRADOR: ,(Mientras el narrador habla, puede ponerse como fondo el himno “Soñé que en las playas
de un mar me ví”, o “Has oído la historia de Cristo”, o algún otro alusivo) Después de sacarle los ojos a
Bartimeo, Glauco no tuvo ni un momento de tranquilidad. Lo veía en visiones y en sueños. Hasta que
no pudiendo mas, caminó hasta encontrarlo en el camino sinuoso de Jericó, donde pedía una limosna a
los viajeros que se dirigían a Jerusalem para adorar. Le suplicó que le perdonara, le platicó sus
remordimientos, y luego, renunciando a su cargo, se convirtió en su lazarillo, en un lazarillo amoroso,
cuidadoso y fiel, como si con ello tratara de remediar el mal que le había causado, y alcanzar el perdón.
Recorrían los caminos, ciudades y plazas, pidiendo una limosna a las almas caritativas, compartiendo
los manjares o los mendrugos de pan. Y pasaron 30 años, Herodes había muerto hacía mucho tiempo,
y el ambiente en Palestina, aunque seguía siendo difícil, era otro. Por ese tiempo, un rabino llamado
Jesús recorría Galilea, Samaria, Judea, enseñando con palabras sencillas y con el ejemplo de su propia
vida, una nueva doctrina. Era seguido por muchos discípulos, y se decía que sanaba a los enfermos,
hacía hablar a los mudos, caminar a los cojos y paralíticos, que hacía de los leprosos hombres limpios,
que daba vida a los muertos, y…que daba vista a los ciegos. Un día, cuando Glauco y Bartimeo
caminaban por las calles de Jericó, oyeron decir que Jesús también pasaría por allí. Era la oportunidad
que esperaban. Si Jesús había dado la vista a otros ciegos, bien podía dársela también a Bartimeo.

ESCENA OCHO
Aparecen Glauco y Bartimeo en un camino de Jericó. Ahora son 30 años mas grandes, y se visten a la
usanza de los judíos.

GLAUCO: Tengo que investigar por cual camino va a pasar Jesús. Es necesario que tú estés lo mas
cerca posible. Que él te vea y te escuche. (Pasan dos caminantes. Llevan prisa, pero Glauco los detiene)

GLAUCO: ¡Por favor! ¿Saben ustedes algo de Jesús? ¿Podrían decirme?

RUBÉN. ¡Claro! ¿Quién no lo conoce?

GLAUCO: No, no me refiero a eso. ¿Saben por dónde pasará?

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ABNER: Dicen que pasará por este mismo camino, dentro de unos momentos. Yo voy a buscar un
buen lugar para verlo.

GLAUCO: Mi amigo es ciego. Si Jesús lo ve, ¡seguro que lo sanará!

RUBÉN: Pero es mejor que lo retires del camino. La multitud puede tirarlo.

GLAUCO: ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Y tienen razón, lo acomodaré más atrás para que esté seguro.
Gracias hermanos.

(Los caminantes salen, y Glauco acomoda a Bartimeo)

NARRADOR: Y de pronto se empezó a escuchar el murmullo de la multitud. Poco a poco se hacía más
intenso. Sí. Jesús se acercaba. Algunos gritaban Hosannas, otros le aclamaban por su nombre. Glauco
y Bartimeo se dieron cuenta que aquella sería tal vez la única oportunidad en su vida. Bartimeo tenía
que aprovecharla, así que gritó con toda su fuerza:

BARTIMEO: ¡Jesús! ¡Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!


Jesús! ¡Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!
Jesús! ¡Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!

NARRADOR: Y Jesús se detuvo al escucharlo, y se acercó a él. Como se acerca cuando alguien lo
necesita. Y mandó llamar a Bartimeo quien, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Y cuando
llegó, Jesús le preguntó: ¿qué quieres que te haga? Y él dijo:

BARTIMEO: Señor, que reciba la vista.

NARRADOR: Y Jesús le dijo: Recíbela. Tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios;
y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios.

(Bartimeo brinca de gozo, y luego sale. TELÓN.)

NARRADOR: (Música de fondo: “Del santo amor de Cristo”) Aunque la mayoría de los judíos de su
tiempo no lo reconoció como Mesías, aquel niño que nació en Belén hace 21 siglos, cambió los tiempos
y la vida misma de la humanidad. Desde aquel momento empezó a contarse la era Cristiana. Hoy el
mundo entero está de fiesta recordando su nacimiento. Pero Jesús no solo ha cambiado el tiempo. Sigue
cambiando vidas endurecidas y tristes, cambia a los pecadores en santos hijos suyos, y los que tenían
el entendimiento enceguecido ahora pueden ver mediante su Palabra, y seguirle, como le siguió
Bartimeo. Como Herodes, muchos han tratado de destruirlo y destruir su Palabra, pero los tronos han
perecido, y Cristo permanece y permanecerá siempre, porque es Dios fuerte, Padre eterno, y Príncipe
de Paz. ¿Tratarás de resistirlo como Herodes? O le seguirás como Bartimeo? Cristo te invita para que
hoy te despojes de todos los impedimentos, arrojes tu capa, acércate a Jesús, Él te llama, quiere
perdonar tus pecados, no importa cuántos ni cuales, quiere sanar las heridas de tu corazón y tus
enfermedades, y quiere llevarte por el camino que conduce a la vida eterna. Hoy Jesús está pasando
cerca de ti, puedes decirle en oración: ¡Jesús, ten misericordia de mí!

FIN.

97
“ YO LO LLEVARÉ”
Ese era el nombre de un artículo sobre María Magdalena que se publicó hace años en el periódico La
Nueva Raza, y que a mí literalmente me impactó. Por ello tuve la idea de este libreto, considerando
además que en una sociedad como la judía, posiblemente casi todos se conocían, ya que cuando
escucharon a Jesús, sabían que era hijo del carpintero de Nazareth. Espero sea de bendición, y que el
Espíritu Santo toque los corazones a través de este drama. Si eso sucede, a El sea siempre la gloria.
Isabel Urbano.

PERSONAJES:

JOSÉ URIAS
MARIA LEMUEL
FARES ANGEL GABRIEL
MERAB NOHEMI
MARIA MAGDALENA (niña de 2 años) MARIA MAGDALENA (ya grande)
ELEAZAR JUANA MUJER DE CHUZA
SADOC SUSANA
SALATIEL VOZ
NARRADOR

NARRADOR: Roma tenía un enorme poderío militar. Desde Italia habían salido ejércitos romanos y
habían conquistado y subyugado toda civilización conocida. De los romanos procedían las leyes y las
llevaban donde quiera que llegaban. A un enorme costo, Roma construyó magníficos caminos por todo
el imperio, insuperables hasta nuestro siglo. Edificaron toda clase de estructuras monumentales,
anfiteatros, puertos, puentes, templos, acueductos. Pero al mismo tiempo, el avance romano llevaba
consigo tiranía y crueldad.

