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Para conocer

LA ETICA CRISTIANA M a r c ia n o V id a l

EDITORIAL VERBO DIVINO


Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra) - España
1991
3.a Edición

Diseño y dibujos: Mariano Sinués.


® Marciano Vidal - ® Editorial Verbo Divino, 1989. Es propiedad . Printed in Spaín
Fotocomposición: Cometip, S. L., Plaza de los Fueros, 4. 31010 Barañain (Navarra)
Impresión: Gráficas Lizarra, S. L., Ctra. de Tafalla, km. 1. 31200 Estella (Navarra)
Depósito Legal: NA. 1.896-1991
TCRW «4 71 SI 622 5
Contenido

Unidad 1.a ¿Qué es la moral cristiana?............................................................. 9


Unidad 2.a Conceptos básicos de la moral cristiana ........................................ 31
Apartado 1. La responsabilidad moral y sus expresiones: opción funda­
mental - actitudes - actos ....................................................................... 33
Apartado 2. Los valores y las normas m orales............................................ 44
Apartado 3. La conciencia moral cristiana................................................. 57
Apartado 4. El pecado: fracaso en la vida moral cristiana........................ 73

Unidad 3.a Moral personal................................................................................. 93


Unidad 4.a Moral de la comunicación interpersonal........................................ 113
Unidad 5.a B ioética................................................................................................. 127
Apartado 1. El valor de la vida humana desde su comienzo hasta su fase
term in al....................................................................................................... 129
Apartado 2. Etica de la reproducción humana asistida............................. 151

Unidad 6.a Moral sexual......................................................................................... 169


Unidad 7.a Moral conyugal y fam iliar................................................................... 195
Apartado 1. Moral del matrimonio cristiano ............................................. 197
Apartado 2. Moral de la familia cristiana................................................... 220

Unidad 8.a Moral económica ................................................................................. 235


Unidad 9.a Moral política ...................................................................................... 265
Unidad 10.a Bienes culturales y ética cristiana ............................................... 283
Unidad 11 .a Moral de la violencia y del conflicto............................................ 303
Unidad 12.a Etica de la paz frente a la inmoralidad de la guerra .................. 327
Unidad 13.a Las actitudes éticas para realizar el compromiso social cristia­
no ....................................................................................................................... 349

Conclusión. Hacia la nueva sociedad humana .................................................... 361

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 5


SIGLAS

1. Documentos del Concilio Vaticano II RN = Rerum novarum.


AA = Apostolicam actuositatem. SRS = Sollicitudo rei socialis.
AG = Ad gentes.
CD = Christus Dominus. 3. Otros documentos del magisterio eclesiástico
DH = Dignitatis humanae. CP = Communio et progressio.
DV = Dei Verbum. CT = Catechesi tradendae.
GE = Gravissimum educationis. DM = Dives in misericordia.
GS = Gaudium et spes. DV = Donum vitae.
IM = Inter mirifica. EN = Evangelii nuntiandi.
LG = Lumen gentium. ES = Ecclesiam suam.
NA = Nostra aetate. FC = Familiaris consortio.
OE = Orientalium ecclesiarum. HV = Humanae vitae.
OT = Optatam totius. PH = Persona humana.
PC = Perfectae caritatis. RH = Redemptor hominis.
PO = Presbyterorum ordinis. RP = Reconciliatio et Paenitentia.
SC = Sacrosanctum Concilium.
UR = Unitatis redintegratio.
4. Otras siglas y abreviaciones

DETM = Diccionario enciclopédico de Teología Moral-


2. Documentos sociales
Ediciones Paulinas, Madrid 1978 3.
LE = Laborem exercens.
Medellín = Segunda Conferencia del Episcopado L ati­
MM = Mater et Magistra. noamericano.
OA = Octogésima adveniens. PG = Patrología Griega.
PP = Populorum progressio. PL = Patrología Latina.
PT = Pacem in terris. Puebla = Tercera Conferencia del Episcopado Latinoa­
QA = Quadragesimo anno. mericano.

6 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


COMO UTILIZAR
EL PR E SEN T E LIBRO

El presente libro ofrece una síntesis com pleta de la ética cristiana.


Partiendo de la noción-descripción de lo que es la m oral cristian a (U nidad
1 ,a), se exponen tan to los conceptos básicos de la m oral (U nidad 2.a) como
el contenido concreto de la m ism a (U nidades 3.a a 13.a).
Los conceptos básicos, que se analizan en una larga U nidad (2.a), co­
rresponden a los elem entos que com ponen la vida m oral cristiana: la
responsabilidad (expresada en: opción fundam ental, actitudes, actos), la
m oralidad objetiva (form ulada m ediante: los valores y las norm as), la
m ediación subjetiva o la conciencia m oral, y el pecado entendido como el
fracaso en la vida m oral del cristiano.
La exposición del contenido concreto de la m oral ocupa la m ayor
p a rte del libro. Siguiendo los ám bitos en los que se realiza la existencia
hum ana, se va desgranando, a lo largo de 10 Unidades, el contenido
m oral del cristianism o: ám bito personal (U nidad 3.a), la com unicación
interpersonal (U nidad 4.a), la corporeidad (U nidad 5.a), la sexualidad
(U nidad 6.a), el m atrim onio y la fam ilia (Unidad 7.a), la econom ía (U nidad
8.a), la política (U nidad 9.a), la cu ltu ra (U nidad 10.a), la situación de con­
flicto y de violencia (U nidad 11 ,a), la am enaza de la guerra y la búsqueda
de la paz (U nidad 12.a). La unidad 13.a expone aquellas actitudes éticas
que han de conform ar al creyente p a ra realizar la transform ación del
m undo de acuerdo con el plan de salvación. En una conclusión se ap u n ta
el ideal de sociedad al que ha de tender ese com prom iso social cristiano.
El contenido del libro es presentado y dividido m ediante UNIDADES.
Cada Unidad constituye un bloque tem ático, con su núcleo y sus diversifi­
caciones. El conjunto de las U nidades com ponen el conjunto de la S ínte­
sis teológico-m oral. La lectura o el estudio m ediante la división por Uni­
dades favorece la unificación tem ática y evita la dispersión disgregadora.
Cada U nidad (excepto la U nidad 13.a) se organiza en cuatro m ódulos.
El módulo A (titulado «SINTESIS») expone el contenido esencial del
tem a; en él está el núcleo m oral de cada tem a. Ju n tan d o todos los conte­
nidos de los diferentes m ódulos A, tendríam os una p rim era síntesis de
m oral cristiana.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 7


Pero este contenido tiene que ser am pliado o concretado; la prim era
síntesis precisa un desarrollo, dando lugar a una segunda síntesis. Es lo
que ofrece el módulo B (titulado «para AMPLIAR»). Por lo general, en este
m ódulo se encuentra la m oral en sus aplicaciones concretas.
La exposición de la m oral cristiana precisa justificaciones, apoyos,
profundizaciones. E stas provienen de diversas perspectivas: del análisis
bíblico, de la consideración histórica, de la reflexión sistem ática. Todo
este m undo de las justificaciones o profundizaciones viene dado en el
módulo C (titulado «para PROFUNDIZAR»). Por lo general, es el m ódulo
que requiere m ayor preparación p ara ser entendido y asim ilado.
Por últim o, el contenido de la m oral cristiana tiene conexiones con
otros saberes, o contiene cuestiones m ás discutibles, o se abre a debates
fronterizos. El módulo D (titulado «para CONFRONTAR») está dedicado
a la exposición de esta vertiente fronteriza de la m oral cristiana.
Para tener un conocim iento com pleto del tem a expuesto en cada una
de las Unidades, es conveniente tener en cuenta lo que se dice en los
cuatro m ódulos. Sin em bargo, esta form a de exponer el tem a m ediante
m ódulos independientes ofrece la posibilidad de centrarse m ás en un
aspecto o en otro del tem a. Aconsejamos que cada m ódulo sea leído o
estudiado con la peculiaridad m etodológica que hem os indicado. Por
o tra parte, es conveniente que cada lector o, en su caso, cada m aestro
seleccione en cada U nidad aquellos m ódulos que m ás interesen o que
estén m ás al alcance de la preparación que se posee.
Ojalá la abundancia de m aterial no sea obstáculo p ara la lectura y la
asim ilación, sino que favorezca la diversidad de intereses y de posibilida­
des. Eso es lo que he pretendido al u tilizar esta m etodología.
Term ino esta presentación deseando que el encuentro con la ética
cristiana sea ocasión p a ra actu alizar el seguim iento de Jesús en orden a
la construcción del reinado de Dios en este m undo.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 1.a

¿Qué es la moral
cristiana?

A. SINTESIS
La moral cristiana es la práctica de la fe, siguiendo
a Cristo y realizando el reinado de Dios.
B. Para AMPLIAR
La moral cristiana se sintetiza en la realización de
la caridad.
C. Para PROFUNDIZAR
La ética teológica es la reflexión sobre el dato de la
moral evangélica.
D. Para CONFRONTAR
El modelo teológico-moral para expresar la moral
cristiana: la «autonomía teónoma».
_________ GUIA__________
En esta primera Unidad se pretende describir qué
es la ética cristiana, en su doble vertiente de vida
(«moral vivida») y de reflexión («moral formulada» o
teología moral).
Para captar el significado de la ética de los cristia­
nos se acude al evangelio para ver allí cómo se narra
la práctica de Jesús. Es esta práctica el paradigma de
la moral cristiana. Por eso se identifica con el segui­
miento de Jesús y con la construcción del reinado de
Dios. En cuanto al contenido, la moral cristiana se
resume en la práctica de la caridad.
La reflexión sobre la moral vivida de los cristianos
se llama Teología moral o Etica teológica. Partiendo de
la tradición eclesial y teniendo en cuenta la renova­
ción del Concilio Vaticano II, se propone un modelo
teológico-moral que asuma el espíritu evangélico y
que responda a las exigencias de la racionalidad ac­
tual: modelo basado en la «autonomía», pero abierta
a la trascendencia, es decir, «teónoma».

10 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A Síntesis
La moral cristiana es la práctica de la fe, siguiendo a Cristo y realizando el reinado de Dios.

A. 1. El m odelo de la ética cristian a es la


«ética n arrad a» en la p ráctica de Jesús.
A. 2. La ética cristian a consiste en «seguir a
Jesús».
A. 3. El seguim iento de Jesús es el cam ino
que tiene com o m eta la «construcción del rei­
no de Dios».
A. 4. En la vida del cristiano, la ética es la
«m ediación práxica de la fe».

A. 1. La «ética narrada» ción se sitúa en el terreno religioso. Sin em bargo, el


en la práctica de Jesús carácter pletórico del acontecim iento de Jesús ex­
tiende su significado al m undo de la m oral.
La ética vivida y propuesta por Jesús no es una La m oral de la p ráctica de Jesús, rela ta d a en el
parte yuxtapuesta a su vida y a su m ensaje religio­ evangelio, tiene una e stru c tu ra n arrativ a. Sus ra s­
sos. Jesús no fue «un m oralista» ni propuso «una gos principales son los siguientes:
m oral». Por el contrario, la ética de Jesús no es otra
cosa que la im plicación m oral del conflicto religio­ - Etica nacida de la pretensión mesiánica. El ras­
so de su vida. Es una m oral «derivada» o una m oral go decisivo de la actuación de Jesús es su pretensión
«contextualizada» en el texto vivo de su persona. m esiánica. «E nseñaba com o quien tiene autoridad»
(Me 1,22). La m oral que b ro ta del relato evangélico
está vinculada a la condición m esiánica de Jesús. El
es el «señor del perdón» (Me 2, 10) y el «señor del
El evangelio es fundamentalmente el relato de sábado» (Me 2, 28). Por eso, la m oral adquiere los
la práctica de Jesús. Esta práctica de Jesús, así rasgos de «novedad», de «originalidad», de «liber­
como el relato de la misma, tienen para los cristia­ tad ».
nos una función normativa: constituyen el criterio - Etica vinculada al cambio radical. Se puede
mediante el cual evaluamos nuestras prácticas afirm ar, con expresión un tan to provocativa, que la
históricas. actuación de Jesús es una «práctica subversiva». En
efecto, la actuación de Jesús pretende subvertir los
falsos códigos dom inantes y realizar una conver­
La p ráctica de Jesús no es exclusiva ni esencial­ sión radical del hom bre. La m oral vinculada a esta
m ente una p ráctica m oral. Su com pleta significa­ p ráctica subversiva h a de tener necesariam ente una

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 11


función tam bién subversiva con relación a las es­ en el evangelio se concretan en el seguim ienlo d e
tru ctu ras pseudom orales dom inantes: crítica de los Jesús.
falsos sistem as de separación (Me 2, 14-17) o de p u ­ Con el trasfondo socio-histórico del rab in ato o
reza (Me 7, 1-23), propuesta del orden positivo del del profeta escatológico, la llam ada al seguim iento
don y de la g ratu id ad (Me 6, 30-44; 8, 1-10). alcanza en labios de Jesús su significado definitivo
- Etica nacida del conflicto y generadora de fe­ (Me 1, 16-20 par; Mt 9, 18-22 par).
cunda confrontación. La actuación de Jesús tiene
una estructura dram ática y h asta trágica. Uno de m
los cam pos donde acaece el conflicto es el terreno
El seguimiento es una categoría bíblica de
de la práctica m oral: Jesús, al realizar su coheren­
cia m oral, choca con los adversarios. Ante esta si­ gran densidad teológica: expresa la nueva forma
tuación, todos los espectadores y actores del con­ de vida de quien se decide a recibir la llamada y
flicto quedan som etidos a una «crisis ética» en cuya convertirse en discípulo. El seguimiento de Jesús o
form a de resolución se decanta la coherencia o in­ la vida del discipulado constituye una especie de
coherencia de las personas. El conjunto de Me 2, «fórmula breve del cristianismo». Es el resumen o
1-3, 6 es un ejem plo típico: la ética aquí n arrad a el catecismo de la vida cristiana. Es la clave inter­
nace del conflicto y conduce a la confrontación. Es pretativa de todo el cristianismo. Es el contraste
el conflicto y la confrontación de vida-m uerte. tanto de la ortodoxia como de la ortopraxis cris­
- Etica concentrada en el valor del hombre. Si la tianas.
actuación de Jesús es sanam ente subversiva y fe­
cundam ente conflictiva, se debe a su opción neta y
tajante por la causa del hom bre. «El sábado fue La categoría bíblica del seguim iento tiene u n a
hecho a causa del hom bre y no el hom bre por el vertiente m oral. Más aún, es esa vertiente m oral la
sábado» (Me 2, 23). La m oral de Jesús hace una que aglutina y encauza todo el conjunto de la vida
concentración axiológica en la afirm ación del valor m oral de los creyentes. Por eso m ism o, la m oral
del hom bre. cristiana es una moral del seguimiento de Jesús, la
- Etica formulada en cauces de liberación. La ac­ cual se concreta:
tuación de Jesús introduce en los ám bitos de la vida — en la realización de las «condiciones del se­
hum ana (en los «campos» en que se decide la histo­ guim iento»: u n a serie de renuncias que expresan la
ria: económico, político, ideológico, fam iliar, rela- «rendición sin condiciones», explicable por la nove­
cional, interpersonal) los nuevos códigos éticos del dad escatológica (Mt 16, 24-28 par; Le 14, 25-35);
don, de la com unicación, del servicio, de la igual­ - en la conform ación de la vida según la im agen
dad, de la sinceridad, frente a los falsos códigos do­ de Jesús (Rom 15, 1-3; 2 Cor 8, 9; Flp 2, 5s).
m inantes de la exclusión, del egoísmo, de la violen­
cia. Es una ética de la liberación integral del hom ­ La m oral cristian a se resum e en la actualización
bre. del seguim iento de Jesús, el cual conlleva de m odo
indisoluble la transform ación in terio r de la persona
y el com prom iso de transform ación in tram u n d an a.
A. 2. Etica del «seguimiento de Jesús»
A. 3. El seguimiento de Jesús
Apoyándose en el carácter inconcluso del texto
literario de Me, se ha dicho que el relato de la p rác­ tiene como meta la «construcción
tica de Jesús es un «relato abierto»; es decir, la ac­ del reino de Dios»
tuación de Jesús prosigue en cierta m edida en las
vidas de los cristianos. Estos h an de actu alizar —h a ­
cer texto vivo- la ética n a rra d a en el evangelio. El reinado de Dios es la meta de la actuación
Los rasgos característicos de la «m oral narrada» moral del creyente. El anuncio de la cercanía del

12 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


reino, punto central del kerigma de Jesús, propor­ de situarse nunca por encim a de la actitu d religio­
ciona el encuadre totalizador y la orientación de­ sa, originando así la peligrosa tendencia «m orali­
cisiva del comportamiento moral: «Se ha cumpli­ zante» de la religión.
do el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmen­ - La m oral es u n a dim ensión necesaria de la fe
daos y creed la buena noticia» (Me 1, 18). cristiana. En efecto, la fe sería un universo alienado
y alienante si no tendiera a tran sfo rm ar la realidad
de acuerdo con su horizonte significativo. Es nece­
E nm arcada la m oral cristian a en el horizonte de sario, por ejem plo, que si los cristianos creem os en
la salvación escatológica, los esquem as del com por­ un solo Dios (fe m onoteísta), tratem os de realizar la
tam iento m oral sufren una transform ación radical: igualdad social (m onoteísm o ético).
- surge un nuevo orden de valores, tal como - De las dos anteriores afirm aciones se deduce
aparece en el m anifiesto de las bienaventuranzas que la m oral es un mom ento de la fe cristiana. Ni el
(Mt 5, 3-10); «m oralism o», ni el «am oralism o», ni el «paralelis­
- se proponen exigencias radicales, conectadas mo» son correctas articulaciones de la m oral en el
con el carácter definitivo e inaplazable del reino (Le conjunto de la fe. U nicam ente la categoría de «m e­
9, 57-62); diación» explica adecuadam ente esa articulación:
la moral cristiana es la mediación práxica o transfor­
- las opciones son de signo totalizador: el h a ­ mativa del creer.
llazgo del reino hace que pierd a valor todo lo dem ás
(Mt 13, 44.45-46); E sta articulación correcta de la m oral en el
conjunto de la existencia c ristian a ha de ser prom o­
- la pertenencia al reino conlleva una radicali- vida en la pastoral. B astantes defectos del pasado, y
zación en todas las actuaciones, que consiguiente­ del presente, tienen su explicación en una pastoral
m ente realizarán una «justicia m ayor que la de los que por exceso (= m oralism o) o por defecto (= am o­
letrados y fariseos» (Mt 5, 20). ralism o) no ha situado de m odo conveniente la m o­
La m oral del reino adquiere un relieve definitivo ral dentro del m ensaje cristiano.
en el pasaje de Mt 25, 31-46: la realización del reino, De las consideraciones precedentes sobre el
identificado con los pobres y m ediante ellos con puesto de la dim ensión m oral en el conjunto de la fe
Cristo, es la norm a del com portam iento m oral del cristiana se deduce una consecuencia im portante
cristiano. p ara la recta com prensión de la m oral cristiana.
E sta es una moral influida por la fe. El desarrollo de
A. 4. Fe cristiana y ética: esta afirm ación proporciona los rasgos m ás decisi­
vos de la m oral cristian a. En efecto, en cuanto m o­
la ética cristiana como ral influida por la fe:
«mediación práxica de la fe»
- la m oral c ristian a es u n a moral religiosa, es
Lo que m ás define a la m oral cristian a es su decir, form ula el em peño ético in tram u n d an o desde
vinculación con el conjunto de la fe. La m oral c ristia­ el horizonte trascendente: introduce la trascenden­
na justifica su existencia, expresa su identidad y cia en el com prom iso in tram u n d an o , y éste es en­
adquiere su peculiar función significativa por el he­ tendido m ediante sím bolos ético-religiosos (cari­
cho de ser un aspecto necesario dentro de la fe cris­ dad, esperanza, fraternidad) que sobrepasan el sig­
tiana. La articulación de la m oral en el conjunto de nificado m eram ente ético;
la existencia c ristian a puede ser expresada m edian­ - la fe introduce el com portam iento m oral de
te estas tres afirm aciones: los creyentes en un contexto nuevo: el contexto de la
- La m oral no lo es todo, ni es lo m ás im p o rtan ­ fe. Este contexto o cosm ovisión ap o rta la peculiari­
te, en el cristianism o. La fe cristian a no se reduce a dad específica a 'a m oral cristiana: le proporciona
m oral: la «m oralización» del cristianism o es una un horizonte de sentido, desde el cual la com ún rea­
desvirtuación de la fe. Por o tra parte, la m oral no ha lidad h u m an a es leída con relevancias peculiares.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 13


Por eso, la m oral de los cristianos tiene sensibilida­
des peculiares ante el pobre, ante la injusticia, ante Siendo la fe cristiana una fuerza liberadora, la
el valor de la vida;
ética cristiana es por necesidad una ética de libera­
- a p a rtir de las referencias nacidas del contex­ ción. Esta es la orientación que pretendemos de­
to de la fe, la m oral cristiana adquiere un conjunto ducir de la anterior exposición en la que hemos
de orientaciones que la «m arcan» en cuanto m oral
de creyentes. Es una m oral: de la autonom ía, pero hecho una presentación sintética del significado
ab ierta a la teonom ía; del esfuerzo hum ano, pero al de la ética cristiana dentro del conjunto de la fe.
m ism o tiem po de la gratu id ad divina; de la rectitud
de conciencia, pero no vivida en clave neurótica,
sino en ám bito de acogida y de perdón.

B. Para AM PLIAR
La moral cristiana se sintetiza en la realización de la caridad.

B. 1. La m oral cristian a como «m oral de la


caridad».
B. 2. O rientación de la m oral cristian a desde
la caridad.

B. 1. La moral cristiana como la esfera m oral fue la proclam ación del precepto
«moral de la caridad» fundam ental del a m o r a Dios y al prójim o» (R.
Schnackenburg, El testimonio moral del NT. M adrid
Para la conciencia cristian a de todos los tiem ­ 1965, 73).
pos, la carid ad ha constituido la exigencia m oral El m ensaje del Nuevo T estam ento propone la
m áxim a (Me 12, 28-31), pues en ella se resum e toda caridad como la actitud básica y el contenido nu­
la ley (Rom 13, 10). «La Iglesia p rim itiva y con ella clear de la ética cristiana. A continuación se recogen
la cristianidad de todos los siglos tiene la convic­ los textos principales, ordenándolos de acuerdo con
ción profunda de que la gran aportación de Jesús en un criterio de progresión tem ática.

14 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Más que las explicaciones y los desarrollos teo­ todo tu corazón, con toda tu alm a y con toda tu
lógicos, son preferibles las citas directas del Nuevo m ente. Este es el m ás grande y el p rim e r m an d a­
Testam ento. En este tem a es necesario dejar hab lar m iento. El segundo, sem ejante a éste, es: A m arás al
al texto bíblico, ya que es m ás denso y m ás sugeren- prójim o com o a ti m ism o. De estos dos preceptos
te que la m ás perfecta glosa. penden toda la ley y los profetas».
Le Í0, 25-28: «Levantóse un doctor de la ley para
a) M en sa je de J e sú s tentarle, y le dijo: M aestro, ¿qué haré p a ra alcanzar
la vida eterna? El le dijo: ¿Qué está escrito en la
Según el testim onio de los evangelios sinópticos, ley? ¿Cómo lees? Le contestó diciendo: A m arás al
el tem a del am or no aparece a m enudo en labios de Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
Jesús. Sin em bargo, «el conjunto del Nuevo Testa­ alm a, con todas tus fuerzas y con toda tu m ente, y al
m ento perm ite suponer que constituyó el tem a cen­ prójim o com o a ti m ism o. Y le dijo: Bien has res­
tral de su enseñanza. El concepto del am or es indu­ pondido. Haz esto y vivirás».
dablem ente la m ejor síntesis de la enseñanza m oral
de Jesús» (W. D. Davies, E l Sermón de la montaña. - Diferencias redaccionales
M adrid 1975, 173). dentro de la unidad
Hay una perícopa fundam ental en la que la en­
Marcos presenta el tem a partien d o de la pregun­
señanza de Jesús sobre la carid ad queda in m o rtali­
ta de un escriba, bien intencionado, que busca sin­
zada. Es necesario acu d ir a ella p a ra en co n trar el
ceram ente a Dios. Ante la respuesta de Jesús, el es­
m ensaje evangélico sobre el am or.
criba acepta las p alab ras de Dios y reconoce la prio­
ridad del am or sobre el culto exterior. Con ello se
- Encuentro con el texto hace m erecedor de la alab an za de Jesús.
Me 12, 28-34: «Se le acercó uno de los escribas Mateo pone en escena a un doctor de la ley, fari­
que hab ía escuchado la disputa, el cual, viendo seo, que pretende te n ta r a Jesús. El pasaje está es­
cuán bien h ab ía respondido, le preguntó: ¿Cuál es tru c tu ra d o según las d isputas rab í nicas. La res­
el prim ero de todos los m andam ientos? Jesús con­ puesta de Jesús expresa con clarid ad la integración
testó: El prim ero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, de todas las exigencias en el doble precepto del
nuestro Dios, es el único Señor, y am arás al Señor, am or a Dios y al prójim o.
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alm a, con Lucas coloca las p alab ras sobre el doble precep­
toda tu m ente y con todas tus fuerzas’. El segundo to como introducción a la p arábola del buen sam a-
es éste: 'A m arás a tu prójim o como a ti m ism o’. ritano. La fórm ula del doble precepto es ofrecida en
M ayor que éstos no hay m andam iento alguno. Díjo- labios del que hace la p regunta. Por eso lo que le
le el escriba: Muy bien, M aestro; con razón has di­ interesa resa lta r a Lucas es saber qué hay que hacer
cho que él es único y que no hay otro fuera de él, y p a ra cum plirlo. La p aráb o la es la explicación; por
que am arle con todo el corazón, con todo el entendi­ eso term ina: «vete y obra de la m ism a m anera» (v.
m iento y con todas las fuerzas, y a m a r al prójim o 37).
como a sí m ism o, es m ucho m ejor que todos los A pesar de esas diferencias redaccionales, que
holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús cuán a tin a ­ ponen de m anifiesto los intereses peculiares de ca­
dam ente había respondido, le dijo: No estás lejos da evangelista y de sus respectivas com unidades,
del reino de Dios. Y nadie se atrevió ya m ás a p re­ existe una un id ad de contenido. En el fondo de las
guntarle». tres redacciones sinópticas está la enseñanza histó­
Mt 22, 34-40: «Los fariseos, oyendo que había rica de Jesús.
hecho enm udecer a los saduceos, se ju n ta ro n en to r­
no de él, y le preguntó uno de ellos, doctor, te n tá n ­
— La peculiaridad de la enseñanza de Jesús
dolo: M aestro, ¿cuál es el m andam iento m ás grande
de la ley? El le dijo: Am arás al Señor, tu Dios, con Hem os dicho que la enseñanza sobre la caridad

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 15


pasa por ser el punto central de la ética de Jesús. 34) como en el judaism o (sobre todo, helenista), p a ­
Más aún, se considera este m ensaje como algo pro­ ra la m entalidad de los oyentes de Jesús, el precepto
pio y como la «novedad» que ap o rta Jesús. Pero de am ar al prójim o sin lim itación alguna, y de ayu­
¿están los cristianos en lo justo al creer que con ello d a r a todo el que padece necesidad, aunque sea un
ha aportado Jesús a la m oral algo peculiar? enem igo de Israel (parábola del sam aritano), era
Veamos lo que ya se encontraba antes de Jesús y ciertam ente una exigencia que no se oía frecuente­
lo que es aportado expresam ente por él: m ente.

- Otros pasajes evangélicos que completan


• Ya estaba antes de Jesús la enseñanza de Jesús
- La form ulación de los dos preceptos po r sepa­ sobre la caridad
rado: Es conveniente conocer la peculiaridad y la no­
Dt 6, 5: «Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu vedad ap o rtad as po r Jesús en el tem a de la caridad,
corazón, con toda tu alm a, con todo tu poder». según acabam os de señalar. Sin em bargo, no con­
Lv 19, 18: «Amarás a tu prójim o como a ti m is­ viene reducir el m ensaje de Jesús sobre el am or a
mo». esos elem entos fundam entales. Todas las p alabras y
todas las obras de Jesús explicitan el significado del
- En el judaism o, estos dos preceptos gozaban doble precepto del am or a Dios y al prójim o. R ecor­
de elevada consideración. El precepto del am or a dam os algunos aspectos:
Dios (Dt 6, 5) form aba p arte del shema, antigua con­
fesión de fe m onoteísta, que en tiem po de Jesús era - Aunque los evangelios no transm iten ense­
recitada por todo judío piadoso diariam ente por la ñanzas de Jesús sobre el am or a Dios (exceptuada la
m añana y al anochecer. T am bién el precepto del perícopa del doble precepto), sin em bargo hablan
am or al prójim o (Lv 19, 18) era considerado como de la exigencia de la entrega total a Dios y a su
un precepto fundam ental. justicia (Mt 6, 24.25-34).
- En el judaism o no faltaron intentos de reducir - El am or b ro ta p ara el creyente de la seguri­
a algunos preceptos fundam entales las num erosas dad de que Dios nos am a prim ero (Mt 18, 23-24; Le
prescripciones de la ley ju d ía (en el siglo II d. C. se 15, 11-32).
contaban 613 preceptos: 248 positivos y 365 negati­ - El am or a Dios lleva a perdonar al herm ano
vos). Por ejem plo, Hillel (veinte años antes de Jesús) (Mt 5, 23-24; 6, 12; 18, 23-35; Me 11, 25).
proponía como principio unificador la «regla á u ­ - El am or al prójim o se m anifiesta en obras
rea» en su form a negativa (cf. Mt 7, 12). concretas (Mt 25, 31-46; Le 10, 30-37).
- Si Jesús radicalizó el am or, es com prensible
• La aportación peculiar de Jesús que haya radicalizado tam bién las exigencias de ese
am or (Serm ón de la m ontaña).
Puede resum irse en estos tres puntos básicos:
- La fórm ula del am or recíproco («como a ti
- La unión in tern a e indisoluble de los dos pre­ mismo») se transform a en fórm ula ad optada por el
ceptos: el am or a Dios y el am or al prójim o consti­ am or de Jesús. El am or se nos ha revelado como la
tuyen «una m ism a y única exigencia». autodonación p u ra y sin lím ites que tiene su ejem ­
- La reducción, perfectam ente consciente, de plo preclaro en Jesús.
toda la ley a este doble precepto fundam ental: to­
das las exigencias pueden «colgarse» (como de un
b) D esarrollo del m e n sa je de Je sú s
clavo) de este doble precepto.
en los escritos del N u e v o T esta m en to
- La interpretación universalista del am or al
prójim o. Aunque ya existían atisbos de esa univer­ La enseñanza de Jesús sobre la caridad ha sido
salización tan to en el Antiguo T estam ento (Lv 19, recogida y desarrollada po r los escritores del Nuevo

16 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 17
Testam ento. A continuación se señalan los desarro­ = im itación que se convierte en proceder pro­
llos tem áticos m ás im portantes: pio de «hijos» de un tal «Padre»;
= esta form a de proceder está exigida por la
— La dim ensión universalista y condición de cristianos: «para e n tra r en el reino de
teocéntrica del am or cristiano en Mateo los cielos» se precisa p ra c tic a r una «justicia que
supere la de los escribas y fariseos» (Mt 5, 20);
• Texto principal: Mt 5, 43-48 = el am or a los enem igos es algo «distintivo» de
la condición cristian a (frente al com portam iento de
«Habéis oído que fue dicho: Am arás a tu próji­ los «publícanos», que am an a los que los am an, y de
mo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: los «gentiles», que saludan solam ente a sus herm a­
Amad a vuestros enem igos y orad por los que os nos);
persiguen, p a ra que seáis hijos de vuestro Padre,
que está en los cielos, que hace salir el sol sobre = solam ente así se es «perfecto, como perfecto
m alos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues es el Padre celestial» (cf. Le 6, 31: «Sed m isericor­
si am áis a los que os am an, ¿qué recom pensa ten­ diosos, como vuestro padre es m isericordioso»).
dréis? ¿No hacen esto tam bién los publícanos? Y si En este pasaje de Mt 5, 43-48 se le da al am or
saludáis solam ente a vuestros herm anos, ¿qué h a ­ cristiano un sentido radical: su orientación univer­
céis de m ás? ¿No hacen eso tam bién los gentiles? salista y su entrega total (am or al enemigo). Tam ­
Sed, pues, perfectos, com o perfecto es vuestro Padre bién aparece su orientación teocéntrica: el universa­
Celestial». lism o del am or, predicado por Jesús, b ro ta del
am or de Dios, que todo lo abarca, y que de todos
tiene m isericordia. Por ello, la predicación de Jesús
• Contexto: Este pasaje está dentro del Serm ón acerca del am or se fu n d am en ta en últim o térm ino
de la m ontaña. Más concretam ente: form a p arte de en su predicación de la p a te rn id a d de Dios y en su
un conjunto llam ado de las «Antítesis» (Mt 5, 21- proclam ación del com ienzo del tiem po de salva­
48). Es la sexta y últim a antítesis. ción.

• Sentido — Teología paulina de la agápe


- En conexión con Lv 19, 18 («am arás a tu próji­ (= amor) cristiano
mo») y frente a u n a enseñanza probablem ente de
Q um rán («odiarás a tu enemigo»), Mt tran sm ite la En los escritos paulinos no se encuentra recogi­
p alab ra de Jesús: «Amad a vuestros enem igos y da la doctrina de Jesús sobre el doble precepto del
orad por los que os persiguen». am or a Dios y al prójim o. Por o tra p arte, raram en te
habla Pablo del am or a Dios (Rom 8, 28; 1 Cor 2, 9;
- Como justificación de esta afirm ación está la 8, 3; 2 Tes 3, 5). Sin em bargo, la teología paulina
au to rid ad cristológica: «Yo os digo». sobre la agápe cristiana es sum am ente rica. Recor­
- El contenido de la afirm ación es una exigen­ demos los siguientes aspectos:
cia ética que rom pe lím ites: el prójim o es toda p er­
sona; adem ás, puede ser un enem igo (al que hay
que «am ar» y, lo que es todavía m ás radical, «rezar • E n cuanto al contenido
po r él» en la m ism a situación de persecución). - Para Pablo, los preceptos de la segunda tab la
- La m otivación de esa exigencia ética radical del Decálogo «se resum en» en «am arás al prójim o
es desarrollada m ediante aproxim aciones concén­ como a ti m ism o» (Rom 13, 9b). La «ley de Cristo»
tricas: se cum ple «ayudando a llevar las cargas m u tu a ­
= im itación del a c tu a r de Dios, «que hace salir m ente» (Gál 6, 2).
el sol sobre m alos y buenos y llueve sobre justos e - El am or es p a ra Pablo el valor suprem o (Rom
injustos»; 5, 5) y está por encim a de la «gnosis» (conocim ien­

18 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


to) (1 Cor 8, 1). A él le dedica el him no de la caridad - Reducción de todas las exigencias m orales a
de 1 Cor 13, «que probablem ente tiene como base la fe y al am or. Creer y am ar son los dos verbos en
una especie de descripción de la personalidad de que «reductivam ente» se expresa y se concentra la
Jesús» (Davies). existencia cristiana: «Su precepto es que cream os
- Pablo enum era la agápe dentro de la tría d a de en el nom bre de su Hijo y nos am em os m utuam ente
actitudes básicas: fe, caridad, esperanza. conform e al m andam iento que nos dio» (1 Jn 3, 23).
- Tam bién h a b la del am or a los enem igos (Rom — Ju an h a b la del am or en térm inos de «precep­
12, 14-21). to», probablem ente p a ra oponerse a tendencias
gnósticas despreciativas de los m andam ientos.
• E n cuanto al vocabulario — La exhortación al am or fraterno le da a la m o­
ral de Ju an su cuño característico:
Pablo es testigo de la preferencia que hicieron • El am or fraterno es signo y g a ra n tía de la
las com unidades cristianas de lengua griega en el unión con Dios (1 Jn 4, 7-21).
vocabulario sobre el am or. Tal preferencia se centró
en el térm ino agápe (cuyo uso se conocía entre los • El am or fraterno es signo del discipulado (13,
griegos, pero que h a b ía sido puesto de relieve sobre 35; 15, 12.17).
todo por la traducción de los LXX). La agápe cris­ - El am or fraterno es un precepto «antiguo» (1
tian a designa el am or carente de egoísm o y que con­ Jn 2, 7), dado desde el principio de la evangeliza-
siste en p u ra benevolencia. ción, pero al m ism o tiem po «nuevo» (Jn 13, 34; 1 Jn
2, 8). La novedad o razón del precepto cristiano del
• E n cuanto al medio comunitario am or consiste: a) en la m edida cristológica del
am or: «como yo os he am ado» (Jn 13, 34; 15, 12); b)
La teología pau lin a sobre el am or nace y se desa­ en la dim ensión escatológica, ya que el am or cris­
rrolla en el m edio de las com unidades cristianas tiano introduce un orden nuevo y se realiza dentro
judeo-helenistas, m arcadas por el vocabulario de de ese orden nuevo (1 Jn 2, 8).
los LXX y por la reflexión ju d ía de la diáspora hele­
nista. Pero no conviene olvidar que esas com unida­
des vivían del m ensaje predicado por Jesús. A la luz Terminamos subrayando que, según el testi­
de las dos afirm aciones anteriores debe ser leída la monio del Nuevo Testamento, la moral cristiana
siguiente anotación sugerente: «Si el am or tom a
tiene en la caridad una de sus vetas principales.
form a h u m an a definitiva en los hechos y en los ges­
tos del Galileo m uerto en Jerusalén, es en Antioquía Las exigencias religioso-morales del mensaje de
donde nace la agápe cristiana, proyecto com unita­ Jesús se unifican en el precepto fundamental del
rio de transform ación del m undo» (Collange). amor a Dios y al prójimo, síntesis aceptada por las
primitivas comunidades cristianas y desarrollada
— La «novedad» del amor por la reflexión teológica posterior.
en la teología de Juan
El evangelio de Ju an no recoge expresam ente la
doctrina de Jesús sobre el doble precepto (cf., sin
em bargo, 1 Jn 4, 21). En c o n tra p artid a , solam ente B. 2. Orientación de la moral cristiana
Juan habla del am or a Cristo (Jn 14, 21; 15, 9.14). desde la caridad
La teología de Ju an sobre la c arid ad es de una
profundidad no superada. Los siglos que han segui­
a) P la n tea m ien to
do no han podido su p erar a este can to r y predicador
del am or de Dios y del prójim o. Anotam os a conti­ El m ensaje del Nuevo T estam ento sobre la c ari­
nuación las perspectivas m ás im portantes: dad ha sido recogido con fidelidad y desarrollado

PARA CONOCFR t.A FTICA CRISTIiMá 1Q


con am plitud y profundidad p o r la tradición cris­ b) L a ca rid a d id e n tific a la m oral
tian a posterior. de los c ristia n o s
En la época p atrística, la carid ad constituyó uno D entro de las preocupaciones actuales se puede
de los lugares principales de la parénesis cristiana. rein terp re ta r el m ensaje bíblico de la carid ad di­
En la reflexión escolástica fue uno de los tem as cla­ ciendo que ésta es la categoría básica p a ra expresar
ve en torno a los cuales se organizó el contenido de
la especificidad de la m oral cristiana. La afirm a­
la vida m oral del cristiano. Baste recordar la im ­
ción no tiene nada de novedosa: desde las com uni­
portancia que recibe en la síntesis m oral de san dades cristianas p rim itivas h asta hoy, la conciencia
B uenaventura y sobre todo de santo Tomás. Este de los creyentes se h a polarizado en torno a la c ari­
últim o acuña la célebre fórm ula de que la «caridad dad p ara en co n trar en ella el criterio de su identi­
es la form a de las virtudes». dad. La «reducción a la caridad» es una constante
en la vida y en la reflexión de los creyentes de todas
HUHi ; __ _ las épocas.
La renovación reciente de la moral cristiana La novedad puede esta r en la form a de explicar
debe mucho a la reflexión sobre la caridad. En la actualm ente dicha afirm ación. He aquí la m anera
década de los cincuenta tiene lugar un aconteci­ actual de entender la afirm ación:
miento importante para la renovación de la mo­
ral: la aparición del libro de Gileman sobre «la — Integración de «religión» y «moral»
primacía de la caridad en teología moral». El im­
La carid ad expresa bien la unión entre «reli­
pacto causado por este estudio supuso para la teo­
gión» y «m oral». En la histo ria de la m oral y en la
logía moral, junto con otros factores, el despertar h istoria de las religiones existe un problem a a la
del sueño casuista y la búsqueda de un plantea­ hora de in teg rar las dos entidades básicas de lo reli­
miento más vital. Desde entonces, la moral cristia­ gioso y de lo m oral. La ética cristian a es una m oral
na comenzó a presentarse como una «moral de la religiosa y, en cuanto tal, tiene que integrar las dos
caridad». actitudes.
mm- mmmmmmmmmmaammmi»1 * * * * * E sta peculiaridad de la m oral cristiana queda
suficientem ente expresada a través de la caridad.
El Concilio V aticano II recogió esta orientación Por una p arte, la carid ad im pide que la «actitud
al colocar la carid ad en la breve pero densa descrip­ religiosa» desem boque en una piedad m eram ente
ción que hizo sobre la teología m oral: «Téngase es­
cultual sin em peños m orales; po r otra, hace que la
pecial cuidado en perfeccionar la teología m oral,
«actitud m oral» no degenere en m oralism o legalis­
cuya exposición científica, n u trid a con m ayor in­
ta y autosuficiente.
tensidad por la d octrina de la S agrada E scritura,
deberá m o strar la excelencia de la vocación de los La c arid ad despierta continuam ente a la fe de su
fieles en Cristo y su obligación de p roducir frutos en «sueño dogm ático» y de su «m isticism o autogratifi-
la caridad p a ra la vida del m undo» (OT 16). cante» p a ra lan zarla al am plio m undo del am or al
prójim o. Pero tam bién estim ula al com prom iso m o­
El pensam iento cristiano actual sobre la caridad ral de los creyentes p a ra que sobrepase los lím ites
se orienta en dos direcciones, las cuales ofrecen los
del m inim alism o y del legalism o.
dos aspectos m ás im p o rtan tes de la carid ad c ristia­
na: la carid ad es la a c titu d que identifica la m oral A este respecto son dignas de interés las an o ta ­
de los cristianos; la carid ad da la orientación decisi­ ciones que Hace Schnackenburg sobre el significado
va a los contenidos de la m oral cristiana. del m andam iento prim ero: «Solam ente el am or a
Dios garan tiza aquel vencim iento de sí m ism o, del
que b ro tan las obras m ás calladas y esforzadas. Só­
lo el am or al prójim o fundam entado en Dios puede
convertirse en la ‘agápe’ esencialm ente d istin ta de

20 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


todo ‘ero s’ n a tu ra l, cuya alabanza leemos en 1 Cor y necesario (Mt 22, 39); m ien tras el am or al pró ji­
13. Este am or supera al am or de am istad, ya que, mo, por su p arte, tiene en el am or a Dios su funda­
prescindiendo de toda inclinación n a tu ra l (sim pa­ m ento sustentador. Debemos aún p recisar esta pro­
tía) y sólo por am or a Dios y a Cristo, se acerca al funda com penetración de religión y m oral; ahora
otro con benevolencia, generosidad, com prensión y nos b asta con la indicación de que esta clarid ad no
perdón. En la ‘ag áp e’ cristiana, el im puso a la unión fue alcanzada por ningún m aestro de la ley judía»
retrocede totalm ente en favor de la p u ra benevolen­ (Schnackenburg, o. c., 77).
cia y de la com pasión. Por eso es capaz de a b a rc a r a
quienes n atu ralm en te no son dignos de am o r e in ­
cluso son nuestros enem igos. ¿De dónde le viene
este im pulso? C iertam ente sólo del am or a Dios, por De este modo, aparece la caridad como el ele­
quien el cristiano se siente tam bién am ado en la mento que expresa de una manera adecuada la
m ism a form a. Este am or de Dios, totalm ente distin ­ identidad y la especificidad de la ética cristiana.
to de todo otro am or, se nos ha m anifestado en las El impulso religioso del amor a Dios tiene su ver­
palabras de Jesús (Mt 5, 45), en sus obras de salva­ tiente inevitable en la transformación de la reali­
ción y finalm ente en su m uerte. El am or cristiano al dad humana, y tal transformación únicamente co­
prójim o, precisam ente po r estar fundam entado en bra sentido definitivo a través de su vinculación
el am or a Dios, cuando es acertad am en te com pren­
con la vida de perfecta caridad. La caridad es, por
dido y proviene del corazón, llega h a sta el lím ite,
h asta el ‘heroísm o’, como dicen los hom bres, o has­ tanto, la actitud fundamental de la moral cristia­
ta la ‘perfección’, com o se dice en Mt 5, 48» (o. c., na.
87-88). «*•<

- La caridad: c) L a c a rid a d o rien ta los c o n te n id o s


síntesis de la orientación vertical de la m o ra l c ristia n a
y de la orientación horizontal
de la vida cristiana Un problem a im p o rtan te que tiene p lan tead a la
ética c ristian a en el m om ento actual es el de hacer
En la caridad, tal com o aparece en el Nuevo Tes­ un discernim iento evangélico sobre las exigencias
tam ento y en la tradición teológica, se expresa la m orales de la hora presente. La carid ad puede ofre­
síntesis que es propia de la m oral cristiana: por una cer grandes posibilidades p a ra llevar a cabo tal dis­
p arte, aparece la «norm atividad concreta» a través cernim iento.
del énfasis del am or al hom bre; por otra, se afirm a P roclam ar el precepto del «am or al prójim o» es
el «elem ento religioso» m ediante el am or a Dios. rad icalizar la exigencia ética de la intersubjetivi­
La form ulación evangélica de la carid ad contie­ dad. La agápe cristian a tiene que desvelar en el
ne de un m odo m aravilloso la integración de los dos m undo actual la dim ensión m oral de la alterid ad
elem entos propios de toda m oral religiosa. Más personal.
aún, p a ra algunos exegetas la peculiar aportación Al re sa lta r la carid ad c ristian a como contenido
de Jesús en la perícopa de la carid ad (Me 12, 28-34; m oral privilegiado («segundo m andam iento, no
Mt 22, 34-40; Le 10, 25 ss) reside precisam ente en la m enos im p o rtan te que el prim ero»), la ética de la
indisoluble conexión del am or a Dios y el am or al projim idad, los contenidos de la m oral cristiana
prójim o. quedan orientados de un m odo prevalente hacia el
«La au tén tica intención de Jesús hay que s itu a r­ valor del otro. No es la referencia a Dios ni la refe­
la en la conexión de los dos preceptos y en la rela­ rencia a uno m ism o las que tienen p rim acía m oral.
ción que se establece entre ellos. Según la voluntad El contenido decisivo de la m oral se m ide por la
de Jesús, el am or a Dios debe exteriorizarse y p ro ­ referencia al otro o, p a ra u tiliz a r la fórm ula de Lu­
barse en el a m o r al prójim o, igualm ente obligatorio cas, por el «hacerse prójim o» del otro (Le 10, 36).

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 21


La m oral cristiana basada en la caridad corrige
todo desviacionism o que tra te de d a r m ás im por­
tancia a los m al llam ados «deberes religiosos» que Para concluir, es conveniente recordar que la
a las exigencias del am or al prójim o. Para la con­ caridad es ante todo una «buena noticia»: la noti­
ciencia ética de los creyentes tienen valor parad ig ­ cia de que Dios ha amado y sigue amando al mun­
m ático las actuaciones de Jesús en favor del hom ­ do. La mejor manera de entender la caridad cris­
bre, aun a costa de ir en contra de los «deberes tiana es comprenderla como amor de Dios. A par­
religiosos» (Me 2, 23-3, 6). La m oral cristiana tiene tir de ese núcleo fundamental, cobra sentido el
como uno de los com etidos im portantes «com pren­ dinamismo ético que se ha tratado de señalar en la
der lo que significa ‘m isericordia quiero y no sacri­ realidad de la caridad cristiana.
ficio’» (Mt 12, 7) y ofrecer esa com prensión a los
hom bres de todas las épocas.

C. Para PROFUN DIZAR


La ética teológica es la reflexión sobre el dato de la moral evangélica.

wmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmMarnh -. m m w —
C. 1. La reflexión teológica com o fuerza
«inculturadora» de la ética evangélica.
C. 2. El Concilio V aticano II y la renovación
de la ética cristiana.

C. 1. La reflexión teológica como lica y saben que han de confrontar su universo m o­


fuerza «inculturadora» ral con la ética de Jesús.
de la ética evangélica E sta doble afirm ación se apoya sobre la form a
de ser de la experiencia religiosa cristiana. Según
El aliento m oral del evangelio, al que nos hemos señalan algunos teólogos, el cristianism o se confi­
referido en los ap artad o s precedentes, es el núcleo gura como una «experiencia abierta». Es decir, el
fontal y el criterio norm ativo de la m oral cristiana. cristianism o se constituye como una experiencia,
Los cristianos de todas las épocas y lugares se sien­ original e irrepetible, tal com o se verifica en el
ten continuadores de la sensibilidad m oral evangé­ acontecim iento salvífico de Jesucristo; pero este

22 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


acontecim iento no se cierra sobre él m ism o, sino
que se abre p a ra encarnarse en todas las situaciones
históricas. La «inculturación» es el cauce socio-
histórico de la condición encarnacionista de la sal­
vación cristiana.

También el aliento moral del evangelio necesi­


ta de mediaciones humanas (racionales, socio-
históricas) para «encarnarse» en las distintas épo­
cas históricas y en las diversas culturas. Surge así
lo que llamamos sabiduría moral cristiana o, en­
lenguaje técnico, teología moral. La sabiduría mo­
ral o la reflexión teológico-moral son la decanta­
ción de la mezcla activa entre el espíritu del evan­
gelio y la reflexión humana de las diferentes épo­
cas.

a) C uatro h ito s im p o rta n tes


en la in c u ltu ra c ió n
de la m o ra l c ristia n a

• Es el prim ero la «helenización» llevada a cabo


por san Pablo y los santos padres, quienes dieron la
p rim era configuración al discurso ético de los cris­
tianos sirviéndose del lenguaje, de los conceptos y
h asta de la argum entación de la filosofía m oral gre­
corrom ana. Las categorías m orales de «concien­
cia», «orden n atu ral» , «virtud», surgieron en esta
p rim era inculturación.
• En la edad m edia se configuró la reflexión m o­
ral propiam ente dicha («m oralis consideratio», la
llam a santo Tom ás en la Sum a Teológica, 1-2, q. 6c).
El aliento cristiano de la «ley nueva» basada en la
caridad se integra con las categorías de la ética aris­
totélica y del derecho rom ano, y aparece la parte
m oral dentro de la síntesis teológica. Los conceptos
de «ley n atu ral» , de «fin últim o», de «bienaventu­
ranza», de «acto hum ano», junto con el organism o
m oral de las virtudes y de los vicios, son claro expo­
nente de la inculturación m edieval de la m oral cris­
tiana.
• La renovación teológico-m oral de los siglos
XVI y XVII se debió en gran parte a la inculturación

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 23


de la m oral cristiana en las condiciones socio- causa de la justicia económica entre los indivi­
culturales de la época. La escuela de Salam anca, duos, los grupos y las naciones; la causa de la paz
con Francisco de V itoria a la cabeza, tuvo la au d a ­ frente a la inicua y explotadora carrera de arma­
cia de confrontar la nueva situación económ ica, po­ mentos; y la causa de la libertad política que des-
lítica y ju rídica de E uropa y del Nuevo M undo re­ tierre regímenes totalitarios.
cién descubierto con los valores del evangelio. Los
tratados De justitia et jure constituyen el sorpren­ Creemos que el nombre que mejor cuadra a
dente resultado del diálogo fecundo entre la fe y la esta nueva inculturación de la ética cristiana es el
cultura económ ico-jurídica de la época. De la sabi­ de ética de liberación. La fe cristiana es liberadora;
duría m oral acum ulada en estos tratad o s ha vivido la ética vivida en contexto de fe tiene que ser tam­
la reflexión teológico-m oral católica en los últim os bién liberadora.
siglos.
• El Concilio V aticano II supuso un rein iciar la
tarea histórica del «aggiornam ento» cristiano, con­
sistente principalm ente en el diálogo fecundo de la C. 2. El Concilio Vaticano II
fe con el m undo. La constitución p astoral Gaudium y la renovación de la ética cristiana
et spes vino a ser el sím bolo de ese diálogo de recon­
ciliación y de nueva síntesis. La teología m oral de A la vista de los docum entos conciliares, ¿qué es
los años posconciliares ha realizado, como pocas lo que ap o rta el Concilio V aticano II a la m oral? La
áreas de la teología, una labor ingente y globalm en­ respuesta a esta preg u n ta puede ser diversa, según
te positiva de «aggiornam ento» interno y de diálo­ el ángulo en que nos coloquem os p a ra valorar el
go con el m undo. Concilio. De hecho no ha faltado esta disparidad de
contestaciones. Vamos a recordar dos por creerlas
de gran autoridad.
b) N ece sid a d de u n a n u eva
Congar, en el III C ongreso In te rn a c io n a l del
in c u ltu ra c ió n de sig n o liberador Apostolado de los Laicos celebrado en R om a (1967),
La ética cristian a se encuentra en la ineludible haciendo una especie de balance del Concilio, cons­
situación de tener que to m ar partid o ante las pro­ ta ta b a la deficiencia o ausencia del tem a m oral en
fundas convulsiones de la sociedad actual. La refle­ el V aticano II. Según Congar, no se caracteriza el
xión teológico-m oral ha de an alizar el significado Concilio V aticano II por ser un Concilio de renova­
ético de la opción preferencial por el pobre y desde ción de la teología m oral (Ecclesia 37 [1967]) II,
ese análisis reo rien tar el ideal ético de la em ancipa­ 1947).
ción hum ana. Por su parte, H áring ha valorado de un modo
El núcleo de la solución m oral del presente con­ com pletam ente positivo la aportación del Concilio
siste en la reconstrucción, teórica y práctica, de la a la m oral; según él, el Concilio m arca una nueva
solidaridad hu m an a en cuanto categoría ética. La época p a ra la teología m oral, y cree que no hay
solidaridad es una de las condiciones básicas de la ningún docum ento conciliar que no pueda ser ad u ­
existencia hu m an a y cristiana. Constituye, adem ás, cido p a ra form ar la m oral de esta nueva época (Stu-
el cauce o rientador del ideal em ancipatorio de la dia M oralia 4 [1966] 8-9).
historia hum ana. Estas dos posiciones deben ser confrontadas en­
tre sí y ser entendidas dialécticam ente, porque las
dos a p u n tan rasgos ciertos. Por u n a p arte, es cierto
que el Concilio V aticano II no puede ser considera­
Reorientado el ideal ético de la emancipación do como un concilio de m oral; las aportaciones con­
por el cauce de la solidaridad, la ética cristiana cretas y las valoraciones m orales de los problem as
tiene que hacer una opción neta a favor de las tres no son frecuentes en sus docum entos. La causa de
grandes causas de la emancipación solidaria: la esto hay que en co n trarla en que el Concilio no ha

24 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sido el m om ento de eclosión de cosas nuevas, sino cido. Ya no se p resentan solam ente los valores m o­
m ás bien la m aduración o consolidación de a sp ira ­ rales, sino que, ju n to a ellos, se sitú an los valores
ciones y realidades que existían ya en la Iglesia. intelectuales, afectivos, sociales; en una palabra:
Ahora bien, la renovación de la m oral en la etapa los valores hum anos y culturales. El enfoque ya no
an terio r al Concilio V aticano II no era de tal m agni­ es individualista, sino com unitario: se tiene la con­
tud y de tal profundidad que exigiese una atención vicción de que es necesario p a sa r por una serie de
excesiva. La culpa, pues, no es del Concilio, sino de reform as estru ctu rales p a ra h acer posible la aplica­
la situación in m ad u ra en que se encontraban los ción de los im perativos m orales. Se perfila u n a co­
estudios de m oral dentro de la Iglesia. laboración entre la teología y las ciencias hum anas.
Ya no se tiene la finalidad de co n stitu ir un bloque
■-r-rf -mrtrwsff ■ -■ hom ogéneo en el cam po del derecho n a tu ra l, sino
Sin embargo, también es verdad que el Conci­ de d istinguir dos clases de aportación diferentes. La
vida fam iliar, la cu ltu ra, la vida política consti­
lio ha hecho grandes aportaciones a la renovación
tuyen realidades autónom as hum anas que tienen su
de la moral. El espíritu general del Concilio es un fundam ento propio. El papel de la m oral cristiana
ambiente que acepta y hasta exige la renovación consiste en a p o rta r el enfoque de la fe, el dinam is­
de la moral. Además, muchos documentos conci­ mo de la caridad, la fuerza de la gracia cristian a eñ
liares, aunque directamente no sean documentos el in terio r m ism o de estos hechos p ara extraer
de índole moral, son aportaciones valiosas en di­ m ejor su sentido profundo y ofrecerles la posibili­
cho campo; se ha resaltado la importancia de la dad de superarse» (Concilium 75 [1972] 216-217).
Lumen gentium para la comprensión de una moral Hay un texto conciliar en el que de form a expre­
de signo eclesial; la importancia de la Dei Verbum sa se h ab la del «aggiornam ento» de la teología m o­
en orden a una fundamentación bíblica de la mo­ ral. Nos referim os al siguiente párrafo del n. 16 del
ral; la importancia de la Sacrosanctum Concilium decreto Optatam totius:
con relación al tono mistérico y sacramental de
todo comportamiento cristiano. Pero donde más -J.<nV: .

aparece la dimensión moral del Concilio es en la «Téngase especial cuidado en perfeccionar la


constitución pastoral Gaudium et spes, en la que se teología moral, cuya exposición científica, nutrida
afrontan temas concretos y decisivos de la vida y con mayor intensidad por la doctrina de la Sagra­
del comportamiento de los cristianos. da Escritura, deberá mostrar la excelencia de la
i* * ® m m ■k -' í ’ . vocación de los fieles en Cristo y su obligación de
La ética fam iliar y la ética social fueron las be­ producir frutos en la caridad para la vida del mun­
neficiadas de m odo prevalente y h a sta casi exclusi­ do».
vo por las aportaciones conciliares. En efecto, la
constitución GS, que es el docum ento conciliar de
m atiz m ás directam ente ético, es un tra tad o de é ti­ Se tra ta de u n a autén tica exhortación, un «vo-
ca social concreto. Según la a ju stad a apreciación de tum », del Concilio p a ra que se ponga un especial
Delhaye: «La segunda p a rte de la constitución Gau­ em peño en renovar la teología m oral. Este énfasis
dium et spes es un verdadero ‘tra tad o de valores’, hay que in te rp re ta rlo a p a rtir de la situación desfa­
porque se ocupa de la vida fam iliar, cultural, econó­ vorable en que se encontraba. Hay, pues, un m an­
m ica, social, política, internacional. De este modo, dato expreso del Concilio en orden a prom over la
los tratad o s De m atrim onio y De iustitia clásicos se renovación de la m oral. E sta exhortación es la cul­
ven reem plazados ventajosam ente. Ya que no pode­ m inación de todos los esfuerzos realizados h asta el
mos e n tra r en u n a explicación detallada, fijemos presente p a ra renovar la teología m oral, y significa,
n uestra atención en el cam bio de perspectiva. La sin duda de ningún género, el com ienzo de una nue­
obsesión de d escubrir y m edir pecados ha desapare­ va época.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 25


En este sentido h a sido com entado el votum del eclesial («de los fieles en Cristo»), unificada en la
Concilio en pro de una renovación de la m oral. Se caridad y a b ie rta al m undo («su obligación de pro­
han destacado los rasgos que el Concilio pide para ducir frutos en la carid ad p ara la vida del mundo»).
la m oral: carácter científico («exposición científi­ La reflexión teológico-m oral de las dos últim as
ca»), especificidad cristiana («nutrida con m ayor décadas ha tra tad o de realizar el p rogram a de «ag-
intensidad por la doctrina de la S agrada E scritu­ giornam ento» indicado y exigido por el Concilio
ra»), orientación positiva y de perfección («deberá V aticano II.
m ostrar la excelencia de la vocación»), carácter

D. Para C O N FR O N TA R
El modelo teológico-moral para expresar la moral cristiana: la «autonomía teónoma».

D. 1. Modelos insuficientes: basados en la


«heteronom ía».
D. 2. Modelo válido: basado en la «autono­
m ía teónom a».

D. 1. Modelos insuficientes: basados - Formas de «heteronomía»


en la «heteronomía» en la moral cristiana
La heteronomía es el concepto que describe la En este m om ento de m adurez de la conciencia
realidad con traria a la autonom ía m oral. Una fun- cristiana nos corresponde exam inar las form as de
dam entación heterónom a de la m oralidad es la que heteronom ía en que a veces sigue siendo form ulada
pretende ju stificar los valores m orales en una reali­ y vivida la exigencia ética del creyente. La com uni­
dad extraña (de ahí su cará c te r heterónomo) a la per­ dad cristiana debe conjurar la heteronom ía como
sona. Los intereses de una ética heterónom a no pue­ un m al espíritu que le im pide encontrarse con ella
den coincidir con los intereses de los hom bres, al m ism a.
menos de todos los hom bres. Es, por principio, una E ntre las m ediaciones heterónom as de que se ha
ética inhum ana. servido la ética cristian a p a ra expresar su com pro­

26 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


miso m oral destacam os las siguientes: la prohibi­ son las m ediaciones constitutivas y expresivas de la
ción o el tabú; la obligación extrínseca; lo estableci­ m oral; b) mediaciones del legalismo eclesial: la «ley
do. positiva» llega a constituirse en m ediación privile­
giada tan to a nivel de contenido (supravaloración
de los preceptos positivos; m atización de todo el
• Modelo moral basado en contenido de la m oral a través de la «juridización»)
la «prohibición» (= tabú) como a nivel de e stru c tu ra (supravaloración de la
Si la m oral cristian a se sirve de la m ediación de «autoridad» y de la «obligación» como fuentes ge­
la prohibición o del tabú, expresará sus contenidos neradoras de m oralidad); la influencia de estas m e­
propios, necesariam ente falseados, a través de un diaciones en la m oral eclesial se pone de m anifiesto
esquem a ético de carácter m ágico-tabuístico. La de un m odo especial en la etap a de la casuística,
norm atividad tab u ística posee las características constituyendo el exceso legalista uno de sus p rinci­
siguientes: tiene un carácter ciego u opaco (está ce­ pales fallos.
rrad a sobre ella m ism a, sin que pueda ser p en etra­
da o ilum inada por el hom bre); tiene una in terio ri­ • Modelo moral basado
dad m aléfica; su violación im plica sanciones inm e­ en «lo establecido»
diatas de orden m ágico y religioso; esta violación
no en tra dentro de las categorías de la responsabili­ La m oral cristian a tam poco se ha liberado siem ­
dad hum ana; las sanciones acaecen como conse­ pre de las m ediaciones propias del positivism o mo­
cuencia de la violación, sea ésta responsable o irres­ ral. En la versión eclesial, las m ediaciones positivis­
ponsable desde la libertad hum ana; la violación, tas han tenido form as específicas: el puesto de pri­
junto con las sanciones inm ediatas, es de carácter vilegio concedido al llam ado «argum ento de a u to ri­
contagioso, es decir, condiciona a las personas que dad» (una cita bíblica, un docum ento del m agiste­
están im plicadas (con lazos de sangre, lazos socia­ rio eclesiástico, la acum ulación de opiniones un án i­
les, etc.), con el violador del tabú. mes de m oralistas, etc.); la dificultad de som eter a
revisión profunda y h a sta radical los p lanteam ien­
Es un deseo de n uestra época lib erar la m oral tos y soluciones vigentes; la prevalencia de una
cristiana de toda m ediación tabuística o p ro h ib iti­ «doctrina oficial» al m argen de la cual corre m u­
va. Se habla del «final de las prohibiciones» y se chas veces una doctrina m ás am pliam ente com par­
pretende p lan te ar la m oral «m ás allá de lo p rohibi­ tida y m ejor justificada. Estos y otros parecidos
do». No podem os afirm ar que se haya conseguido condicionam ientos del saber teológico-m oral in-
del todo. Es una tarea perm anente, ya que tam bién traeclesial son signos m anifiestos de la prevalencia
la tentación es perm anente. de las m ediaciones éticas positivistas.
Valoración crítica: «infantilización de la con­
• Modelo moral basado en la ciencia cristiana».
«obligación extrínseca» En los m odelos heterónom os de m oral, la perso­
Las éticas voluntaristas se constituyen y se ex­ na queda al m argen del proceso de decisión. Tam ­
presan a través de la obligación extrínseca al valor poco es la persona el objetivo prim ordial de las de­
real; proyectan en una voluntad d istin ta del sujeto cisiones éticas im puestas con criterios de heterono-
la realidad del valor m oral. m ía.
Son diversas las variaciones que puede ad o p tar
el obligacionism o extrinsecista m oral. Por lo que
respecta a las repercusiones que ha tenido como
form a m ediadora de la m oral cristiana, señ alaría­ La valoración global que se puede hacer de los
mos las siguientes como m ás im portantes: a) media­ modelos morales basados en la heteronomía es
ciones del voluntarism o divino: el «querer libre» de que suponen y propician la infantilización de la
Dios, el «m andato divino», o la «sanción de Dios» conciencia cristiana. Bajo un régimen de hetero-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 27


nomía moral, la comunidad cristiana no alcanza constata en los moralistas cristianos más alerta­
aquellos grados mínimos de adultez que posibili­ dos del momento actual una tendencia a funda­
tan a cada uno de sus miembros ser sujeto de su mentar la ética cristiana en las raíces más estric­
propia vocación. tamente teológicas, pero al mismo tiempo en las
bases plenamente afirmativas de lo humano. Si la
fundamentación estrictamente teológica recibe la
J. Piaget ha constatado la presencia de dos m o­
adjetivación de teónoma, el apoyo antropológico
rales en el niño. «Estas dos m orales se deben a pro­
cesos form adores que, en líneas generales, se suce­ es calificado de autónomo.
den sin constituir, a pesar de ello, estadios propia­
m ente dichos. Es posible, adem ás, m arc ar la exis­
tencia de una fase interm edia. El prim ero de estos Vivir en autonom ía m oral es u n a de las exigen­
procesos es la presión m oral del adulto, presión que cias del cristiano en el m om ento actual. Por el hecho
da como resultado la heteronom ía y por consiguien­ de ser creyente, no pierde esa dignificación de la
te el realism o m oral. El segundo es la cooperación criticid ad m oral. Este factor es aceptado como un
que provoca la autonom ía. E ntre estos dos puede elem ento dentro del M anifiesto de la libertad cristia­
distinguirse una fase de interiorización y de genera­ na: «La única au to rid ad que hem os de invocar cuan­
lización de las reglas y consignas» (El criterio moral do se tra ta de fu n d am en tar un im perativo moral
en el niño. B arcelona 1971, 164). concreto es la razón libre, es decir, la libertad razo­
Para que la evolución m oral alcance su m adu­ n ad a en sí m ism a. Cuando verdaderam ente toma
rez, es necesario que el niño pase de la heteronom ía conciencia de sí, el sujeto m oral descubre al mismo
a la autonom ía. Si esto no sucede, el adulto vivirá tiem po que es «autónom o», que lleva dentro de sí su
en una m oral infantil. Es lo que acontece a la con­ propia ley: la lib ertad responsable, que es p a ra sí
ciencia cristiana cuando vive la dim ensión ética de m ism a norm a objetiva y verdadera, única autoridad
la fe con los m odelos de heteronom ía: la conciencia legítim a en consecuencia. C apitular ante otra auto­
de la com unidad cristian a padece infantilización ridad, sea la que fuere, aun la de un Dios entendido
moral. com o legislador (m oral) inm ediato («teonom ía » mal
entendida), equivaldría p a ra u n a conciencia m oral a
destruirse a sí m ism a. Por eso hay que denunciar
D. 2. Modelo válido: basado en com o un violencia ilegítim a todo recurso a una auto­
la «autonomía teónoma» rid a d que no sea la lib ertad m ism a p a ra legitim ar un
im perativo o una prohibición en concreto. Menos
Una de las aspiraciones de la reflexión crítica aú n se debe invocar en este terreno u n a autoridad
desde K ant hasta nuestros días es la de form ular y apoyada en la revelación. A doptar una ética rigurosa
vivir una m oral autónoma: u n a m oral desde el hom ­ de respeto a la libertad m oral de los cristianos es
bre y p a ra el hom bre. Es cierto que el contenido de p a ra nosotros una condición indispensable p a ra que
la autonom ía m oral tiene m atices diversos según los razonam ientos m orales de los cristianos m erez­
los diferentes autores que la propician; en algunos can de nuevo ser escuchados el día de m añana» (Ma­
llega a tener la función de un concepto-lím ite que nifiesto de la libertad cristiana. M adrid 1976, 70-71).
postula u n a situación utópica. Sin em bargo, no se
puede negar que la búsqueda de la autonom ía m o­
ral constituye un hito del espíritu hum ano. « ■ a H H M M M M K Mi

El punto de arranque de esta comprensión de


la moral cristiana es aceptar el orden humano con
La autonomía moral no elimina la teonomía, es su normatividad consistente y autónoma. Pero, al
decir, su apertura a la trascendencia y su consi­ considerar al hombre desde la perspectiva de la
guiente fundamentación religiosa. De hecho, se creación, es posible pensar en Dios como alguien

28 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


que da sentido y fundamenta la autonomía del es de carácter voluntarista-nominalista (recaería
hombre; la ética cristiana teónoma es la expresión la moral en la heteronomía), sino de carácter ra­
de la relación normativa de Dios con el hombre, cional (es decir, basada en la autonomía). Por eso
relación que no contradice ni suprime la normati- el desarrollo de esta posición teónoma podrá si­
vidad autónoma del hombre, sino que más bien la tuar en el punto de partida la razón, fundada se­
posibilita y le da un fundamento válido. gún la creación, como fuente de normatividad hu­
La estructura teónoma de la razón cristiana no mana, tal como se manifiesta en la moral bíblica.
Lv.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 29


UNIDAD 2.a

Conceptos básicos de la
moral cristiana

Apartado 1
La responsabilidad moral y sus expresiones: op­
ción fundamental - actitudes - actos.
Apartado 2
Los valores y las normas morales.
Apartado 3
La conciencia moral cristiana.
Apartado 4
El pecado: fracaso en la vida moral cristiana.
_________ GUIA__________
El contenido de esta Unidad es amplio, ya que co­
rresponde al estudio de los factores que intervienen en
la vida moral. Tales factores, cuando entran a formar
parte del discurso teológico-moral, se convierten en
categorías básicas de la teología moral.
Agrupamos dichos factores o categorías en cuatro
grupos:
- la responsabilidad, dentro de la cual se desta­
can las expresiones de la opción fundamental, las acti­
tudes y los actos;
- el momento objetivo de la moralidad, expresado
mediante el concepto de valor moral, que es formula­
do a través de la norma moral;
- el momento subjetivo de la moralidad, expresa­
do mediante la categoría de conciencia moral,
- el fracaso en la vida moral, cuya expresión es el
pecado.

32 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Apartado 1
La responsabilidad moral y sus expresiones:
opción fundamental - actitudes - actos.

A. SINTESIS
Comprensión y expresiones de la responsabilidad
moral del cristiano.
B. Para AMPLIAR
Análisis de la opción fundamental y de la actitud
moral.
C. Para PROFUNDIZAR
Interrogantes pedagógico-catequéticos sobre la
función de la opción fundamental.
D. Para CONFRONTAR
Comparación de «esquemas» para formular las ex­
presiones del comportamiento moral.

PARA r o M n r R R r a r t i c a
A. Síntesis
Comprensión y expresiones de la responsabilidad moral del cristiano.

A. 1. Com prensión cristian a de la responsa­


bilidad m oral.
A. 2. Expresiones de la responsabilidad m o­
ral: opción fundam ental - actitudes - actos.

A. 1. Comprensión cristiana - La fe proporciona la seriedad últim a y radical


de la responsabilidad moral a la responsabilidad m oral. Para el creyente, la de­
cisión responsable no es solam ente una tom a de
La vida m oral se apoya sobre la responsabilidad postura de la lib ertad ante los valores m orales, sino
hum ana. No existe m oral sin responsabilidad; ta m ­ tam bién y a la vez una respuesta ante Dios.
poco se puede entender perfectam ente la responsa­
bilidad de la persona si no se la exam ina desde sus - La fe libera a la responsabilidad m oral de to­
im plicaciones m orales. Por eso se ha podido afir­ da autovanagloria y autocondenación m orbosas. La
m ar que «ser libre» y «obrar m oralm ente» son una decisión libre del creyente está resituada dentro del
m ism a realidad. clim a de acogida y de perdón que origina la gracia.
La vivencia religiosa de la g ratu id ad divina im pide
al creyente confiar to talm ente en la fuerza hu m an a
de su decisión; pero hace tam bién que el fracaso de
El creyente entiende y vive su responsabilidad la responsabilidad no m antenga a la persona en el
con la seriedad que tiene todo lo genuinamente círculo infranqueable de la autocondenación.
humano. Pero a esa seriedad le añade la referencia
religiosa. El creyente realiza su responsabilidad
moral dentro del horizonte marcado por la presen­ El cristiano vive su responsabilidad como una
cia de Dios revelado en Cristo. Por eso mismo su exigencia de seriedad escatológica y como un don
responsabilidad se sitúa en las coordenadas de la de la liberación que Dios gratuitamente nos ofrece
historia de salvación. La actuación del cristiano en Cristo. Profundizar en el significado de la res­
ha de ser valorada desde el proyecto que Dios tie­ ponsabilidad es tomar conciencia de la vocación
ne sobre la humanidad y sobre cada uno de noso­ cristiana.
tros.
***** ■ rnsam
Por eso afirm aba el D ocum ento de trabajo p ara
La im portancia de esta redim ensión cristiana se el Sínodo de Obispos de 1983: «Si el hom bre no
concreta en dos afirm aciones sobre la peculiaridad fuera libre, es decir, si no estuviera dotado de la
cristiana de la responsabilidad hum ana: capacidad de decidir y de escoger, quedaría reduci-

34 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


do a un elem ento m ás de un todo predeterm inado,
y, lo que es peor, se vería privado de aquella carac­ El empleo de la categoría de opción fundamen­
terística esencial y p ropia por la que está en condi­ tal para exponer la responsabilidad moral ofrece
ciones de responder a Dios que le interpela. De esta notables ventajas: se destaca la unidad de la vida
form a perdería todo su inestim able valor la ense­
ñanza de Cristo que invita a la conversión y espera moral; se expresa con mayor relieve el aspecto di­
una respuesta libre. Más aún, carecería de significa­ námico y personalizador de la moralidad; se pue­
do la m ism a redención, orien tad a toda ella a lib ra r­ den plantear mejor algunos temas de moral pasto­
nos del pecado y a darnos la vida del E spíritu Santo ral (diversa gradación de la culpabilidad); me­
por m edio de Jesucristo m uerto y resucitado» {La diante el concepto de opción fundamental, cabe
Reconciliación y la Penitencia en la M isión de la Igle­ entender mejor la incidencia de la gracia, de la fe,
sia. M adrid 1983, 29). de la caridad, en la vida moral del cristiano.

A. 2. Expresiones de la Conviene, sin em bargo, señalar los peligros en


responsabilidad moral: que puede caer una falsa concepción de la opción
opción fundamental - actitudes - actos fundam ental. Nos referim os concretam ente a dos:
entender la opción fundam ental sin relación a la
m oral objetiva, propiciando de este m odo un falso
a) L a o p c ió n fu n d a m e n ta l
«intencionalism o» o un vacío «subjetivism o»; h a ­
La opción fundam ental (tam bién llam ada: «in­ cer de la opción fundam ental algo autónom o y no
tención fun d am en tal» , «decisión fundam ental», referido a los actos concretos y p articulares, creyen­
«orientación fundam ental», «m otivo fundam en­ do falsam ente que éstos no tienen fuerza suficiente
tal», «sentido fundam ental») es la expresión m ás p a ra tran sfo rm ar la intención general del sujeto. El
im portante de la responsabilidad m oral. m agisterio eclesiástico, que ha dado acogida a la
La categoría de opción fundam ental expresa categoría de opción fundam ental, ha puesto en
a d e c u a d a m e n te la in te n c ió n g lo b aliz a n te que guardia contra el últim o peligro que acabam os de
acom paña a todo com portam iento m oral. Viene a señalar (Congregación p a ra la D octrina de la Fe,
ser una form ulación nueva del m ism o contenido ex­ Declaratio de quibusdam quaestionibus ad sexualem
presado en la tradición teológico-m oral agustiniana ethicam spectantibus, n. 10: AAS 68 [1976] 88-90).
y tom ista m ediante el concepto del fin últim o. Así
como la orientación hacia el fin últim o m oral se b) L a s a c titu d e s m orales
entendía en dicha tradición com o la intención glo­
bal que se encarna en los actos m orales, la opción Las actitudes m orales constituyen aquel conjun­
fundam ental se entiende ahora como la intención to de disposiciones ad q u irid as que nos llevan a
nuclear que se desarrolla a través de los actos m ora­ reaccionar positiva o negativam ente (actitudes po­
les concretos. sitivas o negativas) ante los valores m orales. El con­
En cuanto orientación nuclear, la opción funda­ cepto actual de a c titu d m oral viene a expresar lo
m ental no puede darse sin los actos m orales concre­ que en la m oral tradicional se entendía por hábito
tos; es el aspecto «trascendental» que requiere ine­ (virtud, cuando el háb ito era positivo).
ludiblem ente la presencia del contenido concreto Las actitudes concretan el significado de la op­
«categorial»; es, dicho de otro m odo, la intenciona­ ción fundam ental en los diversos cam pos de la exis­
lidad inherente a la «libertad fundam ental» que tencia h u m an a y cristiana: vida social, vida conyu­
precisa encarnarse en acciones libres concretas. Es­ gal, vida fam iliar, vida interpersonal, etc. Si la op­
to indica que la opción fundam ental no ha de ser ción fundam ental positiva del cristiano es aceptar
entendida como algo autónom o y sin referencia a la la soberanía de Cristo en el conjunto de la existen­
objetividad concreta de los com portam ientos morales. cia, las actitudes positivas cristianas parcializan

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 35


esa decisión globalizante en las áreas de la verdad, dinam ism os diferentes dentro de la unidad de la
de la fidelidad, del servicio, de la solidaridad, de la responsabilidad del único sujeto.
igualdad, de la libertad, etc. El citado D ocum ento de trab ajo p a ra el Sínodo
de 1983 form ula esta doctrina del siguiente modo:
«El hom bre decide su fin ú ltim o y así hace realidad
El concepto y la realidad de actitud es muy
su proyecto personal, actuando librem ente y asu­
m iendo ante Dios la responsabilidad de la orienta­
fecundo para la educación moral. Esta consiste
ción elegida p a ra la p ropia vida, que luego se define
fundamentalmente en crear en el educando sensi­ y expresa en opciones concretas.
bilidades que descubran los valores morales y con­
La vida del hom bre ha de ser valorada desde su
vicciones internas que interioricen dichos valores.
opción fundam ental ante Dios, adhiriéndose a él co­
La interiorización o subjetivación de los valores se mo sum o bien o rechazándole. E sta ‘opción funda­
identifica con la creación de actitudes. Por eso ani­ m en ta l’ no se puede reducir a una intención vacía
mamos a los educadores cristianos para que tra­ de contenidos y com prom isos bien determ inados, o,
bajen en la propuesta de un conjunto armónico y en otras palabras, a una intención aislada de un
jerarquizado de actitudes morales cristianas de esfuerzo activo en relación con las diversas obliga­
acuerdo con el espíritu evangélico y teniendo en ciones de la vida m oral. El hom bre, por el m ero
cuenta la auténtica sensibilidad del hombre ac­ hecho de existir y desarrollarse, vive en la h istoria y
tual. realiza la p a rte que le corresponde.
Por eso, la orientación fundam ental y global de
la libertad h u m an a pide concretarse en opciones
determ inadas. Y puede suceder que en cada una de
c) Los actos morales estas opciones se m odifique la orientación funda­
Los actos m orales son la expresión y la verifica­ m ental de su libertad, rechazando a Dios y volvien­
ción de la opción fundam ental y de las actitudes. do a él» (O. c., 31-32).
Por su propia condición, los actos son diversifica­
dos, parciales y singulares. Es decir, los actos difí­
cilm ente expresan en to talid ad la decisión m oral de
la persona. Por o tra p arte, la responsabilidad de los El acto moral es la manifestación (el signo: en
actos ha de m edirse por la carga de opción funda­ cuanto significación y contenido) de la opción fun­
m ental que llevan, así como por la im portancia que damental y de la actitud. A partir de su condición
tengan en la configuración de las actitudes. de signo, el acto moral adquiere una notable di­
E sta valoración de los actos m orales no ha de ser versidad de formas según su mayor o menor pro­
interp retad a en la educación m oral y, en general, en fundidad. En la vida del hombre existen: a) actos
la pastoral com o p o stu ra m inim izadora y m ucho instintivos («actos del hombre»); b) actos «re­
menos despreciativa. Por el contrario, al situarlos flejos» (gestos rutinarios o dependientes de la edu­
en relación con la opción fundam ental y con las cación); estos actos no están totalmente privados
actitudes, los actos adquieren u n a renovada im por­
de la libertad, ya que en el transcurso de los años
tancia en la vida m oral.
subsiguientes han sido aprobados o reprobados
La responsabilidad m oral, aunque se exprese de por la persona libre y de esta manera subsumidos
diferente m odo en la opción fundam ental, en las en la libre realización de sí misma; c) actos «nor­
actitudes y en los actos, no deja de ser la decisión de
un único y m ism o sujeto. E sta un id ad de sujeto h a­ males» (se dan entre lo rutinario y lo decisivo); d)
ce que las tres expresiones de la responsabilidad actos-cumbre (momentos decisivos: con solemni­
(opción fundam ental, actitudes, actos) no deban ser dad externa jurídica o sin dicha solemnidad).
entendidas com o entidades separadas, sino como

^ A m o j r n u n r F R LA ETICA CRISTIANA
B Para AM PLIA R
Análisis de la opción fundamental y de la actitud moral.

B. 1. Teología de la opción fu n d am en tal


cristiana.
B. 2. E stru ctu ra de la a ctitu d m oral c ristia­
na.
■mas*

B. 1. Teología de la opción sibilidades que le ofrece la histo ria real de la hu m a­


fundamental cristiana nidad. Este es el d ram a m ás profundo del hom bre.
Cuando Dios se ofrece al hom bre com o verdade­
La teología p lan tea el tem a de la opción funda­
ro horizonte de su realización, y cuando el hom bre
m ental principalm ente desde los presupuestos teo­ librem ente se decide a acogerse a ese ám bito de
lógicos siguientes. En p rim e r lugar, considera la op­
referencia, entonces tiene lugar la «gracia» de la
ción fundam ental com o la gran posibilidad (gracia)
opción fundam ental cristian a. N aturalm ente, ese
que Dios otorga al hom bre p a ra que éste pueda en­
ám bito de acogida y de realización del hom bre no
co n trar su realización plena. En segundo lugar, la
puede entenderse si no es com o acogida que Dios
teología expresa el sentido dinám ico de la existencia
ofrece en C risto com unicado, a través del E spíritu,
cristiana a través del concepto de opción fundam en­
en su Iglesia.
tal. Estos son los dos principales ángulos de visión
que ofrece la reflexión teológica actual en torno al
concepto y a la realid ad de la opción fundam ental
del cristiano.
La opción fundamental cristiana se identifica
con la existencia cristiana: una existencia en la re­
a) Opción fundamental como posibilidad lación amorosa con Dios, una existencia en la co-
ofrecida por Dios formación con Cristo, una existencia bajo la fuerza
(opción fundamental y gracia) del Espíritu. La opción fundamental cristiana es
La teología actu al entiende el concepto de op­ la verificación de la experiencia paulina: «Ya no
ción fundam ental en relación con la gracia. El hom ­ vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).
bre tiende a la realización plena de su existencia. mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmrnmm
Más aún, lleva clavado en su yo m ás profundo un
deseo de infinitud. Ahora bien, el hom bre experi­ La teología de la opción fundam ental se identifi­
m enta que ese deseo no lo puede colm ar desde los ca con la teología del existir cristiano. En lenguaje
presupuestos de su posibilidad h u m an a y de las po­ clásico, se identifica con la teología de la gracia. En

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 37


lenguaje m ás actual, se identifica con la antropolo­ solo; pero si m uere, llevará m ucho fruto» (Jn 12,
gía teológica de base. 24).
- A ceptando las «condiciones del seguim iento
de Cristo».
b) Opción fundamental y dinamismo - Viviendo la rad icalid ad de las bienaventuran­
del existir cristiano zas y del serm ón del m onte.
(opción fundamental y - H aciendo la elección entre «Dios» y el «dine­
compromiso cristiano) ro».
La segunda perspectiva que adopta la teología - «Vendiéndolo todo», con tal de poder conse­
actual en la consideración de la opción fundam en­ guir la perla encontrada o poder seguir a Cristo.
tal es de cará c te r dinám ico. En este sentido, la op­
ción fundam ental cristiana es la estru ctu ra o la for­
m a que adopta la decisión nuclear de la persona a
La opción fundamental lleva consigo la exigen­
la hora de querer realizarse en totalidad.
cia de un cambio radical en el modo de entender y
Colocándonos en esta perspectiva, la opción fun­ de realizar la existencia: perder la propia vida pa­
dam ental puede identificarse con la categoría de la
ra entregarla en servicio de los hermanos como
caridad. En cuanto decisión central del cristiano, la
opción fundam ental no puede ser o tra cosa que la verificación real de la apertura a Dios y de la acep­
«orientación radical» hacia Dios. Ahora bien, esa tación de Cristo.
orientación no es m ás que la decisión de vivir en
relación de am istad con Dios (caridad).
La tesis clásica de «la caridad como form a de
todas las virtudes» y la tesis m ás actual del «prim a­ B. 2. Estructura de la actitud
do de la caridad en la teología m oral» pueden tener moral cristiana
una versión m ás personalista, al decir que la opción
fundam ental cristiana constituye la decisión n u ­
clear del existir cristiano y que los com portam ien­
tos o decisiones singulares son «m ediaciones» de la La actitud moral, al ser la concreción de la op­
opción fundam ental. ción fundamental, conlleva toda la riqueza de la
Tam bién se puede entender la opción funda­ dimensión ética de la persona. El mundo pático, el
m ental m ediante la categoría teológica de la fe. En mundo cognoscitivo, el mundo volitivo, el nivel
este sentido, la opción fundam ental es la aceptación ejecutivo de la persona: todo resuena en la actitud
radical de Cristo como un alguien que «condiciona» moral. Esta viene a estar integrada por los senti­
nuclearm ente la com prensión y la realización de la mientos, por los principios o criterios, por las deci­
propia existencia del creyente. siones o tomas de postura y por toda la gama de
Además de las categorías teológicas de la cari­ niveles ejecutivos de la persona. La estructura de la
dad y de la fe, existen otras m uchas form as expresi­ actitud moral repite la rica estructura de la perso­
vas del significado de la opción fundam ental p a ra el na.
cristiano. En el Nuevo T estam ento encontram os
una gama de expresiones m uy rica, tan to por su con­
tenido como por su valor pedagógico. La opción Además de esa com prensión am plia de la estru c­
fundam ental se realiza (señalando algunas form as tu ra de la actitu d m oral, existe otra com prensión
expresivas neotestam entarias): m ás restringida. Por ella nos preguntam os aquí.
- Identificándose con el a c tu a r de Cristo: «Si el Hemos de reconocer la carencia de estudios sobre
grano de trigo no cae en tie rra y m uere, quedará este aspecto de la m oral. M ientras que se ha sometí-

38 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


do a reflexión la «estructura de la a ctitu d religio­
sa», apenas se ha estudiado la estru ctu ra de la acti­
tud m oral.
Por lo que respecta a la a c titu d m oral cristiana,
creemos que su e stru c tu ra se com pone fundam en­
talm ente de tres elem entos: m otivación, referencia
a un ám bito concreto del com prom iso hum ano, y
aspiración tendencial.
• La motivación. La a ctitu d cristiana supone co­
mo elem ento necesario el de la m otivación. El com ­
portam iento ético cristiano no nace de un «im pera­
tivo» seco y frío, sino de un «indicativo» de gracia y
de don. La m oral cristian a se apoya necesariam ente
sobre una teología; eso quiere decir que no puede
existir actitu d ética cristian a si no se apoya en p rin ­
cipios teológicos: en una «cosmovisión» cristiana.
La m otivación interviene en todo com porta­
m iento hum ano. Por m otivación se entiende en psi­
cología el conjunto de factores que inician, sostie­
nen y dirigen una conducta. La m otivación como
proceso está integrada po r tres fases: 1) suscitación:
todo com ienza por una carencia o déficit de algo
que el sujeto o el organism o necesita p a ra su funcio­
nam iento norm al; 2) fase dinám ica, cuyos aspectos
fundam entales son: el im pulso, el deseo y la con­
ducta instrum ental; 3) fase consum atoria: la conse­
cución de un objeto (incentivo) apropiado a la nece­
sidad reduce o suaviza o elim ina el suscitador y se
recupera parcialm ente el equilibrio.
Se han propuesto m uchas teorías p a ra explicar
la m otivación desde el punto de vista psicológico:
teoría intelectualista: nos mueve a la acción nuestra
voluntad libre, después de una proposición por p a r­
te de la inteligencia; teoría hedonista: el hom bre
tiene com portam ientos por la m otivación de conse­
guir el placer y evitar el dolor; teoría instintivista:
se equipara el concepto de m otivación al de instinto
(por ejem plo, Freud); teoría impulsivista: se supone
que la carencia de algo que un sujeto necesita para
vivir produce un desequilibrio, el cual origina un
im pulso hacia la consecución de un incentivo que
resta u ra rá el equilibrio con la consiguiente satisfac­
ción.
La m otivación es algo decisivo en la vida m oral.
La invitación al bien p a rte del m undo objetivo de
los valores, pero el fundam ento p rincipal y el móvil

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 39


real del bien es siem pre el m otivo abrazado por la se podrá exponer la figura m oral del cristiano en
libre voluntad como causa que m ueve a la acción. concreto m ediante u n a constelación de actitudes.
La actitu d m oral se m ide, en gran p arte, por la au ­ • Aspiración tendencial. Es propio de la m oral
tenticidad y po r la valía de las m otivaciones en que cristiana el sentido dinám ico. Una ética legalista se
se apoya. circunscribe al m ínim o prescrito por la ley. Una
ética, como la cristiana, que se apoya sobre el indi­
• Referencia a un ámbito concreto del compromi­ cativo de un don total tiene que ser una ética din á­
so humano. La actitu d m oral cristian a no puede m ica y de aspiraciones.
quedar en p u ra «intención» ni en puro «sentim ien­
to». La m oral cristian a tiene que incidir en la reali­ La actitu d m oral cristiana no se reduce a la refe­
dad. De otro m odo sería una ética alienada y alie­ rencia al ám bito concreto del com prom iso, ni si­
nante. quiera queda circunscrita po r el horizonte de la m o­
tivación. N ecesita espacios m ás abiertos. La actitu d
Si el valor m oral cristiano es la m ediación entre cristiana conlleva como elem ento necesario la ten­
la fe y el com prom iso, lo m ism o tenem os que decir dencia dinám ica hacia una perfección absoluta.
de la a ctitu d m oral. E sta se realiza m ediante su «Sed buenos del todo, com o es bueno vuestro Padre
concreción en un ám bito de la vida hum ana. Por eso del cielo» (Mt 5, 48).

C. Para PROFUN DIZAR


Interrogantes pedagógico-catequéticos sobre la función de la opción fundamental.

C. 1. ¿Cuándo aparece la opción fundam en­


tal?
C. 2. ¿Cómo se da la opción fundam ental?
C. 3. Relación entre la opción fundam ental y
las actitudes y los actos.

C. 1. ¿Cuándo aparece orientarse h acia el fin últim o, no pudiendo de hecho


la opción fundamental? ser indiferente a él. De esta afirm ación se deducían
diversas aplicaciones pastorales: el pecado en el ni­
En la m oral tradicional se decía que el niño, en ño; la confesión del niño, etc. Creemos que estas
cuanto llega al uso de razón, tiene posibilidad de afirm aciones han de ser m atizadas a p a rtir de las

40 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


conclusiones de la psicología. Si la opción es una Todo com portam iento m oral lleva consigo dos
decisión total de la persona, sólo se podrá d a r cuan­ aspectos: la p a rticu la rid a d (creada po r el horizonte
do se haya llegado a u n a m adurez psicológica sufi­ del valor m oral p a rticu la r) y la universalidad (la
ciente. opción en referencia al fin últim o, que va im plicada
T ratando de co n testar m ás concretam ente a la conscientem ente, aunque no necesariam ente de un
pregunta de cuándo aparece la opción fundam en­ m odo reflejo, en el valor particular).
tal, afirm am os lo siguiente:
- De un m odo m ás «evidente» (y de una form a C. 3. Relación entre la opción fundamental
norm al) se puede decir que la opción fundam ental y las actitudes y los actos
suele coincidir con la «crisis de la personalidad»
que se da en la adolescencia. E sta crisis psicológica Si es cierto que las actitudes y los actos valen
m oralm ente en ta n to que estén inform ados po r la
(frente a una vida «superyoica» aparece una vida
opción fundam ental, nos podem os preguntar:
«individualizada») viene acom pañada por la crisis
religiosa y po r la crisis m oral (m om ento propicio - ¿Puede una sola actitu d , es decir, un aspecto
para la aparición de la opción fundam ental). de la vida m oral, com prom eter plenam ente la op­
— E sta opción fundam ental se va prep aran d o ción fundam ental? D ependerá de la esencialidad de
dicha a c titu d en la vida m oral. Una de las urgencias
desde los prim eros años de la niñez. En cuanto que
van condicionando la opción fundam ental, en ese de la m oral es h acer una exposición del conjunto de
actitudes éticas y jerarquizadas.
mism o sentido los actos del niño han de ser vistos
en referencia a la opción fundam ental. „ - ¿Puede un solo acto com prom eter la opción
Esto no quiere decir que en el niño no exista fundam ental? El acto m oral es de algún m odo un
signo de la opción fundam ental; por su p arte, la
responsabilidad. La tiene, pero en cuanto sujeto
que se está haciendo (es decir, que está incoando su opción fundam ental es el centro del acto m oral p a r­
opción fundam ental). ticular. Según sea la profundidad del acto, en esa
m ism a m edida hay que h a b la r de m ayor o m enor
com prom iso en él de la opción fundam ental. En un
C. 2. ¿Cómo se da acto m uy intenso, la opción m oral queda com pro­
la opción fundamental? m etida; en un acto m enos intenso (desde el punto
de vista de responsabilización), la opción funda­
No se da en un acto explícito, sino im plícita­ m ental perm anece la m ism a: a) bien en el sentido
m ente. La opción fundam ental es la decisión po r la de que con ese acto la opción fundam ental se «ex­
cual el hom bre d eterm in a libre y radicalm ente su presa» de una form a leve (si el acto está en la m is­
relación en orden al ú ltim o fin, en cuanto que dis­ m a dirección de la opción fundam ental); b) o bien
pone de sí m ism o totalm ente. E sta decisión y esta en el sentido de que con tal acto se contradice a la
disposición de sí m ism o no suele hacerse con un opción fundam ental de un m odo m enos profundo
acto explícito y reflejam ente consciente, sino de (si el acto no corresponde a la dirección de la opción
una m anera im plicativa en los com portam ientos fundam ental).
singularizados; esta im plicación es consciente y li­
La opción se va encarnando en la sucesividad de
bre, pero no refleja. la vida; los actos serán responsables (buenos o m a­
En todo com portam iento m oral, el hom bre no los) en la m edida que particip en de la opción funda­
solam ente elige explícita y reflejam ente este o m ental. Los actos, de ordinario, no pueden expresar
aquel valor p articu lar, sino que com prom ete de un todo el valor de la opción fundam ental; necesitan la
modo no-reflejo la opción fundam ental. Y esto: a) sucesión y la tem poralidad. Se puede pensar que
bien haga su opción fundam ental p rim era (en el únicam ente el acto de la m uerte puede expresar de­
p rim er acto plenam ente m oral); b) bien exprese de finitivam ente la opción fundam ental (relación con
nuevo la opción fundam ental ya existente; c) bien la hipótesis de la «opción final»), pero entendiendo
m ude la opción p rim era en opción co n traria. la «opción final» en el conjunto de la vida total.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 41


D. Para CO N FR O N TA R
Comparación de «esquemas» para formular las expresiones del com portam iento moral.

D. 1. El esquem a aristotélico-escolástico-ca-
suístico.
D. 2. El esquem a actual personalista

Existen diversos esquem as teóricos p ara form u­ tos en general y sobre los vicios y virtudes en p a rti­
lar la realidad de las expresiones del com porta­ cular.
m iento responsable. En la actualidad se abandona • Actos: fueron d u ran te m ucho tiem po la cate­
el esquem a aristotélico-escolástico-casuístico y se goría antropológica-m oral m ás im portante y a ve­
acepta el esquem a personalista. ces la única de la m oral. Por eso se ha calificado a la
m oral casuista com o u n a «m oral de actos ».
D. 1. El esquema aristotélico-escolástico- La m oral cristian a ha sido expuesta, durante
m ucho tiem po, a p a rtir de este esquem a aristotéli-
casuístico co-escolástico-casuístico. El hallazgo m ás im por­
En el esquem a aristotélico-escolástico-casuís- tante en este esquem a fue la estru ctu ra interm edia
tico se exponen las expresiones del com portam iento entre la potencia y el acto: el hábito. Los hábitos, en
responsable del siguiente modo: efecto, son «principios intrínsecos de la acción h u ­
m ana».
Potencias —» Hábitos (virtud; vicio) —* Actos Aun reconociendo los m éritos objetivos de este
• Potencias: constituyen la p rim era estru ctu ra esquem a y las ventajas que su utilización ha a p o r­
expresiva del com portam iento hum ano, ya que, se­ tado, creem os que su uso en la m oral se h a converti­
gún la doctrina escolástica, el «alm a» no es inm e­ do en problem a.
diatam ente operativa. Para el com portam iento m o­ Por una p arte, la vida m oral se ha desplazado
ral, se tra ta de dos potencias determ inadas: la inte­ excesivam ente hacia la categoría expresiva del ac­
ligencia y la voluntad. En la conjunción de am bas to. M ientras que en la m oral de santo Tom ás y de la
potencias radica el com ienzo del acto m oral. tradición tom ista, la im portancia del háb ito tenía
• Hábitos: constituyen la estru ctu ra interm edia la prim acía, en la m oral casuista se insistió de un
entre las potencias y los actos. Son habitudes en modo prevalente en los actos. Esto dio lugar a una
orden a la natu raleza (en orden a las potencias) y, a «atom ización» de la vida m oral. A la vez, los h á b i­
través de ella, en orden a la acción. Consisten en tos se entendían como la repetición de los actos, d an ­
disposiciones que hacen m ás fácil la p ro n ta y eficaz do lugar a una concepción «m ecanicista» de los h á ­
ejecución de los actos correspondientes. Los hábitos bitos, convirtiendo a éstos en «autom atism os» y no
pueden ser: 1) buenos: virtudes; 2) m alos: vicios. en actitudes.
Existe una extensa teoría escolástica sobre los h áb i­ Además, la utilización del esquem a aristotélico-

42 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


escolástico-casuístico en la m oral ha traído consigo D. 2. El esquema actual personalista
un tipo de m oral cen trad a en el objeto. H a sido una
m oral en la que la materia del acto hum ano era lo La form ulación p erso n alista de las expresiones
decisivo, tan to en la «especificación» de la vida m o­ antropológicas del co m portam iento hum ano adop­
ral como en su «valoración». A los actos se los en­ ta el esquem a siguiente:
tendía «especificados» por los objetos; por o tra p a r­
te, los actos «especificaban» a los hábitos. De ahí Opción fundam ental —* A ctitud —» Acto
que fuera u n a m oral con predom inio excesivo del
objeto (m oral objetivista). Se tra ta de un esquem a en el que se in ten ta p a r­
tir de una consideración no ta n to ontológica cuanto
Por o tra p arte, el esquem a aristotélico-escolásti- antropológica. Es el conocim iento del hom bre lo
co-casuístico de las expresiones de la responsabili­ que nos tiene que pro p o rcio n ar el esquem a de las
dad h u m an a estaba pensado y form ulado de una estru ctu ras expresivas del co m portam iento h u m a­
form a dem asiado estática y con claro m atiz ontológi- no.
co.
Además, este esquem a se coloca en una visión
Mammmmmmmmmmaegmmmmmmmmmmmmm ■
dinámica del com portam iento hum ano: no se tra ta
de señalar las estru c tu ras en su situación estática,
Por todas estas razones, y por la necesidad de sino en el dinam ism o in tern o que guardan entre
incorporar a la moral nuevas corrientes de pensa­ ellas.
miento, como el personalismo y los resultados de Por últim o, este esquem a coloca el acento p rin ­
las ciencias antropológicas, sobre todo de la psico­ cipal del lado de la persona y no del lado del objeto.
logía, en la actualidad se propone otro esquema de Ello d ará lugar a un m atiz m ás personalista que
expresiones del comportamiento moral. Es el que objetivista dentro del conjunto de la m oral.
presentamos a continuación. En el a p a rtad o de la SIN TESIS (A. 2) se ha ex­
puesto el significado de las tres instancias de la res­
ponsabilidad m oral según el esquem a personalista:
opción fundam ental, actitudes, actos.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 43


Apartado 2
Los valores y las normas morales.

A. SINTESIS
Noción y función del valor moral y de la norma
moral.
B. Para AMPLIAR
La «ley nueva» en la ética cristiana.
C. Para PROFUNDIZAR
Captación de los valores morales.
D. Para CONFRONTAR
Relación de la ética cristiana con otros sistemas
axiológicos.

44 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A Síntesis
Noción y función del valor moral y de la norma moral.

A. 1. El valor m oral: m ediación objetiva de la


m oralidad.
A. 2. La norm a m oral: expresión del valor
m oral.

A. 1. El valor moral: - como un proceso histórico y no como una rea­


mediación objetiva de la moralidad lidad abstracta;
- como un dinam ism o siem pre creciente y no
El valor m oral cristiano se integra de dos di­ como la repetición de algo previam ente dado;
mensiones: la realidad ética y la referencia religioso-
cristiana. - como una liberación de cada hombre y de todos
los hombres sin concesiones fáciles a visiones to ta li­
tarias, que vacían el valor del individuo, y a visio­
a) Realidad ética nes liberales, que no tienen en igual consideración a
El valor m oral cristiano, en cuanto realidad é ti­ todos los grupos hum anos;
ca genérica, dice relación a la construcción norm a­ - como un despliegue de hum anidad, elevando
tiva de lo hum ano. En la realización ideal de lo las c a p a c id a d e s h u m a n iz a d o ra s del «yo», del
hum ano reside el constitutivo del valor m oral. «otro» y de las «estructuras sociales»;
Para expresar de u n a form a concreta ese consti­ - como la búsqueda, llena de com prom iso con­
tutivo nuclear del valor m oral - la realización ideal creto y de im aginación creadora, de la nueva hum a­
de lo h u m an o -, se pueden a d o p ta r diversas fórm u­ nidad.
las. En coherencia con lo dicho en el tem a de la
fundam entación de la ética cristiana, optam os aquí
por la fórm ula siguiente: el constitutivo intram un- b) Referencia religioso-cristiana
dano del valor m oral cristiano consiste en el dina­ En cuanto cristiano, el constitutivo del valor
m ism o de hum anización creciente en la h istoria de la m o ra l se define p o r las refe re n c ia s religioso-
hum anidad. cristianas que introducen en él un conjunto de nue­
E sta fórm ula, fraguada con elem entos del lla­ vas significaciones y sim bolizaciones. Esas nuevas
m ado hum anism o cristiano, es la am pliación del significaciones y sim bolizaciones tienen traduccio­
criterio ético expuesto por Pablo VI en relación con nes reales en la reflexión y en la vida éticas de los
el desarrollo económico: «prom over a todos los creyentes.
hom bres y a todo el hom bre» (PP 14). El constitutivo específico del valor m oral cris­
El contenido significativo de la fórm ula ilum ina tiano es Cristo, en cuanto que es interiorizado en el
varias vertientes del constitutivo del valor m oral. vivir de cada creyente. La fórm ula de Pablo es clara
Este se realiza: y contundente: «Yo, por m edio de la ley, he m uerto

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 45


a la ley, a fin de vivir p a ra Dios. Con Cristo estoy mo h an de ser analizados los diversos tem as de 1m
crucificado; pero vivo, no ya yo, sino Cristo vive en m oral concreta o sectorial.
mí. Y eso que ahora vivo en carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, que me am ó y se entregó por mí»
(Gál 2, 19-20). A. 2. La norma moral:
Este cristocentrismo del constitutivo del valor expresión del valor moral
m oral cristiano puede ser expresado de diverso m o­ La p a la b ra y el concepto de «norm a» se han con­
do. De hecho, han existido form as diferentes de ex­ vertido en un auténtico m otivo de confrontación y
poner el horizonte religioso de la ética cristiana. A hasta de lucha en el terreno de la m oral. Hay quie­
m odo de ejem plo, recordam os algunas. nes ven en las «norm as» una falsificación de la ge-
El constitutivo específico de valor m oral c ristia­ nuina m oral cristiana; consiguientem ente, exigen
no es identificado con: una «m oral sin norm as». O tros confían exagerada­
- la caridad (Gilleman); m ente en la función de las «norm as»; creen que los
fallos en la vida m oral rad ican en el aflojam iento de
- la realización del reino de Dios (Stelzenber-
la coacción norm ativa y, por eso, piden la form ula­
ger);
ción de la m oral basada principalm ente en las «nor­
- la im itación de Cristo (Tillm ann); mas».
- la realización del cuerpo m ístico de Cristo A nuestro entender, tan to una como o tra postura
(Mersch); son extrem osas e inexactas. Se basan las dos en una
- el ser sacram ental (Bourdeau-Danet); incorrecta com prensión del sentido y función de la
- el seguim iento de Cristo (Háring). norm a en la vida m oral del cristiano. Juzgam os ne­
cesario un análisis sereno y crítico sobre la norm a
m oral, a fin de in teg rar convenientem ente este fac­
to r en la vida m oral cristiana.
Desde nuestro punto de vista, la referencia Recordam os a continuación algunas precisiones
cristiana en el constitutivo del valor moral es ex­ teóricas sobre el sentido y la función de la norm a en
presada adecuadamente con la fórmula de la «rea­ la vida m oral. La reflexión teológico-m oral m ás re ­
lización del reinado de Dios» o de la «realización ciente ha establecido al respecto clarificaciones que
de la historia de salvación». Conviene advertir que ha de tener en cuenta la educación m oral y, en gene­
tanto la «realización del reinado de Dios» como la ral, la pastoral.
«realización de la historia de salvación» no han de
ser entendidas solamente de una forma «mística», a) Noción
sino también «política». Además, estas fórmulas
expresan el horizonte referencial en el que cobra Se entiende por norm a m oral: la form ulación
lógica y obligante del valor m oral. La norm a m oral
nuevo relieve el contenido intramundano del «di­
es la formulación del valor m oral; está en función
namismo de humanización creciente». La referen­ del valor. No es valiosa por ella m ism a, sino en
cia cristiana no sólo no hace suprimir, olvidar o cuanto expresa el auténtico valor m oral. Por eso ha
descuidar el contenido de humanización intra- de ser una form ulación lógica; es decir, ha de tra n s­
mundana, sino que lo apoya y lo radicaliza. m itir con exactitud y justeza el contenido del valor.
Pero, al ser la expresión de la dim ensión m oral
objetiva, tiene la fuerza obligante del valor m oral.
La norm a expresa y objetiva la exigencia in tern a
A p a rtir de este constitutivo del valor m oral cris­ del valor m oral.
tiano -d in a m ism o de hum anización creciente en Hem os descrito la noción de la norm a desde la
cuanto realización de la liberación c ris tia n a - es co­ referencia al valor, ya que su única consistencia re­

46 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sitie en el valor que ella tra ta de form ular. La nor­ en función del valor m oral, que es lo realm ente «va­
ma tiene o tra segunda referencia: está en función lioso».
del com portam iento m oral. Por eso debe ser en ten ­
dida tam bién la norm a m oral como la configura­ d) Formulación pedagógica
ción de un «tipo ideal» de com portam iento a la luz
del cual se realizan y se evalúan los com portam ien­ de las normas morales
tos m orales concretos. Invitam os a los educadores a que pongan una
atención singular en el m odo de p resen tar las nor­
m as m orales. De acuerdo con la reflexión teológico-
La norma moral es, por tanto, la mediación del m oral y con los criterios de la pedagogía, las nor­
valor moral en orden a guiar normativamente el m as m orales h an de preferir:
comportamiento humano, de acuerdo con dicho - la form ulación positiva a la negativa;
valor. - la form ulación motivada a la categórica;
- la form ulación orientadora a la casuística;
- la form ulación abierta a la cerrada.
b) Necesidad
Teniendo delante esa noción de norm a m oral, e) El cristiano y las normas morales
nadie podrá negar su necesidad en la vida m oral. La El cristiano, adem ás de guiarse por las norm as
persona es un ser necesitado de m ediaciones; en la m orales descubiertas po r la razonabilidad human.a,
vida m oral, no alcanza de m odo inm ediato los valo­ tiene otras form ulaciones propias, que expresan
res; precisa de m ediaciones, que en este caso son las tan to los com unes valores de la m oral h u m an a co­
norm as m orales. Por o tra p arte, la objetivación so­ mo las sensibilidades peculiares de la fe cristiana.
cial de los valores m ediante las norm as propicia el Estas norm as propias se en cuentran en la S agrada
necesario aprendizaje, el intercam bio, la crítica y el E scritura y en la tradición eclesial; dentro de esta
progreso en el terreno m oral. Solam ente una acti­ últim a, destacan por su im p o rtan cia objetiva y fun­
tud que defienda la acracia total - y en ese caso ya cional las norm as del m agisterio eclesiástico.
no es actitu d hum ana, por to talizadora y n ih ilista -
es capaz de negar la necesidad de las norm as en la La relación del creyente con estas norm as m ora­
les cristianas no ha de ser nunca de indiferencia
vida m oral.
(por negligencia o por desprecio), de rechazo inm e­
diato (visceral o prem editado), de descalificación
c) Función de las normas global, o de enfrentam iento continuo. Tam poco es
en la vida moral correcta la relación de una sum isa pero acrítica
obediencia.
De las afirm aciones precedentes se deduce la El cristiano m aduro acepta la existencia de for­
función que tiene la norm a m oral. Su papel consiste m ulaciones norm ativas en la com unidad cristiana;
en hacer de puente m ediador entre el valor m oral sabe d istinguir entre unas form ulaciones y otras
objetivo y el com portam iento concreto, form ulando por razón de su contexto histórico y cu ltu ral, por su
el contenido del valor y proponiendo la form a de un m ayor o m enor cercanía a la verdad revelada, por
com portam iento ideal. la m ayor o m enor intención de vincular las concien­
C onsiderando así su función, aparece la im por­ cias; analiza las razones y las coherencias que
tancia pedagógica de la norm a m oral. A través de apoyan la n orm ativa propuesta; busca el intercam ­
las norm as pasa en gran m edida la educación m o­ bio de opiniones y la correcta interpretación en el
ral. Pero, por o tra p arte, no se ha de convertir en diálogo com unitario o interpersonal. Si realiza este
«ídolo» a la norm a m oral. Su función es de m edia­ proceso, de seguro en co n trará la relación ju sta con
ción; no se la puede convertir en un absoluto: está las norm as m orales cristianas.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA Al


B. Para AM PLIAR
La «ley nueva» en la ética cristiana.

B. 1. E nseñanza n eotestam entária.


B. 2. Reflexión teológica.

La ética cristian a se sirve, com o todos los siste­ m ino se alude, po r ejem plo: a todo el A ntiguo Testa­
m as m orales, de la categoría de la norm a. Sin em ­ m ento; a una de las partes im p o rta n tes de los escri­
bargo conviene señalar un dato específicam ente tos veterotestam entarios («la ley y los profetas»); al
cristiano en relación con este tem a. contenido ético-jurídico; etc. La versión de los LXX,
al servirse del térm ino «nom os», in tro d u jo cierta
am bigüedad en el concepto de ley tal com o se en­
tendía en el Antiguo T estam ento.
Aunque en la Biblia, en la tradición teológico-
moral y en el magisterio eclesiástico se formulan Aquí nos interesa únicam ente recoger la ense­
ñanza del Nuevo T estam ento sobre la «ley nueva»
normas éticas, la norma decisiva de la ética cris­ en cuanto co n trap u esta a la «ley antigua». Dos afir­
tiana es Cristo. No hay otra norma para el cristia­ m aciones sobresalen:
no que el acontecimiento de Jesús de Nazaret: en
él se manifiesta el ideal absoluto y la bondad origi­
nal de Dios, a) Para el cristiano
existe una «ley nueva»
En el Nuevo T estam ento y en la m ás genuina En el Nuevo T estam ento se afirm a la existencia
tradición teológica existe un tem a teológico-m oral de una norm a original de actuación. Esa n o rm a es
que relativiza el sentido y la función de la norm a descrita con el sustantivo de «ley»; sin em bargo, al
m oral. Es el tem a de la «ley interior» en cuanto añadirle los calificativos («del E spíritu», «de liber­
altern ativ a cristian a a la «ley exterior». Conviene tad», etc.), se le qu ita la su stan tiv id ad p ropiam ente
recordar esta enseñanza como perm anente am ones­ jurídica. He aquí las expresiones con las que se des­
tación ante todo in tento de absolutizar el sistem a criben los rasgos esenciales de la ley nueva del cris­
norm ativo en la vida m oral. tiano:
• «Ley de Cristo» (Gál 6, 2): a) C risto es nuevo
B. 1. Enseñanza neotestamentaria Moisés (serm ón de la m ontaña): prom ulga con sus
sobre la «ley nueva» palabras y sus obras la voluntad de Dios; b) n uestra
relación con la ley debe hacerse a través de Cristo:
El concepto de «ley» en la S agrada E scritura él es n uestra ley (m ística cristológica en dim ensión
tiene una gran riqueza de significados. Con este tér­ ética).

48 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 49
• «Ley escrita en la m ente y en el corazón» (Heb Un testigo cualificado de la p o stu ra neotesla*
8, 10; cf. J r 31, 33). Es una ley no exterior, sino m en taría frente a la ley antigua es Pablo. Su rico
interiorizada. pensam iento sobre el tem a puede ser resum ido en
• «Ley del E spíritu de vida en Jesucristo» (Rom los siguientes aspectos:
8, 2). La ley es el E sp íritu que se nos da: ley vital o • Pablo declara caduca la ley antigua: a) como
que infunde vida. «En Jesucristo», ya que el E spíri­ econom ía de salvación (la salvación no puede venir
tu se nos da en Cristo Jesús. m ás que por Cristo); b) como sistem a ético-religioso
• «Ley perfecta de la libertad» (Sant 1, 25; 2, global: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia de
12). Es ley «perfecta» (= ley regia: 2, 8): pero no en Cristo» (Rom 6, 14). Una de las esclavitudes de que
contenido, sino en libertad: a) identificación de la nos libera Cristo es la esclavitud de la ley (junto con
libertad con la ley; b) aun las prescripciones exte­ la esclavitud del pecado, de la m uerte y de la carne).
riores son protección de la lib ertad interior. • Pablo polem iza no sobre los contenidos de la
ley ju d ía (como en los evangelios sinópticos), sino
E sta «ley nueva» propiam ente no es ley. Es una sobre su cará c te r obligante.
exigencia interior; es un indicativo exigente. Para el
cristiano, los sistem as de obligación dicen referen­ • Pablo adm ite que era buena en sí m ism a (Rom
cia a esta ley nueva que rige el universo m oral del 7, 12). Pero revela el pecado (Rom 7). Al no dar
creyente. ayuda desde dentro, se convierte en m ortífera (no
por sí m ism a, ya que es santa, sino por la debilidad
de la carne).
b) Para el cristiano pierde vigencia
• La ley es un pedagogo que lleva a Cristo, como
la «ley antigua» el esclavo lleva al niño al m aestro (Gál 3, 23-24).
Más que detenernos en co n statar la vigencia o De la enseñanza neo testam en taria sobre la «ley
no de los contenidos concretos de la ley veterotesta- antigua» y sobre la «ley nueva» se deduce que la
m en taria (distinguiendo, por ejem plo, entre pres­ ética cristiana es u n a m oral nacida desde la exigen­
cripciones cultuales, jurídicas o m orales), interesa cia interior. Las norm as externas tienen una fun­
recoger la afirm ación global de que la «ley antigua» ción secundaria. Esa es la relativización que in tro ­
carece de sentido en cuanto «ley exterior». duce la fe en el conjunto del sistem a norm ativo m o­
Se constata dicha afirm ación en la postura de ral.
Jesús y de la p rim itiva com unidad ante la ley judía:
• Jesús rechaza las «adiciones de los hom bres»,
las «tradiciones hum anas» (Me 7, 5; 7, 8) que los B. 2. Reflexión teológica
doctores han equiparado con la ley. C om bate sobre sobre la «ley nueva»
todo el fariseísm o y el espíritu legalista, que se es­ La enseñanza n eo testam en taria sobre la ley nue­
cuda en la interpretación y en el cum plim iento lite­ va en cuanto a lte rn a tiv a a la ley an tig u a ha sido
rales de la ley, p a ra desentenderse de la entrega a la recogida y desarrollada por la tradición teológica.
voluntad de Dios (Mt 23, 23). La exposición de santo Tomás sobre esta m ateria
• Jesús despoja a la ley de su c arácter m ediador. puede ser considerada parad ig m ática. A ella nos re­
El es el único m ediador de la voluntad del Padre. El ferimos a continuación.
m ism o es la nueva ley y la nueva alianza. D entro del esquem a de la m oral de santo Tomás
• Para Jesús no quedan sin sentido todas las exi­ hay tres cuestiones (las q. 106-108 de la 1-2) que
gencias del Antiguo T estam ento. Se recogen y son constituyen una «joya de m oral»: están dedicadas
reasum idas en m otivaciones y en form ulaciones al estudio de la ley nueva. Su interés y su contenido
nuevas. De este m odo, Jesús lleva a la perfección la son tan abarcadores y globalizantes que las con­
ley antigua (Mt 5, 17ss), restableciendo sus exigen­ vierten en una especie de «hito» de la síntesis to'ma-
cias originales (Mt 19, 5ss). siana de la m oral. En este sentido trascienden la

50 PARACONOCER LA ETICA CRISTIANA


colocación que tienen de hecho en el esquem a de la ha sido necesario que fueran instruidos los fieles de
Suma. Cristo, tan to de p a la b ra com o po r escrito, ya sobre
El teólogo p ro testan te K ühn ha realizado un es­ lo que se ha de creer com o sobre lo que se ha de
tudio profundo sobre la ley en santo Tom ás. En él obrar. Y así conviene decir que la ley nueva es p rin ­
hace ver cómo en el tra ta d o de la ley se m anifiesta cipalm ente la ley infusa; secundariam ente es la ley
toda la e stru c tu ra de la m oral tom asiana y, de un escrita» (1-2, q. 106, a. 1).
modo todavía m ás general, todo el esquem a de la La ley nueva, que constituye la e stru c tu ra no r­
Sum a. Según otros autores, es el tem a de la ley nue­ m ativa del cristiano, es la transform ación del hom ­
va lo que constituye p a ra santo Tom ás la especifici­ bre en Cristo Jesús por la presencia del E spíritu.
dad de la m oral cristiana. Nos encontram os aquí con un p lanteam iento de la
Además de esta im p o rtan cia intrínseca del tem a m oral c ristian a en térm inos plenam ente bíblicos.
de la ley nueva en santo Tom ás, conviene añ a d ir el La m oral c ristian a es el Indicativo cristiano tra d u ­
hecho de que el A quinate recoge en este tra ta d o la cido a Im perativo. La m oral cristian a es la an tro p o ­
tradición m ás genuina de san Pablo y de san Agus­ logía teológica en dinam ism o (o la antropología
tín. Por otra p arte, esta consideración tom asiana de teológica dinám ica). Las aspiraciones de la renova­
la ley nueva ofrece un puente de com prensión entre ción actual de la m oral se encuentran ya proclam a­
el pro testan tism o y el catolicism o; de ahí que se das en este tra ta d o de santo Tom ás sobre la ley nue­
haya destacado el valor ecum énico de la doctrina va: una m oral del Indicativo frente a una m oral del
tom asiana sobre la ley nueva. Im perativo, una m oral del E spíritu frente a una
m oral de la obligación, etc.
H echas estas an o ta c io n e s p a ra co m p ren d er
m ejor el puesto que ocupa el tem a de la ley nueva De esta noción de la ley nueva, como punto cen­
en la doctrina m oral de santo Tom ás, tenem os que tra l de com prensión de la m oral cristiana, se dedu­
afirm ar que es la presencia de la ley nueva en el cen algunas características p a ra la ética del creyen­
cristiano lo que constituye la instancia m ás especí­ te, anotadas expresam ente por santo Tomás:
fica de la m oralidad cristiana. • Moral de libertad, ya que la ley nueva es «ley de
¿Qué es la ley nueva p a ra santo Tom ás? He aquí libertad»: «Siendo la gracia del E spíritu Santo co­
su respuesta, form ulada en varias ocasiones de su mo un h á b ito in terio r infuso que nos m ueve a o b rar
estudio: «La ley nueva se llam a ‘ley de fe’, en cuan­ bien, nos hace ejecu tar librem ente lo que conviene
to que su prin cip alid ad consiste en la m ism a gracia a la gracia y ev itar todo lo que a ella es contrario.
que se da interiorm ente a los creyentes, po r lo cual En conclusión, la nueva ley se llam a ley de lib ertad
se llam a ‘gracia de la fe’. Pero secundariam ente en un doble sentido. Prim ero, en cuanto no nos
tiene algunas obras, ya m orales, ya sacram entales, com pele a ejecu tar o ev itar sino lo que de suyo es
en las cuales no consiste la prin cip alid ad de la ley necesario o co ntrario a la salvación eterna, y que,
nueva, como consistía la de la antigua» (1-2, q. 107, por tanto, cae bajo el precepto o la prohibición de la
a. 1, ad 3). ley. Segundo, en cuanto hace que cum plam os libre­
«Dice el Filósofo que 'cada cosa se denom ina por m ente tales preceptos o prohibiciones, puesto que
aquello que en ella es p rin c ip al’. Ahora bien, lo las cum plim os por un in terio r instinto de la gracia.
principal en la ley del Nuevo T estam ento y en lo Y por estos dos capítulos, la ley nueva se llam a ‘ley
que está toda su virtud, es la gracia del E spíritu de perfecta lib e rta d ’, según la expresión del apóstol
Santo, que se da por la fe en Cristo. Por consiguien­ Santiago» (1-2, q. 108, a. 1, ad 2).
te, la ley nueva principalm ente es la m ism a gracia • La ley nueva, en cuanto a contenidos, determi­
del E spíritu Santo, que se da a los fieles de Cristo... na pocas cosas: «Por eso tam bién la ley del evange­
Tiene, sin em bargo, la ley nueva ciertos preceptos lio se llam a ‘ley de lib e rta d ’, pues la ley antigua
com o dispositivos p a ra recibir la gracia del E sp íri­ determ inaba m uchas cosas y eran pocas las que
tu Santo y ordenados al uso de la m ism a gracia, que dejaba a la lib ertad de los hom bres» (1-2, q. 108, a.
son como secundarios en la ley nueva, de los cuales 1 ).

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 51


• La ley nueva justifica y vivifica: «Según queda ordena los afectos y actos hum anos, y cuanto a n
dicho, dos cosas abarca la ley nueva: una, la p rin ci­ la ley nueva no justifica. Por eso dice el apóstol cr
pal, es la gracia del E spíritu Santo, com unicada in­ segunda c a rta a los Corintios: ‘La letra m ata, el
teriorm ente, y en cuanto tal justifica la ley nueva... p íritu es el que da v id a ’... Por donde tam bién
Como elem entos secundarios de la ley evangélica letra del evangelio m ata ría si no tuviera la gr.e
están los docum entos de la fe y los preceptos, que in terio r de la fe, que sana» (1-2, q. 106, a. 2).

C. Para PROFUN DIZAR


Captación de los valores morales.

C. 1. Noción y funcionalidad de la estim ativa


m oral.
C. 2. Cauces de la estim ativa m oral.
C. 3. «Estim aciones» m orales básicas.

C. 1. Noción y funcionalidad guientem ente, entendem os por estim ación m oral la


de la estimativa moral captación de los valores éticos a p a rtir de la con­
ciencia m oral y m ediante el discernim iento ético.
La estim ación se refiere al universo de los valo­ La estim ativa m oral es, al m ism o tiem po, el des­
res. O rtega y Gasset habló de los valores escribien­ cubrim iento y la asim ilación de los valores éticos.
do la Introducción a una estimativa. E ntendía por De ahí que se pueda h a b la r de un «perfil estim ativo
estim ativa la «ciencia a priori del valor» pensando de los pueblos y de los grandes períodos históricos»,
que sus «leyes son de evidencia perfecta, al modo de así como de cada individuo. El perfil estim ativo
las geom étricas» (Obras completas, t. VI. M adrid m oral representa la form a y el grado de m oraliza­
19553, 315-335). ción de un individuo o de un colectivo, entendiendo
• Preferim os lib erar el concepto de estimativa de por «m oralización» tan to la sensibilidad hacia de­
las excesivas pretensiones «cientistas», lim itándolo term inados valores como la huella que su captación
al significado de captación de los valores. Consi­ ha dejado en el alm a individual o colectiva.

52 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


La estim ativa m oral es el correlato subjetivo de ción ab ierta y creativa. De este m odo, la estim ativa
la axiología moral. M ediante la estim ativa m oral m oral es la zona h u m an a donde acaece la transfor­
tiene lugar la epifanía de los valores éticos p ara la m ación de las constantes antropológicas en significa­
conciencia del individuo y de los grupos. Más aún, dos valorativos, y éstos en plasm aciones norm ativas.
la estim ativa m oral hace que los valores se convier­
tan en actitudes. De este m odo, los valores objetivos
son transform ados en «lealtades» sobre las cuales se C. 3. «Estimaciones» morales básicas
asienta la vocación de individuos y grupos.
D escrita la noción, la funcionalidad y los cauces
• La estim ativa m oral orienta la decisión ética de la estim ativa m oral, se advierte inm ediatam ente
hacia los valores objetivos. Im pide que los com pro­ la im portancia que esta categoría desem peña en la
misos éticos se pierdan en el vacío de un nihilism o construcción del universo ético. Es el puente entre
situacionista o choquen contra el m uro com pacto la sensibilidad m oral y los bienes objetivos.
de norm as preestablecidas y principios inconm ovi­
Al llegar a este m om ento de la reflexión surge
bles. A través del proceso de la estim ativa, el juicio
una pregunta inevitable: ¿cuáles son las «estim a­
ético adopta el cam ino de las «presunciones» axio-
ciones» m orales básicas? Sin preten d er d a r una res­
lógicas, construyendo un universo m oral de bienes
puesta detallada, creem os conveniente hacer las si­
y valores preferenciales. La estim ativa es el lugar
guientes anotaciones:
de encuentro entre la subjetividad m oral y el m un­
do objetivo de los valores éticos. • No nos encontram os en una época en que ten­
ga vigencia generalizada una determinada estimati­
Según se h a señalado m ás a rrib a, todo sistem a
va moral. Por o tra p arte, a la reflexión ética le resul­
ético que preten d a ser convincente tiene que ser ca­
ta difícil form ular u n a escala de valores éticos uni­
paz de in teg rar las dos polaridades de la objetivi­
versalm ente válida.
dad ética y de la subjetividad m oral. Las desviacio­
nes hacia uno u otro de los polos originan fallos • Los diversos sistemas éticos y las diferentes reli­
fundam entales dentro del sistem a. Creemos que la giones proponen, explícita o im plícitam ente, un
categoría objetivo-subjetivo de la estim ativa m oral conjunto de estim aciones m orales básicas que cons­
hace posible la síntesis dialéctica deseada. tituyen el m arco referencial de la vida ética de sus
fieles y seguidores.
Por lo que respecta a la reflexión ética, es intere­
C. 2. Cauces de la estimativa moral sante recordar dos tipos de perfiles estim ativos: el
expresado con la categoría de «virtud» y el form ula­
La captación de los valores se realiza de m ú lti­ do con la noción de «valor». Como exponente del
ples m odos. Sobresalen los siguientes, que única­ prim er tipo puede escogerse el esquem a de virtudes
m ente enum eram os sin som eterlos a desarrollo ex­ de santo Tom ás, m ien tras que como prototipo del
positivo: segundo puede ser seleccionada la tab la de valores
- captación por connaturalidad: estando ya vi- de las éticas axiológicas (Scheler, H artm ann).
vencialm ente dentro de ellos; • Es necesario seguir afirm ando que el conteni­
- captación por contagio: a través de la fuerza do de la m oral depende «de la idea de hombre vigen­
del ejem plo o del am biente en general; te en cada época». La ética es la antropología con­
- captación por rechazo: sintiendo la incoheren­ vertida en origen de significados para la vida hum a­
cia de las situaciones y de los com portam ientos na. Los significados antropológicos constituyen los
«desvalorizados »; valores éticos, que a su vez se m anifiestan a través
de norm atividades necesariam ente abiertas. Las
- captación por ciencia: m ediante procesos dis­ «constantes antropológicas» son el apoyo de los
cursivos. perfiles estim ativos. La estim ación m oral conjuga
Una vez captados, los valores son expresados en los datos antropológicos, a fin de c a p ta r en ellos los
norm as que por fuerza han de tener u n a form ula­ significados.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 53


D. Para C O N FR O N TA R
Relación de la ética cristiana con otros sistemas axiológicos.

D. 1. El constitutivo del valor m oral según


diversos sistem as de m oral.
D. 2. El «perfil estim ativo» del m om ento ac­
tual.

D. 1. El constitutivo del valor moral no: ética tom ista; m ediante la realización integral
según diversos sistemas de moral de la persona: versión m oderna de la ética eudemó-
nica; etc.);
La d eterm inación del constitutivo intrínseco del
valor m oral es el elem ento esencial de todo sistem a - en la arm onía interior: el ideal ético está en la
m oral. Coincide con la determ inación de cuál es el «ataraxia» y la «apátheia» (estoicism o clásico), o en
valor suprem o dentro del orden m oral y, consi­ la realización del «sustine et abstine» (= «aguanta
guientem ente, desde él se organiza el universo obje­ y m anténte») (estoicism o popular);
tivo de la m oralidad. Por otra p arte, la pregunta y - en el deber por el deber: vivencia ética desde la
la respuesta sobre el constitutivo del valor m oral autonom ía de la voluntad (ética kantiana);
denotan la peculiar m anera de entender y de resol­ - en la utilidad: el bien reside en sacar la m áxi­
ver el problem a de la jerarquización de los valores m a utilid ad p a ra el m ayor núm ero posible de suje­
m orales dentro de un sistem a m oral determ inado. tos (utilitarism o clásico), o en deducir el m áxim o
En la historia de la reflexión ética se ha colocado provecho p a ra la vida individual y social (neo-
el constitutivo del valor m oral, entre otras realid a­ utilitarism o);
des, en las siguientes: - en el altruism o (m ezclado con ciertas dosis de
- en la obligación externa: obediencia a un p rin ­ egoísmo): el ideal ético está en m ira r siem pre por
cipio exterior legislante (sistem as m orales obliga­ los dem ás sabiendo que de ese m odo se atiende
cionistas, legalistas, heterónom os, tabuistas, etc.); tam bién a uno m ismo;
- en el placer: es bueno lo que origina p lacer y - en la libertad: entendida como absurdo (ética
en la m edida en que lo causa (existen variantes no­ sartriana), como lucha co n tra los valores vigentes
tables: hedonism o craso, epicureism o, hedonism o (éticas revolucionarias), o como factor de destruc­
elitista, hedonism o del goce tranquilo y co m p arti­ ción (éticas de signo nihilista);
do, etc.); - en el ejercicio de la razón: actuando lúcida­
- en la felicidad (endemonia): el ideal ético consis­ m ente en un m undo en el que, frente a todas las
te en la realización feliz del hom bre (m ediante el inevitables inseguridades y frente a todos los reales
ejercicio de sus funciones superiores: ética aristo té­ m otivos de desesperanza, la razonabilid ad es el ú n i­
lica; m ediante la consecución del fin ultim o hu m a­ co asidero del hom bre.

54 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. 2. El «perfil estimativo» renciales. Por o tra p arte, puede situarse dentro de
del momento actual un contexto significativo m ás am plio o m ás restrin ­
gido.
Según O rtega y Gasset, existe un «perfil estim a­
tivo» en cada individuo, en cada grupo y en cada - Para com prender la relación del cristianism o
m om ento histórico. D escubrir ese perfil estim ativo con el m undo m oderno en general, el Concilio V ati­
es uno de los m ejores m odos de conocer a los indivi­ cano II trazó u n a especie de perfil estim ativo de la
duos, a los grupos y a las épocas históricas. hu m an id ad en general en la constitución Gaudium
et spes, n. 4-10.
Es difícil, por no decir im posible, tra z a r el perfil
estim ativo de nuestro tiem po, no sólo por la com ­ - Para p lan te ar la evangelización en América
plejidad del tem a, sino tam bién por la diversidad Latina en la hora actual, la II Conferencia General
de situaciones que coexisten en el m om ento presen­ del E piscopado L atinoam ericano constató la «in­
te. Por o tra p arte, en todo intento de describir la versión de valores» que sufre el pueblo latin o am eri­
form a real y concreta de los valores se introduce cano (Docum entos de Puebla, n. 54-58).
casi inevitablem ente la valoración previam ente Aquí vam os a recoger los resultados de un estu ­
asum ida. dio en el que se ha analizado el horizonte axiológico
Reconocida la p recaria objetividad y la excesiva actual desde la hipótesis del cambio; m ás concreta­
audacia de querer tra z a r el horizonte axiológico de m ente, desde la hipótesis del cam bio de la sociedad
nuestro tiem po, no querem os dejar de a lu d ir al te­ pretecnológica a la sociedad tecnológica. D entro de
m a, al m enos p a ra lla m a r la atención sobre él y así esa hipótesis-m arco, el cuadro concreto de los valo­
an im ar a que cada individuo y cada grupo se haga res se organiza siguiendo la orientación de los m ás
la pregunta desde su peculiar condición. im portantes ám bitos de la realid ad que funcionan
La descripción del horizonte axiológico de nues­ com o otras tan ta s «entradas» del gráfico ideal (Re­
tro tiem po puede ser realizada desde d istintas op­ vista de Fom ento Social 29 [1974] 279-295):
ciones y teniendo en cuenta diversos m arcos refe-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 55


HORIZONTE AXIOLOGICO

En la sociedad pretecnológica En la sociedad tecnológica

1. Valores en conexión con la verdad

-Mentalidad abstracta, basada en principios e ideas. -Mentalidad empírica, basada en hechos.


-Valoración de la realidad desde criterios y verdades -Valoración funcional de la realidad (relativismo),
absolutas.
-Recelo ante la ciencia y la técnica. -Confianza en la ciencia y en la técnica.

2. Valores en relación con el cosmos

-El cosmos es visto como obra de Dios y como reflejo de su -El cosmos es visto como una realidad profana, desprovista
poder. de poder numinoso.
-Conciencia del hombre de estar sometido a las leyes del -El cosmos es para el hombre un objeto dominado o
cosmos. dominable.

3. Valores en relación con el hombre

-P o d e r d el h o m b re: recelo ante el poder de la técnica. -P o d e r del h o m b re: conciencia y aceptación del poder de la
técnica.
- P roceso d e au to-tra n sfo rm a ció n : el hombre no depende de lo las producciones (materia­
-P r o c e s o de au to -tra n sfo rm a ció n :
que él hace o produce. les y espirituales) del hombre producen al mismo hombre.
el ser humano está sometido a fines últimos;
- F in e s ú ltim os: - F in e s in m ed ia to s: el hombre formula fines mediatos a fin de
oposición a toda moral de situación. conformar y dar sentido a su acción.
insistente mirada a la tradición para
- V inculación a l p a s a d o : conciencia de que existen
-D esv in cu la ció n d el p a s a d o :
iluminar el futuro; la historia es considerada como «problemas sin precedentes»; la sabiduría histórica es
«maestra de la vida». considerada insuficiente para responder a los nuevos
interrogantes.
-R e c e lo an te el fu tu ro: colocado el pasado en primer plano, se conciencia del «porvenir», el
-P r o y ec c ió n h a c ia el fu tu ro:
recela y se teme al futuro. pasado se sitúa en segundo plano. •i- *
valorada por su dignidad «absoluta»,
-L a p erso n a hum ana: conciencia de la dignidad de«toda» la
-L a p erson a hum ana:
sin tener en cuenta a veces la «indignidad» de la situación persona (sin dualismos) y de «todas» las personas (sin
concreta. privilegios).
se funda más en «quién» manda que en
- L a a u torid ad : - L a au to rid a d : se funda másen el «contenido» yen la«forma»
«cómo» manda. de lo mandado.
- E l con flicto s o c ia l: es estimado como negativo; se procura considerado como algo inherente a la
- E l c o n flic to s o c ia l: es
evitarlo. vida del grupo; se tiene conciencia de sus aspectos positivos
y negativos.
- E lp lu r a lis m o : recelo ante él; no es asumido en la vida real. aceptación, al menos teórica; es fuente de
- E l p lu ralism o:
relativismo social.

56 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Apartado 3
La conciencia moral cristiana.

