Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
La teoría de la novela de Lukács, quiérase o no, es uno de los puntos de referencia para la
comprensión de este género movedizo y ambiguo. Lukács es, a pesar de su idealismo inicial,
el pionero de una poética novelesca articulada a una concepción histórica, presidida por las
ciencias del espíritu. A lo largo de su obra, el autor expresa la admiración por lo clásico, deja
asomar la impronta hegeliana y revela su aprecio por la novela psicológica del siglo XIX.
Para Lukács, el mundo de la totalidad es el mundo griego y la totalidad es una categoría
estética necesaria para comprender la obra de arte como expresión de la concepción histórica
y filosófica del universo.
Algunas de las claves para comprender este texto las encontramos en el prólogo. El autor es
uno de los primeros en sembrar dudas acerca de las tesis que defiende; al prohibir la reedición
de su obra y denunciar, en 1962, el irracionalismo e idealismo de sus inicios hermenéuticos
diltheyanos, y pronunciarse a favor de las tesis marxistas profesadas desde 1917, indujo a sus
lectores a compartir las nuevas posiciones. El centro de su crítica es la tendencia intuitiva a
identificar rasgos generales de una época y, por deducción, imponerlos como visión de
conjunto, sin consultar las realidades históricas.
Punto central de la revisión es la tipología novelesca que identifica tres clases de novela: a)
del idealismo abstracto2 (El Quijote), b) novela psicológica de la desilusión romántica (La
educación
3
sentimental ) y c) novela educativa (Bildungsroman al estilo de Wilhelm
Meister ); dicha tipología es demasiado esquemática pues excluye muchas obras que no se
ajustan a los criterios señalados a partir de la relación entre el alma del héroe y el mundo que
le toca vivir.
A la par, Lukács destaca sus descubrimientos, entre ellos, el reconocimiento de la función del
tiempo en la novela, la historia de las categorías estéticas y la caracterización de la novela
como género ambiguo. La síntesis de su propuesta apunta a la novela como búsqueda de
sentido de la vida humana en un mundo degradado y sin sentido, donde las ideas estéticas
comienzan a ceder su lugar como principios rectores del transcurrir artístico.
Fiel a la perspectiva marxista, Lukács en La novela histórica y en Sociología de la novela
insiste en cierto realismo que se fija en la historia, que vive de la nostalgia del pasado y, en
consecuencia, su modo de representación es la narración a distancia. Sin embargo, la relación
entre el sujeto y el objeto se ve influida por mediaciones, categoría necesaria para superar la
inmediatez de lo empírico. Las mediaciones abren las posibilidades de esa relación. En
consecuencia, la novela se comprende en relación con categorías que soportan el peso de la
argumentación: totalidad, estructura, contenido, ironía y forma novelesca.
El propósito de estas notas es facilitar el acceso a la propuesta del filósofo húngaro; lejos de
la pretensión de establecer su verdad, quieren abrir la interpretación de sus tesis, a la luz de
algunas categorías sobre la novela, cuyo origen se establece en la propuesta de Lukács.
Lukács analiza históricamente la totalidad desde Grecia hasta los comienzos del Siglo XX
como un proceso en expansión desde la esencia a la forma. La esencia es el principio rector
de la totalidad griega pues hombres y dioses comparten el mismo mundo homogéneo, en
donde caben las respuestas mas no las preguntas. El mundo de los griegos es el de la physis,
mundo divino, eterno, invariable, mundo de la naturaleza. Para los griegos, los sujetos son
epigonales y no hay propiamente formas estéticas pues, el juego entre lo histórico y lo
metafísico, alude a esencias trascendentales, a formas atemporales y paradigmáticas. Así el
mundo griego es inmanente, homogéneo, naturalista y metafísico y, por tanto, es mundo de
esencias, modelos, sujetos epigonales y arquetipos.
La expresión es la épica donde la vida no tiene la amenaza del futuro; el héroe sufre pero
recibe la ayuda divina. Para Lukács, la totalidad inmanente se da en el mundo griego, mundo
intenso donde dioses y hombres se codean y unos y otros conviven y comparten un cielo y
tierra a la vez. Los hombres, en particular, viven en una especie de naturalismo y de realismo
ingenuo, donde el alma y el conocimiento obedecen al ritmo de la naturaleza. Entre los
griegos, hombres epigonales, no existen, en propiedad, las formas estéticas, que oscilan entre
o histórico y lo metafísico, fieles a esencias trascendentales; las formas son atemporalmente
paradigmáticas. Para ellos, más que una constricción, son conciencia de lo a priori, de lo que
duerme en el interior destinado a la forma.
Más tarde, la totalidad pasa a ser forma o resultado de la reflexión; el mundo se hace ancho,
infinito y peligroso y el hombre pierde la certeza, no posee evidencia de nada. Lo cierto son
preguntas sin respuesta y su única certeza es saber el próximo paso que ha de dar. Si hasta el
momento la totalidad era dada, ahora es producida, es decir, producto histórico y psicológico.
De acuerdo con Lukács, (1975:333) “El individuo épico, el héroe de la novela, nace de
aquella extrañeza respecto del mundo externo. Mientras el mundo es internamente
homogéneo, tampoco los hombres se distinguen cualitativamente los unos de los otros: sin
duda hay héroes y seres viles, piadosos y criminales, pero el héroe máximo no rebasa más
que de una cabeza la tropa de sus iguales, y las dignas palabras del más sabio son entendidas
incluso por los necios”. El hombre se convierte en objeto de sí mismo y asume la virtualidad
deontológica del ‘deber ser’; la novela es, entonces, la expresión visionaria del mundo
formado por el hombre; se construye un género empírico que no rebasa, así apunte a la
utopía, lo históricamente dado; sometida a la temporalidad de la vida, la fuerza psicológica
del sujeto procede de aspiraciones humanas con contenidos históricos, es decir, humanos.
Este conflicto de identidades entre sujeto y objeto, configura un sujeto problemático que, en
el mundo degradado, no puede ser, a pesar de sus intentos, garantía de totalidad. Su
autonomía y consciencia convierten al mundo en una interpretación pero en la medida en que
conoce, se aprehende mejor y nadie es capaz de abarcarlo. La única posibilidad que le queda
al hombre es recoger los fragmentos. En resumen, la totalidad novelesca se expresa como
forma y fragmentación.
Esta es la oportunidad del ser humano para expresar, entonces, su virilidad adulta y la
nostalgia de la pérdida de la trascendencia, dándole contenido histórico y psicológico a la
novela, desde el punto de vista de un hombre perfectible, que construye su destino humano,
en crisis permanente, y hace de su existencia algo inacabado. Esto convierte al hombre en
sujeto del ser –identidad- y sujeto del hacer – historia -. La novela le da sentido a la vida a
través de la subjetividad y de la intersubjetividad y de la consideración del destino como
problema del ser humano. Por eso, la totalidad es la configuración dialéctica y, por tanto,
ambigua entre sujeto/objeto, sociedad/individuo, principio/fin, causa/efecto, objeto/
mediación, historia/metafísica, inmanencia/trascendencia, esencia/existencia, forma/valor,
etc.