Los judíos, por siglos, se habían dispersado desde Palestina a varias regiones y formaban grandes
colonias. Pero donde quiera que llegaban, seguían conservando su religión, sus fiestas, sus escrituras,
sus profetas y todos sus sentimientos religiosos que apuntaban a la venida del Mesías.

De la misma manera hacían los griegos, y todos los súbditos del imperio. Roma recibía muchas
corrientes de muchos pueblos.

Cesar Augusto vio la necesidad de actualizar sus registros e impuestos, y promulgó un Edicto para que
toda persona fuese empadronada, cada una en su ciudad natal. Los caminos se llenaron de peregrinos,
solos, en parejas o en grupos. Todos llevaban el propósito de llegar a tiempo a su ciudad.

Nos encontramos en la gran carretera romana que conectaba a Damasco con Roma, y que pasaba por
los pueblos y ciudades de Galilea. Era el camino más seguro y usado por caravanas. En ella
normalmente había actividad, pues era la gran ruta del comercio. Ahora podemos verla más transitada
aún que cuando los peregrinos se dirigen a las fiestas de Santa Convocación en Jerusalem. Por todo
el camino se ven familias enteras que viajan para cumplir con la orden del César. Algunos van con sus
padres o abuelos, y eso les hace detenerse a descansar. Otros llevan a sus niños pequeños, y otros, a
sus esposas en estado de gravidez. Para ellos el viaje resulta cansado, y para muchos de ellos, todavía
queda largo camino por recorrer.

PRIMERA ESCENA.
La escena se desarrolla en un camino de Palestina. Hay peregrinos que van y vienen, algunos cargando
bultos como equipaje. Una pareja, ella con un embarazo muy avanzado, se hacen a un lado del camino,

98
y se sientan a descansar. Otra pareja más, con una niña de aproximadamente tres años, se acerca a
ellos.

FARES: ¿ Podemos ayudarles ? ¿ está bien tu esposa ?

MERAB: (Dirigiéndose a María ) ¿ tienes alguna molestia ? Te ves cansada.

MARIA: No, no tengo ninguna molestia, solo me siento cansada.

JOSE: Tenemos ya varios días de viaje. Su embarazo ya está por concluir, y tenemos que andar muy
despacio y descansar por ratos. Aunque Augusto envió sus legiones de zapadores a arreglar los
caminos para el censo, hay espacios muy pedregosos, y mi esposa se cansa y me preocupa que pueda
lastimarse ella y el bebé.

MERAB: ¿ Les falta mucho para llegar a su destino ?

JOSE: No mucho, nos dirigimos a Belem. Los dos somos originarios de ese lugar.

FARES: Nosotros también. ¿De que familia eres ?

JOSE: Yo soy José, descendiente de Fares, hijo de Judá. Mi esposa es María.

FARES: Yo me llamo Fares. Soy descendiente de Zera, también hijo de Judá. Mi esposa es Merab, y
mi hija es María, como tu esposa.

JOSE: ¡Vaya ! Somos casi hermanos. Me da mucho gusto conocerte. ( Se abrazan todos ). Yo tengo
ya muchos viviendo en Nazaret. Allí tengo una pequeña carpintería y gracias al Bendito, no me falta
trabajo ni alimento.

FARES: Yo también llevo ya muchos años lejos de Belén. Estoy establecido en Magdala. Allí tengo
algunas barcas. Vendo pescado fresco y también con la ayuda de mi esposa Merab, preparamos el
pescado en especies para venderlo en otras ciudades.

MARIA: Ya que vamos al mismo lugar, podemos continuar juntos. Yo me siento mejor, y creo que
debemos aprovechas el tiempo. La tarde está avanzada. Todavía estamos cerca de Jericó, y recuerden
que este camino es muy peligroso, ya que aparte de que está estrecho y bordeado de rocas, está lleno
de bandoleros. No es prudente detenernos.

JOSE: Tienes razón, María, vamos a continuar. Y claro, Fares, si no hay inconveniente de tu parte,
podemos continuar juntos hasta Belén.

FARES: Claro que no tengo inconveniente, hermano. Además, mi padre y mi madre deben estar
esperándonos, y posiblemente ya llegaron mis otros hermanos. Somos una familia numerosa. El Señor
bendijo a mis padres con doce hijos, como a nuestro padre Jacob.

JOSE: Yo soy hijo único. Mi padre y mi madre murieron, y tengo ya mucho tiempo de no ver a mis
parientes. Mi esposa también es huérfana. Solo tiene a su hermana Salomé y a su prima Elizabeth, pero
una está en Betsaida y otra en Hebrón de Judá.

MERAB: ¿Que les parece si platicamos mientras avanzamos ? María tiene razón. Hay muchos ladrones
en este camino de Jericó.

99
FARES: José, creo que las mujeres tienen razón. Sigamos adelante.
( MARIA SE APOYA EN SU ESPOSO. FARES LEVANTA EN LOS BRAZOS A SU PEQUEÑA HIJA, Y
JUNTOS CONTINUAN EL CAMINO ).

T E L O N.
NARRADOR: José y Fares, con sus familias, continuaron juntos por el trayecto que faltaba hasta Belén.
Al llegar a ese lugar, se despidieron; ambos irían a buscar a sus familias. José y María no encontraron
parientes, y al llegar al único mesón del pueblo, ya no había lugar. El mesonero les ofreció un establo.
Había paja, agua, y un pesebre. Eso era mejor que pasar la noche a la intemperie. María estaba ya muy
cansada y José decidió aceptar. Fares también se dirigió a casa de sus parientes. Allí encontró a todos,
y aunque el viaje y el censo eran molestos, el poder ver a sus amados era motivo de alegría. Después
de la cena, sus hermanos lo invitaron para ir al campo. Era una hermosa noche tachonada de estrellas
diamantinas. Allí, haciendo remembranzas, los encontramos ahora.

SEGUNDA ESCENA
( SE ABRE EL TELON. LA ESCENA REPRESENTA UN PARAJE DE LOS CAMPOS DE BELÉN.
PUEDE PONERSE COMO FONDO MUSICAL, EL CANTO “OH ALDEHUELA DE BELÉN”. APARECEN
ELEAZAR, SADOC, SALATIEL, LEMUEL, FARES Y UZIAS, COMPARTIENDO EN HERMOSA
CAMARADERIA.)