A. SINTESIS
El fenómeno de la conciencia en la vida moral.
B. Para AMPLIAR
Condiciones para el recto ejercicio de la conciencia
moral.
C. Para PROFUNDIZAR
Doctrina de la Sagrada Escritura sobre la concien­
cia moral.
D. Para CONFRONTAR
Perspectivas psicológicas para el conocimiento de
la conciencia moral.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 57


A. Síntesis
El fenómeno de la conciencia en la vida moral.

A. 1. Descripción de la conciencia m oral.


A. 2. La actuación de la conciencia en la vida
m oral.
A. 3. D ignidad de la conciencia m oral.

A. 1. Descripción de la conciencia moral específico d entro de la e stru c tu ra y del funciona­


m iento de la vida m oral. Con esta delim itación,
consideram os la conciencia m oral en cuanto signifi­
a) Aproximación global ca la im plicación del sujeto en el proceso m oral. Por
En el conjunto de elem entos de la vida m oral y razón de la conciencia m oral, la persona queda
en el proceso de la decisión ética ocupa un puesto afectada por la m oralidad; y, a su vez, el proceso
im portante y tiene un papel decisivo la conciencia m oral queda m atizado por la intervención del suje­
moral. M ediante la expresión «conciencia m oral» se to. «Intervención» e «im plicación» del sujeto son
alude a una realidad am plia y com pleja. Cuando se los dos p arám etros fundam entales p a ra la com ­
em plea la expresión en su sentido m ás lato, englo­ prensión de la conciencia m oral.
ba:
- la sensibilidad moral; en esta acepción se iden­ b) Base antropológica
tifica la conciencia m oral con el «sentido m oral»; y dimensión moral
- el núcleo de valores que constituyen la m oral
objetiva; en esta acepción, la conciencia m oral vie­ El castellano, lo m ism o que las restantes len­
ne a ser lo m ism o que la objetivación de los valores guas rom ánicas, carece de un térm ino exclusivo p a ­
m orales; ra expresar el núcleo subjetivo de la m oralidad. Al
sustantivo «conciencia» hay que a ñ a d ir el adjetivo
- la responsabilidad subjetiva; en esta acepción, «m oral». E sta pecu liarid ad lingüística indica que
la conciencia m oral se refiere a la im plicación de la la conciencia m oral se apoya sobre la base antropo­
responsabilidad subjetiva en el com portam iento lógica de conciencia. La «consciencia» o el «ser
m oral. consciente» constituye el apoyo de la conciencia
No es inadecuado asignar a la conciencia m oral m oral. Apoyo que se constituye m ediante: a) una
ninguno de los significados anotados. Se tra ta de un base biológica -n eu ro fisio ló g ica- que posibilita el
em pleo lato del térm ino y del concepto, de acuerdo estado de «vigilancia»; b) u n a form alización psico­
con la notable fluidez sem ántica que tiene la expre­ lógica que da lugar a la «subjetividad» (autopose-
sión. Pero en este libro preferim os h a b la r de la con­ sión e integración de la vida psíquica en la unidad
ciencia m oral en su sentido estricto: com o un factor del sujeto); c) u n a im plicación social que da lugar a

58 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


la «concienciación» o la rgsponsabilización de la Siendo inherente a la condición de persona, la
vida relacional y de la praxis hum ana. sensibilidad m oral p a rticip a de la com plejidad pro­
pia de la persona. La génesis y el desarrollo de la
conciencia h a b itu a l se realizan a través de los pro­
c) Conciencia habitual cesos que intervienen en la form ación de la perso­
y conciencia actual nalidad hu m an a (prenom ía, heteronom ía, sociono-
m ía, autonom ía). El conocim iento de estos procesos
A esa base com ún de la conciencia se añade la psicológicos es una base im prescindible po r organi­
dim ensión m oral cuando la «consciencia» tiene por zar y llevar a la realización un proyecto válido de
cam po de actuación el m undo de las responsabili­ educación m oral.
dades y de los valores m orales. Entonces surge la
conciencia moral.
Esta, a su vez, puede ser considerada como es­
d) El juicio de conciencia
tru c tu ra o com o función. La p rim e ra consideración (conciencia actual)
corresponde a lo que se entiende por «conciencia La sensibilidad m oral es la «sede de la m orali­
habitual»; la segunda se refiere a la «conciencia ac­ dad». El juicio de conciencia es la puesta en p rác ti­
tual». Aunque n uestra reflexión se orienta a descri­ ca de aquella sensibilidad.
bir el ejercicio de la conciencia m oral (conciencia
actual), no puede olvidar que esa función se apoya En la h isto ria de la reflexión teológico-m oral
sobre la sensibilidad m oral estru ctu ral (conciencia han existido diversos m odelos o paradigm as teóri­
habitual). cos p a ra com prender y expresar el juicio de la con­
ciencia m oral. Por ejem plo:
Querem os a d v ertir que esta distinción, siendo
inicialm ente teórica, tiene consecuencias im p o rtan ­ - se ha utilizado el p arad ig m a intelectualista y
tes p ara la pastoral, y en concreto p a ra la educación se ha entendido el juicio de la conciencia como el
m oral. No se puede insistir en el juicio de concien­ final de un silogism o: «el juicio últim o práctico so­
cia, si antes no se educa p a ra desp ertar la sensibili­ bre la m oralidad de la acción»;
dad m oral. En los escritos del Nuevo Testam ento se - a veces se ha expresado, y sobre todo vivido,
encuentran im p o rtan tes referencias a la necesidad la función de la conciencia m oral con el paradigm a
y a los m edios p a ra form ar la sensibilidad m oral: voluntarista: «el dictam en de la connaturalidad
Rom 12,2; 1 Cor 10, 29-30; 11,28; 2 Cor 13, 5; Gál 6, con el bien»;
4; Ef 5, 10; Flp 1, 10; Hch 23, 1; 24, 16; Heb 9, 14. - tam bién ha sido m uy utilizado en los últim os
siglos el parad ig m a ju rid icista, entendiendo la con­
ciencia como un dictam en ju rídico entre la «ley» y
la «libertad»;
En relación con la conciencia habitual o sensi­ - el p arad ig m a prudencial ha tra ta d o de com bi­
bilidad moral, conviene anotar que es una dimen­ n a r los factores intelectivos y jurídicos en una sínte­
sión inherente a la condición humana (cf. Rom 2, sis virtuosa.
14s). Como dice el Concilio Vaticano II: «En lo
más profundo de su conciencia descubre el hom­
bre la existencia de una ley que él no se dicta a sí En la actualidad se prefiere una explicación de
mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz signo más personalista. La conciencia moral es la
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su misma persona en cuanto que se autoposee y se
corazón', advirtiéndole que debe amar y practicar autoclarifica en referencia recíproca con los de­
el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita más y en relación con la seriedad de su propia
aquello» (GS 16). praxis. El juicio de conciencia introduce en la vida
moral la implicación del sujeto: tanto para ilumi-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 59


nar los valores como para hacerlos funcionales u - la expresión de la subjetividad a u to ilu m in a d a
obligantes. y autoposeída;
- el cauce del respeto interpersonal «recíproco;
- el lugar de la captación e in te r io r iz a c ió n de
e) Dimensión religiosa los valores m orales («sede de la m o ra lid a d » );
de la conciencia moral - la im plicación del sujeto en el p r o c e s o de la
m oralidad;
La conciencia m oral alcanza su total com pren­
sión y su com pleta realización cuando es entendida - la e stru c tu ra m oral de la « c o n scie n cia » hu­
y vivida en clave religiosa. Dice el Concilio V atica­ m ana, que integra factores su b c o n sc ie n te s, y que en
no II: «La conciencia es el núcleo m ás secreto y el los creyentes se abre a los horizontes de 1 a trascen­
sagrario del hom bre, en el que éste se siente a solas dencia religiosa.
con Dios, cuya voz resuena en el recinto m ás íntim o
de aquélla. Es la conciencia la que, de m odo adm i­ A. 2. La actuación de la conciencia
rable, da a conocer esa ley, cuyo cum plim iento con­
siste en el am or de Dios y del prójim o» (GS 16). en la vida moral
Para el cristiano, la conciencia m oral (tanto h a ­ En los apartados precedentes hem os d e s c r ito la
b itu a l como actual) está «contextualizada». Es im agen estática de la conciencia m oral. A c o n tin u a ­
com prendida y vivida: ción proponem os un conjunto de ilu m in a c io n e s p a ­
- en el contexto del Dios trinitario; ra conocer su correcta actuación dentro d e la vida
m oral.
- en el contexto del m isterio de Cristo;
- en el contexto del ám bito eclesial. a) Función específica
Cuando funciona bien la dim ensión religiosa en de la conciencia moral
el conjunto de la conciencia m oral, ésta adquiere
cualidades y posibilidades insospechadas. Funcio­ La función de la conciencia m oral está s o m e tid a
nan en ella sensibilidades nuevas o, al m enos, con a interpretaciones tan to m axim alistas c o m o m ini­
m atices preferenciales. La religión abre la concien­ m alistas. R ecordar tales interpretaciones n o s ayu­
cia m oral a las zonas de la esperanza escatológica, d ará a descubrir su exacta función.
en las que funciona la g ratu id ad ju n to con el esfuer­ - La interpretación maximalista e n tie n d e la con­
zo, la seguridad ju n to con la duda, la alegría junto ciencia m oral com o la facultad h u m an a p a r a crear
con la seriedad, el perdón junto con la conversión. los valores m orales. Según esta explicación, la p er­
sona se situ a ría «m ás allá del bien y del m al» y
f) Síntesis estaría constituida en instancia d ic ta m in a d o ra y
hasta generadora de lo que es bueno y de lo que es
De las aproxim aciones precedentes surge una m alo. E sta form a m axim alista de co m p re n d er la
im agen de la conciencia m oral cuyos rasgos funda­ función de la conciencia m oral es una consecuencia
m entales la describen como: de la inexacta noción de autonom ía; es un efecto de
- la variante axiológica de la conciencia psico­ la «borrachera de la libertad».
lógica, cuya base rad ica en procesos neurofisiológi- - La interpretación m inim alista reb aja la a c tu a ­
cas y cuya cúspide es la «form alización» de la vida ción de la conciencia m oral a ser únicam ente reflejo
hum ana; o repetición del orden objetivo. Para los m in im alis­
- la función de la persona en su to talidad, y no tas, la conciencia m oral es algo «peligroso», y, por
sólo el cauce funcional de la ciencia m oral (intelec- consiguiente, su función h a de reducirse a «obede­
tualism o), o de la con n atu ralid ad ética (voluntaris- cer» al orden m oral objetivo.
ta), o de la aplicación legal (legalismo); La genuina actuación de la conciencia m oral se

60 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sitúa equidistante entre la «creación» y el sim ple modo em inente la función «productiva» de la con­
«reflejo». La conciencia m oral es el lugar donde se ciencia m oral.
manifiestan los valores m orales a la persona y don­
de se hace la aplicación a sus situaciones concretas: b) La conciencia,
«Es la conciencia la que de modo adm irable da a
conocer esa ley, cuyo cum plim iento consiste en el «lugar de apelación moral»
am or de Dios y del prójim o» (GS 16). Por o tra parte, La conciencia es la «sede de la m oralidad» por­
la conciencia m oral no sólo clarifica la situación que es el lugar de apelación moral. La m ayor digni­
personal a la luz del valor objetivo, sino que obliga y dad de la conciencia m oral consiste en definir la
com prom ete a la m ism a persona a a ctu ar en la di­ bondad o m aldad del sujeto que actú a responsable­
rección m anifestada: «El hom bre tiene una ley es­ m ente. «O brar conform e a conciencia» es el sello
crita por Dios, en cuya obediencia consiste la digni­ m oral definitivo que im prim e la persona a su pro­
dad hu m an a y po r la cual será juzgado personal­ pia praxis.
m ente» (GS 16). En lenguaje teológico-m oral se expresa la afir­
m ación an terio r diciendo que la conciencia m oral
es «la norm a in terio rizad a de la m oralidad»:
La conciencia moral es, consiguientemente, la - norma: es decir, tam iz necesario p a ra que los
necesaria mediación subjetiva de la moralidad. valores objetivos alcancen el polo im prescindible
No genera la moralidad (lo bueno y lo malo), en del com prom iso subjetivo. Si no interviene la con­
cuanto que no crea la realidad. Pero tampoco se ciencia, no puede hablarse en sentido pleno de «mo­
ralidad»;
reduce su actuación a la mera repetición aséptica
de los valores objetivos. Por razón de su fuerza - interiorizada: lo cual significa que la norm ati-
obligante y manifestativa, ejerce una función me­ vidad de la conciencia no es autónom a. Hemos di­
cho que la conciencia no crea la m oralidad, sino
diadora entre la realidad (valor objetivo) y la si­
que tiene una función de m ediación entre el valor
tuación personal. objetivo y la situación personal. Por eso, hay que
afirm ar tam bién que la conciencia es una norm a
La función m ediadora de la conciencia m oral interiorizada que está en relación indisoluble con la
consiste en concreto en la inserción del sujeto per­ norm atividad objetiva (o exterior): «En lo m ás pro­
sonal en el proceso de la m oralidad. El sujeto en tra fundo de su conciencia descubre el hom bre la exis­
en ese proceso: tencia de una ley que no se dicta a sí m ism o» (GS
16).
- captando para sí los valores m orales objeti­
vos; haciéndolos «suyos»; teniendo un «conoci­ En lenguaje m enos técnico se form ulan estas
m iento personalizado» de la m oralidad objetiva; afirm aciones m ediante el axiom a del «carácter vin­
culante de la conciencia m oral». A la conciencia po­
- integrando la situación personal concreta en el demos apelar com o instancia m oral últim a porque
valor objetivo y, consiguientem ente, desarrollando posee p ara la persona la fuerza vinculante definiti­
las virtualidades de este últim o; va.
- implicando a la persona en orden a la praxis El carácter vinculante de la conciencia y su con­
coherente con el valor apropiado; obligando o «li­ siguiente valor de apelación m oral han sido afirm a­
gando» a la persona con el valor descubierto en ciones básicas e in in terru m p id as en la tradición
cuanto tal. cristiana desde san Pablo h asta nuestros días.
Por lo dicho se ve la gran im portancia que tiene Aunque en el Antiguo T estam ento no escasean
la función de la conciencia en la vida m oral. La enseñanzas sobre la conciencia, sirviéndose para
conciencia m oral es la memoria recreativa de los va­ ello de la expresión técnica de conciencia (en griego
lores m orales. Es en los santos donde se advierte de syneidesis) (Eclo 10, 20; 42, 18; Sab 17, 10), o u tili­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 61


zando las expresiones de «corazón» (1 Sm 24, 6; 2 - las condiciones de su ju sto funcionam iento
Sm 24, 10; J r 17, 1; Job 27, 6), de «sabiduría» (Prov, son: la sinceridad o coherencia personal (= recti­
passim ), o de «espíritu» (Ez 11, 10; 18, 31; 36, tud), la búsqueda de la verdad posible en cada si­
23.26), es en el Nuevo T estam ento donde existe un tuación concreta (= verdad), y la seguridad subjeti­
auténtico cuerpo de doctrina sobre el tem a. Dentro va (= certeza);
del Nuevo Testam ento, es sobre todo san Pablo - la actuación de la conciencia acaece a través
quien form ula los contenidos m ás pictóricos y del cauce funcional del discernim iento m oral.
quien acuña las p alab ras y las expresiones m ás
exactas, dejándose influenciar p a ra ello de la filoso­
fía m oral estoica.
A. 3. Dignidad de la conciencia moral
Sobre el carácter vinculante de la conciencia
m oral, afirm a tajantem ente san Pablo: La descripción que hem os hecho tan to de la con­
- la conciencia es la últim a instancia de la deci­ ciencia h a b itu a l com o del juicio de conciencia po­
sión m oral: «Todo lo que no procede de la concien­ nen de m anifiesto su im portancia decisiva en la vi­
cia es pecado» (Rom 14, 23); es ella la que decide da m oral.
sobre la calidad m oral del com portam iento; Según el esquem a axiológico reflejado por el
- la conciencia m oral no pierde su dignidad ni Concilio Vaticano II al describir en la constitución
su función vinculante en el caso de ser inculpable­ pastoral G audium et spes la dignidad de la persona
m ente errónea (1 Cor 8-10; Rom 14). hum ana (parte I, capítulo 1), la razón suprem a de
esa dignidad está en la posibilidad que tiene el
Estas dos afirm aciones m arcan decisivam ente hom bre de abrirse a la trascendencia: «La razón
la reflexión teológico-m oral y dan la orientación b á ­ m ás alta de la dignidad h u m an a consiste en la voca­
sica a la actuación de los cristianos. Los santos p a ­ ción del hom bre a la unión con Dios» (GS 19). En el
dres, la reflexión escolástica m edieval, la casuística escalón inm ediatam ente an terio r y, por tanto, pe­
postridentina y el reciente m agisterio eclesiástico núltim o en las alcanzables cotas de la dignidad h u ­
afirm an con valentía y desarrollan con orientación m ana sitúa el Concilio la libre decisión de la con­
progresista la doctrina p au lin a sobre el valor gene­ ciencia m oral: «La dignidad hu m an a requiere que
ral de la conciencia m oral y sobre los «derechos de el hom bre actúe por convicción in tern a personal y
la conciencia inculpablem ente errónea». no bajo la presión de un ciego im pulso in terio r o de
En relación con la segunda de las afirm aciones, la m era coacción externa» (GS 17).
anota el Concilio V aticano II: «No ra ra vez ocurre
que yerre la conciencia por ignorancia invencible,
sin que por ello suponga la pérdida de su dignidad» La dignidad e importancia de la conciencia
(GS 16). No pierde su dignidad, porque yerra sólo el
moral se mide desde la dignidad y valía de la per­
juicio, pero no yerra la persona, ya que ésta obra con
rectitud personal, aunque no alcance la p lenitud de sona. Esta da su dignidad a la conciencia: «La
la verdad m oral. conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario
del hombre» (GS 16); por eso la conciencia, lo mis­
c) Síntesis mo que la persona, tiene el derecho a la inviolabi­
lidad. Por su parte, la conciencia devuelve la dig­
El juicio de conciencia (o la «conciencia actual») nidad a la persona: según los dictámenes de la
puede ser descrito sintéticam ente m ediante los ra s­ propia conciencia será juzgado personalmente ca­
gos siguientes:
da hombre; la persona no puede ser avasallada
- es la instancia definitiva de apelación m oral; por razón de su conciencia moral.
- su función específica consiste en ser el puente
m ediador entre el valor objetivo (la realidad) y la
situación concreta (la persona); La im portancia de la conciencia m oral se pone

62 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


de m anifiesto tam bién en el ám bito social. La afir­ dad tienen las personas y las sociedades p a ra a p a r­
m ación de la conciencia m oral: tarse del ciego capricho y p a ra som eterse a las nor­
- tiene una función humanizadora: reconocer el m as objetivas de la m oralidad» (GS 16).
papel de la conciencia m oral es «reconocer» el suje­ - pone el contrapunto al exceso de técnica en el
to hum ano; m undo actual: la «conciencia» es el suplem ento que
- origina convergencias y ám bitos de actuación necesita la «ciencia» p a ra lograr el ideal de la hu­
com ún entre los «hom bres de buena voluntad»: «La m anización solidaria.
fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con La conciencia m oral tiene un lím ite: la caridad.
los dem ás hom bres p a ra buscar la verdad y resolver Ante ésta ceden h a sta los derechos de la conciencia
con acierto los num erosos problem as m orales que m oral. San Pablo deseaba en sus com unidades con­
se presentan al individuo y a la sociedad» (GS 16). ciencias ilustradas, pero m ás deseaba todavía cora­
- im pide caer en la intolerancia, y propicia el zones que am an. «El conocim iento engríe, lo cons­
diálogo y la confrontación: «Cuanto m ayor es el pre­ tructivo es el am or» (1 Cor 8, 1; cf. 8, 12-13; 10,
dom inio de la recta conciencia, tan to m ayor seguri­ 23.29).

B. Para AM PLIA R
Condiciones para el recto ejercicio de la conciencia moral.

B. 1. Form ación de la conciencia m oral.


B. 2. El discernim iento: cauce funcional de
la conciencia m oral.

B. 1. Formación de la conciencia moral un ejem plo paradigm ático de pedagogía m oral (1


Cor 8-10). Labor sem ejante hace san Pablo al propo­
San Pablo tuvo un interés especial en form ar la ner el m odo de com portarse con los «poco ilu stra ­
conciencia m oral de las com unidades cristianas dos» en cuestiones de fe y m oral (Rom 14).
prim itivas. El porm enorizado análisis del caso de
conciencia que le consultaron los corintios -«¿se Además de estos dos ejem plos de form ación de
puede com er la carne sacrificada a los ídolos?»- es la conciencia m oral, existen recom endaciones pau­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 63


linas encam inadas directam ente a la labor educati­
va en este cam po. Según san Pablo, los cristianos
han de form ar su conciencia: exam inándose a sí
m ism os (1 Cor 11, 28; 2 Cor 13, 5; Gál 6, 4); buscan­
do la voluntad de Dios (Rom 12, 2; Ef 5, 10); ponde­
rando en cada ocasión qué es lo que conviene (Flp 1,
10).
La reflexión teológico-m oral ha condensado la
doctrina de la tradición cristiana sobre la form a­
ción de la conciencia señalando tres grandes condi­
ciones p a ra que la conciencia m oral funcione como
norm a interiorizada de la m oralidad y pueda cons­
titu ir la ú ltim a instancia de apelación ética. Las
condiciones son:
- Rectitud (vs. « conciencia viciosa»). Concien­
cia recta es la que actúa con la au ten ticid ad de la
persona. La au ten ticid ad se pone de m anifiesto en
la form a coherente de actuación, en la búsqueda
sincera de la verdad, en la a p e rtu ra a la a lterid ad y
a Dios, y en la confirm ación del diálogo fraternal.
La deform ación de la rectitu d de conciencia
acaece por diversos cam inos: por despreocupación
en la búsqueda de la verdad y del bien; por la viola­
ción continua de los dictados de la propia concien­
cia. De este modo, «la conciencia se va entenebre­
ciendo por el hábito del pecado» (GS 16).
- Verdad (vs. «conciencia venciblem ente erró­
nea»). La conciencia verdadera actúa de acuerdo
con la verdad m oral objetiva. En ese caso existe
adecuación entre la verdad personal (rectitud) y la
verdad objetiva (verdad). La conciencia, como he­
mos dicho, no es fuente «constitutiva», sino «m ani­
festativa» y «aplicativa» de la m oralidad. Por eso
tiene que adecuarse a la verdad objetiva.
La rectitud de conciencia tiene un dinam ism o
norm al a buscar la verdad objetiva. A veces, por
diversas razones no im putables al sujeto, no se a l­
canza esa m eta. En tales casos, la conciencia m oral
no pierde su dignidad, porque no ha perdido su rec­
titud.
- Certeza (vs. «conciencia dudosa»). La concien­
cia m oral ha de a c tu a r con certeza; es suficiente
una certeza m oral práctica. E sta se consigue: de
una m anera directa, m ediante la verdad objetiva; o
de una form a indirecta o refleja, cuando la verdad
objetiva no aparece con suficiente claridad. La sabi-

64 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


d uría m oral cristiana, p a ra resolver las dudas en una técnica peculiar, tan to en la preparación com o
m oral, ha decantado una serie de criterios que se en el desarrollo y en la evaluación.
llam an «indirectos» o «reflejos». Por ejem plo: «la Pero esta técnica h a de e sta r transida por un
presunción está a favor de lo que sucede h a b itu a l­ «espíritu». Es este «espíritu de discernim iento» el
m ente»; «una obligación objetiva dudosa no aca­ que pretendem os exponer, apoyándonos p a ra ello
rrea ninguna obligación subjetiva»; etc. en im p o rtan tes pasajes de dos textos paulinos.
La form ación de la conciencia m oral, sin m enos­ Es ya clásico c ita r la afirm ación de O. Cull-
preciar las aportaciones de la tradición cristiana, m ann: el verbo discernir (en griego: «dokimazein»)
ha de ser enfocada hoy día teniendo en cuenta los es «la clave de toda m oral neotestam entaria»; ase­
resultados de la psicología. C oncretam ente es nece­ veración corroborada por el exegeta católico C.
sario tener en cuenta: Spicq.
- apoyar la educación de la conciencia m oral, El verbo d iscernir tiene en los escritos de san
en el período evolutivo, sobre el proceso evolutivo Pablo un sentido m oral. Dos pasajes se destacan
del sentido m oral, siguiendo la descripción hecha como los m ás representativos:
por los psicólogos (por ejem plo, J. Piaget, L. Kohl-
berg). Conviene que se logre el paso de la heterono- «No os am oldéis a este m undo, sino dejaos
m ía a la socionom ía y de ésta a la autonom ía; tra n sfo rm ar por una nueva m entalidad, p ara ser
vosotros capaces de discernir lo que es voluntad de
- propiciar, en las personas adultas, el equili­ Dios, lo bueno, conveniente, acabado» (Rom 12, 2).
brio funcional de los diversos niveles o dinam ism os
que com ponen la conducta m oral: equilibrio entre «Pido en m i oración que vuestro am or crezca
lo intelectivo, lo em otivo, lo m otivacional, y lo con- m ás y m ás en penetración y en sensibilidad p ara
ductual; todo, a fin de d iscernir lo m ejor. Así seréis sinceros
y llegaréis sin tropiezo al día de Cristo, colm ados de
- prevenir, y en su caso corregir, los posibles ese fruto de rectitu d que viene por Jesucristo, p a ra
falseam ientos de la conciencia m oral por la in ter­ gloria y alab an za de Dios» (Flp 1, 9-11).
vención indebida de la subconciencia. M ediante los
m ecanism os psicológicos de la «proyección», de la En estos dos pasajes se exponen los elem entos
«racionalización» y otros todavía m ás sutiles, la que integran el «espíritu de discernim iento». Tales
subconciencia puede falsear la conciencia m oral re­ factores pueden ser agrupados en dos polaridades,
duciéndola a ser: eco de la sociedad, expresión del una subjetiva y o tra objetiva.
papel social, voz del inconsciente, ideal del propio - Polaridad subjetiva. El cristiano «es capaz de
yo, etc.; discernir» en la m edida en que «se deja transform ar
- acep tar en la form ación de la conciencia la por la nueva m entalidad» (Rom 12, 2). El discerni­
«ley de la gradualidad», cosa bien d istin ta de la m iento m oral se basa en la «m etam orfosis» c ristia­
«gradualidad de la ley»: el valor objetivo no puede na del sujeto m oral. San Pablo explícita el significa­
ser «rebajado» (= grad u alid ad de la ley), pero sí do de esa m etam orfosis del siguiente modo (Flp 1,
ad ap tad o a la progresión de la persona (= ley de la 9-11): el discernim iento m oral b ro ta del «am or», al
gradualidad). acrecentarse éste en «penetración» y en «sensibili­
dad». El discernim iento m oral es considerado como
m anifestación de un sentido del tacto afinado por
B. 2. El discernimiento: un intenso am or de caridad.
cauce funcional de - Polaridad objetiva. El cristiano no hace discer­
la conciencia moral nim iento sobre una ley exterior y fría, ni sobre p rin ­
cipios m orales abstractos. El objeto y objetivo del
El juicio de conciencia se realiza a través del discernim iento m oral es «la voluntad de Dios»
cauce del discernimiento. Para que el discernim ien­ (Rom 12, 2). E sta voluntad divina es descubierta a
to funcione correctam ente es necesario atenerse a través de la incesante búsqueda de «lo bueno, con­

, PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 65


veniente y acabado» (Rom 12, 2) y m ediante la rea­ creta no en cuanto normatizada por una ley o un
lización de «lo m ejor» (Flp 1, 10). El hallazgo y la principio abstracto, sino en cuanto.inserta dentro
asim ilación de la voluntad divina trae como conse­ de la historia de salvación. Por eso, el discerni­
cuencia: a) negativa: el «inconform ism o» cristiano: miento funciona dentro de un sistema moral regi­
«no os am oldéis a este m undo» (Rom 12, 2); b) posi­
do por las categorías de «historia de salvación», de
tiva: «así seréis sinceros y llegaréis sin tropiezo al
«kairós» (oportunidad), de «signos de los tiem­
día de Cristo, colm ados de ese fruto de rectitu d que
viene por Jesucristo, p ara gloria y alabanza de pos».
Dios» (Flp 1, 10-11).

Conviene an o tar, por últim o, que el discerni­


m iento no es obra exclusivam ente del hom bre; el
El discernimiento moral del cristiano es la ac­ cristiano se siente ayudado po r el E spíritu. El obje­
tuación de esa capacidad, recibida gratuitamente to del discernim iento - la voluntad de D ios- p erte­
y mantenida por el esfuerzo humano, de poder va­ nece al orden de la g ratu id ad divina; tam bién p er­
lorar toda situación personal en relación con el tenece al m ism o orden la posibilidad de su descu­
evangelio. El cristiano discierne la situación con­ brim iento y de su asim ilación.

C. Para PROFUN DIZAR


Doctrina de la Sagrada Escritura sobre la conciencia moral.

C. 1. La conciencia m oral en el Antiguo Tes­


tam ento.
C. 2. La conciencia m oral en el Nuevo T esta­
m ento.

C. 1. La conciencia moral 10). Pero no se puede red u cir el concepto de con­


en el Antiguo Testamento ciencia en el Antiguo T estam ento a la sim ple expre­
sión de «conciencia». Va unida a o tra s palabras y
En el Antiguo T estam ento aparece tres veces la nociones.
p alab ra «syneidesis» (Eclo 10, 20; 42, 18; Sab 17,

66 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


• Noción de «corazón». El corazón aparece en el • Noción de «espíritu». El espíritu es, ju n to con
Antiguo T estam ento como el testigo del valor m oral el corazón, la sede prin cip al de toda la vida m oral y
de los actos hum anos. De David se dice que «le p al­ religiosa. La restau ració n de la vida m oral se h a rá a
pitó el corazón» en dos ocasiones en que hizo algo través de u n a renovación del espíritu y del corazón
m alo (1 Sm 24, 6; 2 Sm 24, 10). Salom ón afirm a de cada uno (Ez 11, 10; 18, 31; 36, 23.26).
contra Semeí: «Sabes —tu corazón da testim onio de Anotemos, p a ra te rm in a r este punto, que en el
ello - todo el pecado que hiciste a m i padre» (1 Re 2, judaism o se fue perfilando cada vez m ás el concep­
44). Jerem ías advierte que «el pecado está grabado to de conciencia. En Filón aparece la conciencia
en las tablas del corazón» (Jr 17, 1). Job responde a consiguiente. La secta de Q um rán tam bién tiene
los que le acusan: «Mi corazón no me condena» (27, alusiones a la conciencia propiam ente dicha, a u n ­
6). Dios es el que sondea el corazón y sobre el cora­ que no se em plea la p a la b ra técnica.
zón juzgará, en definitiva, la culpabilidad o la ino­
cencia del hom bre» (cf. 1 Sm 16, 7; Prov 21, 2; Jr 11,
20; 17, 10; 20, 12; Sal 7, 10; 26, 2, etc.). C. 2. La conciencia moral
El corazón es el lugar donde se interioriza la ley en el Nuevo Testamento
divina. Viene a convertirse en la ley interiorizada. En el Nuevo T estam ento aparece la p a la b ra
«G rabad en vuestro corazón que no tenéis otro se­ «conciencia» en b a sta n tes pasajes. Lo señalam os a
ñor a quien servir sino a Yahvé» (Dt 4, 39). Jerem ías continuación:
(31, 33) y Ezequiel (11, 19) anuncian que la ley nue­
va será grab ad a por el m ism o Dios en el corazón del - 8 veces en 1 Cor 8, 7.10.12; 10, 25.27.28.29.
hom bre. El libro de los Proverbios vuelve con fre­ - 3 veces en 2 Cor 1, 12; 4, 2; 5, 11.
cuencia sobre la prescripción del D euteronom io: - 3 veces en Rom 2, 15; 9, 1; 13, 5.
«Tened m is preceptos escondidos en el fondo de
- 5 veces en Heb 9, 9.14; 10, 2.22; 13, 18.
vuestros corazones...» (2, 1-5.10-15; 3, 1-3; 4, 4-6.20-
21; 7, 1-3). - 6 veces en las Pastorales: 1 Tim 1,5.19; 3, 9; 4,
2; 2 Tim 1, 3; Tit 1, 15.
El corazón aparece tam b ién como la fuente de la
vida m oral. El hom bre cam ina «por las vías de su - 3 veces en 1 Pe 2, 19; 3, 16.21.
corazón» (Is 57, 17), y esta vía es buena o m ala se­ - 2 veces en Hch 23, 1; 24, 16.
gún sea bueno o m alo el corazón (Prov 29, 27). De estos pasajes se deducen algunos rasgos deci­
La conversión de la conciencia se conecta con el sivos en la concepción neo testam en taria de con­
corazón. «Conocer la llaga del propio corazón y ex­ ciencia. He aquí los principales:
tender las m anos a Dios» se convierte en una expre­ • Noción de conciencia: La conciencia es un
sión clásica (cf. Ez 6, 9; J r 23, 9; Is 57, 15; 61, 1; Sal «juicio religioso-m oral» o «m entalidad religioso-
51, 19, 146, 3). m oral» (2 Cor 4, 2; 5, 11; Rom 13, 5). La conciencia
• Noción de «sabiduría». La noción de sabiduría aparece tam bién com o «testigo» (Rom 2, 15; 9, 1; 2
en el Antiguo T estam ento es sum am ente rica. Por lo Cor 1, 13): pro b ab lem en te se refiere aquí Pablo a la
que respecta a nuestro tem a, a b arca diversos aspec­ conciencia consiguiente, que es un testigo insobor­
tos de la prudencia y de la conciencia. nable.
La sab id u ría es fruto de la «experiencia». Lleva • La conciencia: disposición natural moral co­
consigo el sentido de la «agudeza». Aparece relacio­ m ún a todos los hombres (Rom 2, 14s). En este difícil
nada con la elección de los m edios en orden a un fin. texto, Pablo afirm a, al m enos, que todos los hom ­
La posesión y el ejercicio de la prudencia supone la bres tienen una cap acid ad de juicio m oral.
práctica de las buenas obras: m isericordia (Prov 19, • La conciencia es la últim a instancia de la deci­
11), ju sticia (1 Re 3, 11.28; Prov 1, 3; 2, 9; 19, 7), sión moral. Para Pablo, la conciencia decide en ú lti­
pureza (Prov 7, 4), paciencia (Prov 14, 29; 19, 11), mo térm ino la calid ad m oral de una acción. Aquí
fortaleza (Is 10,13; 11,2; J r 10,12; Prov 8,4; Sab 8,7). entra en juego el tem a de los «derechos de la con-

P A R A C O N O C F R J A F T 1 C A F F í Ct í a m a A7
ciencia errónea». Expone esta doctrina en dos fa­ • El a u to r de las cartas pastorales relaciona la
mosos pasajes: 1 Cor 8-10; Rom 14. conciencia con la fe y la herejía. El cristiano perfecto
• Formación y educación de la conciencia. Pablo es aquel que tiene una fe sin quiebras, sin com pro­
desea p a ra todos m ente ilu strad a y clara (1 Cor 10, m iso con la herejía y dentro de u n a conciencia bue­
29-30), aunque m ás desea corazones que am en. na y perfecta. No se puede tener una conciencia pu­
ra si no se tiene la fe perfecta. La fe es una condición
• Los cristianos tienen el deber de formar su con­ indispensable p a ra una conciencia m oral buena.
ciencia: exam inándose a sí m ism os (1 Cor 11, 28; 2
Cor 13, 5; Gál 6, 4), buscando la voluntad de Dios • El a u to r de la ca rta a los Hebreos relaciona la
(Rom 12, 2; Ef 5, 10), ponderando en cada ocasión conciencia con el pecado y la purificación. La sangre
qué es lo que conviene (Flp 1, 10). de Cristo es capaz de purificar la conciencia h u m a­
na m anchada por el pecado p a ra h acer de la exis­
• La conciencia tiene que ser «buena» e «irrepro­ tencia hu m an a un culto digno de Dios (Heb 9, 14).
chable» (Hch 23, 1; 24, 16).

D. Para C O N FR O N TA R
Perspectivas psicológicas para el conocimiento de la conciencia moral.

D. 1. Génesis de la conciencia m oral.


D. 2. Desarrollo evolutivo de la conciencia
m oral.

D. 1. Génesis de la conciencia moral sos de «adaptación» y procesos de «autodescubri-


m iento». La m adurez ética del individuo se alcanza
Existen diversas teorías p ara explicar la ap a ri­ m ediante el equilibrio tensional entre la «originali­
ción de la conciencia m oral en la persona: teoría dad» y la «confrontación». Los procesos de origina­
biologicista, sociologicista, freudiana, piagetiana, lidad y de confrontación pasan por diferentes esta­
skinneriana, etc. Teniendo en cuenta una aproxim a­ dios que van, por una p arte, desde la an a rq u ía de la
ción in terdisciplinar del problem a, juzgam os que la psico-m otricidad inicial h a sta la subjetividad auto-
«etización» del individuo hum ano se va estable­ controlada y, po r o tra p arte, desde la total constric­
ciendo a través de un juego dialéctico entre proce­ ción exterior h a sta la reciprocidad com partida.

68 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Concretando m ás las afirm aciones anteriores, se
puede decir que la génesis de la conciencia m oral se La consecución de la última etapa marca la
realiza m ediante los m ism os procesos con que se meta de la ontogénesis de la conciencia moral. La
constituye el «ser psico-social» del hom bre. Tales dimensión ética de la persona queda constituida
procesos son de trip le orden: de consistencia (m e­
cuando adquiere la conciencia de subjetividad,
diante los cuales se edifica el «sujeto»); de apertura
(m ediante los cuales se constituye la «relación»); y cuando se relaciona con los demás en clave de reci­
de objetivación (m ediante los cuales el sujeto rela­ procidad, y cuando se hace cargo de la realidad
cionado «se hace cargo de la realidad»). objetiva en términos de compromiso social. De he­
Teniendo en cuenta esa triple en trad a, se puede cho, el mundo de la ética se organiza en torno a
exponer la génesis de la conciencia m oral a través estos tres ejes; el «yo» o la responsabilidad, el
de la siguiente secuencia de procesos psico-sociales: «otro» o la relación de reciprocidad, y la «estruc­
tura» o el compromiso social.

(1) (2) (3)


Procesos de Procesos de Procesos de
CONSISTENCIA APERTURA OBJETIVACION D. 2. Desarrollo evolutivo
1. Adquisición de la 1. Relación de depen­ 1. Dominio de las fun­ de la conciencia moral
psicomotricidad (es­ dencia y de constric­ ciones fisiológicas.
Los psicólogos de la m oralidad se h an preocupa­
quemas sensomo- ción.
tores).
do notablem ente por establecer la secuencia de e ta ­
pas, con sus correspondientes niveles, en el desarro­
2. Capacidad de asu­ 2. Relación de identi­ 2. Aceptarlas acciones llo evolutivo del sentido ético. Los estudios de Pia-
miry de rechazar«lo de ficación y de rechazo. de otros y atenerse a get, de K ohlberg, de W illiam s, de Kay, de Bull y de
fuera». ellas. otros psicólogos y pedagogos son p ru eb a de ese in­
terés.
3. Independencia, co­ 3. Relación de respe­ 3. Asumir la realidad Creemos que, sin d irim ir la confrontación teóri­
mo fuente de origina­ to, de colaboración yde de acciones conjuntas ca entre las d istin tas explicaciones y sin e n tra r en
lidad. cooperación. del «yo» y de los m atices m uy precisos, se puede explicar el desarro­
«otros».
llo evolutivo de la conciencia m oral m ediante el si­
4. SUBJETIVIDAD 4. RECIPROCIDAD 4. COMPROMISO SO­ guiente esquem a en que se recoge la secuencia de
CIAL etapas (con la correlación de edades) y la configura­
ción de niveles:

PTAPA C ANOMIA HETERONOMIA SOCIONOMIA AUTONOMIA

AÑOS ----------> (0-6) (7-8) (9-12) (13-)


SOCIONOMIA
NIVELES
HETERONOMIA

ANOMIA

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 69


Concretam os el contenido de cada etapa/nivel b) Etapa de heteronomía
fijándonos en tres aspectos: características de la (etapa y nivel de «moral externa»)
etapa/nivel; funcionalidad en cuanto etapa dentro (7-8 años)
del proceso evolutivo; funcionalidad en cuanto ni­
vel dentro de la estru ctu ra m oral adulta. Desde la filosofía de K ant y desde la psicología
de Piaget, el térm ino «heteronom ía» goza de una
consagración técnica p a ra expresar la form a de m o­
a) Etapa de anomía ral im puesta al sujeto desde fuera. En todas las con­
(etapa y nivel «pre-moral») (0-6) cepciones éticas, esta etap a y este nivel reciben un
tratam ien to de im portancia. Por o tra parte, la hete­
E sta etapa es decisiva en la configuración del ronom ía es un aspecto de la conducta ética fácil de
sujeto m oral. Tal im p ortancia no queda suficiente­ detectar y de analizar.
m ente expresada con el térm ino de «anom ía», el
cual sugiere la ausencia de m oralidad. Es preferible
servirse del subtítulo: etap a y nivel «pre-m oral». De • Características de la etapa/nivel
este modo se insiste en la estru ctu ra pre-consciente
- com portam iento im puesto, desde fuera; las
y pre-responsable de los im portantes procesos que
fuentes de la heteronom ía son p a ra el niño funda­
configuran tan to el desarrollo (etapa) como la es­ m entalm ente tres: la fam ilia (símbolo: el padre), la
tru c tu ra (nivel) de la conciencia m oral.
escuela (símbolo: el profesor), la sociedad (símbolo:
el policía);
• Características de la etapa/nivel - controles y sanciones del com portam iento:
- com portam iento realizado desde la instintivi- prem io y castigo;
dad; - acom pañante del com portam iento: el tem or
- controles y sanciones del com portam iento: m ás o m enos servil.
placer o dolor;
- acom pañante del com portam iento: «la disci­ • Función de la etapa en el proceso
plina de las consecuencias naturales». del desarrollo ético
Para Piaget, no tiene funcionalidad positiva; se­
• Función de la etapa en el proceso gún él, de la heteronom ía no se pasa a la autono­
del desarrollo ético m ía: entre una y o tra no hay secuencia, sino ru p tu ­
ra. Para otros autores, la etap a de heteronom ía sí
- introduce el factor del orden, im prescindible tiene funcionalidad positiva, con tal de que se la
p ara la constitución de la estru ctu ra ética; considere com o m edio y no com o fin. Colocados en
- propicia el dom inio o control de las funciones la segunda opción, destacam os las dos funciones si­
orgánicas, soporte real y sim bólico de la conducta guientes:
ética. - universalización de la exigencia y de la norm a
ética;
• Función del nivel en la estructura adulta - obligatoriedad o cará c te r vinculante de las
de la conducta ética exigencias y de las norm as éticas.
Las características de la etap a de anom ía persis­
ten en las siguientes etapas y en la vida ética del • Función del nivel en la estructura adulta
adulto: lo que los actuales m oralistas estudian bajo de la conducta ética
el epígrafe de «subconciencia m oral».
T endrá funcionalidad positiva cuando se en­
cuentre integrada y asum ida en los procesos de au­
tonom ía; en cam bio, cuando el nivel de la heterono-

70 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


m ía predom ina en la conciencia m oral del adulto, házselo a los dem ás) que supera la «regla de b ro n ­
surgen los fallos típicos del heteronom ism o ético: ce» (ojo po r ojo y diente por diente);
legalismo, fariseísm o, etc. - se inicia la estim ativ a m oral concreta a p a rtir
del núcleo axiológico de la justicia.
c) Etapa de socionomía
• Función del nivel en la estructura adulta
(etapa y nivel de de la conducta ética
«moral externa/interna») (9-12 años)
«La socionom ía, en tendida en su sentido m ás
Con el térm ino de «socionom ía» se abarca un am plio, sigue siendo un fuerte nivel de criterio m o­
área im p o rtan te de la vida ética en la que los crite­ ral en la m adurez. En ella incluim os no sólo las
rios éticos se configuran a través de las relaciones sanciones específicas de la a lab an za y la censura
con los dem ás dentro de la sociedad. Es una ética sociales, sino tam bién el sentido de reciprocidad
«externa», en cuanto que proviene del grupo, pero que subyace a esas sanciones y que les da validez.
al m ism o tiem po «interna», en cuanto que el sujeto La calidad de la reciprocidad varía, pero su tono
está dentro del grupo como un factor de decisión. general es el del reconocim iento de las obligaciones
En cuanto etap a del desarrollo m oral, la sociono­ m utuas, debidas no sólo a los dem ás, sino tam bién
m ía es decisiva en la configuración ética del sujeto: a uno m ism o» (N. Bull, La educación moral. Estella
en ella se configura la e stru c tu ra ética de ju sticia y 1976, 90).
se inicia la estim ativa ética hacia los valores éticos.

• Características de la etapa/nivel d) Etapa de autonomía


(etapa y nivel de la «moral interna»)
— com portam iento desde el grupo (en el que el (de los 13 años en adelante)
sujeto se siente tam bién activo);
La «autonom ía» m arca el final del desarrollo
— controles y sanciones del com portam iento: m oral y califica el nivel reg u lad o r de la conciencia
alabanza y censura (aunque siguen influyendo los
m oral adulta. Es la e stru c tu ra ideal del com porta­
controles de la etap a anterior);
m iento m oral.
— acom pañante del com portam iento: la con­
En cuanto etapa, la au to n o m ía se caracteriza
ciencia de pertenecer responsablem ente a un grupo por d esarro llar el factor de la autorregulación. Este
(cierta interiorización de la responsabilidad) y de
factor se origina cuando las norm as que gobiernan
cooperar con él (conciencia de la reciprocidad). el com portam iento m oral proceden del in terio r del
sujeto. De este m odo, en la e ta p a de autonom ía se
• Función de la etapa en el proceso consolida el dinam ism o de interiorización iniciado
del desarrollo ético en las etapas anteriores. Con la autonom ía se cons­
tituye el sujeto m oral pro p iam en te dicho. De ahí
- surgen las estru ctu ras éticas de la reciproci­ que la autonom ía sea tam b ién el nivel decisivo de la
dad, de la cooperación, del diálogo, del pluralism o, conciencia m oral adulta.
etc.; la ética com ienza a asentarse sobre el funda­
m ento del «contrato social»;
• Características de la etapa/nivel
- aparece la «sim patía natural», soporte a n tro ­
pológico de la ética (sobre todo, en las concepciones - com portam iento ético: es regulado desde el in­
m orales inglesas posteriores a Hume): la ética co­ terio r del sujeto;
m ienza a funcionar com o «un colocarse en la pers­ - controles y sanciones del com portam iento: la
pectiva del otro»; coherencia y la incoherencia personal;
- se form ula el principio básico de la reciproci­ - acom pañante del com portam iento: indepen­
dad ética: la «regla de oro» (lo que quieras p a ra ti, dencia de criterio y au tonom ía em ocional.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 71


• Función de la- etapa en el proceso dos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y
del desarrollo ético practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto,
evita aquello. Porque el hombre tiene una ley
- aparece la subjetividad com o ám bito de la
conciencia ética; puesta por Dios en su corazón, en cuya obediencia
consiste la dignidad humana y por la cual será
- frente al «realism o m oral», frente al «im perio
juzgado personalmente (cf. Rom 2, 15-16).
de la ley», y frente a la «rigidez del consenso social»
se valora el universo m otivacional (las «intencio­ La conciencia es el núcleo más secreto y el sa­
nes» del sujeto); grario del hombre, en el que éste se siente a solas
- se com ienza a tener en cuenta la «situación» con Dios, cuya voz resuena en el recinto más ínti­
dentro de la ética; la «universalización de la nor­ mo de aquélla. Es la conciencia la que, de modo
ma» queda m atizada y ab lan d ad a con la aceptación admirable, da a conocer esa ley, cuyo cumplimien­
de las «excepciones»; to consiste en el amor de Dios y del prójimo (cf. Mt
- la estim ativa m oral concreta avanza por el 22, 37-40; Gál 5,14). ,
criterio y la vivencia del valor del hom bre como La fidelidad'* esta conciencia une a los cristia­
núcleo básico de la ética. nos con los demasdiombres para buscar la verdad
y resolver con acierto los numerosos problemas
• Función del nivel en la estructura adulta morales que se presentan al individuo y a la socie­
de la conducta ética dad. Cuanto mayor es el predominio de la recta
La autonom ía da «sentido» a los niveles anterio­ conciencia, tanto mayor seguridad tienen las per­
res. Ella es el factor prim ario en la «organización» e sonas y las sociedades para apartarse del ciego
«integración» de la conciencia m oral adulta. capricho y para someterse a las normas objetivas
de la moralidad.
No rara vez ocurre que yerre la conciencia por
TEXTO DEL VATICANO II ignorancia invencible, sin que ello suponga la pér­
SOBRE LA CONCIENCIA MORAL dida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse
(GS 16) cuando el hombre se despreocupa de buscar la
«En lo más profundo de su conciencia descubre verdad y el bien, y la conciencia se va progresiva­
el hombre la existencia de una ley que él no se mente entenebreciendo por el hábito del pecado».
dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y
cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oí-

72 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Apartado 4
El pecado: fracaso en la vida moral cristiana.

A. SINTESIS
Conceptualización teológica del pecado.
B. Para AMPLIAR
Las desviaciones en la vivencia y en la presentación
cristianas del pecado.
C. Para PROFUNDIZAR
El pecado en la historia de salvación.
D. Para CONFRONTAR
Responsabilidad personal y pecado estructural.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 73


A. Síntesis
Conceptualización teológica del pecado.

A. 1. La doble dim ensión del pecado p a ra el


creyente.
A. 2. Síntesis de la doble dim ensión.

A. 1. La doble dimensión del pecado • Considerada al nivel de la responsabilización,


para el creyente la culpabilidad p a ra que sea ética ha de relacionar­
se con dos instancias hum anas: la de la lib ertad y la
Para hacer la conceptualización teológica del de la obligación.
pecado, es necesario p a rtir de u n a distinción: den­
tro de la realidad del pecado existen dos dim ensio­ - Libertad y culpabilidad. El m al no se encuentra
nes, la ética y la religiosa. com o una «realidad subsistente» (escapism o de to­
da form a m aniquea de entender el m al y de toda
m etafísica que concibe el m al como una entidad).
a) La dimensión ética S entar la lib ertad hu m an a es asu m ir p ara el hom ­
bre (para mí) el origen del m al.
Es necesario incorporar a la teología del pecado
los actuales puntos de vista sobre la autonom ía de El pecado pone de m anifiesto la libertad del
lo hum ano, sobre la coherencia de un hum anism o sujeto: al tener que carg ar con las consecuencias de
ético no cristiano, sobre la posibilidad de una ética lo hecho, el sujeto se declara que fue responsable (se
laica y sobre lo específico de la ética cristiana. declara com o quien pudo a c tu a r de m an era diferen­
te): hay, pues, una id en tid ad m oral a través del p a ­
A p a rtir de estas nuevas perspectivas, creem os sado, presente y futuro.
que puede entenderse el pecado en la dim ensión
ética sin que aparezca la a p e rtu ra a la dim ensión - Obligación y culpabilidad. A p a rtir de la con­
religiosa. Tendrem os entonces un desorden ético. ciencia de que se podría h ab er actuado de otra m a­
Un no-creyente, con tal de que acepte los valores nera, se llega a la conciencia de que se debería h a ­
m orales, solam ente descubre la dim ensión ética de ber actuado de m anera diferente. «Reconozco mi
la culpabilidad en cuanto form a de desintegración «podría» porque adm ito tam b ién mi «debería». Un
de las relaciones hum anas y del m undo hum ano. ser que se siente obligado presupone tam bién que
puede hacer lo que debería hacer» (P. Ricoeur: Con-
La e stru c tu ra de la culpabilidad ética se resuel­ cilium n. 56 [1970] 337). De este modo, el m al m oral
ve en dos m om entos: la responsabilización de una ha de entenderse a p a rtir de una obligación existen­
acción propia desintegradora de lo humano. Los dos te: a p a rtir de una posibilidad de preferencia (liber­
elem entos, la desintegración práxica y la responsa­ tad) que está condicionada po r una obligación.
bilización, dan la m edida de la coherencia en la
culpabilidad ética. • La responsabilización inherente a la culpabili-

74 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ilad ética recae sobre algo: sobre la acción hum ana Ilt
en cuanto desintegración práxica. El qué o contenido Los rasgos apuntados describen el pecado ético
del desorden ético podríam os concretarlo en las si­ en cuanto negatividad de la praxis humana. En la
guientes afirm aciones:
acción pecaminosa se verifica -en negación- la
- El pecado ético hace referencia al m undo h u ­ dialecticidad de la acción humana. No se puede
mano; su radio de acción queda circunscrito a la entender el pecado si no aceptamos el sentido del
realidad de los hom bres. No se puede p ensar en una hombre en cuanto ser comprometido con la cons­
culpabilidad ética que tenga como p unto de refe­
rencia el m undo infra-hum ano o realidades e x tra ­ trucción de la realidad (dimensión cósmica del pe­
hum anas. Por su m ism a definición, el pecado ético cado), en cuanto ser que actúa e interactúa en la
se define por su referencia al hom bre. construcción de la historia (dimensión histórica
- Esa referencia al m undo hum ano tiene la ca­ del pecado). Siendo el hombre un ser capaz de
racterística específica de la negatividad. El pecado alienar/alienarse y capaz de edificar/edificarse, el
ético es una negación inducida en la realidad de los pecado es la verificación práxica de esa posibili­
hom bres en cuanto realid ad específicam ente h u m a­ dad negadora.
na.
- La negatividad que induce el pecado ético en
el m undo hum ano ha de in terp retarse dentro de los b) La dimensión religiosa
cuadros de la historicidad hum ana. El pecado no es
algo abstracto, sino concreto: es una negatividad El cristiano, adem ás de la dim ensión ética, des­
inducida en la histo ria de los hom bres. E sta histo­ cubre y vivencia en el pecado la dim ensión religio­
ria queda «negada» en la m edida en que la acción sa. E sta doble dim ensión hay que entenderla a tra ­
pecam inosa tenga un m ayor o m enor radio de ac­ vés de la realid ad u n ita ria de la carid ad cristiana.
ción. Allí donde llega la fuerza expansiva de la ac­ «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
ción pecam inosa se origina la negatividad histórica con toda tu alm a y con toda tu m ente. Este es el m ás
del pecado. grande y el p rim e r m andam iento. El segundo, se­
- E sta negación histórica que induce el pecado m ejante a éste, es: am arás al prójim o como a ti
ético en el m undo hum ano puede simbolizarse de m ism o. De estos dos preceptos penden toda la ley y
m uchas m aneras (= en la línea de la «expresión» y los profetas» (Mt 22, 37-40).
en la línea de la «conceptualización»): m ediante el
sim bolism o de la «ofensa» al hom bre, destacando
entonces los aspectos interpersonales en térm inos Al decir que el creyente añade a la dimensión
ju ríd ic o s; m ed ia n te el sim bolism o de la «no- ética la dimensión religiosa en la comprensión y
realización», poniendo de relieve el im perativo b á­ vivencia del pecado, no afirmamos una simple
sico de la edificación individual y com unitaria; m e­ yuxtaposición entre los dos planos ni una absor­
diante el sim bolism o de la «desintegración», valo­
ción del plano ético en beneficio del plano religio­
rando el m undo hum ano como un orden que hay
que m antener com o algo positivo; m ediante el sim ­ so. Lo que tratamos de poner de relieve es la origi­
bolism o de la «frustración», destacando los efectos nalidad que brota a partir de la síntesis de esas dos
del pecado en clave psicológica; m ediante el sim bo­ polaridades.
lism o de la «alienación», aludiendo al gran m iedo Precisamente lo que constituye la originalidad
que el hom bre de hoy siente de no ser él m ism o y de del pecado visto y vivido desde la fe es la síntesis
no dejar que los dem ás lo sean. que brota de la afirmación del contenido moral y
del horizonte trascendente religioso en cuanto dos
mundos que se relativizan y se complementan.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 75


Aun reconociendo, como lo hem os hecho, la po­ todos; y, por o tra p arte, es la salvación del m al has­
sibilidad de una com prensión correcta de la dim en­ ta asum iéndolo en la «sobreabundancia» de la re­
sión ética sin referencia a lo religioso, hemos de dención.
confesar tam bién que es en la a p e rtu ra a la trascen­ La com prensión y vivencia cristiana es la que
dencia religiosa en donde la culpabilidad ética se con m ayor capacidad y seguridad puede hacer la
descubre y se encuentra a sí m ism a con todo el sen­ síntesis de la culpabilidad hum ana. Para el c ristia­
tido trágico y con toda la carga de m al. no, la historia hu m an a tiene el m ás pleno sentido en
Ese carácter trágico e «incom prensible» que cuanto está trascendida por la h istoria de salva­
com porta el m al se lo hace descubrir a la conciencia ción; p a ra el cristiano, el m undo hum ano tiene la
m oral la fe. En el m om ento de la subjetivización o m ayor seriedad porque sabe que está trascendido
responsabilización, la voluntad pecadora no es so­ por la presencia de Dios que se ha revelado en Cris­
lam ente una decisión libre hacia el m al, sino ta m ­ to. El cristiano no tiene dos historias y dos mundos:
bién el m isterio de un hom bre que se enfrenta con su historia y su m undo es la h istoria y el m undo de
Dios: «contra ti, contra ti sólo pequé». Pero esta los dem ás hom bres, pero m ás radicalizados en se­
confesión no es sólo juicio condenatorio; es al m is­ riedad y en com prom iso al descubrir y vivir en ellos
mo tiem po «invocación». la presencia de Dios revelado en Cristo.
La voluntad no queda arro jad a en un círculo de El pecado es la negación de la esperanza escato-
condenación. La confesión religiosa del pecado es el lógica operante desde dentro de la h istoria hum ana.
comienzo de la restauración, es la ru p tu ra con el La negación de la esperanza se traduce en la «indi­
rem ordim iento infructífero anclado m elancólica­ vidualización» de las personas y de los grupos: la
m ente en el pasado, es el anticipo de la alegría de la clausura dentro de ellos m ism os engendra el egoís­
reconciliación por la fuerza de Cristo presente en la mo y el egoísm o la desintegración. El pecado no
Iglesia. une, sino dispersa. Dispersión que es la alienación
del hom bre por el hom bre.
De una m anera fáctica, la negación de la espe­
A. 2. Síntesis de la doble dimensión ranza escatológica se traduce en la creación de
La definición teológica del pecado encuentra en «ídolos» o sim ulacros de Dios.
la síntesis de las vertientes ética y religiosa de la m t& st ■■■ -<!<«-» * s m -- •fiminmniiHwniiiitirii'i nw
culpabilidad no sólo un punto de p a rtid a, sino su
punto de llegada. La teología desvela en la realidad Lo específico cristiano en la teología del peca­
del pecado del creyente la necesaria integración de do es el horizonte de comprensión en donde queda
ética y religión. Labor de la teología es liberar a la colocada la culpabilidad humana. Ese horizonte
noción y vivencia del pecado de las garras u n ilate­ abre perspectivas escatológicas, eclesiales, cristo-
rales del m oralism o y de la religión; otros llam arán lógicas, etc. El pecado queda valorado en su di­
a estos dos extrem os «horizontalism o» y «vertica- mensión más profunda. Pero al mismo tiempo el
lismo», o «inm anencia vacía» y «trascendencia pecado recibe la superación de la salvación. La
alienada».
confesión del pecado ante Dios que se revela en
El cristiano no debiera perder nunca la fuerza Cristo tiene una llamada a la salvación que se rea­
de esta síntesis original. Aquí rad ica el núcleo fun­ lizará en la reconciliación que Dios Padre nos
dam ental de la com prensión cristiana del pecado.
El «evangelio» cristiano sobre la culpabilidad h u ­ otorga en Cristo mediante la celebración eclesial.
m ana nace de esa tensión dialéctica: por una parte, De este modo, la teología del pecado culmina en
es la condena m ás fuerte que se puede h acer sobre el una teología de la conversión y en una teología de
m al m oral encontrando su raíz en la to talid ad de la la reconciliación.
persona que se enfrenta con quien lo es todo p ara

76 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. Para AM PLIA R
Las desviaciones en la vivencia y en la presentación cristianas del pecado.

B. 1. El pecado com o violación de un «ta­


bú».
B. 2. El reduccionism o «legalista» en el con­
cepto del pecado.
B. 3. El pecado reducido a «culpa».
B. 4. In terp retació n «reaccionaria» del pe­
cado.
B. 5. La com prensión «verticalista» del pe­
cado.

B. 1. Residuos tabuísticos en la noción tacha que contam ina desde fuera» (P. Ricoeur, Fini-
y vivencia cristianas tud y culpabilidad. M adrid 1969, 265-294).
de la culpabilidad El pecado entendido com o «tabú» y expresado
como «m ancha» no ha sido ajeno a la vivencia y a la
«Tabú» es u n a p a la b ra de origen polinesio que com prensión cristian as de la culpabilidad. Prescin­
se em plea p a ra designar una realidad (cosa, perso­ diendo de las situaciones patológicas, como son las
na, etc.), cuyo uso o contacto está prohibido al hom ­ del neurótico obsesivo o escrupuloso, se constatan
bre. Una realid ad es tab ú cuando el hom bre no pue­ los siguientes residuos tabuísticos:
de p en etrar en ella sin que se desencadenen diver­
sos m aleficios que están dentro de dicha realidad.
Existe un m uro infranqueable entre la realidad ta ­
bú y el hom bre, m uro que puede ser violado tanto a) La violación mecánica de la norma
de pensam iento, como de p a la b ra o de acción. En algunas personas aflora a veces la vivencia
D entro de este esquem a de m oral tabuística, el del pecado como violación mecánica (no asumida
pecado es com prendido y vivenciado como la viola­ responsablemente) de una norma. La acusación de
ción de un tabú. Por o tra p arte, el pecado-tabú es «pecados que no m e acuerdo» o de «pecados que
expresado m ediante el sím bolo de la mancha. Ri- quizás haya com etido sin saberlo» puede in terp re­
coeur h a dedicado páginas densas y brillantes al tarse como una concepción del pecado en clave de
análisis de este sim bolism o de la culpa. violación m ecánica de una norm a.
Para este autor, «el sim bolism o m ás arcaico que E sta m ism a com prensión puede descubrirse en
podem os to m ar como punto de p a rtid a es el del m al ciertos com portam ientos m orales vividos conflicti­
concebido com o suciedad o m ancha, es decir, como vam ente. Por ejem plo, la vivencia de culpabilidad

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 77


en ciertos com portam ientos conyugales relaciona­ prim ordial». «La cadena irrom pible que tra b a la
dos con el control de n a ta lid a d puede obedecer al venganza a la m ancha es an terio r a toda in stitu ­
esquem a del pecado en cuanto violación m ecánica ción, a toda intención, a todo decreto; es ésa una
de una norm a: la vivencia conflictiva de una situ a­ trabazón tan prim itiv a que es incluso an terio r a la
ción m oral sin salida suele tener su fundam ento en m ism a representación de un dios vengador. El a u ­
una deficiente com prensión de la m oral y, en con­ tom atism o en la sanción, que tem e y adora la con­
creto, del pecado. En el fondo, la llam ada «concien­ ciencia prim itiva, expresa esa síntesis a priori de la
cia perpleja» se alim enta de una concepción tabuís- cólera vengadora; como si la culpa hiriese la poten­
tica del pecado. cia m ism a de lo vedado, y como si esa m ism a lesión
Donde aparece de un m odo m ás claro esta con­ desencadenase la reacción de m anera fatal, ineludi­
cepción del pecado como violación m ecánica de ble» (P. Ricoeur, o. c., 273).
una norm a es en los sujetos que se sienten como La conexión entre pecado y m al físico puede ser
coaccionados a com eter el pecado: «com eten el pe­ un indicio de la existencia de ese terro r pre-ético
cado sin quererlo» (caso del escrupuloso), o tienen que acom paña a una vivencia incorrecta de la cul­
que cargar con «pecados que les vienen por sorpre­ pabilidad. No siem pre los cristianos hem os hecho
sa». Se tra ta de personas y de situaciones de un n uestra la disociación entre el m undo ético del pe­
m arcado acento patológico. cado y el m undo físico del sufrim iento tal como
E sta vivencia del pecado se traduce en com por­ aparece racionalizada en la crisis que encarna Job.
tam ientos típicos: en conductas excesivam ente «ri- Además de la conexión entre m al físico y peca­
tualizadas», es decir, dem asiado condicionadas a do, se ha dado en la conciencia cristian a u n a excesi­
un orden o esquem a de actuación; en conductas ex­ va conexión entre pecado y castigo divino. La rela­
cesivam ente «legalistas», ya que en el fondo de todo ción entre pecado e infierno, entre culpa y pena ha
legalism o existe una supravaloración de la norm a sido tan fuerte en la com prensión y vivencia c ristia­
por encim a de la persona. Ciertos ritos obsesivo- na de la culpabilidad que ha desvirtuado en parte la
com pulsivos (pueden ser: tics nerviosos, ciertas o ra­ una y la otra. La p astoral cristiana, en sus variadas
ciones, ciertos gestos religiosos, etc.), con los que se form as (predicación, sacram ento de la penitencia,
busca re p a ra r la falta com etida, indican una viven­ etc.), ha insistido notablem ente en la relación entre
cia tabuística del pecado. pecado y castigo.
Una valoración psicológica de las situaciones
que acabam os de señalar nos diría que, en el fondo
de la vivencia de la culpa como violación m ecánica B. 2. El reduccionismo «legalista»
de una norm a, ésta ha perm anecido en el estadio del pecado
puram ente m ecánico de la culpabilidad: entender
El pecado puede entenderse a un nivel jurídico,
el pecado com o desorden en el ritm o m ecánico de y entonces se vivencia com o transgresión de una
repetición. La supravaloración del ritm o m ecánico
ley. Se tra ta de un nivel que no alcanza en plenitud
lleva a entender la culpa como ru p tu ra m ecánica
la dim ensión ética de la culpabilidad. El pecado
del orden e im pulsa a conductas de carácter com-
m oral puede darse —y de hecho se da m uchas veces-
pulsi vo-obsesi vo.
en un com portam iento que trasp asa un ordena­
m iento jurídico. Pero el pecado m oral no puede
b) Relación de «pecado» con «castigo» identificarse form alm ente con la transgresión ju rí­
dica en cuanto tal.
La vivencia cristian a de la culpa no se ha librado
siempre del miedo frente a un castigo divino que se La concepción legalista de la culpabilidad Hace
descarga inm ediatam ente después de h ab er pecado coincidir la noción y vivencia del pecado con la
el hom bre. E sta unión entre castigo y falta pertene­ transgresión del orden jurídico. Ello da lugar a una
ce a una com prensión tabuística del pecado. Consti­ form a especial de entender el pecado.
tuye, según afirm ación de Ricoeur, una «fatalidad La consideración jurídica de la falta puede ser

78 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


descrita m ediante los rasgos siguientes: insistencia B. 3. Las disfunciones de la comprensión
en los efectos del acto (se valoran ante todo los efec­ del pecado como «culpa»
tos sociales); predom inio del valor de la ley como
criterio de valoración del com portam iento; no se La com prensión y la vivencia del pecado en cla­
tiene m uy en cuenta la intencionalidad del agente. ve de «culpa», aunque suponga un gran avance en
re la c ió n con el p e c a d o -m a n c h a o el pecado-
Castilla del Pino describe del siguiente m odo la
transgresión, conduce a u n a situación que describe
dim ensión ju ríd ica de la culpa: «En la considera­
R icoeur como «autoobservación, autoacusación y
ción ju rídica de la culpa es evidente que a lo que se
autocondenación po r la conciencia que vuelve so­
atiende es a los efectos 'sociales' de la culpa. El juez
bre sí m ism a», o «acusación sin acusador, tribunal
no p en etra —y tiende a no p en etrar, p a ra eludir ex­
sin juez, sentencia sin autor» (Concilium, n. 56
trem os que ‘com p licarían ’ su la b o r- en la intencio­
[1970] 333-335). Más aún, lleva al hom bre al ato lla­
nalidad del acto culpable... De esta m anera, las m ás
dero del legalism o y a «la m aldición de la ley» (Gál
de las veces, se atiende al postefecto de la acción, es
3, 13).
decir, a su efecto sobre los otros -so b re la sociedad-
y se desliga cuanto puede de la intencionalidad que El pecado-culpa se desenvuelve en un angustio­
a esta acción preside... E sta sum isión a la objetivi­ so círculo de m aldición: «El penitente fervoroso se
dad de lo que se hace confiere a la tarea juríd ica un em peña en la tare a infinita de cum plir cabalm ente
carácter de im perfección p ráctica en todos los ca­ todas las prescripciones de la ley; el fracaso de este
sos. Para un psicólogo, p a ra un sociólogo, la tarea em peño desencadena el sentim iento de culpabili­
de juzgar —quienquiera que lo haga, y entre noso­ dad; la observancia integral a la que recurre la con­
tros quien lo hace es el juez—es radicalm ente im ­ ciencia p a ra disculparse aum enta la inculpación; y
perfecta y, p a ra decirlo claram ente, esencialm ente com o la atom ización de la ley tiende a desplazar la
‘in ju sta ’. Y no sólo porque prescinde, en aras de la vigilancia m oral, absorbiéndola en prescripciones
objetividad de lo que se ha hecho, del cómo se hizo aisladas y h a sta m inúsculas, la conciencia gasta sus
y del porqué se hizo —que son los dos vectores que energías en un com bate cuerpo a cuerpo con cada
en una estim ación dem asiado sim ple definen la in­ una de ellas» (P. Ricoeur, Finitud y culpabilidad,
tención-, sino porque se circunscribe la intención al 427).
sector de la realid ad que es la persona o sujeto de la Si entendem os el pecado como «culpa», estam os
acción» (La culpa. M adrid 1968, 44-45). in terp retan d o la culpabilidad como una autoacusa­
E sta consideración legalista de la culpa lleva ción. El núcleo básico del pecado reside, según esta
consigo una serie de consecuencias a la hora de viven- interpretación, en la interacción o desdoblam iento
ciar el pecado. Señalam os algunas: del sujeto en juez-acusado.
- tonalidad extrinsecista en la determ inación La culpa-acusación supone:
de la culpabilidad: no se m ide desde la interioridad,
— una gran carga de agresividad: el fracaso que
sino m ás bien desde la objetividad de la ley;
se experim enta en los com portam ientos fallidos h a ­
- la sensibilidad de la conciencia con relación a ce que el sujeto se vuelva sobre él m ism o p a ra des­
lo m alo —lo m ism o que con relación a lo b u e n o - se cargar todo ese «peso»; el gesto de «darse golpes de
va circunscribiendo cada vez m ás a lo determ inado pecho» sería como la ritualización de esa dinám ica
por la ley: se da un estrecham iento de la sensibili­ in tern a de la culpa-acusación;
dad ética;
- un bloqueo del cam ino que debiera llevar a la
- la heteronom ía v o luntarista aparece en el ho­ persona hacia u n a realización creadora de su exis­
rizonte de la conciencia com o uno de los factores
tencia y de la existencia de los dem ás. H esnard ha
decisivos de su orientación.
puesto bien de relieve la ineficacia de una culpabili­
dad que vive p a ra ella m ism a y que por el m ism o
hecho se desentiende del com prom iso en la realiza­
ción del m undo;

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 79


— una gran dosis de angustia que origina en el B. 4. Peligro de interpretar
sujeto un estado de mala conciencia. La acusación de forma «reaccionaria»
que pesa sobre el pecador le hace sentirse en una la realidad histórica del pecado
situación de desazón m oral.
Al vivenciar la culpa como una acusación que Existe una seria crítica al trasfondo ideológico
pesa sobre el sujeto, se engendra en el pecador una que subyace a la noción cristian a de pecado. Según
situación «m órbida» o enferm iza. H esnard h a h a ­ esta crítica, la categoría de pecado tiene la función
blado del «universo m órbido de la culpa» (L’univer- de apoyar y de justificar el «orden establecido». Al
se morbide de la faute. París 1949). Y no puede ser de entender el pecado com o un «des-orden» y al expre­
otra m anera. En efecto, a la agresión de la acusa­ sarlo con el sím bolo de «transgresión», estaríam os
ción es norm al que la persona responda con la vi­ privilegiando con ello el orden establecido y colo­
vencia del «dolor», dolor que al prolongarse genera cando el m al del lado del cam bio y de la revolución.
una situación de «enferm edad». De esta suerte, la noción y la vivencia de la culpabi­
lidad ten d ría una función reaccionaria.
' “Sí" ' »■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ ■ El teólogo Pohier se p reguntaba hace algunos
años si la explicación vigente del pecado no prove­
La comprensión y vivencia del pecado como nía de u n a consideración «unidim ensional» del
culpa dice relación a un tipo de conciencia consti­ cristianism o. «¿No será cierto que la m oral cristia­
tuido por la «idealización del propio yo». Mientras na in te rp re ta de m anera excesivam ente unidim en­
que el pecado-transgresión se conecta con una sional la revelación sobre el pecado cuando tom a
conciencia formada preferentemente por la in- pie de ella p a ra enervar la fuerza liberadora de esta
troyección de una norma externa, el pecado-culpa m ism a revelación, resignándose a una especie de
por su parte proviene de una conciencia para la com prom iso con el pecado?... Podríam os hacernos
cual el mecanismo fundamental de formación lo la preg u n ta de po r qué la referencia al pecado ha
constituye la idealización del propio yo. servido tan tas veces en la p ráctica histórica del
cristianism o p a ra condenar, de m anera m ás o m e­
nos reaccionaria, los esfuerzos hum anos en pro de
la liberación, siendo así que ésta es posiblem ente la
En este tipo de conciencia, el yo se desdobla y se m ás revolucionaria de las referencias cristianas,
hace ejem plar o arquetipo p a ra éí m ism o. Nacen así pues obliga a subvertir el orden de las cosas, y h asta
una serie de principios o criterios de actuación que por la violencia si ello fuera preciso (‘si tu m ano te
desem peñan la función de conciencia m oral. Una a rra stra al pecado, c ó rta la ’)» (Concilium, n. 65
conciencia form ada preferentem ente por la ideali­ [1971] 198-199).
zación del propio yo es de m arcado acento perfec­ Idénticas inquietudes form ula G araudy en rela­
cionista: está preocupada excesivam ente por m an ­ ción con la interpretación tradicional del pecado.
tener y llevar a p lenitud el «ideal» del yo. Además, «Según la concepción tradicional del pecado, las
suele tener un a tendencia clara a m irarse narcisísti- ideas de p ro testa y rebeldía siguen ocupando un
cam ente a sí m ism o, ya que se tra ta del ideal del lugar central, pero no conservan esta c o n trap artid a
«propio yo». de la grandeza trágica del rebelde.
El pecado-culpa m uchas veces aparece en perso­ Con m ucha frecuencia se presenta el orgullo co­
nas con una m arcad a tendencia a m ira r su propia mo el pecado por excelencia: pecar es no saber que­
perfección, personas que no han superado la te n ta ­ darse en su puesto. Se in te rp re ta el m ito bíblico en
ción de un perfeccionism o egoísta. este sentido. El pecado consiste en la transgresión
de un orden que im ponía al hom bre ciertas prohibi­
ciones y lím ites: la curiosidad por conocer, que se
convierte en concupiscencia culpable del espíritu;
el despliegue de la sexualidad hum ana, que se m ira

80 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


como concupiscencia de la carne; la vivificante p a­ B. 5. La comprensión «verticalista»
sión por dom inar la n atu raleza y h u m anizar el del pecado
m undo, que se convierte en tentación de Lucifer. («ofensa» y «deuda» frente a Dios)
¿No h a b ría en el fondo de esa m ilenaria asim ila­
ción del pecado y la insubordinación, tal como lo ha Si tuviéram os que definir con un rasgo la m en­
sugerido el teólogo am ericano Harvey Cox, unas ra ­ talid ad desde la cual y p a ra la cual fue conceptuali-
zones políticas? zado el pecado, no dudaríam os en decir que se tra ta
de una mentalidad sacralizada. E sta orientación sa-
Cuando en el siglo IV, bajo Constantino, el cris­ cral se pone de m anifiesto en los siguientes rasgos:
tianism o se convierte en ideología dom inante y
apo rta su respaldo a la a u to rid ad im perial y a la - Preponderancia de la focalización religiosa. El
jerarq u ía social, de la que él se erige en corona­ pecado es entendido preferentem ente «desde a rri­
m iento; du ran te estos años, m ás de m il, en que se ba», es decir, desde la perspectiva religiosa. Ello
im pondrá esta asim ilación tem ible del orden esta­ provoca una consideración em inentem ente sacral:
blecido con el orden querido por Dios, el pecado, en referencia hacia Dios. M uchas veces, la perspec­
según la expresión de T eilhard de C hardin, será una tiva religiosa es tan preponderante que eclipsa o
explicación del m al en una concepción fixista del desvirtúa la dim ensión ética, o el contenido intra-
m undo» (Concilium, n. 35 [1968] 224-226). m undano que conlleva el pecado.
Ante estas críticas, tenemos que adm itir que m u­ - El orden moral de la culpabilidad queda «sacra-
chas veces la m oral (en nom bre del am or) ha recha­ lizado» en el sentido de ser asum ido por la dim en­
zado el uso de la coacción y al m ism o tiem po ha sión religiosa. Más aún, la valoración m oral que se
prestado su apoyo a una situación de sum isión, establece en la culpabilidad se hace en relación con
«apoyo que, como co n trap artid a, llevaba a la fosili­ un orden n a tu ra l que está subsum ido dentro de un
zación del orden coactivo establecido». El pecado «orden divino». Parece no existir otro punto de refe­
se ha entendido como oposición a un orden estable­ rencia p a ra valorar la acción pecam inosa que la
cido, im pidiendo así la dinám ica ascendente de la n o rm atividad establecida desde un orden sacral.
historia. - T anto el sistema de valoración como la detecta-
E sta concepción del pecado no tiene sentido en ción de contenidos de pecado quedan enm arcados
una m oral auténtica. Es una su p raestru ctu ra alie­ dentro de unas perspectivas sacrales. De ahí la pre­
nante y, en cuanto tal, descartable del m undo de la ponderancia de la visión clerical o cultual frente a
m oral cristiana. la visión profética o secular.
La com prensión «verticalista» del pecado ap a­
mmmmmmmmmmsmmsmmmmmmmammmmmmmmsm rece reflejada en la definición del pecado como
«ofensa y deuda frente a Dios». Se puede afirm ar
Sin embargo, el pecado no puede colocarse sin que h a sido esta definición la que m ás h a calado en
más ni en la ruptura del orden establecido ni en la la vida del cristiano y la que m ás ha condicionado
negación del cambio. El pecado está en la no inter­ la praxis p asto ral en relación con la culpabilidad.
vención perfecta de la libertad del hombre para
relacionar los medios empíricos con la utopía. Y
esto puede darse tanto en la ruptura de un orden
establecido como en la conservación del mismo. A Los rasgos que definen la concepción del peca­
partir de esta doctrina, cobra su auténtico puesto do como deuda son los siguientes: ver en él una
y su perfecto relieve la lucha social, al ser vista ofensa que debe ser pagada; insistir en la necesi­
desde una dimensión ética y no puramente empí­ dad de la reparación del débito que ha engendrado
rica. la acción pecaminosa; poner de manifiesto que la
persona que ha ofendido no es capaz de saldar la
deuda, ya que se trata de una ofensa a un ser infi-

82 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


nito; señalar la única salida de acudir a un inter­ Al com prender el pecado a través de las catego­
mediario que con sus méritos pague las deudas rías de deuda y de ofensa a Dios, se corre el peligro
contraídas por el pecado del hombre, es decir, con­ de considerar a Dios en el m ism o nivel que el hom ­
fiar en la sangre de Cristo como redención del dé­ bre, com o si éste pudiese causarle algún daño. Por
bito contraído por la culpabilidad del hombre; ex­ o tra p arte, el pecado queda encuadrado en esque­
hortar al reconocimiento de la propia indignidad e
m as excesivam ente jurídicos de «deuda» y de «re­
paración». C onsiguientem ente, la pastoral, sobre
insuficiencia para salir del pecado y a la confianza todo la p astoral de la reconciliación, se p lan tea en
en la misericordia de Dios que perdona por medio térm inos de «saldar» ofensas m ediante satisfaccio­
de Cristo Jesús, a través sobre todo de algunos nes por los pecados com etidos.
signos especiales como son los sacramentos.

C. Para PR O FU N D IZAR
El pecado en la historia de salvación.

C. 1. El pecado en el Antiguo Testam ento.


C. 2. El pecado en el Nuevo Testam ento.

C. 1. El pecado en el Antiguo Testamento sar o reta rd a n la realización del designio de Dios.


Es cierto que la reflexión ju d ía tard ía identificará el
designio divino con la ley y conectará, consiguiente­
a) El encuadre teológico: la alianza m ente, la realid ad del pecado con la desobediencia
En el Antiguo T estam ento aparece el pecado —en a la ley; sin em bargo, la corriente m ás rica del Anti­
sus m últiples m atices expresivos y vivenciales—co­ guo T estam ento insistirá siem pre en la visión del
mo el reverso del plan de salvación: como aquel pecado com o negación del plan salvífico de Dios.
conjunto de iniciativas hum anas que hacen fraca­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 83


Dios», hay un olvido de la dim ensión horizontal. No
La categoría clave a través de la cual se entien­ acaece así en el Antiguo Testam ento: la dim ensión
de y se vivencia el pecado en el Antiguo Testamen­ religiosa da u n a profundidad m ayor a la vertiente
to es la de la alianza. El pecado es la ruptura o la hu m an a de la culpabilidad. El «contra Dios» es la
m ejor form ulación del «contra el hom bre».
negación de la alianza. Esta visión va implícita en
el vocabulario veterotestamentario para designar
el pecado. • Dimensión intrahistórica
La alianza, en cuanto realidad religiosa y en Al entender el pecado en referencia a la alianza,
cuanto categoría teológica, da la perspectiva exac­ el Antiguo T estam ento se libra de u n a com prensión
ta para enmarcar la culpabilidad en el mundo bí­ a b stra cta del m ism o. El pecado acaece dentro de la
blico del Antiguo Testamento. Se trata de un ele­ h istoria hum ana, así como la histo ria de salvación
se verifica dentro de la histo ria hum ana. La refle­
mento decisivo en la teología bíblica del pecado.
xión v eterotestam entaria sobre el pecado no provie­
Esta perspectiva de la alianza da a la culpabilidad ne de la abstracción, sino de situaciones concretas
tres dimensiones que son elementos constitutivos vivenciadas a través de la fe.
en la comprensión que un creyente tiene del peca­
- El pecado se entiende y se vivencia dentro de
do. una h istoria hum ana. Por eso m ism o, la acción pe­
cam inosa se valora desde dentro de la historia. Es
una acción in tram u n d an a; su influencia negativa se
• Dimensión religiosa coloca en lo intrahistórico e intram undano.
- A la hora de c o n sta tar el «contra Dios» (la
El pecado se entiende como una realidad «ante
Dios». La confesión religiosa del pecado encuentra dim ensión religiosa del pecado), los escritos vetero­
en la expresión «contra ti» o «delante ti» su form a testam entarios encuentran un lugar privilegiado en
la ruptura con los hombres.
m ás precisa.
- El pecado es una realidad «contra Dios» po r­ • Dimensión comunitaria
que es ruptura de la alianza. Son m últiples los p a ­
sajes veterotestam entarios que hablan del pecado Siendo la alianza una realid ad com unitaria, el
en térm inos de ru p tu ra con Dios. Recordem os la pecado tiene que tener necesariam ente esta m ism a
descripción que hacen del pecado los profetas dim ensión de la com unidad. En efecto, es en la co­
Oseas, Jerem ías, Isaías y Ezequiel a través de la m unidad de los creyentes en donde se vivencia, se
sim bología de la ru p tu ra del vínculo m atrim onial valora y se re p a ra el pecado.
(= adulterio; infidelidad conyugal) (Os 1-3; J r 2, - La dim ensión co m u n itaria del pecado en la
2.23; 3, 1-5; 3, 19-25; 4, 1-4; 9, 1; 11, 10; Ez 16,59; Is revelación v etero testam en taria se concreta en la
24, 5; 48, 8; 54, 6; 62, 4-5). doble vertiente de la responsabilización y del conteni­
- Como c o n tra p artid a de una ru p tu ra de la do. El pecador se responsabiliza de su pecado como
alianza, el pecado aparece como la falsa autoafir- m iem bro de la com unidad de alianza. Por o tra p a r­
mación del hombre. Al negar la vinculación con te, el pecado se valora tan to m ás cuanto m ás direc­
Dios, el pecador in ten ta edificarse sobre su autosu­ tam ente vulnera la vida del pueblo o los designios
ficiencia. Son tam bién abundantes los textos bíbli­ de Dios sobre el pueblo.
cos que h ab lan de este reverso del pecado como fal­ - H an sido sobre todo los profetas los que m ejor
sa autoafirm ación del hom bre (Os 7, 15; 13, 6; Is 1, han plasm ado esta dim ensión co m u n itaria del pe­
4 ; 3 0 ,9 - l l) . cado. Para Oseas, el pecado m ayor es el de la infide­
- Se puede llevar a extrem os peligrosos la di­ lidad del pueblo, que abandona a Dios y se va con
m ensión religiosa del pecado cuando, al insistir ex­ otros am antes (Os 1-2); Isaías considera a Israel co­
cesivam ente en el «delante de Dios» o «contra mo viña im productiva por razón de su pecado (Is 5,

84 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


6-7); Jerem ías (2, 21-23; 6, 10; 9, 2; etc.) y Ezequiel • El pecado es oposición a la voluntad de Dios.
(4, 24; 15, 2-7; etc.) vuelven con frecuencia sobre D entro del clim a de la alianza, el pecado aparece
este m ism o tem a de la dim ensión co m u n itaria del como una desobediencia. Pero no se tra ta de una
pecado. transgresión de u n a ley fría o de un m andato sin
rostro. La desobediencia del pecado se entiende en
referencia al Dios de la alianza. De ahí que se expre­
se en térm inos de infidelidad. Pecar es no «escuchar
Toda conceptualización teológica del pecado la voz de Dios» (Dt 8, 20; 9, 23; 18, 16; 28, 15.45.62).
tendrá que tener en cuenta el encuadre que acaba­ • El pecado es entrar en el cam ino de la perdición
mos de ver en la revelación veterotestamentaria y de la ruina. La lite ra tu ra sapiencial pone de relie­
sobre la culpabilidad. En concreto, permanecerán ve el cará c te r destructivo del pecado desde un p u n ­
siempre válidas para la conciencia cristiana las to de vista h u m an ista y pedagógico. Los profetas
dimensiones de religiosidad, de intramundanidad y radicalizan esta dim ensión: el pecado es m en tira y
de comunitariedad en la comprensión y en la vi­ confusión de la persona (Jr 3, 23; 5, 3-31), es fuente
vencia del pecado. de desgracias (Jr 17, 1). El relato del pecado de los
immmmmmmmmmam orígenes tam bién se coloca en la m ism a perspectiva
de ruina y división de la hu m an id ad (Gn 2-3).
En la teología de los profetas es donde encontra­
b) Valoración del pecado mos la valoración m ás profunda del pecado.
a partir de la alianza - Oseas subraya la ru p tu ra de Dios que supone
La fe ju d ía hace u n a valoración del pecado a la todo pecado y la expresa con im ágenes fuertes:
luz de la alianza. Los escritos veterotestam entarios prostitución (1,2; 2, 4.5.7.15; 3; 4, 10-18; 5, 3; 6, 10;
insisten en algunos aspectos que han pasado ya al 9, 1), adulterio (2, 4.15; 4, 14), fornicación (9, 1),
dom inio de la catcquesis actu al sobre el pecado. infidelidad (5, 7; 6, 7; 11, 7), in g ra titu d (7, 15; 13,
Los recordam os, sin hacer un análisis de su conteni­ 4-6).
do: - Isaías denuncia el pecado com o el rehusar
- El pecado es una pérdida de salvación. Siendo ad o p ta r el punto de vista de Dios, tan desconcertan­
el pecado una ru p tu ra con Dios, es n a tu ra l que sea te p a ra las m iras hum anas; el pecado es increduli­
al m ism o tiem po una pérdida de Dios. Ello supone dad p ráctica y ceguera voluntaria; es «endureci­
perder tam bién la salvación. El pecador vive «au­ m iento» (9, 9s; 29, 9-10).
sente» de Dios, «extraviado» de la salvación. De ahí - Jeremías es el profeta que tiene la traducción
que uno de los sim bolism os fundam entales p a ra ex­ m ás patética del pecado: olvido del Dios de la a lian ­
p resar la culpabilidad sea el sim bolism o de la cauti­ za (2, 5.7.13.17.19.21.32); resistencia explícita y per­
vidad: vivir lejos de la presencia de Dios, e x trañ a­ sistente (2, 20.31; 4, 17; 5, 3; 6, 16-17); abandono de
dos de la vida de la com unidad de salvación. La la ley (9, 12); violación de la alianza (11, 10); incir­
vuelta a Dios se expresará con el sim bolism o de la cuncisión del corazón (4, 4); es un estado m ás que
conversión o de la vuelta del destierro. un acto (13, 23; 17, 1).
— El pecado es construir su propia historia al
margen de la historia de salvación. En el fondo del C. 2. El pecado en el Nuevo Testamento
pecado está el orgullo y el deseo de asem ejarse a
Dios (Gn 3, 5). El pecador es el que confía en su El m ensaje n eotestam entario sobre el pecado to­
propia valía y no acepta los planes de Dios. Pecar es davía tiene m ás riqueza que el que ofrece el Antiguo
hacer un intento de «endiosam iento»; es in te n ta r T estam ento. El encuadre teológico queda m ás rad i­
construir la Torre de Babel. De ahí que el pecado calizado, al tener que colocar en el horizonte de la
aparecerá concretado de un m odo claro en los in­ com prensión y vivencia de la culpabilidad a Cristo
tentos de totalitarism o hum ano. y a la com unidad de la Iglesia. La valoración, consi­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 85


guientem ente, tiene m atices de m ayor profundidad - Parábolas de las opciones radicales (Mt 13,
y seriedad. 44-50).
Reduciendo al m áxim o la síntesis sobre lo esen­ • E l pecado se vivencia, se expresa
cial, vamos a fijarnos en aquellos elem entos que nos y se recupera en la com unidad
dan las p au tas m ás fundam entales p a ra hacer una
presentación cristiana de la culpabilidad. Deten­ - Regla de la com unidad cristian a (Mt 18: co­
drem os nuestra atención en tres m om entos de la rrección, perdón de las injurias).
revelación neotestam entaria: sinópticos, Pablo y es­ • E l pecado se concreta en una serie
critos de Juan. de actitudes no evangélicas
- Jesús desenm ascara una serie de co n traacti­
a) Principales catequesis de los sinópticos tudes que constituyen la figura ética negativa. Exis­
sobre el pecado ten m uchos pasajes en los sinópticos en relación a
Dentro de los m últiples datos que los sinópticos este tem a; destacam os los bloques siguientes (Me
nos presentan acerca del pecado resaltam os, como 12.38-40; Mt 23, 1-36; Le 20, 45-47; 11, 37-52).
principales, los siguientes pasajes o catequesis: - Las co n traactitudes señaladas son m últiples,
pero se pueden ag ru p a r del siguiente modo:
• El pecado está en el corazón del hombre V anidad y vacuidad (Me 12, 38-39; Le 11, 37-38;
- Catequesis de lo «puro/im puro» (Me 7, 14-23; Mt 23, 5-6).
Mt 15, 10-20). M entira e hipocresía (Le 12, 1; Mt 23, 3.25.29).
- Insistencia en la in terio rid ad com o sede de la Orgullo (Le 16, 15; 18, 9-14; 20, 46; Mt 23, 6-7).
vida m oral (Mt 5, 8.28; 6, 22s; 23, 28-29; 12, 33-37).
D ar im portancia a lo que no la tiene y descuidar
- El pecado auténtico está dentro del corazón lo m ás im p o rtan te (Mt 23, 16-22).
del hom bre. La verdadera conversión nace del cam ­
bio interior. E xplotar a los dem ás (Me 12, 40; Le 20, 47).
E star apegados a las riquezas (Le 16, 14).
• El pecado se mide, en su profundidad,
desde la radicalidad de la persona
- Catequesis del valor de la persona frente a to­
b) E l p eca d o en la teología p a u lin a
da institución: la del sábado (Me 2, 23-27; 3, 1-6; Mt
12, 1-8.9-14; Le 6, 1-5.6-11); la institución ju rídica Tres aspectos juzgam os necesario destacar en la
del Corbán (Me 7, 8-13; Mt 15, 1-9). teología de Pablo sobre el pecado. Creemos que son
- Catequesis sobre el valor del «prójimo» (Le los puntos m ás originales y que deben perm anecer
10, 29-37). vigentes en la conciencia cristiana.
- Form ulación del p rim er m andam iento (unión
entre el am or a Dios y el am or al prójim o) (Me 12, • E l pecado como situación:
28-34; Mt 22, 39-40; Le 10, 25-28). el pecado personificado
- Identificación de Jesús con los pobres (Mt 25, En Rom 3, 9 (cf. Gál 3, 22) afirm a Pablo que
31-46). todos los hom bres, incluidos los judíos, se encuen­
• E l pecado se mide, en su contenido, tra n «bajo el pecado». A p a rtir de Rom 5, 12 hasta
por la ofensa al hombre 8, 10, el térm ino es em pleado m ás de 40 veces en su
sentido específico de singular. En este contexto (y
- Opción entre el reino de la luz y el de las tinie­ en otros pasajes: 1 Cor 15, 56; 2 Cor 5, 21; Gál 3, 22)
blas (Mt 6, 24). el pecado personificado tiene un significado teológi­
- Condiciones del seguim iento de Cristo (Mt 10, co m uy rico, que se puede desdoblar en las siguien­
37-39 par). x tes afirm aciones.

86 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- El pecado es u n poder que entra en el mundo en el que es posible el pecado. De aquí el aspecto
con la transgresión de Adán y ha pasado a todos los paradójico de la enseñanza p au lin a en los pasajes
hom bres h a sta llegar a la m ism a c ria tu ra m aterial del «indicativo» y del «im perativo».
(Rom 8, 19-22). Sin poder a firm ar que Pablo identi­ H aciendo una llam ad a a la c ria tu ra nueva, Pa­
fique el pecado con S atanás, le atribuye sin em b ar­ blo pone en guardia a los cristianos contra las in­
go el papel que la S ab id u ría a trib u ía al diablo fluencias del m al (1 Cor 7, 5; 10, 20-21; 2 Cor 2, 11;
(Rom 7, 11). Pablo, com o los escritores judíos de su 6, 14-7, 1; Rom 16, 20).
época, atribuye el m al físico y m oral a S atanás (1
Tes 3, 5; Rom 5, 12; 1 Cor 5, 5; 7, 5; 2 Cor 2, 11; 12,
wmmmmmMmmmtmmmtmmmam mMmmmmmmmmtmitm
7). Al dem onio se dirige el culto de los ídolos (1 Cor
10, 20-21); él es el rey y dios de este m undo (2 Cor 4, La comprensión paulina del pecado en la exis­
4). Solam ente en la p a ru sía quedará vencido (1 Cor tencia del creyente se basa en la comprensión de la
15, 24-25). antropología cristiana. El creyente vive un «entre­
- El pecado trae consigo la muerte. En Rom 5-8 tiempo» en el que opera la fuerza de salvación y la
se afirm a no m enos de 15 veces la unión entre peca­ fuerza del pecado. La lucha por el bien es la raíz de
do y m u e r t e (5, 1 2 .1 7 .2 1 ; 6, 1 6 .2 1 .2 3 ; 7, las exhortaciones éticas a fin de que el «indicati­
5.10.11.13.23-24; 8, 2.6.13). Se tra ta de la m uerte vo» (el ser) se convierta en «imperativo» (el queha­
eterna, aunque puede englobar la m uerte biológica.
cer).
- Como consecuencia, el hom bre está «vendido
al poder del pecado» (Rom 7, 7-24). El hom bre se
encuentra en u n a situación de abandono; la lucha
que se establece en el corazón del hom bre entre el • Las listas de pecados
bien y el m al term in a rá con el triunfo del m al. Pa­
Un efem ento característico dentro de la teología
blo proclam a audazm ente esta doctrina porque sa­
pau lin a del pecado es la presencia de num erosas
be que el hom bre ha sido liberado de la tira n ía del
listas de pecados que aparecen en sus cartas.
pecado (Rom 7, 25). La acción de Cristo se extiende
a los poderes del m al p a ra destruirlos y som eterlos M ientras que los sinópticos solam ente tienen
(Gál 1, 4; 2 Cor 4, 4). una lista (Me 7, 21-22 = Mt 15, 19) y Ju an ninguna,
Pablo nos ofrece por lo m enos doce (1 Cor 5, 10-11;
- Si el pecado es un poder inm anente al hom ­
6, 9-10; 2 Cor 12, 20.21; Gál 5, 19-21; Rom 1, 29-31;
bre, que le separa de Dios y le conduce a la p erdi­
13, 13; Col 3, 5-8; Ef 4, 31; 5, 3-5; 1 Tim 1,9-10; Tit 3,
ción (Rom 5, 21; 6, 21-23; 7, 24), la mediación de
3; 2 Tim 2, 5).
Cristo lo libera de e s a 'tira n ía m ediante el acto su­
prem o de obediencia y de am or (Flp 2, 8; Gál 2, 20; Para hacer una valoración de estas listas de pe­
Rom 5, 7-8; 8, 35; Ef 5, 2.25). cados, es necesario tener en cuenta su género y su
origen literarios. Tienen su procedencia y su m ode­
• El pecado como mom ento posible lo literario en la lite ra tu ra p o p u lar pagana (de ca­
en la antropología cristiana rácter preferentem ente estoico), en el judaism o, en
el helenism o y h asta en la lite ra tu ra de Q um rán.
Pablo divide la vida de los que h an creído en un Sin em bargo, las listas de Pablo tienen sus m atices
«antes» y en un «ahora». En el «antes»: la condi­ propios tan to en la form a literaria com o en su con­
ción era carnal; la carne era la inductora del peca­ tenido. Sin que les tengam os que otorgar una valo­
do, bajo el dom inio de la ley. De ahí los m atices ración excesiva, las listas de pecados de las cartas
oscuros con los que p in ta Pablo la vida de los paulinas perm anecen con la fuerza de un m odelo
creyentes antes de la conversión. p a ra señalar en cada época situaciones de pecado.
En el «ahora» de la vida en fe ¿tiene fuerza el
pecado? El cristiano es c ria tu ra nueva, pero el m un­
do antiguo p e rd u ra en él. Vive en un «entretiem po»

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 87


c) El pecado en los escritos joaneos - Si el pecado fundam ental, que se define como
«iniquidad», es no creer en C risto o rechazar la luz
En la teología joanea se h ab la m ás bien de peca­ (y éste es el pecado esencial de los no cristianos), los
do que de pecados. El pecado se entiende m ás como pecados concretos de los creyentes particip an de esa
una situación que como actos singularizados. El noción de pecado-iniquidad.
em pleo del singular (amartía) orienta la com pren­
sión por esos derroteros. De ahí el carácter incom prensible del pecado en
un cristiano. El creyente, aunque se sabe pecador
- El pecado aparece en los escritos joaneos co­
en la vida concreta (1 Jn 1, 8.10), tiene que confesar
mo una fuerza esencialmente diabólica: «el que co­
su total desacuerdo con el pecado. El cristiano, si es
m ete el pecado es del diablo» (1 Jn 3, 8). El pecador
coherente con su estru ctu ra de «nacido de Dios» (1
es un «esclavo» (Jn 8, 34) porque p a rticip a de las Jn 3, 9) y de «ungido» (1 Jn 2, 27), no puede p ecar (1
obras de su «padre», el diablo: el hom icidio y la
Jn 3, 5-6).
m entira (Jn 8, 44). El poder satánico del pecado se
explica por la oposición que el pecador hace a Cris­ E sta radical antinom ia entre el pecado y la exis­
to. Para el cuarto evangelio, el pecado por excelen­ tencia cristian a se expresa con una serie de oposi­
cia es la falta de fe en Jesús (Jn 8, 21.24; 16, 8). E sta ciones que a c la ra n el hecho del pecado: vida-
incredulidad es la raíz de otros pecados: el deseo de m uerte (Jn 5, 24; 1 Jn 3, 14), luz-tinieblas (Jn 1, 5; 3,
m ata r a Cristo (Jn 8, 37), el odio que se le tiene (Jn 19; 8, 12; 11, 10; 12, 36; 1 Jn 1, 5; 2, 9), verdad-
15, 24-25), lo que conduce al «pecado m ás grande» m entira (Jn 8, 44-46; 1 Jn 1, 6-8; 2, 21-27).
(Jn 19, 11). - La teología joanea, al m ism o tiem po que re­
- La vida del pecador queda m arcad a por el po­ salta la fuerza poderosa del pecado, tam bién resalta
der satánico: no solam ente «rehúsa la luz» (Jn 3, el poder de Cristo. El es «el que q u ita él pecado del
19), sino que «aborrece la luz» (Jn 3, 20). Vive en m undo» (Jn 1,29). Cristo ha venido a q u ita r el peca­
una autosuficiencia espiritual (Jn 5, 44; 8, 33-34). do del m undo en cuanto que com unica al hom bre el
Rechaza la voluntad divina; Cristo no tiene pecado E sp íritu Santo y así le da la fuerza p a ra no pecar.
precisam ente porque hace la voluntad del Padre (Jn
7, 18; 8, 46).
- El pecado, adem ás de poseer un poder sa tá n i­ En la Sagrada Escritura encontramos la orien­
co de oposición a Cristo, tiene carga escatológica. tación fundamental para una comprensión cristia­
«El pecado es la anom ía» (1 Jn 3, 4). Con esta expre­ na del pecado. Podemos decir que se trata de una
sión se quiere dem o strar que el pecado no es sólo un visión «metahistórica»: no en el sentido de una
acto reprensible, sino una acción que dem uestra la abstracción, sino en el sentido de una considera­
iniquidad que dom ina en el corazón. Al definir todo ción que puede y debe ser encarnada en los cua­
pecado como iniquidad, Ju an quería m o strar a los
dros mentales de cada situación histórica. Toda
cristianos el alcance escatológico del pecado de in­
credulidad como poder satánico; con ello les invita­ comprensión y vivencia del pecado encontrarán
b a a m edir toda su trágica profundidad. De este un criterio decisivo de su autenticidad cristiana en
modo, de una consideración exclusivam ente ética la medida en que realicen las orientaciones bíbli­
se pasa a una consideración tam bién teológica y cas sobre la culpabilidad.
religiosa.

88 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. Para C O N F R O N TA R
Responsabilidad personal y pecado estructural.

D. 1. El m undo personal: «lugar adecuado»


de la culpabilidad.
D. 2. Las form as tipológicas de la cu lpabili­
dad personal en función de su dim ensión so­
cial.
D. 3. El «pecado estructural».

D. 1. El mundo personal: chos pecados personales. Se tra ta de pecados m uy


«lugar adecuado» de la culpabilidad personales de quien engendra, favorece o explota la
iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo po r evi­
El pecado b ro ta de la persona y se refiere a la tar, elim inar, o, al m enos, lim ita r determ inados
persona. Ha sido Ju an Pablo II quien con m ayor m ales sociales, om ite el hacerlo por pereza, m iedo y
énfasis ha destacado la condición personal de todo encubrim iento, por com plicidad solapada o por in­
pecado. «El pecado, en sentido verdadero y propio, diferencia; de quien busca refugio en la p resunta
es siem pre un acto de la persona, porque es un acto im posibilidad de c am b iar el m undo; y tam bién de
libre de la persona individual, y no precisam ente de quien pretende elu d ir la fatiga y el sacrificio, ale­
un grupo o una com unidad». De ahí que no se pue­ gando supuestas razones de orden superior. Por
da diluir la responsabilidad personal achacando el tanto, las verdaderas responsabilidades son de las
origen del m al m oral «no a la conciencia m oral de personas» (RP 16).
una persona», sino «a u n a vaga en tid ad y colectivi­
dad anónim a, que p odría ser la situación, el siste­ A p a rtir de las anotaciones precedentes, hay que
m a, la sociedad, las estru ctu ras, la institución» (RP entender la afirm ación de que la expresión de «pe­
16). cado estructural» tiene un «sentido analógico». En
efecto, sólo es p ropiam ente pecado el que procede
No es correcto h a b la r de «pecado estructural» de la responsabilidad personal. La m aldad de las
sin referirlo a la persona. Si se le corta esa vincula­ estru ctu ras constituye auténtico pecado en cuanto
ción con el m undo personal, el «pecado e stru c tu ­ participa de la responsabilidad personal.
ral» no pertenece a la categoría de culpabilidad, la
cual exige la responsabilidad personal; es, por el No existe contraposición entre «personal» y «es­
contrario, u n a concreción de la fe en el determ inis- tru ctu ral» . Lo personal se opone a lo «determ inísti-
mo histórico o en el estructuralism o m aterialista. co». La e stru ctu ra, si bien no circunscribe total­
m ente el ám bito de la responsabilidad personal, es
La culpabilidad de las estru ctu ras consiste en un aspecto im p o rtan te en el que ésta se concreta.
«el fruto, la acum ulación y la concentración de m u­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 89


D. 2. Las formas tipológicas divisiones en el análisis del concepto del pecado.
de la culpabilidad personal Aquí me refiero únicam ente al cuadro de formas ti­
en función de su dimensión social pológicas en que acaece la culpabilidad hu m an a en
función de su dim ensión social. En razón de su di­
La culpabilidad hu m an a es una realidad com ­ m ensión m ás o m enos social, el pecado puede ser
pleja. Se concreta y se m anifiesta a través de m u­ catalogado según las form as tipológicas que se ex­
chos cauces. Para c a p ta r esa rica com plejidad, la ponen en el siguiente esquem a:
reflexión teológico-m oral ha introducido m últiples

PECADO

(su dimensión social)

i >'
(Nivel subjetivo) (Nivel objetivo)
puede ser puede ser

▼ T
Individual Colectivo
>r ^
Intraindividual Interindividual
^T"Social

Estructural
(contravalores (contravalores (contravalores (contravalores
Individual del de la sociales) de la
individuo) relación) estructura)

Para c a p ta r con exactitud el significado de este Teniendo delante el esquem a, se puede señalar
esquem a, es necesario tener en cuenta que: la dim ensión social del pecado m ediante cinco cate­
- el nivel subjetivo y el nivel objetivo no consti­ gorías progresivas de m enor a m ayor intensidad:
tuyen dos universos separados; hay relación entre • Repercusiones sociales de todo pecado (tam bién
ellos: la responsabilidad individual se m anifiesta del «individual» y del «intraindividual»).
tanto en el cam po objetivo de lo intraindividual,
como de lo interindividual, de lo social y de lo es­ • Pecado colectivo.
tructural; lo m ism o hay que decir de la responsabi­ • Pecado interindividual.
lidad colectiva; • Pecado social.
- sin em bargo, la responsabilidad individual • Pecado estructural.
está en relación m ás estrecha con el cam po objeto
de lo intrain d iv id u al y lo interindividual, así como Dejando sin a n a liza r la dim ensión social de las
la responsabilidad colectiva se concreta de modo cuatro p rim eras categorías, m e lim ito a exponer a
prevalente en el cam po de lo social y de lo estru ctu ­ continuación el significado de la culpabilidad pro ­
ral. piam ente estru ctu ral.

90 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. 3. El «pecado estructural» p u ra indeterm inación. Por u n a p arte, es hechura de
la lib ertad h u m an a y, po r otra, escapa a la interven­
La culpabilidad estru ctu ral es aquella que se ción libre del hom bre. Tiene el cará c te r del «claros­
realiza en el ám bito hum ano de las estru ctu ras. Al curo» tan propio de las realidades hum anas.
pecado estru ctu ral tam bién se lo puede denom inar
«situación de pecado». T raduciendo la afirm ación an terio r en térm inos
éticos, tenem os que a firm ar que algunos aspectos
El pecado estru ctu ral no ha de ser in terpretado del contorno social, aunque en sí m ism os no reali­
com o u n a «proyección» de la responsabilidad sub­ cen la perfección pensada y deseada, no pueden ser
jetiva sobre las estru ctu ras. La razón es obvia: considerados como pecados, sino m ás bien como
«Una situación -co m o una institución, u n a estruc­ imperfecciones técnicas. Es decir, im perfecciones
tu ra, una so cied ad - no es, de suyo, sujeto de actos que en tra n d entro de la e stru c tu ra finita y de carác­
m orales» (RP 16). Tam poco ha de ser entendido co­ ter progresivo que es propia de la realid ad hum ana.
mo la afirm ación de determ inism os históricos o co­ Sin em bargo, tam bién h a b rá aspectos del contorno
mo la m era sucesión de condiciones m ateriales (es- social - y serán los m á s - en que no se realice la ju sti­
tru ctu ralism o m arxista). Por el contrario, la cu lp a­ cia a causa de las intervenciones de la lib ertad hu­
bilidad estru ctu ral es una concreción objetiva de la m ana. Se tra ta entonces de un contorno social de
m aldad personal; tal concreción b ro ta de la respon­ carácter pecam inoso.
sabilidad personal, pero tiene su asiento en las es­
tru c tu ra s hum anas. Este contorno social pecam inoso se concreta en
estru ctu ras sociales de pecado: estru ctu ras políti­
Para precisar el concepto de pecado estructural, cas, económ icas, culturales, jurídicas, religiosas,
es necesario u tiliz a r u n a noción exacta de estru ctu ­ etc. La cu lpabilidad objetiva tiene así una verifica­
ra. Las estru ctu ras son definidas por la Congrega­ ción concreta: el pecado estructural.
ción p a ra la doctrina de la fe como: «el conjunto de
instituciones y de realizaciones prácticas que los E sta orientación teológico-m oral fue recogida
hom bres encuentran ya existentes o que crean, en el por el Docum ento de Puebla en el n. 281, al afirm ar
plano nacional e internacional, y que orientan u or­ que el pecado obstaculiza perm anentem ente el cre­
ganizan la vida económ ica, social y política. Aun­ cim iento del am or y la com unión, «tanto desde el
que son necesarias, tienden con frecuencia a estabi­ corazón de los hom bres, com o desde las diversas
lizarse y cristalizar com o m ecanism os relativ am en ­ e stru ctu ras por ellos creadas, en las cuales el peca­
te independientes de la voluntad hum ana, p a ra li­ do de sus autores ha im preso su huella indeleble».
zando con ello o alteran d o el desarrollo social y ge­ T am bién aparece esta visión del pecado estru ctu ral
nerando la injusticia. Sin em bargo, dependen siem ­ en la encíclica Sollicitudo rei socialis (SRS 36).
pre de la responsabilidad del hom bre, que puede Para d e te rm in a r la responsabilidad personal en
m odificarlas, y no de un pretendido determ inism o las injusticias estructurales, es necesario tener en
de la historia» (LC 59). cuenta que la e stru c tu ra de la sociedad tiene sus
A esta noción de e stru c tu ra se llega analizando lim itaciones que no pueden ser im putables a la li­
la realidad h u m an a com o síntesis de in tim id ad y de bertad hum ana. Form an p a rte de la finitud inhe­
apertura: lo que O rtega y Gasset llam aba «el yo y rente a los hom bres y a la h istoria hum ana. Sin
m i circunstancia», o «ensim ism am iento y alteri- em bargo, existen tam bién aspectos estructurales de
dad». La circunstancia o la a lte rid a d constituyen el n u estra sociedad que son injustos porque dependen
«entorno» del hom bre. El entorno hum ano es a su de la intervención libre de los hom bres. Se tra ta de
vez el «contorno social». Desde diversas p erspecti­ las situaciones de pecado o de injusticia institucio­
vas se ha analizado el contorno social como reali­ nalizada.
dad configuradora de la persona. El hom bre se defi­ N adie puede escapar de la responsabilización de
ne necesariam ente po r su dim ensión social o de in ­ esas injusticias estru ctu rales de la sociedad. No po­
tersubjetividad. demos escapar hacia una ética de la «justificación
El contorno social ni es p u ra determ inación ni p uritana» m ediante m ecanism os farisaicos o hipó­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 91


critas de sutiles distinciones (como la distinción en­ ella. De ahí que tengam os que volver a asu m ir algo
tre cooperación «formal» y «m aterial»). que dijim os m ás arriba: el pecado -to d o pecado: el
La m edida de la participación en las injusticias individual y el e s tru c tu ra l- está en el in terio r del
estructurales se m ide por el criterio de la acción y hom bre. La dim ensión personalista y la dim ensión
de la pasión: en qué m edida cada persona configura estru ctu ral se ju n ta n o tra vez p a ra d a r la configura­
la situación social injusta y se deja configurar por ción exacta del pecado.

92 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 3.a

Moral personal

A. SINTESIS
Categorías para expresar la dimensión ética de la
persona.
B. Para AMPLIAR
Los rasgos decisivos de la imagen ideal del ser hu­
mano.
C. Para PROFUNDIZAR
Los derechos humanos: expresión de la dignidad
ética de la persona.
D. Para CONFRONTAR
Postura cristiana ante los derechos humanos.
_________ GUIA__________
Toda la moral es personal, ya que se refiere a la
persona como sujeto de responsabilidad y como obje­
to de consideración ética. Sin embargo, en la presente
Unidad nos detenemos de forma expresa y directa en
la consideración del ser humano en cuanto realidad
ética. Hacemos tres aproximaciones complementa­
rias:
- en primer lugar, se descubre la dimensión ética
de la persona: resaltando su «grandeza y dignidad»,
su «carácter de absoluto»;
- en segundo término, se expone la imagen ideal
de la persona en cuanto ser ético; los rasgos que defi­
nen ese ideal se concretan en los siguientes: autentici­
dad (versus alienación), concienciación (versus mani­
pulación), relación (versus incomunicación), solidari­
dad (versus solipsismo);
- por último, se concreta la dimensión ética de la
persona en la categoría de derechos humanos.
Con la integración de todos los elementos indica­
dos surge la formulación de la ética de la persona
como una moral basada en el personalismo de alteri-
dad con mediación política.

94 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Categorías para expresar la dim ensión ética de la persona.

A. 1. G randeza y dignidad del hom bre.


A. 2. El hom bre es un valor absoluto (no re­
lativo) y un fin en sí (no un medio).
A. 3. Personalism o de alterid a d política.
A. 4. A notación c o m p lem e n ta ria : a firm a ­
ción conjunta de la ética civil y de la ética
cristiana.

A. 1. Grandeza y dignidad del hombre tro tiem po» (n. 1). El Concilio «declara que el dere­
cho a la lib ertad religiosa está realm ente fundado
Ha existido y existe actualm ente en las diversas en la dignidad m ism a de la persona hum ana, tal
form as de pensam iento h u m an ista una convergen­ como se la conoce por la p a la b ra revelada de Dios y
cia hacia el reconocim iento de la grandeza y digni­ por la m ism a razón natu ral» (n. 2); «cuanto este
dad del hom bre. C ristianos, m arxistas y pensadores Concilio V aticano declara acerca del derecho del
en general están de acuerdo en que el hom bre cons­ hom bre a la lib ertad religiosa tiene su fundam ento
tituye un centro de valor y en que es al hom bre al en la dignidad de la persona, cuyas exigencias se
que hay que salvar. han ido haciendo m ás patentes cada vez a la razón
Los conceptos de grandeza y dignidad han sido y hu m an a a través de la experiencia de los siglos» (n.
son utilizados como categoría m oral p a ra expresar 9). La dignidad de la persona es el criterio de actu a­
la dim ensión ética de la persona. Baste recordar el ción en relación con la persona: «la verdad debe
relieve que tales conceptos h an tenido en la funda- buscarse de m odo apropiado a la dignidad de la
m entación axiológica con que el Concilio Vaticano persona hum ana» (n. 3). Este es tam bién el criterio
II ha estudiado los problem as del hom bre actual. p a ra entender las relaciones de Dios con el hom bre:
La constitución p asto ral G audium et spes dedica «Dios llam a ciertam ente a los hom bres p a ra servir­
un capítulo de su p rim era p a rte al estudio y a la le en esp íritu y en verdad, en virtu d de lo cual éstos
proclam ación de la «dignidad de la persona hu m a­ quedan obligados en conciencia, pero no coacciona­
na» (n. 12-22). Pero es sobre todo la declaración Dig- dos. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la
nitatis hum anae sobre la lib ertad religiosa la que persona h u m an a que él m ism o ha creado, la cual
pone p a rtic u la r énfasis en re sa lta r la dignidad de la debe regirse po r su propia determ inación y gozar de
persona. Com ienza la declaración constatando que libertad» (n. 11).
«la dignidad de la persona hu m an a se hace cada vez La llam ad a doctrina social de la Iglesia ha en­
m ás clara en la conciencia de los hom bres de nues­ contrado en el concepto de grandeza/dignidad hu­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 95


m ana la traducción adecuada del valor ético de la A. 2. El hombre es un valor absoluto
persona. Los docum entos de Puebla consideran la (no relativo)
dignidad hu m an a como la expresión de la «verdad y un fin en sí (no un medio)
sobre el hom bre», uno de los tres núcleos básicos
del contenido de la evangelización cristiana (ver­ El giro antropológico de la m oral trae como con­
dad sobre Cristo, verdad sobre la Iglesia, verdad secuencia colocar al hom bre como centro y cim a de
sobre el hom bre) (Puebla, 304-339). Por su parte, todos los valores. Para expresar ese carácter de cen­
Juan Pablo II afirm a que, «en realidad, ese profun­ tro axiológico que tiene lo hum ano, se utiliza un
do estupor respecto al valor y a la dignidad del grupo de categorías que giran en torno a los concep­
hom bre se llam a evangelio, es decir, buena nueva. tos de absoluto/relativo y fin/medio.
Se llam a tam bién cristianism o...» (RH 10).
La com prensión correcta de la grandeza y digni­ • E l hombre es y debe ser tratado
dad del hom bre, p a ra que pueda constituirse en ca­ siempre como «fin» y nunca como «medio»
tegoría m oral, tiene que aceptar los siguientes con­
tenidos: La ética kan tian a descansa sobre esta considera­
ción axiológica del hom bre. Para K ant, la bondad
- En prim er lugar, es necesario a d m itir que la m oral reside en la actitu d coherente con la realidad
persona es algo original en el orden de la creación; de la persona. Ahora bien, esa actitu d se expresa
supone una cualidad nueva en el orden de los seres; con la categoría de fin/medio. En efecto, la segunda
supone una especie de «salto cualitativo» con rela­ fórm ula del im perativo categórico suena de este
ción a los dem ás seres. U nicam ente se puede p lan ­ modo: «Actúa de m anera que siem pre tom es a la
tear una m oral a p a rtir de la estru ctu ra personal hum anidad, tan to en tu persona como en la de cual­
del hom bre como una realidad nueva en el orden quier otro, como fin y nunca como puro medio».
creado. Ello originará una nueva perspectiva axio-
lógica. Si el p lanteam iento actual se caracteriza por
su sensibilidad antropológica, ésta no es sólo de ti­ • El hombre es una realidad «absoluta»
po epistem ológico, sino tam bién de carácter axioló- y no «relativa»
gico. La persona tiene u n a dim ensión m oral porque
- En segundo lugar, es necesario a d m itir que la no es un ser que se constituya en cuanto tal por la
persona es valor ético en su doble vertiente de reali­ referencia a otro ser. El hom bre es como un univer­
dad «privada» y de realidad «pública»; pero enten­ so de carácter absoluto. No querem os negar el que
diendo estas dos vertientes con una referencia dia­ la persona tenga la instancia de a p e rtu ra a los de­
léctica perm anente. Si reducim os la persona a su m ás y a Dios. Pero aun en ese m ovim iento de aper­
valor privado, caem os en la injusticia del to ta lita ­ tu ra no puede perder su dim ensión de centro; no
rism o individualista; pero si reducim os la persona puede ab an d o n ar su carácter de absoluto.
a su valor público, entonces caem os en la injusticia Estos dos grupos de categorías «fin/medio» y
del totalitarism o colectivista. Y no puede existir va­ «absoluto/relativo» tienen gran validez no sólo para
lor ético allí donde existe una injusticia de base. asum ir críticam ente la dim ensión ética de la perso­
na, sino incluso p a ra fu n d am en tar todo el edificio
^ mmmmmwmMmm de la m oral. Por o tra p arte, tienen el m archam o de
lo tradicional, ya que han sido utilizadas dentro de
Entendidas de este modo la grandeza y digni­ la m ás genuina tradición del respeto al valor de la
dad de la persona humana, podemos decir que ta­ persona.
les conceptos expresan el valor fundamental de la
La conciencia m oral actu al tam bién acude a
moral de la persona y, consiguientemente, su cate­ ellas p a ra p ro te sta r frente a los atropellos que con
goría ética global. frecuencia padece el valor del hom bre. Más aún, en
el centro m ism o del debate contem poráneo entre el

96 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ateísm o y el teísm o están en litigio las categorías de - a firm a c ió n axio ló g ica de la alteridad (el
lo absoluto/relativo en la valoración del hom bre. «otro»). El hom bre no es el sujeto ni el valor funda­
La categoría b ipolar fin/m edio (absoluto/relati­ m ental de la ética en una consideración c errad a de
vo) puede ser u tilizad a com o categoría ética con tal sí m ism o. U nicam ente m erece respeto ético el hom ­
de que asum a el contenido siguiente: bre en cuanto es intersubjetividad. La a lte rid a d co­
rrige la posible orientación individualista y abs­
- el ser hum ano es fin p a ra él m ism o y no puede
tra c ta del personalism o;
ser reducido a medio;
- afirm ación de las estructuras como «m edia­
- el hom bre reclam a un respeto incondicional
ciones» éticas del individuo y de la alterid ad . A fin
y, en este sentido, absoluto;
de recu p erar el sujeto real concreto p a ra el com pro­
- la persona es la «protocategoría» del universo miso ético, se requiere in tro d u cir en el m undo de
ético y, en cuanto tal, es origen y m eta de todo em ­ las personas la realid ad de las estru ctu ras. La digni­
peño m oral. dad hu m an a ha de entenderse políticam ente m e­
El carácter absoluto del hom bre no significa diada; solam ente así ten d rá la significación ética
«infinito», sino «incondicional». «La persona h u ­ que le corresponde.
m ana, en su propio ser y en su propia dignidad, En cuanto al ideal normativo propuesto por la
reclam a un respeto incondicional, independiente de categoría ética, conviene a lu d ir a las dos caras del
toda valoración y finalidad; absoluto, en una p a la ­ tem a:
bra» (K. R ahner, Escritos de teología, II. M adrid
- la cara negativa: el ideal ético de la persona
1962, 256). El respeto, en cuanto a ctitu d fundam en­
ha de esta r aten to a corregir los posibles reduccio-
tal ante el hom bre, significa la disposición incondi­
nism os a que puede ser som etido el ideal del hom ­
cionada a considerar y a defender todo ser hum ano
bre. Se destacan, entre ellos, dos series correlacio­
como una realid ad de la cual no se puede disponer.
nadas entre sí: por un lado, el elitismo y el privatis-
mo y, por otro, el gregarismo y el publicism o. El
ideal de lo hum ano no es el hom bre «gregario» o
A. 3. Personalismo de alteridad política achatado según las pocas exigencias de la m asa, si­
Al afirm ar com o categoría global el personalis­ no el hom bre «vocacionado» y continuam ente esti­
mo de a lte rid a d política, optam os por una m oral de m ulado. Por o tra parte, el ideal del hom bre se defi­
la persona basada y en carn ad a en el siguiente ám ­ ne por los polos o vertientes com plem entarias: inte­
bito significativo y con las siguientes cara c te rísti­ rio rid ad y relación. La p u ra publicidad despersona­
cas fundam entales: liza al hom bre, pero tam bién lo despersonaliza la
reducción al ám bito m eram ente privado;
En cuanto a la densidad de significación, la cate­
goría ética se abre a tres núcleos que h an de ser - la cara positiva: la categoría ética de la perso­
entendidos circularm ente: na orienta el dinam ism o ético hacia la m eta de la
hum anización. A nuestro m odo de entender, existe
- afirm ación del valor del individuo (el «yo»). una adecuación entre la categoría ética de la «hu­
Frente a toda tensión de resolver la realid ad en «es­ m anización» y la categoría ética de la persona.
tructuras» o «m ediaciones» sociales, la categoría de
la dignidad h u m an a recuerda siem pre «la idea
de que cada uno de nosotros es único, insustituible, A. 4. Anotación complementaria:
necesario; de que tiene valor por sí m ism o, es libre El valor ético de la persona:
y puede elegir po r sí m ism o su destino, tiene que añrmación conjunta
hacer su vida, existe p a ra Dios, que lo conoce por su y lugar de encuentro
nom bre y lo llam ará un día» (J. M arías). Por su­
puesto, esta valoración del individuo com o algo ab ­
de la ética civil y de la moral cristiana
soluto no supone u n a po stu ra priv atística y un Después de h ab er expuesto el contenido de la
subjetivism o desencarnado; dim ensión ética de la persona, querem os abocar la

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 97


reflexión hacia el consenso y la integración entre la thos objetivado en la llam ad a ética civil de la socie­
ética civil y la m oral cristiana. La aceptación del dad.
valor absoluto de la persona constituye precisa­ - La afirm ación conjunta del valor absoluto de
m ente no un m otivo de disenso entre éticas teístas y la persona por p a rte de la ética civil y de la ética
no teístas, sino la oportunidad y la g aran tía de un religiosa no es p a ra d isp u ta r un terreno en litigio,
diálogo respetuoso y fructífero entre ellas. sino p a ra establecer un cam po com ún de actuación,
- Por todo lo dicho h asta aquí, se puede con­ de juego y de convivencia. Frente a las divergencias
cluir que el valor absoluto de la persona es una afir­ que nacen inevitablem ente de las diversas cosmovi-
m ación conjunta de la ética civil y de la m oral reli­ siones y frente a las evitables intransigencias, fruto
giosa. Desde distintos puntos de p a rtid a llegan a inadecuado de las divergencias, es posible y necesa­
idéntica conclusión axiológica. Aunque en dicha rio establecer un criterio de unificación superior.
conclusión axiológica están presentes los peculiares Ese criterio es la apelación al valor absoluto de la
m atices de u n a y o tra postura, ello no im pide detec­ persona a fin de co n stru ir un a h istoria digna del ser
ta r idéntica sustan tiv id ad ética en la valoración ab ­ hum ano.
soluta de la persona.
Por otra parte, las anteriores reflexiones nos pre­
vienen contra la propensión, precipitada y facilona, Las propuestas verdaderas y bienintenciona­
de «secularizar» excesivam ente y de «sacralizar» das de un auténtico «rearme moral» consiguen
indebidam ente el valor absoluto del hom bre. El credibilidad cuando se sitúan en la búsqueda con­
afán por secularizar excesivam ente la dignidad é ti­ vergente de creyentes y no creyentes por una his­
ca de la persona olvida que la fe en Dios, en lugar de toria basada en el valor absoluto de la persona.
dism inuir y vaciar de justificación el valor del hom ­
bre, lo que hace es am pliarlo y radicalizarlo. Tam ­
bién olvida que en gran m edida la valoración abso­ Con esta afirm ación querem os term in ar ta m ­
luta del hom bre ha nacido y crecido al am paro de la bién la reflexión sobre la dim ensión ética de la p er­
religión. Más aún, se puede pensar que en la cultura sona. Es evidente que en la consideración sobre la
occidental el valor absoluto del hom bre ha tenido la dignidad ética del hom bre aparece la diversidad de
función de un subrogado de la religión. m atices que corresponde a la variedad de cosmovi-
La indebida sacralización del valor absoluto de siones (teísta-ateísta, idealista-m aterialista, liberal-
la persona olvida los errores históricos de las reli­ m aterialista, etc.) existentes en la sociedad. Sin em ­
giones en relación con la dignidad ética del hom ­ bargo, en todas ellas late la racionalidad h u m an a y
bre; no tiene en cuenta la fuerza de la razonabilidad todas ellas se orientan hacia una praxis histórica
hu m ana p a ra apreciar en su justo valor al hom bre m ás digna del hom bre. Poniendo entre paréntesis
desde presupuestos y opciones exclusivam ente in- las divergencias, es preferible ap o star por las con­
tram undanas; no acepta con espíritu m agnánim o vergencias. De ahí que se pueda a rticu la r el discur­
que el valor absoluto del hom bre deje de ser p a tri­ so sobre el valor ético de la persona como un alega­
m onio religioso por ha b e r pasado a la herencia úni­ to a favor de la conjunción y del encuentro entre la
ca y com ún de la h u m anidad y form ar así parte ética civil y la ética religiosa, concretam ente la cris­
tan to de la sensibilidad ética hu m an a como del é- tiana.

98 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B Para AM PLIA R
Los rasgos decisivos de la imagen ideal del ser humano.

B. 1. A utenticidad versus alienación.


B. 2. Concienciación versus m anipulación.
B. 3. Relación versus incom unicación.
B. 4. S olidaridad versus solipsism o.

B. 1. Autenticidad versus alienación Se puede acep tar com o definición de la autenti­


cidad existencial la siguiente: «la fidelidad al propio
La «alienación» es una categoría básica de la proyecto vital». Para verificar esta definición se re­
antropología socio-histórica. Con ella se describe el quieren dos condiciones esenciales. En prim er lu­
lado negativo de la situación en que se encuentra gar, se precisa que el hom bre viva su enfrentam ien­
históricam ente la condición hum ana: situación de to con la realid ad «desde sí m ism o». No se puede
extrañam iento en que la persona h a perdido su p ro ­ ab d icar de la propia originalidad; la persona es
pia identidad y se ha convertido en ex trañ a p a ra sí siem pre origen y no térm ino de estím ulos exterio­
m ism a. En cierta m edida, la histo ria h u m an a se res.
identifica con la sucesión de las form as en que se ha
ido concretando la alienación del hom bre. En segundo lugar, la a u ten ticid ad supone que el
proyecto vital está de algún m odo dado previam en­
Marx insistió en la alienación económ ica como
te a su decisión. El hom bre tiene que conform arse
origen de las restan tes alienaciones. Sin negar im ­
consigo m ism o. Toda decisión que fuerce el propio
portancia a esta prim ordial form a de alienación,
fondo del hom bre lanza la existencia personal a la
conviene desechar todo reduccionism o y todo deter-
inautenticidad.
m inism o econom icistas de la alienación hum ana.
Con frecuencia, el ex trañam iento hum ano se verifi­ El concepto de a u ten ticid ad puede traducirse
ca con m ayor significado en otros ám bitos de la por el concepto de vocación. Es una llam ad a que no
realidad distintos de lo económico. procede de fuera, sino del m ás auténtico yo que lle­
La alienación es vencida m ediante la au te n tic i­ vam os dentro. Es la «m ism idad» profunda de nues­
dad. La «autenticidad» es una de las p alab ras tópi­ tro ser. Se dice que un determ inado ser hum ano es
co que califican el espíritu de n u estra época. Basta auténtico cuando es, o llega a ser, lo que verdadera
acudir al léxico ordinario p a ra p ercatarnos de este y radicalm ente es, cuando no está enajenado.
fenómeno. A través de este cará c te r de tópico debe­ H an sido los filósofos de la existencia los que
mos p e n e trar en la profundidad del significado de han tem atizado con m ayor insistencia y profundi­
la autenticidad. El ser auténtico es u n a de las es­ dad el concepto de au ten ticid ad . Para Heidegger
tru ctu ras básicas de la persona; la au tenticidad existen dos m odos de realizar la existencia hu m a­
pertenece a lo m ás nuclear del ser personal. na: m odo auténtico y m odo inauténtico. La persona

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 99


corre continuam ente el peligro de vivir en la inau­ can en la elaboración de un «tipo de hom bre» que
tenticidad. Por eso resuena tam bién en su interior m ejor se acom ode p a ra los fines que el m anipulador
la llam ada continua a la autenticidad. persigue. Con ello se afirm a tam bién que la form a
El sujeto o el «quien» de la existencia in au tén ti­ privilegiada de m anipulación es la de carácter so­
ca no es un existente determ inado; es un sujeto cial. La «unidim ensionalidad» socialm ente m ani­
esencialm ente neutro e im personal: el «se» del «se pulada viene a ser el núcleo originario de todas las
dice esto», «se piensa así», «se hace esto», «se hace fuerzas m anipuladoras del hom bre actual.
de tal modo». En este caso, la existencia es la del La m anipulación social puede ser verificada de
«se» d ictatorial e im personal. Al ser de este «se» de un m odo concreto en las manifestaciones de la vida
la existencia in auténtica pertenecen unas caracte­ social actual. Se constata el poder de la m an ip u la­
rísticas existenciales: la distancialidad o necesidad ción en los diversos niveles de la realidad social: en
de un continuo enfrentam iento con lo que otros h a ­ la publicidad, en los sistem as educativos, en el ejer­
cen; la m edianidad o im perativa sujeción a cierto cicio de la autoridad, en el p lanteam iento perm isi­
nivel medio; el aplanam iento o achatam iento de to­ vo de la vida social actual, en la program ación de la
das las posibilidades de ser; la publicidad de las econom ía, en las técnicas de encuesta, en las reali­
interpretaciones de la existencia; el descargo del zaciones de los diferentes grupos hum anos, etc. Un
ser. discernim iento sobre estas form as de m anipulación
Al vivir en la existencia in auténtica del «se», la conduce a la conclusión de que la m anipulación
persona se adocena, se anonim iza, se despersonali­ constituye un hecho no exclusivo, pero sí típico de
za y se trivializa. Cosa que sucede con m ucha fre­ las sociedades industriales avanzadas.
cuencia en la vida social. Pero todo coexistir ¿es un La tecnologización de n uestra sociedad y de
coexistir en la existencia inauténtica? nuestra cu ltu ra es un hecho. Lo diferenciador y es­
Hay que ad m itir, al lado de la existencia in au ­ pecífico de la revolución tecnológica con respecto a
téntica, una existencia auténtica. La autenticidad otras revoluciones anteriores (la neolítica, la indus­
es existencia y m ism idad según el «sí m ism o». Esto trial, etc.) es que está pasando la b a rre ra de la hasta
solam ente se logra cuando la persona adopta la de­ ahora inabordable in tim id ad del hom bre, cuya ori­
cisión de aceptar la angustia y acep tar la vida que ginalidad y lib ertad parecían esta r a cubierto, m ás
es un vivir-para-la-m uerte. El acep tar a sangre fría, allá de la influencia de la tecnología.
sin ceder pie atrás, la angustia; el esta r preparado a Pero no está el problem a en la tecnologización;
la angustia y acep tar así la vida: eso es «estar deci­ ésta, de por sí, no lleva a una m anipulación h u m a ­
dido», y eso es la cum bre de la vida auténtica. na. El fantasm a de la m anipulación aparece por el
hecho de que no todos los grupos tienen la m ism a
B. 2. Concienciación versus manipulación posibilidad de apropiarse las objetivaciones tecno­
lógicas.
Las nuevas clases ostentadoras del poder econó­
a) El riesgo de la manipulación mico, social, político y cu ltu ral son las que real­
La realidad de la m anipulación es el polo negati­ m ente se apropian de la nueva objetivación de los
vo de la concienciación. Si ésta, la concienciación, hom bres y de los pueblos que h an hecho posible la
es la dim ensión personal y política de lo hum ano actual tecnología m ediadora y, en consecuencia, la
cuando se constituye en «sujeto», la m anipulación expropian de sí m ism os.
es, por el contrario, la expresión de la acción y del La intervención de las clases detentadoras del
estado por los cuales lo hum ano es reducido a poder es la que introduce el m al de la m anipulación
«objeto». Desde esta constatación se com prende dentro de la sociedad tecnológica. Como afirm a
por qué el tem a de la m anipulación ha surgido p a ­ Belda, «desde un p unto de vista sociológico, la m a­
ralelam ente al tem a de la concienciación. nipulación supone un m odelo de sociedad elitista y
Las diversas form as de m anipulación se unifi­ a u to rita ria basada en la desigualdad radical. Este

100 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


m odelo puede concretarse en form as m uy diversas, sionalidad» se podrá lograr la liberación y, por
que van desde u n a sociedad descaradam ente fascis­ tanto, la eliminación de la manipulación humana.
ta a una sociedad ind u strial avanzada form alm ente
dem ocrática... El dinam ism o de la m anipulación re­
quiere estos tres soportes: a) desigualdad social ins­
titucionalizada; b) relaciones sociales fundadas en b) Correctivos éticos
el dom inio de una m inoría sobre la m ayoría; c) m a­ frente a la manipulación
nejo de la conciencia individual, gracias a los servi­
cios de las instituciones educativas y de los m edios Un frente im p o rtan te en la lucha contra la m ani­
de com unicación de m asas» (Cristianismo y m ani­ pulación consiste en la form ulación y verificación
pulación hum ana: Iglesia Viva, n. 57 [1971] 258- de determ inados correctivos éticos. Los reducim os
a los siguientes:
259).
• Autonom ía versus heteronomía: la m an ip u la­
ción e n tra casi siem pre por la p u erta de la hetero­
nom ía m oral. La autonom ía m oral, por el co n tra­
Frente a esta manipulación estructural sólo ca­ rio, es el presupuesto indispensable p a ra inm unizar
be la alternativa de una reestructuración social, en la conciencia frente a los ataques m anipuladores.
la que, desde una verdadera democratización, se • Contraste de pareceres versus dirigismo moral:
logre el desposeer a las nuevas clases de poder de la conciencia m oral se realiza, entre otras cosas,
sus injustas apropiaciones explotadoras y mani­ m ediante el contraste de pareceres. El dirigism o
puladoras, para devolvérselas al hombre y a los m oral, en cam bio, es la situación que propicia la
m anipulación. Para que exista contraste de parece­
pueblos.
res se requiere por lo menos:
- elevación de todo individuo a los niveles de
La escuela de Frankfurt coloca la m anipulación «sujeto» o de «conciencia crítica»;
en la elim inación de la capacidad del hom bre p ara - favorecer la constitución y el funcionam iento
desarrollar la función crítica de su razón y la fun­ de la opinión pública en la sociedad en general y en
ción utópica del sentido de la totalidad. M arcuse ha todo colectivo hum ano y religioso;
concretado esta afirm ación general señalando que
- propiciar la creación y la vida de com unida­
la m anipulación h u m an a surge cuando se reduce al
des interm edias (por ejem plo, las «com unidades de
hom bre a la «unidim ensionalidad».
base» en el colectivo eclesial);
Tal unidim ensionalidad aparece claram ente en
- no a callar m anipulativam ente la voz de nadie
las sociedades industriales avanzadas, dentro de las
(por ejem plo, de los «m arginados» en el colectivo
cuales la cu ltu ra, la política y la econom ía se unen social; de los «seglares» en el colectivo eclesial).
en un sistem a om nipresente que devora o rechaza
todas las altern ativ as. La productividad y el creci­ • Participación versus elitismo: el dirigism o m o­
m iento potencial de este sistem a estabilizan la so­ ral tiene por causa y por efecto el elitism o. Privar de
ciedad y contienen el progreso técnico dentro de un iniciativa a las «m ayorías silenciosas» de la socie­
m arco previam ente establecido. La razón tecnoló­ dad, alegando la m ayor capacidad y eficacia de una
gica se ha hecho política. m inoría selecta civil o religiosa, es una actitu d aje­
na al proyecto cristiano. T anto peor si lo que se
busca es, en el fondo, a p u n ta la r una situación de
predom inio clasista. La p articipación de todos en lo
En las sociedades industriales avanzadas se que a todos atañe es la form a de lucha contra la
podría propiciar el reino de las libertades con tal m anipulación.
de que se diese fin a la racionalidad tecnológica. • Pluralismo ético versus totalitarismo ortodoxo y
Unicamente haciendo desaparecer la «unidimen­ confesional. Una de las principales fuentes de m ani­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 101


pulación es la cobertura confesional con que se c) La concienciación
arropa la conciencia m oral de los individuos. Los
sistem as de ortodoxia, tan to hu m an a como religio­ Frente a la m anipulación hay que situ a r la reali­
sa, segregan todo tipo de m anipulación, incluida la dad de la concienciación. La persona se realiza co­
m anipulación ética. Los colectivos hum anos (p arti­ mo sujeto si vive su existencia de una form a con­
dos, Estados) que se declaran «confesionales», y cienciada.
que por tanto viven dentro de una ortodoxia, consti­ La concienciación es una realidad bifronte: tie­
tuyen el ám bito m ás apropiado p a ra la m anipula­ ne una dim ensión personal y o tra política (enten­
ción. diendo este térm ino en su sentido m ás am plio).
Lo m ism o hay que decir de las religiones cuando El hom bre, en definición de Zubiri, es un «ani­
se organizan como sistem as cerrados. El cristianis­ m al de realidades». Su función es «inteligir realid a­
mo conoce los fallos que origina una excesiva ane­ des». No está coercitivam ente condicionado por los
xión de la m oral dentro de los cuadros del sistem a estím ulos en un esquem a cerrado de estím ulo-
religioso. respuesta. Es una estru ctu ra abierta, en la que en­
• Moral «abierta» versus moral «cerrada». La m a­ tra lo im previsible. Esto supone que el hom bre está,
nipulación se in stala en las conciencias y en las en cierto sentido, por encim a de la realidad: no co­
objetivaciones de las colectividades en la m edida en mo ausente o escapado, sino con la función de «ha­
que pervive la ética legalista y opresora. La a ltern a­ cerse cargo» de la situación. Este carácter de «ser
tiva a la m anipulación es vivir al interior de una alertado» supone en él la concienciación.
ética de la inspiración y de la liberación. Paulo Freire ha analizado la form a de relación
La m oral «cerrada» engendra la m anipulación. que m antiene el hom bre con el m undo y ha afirm a­
La m oral «abierta» la elim ina. Es preciso buscar y do de ese modo la concienciación como estructura
recuperar dentro de la h istoria hu m an a la corriente antropológica fundam ental. M ientras que el anim al
de la m oral «abierta». «En todo tiem po han surgido tiene «contactos» con el m undo, el hom bre tiene
hom bres excepcionales en quienes se ha encarnado «relaciones». Las características de estas «relacio­
esta m oral. Antes de los santos del cristianism o, la nes» son:
hum anidad h ab ía conocido a los sabios de Grecia, a
los profetas de Israel, a los a rah an ts del budism o y a - postura crítica (en el anim al: ausencia de pos­
otros» (H. Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la tu ra crítica);
religión. Buenos Aires 1962, 69). Sin querer m ono­ - pluralidad (en el anim al: singularidad);
polizar la corriente inspirativa y liberadora de la - consecuencia (en el anim al: inconsecuencia);
m oral, es preciso reconocer, con frases de Bergson,
que «la m oral del evangelio es esencialm ente la del - trascendencia (en el anim al: inm anencia).
alm a abierta» (o. c., 90). En la ética de Jesús no cabe La concienciación lleva consigo una elevación
la m anipulación, ya que el hom bre ocupa el lugar del nivel político de los hom bres:
de la absolutizada ley. La voluntad de Dios queda - concienciar es crear una «sociedad sujeto»;
definida por la concreta situación del hom bre y del
- eso lleva consigo la autoreflexión y la autode­
prójim o; y todas las norm as tienen su criterio en si
cisión (= ser actores y no espectadores) en un tiem ­
están o no p a ra el hom bre. po y un espacio determ inados;
La recuperación de la m oral «abierta», de signo
- todo ello conduce a la «elevación del pensa­
inspirativo y liberador, es la a ltern ativ a global a la
m iento de las masas»; y a eso lo podrem os llam ar
m anipulación. «politización».
La autoreflexión lleva a las m asas a la profundi-
zación que sigue a su tom a de conciencia y que tie­
ne por efecto su inserción en la historia, no como
espectadores, sino como actores y protagonistas.

102 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


T ratando de correlacionar la conciencia con el
tipo de sociedad, establece Freire los siguientes ni­
veles: «subm ergencia», «em ergencia», «inserción»,
y «flotación». N aturalm ente, estos niveles están en
relación directa con la realid ad estru ctu ral de la
sociedad en su constante devenir. Además, estos ni­
veles hay que entenderlos en térm inos de preponde­
rancia y no de exclusividad.

B. 3. Relación versus incomunicación


La persona tiene una estru ctu ra de interioridad;
pero es tam bién una realidad abierta. En esta di­
m ensión de a p ertu ra, la persona se constituye por
la alterid ad o la intersubjetividad.
La antropología de la alterid ad consigue su veri­
ficación p ráctica a través de la afirm ación real del
hom bre com o «un ser p a ra el encuentro». El en­
c u e n tro , a d e m á s de c a te g o ría a n tro p o ló g ic o -
teológica, es una exigencia ética.
Frente a la incom unicación como form a de vida
hum ana, es preciso p ro clam ar la exigencia del en­
cuentro interpersonal y de la relación de am istad.
Ahora bien, p a ra que pueda darse una relación de
am istad es necesario que las personas descubran en
el otro un «tú» y se relacionen entre ellas como con
un «tú».
En la siguiente U nidad se expone la ética de la
relación interpersonal.

B. 4. Solidaridad versus solipsismo


No hace falta poseer un talan te pesim ista p ara
ad vertir en la situación histórica presente una falla
profunda entre el ideal de felicidad y la realidad
concreta. Vivimos un m om ento histórico cara c te ri­
zado por una profunda crisis de seguridad y de feli­
cidad hum anas. La crisis económ ica es el indicador
m ás cualificado de esta insegura situación histó ri­
ca.
E ntre las causas del actual m alestar hum ano
hay que colocar la quiebra de la solidaridad. Vivi­
mos una época m arcad a por el signo de la insolida­
ridad. E sta insolidaridad h u m an a se apoya sobre la
pérdida de las solidaridades sociológicas: éxodo del
cam po, con el consiguiente desenganche de las soli-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 103


daridades rurales (fam ilia, vecindad, religiosidad); construye el «humanismo de responsabilidad»
deficiente sistem a de urbanización, incapaz de rea­ que postula el Concilio Vaticano II (GS 55). La
nudar las solidaridades rurales perdidas; creación solidaridad es lo mismo que responsabilidad y és­
de grupos sociales regidos por la ley insolidaria de ta se traduce en compromiso ético ante la historia.
la com petitividad ante los bienes escasos (entre El humanismo de responsabilidad es humanismo
ellos, el bien del trabajo). ético y los dos se identifican con el humanismo de
solidaridad.

Frente a esta situación, es preciso reconstruir


la solidaridad humana. Mediante la solidaridad, y Al tem a de la solidaridad le volverem os a d e d i­
los otros rasgos antropológicos aquí descritos, se c ar atención en las U nidades de la m oral social.

C. Para PROFUN DIZAR


Los derechos humanos: expresión de la dignidad ética de la persona.