De ahí pasa Lukács al realismo crítico; el principio general obedece a que la obra de arte debe
ser reflejo de la realidad, reflejo que reconoce la objetividad del mundo externo y su
independencia con respecto a la conciencia humana. El papel de la conciencia es captar la
realidad a través de un movimiento dialéctico en la cual el hombre es agente y objeto de ese
proceso. En efecto, el conocimiento es reflejo de la realidad objetiva, en un tránsito que va de
la intuición al pensamiento y de este a la práctica; estas etapas sirven para estructurar y
corregir el acercamiento a la verdad. La representación intuitiva del mundo trasciende en
pensamiento; al articularse con los hechos reales, se conecta con la práctica para darle sentido
al desenvolvimiento de la realidad, que siempre será más rica que el conocimiento pero no lo
determina en absoluto. La dinámica del pensamiento exige la presencia del sujeto y del
objeto.
La obra de arte crea una imagen sintética de la realidad, donde lo expresado y lo recibido
forman una totalidad sincrética, indisoluble. Por tanto, el autor no puede ser neutral y debe
expresar las contradicciones de la realidad, optando por un punto de vista estético que decide
actuar sobre los determinismos y transformar las condiciones que los fenómenos expresan.
El mundo se presenta ante el héroe novelesco como algo cerrado, que le cierra los caminos de
realización personal; por eso, la totalidad no es esencia ni sustancia; es forma o configuración
de esencias, valores o principios en que sujeto y objeto se oponen, de manera que la forma
artística se llena de vida cuando se abre a la vida para recibir la incidencia del quehacer
humano, a través del cual el sujeto se desarrolla y cobra conciencia de su devenir.
Desde este punto de vista, la totalidad novelesca es universo de sentido creado; por eso, no es
obvia, hay que descubrirla e interpretarla. El significado es el resultado de un conflicto en
torno a la necesidad de crear vida humana y darle sentido a esa vida humana. La totalidad
creada por la novela no es evidente sino el producto de una mediación representativa que
agiganta y engrandece el conflicto humano. La totalidad es un posible artístico, un complejo
de selecciones no necesariamente inmediato. Darle sentido a la vida implica una relación
subjetiva e intersubjetiva y la problematización del destino del ser humano. La novela intenta
la creación de una determinada sociedad que sustenta una moral y unos valores; personajes
con una psicología, ciertos ideales y valores; una historia que significa un proceso de
enfrentamiento a instituciones de poder y de saber y la existencia de jerarquías generadoras
de problemas.
La forma de la novela es un intento de darle sentido a la vida empírica del hombre; pero el
sentido se resiste a manifestarse de esa manera, resistencia que resulta en disonancia. Esa
pretensión estética es el núcleo del conflicto psicológico y social de la novela, donde el ‘dar
sentido’, por su aparente pertenencia al plano del contenido, requiere que lo ético y lo estético
contribuyan a definir el problema. Estos elementos en la novela no son un telón de fondo, son
constituyentes de cada singularidad y parte de la búsqueda que la caracteriza. La novela no
tiene otra forma que la de ser proceso; es probable que el contenido se de como algo cerrado,
pero no la forma siempre fluctuante entre el devenir y el ser, entre el ser y el hacer.
Por esta razón, la ambivalencia novelesca juega entre lo continuo y lo discreto, entre la
totalidad del mundo y del hombre, entre el conjunto de los valores y la realización histórica
degradada de los mismos. La ironía es linealidad, sucesión, cambio e imposibilidad de
repetición. En respuesta a eso, la novela es un fenómeno artístico que apunta a las
posibilidades del conflicto entre el hombre y la realidad histórica. La novela se llena de vida
cuando se abre a la existencia y asume la conciencia histórica de esa existencia en relación
con un sujeto que se desarrolla y cambia de manera continua.
De este modo, la novela no cierra, no concluye la búsqueda demoniaca del héroe; superar la
ruptura entre el sujeto y el mundo es un imposible estructural de la novela. A lo sumo, el
héroe alcanza a tomar conciencia de lo inútil de su búsqueda, de la imposibilidad de vivir
esos valores y de poderlos conocer en su integridad. De ahí que pueda decirse con Kundera
que la novela es la sabiduría de la incertidumbre.
Volviendo al principio de este aparte, la novela es un ‘deber ser’, abierto a las posibilidades
del hombre y del mundo. Es, por lo mismo, un género vital en donde cabe de todo y,
prácticamente, el único capaz de configurar mundo. Este es uno de los estribos de la
sociocrítica actual.
2.1.5 La forma novelesca.- Como todo arte, la novela es forma inconclusa que expresa una
disonancia en la inmanencia –contexto vital- del sentido. Como forma, es una abstracción en
donde la totalidad jamás forma un sistema que pueda sostenerse por sí mismo, pues su
distancia del sentido inmanente de la vida se ha hecho problema porque el hombre, como
sujeto histórico, no tiene certeza de nada; esto, en palabras de Kundera, nos permite decir que
la sabiduría de la novela es la sabiduría de la incertidumbre. En palabras de Lukács, “lo
abstracto es esa aspiración nostálgica del hombre hacia un éxito utópico, que no acepta como
realidad verdadera sino a sí mismo y a su deseo”; en otros términos, el hombre se ha
convertido en medida de todas las cosas.
La novela es un género inconcluso porque es un proceso de eterna y permanente búsqueda
para alcanzar la totalidad psicológica e histórica de la vida que resulta de la intersección
existencial entre hombre/mundo/sociedad; en la novela no hay caminos, ni métodos, ni fines.
De ahí que los personajes novelescos sean seres que buscan el mal; como ya se dijo, es una
búsqueda que puede llevar a la muerte o la locura. En términos de Goldmann, es un intento
de llevar vida auténtica de acuerdo con valores en un mundo degradado.
Según Lukács, “El simple hecho de la búsqueda indica que ni las metas ni los caminos se
pueden dar de modo inmediato, o que su ser dado psicológico, inmediato e inconmovible, no
es un conocimiento evidente de conexiones verdaderas o de necesidades éticas, sino sólo un
hecho psíquico al que no tiene por qué corresponder nada en el mundo de los objetos ni en el
mundo de las normas”.
9
La novela es un género disonante porque la totalidad es algo que se desea pero no se
alcanza; la razón está en que la novela está amenazada por dos peligros: el deslizamiento
hacia la lírica o hacia el drama. Como dice Lukács, el alma de tal mundo “no busca conocer
leyes, pues el alma misma es ley para el hombre, y en cada materia de su actuación verá el
hombre el mismo rostro de la misma alma”. El alma que mora en la novela no quiere
renunciar a su identidad y a su autonomía, al entorno de lo humano, donde encuentra lo que
le es necesario para ser. Un alma que no cede a la trascendencia, que se regocija en su propia
inmanencia. Por eso, la novela es la expresión de la virilidad madura del hombre.