UZIAS: Me siento muy contento de estar aquí en el campo después de tantos años. El cielo sigue siendo
igual de hermoso, y el perfume de las flores, el murmullo del agua, y esta paz, nos invitan a meditar.

ELEAZAR: Van a tener que venir mas seguido, porque me doy cuenta de que ya se les están olvidando
los silbidos y las voces con que entiende nuestro rebaño. Yo ya estoy pronto a reunirme con mis padres
y no sé que va a pasar con el rebaño. Son muy buenas ovejas, ya ven que su lana, y el queso de
nuestras cabras, levantó una familia numerosa como nosotros.

SADOC: Es cierto, padre. A menudo recuerdo la leche caliente de las cabras, con miel, como me la
daba mi madre de pequeño.

FARES: Y yo, no saben como recuerdo este queso de cabra tan exquisito. Por cierto, ya me terminé mi
porción, ¿Alguien tiene más que me regale ?

SALATIEL: Te voy a convidar, no porque no me guste, sino porque este pescado en especies que nos
trajiste, también está delicioso.

LEMUEL: Y yo te convido queso a ti, María, porque parece que tu padre piensa que no te gusta. . . . .
dime, Fares. ¿Alguna vez le has contado a esta chiquita cuando trasquilaste tu primera oveja ? ¿ O le
has enseñado el Salmo del Buen Pastor ?

FARES: ¡ Claro Que lo he hecho ¡ Pero ahora me gustaría que escuchara un canto pastoril.

ELEAZAR: Nada me daría más gusto. Pero me gustaría cantar acerca del advenimiento del Mesías.
Como decía antes, siento que pronto estaré con mis padres, y como todos los de nuestro pueblo, anhelo
conocer antes al libertador.

SADOC: No digas eso, padre. Yo te veo fuerte todavía, como uno de los cedros del Líbano.

100
ELEAZAR: ( Sin escuchar aparentemente el comentario de Sadoc ). Todas las noches, al contemplar
el cielo, me imagino al Mesías que desciende y con mano fuerte y brazo extendido arroja a los romanos
de nuestra tierra. (EMPIEZA A CANTAR Y TODOS LE SIGUEN ) (puede ser un salmo o un canto
hebreo).

LEMUEL: Perdón, padre. La niña se ha dormido, Fares. ¿Les parece si nos turnamos para vigilar ?

SADOC: Buena idea. Mi padre, que siempre vela, y ustedes, que viajaron mucho, descansen. Yo velaré
hasta la segunda vigilia. ¿De acuerdo ? Descansen, descansen.

UZIAS: No creas que vamos a despreciarte. Solo te pido que a mí me despiertes al inicio de la segunda
vigilia. Me gusta la quietud de esa hora.

TODOS SE RECUESTAN, SE ACOMODAN Y SE DUERMEN. SADOC PERMANECE SENTADO.


TOMA UNA FLAUTA, Y TOCA MUY SUAVE. DESPUES DE UN RATO, SE VE UN RESPLANDOR, Y
SE ESCUCHA UN CANTO QUE SE VA INTENSIFICANDO. TODOS DESPIERTAN, Y LUEGO ENTRA
EL ANGEL. AL VERLO, LOS PASTORES SE POSTRAN.

ANGEL: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo que será para todo el pueblo, que os
ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal,
hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

APARECEN OTROS ANGELES Y CANTAN: FLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS. . . ETC. LUEGO
SALEN, DESAPARECE EL RESPLANDOR, Y LOS PASTORES SE LEVANTAN.

ELEAZAR: ¡Gloria al Bendito ! ¡Gloria a su Nombre ! Sus promesas son fieles y verdaderas. El Mesías
ha llegado.

LEMUEL: Vamos pronto, vamos a adorarle.

SALATIEL: Pasemos pues hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha
manifestado. ( Salen )
T E L O N.

ESCENA TRES

CUADRO DE LA ADORACION. MUSICA DE NOCHE DE PAZ. LOS PASTORES ENTRAN POCO A


POCO. FARES SE SORPRENDE AL VER A JOSE Y A MARIA. SE ACERCA A JOSE PRIMERO Y LO
SALUDA. LUEGO HACE UNA INCLINACION A MARIA, Y AL FINAL, SE POSTRA ANTE EL PESEBRE.

TELON SUAVEMENTE

NARRADOR: Eleazar, se reunió ciertamente con sus padres tiempo después y sus hijos continuaron
cada uno con su ocupación. Fares y su esposa fallecieron, y su hija María, quedó con unos parientes
allá en Magdala. Han pasado ya 30 años. Por estos días ha surgido un nuevo Rabino. Lo siguen las
multitudes. Dicen que hace milagros, que da vista a los ciegos, que hace andar a los paralíticos, que
hace hablar a los mudos, que resucitó en Naín al hijo de una viuda, que dio de comer a 5,000 personas
y apenas a 4,000 con unos cuantos panes y pececillos. Ahora acaba de llegar a la región de Magdala, y
la noticia corre como un reguero de pólvora, de casa en casa, de boca en boca. Aquellos que estaban
bien sacaban, llevaban, y arrastraban a sus amigos, y parientes cojos, ciegos, lisiados, y enfermos

101
mentales. Aquel día, entre toda la gente que corría para ver a JESUS, había una mujer con el cabello
desgreñado. Se veía Temerosa. ( SE ABRE EL TELON ).

E S C E N A No. 4
MARIA MAGDALENA, ENTRANDO SIN HABLAR, SOLO ACTUA. ENTRA COMO TEMEROSA. MIRA
PARA TODOS LADOS PERO CON LA MIRADA PERDIDA. UNA MANO LA EMPUJA. ELLA
RETROCEDE. VUELVEN A EMPUJARLA, Y ELLA SE RESISTE.

NOEMÍ: Por aquí María, por aquí. ( La toma del brazo y la lleva hacia delante ). No te quites de este
lugar. Desde aquí podrás ver al Maestro.

MARIA: ( Quedando al centro del escenario, mira como espantada, trata de correr, pero la detienen.
Luego grita ): ¡ no….no….no….! (SE ESCUCHA UNA VOZ) “María “……(MARIA SE ARROJA AL
SUELO. LLORA…..GRITA…..SE AGITA…..VUELVE A ESCUCHARSE LA VOZ, AHORA CON
AUTORIDAD): ¡ Te ordeno que la dejes libre ! ¡ Déjala libre !