C. 1. La necesaria instancia ética de los dere­


chos hum anos.
C. 2. Función de la instancia ética en la rea­
lización de los derechos hum anos.

se utilizan otras expresiones p a ra den o tar la m ism a


C. 1. La necesaria instancia ética realidad: «derechos del hom bre», «derechos funda­
de los derechos humanos m entales», «derechos naturales», «derechos públi­
La expresión «derechos hum anos» es una for­ cos subjetivos», «libertades fundam entales».
m ulación histórica, nacida dentro de la etap a m o­ En el fondo de la cuestión sem ántica está el pro­
derna de la cu ltu ra occidental, que recoge las expe­ blem a del iusnaturalism o-positivism o y de la m is­
riencias básicas de la dignidad hum ana. T am bién m a noción de «derecho natural/fundam ental». En

104 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


esta realidad en tra n en juego el derecho y la ética: la damentales. M adrid 1976, 91). En este sentido se
prim era connotación queda reflejada al h a b la r de puede h a b la r de u n a am bigüedad inelim inable del
«derechos», m ientras que la segunda puede expre­ concepto de derechos hum anos: la expresión puede
sarse con la adjetivación de «hum anos» (y así se hacer referencia tan to a un cierto derecho positivo
resalta el aspecto histórico y se evita la justificación (donde p odrían distinguirse diversos planos: dere­
ontológica) o con la adjetivación de «fundam enta­ cho nacional, derecho internacional, derecho váli­
les» (y entonces se pone de relieve el cará c te r m eta- do, derecho eficaz, etc.), com o a una exigencia de
jurídico y fundante de toda u lterio r norm a positi­ carácter ético; es decir, a lo que debe ser derecho.
va). Creemos que las dos expresiones «derechos h u ­
manos» y «derechos fundam entales» son adecuadas
para form ular la realid ad histórico-ético-jurídica a
la que se alude. La presencia de la instancia ética en los dere­
chos humanos aporta a esta noción histórico-
La realid ad de los derechos hum anos es tan rica
jurídica el carácter de exigencia profética y globa-
de contenido que puede ser estudiada desde dife­
rentes perspectivas y por diversos saberes. Es evi­ lizante. Los derechos humanos, por ser expresio­
dente que el saber jurídico es el que m ás se ha dete­ nes de valores básicos de la persona, encauzan la
nido en la consideración de los derechos hum anos, protesta y la profecía de lo humano por terrenos
haciendo así que éstos aparezcan como realidad metajurídicos y más allá de las concreciones histó­
preferentem ente jurídica. ricas.
No tiene sentido h a b la r de derechos hum anos
sin a lu d ir a su positivación. Para que los derechos
hum anos a d q u ie ran la condición de «derechos La razón ética de los derechos hum anos se ju sti­
subjetivos» o de «libertades públicas», precisan el fica a p a rtir de una com ovisión que da sentido a su
reconocim iento que procede de una norm a jurídica. tom a de conciencia histórica. De un m odo esque­
Sin em bargo, la categoría de derecho hum ano m ático, señalam os los aspectos axiológicos que son
no agota su significación en el terreno jurídico. Su asum idos en el concepto de derechos hum anos:
m ism a noción alude a vertientes extrajurídicas: a la - La opción hum anista, que de una u otra form a
realidad histórica de la que procede (vertiente his­ reconoce el valor del hom bre por encim a de cual­
tórica), a la concreción actual (vertiente sociológi­ quier o tra realidad, está en la base de la ideología
ca) y al universo axiológico en que se apoya (ver­ de los derechos hum anos. En esta corriente genéri­
tiente ética). E stas tres vertientes, junto con la ju rí­ ca h u m an ista tiene u n a influencia cierta el m ensaje
dica, constituyen el cam po in terd iscip lin ar de la cristiano.
realidad pluridim ensional de los derechos h u m a­ - El reconocim iento de la persona hum ana co­
nos. mo lugar axiológico autónom o y original constituye
Los derechos hum anos son categorías jurídicas el núcleo ético que desarrollan los derechos hu m a­
en cuanto pertenecientes al ám bito del derecho po­ nos.
sitivo vigente, pero tam b ién son categorías éticas - El valor de la libertad, originado en la m atriz
en cuanto expresan valores básicos intraducidos e de la «m odernidad» (hum anism o renacentista, re­
intraducibies plenam ente en el cam po de la norm a form a p ro testan te, ideología liberal, correctivo so­
jurídica. «Los derechos hum anos se caracterizan cialista, secularización), es el fundam ento inm edia­
por su tendencia desde la ética -filosofía de los de­ to de los derechos hum anos. En éstos, el «ser» libre
rechos hum anos—hacia el derecho positivo —como se com pleta en el «tener» libertades. «La libertad
derechos subjetivos reconocidos en su n o rm a -. Son será el concepto clave, dentro de la filosofía de los
norm as que represen tan una idea de la ju sticia o, si derechos hum anos, p a ra explicar la necesidad de
están in fieri, una idea de justicia que pretende con­ un ám bito de autonom ía del hom bre en la sociedad
vertirse en norm a» (G. Peces-Barba, Derechos fu n ­ y de un lím ite a los poderes externos a él, especial-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 105


m ente al poder del Estado» (G. Peces-Barba, o. c., lización de los derechos hum anos en cada situación
61 ). histórica concreta. R esaltam os dos:
- Los derechos hum anos se hacen efectivos en
la vida política y ciudadana, pero son anteriores a
C. 2. Función de la instancia ética ella. De ahí el acotam iento de un orden privado
en la realización frente al poder público. Este es el aspecto de la ideo­
de los derechos humanos logía liberal que hay que seguir m anteniendo. El
hom bre y sus posibilidades de asociación interm e­
dia son realidades autónom as frente al Estado, au n ­
a) Factor de «orientación» que tengan que vivirse y realizarse dentro de la di­
en las declaraciones m ensión y am biente políticos.
y en las normas positivas Por eso m ism o hay que descartar la in te rp re ta ­
ción de aquellos que afirm an la identificación del
La dim ensión ética, inherente al m ism o concep­ hom bre y del ciudadano: el hom bre nace como ciu­
to de derechos hum anos, ejerce una función de dadano y renace como hom bre en y por el pacto
«orientación» en las declaraciones y en la positiva- social; cede todos sus presuntos derechos a la com u­
ción de los m ism os. Las declaraciones de libertades nidad, se sum e y se anonada en ella p a ra resurgir
y las norm as positivas tra ta n de p lasm ar - e n expre­ como ciudadano, sin tener ningún residuo de «exis­
siones declarativas y en positivación n o rm a tiv a - tencia privada»; el hom bre privado p a ra ellos ha
las exigencias de la dignidad hum ana. La concien­ desaparecido.
cia axiológica de esta dignidad es la que orienta el
sentido de las declaraciones y de las norm as: El reconocim iento del valor ético de la persona
es el punto de a rran q u e de los derechos hum anos.
- im pidiendo que se desvíen hacia positivacio- Estos derechos son originales, no dependen de nin­
nes contrarias a la au téntica realización del hom ­ guna instancia política ulterio r y, por consiguiente,
bre; son inalienables. Ellos no son «juzgados» por otras
- aportando la verdadera clave p a ra la interpre­ instancias, pero sí «juzgan» toda estru ctu ra social.
tación de sus aplicaciones; «Juzgan», ante todo, la form a configurativa del po­
- urgiendo el progreso en la tom a de conciencia der político en su m áxim a expresión: el Estado.
de nuevos flancos de la dignidad hum ana; - Para que los derechos hum anos alcancen ple­
- asegurando que ese progreso se realice dentro na realización, requieren tan to el reconocimiento
de la fidelidad a los valores objetivos de lo hum ano. político como la protección jurídica. Las declaracio­
nes de los derechos hum anos no pueden caer en la
Si la exigencia de positivación es im portante p a ­ ingenuidad de que la sim ple form ulación engendra
ra que existan derechos hum anos, no lo es m enos el inm ediatam ente su aceptación y su verificación. La
factor ético p a ra que sean derechos cada vez m ás ideología de los derechos hum anos no puede quedar
humanos. en m era retórica, sino que ha de alcanzar la efecti­
vidad social.
b) Factor de «protección» La dim ensión ética postula las exigencias del re­
conocim iento político y de la protección jurídica.
de las exigencias inherentes
a los derechos humanos Por desgracia, a nivel internacional, las declara­
ciones de derechos hum anos no tienen todavía la
La cobertura axiológica ejerce una función de suficiente protección jurídica. Es éste un aspecto en
«protección» con relación a las exigencias de los que la ética de los derechos hum anos ha de insistir
derechos hum anos. Desde la instancia ética se pue­ de un m odo particu lar.
de y se debe p o stu lar aquel conjunto de garantías
jurídicas y m etajurídicas que hagan posible la rea­

106 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


c) Factor de «crítica!utopía» vam ente vinculados al sistem a liberal en que nacie­
ante las condiciones sociales ron. Conviene advertir, sin em bargo, que esta des­
de los derechos humanos confianza crítica no justifica el pesim ism o ante los
derechos hum anos y su consiguiente supresión en
Función im p o rtan te de la instancia ética inhe­ regím enes to talitario s de una izquierda p reten d id a­
rente a los derechos hum anos es la que se concreta m ente superadora de las desviaciones de la m en ta­
en el «discernim iento crítico/utópico» de las condi­ lidad liberal burguesa.
ciones sociales en las que brotan, viven y se desarro­ - Creemos que la com prensión y la realización
llan aquéllos. E sta función crítico-utópica adquiere de los derechos hum anos en el m om ento actual ha
en la situación actual los siguientes com prom isos: de tener como marco la opción del socialismo demo­
- U rgir los presupuestos sociales que hacen po­ crático. Frente a los socialism os totalitarios, ha
sible el paso de los derechos hum anos del ámbito existido una corriente de socialism o dem ocrático,
formal al ámbito real. La realización de los derechos respetuoso con las exigencias éticas de los derechos
hum anos está condicionada a las estru ctu ras socia­ hum anos.
les: económ icas, culturales, políticas. Una estru ctu ­ La cosm ovisión cristiana, con sus insistencias en
ra social in justa no solam ente es ineficaz p a ra el el valor de la solidaridad y del servicio, ha ayudado
despliegue de los derechos hum anos, sino que tien­ no sólo a d escubrir y a form ular los derechos prefe­
de a convertir la declaración de libertades en ins­ rentem ente sociales, sino a apoyar el viraje de este
trum ento de opresión p a ra los m ás débiles. tem a hacia planteam ientos de signo socialista. Este
- Para que los derechos ad q u ieran una verifica­ viraje hacia la com prensión socialista dem ocrática
ción concreta p a ra todos, es necesario liberarlos de de los derechos hum anos evita las desviaciones del
la ideología individualista y burguesa en que recibie­ individualism o liberal, im pide caer en las g arras de
ron su p rim era form ulación. En este sentido tienen los totalitarism os y supera eficazm ente los irreales
razón ciertas corrientes de pensam iento que des­ sueños de las posturas anarquizantes.
confían de los derechos hum anos, por verlos excesi­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 107


D. Para CO N FR O N TA R
Postura cristiana ante los derechos humanos.

D. 1. Reflexión teológica y derechos h um a­


nos.
D. 2. D octrina social pontificia y derechos
hum anos.

D. 1. Reflexión teológica de insinuar el tra tad o de derechos fundam entales,


y derechos humanos desarrolló un tem a que contiene evidentes conexio­
nes con el de los derechos hum anos; nos referim os
No faltan quienes m inim izan el papel de la refle­ al tem a del llam ado derecho de gentes. D entro de las
xión teológica católica en la génesis de las lib e rta ­ v a ria s significaciones de e sta c a te g o ría ético-
des sociales y de los derechos hum anos. Es cierto ju rídica hay que colocar la que denota la existencia
que este tem a tiene un entronque evidente con la de un orden m oral que sobrepasa el estrictam ente
corriente que nace del nom inalism o medieval, se jurídico y que es la justificación de los derechos
prolonga a través de la Reforma y culm ina en las básicos de los diversos grupos hum anos.
doctrinas del derecho natural racionalista; no en va­
no estos factores ideológico-religioso-culturales son - En la d octrina ético-jurídica de los teólogos
el presupuesto inm ediato a la m odernidad, de don­ de los siglos XVI-XVII se encuentra un desarrollo
de b rota la tom a de conciencia de los derechos h u ­ m ás explícito del «derecho de gentes» y un claro
m anos. Sin em bargo, no es exacto considerar sin apoyo a las exigencias m orales de la dignidad h u ­
m ás como «reaccionaria» la po stu ra adoptada por m ana. La Escuela de S alam anca, con ocasión del
la segunda escolástica (Escuela de S alam anca y Teó­ descubrim iento de Am érica, profundiza en la digni­
logos S. J. de los siglos XVI-XVII). dad natural del hom bre y en los derechos que co­
rresponden a todo hom bre. En V itoria, Soto, Cano y
Sin referirnos por el m om ento a la doctrina ofi­ Las Casas se puede en co n trar un elenco de derechos
cial de la Iglesia, podem os señalar de un m odo es­ n aturales correspondientes a todo hom bre. Lo m is­
quem ático los siguientes datos de la reflexión teoló­ mo hay que decir de los teólogos de la C om pañía de
gica en relación con los derechos hum anos: Jesús, y p articu larm en te de Suárez.
— En la reflexión teológica m ás p rim itiva, como - Frente al olvido y al recelo de los teólogos de
la paulina, se encuentran pistas teórico-prácticas los últim os siglos ante las doctrinas de los derechos
en que se apoyan y h asta se «fuerzan» las exigencias hum anos, nacidas dentro de un contexto laicista y a
históricas de la lib ertad hum ana. La p a trístic a no veces anticlerical, se advierte en la actu alid ad un
olvida esta urgencia p ráctica ni su correlativ a refle­ notable interés de la teología por el tem a de la dig­
xión teórica. nidad h u m an a y de sus derechos. La producción
- La teología m oral de la edad m edia, adem ás bibliográfica es un claro indicio de este interés.

108 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. 2. Doctrina social pontiñcia y todas las form as de la lib ertad recogidas en tal
y derechos humanos declaración.
No se nos oculta que ciertos capítulos de esta
La a c titu d de la llam ada «doctrina social de la declaración h an suscitado algunas objeciones fun­
Iglesia» ante las «D eclaraciones de derechos hu m a­ dadas. Juzgam os, sin em bargo, que esta declara­
nos», que tienen lugar desde el siglo XVII hasta el ción debe considerarse un p rim e r paso in troducto­
XX, no ha sido siem pre la m ism a. Ruiz-Giménez rio p a ra el establecim iento de u n a constitución ju rí­
distingue los siguientes períodos y las siguientes ac­ dica y política de todos los pueblos del m undo. En
titudes: 1) fase contrarrev o lu cio n aria (Gregorio dicha declaración se reconoce la dignidad de la p er­
XVI, Pío IX); 2) a p e rtu ra de horizontes (León XIII); sona hum ana, y se afirm an todos los derechos que
3) nuevas perspectivas (de León XIII a Pío XII); 4) todo hom bre tiene a b uscar librem ente la verdad,
m om ento de la gran decisión (Juan XXIII); 5) V ati­ resp etar las norm as m orales, cum plir los deberes
cano II y perspectivas posconciliares (El Concilio y de la justicia, observar una vida decorosa, y otros
los derechos del hombre. M adrid 1968). derechos ín tim am en te vinculados con éstos» (PT
143-144).
Es justo reconocer que la actitu d de la Iglesia no
fue siem pre positiva ante los derechos individuales, El Concilio V aticano II ofrece, en el conjunto de
sobre todo du ran te el siglo XIX. Hay que esperar a sus docum entos, una exposición sistem ática de los
la segunda m itad del siglo XX p a ra que la doctrina derechos fundam entales del hom bre. De un modo
oficial católica adopte una postura decidida a favor expreso proclam a una a c titu d positiva ante esta
de los derechos hum anos: Pío XII, Juan XXIII, Con­ realid ad de la época actual: «La Iglesia, pues, en
cilio V aticano II, Pablo VI, Sínodo de Obispos, Juan virtu d del evangelio que se le ha confiado, proclam a
Pablo II. los derechos del hom bre y reconoce y estim a en m u­
cho el dinam ism o de la época actual, que está pro­
La encíclica de Ju an XXIII, Pacem in terris, m a r­ m oviendo por todas p artes tales derechos. Debe, sin
ca un hito en la aceptación y asunción, por p a rte de em bargo, lograrse que este m ovim iento quede im ­
la Iglesia católica, del contenido de la «Declaración buido del esp íritu evangélico y garantizado frente a
universal de los derechos del hom bre». Tanto teólo­ cualquier apariencia de falsa autonom ía. Acecha,
gos como pensadores sociales constatan la «total en efecto, la tentación de juzgar que nuestros dere­
concordancia» entre los dos textos y la posibilidad chos personales solam ente son salvados en su pleni­
que b rin d an p a ra establecer un «diálogo entre los tu d cuando nos vemos libres de toda norm a divina.
hom bres católicos y los hom bres no católicos». Por Por ese cam ino, la dignidad h u m an a no se salva;
vez prim era, en la encíclica Pacem in terris, el m a­ por el contrario, perece» (GS 41).
gisterio pontificio hace u n a declaración de derechos Pablo VI, en la ca rta apostólica Octogésima adve-
del hom bre relativam ente com pleta y, en cierto m o­ niens, al m ism o tiem po que aprecia las declaracio­
do, sistem ática, algo com parable a las D eclaracio­ nes de los derechos hum anos hace una crítica del
nes de derechos del hom bre prom ulgadas por asam ­ sistem a jurídico correspondiente: «Para inscribir
bleas nacionales o internacionales desde finales del en los hechos y en las e stru ctu ras esta doble asp ira­
siglo XVIII. Y así m erece la pena recordar la valo­ ción (de igualdad y participación) se han hecho pro­
ración que la encíclica de Juan XXIII hace de la gresos en la definición de los derechos del hom bre y
«D eclaración universal de los derechos del hom ­ en la firm a de acuerdos internacionales que den
bre»: «Argum ento decisivo de la m isión de la ONU realidad a tales derechos. Sin em bargo, las injustas
es la Declaración universal de los derechos del hom ­ discrim inaciones —étnicas, culturales, religiosas,
bre, que la A sam blea general ratificó el 10 de di­ políticas—renacen siem pre. Efectivam ente, los de­
ciem bre de 1948. En el preám bulo de esta declara­ rechos del hom bre perm anecen todavía con fre­
ción se proclam a como objetivo básico, que deben cuencia desconocidos, si no burlados, o su obser­
proponerse todos los pueblos y naciones, el recono­ vancia es p u ram en te form al. En m uchos casos, la
cim iento y el respeto efectivo de todos los derechos legislación va a tra sad a respecto a las situaciones

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 109


reales. Siendo necesaria, es todavía insuficiente p a ­ tro de la m ism a Iglesia, se puede h a b la r de un «mo­
ra establecer verdaderas relaciones de justicia e vim iento pastoral» en relación con los derechos h u ­
igualdad. El evangelio, al enseñarnos la caridad, m anos. Los recelos pasados han desaparecido; el
nos inculca el respeto privilegiado de los pobres y cristianism o se proclam a claro defensor de los dere­
su situación p a rticu la r en la sociedad: los m ás favo­ chos del hom bre. Más aún, en este tem a se unifican
recidos deben renunciar a alguno de sus derechos p a ­ los intereses de las diferentes Iglesias. La V Asam­
ra poner con m ayor liberalidad sus bienes al servi­ blea del Consejo Ecum énico de las Iglesias c ristia­
cio de los dem ás. Efectivam ente, si m ás allá de las nas (N airobi, 1975) es un exponente claro del in te­
reglas jurídicas falta un sentido m ás profundo de rés de las Iglesias no católicas por los derechos h u ­
respeto y de servicio al prójim o, incluso la igualdad m anos. El trab ajo por los derechos fundam entales
ante la ley podrá servir de co artad a a discrim ina­ del hom bre integra hoy a todos los cristianos.
ciones flagrantes, a explotaciones constantes, a un
engaño efectivo. Sin una educación renovada de la
solidaridad, la afirm ación excesiva de la igualdad
puede d ar lugar a un individualism o donde cada LECTURAS COMPLEMENTARIAS
cual reivindique sus derechos sin querer hacerse SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS
responsable del bien común» (OA 23).
El Sínodo de los Obispos de 1974, tra tan d o de Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris, n. 11-27
conm em orar el décim o aniversario de la encíclica (Elenco de derechos humanos).
Pacem in terris y el vigésimo aniversario de la De­
Sínodo de Obispos 1974, Mensaje final: Derechos
claración de derechos hum anos en las Naciones
Unidas, form uló un m ensaje final sobre los dere­ humanos hoy día más amenazados.
chos hum anos en el que se señalan «ciertos dere­ Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, n. 17.
chos hoy día m ás am enazados». Puebla, n. 1268-1274:
El papa Ju an Pablo II, en su p rim era encíclica
Redemptor hom inis (1979), concretó el tem a de la La realización de la persona se obtiene gracias
dignidad del hom bre en el respeto a los derechos al ejercicio de sus derechos fundamentales, eficaz­
hum anos (n. 17), pidiendo que «los derechos del mente reconocidos, tutelados y promovidos. Por
hom bre lleguen a ser en todo el m undo principio eso, la Iglesia, experta en humanidad, tiene que
fundam ental del esfuerzo por el bien del hom bre». ser voz de los que no tienen voz (de la persona, de
La proclam ación y la defensa de los derechos hu m a­ la comunidad frente a la sociedad, de las naciones
nos es una constante del m agisterio de Juan Pablo débiles frente a las poderosas), correspondiéndole
II. una actividad de docencia, denuncia y servicio pa­
Asimismo, la III Conferencia del Episcopado La­ ra la comunión y la participación.
tinoam ericano (Puebla, 1979) proclam ó que «el Frente a la situación de pecado surge, por parte
enunciado de los derechos fundam entales de la per­
de la Iglesia, el deber de denuncia que tiene que
sona hum ana, hoy y en el futuro, es y será parte
indispensable de su m isión evangelizadora (Docu­ ser objetiva, valiente y evangélica, que no trata de
mento de Puebla, n. 1270), y, al m ism o tiem po , hace condenar, sino de salvar al culpable y a la víctima.
un elenco de los derechos m ás im portantes en el Una tal denuncia, hecha después de previo enten­
m om ento actual (n. 1271-1273). dimiento entre los pastores, llama a la solidaridad
interna de la Iglesia y al ejercicio de la colegiali-
Por todo lo expuesto, es fácil colegir el interés dad.
que actualm ente existe en la teología y en la doctri­
na oficial de la Iglesia por la realidad de los dere­ El enunciado de los derechos fundamentales de
chos hum anos. Aunque es preciso seguir avanzando la persona humana, hoy y en el futuro, es y será
en el conocim iento de la dignidad hu m an a aun den­ parte indispensable de su misión evangelizadora.

110 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Entre otros, la Iglesia proclama la exigencia y rea­ Derechos emergentes: derecho a la propia ima­
lización de los siguientes derechos: gen, a la buena fama, a la privacidad, a la informa­
Derechos individuales: derecho a la vida (a na­ ción y expresión objetiva, a la objeción de concien­
cer, a la procreación responsable), a la integridad cia «con tal que no se violen las justas exigencias
física y psíquica, a la protección legal, a la libertad del orden público» (DH 4), y a una visión propia
religiosa, a la libertad de opinión, a la participa­ del mundo.
ción en los bienes y servicios, a construir su propio Sin embargo, la Iglesia también enseña que el
destino, al acceso a la propiedad y a «otras formas reconocimiento de estos derechos supone y exige
de dominio privado sobre los bienes exteriores» siempre «en el hombre que los posee otros tantos
(GS 71). deberes: unos y otros tienen, en la ley natural que
Derechos sociales: derecho a la educación, a la los confiere o los impone, su origen, su manteni­
asociación, al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la miento y vigor indestructibles» (PT 28).
recreación, al desarrollo, al buen gobierno, a la
libertad y justicia social, a la participación en las
decisiones que conciernen al pueblo y a las nacio­
nes.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 111


Unidad 4.a

Moral de la
comunicación
interpersonal

A. SINTESIS
' Etica del encuentro interpersonal.
B. Para AMPLIAR
Actitudes éticas de la comunicación interpersonal.
C. Para PROFUNDIZAR
Teología de la convivencia interpersonal según el
Concilio Vaticano II.
D. Para CONFRONTAR
El valor de la intimidad en la comunicación inter­
personal.
_________ GUIA__________
La persona es un ser para la comunicación. En el
conjunto de la reflexión ética sobre la persona no pue­
de faltar una referencia expresa a la dimensión moral
de la comunicación interpersonal. Ese es el objeto de
la presente Unidad.
Teniendo de fondo la teología de la comunicación
(tal como la expone el Concilio Vaticano II), la consi­
deración propiamente ética se centra en tres vertien­
tes:
- en el encuentro interpersonal;
- en las actitudes de la comunicación;
- en el valor de la intimidad que ha de realizarse
precisamente en la relación interpersonal.

114 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A Síntesis
Etica del encuentro interpersonal.

A. 1. D escubrim iento del «otro» como un


«tú».
A. 2. M anifestación au tén tica del «yo» en la
com unicación interpersonal.
A. 3. Creación del «nosotros» como eje de la
com unicación interpersonal.

El encuentro, adem ás de categoría antropológi­ Existen diversas m aneras de hacer del otro un
co-teológica, es una exigencia ética. Se puede h a b la r objeto. He aquí las principales:
de la «m oral del encuentro» en cuanto que la com u­
nicación intersubjetiva tiene una dim ensión ética. • Un «Don Nadie» (Quevedo). Como si no exis­
tiese p a ra m í. Existe m aterialm ente, pero no como
Reducim os la m oral del encuentro a tres grupos persona. Para m uchos, la sociedad hum ana, táctica­
de exigencias: a) descubrir y tra ta r al otro como un m ente convertida en objeto, es un inm enso y m u lti­
«tú»; b) m anifestarse en la com unicación in terp er­ form e «Nadie». Se origina así un solipsism o, que
sonal como un «yo»; c) crear el «nosotros» como eje cierra el m undo interpersonal.
de la convivencia interpersonal.
Es im posible tener am istad con todos los hom ­
bres. Sin em bargo, es necesario, y es posible, estar
A. 1. Descubrimiento del «otro» dispuestos a abrirse a todos los hom bres de una
como un «tú» m anera potencial.
• Un instrumento. Damos un paso: se considera
al otro, pero se lo considera com o algo que me sirve.
a) El otro no debe ser tratado Es un objeto, de cuyas propiedades yo me sirvo p a ­
como un objeto ra la realización de m is fines. La instrum entaliza-
Las personas valen en cuanto tales. Sin em b ar­ ción del hom bre por el hom bre ha sido puesta de
go, las personas pueden ad o p ta r diferentes m odali­ relieve por los pensadores de nuestro tiem po: Marx
dades, en cuanto son vistas y aceptadas de diversa (alienación); Heidegger (Zeug); S artre (Utensilité);
form a por los dem ás. En este sentido, podem os con­ M arcel (ser y tener); relación siervo-señor en la vi­
v ertir a los dem ás en «objetos», en «personas» o en sión de Hegel.
«prójimos». La convivencia será de d istin ta índole Hay que considerar la frecuencia con que en la
según sean objetos, personas o prójim os los que la vida pública y en la vida privada el hom bre queda
com ponen. reducido a un in strum ento m anipulado p a ra fines

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 115


personales. Recordem os algunas form as: 1) esclavi­ En traigo, se define por estos tres aspectos: coejecu-
tud; 2) prostitución; 3) la sociedad de consum o hace ción-concreencia-m utua donación.
del hom bre un «productor» o un «consum idor»; 4)
el funcionario; 5) instrum entalización en todos los
sentidos. c) El otro es, para el creyente,
• Un rival. En cuanto objeto, el otro puede ser­
un prójimo
me ante todo un obstáculo, algo que se interpone La com prensión m ás grandiosa del otro es verlo
enojosa y pertu rb ad o ram en te en el cam ino de mi como «prójim o» y tra ta rlo como tal. La am istad se
vida. De un m odo directo, inm ediato, casi físico; o convierte así en caridad. Aunque este térm ino se
de un m odo m ediato, espiritual. encuentre un poco desvirtuado, sin em bargo es el
Al otro se le puede considerar como un rival. Y que m ejor define la nueva relación entre las perso­
se le puede tra ta r com o un rival; se pasa a la acción. nas.
Y esta acción puede revestir diversas m odalidades: La projim idad se crea únicam ente en referencia
1) asesinato físico; 2) asesinato personal; 3) la m era a una visión religiosa. La ú ltim a razón del am or al
evitación. Entonces es cuando se realiza la frase de prójim o es Dios: «La razón de a m a r al prójim o es
Sartre: «El infierno son los otros». Dios» (2-2, q. 103, a. 3); pero eso no es alienar al
• Un objeto de contemplación. Es la reducción prójim o. Hay tam bién una dim ensión escatológica
del «tú» a un «ello». En cuanto objeto de contem ­ (la razón de a m a r al prójim o es la «com pañía en la
plación, el otro es p a ra mí un «espectáculo». Me plena participación de la bienaventuranza eterna»
sitúo ante él y lo contem plo. Para contem plar se (2-2, q. 26, a. 5).
necesita cierta retracción: retirarse un poco (distan- El encuentro m odélico del otro en cuanto pró ji­
ciam iento existencial); la retracción lleva consigo mo puede leerse en la p arábola del buen sam arita-
la abstención y la expectación. no (Le 10, 25-27).
• Un objeto de transformación. El otro queda re­
ducido aquí a un objeto de operación transform ado­
ra. E sta transform ación puede hacerse con una fi­ A. 2. Manifestación auténtica del «yo»
nalidad conflictiva; pero tam bién puede realizarse en la comunicación interpersonal
con un sentido de intención perfectiva y am orosa. Hemos visto que es necesario descubrir en el
Pensemos en la educación o en la relación entre m é­ otro un «tú» y relacionarse con él de ese m odo p a ra
dico y enfermo. que pueda existir u n a convivencia interpersonal.
Pero no basta con eso. Es necesario, adem ás, que el
b) El otro debe ser tratado yo se m anifieste en cuanto «yo». U nicam ente hab rá
como persona un «tú» si existe un «yo».
¿Cómo se m anifiesta el yo en relación con el tú?
Cuando se convierte al otro en un objeto, se vio­ Hay form as deficientes y form as auténticas.
lenta su ser. U nicam ente se lo acepta tal cual es
cuando se le considera como una persona. Como un
«tú». a) Formas deficientes
La am istad constituye el núcleo verdaderam en­ de comunicación
te interpersonal de cualquier relación dilectiva. Lo
que en tal relación constituye vinculación entre
• Papel social
personas, es am istad. Pero la am istad no es: ni m era
co ntem plación (no se am a un «que», sino un A veces el yo se m anifiesta en la convivencia co­
«quien»), ni m ero gobierno (esto supone una objeti- mo un papel social que tiene que realizar, general­
vización), ni m era suplencia (se le convierte en un m ente por presión social. Existe en el m undo un
algo y no en un alguien). La am istad, según Laín com plejo espectacular, y todos nos sentim os un po­

116 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


co papel a desem peñar, desde el punto de vista pro­ vivirse entre sí» (Laín En traigo). Si una com unidad
fesional o psicológico. S artre ha hecho estudios fe- vive como m áscara, aparece en una situación car­
nom enológicos interesantes sobre los diferentes p a­ navalesca que le im pide ten er u n a convivencia au ­
peles sociales en la com unidad hu m an a actual. ténticam ente hum ana.
Es necesario tener en cuenta que en la vida so­
cial todos nosotros tenem os un «status», y a ese • Refugio inconsciente
«status» corresponde un «rol social» (= un papel a
desem peñar). Esto es necesario y es bueno. Lo m alo En m últiples ocasiones, el yo se m anifiesta de­
es cuando el yo nunca se m anifiesta en la línea p er­ lante del tú y en la convivencia interpersonal no a
sonal, sino que siem pre lo hace en la línea de papel través de su consciente, sino a través de su vida
social; o, lo que es peor, cuando en las form as perso­ inconsciente.
nales, que debieran esta r privadas de todo rol so­ No podem os dejar de convivir tal como somos. Y
cial, asum e un papel social. somos tam bién subconsciente. A ctuam os así ta m ­
Si los que com ponen el grupo o la com unidad no bién. Lo m alo está cuando únicam ente convivimos
hacen m ás que desem peñar papeles sociales, es difí­ al nivel de n uestra vida subconsciente. Se dan m u­
cil que se pueda d a r u na convivencia interpersonal. chos m ecanism os de proyección del inconsciente en
Será un «dram a», o a veces una «comedia»; carece­ la vida.
rá de lo vital, de lo cordial, de lo íntim o.
b) Forma auténtica de manifestación
• La máscara El yo se m anifiesta auténticam ente en la convi­
vencia cuando se realiza la relación a nivel de su yo
A veces el yo se presenta delante del tú no como consciente. Para hacerlo se requiere lo siguiente:
el tú es p ara él (papel social), sino com o el yo quiere
- Integración de los estratos de la persona en la
aparecer a él sin serlo. Es el com plejo del fariseís­
unidad del yo consciente.
mo. No hay n ad a m ás inauténtico, ni n ad a m ás a n a ­
crónico, hoy, que el esp íritu farisaico. La m áscara — Responsabilización: el yo debe sentirse con la
puede entenderse en un sentido físico o en un senti­ posibilidad de d ar respuesta de sí m ism o frente a
do existencial; aquélla no es m ás que la consecuen­ los dem ás.
cia de ésta. — A pertura: salida de la tentación del «yoísmo»
El yo se m anifiesta com o m áscara en cuanto si­ que nos acecha continuam ente. El hom bre es ap er­
m ultáneam ente se expresa y se oculta: oculta la in­ tura; tiene que vivir en a p ertu ra.
dividual personalidad del enm ascarado y expresa - Bajo la m irad a del «tú divino»: toda relación
la voluntad de éste de «parecer» a los dem ás, en del yo con el tú se hace a través de la relación con el
ocasiones tam bién a sí m ism o, lo que la m áscara tú divino. San Pablo lo expresó al a firm ar que nos
representa. am am os en las entrañas de Cristo.
Cuando el yo se m anifiesta como m áscara en la
convivencia, los tús ad o p tan una p o stu ra esencial
ante él. «Sólo un recurso tengo a m ano p a ra salir A. 3. Creación del «nosotros» como eje
del azoram iento tem eroso que ha producido en mí de la comunicación interpersonal
la visión del enm ascarado. Consiste en en m ascarar­
me yo ante él, en ser lo que él es p a ra m í. A su No b asta con el descubrim iento del otro como
indeterm inación replico yo con la m ía; a la desazón un «tú». No b a sta con la m anifestación del yo como
que él pone en m i alm a, con la que yo pongo en la un auténtico «yo». Para que exista una com unidad
suya; y así el carnaval es, desde el punto de vista es necesaria la aparición del «nosotros». No hay
fenomenológico, la fiesta de aquellos que durante convivencia sin el eje o núcleo del «nosotros».
algunas horas sólo como ‘puros ho m b res’ quieren Pero ¿qué es el «nosotros»? Es una realidad difí­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 117


cil de precisar. No tenem os categorías para expre­ es «vosotros» en el nosotros. La realidad básica es e l
sarla. Podemos, sin em bargo, h acer algunas aproxi­ nosotros.
m aciones: — La no strid ad se form a con la reciprocidad d e
- La no strid ad no es un ser de razón. No es algo las personas. La no strid ad es el carácter recíproco
que los hom bres inventam os p a ra h ab lar de la co­ de los hom bres. La relación de reciprocidad e n tre
m unidad; esto sería la vieja tesis de que la sociedad los hom bres los conform a y los configura. A parece
es una relación sin realidad objetiva. así una «sobrepersonalidad». Aparece la relación d e
grupo o relación colectiva, a la que solem os d a r el
- La nostrid ad es algo realm ente distinto del nom bre de «com unidad». La com unidad llega a s e r
«tú» y del «yo». Es algo nuevo. Pero, al m ism o tiem ­ la categoría fundam ental p a ra la aprehensión y la
po, es una realid ad su stentada en las personas. No realización de los hom bres.
puede existir un nosotros si no existe un tú y un yo.
A p a rtir de lo dicho, la nostridad no es:
- La nostridad es u na realid ad distin ta y al m is­ - yuxtaposición de personas, sino reciprocidad
m o tiem po su stentada en el tú y en el yo; pero úni­ de las m ism as;
cam ente se da cuando las personas se relacionan.
Es una realid ad dinám ica, una realidad relacional. - no es un proyecto de trab ajo en com ún (com u­
Aunque se puede h a b la r de un nosotros estructural, nidad de trabajo);
sin em bargo esa estru ctu ra es referencial y relacio­ — no es una com unidad inactiva de personas
nal. que se m iran a sí m ism as (narcisism o com unitario).
- La nostridad se constituye con una a p e rtu ra a La nostridad es vital y operativa al m ism o tiem ­
un «tercero». El nosotros no se da sim plem ente con po.
una relación dual (diada) del yo-tú, sino con la rela­ Para entender el «nosotros» hum ano hay que
ción triplicada. Podemos decir que el «nosotros» es acudir al «nosotros» trin itario . El nosotros hum ano
la m atriz o el ám bito constitutivo de las personas: repite en form a finita la realid ad trin ita ria que los
a) el yo es «yo» en el nosotros; b) el tú es «tú» en el padres griegos llam aron «perijoresis» y los latinos
nosotros; c) él es «él» en el nosotros; d) el vosotros «circum insessio ».

118 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. Para AM PLIA R
Actitudes éticas de la com unicación interpersonal.

B. 1. V eracidad.
B. 2. Fidelidad.
B. 3. O tras actitudes.

B. 1. Veracidad la rica distinción entre «veritas vitae» (= verdad de


la vida) y «veritas rei» (= verdad objetiva). El m a­
gisterio de la Iglesia tam poco ha descuidado el te­
a) Actitud ética global m a de la veracidad; baste recordar el M ensaje de
La veracidad es una de las actitudes éticas que navidad de 1960 de Ju an XXIII sobre la verdad y la
m ás am plia aceptación y desarrollo h an recibido veracidad.
dentro de la tradición m oral occidental. En torno a La m oral tradicional ha expuesto con am plitud
este valor se ha constituido, en gran m edida, la con­ las exigencias de la verdad: buscar la verdad, pen­
ciencia m oral del hom bre occidental. La veracidad sar la verdad, o b rar la verdad, decir la verdad, etc.
ha sido una de las preocupaciones de la educación Tam bién ha desarrollado notablem ente la casuísti­
ética, ya desde la infancia. ca relacionada con la m entira.
La trad ició n ju d eo -cristian a ha desarrollado Defendiendo com o m ala la m entira, los m oralis­
una rica com prensión acerca de la veracidad. Desde tas han encontrado diversos principios p a ra coho­
la exigencia veterotestam entaria: «No d arás falso n estar las excepciones exigidas por el deber de ocul­
testim onio co n tra tu prójim o» (Ex 20, 16), puede ta r en ciertas ocasiones la verdad; las soluciones
advertirse u n a corriente de aceptación y de insis­ principales h an sido las siguientes: restricción m en­
tencia en torno al valor de la veracidad. T anto el tal, distinción entre la verdad debida y verdad no
Antiguo como, sobre todo, el Nuevo T estam ento y, debida.
m ás p articu larm en te, los escritos de san Juan, dan Los p lanteam ientos tradicionales sobre la m ora­
especial relieve a la verdad com o e stru c tu ra básica lidad de la m en tira se m ovían dentro de una m eto­
de la histo ria de salvación. dología deóntica: considerando la m oralidad del
D entro de la tradición teológica es necesario acto a p a rtir de la «m ateria» a b stractam en te enten­
destacar la im p o rtan cia de san Agustín, el gran b us­ dida e identificando el bien óntico de la verdad con
cador de la verdad, el gran defensor de la veracidad la exigencia ética de la veracidad. Un m ejor plan­
y el gran enem igo de la m en tira, a la que consideró team iento m oral desdé la opción m etodológica de
como intrínsecam ente m ala siem pre. la teleología ilum ina con m ayor exactitud la dim en­
Santo Tom ás, po r su p arte, sigue las huellas de sión ética de la m entira:
san Agustín y establece precisiones valiosas; de él es — se distingue el bien óntico de la verdad y el

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 119


valor ético de la veracidad, así como el m al óntico lu n tad de verdad» la actitu d que p en etra todo el
de no decir la verdad y el m al m oral de la m entira; a c tu a r au ténticam ente hum ano y que da sentido al
- se entiende la m oralidad del com portam iento respeto ante los dem ás hom bres.
o de la situación no sólo desde el significado asépti­ En el m undo actual resu lta especialm ente nece­
co del decir o no decir la verdad, sino desde el signi­ saria esta actitud, ya que el hom bre de hoy está
ficado global del com portam iento o de la situación; profundam ente aquejado por la dificultad de reali­
- dentro de ese significado global del com porta­ zar el valor de la verdad en su propia vida. «Mien­
m iento o de la situación pueden darse serios y au ­ tras los hom bres estuvieron acostum brados y dis­
ténticos conflictos entre el bien de decir la verdad y puestos por sus creencias religiosas a acep tar la ver­
otros bienes necesarios p a ra la realización de la dad m oral, no era preciso incluir la voluntad de
persona y de la sociedad; verdad entre las cuestiones fundam entales de la éti­
ca de la personalidad. O tra es la situación hoy,
- un sano discernim iento del conflicto de valo­ cuando no sólo se ha roto la conexión de verdad
res se resolverá con la elección del bien que objeti­ religiosa y verdad m oral p a ra una gran p a rte de los
vam ente sea m ejor y que, en algunos casos, llevará hom bres, sino que incluso se ha puesto en cuestión
consigo el no decir la verdad; la verdad ética y su conocim iento en general. Por
- en ese caso, la m en tira no será un m al m oral, ello es hoy preciso poner la voluntad de verdad como
sino, a lo sum o, un m al de carácter óntico. actitu d m oral básica de u n a ética personal a d a p ta ­
da a la época» (M. M essner, Etica general y aplicada.
M adrid 1969, 93). E sta «voluntad de verdad» ha de
Aparte de estas disquisiciones morales, para el concretarse en la m anera de vivir la vida personal y
hombre de hoy sigue teniendo vigencia la veraci­ la relación interpersonal.
dad como actitud ética global. Sin esta actitud no - Am bito im p o rtan te p a ra la realización de la
tendrían sentido ni la vida personal ni la relación veracidad es el de la vida propiamente pública. Es
interpersonal. En la verdad descansa el ser y en la aquí donde se pone a p ru eb a en el m undo actual el
veracidad se reafirman continuamente la existen­ valor de la verdad. La veracidad debe ser realizada:
cia personal y la comunidad interpersonal. La ve­ • en los m edios de com unicación social;
racidad constituye, por tanto, uno de los pilares • en los sistem as de propaganda, publicidad,
básicos sobre los que se asienta la conciencia mo­ etc.;
ral de la humanidad. • en el in terio r de los grupos e instituciones, co­
mo, por ejem plo, la Iglesia.
- R ahner señala como ám bito im p o rtan te de la
b) Los ámbitos de la veracidad veracidad el del respeto al parecer ajeno. «Me refiero
al am or y a la fe respecto a la verdad oculta en el
Siendo la veracidad una actitu d global de la prójim o bajo su punto de vista contrario al nuestro,
existencia hum ana, abarca todos los ám bitos de la con el que no podem os e sta r de acuerdo, y respecto
vida. Sin em bargo, conviene poner de relieve algu­ a la unidad en esa verdad. Es la veracidad concebi­
nos aspectos de particu lar im portancia para la cohe­ da como clim a p a ra la verdad del otro, que todavía
rente realización de la convivencia interpersonal. no es consciente de sí m ism a, sino que ocasional­
Señalam os, com o especialm ente im portantes m ente está oculta bajo la apariencia de su contradic­
p ara el hom bre actual, los siguientes ám bitos de la ción» (Escritos de teología, VII. M adrid 1969, 268).
veracidad:
- En p rim er lugar, resu lta im prescindible p ara B. 2. Fidelidad
la realización de la existencia hu m an a personal e
interpersonal proyectar la vida hu m an a a través de La fidelidad es la actitu d que cam ina unida a la
la voluntad de verdad com o a ctitu d básica. Es la «vo­ veracidad. Constituye otro de los pilares sobre los

120 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


i PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 121
que se asienta con seguridad la convivencia de los - Pluralism o: frente a toda p o stu ra de in tra n si­
hom bres. Lo m ism o que la veracidad, puede ser en­ gencia y de dogm atism o.
tendida tan to a nivel personal como a nivel in ter­ - Diálogo: com o posibilidad de encuentro entre
personal. personas en orden a la consecución de u n a sociedad
Para el cristiano, el prototipo de la fidelidad es plu ralista y convergente.
Dios, quien guarda fidelidad a la alianza contraída, - Servicio: aceptando la definición del hom bre
a pesar de la infidelidad del pueblo (Os 2, 16-23; 11, com o «ser p a ra los dem ás».
7-9). El Dios de la h istoria de salvación es fiel (1 Cor - Igualdad: como valoración del hom bre en su
1,9; 10, 13; 2 Cor 1,1-28; 1 Tes 5, 24) y cum ple todas radical y u n itario valor frente a todos los «m uros de
sus prom esas en Cristo Jesús, que es el «testigo fiel» clase» creados por la injusticia y creadores de injus­
(Ap 1, 5). ticia.
La fidelidad es una ac titu d global de la existen­ - Acogida de todo hom bre, sobre todo el m argi­
cia hu m ana auténtica. Se concreta en diversos ám ­ nado, p a ra lograr la am istad, que es la estru ctu ra
bitos del com portam iento personal e interpersonal. fundam ental de la relación propia de persona a p er­
Desde la fidelidad al propio proyecto vocacional sona.
h asta la fidelidad a la p a la b ra d ad a se encuentran
No es el m om ento de hacer un desarrollo de las
m uchas situaciones en las que el hom bre tiene que
actitudes anotadas. Baste reco rd ar que la actitud
ser fiel a sí m ism o y a los dem ás.
dialógica a b arca todo el conjunto de la vida h u m a­
Las relaciones interpersonales tienen sentido si na. Allí donde haya com unicación de personas se
m edia la creencia de un hom bre en otro hom bre. La puede y se debe h a b la r de diálogo. Por lo dem ás, el
fidelidad es la g a ra n tía de n u estra rectitu d en las m undo actual conoce m uchas form as de diálogo:
relaciones con el prójim o. Pero advertim os que el - diálogo de generaciones (una de cuyas varian ­
m otivo últim o que exige y, en cierto m odo, com pro­ tes es el diálogo de padres e hijos);
m ete una conducta consecuente y fiel, no son sim ­
plem ente nuestras prom esas o los actos que pueden - diálogo de cu ltu ras y de diversas concepcio­
p asar po r tales, sino n u estra calidad de im ágenes de nes globales de la vida;
Dios y las pruebas de am orosa fidelidad que haya­ - diálogo de grupos: a nivel internacional (en
mos recibido. busca de la paz, etc.); a nivel nacional (diálogo de
partidos, diálogo de gobierno y oposición, etc.); a
nivel de grupos interm edios (diálogo en el m undo
laboral, en el m undo de la cu ltura, etc.);
B. 3. Otras actitudes - diálogo religioso: diálogo de creyentes y no-
creyentes; diálogo interconfesional; diálogo de la
Además de las actitudes que dicen relación al Iglesia con el m undo; diálogo al in terio r de cada
ám bito de la verdad, existen otras m uchas como grupo religioso, etc.;
concreción del valor m oral de la com unicación in­
terpersonal auténtica. - diálogo cualificado: diálogo m édico, diálogo
p sico terap éu tico , diálogo p a sto ra l, diálogo con
R esulta difícil, po r no decir im posible, hacer Dios.
una exposición de todo el conjunto de actitudes que
integran la vida de diálogo interpersonal. Admi­
tiendo el principio del progresivo descubrim iento
histórico de las diferentes m orales, nos agrada re­ La ética concreta de la persona encuentra en
sa lta r p a ra el m om ento actual las siguientes a c titu ­ las actitudes del diálogo interpersonal un ámbito
des como pilares básicos p a ra una com unicación importantísimo para su verificación. No en vano
interpersonal: se integran en el diálogo el aspecto subjetivo y la
- Respeto: al otro en cuanto tal y a sus m anifes­ dimensión social de la vida personal.
taciones, ideas, creencias, etc.

122 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


C. Para PR O FU N D IZAR
Teología de la convivencia interpersonal según el Concilio Vaticano II.

«La perfección del coloquio fraterno no está en sona y vida social: «La índole social del hom bre
el progreso, sino m ás bien en la com unidad que en­ dem uestra que el desarrollo de la persona hum ana
tre las personas se establece, la cual exige el m utuo y el crecim iento de la propia sociedad están m u tu a ­
- respeto, su plena dignidad espiritual. La revelación m ente condicionados».
cristiana p resta gran ayuda p a ra fom entar esta co­
m unión interpersonal y al m ism o tiem po nos lleva — E sta influencia de la sociedad sobre la perso­
a una m ás profunda com prensión de las leyes que na se da tanto en el aspecto bueno como en el malo:
regulan la vida social, y que el creador grabó en la «Si la persona hum ana, en lo tocante al cum pli­
n aturaleza esp iritu al y m oral del hom bre» (GS 23). m iento de su vocación, incluida la religiosa, recibe
m ucho de esta vida en sociedad, no se puede, sin
El Concilio V aticano II se ha preocupado de este em bargo, negar que las circunstancias sociales en
problem a y le ha dedicado un capítulo (el 2.“) de la que vive y en que está com o inm ersa desde su infan­
G audium et spes. Afirma que la revelación cristiana cia, con frecuencia le a p a rta n del bien y le inducen
«nos lleva a una m ás profunda com prensión de las al m al».
leyes que regulan la vida social» (n. 23). A co n tinua­
ción (n. 24-32) hace un esbozo de la teología de la - Todo esto cobra m ayor relieve en nuestros
com unidad hum ana. días, en que se m ultiplican las relaciones entre los
La teología de la com unicación h u m an a puede hom bres: «Este fenóm eno, que recibe el nom bre de
resum irse en los siguientes principios fundam enta­ socialización, aunque encierra algunos peligros,
les: ofrece sin em bargo m uchas ventajas p a ra consoli­
d ar y d esarro llar las cualidades de la persona h u ­
• La convivencia o la sociabilidad es algo esencial m ana y p ara g a ra n tiz a r sus derechos».
a la persona. «La vida social no es, pues, p a ra el
hom bre, sobrecarga accidental» (GS 25). De aquí se • La com unidad en el misterio de la creación.
siguen algunas consecuencias que acertadam ente «Dios creó al hom bre no p a ra vivir aisladam ente,
señala el n. 25 de la G audium et spes: sino p a ra form ar sociedad» (GS 32). «Dios, que cui­
— Absoluta necesidad de la vida social: la perso­ da de todos con p a te rn a solicitud, ha querido que
na «por su m ism a n atu raleza tiene absoluta necesi­ los hom bres constituyan u n a sola fam ilia y se tra ­
dad de la vida social». ten entre sí con espíritu de herm anos. Todos han
sido creados a im agen y sem ejanza de Dios, quien
- La vida social nace y se o rienta a la persona: hizo de uno todo el linaje hum ano, p a ra p oblar toda
«porque el principio, el sujeto y el fin de todas las la haz de la tierra (Hch 17, 26), y todos son llam ados
instituciones es y debe ser ía m ism a persona h u m a­ a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo» (GS 24).
na».
El orden de la creación no es algo d istinto del
- La vida social engrandece al hom bre: «Por orden de la salvación. En la creación se da una for­
ello, a través del tra to con los dem ás, de la recipro­ m a previa de la «caridad», que se m anifiesta en el
cidad de servicios, del diálogo con los herm anos, la orden de la salvación. Una teología que no sea está­
vida social engrandece al hom bre en todas sus cua­ tica, sino que esté orien tad a de m anera histórico-
lidades y le cap acita p a ra responder a su vocación». salvífica, acepta en nuestros días la idea fundam en­
— Existe una m u tu a interdependencia entre p er­ tal de aquella escuela m edieval que entendía el To-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 123


gos’ de la creación com o ‘prólogo’ de la encarna­ fe y carid ad le reciben, después de su m uerte y resu­
ción. rrección; esto es, en su cuerpo que es la Iglesia, en la
De aquí se sigue: que todos, m iem bros los unos de los otros, deben
ayudarse m u tuam ente según la variedad de dones
- La existencia de la hu m an id ad como una rea­ que se les hayan conferido» (GS 32). La ley univer­
lidad concreta. La h u m anidad tiene un sentido de sal de la com unidad h u m an a queda plenificada en
totalidad; es única; abarca a todos los individuos Cristo. Es la cristificación de toda convivencia hu­
históricos. m ana. Cristo es el punto om ega de todo proceso de
- La hu m an id ad se encuentra, delante de sí socialización.
m ism a y delante de Dios, como un único sujeto. • Comunidad: trasunto de la com unidad trinita­
- La hu m an id ad se siente solidaria con el cos­ ria en el amor. «Más aún, el Señor, cuando ruega al
mos: el hom bre no consigue su perfección últim a Padre que todos sean uno, ‘como nosotros tam bién
sin el cosmos. somos u n o ’ (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas ce­
• Comunidad histórico-salvífica. «Desde el co­ rrad as a la razón hum ana, sugiere u n a cierta se­
m ienzo de la h istoria de la salvación, Dios ha elegi­ m ejanza entre la unión de las personas divinas y la
do a los hom bres y no solam ente en cuanto indivi­ unión de los hijos de Dios, en la verdad y en la
duos, sino tam bién en cuanto m iem bros de una de­ caridad» (GS 24).
term inada com unidad» (GS 32). Com unidad de la • Com unidad y misterio escatológico. «Esta soli­
alianza. Com unidad de revelación. Com unidad de darid ad debe au m entarse siem pre h a sta aquel día
acción salvífica. C om unidad de historia. en que llegue su consum ación y en que los hom bres,
• Comunidad y misterio cristológico. «Esta índo­ salvados por la gracia, como fam ilia am ada de Dios
le com unitaria se perfecciona y se consum a en la y de Cristo, herm ano, d a rá n a Dios gloria perfecta»
obra de Jesucristo... Prim ogénito entre m uchos her­ (GS 32).
m anos, constituye, con el don de su E spíritu, una A p a rtir de estos principios teológicos se ha de
nueva com unidad fraterna, entre todos los que con desarrollar la m oral de la convivencia hum ana.

D. Para C O N FR O N TA R
El valor de la intim idad en la comunicación interpersonal.

a) Fenomenología de la intimidad «somos am igos íntim os»; «aquí reina una atm ósfe­
ra de intim idad»; «esta Iglesia es m uy íntim a»;
Para hacer una fenom enología de la intim idad,
«aquí se siente uno al abrigo y protegido»; «aquí
hemos de p a rtir de la experiencia o vivencia del
reina un am biente fam iliar».
fenómeno de lo «íntim o». El lenguaje tiene una fun­
ción de introducción y de revelación de esa expe­ P aralelam ente a estas expresiones, existen otras
riencia. Todos conocem os expresiones com o éstas: en las cuales lo «íntim o» se dice en relación a una

124 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sola persona: «mis pensam ientos y m is sentim ien­ seguro. Lo que se dice en la atm ósfera de la in tim i­
tos m ás íntim os»; «no apruebo tales intim idades»; dad no se puede revelar fuera de ella; o, al m enos,
«no tiene usted derecho a preg u n tarm e sobre esto». no se puede decir de la m ism a m anera que en la
Esto nos dice que la in tim id ad se puede consta­ intim idad.
ta r tan to a nivel interpersonal como a nivel propio
y estrictam ente personal. Veamos las c a racterísti­ • Ambito personal
cas que fenom enológicam ente com ponen tan to una
Las anteriores reflexiones nos llevan a tener que
in tim id ad com o otra.
a d m itir - e n co rrelació n - otro tipo de intim idad: la
estrictam ente personal. No puede entenderse la una
• Am bito interpersonal
sin referencia a la otra.
En la experiencia de la intim idad como ám bito - La in tim id ad estrictam en te personal es una
interpersonal encontram os estos componentes: necesidad de la persona. Se advierte esta necesidad
- Un círculo íntim o com prende siem pre varias si exam inam os el caso contradictorio de la falta de
personas, pero pocas en núm ero; excluye la m asa y intim idad en un enferm o psicopatológico. En algu­
el grupo en cuanto tal; jam ás podrem os decir que nos esquizofrénicos falta el sentim iento de poder
una reunión m asiva posee un carácter íntim o. cerrarse a otro; viven continuam ente en la convic­
- Pero no b asta el pequeño grupo; es necesaria ción de que los dem ás pueden llegar a leer sus pen­
una atm ósfera especial en ese grupo de personas. Se sam ientos. En el hom bre norm al se percibe el ritm o
tra ta de un am biente que no tolera extraños ni un de a p e rtu ra y de cierre al otro. Este ritm o de abrirse
m edio extraño, que no adm ite espacios vacíos, pro­ y cerrarse es una característica antropológica.
ducidos por el advenim iento de un extraño o un - Para m an ten er la intim idad, se necesita po­
desconocido. Se requiere que los que se reúnen sean seer cierto secreto. Pero este secreto no está en el
am igos y no extraños. plano del «tener» (plano objetivo de los secretos),
- Sin em bargo, el hecho de reunirse en un pe­ sino en el plano del «ser» (en el de la experiencia
queño grupo algunos am igos o conocidos no es to­ vivida). Es el secreto en p rim e ra persona. El secreto
davía un factor decisivo p a ra la aparición de un se identifica con el m isterio de la persona. Es inex­
am biente íntim o. La in tim id ad es un lazo profundo, plicable porque, en definitiva, proviene de la inefa­
que da a los reunidos la im presión de encontrarse bilidad ú ltim a del «yo». ‘
seguros, protegidos con la presencia com ún. Una De este m odo podem os definir la in tim id ad p er­
atm ósfera ín tim a entre seres hum anos quiere decir sonal como un secreto personal. O, m ejor, como el
que se sienten m u tu am en te en su casa, al abrigo los secreto de la personalidad p ropia del yo. El yo vive
unos junto a los otros; esto quiere decir que se en­ la in tim idad como lo m ás propio, lo m ás típico y
cuentran juntos (no hay posibilidad p a ra la d istan ­ constitutivo de sí m ism o. La in tim id ad es el sector
cia en una atm ósfera íntim a), pero que ese sentirse del secreto personal.
y estar juntos es p ara d escubrir el m isterio inefable - A la in tim id ad personal acom paña siem pre el
de la persona. sentimiento del pudor. Este es un sentim iento de
• Estos com ponentes nos h ab lan de la caracte­ protección del individuo y de su valor personal con­
rística fundam ental que especifica la intim idad: es tra la esfera total de lo general. El p udor de la p er­
una com unicación de personas, pero perm anecien­ sona siente vergüenza del descubrim iento de la
do personas. En la in tim id ad no hay lugar p a ra lo esencia propia y pretende velarla de una m anera
artificial ni p a ra la desconfianza o p a ra una actitu d que le proteja. Pero el p udor no es una clausura
sospechosa que m antiene a las personas alejadas herm ética; es una envoltura protectora. Al rodear
unas de otras y que obliga a cerrarse al otro. Existe de respeto lo que es personal, el p udor rechaza toda
una atm ósfera de confianza, dentro de la cual el ten tativa de violación y de h u rto de la intim idad;
«yo» y el «tú», rodeados de intim idad, se confían pero al m ism o tiem po m overá a acercarse a ella con
m utuam ente sus secretos personales y los saben a respeto, reverencia y tacto.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 125


• Integración de los dos ámbitos hay in tim id ad personal plena si no se adm ite la re­
lación con Cristo y con Dios, «intim ior intim o meo»
Después de hab er visto las características que (san Agustín).
definen tan to a la intim idad interpersonal como a
la intim idad personal, tenem os que ad v ertir que no
se oponen entre sí, sino que se com plem entan m u­ • Para realizar la intimidad,
tuam ente. La in tim id ad personal necesita de la in ti­ hay que revalorizar
m idad intersubjetiva p a ra poder m anifestarse. El las manifestaciones externas
respeto y el tacto son elem entos necesarios p a ra la
in tim idad intersubjetiva; y la a p e rtu ra de in tim i­ El hom bre es una estructuración de interioridad
dad intersubjetiva es el clim a necesario p a ra que se y exterioridad. Por eso m ism o, n ad a de lo que se ve
dé la intim idad-personal. en la persona puede contem plarse groseram ente ni
registrarse de una m anera fríam ente objetiva. Lo
De este m odo alcanzam os el núcleo «paradóji­ que se puede contem plar con los ojos p articip a del
co» de la intim idad. La in terioridad de la persona respeto y del valor m oral inagotable de la persona.
es al m ism o tiem po «recogim iento» y «apertura».
Por eso la in tim idad se tiene que entender en clave
de intersubjetividad: es el ám bito en el que se viven­ • Para vivir su intimidad, la persona
cia el m isterio relacional de las subjetividades. La debe vencer la tentación del retraimiento
intim idad personal es la atm ósfera en la cual cada
Una vivencia de la in tim id ad que se opusiese
yo vive su m ism idad como subjetividad. La revela­ por principio a la revelación de los contenidos p er­
ción de la in tim id ad es, pues, esencialm ente revela­
sonales constituiría una degradación m oral y se
ción de sí; lo cual vale igualm ente de la encarnación
opondría a las norm as éticas que se desprenden del
de la intim idad. Este dato es decisivo p a ra la a t­
verdadero personalism o. El retraim ie n to puede
m ósfera en la que se debe vivir la intim idad, tanto
darse tam bién cuando la persona se niega a expre­
p a ra su poseedor como p a ra el que se acerca a la sarse cuando ten d ría obligación de hacerlo. De
intim idad de su prójim o. cualquier m anera que entendam os la intim idad, no
podem os vivirla ni con exclusivism os, ni con auto­
suficiencia, ni con egoísmo. La verdadera experien­
b) Intimidad y comunicación cia de la in tim id ad no cierra toda vía de acceso al
interpersonal otro. Tenemos que afirm ar que el derecho a la in ti­
m idad personal no es, de m an era general, un valor
Además de esta fenom enología de la intim idad, absoluto; de suerte que, en cuanto a la posesión del
hay que hacer una m oral de la intim idad. Expon­ secreto personal, no se puede sostener p u ra y sim ­
drem os algunos de los valores m orales fundam enta­ plem ente que todo lo que uno conoce reservada­
les que hay que salvar en la persona p a ra que se m ente, en v irtu d de la interioridad, tiene que per­
realice en intim idad: m anecer oculto.

• La intim idad tiene que vivenciarse


y realizarse en la apertura a un «tú» • La intim idad personal exige que las personas
se acerquen entre sí como sujetos
No puede vivenciarse la intim idad por el cam i­
no del enclaustram iento. La intim idad del «yo» Desde este principio se deduce que no se puede
únicam ente se descubre y se vivencia a p a rtir de la forzar al otro a m anifestarse y que el acercam iento
aceptación de un «tú». Esto supone que no puede ha de estar lleno de respeto.
existir in tim id ad si no existe el aspecto relacional. A p a rtir de los valores que acabam os de expo­
No se tiene conciencia del yo m ás que en la relación ner, es como hay que resolver los p roblem as concre­
esencial con el otro. E sta a p e rtu ra al otro term ina tos de m oral relacionados con la in tim id ad perso­
por descubrir la a p e rtu ra al «tú» trascendente. No nal.

126 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 5.a

Bioética

Apartado 1
El valor de la vida humana desde su comienzo
hasta su fase terminal.
Apartado 2
Etica de la reproducción humana asistida.
_________ GUIA__________
La moral cristiana de todas las épocas ha tenido
una preocupación notable por los problemas relacio­
nados con la vida humana. Dentro de los cuadros de la
virtud de la justicia o del quinto precepto del decálo-;
go, la tradición teológico-moral ha analizado múlti­
ples problemas en conexión con la vida corporal. Sin
embargo, el tratado de bioética ha cobrado un relieve
especial durante las últimas décadas, debido sobre
todo a los avances de las ciencias médicas que plan­
tean nuevos interrogantes a la conciencia moral.
De entre los muchos problemas que integran el
tratado de bioética, seleccionamos dos para ser anali­
zados en esta Unidad:
- el primero se refiere al valor de la vida humana,
desde su comienzo hasta su fase terminal;
- el segundo se centra en el estudio de las técnicas
de reproducción humana asistida.
Ambos temas tienen una importancia objetiva in­
discutible. Sirven, además, para poner a prueba la
metodología moral en este campo decisivo de la bioé­
tica.

128 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A p a rta d o 1
El valor de la vida humana
desde su comienzo hasta su fase terminal.

A. SINTESIS
Etica fundamental y coherente de la vida humana.
B. Para AMPLIAR
La vida humana ante el riesgo de no ser respetada.
C. Para PROFUNDIZAR
El estatuto antropológico y ético del embrión hu­
mano.
D. Para CONFRONTAR
Posturas históricas sobre el valor de la vida huma­
na.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 129


A. Síntesis
Etica fundamental y coherente de la vida humana.

A. 1. N ecesidad de una ética fundam ental y


coherente de la vida hum ana.
A. 2. Form ulación sistem ática del valor éti­
co de la vida hum ana.
A. 3. Sensibilidades éticas concretas sobre el
valor de la vida hum ana.

A. 1. Necesidad de una ética fundamental «derecho a elegir librem ente la propia m uerte»;
y coherente de la vida humana guerras, secuestros, tortu ras; etc.
En la historia evolutiva de las ideas m orales El hom bre actual, aun el m ás civilizado, no ha
puede encontrarse justificación a la afirm ación de llegado a la plena concienciación con respecto al
que el respeto a la vida hu m an a es uno de los ejes valor de la vida hum ana. Alcanza tales lím ites su
prim arios en torno a los cuales se ha d esarrollado la «inconsciencia», que h asta hace objeto de «contem ­
conciencia ética de la hum anidad. plación» y de «diversión» (cine, TV, etc.) el que un
hom bre quite la vida a otro hom bre.
D entro de la tradición occidental, m arcad a por
el judeocristianism o, el im perativo «no m atarás» La situación actual de la conciencia m oral fren­
expresa sintética y apodícticam ente el valor de la te al valor de la vida hu m an a denota una notable
vida del hom bre. Aunque en form ulación negativa, ambigüedad. Por una p arte, se afirm a el valor de la
el quinto precepto del decálogo constituye una ex­ vida; pero, po r otra, de hecho la vida h u m an a no es
presión básica del ethos hum ano. inviolable. ¿A qué se debe esta am bivalencia?
E videntem ente existen diversas causas que ex­
a) Oscurecimiento del valor de la vida plican esta situación. Pero creo que u n a de las p rin ­
cipales es la am bigüedad con que se ha presentado,
Sin em bargo, a p esar de esa alu d id a conciencia y a veces se sigue presentando, el valor ético de la
ética de la h um anidad, el hom bre no ha logrado vida hum ana. La estim ación y la presentación del
d esterrar de su horizonte la m uerte en cuanto reali­ vcrior ético de la vida h u m an a se realiza a través de
d ad im puesta y m an ip u lad a por él m ism o. Son p a ­ los cauces tortuosos de la am bigüedad.
tentes las agresiones al valor de la vida hum ana:
suicidios, m ás o m enos «justificados»; hom icidios, Indice de tal am bigüedad es la constatación de
im puestos po r uno u otro «motivo»; m uertes «lega­ la diversa reacción m oral, y h asta jurídica, de las
les» (desaparecidos, pena de m uerte); abortos; e u ta ­ m ism as personas ante el aborto y la pena de m uer­
nasia positiva, con la afirm ación del pretendido te, o ante el hom icidio de un agente del orden y el

130 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


hom icidio de un pretendido luchador por la causa La coherencia objetiva se consigue descubrien­
de la libertad. do en su exacto sentido y en su debida funcionali­
dad la dim ensión ética de la vida hum ana. Prescin­
b) Para salir de la ambigüedad: diendo de las concreciones del valor en las diversas
situaciones conflictivas y lim itando la considera­
formulación de ción a los aspectos globales de la vida hum ana, nos
una «ética fundamental y coherente preguntam os: ¿cómo form ular, p a ra el hom bre de
de la vida humana» hoy, en el m om ento actual, el valor ético de la vida
hum ana?
La am bigüedad ha de ser resuelta m ediante la
coherencia. Para salir de la situación am bigua en A continuación proponem os una form ulación
que se encuentran la estim ación y la presentación global sobre el valor de la vida hum ana.
del valor de la vida hum ana, es necesario hacer una
propuesta coherente de la ética de la vida hum ana.
Asignamos dos cualidades a una presentación a) Distinción entre el «nivel óntico»
ética de la vida h u m an a que p retenda ser válida y el «nivel ético»
p ara el m om ento actual:
La vida h u m an a es el apoyo fundam ental y al
Etica fundamental. El valor de la vida hum ana m ism o tiem po el signo privilegiado de los valores
precisa ser expuesto de m odo fundam ental, es de­ éticos. En este sentido, el vivir es un bien premoral u
cir, justificado en su raíz. En los tra tad o s m orales óntico, como lo son tam bién la salud, el placer, el
sobre la vida hu m an a suele existir una laguna a este conocim iento, la técnica, etc.; por el contrario, el
respecto. Se abordan las situaciones concretas: m orir, así como la enferm edad, la ignorancia, etc.,
aborto, eutanasia, pena de m uerte, etc., pero falta es un m al prem oral. Pero la vida h u m an a tam bién
un tra tam ie n to fundam ental y general del valor de alcanza el grado de valor ético cuando es objeto de
la vida hu m an a en cuanto tal. la libre realización (o desrealización) del hom bre.
Etica coherente. R ealizada la fundam entación En el nivel óntico, la vida h u m an a se encuentra
del valor m oral de la vida hum ana, es necesario en determ inadas ocasiones dentro del juego conflic­
hacer una exposición coherente del m ism o. Ello su­ tivo con otros bienes. Es cuando surgen los a u té n ti­
pone sacar las conclusiones pertinentes, aplicándo­ cos «conflictos de valores», que han de ser resueltos
las a las diversas situaciones en que se verifica el buscando el bien prevalente y traduciendo ese h a ­
valor de la vida hum ana; u tiliz a r idéntica argum en­ llazgo en opción ética preferencial.
tación al v alorar todos y cada uno de los problem as
relacionados con el valor de la vida hum ana; deno­
ta r la am p litu d y la u n id ad de significado del valor
de la vida hum ana. Por ejem plo, la m oral de la gue­ b) Justificación del nivel ético
rra y la m oral del aborto tienen un m ism o criterio La justificación del valor ético de la vida h u m a­
porque tienen una m ism a razón ética: el valor de la na es de signo apriorístico. La dim ensión ética del
vida hum ana. vivir surge m ediante el «reconocim iento» respetuo­
so de lo que existe. El reconocim iento del «otro» y
A. 2. Formulación fundamental el reconocim iento de uno m ism o hacen p a sar la vi­
del valor ético de la vida humana da hu m an a de bien prem oral a valor ético. El hecho
de que el vivir hum ano no resulte «indiferente» in­
D escubierta la am bigüedad en la presentación troduce la vida hu m an a en el sistem a de preferen­
del valor ético de la vida hum ana, surge la necesi­ cias básicas que configuran el universo de la ética.
dad de en co n trar la coherencia adecuada en el e- Para F errater M ora, el vivir es la p rim era preferen­
thos vivido y form ulado en relación con ese valor cia ética, expresada del siguiente modo: «Vivir es
tan decisivo p a ra la h isto ria hum ana. preferible a no vivir».

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 131


c) Contenido del valor ético gencia a ser respetada y desarrollada») y no negati­
de la vida humana va («no m atarás»),
- Ser teleológica (tener en cuenta las im plicacio­
El contenido del valor ético de la vida hum ana nes y las consecuencias) y no deontológica (fijándose
abarca m ucho m ás que el m ero vivir biológico. El
sólo o preferentem ente en el m odo como se pro d u ce
vivir que es m erecedor de preferencia axiológica es
la acción: directa o indirectam ente).
el que se extiende desde la subsistencia fáctica has­
ta la plena «calidad de vida hum ana». De ahí que el - Ser absoluta (inviolabilidad de la vida h u m a ­
valor ético de la vida haya de ser entendido y for­ na), pero abierta al juicio preferencial (conflicto de
m ulado en clave de «hum anización». La exigencia valores).
de «hum anizar» al m áxim o el vivir es el núcleo del
ethos de la vida. A p a rtir de esta opción global, la
ética de la vida insiste en los aspectos siguientes:
- Form ula la preferencia axiológica en relación A. 3. Sensibilidades éticas concretas
con la vida propiam ente humana. sobre el valor de la vida humana
- Destaca la im portancia que tiene toda vida - Los cristianos deben convertirse en una escue­
hum ana; la preferencia del vivir es al m ism o tiem ­ la que eduque p ara la vida; p ara la vida en p le n i­
po una afirm ación de la igualdad valorativa de todo tud, fam iliar y social; desde que se nos m uestra co­
ser hum ano. mo germ inal potencia h asta cuando persiste en sus
- Expresa el valor m ás en form a positiva que versiones m ás tenues o degradadas.
negativa; en lugar de h a b la r en térm inos de «lím i­ - El respeto a este principio exige a la sociedad,
tes», form ula la exigencia de despliegue de todas las y a los creyentes de una form a m uy especial, la for­
potencialidades del vivir. m ulación de una ética racional, coherente, concreta
- Conduce a un proyecto de acción en orden a y no visceral, sobre la vida hum ana, que, sin a b a n ­
que la exigencia de hum anización se verifique real­ donar la atención hacia aspectos parciales, contem ­
m ente; la dim ensión ética se prolonga así en una ple y valore al hom bre en toda su globalidad. E ste
«praxis» al servicio de la vida hum ana. respeto no debe transgredirse ni siquiera tra n sito ­
riam ente, aunque la finalidad sea el b ienestar y el
progreso de futuras generaciones.
d) Rango del valor
- La convicción m oral y religiosa de los creyen­
El rango del valor ético de la vida hu m an a se tes católicos a favor de la vida hu m an a ha de ser un
m ide por su puesto en u n a hipotética escala de m o­ factor de identidad e integración específica, que se
ralidad. No dudam os en situarlo en el puesto p ri­ verificará tan to en la colaboración como en la con­
m ero. Esto no indica que no se encuentre en deter­ frontación con otros grupos sociales, presentando
m inadas ocasiones en conflicto con otros valores. propuestas positivas, fundam entadas, y actitudes
En tales situaciones conflictivas, el discernim iento de diálogo no crispado.
y la acción han de p lan tearse desde u n a opción m e­ - Hemos de asu m ir responsablem ente que la
todológica considerada de «juicio preferencial». defensa de la vida hu m an a com o valor fundam ental
no se ha desarrollado linealm ente entre nosotros, y
e) Formulación normativa que tanto la S agrada E scritu ra como la tradición
eclesial han sufrido la fuerza y el peso contradicto­
Por lo que se refiere a la formulación norm ativa rio de las m ediaciones históricas.
del valor ético de la vida hum ana, baste con señalar - El conflicto entre vida y libertad no se resuel­
que h a de tener en c u en ta las características si­ ve defendiendo la vida con m ayor fuerza que la li­
guientes: b ertad, ya que desde nuestra fe am bos resu ltan va­
- Ser positiva («la vida hu m an a tiene u n a exi- lores irrenunciables, aunque entendem os que el

132 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


m isterio de Cristo nos abre el horizonte de una vida coactivo del E stado, no debe excluir su com porta­
entregada, librem ente, po r todos y p a ra todos. m iento ético. Los cristianos deben com prom eterse,
- La realización personal y social del individuo pública y p riv ad am en te desde su fe y desde su ciu­
no puede lograrse, en ningún caso, aten tan d o con­ dadanía, en la defensa de los principios constitucio­
tra la vida ajena. El creyente cristiano debe com ­ nales que rechazan tajan tem en te la pena de m uerte
prom eterse en el respeto de la vida hu m an a desde y la to rtu ra.
su concepción h asta su realización final, en las con­ - La angustia y la indefensión de la h u m anidad
diciones de m áxim a plen itu d posibles. La ética y el frente a una posible guerra nuclear debe d espertar
m agisterio católico han forjado claram ente esta en nosotros la identificación con aquella p a rte del
postura en algunas situaciones concretas, tales co­ m undo que vive u n a situación p recaria y que po­
mo el aborto y la eutanasia; otras (pena de m uerte, dría ver m ejorada su vida utilizando p arte de los
guerra, etc.), sin u n a sanción tan claram ente expre­ ingentes gastos que se destinan a arm am ento.
sa, están siendo exigidas po r coherencia ética. — Se pide al laicado cristiano una perm anente
- E sta m ism a coherencia reclam a de todos no­ valoración ética de lo que hoy se entiende como
sotros un com prom iso, personal y colectivam ente «calidad de vida», discerniendo y ayudando a dis­
asum ido, de tra b a ja r en el m áxim o núm ero de fren­ cernir lo que en este concepto se com prende de con-
tes posibles, tan to po r la defensa en sí de la vida sum ism o y m aterialización degradante p a ra el pro­
como por la m ejora de las condiciones sociales en pio ser hum ano.
que ésta debe realizarse en plenitud. (Conclusiones del Congreso N acional sobre El
- La protección ju ríd ica y efectiva de la vida, la valor de la vida hum ana, organizado por el Consejo
integridad física, la paz y la seguridad, m ediante la General de Laicos, 25 de m ayo de 1984).
centralización y la institucionalización del poder

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 133


B. Para AM PLIAR
La vida humana ante el riesgo de no ser respetada.

B. 1. El aborto o el valor de la vida h um ana


naciente.
B. 2. La eutanasia o el valor de la vida h u ­
m ana en su fase term inal.
B. 3. A tentados contra la vida hum ana.

B. 1. El aborto o el valor de la vida ésta tanto desde el p u n to de vista subjetivo como


humana naciente objetivo).

a) La realidad del aborto • Tipología del aborto

• Noción de aborto « Aborto espontáneo y aborto provocado


Se entiende por aborto la interrupción del em ba­ La p rim era división del aborto se hace en rela­
razo cuando el feto no es viable, es decir, cuando no ción al carácter espontáneo o provocado de su cau­
puede subsistir fuera del seno m aterno. El ser h u ­ sa:
m ano en gestación com ienza su peculiar trayecto­ Se llama aborto espontáneo cuando la interrupción del
ria m ediante la fecundación o fertilización; pasada embarazo acaece por causas naturales, sin la libre inter­
la prim era sem ana h a sta el segundo mes, se le cono­ vención humana.
ce por embrión; desde el segundo mes, es un feto. Se
adm ite com únm ente que el feto es viable a las vein­ - El núm ero de abortos espontáneos es bastante
tiocho sem anas. elevado. Prescindiendo de los abortos m uy precoces
(llam ados «m icroabortos»), la frecuencia de los
La noción genérica de aborto tiene m atices espe­ abortos espontáneos oscila entre el 10 al 15%.
cíficos en la consideración jurídica, en la considera­
ción m édica y en la consideración m oral. Para el - Son m uchas las causas del aborto espontáneo,
m édico, a b o rta r es expulsar el feto no viable. Para pero puede afirm arse de una m anera general que
el ju rista y jurisconsulto es sólo la acción voluntaria tres de cuatro abortos se deben al m al estado del
y m aliciosa de provocar aquella expulsión, em ­ em brión.
pleando p a ra este fin los m edios conducentes que lo - E sta abortividad espontánea es un fenóm eno
logren. El aborto m oral se basa en la realid ad del fisiológico que tiene una lectura finalística: tiende a
aborto m édico, pero añade la peculiaridad de la ins­ lograr una adecuada selectividad en la especie h u ­
tancia ética (el peso de la «valoración», entendida m ana.

134 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


El aborto provocado es el que se debe a la intervención (A veces en la literatura médica se le llama, impropia­
libre del hombre. mente, aborto terapéutico).
- Este es el aborto considerado por la m oral y - Las m alform aciones se conocen m ediante la
por el derecho, ya que en él interviene la libertad diagnosis pren atal. E sta se realiza principalm ente a
hum ana. través de dos técnicas: la am niocentesis (análisis
- La m edicina, adem ás de considerar el aborto del líquido am niótico, en el que se encuentra inm er­
provocado, tam bién tiene en cuenta el aborto es­ so el feto, la cual perm ite diagnosticar las enferm e­
pontáneo (para prevenirlo, p a ra conocer sus causas, dades crom osom áticas, p o r ejem plo el «mongolis-
etc.). mo»), y la ecografía (m ediante ultrasonidos puede
visualizarse el feto y diagnosticar m alform aciones
- Desde el punto de vista jurídico, puede ser im portantes: hidrocefalia, m icrocefalia, etc.).
«legal» (si está tolerado por la ley) o «crim inal» (si
no está perm itido por la ley). - Las m alform aciones congénitas tienen causas
m uy variadas: presencia de un gen nocivo: anom a­
- Desde el punto de vista m oral, el aborto pro­ lías en el núm ero y en la colocación de los crom oso­
vocado es considerado en referencia a la responsa­ m as; ingestión de sustancias tóxicas du ran te el em ­
b ilidad personal y al valor m oral objetivo. Se habla barazo (recordar el «caso de la talidom ida»); enfer­
de «aborto m oral» en relación a un com portam ien­ m edades de la gestante (por ejem plo la rubéola);
to abortivo negativo: cuando interviene la respon­ etc. No se ha probado que las em anaciones de gas
sabilidad en una acción que induce un contravalor tóxico en Seveso (Italia) y el síndrom e tóxico debido
en este ám bito de la gestión. al aceite de colza (en España) hayan tenido un efec­
to m alform ativo en el feto.
« Clases o tipos de aborto provocado - El ab orto eugenésico alude a una situación
ciertam ente d ram ática. La decisión que se ha de
El aborto provocado se suele catalogar según las to m ar (in terru m p ir o proseguir el em barazo) se si­
«causas» o «razones» que originan la interrupción tú a en un «conflicto de valores».
voluntaria del em barazo. A estas causas o razones
se les da el nom bre de «indicaciones». Aborto humanitario. Es el aborto provocado cuando el
Tanto desde el punto de vista m édico como ju rí­ embarazo ha sido consecuencia de una acción violenta,
dico y m oral se distinguen cuatro tipos de aborto: como por ejemplo la violación (a veces se llama aborto
«ético»).
Aborto terapéutico. Es el aborto provocado cuando la con­
tinuación del embarazo pone en peligro la vida de la - El aborto por violación alude tam bién a una
mujer gestante. situación d ram ática, en la que el em barazo no es
consecuencia del am or, sino de la violencia. Sin em ­
- En épocas pasadas, esta situación se daba con bargo, esta situación no es tan frecuente, ni la fe­
cierta frecuencia (tuberculosis pulm onar, cardiopa- cundación por violación una consecuencia norm al.
tía grave, etc.). Por otra p arte, existen altern ativ as h u m an itarias
- En la actualidad, gracias a los progresos de la (por ejem plo la adopción) a un em barazo (y subsi­
m edicina, esta d ram ática situación es excepcional guiente alum bram iento) po r violencia.
(por ejem plo, em barazo ectópico: desarrollo no en
la m atriz, sino en las tro m p as u ovarios). Aborto psico-social. Es el aborto provocado cuando el em­
barazo resulta «no deseado» por razones de carácter so­
- El aborto terapéutico carece prácticam ente, cial o psíquico: problemas económicos o de vivienda, em­
en la actualidad, de significación real. No es proble­ barazo en mujeres solteras o como consecuencia de rela­
m a m édico, ni por tan to tam poco jurídico o m oral. ciones extraconyugales, motivos psicológicos en la mujer,
Aborto eugenésico. Es el aborto provocado cuando existe etc.
el riesgo, y a veces la certeza, de que el nuevo ser nazca - Este tipo de aborto funciona de hecho como
con anomalías o malformaciones congénitas. un «m étodo de control de natalidad» m ás.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 135


- Las indicaciones psicosociales son la causa mongólico) detectable con el m étodo de la am nio-
m ás frecuente del núm ero de abortos en el m undo. centesis;
— Conviene tener en cuenta que la m ayoría de - la extensión del abanico de m otivaciones per­
las interrupciones voluntarias del em barazo obede­ sonales: a las «indicaciones» clásicas se añaden
cen a razones psicosociales. La poca im portancia de otras de carácter m ás refinado, psicológicam ente
estas razones pone m ás de relieve el oscurecim iento hablando;
del valor de la vida in tra u te rin a o en gestación. - la em ancipación de la m ujer;
- la difusión acrítica de determ inadas corrien­
• Sociología del aborto tes filosóficas y «científicas» que p lan tean el pro­
blem a de la existencia o no existencia de vida pro ­
El aborto es una realidad sociológica. No pode­ piam ente hu m an a du ran te algunas etapas del em ­
mos dejar de reconocer la existencia de este hecho barazo;
social, cuyo núm ero e im portancia tienden a au­
m entar. - situaciones de injusticia social: en educación,
en cu ltu ra (m achism o), en vivienda, en trabajo, en
Por lo que respecta al núm ero, se puede estim ar econom ía, etc.
que los abortos alcanzan el 30% de los nacidos en
aquellos países donde está liberalizado, m ientras
que el porcentaje en los países donde no está legiti­ b) Valoración moral
m ado puede considerarse como del 20% en relación
con los nacidos. La S agrada E scritu ra no tiene referencias direc­
tas y explícitas al tem a del aborto. Los textos que a
Lo m ás im p o rtan te no es el hecho b ruto en sí, veces se citan, tan to del Antiguo (Ex 21, 22-23) co­
sino las im plicaciones sociales, culturales y políti­ mo del Nuevo T estam ento (Gál 5, 20; Ap 9, 21; 21,8;
cas que conlleva. La discusión socio-política de su 22, 15), no contienen una enseñanza directa y clara
liberalización o no constituye un dato fundam ental sobre el aborto. Sin em bargo, la S agrada E scritura
de la im portancia sociológica del aborto. ofrece una cosm ovisión decididam ente a favor de la
Teniendo en cuenta el núm ero elevado de abor­ vida. Tal cosm ovisión puede ser aplicada coheren­
tos y, sobre todo, las variables que intervienen en tem ente a la realidad concreta del aborto.
los com portam ientos abortivos, se puede h a b la r de Por o tra parte, a lo largo de la h istoria de la vida
nuestra sociedad com o de una «sociedad abo rtis­ y del pensam iento de la Iglesia se constata una afir­
ta». Los factores y datos que hacen posible el carác­ m ación constante del valor de la vida en gestación.
ter ab ortista de la sociedad son muchos; pueden ser A pesar de los titubeos de carácter precientífico m a­
enum erados, al m enos, los siguientes: nifestados en la distinción de feto form ado/no for­
- el progreso técnico, que elim ina los riesgos de m ado (feto anim ado/inanim ado), en las diversas
las intervenciones abortivas; teorías de anim ación m ed iata o inm ediata y hasta
- la creciente perm isividad, que origina un ele­ en la diversidad de penas aplicadas a las acciones
vado techo de aceptación social del aborto; abortivas, sin em bargo la d octrina de la Iglesia ca­
tólica ha m antenido una perm anente tom a de pos­
- las deficiencias y fallos en el control de n a ta li­ tu ra con traria a la realid ad del aborto y afirm ativa
dad, cuyas carencias tendería a suplir el recurso al en relación con la vida en gestación.
aborto;
En la actualidad, la d octrina oficial de la Iglesia
- el crecim iento dem ográfico, ju n to con los in­ católica sobre la m oralidad del aborto es clara y
tereses políticos y económ icos de determ inados taxativa. Apoyándose en las afirm aciones de la Bi­
grupos y países que sienten la tentación de m an ip u ­ blia, en la tradición cristiana, en las intervenciones
lar a otros m ediante la inducción a la p ráctica del anteriores del M agisterio y en la razón, la Iglesia
aborto; católica form ula su doctrina sobre el aborto del si­
- el h o rro r ante el em barazo defectuoso (feto guiente modo:

136 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- Todo ser hum ano, incluido el niño en el seno — Es necesario tam bién que la m oral de la co­
m aterno, posee el derecho a la vida in m ediatam en­ m unidad hum ana, y concretam ente la m oral del
te de Dios, no de los padres ni de cualquier a u to ri­ grupo cristiano, m antenga u n a postura de coheren­
dad hum ana. cia con relación al respeto debido a la vida hum ana.
- Por tanto, no existe hom bre alguno, autoridad No se puede enjuiciar negativam ente el aborto y
hü m an a alguna que pueda exhibir un título válido justificar al m ism o tiem po acciones que a ten tan
o una «indicación» suficiente (m édica, eugenésica, contra la m ism a vida hum ana: guerras, etc.
social, m oral, etc.) p a ra u n a directa disposición de­
liberada sobre u n a vida h u m an a inocente.
- Solam ente se justifica el llam ado «aborto in­
directo». B. 2. La eutanasia o el valor
La reflexión teológico-m oral, estando de acuer­ de la vida humana
do con la valoración oficial de la Iglesia católica, en su fase terminal
introduce algunas variaciones en su form ulación.
Busca una m ayor coherencia m etodológica, b asan ­
do el discernim iento ético en los datos científicos
a) Planteamiento
(sobre el com ienzo de la vida propiam ente hum ana) La m etodología coherente p a ra p lan te ar los pro­
y liberándose de la rigidez de los principios deonto- blem as éticos del m o rir es la que se basa en el valor
lógicos («doble efecto», etc.). Plantea las situaciones de la vida hum ana, valor que a veces se encuentra
conflictivas en clave de «conflicto de valores»; la en conflicto con otro valor, concretam ente el valor
solución m oral que haya de darse al aborto terap éu ­ de m orir dignam ente. Cuando no existen esas situ a ­
tico, al aborto eugenésico, al aborto socioético y al ciones conflictivas, ninguna ética razonable en­
aborto socioeconómico debe proceder de un estudio cuentra dificultad en m an ten er y defender el valor
ponderativo de los valores que en tra n en juego de de la vida h u m an a en el paciente (cercano o no tan
m odo conflictivo. Además, la reflexión teológico- cercano al desenlace final). Las preguntas surgen
m oral actual no olvida que m uchos problem as se cuando existe un conflicto entre el valor de la vida
p lan tean con una carga de «situación-lím ite». hu m an a y otras realidades que se juzgan tam bién
El valor de la vida hum ana, que está a la base de como valores.
todo juicio m oral sobre el aborto, ha de form ularse Adoptam os pues como perspectiva m etodológi­
en clave de «hum anización». La exigencia de «hu­ ca el principio del conflicto de valores. Afirm amos el
m anizar» al m áxim o toda vida h u m an a h a de estar valor de la vida h u m an a no sólo en general, sino
en la base. A p a rtir de esta opción, la m oral del tam bién - y a que ésta es la situación hu m an a a la
aborto insiste en los aspectos siguientes: que nos referim os- en el paciente cercano al desen­
- Destaca la im portancia que tiene toda vida lace final (bien sea por an cianidad o po r enferm e­
hum ana. El juicio m oral sobre el aborto es al m is­ dad). H abrá situaciones conflictivas cuando surja
mo tiem po una afirm ación de la igualdad valorativa otro valor que deba ser tenido tam bién en cuenta
de todo ser hum ano. La dim ensión absoluta de todo dentro de esa situación del paciente cercano al de­
hom bre confiere a la persona el cará c te r de inalie- senlace final. Frente al valor de la vida h u m an a del
nabilidad y de trascendencia frente a toda posible paciente cercano al desenlace final, solam ente se
reducción a una cosa o a un instrum ento. puede co n stitu ir en auténtico conflicto ético el va­
- La m oral del aborto im plica un proyecto de lor del morir con dignidad.
acción en orden a que la exigencia de hum anización En relación con el valor de la vida hu m an a hay
no sea frustrada. En este sentido, todo lo que supon­ que afirm ar lo siguiente:
ga una elevación en el nivel de la fecundidad es al - la vida h u m an a tiene valor por ella m ism a;
m ism o tiem po una ayuda en el program a ético de posee una inviolabilidad axiológica de carácter
cara al aborto. apriorístico;

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 137


- la vida h u m an a no adquiere ni pierde valor ideal, etc. Un neologism o las resum e a todas: ortota­
ético por situarse en condiciones de aparente «des­ nasia.
crédito»: vejez, «inutilidad» social; etc.;
- el valor de la vida hu m an a es el apoyo funda­ • Noción formal
m ental y al m ism o tiem po el signo privilegiado de
los valores éticos y de los derechos socio-políticos Por lo que respecta a la noción formal, conviene
de la persona; advertir que la expresión «derecho a m orir digna­
m ente» no ha de entenderse como la form ulación de
- la vida hum ana, lo m ism o que la persona, no un derecho, en el sentido preciso del ordenam iento
puede ser in stru m en talizad a en relación con otros jurídico; m ás bien tiene una referencia al universo
fines distintos de ella m ism a. C oncretam ente: no de la ética, es decir, expresa una exigencia ética. Por
puede constituirse auténtico conflicto ético entre el o tra parte, la expresión no se refiere directam ente
valor de la vida h u m an a (tam bién la vida del p a ­ al «m orir», sino a la «forma» del m orir.
ciente cercano al desenlace final) y un valor social;
La expresión «derecho a m orir» apareció por
- la vida hu m an a no puede ser in stru m en taliza­ vez p rim era en la « D eclaración de los derechos del
da por el m ism o individuo que goza de ella. Concre­ enfermo», red actad a en 1973 por la Asociación de
tam ente: no puede constituirse auténtico conflicto los H ospitales Am ericanos. Este derecho puede en­
ético entre el valor de la vida del paciente y otro tenderse incorrectam ente: como un derecho a la eu­
bien del m ism o paciente que no englobe la to ta li­ tanasia; pero puede ser com prendido tam bién de
dad valora ti va de la persona. m odo coherente. Así lo querem os entender aquí. Lo
Pero, por otra p arte, tam bién es necesario afir­ colocamos como criterio m oral decisivo de la ética
m ar el valor de la «m uerte digna». Consiguiente­ del m orir; desde él han de ser ilum inados los pro ­
m ente, en las situaciones sobre todo de la distana- blem as éticos de la eu tan asia y de la distanasia.
sia, puede hablarse de auténtico conflicto de valo­
res cuando en tra n en juego el valor de la vida hu­
m ana y el valor del m o rir dignam ente, ya que este • Contenido real
valor se enraiza, lo m ism o que el valor de la vida En cuanto al contenido de la exigencia ética de
hum ana, en la to talid ad axiológica de la persona. la ortotanasia, lo sistem atizam os en un conjunto de
perspectivas.
El derecho del hom bre a m orir dignam ente su­
b) El derecho a morir dignamente pone una serie de exigencias que han de ser realiza­
(ortotanasia) das sobre todo por p arte de la sociedad. Señalam os
las siguientes com o las m ás decisivas:
Form ulada la m etodología m oral en térm inos de - Atención al m oribundo con todos los medios
conflicto de valores, y después de h a b e r expuesto el que posee actualm ente la ciencia m édica: p a ra ali­
sentido de uno de los valores, la inviolabilidad de la viar su dolor y prolongar su vida hum ana.
vida hum ana, es necesario señalar el contenido del
otro valor en conflicto: la exigencia ética del m orir - No p riv a r al m oribundo del m orir en cuanto
dignam ente. «acción personal»: el m orir es la suprem a acción
del hom bre.
La pregunta m ás decisiva se concreta en el signi­
ficado directo y en las im plicaciones m orales que — L iberar a la m uerte del «ocultam iento» a que
a rra stra la exigencia ética del m orir en cuanto «ac­ es som etida en la sociedad actual: la m uerte es en­
ción hum ana». En la actu alid ad se form ula esta exi­ cerrada actualm ente en la clandestinidad.
gencia con la expresión «m orir dignam ente», que — O rganizar un servicio hospitalario adecuado,
tiene otras equivalentes: m uerte digna del hom bre, a fin de que la m uerte sea un acontecim iento asum i­
m orir hum anam ente, derecho a la propia agonía, do conscientem ente por el hom bre y vivido en clave
m orir serenam ente, m uerte «a la antigua», m uerte com unitaria.

138 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


— Favorecer la vivencia del m isterio hum ano- Al concepto m édico de eutanasia, la considera­
religioso de la m uerte; la asistencia religiosa cobra ción ética añade un horizonte com prensivo nuevo:
en tales circunstancias un relieve especial. refiere la terap ia eutanásica de abreviación de la
— Pertenece al contenido del «derecho a m orir vida o de ad elan tam ien to de la m uerte al universo
hum anam ente» el proporcionar al m oribundo to­ de los valores m orales. Las situaciones eutanásicas
dos los rem edios oportunos p a ra calm ar el dolor, p ara la ética son aquellas terapias eutanásicas que
aunque este tipo de terap ia suponga una abrevia­ se ap rueban o reprueban m oralm ente por referen­
ción de la vida y sum e al m oribundo en un estado cia a una escala de valores. C oncretam ente, la apro­
de inconsciencia. Sin em bargo, no se le puede p ri­ bación o el rechazo m orales dependen del m odo de
var al m oribundo de la posibilidad de asum ir su resolver el conflicto entre el valor de la vida h u m a­
propia m uerte, de hacerse la pregunta radical de su na y el valor del m orir como a ltern ativ a m ejor aquí
existencia, de la lib ertad de o p ta r por vivir lúcida­ y ahora frente al vivir.
m ente aunque con dolores, etc. Las situaciones eutanásicas pueden agruparse
de diverso m odo según el criterio de sistem atiza­
ción. Juzgam os conveniente destacar dos grupos de
c) Moral de la llamada «eutanasia» situaciones:
Después de h ab er señalado como criterio funda­ - La eu tan asia puede ser «personal» o «legal».
m ental de la ética de la m uerte el «derecho a m orir La prim era se realiza por opción del interesado (o
hum anam ente», nos vam os a detener brevem ente de sus fam iliares o de un tercero interesado en la
en la.valoración m oral de algunos com portam ien­ situación). La eu tan asia legal es la im puesta o la
tos en relación con la abreviación y la prolongación tolerada (despenalizada) por la ley.
de la vida del m oribundo. Estos com portam ientos - Tanto la eu tan asia personal com o la legal
reciben el nom bre de eu tan asia (si se tra ta de la pueden realizarse de dos m aneras: por ciertos m oti­
abreviación) y de d istan asia (si se tra ta de prolon­ vos, como, por ejem plo, p a ra ev itar dolores y m oles­
gación). tias al paciente, p a ra re m a ta r heridos agonizantes
en el cam po de batalla, p a ra deshacerse de ancianos
«inútiles» en fase decrépita, etc., o por sim ple elec­
• Situaciones eutanásicas ción libre del paciente o anciano que juzga m ás h u ­
m ano hacer del m o rir un acto de personal disposi­
Dejando a p arte el significado etim ológico y las ción.
connotaciones afectivas que en otras épocas ha teni­
do el térm ino «eutanasia», entendem os po r situa­
ciones eutanásicas aquellas situaciones en las que el
• Valoración moral de la eutanasia
valor de la vida h u m an a parece encontrarse en una
condición tal de oscurecim iento u ocaso que una Nos referim os a aquellas situaciones en las que
terapia de anticipación de la m uerte aparece como el paciente (o sus fam iliares u otras personas com ­
alternativa m ejor. p rendidas en la situación) considera preferible
Desde un punto de vista m édico, eutanasia es abreviar la vida y, consiguientem ente, a d e la n ta r la
todo tipo de terap ia que suponga objetiva o in ten ­ m uerte por los m otivos siguientes: liberarse de una
cionalm ente, directa o indirectam ente, el a d e la n ta ­ agonía prolongada, liberarse de sufrim ientos n o ta­
m iento de la m uerte. Aunque los m oralistas a c tu a ­ bles, deshacerse de una vida «inútil» (ancianos, m i­
les siguen distinguiendo entre eu tan asia «positiva» nusválidos), hacer del m o rir una «elección libre»,
y «negativa», preferim os en tender la eu tan asia ne­ etc.
gativa dentro de los esquem as de la distanasia, re ­ ¿Se puede h a b la r en esos casos de auténtico con­
servando el térm ino «eutanasia» p a ra la eutanasia flicto ético entre el valor de la vida y esos valores
positiva (directa o indirecta; realizada por acción o señalados que co n stitu irían el contenido del dere­
por omisión). cho a m o rir dignam ente? Frente a ciertas posturas

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 139


extrem as de algunos m oralistas y frente a aquellos - Por razón de las posibles esperanzas de recu­
que parecen eq u ip a rar la eutanasia con las situacio­ peración m ediante los procesos terapéuticos de rea­
nes de distanasia, hablando indistintam ente para nim ación.
am bas situaciones de «m uerte librem ente elegida», De los tres criterios anteriores, creem os que el
nuestra respuesta es claram ente negativa. últim o es el m ás decisivo. Los dos prim eros supo­
No hace falta rep etir los argum entos que se han nen en el fondo una discriminación injusta que la
dado continuam ente por la m oral p a ra condenar ética puede inicialm ente acep tar p ara sobre ella
toda acción que tienda a abreviar directam ente la construir los criterios y las soluciones m orales.
vida del m oribundo: inviolabilidad de la vida h u ­ Si aceptam os el últim o criterio como válido p a ­
m ana; sinsentido de la proposición de otros valores ra hacer una tipificación de las situaciones d ista n á ­
por encim a del valor de la vida hum ana; peligro de sicas, tenem os que hacer u n a catalogación de casos,
a rb itraried ad por p arte de los «poderosos» (autori­ cuyo espectro de posibilidades irá desde el «pacien­
dad, técnicos, etc.); consideración «utilitarista» de te» que solam ente tiene vida vegetativa (sin vida
la vida del hom bre; pérdida de nivel m oral en la propiam ente hum ana) h asta el que realm ente goza
sociedad, etc. de vida plenam ente hum ana, pero p a ra cuya per­
E sta valoración tajan te no im pide que se tengan m anencia precaria y por poco tiem po se requieren
en cuenta los m atices diversos que nacen de la dis­ tratam ientos por encim a de lo norm al.
tinción e n tre dim ensión o b jetiv a y dim ensión En todas estas situaciones surge el interrogante
subjetiva y entre consideración m oral (pecado) y ético: el respeto a la vida h u m an a ¿exige provocar
consideración jurídica (crimen). la terap ia distanásica o, por el contrario, el derecho
a m orir dignam ente postula la antid istan asia o
adistanasia?
d) Moral de la distanasia
• Situaciones distanásicas • Valoración moral de la distanasia
Distanasia es un térm ino acuñado recientem en­ Las situaciones distanásicas revisten una gran
te p ara referirse a ciertas situaciones m édicas crea­ variedad. Sin em bargo, todas se pueden enm arcar
das por el em pleo de una nueva técnica terapéutica, dentro de un afán desm esurado de prolongar la vi­
la reanim ación. Distanasia es la práctica que tiende da hum ana (o, a veces, la vida vegetativa del orga­
a alejar lo m ás posible la m uerte utilizando no sólo nism o hum ano). Creemos que e n tra dentro del «de­
los medios ordinarios, sino los extraordinarios muy recho a m orir hum anam ente» no prolongar indebi­
costosos en sí m ism os o en relación con la. situación dam ente la vida del hom bre m ás allá de lo que p re­
económ ica del enferm o y su fam ilia. sum iblem ente es el espacio de la realización de la
La realidad con traria a la distanasia es la adis- libertad hum ana. M ientras que juzgam os inm oral
tanasia (o antidistanasia), consistente en «dejar todo procedim iento conducente a la eutanasia, opi­
m orir en paz» al enferm o sin propiciarle los m edios nam os que debieran proponerse pistas m ás abiertas
conducentes a re tra sa r la m uerte inm inente. p ara o rien tar la conciencia m oral con relación a las
Las situaciones distanásicas (y sus correspon­ situaciones distanásicas. En concreto, nos referi­
dientes antidistanásicas) pueden ser clasificadas mos a las siguientes situaciones:
desde diversos criterios:
- Por razón del carácter ordinario o extraordina­ t Vidas mantenidas mediante
rio de los m edios que han de ser em pleados para técnicas de reanimación
m antener la vida al paciente. Con respecto a la reanimación, pueden presen­
- Por razón del sujeto paciente: según se trate tarse situaciones diversas. Si se llega a com probar
de un joven, de un anciano, de una persona m ás o que ha tenido lugar la «m uerte clínica» (m uerte
menos «cualificada», etc. irreversible de la corteza cerebral), no tiene sentido

140 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


m antener la vida p u ram ente vegetativa. Aun cuan­ de las Asistencias M édicas Católicas, ha escrito
do no pueda com probarse la existencia de la m uerte (1970): «En m uchos casos, ¿no sería una to rtu ra
clínica, se dan situaciones en las que la rean im a­ inútil im poner la reanim ación vegetativa en la ú lti­
ción lo único que puede lograr es la prolongación de m a fase de una enferm edad incurable? El deber del
una vitalidad parcial, a veces reducida a reflejos m édico consiste m ás bien en hacer lo posible por
casi exclusivam ente vegetativos. calm ar el dolor en vez de a la rg ar el m ayor tiem po
En tales situaciones no es inm oral, y a veces será posible, con cualquier m edio y en cualquier condi­
recom endable (atendiendo a razones económicas, ción, una vida que ya no es del todo hum ana y que
fam iliares, psicológicas, etc.), suspender el tra ta ­ se dirige n atu ralm en te hacia su acabam iento».
m iento distanásico. Pío XII se expresó de la siguien­
te m anera en 1957: «Si es evidente que la tentativa 4 Situaciones en que el «dejar morir»
de la reanim ación constituye, en realidad, p ara la es recomendable
fam ilia tal peso que no se le puede en conciencia
im poner, ella puede in sistir lícitam ente p ara que el Existen situaciones en las que no hay obligación
m édico in terru m p a sus intentos, y el m édico puede de prolongar la vida h u m an a y en las que se puede
condescender lícitam ente con esa petición. No hay dejar morir al paciente. «El derecho a una m uerte
en este caso ninguna disposición directa de la vida hum ana no debe significar que se busquen todos los
del paciente, ni eutanasia, la cual no sería lícita» m edios a disposición de la m edicina, si con ellos se
(AAS 49 [1957] 1030). El cardenal Villot, secretario obtiene como único resultado el de retrasa r artifi­
de Estado, en ca rta dirigida en nom bre del papa al cialm ente la m uerte. Esto se refiere al caso en el
secretario general de la Federación Internacional que, por una intervención de carácter m édico, una

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 141


operación por ejem plo, la vida se prolonga real­ sabe humanizar al hombre ni suprimir los moti­
m ente poco y con duros sufrim ientos, h asta tal pun­ vos que conducen a ese gesto fatal. Una sana profi­
to que el enferm o, en breve período de la propia laxis social tendrá que analizar el suicidio desde el
vida, se encuentre som etido, a pesar de la opera­ punto de vista individual y social, psicológico y
ción, o justam ente como resultado de la m ism a, a moral, objetivo y subjetivo, religioso y laico.
graves trastornos físicos o psicológicos... Si el p a ­
ciente, sus parientes y el m édico, tras haber sopesa­
do todas las circunstancias, renuncian al em pleo de
m edicinas y de m edidas excepcionales, no se les Tanto el suicidio «desesperación» como el suici­
puede im p u tar el atrib u irse un derecho ilícito a dis­ dio «contestación» suponen una pérdida de sentido.
poner de la vida hum ana» (Obispos alem anes, 1974: La fe en el Dios vivo es la que liberará al hom bre de
Ecclesia 25 [1975] 1239-1240). la tentación del suicidio. Como dice Bonhoffer, «al
desesperado no le salva ley alguna que apele a la
Conviene advertir que este «dejar m orir» no es propia fuerza, esa ley le im pulsa m ás bien de m ane­
lo m ism o que «hacer m orir» (realidad esta últim a ra m ás desesperada a la desesperación; al que de­
que se identifica con la eutanasia). sespera de la vida sólo le ayuda la acción salvadora
de otro, el ofrecim iento de una nueva vida, que se
B. 3. Atentados contra la vida humana vive no por propia virtud, sino por la gracia de
Dios» {Etica. Barcelona 1968, 118).
a) El suicidio
• La valoración moral del suicidio
• La realidad del suicidio
En el juicio ético concreto del suicidio conviene
Son m últiples las form as con que el hom bre distinguir el plano subjetivo y el objetivo. La respon­
puede llegar a disponer de su propia vida. La «co­ sabilidad subjetiva del suicida es en la generalidad
barde desgana del vivir» tiene m últiples versiones de los casos m uy lim itada; su libertad está condi­
históricas: la exaltación exagerada de un valor (la cionada po r la presencia de procesos psicológicos
p atria, una operación bélica, etc.), el deseo de dis­ de carácter preferentem ente depresivo. La afirm a­
poner librem ente de la propia vida (o de «elegir ción anterior no descarta la existencia de suicidios
librem ente la propia m uerte»), la búsqueda m ás o que, aparentem ente al m enos, gozan de notable lu­
menos patológica de la m uerte como solución a la cidez: los llam ados suicidios «protesta» o los suici­
depresión vital, etc. dios «altruistas».
En todas estas situaciones existe un «descrédi­ Por lo que respecta a la dim ensión m oral objeti­
to» del vivir en cuanto su b strato de la realización va, el suicidio aparece como una opción claram ente
personal. Las causas sociológicas y psicológicas ayu­ negativa al colocarlo dentro de un horizonte de p re­
dan a com prender la realidad personal y social del ferencias hum anas y hum anizadoras:
suicidio, pero no son capaces de d ar «sentido» al
contrasentido fundam ental que a rra stra el hecho de - La autorrealización es preferible a la autodes-
que un ser hum ano se quite la vida a sí m ism o. trucción. El suicidio es la negación existencial de
esta preferencia prim aria.
I— — H iMU , ■ - Las acciones revocables tienen preferencia
existencial frente a las irrevocables. El suicidio cor­
La humanidad actual necesita' una elevación ta la posibilidad del cam bio, de la creatividad y de
moral, ya que el problema del suicidio adquiere las decisiones nuevas.
mayores proporciones trágicas, constatables no - La libertad vivida m ás intensam ente y con
sólo en la elevación estadística, sino también en m ayor tem poralidad es preferible a la lib ertad cor­
las formas de realizarlo. Es la sociedad contempo­ tad a p rem atu ram en te. El suicidio pone fin brusca­
ránea la que se halla en entredicho, porque no m ente a las posibilidades de la libertad hum ana.

142 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Santo Tom ás ha m arcado a la m oral católica la zar una p ertu rb ació n del orden público, etc. Es cier­
p a u ta m etodológica en la condena m oral del suici­ to que el discernim iento m oral de estas y otras si­
dio: «Es absolutam en te ilícito suicidarse, por tres tuaciones en que se provoca la m uerte de un modo
razones: Prim era, porque todo ser se am a n a tu ra l­ m ás o m enos legalizado debe hacerse m ediante un
m ente a sí m ism o. Por tal m otivo, el que alguien se estudio m inucioso y m atizado. Sin em bargo, se
dé m uerte es contrario a la inclinación n atu ral y a puede afirm ar globalm ente que no es indicio de ele­
Ta carid ad por la que uno debe am arse a sí m ism o. vado sentido m oral el rec u rrir a la privación de la
Segunda, porque cada parte, en cuanto tal, es algo vida hu m an a p a ra solucionar las conflictividades
del todo; y un hom bre cualquiera es p a rte de la existentes en la sociedad. La conflictividad social
com unidad y, por tanto, todo lo que él es pertenece solam ente encuentra un cam ino de solución en el
a la sociedad; luego el que se suicida hace injuria a análisis de los factores que la provocan y en la im ­
la com unidad. Tercera, porque la vida es un don plantación de una adecuada justicia. No cabe tra s­
dado al hom bre por Dios y sujeto a su divina potes­ lad ar sin m ás a este terreno los principios m orales
tad, que m ata y hace vivir. Y, por tanto, el que se clásicos de la «legítim a defensa».
priva a sí m ism o de la vida peca contra Dios» (2-2,
• En relación con la pena de m uerte, la m oral
q. 64, a. 5).
tradicional defendió su licitud. Los argum entos
principales que esgrim ió, que no están sacados di­
• Los suicidios colectivos rectam ente de la fe, sino de la razón, fueron los si­
guientes: En p rim er lugar, el de la intim idación,
En la h istoria universal de la hu m an id ad y en la que supone que el m iedo a la pena de m uerte rep ri­
historia p a rticu la r de los pueblos se reseñan como m irá a los posibles culpables. En segundo lugar, el
actos heroicos determ inados suicidios colectivos de la reparación, que busca la com pensación de un
(N um ancia, M asada, etc.). V alorados estos hechos m al y un desequilibrio social dando la m uerte al
con perspectiva histórica, es justo reconocer en delincuente que antes la ha causado v oluntaria­
ellos ciertos aspectos positivos. Sin em bargo, ta m ­ m ente a otro hom bre. En tercer lugar, el de la legíti­
bién es necesario reconocer en ellos factores n e ta ­ m a defensa, con la que la sociedad se defiende de
m ente negativos: exaltación p a trió tica indebida, sus enemigos.
m anipulación de líderes carism áticos, fanatism o
religioso, etc. En todo caso, y dejando a p arte el ju i­ • Sin em bargo, una gran p a rte de la sociedad,
cio histórico, lo que conviene señalar es la clara cuyo núm ero va constantem ente en aum ento, opina
condena ética de toda instrum entalización de esos que la pena de m uerte debe ser elim inada de los
suicidios colectivos: p a ra seguir m anteniendo un códigos m odernos, sin e n tra r a juzgar lo que hicie­
inhum ano desprecio por la vida, un belicism o tra s­ ron siglos anteriores en otras circunstancias.
nochado, un fanatism o intransigente, un ritu al ne- Por n uestra p arte, suscribim os las siguientes ra ­
crófilo, etc. No honran a la hu m an id ad ni a los pue­ zones que expresan la po stu ra con traria a la pena
blos los hechos contrarios a la vida, tan to propia de m uerte:
-com o ajena, sino las acciones a favor de la vida hu­ « - La pena de muerte es inútil. Las estadísticas
m ana, propia y ajena. dem uestran que su perm anencia o supresión no in­
fluye en la proporción de delitos com etidos. Ade­
m ás, la m uerte del delincuente no aprovecha a n a­
b) La pena de muerte die ni rep ara nada. Recuérdese el argum ento de la
• La hum anidad no se ha liberado todavía de la m ujer de Tecoa ante David.
m uerte «legalizada». Es cierto que se da una gran - Es inmoral. Es decir, que desm oraliza, que da
diferencia entre el «asesinato legal», las ejecuciones m al ejem plo. El delincuente puede ser o un perver­
como represalia o escarm iento, la m uerte provoca­ so, o un anorm al, o un trasto rn ad o por unas c ir­
da por operaciones bélicas, la pena de m uerte im ­ cunstancias. Pero la sociedad por principio es ecuá­
puesta por un delito, la m uerte inferida p a ra rech a­ nim e, serena, razonable, tiene unas leyes muy pen­

- PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 143


sadas y un cuerpo de personas equilibradas y de lectiva» (A. Iniesta: Concilium , n. 140 [1978] 672-
gran a ltu ra m oral p a ra aplicarlas. Es m onstruoso 673).
que se ponga de igual a igual con un crim inal por
m era venganza. Además, siem pre queda la posibili­
dad de un erro r judicial, totalm ente irreparable. c) La tortura
- Es innecesaria. Porque p a ra defender a la so­ • No se ha llegado todavía a una noción u n á n i­
ciedad b asta con recluir al delincuente, y aun eso m em ente com partida de to rtu ra. La Asamblea Ge­
solam ente el tiem po indispensable p a ra recuperar­ neral de la ONU, en D eclaración del 9 de diciem bre
le, dándole un tratam ien to adecuado, nunca consi­ de 1975, la define así: «A los efectos de la presente
derando la cárcel como vejación y venganza. D eclaración, se entenderá por to rtu ra todo acto por
el cual un funcionario público, u o tra persona a ins­
- Es pesimista. No cree que tengam os hoy m e­ tigación suya, inflija intencionadam ente a una p er­
dios p a ra ayudar a un hom bre a regenerarse com ­ sona pena o sufrim ientos graves, ya sean físicos o
pletam ente, a m ejorar siquiera; p a ra intentarlo, al m entales, con el fin de obtener de ella o de un terce­
menos. E sta ley prefiere una solución tajante, extir­ ro inform ación o una confesión, de castigarla por
pando el m al con la ejecución del delincuente, como un acto que haya com etido o se sospecha que ha
si el m al pudiera hipostasiarse. Se olvida que la com etido, o de in tim id a r a esa persona o a otras».
pena de m uerte se está dem ostrando crim inógena y
que sólo curando al delincuente se elim ina real­ La Asam blea M édica M undial, celebrada en To­
m ente el m al. kio en octubre de 1975, extiende el concepto de to r­
tu ra m ás allá de la acción de los funcionarios: «Para
- Es injusta. Una sociedad com petitiva y consu­ el propósito de esta Declaración, se define to rtu ra
m ista, que educa a sus m iem bros en la lucha por el como el sufrim iento físico o m ental infligido en for­
éxito cueste lo que cueste, engendra violencia; una m a deliberada, sistem ática o caprichosa por una o
sociedad m ontada estru ctu ralm en te sobre tantas m ás personas, actuando sola o bajo las órdenes de
injusticias, segrega delincuencia. Después no quiere cualquier autoridad, con el fin de forzar a o tra per­
reconocer sus propios frutos, sino que desea elim i­ sona a d ar inform aciones, a hacerla confesar o por
narlos de su seno con un falso puritanism o, convir­ cualquier o tra razón».
tiendo a esos m iem bros suyos m ás débiles en chivos
expiatorios de pecados que en gran p arte son de • La to rtu ra ha tenido diversas presentaciones a
toda la colectividad. lo largo de la h istoria. En la actualidad, dentro de la
variedad de sistem as globales y de tipos concretos
- Es anticristiana. Aunque por razones coyuntu- de to rtu ra, este fenóm eno m acabro reviste unos ras­
rales, siem pre externas al pensam iento de Dios, en gos característicos en relación con el pasado: hay
la B iblia se cuenta m ucho con la violencia y con la una tendencia a u tilizar las to rtu ras de orden psí­
m uerte, la orientación general de la revelación aun quico, sin ab an d o n ar las de orden físico; se ha pro­
en el AT es bien clara a favor de la vida, del perdón gresado en las técnicas de to rtu ra de tal modo que
y de la esperanza. Dios im pide que el asesino Caín ésta resulta «lim pia» (no deja huellas visibles); con
sea ejecutado a su vez. La ley del talión tiene senti­ relación a los fines perseguidos: adem ás de los fines
do claram ente lim itativo, p a ra evitar excesos en la policiales, de castigo, de intim idación de la pobla­
venganza. Dios es el origen de la vida, y por ello ción, etc., se destacan los encam inados a deshacer
toda vida es sagrada, aun la del anim al. En el NT, la posibilidad de disidencia política.
Jesús de N azaret prom ulga claram ente su ley de
am or, inclusive al enemigo, y el perdón sin lím ite • Frente a la justificación de la to rtu ra en épo­
alguno, h asta setenta veces siete. Y ello aunque a cas pasadas, en la actu alid ad se advierte un un án i­
uno le cueste la vida, como realiza él m ism o en la me clam or de condena y de rechazo.
cruz, perdonando de corazón a sus enem igos. Esto La to rtu ra es absolutam ente inm oral y no puede
no es de añadidura, sino de ley fundam ental c ristia­ ser justificada por ningún m otivo. El m agisterio
na. Y no sólo p ara orientación individual, sino co­ pontificio reciente ha proclam ado ab iertam en te esa

144 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


condena. El Concilio V aticano II form uló idéntica dad de la persona, reduciéndola a cosa o a m ero
condena al decir: «Cuanto a te n ta contra la vida instrum ento; viola el derecho del hom bre a su inte­
—hom icidios de cualquier clase, genocidios, aborto, gridad física y psíquica; va unida a connotaciones
eu tan asia y el m ism o suicidio deliberado-; cuanto injustas: negación de la lib ertad política, apoyo de
viola la integridad de la persona hum ana, como, regím enes to talitarios, etc.; por otra parte, la to rtu ­
por ejem plo, las m utilaciones, las to rtu ra s m orales ra es un indicador, causa y efecto a la vez, del grado
o físicas, los conatos sistem áticos p a ra dom inar la de inhum anidad en que vive la sociedad.
m ente ajena; cuanto ofende a la dignidad hum ana, • Para co m b atir la to rtu ra no b asta con conde­
como son las condiciones infrahum anas de vida, las narla. Es necesario organizar un program a ed ucati­
detenciones a rb itra ria s, las deportaciones, la escla­ vo que tienda a errad icarla. D entro de esta tarea
vitud, la prostitución, la tra ta de blancas y de jóve­ educativa hay que resaltar: la inform ación y con-
nes; o las condiciones laborales degradantes, que cienciación en relación con los derechos hum anos;
reducen al operario al rango de m ero in strum ento pedir que los gobiernos ratifiquen los pactos in te r­
de lucro, sin respeto a la lib ertad y a la responsabi­ nacionales sobre la condena de la tortura; crear una
lidad de la persona hum ana: todas estas p rácticas y conciencia de condena generalizada frente a la tor­
otras parecidas son en sí m ism as infam antes, de­ tu ra y de apoyo tam bién generalizado a las cam pa­
gradan la civilización hum ana, deshonran m ás a ñas que luchan p a ra erradicarla. «La to rtu ra tiene
sus autores que a sus víctim as y son totalm ente con­ que llegar a ser tan inconcebible como la esclavi­
tra ria s al honor debido al creador» (GS 27). tud». Tal es el lem a que Sean Mac Bridge, prem io
En el citado texto del V aticano II se encuentran Nobel de la Paz, puso a la C am paña p ara la supre­
las razones básicas que justifican la condena total y sión de la to rtu ra , que lleva a cabo Am nistía In te r­
absoluta de la to rtu ra . E sta a te n ta contra la digni­ nacional.

C. Para PR O FU N D IZAR
El estatuto antropológico y ético del embrión humano.

a) Los datos de la ciencia Para h a b la r de u n a vida específicam ente hu m a­


a tener en cuenta na, hay que tener en cuenta cuatro m om entos o,
m ejor, cuatro procesos decisivos en el desarrollo
Los datos a tener en cuenta p a ra e m itir un juicio em brionario:
suficientem ente crítico sobre el com ienzo de la vida - Fusión de los gametos (fecundación): proceso
hum ana se deducen del conocim iento que actu al­ por el que aparece un genotipo distinto del padre y
m ente se posee sobre el desarrollo de la vida em ­ de la m adre con posibilidades de autodesarrollo ho­
brionaria. mogéneo.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 145


- Segmentación: proceso m ediante el cual se padres (traducianism o) eran p artid ario s de la an i­
realiza el fenóm eno de la individuación, constata- m ación inm ediata; en cam bio, los que seguían la
ble sobre todo en el caso de los mellizos idénticos. tesis de que las alm as son creadas por Dios (creacio­
- Im plantación en el útero (anidación): m om en­ nismo) apoyaban la opinión de la anim ación re ta r­
to desde el cual decrece la pérdida de los óvulos dada. La tesis creacionista fue la que se im puso y la
fecundados y proceso m ediante el cual se logra una que pasó a ser oficial, de tal m anera que Pío XII
realidad nueva con «unidad» y «unicidad» propias, afirm ó: «La fe católica nos obliga a acep tar que las
y al m ism o tiem po acaece una relación m ás estre­ alm as son creadas inm ediatam ente por Dios» (Hu-
cha del nuevo ser con la m adre. m ani generis). Por eso m ism o, tam bién se generalizó
y se im puso la opinión de la anim ación retard ad a.
- Aparición de la corteza cerebral: considerada
como el su strato biológico de la racionalización, de E sta razón teológica y la incorporación al pensa­
un m odo paralelo al significado que tiene en la filo­ m iento cristiano de la antropología aristotélica
génesis. (com prensión filosófica hilem órfica y concepción
peculiar de la em briología hum ana) hicieron que la
Teniendo en cuenta estos datos, es necesario tesis de la anim ación re ta rd a d a fuese la opinión
afirm ar que existe vida h u m an a desde el m om ento m antenida de form a generalizada du ran te la edad
de la fecundación. Pero ¿hay que afirm ar tam bién m edia. Son testigos cualificados de esta m anera de
la presencia de vida personal desde ese m om ento? pensar: los Libros Penitenciales (en la alta edad m e­
La reflexión teológica tra ta de contestar a esta pre­ dia), la Escolástica (Pedro Lom bardo, san Alberto
gunta, pero siem pre dentro del significado que Magno, santo Tom ás de Aquino), y el Derecho (De­
apo rtan los datos de la ciencia. creto de Graciano). Siguiendo la com prensión an ­
tropológica de signo hilem órfico (el hom bre: com ­
b) Superación de planteamientos puesto de alm a y cuerpo) y aceptando los datos (po­
co críticos y m uy «prejuzgados») de la em briología
históricos aristotélica, en la edad m edia prevalece la tesis de
de la etapa precientífica la anim ación reta rd a d a explicada del siguiente m o­
A p a rtir de las dos opciones m etodológicas pre­ do: el alm a racional aparece en el varón a los cua­
cedentes, es fácil com prender que la reflexión teoló­ renta días y en la m ujer a los ochenta.
gica actual considere como inadecuados los p lan ­ La teología po strid en tin a sigue m anteniendo la
team ientos que la m ism a teología ha hecho sobre el tesis de la anim ación reta rd a d a , tan to p ara redi-
comienzo de la vida hu m an a en otros m om entos m ensionar afirm aciones dogm áticas como p a ra va­
históricos pertenecientes a la etap a precientífica lorar ética y canónicam ente las acciones abortivas.
del pensam iento hum ano. Recuerdo a continuación Pero, de hecho, la m oral casuista, sin ab an d o n ar en
los hitos m ás destacados de esa historia. teoría la opinión de la anim ación reta rd a d a , tendió
Los padres de la Iglesia se dividieron en dos co­ a solucionar los problem as m orales desde la acep ta­
rrientes de opinión: los que eran partid ario s de la ción p ráctica de la anim ación inm ediata. Con a tis­
«anim ación» inmediata (desde el m om ento de la bos en siglos anteriores, desde el siglo XIX com ien­
concepción) y los que lo eran de la «anim ación» za a abrirse cam ino la opinión de la anim ación in­
mediata o retardada (después de un cierto tiempo). m ediata. E sta m anera de pensar se ha convertido
Estas dos posturas estaban condicionadas, en gran en la actualidad en tesis oficial.
parte, por otros factores de la síntesis cristiana. El m agisterio de la Iglesia no intervino deciso­
Concretam ente, jugó un papel im p o rtan te al res­ riam ente en la d isputa; únicam ente condenó las dos
pecto la d istin ta respuesta que se d ab a a la pregun­ proposiciones extrem as: que el alm a se infunde en
ta sobre el origen del alm a hum ana: quienes expli­ el m om ento del nacer (Inocencio XI, en 1679) y que
caban el origen del alm a h u m an a por una preexis­ la infusión del alm a tiene lugar en el p rim er acto de
tencia anterior a su unión con el cuerpo (platonis­ inteligencia del niño (León XIII, en 1887 contra
mo cristiano) o po r una derivación del alm a de los Rosmini).

146 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


En general se puede a firm ar que toda la tra d i­ fican al d a r la im p o rtan cia decisiva a uno u otro de
ción de la reflexión m oral católica h a estado siem ­ los m om entos o factores biológicos, como:
pre incierta y, salvo en algunos decenios, m ás bien — el nacim iento
propensa a re ta rd a r sem anas y m eses el m om ento
- la viabilidad
de la hom inización. Frente a esta cuasi unanim idad
de la tradición de la reflexión teológica, la teología - la configuración de órganos
actual introduce una ru p tu ra , ya que p lan tea el te­ - la aparición de la corteza cerebral
m a desde presupuestos diferentes. — la anidación
— la fecundación
c) Posturas de la opinión pública
y científica
En la discusión general sobre el statu s hum ano d) Doctrina del magisterio eclesiástico
del em brión existe una gran variedad de posturas. El m agisterio eclesiástico católico actual afirm a
No obstante esa diversidad, pueden ser clasificadas sin am bages que la vida h u m an a debe ser respetada
por razón del criterio que utilizan p a ra d eterm in ar con todas las exigencias éticas de ser personal desde
la condición antropológica. He aquí la catalogación la fecundación.
de las principales posturas:
Así lo expresó el Concilio V aticano II en la cons­
• Criterio del «derecho de la gestante». Sin tener titución p asto ral G audium et spes: «La vida hu m a­
en cuenta directam ente los datos de la genética y na desde su concepción ha de ser salvaguardada
sin hacer referencia explícita a consideraciones filo­ con m áxim o cuidado» (n. 51). Y ésta es la doctrina
sóficas sobre la vida in tra u te rin a , hay quienes deci­ que han repetido en m últiples ocasiones los últim os
den considerar vida h u m an a únicam ente cuando el papas (desde Pío XII h a sta Ju an Pablo II), así como
feto haya pasado la b a rre ra de los tres meses. En todas las Conferencias episcopales católicas. Es dig­
esta consideración, lo único que se tiene en cuenta na de m ención la Declaración de la Congregación
es la repercusión que la interrupción de la gestación p a ra la d o ctrin a de la fe sobre el aborto provocado,
pueda tener p a ra la gestante. del año 1974. En ella se afirm a: «El respeto a la vida
• Criterio relacional. Según este criterio, se defi­ hum ana se im pone desde que com ienza el proceso
ne la condición antropológica de la vida hum ana de la generación. Desde el m om ento de la fecunda­
por la relación de «alteridad». Es vida plenam ente ción del óvulo, se inicia u n a vida que no es ni del
hu m an a si está «alterizada», es decir, si es aceptada padre ni de la m adre, sino de un nuevo ser hum ano
por los «otros». que se desarrolla po r sí m ism o. No llegaría nunca a
• Criterio individual-biológico. En este a p artad o ser hum ano, si no lo fuese ya en aquel m om ento» (n.
en tran todas aquellas posturas que m iden la condi­ 12).
ción antropológica de la vida em brionaria por fac­ La instrucción D onum vitae (1987) ha reafirm a­
tores internos a ella m ism a (criterio «individual») y do la convicción ética del actu al m agisterio ecle­
consiguientem ente tienen en consideración los d a­ siástico: La vida h u m an a h a de ser respetada «desde
tos biológicos. En concreto, las posturas se diversi­ el mom ento de la concepción h a sta la m uerte».

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 147


D. Para CO N FR O N TA R
Posturas históricas sobre el valor de la vida humana.

a) Exposición de la doctrina tradicional La vida hum ana es un don recibido de Dios y que
a Dios pertenece. Disponer de la vida hum ana, pro ­
Dos son los aspectos en que puede ser concreta­ pia o ajena, es u su rp a r un derecho que sólo a Dios
da la doctrina tradicional sobre la vida hum ana: la pertenece: «La vida es un don dado al hom bre por
afirm ación general de su valor ético, y las aplicacio­ Dios y sujeto a su divina potestad, que m ata y hace
nes m orales a situaciones concretas. vivir». Para la reflexión m oral, este razonam iento
cobraba m ayor fundam ento al in te rp re ta r el pre­
• Afirmación general del valor ético cepto «no m atarás» como la expresión del derecho
de la vida hum ana de Dios sobre la vida hum ana; po r otra parte, la
afirm ación de que Dios es el «dueño» de la vida y el
La m oral tradicional h a subrayado con notable hom bre sólo un «adm inistrador» es u n a verdad b á ­
énfasis el valor de la vida hum ana. No hace falta sica p a ra la m oral tradicional.
recordar las expresiones fuertes con que h a conde­ Las tres razones ap u n tad as constituyen el apoyo
nado los actos contrarios a este valor: el suicidio y de que se ha servido la m oral tradicional p a ra fun­
el hom icidio. d am en tar el valor de la vida hum ana. Se tra ta de
Las razones que p a ra la m oral tradicional ju sti­ las razones nucleares, ya que ju nto a ellas ap are­
fican el valor ético de la vida hu m an a y que conde­ cían otras de m enor im p o rtan cia y en conexión con
nan el a te n ta r indebidam ente contra ella se agru­ ellas. Por lo dem ás, p a ra todo el tem a es válida la
pan en torno a tres núcleos: afirm ación que p a ra el suicidio señalaba Lugo: en
La vida es un bien personal. Q uitarse la vida pro­ esta cuestión del valor de la vida hum ana, la difi­
pia o q u ita r la vida a otro es ofender a la caridad cultad consiste en asignar las pruebas p a ra una ver­
(caridad hacia uno m ism o o caridad hacia el pró ji­ dad que aparece de form a evidente.
mo). Concretándose al suicidio, señala santo To­
más: «Todo ser se am a natu ralm en te a sí m ism o, y • Las numerosas «excepciones»
a esto se debe el que todo ser se conserve n a tu ra l­ al principio general
m ente en la existencia y resista cuanto sea capaz lo
que p odría destruirle. Por tal m otivo, el que alguien Llam a poderosam ente la atención el constatar
se dé m uerte es contrario a la inclinación n a tu ra l y cómo la doctrina tradicional, aun afirm ando con
a la caridad por la que uno debe am arse a sí m is­ tan to énfasis el valor de la vida hum ana, adm ite sin
mo». em bargo num erosas «excepciones» al principio ge­
neral de la inviolabilidad de la vida.
La vida hum ana es un bien de la comunidad.
A tentar contra la vida propia o contra la vida de un El elenco de las excepciones se va form ando en
sem ejante supone u n a ofensa a la justicia. Redu­ la historia de la m oral a través de num erosas y va­
ciendo el argum ento a la realidad del suicidio, dice riadas disquisiciones casuísticas. Prescindiendo del
santo Tomás: «Cada parte, en cuanto tal, es algo del análisis histórico y casuístico de tales disquisicio­
todo; y un hom bre cualquiera es p a rte de la com u­ nes, he aquí las principales excepciones:
nidad, y, por tanto, todo lo que él es pertenece a la Aborto indirectamente realizado. Justificándose
sociedad; luego el que se suicida hace in juria a la su licitud m ediante el principio del doble efecto o
com unidad». del voluntario indirecto.

148 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Suicidio indirecto. Del que se hace una casuística Tanto la sacralización com o la ideologización
m uy detallada. pueden ser co n statad as en los siguientes aspectos
Muerte del agresor en el supuesto de legítima de­ de la doctrina tradicional:
fensa personal y guardando la moderación debida. Es - El encuadre de toda la tem ática sobre la vida
una excepción m an ten id a sin variaciones en la his­ hu m an a dentro del marco sacral y h a sta m ítico del
toria de la m oral tradicional. decálogo: el precepto del «no m atarás» ha consti­
Muerte del malhechor decretada por la autoridad tuido el horizonte p a ra el discurso m oral.
pública según el orden jurídico. La licitud de la pena - El encuadre sacral introduce en la m oral de la
de muerte es tam bién una constante en la h istoria de vida form as lingüísticas y conceptuales de carácter
la m oral tradicional. sacralizado: la dim ensión m oral se reviste de «santi­
Muerte del enemigo en una situación considerada dad».
de guerra justa (!)■ - En algunas ocasiones h a sta llega a in troducir­
Muerte del tirano. No del tirano que se hace tal se la categoría de inspiración divina p a ra justificar
una vez establecido legalm ente (tirannus regiminis), acciones hum anas co n trarias al valor ético de la
sino del tiran o que pretende com enzar a dom inar vida (personajes bíblicos, m ártires cristianos, etc.).
(tirannus usurpationis). - Al a d m itir en la au to rid ad pública el derecho
La muerte de un inocente con el fin de salvar una a q u ita r la vida al m alhechor, la m oral tradicional
ciudad asediada. Aunque no se justifica, sin em b ar­ in terp reta tal derecho com o una concesión de Dios
go se considera lícito entregar un inocente al enemigo al poder hum ano.
p ara salvar la ciudad, con tal de que la entrega la El am biente sacralizado en que la m oral tra d i­
realice la a u to rid ad pública. cional pensó la ética de la vida hu m an a trajo como
consecuencia cierta «m anipulación ideológica». De
hecho, la dim ensión ética perdió su autonom ía y
cedió sus propias evidencias en favor de las referen­
b) Valoración de la doctrina tradicional
cias religiosas.
En la d octrina tradicional aparecen las raíces La vida h u m an a p a rticip a del m isterio de la per­
históricas de la ambigüedad ética que subyace al sona. No puede ser reducida a consideraciones p a r­
planteam iento y a la vivencia m orales de hoy ante ciales. Sobre todo p a ra el creyente, la vida se abre
el valor de la vida hum ana. De ahí que la valoración al m isterio trascendente del Dios vivo. Pero estas
tenga que poner de m anifiesto los aspectos negati­ afirm aciones no pueden trad u cirse en falsas sacrali-
vos de la doctrina tradicional. zaciones ni pueden elim in ar la autonom ía secular
No nos fijam os en la v ulnerabilidad de d eterm i­ de la dim ensión ética. Más aún, la ética de la vida
nadas afirm aciones y de razonam ientos concretos hu m an a ha de lu ch ar continuam ente por defender
de la m oral tradicional en torno al principio y a las su autonom ía y su secularidad porque ahí reside la
excepciones del valor ético de la vida. Juzgam os de peculiaridad y la fuerza de su aportación a la com ­
m ayor interés co n statar el tipo de «discernim iento prensión global de la vida.
m oral» que utiliza p a ra descubrir en él las fuentes
históricas de la am bigüedad actual. • Excesiva «confianza»
en la autoridad pública
• «Sacralización» e «ideologización»
Lo que m ás llam a la atención en la m oral tra d i­
La m oral tradicional sobre el valor de la vida cional sobre la inviolabilidad de la vida hum ana es
h u m an a se h a m ovido dentro de un am biente de la excesiva «confianza» depositada en la autoridad
excesiva «sacralización». Por o tra p arte, la sacrali­ pública. Se le concede al poder público un am plio
zación de la argum entación ha conllevado factores cam po de intervención sobre la vida de los indivi­
de «ideologización». duos. Esto se pone de m anifiesto expresam ente:

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 149


- En la justificación a b ie rta y poco condiciona­ incoherencia lógica. Me refiero concretam ente a es­
da de la pena de m uerte. tos dos aspectos:
- En la aceptación de form as de guerra justa. - El uso del principio del «doble efecto» o del
Partiendo del cuestionam iento radical de estas «voluntario indirecto» ha llevado a la m oral de la
dos «excepciones» en la m oral actual, es necesario vida por una ética fisicista y de notable m alabaris-
subrayar el apoyo prestado al orden establecido por mo farisaico, tal com o estudios recientes lo han
la m oral tradicional en el planteam iento general puesto de m anifiesto. E n lugar de utilizar esos p rin ­
del tem a ético de la vida hum ana. M ientras que era cipios, la m oral actual prefiere p lan te ar los proble­
obvia la condena de toda m uerte desencadenada m as a la luz de u n a ética de «conflicto de valores».
por acciones subversivas, no se ponía en idéntico - La incoherencia lógica se ha m anifestado en
grado de cuestionam iento cuando la m uerte era las diversas posturas que la m oral tradicional ha
propiciada por la a u to rid ad legítim am ente estable­ m antenido, tan to en la vida como en la form ula­
cida. ción, ante las situaciones concretas de la vida h u ­
m ana. Es un tópico señalar la actitu d diferente ante
• Incoherencia en la lógica moral la vida no nacida (rechazo taja n te del aborto) y ante
la vida nacida (justificación de la pena de m uerte,
En la doctrina tradicional sobre el valor ético de de la guerra ju sta, etc.).
la vida hu m an a se advierte un grado notable de

150 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Apartado 2
Etica de la reproducción humana asistida.

A. SINTESIS
Los criterios para discernir éticamente el uso de las
técnicas de reproducción humana asistida.
B. Para AMPLIAR
Descripción de las técnicas de reproducción huma­
na asistida.
C. Para PROFUNDIZAR
El recurso a la «razón eugenésica» en los proble­
mas actuales de bioética.
D. Para CONFRONTAR
¿Existe un derecho a procrear?

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 151


A. Síntesis
Los criterios para discernir éticam ente el uso de las técnicas de reproducción humana asisti­
da.

A. 1. La esterilidad y sus alternativas.


A. 2. El hijo como un valor en sí y no como
un bien útil.
A. 3. Asum ir la precariedad de lo hum ano y
vivir la gratuidad.
A. 4. El valor del m atrim onio como ám bito
adecuado de la procreación.
A. 5. El valor de la procreación hum ana.
A. 6. Las im plicaciones de axiología social.

