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Instituto de Teología San Juan Damasceno
P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)
SOFI
240
Grandes
Hitos
de
la
Historia
de
la
Iglesia
Lección
1
Sección
1
La
Iglesia
Primitiva
En
su
manual
de
introducción
a
la
fe
de
la
Iglesia
Ortodoxa,
el
Rev.
Padre
Thomas
Hopko
inicia
su
sección
sobre
la
historia
de
la
Iglesia
con
las
siguientes
palabras:
Nuestra
manera
de
fijar
el
tiempo
se
sustenta
en
un
acontecimiento
concreto:
la
fecha
presumible
del
nacimiento
de
Jesucristo,
que
inicia
la
era
cristiana.
Cristo
se
encarnó
en
un
lugar
geográfico
preciso,
Belén,
en
un
linaje
humano
definido
(“tomó
carne...de
la
Virgen
María”).
Así
su
existencia
se
integra
en
el
marco
del
tiempo
histórico:
se
desarrolló
en
el
curso
del
primer
siglo.
(Hopko
61)
La
encarnación
de
la
segunda
hipóstasis
de
la
Santísima
Trinidad
ha
sido
una
realidad
que
ha
afectado
los
conceptos
del
tiempo
y
la
historia
humana.
A
partir
del
nacimiento
de
Jesucristo
se
marca
la
delimitación
de
la
historia
humana
en
el
Oriente
y
el
Occidente.
Y
esta
misma
delimitación
es
la
utilizada
en
casi
todos
los
países
del
mundo1
moderno.
A
continuación,
veremos
un
ejemplo
de
cómo
la
historia
es
delimitada
en
base
a
este
magno
evento:
Figura
1.1
La
figura
anterior
nos
demuestra
una
de
las
muchas
particiones
de
la
historia
por
parte
de
los
historiadores
donde
se
coloca
el
nacimiento
de
Jesucristo
como
el
epicentro
de
esta
delimitación
–el
año
0.
Es
por
esto
que
en
este
curso,
veremos
los
momentos
más
importantes
en
la
historia
de
la
Iglesia.
Veremos
esos
momentos
que
de
alguna
manera
dieron
forma
al
desarrollo
de
la
Iglesia
hasta
1
En
muchos
países
árabes
donde
reina
el
Islam,
la
delimitación
del
marco
del
tiempo
histórico
es
el
calendario
islámico
(Al-‐Hijra
o
hégira)
se
marca
desde
la
salida
del
Profeta
Mahoma
de
la
ciudad
de
Meca
hacia
Medina
(622
d.C.).
Asimismo,
otras
civilizaciones
–el
Judaísmo,
el
Budismo,
etc.–
poseen
sus
propios
sistemas
y
calendarios,
pero
el
calendario
con
el
que
se
rige
la
mayor
parte
de
la
humanidad
es
el
Gregoriano
(de
los
Cristianos).
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Dicho
esto,
mientras
ellos
lo
estaban
mirando,
Jesús
fue
levantado,
y
una
nube
lo
envolvió
y
no
lo
volvieron
a
ver.
Y
mientras
miraban
fijamente
al
cielo,
viendo
cómo
Jesús
se
alejaba,
dos
hombres
vestidos
de
blanco
se
aparecieron
junto
a
ellos
y
les
dijeron:
—Galileos,
¿por
qué
se
han
quedado
mirando
al
cielo?
Este
mismo
Jesús
que
estuvo
entre
ustedes
y
que
ha
sido
llevado
al
cielo,
vendrá
otra
vez
de
la
misma
manera
que
lo
han
visto
irse
allá.
(Hechos
1:9-‐11)
Fue
de
esta
manera
como
nos
relata
el
autor
de
Hechos
acerca
del
ascenso
de
Nuestro
Señor
Jesucristo
a
los
cielos.
Y
es
a
partir
de
este
momento
donde
nosotros
comenzamos
este
viaje
por
el
estudio
de
los
grandes
hitos
de
la
historia
de
la
Iglesia.
Nuestro
primer
gran
hito
–la
primera
Iglesia–
comienza
a
partir
de
los
eventos
relatados
por
San
Lucas
en
Hechos
de
los
Apóstoles.
En
su
libro
La
Ruta
Histórica
de
la
Ortodoxia
Oriental,
el
Rev.
Protopresbítero
Alexander
Schmemann
(1921-‐1983)
explica
lo
siguiente
acerca
de
la
gran
importancia
del
libro
de
Hechos
en
la
historia
de
la
Iglesia:
El
libro
de
los
Hechos
de
los
Apóstoles
es
la
piedra
angular
de
la
historia
de
la
Iglesia.
Escrito
por
el
evangelista
Lucas
como
una
secuela
a
su
propio
Evangelio,
nos
narra
acerca
de
los
primeros
años
de
la
Iglesia,
acerca
de
los
eventos
iniciales
en
su
vida.
Nos
describe
a
la
primera
comunidad
Cristiana
en
Jerusalén
y
a
sus
persecuciones
a
manos
de
las
autoridades
Judías,
la
prédica
de
los
apóstoles
–especialmente
la
de
San
Pablo–
y
finalmente
la
propagación
del
Cristianismo
desde
Jerusalén
hasta
Roma.
