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Reflexiones sobre el desarrollo y

clasificación de las ciencias{*}

Plantear como problemas antagónicos el saber de la filosofía y el de la ciencia es un


absurdo, porque filosofía y ciencia no son dos saberes, sino dos formas del saber.

El saber inteligente es el que distingue el ser del parecer, y es capaz de definir, de


señalar las esencias; es el que Scheler llama «saber culto», y de ese saber es del que
devienen las formas filosófica y científicas.

Como ciencia viene de «scire» que en latín quiere decir saber, se han asimilado como
sinónimo saber y ciencia, dándosele a esta última una extensión no usual. Saber es un
término de mayor denotación, porque expresa el conjunto de saberes posibles, de ahí que
se le identifique con teoría, en cuanto visión de lo que las cosas son verdaderamente.

De igual modo se usan como equivalentes saber y conocimiento, ya que éste es el


resultado del acto de conocer, que aspira al saber de algo.

En un sentido restringido, saber significa la aprehensión de la realidad que se incorpora


a nuestro espíritu, de ahí que Ortega haya dicho que es «saber a qué atenerse». Este modo
de comprenderlo es una forma parcial, que equivale a lo técnico y a lo utilitario.

La contemplación desinteresada del objeto a fin de alcanzar su esencia o sus


implicaciones esenciales, asemejan la actitud filosófica y la científica. Por eso ha dicho
Bertrand Russell en su libro «Misticismo y Lógica» que «La curiosidad desinteresada, fuente
de casi todo esfuerzo intelectual, encontrará con asombrada complacencia que la ciencia
es capaz de revelar secretos que tal vez parecían imposibles de descubrir». Pero cuando
la ciencia se enfrenta al objeto con fines utilitarios y prácticos, la ciencia se convierte en
técnica.

El hombre ha usado y sigue usando de la técnica para saciar sus necesidades tanto
materiales como sociales. Pero el exceso de técnica ha producido la superespecialización,
y ha limitado su capacidad, ha perdido universalidad, a tal extremo, que no puede prever si
el objeto a que dedica su esfuerzo producirá un fin bueno o malo, no sabe cuál será el
destino futuro de su descubrimiento. [14]

Como dice García Bacca, todo hombre «tiene» y «debe» tomar una actitud en el
mundo científico impulsado por la técnica; pero como bien hace notar tiene es una
necesidad física, en tanto debe es una necesidad moral, y el debe es indudable que ha de
implicar un control del tiene. Cuando las ciencias se aplican a la destrucción del hombre y
de sus instituciones, encuentran allí su límite determinado por la libertad y dignidad
humanas.

Podemos señalar dos propósitos distintos en la ciencia, uno teórico, dirigido a la unidad
del mundo y a su heterogeneidad objetiva; el otro práctico, encaminado a la acción del
hombre, a la evitación del peligro y a la satisfacción de las necesidades. Lo teórico y lo
práctico están unidos entre sí, como el cuerpo y la sombra.
La misión de las ciencias de la realidad es descubrir los nexos, ya sea entre los
fenómenos, ya entre los conceptos que los representan. Los límites de estas ciencias están
determinados, de un lado, por la múltiple complejidad del Universo; de otra, por los medios
instrumentales de que dispone.

Las ciencias son formas de saber particular con las que el hombre trata de descorrer
el velo de la realidad: su carácter es el de ser verificables. Por otro lado, el conocimiento
científico es producto colectivo, esto es, es el resultado del esfuerzo acumulado de muchos
hombres, que se transmite y progresa en la medida en que se va logrando el dominio de la
realidad.

En cambio, el hacer filosófico es individual, la mente sólo cuenta consigo misma,


aunque sea capaz de usar los resultados precedentes. Pero ninguna filosofía que tenga
como fundamento la realidad puede negar la ciencia, pues como bien se ha dicho, sería
negar al hombre mismo, cuya existencia transcurre en un mundo de objetos.

El Universo es totalidad y multiplicidad, el conocimiento de esta multiplicidad


como tal, exige la división y clasificación de sus conocimientos, así como su
ordenamiento sistemático: esto ha determinado a lo largo de la historia de la cultura,
un afán por la clasificación correcta de las ciencias.

Las ciencias aparecen en Grecia en el siglo VI A.C., y científicos fueron los


primeros filósofos de Jonia. Con Platón aparece un intento de clasificación al señalar
las ciencias de acuerdo con las facultades del alma: por la percepción alcanzamos
la doxa u opinión; por la razón, el episteme o conocimiento científico; por
la voluntad la actuación. Posteriormente Aristóteles, siguiendo la finalidad de la
actividad científica, establece dos grupos, el de las ciencias teóricas y el de
las ciencias prácticas, clasificación que perduró hasta los tiempos modernos.
También tuvo fortuna la clasificación estoica del sistema del saber, en Lógica, Física
y Ética, subdividida cada una de estas disciplinas según el objeto examinado.

Pero en realidad los griegos no distinguieron entre la ciencia y la filosofía. La Física de


Aristóteles no es sino una Filosofía de la naturaleza, y los antiguos la consideraron como
verdadera ciencia de la naturaleza. [15]

Tal como hoy se la concibe, la ciencia viene a constituirse después de Descartes,


Bacon y Galileo: como un saber de la naturaleza física y biológica a través de las
matemáticas. A partir del siglo XIX, se hace más distinto el campo de las ciencias físico-
matemáticas, no confundiéndose ya con la filosofía de la naturaleza, y lejos de esto, ocupan
dichas ciencias el lugar de esta filosofía.

En tanto, la historia y la cultura cobran gran interés como saber científico. Esto
representa un movimiento fácilmente advertible en nuestros días, de acercamiento mutuo
entre filosofía y ciencia.
Con Bacon, en el siglo XVIII comienza la clasificación de la ciencia atendiendo al
fenómeno epistemológico, esto es, a las facultades subjetivas; de ahí que él las
agrupe en ciencias de la memoria, como la historia; de la imaginación, como la
poesía; y del entendimiento, como la filosofía. Esta clasificación sirvió de base a las
relaciones de la ciencia hasta el siglo XIX, en que aparece un nuevo ordenamiento
fundamentado objetivamente.

Ya Hobbes había señalado el conocimiento de los hechos como punto de catalogación


de las ciencias, agrupándolas en histórico-empíricas y científico-filosóficas. Schopenhauer.
siguiendo esta idea, las divide en ciencias puras: teoría del principio del ser y del principio
del conocer; y empíricas: teoría de las causas, de las excitaciones y de los motivos.

La clasificación de las ciencias fue de vital importancia en la etapa positivista,


pues la verdadera filosofía, desposeída de la metafísica, se había convertido en una
mera recapitulación de las ciencias. Liberada de la filosofía, Comte establece una
ordenación lineal, atendiendo al grado de abstracción; por ello, las de mayor grado son las
matemáticas, y las de un grado inferior de abstracción, la sociología. Entre ambas escalona
todas las demás ciencias. Su concepción positivista sostiene que esa jerarquía de las
ciencias coincide con el desarrollo histórico, siendo las más abstractas las que aparecen
primero, y las menos las que surgen últimas.

Spencer modifica la clasificación anterior, y establece tres grupos de ciencias:


abstractas, que son ciencias formales como la lógica y las matemáticas; concretas, ciencias
de fenómenos, como la biología; abstracto-concretas, que participan de las características
de las otras dos, como la física.

Más moderna es la actitud que a los fines de clasificar las ciencias tiene en cuenta los
objetos y la esfera de la realidad a que pertenecen: mundo, hombre, espíritu, cultura. Sobre
ésta está inspirada la clasificación de Wundt en ciencias reales y ciencias formales. Las
reales comprenden las ciencias naturales, de la cultura y del espíritu; las formales o ideales
están integradas por las matemáticas.

Las ciencias naturales son empíricas, causales; para Bacon el «saber verdaderamente
es saber por las causas». Comprenden las ciencias de la naturaleza el vasto campo del
mundo orgánico e inorgánico, que se reparten las ciencias biológicas y físico-químicas. Son
ciencias de hechos, experimentales. [16]

Bertrand Russell ha dicho que hay «dos clases de unidad en el mundo de la


experiencia, una es la que cabe calificar de unidad epistemológica... la otra, aquella unidad
intentada y parcial que se manifiesta en la prevalencia de las leyes científicas en aquellas
partes del mundo hasta ahora dominada por las ciencias».

Las ciencias culturales y del espíritu tienen por objeto la condición humana:
el espíritu del hombre y la realidad que él crea, la cultura. Son también ciencias de lo real,
pero no constituyen un saber de experiencia, sino de comprensión psíquico-espiritual, y
tienen en cuenta un sistema de valores que las colocan en una relación inmediata con la
axiología.
Stumpf usa de varios principios en su clasificación. Atendiendo a los objetos, divide a
las ciencias en ciencias de las funciones y ciencias de los fenómenos psíquicos. Las unas,
que son ciencias del espíritu, se subdividen en psicología y en ciencias del espíritu en
general; las primeras se refieren a las funciones elementales, las segundas a las funciones
complejas. Atendiendo a los objetos derivados de los fenómenos, señala las ciencias
naturales; y teniendo en cuenta los fenómenos propiamente, la fenomenología y la
eidología, y también las ciencias de las relaciones. A la metafísica correspondería, en esta
clasificación, la investigación de las relaciones entre los distintos tipos de objetos. Según
otro punto de vista, Stumpf divide las ciencias en individuales y generales, esto es, ciencias
de hechos o de leyes; en homogéneas como las matemáticas y heterogéneas como todas
las ciencias restantes; en ciencia de lo que es y ciencia de lo que debe ser.

Husserl nos ofrece una última clasificación, atendiendo a la forma lógica que las
ciencias guardan al enlazar sus conocimientos. De este modo las divide en ciencias
teoréticas o eidéticas, que se refieren a las leyes, por lo tanto a ideas; y ciencias fácticas
que se contraen a los hechos.

En el panorama que ofrecen las ciencias actualmente, puede apreciarse que falta a
las llamadas ciencias del espíritu o de la cultura una doble conformidad: en el fundamento
gnoseológico y en el procedimiento metodológico. En las ciencias de la naturaleza hay una
extralimitación, van más allá del supuesto teórico que las fundamentan, porque ellas no
pueden llevarnos a la captación de las esencias, sino sólo a la generalización de sus
relaciones.

La lógica aristotélica y la geometría de Euclides han sido completadas por una lógica
no aristotélica y una geometría no euclidiana. La física causal de Newton ha dado paso a
sistemas que la superan y contemplan una realidad nueva; pero toda concepción de la física
gira alrededor de ciertos términos: fuerza, causa, energía, capacidad de trabajo,
determinados en función del tiempo. Ahora bien, la investigación de la naturaleza del tiempo
no es un problema científico, sino que pertenece plenamente al dominio de la filosofía. La
filosofía, como ha dicho Oswaldo Robles, sigue siendo un saber rector.

Todo intento del espíritu de investigar una realidad que no sea el mismo, dice
Meyerson, implica premisas de orden metafísico. [17] El pensamiento científico está
fundamentado sobre tres hipótesis metafísicas: la realidad del mundo exterior; la relación
de los fenómenos en el espacio y en el tiempo regulada por leyes; y las leyes cognoscibles
por la razón.

En el conocimiento de un mundo exterior a nuestro espíritu, se está reconociendo un


ser ajeno a nuestro ser, y si el positivismo científico quisiera negar esa realidad, se reduciría
a un estrecho solipsismo del yo.

El conjunto de las ciencias naturales desestimando los fundamentos filosóficos, se


encontró ante la evidencia de que sus supuestos teóricos no tenían mayor fuerza que la
fundamentación metafísica. Científicos notables han convenido de nuevo en considerar los
principios metafísicos de la ciencia. La autorizada palabra de Einstein dice a este respecto:
«La creencia en la existencia de un mundo exterior independiente del sujeto perceptor, es
la base de las ciencias naturales». (Einstein: «The World as I see it»). Y Max Plank se ha
expresado de modo semejante: «Saltamos al reino de la metafísica, pues aceptamos la
hipótesis de que las percepciones sensoriales no crean por sí mismas el mundo físico que
nos rodea, sino que más bien aportan noticias de otro mundo que se haya fuera y es
completamente independiente», y más adelante agrega, «existen dos teoremas que en
conjunto forman el punto cardinal hacia el cual se dirige la total estructura de la ciencia
física. Estos teoremas son: uno, hay un mundo real externo que existe independiente de
nuestro acto de conocer; dos, el mundo real externo no es directamente cognoscible» (Max
Plank: «¿A dónde va la ciencia?»)

Todo lo dicho hasta ahora en relación a la historia del desarrollo y clasificación de las
ciencias, nos hace evidente que no se ha alcanzado el punto que deba satisfacer la unidad
del saber humano. Partiendo de nuestra tesis inicial de que el saber científico no es más
que una forma del saber total estimamos que, para una clasificación cabal de las ciencias
particulares ha de tenerse en cuenta la vinculación con las demás ciencias dentro del ámbito
total del saber.

La parcelación de ciertas formas del conocimiento, como sucede con las ciencias
especiales, no se opone a su natural jerarquización, y son universos complementarios y no
antípodas las esferas científicas y filosóficas. Un punto de vista integrador para clasificar
todas las formas del saber, es lo que nosotros propugnamos. Un punto lo suficientemente
alto –o bajo– que permita partir, sin interferencias a todos los caminos del conocimiento
humano.

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