A. 1. La esterilidad y sus alternativas cendencia, tan deseada m uchas veces, falte, sigue
en pie el m atrim onio como in tim id ad y com unidad
En p rim er lugar, es preciso reconocer que la es­ total de vida y conserva su valor e indisolubilidad»
terilidad es algo negativo, una carencia. E sta caren­ (GS 50).
cia no queda reducida únicam ente en el plano bio­
lógico; tiene repercusiones en la vida de la p areja y El m atrim onio no se justifica únicam ente por
en la vida social. La carencia de hijos puede causar los hijos. «No se debe olvidar que, incluso cuando la
serias dificultades a las parejas hum anas que, en un procreación no es posible, no por esto pierde valor
porcentaje que supera el 10%, sufren la esterilidad. la vida conyugal» (FC 14). Existen «alternativas»
suficientem ente válidas p a ra la situación de la este­
E sta constatación, que es al m ism o tiem po una rilidad:
valoración, proporciona una orientación inicial­
mente positiva ante la altern ativ a terapéutica de las - la adopción puede ser un modo de llenar con
técnicas de procreación asistida. Todos los esfuer­ creces la carencia de la fecundidad biológica;
zos encam inados a solucionar este problem a son, en - en otros casos, la entrega m ás plena a un ser­
principio, dignos de elogio. vicio social será la a ltern ativ a válida a la esterili­
Aunque sea necesario su b ray ar el valor de la fe­ dad.
cundidad, no se lo puede enfatizar de tal m anera El reciente m agisterio eclesiástico ha resaltado
que aparezca com o la única finalidad de la pareja. la im portancia de estas altern ativ as a la esterilidad.
El Concilio V aticano II anotó que, «aunque la des­ Pide a «los esposos que viven la experiencia de la

152 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


esterilidad física» que se orienten hacia la perspec­ El principal lím ite ético es el valor que tiene en
tiva del sentido am pliado de la fecundidad hum ana sí el hijo que se busca. El hijo no es un bien útil que
(FC 41). «La esterilidad física, en efecto, puede dar sirve p a ra satisfacer necesidades, en sí m uy nobles,
ocasión a los esposos p a ra otros servicios im p o rtan ­ de los individuos o de la pareja. El hijo es un valor
tes a la vida de la persona hum ana, como por ejem ­ en sí y com o tal ha de ser am ado y buscado. La
plo la adopción, las diversas form as de obras educa­ g ratu id ad y no la u tilid ad es la ley de la transm isión
tivas, la ayuda a otras fam ilias, a los niños pobres y de la vida hum ana. «En su realid ad m ás profunda,
m inusválidos» (FC 14). Con relación a la adopción, el am or es esencialm ente don... Los cónyuges, a la
el m agisterio eclesiástico ad o p ta u n a postura fran ­ vez que se dan entre sí, dan m ás allá de sí m ism os la
cam ente positiva: «Las fam ilias cristianas han de realidad del hijo, reflejo viviente de su am or, signo
abrirse con m ayor disponibilidad a la adopción y perm anente de la u n id ad conyugal y síntesis viva e
acogida de aquellos hijos que están privados de sus inseparable del padre y de la m adre» (FC 14).
padres o abandonados por éstos. M ientras esos ni­ El bien del hijo h a de d a r el sentido principal a
ños, encontrando el calor afectivo de una fam ilia, todos los intentos po r solucionar las dificultades de
pueden experim entar la cariñosa y solícita p a te rn i­ la esterilidad. Los hijos no existen p a ra d ar satisfac­
dad de Dios, atestig u ad a por los padres cristianos, y ción al deseo de sus padres. Es necesario por tanto
así crecer con serenidad y confianza en la vida, la p a rtir del hijo y de la responsabilidad frente a su
fam ilia en tera se enriquecerá con los valores espiri­ futuro con m ás fuerza que antes.
tuales de una fratern id ad m ás am plia» (FC 41).
La consideración del bien del hijo im pide caer
en el vértigo de las ideologías individualistas y li­
b e rta ria s, según las cuales el «derecho al hijo» es
Teniendo en cuenta la existencia de otras alter­ in terp retad o com o un derecho ú til m ás o como una
nativas válidas a la esterilidad, las técnicas de consecuencia de la b o rrach era incontrolable de la
procreación asistida no han de ser consideradas libertad hum ana.
como las únicas y, consiguientemente, buscadas
como la solución únicamente disponible. Por lo
A. 3. Asumir la precariedad de lo humano
demás, no se han de enfatizar tanto que aparezca
la fecundidad como la justificación y el sentido
y vivir la gratuidad
único de la pareja. El prom eteísm o es una tentación del vértigo h u ­
i ■iV 'ívt.'s m ano. Aplicado a la procreación, introduce la com ­
prensión de la función procreativa en los p arám e­
tros del poder hum ano, no aceptando las lim itacio­
A. 2. El hijo como un valor en sí nes de la «naturaleza», ni deteniéndose a ponderar
y no como un bien útil los costos con sensibilidad solidaria hacia los de­
m ás individuos y grupos.
Los hijos rep resen tan p a ra la pareja la plenitud Por el contrario, la recta com prensión de la pro ­
de la unión y del a m o r conyugal. Por eso m ism o, la creación h u m an a tiene en cuenta los lím ites de lo
pareja que tra ta de vencer las dificultades de la es­ hum ano, asum e las carencias de la «naturaleza», si
terilidad ha de ser an im ad a y apoyada por todos, bien lucha p a ra vencerlas cuando la expectativa de
individuos e instancias sociales. éxito es razonable. De este m odo, ni se cae en la
Sin em bargo, existen algunas exigencias éticas dejación m asoquista, ni se induce un suplem ento de
que han de ser respetadas en esa búsqueda por te ­ insatisfacción nacida de la no aceptación del lím ite.
ner el hijo. No existe un derecho ilim itado de todo Además, la po stu ra an tiprom eteica sabe com binar
ser hum ano a tra n sm itir la vida por cualquier m e­ la lucha po r vencer la esterilidad con la actitu d de
dio y a cualquier precio. No se da un derecho «abso­ solidaridad, sabiendo e q u ilib ra r los costos persona­
luto» al hijo. les con las necesidades de la hum anidad.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 153


Para conseguir esta form a de pensar y de actuar, - en el caso de m ujeres solas (solteras, separa­
es necesario com prender y experim entar la pro­ das, divorciadas o viudas);
creación como un don. E sta es la orientación que - en el caso de parejas hom osexuales;
ofrece el m agisterio eclesiástico reciente. Según el
Concilio Vaticano II, «los hijos son el don m ás exce­ - en el caso de parejas heterosexuales no casa­
lente del m atrim onio», y los esposos, al tra n sm itir das («pareja estable»).
la vida hum ana, tienen «una participación especial La razón de esta postura negativa se encuentra
en la propia obra creadora de Dios» siendo «coope­ en el criterio señalado anteriorm ente: «el hijo como
radores del am or de Dios creador y como sus in tér­ un valor en sí y no como un bien útil».
pretes» (GS 50). Para Ju an Pablo II, el am or conyu­
gal «no se agota dentro de la pareja, ya que los hace
capaces de la m áxim a donación posible, por la cual Por razón del bien del hijo, es necesario postu­
se convierten en cooperadores de Dios en el don de
lar como exigencia ética el ámbito del matrimonio
la vida a una nueva persona hum ana» (FC 14).
como lugar adecuado de la procreación. No se
puede afirmar que cualquier individuo en cual­
quier estado (celibato, soltería, viudez) tiene dere­
En la comprensión cristiana, la transmisión de cho a la procreación. Unicamente el matrimonio
la vida humana no es una acción prometeica, sino garantiza la coherencia ética de la procreación. Y
una gratuita participación en la obra de la crea­ ello por dos razones: por la unión indisoluble en­
ción. Dios llama a los esposos «a una especial par­ tre donación conyugal y transmisión de la vida
ticipación en su amor y al mismo tiempo en su humana; y por el bien del hijo, cuya realización
poder de creador y de padre, mediante su coopera­ plena acaece en la familia.
ción libre y responsable en la transmisión del don
de la vida humana» (FC 28).
En efecto,, la transm isión de la vida h u m an a es
una redundancia del am or fiel, exclusivo y definiti­
Libertad y responsabilidad no se oponen a gra- vo de la pareja; ahora bien, «el único ‘lu g ar’ que
tuidad. La transm isión de la vida h u m an a ha de ser hace posible esta donación total es el m atrim onio»
un ejercicio libre y responsable, pero en el fondo de (FC 11). Por o tra parte, el m atrim onio es tam bién el
su realidad es una participación en el don de la ám bito hum ano que necesita la persona p a ra su p ri­
creación. Estas son las dos coordenadas en que co­ m era y constitutiva figuración. «Aunque el m a tri­
bra sentido pleno el llam ado «derecho a la procrea­ m onio no garan tiza totalm ente la calidad del am ­
ción». biente al que el hijo tiene derecho, no existe otro
tipo de relación que se pueda reconocer como capaz
A. 4. El valor del matrimonio de reem plazar convenientem ente el am biente que
un buen m atrim onio proporciona seguram ente al
como ámbito adecuado niño» (Respuesta de los Obispos de Gran Bretaña al
de la procreación Informe W amock: La D ocum entation C atholique 82
Las técnicas de reproducción h u m an a asistida [1985] 397).
pueden ser utilizadas po r personas y por parejas La m atern id ad / p atern id ad ha de ser entendida
que viven sin vinculación m atrim onial. ¿Qué pen­ y realizada dentro de la realid ad del m atrim onio.
sar éticam ente de esta posibilidad? La fecundidad al m argen del ám bito conyugal es
N uestra po stu ra ética es indubitablem ente con­ hoy por hoy u n a fuente de contravalores personales
tra ria al uso de estas técnicas fuera del m atrim onio. y sociales.
El recurso a ellas no puede ser adm itido m oralm en­ De esta afirm ación se sigue que las intervencio­
te en los siguientes casos y situaciones: nes p a ra vencer la esterilidad han de ser pensadas

154 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


en relación con la pareja que se realiza dentro del de gam etos y em briones y de la crioconservación de
m atrim onio. Es éste un criterio ético que delim ita unos y otros). A p esar de este rechazo ético, la doc­
el p lanteam iento exacto de la posible licitud m oral trin a oficial católica no se opone a que se legisle
de las intervenciones p a ra favorecer la transm isión sobre estas acciones, ya que la ausencia de tal legis­
de la vida hum ana. lación a carrearía m ayores m ales a la sociedad. Se
Las razones de este lím ite, que se convierte al verifica aquí el principio señalado en la instrucción
m ism o tiem po en lim itación, provienen del signifi­ citada: «La ley civil a veces deberá tolerar, en aras
cado de la fecundidad hum ana. El deseo de m ate r­ del orden público, lo que no puede p ro h ib ir sin oca­
nidad / p a te rn id a d no tiene coherencia y sentido sionar daños m ás graves» (III). Esto es tan to m ás
pleno si no se realiza y se vive dentro del horizonte cierto cuanto, com o en este caso, la ética civil o
hum anizador de la pareja hum ana. Además, el hijo racional no descubre in m ediatam ente la inm orali­
no es un bien «útil» que está al servicio de los de­ dad de algunas de esas acciones.
seos o intereses del progenitor; por el contrario, es
un valor por él m ism o, y la m atern id ad / paternidad
está en función del hijo. A. 6. Las implicaciones
de axiología social
A. 5. El valor de la procreación humana La p ráctica de las técnicas de procreación asisti­
da im plica, al m enos en la actu alid ad , un conjunto
Como dice la instrucción D onum vitae, son dos de aspectos sociales que no han de ser olvidados en
los valores que o rientan todo discurso ético sobre la valoración ética. Sobresalen las siguientes im pli­
las técnicas de reproducción asistida: «los valores caciones de axiología social:
fundam entales relacionados con las técnicas de - aspectos económicos: ha de ser pensada den­
procreación artificial h u m an a son dos: la vida del tro de las p rio rid a d e s del sistem a asistencial-
ser hum ano llam ado a la existencia y la originalidad sanitario;
con que esa vida es transm itida en el m atrim onio. El
juicio m oral sobre los m étodos de procreación a rti­ - aspectos culturales: repercusión en los concep­
ficial ten d rá que ser form ulado a la luz de estos tos de procreación, de fam ilia, etc.;
valores» («Introducción», 4; el subrayado es nues­ - aspectos científicos: la ciencia no es el supre­
tro). mo valor, ni el resultado positivo de la m ism a es
Sabem os que el m agisterio oficial católico, des­ fuente de m oralidad;
de una interpretación propia de la peculiaridad de - sistem as ideológicos: de hecho, toda valora­
la reproducción h u m an a, rechaza prácticam ente ción supone aceptación o rechazo de un d eterm in a­
todo uso de las técnicas de reproducción hum ana do s iste m a ideológico (in d iv id u a lism o -c o le c ti­
asistida (con el consiguiente rechazo de la donación vismo; paternalism o-libertarism o; etc.).

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 155


B. Para AM PLIAR

Descripción de las técnicas de reproducción humana asistida.

a) La inseminación artificial (IA) a la p a rte vaginal del cuello del útero, donde per­
m anecerá unas seis horas, p a ra ser re tira d a poste­
E sta técnica consiste en llevar el sem en del m a­ riorm ente po r la m ujer.
rido o varón de la p areja o de un donante, obtenido
previam ente p o r m astu rb ació n -co m o m uestra En el caso de que se haya hecho una c ap acita­
fresca o previam ente congelada-, a la vagina o al ción del sem en del varón de una pareja, el m aterial
útero de la m ujer receptora. así preparado se coloca por m edio de un catéter en
el interior de la cavidad uterin a. Todas las m anio­
Se procede de la siguiente forma: b ras de la insem inación se realizan en un servicio
- Se realizan las adecuadas exploraciones a la sanitario adecuado, y no precisan anestesia, ni ori­
m ujer p a ra saber si es estéril y por qué causa. ginan inconvenientes especiales a la m ujer.
- Se m onitoriza la ovulación, con la finalidad
de establecer el m om ento óptim o en que deba pro­
cederse a la insem inación p ara que el/los óvulo/s b) La fecundación «in vitro» (FIVTE)
puedan encontrarse con los esperm atozoides en el
La fecundación «in vitro» (FIV), a diferencia de
interior de la m ujer.
la fecundación «in vivo», es la que puede lograrse
- Se procede a la recogida del sem en del varón en el laboratorio y en las condiciones adecuadas
de la pareja, que lo obtiene por m asturbación. En cuando se ponen en contacto un/os óvulo/s con es­
algunos casos, el sem en del varón de la p areja no es perm atozoides, uno de los cuales lo/s fertiliza. Al
adecuado p a ra g aran tizar que se produzca la fecun­ m icroscopio puede seguirse el proceso y el desarro­
dación del óvulo, y debe procederse en el laborato­ llo posterior del em brión/es originados.
rio a su preparación y «capacitación», seleccionan­
Una vez conseguida la fecundación «in vitro», y
do los esperm atozoides; p a ra ello se elim inan los
en el m om ento ulterior considerado óptim o, se p ro ­
fluidos, como el plasm a sem inal, o los factores que.
cede al traslado o «transferencia de los embriones»
puedan ser origen de su incapacidad o rechazo por
(TE) —se recom iendan tres em briones— al interior
p arte de la m ujer, y tam bién se filtra el sem en con
del útero de la m ujer. Ambas m aniobras consti­
determ inadas sustancias como el percol o la alb ú ­
tuyen la FIVTE, cuyas fases se resum en así:
m ina, a fin de que la m uestra filtrada contenga sólo
los esperm atozoides m ás vitales y penetrantes, o
sea, los de m ayor m ovilidad lineal y po r eso los más • Recogida del óvulo/s (ovocito!s)
fecundantes. En el caso de que se utilice sem en de de la mujer
donante, éste procederá generalm ente de los bancos
de gam etos y h a b rá de reu n ir sim ilitudes fenotípi- - H ospitalización de la m ujer al 9.° día del ciclo
cas con el varón de la pareja receptora. m enstrual (en los ciclos largos, m ás tarde).
- Se p rep a ra el sem en en el laboratorio p ara - Dosificación d iaria de estradio 17B y realiza­
proceder a la insem inación. ción de ecografía con ultrasonido, p a ra diagnosti­
- La insem inación propiam ente dicha consiste car exactam ente el día en que tiene lugar la ovula­
en depositar el sem en, fresco / descongelado, en el ción. Dosificación de la horm ona luteotropa (LH).
canal endocervical o en u n a cazoleta que se a d ap ta - Se realiza un lavado por centrifugación suave,

156 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


consiguiéndose así un precipitado con esperm ato­ do posteriorm ente a su dom icilio. Si se consigue el
zoides. em barazo, confirm able dos sem anas m ás tarde, se
— T am bién puede utilizarse sem en previam ente realizarán los controles y las prescripciones o p ortu­
congelado. nas d u ran te el m ism o.
La concentración de esperm atozoides móviles
necesaria es de m edio m illón por mi. • Factores que contribuyen
al éxito de la FIVTE
En determ inados casos, debe procederse a la se­
lección y «capacitación» de los esperm atozoides ú ti­ - El buen estado de la pelvis fem enina.
les del sem en (por ejem plo, en la oligosperm ia, - La recogida de ovocitos m aduros al realizar la
etc.). aspiración folicular.
- Que el aspirado folicular no esté m ezclado
• Contacto de los gametos con sangre de la ro tu ra folicular o de la pared abdo­
y fecundación «in vitro» m inal.
- Que la técnica se realice correctam ente, y en
— Se une cada uno de los óvulos con los esper­ especial que la tem p e ra tu ra de la caja isotérm ica se
m atozoides (entre 50 y 150.000 mi.) seleccionados y m antenga a 36-37 grados.
se m antienen juntos d u ran te 16-18 horas en una
placa de vidrio. - La identificación de la m ujer y su m arido o
com pañero con el equipo de la FIVTE.
— Se com prueba la iniciación de la fecundación
«in vitro» —generalm ente ocurre en el 55-60 de los - Que se actúe con perfecta sincronía en todos
óvulos de los program as FIV—, con form ación de los m om entos, tan to de la ovulación como de la m a­
uno o varios cigotos. Si ocurre así, com ienzan su duración de la m ucosa uterin a, etc.
división celular.
— Los óvulos fecundados se m antienen en el m e­ c) La transferencia intratubárica
dio de cultivo y en un incubador du ran te 12-24 ho­ de gametos (TIG)
ras, tiem po en el que aproxim adam ente un 80% van
dividiéndose en células o blastóm eros. E sta nueva técnica se ha ido desarrollando como
consecuencia de los conocim ientos adquiridos con
la FIVTE. Consiste en poner los óvulos en contacto
• Transferencia de embriones (TE) con los esperm atozoides en el in terio r de la trom pa
de Fallopio, en el m ism o acto quirúrgico de obten­
- En la fase de división celular, con 4, 8 ó 16
ción de los óvulos por punción y aspiración del folí­
células, se transfieren los em briones al útero de la
culo elegido p a ra ello.
m ujer por vía transcervical (a través del cuello del
útero) y por m edio de un fino catéter especial, m a­ Los tiem pos de actuación son los siguientes:
niobra que debe realizarse en el quirófano. Se reco­ - O btención del sem en o utilización de sem en
m ienda la transferencia de los em briones entre las de donante. G eneralm ente, esta técnica se realiza
24-48 horas desjfués de la fecundación y cuando se cuando fracasa la IAC, por lo que se procede a la
han dividido en 2-4 células, pues parece que su con­ «capacitación del semen» del cónyuge o varón de la
tacto precoz con la m ucosa u terin a reduce el po r­ pareja, con la finalidad de poder disponer de los
centaje de abortos debidos a esta técnica. esperm atozoides m ás adecuados p a ra la transferen­
- Se revisa el c atéter ya retirad o p a ra com pro­ cia.
b a r que no se han a rra stra d o los em briones y que el - Se hace un seguim iento m onitorizado y proto­
em barazo pueda frustrarse por esta causa. colizado de los ovarios previam ente estim ulados en
T erm inada la FIVTE, la m ujer perm anece en re­ su función.
poso y en decúbito de varias horas a un día, volvien­ - Se p ractica a la m ujer una laparoscopia o una

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 157


m inilaparatom ía —pequeña a p e rtu ra quirúrgica en — Los óvulos y el sem en capacitado se colocan
la pared abdom inal anterior—, en el m om ento opor­ juntos en el in terio r de la am polla de la trom pa de
tuno, p ara proceder a a sp ira r los óvulos m aduros. Fallopio.

ORGANOS DE LA REPRODUCCION. GAMETOS FEMENINO Y MASCULINO.


SU ENCUENTRO TRAS LA OVULACION Y EL COITO

y salida del óvulo (ovulación) que


es recogido por la trompa de Fallopio Mucosa uterina o endometrio

útero
Espermatozoides
\ Cuello
Ovario uterino
Vagina

Ovulo rodeado de espermatozoides en el interior de


la trompa de Fallopio. Los espermatozoides inten­
tan romper y perforar la corona exterior de células
que rodea al óvulo, con sus enzimas. El óvulo segre­
ga fertilizina, sustancia que capta a los espermios
humanos, pero no a los de otras especies. La mem­
brana del óvulo deja pasar la cabeza de un esperma­
tozoide al interior celular, dejando su cola fuera, con
Membrana y lo que se produce su fertilización. Los demás esper­
corona del óvulo matozoides son entonces rechazados.

158 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


FECUNDACION Y PRIMERAS FASES DEL DESARROLLO
DEL EMBRION

Membrana
i.

E ta p a e m b rio n a ria de
«blastocisto».
Las células'delimitan una
cavidad y parte de ellas se
aglomeran en un polo.
Fertilización. El esperma­
tozoide penetra en el óvulo.

2. A las
¡8 horas
E = núcleo del
espermatozoide
O = núcleo del óvulo

Embrión de una sola célula


(cigoto).
A las 30 horas.
3. Embrión de dos células.

El blastocisto toma contac-


Se ha iniciado la mitosis.
Cada célula tiene 46 cromo­
somas (23 de cada gameto).
4.
A las 42
horas.

Embrión de cuatro células.

5.
A las 56
horas.

Embrión de ocho células,


aún en la trompa de Fallo-
pio.
A las 72
horas.

A los 14 días aparece la cresta neural.


Se van formando las bolsas amnióticas que envuelven
Embrión en fase d e «móru
al embrión. Se forma la placenta, por la que se nutre el
la». 32 o más células.
embrión (más tarde, el feto) de la sangre materna, y a
través del cordón umbilical.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 159


NUEVAS FORMAS DE REPRODUCCION HUMANA

(S ) Ovulo de la madre /V X * Espermatozoide Niño nacido de madre


'S ' del padre
Ovulo del donante Espermatozoide . j Niño nacido de donante
V y del donante

INSEMINACION ARTIFICIAL CON DONANTE

Padre estéril
o Padres estériles. Se implanta a la
madre el óvulo fecundado para que

@+ Madre estéril que no recibe el


=@> .
se desarrolle como un embarazo
normal.
® Madre
+ estéril.
---- O =
óvulo fecundado.
o Una vez fecundada,
desarrolla un embarazo normal.

=cSp FECUNDACION «IN VITRO»


® +

Madre fértil, pero incapaz de conce­ Madre estéril, incapaz de desarro­


bir. llar un embarazo normal.

© + ® + = -W
o Padre estéril y madre fértil, pero in­
capaz de concebir. O
Padres estériles. La madre es inca­
paz de desarrollar un embarazo nor­
mal.

© + =
Madre estéril, pero capaz de desa­ Madre incapaz de desarrollar un
rrollar un embarazo normal. embarazo normal, aunque los dos
padres son fértiles.

® + = ® + =
Padres estériles, pero la madre es
capaz de desarrollar un embarazo O Padre estéril y madre fértil, incapaz
normal. de desarrollar un embarazo normal.

© +

160 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


C. Para PROFU N D IZAR
El recurso a la «razón eugenésica» en los problemas actuales de bioética.

C. 1. La «eugenesia» y la «razón eugenési­


ca».
C. 2. Campos de la bioética en que es em ­
pleado el recurso a la razón eugenésica.
C. 3. C riterios éticos en el recurso a la razón
eugenésica.

C. 1. La «eugenesia» y la «razón racterísticas no deseables p a ra la especie hum ana.


eugenésica» Para lograrlo se aplican varios procedim ientos, ca­
ta lo g a b a s en dos series:
a) Definición de eugenesia • evitar la descendencia defectuosa: bien sea evi­
tando los m atrim onios con riesgo genético (consejo
Fue Francis G alton el creador, en 1883, de la genético, cribado genético), bien sea evitando el
p alab ra «eugenesia» (eugenics). Según indican los em barazo (control de n atalidad: esterilización, con-
dos elem entos griegos que lo com ponen, el térm ino tracepción, intercepción);
acuñado por G alton tiene el significado de «buen • eliminar la descendencia defectuosa: p ractican ­
origen», «buena herencia», o «buen linaje». do el aborto (aborto eugenésico) o m atando al re­
La eugenesia tiene una vertiente teórica y una cién nacido.
vertiente práctica; es, al m ism o tiem po, estudio y Estas m edidas de eugenesia negativa pueden
acción. E sta doble función se concreta en las accio­ realizarse de form a coercitiva o de form a libre, a u n ­
nes bajo control social que pueden m ejorar las cua­ que responsable. Pertenecen a esta segunda forma:
lidades h ereditarias de las generaciones hum anas, la educación eugenésica, la p a te rn id a d responsable.
tanto en el aspecto físico com o en el m ental. En Son m edidas coercitivas: las restricciones im pues­
otras palabras, tra ta de m ejorar genéticam ente las tas al m atrim onio, la esterilización obligatoria, la
poblaciones hum anas. La eugenesia se presenta co­ custodia perm anente de personas tara d as en insti­
mo una ciencia aplicada, cuyo com etido específico tuciones cerradas a fin de que no se reproduzcan.
es el de conservar, preservar y m ejorar el p atrim o ­
nio genético de la hum anidad. - La eugenesia positiva tra ta de a u m en tar la
proporción de genes y genotipos deseables. Tiene
De doble signo puede ser el program a teórico- hoy por hoy unas posibilidades m enores que la eu­
práctico de la eugenesia: positivo y negativo. genesia negativa. Sin em bargo, no deja de tener
- La eugenesia negativa se propone elim inar ca­ aplicación en acciones selectivas dentro de la inse­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 161


m inación artificial (selección de donantes) y de la criterio p a ra justificar o descalificar determ inadas
fecundación in vitro (selección de em briones, elec­ intervenciones sobre la biología hum ana, entonces
ción de sexo). adquiere o tra significación. Sin perder su significa­
La eugenesia h asta aquí descrita es la p ro p ia­ do de ciencia aplicada, se reviste de o tra función: se
m ente dicha. Bien de form a positiva o bien de for­ convierte en razón eugenésica y, en cuanto tal, in ter­
m a negativa, la eugenesia propiam ente tal actúa en viene como un factor determ inante de la m orali­
dos campos: dad.
- sobre la fecundidad: im pidiendo la procrea­ En relación con el uso de la razón eugenésica en
ción de individuos «defectuosos» y propiciando la bioética, es preciso hacer algunas m atizaciones. En
reproducción de individuos considerados «ideales»; p rim er lugar, la eugenesia no puede ser utilizada
sin m ás como «razón m oral». No todo lo que «se
- sobre la dotación genética del individuo: co­ puede» hacer eugenésicam ente «se puede» hacer
rrigiendo los rasgos no deseables y favoreciendo los
tam bién éticam ente. La eugenesia describe el he­
deseables po r m edio de las técnicas utilizadas en
cho; la ética propone el valor. No existe identifica­
las intervenciones genéticas.
ción entre el «es» (hecho) y el «deber ser» (valor).
Existe adem ás la eugenesia en sentido ampliado. Para u tilizar la eugenesia como «razón m oral», es
E ntran dentro de esta noción las intervenciones so­ preciso situ arla dentro de los significados integra­
bre los factores am bientales de la vida del indivi­ les de la persona. U nicam ente en el contexto global
duo: de la hum anización en cuanto criterio m oral de las
- am biente físico; intervenciones hum anas puede ser utilizada la ra ­
- alim entación, sobre todo en las prim eras fases zón eugenésica. Para que ésta tenga validez m oral,
de la vida in trauterina; ha de vehicular significados hum anizadores.
- m edios profilácticos y disposiciones protecto­ En segundo lugar, es preciso tener en cuenta que
ras de la m aternidad, de la infancia, del trabajo, de la razón eugenésica es proclive a la ideologización.
la salud individual. El recurso a la justificación m oral por razones euge-
nésicas suele e sta r cargado de m otivos e x tra ­
El concepto de eugenesia puede am pliarse toda­ científicos. Por eso m ism o es procedente som eter a
vía m ás y com prender bajo su significado la inten­ previa «sospecha» todo discurso m oral que p reten ­
ción eugenésica que, de form a m ás o m enos explíci­ da apoyarse en razonam ientos de carácter eugené-
ta, acom paña a determ inadas m edidas sociales. sico.
Piénsese en las regulaciones de la inm igración se­
lectiva o en las disposiciones de control del SIDA en Por últim o, conviene co n statar la dificultad en
ad u an as o en centros penitenciarios. distinguir la razón eugenésica de otras «razones»
utilizadas en el discurso m oral de la bioética. De
Por últim o, la eugenesia abandona a veces el te­ hecho, en las discusiones actuales sobre los proble­
rreno de la ciencia y de su aplicación y se introduce m as candentes de bioética, adem ás de la razón eu­
en el cam po de lo ideológico. Se convierte entonces genésica, son utilizados con frecuencia estos dos ti­
en movimiento social. Así entendida, la eugenesia se pos de razones:
configura com o un proyecto hum ano en el que en­
tra n en juego: ideas convertidas en «creencias», ac­ - la razón del progreso científico, que engloba
tuaciones convertidas en «program as», personas tanto la investigación como la experim entación:
convencidas organizadas en grupo de «adeptos». • por investigación se entiende cualquier proce­
dim iento inductivo-deductivo encam inado a pro ­
b) La eugenesia en cuanto m over la observación sistem ática de un fenómeno
en el ám bito hum ano, o a verificar u n a hipótesis
«razón eugenésica» form ulada a raíz de precedentes observaciones;
Cuando la eugenesia -e n te n d id a de ahora en • por experimentación se entiende cualquier in ­
adelante en su sentido p rec iso - es u tilizada como vestigación en la que el ser hum ano (en los diversos

162 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


estadios de su existencia: em brión, feto, niño o como la terap ia, la experim entación y la investiga­
adulto) es el objeto m ediante el cual o sobre el cual ción.
se pretende verificar el efecto, h asta el m om ento
desconocido o no bien conocido, de un determ inado C. 2. Campos de la bioética
tratam ien to (por ejem plo, farm acológico, teratóge- en que es empleado el recurso
no, quirúrgico, etc.) (DV 4, nota); a la razón eugenésica
- la razón terapéutica, es decir, la pretensión de Son m uchos los cam pos de la bioética en los que
solucionar una carencia, un fallo o u n a enferm edad es utilizada la razón eugenésica p a ra configurar un
al individuo paciente. discurso m oral coherente. Hago una exposición de
Se com prende fácilm ente que la razón eugenési- los m ism os, agrupándolos no por la distinción entre
ca suele ir unida con las razones anotadas. Más aún, eugenesia positiva/negativa, ni por la distinción en­
en algunos casos es difícil distinguir con nitidez lo tre procedim iento eugenésico directo!indirecto, sino
que pertenece a la razón eugenésica y lo que corres­ por razón de estos dos criterios: 1) la im portancia
ponde a la razón terapéutica. Este es el m otivo por real de los procedim ientos em pleados; 2) las áreas
el que pedim os que el recurso a la razón eugenésica de la realidad en que son utilizados dichos procedi­
tenga en cuenta su integración con otras razones, m ientos.

Areas Procedimientos eugenésicos


a) Técnicas de reproducción humana IAD
- selección de donantes
- donantes «superdotados»
- IAD no terapéutica
FIV
- selección de ovocitos
- selección de embriones
- elección de sexo (por razón terapéutica o por razón
meramente selectiva)
b) Control de las parejas y de los individuos reproducto­ Cribado genético (chequeo genético de poblaciones o gru­
res pos)
Consejo genético

c) Control de la natalidad (evitación del embarazo) Anticoncepción


Intercepción
Esterilización (eugenésica o preventiva)

d) Eliminación de la descendencia Diagnóstico prenatal (con finalidad eugenésica)


Aborto eugenésico
Infanticidio

e) Manipulación propiamente genética Terapia génica


Clonado
Ingeniería genética

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 163


C. 3. Criterios éticos en el
recurso moral a la razón eugenésica
Para rec u rrir con coherencia ética a la razón
m oral de la eugenesia es necesario tener en cuenta
los siguientes valores que se convierten en otros
tantos criterios ilum inativos:
• En p rim e r lugar, hay que reconocer en la eu­
genesia un deber ético de la hum anidad.
A todos, individuos y grupos, incum be la obliga­
ción de m an ten er y m ejorar las potencialidades de
la especie hum ana. Desde el punto de vista negati­
vo, la h u m anidad tiene que prevenirse de las taras
h ereditarias, ya que son ellas las que suponen una
gran carga p a ra el bien com ún.
• El derecho a tener hijos no es un derecho ilim i­
tado ni incontrolado.
La ética «siem pre ha m antenido que, al pro­
crear, el individuo cum ple una obligación que tiene
para con las futuras generaciones hum anas; la pro­
creación no es, po r tanto, el resultado de la satisfac­
ción egoísta de los presuntos padres. Si la situación
real descubierta po r la genética dem uestra que una
determ inada persona no puede ser progenitor de
descendientes sanos (o, al m enos, no dem asiado de­
fectuosos) en las próxim as generaciones, entonces
su ‘derecho a tener h ijo s’ se convierte en obligación
de no tenerlos, o de tener m enos de los que desearía
(puesto que él nunca tuvo derecho a tener hijos por
su propio interés)» (P. Ram sey, E l hombre fabricado.
M adrid 1973, 46).
• Los procedim ientos p a ra realizar la eugene­
sia han de respetar la dignidad de la persona.
El respeto a la dignidad personal del ser h u m a­
no exige que los procedim ientos eugenésicos se rea­
licen salvaguardando los siguientes valores (sirven
los siguientes valores, sobre todo, p ara el Consejo
genético y el Cribado genético):
- la intimidad: con el correspondiente derecho
al «secreto» sobre las condiciones genéticas que
afectan a la persona;
- la libertad: hay que rechazar la «imposición»
de procedim ientos eugenésicos, así como la «lim ita­
ción coactiva del derecho a la procreación»; por
o tra parte, hay que exigir consentim iento explícito
p a ra som eterse a terapias no probadas por los re-

164 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sultados de la experiencia o a estudios con la finali­ • La realización de u n a eugenesia hum anizado-
dad exclusiva de investigación; ra descansa sobre la acción conjunta de varios suje­
- la información adecuada p a ra to m ar decisio­ tos responsables:
nes libres y responsables en relación con los proce­ - la com unidad científica que, con lucidez e im ­
dim ientos eugenésicos. parcialidad, analiza los factores del deterioro gené­
• En cuanto a las políticas eugenésicas progra­ tico y propone m edidas eficaces p a ra prevenirlos o
m adas y ofertadas po r los Estados, es preciso tener corregirlos;
en cuenta los valores que en ellas van im plicados. - la ad m inistración pública que, aceptando el
Concretam ente, las políticas eugenésicas han de si­ derecho y deber de la subsidiariedad, tran sm ite la
tuarse en el horizonte axiológico m arcado por los inform ación exacta, sugiere el tra tam ie n to oportu­
siguientes valores: no y ofrece las posibilidades m ás aptas p ara reali­
- La inviolabilidad de la vida hum ana. zar los procedim ientos eugenésicos pertinentes;
- La integridad e irrep etib ilid ad de la herencia - las personas (individuos, parejas, grupos) que,
hum ana. con responsabilidad solidaria, deciden librem ente
som eterse a los tratam ien to s eugenésicos que salva­
- La protección de la vida en desarrollo. gu ard an los valores h a sta aquí enum erados.
- La protección del m atrim onio y de la fam ilia.

D. Para C O N F R O N T A R
¿Existe un derecho a procrear?

En la discusión sobre las nuevas técnicas de re ­ ¿Existe un derecho a procrear? Si existe, ¿cuál
producción h u m an a (insem inación artificial, fecun­ es su contenido y cuál es su alcance? E stas son las
dación «in vitro») se suele u tiliz a r com o argum en­ preguntas a las que pretendem os d ar respuesta si­
to, a favor o en contra, el «derecho al hijo». Para guiendo una m etodología de aproxim aciones con­
unos, no existe tal derecho y por tan to se lo invoca céntricas al núcleo de la cuestión.
falazm ente cuando se tra ta de justificar con él el
recurso a las técnicas de reproducción; en co n tra­ a) No existe, ni puede existir,
p a rtid a, según esta form a de pensar, hay que h a b la r una formulación expresa del
del «derecho a tener un padre». Para las posturas
autodenom inadas «progresistas», el derecho a pro ­ «derecho humano a la procreación»
crear es un derecho ilim itado y por tanto es cohe­ En las declaraciones o form ulaciones de los «de­
rente pensar en ten er un hijo «a toda costa». rechos hum anos» no se en cuentra la constatación

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 165


explícita de un derecho a la procreación. El repaso — Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polí­
de las declaraciones m ás cualificadas y pertinentes ticos
al tem a pone de m anifiesto la verdad de la afirm a­ (Adoptado y abierto a la firm a, ratificación y
ción precedente. adhesión por la Asam blea General de las N a­
ciones U nidas el 16 de diciem bre de 1966 en
su resolución 2200 A [XXI]. E ntró en vigor el
— Declaración Universal de los Derechos H um a­ 23 de m arzo de 1976).
nos El artículo 23 se refiere al tem a de la fam ilia. En
(Adoptada y proclam ada por la Asam blea Ge­ el ap artad o segundo «se reconoce el derecho del
neral de las Naciones U nidas en su resolución hom bre y de la m ujer a contraer m atrim onio y a
217 A [III] del 10 de diciem bre de 1948).
fundar una fam ilia si tienen edad p a ra ello». En el
El artículo 16, en sus tres apartados, se refiere a Pacto Internacional de Derechos Económicos, Socia­
los derechos de la fam ilia. U nicam ente en el p rim er les y Culturales (del 16 de diciem bre de 1966) se h a ­
ap artad o se encuentra una alusión im plícita y gene­ bla de los derechos de la fam ilia en el artículo 10,
ral a la procreación hablando del derecho a «fundar sin alu d ir explícitam ente a la procreación.
una fam ilia» (en el a p artad o tercero tam bién se alu ­
de al «derecho que tiene la fam ilia a la protección — Carta Social de Europa
de la sociedad y del Estado»). He aquí la tra n sc rip ­ (Adoptada por el Consejo de E uropa el 18 de
ción del párrafo prim ero del art. 16: «Los hom bres octubre de 1961, entrando en vigor el 26 de
y las m ujeres, a p a rtir de la edad núbil, tienen dere­ febrero de 1965).
cho, sin restricción alguna por m otivos de raza, n a­
cionalidad o religión, a casarse y fundar una fam i­ El artículo 16 se refiere al « derecho de la fam ilia
lia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al a una protección social, juríd ica y económ ica», pero
m atrim onio, durante el m atrim onio y en caso de no contiene alusión a la procreación. Tam poco la
disolución del m atrim onio». contiene la Convención de Salvaguardia de los Dere­
chos del Hombre y de las Libertades Fundamentales
(Roma, 4 de noviem bre de 1950) en el artículo 12
- Declaración de los Derechos del N iño dedicado a la fam ilia.
(Proclam ada por la Asam blea General de las
Naciones U nidas en la resolución 1386 [XIV]
del 20 de noviem bre de 1959). - Encíclica «Pacem in tenis» (Juan XXIII)
(11 de abril de 1963)
En ninguno de los diez principios de que se com ­
pone esta declaración se encuentra alguna alusión En los n. 15-17 se exponen los «derechos fam ilia­
explícita al derecho a la procreación. Son dignos de res». Se declara que «los hom bres tienen pleno de­
m ención estos criterios: En las leyes relacionadas recho a elegir el estado de vida que prefieran y a
con el niño, «la consideración fundam ental a que se fundar una fam ilia» (n. 15). Pero no hay referencia
atenderá será el interés superior del niño» (Princi­ al derecho a la procreación.
pio 2). «El niño, p ara el pleno y arm onioso desarro­
llo de su personalidad, necesita am or y com pren­ — Carta de los Derechos de la Familia
sión. Siem pre que sea posible, deberá crecer al am ­ (Presentada por la S an ta Sede a todas las p er­
paro y bajo la responsabilidad de sus padres y, en sonas, instituciones y autoridades interesadas
todo caso, en un am biente de afecto y de seguridad en la m isión de la fam ilia en el m undo con­
m oral y m aterial». tem poráneo, 22 de octubre de 1983).
E sta Carta ha tra ta d o directa y explícitam ente el
tem a de la función procreativa dentro del m atrim o ­
nio. El artículo 3 ha pretendido sin tetizar en fórm u­

166 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


las precisas la reciente doctrina eclesiástica sobre el juríd ica de «derecho hum ano». Por lo que respecta
ejercicio hum ano de la procreación. Las fuentes di­ al significado de la procreación hum ana, es necesa­
rectas son: Populorum progressio, n. 37; G audium et rio aceptar que se tra ta en sí de algo condicionado a
spes, n. 50 y 87; H um anae vitae, n. 10; Familiaris procesos de la n atu raleza h u m an a y por tan to no
consortio, n. 30 y 46. Por la im p o rtan cia que tiene la som etido del todo a la lib ertad hum ana. No puede
form ulación, transcribo el artículo 3 de la Carta: ser objeto directo de un derecho hum ano algo que
«Los esposos tienen el derecho inalienable de por su propia condición está fuera del cam po de
fundar una fam ilia y decidir sobre el intervalo entre actuación de la lib ertad hum ana. A lo sum o puede
los nacim ientos y el núm ero de hijos a procrear, e n tra r como contenido im plícito en la form ulación
teniendo en plena consideración los deberes p ara de un derecho hum ano que m ira directam ente la
consigo m ism os, p a ra con los hijos ya nacidos, la realización de la lib ertad h u m an a (como, por ejem ­
fam ilia y la sociedad, dentro de una ju sta jerarq u ía plo, la fundación de u n a fam ilia).
de valores y de acuerdo con el orden m oral objetivo Por o tra p a rte , la categ o ría filosófico-ético-
que excluye el recurso a la contracepción, la esteri­ jurídica de «derecho hum ano» tiene como función
lización y el aborto. explicitar, proteger y d a r cauce a los bienes exigi­
- Las actividades de las autoridades públicas o dos por la condición hum ana. La procreación es un
de organizaciones privadas, que tra ta n de lim itar bien de la condición hum ana; pero el contenido de
de algún m odo la lib ertad de los esposos en las deci­ ese bien no es la procreación en cuanto acción aisla­
siones acerca de sus hijos, constituyen u n a ofensa da y considerada exclusivam ente por ella m ism a,
grave a la dignidad hu m an a y a la justicia. sino la procreación en cuanto realidad encauzada
dentro de unas condiciones que la «hum anizan» y
- En las relaciones internacionales, la ayuda que, consiguientem ente, la convierten en bien hu­
económ ica concedida p a ra la prom oción de los pue­ m ano. Por eso en la categoría de «derecho hum ano»
blos no debe ser condicionada a la aceptación de no en tra adecuadam ente la sim ple procreación
program as de contracepción, esterilización o abor­ («derecho a procrear»); lo que sí cabe dentro de la
to. categoría de «derecho hum ano» es el ejercicio res­
- La fam ilia tiene derecho a la asistencia de la ponsabilizado de la función procreativa («derecho a
sociedad en lo referente a sus deberes en la procrea­ fundar u n a fam ilia»).
ción y educación de los hijos. Las parejas casadas
con fam ilia num erosa tienen derecho a una ayuda b) Puede hablarse con propiedad de un
adecuada y no deben ser discrim inadas».
«derecho a las condiciones humanas
Como conclusión de esta p rim era aproxim ación, de la procreación»
se pueden h acer dos afirm aciones: 1) en las p rin ci­
pales Declaraciones de los Derechos H um anos (tan­ No existe, hablando con propiedad, un «derecho
to de ám bito internacional como de ám bito europeo a la procreación». Pero sí existe un derecho a las
y de dim ensión eclesial católica) no existe ninguna condiciones que hagan posible que, en su caso, el
referencia explícita al derecho a la procreación; úni­ ejercicio de la procreación constituya un proceso
cam ente se form ula el «derecho de fu n d ar una fam i­ hum anizado y hum anizador.
lia», en el que e n tra im plícitam ente, pero no de m o­ El m ism o Concilio V aticano II utiliza la expre­
do obligatorio e im prescindible, la función procrea­ sión «derecho de procrear», si bien no le otorga un
tiva; 2) parece im procedente incluir la función pro ­ sentido absoluto; el contenido de este derecho ha de
creativa dentro de la form ulación de un «derecho ser in terp retad o por su «contextualizacion»: se pide
hum ano» en el sentido técnico que esta expresión al poder civil que salvaguarde ese derecho de los
contiene. padres. «Hay que salv ag u ard ar el derecho de los
La razón de la ú ltim a afirm ación rad ica tan to en padres a p ro crear y a educar en el seno de la fam ilia
el significado de la procreación h u m an a como en la a sus hijos» (GS 52). En la exhortación apostólica
función que tiene la categ o ría filosófico-ético- Familiaris consortio, (n. 46), Ju an Pablo II enum era

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 167


entre los «derechos de la fam ilia» el derecho «a tencia de la sociedad en lo referente a sus deberes
ejercer su responsabilidad en el cam po de la tra n s­ en la procreación y educación de los hijos».
misión de la vida hum ana». • Exigencias éticas pertenecientes a los esposos.
De las precedentes anotaciones se deduce la con­ El derecho a una procreación hum anizada y hum a-
clusión de que existe un derecho hum ano a las con­ nizadora supone, por p a rte de los esposos, la acep­
diciones que hacen posible el ejercicio auténtico de tación consciente y la realización adecuada de los
la función procreativa. Tales condiciones pueden criterios que integran el llam ado «principio de p a ­
ordenarse en dos grupos: ternidad / m atern id ad responsable». Principio que
• Exigencias éticas pertenecientes a la sociedad. fue form ulado así por el Concilio V aticano II: «Con
Las instancias sociales, desde las agrupaciones h as­ responsabilidad h u m an a y cristiana cum plirán su
ta el poder político, pasando por los colectivos con misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforza­
influencia social, tienen dos com etidos generales en rán am bos (esposos), de com ún acuerdo y común
relación con el ejercicio hum ano de la función pro­ esfuerzo, por form arse un juicio recto, atendiendo
creativa: tanto a su propio bien personal como al bien de los
hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo
- por una p arte, no pueden im poner al m a tri­ las circunstancias de los tiem pos y del estado de
monio una form a d eterm inada de ejercitar su fun­ vida tan to m ateriales como espirituales y, final­
ción procreativa. N ingún poder externo tiene facul­ m ente, teniendo en cuenta el bien de la com unidad
tad p a ra im pedir el legítim o ejercicio de la procrea­ fam iliar, de la sociedad tem poral y de la propia
ción hu m an a o p a ra im ponerlo de form a dictato ­ Iglesia. Este juicio, en últim o térm ino, deben for­
rial; m arlo ante Dios los esposos personalm ente» (GS
- por o tra p arte, les corresponde «a todos los 50).
que influyen en las com unidades y grupos sociales
contribuir eficazm ente al progreso del m atrim onio
y de la fam ilia» haciendo posible la realización de
una procreación hu m an a responsable (GS 52).
Ni el totalitarismo del poder social ni la irres­
En el artículo 3 de la Carta de los Derechos de la ponsabilidad de los esposos son compatibles con
Familia de la S anta Sede (1983) se form ulan tax ati­ el derecho a la procreación humana. Por el contra­
vam ente estas exigencias: «Las actividades de las rio, la responsabilidad de los cónyuges, junto con
autoridades públicas o de organizaciones privadas,
que tra ta n de lim ita r de algún m odo la libertad de la asistencia respetuosa y eficaz de la sociedad,
los esposos en las decisiones acerca de sus hijos, constituyen la concreción del «derecho a las con­
constituyen u n a ofensa grave a la dignidad hum ana diciones humanas de la procreación».
y a la justicia... La fam ilia tiene derecho a la asis­

168 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 6.a

Moral sexual

A. SINTESIS
Criterios básicos de la ética sexual
B. Para AMPLIAR
Algunos temas concretos de moral sexual
C; Para PROFUNDIZAR
Significado antropológico y teológico de la sexuali­
dad humana.
D. Para CONFRONTAR
La educación sexual.
_________ GUIA__________
El objeto de esta Unidad es la exposición de la
dimensión moral de la sexualidad humana. Como
punto de partida se coloca el significado antropológico
y teológico de la condición sexuada del ser humano. La
dimensión ética trata de deducir las exigencias que
supone el significado anteriormente expuesto.
Las exigencias éticas de la sexualidad se exponen
en una doble aproximación:
- aproximación general: ofreciendo los criterios
básicos y generales de la ética sexual;
- aproximación concreta y diversificada: anali­
zando las principales situaciones en que se realiza la
vida sexual del ser humano.

170 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Criterios básicos de la ética sexual.

A. 1. Q uehacer m oral de integ ració n del


«yo ».
A. 2. Q uehacer m oral de a p ertu ra al «tú».
A. 3. Q uehacer m oral de construcción del
«nosotros».

La ética sexual h a de determ inarse p rin cip al­ A. 1. Quehacer moral de integración
m ente desde la persona y en orden a la persona. Es del «yo»
el m isterio de la persona el que debe e sta r a la base
de toda m oral sexual. La m oral sexual explícita en quehacer ético la
m ás profunda realid ad de la sexualidad hum ana.
La sexualidad es una fuerza y dim ensión hum anas
p a ra edificación de la persona. Es necesario conver­
La sexualidad humana, en cuanto fuerza de la
tir el «es» (ser) en «debe ser» (quehacer).
persona, se abre a tres dinamismos o vertientes
fundamentales. Un primer dinamismo se orienta a De lo dicho se deduce un criterio general: la di­
m ensión m oral positiva de la sexualidad consiste en
lograr la madurez y la integración personal; la
la «personalización» de ésta dentro de las estru c tu ­
sexualidad es una fuerza para edificar el «yo»; és­ ras de la personalidad hum ana; expresando esto
ta es su primera vertiente. El segundo dinamismo m ism o de una m anera m ás sencilla, diríam os: un
tiende a realizar la apertura de la persona al mun­ com portam iento sexual es bueno (m oralm ente h a ­
do del «tú»; la sexualidad posibilita la relación blando) si «personaliza» o tiende a «personalizar» al
interpersonal que culmina en la construcción de hom bre. Esto supone que dicho com portam iento
un proyecto de vida. El tercer dinamismo de la sexual está «integrado» dentro del conjunto arm ó­
sexualidad es la apertura al «nosotros»; se trata nico de la persona. Anotemos que una m oral sexual
del horizonte social de la sexualidad, que sirve cristiana entiende esta persona desde unas coorde­
para construir el «nosotros» dentro de un clima de nadas nuevas, las de la revelación cristiana: es una
relaciones interpersonales cruzadas. persona cristianizada.
Al to m ar en consideración la dinám ica de la p er­
sonalidad y al c e n tra r en ella el núcleo del quehacer
El com portam iento sexual, en cuanto quehacer m oral de la sexualidad, tenem os que a d m itir otros
m oral, debe seguir esas tres orientaciones básicas. dos criterios básicos p a ra la m oral sexual: el crite­
Lo positivo y lo negativo de la m oral sexual concre­ rio de diferenciación y el criterio de progresión. El
ta h a de verse dentro de este triple esquem a. prim ero de ellos recuerda que toda persona es un

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 171


sistem a único y que no es abarcable enteram ente - La relación heterosexual debe ser un lenguaje
por ningún esquem a prefabricado; la regla objetiva de amor. No ha de ser guiada únicam ente por la
es necesaria, pero ha de ser aplicada teniendo en fuerza del im pulso biológico, sino asum ida por las
cuenta el carácter irrepetible de cada persona. El capas superiores de la persona. Ha de ser una rela­
criterio de progresión recuerda que la personalidad ción «personalizada» y «personalizante». Para eso
hum ana está som etida al proceso de la m ad u ra ­ necesita acom odarse a las estru ctu ras relaciónales
ción; la orientación fundam ental de una existencia de la persona hum ana: h a de ser lenguaje hum ano y
no se realiza de un m odo puntual; necesita un pro­ lenguaje hum ano de am or. Y esto en el doble senti­
ceso largo y profundo de m aduración p a ra alcanzar do del lenguaje y del signo: expresión y al m ism o
la posesión plena de sí m ism a. tiem po realización del am or hum ano. Toda rela­
La m oral sexual, al centrarse sobre la persona, ción heterosexual que no se coloque en esta línea
tiende a tra sla d a r el acento o punto de interés del está desvirtuada y, por tanto, es descartable desde
cam po «puram ente sexual» al terreno am plio de la el punto de vista m oral.
persona. Tam bién se aplica en m oral el principio de - La relación heterosexual debe ser un lenguaje
Allers: «La m ejor educación general es, al m ism o de am or oblativo. Se tra ta de una m atización del
tiem po, la m ejor educación sexual». Al polarizarse am or. En efecto, el am or puede presentarse en for­
la ética sexual en torno al núcleo de la personali­ m as pseudopersonales. Podem os distinguir tres cla­
dad, entendida dinám icam ente en un desarrollo de ses de am or: el am or de goce, el am or posesivo y el
integración progresiva a todos los niveles, dicha am or oblativo. Aplicándolos a la sexualidad: 1) El
m oral sexual adquiere la tonalidad de «m oral de la am or de goce se expresa m ediante una sexualidad
persona» o m oral antropológica. Es p lan te ar el pro ­ de goce. En varios idiom as hay una frase b ru ta l que
blem a de la sexualidad en la to talid ad de la existen­ responde a ella: «gozar de una m ujer». Puede vivir­
cia hum ana. se ciertam ente la sexualidad como una sim ple expe­
riencia personal agradable, en la que la o tra p arte
no es tom ada en cuenta com o persona, sino sólo
A. 2. Quehacer moral de apertura al «tú» como fuente de placer, al que aporta sus diversos
atractivos. E sta sexualidad no crea ningún vínculo
El segundo dinam ism o de la sexualidad es el de entre los participantes: una vez agotada la novedad
la relación interpersonal. El hom bre es una estruc­ del goce, se busca en o tra persona un estím ulo iné­
tura abierta, en su doble aspecto de indigencia y dito. Es una sexualidad «inm adura», «adolescen­
oblatividad. La existencia h u m an a se constituye en te». 2) El am or posesivo conduce a una sexualidad
la relación interpersonal. La condición sexual del posesiva, tal como se expresa en otra expresión no
hom bre establece una coloración especial o una va­ m enos dura: «poseer a una m ujer». Es una sexuali­
riación cu alitativ a en ese diálogo interpersonal. dad en la que afloran diversos fallos psíquicos de
Toda relación con el «otro» es una relación m a­ agresividad hacia los dem ás (tendencias sádicas) y
tizada por el tono de lo sexual. La sexualidad hu m a ­ de autoagresividad (tendencias m asoquistas); se
na colorea todas las relaciones interpersonales. Pe­ tra ta de una sexualidad m ás o m enos neurótica. 3)
ro no vamos a detenernos'en esta form a de sexuali­ Solam ente el am or oblativo da sentido a la sexuali­
dad difusa que invade toda relación del «yo-tú». dad hum ana, que es la búsqueda de unión íntim a,
Nos interesa únicam ente aquí la relación específi­ de com unión recíproca vivida en el intercam bio
cam ente sexual (no entendam os reductivam ente personal de donación y aceptación.
«genital»). - La relación heterosexual debe establecerse en
La a p e rtu ra al «tú» en cuanto ser «sexuado» y la diferencia sexual. Puede existir am or, y am or
«sexuante» es uno de los quehaceres fundam entales oblativo, en otras distin tas form as de am or in ter­
de la ética sexual. Señalo a continuación las condi­ personal. Para que sea una relación heterosexual, la
ciones m orales generales de la com unicación «yo- oblatividad de ese am or debe ser vivida a p a rtir de,
tú» en clave de sexualidad. en y en busca de la diferencia sexual. Son así asum i­

172 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


das y personalizadas las estru ctu ras n aturales de la a p e rtu ra al «nosotros». El am or y la sexualidad no
sexualidad; en ellas debe encarnarse el am or. Toda quedan reducidos al ám bito de la intersubjetividad.
«perversión» o «desviación» de la estru ctu ra sexual Tienen que abrirse al m undo de lo social.
destruye la sexualidad com o lenguaje de a m o r obla­ T am bién la ética sexual ha de englobar en su
tivo. enfoque las dim ensiones sociales de la sexualidad y
- La relación heterosexual ha de ad q u irir una del am or. Son m uchos los aspectos sociales de la
forma diversa de acuerdo con la evolución dinám ica sexualidad que deben ser focalizados por la m oral.
de la persona y teniendo en cuenta los diversos es­ Nos fijarem os únicam ente en éste: control social de
tratos personales que quedan com prom etidos en las m anifestaciones sexuales.
ella. Me refiero a la gradación que es necesario
m antener en la com unicación entre los sexos por - La sociedad tiene derecho y obligación de ejer­
razón de las diferentes etapas de la evolución psico- cer vigilancia sobre las m anifestaciones de lo se­
sexual en el hom bre. A cada una de ellas correspon­ xual. Las exigencias del bien com ún fundam entan
de una form a diversa de relación heterosexual. este principio general. Una educación y desarrollo
integral de la persona p o stulan un clim a social ade­
cuado. La sociedad h a de contar, sobre todo, con la
inm adurez y fragilidad de los niños, jóvenes y otras
A. 3. Quehacer moral de construcción personas débiles en lo hum ano. Por lo dem ás, todos
del «nosotros» los que com ponen la sociedad tienen derecho a no
ver p e rtu rb ad a indebidam ente su tran q u ilid ad por
No por ser «personalista», el com portam iento m edio de ciertas m anifestaciones de lo sexual.
sexual se convierte en una «conducta individualis­
ta». He insistido en el carácter interpersonal de la El sujeto de este derecho y deber de vigilancia es
sexualidad como lenguaje auténtico de am or. Pero toda la sociedad. Como representantes de la m ism a,
hay que a ñ a d ir m ás: la sexualidad no es asunto que las diversas autoridades deben g aran tizarla m e­
pasa entre dos; el com portam iento sexual se abre al diante disposiciones adecuadas. La censura es una
«nosotros social». Y de ahí recibe unos im perativos de ellas. Sin em bargo, en la legislación y disposicio­
éticos m uy concretos y determ inados. Por desgra­ nes concretas se ha de p ro cu ra r buscar la m adurez
cia, en nuestro tiem po de signo tan social la viven­ personal, lo cual no se logra ni dejando a la libertad
cia sexual cam ina hacia un olvido de este principio sin la ayuda de la ley, ni quitan d o el riesgo del fallo
de que tam bién los «otros» cuentan en el m om ento con la suplantación de la lib ertad por la ley.
de pensar sobre la regulación ética del com porta­
- Las m anifestaciones del p udor social están so­
m iento sexual. Y esto no sólo por la influencia, de
metidas a la variabilidad de los tiempos y de las cultu­
tipo extrínseco, que pueda tener todo com porta­
ras. Siendo el p udor un sentim iento n atu ral, sus
m iento en orden a los dem ás, sino por la m ism a
razón intrínseca de la sexualidad en sí m ism a. m anifestaciones varían según las circunstancias.
Por eso, la m oral no ha de confundir el pudor con
Una ética sexual com pleta no puede perder de sus form ulaciones socio-culturales. De hecho, las
vista esta perspectiva am plia de lo social p ara reglas generales de prudencia h an de restringirse a
proyectar los criterios adecuados que regulen con­ cada civilización y a cada época cultural, sin hacer
venientem ente esta faceta del com portam iento h u ­ trasvases de u n a a otra. Los estudios etnológicos
m ano. h ab lan de la relatividad de las m anifestaciones con­
El tercer dinam ism o de la sexualidad es el de la cretas del pudor.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 173


B. Para AM PLIAR
Algunos temas concretos de moral sexual.

B. 1. Exigencias éticas del diálogo heterose­


xual.
B. 2. Las relaciones sexuales p rem atrim o ­
niales.
B. 3. La hom osexualidad.
B. 4. El autoerotism o: significado antro p o ­
lógico y valoración m oral.
B. 5. El pudor sexual: entre la «desvergüen­
za» y el «miedo».

B. 1. Exigencias éticas del m er lugar, abrirse a su conocim iento. Es un deber


diálogo heterosexual m oral p a ra el adolescente y p a ra el joven el conse­
guir un conocim iento adecuado del sexo contrario,
En el diálogo heterosexual se han de resp etar un como tam bién de su propio sexo.
conjunto de exigencias que hem os señalado en el
a p artad o precedente (Síntesis, A2). H a de ser: len­ Este conocim iento está som etido al riesgo de
m uchos fallos:
guaje de am or; lenguaje de am or oblativo y recepti­
vo; desde y p a ra la diferencia sexual; con diversi­ — La pornografía, m ás o m enos escandalosa,
dad de form as de acuerdo con la edad evolutiva y suele ser un m edio que el adolescente utiliza p ara
con el grado de com unicación que se quiera estable­ ad q u irir el conocim iento del otro sexo; en esa inau­
cer entre las personas que se com unican. Además de téntica, aunque «ilustrada» y «naturalista», infor­
estas exigencias éticas generales, existen otras m ás m ación de revistas, filmes, televisión y dem ás m e­
particu lares a las que nos vam os a referir en los dios de com unicación social, el adolescente defor­
párrafos siguientes. m a el conocim iento del sexo contrario; pone una de
las causas de m uchos fallos en su com portam iento
heterosexual y frustra su integración con el otro se­
a) Descubrimiento del «tú» xo.
como interlocutor heterosexual
- La picardía en palabras, gestos y m iradas es
• Apertura de conocim iento otro sistem a que los adolescentes em plean p ara
abrirse al conocim iento del sexo contrario; en tales
Para d escubrir al otro sexo es necesario, en p ri­ casos suele existir una intercom unicación de «se­

174 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


cretos» entre los adolescentes, en un m undo cerra­ la base de casi todas las relaciones heterosexuales
do sobre sí m ism o y opuesto al de los m ayores. inauténticas. La falta de control, el deseo de placer
— La imaginación individual (los «m alos pensa­ y el egoísm o suelen ser los tres pilares sobre los que
m ientos», com o dicen ellos) es otro cam ino de acce­ descansan las relaciones heterosexuales fallidas.
so al conocim iento del sexo opuesto; estas fantasías
«crean» la realid ad deform ándola en un ám bito de b) Las expresiones del amor
ensueño y de ilusión, lo cual puede constituirse en
un grave estorbo p a ra el encuentro de la realidad heterosexual
del sexo contrario. No vam os a exponer todas las form as del diálo­
go heterosexual. Nos fijarem os únicam ente, y a m o­
• Apertura de intercomunicación personal do de ejem plo, en dos de ellas que consideram os
como las m ás representativas: la m irad a y la cari­
Además de la a p e rtu ra al conocim iento del otro cia (incluyendo en esta ú ltim a el beso, el abrazo y el
sexo, el adolescente y el joven se abren a él m edian­ baile).
te una intercom unicación personal. E sta ha de
g u ard ar ciertas reglas determ inadas p a ra que sirva
a una integración heterosexual auténtica. • Antropología y moral de la mirada
Dos orientaciones fundam entales se han de te­ La m irad a es una forma de encuentro entre dos
ner en cuenta en esta a p e rtu ra de intercom unica­ personas. De ordinario va un id a a todo un conjunto
ción interpersonal: el cará c te r progresivo y la elim i­ o espectro de form as en el que se realiza el encuen­
nación del egoísmo. tro interpersonal. En ese caso, la m irad a es uno de
— El carácter progresivo de la intercom unicación los postulados fundam entales, tal como lo supo ex­
heterosexual es u n a condición indispensable p ara p resar m aravillosam ente, y a lo divino, san Juan de
la integración y m adurez sexual. la Cruz:
Ha de entenderse tan to en la form a de realizarse M ira que la dolencia
los encuentros (la pedagogía sexual señala diversas de am or no se cura
etapas: prim ero, en grupo; m ás tarde, por parejas sino con la presencia y la figura.
dentro del grupo; y por fin, la p areja sola dentro de Laín E ntralgo (Teoría y realidad del otro, II. M a­
un m arco social), como en la donación progresiva d rid 1961, 154-155) ha hecho una clasificación de
de los estratos sexuales (am or rom ántico, am or es­ las m iradas según la doble división por razón de la
piritual, donación física). intención y de la profundidad.
En relación con este últim o aspecto, hay que te­ Según su intención, la m irad a puede revestir
ner en cuenta la asincronía de los factores que in te r­ cinco form as diferentes: 1) la mirada inquisitiva: en
vienen en la sexualidad: asincronía entre la m ad u ­ ella no satisface lo percibido y el ojo que m ira busca
rez genital, m adurez psicosexual y m adurez afecti­ y busca algo de lo que en el rostro y en los ojos del
va. Los adolescentes son aptos p a ra engendrar an ­ otro le es com presente; 2) la mirada objetivizante en
tes de ser aptos p a ra am ar. La m adurez afectiva sentido estricto: en ella el percipiente queda provi­
com pleta viene m ás tard e de la m adurez genital y sionalm ente satisfecho con lo percibido; 3) la mira­
de la m adurez psicosexual. da abierta y receptiva: la intención en el m ira r no es
— La segunda condición m oral en la a p e rtu ra de posesiva, sino aceptadora; 4) la mirada instante o
intercom unicación personal es la eliminación del petitiva: lo percibido es centro fontal que conmigo
egoísmo. puede ser o no ser generoso de sí m ism o; 5) la mira­
Para que exista un encuentro personal son nece­ da autodonante o efusiva: m iram os al otro para en­
sarias tanto la donación com o la aceptación. Queda tregarnos personalm ente a él.
excluido todo egoísmo. E ste nace y es fom entado Según la profundidad, las m iradas pueden ser
por el deseo de un placer descontrolado, que está a distinguidas del siguiente modo: 1) la mirada a los

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 175


ojos: la m eta de quien así m ira no quiere p asar de la com pañía cuando la realidad física y personal del
pupila del otro, de la superficie de su cuerpo, de su otro ya ha sido puesta en evidencia por otros senti­
piel; 2) la mirada al alma: esa m irad a inten ta pene­ dos. Hay dos m odos principales de acariciar a otro:
tra r en el interior del otro, m as no p a ra alcanzar el la caricia hedonista y la caricia benéfica. Con aqué­
fondo de su alm a, sino p a ra contem plar lo que en lla, quien la ejecuta persigue el logro de un placer
ésta hay; 3) la mirada al fondo del alma: la m eta de propio... Con la caricia benéfica, en cam bio, se in­
esta m irad a es ahora el centro personal del otro. ten ta p ro cu rar alivio o placer a la persona acaricia­
Las m iradas que antes hem os llam ado instante o da, la cual, como en el caso anterior, debe conocer
petitiva y autodonante y efusiva nacen de este se­ previam ente la condición h u m an a del que acaricia»
creto h o n tan a r aním ico. (L. E ntralgo, o. c., 161, nota 55).
La m irad a puede convertirse en form a de diálo­ J. Rof Carballo ha estudiado, con profundidad,
go heterosexual. Entonces asum e unas característi­ el papel que desem peña en la vida del niño la c ari­
cas singulares. E stas características se convierten cia benéfica (Violencia y ternura. M adrid 1967, 219-
p ara el m oralista en condiciones m orales. Helas 230). E sta form a p arte de la sexualidad «diatrófi-
aquí: ca», en distinción de la sexualidad propiam ente ge­
- La m irad a como lenguaje auténtico de diálo­ nital. Para Rof C arballo, la caricia y el beso son los
go heterosexual no puede ser objetivizante, sino dos instrum entos de la tern u ra. D entro de las in ter­
una m irada autodonante o efusiva. Si es una m ira­ pretaciones que se han dado a estas dos form as de
da objetivizante, se qu ed ará en los aspectos m era­ com portam iento hum ano, cabe m uy bien entender­
m ente superficiales, estéticos o cosificantes de la las como dos aspectos de la sexualidad diatrófica,
sexualidad; en cam bio, la m irad a efusiva o autodo­ como dos m edios p a ra realizar la urdim bre consti­
nante m irará al profundo del alm a, al núcleo perso­ tutiva del hijo con la m adre.
nal desde donde b ro tan el am or y la sexualidad. Además de la caricia hedonista y la caricia bené­
- La m irad a como lenguaje auténtico de am or fica, existe la caricia propiamente erótica. Es la for­
heterosexual no m ira a la sexualidad como u na «co­ m a de encuentro am oroso. Entonces la caricia
sa», sino como una dim ensión del m isterio total de adopta m uchas m odalides; el beso y el abrazo son
la persona. Si se m ira a la sexualidad como «cosa», los dos m odos privilegiados de este encuentro por
se cae en todos los fallos de la m irad a inm oral: a) la m edio de la caricia erótica. El baile es u n a form a
m irada inquisitiva de lo sexual, de signo adolescen­ com pleja de encuentro donde tienen cabida las res­
te, reflejo de una sexualidad inm adura; b) la m ira­ tantes form as de encuentro táctil.
da superficial e irreflexiva, que denota u n a vivencia La m oralidad de la caricia (y de sus form as deri­
del am or en dim ensión de superficialidad y de falta vadas: beso, abrazo, baile...) ha de m edirse de
de seriedad; c) la m irad a m aliciosa y picara, que acuerdo con los principios del encuentro in terp er­
introduce en el objeto contem plado la m aldad inte­ sonal de am or. H an de tenerse en cuenta los crite­
rio r de su propia persona; d) la m irad a provocativa, rios del pudor sexual; adem ás, h an de aplicarse los
que inten ta la seducción y que produce el escánda­ principios de toda form a de encuentro heterosexual
lo. como auténtico lenguaje de amor, según hem os visto
antes.
• Antropología y moral de la caricia
(beso, abrazo, baile...)
Tam bién el encuentro táctil puede convertirse B. 2. Las relaciones sexuales
en form a del encuentro hum ano. La función del tac­ prematrimoniales
to es una form a ru d im e n ta ria de encuentro in ter­
personal, cuando dicho encuentro queda reducido
al plano de las m eras sensaciones táctiles. Pero
a) Razonamientos insuficientes
«otorga el tacto una profunda y eficaz vivencia de El tem a de la licitud o no licitud de Jas relacio­

176 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


nes sexuales prem atrim oniales no puede ser llevado - conveniencia de un aprendizaje y u n a experi­
a terrenos de argum entación que nos parecen insu­ m entación p a ra p rep ararse m ejor al m atrim onio;
ficientes. - es preferible ac ep ta r el «m al m enor» de las
La consideración de la m oral tradicional, que relaciones p rem atrim oniales antes que una a b sti­
coloca la in tim id ad prem atrim o n ial en el esquem a nencia sexual prolongada de carácter represivo.
de la fornicación, parece a todas luces inadecuada. El razonam iento y discusión sobre la m oralidad
Los dos criterios que da p a ra declarar su ilicitud de las relaciones sexuales prem atrim oniales tiene
son insuficientes: d esv irtu ar la finalidad pro creati­ que colocarse po r encim a de las consideraciones de
va (y educativa) de la relación sexual, y b uscar un carácter m eram ente pragm ático. En concreto, dos
placer que sólo es perm itido dentro del m atrim o ­ son los ángulos de vista que es necesario adoptar: la
nio. Tales criterios p arten de una visión antropoló­ dim ensión in terp erso n alista del gesto sexual en
gica ya superada de la sexualidad hum ana. cuanto lenguaje de am or, y la dim ensión vinculante
Tam poco es válida o tra form a de arg u m en ta­ que debe co m p o rtar toda relación sexual p a ra que
ción que llam aríam os pragmática, en la que se m i­ sea auténtica. Se tra ta de dos perspectivas com ple­
ran ante todo los convenientes o inconvenientes, de m entarias p a ra ju zg ar de la au ten ticid ad de una
carácter preponderantem ente social y psicológico, relación sexual y, po r tanto, de su valoración m oral.
que llevan consigo las relaciones sexuales p rem a tri­
m oniales. E sta form a de argum entación se utiliza
tanto p a ra defender la licitud como p a ra defender b) ¿Expresión auténtica de
la ilicitud. un amor total y definitivo?
Los que in te n ta n p ro b ar la ilicitud de las rela­
ciones sexuales prem atrim oniales recurren a estas La relación sexual, p a ra que sea auténtica, debe
razones, entre otras: acaecer en un contexto de entrega personal total y
definitiva. Si no es así, tal relación com porta irre ­
- el sentim iento de culpabilidad; m ediablem ente la frustración de algunos valores
- el valor de la virginidad, sobre todo en la jo­ especiales, de los cuales, al m enos en n uestra cu ltu ­
ven; ra, es sím bolo expresivo y operativo.
- las consecuencias peligrosas: p a ra la poste­ Es evidente que el am or es com unicación y bus­
rior fidelidad conyugal; p a ra la vida m atrim onial ca la intercom unicación personal. Cuando se tra ta
(m atrim onio sin ilusión; m atrim onio centrado en lo de un am or heterosexual, busca la intercom unica­
sexual; insatisfacción en el acto conyugal); p a ra el ción sexual. Pero en este «darse» y «recibirse» pue­
equilibrio psíquico de los jóvenes, sobre todo de la den existir m uchos fraudes; es necesario pulsar
joven; m uy seriam ente la au ten ticid ad del am or, sobre to­
- el peligro de abandono po r parte de uno de los do cuando se tra ta de la intercom unicación sexual
dos; plena. Además, es inherente a la antropología del
am or hum ano una especie de «asincronía» entre el
- la presencia de una concepción con la conde­
am or sentido y vivido y las posibilidades concretas
na social concom itante.
de la realización unitiva: el ser hum ano tiene una
Tam poco nos parecen convincentes las razones m adurez biológica y h a sta u n a m adurez psicológica
que se aportan, dentro de esa m ism a línea p rag m á ­ de am or antes de poseer una m adurez personal ple­
tica, p a ra decir que son lícitas. He aquí algunas de na p a ra su sten tar el peso hum ano de una realiza­
tales razones: ción total del am or heterosexual.
- exigencia de una com unicación plena a p a rtir Aplicando estos m atices a las relaciones sexua­
de la m aduración progresiva en el am or; les prem atrim oniales, hay que cuestionar, en p ri­
- conveniencia de som eter a u n a p ru eb a o a un m er lugar, la autenticidad de tal amor. El am or,
test la posibilidad de com plem entación sexual en­ cuando se tra ta de la entrega total, debe probarse
tre los dos; m uy bien a sí m ism o; hay que d escartar de él el m ás

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 177


m ínim o egoísmo. Al h a b la r de am or en tales cir­ car la realidad hu m an a total de aquellas personas
cunstancias, ¿no se está expuesto a pensar en un cuya pulsión sexual se orienta hacia individuos del
am or de signo em inentem ente biológico? «¿No me m ism o sexo.
quieres lo bastante p a ra acostarte conmigo?», es Sin em bargo, en la m entalidad convencional y
una antigua a rtim añ a. La pregunta exige otra: «Por dom inante, la p alab ra «hom osexualidad» se ha ido
supuesto, te quiero lo b astan te p ara casarm e conti­ cargando de connotaciones peyorativas. Eso es lo
go. Pero el m atrim onio no es exactam ente dorm ir que ha m otivado su sustitución, sobre todo en am ­
juntos; es com er, vivir, crecer, tener hijos, estar uni­ bientes hom osexuales, por otros térm inos no conta­
dos p a ra el bien. M ientras no podam os tenerlo todo, m inados por el difuso desprecio social: «homofi-
no puedo decepcionarte contentándom e con una lia», «hom otropia», etc. Más aún, en los m ovim ien­
parte; no pertenezco a esa clase de personas. Aun­ tos de reivindicación hom osexual se utilizan térm i­
que no puedas entender esto, ¿me am as lo bastante nos y expresiones en las que intencionadam ente se
p ara esperar?». quiere poner de m anifiesto el «orgullo» de ser ho­
Además de la au ten ticid ad del am or, es necesa­ m osexual. Tal es la connotación que lleva el térm i­
rio tener en cuenta la carga personal que suponen no «gay».
unas relaciones sexuales prem atrim oniales y que A pesar de reconocer con M. Oraison que existe
no se puede sobrellevar sino dentro del m atrim o­ una «tram pa de palabras», tam bién afirm am os con
nio. el m ism o a u to r que «el térm ino hom osexual es en el
Por todos estos m otivos, la exigencia de com uni­ fondo el único que conviene p a ra h ab lar del proble­
cación no es tan decisiva en los novios que obligue a m a en general» (El problema homosexual. M adrid
unas relaciones sexuales prem atrim oniales. Eso no 1976, 20). En efecto, si en la realidad de la sexuali­
excluye la posibilidad de que su am or sea en m u­ dad se distinguen tres niveles, «sexus», «cxos» y «fi­
chas ocasiones m ás auténtico y m ás responsable lia», se puede hablar: de «hom ogenitalidad»(lo m is­
que el am or existente en ciertas relaciones sexuales mo que de «heterogenitalidad») en referencia a los
m atrim oniales. aspectos biológicos del sexo, de «hom oerotism o» (lo
m ism o que de «heteroerotism o») en relación con los
aspectos em otivos, y de «homofilia» (lo m ism o que
de «heterofilia») p a ra a lu d ir a los aspectos relació­
Al proclamar la abstinencia sexual prematri­ nales. El térm ino que engloba adecuadam ente la
monial, no proclamamos una represión, ni una realidad es el de homosexualidad (lo m ism o que he-
frustración, ni una «castración» en la línea ascen­ terosexualidad es el térm ino adecuado p a ra signifi­
dente de la relación amorosa interpersonal. Los car la condición sexual de las personas cuya pulsión
novios tienen derecho y obligación de manifestar se orienta hacia individuos de diferente sexo).
su amor de una manera progresiva. Unicamente Las am bigüedades de la term inología tienen su
exige que sea su amor lo que así se manifieste, que correlato en el contenido conceptual. De ahí que sea
no se trate de unas manifestaciones egoístas que conveniente delim itar la noción precisa con que en
invocan el amor como pretexto.
la reflexión m oral se ha de entender el fenóm eno de
la hom osexualidad hum ana.
Por «hom osexualidad» entendem os: la condi­
ción hum ana de un ser personal que en el nivel de la
B. 3. La homosexualidad sexualidad se caracteriza por la peculiaridad de sen­
tirse constitutivam ente instalado en la form a de ex­
presión exclusiva en la que el p a rte n er es del mismo
a) La condición homosexual sexo.
El térm ino «hom osexualidad» fue introducido Desglosando los elem entos esenciales de la defi­
por un m édico húngaro en el siglo XIX. A pesar de nición anterior, la hom osexualidad queda configu­
su inicial connotación clínica, ha pasado a signifi­ rad a m ediante los siguientes rasgos:

178 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- en la hom osexualidad se tra ta fundam ental­ sociales la propensión sea m ás evidente en el hom o­
m ente del sentido global de un ser hum ano; la ho­ sexual.
m osexualidad no es sólo ni principalm ente un fenó­
m eno sexual, sino la condición antropológica de un b) Postura oficial católica
ser personal; el hom osexual es ante todo un ser h u ­ sobre la homosexualidad
m ano con una condición y un destino perfectam en­
te hum anizables y hum anizantes; La po stu ra oficial católica ante la hom osexuali­
- la peculiaridad antropológica del hom osexual dad puede verse perfectam ente expresada en la De­
tiene su raíz y su m anifestación m ás evidente en el claración de la Congregación p a ra la doctrina de la
nivel de la sexualidad, entendiendo la «sexualidad», fe, Persona hum ana (1976), p rim e r docum ento del
no desde perspectivas «reduccionistas» o «m onova­ m agisterio eclesiástico m oderno que tra ta directa y
lentes», sino desde su realid ad m ultivectorial y p lu ­ expresam ente el tem a de la hom osexualidad.
rivalente; El contenido de la p o stu ra oficial católica ante
- la condición hum ano-sexual del hom osexual la hom osexualidad p a rte de una d eterm inada com ­
se caracteriza po r saberse instalado, de una m anera prensión del fenóm eno hom osexual. Recoge y h asta
exclusiva, en la atracción hacia com pañeros del adm ite la distinción («que no parece infundada»)
m ism o sexo; entre e stru c tu ra y ejercicio: «Entre los hom osexua­
les cuya tendencia, proviniendo de una educación
- a p a rtir de la anotación anterior, se ha de en­ falsa, de falta de norm al evolución sexual, de hábito
tender por hom osexual el que lo es constitutivam en­ contraído, de m alos ejem plos y de otras causas a n á ­
te y no sólo com portam entalm ente (aunque la cons­ logas, es tran sito ria, o al m enos no incurable, y
titución llevará frecuentem ente a la conducta), el aquellos otros hom osexuales que son irrem ediable­
que vivencia la p eculiaridad de su real condición (y m ente tales por una especie de instinto innato o de
no el que vive en una situación de pseudohom ose- constitución patológica que se tiene por incurable».
xualidad o de hom osexualidad latente), y el que Sin em bargo, sigue considerando la estru ctu ra ho­
pretende e n co n trar cauces adecuados p a ra su reali­ m osexual com o u n a condición h u m an a «patológi­
zación en cuanto hom osexual (y no el que se sitúa ca» («vitiata constitutio»).
en la am bigüedad de una am bivalencia frustrante);
El juicio m oral del com portam iento hom ose­
- consiguientem ente, por hom osexualidad no xual («iunctiones hom osexuales») en general y sin
entendem os directa y exclusivam ente los comporta­ distinción se expresa en térm inos de ética objetivis-
mientos hom osexuales, sino la condición hom ose­ ta e intrinsecista: «son actos privados de su necesa­
xual de un ser hum ano que, a través de sus com por­ ria y esencial ordenación»; «por su intrínseca n a tu ­
tam ientos, busca la realización personal; raleza son desordenados y no pueden ser nunca
- por o tra p arte, hay que d escartar como for­ aprobados de algún modo».
m as definitorias de la hom osexualidad aquellas E sta rígida valoración m oral queda suavizada
que, dentro de la condición hom osexual, son anó­ pastoralm ente, sobre todo en lo que se refiere a los
m alas o desviantes, com o por ejem plo: la «pederas­ hom osexuales co nstitutivam ente tales. Aunque se
tía», la «prostitución», la «violación», etc.; lo m is­ reprueba todo « m étodo p asto ral que reconozca una
mo que la heterosexualidad no es definida po r sus justificación m oral a estos actos por considerarlos
situaciones desviantes, tam poco puede ser aplicado conform es a la condición de esas personas», sin em ­
ese criterio p a ra expresar la noción de hom osexua­ bargo se afirm a tam bién que «indudablem ente esas
lidad; personas hom osexuales deben ser acogidas, en la
- por últim o, la condición hom osexual no con­ acción pastoral, con com prensión y deben ser soste­
lleva de por sí ningún rasgo de patología som ática o nidas en la esperanza de su p e ra r sus dificultades
psíquica; lo m ism o que el heterosexual, el hom ose­ personales y su in adaptación social. Tam bién su
xual ni está necesariam ente abocado a ella ni está culpabilidad debe ser juzgada con prudencia». Por
exento de su posible com pañía, aunque por razones o tra parte, se concede que los datos de la E scritura

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 179


«no perm iten concluir que todos los que padecen de persona ya no puede liberarse a pesar de toda su
esta anom alía son del todo responsables personal­ buena voluntad, representa una verdadera anom a­
m ente de sus m anifestaciones». lía y un ‘h a n d ic a p ’ real p a ra la evolución psicológi­
ca y sexual ulterior» (o. c., 19).
Teniendo en cuenta las anotaciones psicológicas
B. 4. El autoerotismo: precedentes, es necesario entender la m asturbación
significado antropológico por el significado que tiene p a ra el individuo con­
creto. De ordinario, la m asturbación «evolutiva» o
y valoración moral adolescente ha de entenderse como un repliegue del
sujeto sobre él m ism o que le im pide la m aduración
a) Significado antropológico psicosexual; m ientras que la m asturbación «adul­
ta» (de personas adultas) ha de ser considerada no
La m asturbación o autoerotism o (habría que tanto como un com portam iento de entidad directa­
evitar los térm inos de «onanism o» o de «vicio soli­ m ente «sexual» cuanto como m anifestación o «sín­
tario») es una variación psíquica que afecta a todo tom a» de un problem a hum ano no resuelto por di­
el ser del sujeto. No es exclusivam ente un problem a cha persona.
«sexual»; tiene un significado m ás am plio, que
afecta a la estru ctu ra psíquica del ser hum ano.
Dentro del significado antropológico global, el b) Valoración moral del
aspecto psicológico es el m ás destacado. E xam ina­ magisterio eclesiástico
da a este nivel, la m asturbación es una realidad E sta valoración ha sido claram ente expresada
psíquica de b astan te com plejidad. Sin em bargo, por la Congregación p a ra la doctrina de la fe en la
existe en ella algo com ún que la define en cuanto instrucción Persona hum ana (1975, n. 9). Apelando
entidad psicológica. M ientras que el ser hum ano a intervenciones m agisteriales precedentes y al sen­
m adura en la a p e rtu ra hacia los dem ás, la m astu r­ tido m oral de los fieles, se afirm a sin ninguna duda
bación es una acción que lo enclaustra dentro de sí que «la m asturbación es un acto intrínseca y grave­
mismo. m ente desordenado». La razón principal de esta va­
Este significado negativo de la m asturbación se loración se apoya en la siguiente consideración: «El
advierte de un m odo claro en la época de la adoles­ uso deliberado de la facultad sexual fuera de las
cencia. La situación del adolescente es m uy com ­ relaciones conyugales norm ales contradice esen­
pleja, sobre todo en lo que respecta a su exigencia cialm ente a su finalidad, sea cual fuere el m otivo
de integración social. Ante la dificultad que va inhe­ que lo determ ine. Le falta, en efecto, la relación se­
rente a esta a p ertu ra, el adolescente puede to m ar el xual requerida por el orden m oral; aquella relación
cam ino fácil del autoerotism o, y así «tenderá a des­ que realiza el sentido íntegro de la m u tu a entrega y
viarse hacia el placer solitario que se proporciona a de la procreación h u m an a en el contexto de un
sí m ism o, en un circuito cerrado, como p a ra abs­ am or verdadero».
traerse y defenderse del m undo que le circunda, un D entro de esa valoración general de carácter
m undo incom prensible, incom prensivo y hostil» objetivo, hay que tener en cuenta las situaciones
(M. Oraison, Armonía de la pareja humana. M adrid subjetivas en la m edida en que afectan a la respon­
1967, 18). sabilidad subjetiva. «La psicología m oderna ofrece
No se puede valorar por igual toda m astu rb a ­ diversos datos válidos y útiles p ara form ular un ju i­
ción, ya que no com prom ete por igual la evolución cio equitativo sobre la responsabilidad m oral y p a­
y la m adurez personal. Por ejem plo, «la m astu rb a ­ ra o rien tar la acción pastoral. Ayuda a ver cómo la
ción accidental, que puede producirse una o dos ve­ inm adurez de la adolescencia, que a veces puede
ces, apenas com prom ete el porvenir ; m ientras que prolongarse m ás allá de esa edad, el desequilibrio
la m asturbación rítm ica, hab itu al, de frecuencia psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre
rayana en u n a m anifestación d iaria, y de la que la la conducta, atenuando el carácter deliberado del

180 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


acto, y h acer que no haya siem pre falta subjetiva­ En efecto, es necesario in tro d u cir en la e stru c tu ­
m ente grave. Sin em bargo, no se puede presum ir ra sexual de la m asturbación los aspectos temporal y
como regla general la ausencia de responsabilidad espacial, entendiendo aquí «espacio» y «tiempo»
grave. Eso sería desconocer la capacidad m oral de como dos categorías hum anas.
las personas». - La categoría tem poral nos dice que la m astu r­
Para la p ráctica pasto ral, la doctrina del m agis­ bación p a rticip a de la realidad evolutiva de la sexua­
terio eclesiástico ofrece las siguientes orientacio­ lidad hum ana.
nes. En p rim e r lugar, ha de tom arse en cuenta «el La m asturbación se diversifica objetivam ente
com portam iento de las personas en su totalidad», según el m om ento en que se coloque dentro de la
integrando la p ráctica de la castid ad con la p ráctica dinám ica personal de la sexualidad hum ana. La ca­
de la caridad, de la justicia, de las restantes v irtu ­ tegoría espacial nos dice que la m asturbación en­
des cristianas. En segundo lugar, «se deberá consi­ globa diversos valores y com prom ete diferentes es­
derar en concreto si se em plean los m edios necesa­ tratos de la personalidad hum ana: el estrato biológi­
rios, naturales y sobrenaturales, que la ascética co, el estrato psicológico, el e stra to personal. Según
cristiana recom ienda en su experiencia constante sea un estrato u otro el que prevalezca, así h ab rá
para dom inar las pasiones y p a ra h acer progresar la que v alorar la m asturbación.
virtud».
Correlacionando la categoría tem poral con la
categoría espacial, nos encontrarem os con la di­
c) Matices ético-educativos m ensión real autén tica de la m asturbación en cu an ­
Teniendo en cuenta la com prensión antropológi­ to fenóm eno hum ano; a d istin ta etap a de la evolu­
ca de la m asturbación y tra tan d o de concretar la ción dinám ica sexual suele corresponder la preva­
valoración m oral d ad a por el m agisterio eclesiásti­ lencia de un estrato hum ano determ inado. Por
co, ofrecemos los siguientes m atices de carácter éti­ ejem plo, algunas m asturbaciones en la época de la
co-educativo: adolescencia o juventud suelen esta r condicionadas
prevalentem ente por la carga del estrato biológico.
- No se puede hacer u n a valoración ab stracta
de la m asturbación, en el sentido de que prescinda El m o ralista tiene que asu m ir estas categorías
de las condiciones personales en que se da. de la antropología sexual y «traducirlas» en len­
Estas condiciones personales no han de conside­ guaje m oral.
rarse en la línea de la m ayor o m enor advertencia y La inm oralidad de la m asturbación reside en
libertad (dentro de los principios de la m oral funda­ comprometer la evolución armónica de la dinámica
m ental), sino com o elementos objetivos de esa reali­ personal. La m asturbación com prom ete la m ad u ra ­
dad m oral que es la m asturbación. Por eso afirm a­ ción progresiva de la personalidad, que es uno de
mos que no es correcto h acer «abstracción objeti­ los im perativos básicos del hom bre en cuanto ser
va» de los condicionam ientos personales y form ar sexuado; al m ism o tiem po, com prom ete la arm oni­
una valoración universalm ente válida desde el pun­ zación de los distintos valores o estratos de la perso­
to de vista objetivo. Lo único que se puede decir es nalidad, es decir, com prom ete la integración de la
que la m asturbación, en cuanto representa una de persona, base de la integración interpersonal y de la
las figuras o uno de los cuadros del esquem a de integración con la trascendencia.
fallos sexuales, es de gran im portancia. Pero no se - En esa frustración de la evolución arm ónica
puede tra d u c ir esa apreciación en térm inos de vali­ de la personalidad puede existir un más y un menos.
dez universal, aplicable au to m áticam en te a cada E sta variab ilid ad cu alitativ a depende de varios
caso concreto. factores: de la in tensidad de un acto; del núm ero de
- Las condiciones personales que introducen acciones; del m om ento evolutivo en que se coloque
esa variabilidad objetiva dentro de la m asturbación dentro de la dinám ica personal; del estrato hum ano
podrían resum irse en dos aspectos de la estru ctu ra que m ás com prom etido quede. T raduciendo estas
sexual hum ana. consideraciones en lenguaje m oral, tenem os que

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 181


a d m itir que en el pecado de m asturbación existe un virtudes en el sentido pleno) sin las cuales el acto de
m ás y un menos; no hay u n a m edida única y absolu­ la virtu d de la tem planza no puede ser perfecto (por
ta. eso son partes integrales de dicha virtud). La ver­
De los principios anteriorm ente expuestos se de­ güenza es el tem or del deshonor procedente de un
rivan m uchas aplicaciones: acto torpe. La honestidad es la estim a del decoro y
belleza de la tem planza.
He aquí dos de ellas. La m asturbación ha de m e­
dirse ante todo po r sus valores personales, de inte­ De po r sí, la vergüenza, en cuanto pasión de te­
gración personal y de com unicación interpersonal. m or frente al deshonor, es algo que acom paña al ser
La edad evolutiva ha de ser tenida m uy en cuenta hum ano en todas sus acciones m alas. Pero es m uy
en el m om ento de v alorar la m asturbación; tiene justo que se le conceda a la m ateria sexual un plano
aplicación este principio de una m anera p a rticu la r de p rim era im portancia en el origen de la vergüen­
p ara la m asturbación en la adolescencia. za, dado el bochorno de las acciones contra la se­
xualidad.
La vergüenza juega un papel im portante en la
B. 5. El pudor sexual: vida m oral, y m ás concretam ente en el terreno del
entre la «desvergüenza» y el «miedo» com portam iento sexual. Es una protección de la
virtud de la castidad. No es propiam ente una vir­
tud, ya que su objeto no es form alm ente bueno. El
a) El pudor como vivencia objeto de la vergüenza es el tem or de la deshonra
de la intimidad personal producida por un acto torpe. La vergüenza es pues
instinto, una pasión del apetito sensitivo que no al­
El com portam iento sexual hum ano, si lo com pa­ canza la perfección de la virtud, pero que es una
ram os con el del anim al, está som etido a la ley del condición de la m ism a virtud. Su acción es muy
«ocultam iento». La disim ulación de los órganos se­ sim ilar a la de la conciencia, a la que va ín tim am en ­
xuales es uno de los factores m ás elem entales de la te unida; y puede alcanzar la perfección de la vir­
cultura; esta actitud, sin em bargo, es m uy am biva­ tud.
lente, ya que a la disim ulación le acom pañan miles
de invenciones in dum entarias p a ra poner de relieve Las consideraciones de santo Tom ás sobre la
al m ism o tiem po aquello que ocultan. La exhibi­ vergüenza nos indican dos orientaciones que hemos
ción sexual es causa de escándalo. Más aún, los de tener en cuenta: 1) la vergüenza no es, de por sí,
co m p o rtam ien to s patológicos exhibicionistas y virtud; es una disposición, cuyo objeto no es perfec­
«voyeuristas» hab lan de dos elem entos que h an de to (el tem or al deshonor) y que por tan to puede que­
ser integrados correctam ente en el com portam iento darse en la im perfección; 2) la vergüenza nace de la
sexual norm al: el de «ver» y el de «ser visto». Sola­ relación existente entre el individuo y los demás;
m ente el hom bre se ve a sí m ism o y se siente mirado. solam ente en esa interferencia se percibe el tem or
Esta condición antropológica general adquiere una al deshonor.
condición p a rticu la r en el terreno del com porta­ - Estas dos orientaciones básicas de santo To­
m iento sexual. m ás son recogidas actualm ente en el concepto de
E sta constatación nos introduce en el análisis de pudor. Hoy día se h a b la m ás bien de «pudor» que de
la dialéctica existente entre in tim id ad y a p e rtu ra «vergüenza». Y es en esta clase de p udor donde hay
social en el com portam iento sexual hum ano. ¿Debe que ver el com portam iento sexual hum ano.
existir tal tensión? Y si existe, ¿cuál es el punto El concepto actual de p udor añade, o al menos
exacto donde debe ser colocada? precisa, un poco m ás el concepto de vergüenza. Es­
- En el tra ta d o sobre la tem planza, santo To­ ta dice referencia inm ediata al tem or frente al des­
m ás coloca dos «pasiones» como p artes integrales honor que nos puede provenir de una acción torpe;
de la m ism a: la vergüenza y la honestidad (2-2, q. tal tem or nos ayuda a tener u n com portam iento se­
144-145). Son dos posiciones o condiciones (no son xual perfecto. El pudor insiste principalm ente en el

182 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 183
derecho a la in tim id ad personal frente a un exhibi­ tonces cae en extrem os que ya no son disposiciones
cionism o exagerado. Pudor sexual es el equilibrio o condiciones favorables p a ra la virtu d de la casti­
perfecto entre la in tim id ad personal y la apertu ra dad, sino co ntrarias a ellas.
social en el com portam iento sexual. Los dos extrem os a que está expuesto el p udor
El am or y la sexualidad, en cuanto com porta­ son: la desvergüenza y el m iedo. E ntre ellos se da
m ientos hum anos, p articip an de la in tim idad per­ una gran variedad de form as m ás o m enos afines.
sonal. Pero hay que tener en cuenta que la intim i­
dad personal tam bién se da dentro de un clim a de - La desvergüenza es la carencia total de la in ti­
intersubjetividad; es la intim idad relacional. m idad personal en el terreno del am or y de la se­
xualidad.
Cuando el hom bre es vulnerado en su intim idad,
cuando es «descubierto», hace aparición en él el Nace de la pérdida del «m isterio hum ano» que
sentido o sentim iento de confusión. La confusión lleva consigo la sexualidad en el hom bre, que no
nace del pudor herido. E sta es una reacción o clim a puede ser hom ologada con la sexualidad anim al. Se
afectivo, en el que vivim os lo que nos es propio. El desarrolla a p a rtir de criterios «naturalistas» y has­
pudor nos im pide profanar nuestro secreto perso­ ta higiénicos en la concepción del sexo, que queda
nal. reducido a una cosa o in strum ento de placer o de
estética. Desemboca en una «desilusión» o ap atía
Aplicando estas nociones al cam po de la in tim i­ frente a las m anifestaciones del am or, lo cual cons­
dad del am or y la sexualidad, aparece la necesidad tituye un síntom a de degradación personal. Y crea
del pudor sexual. Para que exista una vivencia ple­ en toda la sociedad un clim a de «cansancio» ante la
na del am or y la sexualidad, a escala plenam ente dim ensión espiritual y trascendente de todo lo h u ­
hum ana, se precisa la conciencia de su intim idad m ano.
personal e interpersonal, y al m ism o tiem po la con­
ciencia del peligro a que dicha intim idad está ex­ Las form as concretas en que se m anifiesta la
puesta. desvergüenza sexual son m uy variadas: desde la
«coquetería» irresponsable h a sta el «exhibicionis­
Esa es la naturaleza del p udor sexual: la vivencia mo» patológico, pasando po r el sem idesnudo pro ­
de la in tim idad personal que va inherente al am or y vocado y el strip-tease com ercializado, hay una ga­
a la sexualidad, y en cuanto que está expuesta al m a inm ensa de com portam ientos «im pudorosos»
peligro de la esfera general «profana». Cuando la por desvergonzados. Es im posible hacer una casuís­
persona carece o ha perdido el pudor sexual, vive su tica m oral a este respecto. Lo im portante es señalar
am or y su sexualidad a la intem perie, desvirtuán­ la dim ensión que queda fru strad a en tales com por­
dolos, privándolos de las calidades hum anas que tam ientos: la in tim id ad del am or y la sexualidad;
necesita tener. ésta queda reducida a objeto exhibido y m uchas ve­
El pudor sexual personaliza el com portam iento ces com ercializado. Cada u n a de las form as de com ­
sexual hum ano, librándolo de los riesgos de desin­ portam iento im pudoroso realiza, en m ayor o m enor
tegración, com o vamos a ver inm ediatam ente. grado, este fallo contra la sexualidad hum ana.

— El miedo ante lo sexual es el otro extrem o falso


b) La «desvergüenza» y el «miedo»: del pudor.
las dos desviaciones del pudor sexual
La historia de la educación sexual ofrece m u­
El pudor sexual sitúa el com portam iento sexual chos ejem plos: «Es clásico c ita r trazos cómicos en
en el punto exacto de la tensión in tim id ad personal- esta m ateria: el palo que usaban los sem inaristas
apertu ra social. Da al com portam iento sexual una del siglo pasado p a ra in tro d u cir la cam isa en el
de las líneas éticas de-^u dim ensión social. Pero el pantalón; los baños o duchas en calzoncillos; todas
p u d o r-se g ú n lo constataba santo Tom ás de la «ver­ las m anifestaciones de la gazm oñería que no tienen
güenza»- es u n a realidad frágil y expuesta a la am ­ nada de específicam ente confesionaf y que no son
bigüedad. Puede desvirtuarse m uy fácilm ente. En­ patrim onio exclusivo de casas cristianas de educa­

184 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ción» (M. Oraison, Le mystére hum ain de la sexualité. tam bién podem os decir que se tra ta de un pudor
París 1965, 9). social. Sería éste com o el sentim iento de la sociedad
Las form as concretas de este m iedo ante lo se­ que se defiende de las irrupciones de los individuos.
xual son tam bién m uy variadas. Van desde la ñoñe­ El am biente social —en cuanto atm ósfera de perso­
ría infantil h a sta el tem or obsesivo ante lo sexual. nas libres y resp o n sab les- tiene tam b ién su grado
En la actu alid ad van desapareciendo tales m anifes­ de in tim id ad y de pudor. La sociedad tiene obliga­
taciones, debido a una m ejor inform ación y educa­ ción de defenderlo contra toda introm isión p e rtu r­
ción en el terreno de la sexualidad y del am or. badora.
Aludir a este tem a es p lantearnos el problem a
del control que la sociedad tiene que ejercer en las
c) Del pudor personal al «pudor social» m anifestaciones sexuales. Problem a m oral delicado
El p udor sexual, según acabam os de ver, es un y expuesto a soluciones extrem istas por am bas p a r­
sentim iento personal que regula las m anifestacio­ tes, sobre todo en la situación actual.
nes sociales de la sexualidad y del am or. Es, ante R em itim os a los criterios expuestos en el a p a rta ­
todo, una a c titu d ética personal e interior. Pero do Síntesis (A. 3) de esta U nidad.

C. Para PR OFU N D IZAR


Significado antropológico y teológico de la sexualidad humana.

C. 1. A ntropología de la sexualidad.
C. 2. La cosm ovisión bíblica en relación con
la sexualidad hum ana.

La sexualidad es una de las condiciones básicas m ano. Por su parte, el cristianism o inserta en ella
en que se en cuentra «instalada» la existencia perso­ su peculiar cosm ovisión, y de esta suerte el c ristia­
nal, tanto individual como social. O rigina, consi­ no in ten ta vivir su sexualidad con la coherencia hu­
guientem ente, un ám b ito peculiar de actuación en m ana redim ensionada desde la fe.
el que se realiza el proyecto vocacional del ser h u ­
■>
PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 185
C. 1. Antropología de la sexualidad cia el fondo biológico. H a sido un fallo el h ab er re­
ducido la sexualidad a «genitalidad»; pero creemos
La sexualidad h u m an a supone, expresa y realiza necesario ad v ertir que no se puede caer en el extre­
el m isterio integral de la persona. De ahí que no mo contrario: com prender la sexualidad hum ana
pueda entenderse desde una consideración reduc­ sin referencia a su instancia biológica.
cionista y reductora. Se han destacado las conse­
cuencias negativas a que ha conducido una concep­
ción monovalente de la sexualidad. • Significado procreativo
La polivalencia o el carácter plurivectorial es un Si la sexualidad hu m an a no fuese m ás que «bio­
rasgo específico de la sexualidad hum ana. Por eso logía sexual», no ten d ría otro sentido que el de la
m ism o su com prensión ha de ser com etido de diver­ procreación. Sería, como fundam entalm ente lo es la
sos saberes trab ajan d o interdisciplinarm ente. Co­ sexualidad anim al, una sexualidad procreativista.
mo punto de p a rtid a y como resultado de esa inter- Por la presencia de otras instancias, como la psi­
disciplinaridad, se puede h a b la r de diversas dim en­ cológica y socio-cultural, la sexualidad hu m an a no
siones de la sexualidad hum ana. está circunscrita a los ritm os biológicos de m arcada
Las dim ensiones de la sexualidad hu m an a pue­ orientación procreativa. La sexualidad hu m an a es
den ser expuestas de varios modos. Uno de ellos m ás que función procreativa. Por otra parte, la pro­
sería el de seguir la estructuración de la sexualidad creación dentro de la especie hu m an a no está au to ­
desde las zonas m ás profundas de las «necesidades» m áticam ente regulada por la instintividad, sino
y «pulsiones» h asta su transform ación en lenguaje que tiene que ser responsablemente (es decir, «hu­
interhum ano. E sta m anera de buscar la «arqueolo­ m anam ente») regulada. E sta afirm ación antropoló­
gía» del deseo sexual p a ra «reconstruir» su historia gica está a la base de la problem ática m oral de la
dentro de la persona es un m étodo interesante y regulación de la n atalid ad , de los m étodos de con­
enriquecedor. Ju n ta las posibilidades herm enéuti­ trol y de la planificación fam iliar y dem ográfica.
cas del psicoanálisis con los m étodos in te rp re ta ti­ Al no identificar sexualidad con procreación, re­
vos del estructuralism o y de la lingüística. Los conocemos que existe una posible y válida separa­
guías en este cam ino podrían ser Freud, Lévi- ción entre función unitiva y función procreativa den­
Strauss, Chomsky, Ricoeur, Lacan, etc. tro de la sexualidad hum ana. Los criterios éticos
Adoptarem os, sin em bargo, un m étodo distinto, que regulan la diferencia y la relación entre am bos
no tan fenom enológico ni tan generativo como el aspectos deben ser pensados desde una antropolo­
que acabam os de señalar. De una m anera m ás asép­ gía sexual plenam ente hum ana, en la que no hay
tica, irem os señalando las instancias de la sexuali­ «confusión» de las dos dim ensiones, aunque sí tiene
dad adoptando las diversas perspectivas que nos que haber una correcta relación.
ofrecen los saberes clásicos de lo hum ano: biología, Sin em bargo, creem os que, desde una antropo­
psicología, sociología, filosofía. La diversidad y la logía correcta de la sexualidad hum ana, tenem os
integración de tales perspectivas corresponden a la que reconocer que ésta tiene tam bién, aunque no
com plejidad u n ita ria de la realidad sexual. exclusivam ente, una dim ensión procreativa. E sta
dim ensión, aunque deba ser vivida e integrada tam ­
a) Dimensión biológica bién a otros niveles (el del am or, la afectividad, el
(La sexualidad como pulsión) cariño, el cuidado m aterno, etc.), creem os que pro­
viene fundam entalm ente de la instancia biológica.
La dim ensión biológica es el apoyo de todo el
edificio de la sexualidad hum ana; em pleando la ter­ • Significado placentero
m inología de Lersch, podríam os decir que es su
«fondo vital»: el com portam iento sexual hum ano se La sexualidad h u m an a no es un «juego» en el
genera desde las fuerzas vitales de las pulsiones bio­ sentido peyorativo del térm ino: no es un objeto del
lógicas y en su realización cobra decisiva im portan- que hay que ex tra er el m áxim o placer posible. El

^186 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


hom bre como individuo, lo m ism o que com o grupo, m entos caóticam ente m ezclados. La dim ensión psi­
no siem pre se ha librado de esta tentación de consi­ cológica introduce el sentido en la sexualidad h u ­
d erar la sexualidad casi exclusivam ente como fuen­ m ana: desde ese m om ento, la pulsión sexual se abre
te de placer. En la form a de vivir el hom bre occiden­ a la luz, se abre a la relación, se convierte en con­
tal su sexualidad se han descubierto algunos rasgos ducta, se reviste de lenguaje, se encarna en sím bo­
que indican esa orientación: el hom bre se considera los, se desarrolla en la celebración festiva del goce
como «un ser que busca el placer o que está a u to ri­ sexual. En una p alab ra, encuentra la salida h u m a­
zado p a ra buscarlo». na de la palabra clarificadora y encauzadora.
Al reducir la sexualidad a un instrum ento de
placer, el com portam iento sexual queda degrada­ • La sexualidad como fuerza
do. Cae en la insignificancia, en la exacerbación y constructiva del yo
en el absurdo. No en vano la búsqueda exclusiva del
placer en la sexualidad se considera que tiene una Una de las claves que ap o rta la instancia psico­
versión en el cam po de la «patología sexual». lógica p a ra la com prensión global de la sexualidad
es la de la maduración. La sexualidad no es una
Pero tam bién el extrem o contrario es falso y realidad dada definitivam ente; es una fuerza que
m uy peligroso. A la sexualidad acom paña el placer. debe ser integrada desde el núcleo personal. He ahí
Una de las funciones principales que se señalan al
las dos palabras: m aduración e integración.
ejercicio sexual es la del placer.
Si la sexualidad tiene que ser vivida desde el di­
Es necesario q u ita r de la noción de placer todas nam ism o in terio r del sujeto, éste a su vez se cons­
aquellas adherencias espúreas provenientes de una truye y m ad u ra a través de la m ism a sexualidad. La
m entalidad neoplatónica. Al m ism o tiem po, es pre­ sexualidad, por tanto, es una fuerza constructiva
ciso librarlo de una conexión directa con el pecado del «yo». Este es uno de los significados que tiene el
original, uno de cuyos efectos h a b ría sido la dep ra­ fenóm eno global de la sexualidad, pero que le viene,
vación de todo placer hum ano y m ás concretam en­ principalm ente, de la instancia psicológica.
te del placer sexual (concupiscencia).
• La sexualidad como función hermenéutica
b) Dimensión psicológica de la persona
(La sexualidad como fuerza La instancia psicológica ap o rta tam bién a la se­
integradora del yo) xualidad global la dim ensión hermenéutica. La p er­
La dim ensión psicológica de la sexualidad dice sona se expresa a través de la sexualidad. Más aún,
que ésta no es única ni preferencialm ente una pul­ la sexualidad es una forma expresiva privilegiada de
sión. U tilizando o tra term inología, la sexualidad no la persona.
es sólo una «necesidad», es tam bién un «deseo»; se Desde este significado herm enéutico, la sexuali­
hace m ateria de vivencia hum ana, al m ism o tiem po dad puede ser entendida com o lenguaje de perso­
que se constituye en form a expresiva de la m ism a. nas. Además, adquiere unas posibilidades sim bóli­
He ahí lo peculiar de la instancia psicológica de la cas y festivas. Toda la sexualidad hu m an a es una
sexualidad: el com portam iento sexual es un com ­ celebración de personas que se expresan dentro de
portam iento vivenciado y hecho conducta humana. un m undo peculiar de sím bolos y lenguaje.
E sta afirm ación nuclear se puede desarrollar de
varias m aneras. Se puede decir que la sexualidad c) Dimensión dialógica
biológica representa u n a fuerza no autoclarificada,
(La sexualidad como lenguaje
m ientras que la dim ensión psicológica introduce la
de personas)
clarificación. Esto supone que la pulsión sexual, en­
tendida como «necesidad» biológica, vive en una El hom bre es una estructura abierta. La existen­
oscuridad existencial, sin salida clara y con sus ele­ cia h u m an a se constituye en la relación interperso-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 187


nal con el «otro». Y esto acaece en la dim ensión más p ara in te rp re ta r el com portam iento sexual h u m an o
fundam ental del ser del hom bre. es su interpretación dialógica.
La condición sexual del hom bre establece una
coloración especial o una variación cu alitativa en d) Dimensión socio-cultural
su diálogo interpersonal. Toda relación con el (La sexualidad como hermenéutica
«otro» es una relación m atizada por el tono de lo y configuración de la realidad social)
sexual. La sexualidad h u m an a -d a d a su peculiari­
dad extensiva y «lujosa»- colorea todas las relacio­ La vida sexual hu m an a tiene unas «bases socio-
nes interpersonales. La tesis de M arcuse de una so­ antropológicas». E sta dim ensión socio-cultural es
ciedad «integralm ente erótica», si se entiende en estudiada con p a rticu la r interés en la a c tu a lid a d a
esta perspectiva, es la expresión de la realidad que fin de c o n tra rre sta r los excesos de intim ism o a que
estam os apuntando. condujo una consideración preferentem ente psico­
Desde la instancia dialógica, el fenóm eno total lógica. Por o tra p a rte , la h erm en éu tica socio-
de la sexualidad hu m an a adquiere unas dim ensio­ política ha encontrado en el com portam iento se­
nes peculiares. Señalam os a continuación las dos xual un ám bito privilegiado p a ra la verificación de
m ás im portantes: sus presupuestos m etodológicos.
- En p rim er lugar, la sexualidad hu m an a úni­ Tres aspectos diferenciales y peculiares del com ­
cam ente logra su diferenciación específica al abrirse portam iento sexual hum ano están a la base del as­
al otro. Cuando el im pulso sexual es vivido a nivel pecto socio-cultural de la sexualidad. El prim ero de
no-objetual, se encierra sobre él m ism o en un círcu­ ellos es «la form ación de un excedente im pulsivo
lo autoerótico y autoposesivo. Freud señaló muy sexual». El hom bre, contrariam en te a lo que sucede
bien el carácter anárquico, bestial y asocializado en el anim al, no tiene su sexualidad co artad a a los
del placer sexual cuando es vivido sin alteridad. lím ites de una periodicidad establecida. En el hom ­
bre existe una in in terru m p id a presencia del im pul­
La a p e rtu ra al otro es lo que hace de la sexuali­ so sexual. Esto origina un excedente de fuerza se­
dad hum ana un com portam iento diferenciado y hu ­ xual. ¿Qué h acer con él? Puede orientarse hacia un
m ano. La libido necesita una determ inación, una pansexualism o hum ano, introduciendo la sexuali­
especificación, una diferenciación, lo que será úni­ dad directa en todos los aspectos de la vida h u m a ­
cam ente obra de la interpelación del otro, como na. O puede recibir una orientación perfecta m e­
m edida y contraste, com o realidad, como p rohibi­ diante la su p erestru ctu ra social, que se hace nece­
ción y prom esa, como censura e ideal. Es esto lo que saria p a ra o rien tar el excedente de im pulso sexual
rom perá la circu larid ad clausa y a b rirá la brecha hacia fines no directam ente sexuales. Las e stru c tu ­
de la alteridad, de la trascendencia. ras sociales están originadas po r las fuerzas exce­
La sexualidad hu m an a sin alterid ad se encierra dentes de los instintos, entre los cuales se cuenta el
sobre ella m ism a narcisísticam ente; padece una so­ im pulso sexual. Hay, pues, una sexualización nor­
ledad radical; queda fijada en una etap a arcaica. m al en las instituciones sociales. La sexualidad,
Esto explica que toda inversión sexual, desde la ob­ adem ás de biología y psicología, es en este sentido
servación clínica individual a las constataciones de sociología.
la antropología, la etnología y la fenom enología de Otro aspecto peculiar del com portam iento se­
las relaciones hum anas, puede ser reducida a esta xual hum ano es la considerable reducción que ha
perturbación de la relación yo-tú, que es la base de sufrido en él el instinto. Hay una reducción del con­
la relación dialogal. trol instintivo biológico (neuro-horm onal) en lo que
- Como segundo elem ento que ap o rta la in stan ­ atañe a la sexualidad hum ana. El instinto sexual
cia dialógica al fenóm eno global de la sexualidad anim al actúa con esquem as rígidos e innatos; tiene
hum ana, hem os de afirm ar que el com portam iento una gran seguridad con relación al fin que persigue;
sexual es comportamiento hum ano al ser un compor­ no se dan el fallo ni la dubitación. En cam bio, en el
tamiento dialogal. Dicho con otras palabras, la clave hom bre puede darse lo «im previsible». El instinto

188 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sexual h u m an o tiene una gran plasticidad, prove­ las otras religiones am bientales. E stas expresaban
niente de la reducción del control autom ático infe­ su com prensión de la sexualidad en m itos y ritos.
rior y de la presencia de un control superior y m ás El dogm a fundam ental de Israel, po r el co n tra ­
perfecto (zonas superiores del cerebro). E sta pecu­ rio, desde sus orígenes excluye los m itos y los ritos
liaridad h u m an a hace que la vida sexual en el hom ­ sexuales. Yahvé, el Dios de los padres que se m ani­
bre pueda tam bién orientarse po r cauces de «per­ fiesta a Moisés (Ex 3, 13-15), el que libera a Israel de
versión». la cautividad de Egipto p a ra hacerlo su pueblo, el
Por ello se hace necesaria la presencia de la su­ Dios que exige un culto en exclusiva (Ex 20, 1-3),
p erestru ctu ra social, en cuanto que el hom bre tiene Yahvé es único (Dt 6, 4): no hay al lado de él ningún
que organizar sus im pulsos en actos conscientes. La otro dios. Todo cuanto existe ha sido creado por él;
regulación social de la sexualidad ayuda a buscar es su criatu ra. Yahvé es radicalm ente trascendente.
su finalidad po r m edios superiores de canalización E sta creencia básica de la fe ju d ía excluye todos
social. los m itos sexuales. No existe ni la diosa-m adre, ni la
El tercer aspecto que postula la presencia de la diosa-am ante, ni la diosa-esposa. Si Yahvé es nom ­
su p erestru ctu ra social en la conducta sexual h u m a ­ brado con el arquetipo de Padre (Ex 4, 22-23; Dt 1,
na es la posibilidad de sep arar el placer sexual de la 31; Os 11, ls; Is 1,2), este nom bre no hace relación
finalidad biológica. El hom bre puede lib erar el p la­ al m ito de fecundidad divina, sino al m odo de rela­
cer de la esclavitud finalística biológica. Las direc­ cionarse Dios con su pueblo.
ciones de tal liberación pueden ser de signo diverso. Así, pues, la fe israelita rom pe con la concepción
Puede orientarse hacia la producción de una vida m ítica que tenían de la sexualidad las religiones
hum an a m ás plena en la dinám ica personal y en la antiguas. No adm ite una sacralización m ítica de la
vida de in tersu b jetiv id ad . Pero puede tam bién sexualidad hum ana.
orientarse hacia u n a «fijación» en el m ism o nivel
del placer. El im pulso sexual origina sensualismo o En el m om ento actual, la fe cristiana tiene que
la sensualidad. Hay que tener adem ás en cuenta seguir desem peñando u n a función desm itificadora,
que el placer, al liberarse de la finalidad biológica, no precisam ente en relación con los m itos y ritos de
puede extender las zonas productoras de placer se­ culturas prim itivas, sino en relación con las form as
xual. M ientras que el instinto sexual, cerrado sobre de «neo-sacralización» del sexo.
su propia finalidad, se concentra sobre las zonas La neosacralizacion de la sexualidad va unida a
sexuales, el placer sexual liberado puede producirse otros fenóm enos erráticos del m undo actual, sobre
en todas las zonas y form as de la percepción senso­ todo entre los jóvenes. La «religión del sexo» o la
rial hum ana. «religión de las drogas» son, la m ayor p arte de las
veces, la versión secular y falseada de la auténtica
religión. Hace algunos años, el teólogo p rotestante
C. 2. La cosmovisión bíblica H. Cox puso de relieve la necesaria función desm iti­
ficadora del cristianism o ante el erotism o idolizan-
en relación con la sexualidad humana te de la sociedad actual.
La reflexión bíblico-teológica ofrece una cosmo-
visión peculiar en la que queda arm ónicam ente in­ b) Orientación «humanizadora»
tegrada la com prensión de la sexualidad hum ana. y de «apertura al otro»
La resum im os en las siguientes orientaciones.
Liberada de las tra b a s m íticas, la sexualidad
asum e una configuración hum ana. Es éste uno de
a) Orientación «desmitificadora» los aspectos en que m ás se insiste hoy día y que
La originalidad de la revelación bíblica sobre el descansa en los fundam entos m ás au ténticam ente
am or y la sexualidad se m anifiesta claram ente en la bíblicos.
ru p tu ra que la religión ju d ía opera con relación a Tanto p a ra la Biblia com o p a ra la teología, se

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 189


tra ta de h u m an izar lo sexual no como un m edio de de Israel vive su am or, sabe que realiza el m isterio
satisfacción privada, ni como una especie de estu­ del am or de Dios con su pueblo. Las cualidades de
pefaciente al alcance de todos, sino como la invita­ am or (fidelidad, entrega, exclusividad) y los fallos
ción al hom bre a que salga de sí m ism o. La realiza­ en el m ism o (infidelidad, prostitución de la esposa,
ción de lo sexual no adquiere un valor ético cuando etc.) reciben u n a valoración nueva: la valoración
se hace «conforme a la naturaleza», sino cuando religiosa de la histo ria de salvación.
ocurre conform e a la responsabilidad que tiene el E sta intuición de los profetas es profundizada
hom bre ante el hom bre, ante la com unidad hum a­ por san Pablo al relacionar el m isterio de Cristo-
na y ante el futuro hum ano. Iglesia con el m isterio del am or cristiano de esposo-
La sexualidad aparece, tam bién dentro de la esposa (Ef 5, 22-23).
cosmovisión cristiana, como u n a posibilidad de en­
cuentro y de a p e rtu ra al otro. E sta afirm ación la d) Orientación «virginal»
vemos concretada en los dos relatos sobre la pareja
inaugural. La revelación cristiana sobre el am or ap o rta una
novedad; el descubrim iento de la virginidad. Se
puede vivir el am or hum ano de una form a com ple­
c) Orientación «mistérica» tam ente nueva; el am or tiene una estru ctu ra h asta
El am or hum ano, según la teología de los profe­ ahora desconocida: una estru ctu ra virginal.
tas, es introducido en el ám bito de la alianza. Los Con la venida de Cristo hacen su aparición en la
profetas se sirven de la com paración del m atrim o ­ historia este nuevo concepto y esta nueva realidad
nio hum ano p a ra explicar las relaciones de Dios con del am or virginal. La persona m ism a del Señor, cé­
su pueblo. Yahvé es el esposo y el pueblo es la espo­ libe y virgen, es una revelación: anuncia y realiza la
sa. El dram a de la pareja hum ana, d ram a de am or y estru ctu ra de los nuevos tiem pos; lo cristiano a d ­
de infidelidad, de fecundidad e infecundidad, es la quiere en Cristo su estru ctu ra básica. La esencia del
m ejor com paración p a ra entender el d ram a de las cristianism o es Cristo. Y Cristo ha vivido su am or
relaciones de Dios con su pueblo. Los pasajes profé- en una dim ensión de virginidad. El es la presencia
ticos que desarrollan este tem a son de una belleza escatológica, el p aradigm a perfecto de los c ristia­
literaria y de una profundidad teológica im presio­ nos en plenitud. A este p aradigm a se acercan los
nantes: Os 1-3; J r 2, 20-25; 3, 1-5; 31,2-6; Ez 16; 23; que viven en virginidad consagrada.
Is 54, 60-62. Los escritos neotestam entarios exponen y com ­
Pero no hem os de entender esto a sim ple nivel pletan el m isterio de la virginidad cristiana, inicia­
de com paración. El am or hum ano, al e n tra r dentro do en la persona de Cristo. Dos series principales de
del ám bito de la alianza, queda transform ado. Tie­ textos encontram os al respecto: los textos de los
ne ahora un arquetipo divino que ha de realizar: el evangelios sinópticos y los textos paulinos (Mt 19,
am or de Dios p a ra con su pueblo. Cuando la p areja 10-12; 22, 30; Le 14, 26; 1 Cor 7).

190 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. Para C O N F R O N T A R
La educación sexual.

No se puede poner en duda hoy la necesidad de Son m uchos los aspectos en que la fam ilia tiene
la educación sexual, en todas las etapas de la vida y que a p o rta r la form ación sexual que a ella le corres­
de un m odo p a rtic u la r desde la niñez h asta la ju ­ ponde. Señalo algunos puntos m ás im portantes:
ventud. El Concilio V aticano II afirm a que los niños — a la fam ilia no le corresponde tan to la tra n s­
V adolescentes «han de ser form ados, conform e m isión de conocim ientos sobre la sexualidad cuan­
avanza su edad, en una positiva y prudente educa­ to el testim onio y la iniciación vital. Ello se logra
ción sexual» (GE 1). m ediante la creación de un clim a de am or y de m u­
Lo que se cuestiona, desde distintos ángulos teó­ tua com unicación;
ricos y desde diferentes intereses prácticos, es el có­
— la fam ilia es, en el terreno de la sexualidad, el
mo realizar la educación sexual.
prim er lugar donde se transmiten los valores primor­
No se pretende aquí e n tra r en la discusión e ilu­ diales sobre la vida sexual;
m inación de todos los aspectos que en tran en juego
en una sana educación sexual, como, por ejem plo, — es en la fam ilia donde se considera m ás espe­
la pedagogía a utilizar, los contenidos concretos co­ cialm ente la peculiaridad de cada individuo en lo
rrespondientes a cada e tap a de la niñez y de la ado­ que tiene de original y propio;
lescencia, su integración dentro de la estru ctu ra — la vida y el comportamiento de los padres tienen
educativa, etc. Nos fijam os únicam ente en un as­ una influencia decisiva en la educación sexual de
pecto: los sujetos responsables de la educación sexual. sus hijos: 1) la autén tica vida de la pareja («íntim a
com unidad de vida y am or») es la condición p a ra la
aparición de un nuevo ser; 2) la aceptación respon­
a) La familia sable del hijo - y de su futuro sexo—, así como una
Es a los padres a quienes incum be el derecho y gestación sana, son factores que no se pueden des­
el deber de la educación sexual de sus hijos. Este cuidar; 3) la vida integrada de los padres tiene in­
derecho / deber existe independientem ente de la fluencias reales, aunque invisibles, en la configura­
m isión de la escuela e, incluso, le precede. Ni la ción sexual de los hijos, sobre todo en los prim eros
escuela, ni la sociedad civil, ni el Estado, ni la Igle­ años; 4) los padres juegan un papel decisivo en la
sia, ni otras instituciones educativas pueden su­ «identificación sexual» de sus hijos; 5) la vida con­
p lan ta r la tare a de los p adres en la educación se­ yugal y fam iliar es el clim a adecuado p a ra que el
xual de sus hijos. Las diversas instituciones tienen adolescente se a b ra al m undo del «otro» y logre así
por finalidad no su stitu ir a los padres, sino ay u d ar­ la «socialización» deseada;
les en su m isión. — a los padres les corresponde tam bién respon­
Reconocido su derecho, les toca a los padres to­ der a las prim eras «curiosidades» de sus hijos sobre
m ar plena conciencia de su m isión en este cam po de el sexo: «de dónde vienen los niños», «cuál es el
la educación sexual, lo cual supone: p rep ararse ade­ papel del padre», etc. E sta labor se convierte m ás
cuadam ente p ara ello, esforzarse por vencer las re ­ adelante en diálogo am istoso en que se tra tan las
sistencias y perezas, b u scar perm anentem ente su realidades de la p u bertad, las prim eras experien­
propio equilibrio psico-sexual. cias de relación, etc.;

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 191


- la vivencia del pudor en la fam ilia ha de reali­ que se puede lla m a r «orientación académ ica» del
zarse con n atu ralid ad , evitando los dos extrem os de tem a. Ello im plica: 1) in te g rar la dim ensión sexual
la obsesión neurotizante y del naturalism o cosifi- y afectiva en el conjunto del proyecto educativo; 2)
cante. ofrecer, a lo largo de las etapas educativas, una
orientación sistem ática del tem a; 3) entender la se­
xualidad en todos sus niveles, incluidos los aspectos
b) La escuela éticos.
Aunque es cierto que la doctrina del m agisterio - La educación sexual de la escuela no puede
eclesiástico no exige directam ente la educación se­ reducirse a contenidos no éticos; el conocim iento
xual en la escuela, no se opone sin em bargo a ella. debe ser traducido en actitudes y en formas de vida.
Dada la experiencia actual de diferentes países, la La escuela ha de p ro p iciar el desarrollo psico-
escuela es considerada hoy día como un lugar ade­ sexual del niño y del adolescente. En este aspecto
cuado p a ra la educación sexual. han de ser orientados con esm ero los aspectos si­
La m isión de la escuela ha de entenderse en cla­ guientes: 1) la coeducación, si se da en las etapas
ve de colaboración con la labor de los padres. En el educativas; 2) la relación entre chicos y chicas co­
plano de la educación sexual, se tra ta de una cola­ mo base p a ra un m utuo conocim iento y una rela­
boración de la escuela, que tiene como m isión com ­ ción personalizante.
pletar la educación im p a rtid a en el hogar. Cuando - La pedagogía reviste p a rticu la r im portancia
la escuela aborda el tem a de la sexualidad hum ana en la educación sexual. Los program as han de res­
como m ateria de enseñanza, debe cuidar m ucho de p e ta r el cará c te r gradual y diversificado de toda sa­
no ac ap a rar a los niños p a ra todas las m odalidades na educación sexual. En relación con los m étodos,
de enseñanza. H aciendo esto, se inm iscuiría en el los m edios de enseñanza visual (libros, filmes, dia­
plan de educación general que corresponde a los positivas, cuadros) deben ser evaluados científica­
padres. m ente en lo que concierne a su adaptación pedagó­
Por su papel de colaboración, la escuela ha de gica y aprobados por los padres.
p lan tear y realizar la educación sexual de acuerdo
con los padres. Estos tienen el derecho de ser infor­ - Los educadores que se dedican m ás d irecta­
m ados a tiem po y de form a com pleta sobre el conte­ m ente a la educación sexual han de g aran tizar el
nido, el m étodo y la presentación de la educación estar en posesión de un conjunto de cualidades im ­
sexual. prescindibles: 1) com petencia en el tem a; 2) capaci­
dad de discernim iento, que se traduce en juicios
No es m i deseo en fren tar las dos instancias edu­ equilibrados; 3) cercanía efectiva y afectiva con los
cativas, padres y escuela. Mi intención es resa lta r y educandos; 4) integración psico-afectiva personal;
prom over la m utua colaboración en este cam po tan 5) testim onio de valores en el terreno sexual. Estas
im portante como es la educación sexual. La fam ilia cualidades son necesarias tam bién p a ra la com uni­
y la escuela son dos lugares de educación sexual con dad educativa en general.
m isión específica cada uno de ellos, aunque integra­
dos en la u n id ad de un proyecto com ún. - La organización concreta de la educación se­
xual en la escuela puede a d o p ta r diversos modos,
La escuela p erm ite a los niños y adolescentes
com prender de una m an era sistem ática y vivenciar según se advierte en el estudio com parado de las
norm ativas de diversos países. Soy del parecer que
en un contexto m ás am plio que el de la fam ilia los
es m ás conveniente crear en la escuela una «plata­
datos esenciales de su desarrollo sexual y afectivo.
form a educativa» (de padres y educadores) que in­
Señalo a continuación algunos puntos m ás rele­ troducir una «asignatura» en el curriculum escolar.
vantes que han de ser tenidos en cuenta por la es­ Les com pete a los órganos de la A dm inistración
cuela en la educación sexual: ayudar con program as de servicio a la escuela, así
— Por lo que respecta al contenido de la educa­ como ejercer u n a función de vigilancia y supervi­
ción sexual, la escuela se fija preferentem ente en lo sión.

192 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


c) La sociedad licados: educación sexual de subnormales, reeduca­
ción sexual, program as de educación sexual p a ra
La sociedad tiene una función decisiva en la adultos, etc.
educación sexual de todos, niños, adolescentes, jó­
venes y personas ad u ltas. Son m uchos los aspectos
en que se concreta esa función. Ya señalé m ás a rri­ d) La comunidad cristiana
ba el deber de autocontrol com unitario que le in ­
cum be a la sociedad (en m edios de com unicación Quiero term in a r aludiendo al papel de la com u­
social, publicaciones, espectáculos, etc.). nidad cristian a en la tarea de la educación sexual. A
través de la catequesis y de las dem ás form as p asto ­
De no m enor im p o rtan cia es la creación de un rales, la com unidad c ristian a es el lugar de tra n sm i­
clima social en el que sea m ás connatural el desa­ sión de los valores éticos y religiosos en relación con
rrollo y la integración psico-afectiva. la sexualidad. Esa transm isión no puede ser de sig­
Por o tra p arte, es necesario resa lta r la im p o rtan ­ no frío, im positivo y ab stracto . Más bien, se ha de
cia de la A dm inistración y de otras entidades socia­ realizar por procedim ientos experienciales y de co­
les en la prom oción de la educación sexual: a través m unicación vital.
de program as de salud, m ediante proyectos de ayu­ A la com unidad cristian a le com pete, de un m o­
da asistencial, etc. do específico, la iniciación en el m isterio cristiano
Sin q u ita r responsabilidades a la fam ilia y a la de la sexualidad: p a ra la vocación conyugal; p a ra la
escuela, creo que las instituciones sociales consti­ vocación sacerdotal celibataria; y p a ra la vocación
tuyen la instancia m ás adecuada p a ra prom over la religiosa.
educación sexual en sus aspectos m ás difíciles y de­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 193


Unidad 7.a

Moral conyugal
y familiar

Apartado 1
Moral del matrimonio cristiano.
Apartado 2
Moral de la familia cristiana.
_________ GUIA__________
En esta Unidad se aborda la problemática moral
relacionada con el matrimonio y la familia. En rela­
ción con el matrimonio, después de exponer su signifi­
cado humano y cristiano (antropología y teología), se
analizan tres aspectos concretos:
- la dimensión ética del amor conyugal;
- el divorcio;
- las vinculaciones no matrimoniales.
En el apartado dedicado .a la familia se discute la
función social de dicha institución. Propuesta su fun­
cionalidad positiva, se estudia su dimensión ética,
destacando tanto el lado positivo (el ideal ético de la
familia) como su lado negativo (las deformaciones éti­
cas de la vida familiar). Se analiza de forma detenida
un aspecto concreto: el ejercicio responsable de la
procreación.

196 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Apartado 1
Moral del matrimonio cristiano.

A. SINTESIS
Los valores fundamentales del matrimonio cristia­
no.
B. Para AMPLIAR
La teología matrimonial desde la Biblia hasta hoy.
C. Para PROFUNDIZAR
Antropología y ética del amor conyugal.
D. Para CONFRONTAR
Crisis actual de la estabilidad matrimonial.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 197


A . Síntesis
Los valores fundamentales del matrimonio cristiano.

A. 1. El m atrim onio es una realidad personal


y social.
A. 2. El m atrim onio es una realidad sacra­
m ental.
A. 3. El m atrim onio es un proyecto ético.
A. 4. El m atrim onio en dialéctica con la v ir­
ginidad.

La conciencia cristian a y la reflexión teológica la com unidad. Y todo intento de fundam entar el
han ido m adurando el m ensaje que nos ofrece la m atrim onio, o sus características cristianas de uni­
Sagrada E scritura acerca del m atrim onio. A p a rtir dad e indisolubilidad, a p a rtir sólo del am or perso­
del Concilio V aticano II, la visión cristian a del m a­ nal y sin hacer referencia al carácter social e incluso
trim onio ha cobrado un m atiz claram ente persona­ jurídico del hom bre, está llam ado al fracaso» (J.
lista, al m ism o tiem po que ha puesto m ás de relieve Ratzinger, Hacia una teología del matrimonio: Se­
su dim ensión religiosa y com unitaria. He aquí los lecciones de Teología 9 [1970] 245).
aspectos fundam entales de una síntesis teológica
del m atrim onio.
A. 2. El matrimonio es
una realidad sacramental
A. 1. El matrimonio es
una realidad personal y social El m atrim onio tiene una dim ensión histórico-
(in s titu c ió n ) m undana, pero al m ism o tiem po conlleva p a ra la
vivencia y la com prensión de los cristianos una nue­
El m atrim onio es u n a «íntim a com unidad con­ va dim ensión: la religioso-sacram ental.
yugal de vida y am or» establecida «sobre la a lia n ­ La instancia sacram ental del m atrim onio cris­
za de los cónyuges» (GS 48). Tiene u n a dim ensión tiano se puede explicitar de m últiples m odos. Se
de entrega y realización interpersonal y o tra dim en­ nos queda un poco corta y h asta problem ática la
sión com unitaria, que lib ra al m átrim onio de toda aplicación de la definición form alista de sacram en­
tentación de quedar reducido al ám bito m eram ente to: signo exterior instituido por Cristo y que signifi­
privado. ca y produce la gracia. A p a rtir del m ensaje neotes-
«Lo que constituye el m atrim onio es el am or tam entario (cf. Ef 5, 22-33) y de la teología del V ati­
personal de los cónyuges (cuanto m ás personal, cano II (cf. GS 48) se puede explicitar la dim ensión
m ejor), pero en cuanto es aceptado y ordenado por sacram ental del m atrim onio cristiano de una ma-

198 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ñora m ás vital. Decir que el m atrim onio entre cris­ gal y toda la e stru c tu ra de la vida fam iliar que de él
tianos es sacram ento «significa que el orden crea- deriva, sin d ejar de lado los dem ás fines del m a tri­
cional de la relación varón-m ujer, concretado en el monio, tienden a c a p ac ita r a los esposos p a ra coo­
m atrim onio, no es algo neu tral ni m eram ente m un­ p erar con fortaleza de esp íritu con el am or del crea­
dano, sino que está asum ido en el m isterio de la dor y del salvador, quien po r m edio de ellos aum en­
alianza de Dios con su pueblo... El sacram ento no es ta y enriquece d iariam ente a su propia fam ilia» (GS
algo que está ju n to al m atrim onio o con él, sino que 50).
es el m atrim onio m ism o. Para el que lo vive en la fe,
y en la m edida en que lo vive, el m atrim onio es
sacram ento» (J. R atzinger, /. c., 241). A. 4. El matrimonio hay que entenderlo
en referencia dialéctica
con la virginidad
A. 3. El matrimonio es un proyecto ético El m isterio del am or de Cristo en la Iglesia tiene
El m atrim onio es un m odo de realizar la exis­ dos traducciones institucionales en la vida del cris­
tencia personal y de cum plir la vocación dentro de tiano: la institución m atrim o n ial y la institución
la historia de salvación. Esto es lo m ism o que afir­ virginal. Los corintios, en razón de la novedad ra d i­
m ar que el m atrim onio es un «estado» y que tiene cal del tiem po cristiano, querían poner fin al m a tri­
tinas instancias éticas. monio; y Pablo en 1 Cor 7 les recuerda que el m a tri­
El contenido m oral del m atrim onio debe nacer m onio sigue teniendo sentido, pero dentro de la ten­
de las e stru ctu ras descubiertas en su realid ad y de­ sión escatológica que vivencia de un m odo p a rticu ­
be concretarse en el ideal al que los cónyuges han lar el estado de virginidad.
de tender. D entro de la visión cristian a se destacan Existe una relación ín tim a entre los dos estados.
de una m anera prevalente los siguientes aspectos No se puede sep arar el m atrim onio de la virgini­
morales: dad, ni la virginidad del m atrim onio. El casado
- la unidad y la indisolubilidad: «Esta íntim a cristiano no vivirá plenam ente su am or si no tiene
unión, como m u tu a entrega de las personas, lo m is­ en cuenta que existe otro estado, el de la virginidad,
mo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad que lo relativiza y lo plenifica; por su p arte, el céli­
conyugal y urgen su indisoluble unidad» (GS 48); be tiene que vivir su am or virginal en referencia al
estado m atrim onial, p a ra que su am or no se con­
- la castidad com o form a de hum anización de vierta en egoísmo. La razón de esta dialéctica reside
la sexualidad y del am or entre los cónyuges (cf. GS en el hecho de que tan to los casados com o los céli­
49); bes realizan el m isterio de Cristo, que es, en unidad
- la fecundidad com o dinam ism o del am or in­ inseparable, el m isterio de am or fecundo y de am or
terpersonal: «El cultivo auténtico del am or conyu­ virginal.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 199


B. Para AM PLIAR
La teología matrim onial desde la Biblia hasta hoy.

H llllM li iiMmmMiilMlmi*»if.. 'M M m W


B. 1. El m atrim onio en la Sagrada E scritu­
ra.
B. 2. El tratam ien to del m atrim onio en la
historia de la reflexión teológica.