Para Lukács, “La novela es la epopeya de una época para la cual no está ya sensiblemente
dada la totalidad extensiva de la vida, una época para la cual la inmanencia del sentido a (sic)
la vida se ha hecho problema pero que, sin embargo, conserva el espíritu que busca totalidad,
el temple de totalidad”.
1.- La forma externa se produce como biografía o vida humana que trata de vivir unos ideales
–sistema conceptual- a los que se les escapa la vida; que con respecto al conflicto entre las
formas que corresponden a las aspiraciones y la realización utópica de las mismas, busca
siempre iluminar esta relación, aunque no alcance su ejecución cabal. Esta es la manera de
darle al ser vida humana desde coordenadas históricas y psicológicas. La relación obedece al
juego de los valores históricos entre la realidad y la utopía.
Por lo anterior, el héroe novelesco es el ser abandonado por Dios que se ve compelido a
construir la fábula como nostalgia o como viaje, de donde la novela es el género que da
expresión a la memoria o a la aventura. Por un lado, es viaje por el mundo y su contenido es
la historia del alma que parte en busca de aventuras para conocerse y probarse en ellas con el
fin de hallar su esencia. Por el otro, es el viaje hacia la interioridad en procura de estribos
vitales –infancia, paraíso perdido, Arcadia- que le den sentido a la vida, estribos que aparecen
en el recuerdo, recuperación que es otra forma de la ironía. En síntesis, la forma externa
corresponde al intento de responder a la vida cotidiana y la interna a la búsqueda del sentido
de la vida. Es una especie de juego entre lo dado y lo formado.
Desde un punto de vista crítico, la totalidad novelesca es el juego de relaciones que permite
comprender los hechos narrados; es un principio unificador del sentido y de su lectura. La
totalidad es la estructura significativa que produce el contenido estético de la novela y otorga
sentido a cada uno de sus partes como creación de mundo y de lenguaje. Esa totalidad es
ambigua pues no esta exenta de contradicciones relativas al mundo social del autor; este
mundo es el conjunto de las relaciones sociales (laborales y producción), las instituciones del
poder y del saber, la concepción de mundo y la ideología imaginarios, ideas, simbolismos y
mentalidades. En otros términos, el fundamento del hombre moderno es la subjetividad del
sujeto, es decir, aquello de lo cual yo tengo conciencia, lo que produzco racionalmente. Este
hombre confía relativamente en los productos de la razón. Todo aquello que racionalmente no
está a su servicio en el mundo de su experiencia es puesto en duda.
Por eso, puede afirmarse que la novela es un intento de responder a necesidades del hombre
moderno, de orden cosmológico, epistemológico y ético. En el orden cosmológico, la novela
trata de apoderarse de los principios fundadores del mundo humano, pero fracasa en ese
propósito porque le falta el símbolo. En cuanto a lo epistemológico, la novela pretende
conocer extensivamente el mundo, pero ante la infinitud solo capta formas y fragmentos,
siendo su aprehensión parcial e intensiva. Tal forma intensiva es un espectro, un fantasma del
mundo infinito, un producto de la reflexión. Por último, con respecto a la necesidad ética, el
hombre entra en conflicto consigo mismo y con el otro; su escepticismo y su duda, siembran
la desconfianza frente al poder y al saber del otro.
2.2.1 La visión psicosocial de René Girard.- La obra de Girard tiene un interés especial, sobre
todo en cuanto a lo planteado en Mentira romántica y verdad novelesca, obra dedicada por
entero al género a través del estudio de ficciones tan importantes como las de Cervantes,
Flaubert, Proust, Stendhal y Dostoievsky. Basado en las obras de estos escritores modernos,
Girard plantea la hipótesis del deseo triangular y sobre ella realiza un análisis psicosocial a
fin de develar la manera como la sociedad y la psicología individualistas se proyectan en el
personaje a través de las mediaciones. A partir de este planteamiento, establece la diferencia
entre lo novelesco y lo romántico. Lo romántico acepta la espontaneidad del deseo y la
autonomía y originalidad de la subjetividad, lo que supone que el deseo es lineal. Esta
diferencia es el terreno de la lucha entre el novelista y el romántico, entre la desmitificación y
la mistificación del deseo.
Al parecer, eran dos las intenciones del autor; por un lado, poner a la literatura como
escenario o agente de desmitificación y, por otro, apostar por el deseo mimético como
elemento generador de conflicto en cuanto constituye una amenaza para la armonía y hasta
para la supervivencia de comunidades humanas debido a “que la dinámica de la rivalidad
mimética tiene sus raíces en un objeto disputado” y, por tanto, puede ser un aporte para la
explicación de la novela.
Para Girard, existe una mimesis conflictiva anterior a la representación mediante signos, pero
también posterior a ella. Es anterior por cuanto ya existe en los animales, pero es posterior en
la medida en que puede desintegrar todos los sistemas, lo que no obsta para que cumpla un
papel cardinal en la “génesis y estabilización práctica de diferencias culturales”. Esto induce
a considerar que la religión es una gran fuerza animadora de los procesos culturales. La
violencia mimética crea víctimas propiciatorias, de modo que “las instituciones
fundamentales de la humanidad – ritos funerarios, tabú del incesto, la cacería colectiva, la
domesticación de animales – se hacen estructural y genéticamente inteligibles si se las mira
como productos del sacrificio unánime de víctimas”. Este sacrificio tiene como misión
establecer jerarquías y determinar diferencias, en imponer valores donde solo aparecía el
conflicto, mediante el juego dialéctico de la rivalidad mimética.
Otra de las posturas de Girard tiene que ver con el deseo triangular; según el autor, los
personajes novelescos tienden a imitar los deseos de los modelos de vida que se han dado
libremente. “En la mayoría de obras de ficción los personajes desean con más simplicidad
que Don Quijote” (MRVN, 7), pues siempre se encuentran frente a frente el sujeto y el
objeto, con énfasis en uno o en otro. Solo en las grandes obras, el sujeto y el objeto se ven
influidos por un mediador que irradia su acción sobre uno y otro que cambian pero el deseo
triangular siempre permanece. Todos desean según otro. Sancho desea según Don Quijote y
este desea según Amadís de Gaula.
Debido a incapacidad, los lectores románticos no pudieron examinar las diferencias entre
Quijote y Sancho ni ver la influencia profunda y constante del mediador imaginario en el
caso del caballero; por eso, solo distinguieron entre el idealista y el realista. Pero, por
ejemplo, no se dieron cuenta que la lejanía del mediador en Don Quijote implica que este sea
un héroe sereno donde no se da la obstinación porque los deseos no lo torturan y no se
encarniza contra el infortunio. A diferencia, los héroes de Proust y de Stendhal se
decepcionan porque, una vez que han alcanzado el objeto de su deseo, comprueban que su ser
no ha cambiado y que la metamorfosis esperada no se ha realizado. En palabras de Girard, la
decepción es propiamente metafísica porque hace más intensa la pasión en virtud de la
cercanía del mediador y en detrimento del valor del objeto concreto.
