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Coseriu. Notas
En Introducción a la lingüística de Eugenio Coseriu, el egregio lingüista
rumano, pretende establecer las bases propedéuticas del estudio de la
lingüística como ciencia, dejando patente, una vez más, el carácter reflexivo de
una disciplina que se nutre de su propia fuente de estudio para articularse
como tal. Para ello, el autor, comienza por definir y delimitar su objeto de
estudio, es decir, nos indica qué es y qué no es lingüística. De sus palabras
podemos, así, extraer unos conceptos que nos resultarán imprescindibles para
entender la lingüística.
Encontramos, de esta forma, una primera definición en la que se nos resalta
que la lingüística es «la ciencia que estudia desde todos los puntos de vista
posible el lenguaje humano articulado, en general y en la formas específicas en
que se realiza, es decir, en los actos lingüísticos y en los sistemas de isoglosas,
llamados lenguas» (Coseriu, 1986: 11). Asimismo, se opone este concepto dado
a otras ciencias, tales como la filología, puesto que, para el autor, ésta es «la
ciencia de todas las informaciones que se deducen de los textos» (Coseriu,
1986: 13) , por lo que mientras que la lingüística considera los textos como
hechos lingüísticos, como fenómeno del lenguaje, para la filología los mismos
textos representan unos documentos para el estudio de la cultura e historia de
éstos. A pesar de dicha oposición, la lingüística y la filología se sirven la una de
la otra en sus respectivos propósitos, esto es, la filología proporciona a la
lingüística informaciones que no se pueden deducir exclusivamente del aspecto
lingüístico de los textos, y al contrario, el filólogo tendrá que recurrir a los
hechos lingüísticos para poder cumplir su objeto. Si bien, hay corrientes, como
la lingüística idealista, que no realizan esta distinción, identificando el lenguaje
con la poesía y la lingüística con la filología.
De la propia definición de lingüística, Coseriu, considera necesario precisar los
distintos términos que utiliza para nominarla, por lo que también nos facilita,
entre otras, las definiciones de lenguaje o lengua.
En referencia al lenguaje, definido como «cualquier sistema de signos
simbólicos empleados para intercomunicación social» (Coseriu, 1986: 21), nos
hace notar que la lingüística se ocupa esencialmente del lenguaje articulado,
esto es, el estudio del lenguaje en que los signos son palabras constituidas por
sonidos. Dentro del lenguaje articulado se distinguen dos realidades básicas: el
acto lingüístico y la lengua, o sea, el sistema al que el acto corresponde. En
consecuencia, el acto lingüístico corresponde «al acto de emplear para la
comunicación uno o más signos del lenguaje articulado» (Coseriu, 1986: 16),
donde estos signos o símbolos, para que realmente sea posible que produzcan
el acto comunicativo, tienen que poseer la misma forma y más o menos el
mismo significado dentro de una determinada comunidad lingüística. Este
hecho, con cierto grado de abstracción, nos permite hablar de la “identidad” de
los signos que encontramos en los actos lingüísticos, lo que a su vez nos lleva a
la definición de lengua como un sistema de isoglosas comprobado en una
comunidad de hablantes, es decir, la lengua no existe solo como sistema de
actos lingüísticos sino que también lo hace virtualmente en la memoria de los
hablantes de dicha comunidad.
Se nos plantea, entonces, el concepto de isoglosa en la definición de lengua.
Las isoglosas representan los actos lingüísticos comunes de cierto territorio, o
de cierta época o de dos o más épocas, por ello, cuanto más amplio es el
sistema de isoglosas considerado en el espacio o en el tiempo, tanto menor es
el número de isoglosas que lo consituyen y viceversa. Así, por ejemplo, el
sistema español contiene menos isoglosas que el sistema murciano.
El autor afina todavía más en el acotamiento de la lingüística,
denominando lingüística general a la ciencia que estudia el lenguaje en su
esencia y en sus aspectos generales sin referencia a una lengua determinada.
También diferencia la lingüística general de la filosofía del lenguaje, puesto
que ésta última se ocupa de la relación del lenguaje con otras actividades
humanas y busca la esencia última del lenguaje entre los fenómenos que
manifiestan la propia esencia del hombre.
Dentro de la definición de lenguaje, se hace referencia también a los signos.
Comúnmente entendemos por signo «el “instrumento” que está por una idea,
un concepto o un sentimiento con los cuales el signo mismo no coincide: un
instrumento que evoca, en particular, un concepto en virtud de una
“convención” y de acuerdo con una tradición determinada, pero que no tiene
con el concepto evocado ninguna relación necesaria de causa a efecto o
viceversa» (Coseriu, 1986: 22). Por poner un ejemplo, el signo que representa
el vocablo “mesa” en sí mismo, es decir, en su naturaleza intrínseca, no
contiene ningún elemento que evoque el objeto al que se refiere. En
consecuencia, podemos establecer que los signos del lenguaje humano tienen
siempre un valor simbólico, es decir, un valor que no reside en los signos
materiales como tales y al que éstos sólo se refieren.
¿Sabías qué?
Coseriu además de ser catedrático de lingüística románica de la Universidad de Tubinga (Alemania),
donde fue nombrado profesor emérito, obtuvo más de 40 doctor honoris causa en universidades de todo
el mundo.