B. 1. El matrimonio en la Sagrada Escritura La fam ilia de Israel, desde los docum entos m á s
antiguos, aparece com o u n a fam ilia patriarcal. S e
La realidad de la pareja conyugal tiene un pues­ han querido ver rasgos de p atriarcado y de m a t r i a r ­
to de notable im portancia en la revelación judeo- cado; pero esto no pasa del rango de sim ples h i p ó t e ­
cristiana. Sintetizam os la im agen que nos ofrece la sis carentes de datos ciertos. La nom enclatura de l a
Sagrada E scritura en torno a dos núcleos: la insti­ fam ilia como «casa del padre» (Gn 12, 1) y el h e c h o
tución m atrim onial y el am or conyugal. de que las genealogías procedan por línea p a te r n a
indican que el m arido es el núcleo fundam ental era
a) La institución matrimonial en el ámbito torno al cual se organiza la fam ilia israelita. T ie n e
de la fe judeo-cristiana los rasgos de toda fam ilia antigua: carácter «exten­
so», fuerte cohesión in tern a o espíritu de clan, fo r­
m a au to ritaria.
• La institución matrim onial
en el Antiguo Testamento El m atrim onio en Israel adm ite la poligam ia.
Los p atriarcas siguieron las costum bres de su am ­
■ ¡i"
biente, adoptando la poligam ia o una m onogam ia
relativa (Gn 16, ls; 29, 15-30; 30, 1-9; 36, 1-5). S in
Los cuadros sociológicos en que vivió Israel la em bargo, la m onogam ia fue el estado m ás frecuente
sexualidad no tienen nada de original. Están so­ en la fam ilia judía. Por o tra parte, la m onogam ia es
metidos a las leyes del desarrollo histórico- considerada como la form a ideal (cf Gn 2, 21-24) y
cultural. Tanto el derecho consuetudinario de la es aplicada a la línea de Set (Gn 7, 7), m ientras que
época patriarcal como el derecho codificado en el la poligam ia es atrib u id a a la descendencia cam iti­
Pentateuco denotan el parecido grado de evolu­ ca (Gn 4, 19).
ción que encontramos en las culturas ambientales. D entro de la institución del m atrim onio ap are­
cen o tra s instituciones m enores: a) el levirato:
m uerto el m arido sin hijos, un herm ano o pariente
He aquí algunos de los rasgos principales que debe dar descendencia al difunto en la viuda (Gn
configuran la institución del m atrim onio',y de la 38; Dt 25, 5-19; R ut 4, 1-5); b) el divorcio: m ediante
fam ilia en Israel. el libelo de repudio; el m otivo que da Dt 24, 1 era

200 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


objeto de explicación rigorista (escuela de Sham ai) • La institución matrim onial
y laxista (escuela de Hillel); las m ujeres no podían en el Nuevo Testamento
pedir el divorcio.
Tam poco Jesucristo determ inó una form a espe­
La fidelidad estaba protegida por la ley. El ad u l­ cial de institucionalización p a ra el am or. La a ctitu d
terio es considerado como pecado contra Dios, infi­ de Jesús frente a la institución del m atrim onio es
delidad al consorte y desacato a la propiedad ajena exigir el cum plim iento del ideal del am or que exis­
(Gn 20, 1-6; 39, 7-9; Ex 20, 14-17; Dt 5, 18-21). E stá tía «desde el principio» en la p areja ideal prim era y
condenado, ju n to con el hom icidio y el hurto, como que, por condescendencia pedagógica ante la «du­
acto que perjudica al prójim o (Ex 20, 14; Dt 5, 18). reza de corazón», Dios no h ab ía querido exigir. La
La ley pedía la pena de m uerte p a ra los adúlteros enseñanza de Jesús se coloca en la línea de querer
(Lv 20, 10; Dt 22, 22). La fidelidad conyugal es acon­ llevar a realización plena la realid ad del am or.
sejada al m arido (Prov 5, 15-19), pero su infidelidad
no es castigada sino en caso de que perjudique el El pasaje fundam ental de los evangelios (Mt 19,
derecho ajeno y tenga por cóm plice una m ujer casa­ 3-12; Me 10, 1-12) no ha de ser in terp retad o como
da; en cam bio, la infidelidad de la m ujer, aun con una «ley», sino com o u n a proclam ación profética
varón no casado, se tra ta con m ayor dureza (Lv 18, de la realidad profunda del am or hum ano y la posi­
20; Dt 22, 23; Nm 5, 11). bilidad de llevarlo a esa plen itu d dentro de la fe
cristiana.
Aunque Israel vivió dentro de los cuadros socio­
lógicos norm ales de la institución fam iliar, sin em ­ La interpretación de este pasaje no como una
bargo la fe bíblica se introdujo en esa estru ctu ra ley, sino como una proclam ación o anuncio de sal­
como un factor de configuración ideológica y h asta vación, nos está h ab lando de que Jesucristo no de­
de transform ación interna. Tenemos que co n statar term inó una institución m atrim onial especial. Re­
una incidencia del factor religioso en esta evolución veló la plen itu d del am or y el m odo de realizarlo
histórico-cultural y u na fuerza que h a tenido en reo­ dentro de la fe cristian a. No querem os e n tra r ahora
rientarla. en el problem a del divorcio; pero los estudios de los
exégetas y de los teólogos cam inan en este sentido.
E sta incidencia de la fe bíblica en la dinám ica
evolutiva de la institución m atrim onial tiene dos En las com unidades paulinas, el m atrim onio era
notables consecuencias. La institución —aunque so­ una realidad profana que se vivía «en el Señor».
ciológicam ente sim ilar y h asta idéntica a la de las Tiene un valor dentro de la salvación, pero no es
otras c u ltu ra s - recibe un carácter p a rticu lar. Es lo una institución específicam ente salvífico-cristiana.
que llam a A. Gehlen «la form ación de sistem as so­ El m atrim onio p a ra los cristianos es «casarse en el
ciales bajo la p rim acía de categorías religiosas». Señor» (1 Cor 7, 39).
Esto lo vemos, sobre todo, en la teología de los pro ­ «El texto es im portante, pero hay que guardarse
fetas, cuando el m atrim onio adquiere un carácter de sobreestim ar su valor. Estar bautizado ‘en el Se­
religioso al ser introducido en el ám bito de la alian- ñ o r’ quiere decir p a ra Pablo otra cosa que casarse
en el Señor. El pensam iento general que trae sobre
el orden del m undo es el siguiente: es necesario
dejar que todo siga su curso norm al en el estado en
Podemos pues decir que la revelación bíblica que se encontraba cuando llegó a ser cristiano por
del Antiguo Testamento no creó una institución el bautism o... Del m ism o m odo, Pablo conserva las
especial para la sexualidad y el amor. Aceptó la estru ctu ras conyugales terrenas. R espeta incluso
las form as condicionadas por la situación cultural o
estructura socio-cultural correspondiente, tratan­
histórica, pero añade que un cristiano debe vivirlas
do de vivirla en una dimensión de fe bíblica y de ‘en el S eñor’, es decir, como cristiano... ‘Casarse en
transformarla a partir de los postulados de la re­ el S eñor’ (1 Cor 7, 39) no quiere decir o tra cosa que
velación. vivir el m atrim onio y las e stru ctu ras terrenas como
cristiano. El contexto m uestra tam bién que esto es

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 201


lo que significa casarse en cristiano. Se ve, pues, vivido en cristiano y donde encuentra la plenitud
que Pablo considera el m atrim onio como una cues­ de significación y de realización.
tión terrena y como una realidad que hace falta asu­
m ir en la fe y vivir cristianam ente» (E. Schille-
beeckx, El matrimonio, realidad hum ana y misterio
de salvación. S alam anca 1968, 139-140).
b) El amor conyugal en el ámbito
Aunque la fe cristian a no im pone cam biar la es­ de la revelación judeo-cristiana
tru c tu ra terrena del m atrim onio p ara form ar una
específicam ente «cristiana», sin em bargo el hecho Para el creyente, el am or conyugal recibe un
de vivirlo en cristiano a p o rta rá un nuevo espíritu al sentido nuevo desde el horizonte de la fe. Sin c a m ­
am or y h asta rep ercu tirá en las relaciones concre­ b iar la realidad antropológica del am or conyugal,
tas del m ism o. la fe lo introduce en un ám bito nuevo de refe re n ­
cias.
Si el m atrim onio hum ano recibió una ilum ina­
ción nueva al p a sar a ser, en la predicación de los Ciñéndonos a la S agrada E scritura, an o tam o s
profetas, im agen de las relaciones de Dios con su las siguientes referencias judeo-cristianas en r e la ­
ción al am or conyugal:
pueblo, ahora en la revelación cristiana —según la
enseñanza de P ab lo - esa claridad es plenificada al
e n tra r en el ám bito de la alianza de Cristo con la • La condición prototípica del amor conyugal
Iglesia. En Ef 5, 22-33, la alianza de Cristo con la en el relato de la pareja inaugural
Iglesia, de cuya realid ad es «tipo» (m isterio grande)
el pasaje de Gn 2, 24, ilum ina la realidad del am or Los prim eros capítulos del Génesis tra ta n de
conyugal elevándolo a una a ltu ra increíble. Este he­ describir, con rasgos rápidos, pero seguros, la c o n ­
cho tiene consecuencias p ara la m anera de vivir en dición h u m an a prototípica. Por lo que resp ecta al
cristiano el m atrim onio y tam bién p a ra la com ­ am or conyugal, lo vemos descrito en los dos relato s
prensión m ism a del m atrim onio. En este pasaje se de la p areja inaugural.
encontrará el apoyo p a ra ver el carácter sacram en­ El relato m ás antiguo (J) pone p a rtic u la r in terés
tal del m atrim onio cristiano. en señalar los siguientes aspectos: 1) la necesidad
de relación interpersonal en el hom bre; no está lla ­
La fe cristiana tam bién im pone en las com uni­ m ado el hom bre a vivir en soledad, sino en diálogo
dades de Pablo algunos m atices en la estru ctu ra de de am or interpersonal: «No es bueno que el h om bre
la institución m atrim onial. Se prohíbe contraer esté solo» (Gn 2, 18a); 2) el diálogo de am or supone
m atrim onio en ciertos casos: la bigam ia o un segun­ la igualdad; p a ra que pueda darse una relación in ­
do m atrim onio de una persona divorciada (Rom 7, terpersonal, el hom bre tiene que a m a r a otro «se­
3; 1 Cor 7, 11.39) y el m atrim onio incestuoso (1 Cor m ejante a él que le convenga y le com plete» (Gn 2,
5, 1-5). Pablo no se im agina que un m iem bro de la 18b); por eso la m ujer es de la m ism a n atu ra le z a y
Iglesia pueda buscar m atrim onio fuera de ella (1 dignidad que el hom bre, tal como se desprende g rá ­
Cor 7, 39); sin em bargo, adm ite los «m atrim onios ficam ente de la escena del desfile de los anim ales
mixtos», originados por la conversión cristiana de ante Adán (Gn 2, 19-20); los anim ales pueden h a c er
uno de los cónyuges (1 Cor 7, 12-17). com pañía al hom bre, pero no pueden e n tra r en co­
m unión con él; 3) el relato de la form ación m isterio ­
.... - m sa de la m ujer (Gn 2, 21-22) indica la necesidad de
la integración de los dos seres p a ra en co n trar la
A partir de esta doctrina y de esta praxis bíbli­ com plem entariedad y to talid ad del ser: «Esto sí
cas tenemos que concluir que la fe no exige ningu­ que ya es hueso de m is huesos y carne de m i carne»
na forma específica de institución matrimonial. (Gn 2, 23); 4) el diálogo de am or busca la unión y se
Sin embargo, el matrimonio entra dentro del ám­ realiza en la unidad: «Por eso dejará el hom bre a su
bito de la fe, de donde recibe la posibilidad de ser padre y a su m adre, se adh erirá a su m ujer y ven­

202 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


drán a ser los dos una sola carne» (Gn 2, 24-25); ideal (Prov 31, 10-31) y se describen los defectos de
aparece así el m atrim onio m onogám ico como situ a ­ la m ala m ujer (Eclo 25, 24-35) en un análisis finísi­
ción perfecta del am or conyugal. mo de las virtudes y defectos de la m ujer.
El otro relato (P) insiste de una m anera p a rticu ­ - El libro de Tobías describe un m atrim onio
lar en los puntos siguientes: 1) el hom bre es imagen ideal, que reúne todos los elem entos positivos: fe­
y semejanza de Dios; «Y creó Dios al hom bre a im a­ cundidad, am or personalista, clim a religioso.
gen y sem ejanza suya» (Gn 1 ,27a); y a continuación - El libro del Cantar de los Cantares es un him no
añade: «m acho y hem bra los creó» (Gn 1, 27b); la al am or hum ano en dim ensión religiosa.
sexualidad en cuanto tal es un aspecto integrante
de esa «sem ejanza» que el hom bre tiene con Dios;
2) el redactor sacerdotal vuelve a in sistir en la igual­ • La revelación plena en Cristo
dad de los cónyuges, al provenir del m ism o acto
creador de Dios (Gn 1, 27b) y al c o m p artir el m ism o La revelación cristian a viene a com pletar el m is­
dom inio sobre la creación (Gn 1, 28-29); 3) pero el terio del am or conyugal en las dos líneas que vemos
aspecto que m ás llam a la atención al redactor sa­ en el Antiguo T estam ento y que hem os indicado a n ­
cerdotal es el de la fecundidad: «Procread y m u lti­ teriorm ente: en la línea del prototipo de la pareja
plicaos» (Gn 1, 28). p rim era y en la línea del arq u etip o del am or divino.
De este m odo se cum plen tam bién aquí las leyes de
relación entre la an tig u a y la nueva alianza: ley de
continuidad y ley de perfeccionam iento.
En estos dos relatos tenemos descrito el proto­
Además de las dos perspectivas señaladas, la re­
tipo del amor conyugal, tal como ha sido «creado» velación cristian a ap o rta una ilum inación especial
o formulado por Dios. Esa es la revelación de la al am or conyugal desde la teología de la virginidad.
realidad del amor: los diversos aspectos del amor El Nuevo T estam ento nos descubre el m isterio ge­
no están disociados, sino integrados para consti­ nuino del am or conyugal y nos revela el gran m iste­
tuir la perfección de un amor interpersonal, sobre rio del am or virginal (Mt 19, 10-11; 22, 30; Le 14,
la base de la igualdad y con la dinámica de la 26; 1 Cor 7). Pero hay algo m ás: estas dos facetas del
fecundidad. am or - e l conyugal y el v irg in a l- no son indepen­
dientes, sino que guard an una relación estrechísi­
m a. No se entienden si no es en relación m utua.
T anto el am or conyugal com o el am or virginal tie­
• Rasgos complementarios nen una fuente única: el m isterio de Cristo en cuan­
del amor conyugal to m isterio de am or virginal y nupcial con la Igle­
en la literatura sapiencial sia.
La predicación de los profetas tuvo una profun­
da influencia en la vida de Israel. Por lo que se refie­
re a nuestro tem a, la predicación profética hizo que B. 2. El tratamiento del matrimonio
el ideal del am or hum ano calase m ás profundam en­ en la historia de la reflexión teológica
te en la vida práctica del pueblo. A ello contribuye­
ron tam bién los sabios de Israel con sus enseñanzas.
Recordem os algunos testim onios de la litera tu ra a) Epoca patrística (s. III-VII)
sapiencial: En los escritos de la época p a trístic a raram ente
- La enseñanza moralizante insiste en diversos se abordan ex profeso los tem as m atrim oniales; las
aspectos, tales como: consejos p a ra el joven ante la referencias al m atrim onio se encuentran en los tra ­
m ujer a d ú lte ra (Prov 5, 1-14; 7, 6-27); la «m ujer de tados sobre la virginidad o sobre la viudez. Excep­
la juventud» es considerada com o fuente refrescan­ ciones a esta regla, san Ju an Crisóstom o y san Agus­
te (Prov 5, 15-19); se hace el re tra to de la m ujer tín.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 203


A p esar de las afirm aciones precedentes, es p re­ fijación teológica del carácter sacram ental del nía »
ciso reconocer en la época p atrística un m om ento trim onio. E sta im p o rtan te precisión teológica s u - »
de notable interés por el m atrim onio. E sta preocu­ puso un proceso lento en el descubrim iento de k»¿-
pación es de carácter preferentem ente parenético- sacram entalidad, a p a rtir sobre todo de la litu rg ií» ^ -
pastoral: no interesa directam ente el «m atrim onio» m atrim onial y de la reflexión teológica sobre los-s --
en cuanto realidad ab stracta, sino m ás bien la «vi­ térm inos «m ysterium », «sacram entum » y «sig—~
da cristiana» en el m atrim onio y en la fam ilia. num ».
En la teología p atrística predom ina una consi­ El reconocim iento teológico de la sacram en tali— —
deración b astan te negativa y rigorista en relación dad del m atrim onio trajo consigo y provocó u n afe.»
con la vida íntim a de la p areja conyugal. Se acepta reorientación en todo el tratam ien to teológico, ju rí------
la licitud del acto conyugal, pero no sin d eterm in a­ dico y pastoral del m ism o. Baste recordar las disp u -----
das «reservas» al respecto; se insiste en la finalidad tas doctrinales en torno a su elem ento c o n s titu tiv a s »
«procreativa» de la vida m atrim onial; se anotan del m atrim onio.
con profusión de detalles los vicios contrarios a la La dim ensión ética del m atrim onio tam bién re ----
castidad conyugal. cibe un viraje y una reorientación de gran im p o r—
Junto a esta m oral rigorista se encuentra en los tancia. Aunque prosigue una m oral concreta de co r—
escritos patrísticos un esbozo de mística matrim o­ te negativo en lo que respecta a la vivencia de la*,
nial cristiana. Sin tra tarse de una espiritualidad sexualidad inconyugal, se coloca la sacram en tali—
m atrim onial com pleta, presentan algunos elem en­ dad como punto de a rran q u e de la m oral. Nace a s E
tos de interés. Clem ente de A lejandría ve en el m a­ una m etodología de corte ontológico frente a u n a -
trim onio la presencia del Señor; proclam a la igual­ consideración m oral de tipo existencial o p a re n é ti—
dad del hom bre y de la m ujer; al resa lta r la voca­ co. El tem a jurídico-m oral de la indisolubilidad y"
ción cristiana en el m atrim onio, traza en sus escri­ otros aspectos de la ética conyugal reciben u n a -
tos el esbozo de una m ística fam iliar y m atrim o ­ orientación nueva.
nial.
San Agustín reconoce en el m atrim onio el «or­
den de la caridad», viendo en él un am or m ás per­ c) Epoca postridentina
fecto que el am or sexual. «En el verdadero y óptim o En los años inm ediatam ente posteriores al Con­
m atrim onio, a pesar de los años y aunque se m a r­ cilio de Trento se sitú a un hito m uy destacado den­
chiten la lozanía y el ard o r de la edad florida, entre tro de la h istoria de la teología m atrim onial. A d e c ir
el varón y la m ujer im pera siem pre el orden de la de Le Bras, «el m ás bello período p ara la h isto ria
caridad y del afecto que vincula entrañablem ente al literaria de la doctrina del m atrim onio es, sin d u d a
m arido y a la esposa, los cuales, cuanto m ás perfec­ alguna, junto con la segunda m itad del siglo XIII, el
tos fuesen, tan to m ás m ad u ra y cuerdam ente, y con espacio que corre entre 1585 y 1635» (DT IX, 3,
unánim e parecer, com ienzan a abstenerse del co­ 2.250). Aparecen en este período tres excelentes tr a ­
m ercio carnal» (De bono coniugali: PL 40, 375). tados, obras de tres teólogos españoles: Pedro de
Ledesma, Tom ás Sánchez y Basilio Ponce de León.
b) Edad Media Sobre todo en la obra de Sánchez se condensa
Los siglos XI, XII y, sobre todo, XIII constituyen toda la tradición teológica an terio r y se colocan los
una etapa decisiva en la com prensión teológica del pilares básicos de todos los tratad o s posteriores. Es
m atrim onio. Por razones m ás bien socio-culturales el m ás denso e im p o rtan te de todos los tra tad o s
que dogm áticas, «la Iglesia adquiere du ran te el si­ m odernos sobre el m atrim onio; de él se hacen resú ­
glo XI una com petencia exclusiva sobre el m a tri­ m enes y apologías, com o de los tratad o s de los
monio» (Ph. Delhaye: Concilium , n. 55 [1970] 243). grandes escolásticos.
Por o tra parte, a p a rtir de la segunda m itad del En la época po strid en tin a se llega al final del
siglo XII tiene lugar la aceptación universal y la proceso de absorción de la realid ad hum ana del

204 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


liuitrim onio por la dim ensión cristiana, se im pone y Este rep lanteam iento fue iniciado hace b a sta n ­
prevalece u n a m etodología preferentem ente ju ríd i­ tes años po r algunos teólogos de orientación m arca­
co canónica, al servicio de la cual se coloca la refle- dam ente personalista, orientación que no tuvo ple­
MIon teológica. El m atrim onio es visto com o una na acogida por el Santo Oficio. Recordem os la obra
«Institución de la fe» y en cuanto tal som etido por de H. Doms «sobre el fin y el significado del m a tri­
■Minpleto a la regulación eclesiástica. monio» (1935) y la intervención del Santo Oficio en
La teología m atrim o n ial de los últim os siglos ha el año 1944 con el decreto sobre los fines del m a tri­
0 .ilado de com pletar la com prensión del m atrim o ­ m onio (D. 3838).
nio utilizando la categoría neoescolástica de «dere­ En los años anteriores al Concilio V aticano II no
cho natural». Sin negar las aportaciones de la fe, la faltaron tam poco estudios sobre el m atrim onio en
ivllexión teológica se concentró en el estudio de la general y sobre algunos puntos concretos (como,
noim atividad «natural» y «esencial» del m atrim o ­ por ejem plo, el problem a de la p a te rn id a d respon­
nio. Con esa m etodología se analizaron y se resol­ sable), que hicieron posible la preparación del capí­
vieron problem as tan im p o rtan tes como: tulo de la G audium et spes dedicado al problem a de
- la afirm ación de las propiedades de la indiso­ la fam ilia. Conviene reco rd ar los nom bres de P. An-
lubilidad y de la m onogam ia com o pertenecientes a ciaux, B. H áring, J. Reuss y L. Janssens como sus
la naturaleza del m atrim onio (de «derecho natu- grandes inspiradores.
1n i»); Aunque es evidente la am bigüedad del capítulo
- la jerarquización de los fines del m atrim onio de la G audium et spes dedicado al m atrim onio y a la
en prim arios y secundarios; fam ilia po r la presencia de dos teologías bastante
contradictorias, no cabe la m enor duda de que el
- la insistencia en la dim ensión procreativa de Concilio V aticano II ha m arcado o, al m enos, acep­
In vida conyugal; tado en este tem a una nueva orientación.
- la valoración de los m étodos de regulación de Tal plan team ien to de renovación ha sido favore­
la natalidad. cido: indirectamente por la crisis provocada en to r­
no a la encíclica H um anae vitae, y directamente por
d) La renovación del siglo XX el Sínodo de los Obispos (26.9-25.10 de 1980) dedi­
cado al tem a de la fam ilia y por la publicación de la
Los cam bios operados en el m undo actual y los exhortación apostólica possinodal de Juan Pablo II,
nuevos planteam ientos de la teología en general Familiaris consortio (22.11.81).
lian obligado a revisar el edificio de la teología ma-
Irim onial.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 205


C. Para PROFUNDIZAR
Antropología y ética del amor conyugal.

a) El amor conyugal, núcleo configurador h) Notas específicas del amor conyugal


de la pareja humana
Lo que llam am os «m atrim onio» constituye una
realidad evidentem ente com pleja. Lo institucional Las notas que definen al amor conyugal frente a
y lo personal, lo económ ico y lo cultural, lo político otras formas de amor hacen de él una realidad
y lo religioso, el devenir histórico y los cam bios ac­ privilegiada. Es un amor libre, es decir, nacido del
tuales: todo se da cita en esta realidad hum ana. El encuentro gratuito entre dos personas no condi­
m atrim onio es una autén tica encrucijada, un «cua­
tro caminos» de la geografía de lo hum ano. cionadas previamente, como sucede en el amor
paterno-filial o fraternal. Es un amor totalizador,
Poniendo entre paréntesis la vertiente de «fam i­ no en el sentido de una posesión exclusivista, sino
lia» y reduciendo la perspectiva al ám bito de la
«conyugalidad», el m atrim onio se integra a través en la forma positiva de una donación total y defi­
de dos factores esenciales: la vida de la p areja y la nitiva. Es un amor fecundo, con la fecundidad pro­
configuración socio-jurídica. L im itando la conside­ pia de todo ser viviente: propiciando la continui­
ración a la vida de la pareja y dejando ap arte la dad de la especie desde la originalidad inalienable
configuración socio-jurídica, se constata un ele­ del individuo. Es un amor fundamentado en la
m ento básico y nuclear en la realidad viva de la promesa y en la decisión en cuanto que supera el
pareja: el amor conyugal. carácter momentáneo de la pasión y se sitúa en el
nivel de la infinitud y de la eternidad.

En efecto, se puede definir a la pareja humana


como aquella forma de relación humana basada Es From m quien resalta de un m odo p a rticu la r
en el amor de amistad heterosexual. Definición la últim a nota que acabam os de señalar en el am or
similar a la que daba el Concilio Vaticano II cuan­ conyugal (El arte de amar. Buenos Aires 1966). Para
do se refería al matrimonio como «íntima comuni­ From m , el prototipo del am or es el am or fraternal:
la clase m ás fundam ental de am or, básica en todos
dad de vida y de amor conyugal» (GS 48).
los tipos de am or, es el am or fraternal. Entiende por
am or fraternal el «sentido de responsabilidad, cui­
R esituar la vida de la pareja en el área de juego dado, respeto y conocim iento con respecto a cual­
del am or conyugal es, por el contrario, proporcio­ quier otro ser hum ano, el deseo de prom over su vi­
narle el horizonte m ás adecuado p ara el despliegue da»; descubre en él de un m odo prototípico la au ­
de sus auténticas funcionalidades dentro de la reali­ sencia de exclusividad: no está restringido a una
dad com pleja del m atrim onio. Si en el m atrim onio sola persona.
la vida de la pareja no lo es todo, pero sí el factor Por el contrario, el am or erótico es p a ra From m
m ás decisivo, lo m ism o hay que decir del am or con­ el polo contrario; su nota específica es el anhelo de
yugal en relación con la pareja: el am or conyugal fusión com pleta, de unión con una única persona.
no lo es todo, pero sí el factor m ás decisivo. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no univer­

206 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sal, es tam bién, quizá, la form a de am or m ás enga­ esta nota del encuentro heterosexual. E ntre los
ñosa que existe. objetos que com ponen el m undo de cada persona
Para vencer las am bigüedades del am or erótico, hay una especie de lucha p a ra co nquistar su a te n ­
sitúa From m en él un factor im portante: la volun­ ción: «propiam ente n u estra vida de alm a y de espí­
tad. «Amar a alguien no es m eram ente un senti­ ritu es sólo la que se verifica en esa zona de m áxim a
m iento poderoso, es u n a decisión, es un juicio, es ilum inación». La atención se desplaza de un objeto
una prom esa. Si el am or no fuera m ás que un senti­ a otro, deteniéndose m ás o m enos en ellos según su
miento, no existirían bases p a ra la prom esa de im portancia vital. El encuentro heterosexual ap a re ­
am arse eternam ente. Un sentim iento com ienza y ce como un fenóm eno de atención, atención deteni­
puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que du­ da, absorbente y preferencialm ente en u n a persona
rará eternam ente si m i acto no im plica juicio y de­ que desaloja los dem ás objetos. «Para el enam ora­
cisión?». do, la a m ad a posee una presencia ubicua y constan­
te. El m undo entero está com o em bebido en ella. En
El am or conyugal, iniciándose y basándose en el rigor, lo que pasa es que el m undo no existe p ara el
am or erótico, lo trasciende. Por eso tiene todas las am ante. La a m ad a lo h a desalojado y sustituido».
singularidades y calidades del am or erótico, pero
transcendidas por la fuerza del encuentro in terp er­ - La necesidad de com unión. Si la atención gra­
sonal en la prom esa y en la decisión. Por ser am or vita hacia el ser am ado, es n a tu ra l que la persona
heterosexual, p a rticip a de la tendencia a la fusión am ante tienda con toda urgencia a esa dirección
total y exclusiva; pero po r ser am or de amistad, se única. San Agustín vio sagazm ente ese pon d erar es­
abre al horizonte de lo universal y de lo eterno. E sta pontáneo hacia un objeto, que es característico del
com plejidad del am or conyugal lleva a From m a am or: «am or m eus, pondus m eum : illo fero, quo-
hacer la siguiente anotación práctica: «La idea de cum que feror» (mi am or es mi peso; por él voy don­
una relación que puede disolverse fácilm ente si no dequiera que voy). Este valor «ponderativo» del
resulta exitosa es tan errónea como la idea de que am or lo vio y expresó tam bién de un m odo m aravi­
tal relación no debe disolverse bajo ninguna cir­ lloso san Ju an de la Cruz en la «llam a de am or vi­
cunstancia». va» al com entar el verso «de m i alm a en el m ás
profundo centro» de la p rim era estrofa.
- La exaltación vital. La vida del enam orado ex­
c) Amor conyugal: perim enta una considerable exaltación vital. O rte­
encuentro heterosexual ga y Gasset la com para a la exaltación del éxtasis.
G uitton describe esta cualidad del siguiente modo:
O tra perspectiva que ilum ina la realidad a n tro ­ «Se advierte en el enam orado como una fosfores­
pológica del am or conyugal se sitúa en la condición cencia nueva en el ejercicio de todo su cuerpo, de
de encuentro heterosexual. El am or conyugal nace todo su pensam iento. Cada uno de los restan tes sen­
del «enam orarse» y se prolonga en el «estar enam o­ tidos, la vista, el oído, la percepción sú b ita de las
rados». El enam oram iento es la razón del am or de form as y de los volúm enes, todo está excitado... Es
am istad heterosexual, que es la definición del am or una especie de m agia natural».
conyugal.
- Idealización de la persona amada. El enam ora­
Según O rtega y Gasset (Estudios sobre el amor, do q u ita de la persona am ada todos los defectos y le
en Obras Completas, V. M adrid 1955, 549-626), las atribuye las m ás egregias cualidades. Este m ecanis­
notas características que definen el encuentro hete­ mo ha sido descrito por S tendhal como un proceso
rosexual y que le dan su específica singularidad de «cristalización». Para O rtega y Gasset, en cam ­
son: bio, el am or tiene algo de creación. «Amar una cosa
- La atención. D entro de lo que llam a O rtega y es estar em peñado en que exista; no ad m itir, en lo
Gasset «psicología del arreb ato erótico», es la a te n ­ que depende de uno, la posibilidad de un universo
ción el p rim er factor. H a sido el m ism o O rtega y donde aquel objeto esté ausente... Am ar es vivifica­
Gasset quien ha subrayado de un m odo singular ción perenne, creación y conservación internacional

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 207


del amado... Es un acto centrífugo del alm a que va téntica se establece a través de la diferente condi­
hacia el objeto en un flujo constante y lo envuelve ción sexual, m asculina y fem enina, pero sin olvidar
en cálida corroboración, uniéndose a él y afirm ando la igualdad fundam ental en cuanto seres persona­
ejecutivam ente su ser». les.
Pero esta creatividad no es ilusionism o, sino - Existe o tra im p o rtan te tensión en el am or
descubrim iento y potenciación de valores an terio r­ conyugal: la que se origina de la doble tendencia a
m ente ocultos y casi im perceptibles. El enam ora­ la intim idad y a la a p ertu ra. El am or conyugal es
m iento origina una nueva sensibilidad que descu­ universal en la exclusividad y exclusivo en la u ni­
bre valores que pasan desapercibidos p a ra la visión versalización. In tim id ad y a p e rtu ra expresan la ri­
norm al de la vida cotidiana. queza significativa del am or conyugal. La m edio­
cridad del am or conyugal se m ide por la pérdida de
u n a u o tra de las polaridades señaladas.
Las cuatro notas señaladas (atención, necesi­ - Tensión peculiar del am or conyugal es tam ­
dad de comunión, exaltación vital, e idealización bién la que se concreta en la tem poralidad. El am or
de la persona amada) describen la peculiaridad conyugal es una realización finita (en un «aquí» y
en un «ahora»), pero al m ism o tiem po vivida con
del encuentro entre enamorados. Encuentro que horizonte de infinitud. Se pueden ap licar al am or
constituye la trama inevitable del auténtico amor conyugal dos condiciones que Laín E ntralgo descu­
conyugal. El amor de la pareja humana es el res­ bre en el encuentro de enam orados: el carácter «hi­
coldo, siempre vivo, del encuentro enamorado. perbólico» y el carácter «adverbial». El carácter hi­
perbólico del am or conyugal está subrayado con las
expresiones del «todo» y del «siem pre», que deno­
tan la apetencia y la decisión de infinitud. El carác­
d) Tensiones dialécticas ter adverbial condiciona al am or conyugal en tres
del amor conyugal direcciones: el «aquí», el «así» y el «ahora». H a lla­
m ado siem pre la atención esta condición tem poral
El significado antropológico del am or conyugal y eterna del am or conyugal. Condición que se rela­
se pone tam bién de m anifiesto al descubrir en él ciona estrecham ente con el carácter exclusivo y de­
una serie de tensiones dialécticas que denotan la ri­ finitivo del m ism o am or conyugal.
queza de su realidad. R esaltam os concretam ente
las siguientes: - No podem os dejar de señalar, por últim o, la
tensión que se origina en el am or conyugal al tener
— El am or conyugal com prom ete todos los nive­ que ser vivido al m ism o tiem po como vida de p a­
les de com unicación de la persona. U tilizando ex­ reja y como origen de la institución m atrim onial.
presiones quizá expuestas a interpretaciones ine­ Pero juzgam os que no pertenece al com etido de las
xactas, se puede decir que el am or conyugal es al presentes reflexiones e n tra r en la discusión de este
m ism o tiem po «carnal» y «espiritual». El am or m a­ aspecto.
trim onial a b arca al hom bre total, incluye todos los
aspectos constitutivos de la realidad creatural: sen­
tim iento y voluntad, cuerpo y espíritu, sexo, eros y e) Las crisis inherentes
agape. C ualquier lim itación a uno de estos sectores a la condición evolutiva
es una am enaza destructiva del am or. del amor conyugal
- Al a b a rc a r a la persona en su totalidad, el
am or conyugal se realiza a través de la tensión en­ El am or conyugal, una vez iniciado, no acaece
tre «personas» y «condición sexuada». El am or con­ todo entero y de una vez. Por el contrario, es una
yugal es am istad entre personas, pero al m ism o realidad en perm anente despliegue y evolución.
tiem po es am istad basada en la aceptación de la Por razón de su condición evolutiva, es norm al
diferencia sexual. La com unicación conyugal au­ que surjan crisis m ás o m enos agudas. Prescindien-

208 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 209
do de las form as concretas en que las parejas singu­ La dim ensión de fecundidad es esencial al am or
lares viven las crisis de su evolución interrelacio- conyugal. Ahora bien, la fecundidad no se agota en
nal, podem os señalar algunas situaciones típicas la procreación, ni siquiera en la educación de los
que suelen provocar una variación crítica en el hijos. Tiene que alcanzar cotas m ás elevadas de
am or conyugal. «productividad», por em plear una expresión propia
He aquí las principales situaciones que conlle­ de E. From m .
van una crisis en el am or conyugal: Si es cierta la acusación, teórica y real, de que el
- El necesario abandono del sistem a de vida de am or conyugal es la «tum ba de la revolución», eso
la fam ilia de procedencia de cada cónyuge y la no depende del auténtico am or, sino del falseado.
constitución de otro nuevo ad ap tad o a la pareja re ­ La vida de la p areja es la potenciación p a ra la en­
cién constituida suele ser el prim er factor de crisis trega m ás plena al servicio de la transform ación
en el recién estrenado am or conyugal; coincide esta social.
prim era e tap a con el aprendizaje de los nuevos ro­ Por o tra parte, en la m ism a form a de p lan te ar y
les de m arido y m ujer, aprendizaje no carente de de realizar la vida de la pareja se pueden sem brar
dudas, de angustias y de retornos m om entáneos a las sem illas de la autén tica revolución social. Desde
dependencias p arentales anteriores. el am or conyugal, por ejem plo:
- La presencia del p rim er hijo, sobre todo si - Se puede p ropiciar la «revolución fem enina»
acaece al com ienzo del m atrim onio, origina una m ediante la igualdad de la pareja.
nueva crisis en el am or conyugal; a la condición de - Se puede apoyar la igualdad social, m ediante
pareja se añade ahora la de padres, m odificando la arm onía en la com plem entaridad de la pareja.
bastante las relaciones propias del am or conyugal.
El futuro del am or conyugal se m ide decisiva­
- La escolarización de los hijos supone tam bién m ente por la fuerza que proyecte en la transform a­
variaciones notables en la vida de la pareja. ción de la realid ad social. Por eso señalam os esta
- Otros m om entos críticos p a ra el am or conyu­ opción dentro de las prioridades teórico-prácticas
gal suelen coincidir con el casam iento de los hijos, del am or conyugal.
con las norm ales alteraciones de la biología sexual
de la m ujer y del hom bre, y con la aceptación de la
vejez. m
Como conclusión final de estas reflexiones,
f) Desde el amor conyugal queremos dejar constancia una vez más de la im­
a la transformación social portancia que otorgamos al amor conyugal como
El am or conyugal no puede co n stitu ir ningún realidad antropológica y como horizonte cristia­
tipo de tropiezo p ara el com prom iso y la tarea de no. Por eso pedimos una reinterpretación antropo­
las personas y de los cristianos en la transform ación lógica, teológica, jurídico-canónica y pastoral de
de la realidad. El am or conyugal tiene que hacerse la pareja desde el núcleo fundamental del amor
«fuerte» no p a ra sí, sino p a ra la entrega y el servi­ conyugal.
cio.

2 1 0 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. Para C O N F R O N T A R
Crisis actual de la estabilidad matrimonial.

D. 1. Divorcio civil y ética cristiana.


D. 2. Crisis de la «institución» dentro del
m atrim onio.

D. 1. Divorcio civil y ética cristiana trim onio «surgen ciertas obligaciones y derechos de
los cónyuges y de los hijos, entre sí y respecto a la
Las siguientes reflexiones no se refieren a lo que sociedad, y en la sociedad respecto a ellos, que de­
la ética cristia n a dice acerca del divorcio en sí o ben ser reconocidos, protegidos y ordenados por la
acerca de la indisolubilidad del m atrim onio. Nos ley civil en orden al bien com ún. La m ism a in stitu ­
preguntam os p o r la p o stu ra cristiana frente al orde­ ción debe ser protegida por el Estado» (Nota doctri­
namiento jurídico del divorcio civil. ¿Puede aceptar nal, n. 17).
la m oral c ristia n a com o ju sta la existencia de un
ordenam iento jurídico del divorcio civil? En caso El m atrim onio cristiano es la m ism a realidad
afirm ativo, ¿qué exigencias propone p a ra que sea hu m an a del m atrim onio, pero entendida y vivida
un ordenam iento justo? desde la opción de fe en Cristo y en la Iglesia. La
opción cristian a introduce la realid ad conyugal y
Para responder a estas preguntas, seguim os de fam iliar dentro del universo de la fe y le proporcio­
cerca las orientaciones ofrecidas en la Nota doctri­ na un ám bito nuevo de referencias. La celebración y
nal de la Com isión E piscopal p ara la doctrina de la la vivencia de esas referencias constituyen la sacra-
fe del E piscopado español (7.5.1977). m entalidad o la sacram entalización del m atrim o ­
nio. En los estudios m ás recientes sobre la teología
del m atrim onio se destaca de m an era privilegiada
el interés por definir la sacram en talid ad de la in sti­
a) Distinción entre «matrimonio civil» tución m atrim onial a p a rtir, no sólo del bautism o,
y «matrimonio cristiano» sino de la fe viva de los contrayentes que actualizan
la opción bau tism al m ediante el com prom iso cris­
Para clarificar la p o stu ra del católico ante el or­ tiano.
denam iento ju rídico del divorcio, es necesario acep­ El m atrim onio civil tiene consistencia por él
ta r previam ente la distinción entre m atrim onio m ism o y es la única form a de institución p ara los
cristiano (m atrim o n io sacram en tal, m atrim onio que no tienen dim ensión religiosa en su vida. La
canónico) y m atrim onio m eram ente civil. legislación civil tiene que reconocer este derecho al
El m atrim onio civil es la realidad hum ana, in­ m atrim onio m eram ente civil. Tam poco puede obli­
terpersonal y social, cuyo contenido es la vincula­ gar a contraer, o d ejar de contraer, el m atrim onio
ción de la p areja. Hay que afirm ar que de todo m a­ cristiano.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 21 1


Cuando se p lantea el tem a del divorcio, hay que com ponen una determ inada com unidad política
entenderlo planteado dentro del cam po significati­ tengan un m ism o sistem a de valoración m oral. En
vo del m atrim onio civil. El problem a del divorcio este caso, ¿es coherente que un sistem a ético im ­
en el m atrim onio canónico h a de ser planteado y ponga su prim acía p a ra que se adecúe la licitud
solucionado teniendo en cuenta prem isas específi­ jurídica de toda la com unidad con la exigencia é ti­
cas. ca de un grupo determ inado? Más aún, puede pen­
sarse en situaciones en que la conciencia m oral de
b) La licitud «jurídica » una persona decline de su au tenticidad ética y re 1i-
ce com portam ientos contrarios a su sistem a de va­
y la exigencia «ética» loración m oral. En ese caso, las leyes civiles ¿tienen
Situado el tem a del divorcio en el cam po del que im pedir ese fallo «m oral» cuando no supone
m atrim onio civil, conviene todavía establecer otra perjuicios sociales?
distinción. En la com pleja realid ad del m atrim onio Pensando en el tem a del divorcio, podem os con­
se pueden distinguir tres aspectos: el «ético», el «so­ testar diciendo que el legislador no está obligado
ciológico» y el «jurídico». En relación con el tem a siem pre «a elevar a la categoría de norm a legal lo
del divorcio en tra n en juego esos tres com ponentes que es una exigencia ética, o que deba rep rim ir con
del siguiente modo: m edidas legales todos los m ales en la sociedad. La
- la ética proclam a la exigencia interpersonal tutela de ciertos bienes y la exclusión de m ales
de la fidelidad; m ayores pueden originar un conflicto de valores a n ­
te el cual el gobernante ha de poner en juego la
- la sociología insiste en el valor de la estabili­
prudencia política en orden al bien com ún, que si
dad de la institución conyugal y fam iliar;
no puede prescindir de los valores éticos, tam poco
- el derecho, desde la realidad concreta, corro­ debe desconocer la fuerza de las realidades socia­
bora prácticam ente la fidelidad de la p areja y la les» (Nota doctrinal, n. 20).
estabilidad de la institución m ediante la indisolubi­
lidad o la disolución del vínculo jurídico.
Todos los que creem os en la dignidad de la p er­ c) ¿Cuándo se puede aceptar el divorcio
sona, en la verdad de la relación interpersonal y en del matrimonio civil ?
la necesidad de la institución p a ra llevar a cotas
cada vez m ás elevadas el proceso de hum anización, Hem os dicho h asta aquí que la perm isión del
aceptam os tam bién como valores incondicionados divorcio pertenece al cam po de la licitud ju ríd ica (y
los de la fidelidad y de la estabilidad. Lo que nos no directam ente al de la exigencia ética) y que tal
cuestionam os es si el ordenam iento jurídico ha de perm isión se refiere al m atrim onio m eram ente ci­
corroborar siem pre esos valores con la absoluta in­ vil. Ahora nos preguntam os: ¿cuándo se puede
disolubilidad o puede en ciertos casos ad m itir la aceptar com o algo positivo el divorcio civil, o cu á­
disolución del vínculo jurídico. les son aquellas condiciones que piden la existencia
Las anotaciones precedentes nos llevan a poner del divorcio civil en u n a com unidad política deter­
de relieve la distinción entre la licitud ju rídica y la m inada?
exigencia ética en el tem a del divorcio. Cuando se Para responder a estas preguntas, es necesario
tra ta de una persona concreta, es la conciencia ética tener en cuenta los siguientes criterios:
la que tiene la p rim acía y, por tanto, existirá una - Tener siempre delante el bien de la fidelidad y de
subordinación de la licitud juríd ica a la exigencia la estabilidad del matrimonio. «La estabilidad inhe­
ética. Pero cuando se tra ta de una com unidad polí­ rente al vínculo m atrim onial es un bien sum am ente
tica, sobre todo cuando ésta es de signo p lu ralista y im portante p a ra la vida afectiva de los esposos, p a­
dem ocrático, hay lugar a confrontación entre los ra la firm eza de la fam ilia y al m ism o tiem po un
dos factores. elem ento integrante fundam ental del bien com ún
En efecto, puede suceder que no todos los que de la sociedad... E sta debe esforzarse por lograr un

212 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ordenam iento jurídico sobre la institución m a tri­ contra de derechos personales, siem pre que tal li­
m onial que proteja eficazm ente, en la m edida de lo bertad no vaya en contra del bien com ún.
posible, la firm eza del vínculo conyugal. El bien de Conclusión. Aunque el divorcio civil supone
la com unidad política exige que las norm as legales siem pre la existencia de un m al en la com unidad
constituyan, en el grado en que esto sea factible, conyugal y en la com unidad social (en cuanto que
una defensa sólida de la estabilidad propia de todo es indicio de que no se realiza el valor de la estabili­
m atrim onio» {Nota doctrinal, n. 19). Teniendo en dad ideal) y aunque el ordenam iento perm isivo del
cuenta este bien de la estabilidad, se puede decir divorcio suele acarrea r problem as p a ra el m atrim o ­
que el ordenam iento jurídico del divorcio, en p rin ­ nio, sin em bargo pueden existir, y de hecho existen,
cipio, supone la existencia de un m al p a ra la com u­ situaciones en las cuales la m ejor salida es el divor­
nidad conyugal y p a ra la com unidad política en ge­ cio civil ordenado ju rídicam ente. Tales situaciones
neral, ya que tra ta de regular ciertas situaciones en han de ser valoradas desde un discernim iento de
que sea perm itido el divorcio que hiere directam en­ prudencia política, es decir, m irando la realización
te la idea de la estabilidad perfecta. posible del bien com ún y personal.
— Tener en cuenta la experiencia que se deduce de
la existencia del divorcio civil. «La experiencia d) Exigencias de un ordenamiento
de otros países m uestra que la m era posibilidad le­
gal del divorcio es ya u n a incitación al m ism o. Este jurídico justo
tipo de legislación es p rácticam ente irreversible, sobre el divorcio
mueve a los propios legisladores a deslizarse po r el La ética cristian a puede a d m itir com o justo un
plano inclinado de la progresiva m ultiplicación de ordenam iento jurídico sobre el divorcio, según los
las causas que legitim an la ru p tu ra del com porta­ principios que hem os recordado de u n a m anera sin­
m iento m atrim onial, induce a m uchos a identificar tética. Pero la ética cristian a tiene tam bién que re­
lo Tegalm ente ad m itid o ’ con lo 'éticam ente lícito’» cordar las exigencias p a ra que de hecho resulte un
(Nota doctrinal, n. 19). ordenam iento jurídico justo.
- A pesar de tener que defender siem pre el bien Según hem os señalado, pueden darse circuns­
de la estabilidad del m atrim onio y a pesar de cono­ tancias en las que el divorcio civil es u n a salida
cer en previsión los resultados a dónde conduce de p ara la p areja y p a ra la sociedad. Pero, ¿cómo ha de
ordinario el ordenam iento jurídico del divorcio, realizarse dicho ordenam iento jurídico regulador
existen situaciones en las cuales la prudencia p o líti­
del divorcio?
ca indica como solución mejor o menos mala la p er­
m isión del divorcio civil en ciertos casos. Las principales exigencias que han de ser respe­
tadas son las siguientes:
Tales situaciones vienen dadas principalm ente
por los siguientes factores: a) p a ra evitar m ales — Un ordenam iento jurídico sobre el divorcio
m ayores en la sociedad y en el m atrim onio (desu­ debe ser postulado por el bien común. Cuando en una
niones incontroladas; perjuicio de la p a rte m ás dé­ com unidad política, sobre todo de carácter p lu ra ­
bil; daños p a ra los hijos, etc.); b) p a ra salvaguardar lista y dem ocrática, el bien com ún exige el ordena­
la libertad de conciencia de aquellas parejas para m iento jurídico del divorcio, tal ordenam iento es
las cuales el divorcio no constituye en todos los ca­ justo en principio. Ello obliga a que no se «instru-
sos un m al. A este respecto, conviene tener en cuen­ m entalice» o se m anipule el tem a del divorcio civil
ta que, desde u n a perspectiva de ética puram ente por grupos de presión y con finalidades «partidis­
hum ana, no se puede p ro b ar apodícticam ente que tas ».
el divorcio es en todos los casos inm oral. Ello expli­ - La form ulación y el contenido legal del ordena­
ca la posibilidad de u n a conciencia m oral no cris­ m iento jurídico sobre el divorcio ha de buscar la
tian a p ara la cual coherentem ente ciertos casos de realización del bien com ún. En concreto, ha de te­
divorcio sean lícitos. Un ordenam iento jurídico que ner en cuenta el bien de los hijos, el bien de los
no tuviese en cu enta esta conciencia m oral iría en cónyuges separados, etc.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 213


- En todo ordenam iento jurídico sobre el divor­ De u n m odo concreto, al entender el m a trirr» o n i i
cio tiene que respetarse y posibilitarse la p ráctica de como institución se predica de él lo siguiente:
la indisolubilidad del m atrim onio p a ra aquellos - El m atrim onio se basa en unas e s t r u c t u r a !
que en su conciencia la tengan como una exigencia dadas y perm anentes de lo hum ano: las que o r i g i ­
m oral. Esto viene postulado lógicam ente por la nan la distinción sexual entre varón y h e m b ra ..
m ism a libertad de conciencia.
- El m atrim onio es la configuración c u l t u r a ]
Conclusión. Para h acer ju stam en te un ordena­ que asegura los objetivos asignados por el g r u p o
m iento jurídico del divorcio, «es preciso tener en hum ano a la relación del varón y de la h e m b r a -
cuenta una inform ación objetiva del alcance real de
los problem as planteados y de las variadas solucio­ - El m atrim onio es una estru ctu ra a n t e r i o r a
nes posibles, y p onderar las consecuencias que se los individuos y que éstos deben acep tar p a ra n o r -
derivan, p a ra la fam ilia y p a ra la sociedad, de las m atizar sus roles y sus funciones conyugales.
diversas opciones viables. El im pacto de cam pañas - En cuanto realid ad histórica y cultural, la i n s ­
inspiradas en ocasiones por intereses ajenos a toda titución m atrim onial está som etida a las v a r i a c i o ­
preocupación ética no debe servir como norm a nes im puestas por el devenir de la histo ria y p o r * e l
cuando se tra ta de resp etar exigencias del bien co­ pluralism o de culturas.
m ún y del justo orden público» (Nota doctrinal, n. El m atrim onio en cuanto institución es la c o n f i ­
20). guración cu ltu ral de u n a realid ad in te r p e r s o n a l. S i
la pareja conyugal se define por la relación de a m i s ­
tad heterosexual, la institución m atrim onial se e n ­
D. 2. Crisis de la «institución» tiende como la e stru c tu ra socio-cultural de la p a ­
dentro del matrimonio reja conyugal. Tal estru ctu ra es, po r definición, a n ­
terior a las parejas concretas; es la o b jetiv ació n d e
a) Descripción de la «institución» los intereses del grupo social en este ám bito c o n c r e ­
dentro del matrimonio to de la relación heterosexual, y es la c o n fig u ra c ió n
norm ativa a la que han de atenerse los c o m p o r t a ­
Poniendo entre paréntesis la vertiente de «fam i­ m ientos de la pareja conyugal.
lia» y reduciendo la perspectiva al ám bito exclusivo S intetizando todo lo dicho, se puede d e fin ir la
del «m atrim onio», en éste pueden ser distinguidas institución m atrim onial como «el com plejo de n o r ­
dos dimensiones: m as relacionadas entre sí, que regula el e s ta b le c i­
- el m atrim onio en cuanto vida de la pareja; m iento y la disolución de una unión entre p a rte s d e
- el m atrim onio en cuanto institución. distinto sexo, que es du rad era po r principio, c o n
En cuanto vida de pareja, el m atrim onio es defi­ vistas a la procreación, se caracteriza po r la c o m u ­
nido por la conyugalidad, es decir, por la «íntim a co­ nidad de dom icilio y la cooperación económ ica y
m unidad conyugal de vida y am or» sobre la cual se define derechos y deberes recíprocos de las p a r te s ,
establece «la alianza de los cónyuges» (GS 48). como tam bién los de sus respectivos p a rie n te s y
descendientes» (F.-X. K aufm ann, E l m a trim o n io
En cuanto institución, el m atrim onio es conside­ desde el punto de vista de la antropología social. E l
rado preferentem ente por lo que tiene de institucio- derecho n atu ral. B arcelona 1971, 40-41).
nalidad. Se considera en él la vertiente social, cu ltu ­
ral, jurídica. Desde esta com prensión se lo define Los creyentes, adem ás de la institución h u m a n a ,
como: «contrato», «institución», «vínculo». añaden al m atrim onio la institución específicam en­
te religiosa que conlleva elem entos jurídicos, s a c r a ­
Cuando decim os que el m atrim onio, adem ás de m entales, éticos y pastorales.
constituir una «íntim a com unidad de vida y am or»,
es una institución, afirm am os que en la realidad
conyugal se verifican las condiciones básicas de la
realidad que llam am os institución.

214 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


b) Crisis de hecho: formas «atípicas» dos en los adultos». Existen organizaciones de estas
en la organización form as de convivencia: «Alianza N acional p a ra la
de la «vida en común» P aternidad Opcional» (USA), «Asociación N acional
de Personas sin Hijos» (Reino Unido).
Si aceptam os el m atrim onio y la consiguiente • Hogares uniparentales: fam ilias en las que está
fam ilia conyugal como la form a «típica» de organi­ presente un solo progenitor (m adre o padre). Cau­
zar la vida en com ún, la realidad actual no se con­ sas: m atern id ad d u ran te la soltería; ru p tu ra m a tri­
forma del todo con ese «ideal». Ju n to al m atrim o ­ m onial (separación o divorcio); adopción por parte
nio y a la fam ilia conyugal existen otros modelos de m ujeres u hom bres solos; recurso a técnicas de
convivenciales que se alejan del esquem a tradicio­ reproducción h u m an a (fecundación artificial de
nal. m ujer sola); etc.
Según el esquem a propuesto por Toffler, en esta • Hogares agregados: cuando los cónyuges divor­
«tercera ola» de la cu ltu ra la fam ilia conyugal (fa­ ciados y con hijos se casan de nuevo y ap o rtan los
m ilia nuclear) ha perdido su papel único y hegemó- hijos p a ra co n stitu ir una fam ilia am pliada. Estas
nico en cuanto m odelo social de organización h u ­ unidades de convivencia, con «polipadres», nacen
m ana. Proliferan nuevas form as, entre las cuales de ru p tu ra s previas de la pareja.
conviene señalar las siguientes:
- Formas de convivencia «afamiliares»
— Personas que viven solas y!o «aconyugales»
• no po r necesidad y contra su voluntad, como • m atrim onios hom osexuales;
acaece en situaciones conocidas (gente m ayor, • com unas o «m atrim onio en grupo»;
m ujeres solteras, personas viudas...), sino por deci­
sión libre y com o opción de vida (tem poral o defini­ • vinculación de personas m ayores (jubilados)
tiva); sin form alidad jurídica.
• son hogares unipersonales no fam iliares (de Estas y otras form as de relación se presentan
solteros, separados, divorciados); como co n trarias y altern ativ as a la institución m a­
• esta form a de vida puede darse «antes» del trim onial. De hecho son signo de la tendencia des-
m atrim onio, «después» del m atrim onio, «entre» institucionalizadora del m undo actual. No faltan
dos m atrim onios, «sin» referencia al m atrim onio. incluso teorizaciones que las justifican y las propo­
nen como «preform as» o «form as nuevas» perm isi­
vas de vida en com ún.
La discusión sobre la institución m atrim onial es
- Pareja heterosexual estable llevada h asta sus lím ites cuando se pone en cues­
• es la form a de «cohabitación» m ás sim ilar al tión el sentido m ism o de la institucionalización en
m atrim onio; cuanto tal. El p ap a Juan Pablo II p lan tea este pro­
• en esta form a de convivencia desaparecen las blem a dentro del capítulo de las que denom ina «si­
form alidades (e im plicaciones) legales; tuaciones irregulares»: a) m atrim onio a prueba; b)
uniones libres de hecho; c) católicos unidos con
• adm ite m uchas variantes: con o sin hijos; tem ­ nuevo m atrim onio civil; d) separados y divorciados
poral o indefinida. no casados de nuevo (FC 81).

- Hogares atípicos
c) Críticas a la «institución»
• Hogares sin hijos: parejas (m atrim oniales o
no) que renuncian a tener hijos. Estilo de vida «li­
matrimonial
bre de hijos». En lug ar de co n stitu ir hogares «cen­ La existencia de form as vinculantes contrarias y
trados en los hijos», se constituyen hogares «centra­ altern ativ as a la institución m atrim onial no es sólo

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 215


un dato de la riqueza sociológica en los usos am ato ­ adm inistrativos (celebración ju rídica del m atrinui
rios o en las estructuras socializadoras de la afecti­ nio).
vidad heterosexual. Tiene adem ás un significado di­ - La institución m atrim onial es, por definición,
rectam ente crítico y acusatorio: las parejas no casa­ previa a la libertad de las personas, lo cual supone
das se constituyen en form as vinculantes porque no tener que acep tar los intereses del grupo por eru i
encuentran en la institución m atrim onial cauce a m a del bien personal.
intereses y a objetivos pretendidam ente legítim os.
- Adm itido el elem ento institucional en la con
Por razones sistem áticas, agrupam os las críticas figuración de la pareja conyugal, se corre el peligro
actuales a la institución m atrim onial en torno a dos de hacer deslizar la jerarquía de valores hacia el polo
núcleos: a) las que provienen de la consideración y de la institución en perjuicio de los valores propios
de la tom a de conciencia del «personalism o» inhe­ de la vida de pareja.
rente a la vinculación afectiva heterosexual; b) las
que se centran en la acusación de «ideológica» a la Todas estas objeciones concretas se resum en en
institución tradicional del m atrim onio. la afirm ación de que existe una contradicción en tre
el valor de la «íntim a com unidad de vida y am or»
(vida de pareja) y la institución del m atrim onio.
• El postulado del «personalismo»:
esplendor de la pareja y oscurecimiento • Función «ideologizadora» de la
de la institución institución tradicional del matrimonio

Un im portante grupo de críticas a la institución Este segundo grupo de críticas se dirigen m ás a


m atrim onial han ido surgiendo a m edida que se la institución «fam iliar» que a la institución «m a­
descubría con m ayor intensidad la dim ensión p er­ trim onial». El m atrim onio-institución es objeto de
sonalista de la vida relacional y, m ás concretam en­ tales críticas en la m edida en que está a la base de
te, de la relación afectiva heterosexual. Tanto la an ­ la fam ilia. Por o tra p arte, la exposición detallada de
tropología como la teología contem poránea sitúan tales críticas exigiría un espacio que no toleran los
en p rim er plano los aspectos interpersonales de la lím ites im puestos a este planteam iento.
vinculación m atrim onial; ello ha conducido a cues­ Por la razón ap u n tad a, no hago otra cosa que
tio n ar la m ism a institución m atrim onial a fin de tom ar nota de las principales objeciones concretas
poner de relieve la vida interpersonal que late de­ que provienen de la «crítica social» del m atrim o ­
bajo de la institución. nio. Según dicha crítica social:
E sta visión personalista no tolera la tendencia - La institución m atrim o n ial justifica y apoya,
exageradam ente institucionalista del m atrim onio, de form a ideológica, los valores de la clase burguesa.
según se puede co n statar en los estudios antropoló­ - Para las corrientes de pensam iento socialista,
gicos y teológicos actuales sobre la realidad m a tri­ que se rem ontan h a sta Engels, la institución m a tri­
m onial. m onial tiene su origen y su justificación en Ja pro­
Más aún, se alzan voces que condenan la in stitu ­ piedad privada y, consiguientem ente, en la estru c tu ­
ción m atrim onial como con traria a la «com unidad ra social de tipo capitalista.
de am or». Señalam os de una form a sintética las - Para ciertas corrientes de pensam iento c ríti­
objeciones en que se concreta dicho m alestar: co, el m atrim onio es un im p o rtan te foco de repre­
— La institución m atrim onial frustra el valor de sión, puesta de m anifiesto en la represión sexual y
la sexualidad en cuanto donación libre y no directa­ en la distribución a u to rita ria de los roles dentro del
m ente relacionada con la procreación. grupo fam iliar.
- La intim idad de la pareja se siente vulnerada - La afirm ación de la indisolubilidad del m a tri­
por exigencias sociales que a veces tienen su apoyo monio y la negación del divorcio son consideradas
en convencionalism os m orales (lim itación de las re ­ como factores ideológicos que la sociedad introyec-
laciones sexuales al m atrim onio) y en form ulism os ta indebidam ente en la vida de la pareja.

216 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- Para b astan tes grupos «progresistas», la in sti­ pio solam ente después de un período de co h ab ita­
tución m atrim onial y fam iliar es una causa del ma- ción y después del nacim iento del p rim er hijo».
chism o y u na dificultad p a ra la liberación fem inista. • Causas personales. Pueden ser anotadas las si­
E stas y otras objeciones concretas tienen como guientes (cf. FC, 81):
denom inador com ún el de considerar la institución — a c titu d d e desprecio, contestación o rechazo
m atrim onial como el caballo de Troya introducido de la in stitu c ió n fam iliar y h a sta de la organización
en la vida de la pareja p a ra dom inarla ideológica­ socio-política;
m ente a fin de que sirva a los intereses clasistas de
determ inados grupos sociales. — falta de inform ación, y sobre todo de form a­
ción, en lo co n cern ien te al significado de la «institu-
Es preciso reconocer que las críticas anotadas cionalización» d en tro del m atrim onio;
precisan m uchas m atizaciones. No se puede decir
que sean del todo im parciales ni que alcancen la — a c titu d d e egoísm o, form a insolidaria de en­
objetividad de la realidad. Las hem os recogido po r­ tender la vid a, exacerbación de la privacidad;
que expresan el malestar difuso frente a la in stitu ­ — m era b ú sq u e d a del placer;
ción del m atrim onio. Más que la etiología real de la — a c titu d d e pereza;
enferm edad, expresan el estado de ánim o del enfer­
— situ ació n personal de cierta inm adurez psico­
mo.
lógica que h a c e sen tir la in certidum bre o el tem or
hacia un vín cu lo estable y definitivo.
d) Causas objetivas de la crisis
e) Pistas de solución a la crisis
Entre las razones objetivas de la crisis que p ad e­
ce la institución m atrim onial convendría enum erar Es preciso a c e p ta r el reto que lanza la situación
los siguientes grupos causales: actual a la in stitu c ió n tradicional del m atrim onio.
• Conexión con otras crisis de mayor amplitud. Es Dice Juan P a b lo II: «Este fenóm eno, cada vez m ás
evidente que la crisis de la institución m atrim onial frecuente, h a d e lla m a r la atención de los pastores
ha de ser en cu ad rad a dentro de un fenóm eno m ás de alm as, ya q u e en el m ism o puede hab er elem en­
am plio de crisis: tos varios, a c tu a n d o sobre los cuales será quizá po­
sible lim ita r su s consecuencias» (FC 81).
- crisis de cu ltu ra y h asta de civilización; A p a rtir de la contestación (fáctica y teórica) del
- crisis de todo lo institucional; m atrim onio en cu an to institución, es necesario rea­
- crisis del m atrim onio y de la fam ilia en gene­ lizar un re p la n te a m ie n to teórico y práxico del te ­
ral; m a. La u rg en c ia de tal rep lan team ien to se pone de
- nueva com prensión de la sexualidad; m anifiesto al te n e r en cuenta las im plicaciones que
conlleva el p ro b le m a de la institución m atrim onial:
- revolución juvenil; «graves consecuencias religiosas y m orales (pérdi­
- revolución fem inista. da del se n tid o religioso del m atrim onio visto a la
luz de la a lia n z a de Dios con su pueblo, privación de
• Causas sociales. Ju an Pablo II, en la exhorta­ la gracia del sacram en to , grave escándalo), así co­
ción apostólica Familiaris consortio (n. 81), señala mo tam b ién consecuencias sociales (destrucción del
las siguientes: concepto de fam ilia, atenuación del sentido de fide­
- causas económ icas, culturales y religiosas: lidad, incluso h acia la sociedad, posibles traum as
«en cuanto que, contrayendo m atrim onio regular, psicológicos e n los hijos, y afirm ación del egoísmo)»
quedarían expuestos a daños, a la pérdida de ven­ (FC 81).
tajas económ icas, a discrim inaciones, etc.»; El re p la n te a m ie n to teórico del tem a debe ser
- costum bres tradicionales, las cuales «en algu­ llevado a c a b o con las aportaciones de diversos sa­
nos países prevén el m atrim onio verdadero y pro­ beres: a n tro p o lo g ía c u ltu ral, sociología, filosofía,

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 217


crítica social. Aquí se proponen dos series de orien­ ción, sino «abierta» hacia la vida interpersonal
taciones provenientes de la ética y de la pastoral. com unitaria.

• Equilibrio dialéctico entre «persona»


• Criterios éticos e «institución»
Desde el ángulo de la ética sobresalen tres orien­ en la vida de la pareja conyugal
taciones básicas, que ofrecemos como criterios ilu ­ Toda consideración d u alista y m aniquea vici .^a-
m inativos p a ra la reform ulación teórica y vivencial los planteam ientos y las soluciones de cualquier
de la dim ensión institucional de la pareja. cuestión. El m atrim onio-institución no puede s e r
pensado con m en ta lid a d d u a lista y m a n iq u e a . ,
creyendo que lo institucional es el principio del m a 1
• Reformulación de la dimensión y lo personal el principio del bien. Por el c o n tr a rio ,
institucional de la pareja reconocem os una reciprocidad real entre el a s p e c to s
personal y el aspecto institucional en la realidad d é ­
Juzgam os que no se puede poner en duda hoy la la pareja conyugal.
necesidad de cierta institucionalización p a ra la vi­ Por o tra p arte, esa relación recíproca p e r d e r ía
da de la p areja conyugal. La peculiaridad de la se­ su autenticidad si fuese pensada y vivida sin ten­
xualidad hu m an a (en la que el control instintivo sión. Negar, teórica y vivencialm ente, la tensión e n ­
está reducido al m áxim o y en la que se advierte una tre lo personal y lo institucional dentro del m a tri­
notable indeterm inación y plasticidad), la condi­ m onio constituye u n a tra m p a a favor de la in stitu ­
ción específica de la reproducción hum ana (con la ción con perjuicio de la persona. En efecto, c u a n d o
necesidad de una infancia prolongada) y las im pli­ se suprim e la tensión, surge el predom inio del obje­
caciones socio-económ icas son razones obvias que tivism o institucionalista.
atestiguan a favor de la institución m atrim onial.
Sin dualism os m aniqueos, pero tam bién sin fal­
Pero lo que se puede, y se debe, discutir es el sos irenism os, la relación entre lo personal y lo ins­
carácter y la extensión de lo institucional dentro de titucional ha de form ularse como un equilibrio dia­
la vida de la pareja. Frente a épocas pasadas y re­ léctico. Ello supone considerar cada una de las dos
cientes en que predom inó la com prensión institu- polaridades como instancias positivas y beneficio­
cionalista en el m atrim onio, creem os que en el m o­ sas p ara la realidad total de la pareja conyugal, ver-
m ento actual debiera ponerse de relieve que: las recíprocam ente referidas a fin de que ninguna
- Lo institucional es de carácter secundario en de ellas suprim a la otra, y o rien tar el equilibrio h a ­
relación con la p rim acía de lo interpersonal; esta cia un valor superior: la «hum anización» en cuanto
secundariedad no ha de ser in terp retad a en clave de valor convergente y garantía' de au tenticidad tanto
tem poralidad, sino de axiología. de lo personal como de lo institucional.
- El ám bito de influencia de lo institucional tie­ Proponiendo com o solución el equilibrio dialéc­
ne que perder extensión; la dim ensión institucional tico entre «persona» e «institución» en la realidad
del m atrim onio ha de reducirse a los aspectos es­ del m atrim onio, no negam os la tensión entre estas
trictam ente sociales, respetando el valor de la «pri- dos dim ensiones, pero sí descartam os entre ellas el
vaticidad» según corresponde a la sensibilidad de hiatus y la oposición, a fin de ab rirlas a un valor
una «sociedad ind u strial avanzada». superior que las critica y las autentifica.
Al p o stu lar la reducción de lo institucional en el
m atrim onio, la ética no pretende reducir la dim en­ f) Anotaciones pastorales
sión de apertura de la pareja conyugal. Por el co n tra­
rio, la reducción institucional favorecerá la am p lia­ Siguiendo de cerca las orientaciones expuestas
ción de los ám bitos de a p e rtu ra de la vida de la en la exhortación apostólica Familiaris consortio (n.
pareja. No será una p areja «cerrada» por la institu- 81), proponem os algunas sugerencias pastorales en

218 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


urden a o rien tar la actuación cristiana en relación • Postulado práxico de reformas sociales
con la crisis de la institución m atrim onial:
Con b astan te frecuencia, «a causa de la extrem a
pobreza derivada de unas e stru ctu ras socio-eco­
• Con las parejas que conviven nóm icas injustas o inadecuadas, los jóvenes no es­
sin institucionalización tán en condiciones de casarse como conviene».
Por eso es preciso pedir que «la sociedad y las auto­
- Acercam iento respetuoso: «se acercarán a los ridades públicas favorezcan el m atrim onio legítim o
que conviven con discreción y respeto». a través de una serie de intervenciones sociales y
- Com prensión de cada situación: «se preocu­ políticas, garantizando el salario fam iliar, em an an ­
parán por conocer tales situaciones y sus causas do disposiciones p a ra la vivienda a p ta a la vida fa­
concretas, caso por caso». m iliar y creando posibilidades adecuadas de tra ­
bajo y de vida».
- Actuación evangélica: «se em peñarán en una
acción de ilum inación paciente, de corrección cari­
tativa y de testim onio fam iliar cristiano que pueda • Apoyo social y jurídico a
allanarles el cam ino hacia la regularización de su la institución m atrim onial
situación».
Es preciso que «las autoridades públicas -re s is ­
tiendo a las tendencias disgregadoras de la m ism a
sociedad y nocivas p a ra la dignidad, seguridad y
• Actuación educativa
bienestar de los ciu d a d a n o s- procuren que la opi­
Es decisiva la labor de inform ación y de educa­ nión pública no sea llevada a m enospreciar la im ­
ción acerca de los valores que configuran la au té n ti­ portancia institucional del m atrim onio y de la fa­
ca dim ensión institucional del m atrim onio. Es pre­ m ilia».
ciso organizar un proyecto educativo en el que en­ Como conclusión de estas reflexiones sobre la
tren como elem entos decisivos: «crisis de la institución m atrim onial», es preciso
- «el cultivo de la fidelidad (en la educación reconocer la seriedad con que ha de ser asum ido el
m oral y religiosa de los jóvenes)»; reto que la situación presente lanza a la institución
- «la instrucción sobre las condiciones y estru c­ tradicional del m atrim onio. Se precisa un notable
tu ras que favorecen la fidelidad, sin la cual no se da coraje intelectual p a ra reform ular, con actitu d de
verdadera libertad»; fidelidad hacia la genuina tradición y con actitu d
de creatividad en vistas al futuro, el significado teó­
- «la ayuda p a ra m ad u ra r espiritualm ente»; rico y la configuración p ráctica de la insustituible
- «la exacta com prensión de la rica realidad h u ­ dim ensión institucional del m atrim onio y de la fa­
m ana y sobrenatural del m atrim onio-sacram ento». m ilia.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 219


Apartado 2
Moral de la familia cristiana.

A. SINTESIS
El ideal ético de la familia.
B. Para AMPLIAR
El lado negativo de la vida familiar.
C. Para PROFUNDIZAR
Función de la institución familiar: ¿valor o contra­
valor?
D. Para CONFRONTAR
El ejercicio responsable de la procreación.

220 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
El ideal ético de la familia.

A. 1. La fam ilia: ám bito privilegiado de co­


m unión y de participación.
A. 2. La fam ilia: escuela de la socialidad y
del m ás rico hum anism o.

En los recientes docum entos del m agisterio ecle­ realidad de la com unión con el em peño constante
siástico (GaucLium et spes = GS del V aticano II, Me- de d esarrollar u n a autén tica com unidad de perso­
dellín, Puebla, Familiaris consortio = FC) se hace nas» (FC 18). Así, pues, «la ley del am or conyugal es
una «tabulación ética» o «narración utópica» de la com unión y participación, no dom inación» (Puebla,
im agen de fam ilia tal com o «se encuentra» en el 582), y la m eta definitiva de la fam ilia es «llegar a
reino del ideal ético. Los perfiles del hogar ideal son ser realm ente centro de com unión y participación»
diseñados m ediante dos grandes rasgos: la fam ilia (Puebla, 568).
es un ám bito hum ano privilegiado de com unión y La fam ilia consigue ser el ám bito privilegiado
de participación; la fam ilia es la escuela de la socia­ de com unión y de p articipación m ediante los si­
lidad y del m ás rico hum anism o. guientes dinam ism os de actuación:
- situando el amor com o principio y fuerza de la
A. 1. La familia: com unión. La fam ilia es una «íntim a com unidad de
ámbito privilegiado de comunión vida y am or» (GS 48). «Sin el am or, la fam ilia no
puede vivir, crecer y perfeccionarse como com uni­
y de participación dad de personas» (FC 18; leer todo el n. 18). «El
La fam ilia se define fundam entalm ente por la am or que an im a las relaciones interpersonales de
relación in terp erso n al. E stá constituida por «un los diversos m iem bros de la fam ilia constituye la
conjunto de relaciones interpersonales -relació n fuerza in terio r que plasm a y vivifica la com unión y
conyugal, p atern id ad -m atern id ad , filiación, fra ter­ la com unidad fam iliar» (FC 21);
n id a d - m ediante las cuales toda persona hum ana - haciendo que el am or se haga praxis en la edi­
queda introducida en la ‘fam ilia h u m a n a ’» (FC 15). ficación de las personas. La fam ilia es «form adora
Las relaciones interpersonales en la fam ilia hacen de personas» (Medellín). «La fam ilia, en cuanto es y
de ella una com unidad de personas: «la fam ilia, fun­ debe ser siem pre com unión y com unidad de perso­
dada y vivificada por el am or, es una com unidad de nas, encuentra en el am or la fuente y el estím ulo
personas: del hom bre y de la m ujer esposos, de los incesante p a ra acoger, resp e tar y prom over a cada
padres y de los hijos, de los parientes» (FC 18). De uno de sus m iem bros en la altísim a dignidad de
ahí que la com unión sea la form a de vida en la fam i­ personas... El criterio m oral de la au ten ticid ad de
lia: «su p rim er com etido es el de vivir fielm ente la las relaciones conyugales y fam iliares consiste en la

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 2 2 1


prom oción de la dignidad y vocación de cada una feliz expresión, descubrió una vertiente im p o rtan ti'
de las personas, las cuales logran su p lenitud m e­ de la vida fam iliar al afirm ar que «la fam ilia es
diante el don sincero de sí m ism as» (FC 22); escuela del m ás rico hum anism o» (GS 52). En la
- abriendo cauces en el tejido fam iliar p a ra que fam ilia se crea hum anidad; en ella se condensa la
la riqueza de la com unión interpersonal inunde la sabiduría de lo hum ano; en ella se logran las sín te ­
vida fam iliar: sis vitales que constituyen «el fundam ento de la so­
ciedad» (GS 52).
• m ediante actitudes de gratuidad. «Las relacio­
nes entre los m iem bros de la com unidad fam iliar Juan Pablo II ha retom ado con p a rtic u la r cariño
están inspiradas y guiadas por la ley de la ‘g ratu i­ este tem a del Concilio V aticano II y lo ha d esarro ­
d a d ’ que, respetando y favoreciendo en todos y cada llado sirviéndose de otras categorías no m enos su-
uno la dignidad personal como único título de va­ gerentes. En la exhortación apostólica Familiaris
lor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, consortio repite varias veces la afirm ación de que
disponibilidad desinteresada, servicio generoso y «la fam ilia es la prim era, fundam ental e in su stitu i­
solidaridad profunda» (FC 43); ble escuela de socialidad» (FC 37; cf. n. 42 y 43). En
la fam ilia encuentran los ciudadanos «la p rim era
• m ediante actitudes de permanente reconcilia­ escuela de esas virtudes sociales que son el a lm a de
ción: la com unión fam iliar «exige una p ro n ta y ge­ la vida y del desarrollo de la sociedad m ism a» (FC
nerosa disponibilidad de todos y cada uno a la com ­ 42); la fam ilia ofrece a la sociedad com o «prim era y
prensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconcilia­
fundam ental aportación la experiencia de com u­
ción» (FC 21); nión y participación, que caracteriza su vida d ia­
• m ediante actitudes de respeto y de promoción ria» (FC 43).
de la singularidad personal: la com unión fam iliar Para que la fam ilia sea escuela de hum anism o y
acepta y prom ociona a cada m iem bro como «una de socialidad, se precisa encauzar el ethos de la vi­
persona nueva, singular, única, irrepetible» (Pue­ da fam iliar a través del sistem a de valores que gi­
bla, 584); ran en torno al eje axiológico de la solidaridad. Per­
- propiciando formas efectivas de participación tenecen a este sistem a axiológico los siguientes va­
en la vida fam iliar. Para ello se precisa una estruc­ lores, que han de in sp irar la vida fam iliar:
tu ra fam iliar: a) dem ocrática (frente a la configura­
ción autoritaria); b) igualitaria (frente a la prepo­ — el sentido de la verdadera justicia, que lleva al
tencia del paternalism o y del m achism o); c) corres­ respeto de la dignidad personal de cada ser h u m a ­
ponsable (frente al p lanteam iento de la vida en cla­ no;
ve de autoridad-obediencia). — el sentido del verdadero amor, vivido com o so­
licitud sincera y servicio desinteresado hacia los de­
m ás, especialm ente hacia los m ás pobres y necesi­
A. 2. La familia: escuela de la socialidad tados;
y del más rico humanismo — el don de sí m ismo, como ley que rige las rela ­
ciones fam iliares y que es pedagogía insustituible
Si la fam ilia es realm ente ám bito de com unión y p ara iniciarse en el valor del servicio hacia la socie­
de participación, se convierte tam bién en «prom o­ dad, sabiendo que es preferible d ar que recibir;
tora del desarrollo» hum ano (Medellín). «La com u­
nión y la participación» vividas cotidianam ente en — form ación en el hogar de personas concientiza-
la casa, en los m om entos de alegría y de dificultad, das, con actitu d crítica y dialogante, a fin de adver­
representa la pedagogía m ás concreta y eficaz para tir, de sentir, de denunciar y de solucionar* las injus­
la inserción activa, responsable y fecunda de los ticias sociales;
hijos en el horizonte m ás am plio de la sociedad» — crear la estimativa preferencial del ser más so­
(FC 37). bre la tendencia del tener, del poder, del valer y del
El Concilio V aticano II, adem ás de acu ñ ar una saber m ás sin servir m ás.

222 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


ciados por sistemas éticos deformados y defor­
La comunión de personas dentro del hogar y su mantes, la ética de la comunidad solidaria es la
conciencia de solidaridad con el conjunto de la propuesta válida para orientar el futuro ético de la
sociedad constituyen la nueva frontera ética de la familia.
familia. Estos dos valores forman el núcleo del
ethos familiar. Frente a los pseudovalores propi­

B. Para AM PLIA R
El lado negativo de la vida familiar.

-twmmmmmmmmmmmmmmmmmmamm
B. 1. E ticas incorrectas sobre la vida fam i­
liar.
B. 2. La contra-im agen de la fam ilia.

La vida fam iliar presupone, conlleva y origina B. 1. Eticas incorrectas


un contenido ético. En la fam ilia existe de hecho un sobre la vida familiar
ethos vivido. Por o tra p arte, las instancias m orales
(Iglesia, sociedad, etc.) proyectan sobre la fam ilia a) La ética de los deberes familiares
un ideal ético que constituye la «m oral form ulada»
de la vida fam iliar. En los m anuales de m oral casuista y en los cate­
No todas las propuestas éticas («m oral form ula­ cism os derivados de ella, la m oral de la vida fam i­
da») ni todos los sistem as de valores («m oral vivi­ liar se concretó en un conjunto de «deberes» que
da») que tra ta n de ilu m in ar y de configurar el cam i­ habían de ser cum plidos tan to por los padres como
no ético de la fam ilia alcanzan las suficientes cotas por los hijos. En el com pendio de M. Zalba, la m oral
de criticid ad . Por eso conviene preguntarse por los fam iliar se sintetiza en estos dos principios:
genuinos valores éticos de la vida fam iliar, así como - por derecho n a tu ra l y divino, los hijos tienen
por los pseudovalores que la deform an. En los dos obligación, de suyo grave, de trib u ta r a sus padres,
ap artad o s nos referim os a las éticas incorrectas so­ por razón de piedad filial: a) per se, am or, reveren­
bre la vida fam iliar y a la contra-im agen de la fam i­ cia y obediencia; b) per accidens, ayuda espiritual o
lia. corporal;

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 223


- por derecho n a tu ra l y divino, los padres tienen vertida en obligación, del individualism o, del ma-
obligación, de suyo grave, de p resta r a sus hijos, por chism o, etc.
razón de piedad paterna: am or, educación corporal
y espiritual, y providencia patern al en orden a la b) La ética del desarrollismo
preparación p a ra la vida.
consumista
En la Teología moral para los fieles, el padre J.
B ujanda, profesor en la F acultad Teológica de G ra­ A la fam ilia tradicional y a u to rita ria ha sucedi­
nada, desgranaba así po r los años 40 los deberes de do la fam ilia desarrollista y consum ista. Los pre­
los hijos y de los padres: tendidos valores éticos que justifican la vida de esta
fam ilia pertenecen a la «ética del desarrollism o
- «Obligaciones de los hijos. Pecan gravem ente consum ista». Su contenido básico se traduce en las
contra el cuarto m andam iento los hijos que desean siguientes estim aciones:
un m al grave a sus padres, los que los tra ta n como a - la realización de la persona como exigencia
un enem igo o a un extraño, los que los golpean, los individualista y aun a costa de cualquier otro bien;
que sin m otivo les dan un disgusto grave, verbigra­
cia hasta ponerlos m uy tristes o hacerlos llorar, los - la continua prom oción y ascenso de los m iem ­
que desobedecen en algo que, de no hacerse, se se­ bros de la fam ilia en un crescendo del «todavía
guirá un daño notable; los que se van de casa sin su más»: los hijos «más» que los padres, hoy «más»
perm iso explícito o equivalente. que ayer, etc.;
- el consum ism o como signo de vitalidad y de
Una desobediencia en cosa ligera sería un peca­ progreso: consum o de bienes (económicos, c u ltu ra ­
do leve, y si los padres no in ten tan obligar a que se les, educativos, sociales, etc.);
haga lo que ellos dicen, sino únicam ente indicarlo
como m ás conveniente, entonces el hacerlo es m ás - el trabajo y la ocupación fuera de casa como
virtuoso; pero el no ejecutarlo no es pecado, porque signo de desarrollo personal y como m edio p a ra al­
no ha habido desobediencia propiam ente tal. canzar el bienestar del consum ism o;
- la «liberación sexual» como ám bito privile­
- Obligaciones de los padres. A lim entar debida­ giado de la realización individual y del afán consu­
m ente a sus hijos dentro de sus disponibilidades, m ista.
procurar por sí o por otros que aprendan lo necesa­
rio p ara salvarse y llevar una vida digna de hijos de
Dios. No ponerlos en condiciones en que peligre la
vida del cuerpo o la salud del alm a. No ser con su El ethos del desarrollismo consumista ha con­
m al ejem plo ocasión de que sus hijos pequen, por ducido la vida familiar a una profunda insatisfac­
ejem plo no yendo a m isa, blasfem ando o leyendo ción e infelicidad. El análisis de Pablo VI en la
libros m alos. No oponerse a que elijan el estado de encíclica Populorum progressio sobre la vaciedad
vida que ellos creen les conviene, verbigracia m a tri­
de la ética del «tener» puede ser constatado en la
monio, o servir a Dios m ás asiduam ente en una con­
gregación religiosa. Darles una carrera o proporcio­ familia consumista. La pseudo-ética del «tener» se
narles m edios de vida económ ica. Velar por su con­ opone a la genuina ética del «ser». «El tener más,
ducta m oral, sobre todo en el tiem po peligroso de lo mismo para los pueblos que para las personas,
sus relaciones en orden al m atrim onio». no es el fin último... La búsqueda exclusiva del
poseer se convierte en un obstáculo para el creci­
No hace falta em plear energías p a ra justificar el
desacuerdo con el m odelo de la ética de deberes en miento del ser y se opone a su verdadera grandeza;
general y en cuanto aplicada a la vida fam iliar. Este para las naciones, como para las personas, la ava­
sistem a m oral ap ru eb a y apoya un tipo de vida fa­ ricia es la forma más evidente de un subdesarrollo
m iliar guiado por los pseudovalores del a u to rita ris­ moral» (PP 19).
mo jerarquizado, de la relación interpersonal con­

224 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


c) La ética de la privacidad rrollismo consumista, de privacidad). El nuevo
modelo moral que hemos propuesto se compone
En la vida fam iliar se está instalando el ethos de
la privacidad, que ta n ta influencia tiene ya en otros de dos rasgos que sintetizan la orientación ética:
ám bitos de la existencia h u m an a. De la fam ilia con­ la relación personalizadora y la solidaridad com­
sum ista, sucesora de la fam ilia a u to rita ria , ha su r­ prometedora. Mediante la integración de estos dos
gido la fam ilia p rivatística. valores de la «relación» personalizadora y de la
Los «valores» que la ética de la privacidad «solidaridad» comprometedora surge una ética al­
proyecta sobre la vida fam iliar son principalm ente ternativa para la vida familiar: es la ética de la
los siguientes: comunidad solidaria.
- la incom unicación sin protestas ni violencias,
sino como form a de vida que se aleja de las «im pli­
caciones» y «com plicaciones»;
- el placer sin estridencias y con tonalidades de B. 2. La contra-imagen de la familia
m edianía;
- el tra b a jo (o el paro) com o «necesidad» y no La im agen ideal de la fam ilia surge en gran m e­
como cam ino de realización personal o com o cauce dida com o reacción de contraste ante la co n tra ­
de servicio social; im agen que proyectan las situaciones negativas de
la realidad histórica.
- el cultivo de lo individual, de lo singular, de lo
diferente, como signo de una nueva estética de la Estos son los principales rasgos deform ados que
existencia hum ana; presenta la contra-im agen de la fam ilia:
- la prom oción, ciertam ente im plícita e incons­ — empresa (de producción y / o de consumo) m ás
ciente, de las virtudes del estoicism o (tranquilidad, que com unidad de personas;
arm onía, etc.), pero de un estoicism o sin alientos de — base reproductora de la sociedad represiva y
universalidad y sin fervor po r la «hum anitas». alienante;
Los tres sistem as m orales que acabam os de se­ — la procreación como razón ú ltim a de la vida
ñ alar desvirtúan el auténtico ethos de la vida fam i­ fam iliar con d etrim ento de la fecundidad hum ana
liar. La fam ilia que surge de tales apoyos éticos no de la relación interpersonal;
tiene la función h u m an izad o ra que le corresponde — distorsión de los roles: a) au to ritarism o y pa-
tanto en la vida de las personas (dinam ism o perso- ternalism o p a ra el padre; b) hipertrofia de afectivi­
nalizador) com o en la relación con el conjunto de la dad y dism inución de autonom ía p a ra la m adre; c)
vida social (fuerza socializadora). Es preciso, por obediencia y m inoría de derechos p a ra el hijo;
tanto, reo rien tar la ética de la vida fam iliar propo­
— constelación de sistemas relaciónales desperso-
niendo una a lte rn a tiv a m oral p a ra la fam ilia del
nalizadores: individualism o, desconcienciación y
futuro, según hem os señalado en el a p a rtad o A.
m anipulación, represión educativa (sobre todo en
lo sexual), estabilización com o criterio om nipresen­
te y asfixiante;
La reorientación moral de la familia ha de rea­ — la autarquía familiar: vida fam iliar cerrada,
lizarse mediante la propuesta de una ética alter­ insolidaridad, apoliticidad, educación descom pro­
nativa a las éticas anotadas (de deberes, de desa- m etida.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 225


C. Para PROFUN DIZAR
Función de la institución familiar: ¿valor o contravalor?

La fam ilia es la institución hu m an a m ás univer- - Segunda: la institución fam iliar está s o m e tid a
salizada en el tiem po y en el espacio. Ante tal cons­ a variación continua, debido al influjo q u e so b re
tatación parece sum am ente arriesgado poner en ella ejercen las transform aciones sociales.
duda su funcionalidad positiva p a ra la realización - Tercera: p a ra conseguir su finalidad h u m a n i ­
de la vida hum ana. Sin em bargo, sigue en pie el zadora, la fam ilia precisa realizar un p e r m a n e n te
interrogante que encabeza este apartado: la in stitu ­ «ajustam iento» de su e stru c tu ra y de sus fu n c io n e s
ción fam iliar ¿valor o desvalor? en relación con las variaciones so cio -h istó ricas.
En la situación actual, la reflexión ética sobre la M ediante la síntesis de las tres a firm a c io n e s p r e ­
institución fam iliar se concentra en dos aspectos cedentes, se evita caer en los extrem ism os d e u n a
fundam entales (su carácter al m ism o tiem po histó­ concepción «naturalista» a u ltra n za y de u n a c o n si­
rico y perm anente, y su función hum anizadora) y de deración «historicista» totalm ente re la tiv iz a d o ra .
ellos deduce u n a p o stu ra coherente ante la realidad La fam ilia tiene g aran tizad a su p e rm a n e n c ia , p e ro
de la fam ilia. Estos son los tres puntos que desarro­ no una continuidad inm utable y m ucho m e n o s u n a
llam os a continuación. presencia siem pre positiva y benéfica. La i n s t i tu ­
ción fam iliar es un valor som etido a los c o n d ic io n a ­
a) La cambiante perennidad m ientos históricos y al ejercicio de la re s p o n s a b ili­
dad hum ana.
de la familia
Hay épocas en que la fam ilia es, desde el p u n to
La Iglesia ha insistido continuam ente en el ca­ de vista histórico, un valor en alza y o tra s e n q u e
rácter «natural» de la fam ilia, a fin de poner de juega a la baja. El m om ento actual fue d e s c rito p o r
m anifiesto no sólo su p rioridad frente a otras in sti­ el Concilio V aticano II como un crisol p a ra la fa m i­
tuciones (como el Estado), sino tam bién su perenni­ lia. En n uestra época, el valor de la fam ilia surge
dad. Según esta visión, la fam ilia es indestructible como reacción de contraste ante las p e rtu rb a c io n e s
si la especie hu m an a quiere seguir siendo lo que a que se ve som etida: «Un hecho m u estra b ie n el
Dios ha dispuesto en los planes de la creación. vigor y la solidez de la institución m a trim o n ia l y
En el extrem o opuesto se sitúan las «ideologías» fam iliar: las profundas transform aciones de la so­
y los «m ovim ientos» sociales que proclam an y tra ­ ciedad contem poránea, a pesar de las dificul tades a
tan de realizar la m uerte de la fam ilia. Para esta que han dado origen, con m uchísim a frecu en cia
com prensión, la fam ilia es un estorbo en el cam ino m anifiestan, de varios m odos, la verdadera n a tu r a ­
hacia la.p reten d id a em ancipación hum ana. leza de tal institución» (GS 47).
Después de h ab er asistido al enfrentam iento de
am bas posturas, en la m ente de la gente sensata se
va consolidando una triple convicción: Han desaparecido las ingenuas utopías que
- Primera: la fam ilia es una institución p rim a ­ anunciaban el final de la familia. Pero también
ria, y por tan to perenne, de la relación h u m an a con carecen de credibilidad los huecos ditirambos a
m últiples im plicaciones (educativas, económ icas, favor de la institución familiar. Esta se apoya so­
culturales, políticas, religiosas, etc.). bre la condición humana, condición frágil aunque

226 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


duradera. Así es la familia: duradera y frágil al
mismo tiempo. Con esta actitud es más fácil des­
cubrir, según afirma el Concilio Vaticano II, «la
verdadera naturaleza de tal institución». Es lo que
señalamos a continuación.

b) La razón de la institución familiar


en el momento actual
De acuerdo con los criterios anteriorm ente seña­
lados, es preciso reconocer que la función hum ani-
zadora de la institución fam iliar se concreta de di­
verso m odo según las épocas históricas y según las
variaciones culturales. ¿Cuál es, en el m om ento ac­
tual y dentro de nuestro horizonte cultural, la razón
de ser de la institución fam iliar?
En la actualidad, la función hum anizadora de la
fam ilia se pone de m anifiesto en una doble vertien­
te: en su dinam ism o personalizador y en su fuerza
socializadora. En estos dos aspectos se concreta el
valor positivo de la institución fam iliar en el m o­
m ento actual. Los recientes docum entos del m agis­
terio eclesiástico sobre la fam ilia se sitú an en esta
perspectiva personalista-socializadora.

• D inam ism o personalizador


La institución fam iliar es el ám bito adecuado
p ara la conform ación del sujeto hum ano. E sta fun­
ción personalizadora se realiza en la fam ilia a tra ­
vés de los siguientes dinam ism os:
— propiciando la integración del «yo» y p las­
m ando así la personalidad integral del ser hum ano.
«En efecto, la presencia y la influencia de los m ode­
los distintos y com plem entarios del padre y de la
m adre (m asculino y fem enino), el vínculo del afecto
m utuo, el clim a de confianza, intim idad, respeto y
libertad, el cuadro de vida social con una jerarq u ía
n atu ral, pero m atizad a por aquel clim a, todo con­
verge p a ra que la fam ilia se vuelva capaz de p las­
m ar personalidades fuertes y equilibradas p a ra la
sociedad» (Medellín, III, II, A, 1);
- abriendo cauces p a ra el desarrollo de la ge-
nuina relación interpersonal m ediante la cual se
consigue la estabilidad afectiva. «Las relaciones en-

para rn n n rF R la f t ic a c r is t ia n a 227
tre los m iem bros de la com unidad fam iliar están equipa a los sujetos en actitu d es p a ra la transfor­
inspiradas y guiadas por la ley de la ‘g ra tu id a d ’ m ación social.
que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno
la dignidad personal como único título de valor, se
hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponi­
bilidad desinteresada, servicio generoso y solidari­ La doble función de personalización y de socia­
dad profunda» (FC 43); lización constituye el valor indeclinable de la ins­
titución familiar en la hora actual. El Concilio Va­
- iniciando a los sujetos en la sabiduría hu m a­ ticano II, Pablo VI y Juan Pablo II coinciden en
na, que conduce hacia el hum anism o y que se con­
creta en un proyecto de vida. La fam ilia «es escuela esta visión humanizadora de la familia integrando
del m ás rico hum anism o» (GS 52); en ella «coinci­ su pensamiento en una mutua cita: «La familia
den distintas generaciones y se ayudan m utuam en­ constituye el lugar natural y el instrumento más
te a lograr una m ayor sabiduría» (Ibíd.). La fam ilia eficaz de humanización y de personalización de la
es el lugar hum ano en que se tran sm iten los valores sociedad: colabora de manera original y profunda
convertidos en proyectos de vida. en la construcción del mundo, haciendo posible
una vida propiamente humana, en particular cus­
• Fuerza socializadora todiando y transmitiendo las virtudes y los valo­
res’. Como dice el Concilio Vaticano II, en la fami­
La función personalizadora de la fam ilia no ha lia ‘las distintas generaciones coinciden y se ayu­
de ser entendida de form a privatística. Por el con­ dan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a
trario, el personalism o fam iliar únicam ente alcan­ armonizar los derechos de las personas con las
za su sentido pleno en la fuerza socializadora de la
demás exigencias de la vida social» (FC 43; cf. GS
institución fam iliar. «La prom oción de una a u té n ti­
ca y m adura com unión de personas en la fam ilia se 52; PP 36).
convierte en la p rim era e insustituible escuela de
socialidad» (FC 43). La función socializadora de la
fam ilia se realiza:
- siendo ejem plo y estím ulo p a ra im p lan ta r un c) Doble conclusión:
sistem a de relaciones sociales sobre los valores que no «instrumentalizar» la familia;
constituyen el «clim a fam iliar», es decir, el respeto, trabajar conjuntamente
la justicia, el diálogo y el am or;
por su identidad
- co ntrarrestando la fuerza despersonalizadora y su específica función
y m asificadora de la vida social. «De cara a una
sociedad que corre el peligro de ser cada vez m ás De cuanto hem os anotado sobre la función h u ­
despersonalizada y m asificada, y po r tan to inhum a­ m anizadora de la fam ilia, es fácil deducir una res­
na y deshum anizadora, con los resultados negativos puesta afirm ativa al interrogante planteado en el
de tantas form as de ‘evasión’ -co m o son, por ejem ­ epígrafe de este ap artad o . La institución fam iliar
plo, el alcoholism o, la droga y el m ism o terro ris­ no es un contravalor, sino un bien de la condición
m o-, la fam ilia posee y com unica todavía hoy ener­ hum ana. R ealizada en sus genuinas condiciones, la
gías form idables capaces de sacar al hom bre del fam ilia es un valor que ha de ser estim ado en cu a n ­
anonim ato, de m antenerlo consciente de su digni­ to tal y prom ovido en todas sus posibilidades.
dad personal, de enriquecerlo con profunda h u m a­ Hecha esta declaración, es preciso p roponer
nidad y de insertarlo con su un id ad e irrepetibili- tam bién dos form as de actuación en relación con el
dad en el tejido de la sociedad» (FC 43); valor de la fam ilia.
- proponiendo un proyecto de vida que, siendo En p rim er lugar, conviene p resta r atención a las
crítico ante las situaciones de injusticia social, posibles «instrum entalizaciones» a que es som etida

228 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


la institución fam iliar. Ideologías de izquierda, de El núm ero 52 de la constitución p astoral Gau-
derecha y de centro coinciden con frecuencia en dium et spes del Concilio V aticano II afirm a que
ejercitar la m anipulación en el ám bito de la fam i­ «todos los que influyen en las com unidades y gru­
lia. Unas y otras tendencias «politizan» el valor de pos sociales deben co n trib u ir eficazm ente al pro­
la fam ilia de varios m odos: greso del m atrim onio y de la fam ilia»; entre los
- tom ando su «defensa» o su «m inusvalora- sujetos que h an de influir en el progreso de la fam i­
ción» como elem ento del program a partid ista; lia enum era: el poder civil (el cual «ha de conside­
ra r obligación suya sagrada reconocer la verdadera
- haciendo p a sa r el valor m etapolítico de la fa­
naturaleza del m atrim onio y de la fam ilia, prote­
m ilia por la in terp retació n política del «conserva­ gerla y ayudarla»); el colectivo de los cristianos
durism o» y del «progresism o»; («prom uevan con diligencia los bienes del m a tri­
- sesgando las funciones de la fam ilia de acuer­ m onio y de la fam ilia, así con el testim onio de la
do con los intereses y vaivenes de la política de par- propia vida como con la acción concorde con los
tidos. hom bres de buena voluntad»); los científicos, p rin ­
La fam ilia es un bien hum ano situado m ás allá cipalm ente los biólogos, los m édicos, los sociólogos
de los juegos políticos, pero no ha de ser desatendi­ y los psicólogos («pueden co n trib u ir m ucho al bien
da por la sociedad ni por la actividad política del del m atrim onio y de la fam ilia y a la paz de las
Estado. E sta es la segunda conclusión que quiero conciencias»); los sacerdotes; las asociaciones fam i­
anotar, aludiendo a algo reconocido por todos cuan­ liares; los propios cónyuges («hechos a im agen de
tos se dedican al esclarecim iento teórico y a la p ra ­ Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de
xis realizadora de la vida fam iliar. Tanto la Iglesia, personas, vivan unidos, con el m ism o cariño, modo
como la sociedad civil y el E stado tienen la obliga­ de pensar idéntico y m u tu a santidad, p a ra que, h a­
ción de tra b a ja r conjuntam ente p a ra que la in stitu ­ biendo seguido a Cristo, principio de vida, en los
ción fam iliar m antenga su id en tid ad y consiga rea ­ gozos y sacrificios de su vocación por m edio de su
lizar su función específica de hum anización a tra ­ fiel am or, sean testigos de aquel m isterio de am or
vés de su dinam ism o personalizador y de su fuerza que el Señor con su m uerte y resurrección reveló al
socializadora. m undo»).

D. Para C O N F R O N T A R
El ejercicio responsable de la procreación.

Uno de los bienes m ás destacados del m atrim o ­ de culm inar la conyugalidad en el ejercicio de la
nio es la posibilidad de orig in ar una fam ilia. La m atern id ad / paternidad. El am or conyugal tiene un
m ayor p a rte de las p arejas integran en la relación dinam ism o interno que lo hace progresar hacia la
interpersonal de am or heterosexual el deseo eficaz constitución de una com unidad m ás am plia de per-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 229


sonas (no sólo cónyuges, sino tam bién padres e doctrina fundada en la Biblia; en realidad, el origen
hijos). de esta exclusividad proviene de tendencias p ag a­
«En su realid ad m ás profunda, el am or es esen­ nas rigurosas tran sm itid as h a sta nosotros por el
cialm ente don, y el am or conyugal, a la vez que pensam iento agustiniano.
conduce a los esposos al recíproco ‘conocim iento’ - Entender la fecundidad como el fin primario del
que les hace ‘una sola c a rn e ’, no se agota dentro de matrimonio. Todavía p erd u ra la teoría de los dos
la pareja, ya que les hace capaces de la m áxim a fines del m atrim onio: el am or como fin secundario;
donación posible, por la cual se convierten en coo­ la procreación como fin prim ario. Pero esta form u­
peradores de Dios en el don de la vida a una nueva lación ha sido sobrepasada por el planteam iento
persona hum ana. De este modo, los cónyuges, a la antropológico y teológico del Concilio V aticano II.
vez que se dan entre sí, dan m ás allá de sí m ism os la La com prensión de la fecundidad como fin p rim a ­
realidad del hijo, reflejo viviente de su am or, signo rio del m atrim onio tiene su apoyo en la noción re­
perm anente de la unidad conyugal y síntesis viva e duccionista de «naturaleza hum ana» definida pre-
inseparable del padre y de la m adre. Al hacerse p a­ valentem ente por sus elem entos biológicos.
dres, los esposos reciben de Dios el don de una nue­ Las tres form as enum eradas de com prender la
va responsabilidad. Su am or paterno está llam ado fecundidad a nivel de pareja son incorrectas. Si p a r­
a ser p a ra los hijos el signo visible del m ism o am or tim os de ellas, tendrem os unas soluciones m orales
de Dios, ‘del que proviene toda p atern id ad en el al problem a de la p atern id ad responsable viciadas
cielo y en la tie rra ’» (FC 14). de raíz.
A la luz de esta visión se exponen a continuación Todas estas explicaciones adolecen de una vi­
las orientaciones éticas que han de guiar el ejercicio sión inexacta del m atrim onio y de la sexualidad.
de la procreación p a ra que sea realm ente una obra E sta es entender com o una realid ad «en función de»
de hum anidad y de hum anización. algo; por o tra p arte, el m atrim onio es valorado fun­
dam entalm ente como un «contrato natural».
La doctrina del Concilio V aticano II sobre el m a­
a) Significado de la fecundidad humana trim onio y la fam ilia ha m arcado una variación de­
H an existido en la cu ltu ra occidental, en cierto cisiva en la com prensión del significado de la fecun­
modo asum ida y justificada por el cristianism o, al­ didad hu m an a dentro del m atrim onio. El n. 50 de la
gunas com prensiones incorrectas e incom pletas so­ constitución p astoral G audium et spes explica la fe­
bre el significado de la fecundidad hu m an a en cundidad como u n a redundancia o consecuencia de
cuanto factor inherente a la realidad del m atrim o­ la conyugalidad.
nio. He aquí las tres com prensiones incorrectas m ás
decisivas:
- Entender la fecundidad como justificación del La conyugalidad es el núcleo de la pareja hu­
matrimonio. Es incorrecto entender la fecundidad mana; es la relación de los cónyuges; es la «íntima
como la justificación total de la p areja o de la insti­ comunidad de vida y amor»; es el entregarse y el
tución m atrim onial. E sta com prensión no es de ori­ compartir la existencia. La conyugalidad conlleva
gen cristiano, sino estoico. El estoicism o veía en la la fecundidad, ya que toda relación interpersonal
procreación la única finalidad de la institución m a­ auténtica es de signo creativo. Ahora bien, al ser
trim onial. una relación tan profunda y tan íntima, la conyu­
- Entender la fecundidad como la justificación o galidad es fecunda en el sentido más pleno de la
«excusa» de la intim idad conyugal. O tra com pren­ fecundidad humana.
sión incorrecta del sentido de la fecundidad dentro
del m atrim onio es entenderla como la justificación
de los actos de in tim id ad de la pareja. La justifica­ E sta interpretación personalista y conyugal de
ción del acto conyugal por la sola procreación no es la fecundidad hu m an a ha sido asum ida y desarro-

230 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


liada am pliam ente por Juan Pablo II en sus num e­ enorm e im portancia que tiene la procreación den­
rosas intervenciones doctrinales sobre el m atrim o ­ tro de la com unidad hum ana.
nio y la fam ilia. L im itando la consideración a la - La fecundidad como carga social. Pero la pro ­
exhortación Familiaris consortio, en ella se encuen­ creación es tam bién la m ayor carga que tiene la
tra una relación estrecha entre am or conyugal y com unidad hum ana. La atención a la población h u ­
procreación (n. 14, 28). «La fecundidad es el fruto y m ana es el p rincipal objeto del «presupuesto» de la
el signo del am or conyugal, el testim onio vivo de la com unidad; es precisam ente p a ra esa realidad p ara
entrega plena y recíproca de los esposos» (n. 28). la que existen todas las instituciones: de carácter
Juan Pablo II ag ran d a el concepto de fecundidad educativo, de cará c te r sanitario, de carácter econó­
m atrim onial: «El am or conyugal fecundo se expre­ mico, etc. Este aspecto de carga se advierte, sobre
sa en un servicio a la vida que tiene m uchas form as, todo, en los países de explosión dem ográfica, que
de las cuales la generación y la educación son las suelen ser al m ism o tiem po países en vías de expan­
más inm ediatas e insustituibles. En realidad, cada sión económ ica.
acto de verdadero am or al hom bre testim onia y
perfecciona la fecundidad espiritual de la fam ilia,
porque es obediencia al dinam ism o in terio r y pro ­ b) Direcciones axiológicas
fundo del am or, com o donación de sí m ism o a los para el ejercicio de la procreación
demás» (FC 41). Desde esta consideración am plia Una vez anotado el significado de la fecundidad
de la fecundidad «se ensancha enorm em ente el ho­ hum ana, tan to a nivel de pareja com o a nivel de
rizonte de la p a te rn id a d y m atern id ad de las fam i­ sociedad, pasam os a exponer los criterios que han
lias» (FC 41): de orien tar el ejercicio responsable de la fecundi­
- abriendo la propia fam ilia a la relación fecun­ dad hum ana. Me refiero aquí a las direcciones axio­
da con otras fam ilias, sobre todo las m ás necesita­ lógicas generales, sin e n tra r en el análisis porm eno­
das; rizado de los m étodos concretos p a ra regular la n a­
talidad. Sin q u ita r im portancia a la cuestión sobre
- acogiendo, m ediante la adopción, a aquellos
la m oralidad de los m étodos, hay que ju zg ar m ás
hijos que están privados de sus padres o aban d o n a­
dos de éstos; im portante todavía la cuestión sobre los valores y
sobre las actitudes que integran la realidad de la
- saliendo al encuentro de las personas que su­ «paternidad responsable».
fren la m arginación social o cultural: ancianos, en­ «Para m uchos m atrim onios católicos, la expre­
fermos, m inusválidos, drogadictos, excarcelados, sión ‘p atern id ad responsable’ evoca, ante todo, el
etc. tem a de la m oralidad de los m étodos p a ra regular
La fecundidad h u m an a no sólo tiene significado la n atalidad. El interés por este im portante proble­
-e l que acabam os de s e ñ a la r- a nivel de pareja. m a está plenam ente justificado, pero la prioridad
Tam bién lo tiene a nivel de la sociedad. Desde el que frecuentem ente se le concede frente al núcleo
ángulo social es preciso a firm ar que la fecundidad principal de la p a te rn id a d responsable puede reve­
es el gran bien y la gran carga de la com unidad lar un desenfoque de consecuencias m uy negativas.
hum ana. De la H um anae vitae m uchos retienen su doctrina
sobre los m étodos, pero pocos se detienen en el n. 10
- La fecundidad como bien social. El suprem o que expone el tem a que ahora nos ocupa. Y quien
bien de la com unidad h u m an a es la fecundidad, ya no jerarq u iza debidam ente las cuestiones según su
que al fin y al cabo el m ayor bien que tiene es la im portancia, difícilm ente podrá a c erta r en la solu­
población, son los com ponentes de dicha com uni­ ción. Ahora bien, el tem a de la m oralidad de los
dad. El m ayor bien de u n a com unidad socio- m étodos es m ucho m ás secundario que el de la p a ­
política no son ni las e stru ctu ras económ icas ni las tern id ad responsable. Los m edios son im portantes,
instituciones culturales. Es la fecundidad o pro­ pero no son lo más importante. Hay que decírselo a
creación. Desde ahí es desde donde se com prende la los fieles y ayudarles a vivir en consecuencia (De la

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 231


intervención de Mons. Jullien, obispo de Beauvais — Es deber de la com unidad hu m an a crear
en el reciente Sínodo sobre la fam ilia). El objetivo aquellas condiciones que hagan posible una «pobla­
prio ritario de la acción p astoral en este cam po no ción» de la tie rra cada vez m ás ju sta y una raciona­
ha de c e n trarle pues en la dim ensión m oral de los lización de la dem ografía que responda a un proce­
m étodos, sino en la p atern id ad responsable, es de­ so de creciente hum anización: con el rep a rto justo
cir, en lograr que los esposos decidan responsable­ de los recursos económ icos, con un «hábitat» en
m ente sobre los hijos a tener de acuerdo con los que sea posible la convivencia fam iliar, con el equi­
dictados de su conciencia, con una decisión libre, pam iento adecuado de e stru ctu ras educativas y sa­
am orosa y tom ada tras una suficiente y sincera re­ nitarias, etc.
flexión» (Diálogo Familiar, n. 9).

• Necesidad de la racionalización • Discernimiento y decisión


responsable de la procreación de los cónyuges

La procreación no puede ser dejada a las leyes El derecho y el deber de una población cada vez
puram ente instintivas. Tam poco puede ser de tal m ás hu m an a se traduce, en térm inos éticos, en la
m anera «program ada» que se convierta en una rea­ norm atividad expresada por el principio de «pater-
lidad m eram ente técnica. Por el contrario, entende­ n id ad/m aternidad responsable» tal como lo form u­
mos por racionalización de la procreación un ejerci­ la el Concilio V aticano II (GS 50). Los hijos no de­
cio de la fecundidad que sea hum ano (y no m era­ ben ser fruto de la in stin tiv id ad o de la irresponsa­
m ente técnico) y crítico (y no instintivo). bilidad, sino del am or m aduro y responsable de los
cónyuges.
La racionalización de la fecundidad hum ana
viene exigida por la peculiaridad de la sexualidad Corresponde a los esposos em itir el juicio últim o
hum ana. E sta es, sin duda, m ás que función pro­ sobre el ejercicio del don de su fecundidad. Según
creativa. Por o tra parte, la procreación dentro de la afirm a el Concilio V aticano II, el «juicio, en ú ltim a
especie hu m an a no está autom áticam ente regulada instancia, deben form arlo ante Dios los esposos p er­
por la instintividad, sino que tiene que ser responsa­ sonalm ente» (GS 50).
blemente (es decir, «hum anam ente») regulada. Esta Para form ar ese juicio, es necesario tener en
condición antropológica está a la base de la proble­ cuenta el sentido del am or conyugal, los diversos
m ática m oral de la regulación de la n atalid ad , de valores que en tran en juego, las circunstancias con­
los m étodos de control, de la planificación fam iliar cretas. T anto el Concilio V aticano II en el n. 50 de la
y dem ográfica. constitución Gaudium et spes, como el m agisterio
u lterio r de los papas (Pablo VI en la encíclica Hu-
manae vitae, n. 10; Ju an Pablo II en la exhortación
• Dos criterios generales apostólica Familiaris consortio, n. 28-36), han seña­
La racionalización de la procreación ha de lado algunos puntos que la pareja ha de exam inar si
guiarse por dos criterios generales que m arcan el quiere a c tu a r responsablem ente en este terreno de
horizonte axiológico en el que se sitú an las decisio­ la fecundidad. He aquí un elenco de aspectos que
nes de la p areja sobre el ejercicio de su fecundidad: han de ser tenidos en cuenta por la pareja:
- Es derecho de todo ser hum ano e n tra r en la — B ienestar físico, psicológico, em ocional de los
historia y form ar p a rte de la «población» con aque­ esposos. No parece lo m ás indicado el engendrar un
llas condiciones y garan tías que le posibiliten una hijo cuando la salud de la m adre o del padre está
vida plenam ente «hum ana». Por eso m ism o, todo seriam ente com prom etida, etc.
nacido tiene derecho a no ser «program ado» como - E stabilidad del hogar: si existe peligro real de
un objeto m ás de n uestra técnica, sino a ser «am a­ una ru p tu ra , no es signo de responsabilidad querer
do» con un afecto que se trad u zca en posibilidades un hijo p a ra solucionar el problem a; a veces esta
reales de una autén tica hum anización. estratag em a da resultados positivos, pero, con ma-

232 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


vor frecuencia, a los problem as ya existentes se vie­ No conviene olvidar, por últim o, la m ención ex­
ne a a ñ a d ir uno nuevo. presa del Concilio V aticano II a la fam ilia num ero­
sa, si ella es resultado de una procreación responsa­
- Condiciones de la vivienda, situación econó­ ble: «Son dignos de m ención m uy especial los cón­
mica, edad de los padres, etc. yuges que, de com ún acuerdo, bien ponderado,
- Bien de los hijos ya nacidos. aceptan con m ag n an im id ad un a prole m ás num ero­
- Bien del hijo que p u d iera nacer: los esposos sa p ara educarla dignam ente» (GS 50).
han de ver si existe un peligro fundado de engen­
d rar un hijo con graves m alform aciones o deficien­ • La función de la sociedad
cias que puedan pesar com o una grave hipoteca p a ­
ra su futuro. Igualm ente h an de pensar, dentro de La com unidad social (a través de sus varios ser­
las previsiones hum anas norm ales, si están en con­ vicios: autoridades, sociólogos, m édicos, psicólo­
diciones de ofrecer al hijo posible un clim a acep ta­ gos, etc.) tiene el derecho y el deber de inform ar de
blem ente hum ano p a ra su desarrollo, contando con los aspectos «técnicos» en que los cónyuges han de
los servicios que pueden esperar de la sociedad. tom ar la opción procreativa, al m ism o tiem po que
le incum be la obligación de crear unas condiciones
- Situación general de la sociedad: superpobla­ adecuadas p a ra el ejercicio justo de la patern id ad
ción o bajo índice dem ográfico, recursos disponi­ por p arte de los cónyuges. Las intervenciones de la
bles, ofertas reales p a ra u n a vida digna, etc. com unidad social tienen un lím ite en la dignidad de
Los esposos, al ex am inar las razones p a ra regu­ la persona y en el valor inalienable de sus decisio­
lar su fecundidad, no han de lim itarse al horizonte nes.
fam iliar; su m irad a ha de dirigirse tam bién a la Aunque el tipo de ayuda exigible a la sociedad
situación general de la sociedad p a ra que sus deci­ por p arte de los esposos depende de m uchas cir­
siones sean m enos unilaterales. cunstancias, indicam os algunos tipos de acciones
Por otra p arte, conviene ad v e rtir que el «princi­ de este servicio social a los m ism os:
pio de p a te rn id a d / m atern id ad responsable» no ha - Educación sexual adecuada accesible a todos.
de entenderse ni realizarse com o un cálculo frío que - Inform ación leal sobre los diversos m étodos
elim ina el am or en las relaciones de la p areja y dis­ de lim itación de la n atalid ad .
m inuye el deseo y el afecto hacia los hijos esperados
o ya tenidos. El pensar en los hijos ya tenidos, en el - Dotación de servicios y m edios p ara que las
que puede nacer, en el bien de la fam ilia y de la parejas puedan h acer efectivo su derecho a una p a­
sociedad, tal com o lo exige una p atern id ad respon­ ternidad responsable de acuerdo con las conviccio­
sable, es una form a lúcida de am ar. nes de su conciencia bien form ada.
Además, el «principio de p a te rn id a d / m atern i­ - Creación de condiciones adecuadas en m ate­
dad responsable» no está reñido con la actitu d de ria de vivienda, em pleo, sistem a sanitario, educa­
generosidad ni con el núm ero elevado de hijos, au n ­ ción, ayuda a la fam ilia, etc.
que en determ inadas situaciones haya sido entendi­ La p a te rn id a d responsable supone un diálogo
do y vivido com o justificación de posturas egoístas, sincero entre los esposos, y de éstos con la sociedad,
hedonistas y consum istas. E stas ú ltim as posturas con una sociedad deseosa de a y u d ar a los cónyuges
son im ágenes deform adas de la autén tica p a te rn i­ que, a su vez, estén lúcidam ente abiertos a la reali­
dad / m atern id ad responsable. dad social.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 233


Unidad 8.a

Moral económica

A. SINTESIS
Los criterios básicos de la moral económica.
B. Para AMPLIAR
Problemas concretos de moral económica.
C. Para PROFUNDIZAR
Los sistemas económicos ante la moral cristiana.
D. Para CONFRONTAR
Alternativa cristiana a la actual situación económi­
ca.
_________ GUIA__________
En esta Unidad se propone una síntesis, bastante
completa, de la moral económica vista desde la pers­
pectiva cristiana. El discurso ético se articula con una
pretendida lógica:
- comienza por la propuesta de los criterios bási­
cos que han de regir el mundo de la economía;
- se analizan tres aspectos concretos de la realidad
económica: el trabajo, la propiedad, la empresa;
- se lanza la mirada hacia el conjunto de la econo­
mía para someter a discernimiento ético los dos gran­
des sistemas económicos: el capitalismo y el colecti­
vismo;
- por último, se estudia la función de los cristianos
en relación con los problemas actuales del mundo
económico.

236 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Los criterios básicos de la moral económica.

A. 1. El hom bre: autor, centro y fin de la eco­


nom ía.
A. 2. La «creación» y la «redención» como
m arcos com prensivos de los bienes económ i­
cos.
A. 3. Igualdad de derechos de toda la fam ilia
hum ana.
A. 4. La preferencia p o r el pobre.

A. 1. «El hombre es el autor, el centro n ar las m utuas relaciones hum anas de acuerdo con
y el fin de toda la actividad los criterios generales, que responden tan to a las
económico-social» (GS 63) exigencias de la n atu raleza y a las d istintas condi­
ciones de la convivencia hu m an a como al carácter
específico de la época actual, criterios que precisa­
a) S e n tid o del criterio m ente por esto pueden ser aceptados por todos»
(MM 219-220).
E sta es la referencia m ás decisiva del ethos cris­
tiano en relación con la econom ía. El valor del hom ­
bre constituye el origen y el objetivo de todo com ­
prom iso social del cristiano. Juan XXIII lo ha sub­ El valor de la persona como horizonte referen-
rayado de una m an era expresa: «El principio capi­ cial de la realidad económica ha sido expresado
tal, sin duda alguna, de esta doctrina afirm a que el múltiples veces por el magisterio social de la Igle­
hom bre es necesariam ente fundam ento, causa y fin sia y constituye uno de los puntos más claros de la
de todas las instituciones sociales; el hom bre, repe­ visión ética cristiana en relación con la economía
tim os, en cuanto es sociable por n aturaleza y ha (QA 17; PP 34; GS 64).
sido elevado a un orden sobrenatural.
De este trascendental principio, que afirm a y de­
fiende la sagrada dignidad de la persona, la santa Juan Pablo II ha insistido en repetidas ocasiones
Iglesia, con la colaboración de sacerdotes y seglares en este tem a: «Por mi p arte, en estos cuatro años de
com petentes, ha deducido, principalm ente en el ú l­ pontificado no he dejado de proclam ar, en m is encí­
tim o siglo, una lum inosa doctrina social p ara orde­ clicas y catequesis, la cen tralid ad del hom bre, su

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 237


prim ado sobre las cosas y la im portancia de la di­ en que la econom ía p odría m odelarse sobre las ne­
m ensión subjetiva del trabajo, fundada sobre la cesidades» (Economie et H um anism e 13 [1954] 1-
dignidad de la persona hum ana. En efecto, el hom ­ 2).
bre es, en cuanto persona, el centro de la creación; - Para que la necesidad sea el criterio de una
porque sólo él ha sido creado a im agen y sem ejanza econom ía justa, se precisa hum anizar el concepto
de Dios. Llam ado a ‘d o m in ar’ la tierra (Gn 1, 28) m ism o de necesidad. Es decir, precisam os una ética
con la perspicacia de su inteligencia y con la activi­ de las necesidades, que ha de traducirse en una je­
dad de sus m anos, él se convierte en artífice del rarq u ía de las m ism as: necesidades m ateriales y es­
trabajo -ta n to m anual como in telectu al-, com uni­ piritu ales (necesidades integralm ente hum anas),
cando a su quehacer la m ism a dignidad que él tie­ necesidades individuales y sociales (necesidades de
ne» (Juan Pablo II en España. M adrid 1982, 141). la persona social o de la sociedad personalizada).
- La ética tiene que esta r a te n ta p a ra descubrir
b) Aplicación: La necesidad «humana»: y acusar los falseam ientos a que es som etida la ne­
criterio de la actividad económica cesidad (piénsese en los falseam ientos de signo ca­
La econom ía tiene como origen y m eta al hom ­ pitalista o de signo socialista).
bre, según acabam os de señalar. Por o tra parte, la
actividad económ ica se define por la lucha contra la
escasez en orden a la satisfacción de las necesidades Una economía justa tiene que ser economía de
del hom bre. La conjunción de los dos aspectos, defi­ necesidades. Pero no toda economía de necesida­
nición de econom ía y m arco referencial hum anista,
des es justa. Solamente la necesidad humana es
da origen al criterio axiológico siguiente: la econo­
m ía ju sta es una econom ía configurada por la satis­ criterio ético para la justicia en la economía. La
facción de las necesidades hum anas. moral económica tiene aquí un criterio importan­
te para formular el ethos en el mundo de la activi­
A la ética, en cuanto reflexión sobre los «fines»,
le corresponde proponer el criterio de la necesidad dad económica.
hum ana como la razón y el objeto de toda econom ía
que pretende ser ju sta. Subrayam os el adjetivo «hu­
m ano», porque en esa adjetivación se centra el co­
m etido de la ética. A. 2. La «creación» y la «redención»
La hum anización de la necesidad supone, por lo como marcos comprensivos de
menos, lo siguiente: los bienes económicos
- La satisfacción de las necesidades hum anas es
el fin suprem o de la econom ía, según ha puesto de a) Sentido del criterio
relieve en m últiples ocasiones el m agisterio pontifi­
cio. De este m odo, la econom ía debe configurarse E sta referencia viene d ad a por la com prensión
como una «econom ía de necesidades», configura­ bíblica de los bienes económicos. Es cierto que esta
ción d iam etralm ente opuesta a la que se basa en el visión está m arcada, en sus form ulaciones, por la
afán de lucro o en la p u ra ren tabilidad. Como escri­ realidad histórica de u n a econom ía poco racionali­
bían hace años Lebret y Célestin: «La econom ía de­ zada, en la que los bienes económicos son ante todo
be m odelarse sobre la necesidad cuya satisfacción bienes «dados» y espontáneos; sin em bargo, la com ­
constituye precisam ente su objeto... Una econom ía prensión del Nuevo T estam ento tiene una lectura
regulada únicam ente po r la oferta y la dem anda m ás profunda, que puede ser resum ida en la refe­
responde a la fórm ula ‘cada uno según sus m edios’. rencia a las dos polaridades que la fe cristiana des­
Por ello no llega a satisfacer las exigencias de la cubre en lo hum ano: la «creación» y la «redención».
hum anidad en su actual punto de consciencia y de Los bienes económ icos, aunque están tan tecni-
aspiraciones. Se im pone, por tanto, buscar el modo ficados y racionalizados com o los de n uestra época,

238 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


no dejan de ser dones de Dios: m anifestación de la fundas», iría en contra de los valores básicos de la
bondad fundam ental de todo lo que existe y signo hum anidad: la dignidad absoluta del hom bre, el in­
de la bondad que lleva toda actividad hum ana; pe­ terés socialm ente com partido, la equidad en el re ­
ro, al m ism o tiem po, requieren ser redimidos de la p arto de los bienes, etc. La p roductividad sin lím ite
am bigüedad que tiene toda realidad y de la m aldad es la voracidad objetivada de los sistem as económ i­
que puede in tro d u cir y que de hecho introduce el cos construidos sobre esta uto p ía m ítica de la época
hom bre en su actuación. actual.
E sta dosis de optim ism o / pesim ism o en la com ­ El mito del lucro es correlativo al de la pro d u cti­
prensión de la realid ad económ ica m atiza en igual vidad. Los «incentivos psicológicos» han de ser te­
sentido el ethos cristiano ante la econom ía. E vitan­ nidos en cuenta p a ra estim u lar la actividad econó­
do toda orientación m aniquea, tam poco perm ite m ica. Tam poco «se prohíbe au m e n tar adecuada y
caer en la ingenua creencia de una «ley natural» ju stam en te su fortuna a quienquiera que tra b a ja
que, como «m ano invisible» según creía Adam p ara p roducir bienes, sino que aun es justo que
Sm ith, conduce la actividad económ ica de los hom ­ quien sirve a la com unidad y la enriquece, con los
bres hacia cotas cada vez m ás perfectas. El «libera­ bienes aum entados de la sociedad se haga él m ism o
lismo de ayer» y la «tecnocracia de hoy» se inclinan tam bién m ás rico» (Pío XI). Pero, cuando el afán de
excesivam ente hacia el polo optim ista, m ientras lucro se sitú a com o el m otor decisivo de la activi­
que los m ovim ientos de «profetism o» y de «contes­ dad económ ica, es entonces cuando hace su a p a ri­
tación» caen con frecuencia en el peligro del m ani- ción otro m ito dem oledor de las relaciones h u m a­
queísm o pesim ista. Una com prensión dialéctica de nas.
la econom ía (síntesis de «creación» y de «caída» en El m ito de la productividad sin lím ite y el m ito
la categoría de la «redención») d ará lugar a p lan ­ del lucro sin freno engendran la voracidad estructu­
team ientos éticos de cará c te r dialéctico y no sim pli- ral de los sistem as económ icos basados sobre ellos.
ficador. Pablo VI expresó agudam ente la in u tilid ad hu m an a
de estos m itos, contraponiendo las dos dialécticas:
la del «tener» y la del «ser». Merece la pena leer el
b) Aplicación: Los falsos mitos párrafo 19 de la Populorum progressio: «Así, pues, el
de la productividad y del lucro tener m ás, lo m ism o p a ra los pueblos que p a ra las
personas, no es el fin últim o. Todo crecim iento es
En la econom ía actu al pueden ser constatadas am bivalente. N ecesario p a ra p e rm itir que el hom ­
dos utopías m íticas: la p roductividad sin lím ite y el bre sea m ás hom bre, lo encierra como en una p ri­
lucro sin freno. sión desde el m om ento en que se convierte en el
La productividad es una de las leyes de la econo­ bien suprem o, que im pide m ira r m ás allá. Entonces
m ía. Pero esta ley se convierte con frecuencia en los corazones se endurecen y los espíritus se cie­
mito. El paso de la etap a p rein d u strial a la econo­ rran; los hom bres ya no se unen por am istad, sino
m ía in d u strializad a ha reportado a la h u m anidad por interés, que p ronto les hace oponerse unos a
un im presionante aum ento económ ico. El nivel eco­ otros y desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer
nóm ico de la hu m an id ad h a dejado por debajo la se convierte en un obstáculo p a ra el crecim iento del
línea de la «escasez» y se ha instalado en la línea de ser y se opone a su verdadera grandeza; p a ra las
la «abundancia» y h asta de la «opulencia». Pero naciones, como p a ra las personas, la avaricia es la
esta realidad ha traído consigo un m ito nuevo p ara form a m ás evidente de un subdesarrollo m oral» (PP
el hom bre actual: el m ito de la productividad sin 19).
lím ite.
La m oral económ ica no puede acep tar la pro­
ductividad sin lím ite como criterio ético. Dejada la
econom ía a la fuerza ciega de la productividad, ade­
m ás de desencadenar periódicam ente «crisis pro­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 239


A. 3. Igualdad de derechos de toda todos los hom bres y que una desequilibrada repai
la familia humana tición contradecía el orden divino. A p a rtir de esta
com prensión, fundam entaron los padres y teólogos
la obligación de la lim osna, el rechazo de lucro, la
a) Sentido del criterio licitud de su straer lo «ajeno» en situación de extre
m a necesidad, etc. E sta com prensión de los bienes
La com prensión cristiana de la historia se basa
en la unidad de ser y de destino de toda la fam ilia como una m asa estática in te rp re ta el principio del
hum ana. Ello conlleva la valoración igualitaria de destino universal de los bienes económicos afir
todo hom bre. U nidad de la fam ilia hu m an a e igual­ m ando que los «ricos» originan un desequilibrio
dad de todos los hom bres son los pilares de la com ­ injusto y que «sus bienes pertenecen a los pobres».
prensión histórico-religiosa del hum anism o cristia­ La econom ía de la época ind u strial es una eco­
no. Estam os todavía m uy lejos de una m ínim a re a ­ nom ía dinám ica y de «riqueza». Sin em bargo, el
lización de la funcionalidad ética que supone el principio del destino universal de los bienes sigue
principio enunciado. teniendo vigencia. La actividad económ ica, en su
A p a rtir del Concilio V aticano II y del m agisterio com pleja estru ctu ra y en sus variadas funcionalida­
de Pablo VI, ha entrado de lleno la orientación nor­ des, tiene que esta r o rien tad a hacia la realización
m ativa que enunciaba Perroux: «Econom ía de to­ del principio señalado. Pensemos, por vía de ejem ­
dos los hom bres y de todo el hom bre» El Concilio plo, en los siguientes ám bitos de aplicación:
Vaticano II afirm a: «La finalidad principal de la - las instituciones jurídico-positivas de dom i­
producción no es el m ero increm ento de los produc­ nio y apropiación han de ser som etidas a una revi­
tos, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio del sión perm anente, a fin de ad a p ta rla s m ejor a la con­
hom bre, del hom bre integral, teniendo en cuenta secución del rep arto equitativo de los bienes;
sus necesidades m ateriales y sus exigencias intelec­ - el interés producido en la actividad económ i­
tuales, m orales, espirituales y religiosas; de todo ca ha de rep artirse equitativam ente, a fin de que la
hom bre, decim os, de todo grupo de hom bres, sin econom ía tenga por beneficiario a todos los hom ­
distinción de raza o continente» (GS 64). bres;
La visión del desarrollo económ ico como un - el desequilibrio económ ico entre los diferen­
«desarrollo integral de todo hom bre y de todos los tes países es injusto porque contradice el principio
hom bres» (PP 42), y la com prensión de la econom ía de que los bienes económicos están destinados al
como un derecho y un servicio «a toda la fam ilia bien de «toda la fam ilia hum ana» (Pío XI).
hum ana» (QA 45), tienen profundas repercusiones
p ara la form ulación y la realización del ethos cris­
tiano en relación con las realidades económ icas. La
igualdad de derechos de todo hom bre, de todos los La afirmación, permanentemente actualizada
grupos, de todas las naciones, y en general de toda en referencia a la situación de la economía, de que
la fam ilia hum ana, constituye un m arco referencial los bienes tienen un destino universal es un crite­
cuyas im plicaciones todavía no han sido deducidas rio axiológico fundamental para la formulación de
en el terreno de la ética económ ica. la ética económica desde una perspectiva cristia­
na. Su fuerza de iluminación axiológica es ilimita­
da; abarca todo el horizonte de la actividad econó­
b) Aplicación: El destino universal mica.
de los bienes económicos *
En una econom ía pre-industrial y de «pobreza»,
el principio del destino universal de los bienes eco­
nóm icos se entendía en el sentido de que la m asa de
bienes disponibles h ab ía sido destinada por Dios a

240 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. 4. La preferencia por el pobre
LECTURA COMPLEMENTARIA
a) Sentido del criterio
Conferencia Episcopal Norteamericana, Justicia
En la actuación de Jesús de N azaret se advierte económica para todos, n. 13-18 (Seis princi­
una preferencia por el m ás débil, preferencia que se pios fundamentales de moral económica).
Iinduce en rasgo norm ativo p a ra sus seguidores.
PPC, Madrid 1987, 13-16 (recogemos el co­
En relación con la econom ía, el cristiano ha de mienzo de cada principio):
lener una propensión indeclinable a situarse al lado
V a favor de los pobres, que constituyen el grupo de Toda decisión o institución económicas debe­
los «débiles» en este ám bito de lo hum ano. A este rán ser juzgadas de acuerdo con su capacidad de
respecto, es interesante c o n sta tar la diferencia en­ proteger o menoscabar la dignidad de la persona
tre la a c titu d de M althus, quien considera a los po­ humana.
bres como intrusos indeseables en el festín de la
La dignidad humana sólo se alcanza y se prote­
naturaleza cuando todos los puestos están ya ocu­
pados, y la a ctitu d de León XIII, quien afirm a que ge en comunidad. Según nuestra enseñanza, la
«la m ism a voluntad de Dios parece m ás inclinada persona humana es a la vez sagrada y social.
del lado de los afligidos, pues Jesucristo llam a feli­ Todos tienen derecho a participar en la vida
ces a los pobres» (RN 31). económica de la sociedad. La justicia fundamental
exige que se garantice a la gente un nivel mínimo
b) Aplicación de participación en la economía o hacer aportacio­
nes.
E sta solidaridad preferencial con el pobre tiene
una función ética singular en relación con la ética Todos los miembros de la sociedad tienen una
económ ica en épocas de crisis. En doble sentido: obligación especial para con los pobres y los débi­
- Para tomar conciencia del justo reparto de los les. En las Escrituras y el magisterio de la Iglesia
costos hum anos y sociales que conlleva la crisis. La hemos aprendido que la justicia de una sociedad
propensión norm al es que dichos costos recaigan se mide por la forma como trata a los pobres.
desproporcionalm ente sobre los m ás débiles, origi­ Los derechos humanos son las condiciones mí­
nando así la form ación de u n a nueva clase social: nimas para que exista la vida en comunidad. Se­
«la de las víctim as de la crisis». gún la doctrina católica, los derechos humanos
- Para orientar la política económica que propo­ abarcan no sólo derechos civiles y políticos, sino
ne alternativas a la crisis. Los obispos am ericanos también derechos económicos.
han propuesto un criterio taxativo: la política eco­
nóm ica ha de ser valorada po r los «efectos sobre los La sociedad en su conjunto, por medio de sus
pobres», ad ap tan d o así el segundo principio de la instituciones públicas y privadas, tiene la respon­
teoría raw lsiana sobre la ju sticia (Origins 16 [1986] sabilidad moral de realzar la dignidad humana y
418). proteger los derechos humanos.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 241


B. Para AM PLIAR
Problemas concretos de moral económica.

B. 1. Problem ática m oral en torno al tra ­


bajo.
B. 2. Propiedad p rivada y m oral cristiana.
B. 3. M oral de la em presa de producción.