El snob no es bajo pero se rebaja lo que no debería ocurrir en una sociedad libre, pero es allí
donde existen pues el snobismo requiere la igualdad concreta. El snob dota de prestigio
arbitrario a sus mediadores mundanos y comete mil bajezas para hacerse aceptar por los seres
creados por él. Al comenzar en el plano de la igualdad, se inclina ante un título de nobleza
que ha perdido su valor real y se envilece porque la imitación, además de arbitraria, es
despreciable por lo inmediata, por lo mundana por el odio hacia sí mismo a través del otro,
hacia su propio deseo.
De acuerdo con Girard, hay tres novelistas de la mediación interna: Stendhal en quien
predomina la esfera de lo público, Proust en cuya obra el mal invade la vida privada y entre
ellos el círculo familiar y Dostoievski en quien el círculo íntimo está contaminado. Esto le
permite establecer la diferencia entre la mediación exogámica en Stendhal y Proust donde, a
pesar de la mediación, todo se ordena alrededor del héroe principal, y la endogámica en
Dostoievski, donde el mediador se acerca demasiado, suscitando una pasión intensa donde el
objeto es relegado a un segundo plano; de ese modo, todo se ordena en torno a aquel. Las
contrariedades que sufre el héroe deseante son tan violentas que pueden causarle grandes
sufrimientos y llevarlo al crimen.
Lo anterior no quiere decir que las dos formas de la mediación se excluyan en una misma
novela; de hecho, coexisten y entre ambas contribuyen a definir los matices del deseo
mimético como forma de la unidad de la literatura novelesca, cuyo espacio es ‘einsteniano’,
donde la recta se hace un círculo que nos conduce a nosotros mismos. Este círculo es el de la
obsesión del héroe, cercado por sus enemigos y reducido a sus recursos.
Las diferencias se hacen notar; por ejemplo, en la mediación externa el mediador es solitario,
intemporal y fabuloso, pero en la interna de Dostoievski es caótica. Por eso, la personalidad
se atomiza y es a eso a lo que se ha dado en llamar polifonía del héroe dostoievskiano. Es
decir de la unidad se pasa a la fragmentación, a la multiplicación y a la atomización. De este
modo, “las más diversas formas del deseo triangular se organizan, pues, en una estructura
universal. No hay un aspecto del deseo, en un novelista cualquiera, que no pueda ligarse a
otros aspectos de su obra y a todas las obras. el deseo se muestra, por lo tanto, como una
estructura dinámica que se despliega de uno a otro extremo de la literatura novelesca”.
(MRVN, 71)
Esta relación se diversifica como lo hace la mediación en externa e interna, según se ilustra
en el siguiente cuadro:
amor odio
rivalidad
distancia
accesible inaccesible
Quien mejor recoge la tesis de Girard es Zima quien critica a Goldmann la incapacidad para
reinterpretar en su provecho el deseo triangular a la luz del valor de cambio, a la par que
sugiere la sustitución de dicha noción por el principio de oferta/demanda. A las objeciones
que hace Pouliquen a la reducción de Zima, se puede sumar otra que tiene su origen en la
novela como arte de lo posible. Las mediaciones son las que constituyen este arte de lo
posible en cuanto la configuran como un juego donde operan lo múltiple, lo heterogéneo, lo
diverso. Además, es importante tener en cuenta la naturaleza metonímica de la imagen
novelesca, sumada a la ironía como hija de la historia y a la presencia de la forma como
abstracción producida tal como ya se planteó con respecto a Lukács. En síntesis, la hipótesis
de la mediación se puede avistar desde categorías como la ambivalencia, la ambigüedad, la
no disyunción, la polifonía y el deseo triangular mismo, categorías que si bien no son
definitivas contribuyen a la comprensión de la novela como género de la diversidad.
Dentro de esta perspectiva, lo que la novela produce son valores de cambio que no son, en
propiedad, valores auténticos; por eso, a la sociología de la literatura no le interesa el análisis
temático-referencial, es decir, las relaciones entre el contenido de las obras y la conciencia
colectiva. Prefiere la ideología para que no se le escape lo específicamente literario, a pesar
de que se le escape la capacidad creativa del escritor. Esto lo recupera parcialmente cuando
descubre la capacidad global y la mayor coherencia de la visión de mundo lo que es síntoma
de la calidad estética.
En efecto, los hechos humanos son comportamientos de un sujeto que busca satisfacer
necesidades e ideales y modificar la situación en consonancia con aspiraciones de grupo.
Cada grupo se define por a) ocupar un lugar en la producción como explotador o trabajador;
b) por sus relaciones con otros grupos o clases, y c) por su visión de mundo.
Por eso, Goldmann rechaza los análisis intuitivos basados en la simpatía, en la afinidad, en el
gusto pues carecen de carácter científico, y los filológicos que de manera positivista apuntan
a la autenticidad histórica del texto o reducen fenomenológicamente el sentido al análisis
inmanente de la obra; por esta razón, prefiere los métodos dialécticos; por eso, descarta que
los principios del lector sean buenos para llegar a la literatura o los que se basan en el autor,
no obstante su punto de partida sea el texto. No acepta de buenas a primeras que la
autobiografía y el conocimiento del autor puedan ofrecer datos indispensables para el
análisis, ni siquiera cuando el autor es contemporáneo, así se sepa mucho de sus sentimientos,
influencias, formación, formas de vida, etc. Tampoco, los ofrece el análisis psicológico, o el
psicoanálisis que trata la literatura como expresión de una patología, cosa que Goldmann no
acepta pues para él la literatura es expresión del no-consciente y no del inconsciente.
Mientras que el primero puede ser activado, no ocurre así con el segundo cuyo testimonio es
casi siempre indirecto y al que le falta el trasfondo cultural.
En relación con el análisis lingüístico, critica las posiciones formalistas y precisa que los
textos literarios son hechos de habla y no de lengua; por eso, la lingüística se ocupa de las
posibilidades de la significación y no de la significación misma, al contrario de la obra
literaria que es significativa, por lo cual los métodos de la lingüística no son válidos frente a
la literatura, pues son incapaces de abordar los medios expresivos porque: a) los medios
expresivos no son sistemáticos, y b) no hay formas de definir qué es lo pertinente en un texto
literario.
Por tanto, la manera de acceder a los medios es a través de estructuras significativas globales
que sirvan de hilo conductor de lo que significan los medios; lo literario no es, pues, el
estudio de los medios sino de las significaciones; en efecto, los medios se subordinan a las
significaciones que siempre serán dobles: las significaciones del intratextuales y las
extratextuales o visión de mundo.