MARIA: ( Levanta lentamente la cabeza, en silencio. Una mano le arregla la desordenada cabellera.
Ella mira a su alrededor, sorprendida. Ahora se levanta y en sus ojos se ve serenidad. Se queda parada,
mientras todos observan asombrados, luego, se arrodilla, y llora con gratitud y devoción.

T E L O N

NARRADOR: Y desde ese momento María siguió a Jesús. Y es posible que nadie amara tanto a Jesús
como ella. Podía escucharle por horas atenta y caminar también largos tramos siguiéndole. Además
junto con Susana, Juana la mujer de Chuza, intendente de Herodes, sostenía económicamente el
ministerio del Señor Jesús. Se consideraba una obra piadosa sostener a un rabino, así que esto no era
raro. De esta manera transcurrían los días. Una noche de Pascua, cuando ya María Magdalena se
encontraba descansando en una casa en Jerusalén, tocaron a la puerta con fuerza:

ESCENA No. 5
ES LA HABITACION DE MARIA. DESDE AFUERA JUANA, RICAMENTE VESTIDA. TAMBIEN
SUSANA, LLAMAN A LA PUERTA.

JUANA: (Gritando con fuerza) María, María, abre rápido por favor.

SUSANA: Date prisa, es urgente.

MARIA: (Abriendo la puerta) SUSANA Y JUANA ENTRAN A LA HABITACION) ¿Qué sucede? Pasen,
pase, por favor.

JUANA: María, vístete y salgamos. Mi esposo estaba en el palacio de Herodes haciendo unas cuentas
con él, cuando de repente lo llamaron con urgencia. Dijeron que Pilato le remitía a un preso para que lo
juzgara. Dice Chuza que era el Maestro. Herodes lo hizo preguntas pero Jesús no le respondió. Luego
le puso uno de sus trajes y se burló de él. Sus soldados lo insultaron y golpearon, y luego lo regresó a
Pilato. Tomás y Andrés fueron a avisarle a su madre y a su tía Salomé.

MARIA: ( SE LLEVA LAS MANOS AL ROSTRO, COMO LLORANDO )

SUSANA: No tenemos mucho tiempo María. Yo he traído algo de dinero y también Juana. A ver cuánto
puedes llevar tú. Tal vez podemos pagar para que lo suelten, o pagarle a los soldados para que nos
permitan acercarnos a Él.

102
MARIA: ( Se dirige a una mesita y toma una bolsa, luego en un mueble toma su manto) Ya estoy lista,
vamos pronto, corramos. ( SALEN ) TELON.

NARRADOR: Y corrieron por las pedregosas calles de Jerusalem. Del palacio de Pilato al de Anás y
Caifás, de un lado para otro. Juana y Susana, cansadas y con sueño, decidieron ir a su casa para
descansar un rato. María, mujer de Cleofás, María la madre de Jesús, Salomé, Juan el discípulo amado,
y María Magdalena, presenciaron todo el proceso del Maestro y lo siguieron camino al Calvario, lo
acompañaron al pie de la cruz, lo vieron morir, y luego lo sepultaron. Todo ocurrió muy de prisa. Ahora,
después del descanso del Shabat, María se ha levantado muy de mañana y se dirige al sepulcro. Ha
comprado especies aromáticas, y corre hasta llegar al jardín de José de Arimatea. Al llegar, se queda
alucinada y aterrada……la piedra no está en su sitio …es posible que los ladrones hayan profanado el
sepulcro?.....¿Será que los judíos se robaron el cuerpo?.....¿que puede hacer?.....ella no puede resolver
el problema sola. Así que volvió nuevamente corriendo a la ciudad para buscar a Pedro y a Juan. Pedro,
a pesar de haber negado a Jesús, seguía siendo el líder. Así que se dirigió a Él. Pedro y Juan corrieron
a la tumba, y al comprobar que María les había dicho la verdad, regresaron a la ciudad. María llegó
detrás de ellos, volvió a revisar el sepulcro, y luego, a un lado de la tumba, llora desconsolada.

ESCENA No. 6
( SE ABRE EL TELON Y APARECE MARIA JUNTO A LA TUMBA )

MARIA: ( El rostro cubierto con las manos, llorando ).

VOZ: Mujer, ¿ Por qué lloras ? ¿ A quién Buscas ?

MARIA: ( Sin levantar el rostro ) Señor, si tú lo has llevado, dime donde los has puesto, y yo lo llevaré…..(
Continúa con el rostro cubierto y llorando).

NARRADOR: Éstas últimas palabras nos definen el carácter de María, y su decisión desde que el Señor
liberó. Desde que ella tuvo plena conciencia, amó a Jesús y lo llevó en su corazón. Pero no solo en su
corazón, sino en el centro de su existencia. Lo llevó por las ciudades y por las calles. Al igual que los
apóstoles, ella abandonó todo por Jesús. Algunos le seguían a escondidas, otros de lejos, con cobardía,
y ella, aunque tal vez fuera mal vista en una sociedad como la judía, llevó a Jesús con honor y con valor.
Ahora no pensó en su condición de mujer débil y que el Maestro era un pesado cadáver. No pensó
cuándo , donde, o como. Seguía dispuesta a llevar a Jesús, y con decisión y valor dijo: Dime dónde está
y yo lo llevaré.

(TELON)

NARRADOR: Tal vez tú, como María Magdalena, vagas por el mundo esclavo de algún vicio, de algún
pecado, o llevas un sufrimiento, problema o enfermedad. Pero hoy puedes tener ese encuentro con
Jesús. Tal vez has venido al sepulcro otras veces pero no lo has tomado a decisión de llevarlo. Hoy está
aquí y te llama por tu nombre. Quiere librarte de todas tus cargas. Desde hoy puedes llevar a Jesús en
tu corazón y ser feliz. Si lo llevas, en tu vida y tu hogar cambiará. Llévalo con valor y con honor. No hay
razón para seguir atado y sufrir. ¿ Quieres llevarlo hoy ? Él te espera con los brazos abiertos. Aquí está
el altar del Señor. Te espera aquí. ¿ Quieres llevarlo esta noche ? Toma hoy la decisión, y como María
Magdalena, exclama “YO LO LLEVARÉ ”. –

F I N

103
“NO HABRA SIEMPRE OSCURIDAD”
Original de Isabel Urbano

Los relatos de la mujer pecadora que ungió los pies del Señor Jesús y la resurrección del hijo de la viuda
de Naín, se encuentran juntos. No se indica que estos acontecimientos hayan sucedido en el mismo
lugar, ni que los personajes se hayan conocido. Solo están considerados así para la creación de este
drama, que espero sea de bendición.

