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EDUCAR; ESO VIENE MÁS TARDE

Por Mortimer J. Adler1

Durante más de 40 años, una idea predominante en mi filosofía educativa ha sido la de


reconocer que jamás ha sido nadie educado - nadie puede serlo - en una escuela o
universidad.

Tal sería el caso si nuestras escuelas y universidades fueran perfectas, que ciertamente no
lo son, e incluso si los estudiantes fueran los mejores y más inteligentes, y también
conscientes en la aplicación de sus facultades.

La razón es sencillamente que la propia juventud - la inmadurez - es un obstáculo


insuperable para llegar a educarse. Para los jóvenes está la escolarización. La educación
llega más tarde, ordinariamente mucho más tarde. Lo más acertado que pueden hacer
nuestras escuelas es preparar a los jóvenes para seguir aprendiendo a lo largo de la vida,
proporcionándoles la aptitud para el aprendizaje y el amor por el saber. Actualmente,
nuestras escuelas y universidades no lo están haciendo, pero eso es lo que deberían estar
haciendo.

Hablar de un joven educado o de un joven sabio, profundo en la comprensión de ideas y


temas fundamentales, supone una contradicción en los términos equivalente a la de
hablar de la cuadratura del círculo. Puede prepararse a los jóvenes para una educación en
los años venideros, pero sólo los hombres y las mujeres maduras pueden llegar a
educarse, comenzando el proceso a sus 40 o 50 años y alcanzando un poquito de genuina
intuición, de juicio sensato y de sabiduría práctica después de cumplir los 60.

Esto es lo que no sabe ni puede comprender ningún titulado de enseñanza media o


superior. En realidad, la mayoría de sus profesores no parecen saberlo. Con su obsesión
por cubrir unos contenidos y con su modo de examinar a sus alumnos, no actúan
ciertamente como si comprendiesen que sólo están preparándolos para su educación en

1
Mortimer Adler es el Director del Instituto de Investigación Filosófica de Chicago y Presidente del Consejo
de Redacción de la Enciclopedia Británica.
el futuro más que para tratar de darle cumplimiento dentro de los recintos de sus
instituciones.

Hay, por supuesto, algo de verdad en la antigua idea de que la conciencia de la ignorancia
es el comienzo de la sabiduría. Pero téngase presente que es sólo el comienzo. A partir de
ahí uno tiene que hacer algo con ese fin. Y para hacerlo inteligentemente, uno tiene que
saber algo sobre sus causas y remedios: por qué los adultos necesitan educación y qué
pueden hacer dadas sus posibilidades.

Cuando los adultos jóvenes se dan cuenta de lo poco que aprendieron en la escuela,
ordinariamente dan por supuesto que algo fallaba en la escuela a la que asistieron o en el
modo en que allí empleaban el tiempo. Pero el hecho es que el mejor titulado posible de
la mejor escuela posible necesita continuar aprendiendo todo, tanto como el peor.

¿Cómo deberían arreglarse para hacerlo? En un libro reciente he tratado de responder a


esta pregunta: « ¿Cómo deberían proceder las personas que desean dirigir por sí mismas
la continuación de su aprendizaje una vez finalizada toda escolarización? ». Una respuesta
escueta y sencilla: leer y conversar.

Nunca leer solamente, porque la lectura sin la conversación con otros que hayan leído el
mismo libro no es ni mucho menos tan provechosa. Y así como la lectura sin la
conversación puede dejar de producir el máximo de comprensión a que debería aspirarse,
del mismo modo la conversación sin la sustancia que ofrecen los buenos y grandes libros
probablemente degenerará en poco más que un intercambio de opiniones o de prejuicios
personales.

Aquellos que se tomen esta recomendación en serio, por supuesto que estarían en mejor
situación si su escolarización les hubiese proporcionado la disciplina intelectual y la
aptitud que necesitan para llevarla a cabo, y si, además, les hubiese introducido en el
mundo de la cultura con cierta apreciación de sus ideas y temas fundamentales. Pero
incluso el individuo que tuviese la fortuna de salir de su escuela o su universidad con una
mente tan disciplinada, todavía tendría un largo camino que recorrer antes de llegar a ser,
él o ella, una persona educada.
Si nuestras escuelas y universidades cumplieran su cometido y los adultos el suyo, todo
iría bien. Sin embargo, nuestras escuelas y universidades no están cumpliendo el suyo
porque intentan hacer cualquier otra cosa. Y los adultos no están haciendo lo suyo porque
la mayoría permanecen en el engaño de creer que han completado su educación al
finalizar su período escolar.

Tan sólo la persona que se percata de que la edad madura es el tiempo de adquirir la
educación que ningún joven podrá jamás adquirir, se sitúa por fin en el camino real hacia
el saber. El camino es empinado y pedregoso, pero es el camino real, abierto a
quienquiera que tenga aptitud para aprender y bien a la vista el fin último de todo saber:
la comprensión de la naturaleza de las cosas y el lugar del hombre en el proyecto total.

Una persona educada es la que a través de los afanes de su propia vida ha asimilado las
ideas que la hacen representativa de su cultura, que la hacen portadora de sus tradiciones
y la capacitan para contribuir a su perfeccionamiento

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