La relación que se establece, entonces, radica en el juego de sentido que va del sentido textual
de la obra a los fenómenos histórico sociales cuyo contexto es la sociedad y entre estos y la
concepción de mundo. Pero lo que interesa es la relación entre la primera y la última. Según
Goldmann, “Explicación y comprensión no son, pues, dos procesos intelectuales diferentes,
sino uno 14
solo y mismo proceso referido a dos marcos de referencia: la obra y la visión de
mundo”. (HSN, 231)
Para Goldmann, “el carácter colectivo de la creación literaria proviene del hecho de que las
estructuras del universo de la obra son homólogas a las estructuras mentales de ciertos grupos
o (están) en relación inteligible con ellas”. Para el caso de la novela, dicha visión es histórica
por cuanto se atiene al tiempo y a sus dimensiones, acepta que el mundo se transforma y
progresa y, en tercer lugar, juega con la temporalidad hacia el pasado (memoria, nostalgia,
ensoñación, aracadia o paraíso perdido) o hacia el futuro (viaje, aventura, utopía).
2.2.2 Evaluación de la postura goldmanniana .- Una mirada panorámica, nos permite destacar
la importancia de los planteamientos de Goldmann, en relación con:
La enumeración un tanto caótica de los temas bajtinianos nos permite elaborar un listado
como el siguiente:
1. Dialogismo: dualidad de la voz. 15
2. Polifonía: heterofonía y heteroglosia
3. Carnaval: profanación, excentricidad,
4. Ideologema: coordenada sociohistórica.
5. Intertextualidad: presencia de otros textos
6. Humor, risa: comicidad, juego, carcajada.
7. Grotesco: hipérbole de lo feo.
8. Contemporaneidad novelesca: vida cotidiana, punto de vista actual.
9. Discursividad de la novela como género
10. Crisis de la representación: antilogocentrismo.
11. Cronotopo: coordenada témporo-espacial del acontecimiento y su representación
12. Cultura popular: ritual, fiesta, comportamiento, lenguaje del pueblo.
13. Estética de la novela: composición, arquitectura y contenido de la novela.
14. Epistemología de la novela: ‘bondad del arte’ que apunta a la totalidad.
15. Dimensión ética del discurso: búsqueda y encuentro con la alteridad.
16. Discurso y enunciación: la novela es un tipo de discurso estético.
Teniendo en cuenta estos elementos, las bases de la propuesta bajtiniana, pueden ser las
siguientes:
1. Discursiva en cuanto concibe la novela como un género discursivo que abarca todas
las formas de la productividad social del discurso.
2. Sociocultural en cuanto estudia la saturación ideológica que se da en el lenguaje.
3. Estética en cuanto a la conformación tripartida de material, forma y contenido.
Esto nos permite hablar de una sociosemiótica o, como otros han traducido, una
socioestilística que afronta el lenguaje como discurso, mirándolo a través de:
2.3.1 Las características del diálogo socrático.- Teniendo en cuenta que las dos
direcciones previas se basan en el diálogo socrático y que este constituye el punto de
partida de Bajtín, algunas de las características de tal diálogo, son entre otras las
siguientes:
2.3.2 La sátira menipea .- Además del diálogo, otro de los factores que incide en la
construcción de la socioestética bajtiniana es la sátira menipea; entre sus características
podemos citar las siguientes:
Si bien estos criterios definen el diálogo socrático y la sátira menipea, son utilizados por
Bajtín para explicar el dialogismo novelesco, la polémica es fundamental en el diálogo; este
no existe sin confrontación de puntos de vista y los rebajamientos y excentricidades que se
mostrarán con respecto al carnaval y la cultura popular. Tampoco lo habrá si, como lo
pretendía Goldmann, existiese coherencia de punto de vista.
Las condiciones mínimas de ese diálogo tienen que ver con la existencia de relaciones
lógicas, la existencia de relaciones temático semánticas y la producción de discurso.
Las relaciones lógicas deben encarnarse en discurso, en enunciados de autor con posiciones y
propósitos específicos que se imponen como producto de una voluntad creadora. Lo dialógico
puede enfocar cualquier parte del enunciado, estilos, dialectos, así como posiciones de
sentido, o puede dirigirse al propio discurso de uno. Esto quiere decir que la palabra bivocal,
típica del diálogo, se orienta, ampliando la visión de Bajtín, hacia el objeto o tema, la palabra
del otro, la palabra de sí mismo o hacia la palabra en sí misma.
Algunas de estas formas permiten diferenciar en la palabra ajena dos formas: la activa y la
pasiva. La parodia es pasiva, pero son activas la polémica y el diálogo oculto; la una porque
provoca al contrario llegando a contradecirlo, y el otro porque cambia de sentido o de
dirección la palabra ajena. Una nos trasmite dos sentidos sin que lleguen a fundirse o se
dividan. Las otras suscitan la polémica, la discusión.
Sin embargo, esto no basta para Bajtín; la forma implica, además, una valoración en la que
interviene la “intensidad emocional-volitiva de la forma”, a la cual se suman la actitud
expresiva valorativa del autor y del espectador. De esta manera, la forma estética se configura
en torno a factores como:
De todos ellos, los tres factores intermedios son los que integran, en efecto, la forma estética
propiamente dicha. Esto supone un análisis estético enfocado, no a la obra en su aspecto
sensorial, sino a aquello que la constituye en cuanto actividad estética del artista y actitud del
lector dirigida a aquella. (Aquí Bajtín se manifiesta precursor de la estética de la recepción).
Para Bajtín, lo importante es el primer tipo, aunque interesa reconocer que, a veces, lo
arquitectónico puede confundirse con lo compositivo que se hace pasar como el valor
artístico, tal como lo intentaron los formalistas rusos. ¿Qué es la forma arquitectónica?
Aunque no es fácil discernir, a partir de las tesis de Bajtín, cuál es su real significado, cosa
que, por demás, él mismo reconoce, intentaremos varias aproximaciones a ella.
1. La individuación estética tanto del objeto como del creador en su singularidad, lo que
permite ver la obra como metáfora del mundo.
2. La autosuficiencia e independencia del acabado artístico lo que define el carácter
osado de la metáfora o su originalidad y en su a-historicidad.
3. El intento artístico de crear en la obra una totalidad de mundo.
4. Cierta teleología que coincida con el propósito estético de instaurar otra mirada sobre
el mundo.
5. El intento de construir una visión de mundo plural.
Por otra parte, es necesaria a la concepción del estilo y a la historia del arte como procesos
histórico-culturales que comprenden la cultura y el arte como fenómeno fronterizo: autónomo
y participante. En el arte, se expresan visiones en forma de tipos de conocimiento y de
pensamiento valorado y ordenado por la conducta ética. El arte vive en la tensa atmósfera
valorativa de una indeterminación importante que es apertura y liberación hacia lo valioso en
los sentidos cognoscitivo, social, político, económico y religioso.
Por tanto, la realidad que le sirve de pretexto no es neutra, sino conocida y valorada; es
conocimiento social y práctica vital que se contrapone al arte como algo bueno y verdadero a
la belleza. Lo que caracteriza al arte es su carácter receptivo-positivo; preencontrada por el
acto estético y valorada por la conducta, la realidad entra en el acto estético de modo que crea
la unidad intuitiva concreta del mundo conocido y valorado, embelleciéndolo, cantándolo
para “situar al hombre en la naturaleza, humanizando la naturaleza y naturalizando al
hombre”.