El
valor
histórico
de
este
relato
ha
sido
desafiado
frecuentemente;
en
efecto,
puede
parecer
remoto
a
primera
vista
de
la
concepción
moderna
de
las
funciones
y
los
métodos
de
la
historia.
Hay
muchas
“páginas
en
blanco”
en
Hechos,
muchas
cosas
que
han
sido
pasadas
por
alto
silenciosamente.
A
veces,
se
parece
más
a
un
comentario
que
a
un
simple
relato
de
eventos.
Pero
al
leerlo,
necesitamos
recordar
que,
tal
y
como
el
contenido
de
los
Evangelios
está
agotado
de
la
descripción
de
la
vida
de
Cristo,
así
también
Hechos
no
estaba
destinado
a
ser
meramente
una
crónica
histórica.
(Schmemann
3)
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Antes
de
seguir
hablando
acerca
de
Hechos,
se
debe
destacar
lo
siguiente
acerca
del
libro.
Tal
y
como
nos
explica
Schmemann,
el
libro
fue
escrito
durante
un
tiempo
en
el
cual
la
Iglesia
–luego
de
emerger
del
primer
estado
de
su
desarrollo
y
establecerse
a
sí
misma
en
muchos
centros
importantes
del
Imperio
Romano–
estaba
ya
consciente
de
su
misión
y
comenzaba
a
cristalizar
en
forma
de
escritura
sus
primeras
experiencias
(Schmemann
4).
Sin
embargo,
San
Lucas
no
tenía
como
meta
el
enfocar
su
atención
solamente
en
historia.
“Su
tema
es
la
Iglesia…
El
tema
de
Hechos
no
es
simplemente
la
historia
de
la
Iglesia,
sino
que
su
naturaleza
esencial
e
imagen
viviente
tal
y
como
fueron
revelados
en
los
primeros
años
de
su
existencia.”
(p.
4).
Una
de
las
razones
por
la
cual
uno
debe
considerar
importante
el
libro
de
Hechos
es
porque
nos
narra
dos
de
los
momentos
más
importantes
de
la
formación
de
la
Iglesia:
Pentecostés
(2:1-‐13)
–
está
ligado
con
la
ascensión
de
Jesucristo
a
los
cielos
(1:6-‐11)–
y
el
Concilio
Apostólico
o
Concilio
de
Jerusalén
(15).
El
primero
de
los
dos
–Pentecostés–,
luego
de
la
resurrección
de
Jesucristo,
es
considerado
por
muchos
como
el
evento
más
grande
en
la
historia
de
la
Iglesia.
Schmemann
explica
que
de
acuerdo
a
la
perspectiva
de
San
Lucas,
la
Iglesia
está
basada
en
este
evento
(p.
4).
“…Es
lo
que
le
da
significado
a
su
existencia
[el
de
la
Iglesia]”.
De
acuerdo
a
Schmemann,
el
hecho
de
que
un
grupo
pequeño
de
discípulos
–pescadores
u
hombres
simples
y
sin
conocimiento,
de
mujeres,
de
familiares
y
amigos
al
Maestro–
hayan
llegado
a
ser
predicadores
sin
temor
y
hayan
logrado
evangelizar
hasta
los
confines
de
la
tierra
posee
una
sola
explicación
lógica:
el
descenso
del
Espíritu
Santo
y
la
misteriosa
transformación
en
sus
interiores
que
los
fortaleció
de
todo
lo
que
Jesucristo
hizo
y
enseñó.
A
través
de
ellos
Jesús
mismo
actuará
y
en
ellos
Su
presencia
continuará
sobre
la
tierra.
Pentecostés
representa
la
apertura
del
Reino
de
Dios
–del
cual
habló
reiteradamente
Jesucristo
en
los
Evangelios–
a
toda
la
humanidad
–ya
sean
judíos
o
gentiles–.
El
descenso
del
Espíritu
Santo
en
el
relato
de
Pentecostés
marca
la
inauguración
de
la
Iglesia,
el
establecimiento
de
la
primera
comunidad
de
fieles
en
Cristo.
Este
magno
evento
tomó
lugar
en
Jerusalén.
Esto
es
de
suma
importancia,
ya
que
como
Schmemann
nota,
Jerusalén
“era
el
punto
central
de
todas
las
expectativas
religiosas
y
nacionales
de
los
Judíos,
y
el
corazón
de
toda
historia
del
Antiguo
Testamento”
(p.
6).
Es
a
ese
místico
centro
político
y
religioso
donde
el
gran
Mesías
ha
de
llegar
en
el
día
del
Señor.
Es
por
esta
razón
que
Pedro
menciona
–inmediatamente
después
del
descenso
del
Espíritu
Santo–
las
profecías
del
profeta
Joel
y
lo
dicho
por
el
rey
David
(2:17-‐21,
25-‐28,
34-‐35).
Para
Schmemann,
los
primeros
dos
capítulos
de
Hechos
fungen
el
rol
de
prólogo
de
la
historia
de
la
Iglesia.
