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Reproducido de: Arte de hablar y arte de decir. Una excursión botánica en la pradera
de la retórica. Relea, Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias
Económicas y sociales, septiembre 1999.
El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o una
definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una denominación
concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos diferentes. La
denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más.
La retórica es un lugar, un topos -por usar un término retórico-, una especie de hogar que
reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque de recreo en el que cada uno juega
su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen publicó en 1995 uno de los mejores libros
sobre la evolución y los diferentes aspectos de la retórica que hayan visto la luz durante
los últimos años. Ha dado el autor nórdico a su libro el sugestivo título de "En la pradera
de la retórica» (I retorikkens hage, Andersen [1995]). La comparación entre la retórica y
una pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y en donde muchos
tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente acertada y ha inspirado
el subtítulo de mi artículo.
Hablar y decir
La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos desde
su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar. Haciendo otra
distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que propiamente es
objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el estudio del propio
decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica se concentró casi
exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras partes de la retórica
(inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo primero en el conocimiento es lo último
en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante como fundamentador del
aspecto dicente y el acto de decir como creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden
inverso: distingo entre el arte y su producto, la acción de pintar del cuadro pintado,
haciendo así que el interés por lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero además
doy prioridad al acto de hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la
comprensión de la retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad.
El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues resi-
diendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se convierte
propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado
establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible,
analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexion sobre el hablar que
lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de la
lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua
hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la
escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es una
tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación en
instrumento de manipulación. «La invención de la imprenta, con ser importante, no es
fundamental, si se compara con la invención de las letras», escribe Hobbes en su
Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos
se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura como
tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica,
según Neil Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un instrumento,
resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la tecnología va
más alla de nuestras intenciones, transformando las estructuras que determinan nuestra
forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la tecnología en cambio hace
algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito no tenga que ver con la
retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica supone el
restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual también se
comprende la lengua escrita. La alfabetización, que tantas ventajas aporta a la
humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad.
A la ambigüedad de la retórica entre el hablar y el decir hay que añadir otra ambigüedad
en el propio concepto de retórica considerada como arte. Por arte entendemos unas
veces la habilidad o competencia que se adquiere mediante el ejercicio y que se
manifiesta en la actividad, aun cuando el que la realiza no siempre sea capaz de dar
cuenta de ella. Otras veces, sin embargo, al hablar de arte nos referimos a un
conocimiento objetivado, a una descripción de cómo se crea un producto de cierta índole
o cómo se produce un efecto de carácter previsto. Este último concepto del arte se
convierte fácilmente en una técnica, es decir en un sistema explícito de reglas de acción
para lograr algo. Nuestra palabra "técnica» procede precisamente, no sin motivo, de la
palabra griega correspondiente al arte (téchne). El arte puede así referirse bien al
conocimiento o bien a lo conocido, ora al conocimiento que alguien posee, ora a un
conocimiento acerca de algo. El conocimiento como actividad se da en individuos
humanos concretos, mientras que lo conocido adquiere una existencia propia
extrapersonal, transmisible y acumulable al ser formulado sobre todo gracias a la
escritura.
Si la retórica ha de ser considerada como un arte, cabe entonces preguntarse si nos
estamos refiriendo a la habilidad personal y espontánea en el hablar o bien al
conocimiento reflexionante acerca de en qué consiste esa habilidad (el conocimiento del
conocimiento). El texto de la Retórica de Aristóteles se inicia justamente señalando el
hecho de que se puede ser buen retórico sin siquiera ser consciente de ello, de la misma
manera -esto ya no lo dice Aristóteles sino Molière- que aquel personaje que había escrito
en prosa toda su vida sin saber lo que era la prosa. Todos los seres humanos -dice el
Estagirita- se esfuerzan por argumentar y sostener afirmaciones, por defenderse o acusar.
La mayor parte lo hace irreflexivamente o por un hábito que reside en su carácter. Pero si
podemos hacer una cosa espontánea o incons-cientemente -continúa el filósofo griego-,
podremos también, por supuesto, reflexionar sobre cómo lo hacemos y crear un método
de acción, teorizando así sobre el modo en que logramos nuestro fin, tanto si actuamos
espontáneamente como si lo hacemos por hábito. Y todos admitirán -añade- que un
conocimiento de esa índole puede denominarse arte (Aristoteles Rhêt. {1354 a 6-12}). El
arte espontáneo debería, no obstante, considerarse como el arte propiamente dicho,
mientras que la teorización de un arte correspondería más bien a lo que se denomina una
ciencia práctica(1). Así sucede cuando Quintiliano prescinde de la palabra ars y utiliza la
expresión scientia bene dicendi, para referirse a la retórica (Andersen [1995] pág. 16).
También los romanos hablaban de rhetorica docens y rhetorica utens, para distinguir la
teoría, que se aprende en el aula, del conocimiento que se adquiere mediante el ejercicio
(Andersen [1995] pág. 12). El profesor danés de retórica Jørgen Fafner habla de
«retórica» y de «ciencia retórica» para distinguir entre la facultad de hablar bien y el
saber objetivo acerca de ello.
Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos actitudes
científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y ciencia normativa. No es lo
mismo describir que prescribir. La Retórica comparte esa ambigüedad científica con la
Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto, podemos preguntar si
estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica.
Nos hallamos ante la diferencia entre el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica
una técnica, estipulando un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en
determinadas situaciones de habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a
muchos cursos y a muchos manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo,
que aquello que mejor hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la
técnica domina sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción, somos
víctimas de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la finalidad
de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a alcanzar
una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata de asimilar, no de
acumular conocimiento.
Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de actuar
en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es proporcionarnos
reflexiones y experiencias que son aprovechables para las situaciones concretas, a
menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y experiencias pueden quizá
asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que meros consejos o advertencias. Se
trata de recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o aquello
en lo que se debe pensar para actuar en situaciones futuras(2). Es empero la propia
situación la que determina lo conveniente. Esto actualiza la consideración del concepto
griego de kairós. Como dice el catedrático de retórica danés Christian Kock: «La materia
concreta y la situación concreta determinan la totalidad del discurso en cuestión, la cual a
su vez determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el kairós puede el
retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una acción coordinada y
relevante para una situación». «No es buena retórica seguir un procedimiento fijo, con un
inventario fijo de figuras y recursos retóricos».
«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que
cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace -como es usual decir-
nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión de lógos. El
sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso también los animales
lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer y dar a conocer ese
sentimiento entre ellos; pero el lógos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo, así
como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de otros
animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc. Y la
participación en estas cosas es lo que da su origen a la sociedad doméstica y a la sociedad
civil.»
Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y de una teoría de
la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas aventajándola. El lógos
griego, que significa tanto la acción de pensar como la de hablar (ratio et oratio, como
diría Cicerón, jugando con las palabras, para reconstruir el viejo concepto griego que la
ratio latina convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al
hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad discursiva del ser
humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues la facultad de palabra es la
diferencia específica del ser humano y comprender al hombre es comprender lo que
supone el hablar. Con esto se constituye la retórica, concebida como la investigación
científica del uso de esa facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una ciencia fundamental
(Fafner [1997]), yo diría que el más fundamental de nuestros conocimientos teóricos.
La primacía de la práctica
El estudio de la retórica coincide pues con el propio discurso humano (Valesio [1986]).
Pensar y hablar es la actividad fundamental presente o latente en cada actividad humana
pero especialmente en actividades intelectuales y universitarias. Aprender una disciplina
práctica y realizar la tarea a que esa disciplina va encaminada es una actividad que parte
de una deliberación acerca de lo que se deba o no se deba hacer y acerca de la manera
adecuada de llevar a cabo la tarea prevista. La retórica es el conocimiento de lo que es
común a y está presente en toda acción humana, sin ser específico de ninguna acción
concreta. Construir ciudades, curar enfermedades, organizar empresas o instituciones,
toda actividad práctica de cualquier tipo, parte de un fondo común lingüístico-conceptual
retórico. «Unos seres humanos lo hacen sin reflexionar o por costumbre, pero ya que
puede realizarse de esta manera, también ha de ser posible estudiar su método. Pues
podemos investigar por qué los que siguen su costumbre o actuan sin reflexionar en lo
que hacen tienen éxito en su tarea. Y una investigación de esta índole es lo que
llamaríamos un arte.» (Aristoteles Ret. {1354 6 ff}). «Otras artes buscan su materia en
diferentes fuentes, pero lo que afecta al arte de hablar es inmediatamente accesible y
afecta a la relación entre los seres humanos y a la comunicación cotidiana», dice Cicerón
(Andersen [1995] 6.4). Toda acción humana, cotidiana o profesional exige una actividad
racional que consiste en entender la situación, describir adecuadamente el problema y la
tarea, deliberar acerca de lo que deba hacerse y proponer la manera adecuada de
realizarlo. Este arte común de evaluar, juzgar y deliberar mediante el pensamiento y la
palabra, de buscar el concepto adecuado y la expresión correcta para cada situación, es lo
que la disciplina retórica se propone investigar. Por ello es la Retórica una disciplina
humanista fundamental acerca de la acción humana que afecta a todas las otras
actividades humanas, sean profesionales o no.
Retórica y filosofía
Por lo que se refiere a la filosofía llamada práctica, la ética moderna huye de la acción
como del demonio. La justificación de una acción se establece, según esta ética, o bien
con referencia a su resultado (ética utilitarista) o bien a una regla preestablecida (ética
deontológica). Pero la ética no puede consistir ni en obedecer a una regla ni en adaptarse
a un resultado. Ética es teoría de la acción humana y lo que sea la acción justa en cada
situación se decide en una deliberación racional, es decir en un discurso retórico. Retórica
y ética son dos caras inseparables de la acción humana. La Ética, la Política y la Retórica
establecen en la obra de Aristóteles un triángulo de hierro que da expresión a la filosofía
práctica. Pero mientras que la retórica y la ética aristotélicas constituían dos aspectos
complementarios de la frónêsis, desemboca la filosofía práctica moderna o bien en un
callejón sin salida metaético que encajaría bien en la épistêmê aristotélica, o en una
disciplina normativa que equivale a la téchnê. Eso de frónêsis le «suena a griego» a la
filosofía universitaria de nuestros días.
Es sin embargo Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V a. de
Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su escuela era la
formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante una comprensión
(frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser convincente en cada
situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de los conceptos centrales de la
retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de la concepción de ciudadanía
(polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra encontramos conceptos y elementos
para una discusión moderna acerca de una sociedad del bienestar de carácter totalmente
diferente al modelo de sociedad consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte vivir.
La retórica de la retórica
NOTAS
1. El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de
teorizar, es decir el arte de formular y describir lo que se piensa de manera adecuada,
inteligible y convincente.
2. Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado.
4. Es cierto que añade kaì t_n áll_n («y todo lo demás» o etcétera), pero lo significativo
es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato a los de la razón
teórica.
6. En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una institución
en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y Retórica.
Quintiliano se sentiría muy a gusto.
7. Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido publicada
al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de «Norma y acción. Una
investigación lógica».
Referencias bibliográficas
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