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Los cristianos no pueden negar el perdón. Cuando una persona nos pide
perdón, nuestro deber es perdonarla (Lucas 17:1-4). Aun si esa persona
peca contra uno reiteradamente y cada vez pide perdón, uno tiene el
mismo deber de conceder el perdón. Uno no puede decidir que la persona
necesita sufrir por un momento primero, que la persona merece la ley del
hielo, o que la persona no es lo bastante sincera. Uno tiene que conceder
perdón tan gratuita y prontamente como Dios le ha concedido perdón a
uno.
Los cristianos no pueden ser una piedra en el zapato del pastor. Muchas
iglesias tienen esa persona o algunas personas que asumen el rol de
mantener al pastor honesto, cuestionar todas sus acciones, rehusar darle
el beneficio de la duda. Ellos ven el ser abogado del diablo como su
ministerio en la iglesia, su ministerio de restricción de los líderes de la
iglesia. Pero la Biblia no permite semejante «ministerio». Más bien,
«obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes
como quienes tienen que rendir cuentas. Obedézcanlos a fin de que ellos
cumplan su tarea con alegría y sin quejarse, pues el quejarse no les trae
ningún provecho» (Hebreos 13:17).
Todas estas son cosas —solo algunas de las cosas— que los cristianos no
pueden hacer. Son cosas que no podemos hacer porque están más
asociadas con la impiedad que con la piedad, más con el pecado que con
la salvación. En cada caso, Dios nos ha liberado por su evangelio a una
nueva y mejor forma de vivir, una vía de amor, perdón, generosidad,
aliento, comunidad, sumisión, laboriosidad, pureza, y libertad. No
podemos hacer aquellas cosas que solo nos dañarían a nosotros y a
quienes nos rodean.