B. 1. Problemática moral estru ctu ra se encuentran profundam ente insertos


en tomo al trabajo tantos conflictos, causados po r el hom bre, y en la
que los m edios técnicos, fruto del trab ajo hum ano,
juegan un papel prim ordial (piénsese aquí en la
a) Primación axiológica del trabajo perspectiva de un cataclism o m undial en la even­
tu alid ad de u n a guerra nuclear con posibilidades
Ante todo, la ética hu m an ista y cristiana ha de
destructoras casi inim aginables), se debe ante todo
resaltar la prim acía axiológica del trab ajo frente a
recordar un principio enseñado siem pre por la Igle­
cualquier o tra realidad económ ica, incluida la pro­
sia. Es el principio de la p rio rid ad del trab ajo frente
piedad. Ju an XXIII, quien considera esta prim acía
al capital» (LE 12).
valorativa del trab ajo «como una prueba del pro ­
greso de la hum anidad», encuentra la razón ju stifi­ El reconocim iento del valor prim ordial del tra ­
cadora de esta afirm ación en el hecho de que el bajo en la vida económ ica lleva a situ a r las dem ás
trabajo procede inm ediatam ente de la persona h u ­ realidades en un rango inferior: «Es un hecho de
m ana: «Esta nueva actitu d coincide plenam ente nuestros días que el hom bre prefiere el dom inio de
con el cará c te r n a tu ra l del trabajo, el cual, po r su una profesión d eterm inada a la propiedad de los
procedencia inm ed iata de la persona hum ana, debe bienes y antepone el ingreso cuya fuente es el tra ­
anteponerse a la posesión de los bienes exteriores, bajo, o derechos derivados de él, al ingreso que pro ­
que por su m ism a natu raleza son de carácter ins­ viene del capital o de derechos derivados del m is­
trum ental; y ha de ser considerada, por tanto, como mo» (MM 106).
una p ru eb a del progreso de la hum anidad» (MM Por o tra parte, la p rim acía axiológica del tra ­
107). bajo da una orientación peculiar a todo el edificio
Ha sido Ju a n Pablo II quien ha proclam ado con de la ética económ ica. Los restantes factores de la
m ayor entusiasm o y con argum entación convincen­ vida económ ica han de ser juzgados y transform a­
te la p rio rid ad del trab ajo hum ano dentro de las dos desde esta opción h u m an ista po r el trabajo.
realidades económ icas. Es im prescindible la lectu­
ra directa y com pleta de la encíclia Laborem exer-
cens (14.8.1981): «Ante la realidad actual, en cuya

242 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


b) Deber y derecho al trabajo pensam os no solam ente en las condiciones in h u m a­
nas a que ha sido som etido el tra b a jo del p ro le taria ­
No h a b rá nadie que niegue el deber que tiene do (recuérdese el tra b a jo in d u strial del siglo XIX),
lodo hom bre de tra b a ja r. La enseñanza social cató­ sino tam bién en las nuevas form as de alienación:
lica pone de relieve esta exigencia básica de la p er­ excesiva división y especialización, m ecanización,
sona y señala las razones que la justifican: el tra ­ burocratización, etc.
bajo es m edio p a ra sostener la vida; en él se realiza
el perfeccionam iento personal; cum ple un servicio El Concilio V aticano II form uló un conjunto de
social; es, adem ás, signo de la dim ensión religiosa exigencias éticas p a ra que el tra b a jo constituya
del hom bre con Dios. realm ente un proceso de hum anización tan to de los
individuos com o de los grupos hum anos: «La acti­
Tam poco se niega hoy día el derecho de todo
vidad económ ica es de ordinario fruto del trabajo
hom bre al trabajo. El problem a radica en la crea­
asociado de los hom bres; po r ello es injusto e inhu­
ción de unas e stru ctu ras económ icas en las cuales el m ano o rg an izad o y regularlo con daño de algunos
derecho al tra b a jo sea eficazm ente reconocido y ga­
trabajadores. Es, sin em bargo, dem asiado frecuente
rantizado. Aunque las concreciones del derecho al tam bién hoy día que los trabajadores resulten en
trabajo tienen m atices diversos en los diferentes sis­
cierto sentido esclavos de su propio trabajo. Lo cual
tem as económ icos, es necesario p ro clam ar las si­
de ningún m odo está justificado po r las llam adas
guientes exigencias éticas generales:
leyes económ icas. El conjunto del proceso de la pro ­
- N adie puede beneficiarse a costa del p aro de ducción debe pues aju starse a las necesidades de la
otros. En un sistem a cap italista, los beneficios del persona y a la m an era de vida de cada uno en p a rti­
capital no pueden ad q u irirse sin m ira r a la creación cular y de su vida fam iliar, teniendo siem pre en
de puestos de trabajo. Por o tra p arte, el pluriem - cuenta el sexo y la edad. Ofrézcase, adem ás, a los
pleo, adem ás de .denotar otros fallos de injusticia trabajadores la posibilidad de d esarro llar sus cuali­
estructural, a te n ta en m uchos casos al derecho que dades y su personalidad en el ám bito m ism o del
otros tienen al trabajo. trabajo. Al aplicar, con la debida responsabilidad, a
- El E stado tiene que atender, de un m odo p a r­ este trab ajo su tiem po y sus fuerzas, disfruten todos
ticular, al problem a de los parados, tra tan d o de de un tiem po de reposo y descanso suficiente que
erradicar esta lacra casi endém ica en la estru ctu ra les p erm ita cultivar la vida fam iliar, cultural, social
económ ica de b astan tes países. y religiosa. Más aún, tengan la posibilidad de desa­
- Los ordenam ientos jurídicos en relación con rro lla r librem ente las energías y las cualidades que
el p aro y desem pleo han de form ularse en función tal vez en su trab ajo profesional apenas pueden cul­
tanto del nivel individual com o del bien de todo el tivar» (GS 67).
sistem a económico.
- El derecho al tra b a jo va unido con frecuencia dj Exigencias éticas del trabajador
al problem a de la em igración; en principio, es p re­ En relación con el trab ajo es necesario indicar
ferible el desplazam iento del capital, a tener que un conjunto de aspectos concomitantes:
som eter a la em igración la m ano de obra; por otra
parte, el derecho a la em igración es en m uchos ca­ - Al trab ajo corresponde una ju sta retribución.
sos una form a actual de reconocer y g a ra n tiz a r el La doctrina social de la Iglesia se ha preocupado de
derecho al trabajo. form ular las exigencias éticas del salario justo, exi­
gencias que hoy día h an de ser in terp retad as dentro
del contexto m ás am plio de u n a política económ ica
salarial y dentro de la dinám ica de pactos y conve­
c) Condiciones humanas en el trabajo nios colectivos cuyo protagonism o corresponde a
Una im p o rtan te perspectiva ética del trab ajo es los grupos sindicales.
la que se refiere a sus condiciones de proceso huma- - En m uchas naciones, la conciencia m oral tie­
nizador. Nos referim os a toda clase de trabajo; y ne que p ro te sta r ante la injusticia de las retribucio­

PAR A C O N O C E R J A E T I C A C R I S T I AMA
nes asignadas, a veces de una form a incontrolada, a — el tra b a ja d o r cristiano encuentra en Cristo el
los trabajos de las profesiones liberales; no es ju sta auténtico «hom bre del trabajo»;
la obtención de beneficios exagerados a costa de - la vida de trabajo cobra su sentido pleno si se
clientes que forzosam ente se ven obligados a acudir la vivencia a través del m isterio de la cruz y de la
a ciertos profesionales, como m édicos, psicólogos, resurrección de Cristo.
abogados, etc.
T erm inam os este a p a rtad o dedicado a la proble­
— Al tra b a ja d o r le corresponde, adem ás de una m ática m oral en torno al trab ajo colocando como
ju sta retribución, el derecho a las seguridades so­ ideal normativo las afirm aciones del Concilio Vati­
ciales, a la libre sindicación, etc. El trabajo tam bién cano II: «El trabajo hum ano que se ejerce en la pro ­
ha de ser considerado como fuente de ahorro y de ducción y en el com ercio o en los servicios es muy
una ulterio r inversión, lo m ism o que el m edio más superior a los restantes elem entos de la vida econó­
adecuado p a ra acceder a una propiedad privada m ica, pues estos últim os no tienen otro papel que el
justa. de instrum entos.
— La continua prom oción del trabajador, sobre Pues el trabajo hum ano, autónom o o dirigido,
todo del obrero, a cotas crecientes de hum anización procede inm ediatam ente de la persona, la cual
ha de considerarse como una exigencia ética im por­ m arca con su im pronta la m ateria sobre la que tra ­
tante. La visión optim ista de Ju an XXIII sobre la baja y la som ete a su voluntad. Es p a ra el tra b a ja ­
elevación económico-social, política y cu ltu ral del dor y p a ra su fam ilia el m edio ordinario de subsis­
m undo laboral tiene que traducirse en térm inos de tencia; por él, el hom bre se une a sus herm anos y les
ética: «Contem plam os el avance progresivo realiza­ hace un servicio, puede p rac tic a r la verdadera c ari­
do por las clases trab ajad o ras en lo económ ico y en dad y cooperar al perfeccionam iento de la creación
lo social. Inició el m undo del trab ajo su elevación divina. No sólo esto. Sabem os que, con la oblación
con la reivindicación de sus derechos, p rincipal­ de su trab ajo a Dios, los hom bres se asocian a la
m ente en el orden económ ico y social. Extendieron propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al
después los trabajadores sus reivindicaciones a la trabajo una dignidad sobreem inente laborando con
esfera política. Finalm ente, se orientaron al logro sus propias m anos en N azaret» (GS 67).
de las ventajas propias de una cu ltu ra m ás refina­
da. Por ello, en la actualidad, los trabajadores de
todo el m undo reclam an con energía que no se les
considere nunca sim ples objetos carentes de razón LECTURA COMPLEMENTARIA
y libertad, som etidos al uso a rb itra rio de los dem ás,
sino como hom bres en todos los sectores de la socie­
dad; esto es, en el orden económ ico y social, en el Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción
político y en el cam po de la cultura» (PT 40). sobre Libertad y Liberación (22.3.1986), n. 82-
88: La civilización del trabajo
El evangelio del trabajo.
e) Espiritualidad del trabajo Una verdadera civilización del trabajo.
La encíclica Laborem exercens dedica la ú ltim a Bien común nacional e internacional.
p arte (capítulo V, n. 24-27) a la exposición de los El valor del trabajo humano.
principales «elem entos p a ra una esp iritu alid ad del
trabajo». En esta exposición se sintetizan los datos Promover la participación.
bíblicos, los principales contenidos de la tradición Prioridad del trabajo sobre el capital.
cristiana, así com o las reflexiones teológicas de los
Reformas en profundidad.
últim os decenios:
- el tra b a jo ha de vivirse como participación en
la obra del creador;

244 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. 2. Propiedad privada La ética c ristian a sitú a en este nivel, de una for­
y moral cristiana m a p rim a ria y prevalente, la m oral de la propiedad.
El Concilio V aticano II ha «rescatado» este valioso
elem ento de la tradición m oral cristiana. «Dios ha
a) Clarificación destinado la tie rra y cuanto ella contiene p a ra uso
en el concepto de propiedad de todos los hom bres y pueblos. En consecuencia,
los bienes creados deben llegar a todos en form a
La m ejor clarificación que se puede h acer en el
equitativa bajo la égida de la ju sticia y con la com ­
tem a de la apropiación de los bienes es distinguir en
pañ ía de la caridad. Sean las que sean las form as de
esta realidad diversos niveles. Solam ente así se puede
la propiedad, a d a p ta d a s a las instituciones legíti­
lograr una clarificación sobre el m ism o térm ino y
m as de los pueblos según las circunstancias diver­
concepto de propiedad.
sas y variables, jam ás debe perderse de vista este
Al distinguir los niveles significativos de la rea li­ destino universal de los bienes» (GS 69).
dad, irem os señalando la calificación ética de cada
una de estas instancias, tra tan d o de a c la ra r la - Tercer nivel: A propiación efectiva de los bienes
orientación m oral sobre el tem a. por parte del hom bre (la propiedad como categoría
«socio-jurídica»).
— Primer nivel: Relación de «señorío» del hom ­
En este tercer nivel significativo, de carácter so­
bre con los bienes económ icos (la propiedad como
cio-jurídico, la propiedad expresa la efectividad de
categoría «antropológica»).
los dos niveles anteriores: el «señorío» del hom bre
En este p rim er nivel significativo, de carácter se realiza si de hecho, es decir, en la concreción
antropológico, la propiedad expresa el tipo de rela­ socio-jurídica, se da esa relación; el destino univer­
ción que el hom bre establece con los bienes econó­ sal de los bienes q u edaría sin verificación real si no
micos: relación de «señorío». Se expresa así un con­ se concretase en las instancias socio-jurídicas de la
tenido m ás «antropológico» que «económico», au n ­ realidad. Aquí la p a la b ra ‘p ro p ied ad ’ no quiere de­
que tal afirm ación no deja de tener funcionalidad cir propiedad individual, ni propiedad colectiva, ni
para la organización hu m an a de la econom ía. propiedad privada, ni propiedad pública; quiere
La ética h u m an ista y cristian a no puede por m e­ decir solam ente régim en de atribución singulariza­
nos de a c ep ta r y defender esta significación a n tro ­ da de bienes concretos a hom bres o grupos concre­
pológica de la propiedad. E sta es tam bién la d octri­ tos.
na de santo Tom ás (2-2, q. 66, a. 1). Por o tra p arte, el La ética c ristian a afirm a la coherencia, en p rin ­
m agisterio social de los papas ha utilizado esta afir­ cipio, del régim en socio-económ ico de apropiación.
m ación com o argum ento p a ra defender la propie­ Frente a un radical y utópico «comunism o» de bie­
dad, aunque algunas veces la ha extrapolado inde­ nes sin estru c tu ras socio-jurídicas, la razón h u m a­
bidam ente p a ra defender la propiedad privada. na reconoce la necesidad del régim en de atribución
o de propiedad. Santo Tom ás (2-2, q. 66, a. 2), y en
- Segundo nivel: Destino de los bienes al servi­ general la tradición teológico-m oral, ha defendido
cio de todos los hom bres (la propiedad como cate­ esta postura, aunque con frecuencia los autores
goría «ética»). cristianos, llevados de la nostalgia p arad isíaca del
En este segundo nivel significativo, de carácter com unism o to tal y constatando la voracidad que
ético, la pro p ied ad expresa la exigencia de que los conlleva el régim en de apropiación en sus form as
bienes económ icos sean efectivam ente del uso y ser­ históricas, han declarado esta situación como con­
vicio de todos los hom bres. Todavía no se puede secuencia del «pecado original».
h a b la r en térm inos jurídicos; p o r eso, si se em plea Al defender el régim en socio-económico de pro ­
la expresión «derecho al uso de los bienes tem p o ra­ piedad frente al «com unism o» utópico e integral,
les», el térm ino «derecho» ha de entenderse como conviene tener en cuenta dos cosas: prim era, no
«exigencia» (— derecho) m oral. contradecir con tal afirm ación la verificación real

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 245


de la previa exigencia ética del destino universal de ticos?» (El destino universal de los bienes: Ecclesia
los bienes; segunda, no u tiliz a r indebidam ente los 37 [1977] 1110).
argum entos de este nivel p a ra defender la propie­
dad privada.
b) Las instituciones positivas
Teniendo en cuenta estos diversos niveles signi­
ficativos de la propiedad, hay que revisar el estereo­ de la propiedad
tipo de que el cristianism o defiende la propiedad A la luz de los principios anteriores, la ética de­
como un «derecho natural». ¿Es verdadera esta be enfrentarse con las instituciones positivas del ré­
afirm ación? gim en actual de propiedad. E sta ha revestido y re­
Nos convence la respuesta que da la Comisión viste form as m uy variadas, según la evolución cul­
Pontificia «Justitia et Pax»: «H ablando de ‘derecho tu ra l y según la constitución social de la com uni­
n a tu ra l’ de propiedad (o de form ulaciones sem ejan­ dad.
tes), la Iglesia subraya un elem ento fundam ental
que existe 'en el hom bre, en todo h o m b re’, y que lo
lleva a apropiarse de los bienes m ateriales, en la • Propiedad de los bienes de consum o
perspectiva hu m an a y social que acabam os de re­ Aunque es difícil h acer una catalogación perfec­
cordar. El dinam ism o que se encuentra im plicado ta de los llam ados «bienes de consum o» en cuanto
en este elem ento exige una organización concreta contradistintos a los bienes de producción, todos
‘positiva’ del derecho y la orienta; pero esta organi­ los regím enes de propiedad tienen en consideración
zación no se identifica p u ra y sim plem ente con el esta división. Desde el punto de vista m oral, «todo
‘derecho n a tu ra l’ tal y como lo entiende la Iglesia. el m undo está de acuerdo (o casi) p ara dejar en pro­
Ahora bien, p a ra la m entalidad dom inante, el voca­ piedad privada los bienes de consum o, aquellos que
blo ‘derecho de p ro p ied ad ’ evoca inm ediatam ente se destruyen con su uso (aun en el caso de que su
un régim en concreto de derecho positivo de propie­ distribución sea, a veces, com unitaria); por o tra
dad. parte, los regím enes colectivistas adm iten con fre­
La consecuencia es que p a ra algunos en buena fe cuencia la propiedad de los bienes de producción
(pero sin profundizar) y p a ra m uchos en m ala fe, la preindustriales tradicionales (la casa, la parcela de
doctrina de la Iglesia ha sido y es todavía ‘u sa d a ’ tierra, el huerto, unas cuantas cabezas de ganado,
p ara identificar com o ‘n a tu ra l’, en el sentido de las herram ientas, etc.)» (J.-M. Aubert, Moral social
‘perm anente e intocable’, a un régim en existente de para nuestro tiempo. B arcelona 1973, 138-139).
propiedad. En realidad, la doctrina de la Iglesia
acerca de la propiedad com porta la exigencia de
reexam inar sin cesar, m ediante los procedim ientos • Propiedad de los bienes de producción
dem ocráticos previstos, los regím enes de propiedad Es aquí donde está el problem a del régim en de
existentes p a ra adap tarlo s a la finalidad hum ana y propiedad. Sim plificándolo al m áxim o, se puede
social propia de ellos. La verdadera cuestión es en­ afirm ar lo siguiente desde el punto de vista m oral:
tonces la siguiente: ¿Perm ite todavía el régim en
existente y su evolución en curso a todos los hom ­ 1) Existen en la a ctu alid ad dos formas injustas o
bres llevar a la p ráctica su derecho ‘n a tu ra l’ (‘n a tu ­ «desnaturalizadas» de propiedad: la propiedad p ri­
r a l’, es decir, válido p a ra todos) de tener acceso, vada cap italista y la propiedad totalm ente colecti­
bajo una u o tra form a, a un cierto poder sobre las vista.
cosas? ¿O, al contrario, el régim en existente y su - La propiedad privada cap italista es una for­
lógica conducen a excluir a la m ayoría de tal pers­ m a de propiedad p riv ad a que se realiza sobre la
pectiva, y p o r un nuevo abuso conducen adem ás a base de la separación entre el capital y el trabajo,
una concentración en m anos de pocos, no solam en­ que prospera por la fuerza del lucro com o m otor
te de las responsabilidades de la propiedad, sino dinám ico objetivo, que tiende objetivam ente a re­
tam bién del conjunto de los poderes sociales y polí­ ducir al hom bre a un in strum ento y que no cons­

246 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


truye la com unidad hum ana. Por estas serias e im ­ form as de propiedad: desde la privada a la pública
portantes razones, creem os que la propiedad priva­ pasando po r las propiedades de colectividades o de
da cap italista es inm oral. Pablo VI habló d u ram en ­ corporaciones (fam ilias, m unicipios, asociaciones,
te de la « u n ilateralidad de la posesión de los m edios etc.).
de producción» com o uno de los factores del siste­ - E ntre las form as de propiedad, la ética cris­
ma económ ico-social cap italista que «no trae la tia n a ha de m anifestar u n a preferencia especial p a­
perfección, no trae la paz, no trae la justicia», al ra aquellas en las que m ejor se realiza el valor de la
contin uar «dividiendo a los hom bres en clases irre­ com unitariedad, com o son las que se rigen por cri­
ductiblem ente enem igas y caracterizando a la so­ terios de «autogestión».
ciedad por el m alestar profundo y lacerante que la
atorm enta» (Discurso de Pablo VI a la Unión de - En la elección de las form as de propiedad
Em presarios y D irigentes Católicos: Ecclesia 24 (privada, pública, colectiva, etc.), es necesario tener
[1964] 889). En ningún otro texto del m agisterio en cuenta las conveniencias situacionales; cada m o­
eclesiástico encontram os condena m oral tan fuerte m ento y cada situación irán postulando variaciones
del sistem a ca p italista y de la propiedad privada adecuadas en el régim en de propiedad.
cap italista. Los «correctivos» que se tra ta n de - Dejando a salvo el pluralism o de opciones en
ad o p tar frente al régim en de propiedad privada ca­ los diversos niveles técnicos, creem os que la ética
p italista no a lte ra n su dinám ica estru ctu ral y, por cristiana ha de desengancharse de la inspiración
tanto, no cam b ian el juicio m oral negativo. cap italista y orientarse hacia u n a inspiración socia­
- El régim en de propiedad colectivista que a n u ­ lista no to ta litaria.
le la función personalizadora inherente a la reali­
dad h u m an a de la propiedad es tam bién inm oral.
La doctrina social de la Iglesia, desde León XIII c) Problemas morales derivados
hasta Pablo VI y el Concilio V aticano II, ha defendi­ - La propiedad priv ad a «no constituye para n a ­
do fielm ente este valor hum ano. Las razones en que die un derecho incondicional y absoluto» (PP 23).
se apoyan son de diversa índole; pero conviene des­ Antes que la exigencia a la apropiación privada de
tacar que, desde Pío XII y Ju an XXIII, la razón fun­ bienes, aunque se encuentre g arantizada por orde­
dam ental se en cuentra en la afirm ación de que a l­ nam ientos jurídicos, está la exigencia del destino
guna form a de propiedad privada es necesaria p ara universal de los bienes. E sto se traduce en los si­
«la exteriorización de la lib ertad hum ana». guientes principios éticos: 1) «quien se halla en si­
Al rechazar, como inm orales, estas dos form as tuación de necesidad extrem a tiene derecho a to ­
de propiedad (la cap italista y la colectivista), tene­ m ar de la riqueza ajena lo necesario p a ra sí» (GS
mos en cu enta el criterio básico de la «personaliza­ 69); 2) «los hom bres están obligados a ayudar a los
ción» que ha de realizarse en cualquier form a de pobres, y por cierto no sólo con los bienes super-
propiedad. fluos» (Ibíd.); 3) «el hom bre no debe tener las cosas
2) Todas las demás formas de propiedad, con tal exteriores que legítim am ente posee como exclusi­
de que sigan salvaguardando y en la m edida en que vam ente suyas, sino tam bién como com unes, en el
favorezcan el criterio básico de la «personaliza­ sentido de que no le aprovechen a él solam ente, sino
ción» (= función individual y función social), son tam bién a los dem ás» (Ibíd.). Sobre estas exigencias
aceptables desde el punto de vista m oral. En este éticas del destino universal de los bienes, que p ara
terreno ya en tra n en juego las diversas opciones algunos es lo único que tiene de «cristiano» la pro ­
tácticas, en las cuales no debe «com prom eterse» la piedad privada, ya nos hem os detenido en páginas
m oral. U nicam ente querem os señalar algunas pers­ anteriores.
pectivas éticas: - Según hem os afirm ado varias veces, el título
- Lo hum ano adm ite m últiples form as de reali­ jurídico de propiedad y de dom inio no garantiza de
zación. Aplicado este criterio al cam po de la propie­ por sí la licitud m oral de la apropiación. Esto supo­
dad, es necesario a d m itir una gam a variada en las ne que los ordenam ientos jurídicos han de ser so-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 247


i
m etidos a una revisión continua p a ra que realicen
m ejor la justicia y la equidad; en conciencia ha de LECTURA COMPLEMENTARIA
revisarse la licitud de «beneficios» desproporciona­
dos al servicio prestado, de «fortunas» construidas Juan Pablo II, Encíclica Laborem exercens, n. 15: El
sobre la nada y sin hab er realizado el justo reparto,
argumento «personalista» de la propiedad pri­
de em presas «autofinanciadas» indebidam ente. Por
o tra p arte, la titu la rid a d juríd ica de los bienes no vada.
ha de im pedir reform as socio-económ icas necesa­ El principio de la prioridad del trabajo respecto
rias, como, por ejem plo, la reform a agraria. Las al capital es un postulado que pertenece al orden
afirm aciones anteriores no invalidan el derecho de de la moral social. Este postulado tiene importan­
dom inio legítim am ente adquirido y con ju sta fun­ cia clave tanto en un sistema basado sobre el prin­
cionalidad económico-social. cipio de la propiedad privada de los medios de
— El acceso de todos a la p ropiedad privada, exi­ producción, como en el sistema en que se haya
gencia proclam ada por el m agisterio social de la limitado, incluso radicalmente, la propiedad pri­
Iglesia, ha de entenderse y realizarse dentro de las vada de estos medios. El trabajo, en cierto sentido,
siguientes coordenadas: p a ra los que se ven priva­ es inseparable del capital, y no acepta de ningún
dos de ella, com o realización de su «autonom ía per­
sonal y fam iliar» y com o «am pliación de la libertad modo aquella antinomia, es decir, la separación y
hum ana» (GS 71), pero nunca como satisfacción del contraposición con relación a los medios de pro­
apetito de lucro capitalista; p a ra los que tienen ti­ ducción, que han gravado sobre la vida humana
tu larid ad de dom inio, como una conversión conti­ en los últimos siglos, como fruto de premisas úni­
nua a la «función personalizadora» de la propiedad. camente económicas. Cuando el hombre trabaja,
- La actual tendencia a la socialización de la sirviéndose del conjunto de los medios de produc­
propiedad no ha de ser im pedida por la ética cris­ ción, desea a la vez que los frutos de este trabajo
tiana. Sin em bargo, tam poco puede dejar de expre­ estén a su servicio y al de los demás y que en el
sar un conjunto de anotaciones crítico-prospec­ proceso mismo del trabajo tenga la posibilidad de
tivas: 1) la socialización no ha de entenderse como aparecer como corresponsable y coartífice en el
«estatalización», en el sentido de un «capitalism o puesto de trabajo al cual está dedicado.
estatal» o un «socialism o estatal»; 2) «en las postu­
ras m ás avanzadas de los autores cristianam ente Nacen de ahí algunos derechos específicos de
inspirados se reconoce siem pre la rem uneración los trabajadores, que corresponden a la obligación
obligatoria en caso de expropiación» (G. M attai, del trabajo. Se hablará de ellos más adelante. Pero
Propiedad: DETM 873); 3) la inspiración cristiana hay que subrayar ya aquí, en general, que el hom­
ha de tender a propiciar form as de «socialización bre que trabaja desea no sólo la debida remunera­
autogestionaria ». ción por su trabajo, sino también que sea tomada
Al térm ino de estas anotaciones éticas sobre la en consideración, en el proceso mismo de produc­
apropiación de los bienes económicos, es conve­ ción, la posibilidad de que él, a la vez que trabaja
niente señalar la necesidad de reform as e stru c tu ra ­ incluso en una propiedad común, sea consciente de
les, pero m ás aú n la inaplazable exigencia de una que está trabajando «en algo propio». Esta con­
«m entalización» c ristian a en relación con esta rea­ ciencia se extingue en él dentro del sistema de una
lidad hu m an a y socio-económ ica de la propiedad.
excesiva centralización burocrática, donde el tra­
bajador se siente engranaje de un mecanismo mo­
vido desde arriba; se siente por una u otra razón
un simple instrumento de producción, más que un
verdadero sujeto de trabajo dotado de iniciativa
propia. Las enseñanzas de la Iglesia han expresa-

248 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


do siempre la convicción firme y profunda de que a) Valoración ética
el trabajo humano no mira únicamente a la econo­ de las formas de empresa
mía, sino que implica además y, sobre todo, los
La primera aproximación ética a la realidad de la
valores personales. El mismo sistema económico y em presa se concreta en la valoración de las p rin ci­
el proceso de producción redundan en provecho pales form as que de hecho ad o p ta esta estru ctu ra
propio cuando estos valores personales son plena­ económ ica en la actu alid ad . El cristianism o no ha
mente respetados. Según el pensamiento de santo creado la em presa m oderna. E sta ha surgido como
Tomás de Aquino (2-2, q 65. a. 2), es primordial­ un fenóm eno histórico, social y económ ico de los
mente esta razón la que atestigua en favor de la últim os tiem pos. Pero no por eso esta realid ad eco­
propiedad privada de los mismos medios de pro­ nóm ica escapa al discernim iento de la racionalidad
ducción. Si admitimos que algunos ponen funda­ ética. La m oral tiene po r com etido rechazar form as
dos reparos al principio de la propiedad privada y tipos de em presa que no respeten el valor de la
-y en nuestro tiempo somos incluso testigos de la persona h u m an a y o rie n tar esta realid ad socio­
económ ica h acia realizaciones cada vez m ás perfec­
introducción del sistema de la propiedad «sociali­
tas.
zada»-, el argumento personalista, sin embargo,
no pierde su fuerza, ni a nivel de principios ni a Ateniéndonos a esta p rim e ra form a de aproxi­
m ación ética y siguiendo las orientaciones de la
nivel práctico. Para ser racional y fructuosa, toda
doctrina social de la Iglesia, hacem os las siguientes
socialización de los medios de producción debe anotaciones crítico-valorativas de los principales ti­
tomar en consideración este argumento. Hay que pos de em presa:
hacer todo lo posible para que el hombre, incluso
dentro de este sistema, pueda conservar la con­ • Em presa capitalista. Aunque volverem os a
ciencia de trabajar en «algo propio». En caso con­ p lan te ar el problem a de la m oralidad de esta es­
trario, en todo el proceso económico surgen nece­ tru c tu ra em presarial, conviene ad v e rtir por el m o­
sariamente daños incalculables; daños no sólo m ento lo siguiente. La em presa c a p italista se apoya
económicos, sino ante todo daños para el hombre. sobre un sistem a económ ico que ha sido duram ente
«criticado» po r el m agisterio social de los papas.
Con referencia directa a la em presa capitalista, la
doctrina social de la Iglesia no ha em itido un juicio
directam ente condenatorio; ha adm itido su legiti­
B. 3. Moral de la empresa de producción m idad, sin que po r ello la haya considerado como la
estru ctu ra ideal de em presa. La em presa cap italis­
La im portancia de los problem as técnicos y m o­ ta, aun sin discu tir por el m om ento la legitim idad
rales planteados por la em presa de producción se ética de su configuración estru ctu ral, tiene que ser
evidencia al a d v ertir que es una estru ctu ra básica som etida a profundas transform aciones p a ra corre­
dentro del sistem a económ ico, tan to cap italista co­ gir sus radicales injusticias.
mo socialista; es una estru ctu ra hu m an a donde se
fraguan, en gran m edida, las relaciones in terh u m a­ • Em presa cooperativista. H istóricam ente, el
nas y sociales; es una estru ctu ra profesional, en m ovim iento cooperativista en su form a m oderna no
donde nacen y a la que se orientan diversas profe­ surgió inspirado en la d o ctrin a social de la Iglesia.
siones actuales. Por eso m ism o no ha de ex trañ ar Pero el m ovim iento cooperativista ha sido m irado
que sea la em presa de producción uno de los tem as con m ucha sim p atía por la Iglesia católica. Recor­
fundam entales de la doctrina social cristiana. d a r a este respecto la im p o rtan cia otorgada a la
em presa cooperativista y a la em presa artesanal
por Ju an XXIII en la encíclica Mater et Magistra (n.
85-90). En relación con las cooperativas, creemos
que deben evitarse dos posiciones extrem as de sig­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 249


no contrario: la de los que creen que puede consti­ cristiana no puede a d m itir como justo un orden so­
tu ir una form a de estru ctu ra exclusiva p ara todo cial que o niega en principio o hace prácticam ente
tipo de em presas, y la de los que creen que tiene un im posible o vano el derecho n a tu ra l de propiedad,
cam po m uy reducido y lim itado de expansión, so­ así sobre los bienes de consum o como sobre los m e­
bre todo en el ám bito de la producción industrial. dios de producción» (Pío XII, 1-10-1944, en P. Galin-
do, Colección de Encíclicas y Documentos Pontifi­
• E m presa colectivista. Con relación a la em pre­ cios. M adrid 1955, 106).
sa totalm ente colectivizada, su estru ctu ra económ i­
ca es recusable por las im plicaciones en el deterioro
de los derechos del inviduo. b) Criterios éticos para la transformación
Sin em bargo, conviene an o tar que las form as de de la empresa
autogestión son m uy laudables, con tal de que no
corran peligro las libertades personales y cívicas y Estos criterios éticos se orientan en diversas di­
de que no aparezca la im posición coactiva como recciones, según corresponde a la com plejidad de
form a generalizada de explotación de los bienes contenido y función de la em presa m oderna:
económicos. - Relación de la em presa con el Estado, con los
sindicatos, con las organizaciones profesionales y
• E m presa pública. Respecto a la em presa pú­ con la sociedad en general.
blica hay que tener en cuenta los siguientes aspec­
tos previos al juicio m oral: 1) creciente extensión, - El justo beneficio a otorgar, como rem u n era­
debido a diversas causas (desarrollo de los núcleos ción, a la actividad em presarial (beneficio que ha
de concentración u rbana, crisis económ icas, necesi­ de establecerse con criterios de equidad en relación
dades de carácter estratégico, etc.); 2) establecer la con la ju sta rem uneración de los trabajadores, el
distinción correspondiente entre los conceptos y justo precio, el interés justo a las aportaciones del
realidades de «nacionalización», «socialización», capital, y la contribución al bien com ún m ediante
«estatalización»; 3) valoración económ ica de la em ­ el pago de los justos im puestos).
presa pública en los fallos que su sistem a puede - Valoración de los problem as creados por el
com portar (la experiencia dice que, en la m ayoría nuevo p lanteam iento de em presa: concentración de
de los casos, el E stado es peor em presario que el capitales en las grandes unidades de producción,
particular). im portancia de los accionistas en la dirección de la
La doctrina social de la Iglesia sobre la em presa em presa, restricción de la com petencia en el m erca­
pública puede ser resum ida en las siguientes afir­ do, etc.
m aciones: - El problem a m oral del despido y de los conve­
nios colectivos.
— La empresa pública es ad m itida, con tal de que
se guarde tam bién aquí el principio de la función - Valoración ética de la influencia y de la p re­
subsidiaria del Estado: «Lo que h asta aquí hemos sión que las em presas ejercen en la vida política.
expuesto no excluye, com o es obvio, que tam bién el Estos y otros problem as hacen de la em presa
Estado y las dem ás em presas públicas posean legí­ una realidad m oral de p rim era im portancia en el
tim am ente bienes de producción, de m odo especial m undo actual.
cuando éstos llevan consigo tal poder económico
que no es posible dejarlos en m anos de personas
privadas sin el peligro del bien com ún. Sin em b ar­ c) Participación de los trabajadores
go, tam bién en esta m ateria ha de observarse ínte­ en la empresa
gram ente el principio de la función subsidiaria» Queremos resa lta r uno de los problem as m ora­
(MM 116-117). les im plicados en la e stru c tu ra de la em presa m o­
- La nacionalización íntegra no es adm isible por derna. Nos referim os a la participación de los tra ­
contradecir valores fundam entales: «la conciencia bajadores en la em presa.

250 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 251
El tem a de la participación de los obreros, no d) Moralidad de la empresa capitalista
sólo en la propiedad y en los beneficios, sino ta m ­ en cuanto estructura
bién en la gestión de ía em presa, ha sido una cons­ económica concreta
tante en la doctrina social de la Iglesia, aunque
planteado con m atices diversos: desde la perspecti­ La preg u n ta decisiva que se hace la ética en rela­
va del «contrato de sociedad» en Pío XI (QA 65), ción con la em presa cap italista es su licitud moral
desde las precisiones jurídicas sobre el derecho de en cuanto estru ctu ra económ ica concreta.
los obreros a la «cogestión» en Pío XII, desde la
consideración de la em presa como «com unidad de Hemos de reconocer que la doctrina social cató­
personas» en Juan XXIII (MM 91). lica no ha declarado como inm oral la estructura
económ ica en sí de la em presa capitalista; m ás aún,
Sin atender a falsos tem ores sobre consecuen­ ha p artido de su aceptación teórica p a ra proponer
cias «económ icam ente catastróficas» de la p a rtici­ sistem as de corrección en orden a su m ejora. Pero
pación de los trabajadores en la gestión de la em ­ tam bién hem os de reconocer que los «correctivos»
presa, aunque siendo conscientes de la evolución propuestos son de tal im p o rtan cia que llegan hasta
real y doctrinal de este tem a, lo m ism o que de los la estructura m ism a de la realidad económ ica en
m atices de contenido en los conceptos de «partici­ cuestión; m ás aún, se puede acep tar que el in terro ­
pación» y «cogestión», es necesario afirm ar con el gante sobre la m oralidad de la estru ctu ra capitalis­
Concilio V aticano II la exigencia ineludible de la ta de la em presa es una cuestión ab ierta y no cerra­
«activa participación de todos en la em presa»; «En da en el m agisterio social de la Iglesia.
las em presas económ icas son personas las que se
asocian, es decir, hom bres libres y autónom os, crea­ Si se quiere realizar el criterio ético de que «la
dos a im agen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta em presa sea una autén tica com unidad hum ana»
las funciones de cada uno, propietarios, a d m in istra ­ (MM 91) y de que «se ha de prom over la activa p a r­
dores, técnicos, trabajadores, y quedando a salvo la ticipación de todos en la gestión de la em presa» (GS
unidad necesaria en la dirección, se ha de prom over 68), la estru ctu ra cap italista de la em presa ha de ser
la activa participación de todos en la gestión de la suprim ida de raíz y transform ada en sus m ism as
em presa, según form as que h a b rá que determ inar bases. Ante la urgencia de las indicaciones éticas de
con acierto. Con todo, com o en m uchos casos no es a Juan XXIII y del Concilio V aticano II, algunos au to ­
nivel de em presa, sino en niveles institucionales su­ res han optado por d eclarar como im posible su
periores, donde se tom an las decisiones económ icas puesta en práctica.
y sociales de las que depende el porvenir de los tra ­ Por n u estra p arte, preferim os sacar las conclu­
bajadores y de sus hijos, deben los trabajadores siones co rrespondientes a los principios éticos
p a rticip a r tam bién en sem ejantes decisiones por sí enunciados por Ju an XXIII y po r el Concilio V atica­
m ism os o por m edio de representantes legítim a­ no II. Pero antes querem os recordar un texto im por­
m ente elegidos» (GS 68). tante de Pablo VI, que hem os reservado p a ra el fi­
Este derecho básico a la participación activa de nal. Se tra ta de la fam osa, y tam bién b astan te silen­
todos los que están com prom etidos en la em presa ciada, alocución del Papa a la Unión de E m presa­
debe traducirse en la creación de estru ctu ras de rios y D irigentes Católicos (U.C.I.D.), del 8 de junio
participación y autogestión, en la m odelación de un de 1964 (AAS 56 [1964] 574-777; Ecclesia 24 [1964]
tipo de hom bre dispuesto a realizar la form a en que 889-891).
se concreta actualm ente la dignidad de la persona: C onstata Pablo VI los problem as hum anos exis­
la participación (OA 22). tentes en las em presas: «Vuestras em presas, m ara ­
villosos frutos de vuestros esfuerzos, ¿no son acaso
m otivo de disgustos y de choques? Las estructuras
m ecánicas y burocráticas funcionan perfectam ente,
pero las estru c tu ras hum anas todavía no. La em ­
presa, que por exigencia constitucional es una cola-

252 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


foración, un acuerdo, una arm onía, ¿no es acaso de la em presa. H echa esta afirm ación, no toca a la
hoy todavía una fricción de espíritus y de intere­ ética proponer soluciones técnicas, pero sí u rg ir la
ses?». transform ación radical de las estru ctu ras existen­
Ante esta constatación, insinúa Pablo VI la cau­ tes. Teniendo clara la m eta del cam bio estructural,
sa del malestar: «Ha de tener algún vicio profundo, son aceptables y dignos de encom io los «correcti­
una radical insuficiencia este sistem a, si desde sus vos» que se proponen p a ra h u m an izar la situación
comienzos cuenta con sem ejantes reacciones socia­ actual de la em presa.
les». w ■ • - s * * i

E sta insinuación de un «vicio profundo» y de


una «radical insuficiencia» queda afirmada a conti­ LECTURA COMPLEMENTARIA
nuación con todo convencim iento y seriedad al de­
cir que el sistem a económ ico-social en el que se in­ Juan Pablo II, Encíclica Laborem exercens, n. 16 y
legra la em presa c a p italista no apo rta la paz ni la 17: El empresario «indirecto» (recogemos los
justicia, sino la división y la opresión de los hom ­ primeros párrafos):
bres: «Es un hecho que el sistem a económico-social,
La distinción entre empresario directo e indi­
creado por el liberalism o m anchesteriano y que to­
davía p erd u ra en el criterio de la u n ilateralid ad de recto parece ser muy importante en consideración
la posesión de los m edios de producción, de la eco­ de la organización real del trabajo y de la posibili­
nom ía encam inada a un provecho privado preva- dad de instaurar relaciones justas o injustas en el
lente, no trae la perfección, no trae la paz, no trae la sector del trabajo.
justicia, si continúa dividiendo a los hom bres en Si el empresario directo es la persona o la insti­
clases irreductiblem ente enem igas, y caracteriza a tución con la que el trabajador estipula directa­
la sociedad po r el m ale sta r profundo y lacerante
mente el contrato de trabajo según determinadas
que la atorm enta, apenas contenido por la legali­
dad y la tregua m om entánea de algunos acuerdos condiciones, como empresario indirecto se deben
en la lucha sistem ática e im placable, que debería entender muchos factores diferenciados, además
llevarla a la opresión de una clase contra otra». del empresario directo, que ejercen un determina­
Creemos que, siendo coherentes con los análisis do influjo sobre el modo en que se da forma, bien
m orales de la em presa c a p italista y en arm onía con sea al contrato de trabajo, bien sea, en consecuen­
lo dicho anteriorm ente sobre el contrato de trabajo cia, a las relaciones más o menos justas en el sec­
en régim en de asalariado, se puede y se debe afir­ tor del trabajo humano.
m ar la injusticia radical de la e stru c tu ra c ap italista

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 253


c Para PROFUNDIZAR
Los sistem as económ icos ante la moral cristiana.

C. 1. Introducción.
C. 2. In hum anidad del capitalism o.
C. 3. D ebilidad ética del colectivism o.

C. 1. Introducción colectivismo (y no socialism o) p ara el sistem a b a s a ­


do en la propiedad pública «colectivista» de los m e ­
Cuando se habla de «sistem a económico», se dios de producción y en la planificación de las n e c e ­
alude a un determ inado tipo de organización de la sidades y de su correspondiente satisfacción e c o n ó ­
econom ía. E sta organización depende del esquem a m ica por el control del poder estatal.
estructural que sirve de tra m a p ara in teg rar y con­
form ar las relaciones nacidas de la economía. Creemos que la reflexión ética puede ofrecer u n a
notable aportación a la discusión sobre los sis te m a s
Aunque no es unánim em ente com partida la enu­ económicos. Es cierto que los sistem as económ icos
m eración y catalogación de los sistem as económ i­ no caerán, com o las m urallas de Jericó, por la fu e r­
cos vigentes, por n uestra p arte creem os que la valo­ za de las trom petas de los m oralistas (W. S o m b a rt).
ración m oral tiene que concentrarse en dos opcio­ Sin em bargo, tam bién es cierto que los siste m a s
nes económ icas básicas: la cap italista y la colecti­ económicos en ú ltim a instancia se apoyan en op cio ­
vista. El criterio de distinción lo ponem os en dos nes hum anas globales, es decir, en creencias é tic a s.
pilares fundam entales: la form a de propiedad de Ahora bien, si la hu m an id ad da un viraje en s u s
los m edios de producción (capitalista o colectivista) creencias éticas, tam bién lo d ará en el p la n te a m ie n ­
y la form a de planificación de necesidades y de bie­ to del sistem a económico.
nes (m ercado o control estatal). Las variantes de
estos dos grandes sistem as han de ser tenidos en
cuenta, pero sabiendo que, al h a b la r de «terceras C. 2. Inhumanidad del capitalismo
vías» del neo-liberalism o (neo-capitalism o) y del
neo-m arxism o (neo-socialismo), se perm anece p ri­
sionero del m odelo económ ico y en él exclusiva­ a) Rasgos descriptivos
m ente interesado. Bajo la etiq u eta de capitalism o se encierran v a ­
Por razones de claridad, dam os a cada uno de rias formas históricas y actuales de organizar la eco­
los modelos el térm ino siguiente: capitalismo para nom ía. E ntre las históricas conviene recordar el «li­
el sistem a basado en la propiedad privada «capita­ beralism o económico» del siglo XIX con sus v a ria n ­
lista» de los m edios de producción y en la planifica­ tes locales y tem porales. La «economía de m erca­
ción de la necesidad y de su correspondiente satis­ do» caracteriza a todas las form as actuales del c a p i­
facción económ ica por el control del com ercio libre; talism o, aunque las concreciones dan lugar a v a­

254 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


l'iuntes im portantes, debido a la m ayor o m enor in ­ condiciones de la sociedad ha sido construido un
sistencia en la planificación o la libertad, en los as­ sistem a que considera el lucro com o m otor esencial
pectos sociales o en los individuos, etc. Se puede del progreso económ ico, la concurrencia com o ley
hablar de un «neo-capitalism o», que conserva ras- suprem a de la econom ía, la propiedad priv ad a de
;os esenciales del capitalism o tradicional, aunque los m edios de producción com o un derecho absolu­
flaya introducido variaciones im portantes en él. to, sin lím ites ni obligaciones sociales correspon­
El capitalism o, a pesar de sus variantes histó ri­ dientes. Este liberalism o sin freno, que conduce a la
cas y actuales, tiene una unidad de identificación. El dictadura, ju stam en te fue denunciado por Pío XI
capitalism o es u n a realid ad histórica, representa como generador del 'im perialism o internacional
una época. Existe una «revolución capitalista», en­ del d inero’. No hay m ejor m an era de rep ro b ar un
tendida com o cam bio cualitativo en la m anera de tal abuso que recordando solem nem ente, una vez
vivir y de entender la actividad económ ica. El signi­ m ás, que la econom ía está al servicio del hom bre»
ficado histórico y hum ano de esta revolución, por la (PP 26).
que todavía m uchos países se orientan, se encuen­ Si estas condenas pueden interp retarse com o re­
tra suficientem ente estudiado. Su sello occidental, feridas a sistem as cap italistas superados (liberalis­
su génesis y desarrollo desde el final de la edad m e­ mo económico del siglo XIX, etc.), no así el fino
dia h asta el m om ento actual, su correlación con el análisis que hizo Pablo VI en su discurso a la
cristianism o (en sus variantes católica y p ro testan ­ U.C.I.D. (Unione C ristiana d ’Im prenditori e Diri-
te), su «espíritu» en cuanto configuración de un tipo genti), el 8 de junio de 1964, discurso que causó
hum ano especial, sus raíces biológico-culturales, fuerte im presión y que fue citado en la nota 7 de la
sus «m ilagros» de elevación económ ica, su «infier­ constitución p astoral G audium et spes del Concilio
no» de m iseria y explotación, sus posibilidades de V aticano II.
viabilidad futura: son otros tantos aspectos en que En este discurso em ite Pablo VI un juicio severo
ha sido analizado el fenóm eno económ ico-social del sobre el capitalism o, sabiendo d istinguir entre el
capitalism o. capitalism o histórico y el capitalism o actual. Su
El sistem a económ ico c a p italista depende de, y m irada está fija en el capitalism o actual, cuando
al m ism o tiem po origina, un sistema ideológico co­ dice: «Es verdad que quien hoy hable, como hacen
rrelativo, que puede ser considerado como «los fun­ m uchos, del capitalism o con los conceptos que lo
dam entos filosóficos de la econom ía de m ercado». definieron en el siglo pasado, da p ru eb a de estar
Esta cosm ovisión se com pone de los siguientes ele­ retrasado con relación a la realid ad de las cosas,
m entos: p rio rid ad valorativa de la lib ertad indivi­ pero es un hecho que el sistem a económico-social,
dual; consideración de la ju sticia en clave de equi­ creado por el liberalism o m anchesteriano y que to­
dad inter-individual (justicia conm utativa); san ­ davía p erd u ra en el criterio de la u n ilateralid ad de
ción filosófica y juríd ica de la propiedad privada; la posesión de los m edios de producción, de la eco­
aceptación del m ercado como el in strum ento m ás nom ía encam inada a un provecho privado preva-
apto p a ra lograr el equilibrio económico; u tiliz a ­ lente, no trae la perfección, no trae la paz, no trae la
ción de la econom ía p a ra ejercer el poder (social, justicia, si continúa dividiendo a los hom bres en
político), etc. El sistem a económ ico cap italista tie­ clases irreductiblem ente enem igas, y caracteriza a
ne su correlato en la política y en la cu ltu ra c a p ita ­ la sociedad por el m alestar profundo y lacerante
listas. que la ato rm en ta, apenas contenido por la legali­
dad y la tregua m om entánea de algunos acuerdos
en la lucha sistem ática e im placable, que debería
b) Valoración ética llevarla a la opresión de una clase contra la otra»
El m agisterio eclesiástico h a condenado b a sta n ­ (Ecclesia 24 [1964] 889-891).
tes veces el liberalism o económ ico. Baste recordar El análisis que hace Pablo VI del capitalism o es
la tajan te condena de Pablo VI en la encíclica Popu- certero: la e stru c tu ra económ ica cap italista se basa
lorumprogressio: «Por desgracia, sobre estas nuevas en «la u n ilateralid ad de la posesión de los medios

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 255


de producción» y en «la econom ía encam inada a un ducción como un ‘dogm a’ intocable en la vida eco
provecho privado prevalente». Las consecuencias nóm ica» (n. 14).
lógicas de tal sistem a económ ico tam bién son agu­ En la encíclica Sollicitudo rei socialis ha vuelto u
dam ente señaladas: este tipo de econom ías «no trae expresar Juan Pablo II su a c titu d crítica ante el ca­
la paz, no trae la justicia, continúa dividiendo a los pitalism o (n. 21).
hom bres en clases irreductiblem ente enem igas», y
origina «una lucha sistem ática e im placable que
lleva a la opresión de una clase contra la otra». El C. 3. Debilidad ética del colectivismo
juicio ético no hace falta explicitarlo: un sistem a
económico basado en tales presupuestos y que con­
duce a tales consecuencias no puede por menos de a) Rasgos descriptivos
ser inm oral en su m ism a estructura. Bajo el térm ino de «colectivismo» encuadram os
los sistem as económicos nacidos de la m atriz del
C om partiendo los razonam ientos anteriores, com unism o m arxista, cuya realización p arad ig m á­
nos inclinam os a la valoración estructuralm ente tica se encuentra en la econom ía de la URSS. E s
negativa del sistem a económ ico cap italista por las necesario, sin em bargo, reconocer que existen nota­
tres razones siguientes: a) introduce el «lucro» co­ bles diferencias entre la «economía totalm ente p la­
mo el m otor decisivo de la actividad económica, nificada» y el «socialism o dem ocrático» (econom ía
contrariando así la visión hum ana y cristiana de de m ercado propuesta por O. Osik; m odelo yugosla­
toda actividad como servicio perfectivo del hom ­ vo de autonom ía adm inistrativa; etc.). Aunque exis­
bre; b) la propiedad privada capitalista de los m e­ ten form as colectivistas alejadas de los presupues­
dios de producción hace del hom bre un «instru­ tos m arxistas, como es el caso de algunas experien­
m ento» y de su trab ajo una «m ercancía», co n tra­ cias africanas, y aunque persisten propuestas de co­
riando de este m odo la dignidad inalienable e inins- m unism o utópico, sin em bargo la econom ía «plani­
trum entalizable de la persona; c) la división econó­ ficada», en cuanto polo contrapuesto a la econom ía
m ica engendra inevitablem ente el antagonism o y la «libre», tiene su lugar apropiado en el horizonte
lucha en la sociedad hum ana, contrariando así uno señalado por el com unism o m arxista. En algunos
de los principios básicos de la com prensión hu m a­ casos, este com unism o m arxista está m arcado p o r
na y cristiana de las relaciones entre los hom bres. el leninism o, en otros por el m aoísm o, y en otros
busca presentarse con «rostro hum ano» (tal es el
El m agisterio social de Ju an Pablo II se sitúa en caso de la econom ía del checo O. Osik, y la «vía
idéntica po stu ra crítica frente al capitalism o. Baste yugoslava»).
recordar su exposición cualificada en la encíclica
Laborem exercens: a) afirm ación del principio de la Reduciendo a descripción tipológica los rasgos
p rioridad del «trabajo» frente al «capital» (n. 12); del colectivism o, podem os hacer la siguiente expo­
b) proclam ación del criterio ético de que solam ente sición siguiendo el esquem a propuesto por S om bart
es justo «aquel sistem a de trab ajo que en su raíz p ara describir todo sistem a económ ico («espíritu»,
supera la antinom ia entre trabajo y capital, tratan d o «forma», «sustancia»).
de estructurarse según el principio expuesto m ás - El espíritu del colectivism o nace del deseo de
a rrib a de la sustancial y efectiva p rioridad del tra ­ co n tra rre sta r y rem ed iar las fluctuaciones econó­
bajo, de la subjetividad del trabajo hum ano y de su m icas, peculiares del capitalism o, así como las dife­
participación eficiente en todo el proceso de pro ­ rencias sociales y económ icas que dicho sistem a
ducción, y esto independientem ente de la n a tu ra le ­ provoca. En consecuencia, el colectivism o pretende
za de las prestaciones realizadas por el trabajador» conseguir un nivel estable de actuación p a ra poder
(n. 13); c) condena del capitalism o: «desde esta así satisfacer los deseos de los individuos, sin que
perspectiva, sigue siendo inaceptable la postura del las decisiones económ icas de producción sean
‘rígido’ capitalism o, que defiende el derecho exclu­ adoptadas por la iniciativa privada que se mueve
sivo a la propiedad privada de los m edios de pro ­ siem pre por el afán de lucro.

256 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- La forma del colectivism o se caracteriza por la 33). El Concilio V aticano II hace veladas alusiones a
prioridad colectivista de los m edios de producción. la econom ía colectivista en varios pasajes de la
Respecto a los bienes de consum o, se adm ite la p a r­ constitución pastoral G audium et spes (GS 63, 65,
cial o total pro p ied ad privada. En este punto, sin 71).
em bargo, hay que ten er en cuenta que se dan va­ Sin alu d ir a otras razones, unas pertenecen a la
riantes notables: es d istin ta la forma del sistem a cosm ovisión m arx ista y otras a los planteam ientos
«colectivista centralizado» a través de los «planes pragm áticos, existen tales contravalores en la es­
económicos» y la form a yugoslava de autogestión o tru c tu ra del colectivism o que lo hacen inaceptable
de «colectivism o descentralizado». p a ra la conciencia cristiana, aunque ésta no pueda
- La técnica del colectivism o se encuentra no dejar de reconocer las aportaciones teóricas y p rác­
menos d esarrollada que en el régim en capitalista. ticas de este sistem a económ ico (una de las cuales
El sistem a económ ico colectivista, lo m ism o que es, sin duda, h ab er presentado un «frente a lte rn a ti­
el capitalism o, tra ta de apoyar y de ser apoyado por vo» al capitalism o).
un sistema ideológico correlativo, en el que prevale- . E ntre los contravalores que residen en la estru c­
cen los valores de la igualdad, de la to talidad, de la tu ra colectivista se destacan los siguientes:
justicia, etc. Es im posible entender o valorar el co­ - la total planificación de las necesidades eco­
lectivismo económ ico si no se tiene en cuenta la nóm icas ofende frontalm ente el respeto a la «indivi­
cosmovisión m arxista-com unista en que se ju stifi­ dualidad» del hom bre;
ca.
- la colectivización plena de los m edios de pro ­
ducción elim ina «ám bitos de libertad», necesarios
b) Valoración ética p ara la hum anización de individuos y de grupos;
Sobre el rechazo del colectivism o económ ico no - la concentración económ ica origina un E sta­
hace falta insistir, ya que es un elem ento p rofunda­ do «capitalista», con un poder excesivo en lo econó­
m ente incrustado en la conciencia m oral cristiana. m ico y en lo social y con una burocratización ago­
El principal enem igo de la encíclica Rerum nova- biante.
rum de León XIII es el «socialism o». Pío XI en la Ju an Pablo II ha hecho una crítica profunda al
Quadragesimo anno hace u n a im p o rtan te distinción sistem a económ ico colectivista en la encíclica Labo-
entre «socialismo» y «com unism o», de acuerdo con rem exercens: «Hay que tener presente que la sim ple
la ev o lución h is tó ric a del m o v im ie n to socio­ substracción de esos m edios de producción (el capi­
económico correspondiente. Pío XII se m anifiesta tal) de las m anos de sus propietarios privados no es
receloso ante las tendencias estatificadoras que suficiente p a ra socializarlos de m odo satisfactorio.
conducen a responsabilidades anónim as o colecti­ Los m edios de producción dejan de ser propiedad
vas. A Ju an XXIII, en la encíclica Mater et Magistra, de un determ inado grupo social, o sea, de p ro p ieta­
le «resulta e x trañ a la negación que algunos hacen rios privados, p a ra p a sar a ser propiedad de la so­
del carácter n a tu ra l del derecho de propiedad» (n. ciedad organizada, quedando som etidos a la ad m i­
112), aludiendo a la econom ía colectivista; en la nistración y al control directo de otro grupo de p er­
m ism a encíclica defiende en varias ocasiones el va­ sonas, es decir, de aquellas que, aunque no tengan
lor de la iniciativa privada, aunque no niega la in­ su propiedad, por m ás que ejerzan el poder dentro
tervención subsidiaria del E stado (MM 51-52; 151- de la sociedad, disponen de ellos a escala de la ente­
152). Pablo VI, al h a b la r de la planificación econó­ ra econom ía nacional, o bien de la econom ía local»
m ica, pide que en la program ación se tengan en (n. 14).
cuenta las iniciativas privadas y los cuerpos in ter­
medios: «evitarán así el riesgo de una colectiviza­
ción integral o de una planificación a rb itra ria que,
al negar la libertad, excluiría el ejercicio de los de­
rechos fundam entales de la persona hum ana» (PP

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 257


LECTURA COMPLEMENTARIA

Valoración del capitalismo y del colectivismo


propuesta por Juan Pablo II en:
- Encíclica Laborem exercens, n. 14.
- Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 20-21.

D. Para C O N FR O N TA R
Alternativa cristiana a la actual situación económica.

D. 1. ¿E xiste u n a a lte rn a tiv a económ ica


cristiana?
D. 2. D inám ica m oral del desarrollo econó­
mico.

D. 1. ¿Existe una alternativa económica del control del desarrollo económico, afirm a: «No
cristiana? se puede confiar el desarrollo ni al solo proceso casi
m ecánico de la acción económ ica de los individuos,
ni a la sola decisión de la au to rid ad pública. Por
a) Criterios iluminativos este m otivo hay que calificar de falsas tan to las doc­
La ética cristian a ad o p ta una p o stu ra igualm en­ trinas que se oponen a las reform as indispensables
te crítica ante la organización económ ica capitalis­ en nom bre de una falsa libertad, como las que sacri­
ta y ante los sistem as colectivistas. Es interesante fican los derechos fundam entales de la persona y de
an o tar cóm o el Concilio V aticano II em ite juicios de los grupos en aras de la organización colectiva de la
valor en una única e idéntica referencia a los dos producción» (GS 63).
sistem as económ icos. C onstata la im pregnación ¿Existe una salida cristiana? H an sido propues­
«de cierto esp íritu econom ista en casi toda la vida tas diversas fórm ulas. R ecordam os algunas de
personal y social tanto en las naciones de economía ellas. No es raro encontrar entre los com entaristas
colectivizada como en las otras» (GS 63). Al h a b la r de las encíclicas sociales la tendencia a esbozar un

258 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


«orden social cristiano» con las orientaciones del económicos h a de ser fundam entalm ente la siguien­
m agisterio. Calvez-Perrin, aunque reconocen que la te: po r un lado, h acer un perm anente discernim ien­
Iglesia no pretende tener ninguna com petencia res­ to ético de los fundam entos de todo sistem a econó­
pecto a la vertiente técnica de las cuestiones econó­ mico; y, por otro, seguir proponiendo los valores
micas, describen el ideal de un «proyecto social» m eta-económ icos que dan «sentido» y «significa­
cristiano de signo corporativista y asociacionista ción» hu m an a a la actividad económ ica. Los cris­
basado en los valores de la com unidad y de la res­ tianos y toda persona de buena voluntad h an de
ponsabilidad (J. Y. Calvez-J. Perrin, Iglesia y socie­ influir en la vida económ ica desde la perspectiva de
dad económica. Bilbao 1965, 517-523). E sta tenden­ los fines y de las significaciones globales de la exis­
cia, seguida po r b astantes autores, a proponer un tencia hum ana.
ideal de orden económ ico cristiano suele d ar por Teniendo po r delante esta orientación básica de
resultado la form ulación de un sistem a híbrido y la ética, hay que reconocer tam bién la validez de los
difícilm ente verificable. siguientes criterios:
Otros autores ad o p tan una solución todavía m ás - No todos los sistem as económicos son igual­
com prom etida: construyen un sistem a alternativo m ente m orales o inm orales. No podem os dejar de
a los m odelos cap italista y colectivista. Tal parece expresar la preferencia po r el sistem a de la «tercera
ser la p o stu ra de Utz (Entre neoliberalismo y neo- vía socialista» antes que por la econom ía colectivi­
marxismo. B arcelona 1977), quien, después de c riti­ zada, y po r el sistem a de una econom ía social de
car las bases de las «terceras vías» propuestas por m ercado antes que por el liberalism o económ ico.
el capitalism o (la econom ía social de m ercado) y
- No hay que negar im portancia ni d ejar de
por el colectivism o (la econom ía de m ercado p lan i­
propiciar todos aquellos «correctivos» que, in tro ­
ficada), propone com o solución una tercera vía b a­
ducidos en un sistem a estru ctu ralm en te injusto,
sada «en el pensam iento social personalista y cuyos
ayudan a convertir en m ás hu m an a la econom ía.
principios básicos los constituye el reconocim iento
del im perativo del bien com ún, de la p rio rid ad del - Tam poco conviene olvidar que no siem pre se
interés individual en el orden de la actividad, y de puede c am b iar de una m anera fácil la estru ctu ra
un orden de com petencia». Es justo reconocer, co­ económ ica; hay que a d m itir las reform as a corto y a
mo lo hace el m ism o Utz, que la solución propuesta m edio plazo, con tal de que se tenga claro y operan­
está del lado de «la organización social de la econo­ te el principio de transform ación e stru c tu ral cu an ­
m ía de m ercado, pero con prem isas filosóficas m uy do una situación económ ica es considerada rad ic al­
diferentes de las que hab itu alm en te utilizan para m ente injusta.
justificarse la econom ía de m ercado y la así llam a­ En la encíclica Sollicitudo rei socialis, Ju an Pa­
da organización social de la econom ía de m ercado». blo II ha declarado ab iertam ente que la doctrina
Por n u estra p arte, creem os que no corresponde a social de la Iglesia no es una tercera vía entre el
la ética - y m enos a la ética cristian a—proponer un capitalism o liberal y el colectivism o m arxista. He
m odelo económ ico concreto; la com petencia de la aquí su razonam iento:
ética está en el reino de los «fines» y no en el de la Com ienza por c o n sta tar que «la Iglesia no tiene
instrum entalización técnica de los m edios. Por otra soluciones técnicas que ofrecer al problem a del sub­
parte, no juzgam os oportuno que la ética se incline desarrollo en cuanto tal, como ya afirm ó el papa
positivam ente po r un sistem a económ ico determ i­ Pablo VI en su encíclica» (PP 13; 81). E n efecto, «no
nado, dadas las im perfecciones que actualm ente to­ propone sistem as o program as económ icos y p o líti­
dos poseen; sí puede y debe destacar negativam ente cos, ni m anifiesta preferencia po r unos o po r otros,
aquellos sistem as económ icos que contradicen en con tal que la dignidad del hom bre sea debidam en­
sus planteam ientos estru ctu rales los valores h u m a­ te respetada y prom ovida, y ella goce del espacio
nos: tal es el caso del capitalism o y del colectivis­ necesario p a ra ejercer su m inisterio en el m undo»
mo, según hem os señalado m ás arriba. (SRS 41).
La función de la ética con relación a los sistem as La razón de la intervención de la Iglesia en cues-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 259


tiones económ icas es de carácter m oral, buscando pitalism o —aun en sus form as m ás «socializantes»—
la realización de la persona hum ana. Por eso la Igle­ ni el colectivism o - a u n en sus variantes m ás «d<?--tre«
sia, «experta en hum anidad» (PP 13), «tiene una m ocráticas»—pueden realizar la utopía de una
p alab ra que decir, tan to hoy com o hace veinte años, nomía hum anizada y hum anizante, tal como la v is - h «•
así como en el futuro, sobre la n aturaleza, condicio­ lum bra la ética cristiana.
nes, exigencias y finalidades del verdadero desarro­ A p a rtir de esta opción básica, el ethos cristiánem elo
llo y sobre los obstáculos que se oponen a él» (SRS tiende a orientarse hacia los siguientes p o s tu lá d n o s o s
41). A fin de realizar adecuadam ente esa interven­ m orales:
ción en el cam po económico, a la que considera p a r­
te de su m isión evangelizadora, la Iglesia utiliza - La fuerza ética de los cristianos, a nivel d«_“ >«■
reflexión y a nivel testim onial, debiera ejercer s u m
como instrum ento su doctrina social» (SRS 41).
influencia dentro de la línea de alternativa a la so c ie — ■
Se sigue pues que «la doctrina social de la Igle­ dad cap italista y a la sociedad colectivista, s e g ú n i i
sia no es una ‘tercera vía’ entre el capitalism o libe­ las áreas culturales en las que se encuentren s itú a ------
ral y el colectivism o m arxista, y ni siquiera una dos.
posible altern ativ a a otras soluciones m enos con­ - Por lo que respecta a la relación con el capita-----
trapuestas radicalm ente, sino que tiene una catego­ lismo, los cristianos —en cuanto grupo hum ano y r v
ría propia. No es tam poco una ideología, sino la cui­ religioso- han de rom per h a sta la apariencia d e =
dadosa form ulación del resultado de u n a aten ta re­ connivencia y justificación respecto a un s is te m a x
flexión sobre las com plejas realidades de la vida del económico que, en expresión varias veces citad a d e *
hom bre en la sociedad y en el contexto internacio­ Pablo VI, «no trae la paz, no trae la justicia», y
nal, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su «continúa dividiendo a los hom bres en clases irre ­
objetivo principal es in te rp re ta r esas realidades, ductiblem ente enem igas». Como dice un a u to r s e r io
exam inando su conform idad o diferencia con lo que y ponderado: «No por ap u n tarse a la corriente d e
el evangelio enseña acerca del hom bre y su voca­ m oda; por profunda convicción, los cristianos ten e­
ción terrena y, a la vez, trascendente, p ara o rientar mos que rep u d iar el capitalism o com o sistem a v áli­
en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no do p ara el futuro. Bajo cualquier form a que a d o p te ,
pertenece al ám bito de la ideología, sino al de la si continúa siendo capitalism o, no debe ser a d m iti­
teología y especialm ente al de la teología m oral» do como fórm ula válida p ara el futuro que se q u ie re
(SRS 41). construir. Los cristianos nos vemos obligados a r e ­
chazar en el capitalism o su e stru c tu ra fundam en­
tal: la separación de los trab ajad o res respecto d e
b) Función de los cristianos los m edios de producción y la atribución ju ríd ica d e
éstos a un grupo de propietarios privados que red u ­
en el mundo de la economía cen a los trabajadores al régim en de salariado» (R.
A la luz de los criterios expuestos en el a p artad o Alberdi, Realización de la fe en la vida social: Corin­
anterior, ofrecem os en éste un conjunto de orien ta­ tios XIII, n. 3 [1977] 159).
ciones p a ra describir la función que ha de ejercer el - Concretando un poco m ás la orientación a n te ­
ethos cristiano en el ám bito de los sistem as econó­ rior, hay que pedir al ethos cristiano que rechace la
m icos. D ividim os las orientaciones en dos series: propiedad privada capitalista, colocándose de este
m ás «utópicas» unas, y m ás «realistas» las otras. modo en el program a de lucha proclam ado por Pa­
blo VI contra la «unilateralidad de la posesión de
• Actitudes utópicas los m edios de producción». E sta repulsa de la p ro ­
piedad privada cap italista es el m odo de ser cohe­
Las actitudes utópicas se colocan a nivel del rentes con la m ás genuina tradición p a trístic a y de
cam bio estru ctu ral. El ethos cristiano postula un com ulgar con los m ovim ientos ético-religiosos que
cam bio cualitativo, es decir, una revolución en el a lo largo de la h istoria quisieron ser genuinam ente
p lanteam iento e stru c tu ral de la econom ía. Ni el ca- «cristianos». Rechazo que no b ro ta de la pasión,

260 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


sino de la convicción: «Rechazam os la propiedad tan de ser coherentes con su ideal utópico en la p re­
privada c a p italista de los m edios de producción cariedad de las situaciones concretas. Por o tra p a r­
porque conduce derecham ente a la explotación del te, estas actitudes van transform ando la realidad
nom bre po r el hom bre y a la constitución de clases económ ica y haciendo hum anas las relaciones so­
sociales antagonistas; porque se opone objetiva­ ciales.
m ente a la construcción de u n a com unidad fra ter­ Indicam os a continuación algunos aspectos con­
nal entre los hom bres, aunque éstos no siem pre po­ cretos en los que puede tener funcionalidad el rea ­
sean una conciencia nítid a de su antagonism o» (R. lism o ético de los cristianos:
Alberdi, a. c., 159).
- Testimonio de una vida marcada por la justicia.
- Una econom ía h u m an a tiene que ser, en la El cristiano tiene que h acer con frecuencia un exa­
actualidad, una econom ía planificada. Pero lo que m en de conciencia y valo rar su com portam iento en
los cristianos han de p ed ir y realizar es u n a planifi­ el ám bito de la actividad económ ica. Es preciso h a ­
cación democrática. Para que realm ente sea «dem o­ cer cercana la p a la b ra y la realid ad de la «justicia»,
crática», la planificación «exige la presencia de to­ tan cercana que incida en los aspectos m ás concre­
dos los grupos sociales en la elaboración, ejecución tos de la vida personal. «H ablam os m ucho acerca
y control. Los distintos puntos de vista, las tensio­ de la justicia hoy: pero m ucho de ese h a b la r es so­
nes y conflictos exigen la presencia de organizacio­ bre ideas generales, sobre ju sticia social, ju sticia en
nes que representen los diversos intereses, aun en el el m undo y sociedad ju sta. Todo esto es im portante.
caso de la desaparición de las actuales form as de Pero hay un peligro en que podam os ver la justicia
explotación. La participación del pueblo en la vida esencialm ente com o algo p a ra que p rac tiq u e n
económ ica com o sujeto y protagonista requiere una otros, no nosotros. Podem os h a sta pensar en la ju s­
inform ación suficiente de los datos m ás im p o rtan ­ ticia como algo que alcanzar nosotros, no como a l­
tes; una presentación de las posibles variantes con go que d ar nosotros. Pero la ju sticia com ienza con­
los conflictos que im plican; un proyecto de vida ca­ migo y m is relaciones con otros. Justicia tiene que
paz de au n a r voluntades y prom over responsabili­ ver con mi trab ajo , m i negocio, m is relaciones co­
dades, venciendo las secuelas del individualism o m erciales, m i profesión, mi tipo de vida. Justicia es
consum ista» (R. Alberdi, a. c., 162). pagar un ju sto y exacto salario por un trabajo, h a ­
— En coherencia con algo esencial de su cosmo- cer un justo y honesto tra b a jo por el salario recibi­
visión, los cristianos han de situarse siem pre y en do. Justicia tiene que ver con com prar y vender.
toda po stu ra del lado de los oprimidos. E sta opción Tiene que ver con d a r em pleo a hom bres y m ujeres,
transform ará los criterios, los objetivos, los m edios o hacerlos innecesarios. Justicia es cum plir mi con­
y la estru ctu ra de la actividad económ ica. trato, pro m eter y en treg ar lo que he prom etido en el
Si el ethos cristiano se deja conform ar teórica y tiem po fijado. Ju sticia tiene que ver con los justos
prácticam ente por las actitudes señaladas, tendrá precios y los justos beneficios. E stá relacionada con
una funcionalidad revolucionaria en el terreno de la la honestidad y la sinceridad y el com portam iento
econom ía en orden a una creciente hum anización recto en el trabajo, en los negocios, el servicio públi­
de esta actividad. La p o stu ra que aquí se propicia co, la vida política» (Obispos irlandeses, E l trabajo
no puede ser acusada ni de «voluntarism o ético», ni por la justicia. M adrid 1977, 25-26).
de «acientificism o», ni de «ingenuidad», ni tam po­ - Revisión continua del estatuto jurídico de la
co de «deserción oportunista». Es sencillam ente la propiedad, del beneficio, de la imposición fiscal y de­
consecuencia coherente de la cosm ovisión desde la más instituciones económicas. El cristiano ha de pe­
cual p lan tean y viven su ethos los cristianos. • dir p a ra sí y p a ra los dem ás u n a perm anente revi­
sión de los ordenam ientos jurídicos en relación con
• Actitudes «realistas» las realidades económ icas, ya que la tentación de
«justificar» la injusticia acecha continuam ente a la
El ethos cristiano se despliega tam bién en acti­ sociedad, sobre todo a la sociedad dividida en cla­
tudes realistas. A través de ellas, los cristianos tra ­ ses.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 261


- La igualdad y la participación, «form as am bas te retrasadas. El Concilio V aticano II resaltó el te­
de la dignidad del hom bre y de su libertad» en el m a del desarrollo económ ico dedicándole tres im ­
m om ento actual, han de considerarse como los portantes núm eros del capítulo sobre la vida econó­
grandes objetivos a conseguir en las realizaciones mico-social de la constitución p astoral Gaudium el
concretas de la econom ía. El criterio de la igualdad spes (n. 64-66). Pablo VI hizo objeto de la encíclica
h ará que la econom ía se aleje de las «libertades m e­ Populorum progressio el tra tam ie n to sistem ático del
ram ente form ales» p a ra p lantearse dentro del cua­ tem a. Como conm em oración y hom enaje a este do­
dro de las libertades «reales» y de la equidad no cum ento de Pablo VI a los veinte años de su p ubli­
m anipulada. El criterio de la participación orienta­ cación, Juan Pablo II ha realizado una reflexión am ­
rá la actividad económ ica por form as de autoges­ plia y profunda en la encíclica Sollicitudo rei socia-
tión, con m odalidades y a niveles variados, y por lis, a fin de «subrayar, m ediante la ayuda de la in­
sistem as de planificación dem ocráticos. vestigación teológica sobre las realidades contem ­
- Al distanciarse del m odelo cap italista y del poráneas, la necesidad de u n a concepción m ás rica
sistem a colectivista, el ethos cristiano se siente y diferenciada del desarrollo» (n. 4).
atraído por una economía de signo socialista. Esta Teniendo en cuenta las orientaciones de los do­
atracción la han experim entado m uchos cristianos cum entos citados, señalam os algunas perspectivas
durante este siglo. Pío XI la hizo objeto de reflexión p ara c a p ta r la dinám ica m oral del desarrollo eco­
en la encíclica Quadragesimo anno, y Pablo VI en la nómico:
carta apostólica Octogésima adveniens constata que
«hoy día, los cristianos se sienten atraídos por las
corrientes socialistas y sus diversas evoluciones». a) Concepción «rica y diferenciada»
Es preciso hacer un análisis m inucioso de lo que se del desarrollo
encierra bajo el térm ino de «socialismo»; tam bién Se prefiere el térm ino «desarrollo» al de «pro­
conviene tener presentes las realizaciones h istóri­ greso», ya que éste a rra stra «connotaciones de tipo
cas, logros y fracasos, de los diversos m ovim ientos ilum inista» (SRS 27), es decir, está vinculado al in­
«socialistas». Por o tra parte, no es lícito entender genuo aunque prom eteico m ito de la Ilustración,
por «socialismo» la solución ju sta al problem a eco­ según el cual existe un progreso continuo y cuasi-
nóm ico y al conjunto de la vida hum ana, ya que autom ático. Por o tra p arte, al concepto de «desa­
«sem ejante identificación constituye un abuso y di­ rrollo» es preciso q uitarle todo reduccionism o «eco-
luye el concepto de socialism o que, a fuerza de que­ nom icista». Hoy «ha en trad o en crisis la m ism a
rer abarcarlo todo, no d iría absolutam ente nada» concepción 'económ ica' o ‘econom icista’ vinculada
(R. Alberdi, a. c., 160). Pero, con estas precisiones a la p alab ra desarrollo» (SRS 26).
por delante, el ethos cristiano se sentirá con m ayor
coherencia dentro de la aspiración de la lucha por El desarrollo es una categoría h u m an a integral.
los objetivos socialistas que por los falsos ideales Expresa la orientación cada vez «m ás hum ana»
del capitalism o y del colectivism o. (hum anizada y hum anizadora) de la existencia de
los hom bres. De ahí que «si el desarrollo tiene una
necesaria dim ensión económ ica, puesto que debe
D. 2. Dinámica moral procurar al m ayor núm ero posible de h abitantes
del desarrollo económico del m undo la disponibilidad de bienes indispensa­
bles p a ra ‘se r’, sin em bargo no se agota con esta
El tem a del desarrollo h a en trad o por la puerta dim ensión. E n cam bio, si se lim ita a ésta, el desa­
grande en el edificio de la doctrina social de la Igle­ rrollo se vuelve contra aquellos m ism os a quienes
sia y de la m oral económ ica. Inició el tratam ien to desea beneficiar. Las características de un desarro­
Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra (parte llo pleno, ‘m ás h u m an o ’, el cual -s in negar las nece­
III) concretándose al desarrollo económ ico de la sidades económ icas- procure esta r a la a ltu ra de la
agricultura, de las regiones deprim idas de un país, au téntica vocación del hom bre y de la m ujer, han
y de las naciones que se encuentran económ icam en­ sido descritas po r Pablo VI (PP 20-21)» (SRS 28).

262 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


b) El auténtico desarrollo d) Las implicaciones concretas
tiene una dimensión moral de la dimensión moral del desarrollo
Es «propio del desarrollo» un «carácter esencial Desde la dim ensión m oral del desarrollo se pue­
moral» (SRS 35). En efecto, el desarrollo del hom ­ de hacer una p ropuesta crítica y utópica p a ra el
bre y de la sociedad ha de resp etar y de prom over la m undo de la econom ía. Así lo h a hecho Ju an Pablo
persona h u m an a en todo su significado. E sta orien­ II en la encíclica Sollicitudo rei socialis. En ella ha
tación integral de signo «hum ano» es la que in tro ­ examinado la situación económ ica del presente, se­
duce en la rea lid a d del desarrollo la dim ensión m o­ ñalando «luces» y «som bras»; a éstas últim as las ha
ral. llam ado por el nom bre exacto desde el punto de
La p a rte V de la encíclica Sollicitudo rei socialis vista ético-teológico: «estructuras de pecado» (n.
(n. 35-40) está dedicada expresam ente a ju stificar y 36). T am bién h a propuesto soluciones, en las que se
a exponer la necesaria dim ensión m oral del desa­ realice la dim ensión m oral del desarrollo.
rrollo. La dim ensión m oral del desarrollo se concreta,
de form a preferente, en las relaciones económ icas
entre países desarrollados y países en vías de desa­
c) Las orientaciones axiológicas rrollo. Sobre estas relaciones h an hecho propuestas
de la dimensión moral del desarrollo claras tan to la encíclica Populorum progressio com o
Las leyes o normas reguladoras del desarrollo los Documentos de Puebla (n. 492) y la encíclica Sol­
económico pueden ser reducidas a las siguientes: licitudo rei socialis. Todas esas propuestas se resu­
m en en un m acroim perativo ético p a ra la hora pre­
- el desarrollo del hom bre, de todos los hom ­ sente: crear un nuevo orden económico internacio­
bres y de todo el hom bre, es la ley fundam ental del nal. D entro de ese nuevo orden económ ico hay que
desarrollo económ ico (GS 64; PP 34); atender a los siguientes aspectos:
- el hom bre debe ser el acto r y protagonista del «— la reform a del sistem a internacional de co­
desarrollo económ ico (GS 65; PP 33); m ercio, hipotecado por el proteccionism o y el cre­
- p ara que puedan realizarse los dos criterios ciente bilateralism o;
anteriores es necesario c re a r estru ctu ras dem ocrá­ - la reform a del sistem a m onetario y financiero
ticas de p articipación activa de todos en los proce­ m undial, reconocido hoy com o insuficiente;
sos de desarrollo económ ico (GS 65);
- la cuestión de los intercam bios de tecnologías
- el desarrollo económ ico ha de conllevar el de­ y de su uso adecuado;
sarrollo social: «el crecim iento económ ico depende,
en p rim er lugar, del progreso social» (PP 35) y hacia - la necesidad de una revisión de la estru ctu ra
él ha de orientarse; de las organizaciones internacionales existentes, en
el m arco de un orden jurídico internacional» (SRS
- p a ra h acer posible el desarrollo económ ico así 43).
entendido son necesarias reform as profundas (PP
22-42); Otros problem as actuales no son de m enor en ti­
dad. Por ejem plo, el de la deuda exterior, tem a sobre
- el desarrollo económ ico no es fin en sí, sino el cual recom endam os la siguiente Lectura comple­
m edio «necesario p a ra p e rm itir que el hom bre sea mentaria:
m ás hom bre» (PP 19).
Pontificia Comisión «Iustitia et Pax», Una consi­
deración ética de la deuda internacional: Ecclesia, n.
2305 (7.2.1987) 24-32.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 263


Unidad 9.a

Moral política

A. SINTESIS
Relación entre «política» y «ética».
B. Para AMPLIAR
Síntesis de moral política.
C. Para PROFUNDIZAR
Fuentes neotestamentarias de la moral política.
D. Para CONFRONTAR
Posiciones históricas ante el problema de la rela­
ción entre política y moral.
_________ GUIA__________
El objeto de esta Unidad es la exposición de la
relación entre política y moral. Después de constatar
las referencias que aparecen en el Nuevo Testamento
sobre la vida política, se analiza dicha relación me­
diante tres aproximaciones complementarias:
- en primer lugar, presentación de las posturas
históricas ante el problema;
- en segundo lugar, justificación de la necesaria
relación entre moral y política;
- en tercer lugar, sistematización del contenido de
la moral política desde la perspectiva cristiana.

266 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Relación entre «política» y «ética».

A. 1. Autonom ía de la política.
A. 2. La necesaria referencia de la política al
universo de la ética.

A. 1. Autonomía de la política entiende la política com o u n a rea lid a d secu lar y


autónom a.
La política se com pone de la doble vertiente de
realidad h u m an a y de ciencia. En cuanto realidad
hum ana, la política tiene una especial densidad de
contenido; es, al m ism o tiem po, acción y estru ctu ra
A. 2. La necesaria referencia de la política
o, m ejor dicho, es la relación dialéctica entre la li­ al universo de la ética
bertad y las m ediaciones objetivas del poder. Por lo Reconocer la autonom ía del co m p o rtam ien to y
que respecta a la acción, la política es una conjuga­ del saber políticos no supone negar su referencia al
ción de arte, de técnica y de saber. Las estructuras universo de la ética. Si las opciones p o líticas son
políticas, por su p arte, tienden a extender cada vez neutras m oralm ente dentro del ám b ito restrin g id o
m ás su ám bito de actuación. En cuanto ciencia, la de lo político, no lo son, sin em bargo, al q u e d a r
política pertenece al cuadro de los saberes positi­ situadas dentro del am plio horizonte de la re a liz a ­
vos; su e statu to científico se justifica po r el descu­ ción totalizante de lo hum ano.
brim iento de leyes positivas dentro del fenóm eno
de la politicidad. Son varias las orientaciones que se han seguido
p a ra descubrir y expresar la referencia de la p o líti­
E ntendida com o acción y como ciencia, la p o líti­ ca a la m oral. Recordam os algunas:
ca goza de plena autonom ía. Tiene sus leyes pro­
pias; no necesita justificarse por referencia a la m o­ La inserción de la política dentro de los cuadros
ral y m ucho m enos a la religión. de la actividad hum ana ha sido considerada com o la
raíz de la dim ensión m oral de la política. En cu a n to
La autonom ía de la política debe ser respetada actividad hum ana, la política adquiere toda la den­
por la m ism a m oral. E sta no puede e n tra r en el sidad propia de la persona: queda situ ad a d e n tro
cam po específico del saber político com o si fuese del universo de intencionalidades y de fines en los
predio de su dom inio. Las opciones políticas en que se realiza la persona. La política tiene la d e n si­
cuanto políticas son n eutras con relación a la m o­ dad de la intencionalidad y de la finalización. No
ral. pertenece exclusivam ente al reino de los m edios; se
El reconocim iento de la autonom ía de la p o líti­ introduce en la región de los fines. Al poner en juego
ca es un dato incuestionable p a ra el hom bre actual. el universo personal, la política no puede d e ja r de
Desde el R enacim iento, el hom bre occidental vive y tener una referencia a la ética en cuanto que é s ta es

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 267


la expresión del reino de los fines. La responsabili­ m ente debe tender una autén tica política. Alguno*
dad en la actividad política es la traducción subjeti­ como M aritain, sin d escartar el bien com ún Inu
va de la m oralización así entendida. subrayado el valor de la persona como catcgoit
E sta m anera de descubrir y de expresar la di­ justificadora de la m oral política.
m ensión ética de la política, a través de la conside­ Desde los presupuestos de la filosofía analílii
ración de ésta como actividad hum ana, ha sido u ti­ ha estudiado O ppenheim la ética política (Los pun
lizada con bastante frecuencia po r los autores cató­ cipios morales de la filosofía política. México 1971■•
licos y por quienes consideran la política como ac­ form ulada por los grandes exponentes del pen.s.i
ción hum ana responsable (ver J. Ruiz-Jim énez, La m iento político. Se tra ta de una aproxim ación nol.t
política, deber y derecho del hombre. M adrid 1958). blem ente original al estudio de la objetividad culi
En estrecha relación con el planteam iento an te­ ca de la ética política.
rior, o tra línea de reflexión se orienta por el cam ino Por últim o, conviene recordar la postura d*
de la axiología. Como dice Coste, «para un cristiano, aquellos que consideran la relación / función de I. ■*
es evidente que la política no puede ser hum ana si ética con respecto a la política desde la categoría d<
no está som etida a las reglas trascendentales de la la «problem aticidad». A ranguren ha calificado I. •
m oralidad» (R. Coste, Las comunidades políticas. dim ensión m oral de la política como una «constilu
Barcelona 1971, 67-68). La política está encuadrada tiva problem aticidad, vivida dram áticam ente» (.1
dentro del universo de valores que rigen la vida h u ­ L. L. A ranguren, Etica y Política. M adrid 19682, 65
m ana. Este encuadre le proporciona las pautas de 111). E sta com prensión dram ática «quiere decii
una au téntica realización. Por eso m ism o, no puede afirm ación de una com patibilidad ardua, s ie m p r o
existir conflicto objetivo entre valores éticos y au ­ cuestionable, siem pre problem ática, de lo ético y l o
téntica vida política. La llam ada «razón de Estado» político, fundada sobre una tensión de carácter m ás*
no tiene justificación objetiva, si se entiende como general: la de la vida moral como lucha moral, c o m o
la aceptación axiológica de la incom patibilidad en­ tarea inacabable y no como instalación, de una v e z
tre realización política y valores m orales. por todas, en un status de perfección» (o. c., 103 —
Tam bién se ha tra tad o de fu n d am en tar la refe­ 104). Para K. Axelos, la ética hunde sus raíces en l a
rencia de la política a la ética acudiendo a la finali­ política; «así, toda política genera una ética, p resu ­
dad justificadora de la com unidad política. Si el po­ poniéndose am bas, recíprocam ente» (Hacia una éti­
der político se justifica po r la obtención de un bien, ca problemática. M adrid 1972). Para este p e n sa d o r,
es la realización de este bien lo que necesariam ente «las im plicaciones entre la ética y la política n o
integra la ética y la política. Los tom istas han in tro ­ tienen ya que ser dem ostradas». La función de l a
ducido la reflexión por este cauce y han considera­ ética está en «problem atizar» la política.
do el bien com ún com o ese bien al que necesaria-

268 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. Para AM PLIA R
Síntesis de moral política.

B. 1. El contenido de la m oral política desde


la perspectiva cristiana.
B. 2. Dim ensión universal de la convivencia
socio-política (El «E stado Universal»).

B. 1. El contenido de la moral política Anótese que, p a ra referirse a la dim ensión p o líti­


desde la perspectiva cristiana ca, ya no se h ab la de «sociedad perfecta», sino de
una am pliación de la com unidad, de una «com uni­
dad m ás am plia». Hay que advertir, adem ás, la im ­
a) La comunidad política: plícita distinción entre «com unidad civil» y «com u­
exigencia necesaria para nidad política».
la realización humana Frente a los im pugnadores del orden político en
cuanto tal, el cristiano reconoce la necesidad de la
«Los hom bres, las fam ilias y los diversos grupos com unidad política.
que constituyen la com unidad civil son conscientes
de su propia insuficiencia p a ra lograr una vida ple­ - Cuáles sean los contornos o lím ites de la co­
nam ente h u m an a y perciben la necesidad de una m unidad política es cuestión som etida a las tra n s­
com unidad m ás am plia, en la cual todos conjuguen a form aciones de la hu m an id ad . El E stado m oderno
diario sus energías en orden a una m ejor p ro cu ra­ es una de esas form as históricas. Posiblem ente se
ción del bien com ún. Por ello form an com unidad halla destinado a desaparecer, pero su desaparición
política según tipos institucionales varios» (GS 74). no indica la desaparición de la com unidad política,
bajo otras form as.
- La com unidad política nace de la insuficien­
cia de la com unidad civil: ésta, si no se estru ctu ra A p a rtir de esta apreciación, hay que estim ar en
tam bién como com unidad política, no puede reali­ m ucho la aparición del E stado m oderno, com o un
zar «una vida plenam ente hum ana». Así, pues, la producto de m aduración hum ana, com o un hecho
necesidad de la com unidad política (no de las for­ cultural de im portancia; pero no hay que valorarlo
m as políticas que ha conocido históricam ente la como el fin de la evolución hu m an a (Hegel).
hum anidad) se funda en la im potencia de los gru­ — Pero, ¿qué es lo que tiene de característico y
pos inferiores, fam ilias y grupos sociales interm e­ peculiar la vida política p a ra que m ediante ella pue­
dios, p a ra alcan zar el bien com ún necesario en or­ dan los hom bres realizar u n a vida plenam ente hu­
den al pleno desarrollo de los individuos y de los m ana? He aquí la respuesta: En la vida política, los
grupos hum anos. hom bres no son sim plem ente productores de bienes

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 269


económicos, cuyo valor h ab ría de depender única­ nes pueden lograr con m ayor p lenitud y facilidad su
m ente de su capacidad de producción, sino que son propia perfección» (GS 74).
ciudadanos, reconocidos como tales por todos, y La exigencia de la com unidad política se halla
cuyos derechos fundam entales -lo s que pertenecen indicada por su finalidad, el bien com ún. Fuera de
al hom bre en cuanto ta l - se hallan protegidos. Ade­ este bien com ún, la com unidad política no encuen­
m ás, en la sociedad política, el hom bre escapa de tra sentido ni justificación, convirtiéndose en puro
los estrechos lím ites de su fam ilia, de su grupo, de instrum ento de dom inación de unos hom bres por
su clan, p ara e n tra r en una com unidad m ás vasta y, otros.
por consiguiente, m ás rica y m ás enriquecedora.
Sus obligaciones, sus responsabilidades, se vuel­
ven m ás am plias, porque ya no tienen que ver con c) Aspectos éticos
intereses particu lares o de grupo, sino con el bien de la autoridad política
com ún de la com unidad en su totalidad. La búsque­
da de un bien m ás vasto que el del individuo y el del La autoridad: exigencia de la com unidad política.
grupo ayuda al hom bre a volverse m ás plenam ente La consecución del bien com ún exige necesaria­
hom bre y, en consecuencia, a realizar una vida m ás m ente la existencia de una a u to rid ad que coordine
plenam ente hum ana. y haga converger hacia ese bien com ún los esfuer­
zos de las d istintas personas y de los diversos gru­
- Por eso tenem os que decir que la «politici-
pos. «A fin de que por la p lu ra lid a d de pareceres no
dad» o lo político es una dimensión antropológica;
perezca la com unidad política, es indispensable
es una dim ensión propia del hom bre, de todo hom ­
una au to rid ad que d irija la acción de todos hacia el
bre. Por eso m ism o se debe afirm ar que «la com uni­
bien com ún no m ecánica o despóticam ente, sino
dad política (y la a u to rid ad pública) se fundan en la
obrando principalm ente com o una fuerza m oral,
naturaleza h u m an a y, por lo m ism o, pertenecen al
que se basa en la lib ertad y en el sentido de respon­
orden previsto por Dios, aun cuando la d eterm in a­
sabilidad de cada uno» (GS 74).
ción del régim en político y la designación de los
gobernantes se dejen a la libre designación de los La au to rid ad es pues una fuerza inm anente de la
ciudadanos» (GS 74). com unidad política; es u n a exigencia interior, no
exterior. La función de la au to rid ad es la de unificar
El E stado es una institución establecida por
los esfuerzos tendentes hacia el bien com ún, y esto
Dios al crear la natu raleza h u m an a (cf. Rom 13, 1).
no de una m anera m ecánica, sino libre y responsa­
No depende ni dependió nunca del capricho del
blem ente. Solam ente entonces las personas, al so­
hom bre el organizarse o no en E stado o sociedad
m eterse a la autoridad, no quedan hum illadas, sino
(contrariam ente a la teoría del contrato social). El
liberadas.
E stado es u n a corporación orgánica y por n a tu ra le ­
za necesaria, sin la cual los hom bres no podrían - Origen de la autoridad. La au to rid ad está p re­
vivir juntos en paz y en orden, con ju sticia y prospe­ vista en el ordenam iento natu ral: «se funda en la
ridad, lo cual se aplica a todo el género hum ano, al naturaleza h u m an a y, por lo m ism o, pertenece al
menos después de la caída original. orden previsto por Dios». En docum entos pontifi­
cios anteriores se decía que la «autoridad proviene
de Dios». Solam ente en un plano ontológico se pue­
de decir que la a u to rid ad viene de Dios.
b) Legitimidad ética del poder político
La au to rid ad la tiene la com unidad en cuanto
«La com unidad política nace pues p a ra buscar tal; en este sentido, la a u to rid ad viene «de» la co­
el bien com ún, en el que encuentra su justificación m unidad. La dem ocracia, en cuanto visión profun­
plena y su sentido, y del que deriva su legitim idad da de la autoridad, es un postulado de la com uni­
prim igenia y propia. El bien com ún abarca el dad política. Pensar que Dios coloca directam ente a
conjunto de aquellas condiciones de vida social con determ inadas personas al frente del E stado, sería
las cuales los hom bres, las fam ilias y las asociacio­ contra la experiencia y contra la m anera general

270 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


con que Dios obra en el m undo, que es a través de bajo las órdenes del poder ejecutivo. El poder poli­
las causas segundas. cíaco vela por la paz in tern a y obra co n tra los ene
Las form as concretas de designación de los go­ migos internos del orden; el poder m ilita r está cu
bernantes se dejan a la libre elección de los ciuda­ cargado principalm ente de la defensa de los den
danos. «Ahora bien, del hecho de que la autoridad chos soberanos del E stado.
proviene de Dios no debe en m odo alguno deducir­ - Moral de gobernantes y súbditos. La m oral cris­
se que los hom bres no tengan derecho a elegir los tiana ha sistem atizado con p a rtic u la r interés los
gobernantes de la nación, establecer la form a de criterios y deberes éticos que h an de regir la vida de
gobierno y d eterm in ar los procedim ientos y los lí­ los gobernantes y de los súbditos en relación con el
m ites en el ejercicio de la au toridad. De aquí que la binom io a u to rid ad / obediencia.
doctrina que acabam os de exponer puede concillar­ El ejercicio de la autoridad adquiere legitim i­
se con cualquier clase de régim en auténticam ente dad ética si cum ple las siguientes condiciones;
dem ocrático» (PT 52). «La determ inación del régi­ cuando se ejerce dentro de los lím ites del orden m o­
m en político y la designación de los gobernantes se ral; en vistas a p ro cu ra r el bien com ún, concebido
dejan a la designación libre de los ciudadanos» (GS dinám icam ente, según el orden jurídico legítim a­
74). m ente establecido o por establecer. Al ejercicio le­
Se puede a d o p ta r cualquier form a de gobierno gítim o de la a u to rid ad corresponde la exigencia
(m onarquía, república), con tal que se salve el senti­ m oral de la obediencia: «es entonces cuando los
do dem ocrático fundam ental. Una tira n ía absoluta ciudadanos están obligados en conciencia a obede­
(en sentido clásico) y un E stado to ta litario (en senti­ cer» (GS 74).
do actual) son reprobables. Los pueblos m aduros Cuando el ejercicio de la autoridad no tiene legiti­
son los que pueden tener un régim en dem ocrático; m idad ética, los súbditos tienen el derecho y el de­
y el régim en dem ocrático hace m ad u ra r a los indi­ ber de resistencia. «Cuando la a u to rid ad pública,
viduos y a los grupos en su vida de responsabilidad rebasando su com petencia, oprim e a los ciudada­
política. nos, éstos no deben reh u ir las exigencias objetivas
- Equilibrio de poderes. «Las m odalidades con­ del bien com ún; les es lícito, sin em bargo, defender
cretas por las que la com unidad política organiza sus derechos y los de sus conciudadanos contra el
su estru ctu ra fundam ental y el equilibrio de los po­ abuso de tal au to rid ad , guardando los lím ites que
deres públicos pueden ser diferentes, según el genio señala la ley n a tu ra l y evangélica» (GS 74).
de cada pueblo y la m archa de su historia. Pero El Concilio V aticano II ha vuelto a recordar la
deben tender siem pre a form ar un tipo de hom bre doctrina de la resistencia a los abusos del poder,
culto, pacífico y benévolo respecto a los dem ás, p a­ doctrina que h ab ía pasado a segundo plano d u ran te
ra el provecho de toda la fam ilia hum ana» (GS 74). los últim os siglos; se la consideraba incluso con una
cierta suspicacia y se la juzgaba peligrosa. Los m o­
Desde M ontesquieu se ha im puesto la división ralistas prolongan el derecho a la resistencia h asta
trip a rtita del poder legislativo, ejecutivo y judicial. las concreciones de la legítim a revolución y el tira ­
De hecho, la división del poder es posible y desea­ nicidio. Pero sobre estos aspectos de la ética social,
ble. En los regím enes dem ocráticos se reserva al rem itim os al capítulo dedicado a la m oral de la vio­
parlam en to el poder legislativo; al gobierno, el eje­ lencia.
cutivo (junto con el derecho de p re s e n ta r los
proyectos de ley, al m enos cuando no son gobiernos
puram ente decorativos); el poder judicial adm inis­ d) Exigencias éticas
tra la justicia independientem ente del parlam ento de la participación política
y del gobierno, pero conform e a las leyes dictadas
por éstos. En el poder judicial se incluye necesaria­ La política debe ser obra de todos. Las exigen­
m ente el poder coercitivo, el cual requiere, p ara ser cias éticas de la partip ació n política pueden ser
eficaz, el poder policíaco, que está, sin em bargo, concretadas en los siguientes aspectos:

272 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- Derecho y deber de participar: «Es una exigen­ a sus diversiones o a sus negocios, a la vida privada,
cia cierta de la dignidad hum ana que los hom bres en sum a.
puedan con pleno derecho dedicarse a la vida públi­ A la vista de las tentaciones de la dem ocratiza­
ca». El Concilio recuerda el derecho y el deber de ción liberal de la existencia política, la ética presen­
votar (GS 75). ta la utopía de la igualdad como el ám bito m ás ade­
- Am plitud de esa participación: en el estableci­ cuado p a ra pensar y realizar la dem ocracia.
m iento de los fundam entos jurídicos de la com uni­ De este m odo, la «dem ocracia social» puede ser
dad política, en el gobierno de la cosa pública, en la la altern ativ a válida a la «dem ocracia liberal». Por
determ inación de los cam pos de acción y de los lí­ o tra parte, el «Estado de ju sticia social» es la utopía
m ites de las diferentes instituciones y en la elección ética p a ra las nuevas form as del E stado contem po­
de los gobernantes. ráneo, pensadas preferentem ente en clave de igual­
dad y no sólo de libertad.
- Efectividad jurídica: «Es perfectamente con­
forme con la natu raleza hu m an a que se constituyan
estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos B. 2. Dimensión universal de la convivencia
los ciudadanos, sin discrim inación alguna y con
perfección creciente, posibilidades efectivas de to ­
socio-política
m ar p arte libre y activam ente... Para que la coope­ (E l « E sta d o U n iv e r sa l» )
ración ciudadana responsable pueda lograr resu lta­ Queremos dejar constancia de la im portancia
dos felices en el curso diario de la vida pública, es que tiene la dim ensión universal en la convivencia
necesario un orden jurídico positivo que establezca social. El ám bito m ás am plio de la convivencia h u ­
la adecuada división de las funciones instituciona­ m ana es el que ofrece la com unidad universal. Los
les de la a u to rid ad política, así como tam bién la problem as del hom bre están planteados, en ú ltim a
protección eficaz e independiente de los derechos» instancia, a escala internacional. La «fam ilia hu­
(GS 75). m ana» es cada vez «m ás consciente en todo lugar
de su unidad» (GS 77).
Juzgam os necesario apoyar, desde la ética, la
e) La democratización y la utopía
a p e rtu ra de los hom bres a u n a convivencia cada vez
de la igualdad m ás universal. E sta es la finalidad del presente
La dem ocratización liberal se ha reducido m u­ apartado, con el que com pletam os la exposición del
chas veces a una realidad «formal», sin contenido contenido de la ética política.
concreto. De ahí que deba ser objeto de un esfuerzo
constante de lucidez hum ana. La democracia, como a) La tradición cristiana y la conciencia
form a institucionalizada de moralización del E sta­ universal de la humanidad
do, no es nada fácil de hacer durar. Requiere un
dispositivo técnico-jurídico del que se ocupó Mon- El cristianism o ha constituido, ju nto a otras
tesquieu y que ha de m antenerse siempre a punto. ideologías (piénsese, po r ejem plo, en el estoicismo),
Requiere el reconocim iento legal de unas libertades un factor de «universalización» de la conciencia hu ­
(de prensa y, en general, de expresión, de asocia­ m ana. El contenido nuclear de su m ensaje de salva­
ción, etc.). R equiere la existencia de unas m inorías ción y de esperanza apoya toda aspiración tendente
que den conciencia, ilustración y noción política a a crear la com unidad internacional. Por o tra parte,
las m asas. R equiere, en fin, la voluntad m oral de la los grandes pensadores cristianos han puesto de re­
dem ocracia. E sta voluntad se debilita y aun extin­ lieve las incidencias universalizadoras de la fe. Re­
gue con facilidad, porque al hom bre le cansa la pe­ cordam os a san Agustín, santo Tomás, Vitoria, Suá-
sada carga de la lib ertad política, y con frecuencia rez, Taparelli, etc.
hace entrega de ella a un jefe, a cambio del orden y
la seguridad, p a ra poder dedicarse tranquilam ente

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 273


b) Magisterio eclesiástico pecial todos los esfuerzos p o r hacer efectiva la nm
y convivencia universal dad del género hum ano. La «unidad de la natui ah
za hum ana», el principio de la «caridad universal ■
El reciente m agisterio eclesiástico ha m anifesta­ la existencia de un «derecho de gentes» y de un
do p a rticu la r atención y preocupación por la di­ «bien com ún internacional», la creencia en una «es
m ensión universal de los problem as hum anos: la peranza escatológica» com ún: son otros tantos as
paz, el desarrollo, la justicia, etc. Desde Ju an XXIII pectos de la fe y de la teología cristianas que em
hasta Juan Pablo II, pasando por el Concilio V atica­ pujan a los creyentes a la edificación de una convi
no II y el Sínodo de los Obispos, el m agisterio ecle­ vencía universal en la paz y en la justicia.
siástico tiene presente continuam ente el horizonte
universal de la convivencia hum ana. Aunque la vida internacional ha interesado m m
poco a la teología m oral p ostridentina, la m oral ai
tual se preocupa por colm ar esa laguna. La ética
c) Orientación general de la llamada cristiana postula la creación y la funcionalidad de
«moral internacional» esa «societas gentium » o «desiderativa asociación
La cosm ovisión c ristian a apoya de un m odo es­ entre las diversas naciones de la tierra».

C. Para PR O FU N D IZAR
Fuentes neotestam entarias de la moral política.

C. 1. A ctitud de Jesús ante la política.


C. 2. Referencias de las prim itivas com uni­
dades cristian as en relación con la política.

C. 1. Actitud de Jesús ante la política nocemos a través de los escritos en que la prim itiva
com unidad cristian a plasm ó la fe y el recuerdo de
Como otros aspectos de la actuación y de la en­ Jesús de N azaret. A través de esta m ediación es co­
señanza de Jesús, su p o stu ra an te la política la co­ mo podem os d escubrir la postura personal y las refe-

274 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


rendas doctrinales de Jesús en relación con la políti­ de los zelotes la fracción de los «sicarios» (hom bres
ca. de cuchillo) que tenían un program a m ás político.
La resistencia frente a los ocupantes rom anos
era, en tiem pos de Jesús, el problem a por excelen­
a) Postura personal de Jesús cia de Palestina, problem a a la vez religioso y p o líti­
Con frecuencia, la personalidad histórica de Je­ co (cf. Hch 21,38; 5, 34). Todo judío tenía que tom ar
sús ha sido vista a través de los intereses prevalen- forzosam ente posiciones an te aquel problem a.
tes de cada época; se le h a considerado com o un ¿Fue Jesús un zelote? Se h an dado razones p ara
m aestro, un m oralista, un hom bre religioso, un ini­ la respuesta positiva: a) la condena a m uerte de
ciador filosófico. Hoy día existe la tendencia a verle Jesús por zelote; b) la predicación: «El reino de
como un revolucionario o un reform ador social. Dios está cerca»; c) su positiva crítica ante Herodes,
Ante esta tendencia de tra sla d a r nuestros intere­ a quien llam a «zorro» (Le 13, 32); d) la ironía con
ses sobre la figura de Jesús, se im pone un estudio que h ab la de los soberanos (Le 22, 25); e) el hecho
serio y realista p a ra colocarle dentro del m arco his­ de que quieran hacerle rey (Jn 6, 15); f) la presencia
tórico de su tiem po y descubrir así su peculiar m o­ de zelotes entre los doce (Sim ón; quizá Judas, el
do de enfrentarse con su situación histórica. «sicario»); g) actos de la vida de Jesús interpretados
como actuaciones propias de un zelote: purificación
La que podem os llam ar «postura política» de
del tem plo, e n tra d a en Jerusalén, presencia de a r­
Jesús debe deducirse de los siguientes análisis de la
m as en G etsem aní, etc.
situación histórica:
En contra de estos detalles, hay otros que incli­
- La situación política del judaism o de la época.
nan la balanza a considerar a Jesús como opuesto al
La nación judía había perdido su independencia;
grupo de los zelotes: a) las p alab ras contra la vio­
poseía, sin em bargo, una cierta autonom ía dentro
lencia (Mt 5, 39s.); b) entre los doce se encuentra un
del m arco del E stado rom ano. Persistía el ideal teo­
publicano (Me 2, 15; Mt 9, 10); c) la a c titu d ante el
crático, según el cual la com unidad religiosa era
capitán de Cafarnaún.
coincidente con la com unidad política: los fariseos
lo m antenían com o «ideal», los zelotes lo hacían ¿Qué decir? «Los p artid ario s de am bas tesis,
objeto de su labor subversiva. Al m ism o tiem po h a­ que solam ente tienen en cuenta una de las dos se­
bía grupos (los saduceos) que acatab an el dom inio ries de textos, com eten un erro r inicial, grávido en
rom ano; los saduceos eran los colaboracionistas de consecuencias p a ra nuestro problem a. P arten «a
aquel tiem po. priori» de que la po stu ra de Jesús ha de ser forzosa­
m ente sim ple: o bien fue un revolucionario, o bien
¿Cuál fue la actitu d de Jesús? No hem os de en­
fue un defensor de las instituciones existentes. No
tenderla d entro de los cuadros de la m ism a dialécti­
se tom a en cuenta p ara n ad a la posibilidad de que,
ca: teocracia-E stado rom ano. Jesús se libera de este
sin caer en contradicción, la a ctitu d de Jesús res­
planteam iento. De este m odo supera el p lan te a ­
pecto a las instituciones de este m undo tuviera que
m iento teocrático (está en contra de la identifica­
ser com pleja, ya que su fundajnento se encuentra
ción del ideal religioso con el ideal político) y el
fuera de las realidades de este m undo» (O. Cull-
planteam iento colaboracionista (está en contra de
m ann, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Ma­
la indiferencia religiosa de los saduceos).
drid 1971, 24-25).
- El m ovim iento de los zelotes. El p artid o zelote
(de la p a la b ra griega «zelos» = celo) form aba el ala
extrem a del grupo antirom ano de oposición. Fun­ b) Referencias doctrinales
dado por Ju d as el Galileo el año seis de la era cris­
tiana, asp irab a a que en Israel sólo Yahvé fuera el Jesús tiene una a ctitu d realista en su enseñanza.
rey, se negaba a pag ar el trib u to al César y p re p a ra ­ No es un exaltado desprovisto de sentido de la reali­
ba la guerra santa. Desembocó en la sublevación dad. Se echa de ver, en p rim e r lugar, en las com pa­
del 66 al 70. Se puede destacar dentro de este grupo raciones tom adas de la vida real: de la guerra (Le

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 275


14, 31 s); de la adm inistración (Le 16, 1-7); de la tam poco se debe a la consideración de que los podtf*
ju sticia (Le 18, 1-5). Estas com paraciones no son res de este m undo son satánicos (cf. una falsa ínter1
ciertam ente m odelos m orales, propuestos por Jesús pretación de Le 4, 6). La razón de la a ctitu d de JeNÚI
p a ra d ar directrices en relación con la paz o la gue­ es de orden religioso. Jesús rehúsa intervenir diret*
rra, la vida social o la adm inistración de la justicia. tam ente en el trasto rn ad o engranaje de este m undo
Pero nos ponen de m anifiesto su sentido realista. por razón del cará c te r propio de su m isión, por ser
En relación con la situación política real, ¿cuál fiel a ella. Su frecuente expresión «yo he venido»
fue su enseñanza? «Si Jesús ha visto las injustas cubre el sentido de su m isión: p a ra lla m a r a Ion
condiciones sociales y políticas de su tiem po, ¿no se pecadores (Me 2,1 7 par.); p a ra salvar a los extravia
escandalizó de ellas e intentó rem ediarlas? ¿Ha ex­ dos (Le 19, 10); p a ra en treg ar su vida como reden
puesto Jesús, p aralelam ente a su ética individual, ción (Me 10, 45 par.; Jn 3, 16; 10, 10; 12, 46).
o tra ética social, la cual a nosotros se nos antoja Pero ¿significa esto que el m ensaje m oral de Je­
sobrem anera im portante? Según los textos del NT, sús no está en relación con la vida de la sociedad,
debe responderse negativam ente, por lo m enos en con la ética social, o con las condiciones de la vida
el sentido de una ética social directa. Es una grotes­ m undana? «Esto sería un erro r peligroso y de las
ca incom prensión considerar a Jesús, por sus p a la ­ peores consecuencias. Jesús no quería, en modo al­
bras contra los ricos, com o un revolucionario so­ guno, sep arar del m undo a sus discípulos e in citar­
cial; po r su exigencia de renuncia a legítim os dere­ les, a la m anera de los esenios, a alejarse de su pue­
chos, como un nuevo ordenador social (Tolstoi); por blo y co n stitu ir com unidades cerradas, regidas por
su precepto del am or al prójim o, com o un com unis­ un severo código m oral. Incluso tam poco quería
ta; por la predicación del am or a los enem igos, co­ que, dentro de la com unidad social en la que vivían,
mo un pacifista, en el sentido político de la palabra; form asen grupos cerrados que, por m edio de una
por sus ataques contra los doctores de la ley, como elevada piedad, del am or fraterno y de la pureza
un enem igo de la ciencia y de la c u ltu ra. Todos es­ m oral, se preparasen al advenim iento del reino fu­
tos unilateralism os m undanos no pueden apelar a tu ro de Dios. Jesús envía a sus discípulos en m edio
Jesús, ya que todos ellos desconocen el objetivo p ri­ del m undo (Mt 10, 16) y les encom ienda la tarea de
m ordial de Jesús en todas estas m anifestaciones. an unciar el evangelio, p rim eram en te a Israel (Mt
Este objetivo es de orden estrictam ente m oral y 10, 5-6) y después a todos los pueblos (Mt 24, 14
religioso. Jesús no se ha dejado com prom eter en par.; 28, 19)» (R. Schnackenburg, o. c., 94).
m odo a lg u n o en las ‘c u e stio n e s m u n d a n a s ’» Las referencias de Jesús en relación con la vida
(R. Schnackenburg, E l testim onio moral del Nuevo política pueden sintetizarse del siguiente modo:
Testamento. M adrid 1965, 91).
- Visiones realistas: a) las autoridades judías o
E sta afirm ación descansa en la m ism a enseñan­ paganas se opondrán al m ensaje evangélico (Mt 10,
za de Jesús y en ciertas alusiones de los evangelios: 17-18); b) «Sabéis que quienes pretenden regir so­
a) pasaje del pleito de la herencia (una petición ple­ bre los pueblos, los oprim en y los grandes entre
nam ente justificada respecto de un rabino) (Le 2, ellos los tra ta n despóticam ente» (Me 10, 42): estas
13s); b) pasaje de las tentaciones (tentación del me- palabras expresan no un juicio esencial sobre las
sianism o político y ávido de poder) (Mt 4, 2-10; Le instituciones tem porales, sino un juicio experim en­
4, 3-12); c) «Mi reino no es de este m undo» (Jn 18, tal.
36); d) se opone al deseo de hacerle rey (Jn 6, 14) y a - En la cuestión acerca del tributo al César (Me
las proposiciones de Pedro de a p a rta rle del dolor 12, 13-17 par.) no ha rehusado Jesús ad o p tar una
(Mt 12, 22s). «decisión política». La ha despojado, sin em bargo,
No se debe esto a u n a indiferencia de Jesús fren­ de todo carácter sensacionalista. En esta cuestión
te a las realidades de este m undo; ni se debe a una del trib u to -p u n to de negación por p arte de los ze-
consideración pesim ista (el m undo está totalm ente lotes y de los fariseos, aunque po r d istintas razo­
corrom pido); ni se debe a la opinión de que el reino n es-, Jesús decide claram ente que se debe pag ar el
de Dios está cerca y no m erece la pena luchar; ni tributo. Pero añade por su propia cuenta una según-

276 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


da frase que, d ad a su colocación, destaca sobre todo La po stu ra de Jesús frente al E stado (en concre­
lo dem ás: «y restitu id a Dios lo que es de Dios». to, frente al E stado rom ano) puede resum irse del
¿Cómo se h a de entender la relación entre las dos siguiente modo:
partes de la sentencia? «Si se tiene en cuenta el - El E stado es una realid ad dentro de la exis­
tenor general de la predicación de Jesús, las concep­ tencia actual. Pero no puede absolutizarse (totali­
ciones del judaism o de entonces y la interpretación zarse). El discípulo de C risto debe d a r al E stado lo
de las p alab ras de Jesús en la Iglesia prim itiva, pue­ que necesita p a ra su realización como elem ento de
de quizá deducirse m ás concretam ente lo siguiente: la condición presente, pero debe oponerse a él cu an ­
a) Jesús no confiere al César la aureola de una au to ­ do exige lo que sólo es de Dios.
ridad ‘po r la gracia de Dios’. Si no, no podría con­
traponer, com o lo hizo, César y Dios, b) En su ám b i­ - Jesús está de acuerdo con los zelotes en reco­
to, el E stado, incluso pagano, tiene su valor y senti­ nocer que lo prin cip al es el reino de Dios; pero está
do: sus ordenaciones sirven al bien com ún (ejemplo en desacuerdo con ellos cuando rechazan la existen­
del uso com ercial de las m onedas), c) Al colocar la cia del E stado com o institución profana (y necesa­
obediencia a Dios sobre la obediencia al Estado, ria en la actual situación) y proclam an la guerra
establece Jesús ciertas lim itaciones a la autoridad santa p a ra in sta u ra r el reino teocrático. Si los zelo­
del Estado. El E stado no puede a te n ta r contra los tes realizan su ideal, hacen aparecer un E stado to­
derechos de Dios, p ro h ib ir su culto u oponerse a sus talitario m ucho m ás peligroso aún. No se puede h a ­
preceptos, d) Jesús no acentúa la lim itación y cad u ­ cer un E stado político a p a rtir de la com unidad de
cidad del E stado, ni se m ofa de ella. Pero da a en­ aquellos que predican el reino de Dios.
tender su dependencia de la voluntad y del poder de
Dios» (R. Schnackenburg, o. c., 98).
- La respuesta a Pilato («No tendrías ninguna po­ C. 2. Referencias de las primitivas
testad sobre mí, si no se te hubiera concedido de lo comunidades cristianas
alto»: Jn 19, 11) no tra ta de fu n d am en tar en Dios la en relación con la política
au to rid ad estatal. Más bien, indica que los aconte­
cim ientos de la m uerte de Jesús se insertan en la Las p rim itivas com unidades cristianas no dis­
historia de salvación: Jesús obedece porque recono­ pusieron de u n a d octrina sistem ática sobre el m un­
ce ahí la voluntad de Dios. do político. La enseñanza neo testam en taria está si­
tu ad a a un nivel de dependencia de la diversidad de
- La actitud de Jesús ante Heredes (Le 13, 31-32) situaciones concretas. De ahí que nos encontrem os
dem uestra su lib ertad ante cualquier realidad polí­ con series de declaraciones que pueden aparecer
tica. contradictorias entre sí.
Jesús no da enseñanzas concretas sobre cuestio­ Es necesario m an ten er esa tensión, propia de la
nes candentes en la actualidad: la licitud de la gue­ doctrina cristian a acerca del orden político. No se
rra, la licitud del servicio m ilitar, etc. Los defenso­ puede exponer el pensam iento de las prim itivas co­
res y contrarios de estas posturas h an acudido a las m unidades cristianas a p a rtir de un solo texto, sino
palabras de Jesús; pero las referencias textuales no de todos los textos entendidos u n ita ria y h a sta d ia­
dirim en la cuestión. Le toca a la com unidad c ristia­ lécticam ente.
na aplicar la enseñanza ético-religiosa de Jesús a Con lo dicho no querem os m enospreciar la ense­
las circunstancias y situaciones concretas. Esto fue ñanza del Nuevo T estam ento sobre el orden p o líti­
lo que hizo la p rim itiv a com unidad cristiana en al­ co. Estas afirm aciones ocasionales contienen ap re­
gunos casos, según verem os a continuación. ciaciones fundam entales. Esa es la profundidad que
A p a rtir de cuanto hem os dicho sobre la postura necesitam os d escubrir en los diversos pasajes del
y sobre la enseñanza de Jesús acerca de la realidad Nuevo T estam ento sobre la relación del cristiano
política, ¿qué idea general nos debem os form ar de con el E stado, con las autoridades y, en general, con
Jesús en este orden? la realidad política. He aquí los pasajes principales:

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 277


a) La situación de los misioneros Pablo ordena a los cristianos de Corinto q u e im
ante las autoridades lleven sus diferencias ante los tribunales del Esta
do.
— Los apóstoles ante las autoridades judías (Hch
A p a rtir de estos pasajes podem os e n te n d e r l.i
4, 5-22; 5, 17-40): a la prohibición de predicar, con­
posición de Pablo: el E stado no es en sí algo divino
testa Pedro que es necesario obedecer antes a Dios
Pero recibe una cierta dignidad por esta r todavía
que a los hom bres.
dentro del orden querido por Dios. Por consiguien
Los apóstoles se enfrentan con la a u to rid ad teo­ te, tam bién p a ra Pablo es válido: al cristiano le vie
crática de su pueblo. Esteban se atrevió incluso a ne im puesta po r el evangelio u n a actitu d c rític a an
e n ta b lar aguda polém ica sobre este punto (Hch 7, te el Estado; pero tiene que d a r al E stado lo que sea
51-53). necesario p a ra su existencia. H a de a d m itir el E sta
- Los m isioneros ante las autoridades paganas do como institución. Pablo no h ab la d irectam ente
(rom anas): se advierte una tendencia a destacar la de la pretensión de to ta lid a d del E stado, que pide
lealtad de los m isioneros frente a las autoridades y p a ra sí lo que es de Dios. Pero no cabe duda que no
la corrección de éstas en relación con aquéllos: en hubiera perm itido a los cristianos obedecer al E s ta ­
Filipo (Hch 16, 19-24); en Tesalónica (Hch 17, 17); do, si éste pide lo que es de Dios. Todo lo que sa b e ­
en Corinto (Hch 18, 13-17); en Efeso (Hch 19, 31); en mos de su vida lo dem uestra.
el proceso de Pablo (Hch 21, 31; 22, 24-25; 24, 5; 27, D entro de la m ism a orientación de Rom 13, 1-7
43; 28, 16.30-31). En general, los funcionarios se encontram os otros pasajes neo testam entarios: 1 Pe
com portan de m anera correcta (sin em bargo, no es 2, 13-16; Tit 3, 1-38; 1 Tim 2, 1-3. Se tra ta de ex h o r­
silenciada la venalidad del procurador Félix: Hch taciones a la reverencia y a la obediencia a la a u to ­
25, 12.17-21.25). ridad estatal, por la que hay que elevar preces. En
t
estos pasajes tenem os un lugar com ún de la p a ré n e ­
sis de la Iglesia prim itiva.
b) Doctrina paulina
En Pablo encontram os dos pasajes de distin ta c) Testimonios del Apocalipsis
intención y de diferente im portancia:
- Rom 13, 1-7: «Todos han de esta r som etidos a En la enseñanza de este libro, la p o stu ra c ristia ­
las potestades que tengan autoridad». na es com pletam ente diferente. T am bién es diferen­
te la postura del Estado: se tra ta de un E stado to ta ­
A pesar de su experiencia con las autoridades litario (donde se dan las apoteosis de los em p erad o ­
rom anas, Pablo exhorta a los cristianos, por razo­ res). Toda divinización del que m anda es una b la s­
nes de conciencia, a la obediencia a la autoridad
fem ia ante Dios (cf. Hch 12, 19-23). Las persecucio­
civil. Pero hem os de in te rp re ta r bien estas palabras.
nes de los cristianos, bajo Dom iciano, cuya som bra
De pocos textos del Nuevo T estam ento se han am enazadora fue el m otivo principal de la com posi­
hecho tan to s abusos como de éste. Pablo condena el ción del Apocalipsis, tuvieron su causa en la a d o ra ­
rechazo, po r principio, de la existencia del Estado. ción exigida al em perador (cf. Ap 13,4.15; 14,9.11;
Para él, el E stado tiene u n a función y un sentido en 16, 2; 19, 20).
esta situación actual, con tal de que no se extralim i­
En el c. 13 del Apocalipsis se atribuye no a Dios,
te en sus actuaciones. Pablo no tra ta del com porta­
sino a S atanás, el origen de la a u to rid ad del E stado
m iento del cristiano an te un poder injusto, tiránico que abusa de su poder de una m anera injuriosa con­
o enemigo de Dios; dirige, m ás bien, su m irad a rea­ tra Dios. El E stado que se diviniza a sí m ism o, el
lísticam ente a las autoridades constituidas; las
soberano que sobrepasa sus lím ites de com petencia
idealiza tal vez un poco, e im pone el deber de obe­
y pisotea el honor de Dios son instrum entos de S a­
diencia en relación con sus legítim as disposiciones.
tanás.
— 1 Cor 6 ,ls: Relación del cristiano con una ins­
titución estatal, la ad m inistración de la justicia.

278 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


d) Síntesis dialéctica lante. Es decir: perm anecer, por principio, crítica
ante todo E stado y prevenirle de la transgresión de
«La doctrina neo testam en taria sobre el Estado sus lím ites.
puede resum irse en tres pasajes: Me 12, 13-17; Rom
13, 1-7; Ap 13. La intim ación de Jesús («restituid al - Debe negar al E stado que tra sp a sa sus lím ites
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios») lo que éste pide de ella en el terreno de la tran sg re­
está en el punto de intersección de las dos líneas, sión religioso-ideológica, y debe calificar esta tra n s­
una de las cuales converge hacia Dios, la o tra hacia gresión, valerosam ente, com o co n traria a la divini­
Satanás: Rom 13 y Ap 13 no son dos im ágenes in­ dad.
conciliables, sino el anverso y el reverso de una m is­ La Iglesia cum plirá este com etido si perm anece
ma m oneda, que ya desde el com ienzo tiene su va­ fiel a la posición escatológica fundam ental del N ue­
lor fijo en la concepción histórico-soteriológica del vo Testam ento. Se podría m o strar cómo la Iglesia,
Nuevo T estam ento, o si querem os v ariar la imagen: en el transcurso de la historia, ha tom ado una a c ti­
aquella m oneda conserva su valor, m ientras Dios la tud equivocada ante el E stado siem pre que ha olvi­
acepta en pago; pero se convierte en falsa m oneda dado que el tiem po presente es ya cum plim iento,
diabólica, tan pronto como la im agen del soberano, pero aún no consum ación. Entonces aparecen las
grabada en ella, se transform a en ídolo de u n a po­ soluciones extraviadas que nos encontram os, de vez
tencia hostil que pretende destro n ar a Dios» (R. en cuando, en la historia: o bien la Iglesia in ten ta
Schnackenburg, o. c., 200). colocarse en el lugar del E stado, o bien el E stado es
E sta concepción c ristian a del E stado radica en aceptado sim plem ente —sin p lanteam iento de pro ­
la com prensión neo testam en taria de la escatología: blem as y sin c rític a - en todo lo que hace. Aunque la
tiem po que se espera (escatología de futuro) y tiem ­ a ctitu d de la Iglesia es en cada uno de los dos casos
po que ya ha com enzado (escatología realizada). radicalm ente opuesta, se tra ta am bas veces del m is­
Por eso el Nuevo T estam ento no afirm a ni niega el mo error: ab an d o n ar la concepción del tiem po final
m undo. Existe un dualism o cristiano, pero no de del Nuevo Testam ento. E sta concepción es precisa­
tipo helénico: es, m ás bien, u n a p o stu ra dialéctica, m ente la condición previa p a ra un convivir pacífico
que en relación con la política ha sido form ulada y fructuoso entre Iglesia y E stado. Por parte del Es­
acertadam ente del siguiente modo: tado, el presupuesto no es que sea necesariam ente
«El com etido que se deriva p a ra la Iglesia de cristiano, sino que sepa dónde están sus límites; y
todos los tiem pos ante el E stado es, según esto, cla­ esto puede hacerlo, com o hem os oído en la ca rta a
ro: los Rom anos. En segundo lugar, el E stado ha de
esforzarse en entender la ac titu d de sus súbditos
- Debe d a r realm ente al E stado todo lo que sea cristianos tan to como pueda. A este respecto, la
necesario p a ra su existencia. Debe co m b atir todo cruz de Jesús debe ser p a ra él señal de aviso» (O.
anarquism o y todo zelotism o dentro de sus filas. C ullm ann, E l Estado en el Nuevo Testamento, 105-
- Debe cu m p lir an te el E stado la función vigi­ 106).

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 279


D. Para C O N FR O N TA R
Posiciones históricas ante el problema de la relación entre política y moral.

Las principales posturas que se han adoptado que se refiere al político en el poder, y la de Las
ante el problem a de la relación entre política y m o­ manos sucias de S artre, en relación con el político
ral pueden ser clasificadas en tres grupos: el inte- en la oposición clandestina; 2) la repulsa anarquis
grismo ético, según el cual ética y política son dos ta, que nace de la absoluta desconfianza ante toda
realidades radicalm ente opuestas y, al tener que form a de poder («ni Dios ni amo») y que conduce a
elegir una de ellas, la elección ha de recaer en la buscar la solución de los problem as de la clase
ética; el realismo político, según el cual, en el caso obrera en la actuación directa de los afectados; 3) la
de oposición entre m oral y política, la elección debe repulsa marxista (del m arxism o ortodoxo), según la
recaer en política con sacrificio de los principios cual las estru ctu ras políticas pertenecen a la etapa
éticos; la síntesis, siem pre dram ática y provisional, alienada de la hum anidad, sup raestru ctu ras que
entre las dos realidades. desaparecerán necesariam ente en la etapa final en
El integrism o ético conduce al rechazo de la po­ la que la sociedad civil encontrará su perfecta iden­
lítica por razones m orales; el realism o político pro­ tificación; 4) la repulsa teológica (de algunas co­
picia la exaltación de la política con el consiguiente rrientes protestantes), según la cual el cristiano vi­
rechazo de la m oral, y la opción por la síntesis con­ ve el em peño m oral político como un «no puedes,
lleva el intento de m oralizar la política, m oraliza­ pero debes».
ción que ad o p ta diversos cauces y procedim ientos
(cf. J. J. L. A ranguren, Etica y política. M adrid b) Rechazo de la moral '
19682, 63-111). por «realismo político»
El «realism o político» coincide con el «integris­
a) Rechazo de la política mo m oral» en una cosa: en que ética y política son
por «integrismo moral» irreconciliables. Pero se distinguen en la tom a de
La política h a sido considerada con frecuencia postura: m ientras que el integrism o m oral opta por
com o el lugar de cita de la hipocresía, la m entira, el la ética, el realism o político prefiere sacrificar los
engaño y dem ás vicios contrarios a la lim pia ejecu­ principios m orales en bien de los intereses políti­
to ria del hom bre m oral. Más aún, la política en sí cos.
m ism a ha sido vista como realidad con traria a la Los «realistas» y los «realism os» abundan en la
ética y, consiguientem ente, como un asunto inm o­ historia de la acción y de la doctrina políticas. El
ral. teórico m ás notable del «realism o político» es Ma-
E ntre las posturas que, por m otivos de integri­ quiavelo. Otros p ropugnarán la autonom ía total de
dad m oral, rechazan la política se destacan las cua­ la política y considerarán la acción política como
tro siguientes: 1) la repulsa burguesa, que nace de la norm a de sí m ism a, exigiendo la elim inación de
reducción in d ividualista y farisaica de la m oral y cualquier referencia a la m oral. Hegel llegará a
que conduce a considerar y a hacer de la política un identificar el ser y el deber ser en la categoría del
«juego sucio» en el cual los políticos han de claudi­ «Estado ético». La «razón de Estado» será la concre­
car inevitablem ente de sus principios éticos (recor­ ción norm ativa del realism o político.
d a r la d ram atizació n de Antígona de Anouilh, por lo No escapan de los presupuestos y de las conclu-

280 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Mimes del realism o político la m ayor p a rte de los cipación popular; la ley com o form a configurada
mu ¡úlogos y cultivadores de la ciencia política (We- del Estado; etc.); 4) m oralización del «tacitism o» de
lnT, Pareto, Mosca). La pretensión de una ciencia los siglos XVI y XVII: el tacitism o e n tra en diálogo
|mi llica regida únicam ente por leyes estrictam ente con M aquiavelo y acepta su p lanteam iento realista
¡Ocnicas, es decir, éticam ente neutrales, debe consi­ de la política, pero cree superarlo haciendo ver, por
derarse como u n a form a m ás de realism o político, una parte, el valor, políticam ente útil, de la virtud,
en el que en tran por igual «la virtu d m aquiavélica, su función pragm ática: la verdadera razón o conve­
tu 'razón de E stad o ’». niencia de E stado necesita im prescindiblem ente de
la virtud m oral, como nos enseña la histo ria a tra ­
vés del fracaso político de los príncipes m aquiavéli­
c) Síntesis entre ética y política cos. Los gobernantes malos son siem pre, en definiti­
va, malos gobernantes»; 5) m oralización burguesa y
mediante la «moralización
farisaica, consistente «en la ‘acom odación’ de la
de la política» conciencia m oral, es decir, en com ponérselas ca­
Son m uchos los intentos que se han hecho p ara suísticam ente p a ra que el com portam iento elegido
conciliar la política con la ética. Recordem os, entre satisfaga, a la vez, a la exigencia ética y a la in stan ­
otras, las siguientes form as de síntesis entre p o líti­ cia política. En efecto, con ‘m anga a n c h a ’ y una
ca y m oral: 1) m oralización del «Príncipe», p a rtien ­ cierta mauvaise foi, siem pre se puede llegar a un
do de la base de que, m oralizando el sujeto princi­ ‘com prom iso’ tra n q u iliza d o r de la conciencia» (J.
pal del poder, todo el sistem a político queda m ora­ L. L. A ranguren, o. c., 68).
lizado; 2) m oralización de la política m ediante el Creemos que la po stu ra autén tica es la de sínte­
control de la religión; 3) m oralización de las estruc- sis entre ética y política. El m odo concreto de en­
luras políticas m ediante sistem as de autocontrol de tender esa integración lo hem os expuesto al co­
las m ism as e stru ctu ras (división de poderes; p a rti­ m ienzo de esta Unidad.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 281


Unidad 10.a

Bienes culturales
y ética cristiana

A. SINTESIS
Criterios para la realización del bien humano de la
cultura, según el Concilio Vaticano II.
B. Para AMPLIAR
Ambitos culturales y ética cristiana.
C. Para PROFUNDIZAR
Etica de los medios de comunicación social.
D. Para CONFRONTAR
Nuevas sensibilidades éticas.
» GUIA_________
La cultura, junto con la economía y la política,
constituye uno de los ámbitos sociales más decisivos
para construir una sociedad nueva de acuerdo con el
plan de salvación. En esta Unidad se analizan las exi­
gencias morales que surgen en el ámbito socio-
cultural:
- la realización correcta del bien de la cultura;
- la dimensión moral de la educación, de la activi­
dad científico-técnica y de la producción artística;
- las exigencias éticas en los medios de comunica­
ción social;
- la referencia a las nuevas sensibilidades éticas
concretadas en la calidad de vida y en la ecología.
Todo este conjunto de temas constituyen un autén­
tico tratado de moral de la cultura.

284 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Criterios para la realización del bien humano de la cultura, según el Concilio Vaticano II.

A. 1. Acceso de todos a la cultura.


A. 2. La cultura: subordinada a la perfección
integral del hom bre.
A. 3. N ecesaria «criticidad» de la cultura.
A. 4. L ibertad y autonom ía en la creación
cultural.

A. 1. A cceso d e to d o s lo s h o m b re s Los bienes de la cu ltu ra son tan esenciales a la


a la c u l t u r a (GS 60) vida hum ana com o los bienes económ icos. La cu ltu ­
ra no es una su p erestru ctu ra de lujo, un ocio inútil o
- R econocim iento del «derecho de todos a la escandaloso. Es un com ponente esencial de la vida
cultura, exigido por la dignidad de la persona, sin hum ana. Por eso existe un derecho fundam ental de
distinción de raza, sexo, nacionalidad, religión o la persona al acceso a la cultura.
condición social».
A p a rtir de estos criterios, es necesario rep lan ­
- Efectividad de este derecho, m ediante «nor­ tear m uchas m aneras de entender y de realizar la
m as fundam entales». «Uno de los deberes m ás pro­ cu ltu ra en el m undo de hoy.
pios de n u estra época, sobre todo de los cristianos,
es el de tra b a ja r con ahínco p a ra que tan to en la
econom ía com o en la política, así en el cam po n a­ A. 2. L a c u ltu r a : s u b o r d in a d a
cional como en el internacional, se den las norm as a la p e rfe c c ió n in te g r a l d e l h o m b re
fundam entales p a ra que se reconozca en todas p a r­
tes y se haga efectivo el derecho de todos a la cu ltu ­ No basta con que el cam ino de la cu ltu ra esté
ra». De hecho, «hoy día es posible lib e rar a m uchísi­ abierto a todos. Es necesario que «la cu ltu ra esté
mos hom bres de la m iseria, de la ignorancia». subordinada a la perfección integral de la persona
- Cuatro aplicaciones inm ediatas de este dere­ hum ana, al bien de la com unidad y de la sociedad
cho: 1) co m b atir el analfabetism o (cultura básica); hum ana entera» (GS 59).
2) acceso a los estudios superiores (igualdad de - D ificultad de la situación actual: 1) especiali-,
oportunidades); 3) m ejora de las condiciones de vi­ zación deshum anizada; 2) crecim iento de las varias
da y de tra b a jo (despertar el pfán por la cultura); y disciplinas y ram as del saber. «Hoy día es m ás difí­
4) reconocim iento de la p articipación de la m ujer cil que antes sin tetizar las varias disciplinas y ra ­
en los diversos sectores de la vida cultural. m as del saber».

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 285


- Necesidad de una cu ltu ra integral: 1) salvar la m edios privilegiados p a ra alcanzar cotas cada ve/
persona integral; 2) tener síntesis posibles; 3) senti­ m ás elevadas en el proceso de liberación hum ana,
do final: el hom bre.
— «Por lo cual es preciso cultivar el espíritu de
tal m anera que se prom ueva la capacidad de adm i­ A. 4. L ib e r ta d y a u to n o m ía
ración, de intuición, de contem plación y de form ar­ e n la c re a c ió n c u ltu r a l (G S 59)
se un juicio personal, así como el poder cultivar el La ética exige la lib ertad necesaria en el desa­
sentido religioso, m oral y social» (GS 59). rrollo de la cultura, así como una legítim a autono­
m ía en su orden.
A. 3. N e c e s a ria « c ritic id a d » d e la c u ltu r a - La cu ltu ra, aunque no es un valor «absoluto»
(«debe estar subordinada a la perfección integral de
Es un dato constatable el que la cu ltu ra tiende a la persona hum ana, al bien de la com unidad y de la
reproducir el sistem a en el que nace y en el que sociedad h u m an a entera»), necesita «una ju sta li­
sobrevive. Las form as culturales de cada época b ertad p a ra desarrollarse y una legítim a autonom ía
tienden a reflejar los diversos centros de interés que en el o b rar según sus propios principios».
la van configurando.
- Consiguientem ente: 1) hay que reconocer a to­
Frente a esta propensión «m anipuladora» e do hom bre el derecho a que, «salvados el orden m o­
«ideologizadora» de la cu ltu ra a favor del poder ral y la com ún utilidad, pueda investigar librem en­
(político, económico, religioso, etc.) surge la necesi­ te la verdad y m anifestar y propagar su opinión, lo
dad de una cultura crítica. Solam ente con esta for­ m ism o que p rac tic a r cualquier ocupación; y, por
m a de cu ltu ra se puede proclam ar con eficacia que últim o, que se le inform e verazm ente acerca de los
la sociedad precisa radicales transform aciones y sucesos públicos»; 2) la a u to rid ad pública no puede
que se necesita un nuevo tipo de hom bre. d eterm in ar el carácter propio de cada cultura, sino
De este m odo, el frente cultural aparece como fom entarlo «aun dentro de las m inorías de alguna
decisivo en la transform ación estru ctu ral de la so­ nación»; 3) el poder público o económ ico no pueden
ciedad. U nida con otros frentes, sobre todo con el instru m en talizar la cu ltu ra p a ra provecho de sus
económico y el político, la cu ltu ra es uno de los finalidades de poder.

286 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. Para AM PLIA R
Ambitos culturales y ética cristiana.

B. 1. Am bito educativo: opción ética por la


educación liberadora.
B. 2. A ctividad científico-técnica: su dim en­
sión ética.
B. 3. Arte: valoración m oral de la expresión
artística.

B . 1. A m b ito e d u c a tiv o : m anas a condiciones m ás h u m an a s’ (PP), teniendo


o p c ió n é tic a p o r en cuenta que el hom bre es el responsable y ‘el a rtí­
la e d u c a c ió n lib e r a d o r a fice principal de su éxito o de su fracaso’ (PP 15).
Para ello, la educación en todos sus niveles debe
Adm itido, respetado y prom ovido el justo p lu ra ­ llegar a ser creadora, pues h a de a n tic ip a r el nuevo
lism o de proyectos educativos, existen algunos va­
tipo de sociedad que buscam os en Am érica Latina;
lores éticos que han de ser asum idos por todo debe b asar sus esfuerzos en la personalización de
proyecto educativo. Los resum im os en la opción las nuevas generaciones, profundizando la concien­
por la educación liberadora, opción que se convier­ cia de su dignidad hum ana, favoreciendo su libre
te así en el denom inador com ún y en el criterio de
autodeterm inación y prom oviendo su sentido co­
discernim iento ético de todos los proyectos de edu­
m unitario.
cación.
La concepción, la form ulación y la realización Debe ser abierta al diálogo, p a ra enriquecerse
de todo proyecto educativo h an de tener como m eta con los valores que la juventud intuye y descubre
la educación liberadora. El docum ento 4 de M edellín como valederos p a ra el futuro, y así prom over la
expresa de un m odo claro y sintético el significado y com prensión de los jóvenes entre sí y con los adul­
las im plicaciones de la opción por la educación li­ tos. Esto p e rm itirá a los jóvenes recoger 'lo m ejor
beradora: «N uestra reflexión sobre este panoram a del ejem plo y de las enseñanzas de sus padres y
nos conduce a proponer una visión de educación m aestros y form ar la sociedad del m a ñ a n a ’ (Men­
m ás conform e con el desarrollo integral que pro­ saje del Concilio a los jóvenes).
pugnam os p a ra nuestro continente; la llam aríam os La educación, adem ás, debe afirm ar, con since­
la ‘educación lib e rad o ra ’; esto es, la que convierte ro aprecio, las peculiaridades locales y nacionales e
al educando en sujeto de su propio desarrollo. La integrarlas en la u n id ad pluralista del continente y
educación es efectivam ente el m edio clave p a ra li­ del m undo. Debe, finalm ente, cap acitar a las nue­
b erar a los pueblos de toda servidum bre y p a ra h a ­ vas generaciones p a ra el cam bio permanente y orgá­
cerlos ascender ‘de condiciones de vida m enos h u ­ nico que im plica el desarrollo.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 287


E sta es la educación liberadora que América La­ B . 2. A c tiv id a d c ie n tíñ c o - té c n ic a :
tina necesita p a ra redim irse de las servidum bres s u d im e n s ió n é tic a
injustas y, antes que nada, del egoísm o de nosotros
m ism os. E sta es la educación que reclam a nuestro
desarrollo integral». a) Sensibilidad de la Iglesia actual
La opción por la educación liberadora puede ser
ante el mundo de la ciencia
considerada como una au téntica a ltern ativ a «éti­ De entre las voces que se alzan p a ra expresar la
ca» (no altern ativ a p u ram en te técnica) a todos los necesidad de la ética en la ciencia sobresale, por su
sistem as educativos existentes. Se apoya en una ge- valía m oral, la del p a p a Ju an Pablo II. En im por­
nuina visión hu m an a y cristiana de la persona y de tantes intervenciones doctrinales ha esbozado un
la sociedad, propicia una acción educativa coheren­ program a ético p a ra la actividad científico-técnica
te con esa visión (acción educativa: hum anizante, de nuestro tiem po:
abierta, personalizante, p luralista, concienciadora,
renovadora, crítica, anticipadora, dialogal) y con­ Discurso en la Unesco (2.6.80): Ecclesia n. 1.986
duce a la liberación integral de los hom bres y de los (14.6.1980) 16-22; Discurso a los representantes de la
grupos (sobre todo de los sectores m ás pobres y ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Uni­
m arginados). versidad de las Naciones (H iroshim a, 25.2.1981), en
Viaje apostólico al Extremo Oriente. M adrid 1981,
La opción por la educación liberadora corres­ 231-240; Alocución a la Pontificia Academia de Cien­
ponde a lo que el Sínodo de los Obispos de 1971 cias (3.10.81): Ecclesia n. 2.051 (31.10.1981) 8-9;
llam ó «Educación p a ra la justicia». Exhorta el cita­ Discurso a los profesores y estudiantes en la Catedral
do sínodo a «que el m étodo educativo deba ser tal, de Colonia (15.11.81), en Viaje pastoral a Alemania.
que enseñe a los hom bres a conducir la vida en su M adrid 1981, 22-34; Discurso en el Consejo Europeo
realidad global y según los principios evangélicos para la Investigación Nuclear (CERN): La Documen-
de la m oral personal y social, que se exprese en un tation C atholique 79 (1982) 658-660; Discurso a los
testim onio cristiano vital». Tal m étodo educativo universitarios y a los hombres de la cultura, de la in­
contrasta con el actualm ente vigente: «El m étodo vestigación y el pensamiento en la Universidad Com­
educativo, todavía vigente m uchas veces en nues­ plutense de Madrid (3.11.82), en Juan Pablo II en E s­
tros tiem pos, fom enta un cerrado individualism o. paña. Texto com pleto de todos los discursos. M a­
Una parte de la fam ilia h u m an a vive como sum ergi­ d rid 1982, 67-74; Discurso al Sim posio internacional
da en una m entalidad que exalta la posesión. La de física (Rom a, 18.12.82): La D ocum entation Ca­
escuela y los m edios de com unicación, obstaculiza­
tholique 80 (1983) 191-192.
dos frecuentem ente por el orden establecido, per­
m iten form ar el hom bre que el m ism o orden desea, En este program a ético de Ju an Pablo II en rela­
es decir, un hom bre a su im agen; no un hom bre ción con la actividad científico-técnica sobresalen
nuevo, sino la reproducción de un hom bre tal cual». las siguientes exigencias:
El Docum ento de Puebla (1979) se sitú a en idénti­ - N ecesidad de arm onizar «ciencia y concien­
ca perspectiva al proponer los «principios y crite­ cia»: «Creo que el gran desafío que p lan te a al hom ­
rios» de la educación h um anizadora (n. 1.204- bre de hoy el estado tan avanzado de sus conoci­
1.038). m ientos es precisam ente éste: arm onizar los valo­
res de la ciencia y de la tecnología con los valores de
la conciencia».
- Esa arm onización se logrará proclam ando la
LECTURA COMPLEMENTARIA presencia operante de los valores m orales en la h u ­
i ¡

m anidad: «la hu m an id ad debe volver su rostro a la


Sínodo de los Obispos 1971, La justicia en el mun­ m oral» y, aceptando la p rio rid ad de la ética sobre
do, III, 2: La educación para la justicia. la técnica, «es necesario convencerse de la p rio ri­
dad de la ética sobre la técnica, de la prim acía de la

288 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


persona sobre las cosas, de la superioridad del espí­ b) Función de la ética en la actividad
ritu sobre la m ateria». científico-técnica
- La acción de la ética en el cam po científico
tiene un objetivo claro: h acer que «los resultados de La función de la ética en la actividad científico-
la ciencia, tan m aravillosos en sí m ism os, no se técnica ha de concretarse en: 1) la proposición de
vuelvan nunca contra el hom bre al nivel de la tec­ un ideal o criterio norm ativo, que oriente el conjun­
nología, sino que sean em pleados únicam ente para to del proceso científico; 2) la indicación de u n ca­
el bien de la hum anidad». m ino que haga posible la prosecución continua del
ideal propuesto; 3) el discernim iento de aq uella es­
Este program a ético será viable si la com unidad trategia que haga efectivo, en la coyuntura de la
científica escucha y acepta la llam ad a a la respon­ situación presente, el funcionam iento del cam ino
sabilidad. El Concilio V aticano II lo expresó sin téti­ hacia la m eta ideal.
cam ente y con talan te op tim ista al h a b la r del valor
de la actividad hum ana: «Cuanto m ás se acrecienta
el poder del hom bre, m ás am plia es su responsabili­ • E l ideal o criterio normativo
dad individual y colectiva» (GS 34). Juan Pablo II
¿Qué ideal o criterio norm ativo hay que asignar
desarrolló en E spaña esa afirm ación sintética m e­
y debe tener la actividad científico-técnica? Para
diante un discurso de honda patética m oral: «En
objetivar en u n a fórm ula concreta el ideal ético de
nuestros días, la ciencia p lan tea problem as a otro
nivel. La ciencia y la técnica derivada de ella han la ciencia se pueden a d o p ta r diversas expresiones.
La m ás am p lia podría ser ésta: la ciencia tiene co­
provocado profundos cam bios en la sociedad, en las
instituciones y tam bién en el com portam iento de mo criterio norm ativo conducir hacia ad elante la
los hom bres. Las cu ltu ras tradicionales h an sido av entura hum ana; su com etido es hacer pro g resar o
evolucionar la h istoria de los seres racionales.
trasto rn ad as po r las nuevas form as de com unica­
ción social, de producción, de experim entación, de Pero este criterio así form ulado puede ser in te r­
explotación de la n atu raleza y de planificación de pretado indebidam ente. Con una com prensión evo­
las sociedades. Ante ello, la ciencia h a de sen tir en lucionista extrem a e ideológica, el criterio en uncia­
adelante una responsabilidad m ucho m ayor. El fu­ do puede llegar a ju stificar actividades científico-
turo de la h u m an id ad depende de ello. ¡Hom bres y técnicas guiadas po r el afán de dom inar y p o r el
m ujeres que representáis la ciencia y la cultura: deseo de im poner la ley del m ás fuerte. No escapan
vuestro poder m oral es enorme! Vosotros podéis a esta tentación determ inados planteam ientos cien­
conseguir que el sector científico sirva ante todo a tíficos vinculados excesivam ente al juego arrogante
la cu ltu ra del hom bre y que jam ás se p ervierta y del poder.
utilice p a ra su destrucción. Es un escándalo de De ahí que sea necesario m atizar el criterio de la
nuestro tiem po que m uchos investigadores estén evolución hu m an a orientándolo po r los cauces n o r­
dedicados a perfeccionar nuevas arm as p a ra la gue­ m ativos de la hum anización. El ideal ético de la
rra, que un día p odrían dem ostrarse fatales. Hay actividad científico-técnica consiste en p ro p iciar el
que d esp ertar las conciencias. V uestra responsabili­ dinam ism o siem pre creciente de h um anización
dad y posibilidades de influjo en la opinión pública dentro de la h istoria hum ana.
son inm ensas. ¡Hacedlas servir p a ra la causa de la La categoría ética de «hum anización» consti­
paz y del verdadero progreso del hom bre! ¡Cuántas tuye un lugar com ún de la teoría ética cuando ésta
m aravillas p odría llevar a cabo nuestro m undo si tra ta de n o rm atizar situaciones concretas. E sta fór­
los m ejores talentos y los investigadores se dieran m ula, fraguada con diversos elem entos tan to del
la m ano p a ra explorar las vías del desarrollo de hum anism o occidental como de la concepción cris­
todos los hom bres y de todas las regiones de la tie­ tia n a de la vida, es la am pliación del c riterio ético
rra» (Juan Pablo I I en España. M adrid 1982, 71-72). form ulado por Pablo VI en relación con el desarro ­
llo económico: «prom over a todos los hom bres y a
todo el hom bre» (PP 14).