Y
los
demás
eventos
que
se
desarrollan
en
el
resto
del
relato,
lo
hacen
en
base
a
lo
que
tomó
lugar
en
el
día
de
Pentecostés,
una
vez
que
la
Iglesia
fuese
establecida.
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El
segundo
gran
momento
que
nos
provee
el
libro
de
Hechos
es
el
Concilio
de
Jerusalén
(Hechos
15)
–alrededor
del
50
d.C.
La
razón
por
la
cual
este
evento
posee
un
aspecto
muy
importante
en
la
historia
de
la
Iglesia
es
porque
coloca
los
parámetros
de
los
futuros
concilios
donde
los
jerarcas
de
la
Iglesia
Universal
se
reunirán
para
discutir
asuntos
de
la
fe
y
tomar
decisiones
con
respecto
a
la
Iglesia.
En
el
concilio
de
Jerusalén
estuvieron
presentes
Pablo
y
Bernabé
–enviados
desde
Antioquía2–,
Santiago,
Pedro,
y
fariseos
que
creyeron
así
como
también
los
ancianos
de
algunas
iglesias.
El
tema
que
se
trató
fue
uno
que
hasta
el
momento
causaba
mucha
división
entre
las
comunidades
Cristianas:
¿es
acaso
“…necesario
circuncidar
a
los
creyentes
que
no
son
judíos,
y
mandarles
que
cumplan
la
ley
de
Moisés”
(Hch
15:5)?
Pero
la
respuesta
de
Pedro
fue
más
que
contundente:
Hermanos,
ustedes
saben
que
hace
tiempo
Dios
me
escogió
de
entre
ustedes
para
anunciar
la
buena
noticia
a
los
no
judíos,
para
que
ellos
crean.
Y
Dios,
que
conoce
los
corazones,
mostró
que
los
aceptaba,
pues
les
dio
el
Espíritu
Santo
a
ellos
lo
mismo
que
a
nosotros.
Dios
no
ha
hecho
ninguna
diferencia
entre
ellos
y
nosotros,
pues
también
ha
purificado
sus
corazones
por
medio
de
la
fe.
Ahora
pues,
¿por
qué
desafían
ustedes
a
Dios
imponiendo
sobre
estos
creyentes
una
carga
que
ni
nosotros
ni
nuestros
antepasados
hemos
podido
llevar?
Al
contrario,
nosotros
creemos
que
somos
salvados
gratuitamente
por
la
bondad
del
Señor
Jesús,
lo
mismo
que
ellos.
(Hch
15:7-‐11)
Ante
esta
respuesta,
el
resto
de
los
que
estaban
ahí
presentes
incluyendo
los
de
origen
judío,
quedaron
en
silencio.
Santiago
el
apóstol,
primer
Obispo
de
Jerusalén,
respondió
con
lo
que
sería
el
decreto
apostólico:
Considero,
por
lo
tanto,
que
no
se
les
debe
imponer
cargas
innecesarias
a
aquellos
que,
no
siendo
judíos,
dejan
sus
antiguas
creencias
para
seguir
a
Dios.
Basta
con
escribirles
que
se
aparten
de
todo
lo
que
haya
sido
contaminado
por
los
ídolos,
que
eviten
los
matrimonios
prohibidos
y
que
no
coman
carne
de
animales
estrangulados
o
ahogados,
ni
tampoco
sangre.
Porque
desde
los
tiempos
antiguos
hay
en
cada
pueblo
quienes
predican
la
ley
de
Santiago
el
Apóstol
Moisés,
la
cual
se
lee
en
las
sinagogas
cada
sábado.
(Hch
15:19-‐21)
o
2
“y
cuando
lo
encontró,
lo
llevó
a
Antioquía.
Allí
estuvieron
con
la
iglesia
un
año
entero,
enseñando
a
mucha
gente.
Fue
en
Antioquía
donde
por
primera
vez
se
les
dio
a
los
discípulos
el
nombre
de
Cristianos.”
(Hch
11:26)
Considero
esta
la
respuesta
perfecta
que
podemos
dar
a
quienes
preguntan
el
origen
de
la
Iglesia
Ortodoxa
Antioquena.
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Este
patrono
establecido
en
el
concilio
de
los
apóstoles
–el
del
llamado
a
una
reunión
para
discutir
asuntos
de
la
fe–
se
verá
más
adelante
en
el
desarrollo
de
la
Iglesia
a
través
de
la
historia
–en
los
Concilios
Ecuménicos.
Los
jerarcas
de
cada
era
hacen
un
llamado
a
una
reunión
para
discutir
y
decidir
sobre
asuntos
de
suma
importancia.
Es
por
esto
que
el
concilio
de
Jerusalén
del
cual
nos
relata
San
Lucas
en
Hechos
–y
al
cual
hace
referencia
otra
vez
San
Pablo
en
su
epístola
a
los
Gálatas
en
el
capítulo
2–
es
otro
de
los
momentos
más
importantes
en
la
formación
de
la
primera
Iglesia.
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