La escena se desarrolla en una casa de Belén. La familia, se encuentra rodeando la mesa se han
quedado platicando después de la comida. Sobre ellos unos dátiles queso fresco, leche, mantequilla y
pan. El anciano padre preside la reunión.

ABNER.- Hijos míos, yo sé que para muchos de nuestros hermanos el edicto de Augusto César para
ser empadronados cada uno en su ciudad, es bastante molesto, pero para mí ha sido muy grato.
Después de mucho tiempo, el señor me concede tenerlos a mi lado, mis queridos hijos y mis nietos
(luego, dirigiéndose a la nieta más pequeñita). Ven Acsá, ven con tu abuelito. (La niña se acerca, y el
anciano la toma, y la sienta en sus piernas y la acaricia) ¡Que hermosa eres ¡ y como te pareces a tu
abuelita. ¿Ya ves que Abiud ? gracias al edicto de César he podido conocer a esta nietecita tan hermosa.
En esta casa en que Jehová nos bendijo con niños varones ya tenía deseo de tomar en mis rodillas a
una mujercita antes de bajar al seno de nuestro padre Abraham.

ABIUD.- Padre, no pienses eso. Ya verás que el señor te concederá vivir aun muchos años, y sustentará
tu vejez. Y veras crecer a Acsá, y a muchas nietecitas más.

ABNER.- Lo único que deseo es que me permita ver la salvación de Israel.

ELIFELET.- (Dirigiéndose a Abiud) A veces, como tú, he deseado salir de Belén navegar hasta
encontrarte en Alejandría para no seguir mirando como los romanos se apoderan de nuestras tierras,
la mancillan con sus dioses, y nos llenan de escarnio y de dolor. Pero me detiene el pensar que nuestro
padre y Gamaliel quedarían solos con todo el rebaño. Ya ves que a papa nunca le ha gustado tener
pastores asalariados.

ABIUD.- Y haz hecho muy bien en quedarte. Es posible que el ver y sufrir la actitud de los romanos te
angustie, pero es más sufrimiento estar lejos de nuestra tierra, del hogar, pensar en los nuestros y que
pasen los meses sin saber nada de ellos sentarse por las noches, ver las estrellas, y pensar si aquí
también las contemplan, o pensar que nuestro padre, o nuestros hermanos pueden ser el blanco de la
espada de los romanos. Sufrir pensando que al regreso ya no estarán.

GAMALIEL.- ¿Tu has pasado todo eso? Yo pensé que con tus negocios en Alejandría eras feliz, y que
nada te faltaba.

ABIUD.- Los negocios marchan bien. Aunque este lejos, el señor es mi pastor, y no me falta nada. Pero
no se puede ser feliz cuando llevas dentro del corazón el dolor de la lejanía y la separación.

ABNER.- Pero hijos míos. Debemos tener fe y esperanza en que muy pronto vendrá el libertador de
Israel. Recuerden las palabras del profeta Isaías: “mas no habrá siempre oscuridad para la que este en
angustia”

ACSA: ¿Que quieres decir, abuelito?

104
ABNER.- Que aunque todo parezca muy difícil, y sin remedio, todo negro, negro, de Dios siempre
vendrá la luz, un cambio, una vida diferente. A ver, repite: “mas no habrá siempre oscuridad”.

{LA NIÑA REPITE CON EL LA MISMA FRASE, VARIAS VECES.}

LEA: Elifelet, es cierto que todos estamos contentos por la llegada de tu hermano Abiud y su familia,
pero recuerda que hay que atender al rebaño.

ELIFELET.- ¡cierto! Con tanta felicidad no me acordaba de los deberes.

ABIUD.- Esta noche yo les acompañaré, y así lo haré mientras esté en casa. Y tú, padre, puedes
aprovechar este tiempo para descansar, que mucha falta te hace.

ABNER.- No, no. Iremos todos juntos, como antes. Además, recuerda que las ovejas no conocen tu voz.

ACSÄ.- Abuelito, abuelito ¿puedo ir contigo anda, llévame. Te prometo estar quietita y portarme bien.
Anda, abuelito, ¿Si?

ABNER.-Claro, mí muñequita. Tu puedes ir con tu abuelito a todas partes. Vamos. Te voy a enseñar
siete ovejitas que tienen corderitos chiquitos. Nacieron hoy por la mañana .Vas a poder cargarlos.

ACSA.- ¡Que bueno, que bueno! ¡Que lindo eres abuelito!

GAMALIEL.-(Dirigiéndose a su esposa) Elisanea, ¿Nos preparaste algo para llevar?

ELISANEA.- ¡Claro! Aquí hay queso, pan, higos, y en este odre hay un poco de jugo de uvas recién
cortadas.

ELIFELET.- Vamos, vamos . Ya las trompetas anunciaron el final del día. Vamos.

(TODOS SALEN)

ESCENA DOS
NARRADOR: Y salieron con rumbo a los campos de Belén. Era una noche preciosa, con un cielo
bellísimo tachonado de estrellas diamantinas, que al titilar parecían emitir sonidos musicales. La luna,
grande y bella, iluminaba los campos cubiertos de perfumados lirios, y por otro lado, resplandecían los
trigales y las espigas de cebada .y en la serranía, se podían contemplar las terrazas donde se cultivaba
el olivo y la vid . Esa era Belén Efrata, Belén de Judea, o la Casa del Pan. En el caserío, las madres
repetían a sus hijos las palabras del “shema”, “Oye Israel. Jehová nuestro Dios Jehová uno es”, y luego,
poco a poco las luces de las lámparas se iban apagando, y la ciudad iba quedando dormida. En el
campo, los pastores apacentaban sus rebaños mientras los mayores narraban hermosas historias a los
más jóvenes.

(APARECEN SENTADOS ABIUD, ELIFELET, GAMALIEL, LEMUEL, JUDA, Y OBED.)

LEMUEL: yo siempre he deseado ser marinero y en una nave llegar a ese hermoso faro que está en
Alejandría.
JUDA. De pastor a marinero….¡Vaya que hay bastante diferencia!

OBED: Yo creo que si Abiud te hubiera contado de las pirámides de Egipto, también habrías deseado
vivir con el faraón. (TODOS RIEN)

105
ABNER: (Entrando, con Acsá en los brazos) ¡Qué dulce y bella criatura! Tan solo con escuchar su voz,
las ovejas y los corderitos se quedaron tranquilos .Estoy seguro que esa misma ternura tenía la profetisa
Débora. (Se sienta con los demás, y después de una pausa, continúa hablando) Yo siento esta noche
diferente, muy especial y tal vez se deba a que estamos todos juntos.

OBED: Yo también siento el ambiente saturado de paz, a pesar de la guardia pretoriana que envió
Augusto con motivo del empadronamiento… Los rebaños han estado extrañamente tranquilos, y las
flores y los frutos del campo tienen un color y un aroma delicioso.

ABIUD: Por las noches, estando en Alejandría, añoro el aroma del campo, de las flores y hasta del
rebaño, y recuerdo los cantos pastoriles, especialmente ( Puede cada director escoger un canto de su
preferencia. Comienza a cantarlo y todos se unen a su canto)

ABNER: Nuestra pequeñita se ha quedado dormida. ¡Que bella es! Cuanto le agradezco al señor el que
me haya permitido tomarla en mis brazos.

GAMALIEL: Pues yo creo que no es la única que tiene sueño ¿Que les parece si descansan un poco?
Yo puedo permanecer despierto durante las dos primeras vigilias.

ABIUD: La verdad, yo si tengo sueño. También tú, padre, necesitas el descanso. Creo que si aceptamos,
Gamaliel.

(TODOS SE ACOMODAN, Y POCO A POCO, SE VAN QUEDANDO DORMIDOS. GAMALIEL CON SU


CAYADO, CAMINA DE UN LADO PARA OTRO, A VECES MIRA AL CIELO, Y OTRAS COMO QUE
TARAREA UN CANTO. DESPUÉS DE UN TIEMPO, EL CIELO SE VA ILUMINANDO, Y SE EMPIEZA
A ESCUCHAR UN BELLO CANTO, PRIMERO MUY SUAVE, Y LUEGO, POCO APOCO, SE ESCUCHA
MAS FUERTE .LOS PASTORES SE VAN INCORPORANDO, Y TAMBIÉN LA NIÑA. ENTRAN LOS
ÁNGELES, Y CANTAN: “GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y EL LA TIERRA PAZ “ LOS PASTORES
HAN CAÍDO DE RODILLAS, Y ASÍ DE ESTA MANERA ESCUCHAN LAS PALABRAS DEL ÁNGEL)

ANGEL GRABRIEL: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo que serán para todo el
pueblo , que os ha nacido hoy en la ciudad de David, un salvador , que es Cristo el Señor. Y ésto os
servirá de señal, hallaréis al niño envuelto en pañales , y acostado en un pesebre”.

(LOS ANGELES VUELVEN A CANTAR, Y LUEGO SALEN. LOS PASTORES SE VAN


INCORPORANDO POCO A POCO).

ABNER: ¡Qué alegría! Bendito sea el Señor para siempre.

LEMUEL: No puedo creerlo, me parece que estoy soñando. Y ese resplandor me ha dejado casi ciego.

JUDA: También a mi. Pero no perdamos tiempo. Si Dios envió a sus Ángeles para darnos la noticia,
debemos ir pronto.

ELIFELET: si vayamos pues hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, y que el señor nos ha
manifestado.

GAMALIEL: Vamos a llevarle el queso, el pan, y los dátales que nos dio Elisánea.

ABNER: Traigan también un poco de lana . La noche esta fría, y el establo también debe estarlo. ¡Ah!,
y lleven el corderito que nació hoy de “Blanquita” es el primero que ella tiene.

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ACSA: ¿Abuelito, me llevas? ¿Puedo ir contigo?

ABNER: Claro, hijita. Tal vez yo ya no logre mirar la redención de Israel, pero tú si la verás. ¿Recuerdas
lo que te enseñe hace rato? “mas no habrá siempre oscuridad”? bueno, pues eso es lo que esta pasando
ahora ¿Nos vamos?

TODOS: SI, VAMOS, VAMOS PRONTO.

ESCENA TRES
APARECE EL PESEBRE CON JOSÉ, MARIA, Y UN ÁNGEL. SE ESCUCHA MUY SUAVE EL CANTO
“NOCHE DE PAZ “. LOS PASTORES VAN ENTRANDO POCO A POCO, Y SE ARRODILLAN. ACSÁ,
DE PIE, COMO MIRANDO HACIA DENTRO DEL PESEBRE. LUEGO POCO A POCO, SE VA
CERRANDO EL TELÓN

NARRADOR: Los pastores, después de haber adorado al niño, corrieron a sus hogares y a todo el que
veían le comentaban la maravilla de la que habían sido testigos. En Israel, cuando nacía un niño, se
reunían los músicos del pueblo para celebrarlo y darle la bienvenida. Y en esta ocasión, los músicos
del cielo y los ángeles cantaron a Jesús. Cinco días después de haber contemplado al niñito del pesebre,
y muy contento por haber visto al Redentor de Israel, Abner fue reunido con sus padres. Al fallecer,
Abiud, que era el hijo mayor, ya no regreso a Alejandría. Sino que se quedó para atender la casa y los
rebaños de la familia. Abiud y su esposa solo tuvieron un hijo más, que siempre fue enfermizo. En
cambio Acsá, creció dulce y hermosa. Pero Abiud murió cuando Acsá solo tenía diecisiete años. Ahora
sus tíos se habían marchado, uno a Siria y otro a Macedonia. Acsá y su madre para subsistir, fueron
vendiendo poco apoco las ovejas. Y la casa, que era lo único que les quedaba, les fue arrebatada por
un publicano. Sin hogar, sin heredad, sin dinero, la viuda y sus hijos se fueron de Belén a la ciudad de
Naín, donde un pariente de la viuda les ofreció un lugar para vivir. Con la madre anciana, y el hermano
enfermo, Acsá se vio precisada a trabajar para sostenerlos. Han pasado ahora, desde aquella noche en
Belén, treinta años.

ESCENA CUATRO
(LA ESCENA SE PRESENTA AHORA EN UNA LUJOSA HABITACIÓN CUBIERTA DE ALFOMBRAS
Y COJINES PERSAS. SOBRE UNA MESA, UN PLATÓN CON MANZANAS, UVAS, Y DÁTILES.
SOBRE LOS COJINES, DESCANSANDO PLÁCIDAMENTE Y PLATICANDO MUY DIVERTIDAS,
APARECEN VARIAS MUJERES JÓVENES. TODAS ESTÁN VESTIDAS RICAMENTE, CON JOYAS Y
TODA CLASE DE ADORNOS Y AFEITES. ELLAS SON: DINA, RAQUEL, SALOMÉ, ELIZABETH,
BERENICE, LIDIA, Y AL CENTRO DE ELLAS, SENTADA Y APARENTEMENTE ABURRIDA, O
DISTRAÍDA, ACSÁ.

