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La Paridad Andina

EL MUNDO ANDINO no cae en la dualidad de distinguir entre el bien y el mal, entre lo positivo y lo
negativo, sino que habla en términos de densidad, de energía pesada (hucha) y sutil (sami). La energía
más densa procede del mundo de abajo (Uku Pacha) y la sutil del de arriba (Hanan Pacha), con el mundo
intermedio que habitamos como punto de intersección o cruce (tinkuy) entre ambos.
Su Universo no es dual, sino paritario. En él no se pretende estar haciendo el bien, a costa de negar
nuestro lado oscuro, pues saben que en una dualidad, cuando negamos una de sus expresiones,
acabamos dominados por aquella misma expresión que no reconocimos en nosotros. Es decir, cuando no
aceptamos que el ‘mal’ también puede estar en nosotros, y se lo atribuimos al ‘otro’, creyéndonos estar
haciendo solo el bien, acabamos convirtiendo ese pretendido ‘bien’ en algo maligno.

De ahí que el andino no perciba el mundo de abajo, ni los centros energéticos o chakras inferiores, ni la
serpiente que los representa, como algo negativo que hay que superar, evitar o aniquilar. Los ve como
algo que hay que saber integrar, saber hacer evolucionar, para que a la serpiente le nazcan alas y así
pueda alzar el vuelo. Buscan transmutar el reptil en ave, la serpiente en cóndor, dando continuidad al
proceso evolutivo de la consciencia. Esa metáfora la encontramos en el Quetzalcoatl tolteca, el Kukulcan
maya, el Uraeus del antiguo Egipto o el Caduceos Griego.

Para el andino, el mundo de abajo es el origen, la pakarina, el lugar del que nace la vida, el Lago Titicaca,
el vientre de la Pachamama (Madre Tierra), el centro en la cruz chakana, la realidad de la que
procedemos. No tendría ningún sentido verlo como algo negativo o maligno. Sería como pretender que los
niños son malvados por no haber alcanzado aun la edad adulta, o que los animales son malignos por no
haber adquirido la condición humana. Sería pretender todo eso, para entonces afirmar que los ancianos
siempre son buenos, y los ángeles benignos.
El andino no necesita efectuar tales distinciones, permitiéndole ello evitar muchos de los dilemas que
atrapan a las tres grandes religiones de libro. Constituyen paradojas, como la de hablar de un Dios único y
omnipresente, quien a su vez no incluye el mal; o de un ángel caído cuyo nombre viene de luz (Lucifer),
pero que simboliza las tinieblas. Ello crea un universo dual en el que Dioses visto como el bien absoluto y
Satanás como el mal absoluto, sin términos intermedios, proyectando un mundo de extremos, en el que “o
está con nosotros o contra nosotros”.

Nada es bueno o malo de-per-se, dado que éstos constituyen términos relativos y no absolutos. Las cosas
pueden ser buenas o malas según el uso que hagamos de ellas o el ojo que las contemple. Las personas
serán buenas o malas según el rostro que nos muestren, y como lo interpretemos. Pero ante todo, ni las
unas ni las otras son buenas o malas. Son simplemente cosas y personas.

DUALIDAD: ¿A quién ves, a la dama o a la anciana?


Oriente, a diferencia de Occidente, si aprendió a relativizar los conceptos del bien y del mal. Para
el Samkhya, una antigua escuela filosófica de la India, la oscuridad es tamas, inercia, apatía… No es algo
maligno, pero si algo poco evolucionado, algo que aun no ha sido iluminado por la luz del Espíritu.
Mientras que la luz es sattwa, es armonía, belleza y equilibrio. Entre ambos, se encuentra la cualidad de
rajas, del movimiento y dinamismo propios del mundo intermedio.

Dichas cualidades de tamas (inercia) y sattwa (equilibrio) están mucho más cerca a la hora de describir los
atributos del mundo de abajo y de arriba andinos que las etiquetas típicamente occidentales del bien y del
mal. Sin embargo, el andinismo va aun más allá, pues el hinduismo y budismo, todo y relativizar ambos
conceptos, los aplica. Habla de los devas (deidades benéficas) y de los asuras (deidades maléficas). En
cambio, ya no solo en los Andes, sino que en ninguno de los pueblos originarios de America se sintió
nunca la necesidad de caer en la dualidad de lo bueno y lo malo. Ni lo hicieron en términos relativos, como
Oriente, y mucho menos lo hicieron con el absolutismo típico Occidental.
Trascender la dualidad
DUALIDAD SIMBOLIZA LAS dos caras de una misma moneda. Lo que es percibido como bueno por uno,
puede ser malo para el otro. Caer en la dualidad implica negar una de sus manifestaciones, para afirmar
solo la otra. Lo vimos en la dualidad bueno/malo, en la que nosotros creemos ser los buenos y los otros los
malos; pero también se puede apreciar en otros tipos de dualidad. Por ejemplo, aquella que nos lleva a
percibir la materia como onda y a su vez como partícula. En su dualidad reduccionista, la ciencia
occidental contempló a la materia sólo como partícula, hasta que recientemente empezó también a
percibirla también como onda.