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 289


El ideal norm ativo de la hum anización se con­ ciencia en el m ism o m om ento en que acaecía —acae­
creta p a ra la actividad científico-técnica en la c e - el proceso científico-técnico.
orientación positiva hacia el objetivo de la vida, El em botam iento de los m ecanism os de alerta
neutralizando todo posible desvío hacia la produc­ en la m ism a actividad científico-técnica im pide su
ción de muerte. Propiciar vida, más vida y mejor vi­ auténtica m oralización. El «no saber lo que se h a ­
da: ése es el ideal norm ativo de la actividad científi­ ce» es una fácil y, po r desgracia, m uy utilizada
co-técnica. El ideal ético de la ciencia es su orienta­ coartada contra la ética. Se dio en los oscuros años
ción biófila, alejándose de las connotaciones necró- del nazism o y puede darse continuam ente en m u­
filas. chas actividades científico-técnicas. Pero este tipo
La vida, en cuanto objetivo de la actividad cien­ de «no saber» pertenece a lo que en la m oral tra d i­
tífico-técnica, tiene en la actualidad tres nom bres cional se denom inaba «ignorancia afectada».
que son otros tantos cauces del dinam ism o hum ani- La lúcida aceptación de las dosis de responsabi­
zador: lidad inherentes a la actividad científico-técnica
- la lib ertad (y no la opresión); tiene como sujeto receptor al científico. Pero no se
ha de pensar en el científico aislado e individualiza­
- el b ienestar económ ico (y no la pobreza); do. Solam ente es éticam ente eficaz la responsabili­
- la paz (y no la guerra). zación que tiene com o lugar de epifanía la com uni­
En la propiciación y consolidación de estos tres dad científica. Llegam os así a uno de los puntos
ám bitos de vida —la libertad, el bienestar económ i­ m ás im portantes de la teoría ética sobre la ciencia.
co, la p a z - se resuelve la dim ensión ética de la cien­ Si el cauce de m oralización es la responsabiliza­
cia. Si la ciencia produce opresión, pobreza y gue­ ción, ésta se verifica en la com unidad científica.
rra, se sitúa en la inm oralidad de la necrofilia. Si el desarrollo científico-técnico se organiza en
relación a un determ inado «modelo», esto no acae­
ce por una tom a de po stu ra idealista, sino porque se
• Los cauces de moralización configuran «cuadros» de tecnocientíficos corres­
Los cauces que hacen posible la m oralización pondientes a aquel «m odelo». La responsabilidad
del ideal dentro de las condiciones reales de la acti­ de la actividad científico-técnica es vehiculada a
vidad científico-técnica se reducen al funciona­ través de la com unidad científica, organizada en
m iento efectivo de los procesos de responsabiliza- «cuadros tecnocientíficos». Estos cuadros son el al­
ción. Si esta afirm ación es válida p a ra todo el m a, la clave, los inspiradores del desarrollo. Por eso
conjunto de la ética, lo es de modo especial p ara la la ética de la ciencia es una ética de corresponsabi­
ética de la ciencia. lidad.
Para que exista y funcione la ética de la ciencia, Para alcanzar esa m adurez ética es preciso ele­
se precisa desvelar en la actividad científico-técnica var la concienciación del tecnocientífico en cuanto
las instancias de im plicación hu m an a y suscitar en integrante de la com unidad científica. Para ello es
los científicos am plios niveles de concienciación. im prescindible elevar el nivel de participación en
U nicam ente a través de estos cauces de conciencia­ todo el circuito de la actividad científico-técnica.
ción y de responsabilización puede p en etrar la m o­ Solam ente así se logrará el a priori ético de la com u­
ralid ad en la actividad científico-técnica. nicabilidad entre sujetos iguales y racionales.
Es interesante co n statar lo que se podría llam ar • Discernimiento ético de las estrategias
la experiencia de la concienciación/responsabiliza-
ción a posteriori, es decir, desde los efectos desastro­ La p rim era estrategia se refiere a la relación de
sos que produce o puede producir la ciencia. El la actividad científico-técnica con el poder. Es evi­
«arrepentim iento» y la «conversión» de algunos dente que la ciencia de siem pre, pero sobre todo la
científicos cualificados pone de relieve la im p o rtan ­ actual, genera poder: un poder subjetivo (del tecno­
cia que hubiera tenido —que tie n e - la tom a de con­ científico), en form a de prestigio de clase, etc.; y un

290 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Íioder objetivo (de la actividad en cuanto tal), en
orm a de producto valioso y poderoso. Tam bién es
B . 3. A rte : v a lo ra c ió n m o ra l
d e la e x p re s ió n a r tís tic a
evidente que, en térm inos generales, el poder de la
ciencia está apropiado desde el com ienzo h a sta el La relación entre belleza y m oral suele concre­
final por otro poder m ás am plio de signo ideológi- tarse de un m odo prevalente en la valoración ética
co-político-económico. «Desde el episodio de Arquí- de la expresión artística. El Concilio V aticano II for­
medes y la flota rom ana, sabem os que el científico m uló el principio que ha de reg ir «las relaciones
puede ayudar, en cuanto científico, sea a un lado que m edian entre los derechos del a rte y las norm as
sea a otro. No en vano los m ism os que lo em plean de la ley m oral». Afirma lo siguiente: «Como no
sospechan de él. El caso de O ppenheim er está aún ra ra vez las crecientes controversias sobre este te­
fresco en n uestra m em oria» (M. Bunge, Etica y cien­ m a tienen su origen en falsas doctrinas sobre la é ti­
cia. Buenos Aires, 21972, 48). ca y la estética, el Concilio declara que la prim acía
La segunda estrategia es la que pretende discer­ absoluta del orden m oral objetivo debe ser resp eta­
nir éticam ente la relación entre ciencia y sociedad. da por todos, puesto que es el único que supera y
La actividad científico-técnica surge en una deter­ congruentem ente ordena todos los dem ás órdenes
m inada configuración social y funciona en una de­ de las realidades hum anas, po r dignos que sean, sin
term inada vida social. La función de la ética en la excluir el arte. Pues es el orden m oral el único que
ciencia no puede olvidar ni m inusvalorar esta in ter­ abarca, en toda su n atu raleza, al hom bre, c riatu ra
relación. ¿Qué opciones hay que adoptar? racional de Dios y llam ado a lo eterno, y solam ente
él, si es observado con en tera fidelidad, conduce al
Sin a lu d ir a aspectos concretos, cuya exposición hom bre al logro de la perfección y de la bienaventu­
precisaría análisis m ás detallados, hay que pedir a ranza» (IM 6).
la com unidad científica una inequívoca opción por
los valores ético-sociales de la libertad, la igualdad,
la tolerancia, la búsqueda de la verdad, etc. En a) El ethos del artista
cuanto com unidad específica dentro de la conviven­
cia social, los tecno-científicos deben a p o rta r a ese (Moral del momento subjetivo
gran a priori ético de la com unicabilidad de sujetos de la expresión artística)
racionales, utilizando expresiones de la tradición Sin e n tra r aquí en la deontología del a rtista en
cristiana, el p atrim onio de la «verdad que hace li­ cuanto tal, conviene reco rd ar dos criterios éticos de
bres» y de la «libertad que edifica la caridad». carácter general. En prim er lugar, hay que afirm ar
En una palab ra, la relación de la ciencia con la la autonomía de la acción a rtística. El arte tiene
sociedad ha de p a sar por el m utuo apoyo de estruc­ valor por sí m ism o, goza de existencia independien­
turas au tén ticam en te dem ocráticas: responsabili- te y no se justifica po r o tra realidad. La utilidad, el
zación autónom a y dem ocrática en la com unidad placer, el m oralism o, la propaganda religiosa no
científica, y dem ocracia lúcida y responsable en la deben considerarse com o justificaciones del arte.
com unidad social. La belleza se im pone y se justifica po r ella m ism a.
Concluim os el estudio sobre la ética de la activi­ En este sentido es válida la expresión «el arte por el
dad científico-técnica deseando un fecundo in ter­ arte»; en cuanto pone de m anifiesto la autonom ía
cam bio entre «ciencia» y «conciencia». Como ha de la creación artística.
repetido Ju an Pablo II en la UNESCO (1980), en Pero, en segundo lugar, conviene recordar que el
H iroshim a (1981) y en G inebra (1982): «Nos encon­ a rtista no es sólo a rtista , sino tam bién persona, y
tram os ante un gran reto m oral que consiste en a r­ que la creación a rtístic a se enraíza en el núcleo res-
m onizar los valores de la tecnología, nacida de la ponsabilizador de toda acción hum ana. Al in teg rar­
ciencia, con los valores de la conciencia. 'H ay que se la creación a rtístic a en la síntesis de lo hum ano,
m ovilizar las conciencias’. La causa del hom bre se­ adquiere la referencia ética. Si se afirm a que el sen­
rá atendida si la ciencia form a alianza con la con­ tido estético, al ser una a c titu d básica de lo hu m a­
ciencia». no, se integra con lo verdadero y lo bueno en la

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 291


unidad de 1$ existencia personal, la creación a rtísti­ La obra a rtístic a ten d rá que rep resen tar el mal
ca tiene una necesaria referencia a la ética. m oral (sobre todo, violencia y erotism o), ya que éslc
Autonom ía y referencia ética no son dos p rinci­ form a parte de la realid ad h u m an a de la que aqué­
pios contrapuestos. Por el contrario, su afirm ación lla depende. En cuanto al m odo de hacerlo, nos pu-
dialéctica m antiene a la creación a rtístic a en su pe­ recen válidas las anotaciones de Bini: «El sentido
culiar autenticidad. El sentido de la to talid ad debe adoptado por la representación del m al en el signi­
hacerle encontrar al a rtista la síntesis n atu ral del ficado global (de la obra artística) puede form ularse
bien, de la verdad y la belleza, y aun, h asta cierto según tres hipótesis principales: - u n m om ento su­
punto, la utilidad... La obra a rtístic a conserva su perado y negado por el significado de fondo (de la
autonom ía bien entendida si no se sale de la esfera obra), -elem en to de una tesis de conjunto negativa,
del bien. La belleza no libera sino en cuanto es ful­ críticam ente propuesta a la consideración del es­
guración del bien. pectador, —factor integrante de una visión negativa
propinada e im puesta a un espectador, a quien re­
A la luz de los dos criterios señalados es como sulta psicológicam ente difícil, si no im posible, reac­
hay que entender el ethos del artista: ethos de pleni­ cionar críticam ente. En el p rim er y segundo casos
tud, ethos de búsqueda infinita, ethos de la creativi­ está asegurado un espacio de libre responsabiliza-
dad. ción al espectador. Por tanto, la representación del
m al puede, en determ inadas condiciones, ad o p tar
b) Moral de la obra artística una función constructiva propia. En la tercera hipó­
(Moral del momento objetivo tesis nos hallam os frente a las típicas especulacio­
de la expresión artística) nes del razonam iento ‘pornográfico’ inhum ano y
corrosivo. Este análisis se extiende en térm inos
En relación con la obra de arte, la ética católica análogos -m á s allá del m al erótico y violento— a
suele proponer una cuestión concreta: ¿es lícito ex­ tesis político-sociales propugnadoras de principios
p resar en la obra a rtístic a el m al m oral? La res­ autoritarios egoístas o racistas contrastantes con la
puesta ha sido form ulada en varios docum entos del liberación y la dignidad del hom bre» (Cine: DETM
m agisterio eclesiástico. El Concilio V aticano II se 88 ).
expresó del siguiente modo: «La narración, descrip­
ción o representación del m al m oral pueden servir,
sin duda, p a ra conocer y an alizar m ás a fondo al c) Moral del espectador
hom bre, p a ra m anifestar y e x altar la grandeza de la (Moral del momento contemplativo
verdad y del bien m ediante oportunos y logrados de la obra artística)
efectos dram áticos; sin em bargo, p a ra que no pro­
duzcan daño, en lugar de u tilid ad a las alm as, han La contem plación de la obra a rtístic a está som e­
de som eterse totalm en te a las leyes m orales, sobre tida a las exigencias éticas com unes a cualquier ac­
todo si se tra ta de cosas que exigen el m áxim o res­ ción responsable del hom bre. Conviene, sin em b ar­
peto o que in citan m ás fácilm ente al hom bre, heri­ go, an o ta r que «una obra de arte crea dificultades
do por la culpa original, a deseos depravados» (IM en el orden m oral cuando sus espectadores, sea po r
7). La instrucción p asto ral Com unión y progreso h a­ su edad, por ignorancia o por defecto en su form a­
ce suya la d o ctrin a de Pío XII, quien form uló el ción, no pueden debidam ente, o sólo m uy difícil­
siguiente criterio: «Siem pre que el conflicto con el m ente, discernir lo m alo y deshonesto. El a rtista
m al, y aun su victoria pasajera, en relación con todo contem pla la vida h u m an a entera en todos sus ele­
el conjunto, sirva p a ra la m ayor com prensión de la m entos, buenos y malos; pero no ocurre lo m ism o al
vida, de su rec ta dirección, del dom inio de su pro ­ conjunto de espectadores. Se requiere pues p ru d en ­
pia conducta, del esclarecim iento y consolidación cia y discreción siem pre que una obra de a rte llega
del criterio y de la acción, entonces esa m ateria a un público heterogéneo, en el que hay hom bres de
puede ser elegida y tra ta d a , como argum ento p a r­ categorías m uy diversas; y esto especialm ente
cial, en la e n te ra acción del espectáculo» (CP 57). cuando el tem a sea la lucha del hom bre contra el

292 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


mal» (CP 58). C onsecuentem ente, los espectadores ción de los ordenam ientos jurídicos y de la a u to ri­
responsables no solam ente form an su conciencia d ad pública tiene únicam ente una función subsidia­
previam ente, sino que saben in teg rar la contem pla­ ria, ya que «la com unidad política exige ante todo
ción de la obra a rtístic a dentro del proyecto in te­ que los individuos y los grupos sean los artífices y
gral de su vocación hum ano-cristiana. La interven­ los censores de sus proyectos» (CP 85).

C. Para PR O FU N D IZAR
Etica de los medios de com unicación social.

C. 1. V a lo re s a p r o m o v e r e n la c o m u n ic a c ió n
s o c ia l.
C. 2. M o ra l d e la in f o r m a c ió n .
C. 3. E x ig e n c ia s é tic a s d e la p r o p a g a n d a .
C. 4. V a lo r e s y c o n t r a v a lo r e s d e la p u b li c i­
dad.
C. 5. R e s p o n s a b il id a d é t ic a e n la o p in ió n p ú ­
b lic a .

C. 1. Valores a promover ca de las com unicaciones sociales, creem os que los


en la comunicación social m edios de com unicación social han de ser entendi­
dos y realizados teniendo en cuenta los siguientes
Siguiendo de cerca las orientaciones de la ins­ valores éticos:
trucción p a sto ra l C om unión y progreso, que ha sido
ju sta m e n te definida com o la «carta m agna» católi­ - «El hombre m ism o es la norma en el uso de los

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 293


medios de comunicación social» (CP 14). Este es el ción), cada uno según su propia conciencia, deben
criterio fundam ental en la ética de los m edios de esforzarse en conseguir la capacitación necesariu
com unicación social. De ahí que «los principios m o­ p ara el ejercicio de tal profesión, y esto tanto más
rales que a ellos se refieren deben apoyarse en la cuanto m ayor sea su responsabilidad. M ayor obli
conveniente consideración de la dignidad del hom ­ gación aún corresponde a quienes deben ilum inar \
bre, llam ado a form ar p arte de la fam ilia de los form ar el juicio y criterio de otros, sobre todo si si
hijos adoptivos de Dios» (CP 14). La ética de los dirigen a personas de escasa m adurez y cultura»
medios de com unicación social tiene su razón axio- (CP 15). Por o tra p arte, con relación a los receptores,
lógica en el valor del hom bre en cuanto se realiza en es válido un criterio análogo: «No debe om itirse
el ám bito de la com unicación social a través de la esfuerzo alguno p a ra que 'los receptores’ (esto es:
peculiaridad de los diversos m edios de com unica­ los que se benefician de lo que leen, oyen o ven) se
ción social. Peculiaridad de los m edios, razón ín ti­ capaciten p ara in te rp re ta r exactam ente cuanto les
m a de la com unicación social y dignidad del hom ­ sum inistran estos instrum entos, y p a ra beneficiarse
bre: ésas son las fuentes de donde b rota el ethos de lo m ás posible y poder p a rtic ip a r activam ente en la
los m edios de com unicación social. vida social; sólo así estos instrum entos conseguirán
su plena eficacia» (CP 15). Para ad q u irir la com pe­
- Meta de la com unicación social: la hum aniza­ tencia requerida, se precisa una formación adecua­
ción. Este criterio puede ser expresado desde diver­ da, tanto de los receptores como de los em isores de
sas perspectivas. Una de ellas es la de situ a r el bien la com unicación. E sta form ación se convierte en
com ún como valor decisivo: «El conjunto de las una de las exigencias p rim arias en el ethos de la
obras llevadas a cabo po r los m edios de com unica­ com unicación social.
ción debe juzgarse y valorarse en la m edida en que
sirvan al bien com ún, esto es: sus noticias, su arte y - Toda com unicación ha de ajustarse «a la ley
sus diversiones han de ser útiles a la vida y progreso primordial de la sinceridad, de la honradez y de la
de la com unidad» (CP 16). La realización del bien verdad» (CP 17). «No bastan la buena intención y la
com ún se concreta a través de la prom oción de los recta voluntad p a ra que la com unicación resulte,
dos valores m ás específicos de la com unicación so­ sin m ás, honesta. Es adem ás necesario que la com u­
cial: la com unión y el progreso. «La com unión y el nicación difunda los hechos a p a rtir de la verdad,
progreso en la convivencia h u m an a son los fines esto es, que dé una im agen verdadera de las cosas y
principales de la com unicación social y de sus ins­ que ella m ism a tenga su propia verdad intrínseca.
trum entos» (CP 1). Expresado de otro modo, la fina­ La estim a y el valor m oral de una com unicación
lidad de los m edios de com unicación social consiste social no nace sólo de su contenido ni de su ense­
en conseguir cotas cada vez m ás elevadas en el pro­ ñanza teórica, sino tam bién del m otivo que la de­
ceso de hum anización. De este modo, «los m edios de term ina, del m odo y técnica de expresión y persua­
com unicación social se convierten en agentes acti­ sión, de las circunstancias y de la diversidad m ism a
vos del proceso de transform ación, cuando se ponen de los hom bres a los que se dirige» (CP 17).
al servicio de u n a au tén tica educación integral ap ta - Equilibrio entre información, formación y re­
p a ra d esarro llar todo el hom bre, capacitándolo p a ­ creo. Los m edios de com unicación social, tom ados
ra ser el artífice de su p ro p ia prom oción, lo que en su conjunto, «han de m an ten er la debida propor­
tam b ién se ap lica a la evangelización y al creci­ ción entre las noticias, la enseñanza y el pasatiem ­
m iento en la fe» (M edellín, D ocum ento XVI). po» (CP 16). Este es un criterio que ha de o rien tar a
- Competencia y responsabilidad en la emisión los usuarios en la selección de las com unicaciones,
(emisores) y en la recepción (receptores) de la com uni­ y a los responsables de la com unicación en la pro ­
cación social. La capacitación es condición im pres­ gram ación de los contenidos. Los m edios de com u­
cindible p a ra u n recto funcionam iento de la com u­ nicación social pueden y deben ejercer u n a notable
nicación social. Por lo que respecta a los emisores, ayuda en el cam po de la educación, de la prom oción
conviene rec o rd a r que «todos ‘los difusores’ (esto y extensión culturales, del a rte y del folklore, de la
es: los profesionales de los m edios de com unica­ diversión y de la recreación. Esos m edios de comu-

294 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


lili lición social, a través de sus contenidos, orientan tad de com unicación incluye la lib ertad de los indi­
M los individuos y a los grupos en la realización viduos y los grupos p a ra investigar, p a ra difundir a
pioporcionada de estos aspectos de la vida hum ana. todas p artes las noticias y p a ra u tiliz a r librem ente
los m edios de inform ación» (CP 47). La lib ertad de
La com unicación social: ambiente adecuado
com unicación no debe ser co artad a, sino prom ovi­
¡una construir el hombre crítico. Los m edios de co­
m unicación social corren el peligro de co n stru ir un da y ayudada por los ordenam ientos jurídicos.
hombre acrítico. Frente a esta tentación surge la
exigencia ética de crear un tipo de com unicación
C. 2. Moral de la información
uncial que sea el am biente propicio p ara la edifica­
ción del hom bre crítico. Realizadores y usuarios de­ La inform ación, en cu an to «búsqueda y difusión
ben sentirse hondam ente interpelados por esta exi­ de las noticias» (IM 5), es una realid ad sociológica
gencia m oral. Los realizadores deben ser «prom oto­ com pleja en la que intervienen m uchos factores téc­
res y anim adores del diálogo en la sociedad h u m a­ nicos y personales (agencias de inform ación, rep o r­
na. Ellos dirigen este intercam bio que los in stru ­ teros, servicio periodístico, etc.). Aunque los m edios
mentos de com unicación social constituyen en el de com unicación social no reducen sus funciones al
m undo entero... Los realizadores que deshonran un cam po de la inform ación, ni ésta se agota en ellos,
arle y su obra dejándose llevar exclusivam ente del sin em bargo existe u n a notable relación entre m e­
interés económ ico o del ansia de la popularidad, dios de com unicación social e inform ación.
lan efím era, no sólo sirven pésim am ente a sus clien- Los criterios éticos que deben o rien tar el hecho
les, sino que tard e o tem prano ofenden la fam a y hum ano de la inform ación pueden ser reducidas a
estim a de su profesión» (CP 73 y 77). Por lo que tres grupos.
respecta a los usuarios, hay que reconocer «que tie­
nen en este cam po unas posibilidades —y por ello
tam bién unas obligaciones- m ás graves de lo que a) Derecho a la información
generalm ente se cree» (CP 81); les corresponde ser
parte realm ente activa y crítica. Y lo serán, «si inter­ N adie niega hoy el derecho del hom bre a la in­
pretan rectam ente las noticias, juzgándolas y pon­ form ación, derecho reconocido en la «Declaración
derándolas según su fuente y contexto; si las esco­ de Derechos H um anos» (art. 19) y en docum entos
gen con prudencia y diligencia y un espíritu crítico del m agisterio eclesiástico (PT 12; GS 26; IM 5 y
exigente; si en los casos necesarios com pletan la 12) .
inform ación recibida con datos adquiridos en otras El derecho a la inform ación se fundam enta no
fuentes; si no du d an de m anifestar con franqueza su sólo en la dignidad del individuo, sino tam bién en
asentim iento, sus reservas o su a b ierta desaproba­ la exigencia del bien com ún: «La sociedad m ism a,
ción» (CP 82). Para lograr una com unicación social en sus distintos planos, necesita esta inform ación
suficientem ente crítica juegan un papel im portante p ara funcionar adecuadam ente. N ecesita igualm en­
los críticos. te ciudadanos bien form ados. Así, este derecho a la
inform ación hoy se considera no sólo un derecho
— Libertad de com unicación dentro del orden jurí­ individual, sino una verdadera exigencia del bien
dico justamente establecido. La com unicación social com ún» (CP 35).
exige, p a ra su a u té n tic a realización, el derecho de
la libertad. Este derecho se enraíza en la m ism a Los sujetos de este derecho son tan to los indivi­
condición del hom bre: «El hom bre es un ser social; duos como los grupos sociales. Por o tra p arte, no
por ello, le es necesario m anifestar sus pensam ien­ sólo los inform adores gozan del derecho a la infor­
tos y com pararlos con los de los dem ás. Y esto es m ación; son los receptores, es decir, el público, los
hoy m ás necesario que nunca, cuando son los gru­ que tam bién reclam an este derecho com o algo pro­
pos o equipos, m ás que cada hom bre aisladam ente, pio.
quienes realizan las obras de investigación y los Los ámbitos de este derecho ab arcan el horizon­
descubrim ientos» (CP 45). En concreto, «esta liber­ te de los legítim os intereses del individuo y de los

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 295


grupos: «Aquellas cosas qüe convienen a los hom ­ se reducen a los tres siguientes: acceso a las fueni< .
bres, según las circunstancias de cada cual, tanto por p arte de los inform adores, libre circulación d
particularm ente como unidos en sociedad» (IM 5). las noticias y receptividad activa por p a rte del pu
Sin em bargo, conviene recordar que «el derecho a blico. La m oral de la inform ación encuentra aquí
la inform ación tiene determ inados lím ites, siem pre • un im portante ám bito en donde concretar sus crite­
que su ejercicio choca con otros derechos, como rios (cf. CP 33-47; 75-76).
son: el derecho a la verdad que a m p ara la buena
fam a de los hom bres y de toda la sociedad; el dere­
cho a la vida privada, que defiende lo m ás íntim o de
C. 3. Exigencias éticas de la propaganda
las fam ilias y de los individuos; el derecho al secre­ Propaganda y publicidad pertenecen a la llam a
to, si lo exigen las necesidades o circunstancias del da «com unicación persuasoria». Sin lim itarse a los
cargo o el bien público. E stando en juego el bien m edios de com unicación social, es en éstos donde
com ún, la inform ación ha de ser prudente y discre­ tienen sus vehículos m ás eficaces.
ta» (CP 42). Los criterios éticos que h an de o rien tar la p ro p a­
En correlación con el reconocim iento de este de­ ganda pueden ser resum idos en los siguientes:
recho a la inform ación surgen los respectivos deberes - Necesidad de la propaganda. Por el hecho de
tanto de los inform adores como de todos los dem ás. vivir en una sociedad p lu ralista, la propagan da per­
«Al derecho que nace de estas necesidades a p u n ta ­ tenece a la condición social del hom bre actual. La
das corresponde la obligación de ad q u irir inform a­ propaganda es un m odo de afirm ar la p lu ralid ad de
ción de las cosas, pues este derecho no podrá ejer­ opciones y de o rien tar las preferencias de los indivi­
cerse si el hom bre m ism o no se esfuerza por infor­ duos. «La lib ertad de propaganda de los individuos
m arse. Por lo cual es necesario que tenga a su alcan­ y de los grupos es inherente a sus intangibles dere­
ce ayuda y m edios variados entre los que pueda chos de lib ertad de pensam iento y de expresión. Por
elegir librem ente, de acuerdo con sus necesidades, eso son preferibles, norm alm ente, los regím enes li­
tan to privadas como sociales. Sin la diversidad real beral-dem ocráticos que hacen posible esta form a de
de fuentes de com unicación, es ilusorio, queda an u ­ debate y que se esfuerzan, con ayuda incluso de los
lado el derecho de inform ación» (CP 34). massmedia, por form ar y extender una recta y ju sta
opinión pública (cf. IM 8). Hay que condenar, en
b) Exigencias objetivas de la información cam bio, com o intrínsecamente inm orales, los regí­
m enes to ta lita rio s (especialm ente los político-
El Concilio V aticano II señala estos criterios: estatales), que suprim en toda discusión, reduciendo
« El recto ejercicio del derecho a la inform ación exi­ al silencio a los que disienten, m ediante la am enaza
ge que, en cuanto a su objeto, la inform ación sea de su elim inación civil; m onopolizando todos los
siem pre verdadera y, salvadas la ju sticia y la c ari­ instrum entos de inform ación y envileciéndola al re­
dad, íntegra; adem ás, en cuanto al m odo, ha de ser ducirla a la propaganda facciosa; in terp retan d o y
honesta y conveniente, es decir, debe resp etar es­ suprim iendo, con la censura ad m in istrativ a o con
crupulosam ente las leyes m orales y los legítim os expedientes técnicos sistem áticos..., todo lo que
derechos y dignidad del hom bre, tan to en la obten­ pueda contradecir sus posturas o, de todos modos,
ción de las noticias com o en su difusión» (IM 5). significar incóm odas confrontaciones» (Baragli,
Propaganda: DETM 861-862).
c) El montaje estructural - Bien com ún: justificación ética de la propagan­
del proceso informativo da. «Sólo será lícita la propaganda o ‘cam paña pu­
b lic ita ria ’ cuando su finalidad y m étodo sean dig­
La m o ralid ad de la inform ación no depende úni­ nos del hom bre, cuando intente servir a la verdad y
cam ente de la voluntad de los inform adores; está aproveche al bien com ún, tan to nacional como uni­
condicionada tam b ién por el m ontaje actu al del versal, sea de los individuos o de las colectividades»
proceso inform ativo, cuyos m om entos principales (CP 29).

296 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


- Riesgos de una propaganda manipuladora. A
veces, la propaganda a te n ta contra el bien com ún,
impide la pública y libre expresión, deform a la ver­
dad o infunde prejuicios en la m ente de los hom ­
bres, difundiendo verdades a m edias o d iscrim inán­
dolas según un fin preestablecido o pasando por a l­
io algunas verdades im portantes. En esos casos, la
propaganda «daña la legítim a lib ertad de inform a­
ción del pueblo y por ello no debe adm itirse en for­
ma alguna» (CP 30).
— Moralidad de los contenidos, de los medios y de
los métodos. La propaganda ha de ser valorada por
su contenido, sus m edios y sus m étodos. El conteni­
do de la propaganda no puede ser algo evidente­
m ente inm oral. Los medios em pleados no deben so­
b repasar en costes económ icos y hum anos a los bie­
nes que se pretenden conseguir. Los métodos han de
respetar la dignidad del «adversario» y la criticidad
del público. Sobre estos aspectos tiene una función
im portante el justo ordenam iento jurídico y la vigi­
lancia p ertin en te de los poderes públicos.

C. 4. Valores y contravalores
de la publicidad
La publicidad es uno de los factores condicio­
nantes de la vida social de nuestro tiem po. ¿Puede
existir una m oral en este terreno? E sta pregunta
cuestiona el ethos global de n uestra sociedad. Por
no ser éste el m om ento p a ra e n tra r en el análisis de
esta cuestión fundam ental, nos lim itam os a tra n s­
cribir los párrafos que dedica la Instrucción Comu­
nión y progreso al tem a de la publicidad.
- Razones y condiciones de la publicidad. La im ­
portancia de la pu b licid ad en la sociedad de nues­
tro tiem po crece de día en día, y nadie escapa a su
influencia. Es ciertam en te m uy ú til a la sociedad.
Por ella, el c o m p rad o r conoce los bienes que puede
necesitar y los servicios que se ofrecen; y así ta m ­
bién se prom ueve u n a m ás am plia distribución de
los productos. Con esto se ayuda al desarrollo de la
industria, que contribuye al bien general. Esto es
laudable con tal de que quede siem pre a salvo la
libertad de elección por p a rte del com prador, y
aunque se utilicen las necesidades p rim arias exci­
tando el deseo de unos bienes, la publicidad debe

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 297


tener en cuenta la verdad dentro de su estilo carac­ m onopolios y se pone en peligro el derecho de reci­
terístico (n. 59). b ir anuncios o de rechazarlos, y el m ism o diálogo
- Cuándo es nociva la publicidad. Pero si la pu­ social. En el uso de los m edios de com unicación
blicidad presenta al público unos artículos perjudi­ social ha de garantizarse el «pluralism o» y defen­
ciales o totalm ente inútiles, si se hacen prom esas derse con leyes adecuadas contra el peligro que na­
falsas en los productos que se venden, si se fom en­ ce de que las inversiones procedentes de la publici­
tan las inclinaciones inferiores del hom bre, los difu­ dad vayan a p a ra r exclusivam ente a los m edios más
sores de tal publicidad causan un daño a la socie­ poderosos (n. 62).
dad hum ana y term in an por perder la confianza y
autoridad. Se daña a la fam ilia y a la sociedad C. 5. Responsabilidad ética
cuando se crean falsas necesidades, cuando conti­ en la opinión pública
nuam ente se les incita a ad q u irir bienes de lujo,
cuya adquisición puede im pedir que atiendan a las La opinión pública es, en expresiones de Pío XII,
necesidades realm ente fundam entales. Por lo cual, «el patrim onio de toda sociedad norm al com puesta
los anunciantes deben establecerse sus propios lí­ de hom bres que, conscientes de su conducta perso­
m ites, de m anera que la publicidad no hiera la dig­ nal y social, están íntim am ente ligados con la co­
nidad hu m an a ni dañe a la com unidad. Ante todo m unidad de la que form an p arte. Ella es en todas
debe evitarse la publicidad que sin recato explota partes, y en fin de cuentas, el eco n atu ral, la reso­
los instintos sexuales buscando el lucro, o que de tal nancia com ún, m ás o m enos espontánea, de los su­
m anera afecta al subconsciente que se pone en peli­ cesos y de la situación actual en sus espíritus y en
gro la lib ertad m ism a de los com pradores (n. 60). sus ju icio s» (La prensa y la op in ió n pública,
(18.2.1950), en P. Galindo, Colección de Encíclicas y
- Publicidad y países en vías de desarrollo. Por el
Docum entos Pontificios. M adrid 1955, 333). Así en­
contrario, un uso prudente de la publicidad puede
tendida, hem os de convenir en que la opinión públi­
estim u lar a un m ayor progreso, de m anera que el
ca «es característica y propiedad de la sociedad h u ­
público se esfuerce en elevar el nivel de las condi­
m ana», ya que «nace del hecho de que cada uno,
ciones de su vida. Pero se sigue un grave daño si se
espontáneam ente, se esfuerza por m o strar a los de­
alaban y aconsejan unos bienes de tal m anera que
m ás sus propios sentim ientos, opiniones y afectos,
unos grupos, principalm ente los que se esfuerzan en
de m anera que acaban convirtiéndose en opiniones
salir de la pobreza buscando un digno nivel de vida,
y costum bres com unes» (CP 25).
ponen su progreso en satisfacer unas necesidades
ficticias, les dedican una gran p arte de sus bienes y Lim itándonos al aspecto ético, recordam os los
así posponen a ello el cu b rir necesidades verdade­ criterios que han de ilu m in ar una recta com pren­
ras y conseguir un auténtico progreso (n. 61). sión y una adecuada función de la opinión pública:
- Peligro de concentraciones. La gran cantidad - La libertad de expresión: necesario punto de
de dinero em pleado en la publicidad am enaza, en partida. «La lib ertad , po r la que cada uno puede
sus fundam entos m ism os, a los instrum entos de co­ expresar sus sentim ientos y opiniones, es necesaria
m unicación social, porque el estilo m ism o de estos p a ra la form ación recta y exacta de la opinión p ú ­
anuncios lleva consigo el peligro de que el público blica» (CP 26). Para que exista una opinión pública
juzgue que los m edios de com unicación social no que m erezca el nom bre de tal, se requiere la libre
tienen m ás objetivo que estim u lar las necesidades expresión y la correspondiente confrontación de
hum anas p a ra p ro p ag ar el uso de cualquier produc­ opiniones, de individuos y de grupos, «para que,
to. T am bién la lib ertad m ism a de los m edios de acep tad as unas y rech azad as o perfeccionadas
com unicación puede p eligrar por la presión de los otras, y conciliadas y acom odadas las dem ás, term i­
m edios económ icos. Como los m edios de com unica­ nen las m ás sólidas y constantes por crear una nor­
ción social están apoyados en una econom ía, sólo m a com ún de acción» (CP 26).
p odrán su b sistir aquellos que consiguen m ayores - Obligación de concurrir todos a la formación de
ingresos de la publicidad. Se abre así cam ino a los la opinión pública. Todos los ciudadanos deben sen-

298 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


lirse obligados a p a rtic ip a r en la form ación de una ten tan el poder sobre los m edios de com unicación
udecuada opinión pública. Los profesionales de los social. Aprovechando la capacidad sugestiva de es­
medios de com unicación social o los que «por cuali­ tos m edios y sorprendiendo al hom bre en sus lim i­
dades propias o cualquier otro tipo de m otivos son taciones (dism inución del sentido crítico, irrefle­
estim ados e influyen en la sociedad juegan un papel xión, em otividad exagerada, etc.), la opinión públi­
de gran peso en la creación de la opinión pública al ca es con frecuencia in stru m en talizad a en orden a
expresar su propia opinión» (CP 28). intereses ajenos al bien de las personas y de la co­
- Discernimiento de la auténtica opinión pública. m unidad.
No toda opinión, por el sim ple hecho de estar m uy - La opinión pública debe ser tenida en cuenta.
difundida y afectar a m uchas personas, ha de tener­ «Las opiniones que corren m ás abiertam ente, dado
se sin m ás por opinión pública. Además, la opinión que m anifiestan la m en talid ad y deseos del pueblo,
de la m ayoría no es siem pre la m ejor ni la m ás deben ser tom adas en a te n ta consideración, sobre
coherente con la verdad. Por o tra parte, la opinión todo por las autoridades, tan to religiosas como civi­
pública cam bia con frecuencia y está expuesta a los les» (CP 32).
vaivenes de las m asas. «Por todo esto, no deben Cuanto acabam os de decir debe ser aplicado a la
adoptarse dem asiado rápidam ente las opiniones opinión pública dentro de la Iglesia. Reconocido el
que están en boca de todos. Es m ás, puede haber derecho a la lib ertad de expresión y de pensam iento
razones obvias que aconsejen oponerse directam en­ en la Iglesia, es necesario reconocer tam bién la fun­
te a ellas» (CP 31). ción benéfica e im prescindible de la opinión p ú b li­
- Riesgo de m anipulación en la opinión pública. ca p a ra m an ten er vivo el necesario diálogo entre los
La opinión pública está som etida al riesgo de la m iem bros de la Iglesia (cf. CP 114-125).
m anipulación, sobre todo por p arte de los que de­

D. Para C O N F R O N T A R
Nuevas sensibilidades éticas.

D. 1. La llam ad a «calidad de vida».


D. 2. Ecología y m oral.

D. 1. La llamada «calidad de vida» Sin em bargo, su uso se ha extendido de un modo


La expresión «calidad de vida» es reciente (no se tan notable que h asta se ha convertido en eslogan
rem onta m ás allá de la década de los cincuenta). político-social.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 299


Por la sobrecarga em ocional que supone, es difí­ en este sentido am plio, es una realidad polifacét i cu
cil precisar el contenido exacto de este nuevo con­ m ente condicionada, tan to subjetivam ente com o
cepto. Sirve, como concepto-m edida, p a ra describir objetivam ente, que opone las m ayores dificultades
las condiciones de vida de una determ inada socie­ a una d eterm inabilidad genérica» (F. Bóckle, f‘/ \
dad; vale p ara la discusión de los problem as socia­ medible la calidad de vida?: Pentecostés 15 [1977|
les del crecim iento dem ográfico, del desarrollo eco­ 254).
nómico, o de la protección del m edio am biente; La calidad de vida, aunque no es una rea lid a d
aglutina el m alestar de am plios sectores de la po­ m edible cu an titativam ente, aparece a través de un
blación ante una civilización que no colm a las aspi­ sistem a equilibrado de indicadores. El desarro llo
raciones del hom bre. Estas y otras connotaciones económico no es g a ra n tía segura de calidad de vid a,
significativas se adhieren a la expresión calidad de pero constituye un presupuesto necesario p a ra ella;
vida. de ahí que tender a lim ita r el crecim iento económ i­
T ratando de su p erar estas am bigüedades y bus­ co en los países en vías de desarrollo (crecim iento
cando el contenido preciso del concepto, podem os cero) supone un aten tad o contra la calidad de vida.
hacer las siguientes precisiones. C alidad de vida no Las condiciones sociales p a ra el desarrollo de las
es lo m ism o que «nivel de vida»; este últim o con­ necesidades psicológicas y relaciónales de la p e rso ­
cepto designa el grado de bienestar económico- na son indicadores óptim os de la calidad de vid a, lo
social som etido a m edición c u an titativ a (por ejem ­ m ism o que el sistem a de relación del hom bre con el
plo, a través de la m edida de la «renta nacional»). m edio am biente. En síntesis, la realización, p a ra
La calidad de vida se mueve en el ám bito de dos los m ás hom bres posibles y p a ra el m ás largo tie m ­
referencias: vida y calidad. «Vida» designa aquí to­ po posible, de las condiciones de vida corresp o n ­
da la realidad que tiene, o debe tener, algún signifi­ dientes a la dignidad hum ana: ése es el p a rá m e tro
cado p a ra el hom bre (desde las necesidades p rim a ­ global de la calidad de vida.
rias hasta los deseos m ás «hum anos»). El térm ino M irada desde un punto de vista ético, la calid ad
«calidad» o rienta los significados de la «vida» h a ­ de vida se convierte en uno de los criterios d in á m i­
cia el ser hum ano, ser de cada hom bre y de todos los cos del quehacer hum ano. La m eta que acabam os
hom bres. de asignar a la calidad de vida corresponde a la
Integrando las dos referencias, podem os decir finalidad básica de la ética: la realización de co n d i­
que «calidad de vida designa la autorrealización ciones de vida que respondan a la dignidad h u m a n a
desarrollada y plena del hom bre, el encuentro de su p ara el m ayor núm ero posible de hom bres.
propia identidad. Así, el concepto define la plenitud Consiguientem ente, la realización de la c alid ad
de las posibilidades de realización de la existencia de vida es uno de los im perativos básicos del ethos
hum ana que, p a rtien d o de la seguridad de una hum ano: objetivam ente, en ese em peño se to taliza
constante satisfacción de las necesidades vitales el contenido de las exigencias m orales; y, su b jetiv a­
m ateriales fundam entales (como alim entación, ves­ m ente, en esa realización se concretan las in sta n ­
tido, habitación), se desarrolla en la libre actividad cias éticas de la responsabilidad hum ana: so lid ari­
de sí m ism o com o individuo en el juego, en el arte, dad, justicia, libertad.
el intercam bio com unicativo, la entrega social y re­ Así, pues, la ética apoya el em peño de im p la n ta r
ligiosa y el esfuerzo solidario de los p articulares por en el m undo hum ano la calidad de vida y se siente
la configuración del m undo de la vida hum ana co­ interpelada por este concepto-valor al o rganizar el
mo causa com ún ordenada. Por consiguiente, este cam po de los contenidos y de las responsabilidades
concepto de id en tid ad p erm ite en su pluridim ensio- m orales. Podemos suscribir la afirm ación de que
n alid ad que se hagan perceptibles en cada caso la «el factor m ás im p o rtan te del que dependerá el des­
m edida y el grado de alienación respecto a la pleni­ tino hum ano es la m ism a calidad hum ana, no sólo
tu d de perfecciones a que puede llegar el ser (la la calidad de algunas élites, sino la calidad m edia
m aterialización en el proceso laboral representaría de los m iles de m illones de hom bres que pueblan la
un aspecto p a rtic u la r de lo dicho). C alidad de vida, tierra» (A. Peccei, La calidad humana. M adrid 1977,

300 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


38). Este principio, tom ado como exigencia ética, es puesto de relieve un valor: la unidad de destino del
el m otor de una autén tica «revolución hum ana». «planeta azul». «Los hom bres com ienzan a percibir
Uno de los aspectos m ás destacados en las discu­ una dim ensión nueva y m ás radical de la unidad,
siones sobre la calidad de vida es la relación del porque se dan cuenta de que los recursos -co m o los
hom bre con su m edio. Sobre este tem a nos fijamos preciosísim os tesoros del aire y del agua, im pres­
a continuación. cindibles p a ra la vida, y la lim itad a y frágil ‘biosfe­
r a ’ de todo el conjunto de los seres vivientes—no son
infinitos, sino que, por el contrario, deben ser cui­
D. 2. Ecología y moral dados y protegidos com o un p atrim onio único de
La relación del hom bre con su m edio o, según toda la hum anidad» (Sínodo de Obispos, 1971).
prefiere decir M arías, con su «circunstancia», origi­ Como consecuencia de esa tom a de conciencia,
na m últiples problem as. El uso que el hom bre ha surge la necesidad de a d o p ta r criterios y m edidas
hecho de la tie rra (el nom adism o, las civilizaciones concretas. H an de ser replanteados los criterios que
fluviales, las grandes m igraciones, las actividades ilum inan la relación del hom bre con el cosmos. A
agrícolas y m ineras, las guerras, etc.), el tipo de ci­ este respecto, conviene a d v ertir que carecen de sen­
vilización actu al (urbanism o, industrialización, tu ­ tido las acusaciones dirigidas contra el cristianism o
rism o, etc.), las exigencias de la técnica (centrales como si éste fuese el culpable de la destrucción del
atóm icas, etc.), el m ism o crecim iento económico m edio am biente llevada a cabo por la civilización
han originado, a p a rtir de los años setenta, una si­ tecnológica de occidente. La relación de «dominio»
tuación de angustia que se expresa en el títu lo signi­ del hom bre con respecto a la n atu raleza (cf. Gn 1,
ficativo de un libro de la Unesco (1986): Estamos 26-28) no se puede entender como justificación de
haciendo inhabitable el planeta. los estragos ecológicos que ha realizado la h u m an i­
Aunque algunos inform es tengan un tono excesi­ dad. La teología del V aticano II y las intervenciones
vam ente alarm ista, y aunque entre los econom istas doctrinales de Pablo VI (a la FAO, 1970; a los Ju ris­
no exista todavía acuerdo sobre los «lím ites del cre­ tas católicos italianos, 1971; al Congreso M undial
cim iento», sin em bargo el problem a de la relación de las Naciones U nidas en Estocolm o, 1972) seña­
del hom bre con su m edio suscita serios in terrogan­ lan claram ente que la cosm ovisión c ristian a no sólo
tes a la hu m an id ad . Como dice la ca rta apostólica no provoca la degradación del m edio am biente, si­
Octogésima adveniens: «M ientras el horizonte se va no que apoya los esfuerzos po r su conservación. Con
así m odificando, p a rtien d o de las im ágenes que p a­ esto no se quiere a firm ar que los cristianos hayan
ra él se seleccionan, se hace sen tir otra transform a­ sido siem pre, a ejem plo de san Francisco de Asís,
ción, consecuencia tan d ram á tic a como inesperada los m ás entusiastas defensores de la protección de
de la actividad h u m an a. B ruscam ente, el hom bre la naturaleza.
adquiere conciencia de ella: debido a una explota­ Para a d o p ta r medidas concretas, se requiere sus­
ción inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo c ita r en la h u m an id ad u n a «ética ecológica». Esta
de d estru irla y de ser a su vez víctim a de esta degra­ ética no ha de in sistir tan to en detalles casuísticos
dación. No sólo el am biente físico constituye una cuanto en un conjunto de actitudes que testifiquen
am enaza perm anente: contam inaciones y deshe­ la opción del hom bre por la vida y por el respeto al
chos, nuevas enferm edades, poder d estru cto r abso­ patrim onio com ún, presente y futuro, de la hu m an i­
luto; es el propio consorcio hum ano el que el hom ­ dad.
bre no dom ina ya, creando de esta m anera p ara el Una expresión del ethos ecológico actu al la en­
m añ an a un am b ien te que p odría resultarle intole­ contram os en la Declaración sobre el medio ambien­
rable. P roblem a social de envergadura que incum ­ te, del Congreso M undial de las Naciones Unidas
be a la fam ilia h u m an a to d a entera» (OA 21). (Estocolm o, 1972). Se recom ienda su lectura como
La tom a de conciencia de este problem a ha texto complementario.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 301


Unidad 11.a

Moral de la violencia
y del conflicto

A. SINTESIS
La violencia social: el hecho y su dimensión ética.
B. Para AMPLIAR
Discernimiento ético de las principales formas de
violencia social.
C. Para PROFUNDIZAR
Fanatismo y violencia.
D. Para CONFRONTAR
Conflictividad social y ética cristiana.
_________ GUIA__________
La vida social está sometida al conflicto y a la vio­
lencia. En esta Unidad se analizan las implicaciones
éticas de esta doble condición de la realidad social.
En relación con la violencia social, se describe el
hecho y se hace un discernimiento moral de las princi­
pales formas en que acaece la violencia social:
- violencia estructural;
- violencia frente al orden establecido;
- violencia subversiva.
Cada una de estas formas recibe un tratamiento
específico, en conformidad con la peculiaridad de su
condición.
El fenómeno del fanatismo es una realidad muy
cercana a la de la violencia. Por eso es analizado en
este contexto.
En relación con la conflictividad social, se estu­
dian algunos conflictos concretos: lucha de clases, vi­
da sindical, conflictos laborales, huelga laboral.

304 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. S IN T E S IS
La violencia social: el hecho y su dim ensión ética.

A. 1. Noción y form as de la violencia social.


A. 2. Criterios éticos en relación con la vio­
lencia social.
A. 3. La no-violencia activa.

A. 1. Noción y formas de la violencia social que pasa de un sujeto (violentador) a otro (violenta­
do) produciendo u n a distorsión de la espontaneidad
o de la lib e rta d (violentación) del sujeto pasivo. La
a) Noción de violencia humana violencia así definida puede preten d er diversas fi­
El térm ino castellano violencia proviene del la ­ nalidades, puede ser catalogada según el criterio de
tín violentia, cuyo elem ento definidor es la «fuerza» legitim idad / ileg itim id ad jurídica, puede ser valo­
(= vis). El D iccionario de la Lengua Española defi­ rada de diferente m odo, puede servirse de diversos
ne así a la violencia: «Del latín violentia. 1. C alidad medios (físicos, m orales), etc. Estas m últiples for­
de violento. 2. Acción y efecto de violentar o violen­ m as son variaciones del concepto general de violen­
tarse. 3. fig. Acción violenta o contra el natu ral m o­ cia.
do de proceder. 4. fig. Acción de violar una m ujer».
El uso que del térm ino violencia se hace en los
diversos saberes (ciencias físicas, derecho, m oral,
b) La violencia social y sus formas
filosofía) se refiere a situaciones de fuerza (sobre D entro del cam po general de la violencia h u m a ­
todo de procedencia exterior a la persona que sufre na, acotam os un área: la violencia social. E sta for­
la violencia) que se oponen a la espontaneidad, a la m a de violencia h u m an a es la que se realiza en y a
n atu ralid ad , a la responsabilidad jurídica, a la li­ través de la m ediación social: tan to en su génesis
b e rta d m oral, etc. Se califica como «violento» aquel (sujeto) como, sobre todo, en su finalidad (objeto)
fenóm eno opuesto al m ovim iento espontáneo o li­ tiene una p rim a ria dim ensión social.
bre de un ser. Aunque toda violencia b ro ta del in terio r del
Colocándonos en el terreno hum ano, se habla de hom bre y tiene po r objeto al hom bre, sin em bargo
violencia cuando el hom bre (individual o colectivo; sus m anifestaciones m ás im p o rtan tes acontecen en
a nivel de acción inm ediata o de estructura) desen­ el ám bito social hum ano. Este énfasis en relación
cadena un proceso de fuerza que con traría el curso con la dim ensión social de la violencia no pretende
espontáneo o libre de otro hom bre (individual o co­ olvidar la existencia de las violencias interindivi­
lectivo; a nivel de acción inm ediata o de e stru c tu ­ duales, sino poner de relieve el horizonte m ás ade­
ra). Violencia es lo m ism o que una «fuerza m ayor» cuado de toda form a de violencia hum ana.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 305


Conociendo las divisiones que otros autores han formas de violencia social dentro de una dinámica
hecho de la violencia social, por nuestra p arte adop­ circular o de espiral, poniendo así de relieve la
tam os la siguiente clasificación tra tan d o de arm o­ estrecha relación que tienen unas con otras y de­
nizar un doble criterio: el de la finalidad perseguida notando la importancia privilegiada de la violen­
en la violencia y el de los procedim ientos utilizados cia estructural en la génesis del «círculo infernal»
por la acción violenta.
de la violencia.
La violencia social puede ser:
Situándonos en esta segunda perspectiva, es
- Estructural: cuando está insertada en y actúa fácil detectar tres momentos en la dinámica de la
por estructuras sociales violentas. A la violencia es­
tru ctu ral pertenece tam bién la violencia represiva o violencia social: la violencia estructural engendra
coactiva (ejercida por las fuerzas del poder políti­ la violencia subversiva, la cual, a su vez, origina la
co). violencia represiva, con lo cual se vuelve al punto
- De resistencia o rebelión: cuando la violencia de origen, a la violencia estructural, iniciando de
se organiza como oposición a situaciones (persona­ nuevo el movimiento circular de la violencia.
les o estructurales) que se juzgan injustas y opresi­ El esquema anterior no ha de ser exagerado.
vas. Puede ad o p ta r los procedim ientos típicos, que Aunque no se puede negar relación entre las for­
a su vez se subdividen en diversas variantes: la «no- mas de violencia social, sin embargo cada una de
violencia activa» y la «resistencia arm ada» (tiran i­ ellas tiene su propia dinámica interna que no de­
cidio, violencia revolucionaria, etc.).
pende únicamente de la reciprocidad con las res­
- Violencia bélica: cuando se utiliza la violencia tantes. Así, por ejemplo, no hay que descartar una
desde una pretendida legitim idad socio-jurídica. La dinámica interna dentro de la violencia revolucio­
form a típica de esta violencia es la guerra: violencia naria o subversiva. Lo mismo se debe afirmar de
ejercida por un E stado frente a otro en el plano
internacional. Antes de llegar a la guerra, se sitúan la violencia estructural.
form as previas de violencia arm ada: el «m ilitaris­
mo» y la «carrera de arm am entos».
- Violencia subversiva o terrorista: Cuando la
violencia persigue el fin de la «desestabilización» o A. 2. Criterios éticos
cuando acom paña acciones «antisociales». en relación con la violencia social

a) Perspectivas o
LA ESPIRAL DE LA VIOLENCIA: «lugares teológico-morales»
DE LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL desde donde hacer el discernimiento moral
A LA VIOLENCIA SUBVERSIVA
cristiano de la violencia
En la sociedad existe un «círculo infernal» de - El p rim er lugar teológico-m oral de la violen­
violencias. Algunos adoptan la postura de «sepa­ cia es la actitud vivida y formulada al respecto en el
rar» las diversas formas de violencia, queriendo Nuevo Testamento.
así poner de relieve la escasa relación entre ellas. En relación con la violencia en general, el Nuevo
Tal separación supone cierta dosis ideológica: car­ T estam ento presenta una tensión entre la «contes­
ga las tintas negras sobre la violencia subversiva, tación» y la «m ansedum bre». La síntesis se encuen­
mientras que hace olvidar la importancia de la tra en la categoría cristian a del am or al prójim o,
am or que im pulsa al perdón, a la m ansedum bre, a
violencia estructural.
la caridad del m ism o enem igo y opresor, pero al
Por nuestra parte, preferimos «integrar» las m ism o tiem po urge la lucha contra la opresión de

306 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


los inocentes y de los débiles. Después de a p o rtar « Debemos decir y reafirm ar que la violencia no
los textos neotestam entarios pertinentes, Diez Ale­ es ni c ristian a ni evangélica y que los cam bios
gría saca la conclusión siguiente: «El espíritu del bruscos o violentos de las estru ctu ras serán enga­
cristianism o es opuesto, a la vez, al ‘espíritu de vio­ ñosos, ineficaces en sí m ism os y ciertam ente no
lencia’ (violencia fundada en el deseo de venganza, conform es con la dignidad del pueblo» (en Colom­
en el odio contra la persona del enemigo, en el ren­ bia, 23.8.1968: AAS 60 [1968] 627).
cor, en el desprecio de la persona a la que se hace «La Iglesia no puede ac ep ta r la violencia, sobre
violencia) y al ‘espíritu del conform ism o’ con las
todo la fuerza de las arm as -in c o n tro lab le cuando
injusticias sociales e históricas. Si hay una ‘violen­ se desata—, ni la m uerte de quienquiera que sea,
c ia ’ antievangélica, hay tam bién una ‘co b ard ía’ an-
como cam ino de liberación, porque sabe que la vio­
tievangélica que no tiene nada que ver con la ‘m an­ lencia engendra inexorablem ente nuevas form as de
sedum bre’ a que nos exhortan los escritos del N ue­ opresión y de esclavitud, a veces m ás graves que
vo Testam ento» (Proceso a la violencia. M adrid
aquellas de las que se pretende liberar» (EN 37).
1978, 33).
En relación con la violencia arm ada, el Nuevo «Quiero hoy u n ir m i voz a la voz de Pablo VI y
Testam ento ad o p ta una p o stu ra globalm ente nega­ de m is predecesores, a las voces de vuestros jefes
tiva, aunque no excluye apodícticam ente el uso oca­ religiosos, a las voces de todos los hom bres y m uje­
sional de las arm as en oposición a la injusta violen­ res de buena voluntad, p a ra proclam ar, con la con­
cia. vicción de mi fe en Cristo y en la conciencia de mi
- La actitud de la Iglesia a lo largo de su historia m isión, que la violencia es un m al, que la violencia
constituye el segundo lugar teológico-m oral de la es inaceptable como solución a los problem as, que
violencia. la violencia es indigna del hom bre. La violencia es
una m entira, porque va contra la verdad de nuestra
Sin em bargo, su validez norm ativa es exigua, fe, la verdad de n u estra h um anidad. La violencia
dadas las am bigüedades por las que ha pasado el destruye lo que pretende defender: la dignidad, la
cristianism o en relación con la realid ad de la vio­ vida, la lib ertad del ser hum ano. La violencia es un
lencia. La h istoria no presenta una sola posición crim en contra la h um anidad, porque destruye la
cristiana sobre la guerra y la paz. Sobre este crucial verdadera construcción de la sociedad» (en Irlanda,
problem a, los cristianos no h an m ostrado ni consis­ 29.9.1979: Ecclesia 39 [1979] 1.259-1.261).
tencia ni unidad.
— La reflexión teo ló g ico -m o ral sie m p re ha
Para apoyar la ética actu al de la violencia sobre
apoyado su argum entación sobre la racionalidad
la no rm ativ id ad de la a c titu d histórica del c ristia­
hum ana; de ahí que la racionalidad de la violencia
nism o, es preciso som eter previam ente a revisión
deba ser considerada com o un lugar teológico-
crítica el significado de la tradición eclesiástica.
m oral p a ra la ética de la violencia.
— D entro de esta tradición eclesiástica sobresale
la doctrina del magisterio oficial, pudiendo ser consi­ Ahora bien, pocas realidades son tan refracta­
d erad a como otro lugar teológico-m oral. rias a la clarid ad del logos (palabra y razón) como
la violencia. Por eso m ism o, al h a b la r de «racionali­
La doctrina social de los papas ha m antenido dad» en el contexto de la violencia, hay que referir­
u n a p o stu ra negativa ante la violencia. Recordam os se al «descubrim iento» de los antros de donde sale y
algunos textos explícitos del m agisterio pontificio en donde se esconde la violencia hum ana. Los sabe­
de Pablo VI y de Ju an Pablo II: res antropológicos (biología, psicología, etc.) apor­
«Os exhortam os a no poner vuestra confianza en tan datos clarificadores. Además, p a ra la ética son
la violencia ni en la revolución; esta ac titu d es con­ de p a rtic u la r u tilid ad los análisis de la crítica so­
tra ria al espíritu cristiano e incluso puede retard ar, cial, m ediante los cuales se desenm ascara la au tén ­
en vez de favorecer, la elevación social a la que legí­ tica realidad de la violencia quitándole los «disfra­
tim am en te aspiráis» (en Colom bia, 23.8.1968: AAS ces» ideológicos con los que se reviste p a ra ocultarse
60 [1968] 623). o p ara ser aceptada en sociedad.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 307


b) Las opciones concretas del creyente coherencia cristiana introduce algunas peculiarida
des: a) elim ina el «espíritu de violencia»; b) lim itu
ante la violencia escrupulosam ente el uso de los m edios violentos.
- No hay opción legítima entre violencia y no vio­
lencia. La violencia en sí (realidad histórica) y bus­
cada por sí (método) es un contravalor. La violencia A. 3. La no-violencia activa
engendra violencia; la violencia, por ella m ism a Sin e n tra r en la exposición de los presupuestos
nunca sale del círculo infernal de la injusticia. ideológicos de la a c titu d y del m ovim iento de la
- Dada la situación de injusticia, hay opción le­ «no-violencia activa», querem os dejar constancia
gítima entre formas contrapuestas de violencia. El de esta a ltern ativ a global al círculo infernal de la
contenido de esta afirm ación se abre a los siguien­ violencia social.
tes significados: a) la situación de injusticia, es de­ Juzgam os válida esta alternativa, con tal de
cir, la violencia de las estructuras, es el detonador que:
de la dinám ica violenta; b) en una situación de
injusticia de hecho se está tom ando partid o por una - sea realm ente «activa», en el sentido de cues-
form a de violencia; c) la opción de hecho puede p a­ tionam iento, oposición y lucha contra la violencia
sar a ser opción concienciada y program ada, es de­ estructural;
cir, opción de m étodo. - no decaiga en una actitu d o m ovim iento «ro­
- La opción, en un conflicto de violencias, puede m ántico» o de «utopía fantasm agórica», sino que se
adoptar dos cam inos legítimos: el de la no-violencia inserte en la posibilidad de lo real;
activa y el de la violencia como m étodo de lucha - actúe no sólo como una p o stu ra personal-
por la justicia. La legitim idad de estos dos cam inos profética, sino como un m ovim iento social-histó-
depende de la condición dialéctica de la violencia: rico;
no se la puede vencer, hoy por hoy, de una sola - se trad u zca en un programa serio de estrategias
form a, sino utilizando un m étodo dialéctico corres­ y tácticas encam inadas a vencer las violencias
pondiente a su condición tam bién dialéctica. injustas.
- Cada uno de los dos cam inos tiene su propio La aceptación de la «no-violencia activa» como
ethos. La opción por la no-violencia activa ha de ser alternativa al círculo de la violencia social la enten­
dinám ica, com bativa y realista. La opción por la demos como una opción, p a ra algunos «carism áti-
violencia ha de resp etar los valores que persiguen ca», que h a de ser vivida en referencia dialéctica con
las form as de violencia. la opción de aquellos que creen tra b a ja r por la ju s­
- En el ejercicio legítim o de la violencia, la ticia utilizando m edios violentos.

308 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


B. Para AM PLIA R
Discernim iento ético de las principales formas de violencia social.

B. 1. La violencia e stru ctu ral y la «revolu­


ción de estructuras».
B. 2. La violencia frente al «orden estableci­
do».
B. 3. La violencia subversiva.

B. 1. La violencia estructural tru c tu ra l es la objetivación de la diferencia entre lo


y la «revolución de estructuras» que «debiera ser» y lo que «es». Se aum enta la vio­
lencia e stru c tu ra l cuando se hace progresar la dis­
tan cia e n tre lo actu alm en te posible y lo actualm en­
a) Descripción de la violencia te realizado.
estructural Cierto tip o de pensam iento, reaccionario e ideo­
En la espiral de la violencia social hay un m o­ lógico, está em peñado en ocultar o, al m enos, en
m ento decisivo en la génesis de la dinám ica violen­ difu m in ar la im portancia objetiva y la tom a de con­
ta; es la violencia estructural. ciencia su b jetiv a de la violencia estru ctu ral. El m é­
rito del pensam iento m arxista contem poráneo está
Se entiende por violencia estru ctu ral el conjun­ en h ab er p u esto de relieve la existencia de la violen­
to de estru ctu ras económ icas, sociales, jurídicas y cia estructural, a la cual los sistem as éticos tradicio­
culturales, que causan la opresión del hom bre e im ­ n ales -ju d e o -c ristia n o , confucionista, b u d ista o
piden que eí hom bre sea liberado de esta opresión. sim plem ente h u m an ista—no p restab an atención a l­
De una form a gráfica, expresa el sociólogo noruego guna.
G altung la configuración de la violencia estru ctu ­
ral: «Cuando un m arido pega a su m ujer, es un caso No hace falta que nos extendam os en poner de
claro de violencia personal (directa). Cuando un m i­ m anifiesto la existencia de la violencia estructural.
llón de m aridos m antienen a un m illón de m ujeres Se c o n stata con evidencia ofuscadora en los países
en la ignorancia, hay violencia estructural, aunque del Tercer M undo, m irados en sí m ism os y en rela­
ninguna de ellas se queje del dolor. Lo m ism o suce­ ción con los países desarrollados. Pero tam bién
de en una sociedad en que la esperanza de vida es existen c la ras violencias estructurales en los países
dos veces m ás elevada en la clase superior que en d esarrollados, tan to en los llam ados capitalistas co­
las capas inferiores. Hay violencia, aunque no haya m o en los llam ad o s socialistas.
hom bres concretos a los que se pueda reprochar
que ata c a n d irectam ente a los otros, como cuando
un hom bre m a ta a su herm ano». La violencia es­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 309


b) Discernimiento ético aquí agrupadas de las que serán tratad as en el npm
tado siguiente (subversión, terrorism o, etcétera),
La ética cristia n a actual, corrigiendo viejos que no se pliegan a los «convencionalismos» de ln
errores y antiguas lagunas, tiene que proclam ar con legitim ación social.
valentía y claridad:
En relación con la expresión «orden establei I
- La existencia de la violencia estructural, en do», hay que an o ta r en ella una radical ambigiW
sus m últiples form as y en sus variadas configura­ dad. Al u tilizarla en este contexto, no se entieiuf
ciones geográficas y sociales. como un orden social «justam ente» establecido, si
- El carácter pecaminoso de la violencia estruc­ no como un orden social «de hecho» establecido
tural, dando así contenido real a la noción form al Precisam ente en esta am bigüedad radica la posihi
del «pecado estructural», expuesta en la U nidad 2.“ lidad de hacer un discernim iento ético de las Coi
- La importancia decisiva de la violencia estruc­ m as de violencia que se oponen al orden social esta
tural, en cuanto principal condicionante genético blecido.
de las otras form as de violencia social. En la ética tradicional católica, sobre todo en la
Frente a la violencia estru ctu ral existen varias doctrina social pontificia, se advierte un neto des
alternativas. Una de ellas es la introducción de con­ lindam iento entre dos series de violencias en reía
tinuos correctivos en la dinám ica social; se tra ta con ción con el orden establecido. Existe un p rim er gru
ello de «m oralizar» la sociedad, elevándola conti­ po de realidades que suponen p a ra la doctrina so
nuam ente a cotas m ás elevadas de justicia social. cial de la Iglesia una connotación negativa: la rebe
En determ inadas situaciones, la única alternativa lión (térm ino utilizado h asta Pío XII) y la revolución
es la revolución de las estructuras. (térm ino de la época reciente). En cam bio, otras
realidades han sido bien acogidas: las que se expre­
Para term in a r esta exposición sobre la violencia
san con el térm ino de resistencia, opuesta a la «tira­
estructu ral, anotem os que e n tra dentro de sus cua­
nía».
dros la violencia represiva. Sin em bargo, no toda la
violencia ejercida por las fuerzas arm adas del E sta­ La ética cristian a actu al tiene que su p erar las
do frente a los ciudadanos es injusta. La represión posturas ideologizadoras que propenden a justifi­
coactiva arm a d a (= violencia represiva) puede es­ car el orden establecido y a oponerse a las form as
ta r al servicio de un E stado ju stam en te constituido, de violencia contra él. Con gran lucidez crítica se ha
cuyos poderes persiguen el bien com ún, o puede es­ de rep lan tear el ethos de los cristianos en relación
ta r al servicio de un E stado injustam ente constitui­ con estas realidades tan im portantes.
do, m antenedor de la violencia estru ctu ral. La valo­
ración ética de la violencia represiva es diferente en
cada una de las dos situaciones señaladas. b) Moral del «tiranicidio»
La m oral tradicional católica distinguió entre el
tirano que se hace tal una vez establecido legalm en­
B. 2. La violencia frente te (= «tyrannus regim inis») y el tirano que pretende
al «orden establecido» com enzar a dom inar (= «tyrannus usurpationis»).
El conjunto de autores consideran lícito d ar m uerte
al tirano de «usurpación».
a) Anotaciones previas Como quiera que el padre M ariana es considera­
Dentro del círculo de la violencia social existe do el autor representativo de esta opinión, tra n sc ri­
un grupo de form as de violencia que tienen como bim os aquí su pensam iento:
denom inador com ún oponerse al «orden estableci­ «Tanto los filósofos como los teólogos están de
do» desde u nas pretensiones de «legitim idad so­ acuerdo en que si un príncipe se apoderó de la rep ú ­
cial». Por razón de estas pretensiones de «legitim i­ blica a fuerza de arm as, sin razón, sin derecho algu­
d ad social» se diferencian las form as de violencia no, sin el consentim iento del pueblo, puede ser des-

310 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


pojudo por cualquiera de la corona, del gobierno, de c) Moral de la resistencia
lu vida; que siendo u n enem igo público y provocan­ al poder político
do todo género de m ales a la p a tria y haciéndose
verdaderam ente acreedor por su carácter al nom ­ El tem a de la resistencia al poder político injus­
bre de tirano, no sólo puede ser destronado, sino to y agresor, ya tra tad o en la m oral tradicional, ha
que puede serlo con la m ism a violencia con que él vuelto a ser considerado po r el m agisterio eclesiás­
arrebató un poder que no pertenece sino a la socie­ tico reciente. Pío XI, en la C arta al E piscopado m e­
dad que oprim e y esclaviza. xicano Firm issim am constantiam (1937), afirm ó la
posibilidad de una insurrección ju sta y expuso los
Si el príncipe em pero fuese tal o por derecho
principios generales que deben o rie n tar la m orali­
hereditario o po r la voluntad del pueblo, creemos
dad de su realización: «Vosotros habéis recordado a
que ha de sufrírsele, a pesar de sus liviandades y sus
vuestros hijos m ás de u n a vez que la Iglesia fom en­
vicios, m ientras no desprecie esas m ism as leyes que
se le im pusieron po r condición cuando se le confió ta la paz y el orden, aun a costa de graves sacrifi­
cios, y que condena toda insurrección violenta, que
el poder suprem o. No hem os de m u d ar fácilm ente
sea injusta, contra los poderes constituidos. Por
de reyes, si no querem os in cu rrir en m ayores m ales
o tra p arte, tam bién vosotros habéis afirm ado que,
v provocar disturbios. Se les ha de sufrir lo m ás
cuando llegara el caso de que esos poderes consti­
posible, pero no ya cuando trasto rn en la república,
tuidos se levantasen contra la ju sticia y la verdad
se apoderen de las riquezas de todos, m enosprecien
h asta d estru ir aun los fundam entos m ism os de la
las leyes y la religión del reino, y tengan por virtud
autoridad, no se ve cómo se p odría entonces conde­
la soberbia, la audacia, la im piedad, la conculca­
n a r el que los ciudadanos se unieran p a ra defender
ción sistem ática de todo lo m ás santo. Entonces es
la nación y defenderse a sí m ism os con m edios líci­
ya preciso p en sar en la m anera cómo podría destro­
tos y apropiados contra los que se valen del poder
nársele, a fin de que no se agraven los m ales ni se
público p a ra a rra stra rla a la ruina.
vengue una m ald a d con o tra. Se ha de am onestar
ante todo al príncipe...; si em pero rechazare todo Si bien es verdad que la solución p ráctica de­
género de observaciones, si no dejare lugar alguno a pende de las circunstancias concretas, con todo es
la esperanza, debe em pezarse por declarar pública­ deber nuestro recordaros algunos principios gene­
m ente que no se le reconoce como rey, que se dan rales que hay que tener siem pre presentes, y son:
po r nulos todos sus actos posteriores. Y puesto que 1) Que estas reivindicaciones tienen razón de
necesariam ente h a de n acer de ahí una guerra, con­ m edio o de fin relativo, no de fin últim o y absoluto.
viene explicar la m an era de defenderse, procurar
arm as, im poner contribuciones a los pueblos para 2) Que, en su razón de m edio, deben ser accio­
los gastos de la guerra, y si así lo exigieren las cir­ nes lícitas y no intrínsecam ente m alas.
cunstancias, sin que de otro m odo fuese posible sal­ 3) Que si han de ser m edios proporcionados al
v a r la p atria, m a ta r a hierro al príncipe como ene­ fin, hay que u sar de ellos solam ente en la m edida en
m igo público y m atarle por el m ism o derecho de que sirven p a ra conseguirlo o hacerlo posible en
defensa, p o r la au to rid ad p ropia del pueblo, más todo o en parte, y en tal m odo que no proporcionen
legítim a siem pre y m ejor que la del rey tirano. Da­ a la com unidad daños m ayores que aquellos que se
do este caso, no sólo reside esta facultad en el pue­ quieran rep arar.
blo, reside h a sta en cu alq u ier p a rtic u la r que, ab a n ­
donada toda especie de im p u n id ad y despreciando 4) Que el uso de tales m edios y el ejercicio de los
su propia vida, qu iera em peñarse en ay u d ar de esta derechos cívicos y políticos en toda su am plitud,
su erte la república» (Del Rey y de la Institución Rea!, incluyendo tam bién los problem as de orden p u ra ­
en Obras del Padre Juan de Mariana, l. II. M adrid m ente m aterial y técnico o de defensa violenta, no
1909, 482 (B iblioteca de Autores Españoles, lomo es en m anera alguna de la incum bencia del clero ni
XXXI). de la Acción Católica como tales instituciones; au n ­
que tam bién, por otra p arte, a uno y a o tra perten e­
ce el p re p a ra r a los católicos p a ra h acer uso de sus

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 311


derechos y defenderlos con todos los m edios legíti­ nes cuya injusticia clam a al cielo. Cuando poblado
m os, según lo exige el bien com ún. nes enteras, faltas de lo necesario, viven en una lal
5) El clero y la Acción Católica, estando, por su dependencia que les im pide toda iniciativa v iv»
m isión de paz y de am or, consagrados a u n ir a todos ponsabilidad, lo m ism o que toda posibilidad da
los hom bres en el vínculo de la paz (Ef 4, 3), deben prom oción cu ltu ral y de participación en la villa
co n trib u ir a la prosperidad de la nación p rincipal­ social y política, es grande la tentación de rechazar
m ente fom entando la unión de los ciudadanos y de con la violencia tan graves injurias contra la dignl
las clases sociales y colaborando en todas aquellas dad hum ana.
iniciativas sociales que no se opongan al dogm a o a Sin em bargo, como es sabido, la insurrección
las leyes de la m oral cristiana» (P. Galindo, Colec­ revolucionaria -salv o en el caso de tira n ía evidcnle
ción de Encíclicas y Documentos Pontificios. M adrid y prolongada, que aten tase gravem ente a los dere­
1955, 1.132). chos fundam entales de la persona y dañase peligro­
El Concilio V aticano II reitera la doctrina tra d i­ sam ente el bien com ún del p a ís - engendra nuevas
cional. Proclam a la licitud de la resistencia ante el injusticias, introduce nuevos desequilibrios y pro­
abuso de la autoridad: «Cuando la au to rid ad públi­ voca nuevas rüinas. No se puede com batir un mal
ca, rebasando su com petencia, oprim e a los ciuda­ real al precio de un m al m ayor» (PP 30-31).
danos, éstos no deben reh u ir las exigencias objeti­ En intervenciones posteriores, Pablo VI adoptó
vas del bien com ún; les es lícito, sin em bargo, de­ una actitu d m ás negativa ante la revolución violen­
fender sus derechos y los de sus conciudadanos con­ ta. De hecho no repite la excepción-paréntesis de la
tra el abuso de tal au toridad, guardando los lím ites encíclica Populorum progressio en intervenciones
que señala la ley n a tu ra l y evangélica» (GS 74; cf. m agisteriales en las que ten d ría un lugar adecuado.
DH 11). Por su parte, los documentos de Medellín (1968)
hacen un discernim iento m atizado en relación con
el «problem a de la violencia en América Latina».
d) Moral de la violencia revolucionaria S ituando el problem a de la violencia dentro del
m arco de las injusticias estructurales y leyendo en
En la actualidad, la violencia frente al orden es­ los m ovim ientos de violencia revolucionaria un
tablecido adquiere la configuración de violencia re­ afán por la justicia, llegan, sin em bargo, a la con­
volucionaria. clusión p ragm ática siguiente: «Si consideram os el
— El magisterio eclesiástico reciente se ha pronun­ conjunto de las circunstancias de nuestros países, si
ciado expresamente sobre la violencia revolucionaria. tenem os en cuenta la preferencia del cristianism o
Aunque su po stu ra es globalm ente negativa, convie­ por la paz, la enorm e dificultad de la guerra civil,
ne recoger los diversos m atices. Juan XXIII, en la su lógica de violencia, los m ales atroces que engen­
encíclica Pacem in terris (PT 161-162), asum iendo dra, el riesgo de provocar la intervención extranjera
enseñanzas de Pío XII, se opone tajantem ente a la por ilegítim a que sea, la dificultad de construir un
violencia revolucionaria: «No en la revolución, sino régim en de justicia y de lib ertad p artiendo de un
en una evolución concorde están la salvación y la proceso de violencia, ansiam os que el dinam ism o
justicia. La violencia jam ás ha hecho o tra cosa que del pueblo concientizado se ponga al servicio de la
destruir, no edificar; encender las pasiones, no cal­ justicia y de la paz». El Docum ento de Puebla (1979)
m arlas; a c u m u lar odio y escom bros, no hacer fra­ condena la violencia, tan to la del poder establecido
ternizar a los contendientes, y ha precipitado a los como la terro rista y guerrillera (n. 531-532).
hom bres y a los p artidos a la d u ra necesidad de Sin em bargo, la Instrucción de la Congregación
reconstruir lentam ente, después de pruebas doloro- p ara la D octrina de la Fe sobre Libertad cristiana y
sas. sobre los destrozos de la discordia» (13.6.1943: Liberación (1986) vuelve a recoger la doctrina tra d i­
AAS 35 [1943] 175). cional del paréntesis-excepción de la encíclica Po­
El texto decisivo es el de Pablo VI en la encíclica pulorum progressio. Adm ite la licitud del recurso a
Populorum progressio: «Es cierto que hay situacio­ la «lucha arm ada» com o «el últim o recurso p ara

312 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


poner fin a una tira n ía evidente y prolongada que con la violencia en general tiene aplicación directa
a te n ta ra gravem ente a los derechos fundam entales y prototípica a la violencia revolucionaria.
de la persona y perju d icara peligrosam ente al bien
com ún de un país». No obstante la afirm ación teóri­
ca de esta doctrina, señala un cam ino m ás eficaz y B. 3. La violencia subversiva
m ás conform e al espíritu del evangelio: «A causa Aunque el ejercicio de la violencia siem pre tiene
del desarrollo continuo de las técnicas em pleadas y un «significado» p a ra aquellos que la realizan, sin
de la creciente gravedad de los peligros im plicados em bargo las form as de violencia subversiva son
en el recurso a la violencia, lo que se llam a hoy «ciegas», y por tan to inhum anas, p a ra la sociedad
‘resistencia p asiv a’ abre un cam ino m ás conform e en general. Tal violencia no tiene justificación posi­
con los principios m orales y no m enos prom etedor ble; es algo absurdo.
de éxito».
H echa esta valoración radicalm ente negativa de
- La reflexión teológica no ha dicho su última pa­ las form as de violencia subversiva, la ética c ristia­
labra en relación con la ética de la violencia revolucio­ na cuestiona a la sociedad que produce y da lugar al
naria. Algunos exam inan la «revolución justa» des­ absurdo de la violencia. El Concilio V aticano II lle­
de los presupuestos tradicionales de la «guerra ju s­ ga a la raíz del problem a cuando dice: «La com ­
ta» (aun la in tern a o civil); som eten a análisis m oral plejidad de la situación actu al y el laberinto de las
la violencia revolucionaria desde los presupuestos relaciones internacionales p erm iten prolongar gue­
que legitim an, en la m oral tradicional, la guerra rras disfrazadas con nuevos m étodos insidiosos y
justa: a u to rid ad legítim a, causa ju sta, últim o recur­ subversivos. En m uchos casos se adm ite como nue­
so, fines justos, m edios justos, p robabilidad de éxi­ vo sistem a de guerra el uso de los m étodos del terro ­
to. rism o» (GS 79).
Otros autores, p a rtien d o de la necesidad de la Recogemos a continuación un texto del M agiste­
revolución de e stru c tu ras injustas, reconocen que la rio eclesiástico que form ula con valentía la condena
acción no-violenta es la m ás co n natural con las exi­ ética de la violencia subversiva tal como se verifica
gencias revolucionarias, pero que en determ inadas en el terrorism o.
ocasiones el recurso a la violencia es lícito por falta
de alternativa; en este ú ltim o caso se recurre a la
violencia «con la conciencia sufriente porque viola EL TERRORISMO
en parte la ley del am or».
Para otros, el tem a de la violencia revoluciona­ Entre los obstáculos a la paz que acabo de
ria tiene que p lan tearse desde dos claves de orien ta­ mencionar, existe uno sobre el que nuestro mundo
ción: prim era, que la posibilidad real de una violen­ actual está dolorosamente sensibilizado y que
cia arm ada, por la que se llegue a una revolución de
crea un clima de inseguridad: el terrorismo en el
estructuras al servicio del auténtico ‘progreso’ h u ­
m ano e histórico, no puede ser negada a rb itra ria ­ interior de los países y el terrorismo internacional.
mente, a priori; segunda, que tal posibilidad es Estamos frente a grupos temibles de gentes que no
fuertem ente angosta y problem ática, en concreto. dudan en matar gran número de inocentes, y eso a
menudo en países que les son extraños, no impli­
Por n u e stra p arte, creem os que la violencia re ­
cados en sus problemas, para sembrar el pánico y
volucionaria es la form a m ás cualificada de violen­
cia en la actu alid ad . Si es lícito en algún caso el uso atraer la atención hacia su causa. Nuestra repro­
de la violencia com o m edio de lucha por la justicia, bación no puede dejar de ser absoluta y unánime.
lo será en el caso de la violencia revolucionaria, ya Es preciso decir otro tanto de las bárbaras iniciati­
que ésta se opone a la o tra form a m ás perniciosa de vas de tomar rehenes con la práctica del chantaje.
violencia, la violencia estru ctu ral. El discernim ien­ Se trata de crímenes contra la humanidad. Cierta­
to ético que hem os hecho m ás a rrib a en relación mente existen situaciones de hecho a las cuales se

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 313


niega desde hace mucho tiempo una justa solu­ dad, es preciso, mediante la negociación, antes de
ción; existen pues sentimientos de frustración, de que sea demasiado tarde, tratar de hacer desapa­
odio y tentaciones de venganza a las cuales debe­ recer, cuanto sea posible, lo que impide acoger las
mos permanecer muy atentos. Pero el razona­ justas aspiraciones de los pueblos.
miento -o mejor, la conducta pasional- se desvía En particular, ¿no se halla aquí el nudo y la
completamente cuando se utilizan medios de injusticia que se debe desatar para llegar a una
injusticia y matanza de inocentes para defender solución justa y equitativa de toda la cuestión de
una causa; más aún, cuando se les prepara para Oriente Medio? Se siguen bosquejando hipótesis
ello y se les adiestra a sangre fría, con la complici­ de negociación, pero no se llega nunca al punto
dad de algunos movimientos y el apoyo de algunos decisivo de reconocer verdaderamente los dere­
poderes de Estado. La ONU no debería tolerar que chos de todos los pueblos interesados.
Estados miembros prescindan de principios y re­
Cuando dirigí mi mensaje a las Naciones Uni­
glas contenidos en su Carta aceptando comprome­
das, el 14 de octubre pasado, decía: «Vuestra Or­
terse con el terrorismo. El mandamiento «no ma­
ganización, por su naturaleza y por vocación, es el
tarás» es en primer lugar un principio fundamen­
foro mundial donde los problemas deben exami­
tal, inmutable, de la religión: los que honran a
narse a la luz de la verdad y de la justicia, renun­
Dios deben estar en primera línea entre los que
ciando a los estrechos egoísmos y a las amenazas
luchan contra toda forma de terrorismo. Lo mani­
del recurso a la fuerza». Señores embajadores:
festaba en la plegaria con la que terminaba mi
Vuestras nobles misiones convergen hacia esta fi­
alocución a los jóvenes musulmanes, en Casablan-
nalidad; a pesar del carácter generalmente bilate­
ca: «Oh Dios, no permitas que, cuando invocamos
ral de las relaciones que os corresponde entablar,
tu nombre, intentemos justificar los desórdenes
os exigen la misma apertura a lo universal, a la
humanos» (19 de agosto de 1985).
verdad y a la justicia.
Las represalias que alcanzan tan indistinta­
mente a inocentes y que continúan la espiral de la Discurso del papa Juan Pablo II
violencia merecen asimismo por nuestra parte re­ al Cuerpo Diplomático
probación; representan soluciones ilusorias e im­ acreditado ante la Santa Sede (11-1-85) n. 10
piden aislar moralmente a los terroristas. (Sobre el terrorismo, ver también el texto de
El terrorismo esporádico, que provoca justa­ los Obispos Españoles en el documento Construc­
mente el horror en las conciencias honestas (cf. tores de la paz, c. IV, n. 5).
Alocución a la hora del «Angelus», 29 de diciem­
bre de 1985), no debería hacer olvidar otra forma ☆
de terrorismo sistemático, casi institucionalizado,
que se apoya en todo un sistema policial secreto y LECTURAS COMPLEMENTARIAS SOBRE
aniquila la libertad y los derechos elementales de LA VIOLENCIA SOCIAL
millones de individuos, «culpables» de no alinear Pablo VI, Encíclica Populorum progressio, n.
su pensamiento con la ideología triunfante, y ge­ 30-31.
neralmente incapaces de atraer la atención y el
apoyo de la opinión pública internacional. Medellín, Documento Paz, II, b.
El diálogo y la negociación son, finalmente, el Puebla, n. 531-534.
arma de los fuertes, como lo recordaba vuestro Congregación para la doctrina de la fe, Instruc­
decano. Así, realizando una acción concertada y ción sobre Libertad y Liberación, c. V, n. 76-79.
firme para desterrar el terrorismo de la humani­

314 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


C. Para PROFUN DIZAR
Fanatismo y violencia.

El fanatism o es u n a de las m ás peligrosas enfer­


m edades que debilitan, trau m atizan y llegan a dar El fanatismo se sitúa en el lado de la desmesu­
m uerte a la convivencia social. El individuo y los
grupos que se m ueven po r el im pulso fanático cons­ ra, de la exageración y de la exacerbación. El faná­
tituyen una am enaza directa e inm ediata p a ra la tico va siempre más allá de lo debido. La dinámica
vida dem ocrática. del fanatismo tiene la estructura de la despropor­
ción. Es el modo desproporcionado de entender y
de defender una causa. El fanatismo es la condi­
a) Descripción de la condición fanática ción de aquellos que, creyéndose investidos de una
E tim ológicam ente, «fanático» proviene del latín misión religiosa, civil o social, y teniendo una per­
fanum , que significa tem plo. En significación direc­ tinacia singular en sus ideas, recurren a todos los
ta se dice de algo que es fanático en cuanto que medios, aun a los violentos, para hacerlas triunfar.
pertenece o tiene cierta relación con el tem plo. En Para Balmes, el fanatismo constituye «una viva
textos latinos se h ab la del dinero «fanático» (paecu- exaltación del ánimo fuertemente señoreado por
nia fanatica) p a ra a lu d ir al dinero destinado al tem ­
alguna opinión, o falsa o exagerada».
plo, de persona «fanática» (fanaticus) p a ra referirse
a un p rotector del tem plo y de asunto «fanático»
(causa fanatica) p a ra señ alar un negocio relaciona­
do con el tem plo.
El fanatism o se alim enta y se expresa m ediante
Pero ya en la lengua latin a se em pleó el adjetivo un conjunto de factores que son sus inevitables con­
«fanático» con un sentido nuevo o traslaticio. El com itantes:
significado inicial de referencia al tem plo degenera
y se aplica a la situación de la persona cuando ésta - La convicción irracional m ás que la búsqueda
se siente y a c tú a dom inada por un entusiasm o exal­ sincera de la verdad: el fanatism o tiene am biente
tado y p o r un celo intem perante. Son abundantes propicio en la ignorancia y en el prejuicio; el fan á ti­
los testim onios latinos que reflejan este significado co «razona» con las visceras m ás que con la in teli­
traslaticio. gencia.
El fanatism o constituye una patología de la con­ - La conciencia desm edida de la propia g ran d e­
ducta h u m an a . Es u n a form a desviada del com por­ za: el fanático se identifica con la causa que defien­
tam iento que se caracteriza por los tres rasgos si­ de; el fanatism o linda con el delirio, la obcecación y
guientes: 1) creerse en posesión de toda la verdad; la intem perancia.
al menos, en relación con un ám bito de la realidad; - La intolerancia com o form a de relación in te r­
2) vivir esa posesión de m odo exaltado, cuasi m ísti­ personal e intergrupal: el fanático se alim enta del
co, como de enviado; 3) sen tir un im perativo irresis­ celo inquisitorial y actú a com o fiscal o com isario de
tible a im p o n er la verdad a los dem ás como misión la verdad; el fanatism o se identifica con la praxis de
ineludible. la unidim ensionalidad.
Son m uchas las causas que dan origen al fana­
tism o. El fanático llega a hacerse por la actuación

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 315


conjugada de variados procesos. No suelen faltar b) Conexión del fanatismo
determ inados factores disposicionales; en efecto, con la violencia
personalidades esquizoides y paranoides tienen una
propensión clara al fanatism o. El esquizoide es una El fanatism o puede ser denunciado éticameiii.
personalidad rígida que vive su afectividad de un desde m uchas perspectivas. El com portam iento ln
modo disociado y que es capaz de anteponer el es­ nático es frontalm ente contrario a toda ética que >
quem a prefabricado a la evidencia de la vida. Por precie de tal por su aceptación de la criticidad y if
su parte, el paranoide se caracteriza por la fijeza en la im parcialidad. Más concretam ente, la ética
sus ideas, por la m anía de grandeza y por la presen­ opone radicalm ente al fanatism o desde sus opcin
cia en él de ideas delirantes. Se com prende pues nes axiológicas por la libertad, po r el diálogo, por L
que tanto el esquizoide como el paranoide tengan convivencia dem ocráticam ente realizada.
cierta predisposición al fanatism o. La denuncia que se ofrece a continuación se si
Junto a los factores disposicionales hay que si­ tú a en la perspectiva de la conexión entre fanatism o
tu a r la historia personal del sujeto. El fanático llega y violencia. El fanatism o queda desacreditado por
a serlo como conclusión y salida a determ inadas su inevitable connivencia con la dinám ica de la vio­
frustraciones personales. El com ponente de fru stra­ lencia. Afirmación que puede ser desglosada en tres
ción es m ás evidente en algunos tipos de fanatism o aspectos: analizando la e stru ctu ra, los cauces y los
determ inados por un deseo desm edido de supera­ ám bitos del fanatism o y viendo en ellos el irrenun-
ción. No hace falta acudir siem pre, aunque no haya ciable com ponente de la violencia.
que descartarlo po r principio, a fijaciones de la épo­
ca infantil, concretam ente de carácter anal. Con re­
lativa frecuencia, el fanatism o constituye la patolo­ • La estructura fanática es violenta
gía de la debilidad y del resentim iento; sujetos in­ y la estructura violenta es fanática
capaces de vivir y a c tu a r desde la precariedad de su El fanatism o y la violencia son dos dinám icas
peculiar psicología se lanzan a la desm esura del fa­ necesariam ente superpuestas. El fanático necesa­
natism o com o a una tab la de salvación. La búsque­ riam ente es violento, y éste, inevitablem ente, es fa­
da de u n a seguridad ficticia que venza la inseguri­ nático.
dad personal está en el origen de m uchos com porta­
m ientos fanáticos. En prim er lugar, el com portam iento violento es
fanático, es decir, está fanatizado y es fanatizador.
M irado desde las teorías de la personalidad so­ E xam inada la e stru c tu ra de la violencia, no cabe la
cial, el fanático se configura m ediante los factores m enor duda en la aceptación de su com ponente fa­
siguientes: el au to ritarism o , la intransigencia y la nático; en efecto:
exaltación. La personalidad social del fanático se
alim en ta del au to ritarism o , se relaciona con los de­ - El violentador, p a ra constituirse en cuanto
m ás de form a intransigente y vive su vida social de tal, precisa «auto-glorificarse»; se m itifica a sí m is­
m odo in tem p eran te y exaltado. Hay situaciones mo; se hace héroe. N adie es violento si previam ente
históricas, am bientes ideológicos y opciones socio- no fanatiza su personalidad p a ra sentir la coheren­
p olíticas que a tra en y segregan personalidades fa­ cia, aunque patológica, entre la acción violenta y el
náticas. sujeto que la ejecuta.
Los tre s grupos de causas que se han enum erado - La violentación lleva consigo el halo de la fas­
ayudan a com prender la génesis de la condición fa­ cinación. En la violencia hay siem pre, de form a
nática. Conviene, no obstante, ad v ertir que el faná­ m ás o m enos explícita y de m odo m ás o m enos di­
tico se hace en gran m edida a él m ism o. No se pue­ recto, una «orgía de la victim ación» y un «ritual de
de d e s c a rta r el com ponente de lib ertad en los com ­ la sangre». La fascinación de la violencia se alim en­
p o rta m ie n to s fanáticos. A ese reducto hay que ape­ ta del fanatism o y se expresa a través de él.
lar p a ra exigir la superación del fanatism o. - El acom pañam iento justificador de la violen­
cia surge de la distinción fanática entre la «verdad»

316 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 317
y el «error», entre los «buenos» y los «malos». La cia, no m enos peligroso: es el arsenal de las «rcpir
verdad puede m a ta r al error, los buenos tienen de­ sentaciones» de la violencia.
recho a prevalecer sobre los m alos.
Dentro del espacio ideológico en que acaece Iti
En segundo#lugar, el com portam iento fanático violencia, interviene un conjunto de m ecanism os de
es violento. La prueba de esta afirm ación se apoya índole fanática. Pueden ser reducidos a tres grupos
en la realidad histórica. Una de las fuentes p rim a ­ desacreditar a la víctim a; asu m ir el papel de salvu
rias de las violencias pasadas y presentes está en el dor m esiánico; in te rp re ta r la h istoria como un cam ­
fanatism o. Este constituye uno de los móviles que po de b atalla entre el bien y el m al.
m ás desgracias han causado en la historia de la hu­
m anidad. Desacreditar a la víctim a. No se m ata si previa­
m ente no se ha desacreditado a la víctim a. La vio­
Existe otro tipo de prueba p ara la afirm ación de lencia actú a dentro del m arco ideológico organiza­
que el com portam iento fanático es inevitablem ente do por el factor de la «descalificación» y el «descré­
violento. Es la que proporciona el análisis de la d i­ dito». La actuación del descrédito tiene por objeto
nám ica del fanatism o. El fanático hace de la fuerza constituir al otro como víctim a. La supresión efecti­
su ideario, ya que convierte el éxito de su causa en va, es decir, la ejecución real de la violencia, no es
cuestión de prevalencia sobre el adversario. Por m ás que el final del proceso de victim ación iniciado
o tra parte, la agresividad neurótica, no integrada, por la descalificación y del descrédito.
le lanza com pulsivam ente al ejercicio de la violen-
tación de otros. Además, el objetivo del fanatism o y Para conseguir el descrédito de la víctim a, se
de la violencia coinciden en lo esencial: la destruc­ precisa una cam paña ideológica m ovida por el fa­
ción del «otro». Es evidente que la violencia preten ­ natism o. Por ejem plo:
de deshacerse, im aginaria o realm ente, del enem i­ - Para ejecutar una violencia m oral sobre otro,
go. Pero ése es tam bién el objetivo del com porta­ se requiere previam ente declararlo fanáticam ente
m iento fanático: elim in ar la «verdad» del otro, qui­ un «herético», un «proscrito», un «excomulgado»,
ta r la «personalidad» social del otro, destru ir el un «renegado», un «no-patriota», etc.
«ám bito» p lu ralista y convivencial del otro. Violen­
cia y fanatism o se dan cita p a ra elim inar la reali­ - Para llegar a la violencia física, se precisa ro­
dad del otro. barle a la víctim a, de m odo fanático, su personali­
dad social: el policía es p a ra el terro rista no un poli­
cía, sino un «enemigo de guerra»; el terro rista es
• M ecanismos fanatizadores p ara el to rtu ra d o r no una persona, sino una «rata».
en la dinám ica de la violencia
D esacreditar a la víctim a es com enzar a ejecutar
La violencia se realiza dentro de un espacio real: la violencia. La to rm en ta de la violencia com ienza
es la violencia convertida en concreción em pírica, en la zona de la «representación» y descarga en el
con su secuela de efectos m ortíferos o p aram ortífe­ ám bito de la realidad. Ahora bien: el descrédito y la
ros (secuestro, to rtu ra , etc.), físicos o m orales. Esa descalificación del otro es un efecto del fanatism o
es la violencia que se ve y que se constata en hechos que, por su propia y peculiar dinám ica, distingue
y p alab ras. entre «buenos» y «malos» y, consiguientem ente,
Pero la violencia h u m an a tam bién acaece al in­ configura «sujetos-víctim as».
terio r de un espacio ideológico. La violencia es re a ­ A sum ir el papel de salvador mesiánico. No se re a ­
lidad, pero al m ism o tiem po es «representación». lizan acciones violentas si no se justifican por una
Se organiza dentro de un universo lingüístico, sim ­ pretendida salvación, propia o de los otros. La vio­
bólico, justificativo. H asta se ha hablado de las lencia interhum ana, y de m odo preferente la social,
«fantasías» de la violencia. El arsenal de la violen­ es una patología de la salvación. El violentador se
cia es cuantificable em píricam ente en los in stru ­ constituye en salvador y, desde ese rol, asum ido p a ­
m entos m ortíferos y p aram ortíferos de que dispone tológicam ente, ejecuta unas acciones que p a ra los
la h u m an id a d . Pero existe otro arsenal de la violen­ dem ás son violentas, pero p a ra él son salvíficas.

318 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


En sus m anifestaciones m ás extrem as, la violen­ • Am bitos de la violencia fanática
cia se autojustifica po r la salvación que genera. Es- (o del fanatism o violento)
la salvación es entendida y vivida:
La violencia fanática o el fanatism o violento
- Como un «don», es decir, m esiánicam ente; no puede darse en todos los ám bitos de la existencia
es algo que se construye con el esfuerzo hum ano de hum ana. Todos los flancos de la realid ad hum ana
todos, sino u n a gracia que desciende de lo alto, a pueden ser som etidos a la acción fanática y a la
Iravés de un fanático m ediador que la instrum enta- acción violenta.
lí/.a. De ahí que sea válido h acer una tipología siste­
- De form a «totalizadora», es decir, escatológi- m ática de la violencia fanática. Se pueden clasificar
cam ente: no es una salvación conseguida parcial e las m anifestaciones del fanatism o violento en: 1)
históricam ente, sino de m odo pleno e in stan tán ea­ individuales o colectivas, siendo estas últim as las
m ente como efecto de una acción suprahistórica. m ás potentes y las m ás usuales; 2) actuales o estru c­
Para llegar a tener conciencia de este papel me- turales, m anifestándose las prim eras en acciones
siánico, se precisa dejarse p e n e trar po r el fanatis­ singulares y las segundas en estru ctu ras (sociales,
mo. U nicam ente el fanático es capaz de asum ir p a ­ religiosas, políticas, culturales, etc.) de configura­
tológicam ente el rol de salvador m esiánico. ción fanática; 3) espectaculares y ordinarias, según
el m odo de presentarse en un determ inado m om en­
- Como m isión de un grupo privilegiado que se to histórico; 4) carism áticas o calculadas, de acuer­
autoproclam a salvador del resto de la hum anidad. do con el com ponente racionalizado de la acción
Interpretar la historia como un campo de batalla fanática.
entre el bien y el mal. O tro de los m ecanism os fanati- Más que la clasificación sistem ática, interesa la
zadores que e n tra n en la dinám ica de la violencia es referencia a los ám bitos m ás significativos del fana­
la com prensión de la histo ria como una tra m a béli­ tism o actual. En el plano internacional destacan
ca entre las fuerzas del m al y las del bien. algunos de m odo prom inente: brotes de fanatism o
El fanático se m ueve d entro de un universo ideo­ violento en el m undo islám ico (Irán) y en el m undo
lógico que propicia y h a sta genera por necesidad judío (Israel); m ovim ientos de belicism o fanático;
acciones violentas. En efecto, el fanatism o hace de form as extravagantes de fanatism o religioso que
la historia una «representación» de la lucha dualís- conducen a violencias individuales e intragrupales;
tica entre el bien y el m al. La h istoria hu m an a ú n i­ fanatism o estru ctu ral de sistem as sociopolíticos
cam ente cobra sentido p a ra el fanático si se la en­ que violentan a individuos y a grupos (to ta lita ris­
tiende como una perm anente situación de guerra. mos de izquierdas y de derechas). Ante esta consta­
El fanático vive en una continua exaltación bélica. tación no se puede a firm ar que haya desaparecido
Sus actitudes básicas son las propias del sobresalto del universo la peste del fanatism o violento.
perm anente: a c titu d de «acecho» p a ra descubrir al
enemigo, a c titu d de «defensa» ante el ataque de los
valores m itificados, a c titu d de «asalto» p a ra derro­ c) Superación ética del fanatismo
c ar los b alu artes de la m alignidad. El fanático está Cuantos h ab lan del fanatism o en térm inos de
siem pre en «pie de guerra». denuncia, tra ta n tam bién de a p o rta r una solución a
Siendo éstos los sím bolos, las com prensiones y esta lacra de la convivencia social. La solución sue­
los universos representativos del fanático, es n a tu ­ le esta r de acuerdo con el tipo de análisis que pre­
ral que el fanatism o engendre violencia. La din ám i­ viam ente han realizado. Así, por ejem plo, p a ra Vol-
ca de la violencia está dirigida necesariam ente por taire el rem edio del fanatism o es la im plantación
los m ecanism os de la representación fanática de la del «espíritu filosófico». En cam bio, Balm es propo­
realidad, concretam ente por la in terp retació n de la ne como solución el reconocim iento de la propia
historia com o un cam po de b a ta lla entre el bien y el debilidad y la sum isión a una a u to rid ad infalible:
m al. «Esos extravíos de la m ente, esos sueños de delirio,

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 319


apáganse por lo com ún en su m ism o origen cuando discurso y la violencia son los contrarios fundaineti
existe en el fondo del alm a el saludable convenci­ tales de la existencia hum ana. A testiguarlo ¡ninlit
m iento de la propia debilidad y el respeto y sum i­ rrum pidam ente es condición única p a ra rec o m an
sión a una autoridad infalible». a la violencia donde se encuentre y recu rrir a la
H abiendo analizado aquí el fanatism o desde la violencia cuando haga falta. Pero quien no luiva
perspectiva de la violencia, corresponde proponer dejado de designarla como con traria al discurso,
una solución específica p a ra su p erar la violencia tendrá que evitar hacer apología, disfrazarla o
fanática. E sta solución consiste en un proyecto éti­ creerla pasada de m oda cuando no lo está».
co-cívico apoyado sobre tres valores básicos: el va­ El segundo nivel de desfanatización de la violen
lor de la racionalidad ab ierta y dialogante; el valor cia pertenece al orden político. E sta desfanal iza
de la convivencia p lu ralista, y el valor de la ética ción de la violencia se realiza m ediante la corres
civil que supere los exclusivismos del fanatism o, pondiente racionalidad política.
tanto de la religión com o de la increencia. La violencia h u m an a precisa una canalización o
institucionalización social. Cuando la instituciona
• El valor de la racionalidad abierta lización adquiere rasgos y funciones cuasi divinas,
y dialogante aparece el fanatism o violento del E stado autodivi
nizado. Pero, po r o tra p arte, la desaparición de toda
Para c u ra r el fanatism o no hay terap ia m ás ade­
institucionalización social de la violencia conduce
cuada que la racionalidad. R acionalizar versus fa­
al poder de la fanatización ácrata, una de cuyas
natizar: he ahí un axiom a de la ética de la conviven­
m anifestaciones es la violencia terrorista.
cia.
U nicam ente la racionalidad política es capaz de
La apu esta por la racionalidad supone la supe­
m antener en su justo lím ite la canalización social
ración de los asaltos del fanatism o. En efecto, la
de la violencia, im pidiendo tan to la excesiva in sti­
actitu d de racionalidad genera el deseo de «buscar»
tucionalización (terrorism o de Estado) como la exa­
la verdad y no la seguridad de «poseer» la verdad.
La búsqueda de la verdad es siem pre una tarea gerada desinstitucionalización (violencia terro ris­
ta). Las diferentes interpretaciones o discursos polí­
abierta; quien se deja guiar por la racionalidad, no
afirm a la posesión segura de «toda» la verdad. Por ticos sobre la violencia encuentran el punto de equi­
otra p a rte , la búsqueda de la verdad se hace en con­ librio en la afirm ación sobre la necesidad de racio­
tin u a «confrontación» y en diálogo perm anente con nalizar políticam ente la violencia.
los dem ás seres razonables. E sta dinám ica de la ra ­ El últim o nivel de desfanatización de la violen­
cionalidad es incom patible con el fanatism o. cia lo realiza la racionalidad ética. E sta corrige posi­
bles desviaciones de la racionalidad política. En de­
En el ám bito concreto de la violencia fanática
term inados am bientes se ha vivido, o se vive to d a­
urge de m odo especial in tro d u cir la racionalidad.
Para su p e ra r la violencia es necesario desfanatizar­ vía, la política «como deslum bram ientos y unilate-
la. La desfanatización se logra m ediante una ade­ ralidad», actitu d que lleva a servirse de la política
cuada racionalización. como una «religión encubierta» o u n a «religión se­
cularizada». E sta absolutización de la política con­
La p rim e ra racio n alid ad que es preciso in tro d u ­ duce a fanatism os intransigentes situados m ás allá
cir en la rea lid a d de la violencia es la racionalidad del bien y del m al. La racionalidad ética desdivini­
del discurso crítico. Pocas realidades son tan refrac­ za la política y consiguientem ente desfanatiza ra d i­
tarias a la c la rid a d del logos (p alab ra y razón) como calm ente la violencia.
la violencia h u m an a. Por eso m ism o se precisa un
discurso crítico p a ra d enotarla, analizarla y nom ­
b rarla, im pidiendo que se esconda en los antros de • El valor de la convivencia pluralista
la irra cio n a lid a d o que se cam ufle m ediante la ap a­
riencia de justificaciones ideológicas. Es certera la El fanatism o se n u tre y se expresa m ediante ac­
tom a de p o stu ra de R icoeur an te la violencia: «El titudes intransigentes. La violencia fanática es la

320 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


intransigencia convertida en bom ba explosiva: el y responsabilizada es el antíd o to eficaz contra el
fanatism o explota en violencia a través del m eca­ fanatism o y contra la violencia social que b ro ta de
nism o de la intransigencia. él.
La opción por la convivencia es el telón de fondo
de una vida social no fanática. Ahora bien: la tra m a ■ai^ ■ ■■— taimmmmmmmmi— —
de la convivencia social está co nstituida por el p lu ­
ralism o. La tra m a violenta de la sociedad (tram a La alternativa global y decisiva frente a la vio­
golpista, tra m a terro rista, etc.) únicam ente desapa­ lencia fanática es la elevación ético-cívica de la
rece m ediante la tra m a del sano pluralism o dentro sociedad. La ética civil constituye la trama genui-
del cuerpo social. na de la sociedad desfanatizada y no violenta. El
Para a rra ig a r y consolidar la convivencia p lu ra ­ proyecto ético-cívico en que colaboren todos de­
lista hay un m edio eficaz: la participación conscien­ sarticula y neutraliza los fanatismos violentos y
te y responsable de todos los individuos y de todos las violencias fanáticas.
los grupos en la vida social. La participación crítica

D. Para C O N F R O N T A R
Conflictividad social y ética cristiana.

D . 1. L a lu c h a d e c la s e s .
D. 2. E l s in d ic a lis m o .
D. 3. D is c e r n im ie n to é tic o d e lo s c o n flic to s
la b o r a le s .
D . 4. L a h u e lg a la b o r a l.

D. 1. La lucha de clases de clase social y sin necesidad de terc ia r en la discu­


sión sobre su configuración genética y estructural,
a) La lucha de clases: hay un dato sociológico que se im pone de form a
hecho social y método de liberación inm ediata: la lucha de clases como hecho y como
m étodo. «La lucha de clases es al m ism o tiem po un
Sin e n tra r en el análisis detallado del concepto hecho y un m étodo. Es un hecho: es decir, la divi-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 321


sión de la sociedad en clases irreductiblem ente an ­ cristiano. La opresión de unas clases por otras con
tagonistas entre ellas, en sus intereses económicos, tradice la visión cristian a de la historia.
políticos, sociales y, por tanto, en su cultura. Más Los cristianos que se enrolan en la lucha de cl«
concretam ente, la división de la sociedad entre ses han de realizar su com prom iso desde la colu
opresores y oprim idos, entre los que deciden y los rencia de la fe. Para ello precisan som eter a diseei
que ejecutan. Este hecho es adem ás considerado co­ nim iento ético la lucha de clases.
mo una ley histórica: es decir, que, puestas ciertas
condiciones, por ejem plo el régim en de propiedad Es G irardi quien destaca con claridad y con pn
privada de los grandes bienes de producción, la lu­ sión la necesaria instancia ética en la lucha de cln
cha se vuelve necesaria. Es una ley histórica tam ­ ses. Para él, la lucha de clases «sólo se hace revolu
bién en el sentido de que la lucha de clases condi­ cionaria cuando se ve atravesada por un poderoso
ciona necesariam ente otros aspectos de la vida so­ im pulso m oral, por una pasión de justicia, de solí
cial, y, por tanto, es un factor fundam ental de la daridad, de am or. Por el contrario, cuando se deja
evolución histórica. llevar por el resentim iento, por el espíritu de revan
cha, por el odio, no podrá ser nunca verdaderam en
La lucha de clases es adem ás un m étodo que se te innovadora, sino que engendrará inevitablem en
im pone a las clases oprim idas p a ra liberarse, en el te nuevas relaciones estructurales de dom inación,
sentido de que la transform ación de la sociedad p a ­ perdiendo así su razón de ser fundam ental, que con­
sa por una iniciativa solidaria, sistem ática, de lu­ siste precisam ente en suprim irlas todas» (Fe cristia­
chas de las clases oprim idas contra las clases dom i­ na y materialismo histórico. Salam anca 1978, 139).
nantes. Por tanto, la lucha de clases expresa el esta­
¿Cómo «m oralizar» la lucha de clases? Nos p a ­
do de alienación y el m étodo p a ra solucionarlo: una
rece adecuada la siguiente valoración: «La lucha de
situación im puesta y una iniciativa tom ada» (J. Gi-
clases tiene cuatro aspectos fundam entalm ente dis­
rard i, Am or cristiano y lucha de clases. Salam anca
tintos, que es necesario deslindar con clarid ad para
1971, 83-84).
llevar a cabo una valoración adecuada.
- La lucha de clases es prim ordialm ente la si­
b) Coherencia cristiana tuación objetiva de opresión y antagonism o que di­
dentro de la lucha de clases m ana de la existencia de las clases. Esa situación es
injusta y, por tanto, an ticristian a. La lucha de cla­
La doctrina social de la Iglesia, aunque con m a­
tices diversos según la evolución de los docum en­ ses, en sentido estru ctu ral, ha de ser condenada sin
reservas. El am or fraterno nos obliga a elim inar las
tos, ha m antenido una p o stu ra negativa ante la ex­
causas que aten tan contra él. Como la estru ctu ra
plicación de la historia como lucha de clases y ante el
clasista de la sociedad im pide la colaboración y a r­
método de la lucha de clases como procedim iento
m onía entre las personas de unas y otras clases, las
p a ra su p e ra r las injusticias sociales. Para la doctri­
na católica, la lucha de clases es un hecho, pero no clases han de ser suprim idas.
un hecho «explicativo» de la historia, sino una con­ - La lucha de clases es el esfuerzo de los grupos
secuencia de los abusos de poder; por otra parte, el sociales oprim idos por u n a e stru c tu ra clasista de la
m étodo de la lucha de clases «nace» del odio y «con­ sociedad p a ra su p erar esa situación y alcanzar su
duce» a la violencia, aspectos am bos contrarios al liberación sociopolítica.
ideal cristiano; adem ás, la lucha de clases (en cuan­ Ese esfuerzo es legítim o y a él h an de sum arse
to explicación y en cuanto m étodo) se alim enta de todos los cristianos. N adie puede oponerse, en nom ­
los p resupuestos m arxistas, opuestos a la concep­ bre de la fe, a la defensa legítim a, frente a una situ a ­
ción c ristia n a de la h istoria. El ideal cristiano se ción de injusticia estru ctu ral.
asien ta, según la d o ctrin a de la Iglesia, sobre las La em ancipación colectiva del pueblo, m ediante
bases de la colaboración y del interclasism o (RN la elim inación de posiciones de poder fundadas en
14; QA 81-114; MM 23-97). privilegios individuales o colectivos, es plenam ente
U na sociedad clasista no corresponde al ideal justa.

322 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


— La lucha de clases es la aplicación de ciertas trab ajan po r cuenta ajena en régim en de salariado
estrategias o tácticas p a ra conseguir la supresión de puro o mixto) es una exigencia del derecho n atu ral,
la sociedad clasista. sin otros lím ites que los que im ponga una razona­
La lucha de clases, así entendida, no siem pre es ble legislación penal y de orden público (rectam en­
lícita p ara un cristiano. Existen m edios m orales y te entendido), cuya leal aplicación debe qu ed ar ga­
medios inm orales, incluso p a ra co m b atir situacio­ rantizada por tribunales de ju sticia im parciales, to­
nes de injusticia. talm ente independientes del poder ejecutivo.
El cristiano no acepta el uso indiscrim inado de - La existencia de un sindicato (de u n a confede­
la violencia, la agudización sistem ática y delibera­ ración sindical) que tenga el cará c te r de entidad de
da de los conflictos, la m anipulación de las perso­ derecho público, y a la que correspondan exclusiva­
nas, el proselitism o apoyado en la calum nia o la m ente determ inadas funciones de representación
m entira, y otros m edios que incluyen form as de de los obreros -e n p a rticu la r, la legitim ación nece­
opresión, d istintas de las que se quiere com batir, saria p ara negociar y concluir válidam ente co n tra­
pero igualm ente rechazables. tos colectivos de trab ajo en representación de los
trab ajad o res-, no podrá ser im puesta legalm ente
- La lucha de clases puede significar, finalm en­ por el E stado sino en virtu d de exigencias ciertas y
te, la represión ejercida por los beneficiarios de la concretas del bien com ún, y bajo severas condicio­
estru ctu ra clasista de la sociedad, contra los que se nes que garanticen institucionalm ente tan to su ca­
defienden legítim am ente. rácter au ténticam ente representativo de las perso­
E sta m odalidad de lucha am p arad a, en ocasio­ nas de los trab ajad o res com o su genuina autonom ía
nes, por una legalidad coactivam ente im puesta, interna, respecto del gobierno en todo caso, y res­
em an ad a de órganos legislativos ajenos a la volun­ pecto de cualquier persona o e n tid ad ajena a la co­
tad ciudadana librem ente expresada, o de un poder m unidad de los trab ajad o res en aquellas situacio­
ejecutivo incontrolado, constituye un abuso in ju sti­ nes que se refieren a los intereses peculiares de és­
ficable» (R. Belda, M arxismo, cristianismo y lucha tos. Pero la existencia de u n sindicato (de una confe­
de clases: Corintios XIII n. 5 [1978] 110-112). deración sindical) de este tipo no podría ser m an te­
nida, sin notoria injusticia, contra la voluntad con­
sistente y sólidam ente m ay o ritaria de los tra b a ja ­
D. 2. El sindicalismo dores m ism os. Es, por tanto, una estricta exigencia
de justicia que existan cauces institucionales sufi­
a) Síntesis de la doctrina social católica cientes po r donde la voluntad de los trabajadores
pueda m anifestarse eficaz y sinceram ente.
sobre el sindicalismo
- En tal caso, los trab ajad o res han de conservar
La doctrina social católica ha aceptado la reali­ la posibilidad de ejercer librem ente su derecho de
dad del sindicalism o y ha propuesto un conjunto de asociación profesional, siendo este m ism o derecho
criterio s p a ra o rie n tar esta im p o rtan te estru ctu ra una g a ra n tía indispensable de que la existencia le­
de la vida social. He aquí u n a síntesis de la enseñan­ gal de un sindicato (de una confederación sindical)
za de la Iglesia sobre el tem a: de derecho público, como el a rrib a descrito, no pue­
«A títu lo de ensayo, sugerim os estos cuatro p u n ­ da llegar a convertirse en in strum ento de injusta
tos, en que puede sintetizarse, a nuestro juicio, la opresión de los obreros. Lo m ism o vale, proporcio­
enseñanza de la Iglesia sobre asociaciones profesio­ nalm ente, de otros m iem bros y grupos del m undo
nales o breras y sindicatos. del trabajo, de la producción y de los servicios.
— D ando a la p a la b ra ‘sin d icato ’ el sentido de - D entro de este m arco firm e y, a la vez, m uy
asociación profesional p a ra representar a sus pro ­ am plio, la doctrina de la Iglesia deja abierto el cam ­
pios m iem bros y p a ra defender sus intereses con to­ po a la creación y a la evolución de ‘m odelos’ de
dos los m edios legítim os, la libertad sindical (y, organización social de la vida económ ica y del tra ­
concretam ente, la lib e rta d de sindicación de los que bajo. Estos ‘m odelos’ deberán proyectarse aten ­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 323


diendo a la vez con fidelidad a los derechos funda­ se lim ita al horizonte concreto de la em presa, snm
m entales del hom bre y a las bases ético-jurídicas de que abarca la sociedad global. Pío X II form ulo el lia
la vida social y, con prudente e ilum inado realism o, esencial de los sindicatos en «representar y deli n
a los problem as de las concretas circunstancias. Y der los intereses de los trabajadores en los conI ralo»
siem pre al servicio de la persona de todos, unidos de trabajo» (AAS 37 [1945] 69-70).
con vínculos de autén tica solidaridad. Como dice el Juan XXIII constató la am pliación a «todos lo»
Concilio Vaticano II en el proem io de la constitu­ órdenes de la com unidad política»: «Es una real i
ción Gaudium et spes: ‘Es necesario salvar la perso­ dad evidente que, en n uestra época, las asociar lo
na del hom bre y e stru c tu rar la sociedad’ (GS 3)» (J. nes de trabajadores han adquirido un am plio desa
N. G arcía-Nieto - J. M. Diez Alegría, El sindicato. rrollo y generalm ente h an sido reconocidas como
Curso de doctrina social católica. M adrid 1967, 866- instituciones jurídicas en los diversos países e in­
867). cluso en el plano internacional. Su finalidad no e»
ya la de m ovilizar al tra b a ja d o r p a ra la lucha de
b) Orientaciones éticas clases, sino la de estim u lar m ás bien la colabora­
para el momento actual ción, lo cual se verifica principalm 'ente por medio
de acuerdos establecidos entre las asociaciones de
- La p rim era orientación ética ante el sindica­ trabajadores y de em presarios. Hay que advertir,
lism o es la de la libertad y la pluralidad. La libertad adem ás, que es necesario, o al m enos m uy conve­
sindical com prende el derecho a fundar sindicatos y niente, que a los trab ajad o res se les dé la posibili­
a afiliarse al de su elección, así como el derecho de dad de expresar su parecer e in te rp re ta r su influen­
los sindicatos a form ar confederaciones y a fundar cia fuera del ám bito de su em presa, y concretam en­
organizaciones sindicales internacionales o afiliar­ te en todos los órdenes de la com unidad política»
se a las m ism as. N adie podrá ser obligado a afiliar­ (MM 97).
se a un sindicato. Para h acer real y efectiva la liber­ La ca rta apostólica Octogésima adveniens de Pa­
tad sindical, se precisa el reconocim iento del p lu ra ­ blo VI hace un discernim iento sobre la hipótesis de
lism o sindical, al que se opone frontalm ente el sin­ una m ayor am p litu d en la intervención de los sindi­
dicato único obligatorio (vertical) y, en cierta m edi­ catos: «Se debe a d m itir la función im p o rtan te de
da, la unificación de los sindicatos. los sindicatos: tienen por objeto la representación
El Concilio V aticano II ha form ulado con sufi­ de las diversas categorías de trabajadores, su legíti­
ciente precisión y am p litu d el contenido de esta p ri­ m a colaboración en el progreso económ ico de la so­
m era y m ás general exigencia ética del sindicalis­ ciedad, el desarrollo del sentido de sus responsabili­
mo: «E ntre los derechos fundam entales de la perso­ dades p a ra la realización del bien com ún. Su acción
na h u m an a debe contarse el derecho de los obreros no está, con todo, exenta de dificultades: puede so­
a fu n d ar librem ente asociaciones que representen brevenir, aquí o allá, la tentación de aprovechar
a u tén ticam en te al tra b a ja d o r y puedan colaborar una posición de fuerza p a ra im poner, sobre todo
en la rec ta ordenación de la vida económ ica, así por la huelga —cuyo derecho como m edio últim o de
com o tam b ién el derecho de p a rtic ip a r librem ente defensa queda ciertam ente reconocido-, condicio­
en las actividades de las asociaciones sin riesgo de nes dem asiado gravosas p a ra el conjunto de la eco­
represalias. Por m edio de esta ordenada p a rticip a ­ nom ía o del cuerpo social, o p a ra tra ta r de obtener
ción, que está unida al progreso en la form ación reivindicaciones de orden directam ente político.
económ ica y social, crecerá m ás y m ás entre todos Cuando se tra ta en p a rtic u la r de los servicios públi­
el sentido de la responsabilidad propia, el cual les cos, necesarios a la vida d iaria de toda una com uni­
llev ará a sentirse colaboradores, según sus m edios y dad, se deberá saber m edir los lím ites, m ás allá de
a p titu d e s propias, en la tare a total del desarrollo los cuales los perjuicios causados son absolutam en­
económ ico y social y del logro del bien com ún uni­ te reprobables» (OA 14).
versal» (GS 68). - La vida interna de los sindicatos debe realizar
- El cam po de intervención de los sindicatos no en plenitud el ideal de participación dem ocrática

324 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


que postulan p ara el conjunto de las instituciones D. 3. Discernimiento ético
sociales. Si en otras épocas la ética tuvo que defen­ de los conflictos laborales
der, en relación con los poderes sociales, el derecho
a la libre y p lural sindicación, ahora le incum be la Los conflictos laborales constituyen una reali­
tarea crítico-constructiva de velar por la coherencia dad de gran m agnitud en la vida social; tienen no ta­
de la vida interna de los sindicatos. El derecho de la bles repercusiones en todos los ám bitos de la reali­
persona a la participación directa no puede ser aho­ dad social: económ ica, política, fam iliar. D ada su
gado por las m ediaciones de las estru ctu ras sindica­ am p litu d de significación, h an de ser considerados
les; la burocratización excesiva y la búsqueda del desde diversas perspectivas (sociológica, jurídica,
pragm atism o por encim a de todo son tentaciones a económ ico-política). Ciñéndonos al aspecto ético,
evitar en el sindicalism o actual. Sin preten d er con­ hacem os las siguientes anotaciones generales.
vertir los sindicatos en zonas de lanzam iento m ísti­ - Para la ética es de gran im portancia el an áli­
co-ideológico, no pueden ser recortados p a ra finali­ sis genético de los conflictos laborales: las causas
dades exclusivam ente burocráticas y pragm áticas. que los originan. La conflictividad laboral no se ge­
Ya Pío XII ad v ertía el peligro que corren los sindi­ nera básicam ente a nivel de voluntades; sus causas
catos de convertirse en una fuerza «m asificante» e son de orden e stru c tu ra l. La e stru c tu ra socio­
«inhum ana» (AAS 45 [1953] 42). económ ica en general, y m ás concretam ente las es­
- Aunque la ética cristiana no puede escatim ar tru ctu ras jurídico-económ icas del trab ajo y de la
elogios a las organizaciones sindicales, tan to nacio­ em presa, son la m atriz de la conflictividad laboral.
nales como internacionales (MM 100-103), sin em ­ El discernim iento ético de la conflictividad laboral
bargo tam poco puede dejar de expresar su actitud no puede olvidar estas raíces estructurales del pro­
relativizadora ante el hecho del sindicalism o. El sin­ blem a. Estos aspectos ya h an sido analizados en la
dicato es, al fin y al cabo, una «m ediación», y en p arte dedicada a la ética económ ica.
cuanto tal no es un absoluto. De su condición de - Puesta la inevitabilidad de los conflictos labo­
m ediación surgen sus debilidades; debilidades de­ rales, la ética hace un discernim iento sobre la cohe­
bidas no sólo a las actuaciones libres de los indivi­ rencia de sus planteamientos. Los conflictos lab o ra­
duos y de los grupos, sino tam bién a la m ism a es­ les h an de realizar el ethos que se asigna a todo
tru c tu ra sindical. De ahí que la ética cristian a deba conflicto social: no deshacer el equilibrio social b á ­
m an ten er una p o stu ra lúcida ante los «desencan­ sico; búsqueda de la ju sticia del grupo sin olvidar el
tos» de la base frente a la actuación de las élites, interés general de la sociedad; atenim iento a las
ante las nuevas orientaciones asociativas y ante la posibilidades históricas de la situación real; actitu d
utopía de la autogestión en el plano de la lucha constructiva y dinám ica de las partes en conflicto.
obrera.
- Las condiciones éticas señaladas no han de
entenderse ni com o freno represivo ni como acicate
estim ulador en relación con los conflictos laborales.
LECTURA COMPLEMENTARIA Pretenden tener la función de relativizar el hecho de
SOBRE EL SINDICALISMO la conflictividad laboral, a fin de que nadie haga de
él un absoluto: bien un absoluto positivo por parte
Juan Pablo II, Encíclica Laborem exercens, n. 20 de los oprim idos, bien un absoluto negativo por
p arte de las fuerzas opresoras. Al reducir la conflic­
(Importancia de los sindicatos hoy).
tividad social a su relativ a dim ensión, la ética in­
troduce en ella un dinam ism o de corrección y de
orientación. Solam ente así, los conflictos sociales
pueden ayudar, desde su p recariedad hum ana, a la
construcción de la ju sticia social.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 325


D. 4. La huelga laboral nes dem asiado gravosas p a ra el conjunto de la eco
nom ía o del cuerpo social, o p a ra tra ta r de obtenei
- Se entiende por huelga la negación colectiva al reivindicaciones de orden directam ente político
trabajo, a fin de ejercer una coacción contra los p a ­ Cuando se tra ta en p a rtic u la r de los servicios públi
tronos, el Estado, o sim plem ente el público, con el eos, necesarios a la vida diaria de toda una común i
fin de una reivindicación y con vistas a una m odifi­ dad, se deberá saber m edir los lím ites, m ás allá di
cación que se estim a ju sta. La tipología de las huel­ los cuales los perjuicios causados son absolutam en
gas es variada: por razón de la norm ativa jurídica te reprobables» (OA 14).
(legales o ilegales), por razón del ám bito (locales-
nacionales-supranacionales; según el sector o ra ­ - Frente a la «huelgom anía» y a la «huelgofo
mo; según la pertenencia o no a una organización bia», la ética cristiana ad o p ta una postura interme­
sindical), por razón de la finalidad (laboral, políti­ dia. El Concilio V aticano II la expresó del siguiente
ca, m ixta, etc.). modo: «En caso de conflictos económico-socialc?
hay que esforzarse por encontrarles soluciones pa
- Las condiciones de legitimidad ética de la cíficas. Aunque se ha de rec u rrir siem pre prim ero a
huelga han sido sistem atizadas por la m oral tra d i­ un sincero diálogo entre las partes, sin em bargo, en
cional en fórm ulas precisas. En general, la huelga la situación presente, la huelga puede seguir siendo
«puede ser lícita, y lo es, si se verifican sim ultánea­ m edio necesario, aunque extrem o, p a ra la defensa
m ente las siguientes condiciones: 1) que se trate de de los derechos y el logro de las aspiraciones justa?
una causa justa; 2) que no exista otro cam ino para de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto
defenderla; 3) que se tenga fundada esperanza de antes, cam inos p a ra negociar y p a ra rea n u d a r el
éxito, es decir, que m edie proporción entre los bie­ diálogo conciliatorio» (GS 68). Tam bién en este te­
nes que se esperan y los m ales que se tem en» (L. m a de la huelga, la ética cristiana debe ejercer un
Rossi en DETM 470). La verificación de estas condi­ papel relativizador, tan to p a ra aquellos que la con
ciones está som etida a condicionam ientos históri- sideran un absoluto negativo como p a ra aquello?
co-sociales que han de ser oportunam ente pondera­ que la convierten en un absoluto positivo.
dos por la ética.
Aunque nos hem os lim itado a las form as de con
- La m oral cristian a pide m ayor circunspección flicto utilizadas por los trabajadores, no estará di
en relación con determ inadas huelgas: 1) las que m ás decir una p a la b ra sobre el «cierre» patronal
afectan a sectores clave (transportes, producción de («lock-out»). A pesar de las analogías entre huelga?
energía, etc.) que, por efecto de la interdependencia y lock-out, estas dos realidades conllevan notable?
social, acarrean repercusiones m uy graves (aten­ diferencias que ha de tener en cuenta la ética. «Di
ción a los enferm os, bienes de p rim era necesidad, fieren por la dim ensión de los sujetos que partici
etc.); 2) huelgas contra el Estado, contra los servi­ pan, por los m otivos de que surgen y por las conse
cios públicos, etc.; 3) las huelgas que supongan la cuencias a que llevan. En tan to que la huelga e:
utilización de m edios ilícitos, com o el sabotaje de siem pre un acto colectivo, el cierre de fábrica e?
m aterias prim as o de los instrum entos de trabajo. tendencialm ente un acto individual. Además, mien
La ca rta apostólica Octogésima adveniens se coloca tras que los obreros van a la huelga generalmente
en esta p o stu ra cuando afirm a que la acción de los p a ra defender los elem entos esenciales de su vida
sindicatos «no está exenta de dificultades: puede el em presario cierra m ás fácilm ente por la ganan
sobrevenir, aquí o allá, la tentación de aprovechar cia. De ahí que, a d m itid a la legitim idad del cierre-
una posición de fuerza p a ra im poner, sobre todo haya de exigírsele condiciones m ás onerosas de la?
por la huelga -cu y o derecho como m edio últim o de requeridas p a ra la huelga» (L. Rossi, Z. c., 474, not;
defensa queda ciertam ente reconocido-, condicio­ 10).

326 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 12.a

Etica de la paz
frente a la
inmoralidad
de la guerra

A. SINTESIS
Postulados éticos para construir la paz.
B. Para AMPLIAR
Inmoralidad de la guerra y deber del desarme.
C. Para PROFUNDIZAR
De la teoría de la «guerra justa» al rechazo total de
la guerra (Historia de la postura de los cristianos
ante la realidad de la guerra).
D. Para CONFRONTAR
Actitud cristiana ante el servicio militar.
_________ GUIA__________
La amenaza de la guerra hace pensar en el bien
supremo de la paz. A estas dos realidades se dedica la
presente Unidad.
La moralidad de la guerra es considerada:
- desde una perspectiva histórica: valorando la
teoría de la «guerra justa»;
- desde la perspectiva actual, con la «mentalidad
nueva» que postulaba el Concilio Vaticano II. Para
esta mentalidad, aparece con nitidez la inmoralidad
de toda guerra.
Dentro de este contexto son analizadas dos actitu­
des contrapuestas, pero copresentes: el servicio arma­
do y la objeción de conciencia a él.
En el conjunto de esta Unidad sobresalen un tema
y un interés: la propuesta de una ética eficaz de la paz.

328 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


A. Síntesis
Postulados éticos para construir la paz.

A. 1. Conversión a la «verdad» de la paz.


A. 2. El empeño cívico-cultural.
A. 3. Los «fines» y los «medios» p a ra conse­
guir la paz.
A. 4. La paz: fruto de la solidaridad.

Paz «es una de las p alab ras pronunciadas por va de la guerra. Además, la ética de la paz debe ser
los hom bres en todo el m undo con m ás frecuencia, liberada del secuestro al que la tienen reducida las
m ás apasionam iento y m ás preocupación» (Confe­ élites profesionales: políticos, científicos, m ilitares,
rencia E piscopal A lem ana, La Justicia construye l» filósofos. H a de ser devuelta a su sujeto propio: la
Paz■M adrid 1985, 3). El tem a de la paz es engloban­ sociedad civil. Por eso sugerim os que la ética de la
te y pluridim ensional, ya que la realidad aludida paz sea propuesta com o una ética cívica en el con­
tiene un significado tan extenso y tan denso como la texto de una nueva cu ltu ra.
condición hum ana. A continuación se ofrecen un conjunto de postu­
Los creyentes tienen la razonable convicción lados teórico-prácticos p a ra realizar la ética de la
que la paz p a rticip a del doble significado del «in- paz de acuerdo con la orientación indicada. E nten­
tram undo» y del «transm undo». La consideran co­ demos por «postulados» aquellas condiciones que
mo prom esa de Dios y como esfuerzo del hom bre. hacen posible y eficaz la convicción ética sobre la
En cuanto don escatológico, la paz es motivo y obje­ paz. Tales convicciones no son o tra cosa que esti­
to de la invocación religiosa; en cuanto tarea hu m a­ m aciones axiológicas y orientaciones p a ra el com ­
na, es com etido de la responsabilidad ética. prom iso ético.
En estas páginas se pretende hacer una reflexión
sobre la paz desde la perspectiva ética. Sin negar la
validez de otras consideraciones, es necesario enrai­ A. 1. Conversión a la «verdad» de la paz
zar la teoría y la praxis de la paz en el suelo siem pre Postulado l.°
fértil de la ética. El discurso ético puede ap o rtar al
gran río del tem a de la paz un caudal afluente de Se proponen muchas «éticas de la paz». Pero no todas
idealism o activo, de p ro testa constructiva, de im a­ ellas parten de -y conducen a - la «verdad» de la paz. La
ginación creadora. primera condición de la ética de la paz es «convertirse a
la verdad de la paz».
La genuina ética de la paz ha de ser form ulada
de form a positiva y con en tid ad propia, y no sólo ni A todos es p aten te la existencia de m uchas pro­
preferentem ente en relación con la realidad negati­ puestas sobre la paz. Desde distintos presupuestos,

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 329


con diversas justificaciones y buscando objetivos pío típico: «Paz del Pacto de Varsovia» y «Paz de la
dispares proliferan en el m om ento actual las a lte r­ Alianza Atlántica»).
nativas con pretensión pacificadora. Es norm al en­
contrar en casi todas ellas una pretendida cobertu­
ra ética. b) Convicciones positivas
La situación actual con relación a la ética de la - La paz tiene una significación positiva; for­
paz aparece m arcada po r el «politeísm o m oral». m ula la situación ideal de la h istoria regida por la
Cada grupo o clan (llám ese superpotencia, bloque, bondad.
zona cultural, partido, agrupación ideológica, po­ - La paz se construye con los valores básicos de
der tecnológico, etc.) organiza un universo ético p a ­ la libertad social y de la ju sticia socio-económica;
ra justificar sus propios intereses frente a los del la causa de la paz engloba la causa de los derechos
contrario. hum anos, los cuales se concretan históricam ente en
Frente a las desviaciones del politeísm o y del la dem ocracia real y en la ju sticia económ ica.
nom inalism o m orales, es preciso rehacer el verda­ - La paz sobrepasa los lím ites de la estricta ju s­
dero concepto de la paz. E sta tare a de construcción ticia; es «fruto del am or, el cual sobrepasa todo lo
crítica es el p rim er postulado de una genuina ética que la justicia puede realizar» (GS 78); hablando en
de la paz. lenguaje religioso, la paz es el rostro social de la
Con lenguaje religioso, el Concilio Vaticano II caridad.
expresó esta exigencia ética cuando aprem ió a que - La paz es un «perpetuo quehacer» (GS 78); es
«todos se conviertan con espíritu renovado a la ver­ praxis histórica en ascenso continuo.
dad de la paz» (GS 77). E sta verdad constituye el
punto de a rran q u e y la m eta de llegada del discurso
y de la praxis acerca de la paz.
La verdad ética de la paz, históricam ente alcan­ • El Episcopado Latinoamericano resumió en
zada y um versalm ente com partida, puede ser des­ Medellín (1968) e¡ evangelio de la paz en tres ras­
velada m ediante una serie de afirm aciones que ex­ gos. He aquí esa hermosa síntesis:
presan convicciones de polaridad tanto negativa co­
«Tres notas caracterizan, en efecto, la concep­
mo positiva.
ción cristiana de la paz:
a) Convicciones negativas 1. La paz es, ante todo, obra de la justicia (GS
78). Ella supone y exige la instauración de un or­
- La paz no consiste en el ejercicio o en el efecto den justo (PT 167; PP 76) en el que los hombres
del m onopolio del poder po r p a rte de una potencia puedan realizarse como hombres, en donde su dig­
im perialista (ejem plo típico: «Pax Rom ana»).
nidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones sa­
— La paz no es el equilibrio del terro r o la m ora­ tisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su li­
to ria in d ucida por la disuasión de dos bloques bertad personal garantizada. Un orden en el que
(ejem plo típico: «Paz Am ericana» y «Paz Soviéti­
los hombres no sean objetos, sino agentes de su
ca»).
propia historia. Allí, pues, donde existen injustas
- La paz no se reduce a la « tranquilidad del desigualdades entre hombres y naciones, se atenta
orden» cuando ese orden se realiza a costa de la
contra la paz (Mensaje de Pablo VI, 1-1-1968).
ju sticia (ejem plo típico: «Paz ofrecida por los a p a ­
rato s ideológico-m ilitares de la Seguridad N acio­ La paz en América Latina no es, por tanto, la
nal»). simple ausencia de violencias y derramamientos
— La paz plena y au tén tica no puede ser el efecto de sangre. La opresión ejercida por los grupos de
del m ilitarism o , de la econom ía de las arm as, de las poder puede dar la impresión de mantener la paz
alianzas defensivas, de la p olítica de bloques (ejem- y el orden, pero en realidad no es sino «el germen

330 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


continuo e invitable de rebeliones y guerras» por la justicia social debe cultivar siempre la paz y
(Mensaje de Pablo Vi, 1-1-1968). el amor en su corazón.
La paz sólo se obtiene creando un orden nuevo La paz con Dios es el fundamento último de la
que «comporta una justicia más perfecta entre los paz interior y de la paz social. Por lo mismo, allí
hombres» (PP 76). En este sentido, el desarrollo donde dicha paz social no existe; allí donde se en­
integral del hombre, el paso de condiciones menos cuentran injustas desigualdades sociales, políti­
humanas a condiciones más humanas, es el nom­ cas, económicas y culturales, hay un rechazo del
bre nuevo de la paz. don de la paz del Señor, más aún, un rechazo del
Señor mismo (Mt 25, 31-46)» (Documento II, Paz,
2. La paz es, en segundo lugar, un quehacer II, a).
permanente (GS 78). La comunidad humana se
realiza en el tiempo y está sujeta a un movimiento
que implica constantemente cambios de estructu­
ras, transformación de actitudes, conversión de A. 2. E l e m p e ñ o c ív ic o - c u ltu r a l
corazones.
Postulado 2.°
La «tranquilidad del orden», según la defini­ Es legítimo y enriquecedor el pluralismo de cauces o
ción agustiniana de la paz, no es, pues, pasividad de formas en la realización del compromiso ético a favor
ni conformismo. No es, tampoco, algo que se ad­ de la paz. El «analogado principal» de las instancias
quiera una vez por todas; es el resultado de un éticas pacificadoras es el empeño cívico-cultural.
continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas cir­ La convicción ética de la paz es una fuerza de tal
cunstancias, a las exigencias y desafíos de una his­ envergadura que no se agota en una sola m anifesta­
toria cambiante. Una paz estática y aparente pue­ ción. El pluralism o de cauces p a ra la realización
de obtenerse con el empleo de la fuerza; una paz del comprom iso a favor de la paz es un indicador,
auténtica implica lucha, capacidad inventiva, causa y efecto a la vez, de la riqueza ética de todo el
conquista permanente (cf. Pablo VI, Mensaje de cuerpo social. Se pueden recensionar las siguientes
Navidad 1967). «éticas de la paz»:
- La ética de la paz en el servicio armado. En la
La paz no se encuentra, se construye. El cristia­ precariedad histórica de la am enaza y del conflicto,
no es un artesano de la paz (Mt 5, 9). Esta tarea, los m ilitares h an de «contribuir realm ente a la con­
dada la situación descrita anteriormente, reviste solidación de la paz» (GS 79).
un carácter especial en nuestro continente; para - La ética de la paz mediante la no violencia acti­
ello, el pueblo de Dios en América Latina, siguien­ va. En dialéctica con la defensa arm a d a y rechazan­
do el ejemplo de Cristo, deberá hacer frente con do falsos pacifism os de deserciones o de cobardía
audacia y valentía al egoísmo, a la injusticia per­ cívica, la no violencia activa es un cam ino válido
sonal y colectiva. p ara líegar a la paz; adem ás, es un m edio que «está
al alcance de los m ás débiles» (Pablo VI).
3. La paz es, finalmente, fruto del amor (GS
78), expresión de una real fraternidad entre los
- La ética de la paz mediante la concienciación de
los profesionales de la ciencia y de la técnica arma-
hombres. Fraternidad aportada por Cristo, Prínci­
mentísticas. «Los científicos son agentes cualifica­
pe de la Paz, al reconciliar a todos los hombres con dos en la construcción de la paz. El cam bio c u a lita ­
el Padre. La solidaridad humana no puede reali­ tivo de la guerra m oderna es fruto de la tecnología...
zarse verdaderamente sino en Cristo que da la paz Una investigación científica polarizada por el inte­
que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27). El amor rés de la guerra fácilm ente queda p ro stitu id a en su
es el alma de la justicia. El cristiano que trabaja auténtica finalidad y pierde su debida orientación

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 331


ética, aunque los científicos que tra b a ja n en ella no los concernidos y en cuanto son concernidos. En la
sean m oralm ente los únicos ni los principales res­ ética de la paz existe un global sujeto concernido: la
ponsables» (Comisión perm anente del Episcopado sociedad civil. El a p a ra to bélico, la econom ía arm a-
Español, Constructores de la paz. M adrid 1986, 62- m entística y todas las restantes secuelas conciernen
63). de form a directa e in m ed iata a los §¿ijetos hum anos
- La ética de la paz propiciada por los intelec­ en su condición de ciudadanos.
tuales, los profesionales de los medios de com unica­
ción social, asociaciones de diversa índole (Ibíd.,
A. 3. L os « fin es» y lo s « m ed io s»
62).
p a r a c o n s e g u ir la p a z
- La ética de la paz en cuanto objetivo y tarea
de los políticos. A ellos les corresponde buscar since­ Postulado 3.°
ram ente la paz en sus actuaciones y proyectos. H an La cultura ética de la paz pretende conseguir, en la
de anteponer la paz «a cualquier otro objetivo per­ precariedad histórica de lo humano, cotas cada vez más
sonal, p a rtid ista , ideológico, económ ico o político». ascendentes en el ideal de la «paz perpetua». El ethos
Francisco de V itoria am onestaba a los príncipes del pacifista se realiza mediante la dialéctica, dinámica y
siguiente modo: «Las m ás de las veces, entre los creadora, de los «fines» y de los «medios».
cristianos, toda la culpa es de los príncipes. Porque
los súbditos pelean de buena fe por sus príncipes. Y Si se opta por la sociedad civil en cuanto sujeto
es una iniquidad que, com o dice el poeta, ‘paguen principal de la ética de la paz, po r consecuencia
aqueos los delirios de sus reyes'» (Relecciones Teoló­ lógica tam bién se opta por la traducción del em pe­
gicas. M adrid 1960, 858). ño ético m ediante el cauce preferente de las creacio­
nes culturales. Los efectos de la «m oralización cívi­
Según se indicó m ás arrib a, las éticas de la paz
ca» no se expresan a través de abstracciones (nor­
que acabam os de recensionar tienen la lim itación
m as éticas) o de m ecanism os de poder («principios
de la perspectiva bélica y casi todas ellas reducen el
de conciencia»), sino que siguen los cauces norm a­
sujeto ético a élites profesionalizadas. Sin em bargo,
les de la vida cívica: im pregnan el vivir concreto,
no han de ser despreciadas por el afán de m antener
com ún y cotidiano. Ese vivir es la cu ltu ra del pue­
un puritanism o m oral a ultran za. Tienen su función
blo. Por eso m ism o, la ética cívica de la paz se con­
pacificadora, sobre todo si se las integra como for­
creta en la cultura de la paz.
m as analógicas d entro del gran proyecto de la ética
cívico-cultural a favor de la paz. La ética cívico-cultural de la paz ha de ser for­
m ulada y vivida m ediante la tensión entre «fines» y
La razón histórica parece indicar la necesidad
«medios». Los prim eros indican estim aciones y
de una inflexión c u a lita tiv a en la ética de la paz. El
orientaciones axiológicas; los segundos suscitan ac­
proyecto m oral a favor de la paz ha de tener como
titudes y conducen a p au tas de com portam iento. La
sujeto p rio rita rio la sociedad civil (frente al predo­
integración de «fines» y «medios» constituye el nú­
m inio de los m ilitares y de las élites profesionaliza­
cleo originador del ethos cívico-cultural de la paz.
das) y ha de trad u cirse en creaciones culturales
(frente a la h ipertrofia ineficaz de norm as éticas y
de principios de conciencia). a) En el orden de la finalización,
U nicam ente es veraz el discurso ético guiado la ética de la paz se plantea
p o r la imparcialidad. Ahora bien, no se puede encon­
tra r otro sujeto de m ayor im parcialidad que la ra ­
como una crítica
cionalidad universalm ente com partida. La socie­ y una propuesta de civilización
d a d civil, activ ad a y dialógicam ente concienciada, Es un tópico de la herm enéutica social señalar el
es el m ejor g aran te de la posible im parcialidad h u ­ carácter «inhum ano» de la civilización actual. En
m ana. confrontación directa con el ideal de la paz, la civi­
El discurso ético ha de ser realizado por todos lización presente se n u tre de un ethos antipacifista.