DINA: ¡Mmmm! No sé cómo es que hay quienes dicen que los romanos son toscos y groseros. A mí,
me parecieron tan cariñosos, tiernos y dulces…

RAQUEL: ¿Te fijaste en mi pretoriano? ¡Que musculatura!

SALOME: Malo, malo, muy malo. Recuerden que en este negocio no podemos darnos el gusto de
enamorarnos. Solo nos interesa el dinero que dejen ya sean judíos, romanos, sirios, o lo que sea, y lo
demás no importa.

DINA: ¿No podríamos combinar las dos cosas?

107
BERENICE: ¡Ay Dina! Pon los pies sobre la tierra .todos los hombres que vienen a nosotros solo lo
hacen para pasar un rato agradable, pero en su mayoría tienen su casa, su esposa, sus niños. ¿Crees
que se fijarían en una mujer como nosotras?

ELIZABETH: Un judío, no, definitivamente .pero tal vez un romano…. ¿No se dieron cuenta de las
miradas del centurión para Acsá?

LIDIA: ¿Quién crees que no se iba a dar cuenta, si hasta se tropezó…ja, ja, ja. Y luego tomó el vaso
de alabastro en lugar de la manzana….

RAQUEL: ¿Y se fijaron que cuando le hablaban sus compañeros él ni siquiera los escuchaba?

LIDIA: ¡Ay! Pero cómo no se fijó en mí….

ELIZABETH: Sólo que siempre se fijan en Acsá, tal vez precisamente porque a ella no le interesa nadie.
Es una perfecta estatua griega . Linda, pero sin sentimientos.

SALOME: ¡Déjenla en paz! Ella no les hace ningún mal. Al contrario, gracias a ella esta casa siempre
tiene clientela, rica y selecta.

DINA: No, no. No la queremos molestar. Solo nos gustaría que algún día se encontrara al hombre que
la hiciera feliz, que le arrancara una sonrisa y ¡claro! Que la sacara de esta vida.

BERENICE: También a mí me gustaría salir de aquí. Tiemblo al pensar que algún día alguien de mi
ciudad me reconozca, y le diga a mis hijos de donde proviene el dinero que les envío.

LIDIA: Oigan, muchachas, Acsá está mas callada que siempre (dirigiéndose a ella) Acsá, Acsá, Que te
pasa? No nos gusta verte así,…

SALOME: ¡Vamos, vamos! ¿Qué les parece si se toman ahora mismo un rico baño perfumado? Acaban
de traernos de Arabia una gran provisión de perfume de áloe y nardos, bálsamo de Galaad, casia,
canela, y mirra. Relájense y descansen.,

(TODAS SALEN RIÉNDOSE Y PLATICANDO. SALOME SE QUEDA SOLA CON ACSÁ)

SALOME: Ahora si, ¿puedes decirle a tu amiga Salomé qué es lo que te pasa?

ACSÁ: (Después de un suspiro) Ayer por la mañana fui a llevarle algo de dinero a mi madre. Entré y
salí por la pequeña puerta que lleva a las grutas. Encontré a mi hermano muy enfermo. Y por la tarde,
mi madre envió un muchacho a avisarme que había muerto. No sabes que desesperada me encuentro,
no puedo asistir al entierro de mi hermano. ¿Cómo va a presentarse una prostituta como yo entre las
mujeres decentes? ¿Cómo estará sufriendo mi madre? Hace un rato estaba dispuesta a presentarme
en el entierro, aunque las mujeres me apedrearan. ¡Nunca volveré a ver a mi hermanito! (LLORA
AMARGAMENTE)

SALOME: (Abrazándola) Debes sentir consuelo al pensar que si has llevado esta vida, es porque la
misma vida ha sido muy dura contigo. No tenías otra solución. Piensa que pudiste pagarle a tu
hermanito los médicos y las medicinas que necesitó, y que tu madre pudo cuidarlo sin que nada le
faltara, gracias al dinero que tú ganabas, no importa cómo. Yo sé que has vivido en este medio, pero
que en el fondo de tu corazón sufres, y que desearías que algún día esto terminara. Y si has trabajado

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en esta casa, lo has hecho por el grande amor hacia tu madre y tu hermano. No llores, no llores, por
favor.

ACSA: (SE ACURRUCA EN EL PECHO DE SALOMÉ Y CONTINÚA LLORANDO. ENTRE SOLLOZOS


HABLA) Un día,… mi abuelo me dijo que no habría siempre oscuridad… y yo como niña….le creí….
Pero solo fueron…. unos años…. Porque desde hace mucho…. mi vida ha estado llena…. muy llena de
tinieblas…. Nunca sale el sol…. Y creo que así en mis tinieblas moriré…. Esta vida me ha marcado….
Jamás podré salir de ella…. ¡Nunca!…. ¡Nunca...!

SALOME: Mira Acsá, tal vez no sea yo la indicada para decírtelo, pero nuestros antepasados y nuestros
pueblo siempre han esperado en Dios, y tú sí sabes de qué manera Él ha estado con nosotros.

ACSA.- (Continúa llorando) Dios…Dios… hace años creí que un niño...que un niño era el Redentor….
¿Dónde está ese Dios?..... Dios…, si tu existes, ya que yo no puedo estar con mi madre en estos
momentos, tu acompáñala, consuélala… (EN ESOS MOMENTOS SE ESCUCHAN FUERTES
GOLPES EN LA PUERTA. ELLAS NO HACEN CASO, SIGUEN ABRAZADAS, ACSÄ LLORANDO Y
SALOME TRATANDO DE CONSOLARLA. DESPUÉS YA NO SE ESCUCHAN LOS GOLPES, Y
LUEGO, ENTRA LIDIA)

LIDIA: (ENTRANDO) Acsá, Acsá, te buscan a ti. Es una mujer vestida de luto. Viene con un muchacho.
Dicen que les urge verte. Que son tu madre y tu hermano. Los hice pasar al recibidor.