Estos son, en síntesis, los aspectos que configuran lo que el filósofo ruso denomina realismo
grotesco; muchos de esos rasgos carnavalescos se pueden estudiar en la novela de Rojas
Herazo. La narrativa de Rojas Herazo no pretende representar algo específico; es, más bien,
una experiencia vital, un intento por resituar la vida en los márgenes de los sentidos; por
expresar a través de ellos el ejercicio poético puro desde una posición donde la avidez, el
hambre de mundo arrastran al poeta a poner frente a ese mundo la vida para apoderarse de la
poesía, para embeberse de ella, descubrirla en el afuera mismo del hombre, pero mediante la
imposición de la corporeidad plena, desde la fisiología hasta el ejercicio de la imaginación.
Dentro de lo grotesco de la novela, aparece la sentencia de que la letra con sangre entra,
actitud visible en el comportamiento de la vieja Vitelia en relación con los castigos que
impone a los niños y, por supuesto, en la venganza que estos toman; rociarle una bacinilla de
orines en la cama a la señora, en son de burla y travesura, significa asimilar el castigo,
atenuarlo pero también degradar a la vieja devolviéndole sus propias excrecencias, lo que ella
ha expulsado de su cuerpo y constituye su propio deshecho. Pero, además, se podría pensar
que este paliativo que, además de sus cualidades curativas, dota de cierto poder a los niños al
consagrarles el poder sobre un territorio del cual excluyen a Vitelia, impidiéndole dormir en
su propio lecho.
Esta es una forma de ver al hombre dessublimado, aferrado a la feria de sus miserias
humanas, relacionadas con el vientre que como se sabe conserva en las situaciones grotescas
su poder ambivalente a través de la red que asocia y liga la boca con el ano.
1. La inexistencia del cadáver después de la muerte pues esta no es un hecho físico sino
un proceso de despojamiento de los sentidos, un irse ocultado y fantasmagorizando
para presentarse con mayor libertad y aparecerse en cualquier rincón de una casa o de
un patio.
2. Celia, Julia y Brígida parecen ser una misma persona desdoblada en tres figuras. Este
camaleonismo es, en palabras de Cortázar, una muestra de la capacidad negativa del
hombre y una prueba de “la habilidad para existir en medio de incertidumbres,
misterios, dudas, sin la irritante búsqueda de hechos y razón”. En poesía, la identidad
se ve amenazada porque no responde a la definición o al concepto, sino al
sincretismo de la imagen.
3. La presencia de lo corporal y de lo fisiológico a manera de formas de la exageración
de posiciones si bien cotidianas salidas de tono. Aquí afluye lo primitivo o, para
decirlo de nuevo con Cortázar, ‘lo primordial’ que es anterior “a la hegemonía de lo
racional y subyacente
18
luego a su cacareado imperio”.
4. La máscara como elemento conectado con lo19demoniaco, fantasmal y carnavalesco
del episodio en torno a la muerte de Mendieta.
Con respecto a las máscaras las escenas finales de la novela apuntan a la celebración
carnavalesca de la muerte; siguiendo a Bajtín (1986), el carnaval es un espectáculo ritual,
sincrético y heterogéneo, en el cual no se contempla ni se representa sino que se vive la vida
y el mundo al revés.
2.3.6 Las manifestaciones del carnaval.- Con respecto al carnaval, es necesario discernir
sus cuatro características que resumimos así: El carnaval es un fenómeno social, de
carácter sincrético y ritual, complejo y heterogéneo que tiene múltiples manifestaciones
en distintas épocas y pueblos. Es, en propiedad, un espectáculo en el cual se anula la
diferencia entre actores y espectadores lo que nos da una dimensión de qué ocurre con
la novela en cuanto a la relación entre autor y lector o entre estos y los personajes. Por
eso, en el carnaval no se contempla ni se representa sino que se vive la vida y el mundo
al revés.
1. Se borran las distancias entre las personas a favor del contacto libre y familiar que
profana todo tipo de jerarquías.
2. La excentricidad vuelve inoportunas las actuaciones de los hombres pues se viola
todo principio de obediencia que tenga que ver con factores de autoridad, dignidad,
edad, sexo, gobierno.
3. Las disparidades carnavalescas afectan los valores, ideas, fenómenos y cosas, de
modo que todo lo cerrado y acabado, se abre o comienza a ser incompleto; lo alto se
confunde con lo bajo; lo noble se contagia de lo vil; lo sabio se confunde con lo
estúpido.
4. La profanación, la desacralización, el sacrilegio, las parodias y sátiras, los
travestimientos burlescos, los rebajamientos carnavalescos se ponen al orden del día.
Por lo anterior, son formas del carnaval: el destronamiento del rey y la coronación del bufón;
la conjugación de la muerte con la vida; la relatividad festiva de todo orden o principio; el
desarrollo de la ambivalencia y de la ambigüedad; la celebración de todo cambio; la
instauración de los dobles y de las máscaras; la utilización de objetos al revés; las
mistificaciones carnavalescas; la instauración de la risa carnavalesca que blasfema e injuria lo
superior para obligarlo a renovarse; la celebración del cambio de poderes y del orden
universal; la contextualización de todos los acontecimientos; la parodia de todo los textos, en
especial de los sagrados; la utilización de espacios carnavalescos: umbral, baño, cocina, sala,
plaza, caminos, etc. La palabra carnavalesca: insultos, injurias, blasfemias, cinismo, etc.
Las ideologías nacen en las clases, se revelan en los conflictos entre clases, responden a
intereses de clases y operan mediante tácticas y estrategias de clase. Tendrán mucha mayor
fuerza cuanto mayor sea el poder de una clase y mayor el esfuerzo y el papel de las
estrategias para presentar su interés como el de todas las clases. Es lo que ocurre con la
burguesía que imponía universalmente sus normas y principios, basándolos en el criterio de
racionalidad y en la consciencia de sí misma de clase generadora de la modernidad.
Esto manifiesta dos cosas: a) Las condiciones de vida de clase y, b) La relación jerárquica
entre la clase dominante y las demás. El modo de vivir burgués, el saber, la ciencia, los
principios éticos, se muestran como los mejores. De ahí, la derrota del mito y del héroe como
concepciones que dan lugar a la novela en la burguesía.
Si la novela como producto burgués se sujeta a la concepción histórica que sublima el pasado
y fija el futuro como utopía, ¿De qué manera puede contribuir al cambio si lo que así se
produce es un ocultamiento de la realidad?
La ideología no describe el status quo; lo justifica para delimitarlo. Para resolver estas
preguntas es importante tener en cuenta: la manera como la literatura hace funcionar
ideológicamente (e imaginariamente) elementos reales e imaginarios; como funciona lo
implícito en relación con la ideología; el lenguaje en su dimensión semiótica; los aparatos e
instituciones ideológicas; las formas alusivas e imaginarias de referirse a la realidad; la
manera como elabora los contenidos ideológicos; la comunidad de creencias, simbolismos e
imaginarios que confiere confianza al artista para producir arte; el origen social de la
novela y el carácter ambiguo de la novela.