Otras veces, caer en la dualidad implica que en vez de negar una de sus expresiones, la contemplamos de
forma separada, sin llegar a reconocer que son dos expresiones de los mismo. Ello sucede, por ejemplo,
en la dualidad espacio/tiempo. La ciencia occidental los vio separados, hasta que hace apenas un siglo los
unió en el concepto de espacio-tiempo. Sin embargo, el mundo andino siempre supo que eran lo mismo, y
de ahí la palabra pacha (mundo, tiempo, era). Oriente también lo sabe, y los llama akasha.

Con la dualidad espacio/tiempo a Occidente le sucedió aquello que siempre nos sucede cuando no
reconocemos una dualidad, y negamos una de sus expresiones o las contemplamos por separado. En el
caso de la dualidad espacio/tiempo, el mundo occidental pretendió poseer una de sus expresiones, el
espacio, y acabó poseído por su dual, el tiempo. Pretendimos poseer la tierra (espacio), y sin embargo
ahora nos gobierna el reloj (tiempo). No debe pues extrañarnos que hablemos de los ‘bienes’, no solo para
referirnos a algo que percibimos intrínsecamente como bueno, sino también para referirnos a bienes
materiales, a esas partículas a las que les hemos negado su expresión como onda. Incluso utilizamos la
palabra ‘bien’ para referirnos al espacio que creímos poseer, por ejemplo en la palabra “bienes raíces”.

Así fue cómo Occidente construyó un mundo de átomos (partículas), que creyó que podía poseer
(espacio), y que vio como el único verídico. Ese mundo lo opuso a la cosmovisión del ‘otro’, especialmente
a la visión indígena, que es paritaria. Lo opuso para negarle al ‘otro’ su mundo y así forzarlo a que se
convirtiera a su fe. Pero ese mundo de bienes materiales que pueden ser poseídos ahora se desmorona,
pues por definición la dualidad no dispone de un punto de equilibrio.

Cuando se cae en la dualidad, afirmando una de sus expresiones y negando la otra, o desvinculando una
de la otra, resulta imposible alcanzar el equilibrio. Una moneda no está en equilibrio por mucho que haya
caído de canto. Una moneda o nos muestra una cara o la contraria, pero nunca ambas a la vez. De ahí
que la dualidad no se rija por la necesidad de equilibrarla, sino de tarscenderla. Reconocerla primero, para
trascenderla después. Reconocerla implica ser capaces de distinguir sus dos expresiones, para entonces
abrazarlas e integrarlas a ambas. Ver cómo ambas están íntimamente relacionadas, y cómo una nos lleva
inexorablemente a la otra. Trascenderla requiere ir aún más allá, para ya no dejarse nunca más engañar
por el espejismo que ésta nos proyecta.

Equilibrar la paridad
A DIFERENCIA DE la dualidad, la paridad si posee un punto de equilibrio. Paridad implica dos expresiones
complementarias que se unen para dar nacimiento a algo nuevo. Por ejemplo, la paridad hombre―mujer,
que busca en la pareja ese equilibrio y tiene en los hijos el fruto.

El andino, al concebir un universo paritario y no dual, le supo encontrar ese punto de equilibrio, así cómo
también le supo obtener su fruto. Lo mismo sucedió en el Antiguo Egipto. Ellos vieron en Isis y Osiris a la
divinidad y en Horus el fruto, el resultado de la unión armoniosa. O el tantrismo, quien nos habla de Shiva
y Shakti. O Jesús, quien en los evangelios gnosticos encontrados en Nag Hammadi nos habla del Padre y
de la Madre.

«Ella se convirtió en el vientre de Todo porque Ella lo antecede todo, es la Madre-Padre, el primer
ser humano, el Espíritu santo.» (dicho por Jesús, según el Evangelio Apócrifo de Juan encontrado
en Nag Hammadi en el año 1945)

La paridad no solo permite el equilibrio, sino que éste lo podemos expresar visualmente de una manera
muy sencilla. Mantendremos el equilibrio de esa paridad, mientras seamos capaces de movernos en
diagonal, siguiendo el camino de los justos, la linea de la verdad, el canal central o Qhapaq Ñan del que
nos hablan autores como Javier Lajo y María Scholten. Y lo romperemos cuando nos movamos en sentido
horizontal o vertical, dando más importancia a una de sus expresiones, para olvidarnos de la otra. Por ello,
tal cómo la Sra Scholten ya nos hizo ver en su momento, la palabra diagonal en quechua se
dice Ch’ekkaluwa, en donde Ch’ekka significa verdad. La diagonal es pues la linea de la verdad que nace
del equilibrio entre esa paridad.

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Pachacutis
EL ANDINO SABE que cuando se rompe tal equilibrio, acontece un pachacuti, un girarse el mundo del
revés, para colocar encima aquella expresión que había quedado justamente relegada a un segundo
plano. También sabe que el equilibrio se rompe cuando transgredimos ayni, la ley de la reciprocidad, la
cual nos pide dar sin esperar recibir nada a cambio. Se rompe cuando en vez de dar, quitamos. Y cuando
a la que le usurpamos es a la Madre Tierra, por habernos olvidado de ella, ella acabará también por
quitarnos, haciéndonos volver a un estado en el que nada tengamos y dependamos de su generosidad
para garantizar nuestra mera subsistencia.
Para el andino el Uni Pachacuti (Diluvio Universal) fue el resultado de esa transgresión, de esa ruptura de
la paridad. El regreso al estado de supervivencia que trajo consigo no es interpretado por el andino como
un castigo por nuestros pecados, sino como consecuencia natural de haber roto el único precepto que el
Dios Wiracocha nos dio: ayni, el cumplimiento la ley de la reciprocidad. Es el resultado de una ley natural y
no de un castigo, una ley como la de la gravedad que acaba por hacer descender la piedra que fue
lanzada al aire.
Consecuentemente, el equilibrio nunca podrá restablecerse si lo buscamos desde la dualidad del bien y el
mal. Para recuperarlo deberemos aproximarnos a él desde la paridad del arriba y el abajo, del Cielo y la
Tierra, de lo sutil y lo denso, de lo masculino y lo femenino, o de lo vertical y lo horizontal.

Ayni
EN LA CIENCIA del yoga, karma yoga simboliza el sendero de la acción. Oriente, al reconocer que la
acción intrínsecamente positiva o negativa no existía, encontró una manera de evitar los efectos negativos
(karma duro) que nuestras acciones pudieran acabar acarreando. La solución consistía en no apegarse a
los frutos de tales acciones. Si en vez de apegarnos a los frutos, los dábamos como ofrenda a la Divinidad,
entonces aquellas repercusiones negativas que nuestros actos pudieran causar no nos afectaría, pues esa
acción no la llevamos a cabo para ayudarnos a nosotros sino para ayudar al otro.
El andino llama ayni a ese acto de generosidad sin apego a los frutos, y sabe que por la ley de la
reciprocidad, lo que sembremos nos será devuelto. Tal fue el conocimiento de esa ley, que sus gentes se
rigieron por ayni para regular sus transacciones. Ellos no necesitaron el dinero, ni el trueque, el cual es tan
solo el paso previo al dinero, sino que uno daba sin esperar nada a cambio, y a partir de dicho principio
rigieron sus intercambios y alcanzaron el equilibrio, el buen vivir o Sumaq Kawsay.
La evolución en el andinismo
LA COSMOVISIÓN ANDINA considera que el ser humano evoluciona y de ahí que defina siete grados de
sacerdocio. Con ellos nos está definiendo siete niveles distintos de la conciencia humana. Pero en su
mundo, aquello que rige el nivel evolutivo alcanzado por una persona es su capacidad de generar ayni, de
dar sin esperar nada a cambio, de ser un verdadero karma yogui o yoguini.
Ellos consideran que la actual humanidad vive en el tercer nivel de la consciencia y que muy pronto vamos
a poder alcanzar el cuarto y quinto, para seguir progresando hasta lograr el séptimo. Una vez alcanzado
dicho máximo nivel aquí en la Tierra, el fruto estará maduro. Con el séptimo nivel, el mundo intermedio se
habrá manifestado en su plena potencialidad, la flor habrá dado su fruto, el día se habrá iluminado, para,
tal como rige la ley de los ciclos, marchitarse el fruto y caer la noche.

http://www.mastay.info/2012/09/la-paridad-andina/

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