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león
Había una vez un bello ciervo que se acercó a un
manantial a calmar su sed. El animal bebió de esa agua cristalina hasta que se
sintió satisfecho y luego, al ver su reflejo en el límpido manantial, quedó
maravillado de su cornamenta, la cual lo convertía en un animal admirado por
todos debido a su belleza.
Sin embargo, el ciervo siguió contemplándose y al ver sus delgadas patas pensó
que sería aún más majestuoso si la naturaleza le hubiese dado unas patas más
gruesas y vistosas, que fueran igual de imponentes que su cornamenta.
A medida que corría el ciervo se daba cuenta que su fuerza radicaba en sus
ligeras piernas y mientras el terreno fue llano, mantuvo una distancia considerable
con respecto al león.
Sin embargo, la fuerza de este radica en el corazón y nunca se dio por vencido a
pesar de la distancia, razón por la que cuando se adentraron en los matorrales del
bosque se vio premiado.
De esa forma la distancia que separaba a ambas animales se fue haciendo cada
vez más corta hasta que al final el ciervo quedó atrapado. Su cornamenta se había
quedado enredada con unas lienzas.
Ya a punto de morir bajo las garras del león el ciervo comprendió cuán equivocado
había estado en el manantial. Su principal atributo eran sus delgadas piernas y no
la bella cornamenta, que al final le costaría la vida.
Para el ciervo fue muy tarde, pero comprender que lo esencial y más valioso no es
precisamente lo más bello es algo que nos puede ser de mucha utilidad a nosotros
a lo largo de nuestras vidas.
El cerdo y los carneros
Había una vez una granja con todos sus animales.
El ella estaban las vacas, los caballos, los pollitos, los carneros y los cerditos.
Pero un día lo capturó el pastor y el cerdo se puso a gruñir y forcejar. Los carneros
lo regañaban por gritón, diciéndole:
- ¿Ah si?- replicó el cerdo- ¡Pero no es con el mismo fin! A ustedes les echan
mano por la lana, pero a mí es por mi carne.
Moraleja:
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los
demás padres, estaremos encantados de recibirla.
La mariposa y
las liebres
La historia nos dice que el zorro es un animal muy astuto. Pero lo cierto es que la
vanidad puede convertir incluso al mismísimo zorro, en un animal necio y estúpido.
¿Qué no os lo creéis? Pues estad atentos a la siguiente historia…
Érase una vez un zorro al que le encantaba pasar el tiempo tocando la guitarra;
tocando la guitarra y persiguiendo y cazando gallinas. Procuraba unir sus dos
pasiones tocando hermosas canciones con su guitarra en la mismísima puerta del
gallinero. Esta acción del zorro era sumamente cruel, ya que la primera gallina que
se asomaba a la puerta del gallinero movida por los dulces acordes de la guitarra,
era cazada por las garras del astuto zorro.
De esta forma iba transcurriendo un día tras otro hasta que, en cierta ocasión, el
gallo del gallinero decidió poner fin a aquel ultraje. Dicho gallo decidió manifestarle
su queja a un gato muy bondadoso que vivía cerca del gallinero, y este decidió
darle una lección al zorro para ayudar con ello al gallo y a las gallinas.
El gato decidió acudir a la casa del zorro, y acompañado de un palo grueso y una
guitarra, se sentó junto a su ventana tocando dulces canciones con la guitarra.
¿Quién puede tocar algo tan bonito?- Se preguntó el zorro asomando la
cabeza por la ventana.
En aquel justo instante el gato golpeó al zorro curioso:
¡Para que aprendas!- Dijo el gato, mientras le golpeaba.
Y el, hasta entonces astuto zorro, se dio cuenta de cuan necio había sido por
culpa de su glotonería y su curiosidad.
El gallo y la zorra
Érase una vez una descuidada cigarra, que vivía siempre al día y despreocupada,
riendo y cantando, ajena por completo a los problemas del día a día. Disfrutaba
de lo lindo la cigarra del verano, y reíase de su vecina la hormiga, que durante el
período estival, en lugar de relajarse, trabajaba duro a cada rato, almacenando
comida y yendo de un lado a otro.
Poco a poco fue desapareciendo el calor, según se avecinaba el otoño y sus días
frescos, y con él fueron desapareciendo también todos los bichitos que la
primavera había traído al campo, y de los cuales se había alimentado la cigarra
entre juego y juego. De pronto, la desdichada cigarra se encontró sin nada que
comer, y cansada y desganada, comprendió su falta de previsión: