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ARTE DE HABLAR Y ARTE DE DECIR. UNA EXCURSIÓN BOTÁNICA EN LA


PRADERA DE LA RETÓRICA

José Luis Ramírez

Reproducido de: Arte de hablar y arte de decir. Una excursión botánica en la pradera
de la retórica. Relea, Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias
Económicas y sociales, septiembre 1999.

Hablar y decir no es lo mismo, aun cuando son interdependientes. Hablar es actuar, un


acto intransitivo; decir es hacer, que supone transitividad. De la diferencia entre hablar y
decir se derivan dos concepciones complementarias de la retórica. El autor de este
artículo afirma que el «arte de hablar» exige una perpectiva fundamentalmente
antropológica. La retórica se convierte así, en competencia con la filosofía, en una ciencia
fundamental que influye en todo conocimiento humano de cualquier índole, pero
especialmente el conocimiento práctico que supone la deliberación sobre nuestras
actuaciones y el planteamiento y resolución de nuestros problemas.

Después de más de un siglo de incomprensión y desprecio asistimos desde hace dos


decenios a lo que podría llamarse el renacimiento de la Retórica. El interés por la vieja
disciplina aumenta día a día a ritmos diferentes según los países. Nuevas instituciones,
actividades y pu-blicaciones que propugnan la restauración de los estudios retóricos van
surgiendo en estos momentos de transición tanto secular como histórica entre la sociedad
postindustrial y lo que llaman sociedad de la información. Vivimos sin embargo en unos
tiempos en que la chrêmatistikê, el espíritu financiero, y la retórica del Mercado dominan
nuestra vida y nuestro pensar de una manera inevitable. Como en el siglo de la Sofística,
estamos expuestos a un uso de la retórica de variopintas intenciones.

El dar nombre a algo no implica sin más que ese algo conlleve una descripción o una
definición clara y unívoca. Cuanto más frecuente es el uso de una denominación
concreta, más probabilidad hay de que vaya adquiriendo sentidos diferentes. La
denominación de retórica no se aplica a algo que pueda definirse o delimitarse sin más.
La retórica es un lugar, un topos -por usar un término retórico-, una especie de hogar que
reúne en su torno narraciones diferentes, o un parque de recreo en el que cada uno juega
su juego. El filólogo noruego Øivind Andersen publicó en 1995 uno de los mejores libros
sobre la evolución y los diferentes aspectos de la retórica que hayan visto la luz durante
los últimos años. Ha dado el autor nórdico a su libro el sugestivo título de "En la pradera
de la retórica» (I retorikkens hage, Andersen [1995]). La comparación entre la retórica y
una pradera en la que proliferan plantas y flores de diversas especies y en donde muchos
tipos diferentes de actividades pueden tener lugar, es sumamente acertada y ha inspirado
el subtítulo de mi artículo.

Hablar y decir

Para ir distinguiendo especies en la pradera de la retórica, voy a empezar por distinguir


entre el hablar y el decir y, con ello, entre dos concepciones -ciertamente coordinadas,
mas no por ello menos diferentes- de la retórica como arte de hablar y como arte de
decir. Elegir la primera concepción implica acercarse a la filosofía y a la psicolinguística,
mientras que la segunda nos conecta con la ciencia de la literatura o estilística y con la
semiótica.

Hablar y decir parecerán quizá expresiones respectivamente sinónimas y ciertamente el


uso cotidiano las intercambia e iguala. Pero si alguien dice, por ejemplo: «El Jefe del
Gobierno habló en la televisión ayer» y un interlocutor responde preguntando: «Y ¿qué
dijo?», esta pregunta carecería de sentido si el hablar y el decir significaran exactamente
lo mismo. Hablar es en efecto hacer uso de una facultad, decir es usar esa facultad en un
acto de expresión concreta, empíricamente apreciable. Esto hace relación a la distinción
aristotélica entre prãxis y poíesis a la que volveré más adelante. Naturalmente que nadie
puede hablar sin decir o formular expresiones concretas en una lengua concreta y ningún
ser viviente puede decir nada concreto sin poseer la facultad de hablar. No obstante,
hablar y decir son aspectos diferentes del acto concreto de hablar, dando esto lugar a
sectores de estudio y análisis diferentes.

La retórica ha venido a concentrarse cada vez más, durante los siglos transcurridos desde
su creación, en el aspecto del decir, más bien que en el aspecto del hablar. Haciendo otra
distinción más, es de notar también cómo el análisis de lo dicho, que propiamente es
objeto de la poética y de la estilística, ha atraído mayor interés que el estudio del propio
decir. Durante el siglo XIX, el interés de los estudiosos de la retórica se concentró casi
exclusivamente en la teoría de las figuras, a despecho de las otras partes de la retórica
(inventio, dispositio, elocutio, memoria, etc.). Lo primero en el conocimiento es lo último
en el ser. Yo quiero hacer resaltar aquí el aspecto hablante como fundamentador del
aspecto dicente y el acto de decir como creador de lo fácticamente dicho. Dicho en orden
inverso: distingo entre el arte y su producto, la acción de pintar del cuadro pintado,
haciendo así que el interés por lo especialmente dicho quede en tercer lugar; pero además
doy prioridad al acto de hablar como tal sobre el acto de decir, retrotrayendo así la
comprensión de la retórica a su origen genuino que es el habla, la oralidad.

El origen de la retórica como materia de estudio se halla ceñido a una paradoja, pues resi-
diendo dicho origen, de un lado, en la facultad humana de hablar, no se convierte
propiamente en objeto de estudio hasta que el alfabeto y la lengua escrita han quedado
establecidas, convirtiendo al acto de hablar en algo no sólo audible, sino visible,
analizable y planificable. Gracias a la lengua escrita surge la reflexion sobre el hablar que
lleva el nombre de Retórica. Lo cual hace a la retórica como disciplina depender de la
lengua escrita de un modo que atenta a la esencia de la retórica misma, pues la lengua
hablada es el uso directo de una facultad humana y con ello una acción, mientras que la
escritura (especialmente la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo) es una
tecnología. En este hecho reside la tecnificación de la retórica y su transformación en
instrumento de manipulación. «La invención de la imprenta, con ser importante, no es
fundamental, si se compara con la invención de las letras», escribe Hobbes en su
Leviatán. Sin lengua escrita, ni la imprenta ni la ciencia habrían surgido, ni mucho menos
se habrían divulgado. Por eso califica Walter J. Ong (Ong [1982]) a la escritura como
tecnología y no sólo como técnica. Lo que diferencia a la tecnología de la mera técnica,
según Neil Postman (Postman [1992]) es que la técnica, el mero uso de un instrumento,
resuelve problemas determinados y realiza tareas previstas, mientras que la tecnología va
más alla de nuestras intenciones, transformando las estructuras que determinan nuestra
forma de pensar y de actuar. Con la técnica hacemos algo, la tecnología en cambio hace
algo con nosotros. Lo cual no supone que el lenguaje escrito no tenga que ver con la
retórica, pero una comprensión propia y profunda de la retórica supone el
restablecimiento de la lengua hablada como el fundamento a partir del cual también se
comprende la lengua escrita. La alfabetización, que tantas ventajas aporta a la
humanidad, transforma radicalmente, al mismo tiempo, nuestra mentalidad.

Cuando Ferdinand de Saussure creó su teoría linguística partió también de la lengua


hablada como fundamento último. Pero sin el descubrimiento del concepto de fonema y
sin la creación de un alfabeto fonético la linguística habría sido imposible. La lingüística
saussuriana vino así a ser una teoría semiológica, una teoría de la langue, no una teoría de
la parole. La teoría lingüística de Saussure adolece de una contradicción interna entre la
pareja Significante/significado y la pareja lengua/habla a la que he dedicado mi atención
en un texto en lengua sueca titulado «El parto del sentido» (Meningens nedkomst,
Ramírez [1995b]).

El doble sentido de la palabra arte

A la ambigüedad de la retórica entre el hablar y el decir hay que añadir otra ambigüedad
en el propio concepto de retórica considerada como arte. Por arte entendemos unas
veces la habilidad o competencia que se adquiere mediante el ejercicio y que se
manifiesta en la actividad, aun cuando el que la realiza no siempre sea capaz de dar
cuenta de ella. Otras veces, sin embargo, al hablar de arte nos referimos a un
conocimiento objetivado, a una descripción de cómo se crea un producto de cierta índole
o cómo se produce un efecto de carácter previsto. Este último concepto del arte se
convierte fácilmente en una técnica, es decir en un sistema explícito de reglas de acción
para lograr algo. Nuestra palabra "técnica» procede precisamente, no sin motivo, de la
palabra griega correspondiente al arte (téchne). El arte puede así referirse bien al
conocimiento o bien a lo conocido, ora al conocimiento que alguien posee, ora a un
conocimiento acerca de algo. El conocimiento como actividad se da en individuos
humanos concretos, mientras que lo conocido adquiere una existencia propia
extrapersonal, transmisible y acumulable al ser formulado sobre todo gracias a la
escritura.
Si la retórica ha de ser considerada como un arte, cabe entonces preguntarse si nos
estamos refiriendo a la habilidad personal y espontánea en el hablar o bien al
conocimiento reflexionante acerca de en qué consiste esa habilidad (el conocimiento del
conocimiento). El texto de la Retórica de Aristóteles se inicia justamente señalando el
hecho de que se puede ser buen retórico sin siquiera ser consciente de ello, de la misma
manera -esto ya no lo dice Aristóteles sino Molière- que aquel personaje que había escrito
en prosa toda su vida sin saber lo que era la prosa. Todos los seres humanos -dice el
Estagirita- se esfuerzan por argumentar y sostener afirmaciones, por defenderse o acusar.
La mayor parte lo hace irreflexivamente o por un hábito que reside en su carácter. Pero si
podemos hacer una cosa espontánea o incons-cientemente -continúa el filósofo griego-,
podremos también, por supuesto, reflexionar sobre cómo lo hacemos y crear un método
de acción, teorizando así sobre el modo en que logramos nuestro fin, tanto si actuamos
espontáneamente como si lo hacemos por hábito. Y todos admitirán -añade- que un
conocimiento de esa índole puede denominarse arte (Aristoteles Rhêt. {1354 a 6-12}). El
arte espontáneo debería, no obstante, considerarse como el arte propiamente dicho,
mientras que la teorización de un arte correspondería más bien a lo que se denomina una
ciencia práctica(1). Así sucede cuando Quintiliano prescinde de la palabra ars y utiliza la
expresión scientia bene dicendi, para referirse a la retórica (Andersen [1995] pág. 16).
También los romanos hablaban de rhetorica docens y rhetorica utens, para distinguir la
teoría, que se aprende en el aula, del conocimiento que se adquiere mediante el ejercicio
(Andersen [1995] pág. 12). El profesor danés de retórica Jørgen Fafner habla de
«retórica» y de «ciencia retórica» para distinguir entre la facultad de hablar bien y el
saber objetivo acerca de ello.

Mi punto de partida, por lo tanto, es que la Retórica considerada como disciplina se


ocupa de investigar teórica o, si se quiere, científicamente el arte de hablar. Damos sin
embargo con frecuencia el nombre de retórica al arte de hablar bien, como si hubiese
además un arte de hablar mal. Un «arte de hacer algo bien» es una redundancia, pues
-como Aristóteles dice al comienzo de su Ética a Nicómaco {1094a, 1-2}- «Todo arte y
toda investigación y, de la misma manera, toda acción y toda elección, parecen orientarse
hacia algo bueno». El crimen perfecto es, por lo tanto, una acción censurable, bien
realizada sin embargo dentro de su género. Esto es así porque lo bueno, en discrepancia
con la opinión platónica, puede decirse de muchas maneras (Aristóteles, Ética a
Nicómaco {1096a 23 ss.}.

Pero una investigación teórica acerca de un arte puede a su vez dar lugar a dos actitudes
científicas que suelen denominarse ciencia descriptiva y ciencia normativa. No es lo
mismo describir que prescribir. La Retórica comparte esa ambigüedad científica con la
Lógica. Al incluir el arte el buen resultado en su propio concepto, podemos preguntar si
estudiamos un arte para describir cómo se practica algo o para prescribir esa práctica.
Nos hallamos ante la diferencia entre el ser y el deber ser del arte. Hacer de la retórica
una técnica, estipulando un sistema de reglas que aplicamos conscientemente en
determinadas situaciones de habla, es una tentación que ha dado y da todavía lugar a
muchos cursos y a muchos manuales de retórica. Por otra parte sabemos, sin embargo,
que aquello que mejor hacemos lo hacemos inconscientemente y por hábito. Cuando la
técnica domina sobre el arte, cuando aceptamos de antemano una regla de acción, somos
víctimas de un fundamentalismo que contradice sus propias intenciones. Pues la finalidad
de la retórica debiera ser la de contribuir, mediante una reflexión consciente, a alcanzar
una habilidad de actuación que no necesite seguir regla alguna. Se trata de asimilar, no de
acumular conocimiento.

Esto significa que la retórica no tiene por qué crear técnicas que dicten modos de actuar
en situaciones previstas, todavía no actualizadas. Lo que sí hace es proporcionarnos
reflexiones y experiencias que son aprovechables para las situaciones concretas, a
menudo imprevistas, que se presenten. Esas reflexiones y experiencias pueden quizá
asemejarse a las reglas técnicas, pero no son más que meros consejos o advertencias. Se
trata de recomendaciones o indicaciones de aquello que debe tenerse en cuenta o aquello
en lo que se debe pensar para actuar en situaciones futuras(2). Es empero la propia
situación la que determina lo conveniente. Esto actualiza la consideración del concepto
griego de kairós. Como dice el catedrático de retórica danés Christian Kock: «La materia
concreta y la situación concreta determinan la totalidad del discurso en cuestión, la cual a
su vez determina sus partes. Solamente comprendiendo lo que es el kairós puede el
retórico producir una expresión en la que las partes sean el todo, una acción coordinada y
relevante para una situación». «No es buena retórica seguir un procedimiento fijo, con un
inventario fijo de figuras y recursos retóricos».

También yo he estudiado la función del concepto de kairós en un contexto semejante


(Ramírez [1995a] pág. 166 ss.). Tras el concepto de kairós - que Christian Kock relaciona
con un uso empírico prudente y yo con la prudencia en la elección y en la actuación-, se
oculta el concepto aristotélico de frónêsis, que es la virtud intelectual de la prudencia en
el obrar, el buen juicio. Sería interesante considerar por qué Aristóteles llamaba a la
Retórica téchnê y no frónêsis, pero ello nos apartaría demasiado de nuestro razonamiento.
Todo estudioso de retórica debe saber que todo discurso muestra mucho más de lo que
dice. Mi lectura de Aristóteles me hizo comprender -aunque el Filósofo no lo diga
explícitamente- que la retórica es frónêsis, prudencia en el uso de la palabra, y no mera
téchnê o habilidad oratoria. Ello reside en la propia naturaleza del arte, tal y como yo la
he descrito antes. Lo que hace artista a un pintor de cuadros no es su conocimiento de la
técnica del color y del uso de los pinceles y otros instrumentos, que desde luego son
conocimientos útiles para él. El arte propiamente dicho reside en la prudencia de utilizar
esas técnicas y esos instrumentos para dar expresión a aquello que el artista, aquí y ahora,
desea expresar. La retórica que Aristóteles calificó de téchnê no es algo que haya que
seguir al pie de la letra, sino algo que hay que utilizar con prudencia para lograr un buen
resultado. El arte elige la técnica y el uso adecuados. Y ese uso prudencial supone que la
propia técnica se va ampliando y perfeccionando, mediante nuevas intuiciones y nuevos
ejemplos. Se trata pues más bien de heurística que de metodología. Pero para distinguir
entre lo que se quiere expresar y el modo concreto o material de expresarlo es necesario
tener clara la distinción conceptual entre el hacer y el obrar o actuar, que en terminología
aristotélica es distinguir entre poíêsis y prãxis. Pero esa distinción ha desaparecido con la
instrumentalización nuestra mentalidad y de nuestra cultura (Ramírez [1995])(3).

El hombre, animal retórico


Cinco principios fundamentales, que yo llamaría aspectos o caminos de investigación,
propone Jørgen Fafner para lograr una comprensión amplia y adecuada de la retórica: la
concepción de lo humano, la concepción de lo que es el lenguaje, la credibilidad (pístis),
la habilidad (que yo llamo arte) y la oralidad (Fafner [1997]). Es un esquema muy útil al
que me adhiero sin reservas. El primer principio o aspecto, el principio antropológico de
la retórica, encaja bien con la concepción que yo sostengo de la retórica como disciplina
fundamental. La tesis de partida para esta concepción antropológicamente fundamentada
de la retórica puede encontrarse en un lugar tan leído como mal meditado y analizado de
la Política de Aristóteles {1253a 7-18}:

«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor medida que
cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace -como es usual decir-
nada en vano y entre los animales solamente el ser humano está en posesión de lógos. El
sonido producido por la voz es signo de dolor y de placer y por eso también los animales
lo tienen, pues su naturaleza les permite sentir dolor y placer y dar a conocer ese
sentimiento entre ellos; pero el lógos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo, así
como lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de otros
animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc. Y la
participación en estas cosas es lo que da su origen a la sociedad doméstica y a la sociedad
civil.»

Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y de una teoría de
la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas aventajándola. El lógos
griego, que significa tanto la acción de pensar como la de hablar (ratio et oratio, como
diría Cicerón, jugando con las palabras, para reconstruir el viejo concepto griego que la
ratio latina convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al
hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad discursiva del ser
humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues la facultad de palabra es la
diferencia específica del ser humano y comprender al hombre es comprender lo que
supone el hablar. Con esto se constituye la retórica, concebida como la investigación
científica del uso de esa facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una ciencia fundamental
(Fafner [1997]), yo diría que el más fundamental de nuestros conocimientos teóricos.

Aun cuando Aristóteles comienza su tratado de retórica señalando que la retórica es la


contrapartida (antístrofos) de la dialéctica -siendo la dialéctica, junto con la analítica, los
nombres que Platón y Aristóteles utilizaran para referirse a lo que llamamos lógica- la
tradición ha querido asociar la retórica a la poética más bien que a la lógica. Se ha dicho
que la concepción occidental de la racionalidad y de la ciencia habrían sido muy
diferentes si los escritos retóricos de Aristóteles hubieran sido clasificados entre los
escritos que Andrónico de Rodas denominó Órganon, es decir entre sus escritos lógicos.
Yo creo sin embargo que la explicación que cabe es justamente la inversa: la concepción
de la ciencia, la racionalidad y la lógica dominante en Occidente, una concepción en la
que la inspiración platónica ha mantenido una influencia decisiva hasta nuestros días, ha
influído también en los compiladores que clasificaron los escritos aristotélicos. El
desprecio platónico de la mera opinión cotidiana (dóxa) y su admiración por el
pensamiento exacto de la matemática siguen vigentes en nues-tra cultura. La retórica, que
parte de la actitud lingüística espontánea del hombre en su entorno, era menospreciada
Platón.

Se nos ha enseñado a considerar a Aristóteles como el padre de la lógica y del lenguaje


científico; pero cuando el Estagirita, en el pasaje citado, describe al lógos (entendido no
ya como mera racionalidad, sino como facultad de expresar el pensamiento en palabras)
como la propiedad diferencial del ser humano, no habla para nada de un conocimiento
«verdadero». La capacidad del lógos supone en ese pasaje central la capacidad de
distinguir entre lo justo y lo injusto, entre lo provechoso y lo perjudicial, más bien que
entre lo verdadero y lo falso, a lo cual no alude explícitamente(4). Con esto, por lo menos
en el pasaje citado, el lógos aparece unido para Aristóteles no a la razón teórica, sino a la
razón práctica, a una forma de pensa-miento que no se dirige a la consecución de ningún
conocimiento exacto o científico, sino a un conocimiento que oriente al ser humano en la
elección de sus actos. El filósofo vuelve repetidas veces en sus escritos a esta distinción
entre lo que él describe como «un conocimiento de aquello que no puede ser de otra
manera» (el conocimiento científico) y «un conocimiento de lo que puede ser de otra
manera» (el conocimiento del obrar), es decir entre lo que es dado por necesidad natural y
aquello que depende de la actuación de los seres humanos (Ét. a Nic. {1112a 18 ff},
{1140a 30 ff} Ret. {1359 a 30 ff}). Pues cada forma de conocimiento exige su método
especial, escribe en Ét. a Nic. {1094b 11 ss}. Lo sistemático y lo problemático son
sectores diferentes del conocimiento que hemos de tratar de manera diferente (Ramírez
[1995a] cap. V). Demostrar y deducir es una tarea lógica, razonar y elegir es una tarea
discursiva y, por ende, retórica. Pensar lógicamente es como calcular o ir explicando lo
que está dado. El discurso retórico en cambio supone razonar acerca de lo que puede
llegar a ser y de lo que hay motivo suficiente para admitir. La lógica se ocupa de lo
teórico y universalmente válido, la retórica se ocupa de lo práctico y de lo cotidiano y de
lo probable. Con lo cual todo tipo de razonamientos acerca del obrar o el hacer, ya se
trate de asuntos diarios, de política, de planificación y urbanismo, de tratamiento de
problemas y situaciones concretas o de decisiones de diferentes clases, es objeto de
actividad retórica, discursiva.

La primacía de la práctica

Oponer dicotómicamente la lógica a la retórica y la teoría a la práctica es, sin embargo,


fomentar una falacia. En principio no existen ni la lógica ni la teoría en sentido propio,
sino que el punto de partida de éstas es la práctica, la acción retórica. La propia teoría y la
propia lógica son también resultado de una práctica intelectual, ya que una teoría y una
ciencia tienen también que ser hechas y la lógica es un sistema formal que también se
crea mediante una actividad retórica, reflexiva y deliberante. Incluso Gottlob Frege
advirtió que, cuando los matemáticos discuten y razonan entre ellos, surge un discurso
retórico. Sin el estadio previo de la lengua escrita no existirían sin embargo ni la lógica ni
la ciencia.

La retórica como ciencia es el conocimiento de cómo el ser humano construye su mundo


dia lógos, mediante el lógos. En principio era el Lógos. La retórica como arte es el uso
de esa facultad de hablar que nos ha enseñado a pensar y que crea nuestro mundo
humano. Eso es el factum verum (Vico [1710]): el ser humano sólo puede comprender lo
que él mismo ha hecho, lo demás sólo es comprensible para Dios. El ser humano no tiene
naturaleza sino que tiene historia. Retórica es el conocimiento del hablar y del decir, no
de lo dicho, mientras que una teoría es siempre algo ya dicho o, más propiamente, ya
escrito. Para la teoría y para la lógica vale estrictamente sólo lo dicho, las palabras. Éstas
son tomadas como semánticamente unívocas y todo cálculo lógico exige que a cada
significante corresponda solamente un significado a lo largo del proceso lógico. Todo lo
que no sea metafísica de la presencia reificada es aquí inválido. Pero el ser humano es,
como decía Protágoras, la medida de todo, tanto de lo dado como de lo que se oculta o no
aparece. La retórica como el conocimiento de la actividad fundamental del ser humano se
hace consciente y considera tanto lo que se dice como lo que no se dice. Pues también el
callar o el dar de lado a un asunto es significativo; en cambio una semiótica del silencio
es imposible, puesto que la semiótica exige como punto de partida un signo, siendo
incapaz de manejar adecuadamente su ausencia. El silencio, lo omitido al ha-blar, puede
ser entendido y tiene significado sólo para una investigación retórica (Valesio [1986],
Ramírez [1995]). Mientras que para la semiótica lo más importante es el significante y en
éste ve el semántico el representante aprehensible del significado, para la retórica tiene
valor todo lo que se manifiesta o hace patente mediante el decir (dia lógos); pues la
retórica no toma las palabras «al pie de la letra», ya que la retórica sabe que el lenguaje se
yergue so-bre la ironía y que el decir dice siempre más y a menudo otra cosa que lo que
parece decir. Por eso es constantemente necesario interpretar y reinterpretar lo dicho
(Ramírez [1992]).

De lo dicho se desprende que la retórica, como yo la presento aquí, es propiamente una


teoría de la acción humana, una teoría del hablar y del decir. Hablar es prãxis, decir es
poíêsis. Se trata de entender lo que hacemos, no sólo lo que decimos con las palabras. Y
así de las pala-bras se transciende a la Palabra, a la acción, no quedándose en el mero
resultado de la acción. En este sentido la retórica se vislumbra como una teoría de, en
primer lugar, el arte de hablar y, en sentido derivado o secundario, como una teoría del
arte de decir: no una teoría de las palabras usadas, sino de la propia elección y uso de las
palabras. Séneca consideraba la elo-cuencia como el arte de las artes y como el camino
de acceso a cualesquiera otras artes. Para mí es la retórica el conocimiento de la actividad
fundamental del hombre. Pues la actividad locutoria y el hecho de que el ser humano
tiene la facultad de hablar están presentes en todas las demas actividades específicas del
ser humano. Sin esa facultad no se habría desarrollado ninguna de las otras actividades
humanas. Por eso no es tan absurdo o exagerado como al- guien quizá piense el
considerar la retórica como una teoría de la acción.

El estudio de la retórica coincide pues con el propio discurso humano (Valesio [1986]).
Pensar y hablar es la actividad fundamental presente o latente en cada actividad humana
pero especialmente en actividades intelectuales y universitarias. Aprender una disciplina
práctica y realizar la tarea a que esa disciplina va encaminada es una actividad que parte
de una deliberación acerca de lo que se deba o no se deba hacer y acerca de la manera
adecuada de llevar a cabo la tarea prevista. La retórica es el conocimiento de lo que es
común a y está presente en toda acción humana, sin ser específico de ninguna acción
concreta. Construir ciudades, curar enfermedades, organizar empresas o instituciones,
toda actividad práctica de cualquier tipo, parte de un fondo común lingüístico-conceptual
retórico. «Unos seres humanos lo hacen sin reflexionar o por costumbre, pero ya que
puede realizarse de esta manera, también ha de ser posible estudiar su método. Pues
podemos investigar por qué los que siguen su costumbre o actuan sin reflexionar en lo
que hacen tienen éxito en su tarea. Y una investigación de esta índole es lo que
llamaríamos un arte.» (Aristoteles Ret. {1354 6 ff}). «Otras artes buscan su materia en
diferentes fuentes, pero lo que afecta al arte de hablar es inmediatamente accesible y
afecta a la relación entre los seres humanos y a la comunicación cotidiana», dice Cicerón
(Andersen [1995] 6.4). Toda acción humana, cotidiana o profesional exige una actividad
racional que consiste en entender la situación, describir adecuadamente el problema y la
tarea, deliberar acerca de lo que deba hacerse y proponer la manera adecuada de
realizarlo. Este arte común de evaluar, juzgar y deliberar mediante el pensamiento y la
palabra, de buscar el concepto adecuado y la expresión correcta para cada situación, es lo
que la disciplina retórica se propone investigar. Por ello es la Retórica una disciplina
humanista fundamental acerca de la acción humana que afecta a todas las otras
actividades humanas, sean profesionales o no.

Retórica y filosofía

Algún lector se estará preguntando si no trato de otorgar a la Retórica un papel que


tradicionalmente ha estado reservado a la Filosofía. La filosofía pretende también ser un
saber que afecta a todos los demás conocimientos humanos. La filosofía es el saber del
saber. En No-ruega se mantiene todavía hoy un examen philosophicum obligatoria para
toda enseñanza superior, instaurado por iniciativa del filósofo Arne Næs. Mas a pesar del
papel que se ha arrogado en todos los tiempos, desde los griegos hasta nuestros días, la
filosofía se halla al margen de la mayor parte de las discusiones más importantes de
nuestro tiempo(5).

La filosofía dice ocuparse de la teoría del conocimiento, de la lógica y de la ética. Pero


una investigación a fondo muestra que la Teoría del Conocimiento que se profesa en
nuestras instituciones de filosofía es solamente una teoría del conocimiento teórico. El
que los términos «teoría del conocimiento» y «epistemología» se hayan convertido en
sinónimos en las lenguas nórdicas y anglosajona es muy revelador, ya que epistemología
significa etimológicamente teoría de la ciencia. La teoría del conocimiento práctico se
llama Retórica y la retórica no tiene cabida en las instituciones de filosofía(6). La
filosofía se dedica al conocimiento verdadero y un conocimiento de esa índole sólo se
puede dar en la ciencia. «La filosofía busca la verdad en el mundo y detrás del mundo. La
retórica se ocupa de la realidad que es creada por los hombres en el lenguaje», escribe
Øivind Andersen (Andersen [1995] 6.4).

El instrumento del conocimiento téorico y de la ciencia es la lógica, un cálculo objetivo y


en la actualidad además formalizado, que se desentiende del pensamiento práctico y de la
acción. Pues esa lógica formal de la acción que von Wright y otros filósofos han
intentado elaborar(7), no ha conducido a resultados de aplicación práctica. La lógica de la
práctica se denomina también Retórica y la retórica no se deja reducir a cálculos
formales.

Por lo que se refiere a la filosofía llamada práctica, la ética moderna huye de la acción
como del demonio. La justificación de una acción se establece, según esta ética, o bien
con referencia a su resultado (ética utilitarista) o bien a una regla preestablecida (ética
deontológica). Pero la ética no puede consistir ni en obedecer a una regla ni en adaptarse
a un resultado. Ética es teoría de la acción humana y lo que sea la acción justa en cada
situación se decide en una deliberación racional, es decir en un discurso retórico. Retórica
y ética son dos caras inseparables de la acción humana. La Ética, la Política y la Retórica
establecen en la obra de Aristóteles un triángulo de hierro que da expresión a la filosofía
práctica. Pero mientras que la retórica y la ética aristotélicas constituían dos aspectos
complementarios de la frónêsis, desemboca la filosofía práctica moderna o bien en un
callejón sin salida metaético que encajaría bien en la épistêmê aristotélica, o en una
disciplina normativa que equivale a la téchnê. Eso de frónêsis le «suena a griego» a la
filosofía universitaria de nuestros días.

Es sin embargo Isócrates, más bien que Aristóteles, quien en la Atenas del siglo V a. de
Cr. defendía la íntima relación entre la filosofía y la retórica. El ideal de su escuela era la
formación humana o paideía y esa formación se alcanzaba mediante una comprensión
(frónêsis) que conlleva la facultad de elegir lo justo y de ser convincente en cada
situación concreta (kairós). Para Isócrates es kairós uno de los conceptos centrales de la
retórica. Pero debemos a Aristóteles el desarrollo de la concepción de ciudadanía
(polîteía) y de comunidad (koinõnía). En su obra encontramos conceptos y elementos
para una discusión moderna acerca de una sociedad del bienestar de carácter totalmente
diferente al modelo de sociedad consumista y pesetero que nos ha tocado en suerte vivir.

La retórica de la retórica

En la sociedad moderna la denominación de "retórica» ha venido a referirse al discurso


manipulador, como si hubiera discursos no retóricos. Retórica y ética se han venido a
concebir como extremos opuestos. Cuando la retórica ha sido utilizada como método de
análisis, se ha puesto al servicio de la agitación política o de la propaganda comercial. En
el mundo universitario la ciencia de la literatura ha sabido utilizarla para sus análisis de
textos. La filosofía práctica ha incorporado a veces algunos elementos de la retórica en
una teoría de la argumentación que es una prolongación de la lógica. Diferentes escuelas
lingüísticas como los sociolingüistas, han sacado también provecho de alguna parte del
tesoro retórico. Cognitivistas y teóricos de la comunicación también se han aproximado a
la perspectiva retórica. Por lo demás, la retórica se ha concebido como un arte de
persuadir que simplifica y empobrece la riqueza de aspectos de una retórica fundamental.
Ciertamente que todo acto comunicativo lleva implícito el intento de convencer, de la
misma manera que apagar la sed es un efecto relacionado con la bebida, pero un efecto
deseado no constituye sin más el ser de una acción o de una cosa. El luchar obcecada y
unilateralmente por un fin aislado conduce a menudo a lo opuesto de lo que se pretendía.
Esto exigiría sin embargo una disquisición más extensa de lo que me permite este
artículo.
La retórica abarca una pluralidad de aspectos y no resiste que se la escinda sin que su
núcleo esencial se pierda. Si pensamos, por ejemplo, en los tres elementos clásicos de la
retórica que constituyen la base de todo discurso convincente (ethos, pathos, lógos) éstos
no pueden ser utilizados cada uno de por sí, excluyendo a los otros, sin que el objetivo se
vea malogrado. La efectividad retórica se determina mediante la atención coordenada a
esos tres elementos inseparables. Algo semejante sucede con las partes tradicionales de la
retórica, conocidas desde Herenio: inventio, dispositio, elocutio, memoria, pronunciatio.
Si se toman en consideración como partes separadas e independientes, el discurso pierde
su vigor y efecto. El orden del discurso o dispositio y su desarrollo práctico o elocutio
exigen creatividad y genio (inventio), la inventiva no puede existir sin la memoria, y así
sucesivamente. Esos elementos retóricos integrados en una totalidad no constituyen
meras reglas sino que son llamadas de atención o sugerencias acerca de lo que es preciso
tener en cuenta para analizar, entender o preparar situaciones de habla. Una preparación
excesiva daña sim embargo la calidad del discurso. Un acto de habla resulta a menudo
mejor si se desarrolla de una manera espontánea basada en una larga experiencia. De la
abundancia del corazón habla la lengua. Estar dispuesto es más importante que estar
preparado.

La retórica se concibe y se ha usado como instrumento analítico de crítica, lo que subraya


su parentesco con la filosofía. Una regla de oro en filosofía es la que recomienda probar
las tesis planteadas con esas misma tesis o lo que, citando Marx, podría formularse: «Las
armas de la crítica no deben olvidar la crítica de las armas». Esta norma de acción
intelectual conduce a veces a paradojas, pero es justamente a esas paradojas a lo que hay
que estar atento. Aplicado a la retórica, dicha norma exige una investigación retórica de la
retórica, es decir una investigación de la retórica de la retórica. Pues «nada cae fuera de la
retórica, ni siquiera sus propios procedimientos» (Valesio [1986]).

Esta autocrítica o autoinvestigación nos hace justamente transcender de lo dicho al decir


y del decir al hablar. Con otras palabras: conduce de la cosa a la acción. Es importante no
dejarse engañar por sus propias palabras y comprender cómo los conceptos dan forma y a
veces deforman nuestra realidad. Piénsese por ejemplo en el propio concepto de
"concepto». Esa denominación nos lleva a creer que el concepto tiene un contenido, lo
cual conduce a conclusiones catastróficas. Un concepto retórico aparece de este modo a
una nueva luz. Un ejemplo de esto es la tópica, que para los investigadores alemanes de
la literatura se refería a ciertas expresiones o formulaciones establecidas, pero que en un
sentido más profundo se refiere a la manera de crear y utilizar esas expresiones o
fórmulas (Viehweg [1963]). Otro ejemplo es el de la figuras o tropos, que durante largo
tiempo ocupó el interés total de la retórica.

Haciendo retórica de la retórica alguien ha dicho que la palabra «metáfora» es una


metáfora y que una teoría de la metáfora supone una metáfora de la teoría, algo que
resulta más ingenioso que inteligible. Pero lo importante es quizá reconocer que lo que la
retórica llama metáfora y metonimia, ambas son resultado de un desplazamiento
metonímico. Metáfora y metonimia representan en realidad procesos mentales ocultos
tras el resultado semántico a que se dedican los manuales de retórica al uso. Sin negar el
valor de los muchos e inteligentes estudios que se han hecho acerca de la metáfora y de
los pocos que se han hecho acerca de la metonimia, los dos conceptos retóricos
tradicionales descubren, en una investigación atenta, una esencia más profunda que lo
que una figura retórica al uso supone. En realidad se trata de procesos de creación
conceptual. Quien vio esto bien fue Nietzsche. Pero ya Vico había indicado el camino y el
psicoanálisis y la psicolingüística, especialmente Roman Jakbsson y Jacques Lacan, han
ido allanándolo a través de intrincados parajes. Todo ello me llevó a mi a entender que
Metáfora/metonimia es el mecanismo mental que crea nuestros conceptos y hace visible
el sentido del mundo mediante el lógos (dia lógos). No es difícil mostrar que no sólo
algunas palabras especiales sino todas las palabras de la lengua som creadas mediante
una acción metafórica combinada con una búsqueda dinámica que es una acción
metonímica (Ramírez [1995b][1992 & s.]. De esto y de la ironía como fundamentación
del lenguaje y como paradoja existencial en sentido kierkegaardiano (Kierkegaard
[1846]), me he ocupado en una parte de mi investigación retórica que he dado en
denominar Fenomenología del Concepto y que todavía no ha transcendido del ámbito de
las aulas y del seminario.

NOTAS

1. El teorizar sobre un arte supone, sin embargo, a su vez un nuevo arte: el arte de
teorizar, es decir el arte de formular y describir lo que se piensa de manera adecuada,
inteligible y convincente.

2. Cabe por lo tanto hablar más bien de heurística que de método predeterminado.

3. No es nada extraño que la ética moderna tienda a reducirse o al utilitarismo o a la


deontología, perdiéndose de vista la ética del obrar como tal, es decir la ética en el
sentido que esta palabra tenía para su creador, Aristóteles.

4. Es cierto que añade kaì t_n áll_n («y todo lo demás» o etcétera), pero lo significativo
es que destaca los valores de la razón práctica y deja en el anonimato a los de la razón
teórica.

5. Esto es palpable en Suecia, donde la filosofía, encerrada en sus instituciones


universitarias y dominada por el positivismo lógico, de una parte, y por el utilitarismo de
la otra, no participa todavía en ninguno de los proyectos pluridisciplinarios modernos.

6. En Dinamarca, donde ha habido más sensibilidad para estas cosas, hay una institución
en Copenhague que se denomina Institución de Filosofía, Pedagogía y Retórica.
Quintiliano se sentiría muy a gusto.

7. Véase p. ej. su Logic of preference de 1963, o Norm and Action, que ha sido publicada
al castellano por la editorial Tecnos en 1970 con el título de «Norma y acción. Una
investigación lógica».

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