ACSA: (PRIMERO MUESTRA ASOMBRO, Y. LUEGO, CON LLANTO, Y CON HISTERIA, SACUDE A
LIDIA) ¿Por qué, por qué vienes a burlarte de mí? Mi hermano murió… ¿lo oyes?... (LLORADO Y
GRITANDO) ¡Mi hermano murió ayer! En estos momentos deben estar regresando del entierro… (EN
ESE MOMENTO IRRUMPEN EN LA HABITACIÓN MERARI MADRE DE ACSÁ Y ABIUD, SU
HERMANO. ACSA LOS MIRA. RETROCEDE PRIMERO, LUEGO SE ACERCA A SU HERMANO, LO
MIRA CON ASOMBRO TOCA SU ROSTRO REPETIDAMENTE, LUEGO, LLORANDO, LO ABRAZA…
Y AL ABRAZARLO CAE COMO DESMAYADA. ÉL LA SOSTIENE, LA ACERCAN A UN ASIENTO, LE
DAN A OLER UNA SUSTANCIA, Y ELLA VUELVE EN SI.)

ACSA: Mamá… mamá,… me avisaron que había muerto,… he sufrido mucho, mucho.

MERARI: Si, hija mía. Yo sé que debes haber sufrido. Pero ahora todo ese sufrimiento puede quedar
atrás. Y también puedes iniciar una nueva vida. Desde hoy todos podremos iniciar una nueva vida.

ACSA: No, mamacita. Yo no para mi no hay ninguna esperanza. Además, ¿de qué vas a vivir, y mi
hermano, con que vas a pagar sus medicinas si yo dejo de trabajar?

MERARI: Hija mía. ¿Te acuerdas de la frase que tu abuelito te enseño “mas no habrá siempre oscuridad
para la que está ahora en angustia? ¿Te acuerdas de aquel niñito que tú misma dices que anunciaron
los ángeles allá en Belén? Sí es cierto. Él es el Mesías, el Redentor. Tu hermano sí había muerto. Yo
deseaba que tú me acompañaras. Yo sé por qué llevas esta vida. Y a mi no me importa, ni me importa
lo que diga la gente. Iba yo sola en el entierro, cuando de repente, vi frente a mí una gran multitud.
Jesús venia allí. De pronto se acercó a mí, y me dijo con mucha ternura, “no llores “, luego, tocó el
féretro, y le dijo a tu hermano: “joven, a ti te digo, levántate”, y tu hermano se levantó. No solo está vivo,
sino que está completamente sano.

ABIUD.- Si, Acsá. Estoy sano…Y de aquí en adelante yo seré el que trabaje y lleve el sustento al
hogar. Ya no tienes necesidad de esta vida. Jesús me sanó a mí de la enfermedad de mi cuerpo, pero
por esa misma sanidad, Jesús ha traído un cambio para tu vida.

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MERARI: ¿Quieres verlo nuevamente? ¿Quieres agradecerle lo que ha hecho por tu hermano?
¿Quieres agradecerle lo que ha hecho por nosotras? ¿Quieres agradecerle que te dé la oportunidad de
llevar una nueva vida?

ACSA : Pero yo ….¿Cómo podré acercarme a Él? Soy una pecadora… estoy manchada …, muy
manchada por el pecado… , no,… no puedo .

MERARI : Si mi niña.. . sí puedes . El vino para sanar , para ayudar , para perdonar . Vé a buscarlo….
lo encontraras en casa de Simón el fariseo ... El te recibirá . no importa quienes estén allí , ni lo que
puedan decir.. . Ve, hija mía , porque ya no habrá más oscuridad para tu vida .

( ACSA SE ACERCA A LA MESA , TOMA UN FRASCO , SALE Y SE VA CERRANDO EL TELON )

NARRADOR : Y tomando un frasco de alabastro con perfume, Acsá salió con rumbo a la casa de
Simón el fariseo.. . Tenía que ver a Jesús, tenía que pedirle perdón , tenía que darle las gracias, no
le importaba que a su paso la gente se apartara de ella, no le importaba el desprecio , ni los insultos
que le dirigían…Y al llegar a la casa de aquel hombre que pertenecía a la secta más escrupulosa, dura,
e implacable, Simón el fariseo, tampoco le importa que la insulten o la empujen para sacarla de allí.. ,
Necesita encontrarse con Jesús.. . Sabe que Él puede limpiar su alma , devolverle su honor , apartarla
de la vergûenza. ( ACSÄ VA ENTRANDO POCO A POCO , CON SU CABEZA ENTRE LAS MANOS
Y LOS CABELLOS SUELTOS) …Entra… alza sus ojos …, Jesús la mira … y tan solo con la mirada
Acsá siente su perdón... El pasado se ha ido, la angustia ha terminado… y entonces, en silencio ,
rompe el frasco , y se arrodilla ante su Señor y Salvador… , Quisiera decir muchas cosas, pero solo
puede llorar… , Sus lágrimas caen sobre los pies de Jesús, …y también sobre ellos vierte el perfume
que llena la casa de su olor. Y su llanto ya no es de dolor… ¡Es el llanto del perdón!... ¡Es el llanto de
la alegría del nuevo nacimiento… , el llanto de la conversión… ¡Es el llanto del pecador que tiene una
esperanza de salvación… , escucha voces… , pero no le interesa lo que digan , solo escucha cuando
Jesús le dice : “ tus pecados te son perdonados “ ….

(ACSA PERMANECE LLORANDO , DE RODILLAS , CON SU ROSTRO ENTRE LAS MANOS , EN


ACTITUD CONTRITA , MIENTRAS SE ESCUCHA EL CANTO : “ YA LA NOCHE CON SUS SOMBRAS
SE ALEJO ,” Ó “ EN NEGRO FANGO YO ESTABA HUNDIDO , O ALGÚN OTRO CANTO ALUSIVO
Y SE VA CERRANDO POCO A POCO EL TELÓN ) .

NARRADOR: Tal vez tú también lleves una pesada carga, y como esta mujer pienses que ya no hay
forma de salir , o que no hay solución. Pero Jesús vino con una esperanza para ti. El quiere disipar las
sombras por donde vagas perdido , quiere iluminar tu vida con su resplandor , quiere mostrarte el
camino para una nueva vida , y como a aquella mujer, hoy desea, sobre todas las cosas, que sientas
que te ama y te perdona. No importa cuán bajo hayas caído, ni el pecado más negro que hallas podido
cometer, pues “ la noche más oscura tiene su aurora, tiene su albor, la vida más perdida, tiene esperanza
del Salvador. No importa que el pecado te haya manchado con su maldad, pues Cristo te perdona, y
te corona de santidad”. Hoy, abre tu corazón para que nazca en él, el niño de Belén. Como la mujer
pecadora, alza tus ojos, mira a Jesús, y si tú lo haces, a partir de este momento, en tu vida no habrá
más oscuridad.

F I N

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