332 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


El «espíritu bélico» parece constituirse en clave cistas son las m ediaciones positivas a favor de la
herm enéutica, y h a sta en fuerza gestadora, de la paz. Sobresalen las siguientes:
historia hum ana. Se m anifiesta: - C rear las condiciones de ju sticia social que
- En la e stru c tu ra agresiva y com petitiva de la hagan posible el futuro de la paz.
vida social (deportes, oposiciones, relaciones labo­
- E nsayar form as no violentas en la vida social
rales). que, sin dism inuir la c a n tid ad del progreso h u m a­
- En la difusa sensibilidad h u m an a (sentim ien­ no, introduzcan en él una variación cualitativa.
tos de hostilidad, m enosprecio, desconfianza).
- O rganizar program as de educación p a ra la
- En la m en talidad belicista (para in te rp re ta r paz.
el pasado, que se m ide po r los gestos bélicos; p ara
crear la sim bólica hum ana; lecturas infantiles; p a ­ - Sensibilizar la opinión pública hacia el bien
ra e stru c tu rar las relaciones interpersonales). de la paz.
- En el esquem a de valores interiorizados por la - «D esarm ar» el corazón hum ano («de pie­
sociedad y que se m anifiesta en e stru ctu ras sociales dra»), creando la a ltern ativ a de un corazón pacífico
de poder, de injusticia, de inm isericordia. («de carne»), que sea solidario, com prom etido, re ­
Frente a esta civilización de la violencia, es p re­ conciliador y m isericorde.
ciso prom over el ethos cívico-cultural de la paz. Se­ La paz es una urgencia de tal m agnitud que pos­
ñalam os aquellos rasgos que parecen m ás decisivos tu la u n a m ovilización universal. En esta m oviliza­
p a ra configurar la cu ltu ra de la paz: ción se integran la razón de los fines y la razón de
los m edios, el cam bio estru ctu ral y la conversión
- Prom oción de una ética cívica; que sea el m ar­
personal, la convicción religiosa y el análisis cientí­
co de entendim iento y de convivencia dentro del
fico. Siendo «la paz en la tie rra la suprem a asp ira­
legítim o pluralism o.
ción de toda la h u m anidad a lo largo de la historia»
- Como causa y efecto de la ética cívica, surgi­ (PT 1), tam bién constituye el suprem o desafío de la
rán e stru ctu ras de tolerancia ciudadana que neu­ hora presente.
tra liz a rá n la tendencia a la absolutización belicosa
de las ideologías (religiosas, políticas, sociales).
- El diálogo es el ám bito de la paz y el alim ento
de la vida pacífica (diálogo interpersonal, diálogo A. 4. L a p a z : f r u to d e la s o lid a r id a d
fam iliar, diálogo generacional, diálogo social). Es una constante del m agisterio eclesiástico re ­
- Es preciso reh acer el techo axiológico de la ciente entender la paz no com o un concepto negati­
hu m an id ad m ediante los valores de la verdad, la vo, sino como una categoría p reñ ad a de valores po­
libertad, la ju sticia, la solidaridad, el am or. La paz sitivos. «La paz no es la m era ausencia de la gue­
es un elem ento de esta «constelación de valores» rra» (GS 78). Por el contrario, la paz es la expresión
de la situación ideal de la h istoria regida por la
bondad: «La paz en la tierra, suprem a aspiración
de toda la h u m anidad a través de la historia, es
b) En el orden de las mediaciones, indudable que no puede establecerse ni consolidar­
la ética cívico-cultural de la paz se si no se respeta fielm ente el orden establecido
acepta la razón estratégica, por Dios» (PT 1). «La paz se constituye día a día en
la restauración de un orden querido po r Dios, que
aunque subordinándola com porta una ju sticia m ás perfecta entre los hom ­
a la alta sabiduría de los fines bres» (PP 76).
Existen estrategias de paz en relación con la La paz es un valor que necesariam ente está vin­
am enaza y con la realid ad de la guerra. Pero más culado a otros valores; por eso se dice que es fruto
im portantes y decisivas que las estrategias an tib eli­ de esos valores. La insistencia o el énfasis puesto en

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 333


uno u otro de esos valores han configurado diversas social e internacional, y adem ás con la práctica de
definiciones o propuestas de la paz: las virtudes que favorecen la convivencia y nos en­
- Pío XII insistió en la paz como fruto de la ju s­ señan a vivir unidos, p a ra co n stru ir juntos, dando y
ticia, perspectiva asum ida por el Concilio Vaticano recibiendo, una sociedad nueva y un m undo mejor»
II: «con toda exactitud y propiedad se llam a obra de (n. 39).
la justicia (Is 23, 7)» (GS 78).
- Pablo VI acuñó la feliz expresión: el desarro­
llo «es el nuevo nom bre de la paz» (PP 97).
De esta suerte, la causa de la paz se convierte
- A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II ha en el fruto de la praxis cristiana de la solidaridad,
insistido continuam ente en el bien de la paz. La
la cual a su vez es el rostro actual de la caridad. El
peculiaridad de su doctrina consiste en afirm ar la
paz como un «valor universal»; esta perspectiva le nuevo frente de la ética social propuesto por Juan
lleva a relacionar el bien de la paz con los conflictos Pablo II conduce el ethos de la caridad hacia una
este-oeste (carrera de arm am entos) y con los con­ ética de la solidaridad.
flictos norte-sur (im perialism o político-económ ico
del 1.° y 2° m undo en relación con el 3.er m undo). Si ★
éste fue el tem a del M ensaje p a ra la jorn ad a de
1986, en la de 1987 concretó la correlación de la paz
con los valores del desarrollo y de la solidaridad. En LECTURA COMPLEMENTARIA
la encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II sin­ SOBRE LA PAZ
tetiza su pensam iento acuñando el axiom a: «la paz
como fruto de la solidaridad» (n. 39). Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la
La conclusión a que llega Juan Pablo II es certe­ Jomada mundial de la paz (1.1.1986): «La paz,
ra: «El objetivo de la paz, tan deseada por todos, un valor sin fronteras».
sólo se alcanzará con la realización de la justicia

334 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


II. Para AM PLIA R
Inmoralidad de la guerra y deber del desarme.

B . 1. C o n s i d e r a c i ó n m o r a l d e l a g u e r r a c o n
« m e n ta lid a d n u e v a » .
B . 2. E l d e b e r d e l d e s a rm e fre n te a la c a r r e r a
de a rm a m e n to s .

B. 1. C o n s id e ra c ió n m o r a l d e la g u e r ra religiosa y con no m enor em peño m oral sobre paz y


c o n « m e n ta lid a d n u e v a » guerra en sus m uchos viajes apostólicos (Inglaterra,
Argentina, etc.), en varias intervenciones ante la
Una de las intuiciones «proféticas» del Concilio ONU y en su h a b itu a l m agisterio pontificio.
V aticano II -p a sa je continuam ente c ita d o - afirm a
que la nueva situación creada por el increm ento de Por o tra p arte, no pocas conferencias episcopa­
les han abordado con am p litu d y profundidad el
las arm as científicas «nos obliga a exam inar la gue­
tem a de la guerra y la paz en los últim os años, y
rra con m en talid ad to talm en te nueva» (GS 80). Es­
especialm ente en 1983.
te discernim iento y tom a de postura, si han de ser
auténticam ente evangélicos, conllevan un cam bio He aquí el elenco de las principales intervencio­
fundam ental en la a c titu d ética de los cristianos nes episcopales sobre el tem a de la guerra: Confe­
ante el fenóm eno real y am enazante de la guerra. Y rencia Episcopal de A ustria, Llamada por la paz
p ara hacerlo posible, exige de los cristianos una (12.4.83) ; Conferencia E piscopal RFA, La justicia
nueva convicción religiosa y un nuevo em peño ético construye la paz (18.4.83); Conferencia Episcopal
ante ese fenóm eno. N orteam ericana, El desafío de la paz (3.5.83); Confe­
rencia Episcopal del Japón, Aspiración de la paz
Después del Concilio, el m agisterio pontificio ha
(9.7.83) ; Conferencia Episcopal de H olanda, La paz
continuado ofreciendo orientaciones valiosas sobre
en la justicia (13.6.83); Conferencia Episcopal de
la paz y la guerra. En 1967, el papa Pablo VI insti­
Bélgica, Desarme para construir la paz (8.9.83); Con­
tuyó la Jo rn ad a m un dial de la paz, a celebrar en el
p rim er día de cada año; y desde entonces, todos los fe re n c ia E p is c o p a l de F ra n c ia , Ganar la paz
años publicó p a ra ese día un m ensaje dirigido a (8.11.83) ; Comisión P erm anente del Episcopado Es­
todo el m undo. Lo m ism o h a seguido haciendo re ­ pañol, Constructores de la paz (20.2.1986).
gularm ente Ju an Pablo II, a lo largo de los últim os Teniendo en cuenta el m agisterio eclesiástico y
años, en los que m uchas veces la paz ha sido sum a­ la reflexión teológico-m oral actual, proponem os a
m ente p recaria, incluso se ha quebrado en num ero­ continuación un conjunto de afirm aciones o convic­
sos escenarios internacionales, o se ve p a rticu la r­ ciones m orales sobre la realid ad de la guerra en sus
m ente am enazada por la inicua espiral del rearm e. aspectos m ás destacados:
Juan Pablo II h a hablado con notable convicción

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 335


a) Condena moral de toda guerra lución racional ni m oralm ente justificable p a ra di­
rim ir litigios ni p a ra restablecer un derecho viola­
Para la conciencia m oral del cristiano y p ara su do. Son otros los m edios a los que, dada la m agni­
convicción religiosa, la guerra es siem pre un mal. tu d de los m ales que los m odernos y sofisticados
En relación con toda clase de guerras, sigue siendo arm am entos son capaces de causar, es necesario re­
m uy válido y actual el juicio de Ju an XXIII en su currir.
encíclica Pacem in terris: «En nuestra época, que se
jac ta de poseer la energía atóm ica, resulta absurdo Como conclusión: es preciso proferir una conde­
sostener que la guerra es un m edio apto p a ra resta ­ na m oral de toda guerra, ya que contradice la con­
blecer el derecho violado» (PT 127). La guerra, así dición racional y social dei ser hum ano. E sta conde­
como toda clase de violencia, es algo que contradice na abarca a la guerra nuclear en todas sus form as
la condición racional y social del hom bre. La guerra («uso prim ero», respuesta a un ataque convencio­
es un m al en sí m ism a; po r tanto, no es honesto ni nal, uso nuclear lim itado si es verificable esta hipó­
razonable procurarla en cuanto tal y por ella m is­ tesis); pero tam bién h a de alcanzar a la guerra con­
m a. Sólo puede justificarse como un «m al m enor» vencional (con seguridad a la guerra ofensiva y con
cuando se hace necesario evitar m ales m ayores. Pe­ fuerte p robabilidad a la defensiva).
ro, dicho esto, hem os de preguntarnos: ¿puede con­
siderarse la guerra, en la actualidad, un «m al m e­
nor»? b) Moralidad del «uso cualificado»
de las armas
• Guerra nuclear Para juzgar hoy la m oralidad del uso de las a r­
Es necesario a firm ar que la guerra nuclear, bajo m as nucleares, quím icas, bacteriológicas y tam bién
ningún concepto y en ninguna situación puede ser las convencionales, hay que tener en cuenta dos cri­
considerada como un «m al m enor». Por eso m ism o, terios principales:
ha de ser m oralm ente condenada, sin paliativos de - La proporcionalidad entre los daños que tal
ninguna clase, no sólo como un m al, sino como una uso causaría y los resultados que previsiblem ente
inm oralidad. A la guerra nuclear hay que aplicar el se quieren obtener.
siguiente juicio del Concilio V aticano II: «Toda ac­
ción bélica que tienda indiscrim inadam ente a la - El carácter indiscriminado o discriminado de
destrucción de ciudades enteras o de extensas regio­ esos daños. Es decir, el alcance que el em pleo de
nes ju nto con sus h ab itantes, es un crim en contra tales arm as tendrá, m ás allá de los objetivos pro­
Dios y la hum anidad, que hay que condenar con piam ente m ilitares. Solam ente a la luz de estos dos
firm eza y sin vacilaciones» (GS 80). criterios es posible p la n te a r y enjuiciar de modo
correcto la m oralidad del uso de las arm as.
R esulta evidente la intención del V aticano II de
englobar en un único concepto no sólo las arm as Cuatro son las hipótesis en que juzgam os del to­
nucleares, sino tam bién las bacteriológicas y quí­ do inm oral el uso de las arm as, si bien en cada una
m icas por sus efectos sim ilares e incluso m ás m ons­ de ellas haya que d istinguir algún m atiz peculiar.
truosos. E sta es una de las razones por las que el - Contra la población y contra objetivos civiles.
Concilio h ab la genéricam ente de «arm as científi­ El uso de las arm as contra la población y contra
cas». objetivos civiles es declarado po r el Concilio V atica­
no II com o «un crim en contra Dios y la h u m an i­
• Guerra convencional dad» (GS 80). Es verdad que el Concilio se refería a
todo ataque indiscrim inado, con arm as convencio­
Pero en el contexto histórico actual no b asta con nales o no convencionales; pero no cabe duda que
rechazar la guerra nuclear; hoy es necesario recha­ un juicio tan netam ente condenatorio hay que apli­
zar tam bién el principio m ism o de la guerra como carlo, sobre todo, al a taq u e indiscrim inado con a r ­
«mal m enor». La guerra convencional no es hoy so­ m as nucleares. En tales situaciones, sería obligado,

336 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


i n c onciencia, desobedecer a las órdenes del m an ­ arm as nucleares no e n tra ñ a forzosam ente su uso
do. - lo cual, en principio es cierto -, se hace necesario
El «uso prim ero» de las armas nucleares. Ba- considerar el problem a en toda su profundidad.
m’m donos en la diferencia cualitativ a de la guerra Poseer unas arm as d eterm inadas no es cie rta ­
nuclear, que no hace posible en ningún caso el res­ m ente lo m ism o que usarlas, ni siquiera tener la
peto al criterio de la proporcionalidad, descarta­ intención de usarlas. Pero la posesión de arm as nu­
mos como totalm ente inm oral la iniciación de la cleares es un hecho que, en nuestro tiem po, e n tra de
uucrra nuclear. Con los obispos norteam ericanos, lleno dentro de la llam ad a «estrategia de la disua­
liemos de afirm ar que «no vemos ninguna situación sión». Problem a que, p a ra enjuiciarlo correctam en­
en la cual la deliberada iniciación de la guerra n u ­ te, debe ser considerado en su contexto real, es de­
clear, aun a escala restringida, pueda estar m oral­ cir, en el contexto de la « carrera de arm am entos»,
mente justificada. Los ataques hechos por otro Es­ tal como de hecho se está desarrollando, en relación
tado deben resistirse por m edios no nucleares. Por con la actual política de bloques antagónicos.
tanto, existe u n a obligación m oral seria de desarro­ En contraposición al juicio positivo de los obis­
llar estrategias defensivas no nucleares tan ráp id a ­ pos franceses sobre la licitud de la posesión (no uso)
m ente com o sea posible» {El desafío de la paz. M a­ de las arm as nucleares, creem os m ás acertad a la
drid 1983, 74). po stu ra negativa de los obispos españoles: «Desde
- La guerra nuclear limitada. Dado el riesgo evi­ el punto de vista cristiano, en principio no es m oral­
dente que una guerra nuclear lim itad a supondría al m ente aceptable ni la fabricación, ni el alm acena­
pasar de un uso lim itado a u n uso generalizado, es m iento de esta clase de arm as (arm as llam adas
necesario rech azar este supuesto como m oralm ente científicas, es decir, arm as nucleares, biológicas y
inaceptable. quím icas). Su gran poder d estru cto r hace im posible
- Uso contra objetivos militares. El uso de las a d m itir la m oralidad de tal clase de arm am entos.
arm as nucleares contra objetivos estrictam ente m i­ Un juicio sem ejante h ab ría que hacer de ciertas a r ­
litares no fue analizado en concreto por el Concilio m as convencionales con creciente capacidad de
V aticano II. Pero teniendo en cuenta los efectos que destrucción m asiva e indiscrim inada» (Constructo­
inevitablem ente cau saría sobre la población civil, res de la paz. M adrid 1986, 40).
según el inform e de la Academ ia Pontificia de las
Ciencias (1982), ha de ser igualm ente rechazado. d) Ante la estrategia de la «disuasión»
Aunque todo lo dicho no cierra totalm ente el p a­
Aunque no existe una explicación unánim e y sa­
so al interrogante teórico de si en sí la utilización de
tisfactoria del concepto y de las funciones de la d i­
las arm as nucleares es siem pre inm oral o no, sin
suasión, ésta es una realid ad política entre las dos
em bargo hem os de afirm ar nítid am en te que las a r­
superpotencias (o bloques). ¿Qué p ensar m oralm en­
m as nucleares no pueden m oralm ente ser integra­
te de la disuasión?
das en un sistem a de defensa que p retenda ser justo.
R esulta evidente que el uso de tales arm as conduci­ Mucho se h a discutido - y se sigue discutiendo-
ría casi inevitablem ente, incluso en la hipótesis es­ sobre la finalidad y la eficacia de la disuasión. Se
trictam en te defensiva, a una guerra total. afirm a que con ella lo que se pretende es detener al
adversario potencial en su propósito de u tiliz a r las
arm as atóm icas que posee, si es que verdaderam en­
c) La posesión de armas nucleares te tiene tal propósito. Y p a ra ello, es necesario que
ese adversario sepa que, si se atreviese a utilizar
No se pronunció el Concilio V aticano II sobre la tales arm as, su ataque provocaría una respuesta r á ­
m oralidad de la sim ple posesión de arm as nuclea­ pida y contundente. Lo cual —se dice—, como la his­
res. Ni la aprobó como m oralm ente lícita, ni la con­ toria de los últim os años dem uestra, ha hecho posi­
denó com o inm oral. Ahora bien, cuando en fechas ble que entre am bos bloques antagónicos se haya
m ás recientes se insiste en que la sola posesión de m antenido la paz, en m edio de un m undo en el que

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 337


las guerras, m ás o m enos lim itadas y circunscritas «el derecho de legítim a defensa», pero con lim ita­
a d eterm inadas regiones no incluidas en ninguno de ciones: «m ientras falte una a u to rid ad internacional
los bloques, abundan por doquier. com petente y provista de m edios eficaces, y una vez
Es obligado reproducir aquí literalm ente el ju i­ agotados los recursos pacíficos de la diplom acia»
cio del papa Ju an Pablo II, en su M ensaje a las N a­ (GS 79).
ciones Unidas (Asamblea E xtraordinaria, 7 de junio En relación con este principio, es necesario afir­
de 1982), a saber: «En las circunstancias presentes, m ar lo siguiente:
un a disuasión basada en el equilibrio, no cierta­ - Las «represalias» no en tra n en el principio de
m ente como un fin en sí m ism a, sino como una eta­ la legítim a defensa.
pa en el cam ino de un desarm e progresivo, quizá
pueda ser juzgada todavía como m oralm ente acep­ - El principio de la legítim a defensa no puede
table» (AAS 74 [1982] 879). ser entendido como u n a reform ulación «m oderni­
zada» de la teoría escolástica de la guerra justa.
Es evidente que un juicio tan ponderado brota
desde una perspectiva cristiana y, por tanto, evan­ - La legítim a defensa ha de ser entendida y
gélica, aunque va dirigido a todos los m iem bros de proyectada como defensa arm a d a (ejército), pero
la Asam blea General de la ONU. Por tanto, es nece­ tam bién como defensa no a rm ad a (defensa civil, de­
sario a d m itir que tiene bien presentes tanto la ex­ fensa de la no-violencia activa).
cepcional delicadeza de un problem a en sí com ­ - La afirm ación del principio de la legítim a de­
plejo, dada la diversidad de situaciones de los dis­ fensa no ha de im pedir el alum bram iento de una
tintos países del m undo, como las graves im plica­ «autoridad pública universal reconocida por todos»
ciones geopolíticas que todo ello conlleva, en las como m edio p a ra elim inar la guerra (PT 133; PP 78;
relaciones entre los m ism os. Pero el p ap a Juan Pa­ GS 82).
blo II era tam bién consciente del riesgo real de con­ - En la propuesta de los «bienes» que se dice
flagración nuclear que la disuasión e n trañ a y de la defender legítim am ente existen m uchas falacias:
diferente valoración que de ese peligro puede h acer­ ¿son realm ente bienes?, ¿son bienes p a ra todos?
se. Bien entendido que si, de verdad, se pretende
- Por últim o, hay que pensar en la proporciona­
que la «disuasión» opere efectivam ente sobre el a d ­
lidad de los costos que a carrea la preparación de la
versario potencial, no puede en m odo alguno lim i­
defensa.
tarse a una am enaza sólo ap aren te o psicológica,
pero carente de credibilidad. Por eso, el p ap a com ­ Por todas estas razones, el principio de la legíti­
pletando el juicio sobre la disuasión, añade a conti­ m a defensa es cada vez menos moral y cada vez más
nuación: «Sin em bargo, con el fin de asegurar la político y m ás belicista.
paz, es indispensable no sentirse satisfechos con el
m ínim um , sujeto a un peligro real de explosión».
Creemos que el juicio m oral de Ju an Pablo II B. 2. El deber del desarme
sobre la disuasión no ha de ser entendido de form a frente a la carrera de armamentos
m axim alista, sino restrictiva. Las p alabras del p a ­ De la valoración precedente sobre la m oralidad
pa no constituyen u n a justificación m oral de la di­ de la guerra se deduce el im perativo m oral del de­
suasión, sino la proclam ación de la urgencia m oral sarm e m ediante los procedim ientos m ás eficaces
p a ra salir de ella cam inando hacia el desarm e real. p ara im p lan ta r la paz y los m enos peligrosos p ara
Luego la disuasión no es en sí buena; lo que es bue­ desencadenar la guerra.
no m oralm ente es salir de ella, quizá sirviéndose de
sus funciones actualm ente reales.
a) Carrera armamentística
e) El principio de «legítima defensa» y estructuras subyacentes
El Concilio V aticano II reconoce a los gobiernos La carre ra de arm am entos obedece a tres grupos

338 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


fundam entales de razones: m ilitares, económ icas y ne de estrategia disuasoria, no es el cam ino p a ra la
políticas. paz segura y auténtica.
El m ilitarism o se basa en la necesidad, a nivel El docum ento de la S an ta Sede presentado en
planetario y nacional, de descansar sobre la seguri­ junio de 1976, a petición de la Asam blea G eneral de
dad m ilitar. Esto puede parecem os trágico, pero es la ONU com o preparación de la conferencia del de­
así; es m uy im probable que se pueda progresar sarm e de 1978, condena sin reservas la c a rrera de
m ientras el sistem a m ilita r m undial perm anezca arm am entos m odernos por estas razones:
como está. M ucho m ás, si tenem os en cuenta que - Peligro de exterminio recíproco de las grandes
bastantes países del Tercer M undo están goberna­ potencias y de los dem ás pueblos. Las relaciones
dos por juntas militares o sucedáneos y no por regí­ entre las naciones no pueden basarse en el m iedo al
menes dem ocráticos. peligro de las arm as, ni en su fuerza de disuasión o
La razón económica es la m ás espectacular. de chantaje.
Dejando a un lado los terribles riesgos de destruc­
ción p lan e taria que suponen los ingenios nucleares — Injusticia: a) es una violación del derecho por
de las dos superpotencias, el com ercio de las arm as el prim ado de la fuerza irracional y un pretexto p a ­
sofisticadas y convencionales au m en ta a su vez el ra seguir m anteniendo u n a carrera desenfrenada;
círculo del subdesarrollo, ya que gran parte del p re­ b) es un robo descarado el em pleo de presupuestos
supuesto de los países económ icam ente débiles está tan elevados p a ra m an ten er los stocks de a rm am en ­
destinado a la com pra de un m aterial bélico cada tos, perm aneciendo tan ta s necesidades vitales sin
vez m ás costoso y perfeccionado. cu b rir en los países subdesarrollados y tantos m a r­
ginados y pobres en los países ricos; c) es una agre­
La razón política es m ás im p o rtan te y m ás com ­ sión p a ra quienes son víctim as de esta injusticia; d)
pleja porque envuelve las otras dos. Es inútil in ten ­ finalm ente, nos encontram os con un hecho p a ra ­
ta r frenar la producción de arm am entos y su co­ dójico: la existencia de regím enes políticos d ictato ­
m ercio m ien tras perm anezcan intactas las estruc­ riales en el Tercer M undo es a la vez causa y efecto
tu ra s políticas y m ilitares que subyacen en nuestro de las crecientes com pras y ventas de arm am entos
m undo. La OTAN y el Pacto de Varsovia son los de los países industrializados. Se confunden así los
ejem plos m ás ilum inadores de una e stru c tu ra polí­ aspectos de opresión política y socioeconómica.
tico-m ilitar perm anente de agresión y violencia en­
tre dos bloques. — Error: uno de los argum entos frecuentem ente
invocado p a ra m an ten er la in d u stria bélica es la
Los intentos de los últim os años p a ra rom per crisis económ ica originada por su desaparición; pe­
estos esquem as han sido infructuosos. Prim ero, po r­ ro es una falacia. Las sociedades industriales pros­
que los deseos de frenar y descalificar ante la ONU peran a base de reconversiones continuas y planifi­
la carre ra de arm am entos y el tráfico de los m ism os caciones a largo plazo, cosa que se puede hacer
no tienen e n tra d a en el in terio r de estos bloques. En transform ando la in d u stria bélica en usos civiles.
segundo lugar, porque los estados del Tercer M un­
do h an visto estos m anejos com o una conspiración - Locura: el sistem a de relaciones internaciona­
de los países arm ados contra los que no lo están. Y, les fundado sobre el m iedo, el peligro y la injusticia
finalm ente, porque todos los países pueden rec u rrir constituye u n a especie de histeria colectiva; u n a lo­
al artículo 51 de la C arta de las Naciones Unidas cura que la h istoria juzgará. Es tam bién un sinsen­
que consagra el principio de legítim a defensa. tido, puesto que se tra ta de un m edio que no alcan ­
za su fin, ya que la carre ra de arm am entos no ga­
ran tiza po r sí m ism a la seguridad. La carre ra de
b) Valoración ética arm am entos ha llegado a ser acum ulativa y tiene
una dinám ica propia que escapa al control de los
Según h a sido reiterad am en te señalado por do­ Estados. Se ha constituido en fin de sí m ism a: pro ­
cum entos conciliares, pontificios y episcopales, la ducir, superar, acum ular, olvidándose plenam ente
c a rre ra arm am en tística, con todo lo que ella supo­ de su pretendida justificación inicial: ser m edio de

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 339


disuasión. E sta m áquina insensata, esta carrera lo­
ca de fabricación de m uerte y acum ulación de des­
trucción p lan etaria m antiene una falsa disuasión,
una absurda seguridad, una idea siniestra de paz
hum ana fundada en el terro r y, finalm ente, g aran ti­
za la institucionalización del desorden establecido.
- Falta grave. Para la S anta Sede hay todavía
otro factor decisivo a la hora de ju stificar la «conde­
na sin reservas» de la carre ra de arm am entos: se
tra ta de una falta, de un pecado serio contra el hom ­
bre y contra el evangelio: a) es inadm isible que no
pueda encontrarse trab ajo p ara centenares de miles
de trabajadores m ás que em pleándolos p ara p rodu­
cir arm as de m uerte (Pablo VI); b) no existe propor­
ción entre el daño causado y los valores que se in ­
ten tan conseguir: «es m ás, al em plear en la guerra
arm as científicas de todo tipo, su crueldad intrínse­
ca am enaza llevar, a los que luchan, a tal barbarie
que supere enorm em ente la de los tiem pos pasa­
dos» (GS 79); c) constituye una provocación que ex­
plica -psicológica, económ ica, social y políticam en­
te—la aparición y proliferación de o tra com peten­
cia: la carre ra de pequeños arm am entos. De ahí, el
terrorism o que se presenta, frecuentem ente, como
el últim o m edio de defensa contra el abuso de poder
de las grandes naciones y como una contestación
violenta de la situación de injusticia creada o m an ­
tenida por la am enaza de los Estados m ejor arm a ­
dos.

c) Caminos hacia el desarme


Como conclusión de la valoración ética se im po­
ne como exigencia m oral «la dism inución de las a r­
m as científicas de m anera b ilateral, gradual y con­
trolada h asta llegar a su com pleta destrucción y
prohibición» (Constructores de la paz, 43). E sta exi­
gencia m oral se extiende tam bién a todo el com ­
plejo de la carre ra arm am entística.
Para realizar el desarm e hay que com enzar si­
tuándonos en una perspectiva d istin ta a la que ha
prevalecido d u ran te este últim o siglo y especial­
m ente tra s la segunda guerra m undial: no podem os
seguir m anteniendo la paz sobre una estrategia de
división en bloques y m ucho m enos sobre el terro r a
que nos ha llevado la c a rrera de arm am entos. Es

340 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


necesario cam b iar la división por la confianza y el m undial de a rb itrio y policía sería la única realidad
terror de la guerra por el derecho internacional; asi­ cap acitad a p a ra ac ab a r con el terrorism o, p a ra evi­
mismo, es necesario m entalizarnos de que la paz ta r la creación del dualism o de fuerzas arm adas,
debe fundarse sobre la ju sticia y el desarrollo. p a ra im pedir la subida y perm anencia de los regí­
El desarm e no es una realid ad aislada; form a m enes totalitarios, p a ra d a r acceso a todos los p aí­
parte de un conjunto y debe ser abordado con una ses a negociar en igualdad de derechos y p a ra p res­
m etodología propia que ab arq u e todos los aspectos ta r esa ayuda que los países en vías de desarrollo
que se conjugan: el científico, el jurídico, el político necesitan a fin de ev itar la tentación de la violencia
y el espiritual. Además, debe tener en cuenta las dos contra la injusticia.
grandes realidades actuales: el desarrollo y la orga­ La ONU puede a c tu a r sobre el tráfico de arm as
nización de la sociedad internacional. D esarm ar, de dos m aneras: m ediante el em bargo y m ediante
desarrollar, institucionalizar, un solo e idéntico la inform ación. El em bargo a países en guerra ya lo
problem a, una sola e idéntica solución. ha hecho en varias ocasiones: Corea del Norte y Chi­
Por o tra p arte, la solución del desarm e y de la na en 1951, Africa del S u r en 1962, Rodesia en 1965,
com pra-venta de arm as hay que encu ad rarla en el etcétera. Los resultados no han sido dem asiado sa­
m arco de una a u to rid ad pública de com petencia tisfactorios, pero parece que no hay otro cam ino:
universal, com o en su m om ento lo propusieron la «Todos los estados están sujetos a la legislación in­
Pacem in terris, la G audium et spes, la Populorum ternacional y, por consiguiente, obligados a obser­
progressio y el Sínodo de 1971. En la actualidad, el var los em bargos del Consejo de Seguridad».
órgano suprem o es la ONU. Su eficacia no es dem a­ Respecto a la inform ación del com ercio de a r­
siada, debido a la oposición in tern a de sus bloques m as, hay iniciativas, pero pocos resultados. A pesar
y a la falta de poder efectivo p ara ejecutar decisio­ de eso, hay que insistir en que ése es el cam ino váli­
nes tom adas; sin em bargo, se constata la necesidad do p a ra to m ar conciencia del problem a y controlar
de su perm anencia y reforzam iento p a ra que pueda las ventas.
g a ran tizar plenam ente la seguridad internacional Al insistir sobre el derecho internacional y no
por m edios legales y pacíficos. T anto Pablo VI sobre la fuerza, la ética cristian a es consciente de
(1965) como Ju an Pablo II (1979) m anifestaron su fe que el desarm e está basado no sólo en criterios de
en la ONU com o instancia jurídico-m oral p a ra pro­ eficacia y rendim iento, sino tam bién en una visión
piciar la paz por m edio del derecho. ética, cultural, espiritual y h u m an ista que trascien­
Para realizar el desarm e sería necesario transfe­ da la fría política de intereses p ara convertirse en
rir la seguridad nacional y sus instrum entos m ilita ­ una política que posibilita y realiza la unión de los
res -q u e h a sta ahora están en m anos de cada go­ pueblos. De esta form a se elim inarán las dos histo­
bierno— a esta a u to rid ad pública de com petencia rias p aralelas que ahora estam os construyendo y
universal. Asimismo, convertirla en instancia m un­ apoyando: la h istoria de la civilización y la historia
dial de a rb itrio y policía, con m edios adecuados p a ­ de los ingenios deshum anizantes y exterm inadores
ra actu ar m ediante el recurso al derecho, como su­ de una civilización.
cede en el in terio r de cada estado. E sta instancia

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 341


C. Para PROFUN DIZAR
De la teoría de la «guerra justa» al rechazo total de la guerra.
(Historia de la postura de los cristianos ante la realidad de la guerra).

La historia de la a ctitu d de los cristianos ante la - es sistem atizada por santo Tomás;
guerra es larga y com pleja. No se puede resum ir - es desarrollada y aplicada a la nueva situ a ­
dentro de la brevedad de estas reflexiones. Algunos ción de los Estados soberanos m odernos y a las gue­
episcopados han ofrecido en docum entos recientes rras de colonización por la Escuela de S alam anca
síntesis valiosas a las que rem itim os (Conferencia (en la que sobresale Francisco de Vitoria) y por la
Episcopal A lemana, La justicia construye la paz. M a­ Escuela teológica de la Com pañía de Jesús (en la
drid 1963, 23-48; Conferencia Episcopal N orteam e­ que sobresalen Suárez y Molina);
ricana, E l desafío de la paz. M adrid 1963, 37-61).
- es repetida, sin actualización ni profundiza-
El balance histórico ofrece un saldo globalm en­ ción, po r la teología m oral católica posterior, h asta
te positivo. Los cristianos han contribuido notable­ la época de Pío XII.
m ente a la reducción de la violencia y han in ten ta­
do crear garan tías de paz. La Iglesia, en su conjun­ El núcleo de la teoría de la «guerra justa» se
to, ha sido un factor de «hum anización» así como concreta en las condiciones que hacen ju sta una de­
de «racionalización» de la violencia entre los indi­ term in ad a guerra. Tales condiciones son las si­
viduos, entre los grupos sociales y entre los Estados. guientes:
Pero esta afirm ación que, en su carácter global, es­ - que sea declarada por una a u to rid ad legítim a
tim am os históricam ente exacta, no nos im pide re­ (en general, por los Estados soberanos, ya que la
conocer las «som bras» existentes en las actitudes guerra tiene que servir a fines públicos, no a los
históricas de los cristianos ante la guerra. Al co n tra­ privados);
rio, nos incita a reconocerlas y a investigar sus cau­ - que la causa sea ju sta (reparación de una
sas, p racticando un verdadero «discernim iento de injusticia: defensa contra la agresión o contra la
espíritus». supresión de derechos fundam entales);
- que se hayan agotado los m edios pacíficos de
a) Teoría de la «guerra justa» solución;
- que los fines sean justos (lograr una solución
• Exposición ju sta y equitativa), lo m ism o que los m edios (pro­
En la edad m edia y en el renacim iento tom ista porción entre fines y m edios; evitar operaciones bé­
se configuró una doctrina m oral sobre la guerra que licas inm orales);
perduró h a sta la época de Pío XII en la conciencia - que haya proporción entre el bien que se bus­
cristiana. Lo m ás llam ativo de esta doctrina fue la ca y el m al que se puede causar.
aceptación de la figura ética de la «guerra justa». En relación con la utilización histórica que se ha
La teoría m oral de la «guerra justa», fraguada hecho de esta teoría m oral, conviene hacer algunas
con elem entos de la tradición cristian a y con facto­ anotaciones:
res de la filosofía griega y del derecho rom ano: - La teoría de la guerra ju sta ha tenido una u ti­
- es iniciada por san Agustín; lización diversificada en la h istoria del pensam ien-

342 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


tu cristiano. Si al principio se utilizó p a ra justificar - Sirvió p a ra «racionalizar», en el sentido de
Im guerra por m otivos religiosos, ya en el Renaci- «hacer e n tra r en razón», el im pulso ciego de la vio­
Miíento (Vitoria) se desecharon las causas e stric ta ­ lencia.
mente religiosas com o justificación de la guerra. - Fue du ran te siglos un principio de lim itación
Alt oque sirvió tam bién p a ra entender las guerras m oral de la guerra.
coloniales, su aplicación predom inante se concretó
en las luchas de los E stados soberanos por la hege­ - Sirvió p a ra h acer «m ás hum ana» la realidad
monía política en E uropa. No tuvo tam poco sufi­ de la guerra (con las lim itaciones expresadas en el
ciente funcionalidad p a ra aplicarse a las guerras «ius in bello»).
civiles, las guerras ideológicas y las luchas revolu­ - Si se hu b iera seguido con rigor, por lo que se
cionarias. refiere a las «causas» que ella ad m itía, se hab rían
Esta m erm ad a funcionalidad se debe a la falta evitado (por «inm orales») m uchas guerras.
ele creatividad en el pensam iento teológico-m oral Mas, con idéntica honestidad histórica, es preci­
de los últim os siglos. so reconocer tam bién las am bigüedades teóricas y
- Ha existido un desplazam iento en la concep­ las disfunciones prácticas de la teoría de la «guerra
ción y aplicación de la teoría de la «guerra justa»: justa». E ntre ellas recordam os las siguientes:
en su genuino p lanteam iento se consideraba como - H aber m antenido un ilateralm en te el p rinci­
un «lím ite» m ás allá del cual no era justo llevarla; pio de «legítim a defensa» en el área de la respuesta
pero con el co rrer del tiem po p asa a utilizarse como violenta, aunque se in te n ta ra som eter a ésta a la
una «justificación» de la guerra. La consideración «racionalidad» de la ética: se dificultaba así (o al
que hace san Agustín de la guerra en la Ciudad de m enos no se facilitaba) la creación de estrategias de
Dios no puede ser m ás pesim ista; no confía n ad a en defensa no-violenta.
ella: «Es evidente que quien considera con dolor - H aber entendido la guerra dentro de los cua­
males tan enorm es, ta n horrendos y tan inhum anos, dros de la legítim a defensa inter-individual, contri­
reconoce en ellos la m iseria». Y santo Tom ás situ a ­ buyendo así al origen de una concepción «cerrada»
ba la guerra dentro de los pecados contrarios a la de los Estados soberanos y retard an d o la creación
caridad. de un organism o internacional dotado de verdadera
- La teoría escolástica de la «guerra justa» no autoridad.
tiene nada que ver con la categoría jurídica, u tiliza­ - H aber teorizado de espaldas a la realidad, sin
da por el Derecho internacional, que se designa con ver con toda exactitud los intereses económicos, so­
la m ism a expresión de «guerra justa». El Derecho ciales, etc., que e n tra b an en juego en las guerras; en
m oderno recogió esa expresión; pero la desvirtuó, ocasiones, la teoría m oral de la «guerra justa» que­
sustrayéndole el elem ento ético que com portaba y dó reducida a una apreciación «formal» y no real.
reduciéndola a un m edio m ás de autodefensa den­
tro de la conflictividad social. Mucho m enos se ase­ - En algunas ocasiones, la teoría de la «guerra
m eja a la «idolización» de la guerra en ideologías justa» llegó a justificar, en nom bre del pensam iento
históricas de extrem a derecha y a la fría considera­ cristiano, ciertas políticas claram ente im perialis­
ción del im perialism o m arxista-leninista. tas.

• Valoración
No sería honesto dejar de reconocer que la teo­ Como conclusión de las precedentes anotacio­
ría m oral de la «guerra justa» ejerció funciones po­ nes, queremos expresar con claridad nuestro pen­
sitivas, entre las que se destacan las siguientes: samiento: la doctrina de la «guerra justa» no sirve
- Constituyó un cauce, aunque precario, por el en cuanto esquema ético para discernir la morali­
que discurrió p a rte del espíritu evangélico de la dad de la guerra actual. Y ello por tres razones
paz. fundamentales. En primer lugar, porque el signifi-

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 343


cado que actualmente tiene la guerra ha cambiado Pío XII, recogemos la po stu ra doctrinal del Concilio
cualitativamente, debido al alcance y enorme po­ Vaticano II, el cual form ula la obligación de «exa­
der destructivo de las armas modernas y a la con­ m inar la guerra con m entalidad totalm ente nueva».
siguiente extensión potencial de una guerra que Reduciéndola a principios sintéticos, la doctrina
desbordaría todas las fronteras. En segundo lugar, del Vaticano II en la Gaudium et spes, n. 79-82, es la
siguiente:
porque -aunque fuera todavía admisible la justi­
cia de la guerra hoy-, es necesario hacer alumbrar - constatación del hecho: «la guerra continúa»
una «autoridad pública universal» reconocida por (n. 79, 1);
todos, y capaz de hacerse respetar por todos, ante - vigencia de los principios éticos que condenan
la cual se diriman los conflictos de los Estados los «crím enes de guerra» (n. 79, 2);
soberanos. En tercer lugar, ya no se puede aplicar - obligación de cum plir los tratad o s internacio­
hoy el criterio básico de la proporcionalidad entre nales (n. 79, 3);
el mal tolerado (la guerra) y el bien que se preten­ - licitud, en principio, de la legítim a defensa:
de conseguir (el restablecimiento de un orden pre­ «M ientras exista el riesgo de la guerra y falte una
tendidamente justo vulnerado); en la actualidad, au to rid ad internacional com petente y provista de
la guerra no es un «mal menor» frente a otros ma­ m edios eficaces, una vez agotados todos los recu r­
les mayores; la guerra es el «mal mayor». sos pacíficos de la diplom acia, no se podrá negar el
derecho de legítim a defensa a los gobiernos» (n. 79,
4);
- condena solem ne de la guerra total (n. 80), sin
b) Consideración actual condenar explícita y absolutam ente el uso de la
sobre la moralidad de la guerra bom ba atóm ica (n. 82, 4);
Uno de los m éritos m ás significativos de Pío XII - oposición a la carre ra de arm am entos (n. 81);
consistió en a d a p ta r la tesis tradicional de la guerra - apoyo de las acciones p a ra evitar la guerra (n.
ju sta a las exigencias de la era atóm ica. Su doctrina 82).
ha dom inado en los pensadores católicos durante el Es necesario reconocer que el tono general de la
período de la guerra fría y ha servido de paradigm a exposición adquiere una energía ex trao rd in aria en
al esquem a del Concilio. Se puede pues afirm ar que la condena de la guerra. Aunque el Concilio adm ite
la doctrina clásica de la guerra llega h asta Pío XI. el principio de la legítim a defensa (guerra defensi­
La nueva doctrina sobre la guerra es de Pío XII. Es va), añade, sin em bargo, tales restricciones que
él quien la ha fijado. Juan XXIII y el Concilio la prácticam ente lo convierten en inoperante. La enér­
perfilan, pero m anteniendo las líneas fundam enta­ gica condena de la guerra total y del arm am ento
les de Pío XII. m oderno supone u n a restricción radical a la d octri­
Sin e n tra r en la exposición del pensam iento de na tradicional de la guerra justa.

344 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


D. Para C O N FR O N TA R
Actitud cristiana ante el servicio militar.

D . 1. P o s t u r a c r i s t i a n a a n t e e l s e r v i c i o m i l i ­
ta r.
D. 2. A p o y o c r is tia n o a la o b je c ió n d e c o n ­
c ie n c ia .

D. 1. Postura cristiana
ante el servicio militar LA ACTITUD DE LOS CRISTIANOS,
EN LOS PRIMEROS SIGLOS
El Concilio V aticano II, sin h acer juicio de valor
ANTE EL SERVICIO MILITAR
sobre el m ilitarism o y situándose en el hecho de la
existencia del ejército, da la siguiente orientación:
«Los que, al servicio de la p a tria, se h allan en el La primera cristiandad tuvo, ante todo, que si­
ejército, considérense instrum entos de la seguridad tuarse en la sociedad del imperio romano. Este
y lib e rta d de los pueblos, pues desem peñando bien camino estuvo marcado bajo el signo del rechazo
esta función contribuyen realm ente a estabilizar la hasta el mismo martirio, y del de la lealtad. Por
paz» (GS 79). una parte, los cristianos estaban persuadidos de
D etrás de esta anotación del V aticano II se es­ que la paz y el orden en un mundo dominado por
conden serios interrogantes sobre la actitu d c ristia­ los poderes del mal sólo podían ser mantenidos
na a n te el fenóm eno m ilitar. D estacan los siguien­ por el poder estatal, que «por algo lleva la espada»
tes: (Rom 13,4). Por eso, rezan por todos, incluidos los
— La diversa a c titu d de los cristianos, en el de­ gobernantes (cf. 1 Tim 2, ls). «Dales, Señor, salud,
venir histórico, ante el servicio m ilita r tiene una paz, armonía, constancia, para que administren
lectura normativa, en cuanto que en las diferentes sin reproche el señorío que les has entregado»: así
situaciones fueron fieles o infieles al espíritu c ristia­ se dice en una oración litúrgica de la comunidad
no. romana, al iniciarse el siglo II. Ni siquiera el peli­
— No corresponde al espíritu cristiano el rechazo gro de muerte podía llevarles a odiar a sus perse­
«radical» del ejército, aunque tenga que valorar co­ guidores, como atestigua el mártir Justino (+ ha­
mo im perfección h istó rica el servicio de las arm as. cia 165); oraban por sus enemigos, querían con­
vertirles y llevarles a la salvación eterna. Por otra
parte, los cristianos guardaban una distancia ante
la política. Externamente no se diferenciaban en

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 345


nada de sus conciudadanos paganos, viviendo con condición no se mantuvo a lo largo del siglo III. No
ellos en las mismas ciudades y casas, pero su ver­ puede ignorarse la existencia de soldados cristia­
dadera patria era, para ellos, el cielo. Debido a la nos, tanto en la tropa combatiente como en el ran­
estrecha relación de todas las instituciones con el go de oficiales. Sin embargo, los martirios de sol­
culto al emperador y a los dioses, los cristianos dados muestran los conflictos de conciencia de los
estaban excluidos de la participación activa en la soldados cristianos. La disponibilidad al servicio
vida social y de la aceptación de cargos públicos. del emperador llegó al límite con los sacrificios a
De ahí que la profesión de lealtad y su negación se los dioses y emperadores, como atestigua el marti­
encuentran íntimamente yuxtapuestas en las pri­ rio de Julius (hacia 302). En casos aislados, podía
meras fuentes cristianas, según que la autoridad darse también una negación al servicio militar,
estatal estuviese persuadida de la falta de peligro­ como, por ejemplo, con Maximilianus (hacia 295),
sidad de los cristianos, o si la comunidad debía que aceptó, por ello, la muerte.
precaverse del peligro de la impureza idolátrica. A la larga no se permaneció en la postura esbo­
Lo que es válido para la actitud de los primeros zada aquí. Tampoco se pudo desmontar la crítica
cristianos respecto al Estado, afecta en particular de los paganos, al afirmar que los cristianos se
a los problemas de la guerra y del servicio militar. beneficiaban de la paz garantizada por el Estado,
Las comunidades adoptaron una actitud de recha­ sin querer contribuir con las cargas correspon­
zo frente a las campañas bélicas del imperio roma­ dientes. Orígenes responde, en verdad, a tal repro­
no, no sólo por el mensaje de Jesús acerca del che, diciendo que los cristianos ayudarían mejor
amor a los enemigos y de la no-violencia, sino ade­ al Estado manteniendo limpias sus manos y oran­
más por tratarse de una minoría religiosa perse­ do por la causa justa, por el rey justo y la victoria,
guida y no aceptada. A pesar de ello, hubo tam­ ya que con sus oraciones los cristianos agredían a
bién soldados cristianos, ya sea porque se convir­ los demonios, que son quienes provocan las gue­
tieron en tal situacjón personal o por haber elegi­ rras y perturban la paz. A pesar de ello, a finales
do tal profesión debido a razones de descendencia del siglo III aumentaron los soldados cristianos. A
o familia. El escritor eclesiástico Tertuliano, ex­ fin de encarecerles una actitud responsablemente
tremadamente escéptico frente a ese mundo, pue­ cristiana, se aludía a la predicación bautismal de
de consecuentemente afirmar que el Señor, «al de­ Juan. A la pregunta de los soldados: «¿Qué debe­
sarmar a Pedro, desciñó la espada a todo solda­ mos hacer?», él les contestaba: «No maltratéis a
do». Sin embargo, tiene también que conceder que nadie; no despojéis a nadie; contentaos con vues­
los cristianos, junto con los demás, cumplen el ser­ tra paga» (Le 3,14). Uno de los primeros paganos
vicio militar y, por supuesto, piden a Dios «para que se bautizaron fue un centurión, Cornelio (cf,
todos los emperadores larga vida, imperio no ame­ Hch 10, 2s, 44s). Ser cristiano y ser soldado no
nazado, hogar seguro y ejército valeroso». resulta desde entonces incompatible a los cristia­
Casi por aquel mismo tiempo intenta la Orde­ nos.
nación eclesiástica de Hipólito (+ hacia 235) regu­ Este lento y progresivo cambio de orientación
lar así este problema: el cristiano no se alista co­ se hizo necesario cuando la Iglesia cristiana y la
mo voluntario en el servicio militar; sin embargo, comunidad política entraron en una relación más
un soldado que quiera llegar a ser cristiano, puede positiva. Los cristianos tuvieron que dejar aquella
permanecer en su profesión, presupuesto que se lealtad indivisible, en la que hasta entonces ha­
abstenga de aquellas acciones paganas y cultura­ bían vivido, por decisión propia o por presión ex­
les unidas a tal servicio, y que se niegue a aceptar terna, para aceptar una corresponsabilidad políti­
la orden de matar a una persona. Esta segunda ca. Aquella situación excepcional, que habían po-

346 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


dido permitirse hasta entonces como pequeña mi­ m erar ante todo aquellos con los que m etódicam en­
noría, ya no les era posible. Lo que antes habían te se exterm ina a todo un pueblo, raza o m inoría
concedido al emperador con cierta distancia críti­ étnica. Hay que condenar con energía tales actos
ca, a saber: hacer una guerra justa y ordenada, como crím enes horrendos; se ha de encomiar, en
tuvieron que aceptarlo ellos mismos. En el sínodo cam bio, al m áxim o la valentía de los que no tem en
oponerse ab iertam en te a los que ordenan sem ejan­
de Arlés (314) se encuentra un testimonio de aquel
tes cosas».
tímido paso. El Sínodo determina que el soldado
no debe abandonar el servicio en tiempos de paz, La a ctitu d del Concilio an te la objeción de con­
aunque no por ello esté obligado a matar en la ciencia propiam ente dicha es m ás cauta. Solamente
pide lo siguiente: «Parece razonable que las leyes
guerra. Así, pues, se vuelve a manifestar la ten­ tengan en cuenta, con sentido hum ano, el caso de
sión: hay que mantener el orden del Estado, pero los que se niegan a to m a r las arm as por motivo de
no se destierran, sin más, las graves preocupacio­ conciencia y aceptan al m ism o tiem po servir a la
nes respecto al matar en la guerra. com unidad h u m an a de otra form a». En este texto:
(Conferencia Episcopal Alemana, La justicia 1) no se quiere resolver la cuestión de si el objetor
construye la paz. Madrid 1983, 24-27). de conciencia actú a con conciencia «cierta» o sólo
con conciencia «recta», y si la objeción de concien­
cia es un «derecho» hum ano; son cuestiones que el
Concilio ha dejado ab iertas al estudio; ni siquiera
las p alabras que el Concilio dedica al ejército (n. 79,
5) prejuzgan la bondad objetiva de la objeción de
D. 2. Apoyo cristiano a la objeción conciencia y el derecho que pueda tener el objetor.
de conciencia 2) Se supone que pueden existir actualm ente perso­
Por objeción de conciencia frente al ejercicio de nas que con en tera buena fe («por motivo de con­
las arm as se entiende la actitu d de aquellos ciuda­ ciencia») se nieguen a to m a r las arm as; se traslada
danos que, por m otivos de conciencia, se niegan a así el conflicto al ám bito de la conciencia personal.
p restar servicio m ilita r en países en los que está 3) Se adm ite y se urge («parece razonable») un o r­
legalm ente establecido. D entro de esta noción gene­ denam iento jurídico p a ra solucionar esas situacio­
ral se sitú an algunas variantes: la objeción de con­ nes conflictivas, ordenam iento que tenga en cuenta
ciencia de aquellos que se niegan a obedecer al lla­ el «sentido hum ano», sin d escartar el que los obje­
m am iento p a ra una guerra determ inada po r creerla tores de conciencia sean obligados a servir a la co­
injusta (por razón del fin o de las circunstancias en m unidad con o tra form a de servicio.
que se presenta); la objeción a obedecer, du ran te la La ética cristiana no sólo debe apoyar a los obje­
guerra, a d eterm in ad a orden m ilita r por creerla tores de conciencia en sus reivindicaciones justas,
contraria a la ética o al derecho de guerra pactado. sino que tiene que leer en este m ovim iento hum ano
La postura oficial de la Iglesia católica ante la una intuición axiológica y una estim ativa m oral
objeción de conciencia está recogida en el n. 79 de que orientan hacia cotas cada vez m ás elevadas de
la constitución G audium et spes, del Concilio V ati­ au téntica m oralización social. En relación con el
cano II. E n relación con los objetores que rehúsan prim er aspecto, la ética cristiana, adem ás de apli­
obedecer órdenes m ilitares injustas, la postura es car a esta situación su opción incondicional por el
clara y tajan te: «El Concilio pretende recordar ante valor y la lib ertad de la conciencia, creemos que ha
todo la vigencia p erm anente del derecho n atu ral de de colocarse al lado de aquellos que defienden la
gentes y de sus principios universales. Los actos, objeción de conciencia com o un «derecho» hum ano
pues, que se oponen deliberadam ente a tales princi­ y que consideran el contenido de esta decisión como
pios y las órdenes que m andan tales actos, son cri­ un descubrim iento «lúcido» de la verdad objetiva.
m inales, y la obediencia ciega no puede excusar a Por lo que se refiere al segundo aspecto, la ética
quienes las acatan . E ntre estos actos hay que enu­ cristiana descubre en la objeción de conciencia una

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 347


« o rien ta ció n de valor» que pone al d esc u b ie rto los El Concilio Vaticano II alaba «a aquellos que,
elem en to s o b je tiv a m e n te «im perfectos» (= in m o ra ­ renunciando a la violencia en la exigencia de sus
les) del servicio m ilita r y que a d e la n ta en cierta derechos, recurren a los medios de defensa que,
m ed id a la situ ació n id eal de la p az p erfecta. por otra parte, están al alcance incluso de los más
La o b jeció n de co nciencia, así e n te n d id a y valo­ débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de
ra d a , es el c o n tra p u n to n ecesario de la a c titu d c ris­ los derechos y obligaciones de otros o de la socie­
tia n a a n te el m ilita rism o . dad» (GS 78). La estrategia de la acción no violen­
ta es conforme a la moral evangélica, que pide
actuar con un corazón reconciliado para liberar al
adversario de su propia violencia. El Concilio ha
La objeción de conciencia debe también inspi­
reconocido estos valores cristianos evocando la
rarse en el deseo de colaborar activamente en la
conducta de Jesús de Nazaret, quien «por medio
construcción de una sociedad pacífica, sin rehuir
de la cruz ha dado muerte al odio en su propia
el esfuerzo y los sacrificios necesarios para contri­
carne» (GS 78).
buir positivamente al desarrollo del bien común y
el servicio de los más necesitados. Es deseable que una legislación cuidadosa y
adecuada regule de manera satisfactoria esta ma­
A aquellos que por razones morales se sientan
nera específica de entender y practicar el servicio
movidos a adoptar actitudes positivas de no vio­
a la sociedad y a la convivencia armonizando el
lencia activa o a presentar objeción de conciencia
derecho de los objetares y las exigencias del bien
al servicio militar, les exhortamos a purificar sus
común.
motivaciones de toda manipulación política, ideo­
lógica y desleal que pudiera enturbiar la dignidad El reconocimiento de estas formas no violentas
moral y el valor constructivo de tales actitudes. de servir a la sociedad y a la paz no debe llevar a
Semejante recomendación no carece de funda­ condenaciones maximalistas de la legítima defen­
mento, pues con frecuencia tales decisiones, naci­ sa armada ni de aquellos que profesan el servicio
das de sentimientos nobles y humanitarios, se ven de las armas en favor de la paz y de la justa defen­
solicitadas por ideologías o instituciones políticas sa de los ciudadanos.
que actúan en favor de sus propios objetivos, no (Comisión Permanente del Episcopado Español,
siempre coherentes con un servicio sincero de la Constructores de la paz■Madrid 1986, 64-65).
construcción de la paz.

348 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


Unidad 13.a

Las actitudes éticas


para realizar el
compromiso social
cristiano

1. La justicia radical.
2. La caridad política.
3. La opción preferencial por el pobre.
4. La solidaridad.
_________ GUIA__________
En esta última Unidad se proponen cuatro actitu­
des como síntesis del ethos social del cristiano. Con
ellas se realizará la transformación tanto de los cora­
zones como de las estructuras, a fin de ir alcanzando
la nueva sociedad humana, cuya descripción se ofrece
en la CONCLUSION de este libro.

350 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


1. La justicia radical Sin embargo, en la reflexión teológico-m oral de
los últimos siglos la ju sticia fue perdiendo la fuerza
inicial y cayendo en algunas am bigüedades que
a) Planteamiento desvirtuaban notablem ente su específica función
El concepto de justicia constituye uno de los nú­ ética. Destacamos las siguientes am bigüedades:
cleos prim arios en los que se expresa y se configura - al concretar el «objeto» de la justicia en el
la conciencia ética occidental. El significado de la «ius», la función de la ju sticia queda «enm arcada»
justicia hay que cap tarlo situándola en la m atriz y «prejuzgada» dentro de un orden previam ente es­
ideológica en la que nació. E sta no fue o tra que la tablecido, perdiendo así la fuerza de la criticidad
interacción de los tres factores básicos de la cultura radical;
occidental: la religión judeo-cristiana, la filosofía - al enfatizar la nota de «exigibilidad», la ju sti­
griega y el derecho rom ano. cia queda orientada hacia el «m ínim o legal», p ropi­
La religión judeo-cristiana introduce en la no­ ciando la confusión de la m oral y del derecho;
ción de ju sticia los rasgos de: m esianism o, escatolo- - la prevalencia de la ju sticia «conm utativa»
gía, u topía. Para el judeo-cristianism o, la ju sticia es frente a la distributiva y a la legal (social) supone
una p rom esa divina (un «don de lo alto») y una una opción por la orientación «individualista» en el
decisión h u m an a (un «trabajo del hom bre»), es una planteam iento y en la solución de los problem as
realización presente y un horizonte de esperanza ético-sociales.
escatológica, es un ideal absoluto y una concreción
p arcial de la bondad. Por razón de estas caracterís­
ticas, la ju sticia occidental tiene rasgos crítico-
utópicos: sirve p a ra som eter a crisis total al m undo La categoría moral de la justicia debe seguir
h u m an o y constituye el program a de la perm anente orientando la formulación de la ética social. Pero,
e in ac a b a d a revolución. para ello, ha de ser sometida a una reorientación.
La filosofía griega introduce el logos clarifica­ Creemos que dicha reorientación ha de realizarse
dor. Con la reflexión griega, la ju sticia adquiere los siguiendo los tres cauces que señalamos en los tres
rasgos de ilum inación que posee: la precisión de la apartados siguientes: la justicia como ideal utópi­
noción, la a rm o n ía de la división y la claridad de la
co de igualdad, como cuestionamiento radical, co­
sistem atizació n . Por su p arte, el derecho rom ano
p ro p o rc io n a a la ju sticia la concreción de «positivi- mo dinamismo de cambios profundos.
zación» ju ríd ic a que precisa: verificación de conte­
nido, ex ig ib ilid ad en la vinculación, sociabilidad en
la exterio rizació n .
h) La justicia como ideal utópico
S itu a d a al in te rio r de las tres coordenadas ideo­ de la igualdad
lógicas m en cio n ad as, la justicia occidental ha teni­
do u n a tra y e c to ria histórica gloriosa, desde los pie- Una de las form as de verificar hoy la dignidad
so crático s, P latón, A ristóteles, filosofía m edieval, del hombre es la «aspiración a la igualdad» (OA 22).
re n a c im ie n to to m ista h asta la floración de estudios I.a etica social tiene sentido y funcionalidad en la
recien tes (Del Vecchio, Kelsen, Perelm an, H u in n et, búsqueda perm anente de la igualdad hum ana; la
C astán, R aw ls) p asan d o por el jusn alu ralism o ((ini­ «aspiración a la igualdad» es principio y m eta del
cio, H o b b es) y el co n tractu alism o (Rousseau). etilos social.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 351


La justicia es la categoría ética m ás a p ta p ara Para M arías, «el siglo XX es ininteligible si no m
apoyar esta orientación de la ética social. El reino tiene en cuenta lo que significan en él estas dos p;i
de la justicia es el lugar de la igualdad. De hecho, labras juntas: 'justicia social’. Es algo indiscutible
para la justicia queda en segundo plano lo que el todo el m undo la pide; nadie la niega, menos s<
sujeto tiene de individual, de irreductible o «inefa­ atrevería a oponerse a ella» {La justicia social \
ble»; en cam bio, cobra relieve destacado el valor de otras justicias. M adrid 1974, 7). Este m ism o autor L
la igualdad fundam ental entre los sujetos. define como aquella ju sticia «que corrige o rectifica
La ética social que tenga la pretensión de una situación social que envuelve una injusticia
apoyarse sobre el fundam ento de la justicia, tiene previa que, si se m antuviera, invalidaría las con
que proyectarse necesariam ente bajo el im pulso de ductas justas, los actos individuales de justicia» {o
la opción por la igualdad. La igualdad es el valor c., 11).
om nipresente de la ética social. La dinám ica ética
de la igualdad es el criterio básico del discernim ien­
to m oral en los problem as sociales.
Esta función asignada a la justicia social es ne­
c) La justicia como «cuestionamiento» cesario extenderla a toda justicia en cuanto cate­
goría ética. La justicia se refiere a la implantación
anterior al orden establecido
de la «rectitud» (derecho), que muchas veces no
Con frecuencia se ha utilizado la justicia como coincide con lo establecido («ius»). Si la justicia es
una actitu d ética al servicio del orden establecido. «dar a cada uno lo suyo», no puede interpretarse
En algunas épocas de la m oral, lo «legal» ha preva­ «lo suyo» desde el orden establecido, sino desde
lecido p o r encim a de lo «ético», llegando casi a una exigencia previa a las configuraciones socia­
identificarse lo legal con lo justo. La justicia, así
les. La justicia tiene por cometido deshacer los
entendida, se convertía en ciertas ocasiones en ju s­
tificación y apoyo de injusticias estructurales. «entuertos» que están a la base del orden estable­
cido; la justicia es dar a cada uno aquello de que
Es necesario recu p erar la noción de justicia co­
está «privado» o «despojado».
mo «cuestionam iento» ético an terio r a los ordena­
m ientos jurídicos. La justicia es una instancia ética La ética social recibe una orientación nueva al
no dom esticable por el orden establecido; lo tra s­ aceptar como principio dinamizador la justicia
ciende m ed ian te su capacidad crítica, que escapa a entendida como «cuestionamiento» previo al or­
todo in te n to de m anipulación. La justicia es an te­ den establecido. No es una ética justificadora, sino
rio r -c o n a n te rio rid a d lógica- a la construcción del cuestionadora de los ordenam ientos socio-
m undo social. jurídicos.
En la trad ició n reciente de la ética social c ristia­
na en co n tram o s una expresión que puede form ular
a d e cu ad am en te lo que acabam os de decir. Es la ex­
presión de justicia social. Acuñada oficialm ente por
Pío XI y em p lead a en los docum entos posteriores d) La justicia como categoría
del m ag iste rio eclesiástico p ara expresar el ideal dinamizadora del cambio
ético del o rd en económ ico-social, la ju sticia social
no se h a d ejad o red u cir a ninguna de las especies de Frente a la concepción estática de la justicia, es
la ju stic ia aristotélico-escolástica. D ejando de lado necesario poner de relieve una concepción din ám i­
la d iscusión sobre su natu raleza form al (¿identifica­ ca; la p rim era orientación es preferentem ente ju rí­
ción con la ju sticia legal?, ¿una especie nueva?, dica, m ientras que la segunda es de carácter ético-
¿una superespecie?), nos interesa señalar la función profético. Precisam ente es la aportación judeo-
de la ju s tic ia significada con esa expresión de «jus­ cristiana la que m ás resalta la concepción d inám i­
ticia so cial» . ca.

352 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


La ju sticia es la categoría ética capaz de «orien­ y su m ism a salvación. La Iglesia no es la única res­
tar» m oralm ente el cam bio y la conflictividad so­ ponsable de la justicia en el m undo; tiene, sin em ­
ciales. Por su tonalidad utópico-profética, la ju sti­ bargo, su responsabilidad propia y específica, que
cia dinam iza la sociedad hacia el cam bio e integra se identifica con su m isión de d a r ante el m undo
las posibilidades hum anizadoras de la conflictivi­ testim onio de la exigencia del am or y de la justicia
dad social. tal como se contiene en el m ensaje evangélico; testi­
monio que ha de e n co n trar correspondencia en las
Las tres orientaciones que hem os señalado a la
m ism as instituciones eclesiales y en la vida de los
ju sticia constituyen otras ta n ta s perspectivas para
cristianos» (Sínodo de Obispos, 1971).
la form ulación de la ética social. A ctualizada la no­
ción de justicia, se actualizan en consecuencia los Al situ a r la justicia en el horizonte de la fe, surge
planteam ientos de la ética social. otra nueva conexión: la relación entre justicia y m i­
sericordia.
e) La justicia en el creyente cristiano Desde la perspectiva pu ram en te racional, se ha
constatado la necesidad de plenificar el valor de la
Desde una perspectiva exclusivam ente hum ana, justicia con los valores del am or y de la am istad
la justicia es una categoría autónom a y consiguien­ («am istad civil») siguiendo la orientación aristo té­
tem ente secular. Pero p a ra el creyente la justicia se lica según la cual «la justicia y la am istad deben
inserta dentro de un horizonte religioso. darse conjuntam ente en toda asociación hum ana».
Es un hecho la presencia del tem a de la justicia Hay autores que descubren una inevitable im per­
en el in terio r de la predicación cristiana. Desde los fección en el concepto de justicia, al tener que ad ­
orígenes bíblicos h a sta nuestros días, el anuncio de m itir en él la realid ad de las desigualdades h u m a­
la justicia constituye una opción perm anente del nas; y por eso afirm an que todo sistem a de justicia
cristianism o. La doctrina social de los papas de los debería no p erd er de vista su propia im perfección y
siglos XIX-XX encuentra en el ideal ético de la ju s­ concluir que una ju sticia im perfecta, sin caridad,
ticia el criterio p a ra denunciar las inm oralidades no es justicia.
de la vida social y p a ra proyectar un m odelo de Pero es, sobre todo, desde las refererencias cris­
sociedad plenam ente hum ana. El Concilio Vaticano tianas desde donde m ejor se descubre la conexión
II se sirvió con b a sta n te frecuencia (en m ás de 40 entre ju sticia y m isericordia. Dos recientes docu­
pasajes) del concepto de ju sticia p a ra expresar la m entos del m agisterio eclesiástico lo han puesto de
dim ensión ética de la vida tan to h u m an a como cris­ relieve:
tia n a . El Sínodo de los Obispos de 1971 se ocupó
expresam ente de «la ju sticia en el m undo». El pri­ - La ca rta apostólica Octogésima adveniens, en
m ero de los D ocum entos de M edellín tra ta de la el n. 23, postula la intervención de la caridad para
justicia. Por lo dem ás, tan to la reflexión teológica que las norm as estrictam ente jurídicas puedan a l­
com o la vida de m uchos grupos cristianos hacen en canzar el objetivo de «establecer verdaderas rela­
la actualidad una opción explícita por la justicia. ciones de ju sticia e igualdad». En efecto, «si más
La m ism a Iglesia jerárq u ica reconoce el derecho y allá de las reglas ju rídicas falta un sentido m ás pro ­
el deber de o p ta r po r la justicia: «La Iglesia recibió fundo de respeto y de servicio al prójim o, incluso la
de Cristo la m isión de p red icar el m ensaje evangéli­ igualdad ante la ley podrá servir de co artad a a dis­
co, que contiene la llam ad a del hom bre a convertir­ crim inaciones flagrantes, a explotaciones constan­
se del pecado al a m o r del Padre, la fraternidad uni­ tes, a un engaño efectivo». De ahí que «el evangelio,
versal y, por tanto, la exigencia de ju sticia en el al enseñarnos la caridad, nos inculca el respeto p ri­
m undo. E sta es la razón por la que la Iglesia tiene el vilegiado a los pobres y su situación p articu la r en la
derecho, m ás aún, el deber de p ro clam ar la justicia sociedad», al m ism o tiem po que aprem ia a que «los
en el cam po social, nacional e internacional, así co­ m ás favorecidos deben ren u n ciar a algunos de sus
m o de denunciar las situaciones de injusticia, cuan­ derechos p a ra poner con m ayor liberalidad sus bie­
do lo pidan los derechos fundam entales del hom bre nes al servicio de los dem ás». La ca rta apostólica ve

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 353


en esta sensibilidad «la aportación capital del espí­ ción escatológica realizada en Cristo. Aunque las
ritu cristiano». dos expresiones se refieren a la m ism a realidad, sin
- La encíclica Dives in misericordia de Juan Pa­ em bargo cada una la form ula con m atiz diverso, si
blo II retom a en b astantes pasajes el tem a de la bien com plem entario: la carid ad pone en evidencia
relación entre justicia y m isericordia. Viendo en la el horizonte religioso (intencionalidad y cosmovi-
m isericordia «una de las com ponentes esenciales sión cristianas), m ientras que la justicia expresa el
del ethos evangélico» (n. 3) y considerando que la contenido intrahistórico de la salvación cristiana.
«suprem acía y la superioridad del am or respecto a A p a rtir de esta com prensión integradora, no ca­
la justicia se m anifiesta precisam ente a través de la ben las distinciones que se han establecido entre
m isericordia» (n. 4), Ju an Pablo II se pregunta si caridad y justicia, diciendo que la ju sticia m antiene
«basta la justicia» p a ra construir la convivencia h u ­ las distancias, m ientras la carid ad unifica; la ju sti­
m ana perfecta. Responde: «La experiencia del p a ­ cia edifica un m undo rígido y frío, m ientras la c ari­
sado y de nuestros tiem pos dem uestra que la ju sti­ dad penetra en el corazón del prójim o; la ju sticia da
cia por sí sola no es suficiente y que, m ás aún, puede sólo lo estrictam ente debido, m ientras la carid ad se
conducir a la negación y al aniquilam iento de sí extiende m ás allá de lo exigido. Tam poco son ad m i­
m ism o, si no se le perm ite a esa forma más profunda sibles las conclusiones de la m oral casuística sobre
que es el amor p lasm a r la vida hu m an a en sus diver­ el diverso grado de exigencia en la obligación y en
sas dim ensiones» (n. 12). Pero tales afirm aciones no la restitución al exponer las exigencias de la cari­
han de ser entendidas como un oscurecim iento del dad y de la justicia.
valor de la justicia; po r el contrario, la m isericordia El ethos cristiano g an ará en claridad y eficacia
lleva de nuevo a la justicia. «La au téntica m iseri­ si supera el p lanteam iento dicotóm ico y dualístico
cordia es, por decirlo así, la fuente m ás profunda de de caridad / justicia. Tal planteam iento, a nuestro
la justicia»; la autén tica m isericordia es «la m ás modo de entender, carece de base por las dos razo­
perfecta encam ación de la ‘ig u ald a d ’ entre los hom ­ nes siguientes. Al u tilizarlas dentro de ese contexto
bres y, po r consiguiente, tam bién la encarnación dicotóm ico, las categorías de carid ad y justicia son
m ás perfecta de la justicia». conceptos m eram ente form ales; no indican ningún
tipo de realidad concreta. Por o tra p arte, la distin ­
ción form al entre carid ad y ju sticia se basa en pre­
2. La caridad política supuestos inexactos: acepta la teoría de los «dos
planos distintos» entre la ética h u m an a (justicia) y
a) Integración de la justicia la cristiana (caridad); afirm a la posibilidad de vivir
y de la caridad en el cristiano un m ism o com portam iento desde la diferencia p u ­
ram ente exterior de la intención (por caridad). Para
«El a m o r cristiano al prójim o y la ju sticia no se su p erar esa dicotom ía es necesario a firm ar que la
p u ed en sep arar. Porque el am or im plica una exi­ justicia es la categoría totalizadora de todo el em ­
gencia absoluta de justicia, es decir, el reconoci­ peño ético de la caridad, tan to a nivel de fuerza
m ie n to de la dignidad y de los derechos del pró ji­ vinculante (valor de exigencia) como a nivel de con­
m o. La ju sticia, a su vez, alcanza su p lenitud inte­ creción (contenido concreto). En este sentido, puede
r io r solam ente en el am or. Siendo cada hom bre decirse que la ju sticia es la m ediación ética to ta li­
re a lm e n te im agen de Dios invisible y herm ano de zadora del dinam ism o m oral de la caridad. Aunque
C risto, el cristian o encuentra en cada hom bre a el cristianism o form ule las exigencias éticas a tra ­
D ios y la exigencia absoluta de justicia y de am or vés del «am or al prójim o», no por eso tales exigen­
q u e es p ro p ia de Dios» (Sínodo de Obispos, 1971). cias pierden la fuerza que caracteriza a la justicia.
C aridad po lítica y justicia son dos expresiones
d e la m ism a y única realidad cristiana: el necesario
b) Rasgos de la caridad política
e m p e ñ o del creyente en la construcción de una so­
c ie d a d h u m a n a de acuerdo con el ideal de la salva­ La caridad cristian a necesita p erd er la ingenui­

354 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


dad e inocencia del idealism o p ara descubrir sus ridad que se encierre en el horizonte irreal de una
dim ensiones políticas. Este cam bio de perspectiva consideración privatística de la existencia hum ana.
viene postulado por los m ism os análisis antropoló­ El descubrim iento de las dimensiones políticas de
gicos del amor; en efecto, hoy día se postula una la caridad es coincidente con la desprivatización
antropología que, superando los estrechos cauces del ethos cristiano.
personalistas, haga un p lanteam iento del am or co­
mo parte de una teoría crítica de la sociedad. • Fuerza «violenta» y transformadora del amor
La beligerancia política de la caridad orienta el
ethos de los cristianos hacia horizontes de com pro­ La caridad cristiana ha perdido m uchas veces su
miso preferentem ente social. Anotamos a continua­ dinam ism o transform ador. La fuerza del am or ha
ción las orientaciones m arcadas por la in te rp re ta ­ sido apagada por motivos de falso «universalism o»
ción política de la carid ad cristiana. («hay que am ar a todos, ricos y pobres») y de falsa
benevolencia («hay que buscar la unidad»). Los
«equívocos» a que ha sido som etida la carid ad cris­
• Desprivatización de la moral cristiana tian a han achatado el im pulso revolucionario del
Al lib erar a la carid ad de su carácter idealista, la ethos cristiano. Es necesario devolverle a la caridad
fuerza m oral que de ella b ro ta busca cauces despri- su fuerza transform adora de la realidad. Tienen que
v atizad o s. U nicam ente puede ser g a ra n tía del ser replanteados, desde la ética de la caridad, tem as
«am or a Dios» aquel «am or al prójim o» que sea tan im portantes como los siguientes: am or c ristia­
real y eficaz. Ahora bien, la realid ad y eficacia del no y lucha de clases; am or cristiano y violencia;
am or al prójim o se m iden po r su e stru c tu ra despri- am or cristiano y opción por los pobres, etcétera.
vatizada. Es inconcebible un ethos basado en la ca­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 355


• Carácter «utópico» y «metaestratégico» to terrena como etern a y viendo la liberación funda
del ethos cristiano m ental en la liberación del pecado: «del m al moral
que anida en el corazón, y que es causa del ‘pecado
Por su elem ento m etaético, la caridad, al h acer­ social’ y de lás estru ctu ras opresoras»;
se empeño m oral en la transform ación de la reali­
dad social, introduce en el ethos cristiano u na pecu­ - evitando la tentación de caer en sistem as que
liaridad específica. La ética nacida de la caridad priven a la persona de la libertad y que la induzcan
adquiere un carácter utópico. El ethos cristiano n a ­ a la negación de Dios.
cido de la caridad no propone como definitiva ningu­ H ablando con especial referencia a América La­
na alternativa para la transform ación del m undo; en tina, Juan Pablo II ha constatado que «el ejem plo
el fondo, adopta una form a «antiestratégica». de Cristo de am or al m enesteroso se ha concretiza-
Para concluir estas aproxim aciones sobre la ca­ do p ara la Iglesia en L atinoam érica, sobre todo a
ridad, juzgam os conveniente recordar que la cari­ p a rtir de M edellín y Puebla, en la llam ad a opción
dad es ante todo una «buena noticia»: la noticia de preferencial po r los pobres» (Ibíd., 13). E sta orien­
que Dios ha am ado y sigue am ando al m undo. La tación ha de ser conservada y profundizada: «En
m ejor m anera de entender la caridad cristiana es este m om ento solem ne deseo reafirm ar que el papa,
com prenderla como am or de Dios. A p a rtir de ese la Iglesia y su jera rq u ía quieren seguir presentes en
núcleo fundam ental cobra sentido el dinam ism o la causa del pobre, de su dignidad, de su elevación,
ético que hem os tra tad o de señalar en la realidad de de sus derechos como persona, de su aspiración a
la carid ad cristiana. una im prorrogable ju sticia social» (Ibíd., 13).
E sta doctrina de Ju an Pablo II es recogida en la
Instrucción de la Congregación p a ra la doctrina de
3. La opción preferencial por el pobre la fe, sobre Libertad y Liberación (22.3.1986), n. 68
(«el am or de preferencia a los pobres»),
Ju a n Pablo II ha m anifestado abiertam ente que
«la Iglesia quiere m an ten er su opción preferencial 4. La solidaridad
po r los pobres», si bien p ara ello no necesita hipote­
car el evangelio a ideologías extrañas a la fe: «El a) La solidaridad ética
im prescindible clam or por la ju sticia y la necesaria
so lid a rid a d preferente con el pobre no necesitarán Por razón de su etim ología latin a y por razón de
hipotecarse a ideologías extrañas a la fe, como si su uso inicial, la p a la b ra «solidaridad» tuvo una
fueran éstas las que guardan el secreto de la verda­ connotación jurídica: servía p ara referirse al tipo
dera eficacia» (Juan Pablo II, Hom ilía en Santo Do­ de obligaciones contraídas «in solidum ». En la ac­
m ingo [11.10.84]: Ecclesia n. 2.194 [27 octubre tualidad, el térm ino «solidaridad» h a roto las b a ­
1984] 13). rreras jurídicas y p en etra am plios cam pos de la re a ­
De ac u erd o con esa orientación, la opción prefe­ lidad hum ana. Es una palabra-tópico o una expre­
rencial p o r los pobres, que hunde sus valores en el sión-detonante que expresa, de m odo lingüístico y
evangelio, h a de ser in te rp re ta d a (Discurso a los de form a m etalingüística, la condición «sólida» de
O bispos de Perú [4.10.84]: Ecclesia n. 2.194 [27 oc­ la realidad hum ana: los hom bres form am os una
tu b re 1984] 11): realidad com pacta, un bloque, y nos regim os por la
ley de la em p atia y de la cooperación (frente a la
- c o m o u n a opción preferente, pero no exclusiva, degradación hu m an a del solipsism o y del egoísmo).
ni excluyente;
La solidaridad expresa la condición ética de la
- e n te n d ie n d o a los pobres com o un grupo hu­ vida hum ana. La «regla de oro», que constituye la
m ano m enesteroso, pero no com o clase social en norm a m oral básica, no es m ás que el desarrollo
lucha n i com o Iglesia paralela; enunciativo de la solidaridad: «Lo que quieras que
- p ro p ic ia n d o la realización de la vocación ta n ­ hagan por ti, hazlo tam b ién por los dem ás».

356 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


La base de la solidaridad radica en la realidad h) La solidaridad teológica
ile la empatia ética: saber, sentir y asu m ir la condi­
ción hu m an a como un todo en el que se solidarizan E stá por hacer la «teología de la solidaridad».
cada uno de los seres hum anos. El principio de em ­ Sin em bargo, la carencia de reflexión no es obstácu­
patia es p a ra H um e el fundam ento de la ética. Por lo p a ra a firm ar la carga de corresponsabilidad y de
su parte, K ant lo recoge en la segunda form ulación solidaridad que conlleva la fe cristiana. Baste con
del im perativo categórico: «Obra de tal m odo que alu d ir a las siguientes perspectivas de la cosmovi-
uses a la hum anidad, tan to en tu persona como en sión cristiana:
la persona de cualquier otro, siem pre como un fin, - El Dios cristiano es un Dios «solidario». La
al m ism o tiem po, y nunca como un m edio». Las afirm ación del m onoteísm o religioso es al m ism o
éticas de la Ilustración son éticas fundadas en la tiem po la opción por el «m onoteísm o ético»: frente
com prensión optim ista de la n a tu ra l sim patía o be­ a las corrientes neopaganas que tra ta n de justificar
nevolencia de los seres hum anos. Son, por tanto, la desigualdad h u m an a exhum ando el politeísm o
éticas de solidaridad. grecorrom ano, el cristianism o opone la fuerza de
Si la em p atia es la base de la solidaridad, su Dios como garan te de la unicidad e igualdad del
cúspide es el compartir. La solidaridad se realiza género hum ano. Por otra parte, el Dios cristiano es
haciendo que todos los seres hum anos participen ante todo defensor del que no tiene valedor: la soli­
del conjunto de los bienes disponibles. Estos han de darid ad con el pobre es, según dicen los obispos
ser divididos, rep artid o s y distribuidos sin excluir a franceses, «una de las form as de decir Dios hoy». Si
nadie p a ra el reparto, sin a c a p a ra r unos a costa de Dios es solidario, el pueblo que se reúne en torno a
la privación de otros, y sin in tro d u cir en la distrib u ­ él tam bién ha de ser solidario: el pueblo de Dios es
ción m edidas discrim inatorias. El c o m p artir h u m a­ un «pueblo solidario», según lo atestigua la revela­
no supone que los bienes son escasos frente a las ción tanto del Antiguo como del Nuevo Testam ento.
necesidades que hay que satisfacer. La form a ju sta - Para el cristiano existe u n a raíz cristológica en
de c o m p a rtir los bienes escasos se rige po r la ley de la com prensión y en la praxis de la solidaridad h u ­
la solidaridad; los bienes son «de» todos y «para» m ana. El Concilio V aticano II expone, en el n. 32 de
todos. A su vez, la solidaridad culm ina en el justo la constitución pastoral Gaudium et spes, una sínte­
c o m p a rtir hum ano. sis sobre la dim ensión cristológica de la solidaridad
Desde la conciencia de la empatia h a sta la praxis hum ana. El cristiano ve en el «otro» a Cristo; p ara
del compartir despliega su am plio significado la ca­ el creyente, la solidaridad es la com unión en Cristo.
tegoría ética de la solidaridad. La ética social puede Se siente urgido a a u m en tar continuam ente la soli­
ser enten d id a com o el desarrollo norm ativo de la darid ad «hasta aquel día en que llegue su consum a­
so lidaridad h u m an a. ción y en que los hom bres, salvados por la gracia,
com o fam ilia am ad a de Dios y de Cristo herm ano,
E sta reconstrucción ética de la solidaridad que­ d a rá n a Dios gloria perfecta».
da p lasm ad a en la configuración del «hum anism o
de responsabilidad» atestiguado por el Concilio Va­ - La conciencia eclesiológica rem ansa la justifi­
ticano II: «Som os testigos de que está naciendo un cación «teológica» y «cristológica» de la solidari­
nuevo h um anism o, en el que el hom bre queda defi­ dad. La pertenencia eclesial radicaliza la com pren­
nido p rin cip alm en te por la responsabilidad hacia sión y las exigencias de la solidaridad. Esta adquie­
sus herm anos y an te la historia» (GS 55). re un ám bito nuevo: el ám bito de la prom esa y de la
esperanza. La solidaridad se configura como un
La so lid arid ad es lo m ism o que responsabilidad, bien m esiánico y com o un valor del reino.
y ésta se tra d u c e en com prom iso ético ante la histo­
ria. El h u m an ism o de responsabilidad es h um anis­ En síntesis, la solidaridad hum ana adquiere la
mo ético, y los dos se identifican con el hum anism o plenitud de significación al situ arla dentro del hori­
de solidaridad. zonte, teórico y práxico, de la fe cristiana. La solida­
rid a d «es la form a cristiana y eclesial de relacionar­
se según la conocida frase paulina: 'conllevaos m u­

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 357


tu am ente’. En dicha concepción es esencial la refe­ justicia, la m isericordia lo com pleta transm itiéndo­
rencia al ‘otro’, tanto p ara d ar como p ara recibir, a le la sobreabundancia m oral de la caridad. La m ise­
nivel hum ano, eclesial, cristiano y teologal. Es por ricordia es el enlace de la justicia y de la caridad. La
tanto la forma cristiana de superar en principio el solidaridad ético-teológica, a su vez, es el cauce fun­
individualism o personal o colectivo, tanto a nivel cional de la m isecordia.
histórico como de fe» (J. Sobrino: Selecciones de Hay un pasaje del Nuevo T estam ento que de for­
Teología 23 [1984] 171-172). m a adm irable expresa la función m oral de la cate­
goría ético-teológica de la solidaridad. Es la períco-
pa de Mt 25, 31-46. La parénesis cristiana de todos
c) Solidaridad ético-teológica los tiem pos ha encontrado en este texto el «lugar»
Integrando la perspectiva ética y la perspectiva de fundam entación y de explanación p a ra u rg ir la
teológica, la solidaridad se convierte en categoría solidaridad entre los hom bres. Desde san Juan Cri-
ético-teológica. En cuanto tal, expresa la peculiari­ sóstom o h asta Ju an Pablo II se constata una p redi­
dad de la ética cristiana. lección p a rtic u la r por Mt 25, 31-46. Para Juan Pablo
II, «este fragm ento aborda algunas cuestiones fun­
Según la ca rta apostólica Octogésima adveniens dam entales en relación con n uestra fe y m oralidad.
(n. 23), «la aportación capital del espíritu cristiano» Estos cam pos están estrecham ente unidos el uno al
a la ética social está en la sobreabundancia moral otro. Acaso ningún otro pasaje del evangelio habla
que origina a la praxis de la caridad, una caridad de su relación de form a tan convincente» (Hom ilía
que «inculca el respeto privilegiado a los pobres y en E dm onton, C anadá [17.9.84]: Ecclesia n. 2.192
su situación p a rtic u la r en la sociedad». [6.10.84] 8).
La praxis de la carid ad se sitúa m ás allá de las En Mt 25, 31-46 se establece como p a u ta de la
reglas ju ríd icas, las cuales constituyen con frecuen­ m oralidad cristian a el criterio de la solidaridad.
cia una c o a rta d a p a ra cohonestar la injusticia: Cristo juzga a todos los hom bres («todas las nacio­
«Efectivam ente, si m ás allá de las reglas jurídicas nes»), y en p a rtic u la r a los cristianos, en razón de la
falta un sentido m ás profundo de respeto y de servi­ praxis solidaria ejercida con los necesitados (solida­
cio al prójim o, incluso la igualdad ante la ley podrá rid ad / insolidaridad ética), explicando el m otivo de
servir de c o a rta d a a discrim inaciones flagrantes, a dicho juicio por la identificación cristológica con
explotaciones constantes, a un engaño efectivo». los indigentes (solidaridad teológica).
Ese « sen tid o m ás profundo de respeto y de servi­
cio al prójim o» exige una «educación renovada de
la solidaridad». La renovación o reconstrucción de
la so lid arid ad ético-teológica recoge la sobreabun­ La solidaridad teológica (identificación cristo-
dancia m o ra l de la carid ad cristiana y expresa la lógica con los necesitados) y la consiguiente soli­
pecu liarid ad del sentido ético del cristiano. La re­ daridad ética constituyen la base del juicio moral
construcción teológica de la solidaridad ética im pi­ cristiano. También hoy es juzgado el mundo según
de que «la a firm a c ió n excesiva de la igualdad pue­ este criterio. A la luz de Mt 25, 31-46 está patente
da d ar lu g a r a u n individualism o donde cada cual el juicio ético-teológico sobre el desequilibrio no
reivindique su s derechos sin querer hacerse respon­
sable del b ie n com ún». sólo este-oeste, sino también, y sobre todo, norte-
sur. La injusticia ética, y el pecado moral, se hacen
La s o lid a rid a d ético-teológica, apoyada en la manifiestos ante el tribunal insobornable de la so­
justicia y re g id a p o r la caridad, eleva el sentido m o­
lidaridad ético-teológica. Es esta solidaridad éti­
ral h asta la a c e p ta c ió n de algo que parece contrario
a las no rm as d e la ju sticia interhum ana: «ceder» de co-teológica el cauce de realización para el ideal de
lo propio p a r a en riq u ecer al otro. Este es el m ensaje la moral social cristiana.
que ha q u e rid o tra n s m itir Ju a n Pablo II en la encí­
clica Dives in misericordia: sin negar el valor de la

358 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


dj La praxis de la solidaridad: - La solidaridad en cuanto pedagogía para descu­
síntesis del compromiso brir en el «otro» un «igual» en el banquete de la vida.
social cristiano «La solidaridad nos ayuda a ver al ‘o tro ’ —persona,
pueblo o n a c ió n - no com o un instrum ento... sino
La encíclica Sollicitudo rei socialis propone un como un ‘sem ejan te’ nuestro, una ‘a y u d a ’ (cf. Gn 2,
nuevo frente p a ra la ética social cristiana: ese frente 18.20), p a ra hacerlo partícipe, como nosotros, del
puede resum irse en una palabra: solidaridad. Esta banquete de la vida» (n. 39).
es la categoría-síntesis de la ética social cristiana. - La solidaridad en cuanto cauce de la identidad
La praxis de la solidaridad coincide con el ejercicio cristiana en el compromiso social. La praxis de la
del com prom iso social cristiano. solidaridad puede ser en tendida como «la realiza­
La encíclica dedica expresamente dos núm eros ción del designio divino, tan to a nivel individual
(39-40) a la exposición del significado que en trañ a como a nivel nacional o internacional» (n. 40). Para
la solidaridad p a ra el cristiano. Integrando esta ex­ el cristiano existe u n a raíz cristológica en la com ­
posición con las perspectivas precedentem ente se­ prensión y en la praxis de la solidaridad hum ana.
ñaladas, se puede reducir el contenido de la solida­
ridad a la siguiente síntesis:

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 359


Conclusión

Hacia la nueva
sociedad
humana

1. Sociedad guiada por la justicia del canto a la lib ertad de m ercado, a la libertad de
y por la libertad iniciativa, a la lib ertad de em presa, a la libertad del
consum idor, etc.; sin caer en el optim ism o del juego
El nuevo m odelo de sociedad ha de ser configu­ m ágico «de la m ano invisible», la m ayor p arte de la
rad o m ediante el doble valor-eje de la justicia y de hum anidad descansa sobre un sistem a económ ico y
la libertad. Estos dos valores son los que orientan y social cuya filosofía tiene una p a la b ra privilegiada:
apoyan una concepción de la vida digna del ser hu­ libertad.
m ano.
En contraposición, la afirm ación tam bién u n ila ­
En la h u m anidad actual, los dos valores de la teral y tam bién adialéctica de la «justicia» conduce
ju sticia y de la lib ertad son vividos adialécticam en­ a un sistem a de planificación excesivam ente con­
te. El bloque liberal hace de la lib ertad su afirm a­ trolada. Surgen así dos bloques irreconciliables teó­
ción prevalen te. Como dice Aron, «los filósofos am e­ ricam ente, que pueden ser descritos de m odo muy
ricanos han llegado a colocar la igualdad efectiva sim ple con las calificaciones siguientes: uno ofrece
de condición en segundo térm ino, inm ediatam ente «libertad sin justicia» y el otro «justicia sin liber­
después de los derechos y lib ertad de las personas» tad».
(En defensa de la libertad y de la Europa liberal. B ar­
celona 1977, 108). En el polo opuesto, el bloque so­ Ante la inviabilidad de los dos m odelos sociales
c ialista afirm a la ju sticia con m enoscabo evidente hegem ónicos se im pone la necesidad de a lu m b rar
de la libertad. un m odelo nuevo de sociedad alejada tanto del libe­
ralism o como del colectivism o.
La afirm ación u n ilateral y adialéctica de la «li­
b ertad » conduce al liberalism o en sus m últiples for­ No puede haber justicia sin libertad. La siguiente
m as históricas y en su actual versión corregida; el cita de J. M arías justifica esta afirm ación, al m ism o
sueño de la lib ertad sin trab as es el acorde m elódico tiem po que expresa un «fervor» casi religioso ante

360 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


el valor de la libertad: «La sum a injusticia social es presan y orientan la configuración social del m undo
la privación de la libertad. Allí donde ésta no existe, actual.
estoy condenado al m ás atroz e irreparable despojo. M erece la pena releer el texto del n. 22 del citado
Por eso, el dilem a que a veces se propone como si docum ento: «Al m ism o tiempo que el progreso
hubiera que elegir entre lib ertad y ju sticia social, es científico y técnico continúa transform ando el m a r­
sim plem ente m onstruoso, porque la lib ertad es la co territo rial del hom bre, sus m odos de conoci­
condición de toda posible ju sticia y, si ella falta, la m iento, de trabajo, de consumo y de relaciones, se
situación, cualquiera que sea, se convierte en la m anifiesta siem pre en estos contextos nuevos una
injusticia total. E sta es, desgraciadam ente, la situ a ­ doble aspiración m ás viva a m edida que se desarro­
ción en las tres cu artas p artes del planeta: no sólo llan su inform ación y su educación: aspiración a la
pobreza económ ica, sino la pobreza radical, la po­ igualdad, aspiración a la participación; formas am ­
breza vital, la pobreza de los proyectos. La libertad, bas de la dignidad del hombre y de su libertad».
las llam adas ‘libertades form ales’ inherentes a la
persona hum ana, es pues la gran p ila stra sobre la Este párrafo no pertenece únicam ente al género
que se levanta la justicia, em pezando por la justicia descriptivo. Como sucede en otros docum entos de
social y, al lado de ella, las otras justicias. Él hom ­ Pablo VI, la form a descriptiva adquiere tal relieve
bre ha conseguido h acer p a sar sus recursos a otro que pasa al género valorativo. La descripción se
grado de m ag n itu d y ha in staurado en los lugares convierte en tesis: la igualdad y la participación son
en que hay lib ertad política un grado de justicia form as de la dignidad hum ana. Más aún, la tesis
jam ás alcanzado en la historia». indicativa se traduce en im perativo ético: la digni­
dad hu m an a postula los valores éticos de la igual­
Pero, la auténtica libertad no puede existir a costa dad y de la participación.
de la justicia. La gran cuestión continúa siendo si
desde un sistem a de lib ertad puede alcanzarse un De hecho, en el m ism o docum ento Octogésima
grado de ju sticia económ ico aceptable p a ra los adveniens se utilizan los dos valores de la igualdad y
sta n d a rs éticos de la gran m ayoría de la sociedad. de la participación com o criterios ilum inativos p a­
C uando existe u n a situación conflictiva entre el va­ ra discernir los cauces éticos de la vida social. Así,
lor de la lib ertad y el valor de la justicia, no se por ejem plo, se afirm a que esa doble aspiración del
puede a d o p ta r la solución sim plista de o p tar sin hom bre exige un reconocim iento real, y no sólo for­
m ás p o r la lib ertad . Es necesario an alizar el conflic­ m al, de los derechos hum anos (n. 23), así como la
to y tr a ta r de resolverlo sin parcialism os y sin m e­ prom oción de un tipo de sociedad auténticam ente
noscabo llam ativam ente injusto de uno de los dos dem ocrática (n. 24).
valores. Como en otros análisis y en otras propuestas,
tam bién en el análisis y en la propuesta de la doble
aspiración h u m an a de la igualdad y de la p a rticip a ­
2. Sociedad que propicia ción la ca rta apostólica Octogésima adveniens tuvo
la igualdad y la participación una notable clarividencia y una gran dosis de im a­
Los valores de la ju sticia y de la libertad se reali­ ginación prospectiva.
zan m ed ia n te el ejercicio de la igualdad y de la p a r­
tic ip a c ió n . Una sociedad guiada por la justicia y la
lib e rta d es una sociedad en la que ascienden cada vez a) El ideal ético de la igualdad
m ás el nivel de la igualdad de oportunidades y el La hu m an id ad no ha conseguido todavía im ­
e je rcic io de la participación. p la n ta r el criterio de la igualdad en las relaciones
E n la c a rta apostólica Octogésima adveniens de entre los individuos y entre los grupos. Son m uchas
P a b lo VI (1971) se hace una descripción del nivel las zonas de la vida h u m an a que se sienten regidas
a s p ira tiv o de la h u m anidad actual en relación, so­ de hecho por el principio de la desigualdad. Un m a­
b re to d o , a la organización de la vida social. Se se­ lestar profundo recorre las relaciones entre las ra ­
ñ a la n dos «aspiraciones fundam entales», que ex­ zas, entre los bloques económicos, entre los grupos
PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 361
362 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA
políticos, entre las clases sociales; es el m alestar de La igualdad óntica no es un ideal hum ano. Por el
la desigualdad, causa y efecto de los desequilibrios contrario, la diversidad es la condición del creci­
y de las violencias sociales. La h istoria hu m an a está m iento hum ano. La hum anidad se realiza m ediante
enferm a: su m al es la desigualdad. la originalidad, la diferencia, la variedad.
Si de los hechos nos rem ontam os a las teorías, se Cuando se propone el ideal ético de la igualdad,
im pone idéntica constatación: los hom bres han tra ­ no se piensa en la igualdad óntica. Sería u n a pro­
tado de justificar teóricam ente la desigualdad h u ­ puesta empobrecedora de lo hum ano. La riqueza h u ­
m ana. Con m ayor o m enor cinism o, de m odo m ás o m ana es la m eta de todo program a m oral. Por o tra
m enos explícito, cediendo a reclam os paranoicos o parte, hacer de la igualdad óntica el contenido del
buscando acallar la m ala conciencia ante la reali­ proyecto ético sería antihum ano; supondría reali­
dad, no han faltado, ni faltan, teorías que pretenden zar la in h u m an id ad del m ito de Procusto, quien
cohonestar la desigualdad entre los seres hum anos. acom odaba no el lecho a las personas, sino éstas al
Sin em bargo, tam bién es constatable en las en­ lecho, y así co rtab a las piernas m ás largas que la
trañ as de la h istoria h u m an a un clam or por la cam a y estirab a las cortas h asta llenar la longitud
igualdad. Este clam or es una fuerza m oral en conti­ de aquélla.
nuo crescendo. En nuestros días alcanza sonorida­ La igualdad ética acepta y parte de la diversidad
des tan estruendosas que no puede ser acallado. óntica. Lo que hace es in tro d u cir un factor de re p a r­
El «sueño igualitario» ha sido vivenciado y ex­ to que se sitúa m ás allá de la realidad óntica. Es
presado en diversos tonos y con m últiples m atices aquí donde hace su aparición el reino de la libertad
en la h istoria de la h um anidad. Baste alu d ir a los frente al reino de la naturaleza.
siguientes síntom as: El nuevo factor de rep a rto es exigido por la igual
- la m atriz judeocristiana del m undo occiden­ valía del ser hum ano. De este modo, la desigualdad
tal, con la fe m onoteísta generadora de igualdad; óntica pierde su m aleficio n a tu ra l y se convierte en
beneficio hum anizador. El paso de la desigualdad
- la conciencia grecorrom ana de la pertenencia óntica a la igualdad ética señala el trán sito del po­
al «genus hum anum » igualador de todas las dife­ der disgregador de la n atu raleza al servicio integra-
rencias;
dor de la historia.
- la p ropuesta de «utopías igualitarias» como
expresión de la búsqueda perm anente de la igual­
dad hu m an a (Moro, etc.); b) El ideal ético de la participación
- el continuo rebrote de «m ovim ientos socialis­ Participación es la form a de realizar u n a em pre­
tas» de signo m ás o m enos utópico, pero con el de­ sa que atañ e a varios individuos hum anos libres.
nom inador com ún de la fe en la igualdad. Los anim ales no «participan»; lo m ás que pueden
- las revoluciones sociales, en cuyo lem a no ha alcanzar, en el nivel de sociabilidad, es «sum ar»
faltado la proclam a de la «igualdad». esfuerzos. En sentido estricto, la participación p er­
En la h isto ria m oral de la hu m an id ad se percibe tenece a la condición del ser hum ano.
un dinam ism o continuam ente ascendente hacia la El significado de p a rtic ip a r tiene u n a doble ver­
igualdad in terh u m an a. Desde la Ilustración y a tra ­ tiente. Puede entenderse en sentido activo y pasivo.
vés de la revolución francesa, la igualdad es un M irado en su vertiente pasiva, p a rtic ip a r es «tener
principio ineludible de estim ativa m oral. No tener­ u n a p arte en u n a cosa o tocarle algo de ella». En su
lo en cuenta sería cerrarse a las evidencias histó ri­ sentido activo, p a rticip a r es com prom eter la libre
cas p rim arias. actuación dentro de un em peño com partido con
Existen dos clases de igualdad: una, óntica; la otros sujetos libres.
otra, ética. La p rim era se identifica con la uniform i­ La libertad es el presupuesto de la participación
dad. La segunda form ula un proyecto enriquecedor activa. No se puede h a b la r de participación cuando
para todos. los sujetos de una em presa com ún carecen de liber­

PARA CONOCER IA ETICA CRISTIANA 363


tad. La participación rem ite a la lib ertad y ésta se construye su destino a través de una serie de agru­
concreta en la participación. paciones particu lares que requieren, p a ra su perfec­
Desde esta conjunción entre lib ertad y p a rtici­ cionam iento, una sociedad m ás vasta, de carácter
pación se llega al núcleo de la dignidad hum ana. universal, la sociedad política. Toda actividad p a r­
Afirmar la lib ertad y realizar la participación es ticu lar debe colocarse en esta sociedad am pliada y
proclam ar la dignidad de la persona. De ahí que, en adquiere, con ello, la dim ensión del bien común»
el texto citado de la Octogésima adveniens (n. 22), (OA 24).
Pablo VI afirm a que la participación es una forma
de la dignidad humana.
La vida social es la gran em presa de los seres 3. Sociedad cuya meta es
hum anos. Si la realizan y se realizan como seres
la civilización del amor
libres, han de conducirla m ediante la participación
activa. P articip ar en la vida social es ejercitar la li­ El ideal ético de la sociedad h u m an a culm ina en
bertad. una m eta: la construcción del reino de Dios, es de­
La m eta ideal de la participación es la dem ocra­ cir, la realización de la h istoria h u m an a com o histo­
tización social, una form a de dem ocratización que ria de salvación.
supera las am bigüedades del actual sistem a de de­ Reino de Dios e histo ria de salvación son las ca­
m ocratización liberal, reducido a veces a una afir­ tegorías teológicas que form ulan en clave religiosa
m ación «form al» sin contenido m aterial. el contenido de la m oralización in tram u n d an a. Es­
A la vista de las tentaciones y am bigüedades de ta consiste en pro p iciar la hum anización cada vez
la dem ocratización liberal, es necesario p resentar m ás creciente de la histo ria hum ana. Pablo VI for­
la a lte rn a tiv a de la dem ocratización social. E sta de­ m uló el criterio de hum anización al definir el «ver­
m ocratización: 1) es «social», en cuanto que no se dadero desarrollo» com o «el paso, p a ra cada uno y
p ara todos, de condiciones de vida m enos hum anas
lim ita al ám bito del poder político, sino que abarca
a condiciones m ás hum anas» (PP 20). El Concilio
todo el en tram ad o de la vida social; 2) es «integral»,
ya que no depende exclusivam ente del juego elitista V aticano II entendió la m isión de la Iglesia en el
de individuos y grupos profesionalizados, sino que m undo como un servicio de hum anización: «Dar un
es el ejercicio co n n atu ral de todo el cuerpo social. sentido más hum ano al hom bre y a su historia» (GS
40).
T anto la p articipación como la dem ocratización El contenido ético de la hum anización y el signi­
h a n de realizarse en todos los cam pos de la vida ficado teológico del reino de Dios (o h istoria de sal­
social. El criterio de la participación o rien tará la vación) reciben una form ulación exacta en la expre­
a c tiv id a d económ ica por form as de autogestión, sión de la civilización del amor.
con m odalidades y a niveles variados, y por siste­
m a s de planificación dem ocráticos. Tam bién la vi­ E sta herm osa y pictórica fórm ula de la «civiliza­
d a p o lítica ha de regirse po r el ejercicio efectivo de ción del am or» fue u tilizada por vez p rim era por
la p a rticip ació n . Pablo VI exhortó a los católicos a Pablo VI en Pentecostés de 1970 y glosada por el
b u s c a r nuevos m odelos de dem ocracia política: «La m ism o papa en la clausura del año santo de 1975
d o b le aspiración hacia la igualdad y la p a rtic ip a ­ (25 de diciem bre). Ju an Pablo II tam bién se ha ser­
c ió n tra ta de prom over un tipo de sociedad dem o­ vido de ella en b astantes ocasiones, identificando la
c rá tic a . Diversos m odelos han sido propuestos; a l­ civilización del am or con la «civilización de la vi­
g u n o s de ellos h a n sido ya experim entados; ningu­ da» (frente a la «civilización de la m uerte») y con la
n o satisface com pletam ente, y la búsqueda queda «civilización de la paz» (frente a la «civilización de
a b ie r ta en tre las tendencias ideológicas y las p rag ­ la guerra»).
m á tic a s . El cristian o tiene la obligación de p a rtici­ El em peño ético de la carid ad cristiana se con­
p a r en esta búsqueda, al igual que en la organiza­ creta actualm ente en la opción neta a favor de las
c ió n y en la vida política. El hom bre, ser social, tres grandes causas de la em ancipación solidaria: la

364 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


causa de la justicia económica frente al desequili­ tural, lo m ism o que en el económ ico y político»
brio explotador de los pobres, la causa de la paz (DM 14). Es el horizonte últim o de la sociedad m o­
frente a la inicua carrera arm am entística, y la cau­ ralizada. Para la conciencia cristiana de todos los
sa de la libertad política frente a regím enes to ta lita ­ tiem pos, la carid ad ha constituido la exigencia m o­
rios de uno y otro signo. ral m áxim a (Me 12, 28-31), pues en ella se resum e
La civilización del am or es el «fin al que deben toda la ley (Rom 13, 10). La civilización del am or es
tender todos los esfuerzos en el cam po social y cul­ la realización plena de la carid ad cristiana.

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 365


Indice general

Cómo utilizar el presente libro ................................ 7 a) Cuatro hitos im portantes en la incul-


turación de la moral c ris tia n a ............. 23
b) Necesidad de una nueva inculturación
U n id ad 1.‘ ¿Qué es la m o ra l c ristia n a ? ........... 9 de signo liberador .................................. 24
A. Síntesis. La moral cristiana es la práctica de 2. El Concilio Vaticano II y la renovación de
la fe, siguiendo a Cristo y realizando el la ética c ris tia n a .......................................... 24
reinado de Dios .......................................... 11
D. Para confrontar. El modelo teológico-moral
1. La «ética narrada» en la práctica de Je­ para expresar la moral cristiana: la «au­
sús .................................................................. 11 tonomía teónoma» ...................................... 26
2. Etica del «seguimiento de Jesús» ............. 12
1. Modelos insuficientes: basados en la «he-
3. El seguimiento de Jesús tiene como meta teronomía» ................................................... 26
la «construcción del reino de Dios» ........ 12
2. Modelo válido: basado en la «autonomía
4. Fe cristiana y ética: la ética cristiana co­ teónoma» ...................................................... 28
mo «mediación práxica de la fe» .............. 13
B. Para ampliar. La moral cristiana se sintetiza Unidad 2.a Conceptos básicos de la moral
en la realización de la c a rid a d ................... 14
cristiana....................................................... 31
1. La moral cristiana como «moral de la ca­
ridad» ............................................................ 14 Apartado 1. La responsabilidad moral y sus ex­
a) Mensaje de Jesús .................................... 15 presiones: opción fundam ental-actitudes-
b) Desarrollo del mensaje de Jesús en los a c t o s .................................................................... 33
escritos del NT ....................................... 16
A. Síntesis. Comprensión y expresiones de la
2. Orientación de la moral cristiana desde responsabilidad moral del c ris tia n o ....... 34
la caridad ..................................................... 19
a) Planteam iento ........................................ 19 1. Comprensión cristiana de la responsabili­
b) La caridad identifica la moral de los dad moral ..................................................... 34
cristianos ................................................ 20 2. Expresiones de la responsabilidad moral:
c) La caridad orienta los contenidos de la opción fundam ental-actitudes-actos........ 35
m oral c ris tia n a ....................................... 21 a) La opción fundam ental ......................... 35
b) Las actitudes morales ........................... 35
C. Para profundizar. La ética teológica es la re­ c) Los actos m o ra le s................................... 36
flexión sobre el dato de la moral evangé­
lica ................................................................. 22 B. Para ampliar. Análisis de la opción funda­
1. La reflexión teológica como fuerza «in- m ental y de la actitud moral ..................... 37
culturadora» de la ética evangélica ......... 22 1. Teología de la opción fundam ental cris-
366 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA
tiana .............................................................. 37 «ley antigua» .......................................... 49
a) Opción fundamental como posibilidad 2. Reflexión teológica sobre la «leynueva» 49
ofrecida por D io s................................... 37
b) Opción fundamental y dinamismo del C. Para profundizar. Captación de los valores
existir cristiano ...................................... 38 morales .......................................................... 52
2. Estructura de la actitud moral cristiana 38 1. Noción y funcionalidad de la estim ativa
m oral ............................................................. 52
C. Para profundizar. Interrogantes pedagógi-
2. Cauces de la estim ativa m o ra l................... 53
co-catequéticos sobre la función de la op­
ción fundamental ........................................ 40 3. «Estimaciones» morales básicas ............. 53
1. ¿Cuándo aparece la opción fundamental? D. Para confrontar. Relación de la ética cristia­
........................................................................ 40 na con otros sistemas axiológicos ............ 54
2. ¿Cómo se da la opción fundamental? ...... 41 1. El constitutivo del valor moral según di­
3. Relación entre la opción fundamental y versos sistemas de m o ra l............................ 54
las actitudes y los actos .............................. 41 2. El «perfil estimativo» del momento ac­
tual ................................................................. 55
D. Para confrontar. Comparación de «esque­
mas» para form ular las expresiones del
comportamiento moral .............................. 42 Apartado 3. La conciencia m oral cristiana ........ 57
1. El esquema aristotélico-escolástico-ca- A. Síntesis. El fenómeno de la conciencia en la
suístico ......................................................... 42 vida m o ra l................................................... 58
2. El esquema actual personalista ............... 43
1. Descripción de la conciencia moral ......... 58
a) Aproximación global ............................. 58
Apartado 2. Los valores y las normas morales ... 44 b) Base antropológica y dimensión mo­
A. Síntesis. Noción y función del valor moral y ral ............................................................. 58
de la norma m oral ..................................... 45 c) Conciencia habitual y conciencia ac­
tual ........................................................... 59
1. El valor moral: mediación objetiva de la d) El juicio de conciencia .......................... 59
m o ra lid a d ..................................................... 45 e) Dimensión religiosa de la conciencia
a) Realidad ética ........................................ 45 moral ........................................................ 60
b) Referencia religioso-cristiana ............. 45 0 S ín te sis..................................................... 60
2. La norma moral: expresión del valor mo­ 2. La actuación de la conciencia en la vida
ral ................................................................... 46 moral ............................................................. 60
a) Noción ..................................................... 46 a) Función específica de la conciencia
b) Necesidad ............................................... 47 moral ........................................................ 60
c) Función de las normas en la vida mo­ b) La conciencia, «lugar de apelación
ral ............................................................ 47 m oral» ..................................................... 61
d) Formulación pedagógica de las nor­ c) Síntesis ..................................................... 62
mas morales ........................................... 47 3. Dignidad de la conciencia moral ............. 62
e) El cristiano y las normas m o ra les....... 47
B. Para ampliar. Condiciones para el recto ejer­
B. Para ampliar. La «ley nueva» en la ética cris­ cicio de la conciencia moral ...................... 63
tiana .............................................................. 48
1. Formación de la conciencia moral ........... 63
1. E nseñanza neotestam entaria sobre la
«ley nueva» .................................................. 48 2. El discernimiento: cauce funcional de la
conciencia moral ......................................... 65
a) Para el cristiano existe una «ley nue­
va» ............................................................ 48 C. Para profundizar. Doctrina de la Sagrada Es­
b) Para el cristiano pierde vigencia la critura sobre la conciencia moral ............ 66

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 367


1. La conciencia moral en el AT ................... 66 a) Principales catcquesis de los sinópti­
2. La conciencia moral en al N T ................... 67 cos sobre el pecado ................................ 86
b) El pecado en la teología p a u lin a ......... 86
D. Para confrontar. Perspectivas psicológicas c) El pecado en los escritos joaneos ........ 88
para el conocimiento de la conciencia
moral ............................................................ 68 D. Para confrontar. Responsabilidad personal y
pecado estructural ...................................... 89
1. Génesis de la conciencia moral ................ 68
2. Desarrollo evolutivo de la conciencia mo­ 1. El mundo personal: «lugar adecuado» de
ral ................................................................... 69 la culpabilidad ............................................ 89
a) Etapa de anomía .................................... 70 2. Las formas tipológicas de la culpabilidad
b) Etapa de heteronom ía........................... 70 personal en función de su dimensión so­
c) Etapa de socionomía ............................. 71 cial ................................................................. 90
d) Etapa de autonom ía .............................. 71 3. El pecado «estructural» ............................. 91

Apartado 4. El pecado: fracaso en la vida moral Unidad 3.aMoral personal .................................. 93


cristiana ............................................................ 73 A. Síntesis. Categorías p a ra expresar la di­
A. Síntesis. Conceptualización teológica del pe­ m ensión ética de la persona ................... 95
cado ............................................................. 74 1. G randeza y dignidad del h o m b r e .......... 95
1. La doble dimensión del pecado para el 2. El hom bre es un valor absoluto (no re ­
creyente ........................................................ 74 lativo) y un fin en sí m ism o (no un m e­
a) La dimensión ética ....... 74 dio) ................................................................ 96
b) La dimensión religiosa.......................... 75 3. Personalism o de alte rid a d política ....... 97
2. Síntesis de la doble dimensión ................. 76 4. A notación com plem entaria: El valor
B. Para ampliar. Las desviaciones en la viven­ ético de la persona: afirm ación conjun­
cia y en la presentación cristianas del pe­ ta y lugar de encuentro de la ética civil
cado ................................................................ 77 y de la m oral cristian a ............................. 97
1. Residuos tabuísticos en la noción y vi­ B. Para ampliar. Los rasgos decisivos de la
vencia cristianas de la culpabilidad ........ 77 im agen ideal del ser hum ano ................. 99
a) La violación mecánica de la norm a .... 77
1. A utenticidad versus alienación ............. 99
b) Relación de «pecado» con «castigo» ... 78
2. El reduccionismo «legalista» del pecado.. 78 2. Concienciación versus m anipulación ... 100
3. Las disfunciones de la comprensión del a) El riesgo de la m anipulación ............. 100
pecado como «culpa» ................................. 79 b) Correctivos éticos frente a la m an i­
pulación .................................................. 101
4. Peligro de interpretar de forma «reaccio­
naria» la realidad histórica del pecado .... 80 c) La co n c ie n c ia c ió n ................................. 102
5. La com prensión «verticalista» del pe­ 3. Relación versus in co m u n ic a c ió n ........... 103
cado ............................................................... 82 4. S olidaridad versus so lip s is m o ............... 103
C. Para profundizar. El pecado en la historia de C. Para profundizar. Los derechos hum anos:
salvación ....................................................... 83 expresión de la dignidad ética de la
1. El pecado en el AT ..................................... 83 persona ......................................................... 104
a) El encuadre teológico: la a lia n z a ........ 83 1. La necesaria instancia ética de los de­
b) Valoración del pecado a p artir de la rechos h u m a n o s ......................................... 104
a lia n z a ...................................................... 85 2. Función de la instancia ética en la re a ­
2. El pecado en el N T ...................................... 85 lización de los derechos hum anos ......... 106

368 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


a) Factor de «orientación» en las de­ C. Para profundizar. Teología de la conviven­
claraciones y en las norm as p o siti­ c ia in te rp erso n al según el C oncilio
vas ............................................................ 106 V aticano I I ................................................... 123
b) Factor de «protección» de las exi­
gencias inherentes a los derechos D. Para confrontar. El valor de la in tim id ad
hum anos ................................................. 106 en la com unicación interpersonal ......... 124
c) Factor de «crítica / utopía» ante las a) Fenomenología de la in tim id a d ........ 124
condiciones sociales de los derechos b) In tim idad y com unicación in te rp er­
hum anos ................................................. 107 sonal ........................................................ 126
D. Para confrontar. Postura cristian a ante los
derechos hum anos .................................... 108 U nidad 5.a Bioética .............................................. 127
1. Reflexión teológica y derechos h u m a ­
nos ............................... :................................ 108 A partado 1. El valor de la vida hu m an a desde
su com ienzo hasta su fase term in al ........... 129
2. D octrina social pontificia y derechos
hum anos ...................................................... 109 A. Síntesis. E tica fundam ental y coherente
de la vida h u m a n a .................................... 130
1. N ecesidad de una ética fundam ental y
Unidad 4.a Moral de la comunicación inter­ coherente de la vida hu m an a ................. 130
personal ............................................................. 113 a) Oscurecim iento del valor de la vida 130
b) Para salir de la am bigüedad: form u­
A. Síntesis. E tica del encuentro interperso­ lación de una ética fundam ental y
n a l .................................................................. 115 coherente de la vida hu m an a ............ 131
1. D escubrim iento del «otro» como un 2. F o rm ulación fundam enta] del valor
« tú » ................................................................ 115 ético de la vida hum ana .......................... 131
a) El otro no debe ser tra tad o com o un a) Distinción entre el «nivel óntico» y
objeto ....................................................... 115 el «nivel ético» ...................................... 131
b) El otro debe ser tra tad o como perso­ b) Justificación del nivel ético .............. 131
n a .............................................................. 116 c) Contenido del valor ético de la vida
c) El otro es, p a ra el creyente, un pró ji­ h u m an a .................................................. 132
m o ............................................................ 116 d) Rango del valor .................................... 132
2. M anifestación au tén tica del «yo» en la e) Form ulación n o rm a tiv a ...................... 132
com unicación in te rp e rs o n a l.................... 116 3. Sensibilidades éticas concretas sobre el
a) F orm as deficientes de com unicación 116 valor de la vida hum ana .......................... 132
b) F orm a a u té n tic a de m anifestación.. 117 B. Para ampliar. La vida hu m an a ante el ries­
3. C reación del «nosotros» como eje de la go de no ser re s p e ta d a .............................. 134
co m unicación in te rp e rs o n a l.................... 117
1. El aborto o el valor de la vida hu m an a
B. Para ampliar. A ctitudes éticas de la com u­ naciente ....................................................... 134
n icació n in terp erso n al ............................. 119 a) La realidad del aborto ........................ 134
1. V eracid ad ..................................................... 119 b) Valoración m oral ................................. 136
a) A ctitud ética g lo b a l............................. 119 2. La eutanasia o el valor de la vida h u ­
b) Los ám b ito s de la veracidad ............. 120 m an a en su fase term inal ........................ 137
2. F id e lid ad ...................................................... 120 a) Planteam iento ...................................... 137
3. O tra s a c titu d e s ........................................... 122 b) El derecho a m o rir dignam ente (or-
totanasia) ............................................... 138

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 369


c) Moral de la llam ada «eutanasia» ..... 139 bioética .......................................................... 161
d) M oral de la distanasia ........................ 140 1. La «eugenesia» y la «razón eugenésica» 161
3. Atentados contra la vida hum ana ....... 142 a) Definición de eugenesia......................... 161
a) El suicidio ............................................. 142 b) La eugenesia en cuanto «razón euge­
b) La pena de m uerte .............................. 143 nésica» ...................................................... 162
c) La to rtu ra .............................................. 144 2. Campos de la bioética en que es emplea­
do el recurso a la razón eugenésica.......... 163
C. Para profundizar. El estatu to antropológi­
co y ético del em brión h u m a n o ............. 145 3. Criterios éticos en el recurso moral a la
razón eugenésica ......................................... 164
a) Los datos de la ciencia a tener en
cuenta ..................................................... 145 D. Para confrontar. ¿Existe un derecho a pro­
b) Superación de planteam ientos his­ crear? ............................................................. 165
tóricos de la etap a precientífica ....... 146 a) No existe, ni puede existir, una formu­
c) P osturas de la opinión pública y lación expresa del «derecho hum ano a
c ie n tífic a ................................................. 147 la procreación» ....................................... 165
d) D octrina del m agisterio eclesiástico 147 b) Puede hablarse con propiedad de un
«derecho a las condiciones hum anas
D. Para confrontar. Posturas históricas sobre de la procreación» .................................. 167
el valor de la vida hu m an a ..................... 148
a) Exposición de la doctrina tradicio­
U nidad 6.a M oral s e x u a l ...................................... 169
nal ............................................................. 148
b) V aloración de la doctrina tradicio­ A. Síntesis. Criterios básicos de la ética sexual 171
nal ............................................................. 149 1. Quehacer moral de integración del «yo» 171
Apartado 2. Etica de la reproducción hum ana 2. Quehacer moral de apertura al « tú » ........ 172
a sistid a ................................................................ 151 3. Quehacer moral de construcción del «no­
sotros» ........................................................... 173
A. Síntesis. Los criterios para discernir ética­
mente el uso de las técnicas de reproduc­ B. Para ampliar. Algunos tem as concretos de
ción hum ana asistida ................................ 152 moral sexual ................................................ 174
1. La esterilidad y sus alternativas .............. 152 1. Exigencias éticas del diálogo heterose­
2. El hijo como un valor en sí y no como un xual ................................................................ 174
bien útil ......................................................... 153 a) Descubrimiento del «tú» como inter­
3. Asumir la precariedad de lo hum ano y vi­ locutor heterosexual .............................. 174
vir la gratuidad ............................................ 153 b) Las expresiones del am or heterose­
4. El valor del m atrim onio como ám bito xual ........................................................... 175
adecuado de la procreación ....................... 154 2. Las relaciones sexuales prem atrim onia­
5. El valor de la procreación h u m a n a .......... 155 les ................................................................... 176
6. Las implicaciones de axiología so c ia l....... 155 a) Razonamientos insuficientes................ 176
b) ¿Expresión auténtica de un am or total
B. Para ampliar. Descripción de las técnicas de y definitivo? ............................................ 177
reproducción hum ana asistida ................. 156 3. La hom osexualidad..................................... 178
a) La insem inación a rtific ia l..................... 156 a) La condición homosexual ..................... 178
b) La fecundación «in vitro» ..................... 156 b) Postura oficial católica sobre la homo­
c) La transferencia intratubárica de ga­ sexualidad ............................................... 179
metos ......................................................... 157 4. El autoerotismo: significado antropológi­
C. Para profundizar. El recurso a la «razón eu- co y valoración moral ................................. 180
genésica» en los problem as actuales de a) Significado antropológico................... 180

370 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


b) Valoración moral del magisterio ecle­ 1. El m atrim onio en la Sagrada Escritura 200
siástico ..................................................... 180 a) La institución m atrim onial en el ám ­
c) Matices ético-educativos ...................... 181 bito de la fe judeo-cristiana .................. 200
5. El pudor sexual: entre la «desvergüenza» b) El am or conyugal en el ámbito de la
y el «miedo» ................................................. 182 revelación ju deo-cristiana..................... 202
a) El pudor como vivencia de la intim i­ 2. El tratam iento del m atrim onio en la his­
dad personal ........................................... 182 toria de la reflexión teológica .................... 203
b) La «desvergüenza» y el «miedo»: las a) Epoca patrística ..................................... 203
dos desviaciones del pudor sexual ...... 184 b) Edad Media ............................................ 204
c) Del pudor sexual al «pudor social»..... 185 c) Epoca postridentina .............................. 204
C. Para profundizar. Significado antropológico d) La renovación del siglo XX .................. 205
y teológico de la sexualidad h u m a n a ....... 185
Para profundizar. Antropología y ética del
1. Antropología de la sexualidad .................. 186 am or conyugal .............................................. 206
a) Dimensión biológica .............................. 186 a) El am or conyugal, núcleo configura-
b) Dimensión psicológica ......................... 187 dor de la pareja hum ana ....................... 206
c) Dimensión dialógica .............................. 187 b) Notas específicas del amor conyugal 206
d) Dimensión socio-cultural..................... 188 c) Amor conyugal: encuentro heterose­
2. La cosmovisión bíblica en relación con la xual ........................................................... 207
sexualidad hum ana ..................................... 189 d) Tensiones dialécticas del am or conyu­
a) Orientación «desmitificadora» ........... 189 gal ............................................................. 208
b) O rientación «hum anizadora» y de e) Las crisis inherentes a la condición
«apertura al otro» .................................. 189 evolutiva del am or conyugal ................ 208
c) Orientación «mistérica» ....................... 190 f) Desde el am or conyugal a la transfor­
d) Orientación «virginal» ......................... 190 mación s o c ia l.......................................... 210
D. Para confrontar. La educación sexual ........... 191
). Para confrontar. Crisis actual de la estabili­
a) La familia ............................................... 191 dad m atrim onial ......................................... 211
b) La escuela ............................................... 192
c) La sociedad ............................................. 193 1. Divorcio civil y ética c ris tia n a ................... 211
d) La comunidad cristiana ....................... 193 a) Distinción entre «m atrimonio civil» y
«m atrim onio cristiano» ......................... 211
b) La licitud «jurídica» y la exigencia
U nidad 7.a M oral conyugal y f a m i li a r ............. 195 «ética» ...................................................... 212
c) ¿Cuándo se puede aceptar el divorcio
Apartado 1. Moral del m atrim onio c ristia n o ..... 197 del m atrim onio civil? ............................ 212
d) Exigencias de un ordenam iento jurídi­
A. Síntesis. Los valores fundam entales del m a­ co justo sobre el div o rcio ....................... 213
trimonio cristiano ...................................... 198 2. Crisis de la «institución» dentro del m a­
1. El matrimonio es una realidad personal y trimonio ........................................................ 214
social ............................................................. 198 a) Descripción de la «institución» dentro
2. El matrimonio es una realidad sacramen­ del m atrim o n io ....................................... 214
tal .................................................................. 198 b) Crisis de hecho: formas «típicas» en la
3. El matrimonio es un proyecto é tic o ......... 199 organización de la «vida en común» ... 215
4. El matrimonio hay que entenderlo en re­ c) Críticas a la «institución» matrim n
ferencia dialéctica con la virginidad ....... 199 nial ......................................................... 215
d) Causas objetivas de la crisis ...... 217
B. Para ampliar. La teología m atrim onial desde e) Pistas de solución a la crisis ...... 217
la Biblia hasta hoy ...................................... 200 f) Anotaciones p asto rales................ 218

PARA l l)N(H I R IA HTIl'A CHISIIANA 371


Apartado 2. Moral de la fam ilia c ris tia n a .......... 220 3. Igualdad de derechos de toda la familia
hum ana ......................................................... 240
A. Síntesis. El ideal ético de la familia .............. 221
a) Sentido del c rite rio ................................ 240
1. La familia: ám bito privilegiado de comu­ b) Aplicación: El destino universal de los
nión y de particip ació n ............................... 221 bienes económ icos.................................. 240
2. La familia: escuela de la socialidad y del 4. La preferencia por el p o b re ........................ 241
más rico hum anismo .................................. 222 a) Sentido del criterio ................................ 241
B. Para ampliar. El lado negativo de la vida fa­ b) Aplicación ............................................... 241
m iliar ............................................................. 223 B. Para ampliar. Problemas concretos de moral
1. Eticas incorrectas sobre la vida fam iliar 223 económica ..................................................... 242
a) La ética de los deberes fam iliares....... 223 1. Problemática moral en torno al trabajo 242
b) La ética del desarrollismo consumista a) Primación axiológica del trabajo ........ 242
224 b) Deber y derecho al trabajo .................. 243
c) La ética de la p riv a c id a d ....................... 225 c) Condiciones hum anas en el trabajo .... 243
2. La contra-imagen de la familia ................ 225 d) Exigencias éticas del tra b a ja d o r......... 243
C. Para profundizar. Función de la institución e) Espiritualidad del trabajo .................... 244
familiar: ¿valor o contravalor?................. 226 2. Propiedad privada y moral cristiana ....... 245
a) La cam biante perennidad de la fami­ a) Clarificación en el concepto de propie­
lia .............................................................. 226 dad ............................................................ 245
b) La razón de la institución fam iliar en b) Las instituciones positivas de la pro­
el momento actual ................................. 227 piedad ....................................................... 246
c) Doble conclusión: no «instrumentali- c) Problemas morales d erivados.............. 247
zar» la familia; trabajar conjuntam en­ 3. Moral de la empresa de producción ......... 249
te por su identidad y su específica fun­ a) Valoración ética de las formas de em­
ción ........................................................... 228 presa ......................................................... 249
D. Para confrontar. El ejercicio responsable de b) Criterios éticos para la transform a­
la procreación .............................................. 229 ción de la empresa ................................. 250
c) Participación de los trabajadores en la
a) Significado de la fecundidad hum ana 230 empresa .................................................... 250
b) Direcciones axiológicas para el ejerci­ d) Moralidad de la empresa capitalista
cio de la procreación.............................. 231 en cuanto estructura económica con­
creta .......................................................... 252
Unidad 8.* Moral económica .............................. 235
C. Para profundizar. Los sistemas económicos
A. Síntesis. Los criterios básicos de la moral ante la moral cristiana ............................... 254
económica ................................................... 237 1. Introducción ................................................ 254
1. «El hombre es el autor, el centro y el fin 2. Inhum anidad del capitalism o ................... 254
de toda la actividad económico-social» .... 237 a) Rasgos descriptivos ............................... 254
a) Sentido del c rite rio ................................ 237 b) Valoración ética ..................................... 255
b) Aplicación: La necesidad «humana»: 3. Debilidad ética del colectivismo .............. 256
criterio de la actividad económ ica...... 238
a) Rasgos descriptivos ............................... 256
2. La «creación» y la «redención» como b) Valoración ética ..................................... 257
marcos comprensivos de los bienes eco­
nómicos ......................................................... 238 D. Para confrontar. Alternativa cristiana a la
a) Sentido del c rite rio ................................ 238 actual situación económica ....................... 258
b) Aplicación: Los falsos mitos de la pro­ 1. ¿Existe una altern ativ a económica
ductividad y del lu c ro ............................ 239 c ristia n a ? ................................................. 258

372 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


a) Criterios iluminativos ........................... 258 des cristianas en relación con la política 277
b) Función de los cristianos en el mundo a) La situación de los misioneros ante las
de la econom ía........................................ 260 autoridades ............................................. 278
2. Dinámica moral del desarrollo económi­ b) Doctrina p a u lin a .................................... 278
co .................................................................... 262 c) Testimonios del Apocalipsis ................. 278
a) Concepción «rica y diferenciada» del d) Síntesis d ia lé c tic a .................................. 279
desarrollo ................................................ 262 D. Para confrontar. Posiciones históricas ante el
b) El auténtico desarrollo tiene una di­ problem a de la relación entre política y
mensión m o ra l........................................ 263 moral ............................................................. 280
c) Las orientaciones axiológicas de la di­
mensión moral del desarrollo .............. 263 a) Rechazo de la política por «integris-
d) Las implicaciones concretas de la di­ mo moral» ................................................ 280
mensión moral del desarrollo .............. 263 b) Rechazo de la moral por «realismo
político» ................................................... 280
c) Síntesis entre ética y política m edian­
U nidad 9.a M oral p o lític a .................................... 265 te la «moralización de la política» ...... 281
A. Síntesis. Relación entre «política» y «ética» 267
1. Autonomía de la política ............................ 267 Unidad 10.a Bienes culturales y ética cristia­
2. La necesaria referencia de la política al na ........................................................................ 283
universo de la ética ..................................... 267 A. Síntesis. Criterios para la realización del
B. Para ampliar. Síntesis de moral p o lític a ....... 269 bien hum ano de la cultura según el Con­
cilio Vaticano I I .......................................... 285
1. El contenido de la moral política desde la
perspectiva cristiana .................................. 269 1. Acceso detodos los hombres a la cultura 285
a) La comunidad política: exigencia ne­ 2. La cultura: subordinada a la perfección
cesaria para la realización hum ana .... 269 integral del hombre .................................... 285
b) Legitimidad ética del poder político 270 3. Necesaria «criticidad» de la c u ltu r a ........ 286
c) Aspectos éticos de la autoridad políti­ 4. Libertad y autonom ía en la creación cul­
ca ............................................................... 270 tural ............................................................... 286
d) Exigencias éticas de la participación
política ..................................................... 272 B. Para ampliar. Ambitos culturales y ética
e) La democratización y la utopía de la cristiana ........................................................ 287
igualdad ................................................... 273 1. Ambito educativo: opción ética por la
2. Dimensión universal de la convivencia educación liberadora .................................. 287
socio-política ................................................ 273 2. Actividad científico-técnica: su dim en­
a) La tradición cristiana y la conciencia sión ética ....................................................... 288
universal de la hum anidad ................... 273 a) Sensibilidad de la Iglesia actual ante
b) Magisterio eclesiástico y convivencia el m undo de la c ie n c ia ........................... 288
u n iv ersa l................................................... 274 b) Función de la ética en la actividad
c) O rientación general de la llam ada científico-técnica .................................... 289
«moral internacional» ........................... 274
3. Arte: valoración m oral de la expresión
C. Para profundizar. Fuentes neotestam entarias artística ......................................................... 291
de la moral pública ..................................... 274 a) El ethos del a r tis ta ................................. 291
1. Actitud de Jesús ante la p o lític a ............... 274 b) Moral de la obra artística ..................... 292
c) Moral del espectador ............................. 292
a) Postura personal de Jesús ..................... 275
b) Referencias doctrinales ......................... 275 C. Para profundizar. Etica de los medios de co­
2. Referencias de las prim itivas comunida­ municación social ....................................... 293

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 373


1. Valores a promover en la comunicación d) Moral de la violencia revolucionaria .... 312
social ..................... 293 3. La violencia subversiva ............................. 313
2. Moral de la inform ación............................. 295
C. Para profundizar. Fana tismo y violencia........ 315
a) Derecho a la inform ación...................... 295
b) Exigencias objetivas de la informa­ a) Descripción de l a condición fanática .... 315
ción ........................................................... 296 b) Conexión del fanatism o con la violen­
c) El montaje estructural del proceso in­ cia .............................................................. 316
formativo .................................................. 296 c) Superación ética, del fanatism o ............ 319
3. Exigencias éticas de la p ro p ag a n d a ......... 296 D. Para confrontar. Conflíctividad social y ética
4. Valores y contravalores de la publicidad 297 cristiana ......................................................... 321
5. Responsabilidad ética en la opinión pú­ 1. La lucha de clases ......................................... 321
blica ............................................................... 298 a) La lucha de clases: hecho social y mé­
D. Para confrontar. Nuevas sensibilidades éticas todo de lib e ra c ió n ................................... 321
......................................................................... 299 b) Coherencia cristiana dentro de la lu­
cha de clases ............................................. 322
1. La llamada «calidad de vida» .................... 299 2. El sindicalismo ............................................. 323
2. Ecología y moral .......................................... 301 a) Síntesis de la doctrina social católica
sobre el sin d icalism o .............................. 323
b) Orientaciones éticas para el momento
U n id ad 11.‘ M o ral de la violencia y del co n ­ a c tu a l......................................................... 324
flicto ................................................................... 303 3. Discernimiento ético de los conflictos la­
borales ............................................................ 325
A. Síntesis. La violencia social: el hecho y su di­
4. La huelga la b o ra l.......................................... 326
mensión ética .............................................. 305
1. Noción y formas de la violencia social ..... 305
a) Noción de violencia hum ana ................ 305 Unidad 12.aEtica de la paz frente a la inmora­
b) La violencia social y sus fo rm a s........... 305
lidad de la guerra ............................................. 327
2. Criterios éticos en relación con la violen­
cia social ....................................................... 306 A. Síntesis. Postulados éticos para construir la
a) Perspectivas o «lugares teológico-mo- paz ................................................................. 329
rales» desde donde hacer el discerni­ 1. Conversión a la «verdad» de la p a z ........... 329
miento moral cristiano de la violencia 306 a) Convicciones n e g a tiv a s.......................... 330
b) Las opciones concretas del creyente b) Convicciones p o sitiv as........................... 330
ante la violencia........................ 308
2. El empeño cívico-cultural .......................... 331
3. La no-violencia activa ................................. 308
3. Los «fines» y los «medios» para conseguir
B. Para ampliar. Discernimiento ético de las la paz .............................................................. 332
principales formas de violencia so c ia l...... 309 a) En el orden de la finalización, la ética
1. La violencia estructural y la «revolución de la paz se plantea como una crítica y
de estructuras » ............................................. 309 una propuesta de civilización ............... 332
b) En el orden de las mediaciones, la éti­
a) Descripción de la violencia estructural 309
ca cívico-cultural de la paz acepta la
b) Discernimiento é tic o .............................. 310
razón estratégica, aunque subordinán­
2. La violencia frente al «orden establecido» 310 dola a la alta sabiduría delos fin e s....... 333
a) Anotaciones previas ............................... 310 4. La paz: fruto de la solidaridad .................. 333
b) Moral del «tiranicidio»............ 310
c) Moral de la resistencia al poder políti­ B. Para ampliar. Inmoralidad de la guerra y de­
c o ................................................. 311 ber del d e sarm e ............................................ 335

374 PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA


1. Consideración moral de la guerra con a) Planteam iento......................................... 351
«mentalidad nueva» .................................... 335 b) La justicia como ideal utópico de la
a) Condena moral de toda guerra ............. 336 igualdad ................................................... 351
b) Moralidad del «uso cualificado» de las c) La justicia como «cuestionamiento»
a rm a s ........................................................ 336 anterior al orden establecido ................ 352
c) La posesión de armas nucleares ........... 337 d) La justicia como categoría dinamiza-
d) Ante la estrategia de la «disuasión» .... 337 dora del cambio ...................................... 352
e) El principio de «legítima defensa» ...... 338 e) La justicia en el creyente cristiano ...... 353
2. El deber del desarme frente a la carrera 2. La caridad política ...................................... 354
de armamentos ............................................ 338 a) Integración de la justicia y de la cari­
a) Carrera arm am entística y estructuras dad en el cristiano .................................. 354
subyacentes ............................................. 338 b) Rasgos de la caridad política ............... 354
b) Valoración ética ..................................... 339 3. La opción preferencial por el pobre .......... 356
c) Caminos hacia el d e sarm e ..................... 340 4. La solidaridad .............................................. 356
C. Para profundizar. De la teoría de la guerra a) La solidaridad ética ............................... 356
justa al rechazo total de la g u e rra ............. 342 b) La solidaridad teológica........................ 357
a) Teoría de la guerra justa ....................... 342 c) Solidaridad ético-teológica ................... 358
b) Consideración actual sobre la morali­ d) La praxis de la solidaridad: síntesis del
dad de la guerra ...................................... 344 compromiso social cristiano ................. 359

D. Para confrontar. Actitud cristiana ante el ser­


vicio m ilitar .................................................. 345 C onclusión. H a c ia la n u ev a sociedad h u m a n a 361
1. Postura cristiana ante el servicio m ilitar 345 1. Sociedad guiada por la justicia y por la
2. Apoyo cristiano a la objeción de concien­ lib e rta d ...........................................t.............. 361
cia ................................................................... 346 2. Sociedad que propicia la igualdad y la
participación ................................................ 362
a) El ideal ético de la igualdad ................. 362
Unidad 13.a Las actitudes éticas para realizar b) El ideal ético de la participación ......... 364
el compromiso social cristiano .................... 349 3. Sociedad cuya meta es la civilización del
1. La justicia radical ........................................ 351 amor .............................................................. 365

PARA CONOCER LA ETICA CRISTIANA 375

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