Esto implica leer la literatura en su unidad ideológica a partir de una base socioeconómica
común y no perder de vista su especificidad como objeto estético. Por otro lado, esta
concepción supone ubicar la literatura en el campo de las ciencias humanas, definidas de
manera nueva, lejos de las pretensiones idealistas o positivistas dentro de las cuales las ha
enmarcado la cultura de occidente.
Para los dos rusos, el marxismo aporta las bases para asumir “la tarea de unir una síntesis
amplia y una cosmovisión con el dominio de la pluralidad material y de la generación
histórica de los fenómenos ideológicos”. Se trata, entonces, de asumir la cosmovisión
filosófica dentro del universo fluido de los fenómenos históricos concretos, reconociendo la
especificidad del arte, en especial de la literatura.
La ideología es un objeto material que hace parte de las formas de la realidad producidas
socialmente por el hombre, con una especificidad cuyos distintivos son: la significación, el
sentido y los valores que se plasman en acciones y en cosas materiales lo que quiere decir
que no existe por sí misma en la mente del hombre como tampoco tienen una realidad por
fuera del lenguaje, las acciones, los vestidos, las conductas de los miembros de la sociedad,
aspectos que son todos material sígnico determinado. Esto quiere decir que la ideología no es
extraña al signo y a la comunicación social, pero no quiere decir que su naturaleza sea
estrictamente semántica, sino que está asociada con cosas materiales, de manera más
profunda de lo que a menudo se ha creído.
La literatura forma parte autónoma del entorno ideológico de la realidad. Ella refracta la
existencia
20
socioeconómica en su proceso generativo muy a su modo. Pero, también, refleja y
refracta los reflejos y refracciones de otras esferas ideológicas, o sea la totalidad del
horizonte ideológico. La literatura es reflejo del medio ideológico y de las bases
socioeconómicas, refractados.
Este horizonte es el campo del conflicto ideológico de los discursos y de las acciones
sociales. Es el campo de confrontación de las prácticas sociales donde se procesan los
ideologemas particulares del contenido cognoscitivo, ético y estético. Por su parte, el
ideologema es el producto ideológico o un momento del horizonte ideológico materializado.
Habrá, entonces, ideologemas filosóficos, epistemológicos, éticos, psicológicos, históricos,
etc.
El interés de las tesis de la semióloga Julia Kristeva en torno a la novela radica en el intento
de acercarse al fenómeno desde diversos puntos de vista, conocidos integralmente como
semanálisis. Este proyecto, en consecuencia, incorpora fundamentos de lógica, semiología,
lingüística, psicoanálisis, historia y sociología entre los más destacados y se concentra en
planteamientos del pensador ruso Mijaíl Bajtín, relacionándolos con la semiótica narrativa y
con elementos de lingüística generativa transformacional.
2.4.1 La novela: del símbolo al signo .- Una de sus tesis pretende explicar el origen de la
novela a partir del cambio del símbolo al signo que se produce entre la Edad Media y el
Renacimiento; como se sabe, la Edad Media conoció un fuerte auge narrativo que se expresó
a través de los cantares de gesta, los libros de caballerías y que se revela en todo su esplendor
en la Divina Comedia y en el Decamerón de Bocaccio, así como en el Mío Cid.
Es un hecho que las sociedades simbólicas se caracterizaban por el domino del mito. Ajenas a
la reflexión sobre el lenguaje, han establecido fuertes censuras en relación con el trabajo
sobre lo simbólico. El símbolo, dadas sus características de misterio, de totalidad, de
trascendencia y de jerarquía, se ha establecido con base en una relación natural entre el
sentido y la expresión. De este modo, el símbolo representa la idea bajo un solo aspecto, a
pesar de que el león no resulta ser siempre animoso ni el zorro astuto; se asume que, no
obstante el equívoco, el símbolo representa bajo un solo aspecto.
Este es, al parecer, el sentido que interesa a la semiología por lo que el símbolo contrae
fuertes lazos con el indicio que envuelve la realidad en un aura de enigma y de misterio.
Algunas de sus características son la cosmogonía, la teogonía, la totalidad, la verticalidad, la
universalidad, la trascendencia, la reiteración y el sincretismo. Frente a estas característica,
resulta que lo simbolizado es irrepresentable e incognoscible debido a que la relación entre la
trascendencia y la expresión no es directa pues entre el significante y el significado no hay
parecido como tampoco inmediatez y ambos están separados e incomunicados e irreductibles.
No hay, pues, generalización. Las unidades simbólicas no abundan; por eso, su cantidad es
restringida en el paradigma y, en cuanto al sintagma, son unidades excluyentes e
incompatibles, extrañas a la paradoja: la vida se diferencia de la muerte, Dios es lo contrario
del Diablo.
Esta situación, que prevalece durante la primera mitad de la Edad Media, evoluciona a partir
de la segunda mitad (S. XIII-XIV) cuando se inicia un periodo de transición que modifica la
relación entre Se/So; esta se hace inmediata, real y concreta, adoptando un carácter marcado
por el escepticismo y el relativismo propios de la visión histórica del hombre. A pesar de
estas manifestaciones, en la Edad Media no hubo novela; las razones que muestran el
surgimiento del género como fenómeno cultural, social e histórico son suficiente evidencia de
que la novela es un género antropomórfico que requería un cierto tipo de cultura del hombre
que facilitara la expresión de su conflicto psicológico e histórico.
Esta cultura secular que colocó al hombre como centro y protagonista de la historia e hizo del
hombre un ser con ansias de dominación del mundo e institucionalización de su poder se
gestó a partir del Renacimiento. Dicha cultura en la que hombre no ve clara su relación con la
periferia y, en consecuencia entra en duda acerca de ella o la concibe como algo ambiguo, es
el resultado de un hombre idealista que cree en sus posibilidades pero consciente de sus
límites, se vuelve pragmático y racional, según lo notamos en el discurso sobre las armas y
las letras en El Quijote. Esa conciencia es la del signo.
SIMBOLO SIGNO
• Cosmogonía • Historia
• Dios • Hombre
• Universal • Particular
• Trascendente • Inmanencia
• Mito y fe • Razón
• No adecuación entre Se y So • Adecuación entre Se y So
• No inmediatez entre Se y So • Inmediatez pragmática
• Univocidad, • Ambigüedad
• No paradoja • Paradoja
• No ironía • Ironía
• Sacralidad • Profanación
• Logocéntrico • Escritura
• Visión épica • Psicologismo
• Ahistoricidad • Historicidad
• Heroísmo • Antiheroísmo
El signo remite a entidades menos vastas y más concretas que son objeto del mundo humano;
"La objetividad será la ley dominante del discurso de la civilización del signo", dice Kristeva
(1977: 154). En su función lineal, horizontal, el signo se articula como una cadena
metonímica que luego dará lugar a la metáfora. En el signo, se expresa un anhelo de
identificación entre las unidades que lo forman. Esa combinación es la que le confiere al arte
la ilusión de una cadena de desviaciones, de una estructura abierta, imposible de terminar,
con un fin arbitrario, decidido desde la práctica de la escritura, a lo largo de una evolución
que inicialmente se compromete con la representación y luego comienza a desvirtuarla
negándola, al punto que "Toda novela de hoy se debate entre los problemas del 'realismo' y la
'escritura'" (Kristeva, 1977: 157).
De acuerdo con estos planteamientos, "la novela es todo texto que revela el ideologema
ambiguo del signo" (Kristeva, 1977: 30). Esto implica considerar la doble dimensión del
significado novelesco: lógica y retórica. El primero conserva de algún modo la naturaleza del
símbolo, de lo que no cambia; por su lado, el significado retórico establece el trayecto
novelesco como una transformación que afecta a todos los elementos y planos novelescos. De
este modo, el texto cerrado es resultado del significado lógico que recorre permanentemente
el texto de principio a fin, sin alteración; la novela anuncia así su fin desde el principio,
introduciendo variaciones en torno a la oposición (temática vida/muerte) que la domina.
Así, por ejemplo, ENA tiene como uno de sus ejes temáticos un juego de oposiciones en
torno al miedo; el miedo psicológico ya previsto en función de la regresión edípica, los
intentos de rebeldía, la soledad, la infancia, los fantasmas y el miedo social provocado por el
gamonal y sus formas de manipulación del poder y de las conciencia que se refleja al
principio de la novela.
La disyunción es, entonces, un juego sí-no que no adjudica poder a ninguno de los elementos
sino que juega entre ambos creando la no disyunción, pese a ceñirse a la representación y a la
objetividad. La ambigüedad del signo dependen de que no representa una elección frente a la
realidad sino la adopción de esa realidad en sus dos caras. En consecuencia, el enunciado
novelesco es la resolución argumental de una díada temática como lo observamos en El
Quijote a través de la relación idealismo/realismo o construcción/destrucción en Cien años de
soledad. Tal resolución no concede, desde el punto de vista retórico, prelación a ninguno de
los elementos. Es así como el idealista Don Quijote aterriza y se da cuenta de su papel actoral
en la novela.
Si nuestra visión de mundo no se tramita desde la lógica, quizás tampoco desde la dialéctica,
la analéctica como visión centrada en la alteridad, en el símbolo y en el mito compone un
retablo sincrético que se apoya en múltiples influencias, sobre todo teniendo en cuenta lo
dicho por C. Salvatierra que "América es un troquel de formas".
Así, nuestra novela está totalmente invadida por el ideologema del símbolo con una
característica específica: el símbolo también es ambiguo; el ámbito propio de la
representación novelesca se conjunta con el mito para construir un híbrido que oscila entre la
lírica y la narración. Buen ejemplo lo constituyen Paradiso, Los pasos perdidos, Cien años
de soledad, Terra Nostra, Rayuela, José Trigo, De donde son los cantantes.
2.4.2 El análisis de la novela.- Para Kristeva, la novela necesita una translingüística para
poder ser analizada; esto es, la semiótica se convierte en tal disciplina pues trabaja su objeto a
través de categorías y estructuras de la lingüística; se interesa en varias prácticas semióticas
de las cuales el texto literario es producción discursiva que redistribuye la lengua
destruyéndola y construyéndola lo que supone trabajarla con categorías lógicas y es una
permutación de textos o intertextualidad donde se cruzan y neutralizan y significa bajo el
lenguaje pero nunca sin él. De ahí, que una de las preocupaciones fundamentales de la
semiótica en relación con la tipología de los textos sea la de establecer el ideologema como
una relación entre el texto cultural, la función intertextual y el enunciado novelesco.
Tal concepción del ideologema insinúa la función intertextual que se manifiesta en todos los
niveles estructurales del texto y le confiere sus coordenadas histórico-sociales. El enunciado
novelesco será una función translingüística que, a manera de una operación textual, vincula
los distintos sememas (Ns+Cs) organizándolos en un plano suprasegmental que permite
identificar su procedencia extranovelesca.
La novela, entonces, se somete a dos tipos de análisis: a) Suprasegmental que facilita ver la
novela como texto cerrado o de naturaleza no disyuntiva en su programación inicial, en lo
arbitrario de su final, en su figuración diádica en sus variaciones y encadenamientos; y b)
Intertextual que revela la relación habla y escritura y da lugar a hablar de intertextualidad
interna y externa como diálogo en el texto novelesco.
La función no disyuntiva de la novela se produce por la concordancia de desviaciones o
diadas opositivas cuyos términos no se excluyen, sino que se penetran y permutan
configurando la novela como una función negativa, producto de una doble modalidad: alética
que juega entre lo posible, contingente o imposible y lo necesario y deóntica que juega entre
la obligación y la prohibición.
Por otro lado, esta función introduce el doble, la máscara que, en síntesis, hace la ambigüedad
y la ambivalencia novelescas. Ambigüedad en cuanto a la naturaleza de la palabra y
ambivalencia en relación con sus objetos dobles. Esta ambivalencia surge de la característica
principal de la novela como género literario que realiza el diálogo típico del estatuto de la
palabra que le es específico:
DIALOGO
INTERTEXTO
SUJETO TEXTO
PARADIGMA
DESTINATARIO
(escritura) (lectura)
CONTEXTO
AMBIVALENCIA SINTAGMA
Las categorías transformacionales que, en criterio de Kristeva, son útiles para el análisis de la
novela son competencia y actuación, sumados a las reglas de generación de los complejos y
las reglas de transformación de dichos complejos. Desde el punto de vista semiótico, la
competencia corresponde al nivel de generación textual, mientras que la actuación al
fenómeno textual. A ese primer nivel se le denomina genotexto, y al segundo fenotexto.
El genotexto, o nivel abstracto, está compuesto por los actantes, los complejos narrativos y la
intertextualidad; la relación dialéctica de estas categorías define la naturaleza metalingüística
del género. El fenotexto, o plano de la manifestación, está compuesto por actores, citas y
plagios y situaciones narrativas. Cada uno de estos factores cumple un papel específico. El
generador de actantes atribuye a los actantes una modalidades que definen categóricamente
las funciones del ser y el hacer, su conocimiento, poder y deseos en varios planos
fenomenológicos. El generador de complejos narrativos se encarga del investimiento
semántico de las coordenadas e instancias narrativas relacionadas con la búsqueda, el deseo y
la comunicación. Corresponden a los sintagmas verbales y nominales de la oración
gramatical.
Por su parte, la intertextualidad cumple el papel de fijar, por un lado, la tradición textual y,
por el otro, establecer el necesario diálogo entre los textos viejos y los nuevos, factor
necesario de la productividad textual. Al parecer, para Kristeva lo que define específicamente
a la literatura es el discurso intertextual que, además de definir la novela como una
transformación, niega su autonomía como sistema que se baste a sí mismo y cuya
representación, más que en referencia a la realidad, apunta hacia los textos envolventes.