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La pregunta terapéutica
Cuando una persona acude a pedir ayuda a un profesional de la salud, lo habitual es
que lleve ya tiempo intentado desembarazarse por sus propios medios del problema que lo
atormenta. Es probable que, durante una temporada, lo haya rumiado solo; luego, quizás,
habrá pedido consejo a familiares y amigos, consultado algún libro y artículo, o prestado
atención a lo que en la televisión o en la radio se decía sobre el tema. Pero estos intentos no
habrán sido fructíferos. La sensación que habitualmente tiene la persona tras estas
tentativas es que su dificultad ha crecido tanto y es ya tan grande que no puede seguir solo
y que el curso normal de su vida se ha bloqueado. En otras palabras: el problema le ha
paralizado. Algunos pacientes, que ya han consultado a muchos médicos o psicólogos y
que arrastran su dificultad desde hace tiempo, tienen una sensación tan acusada de
estancamiento que es posible que ya les resulte difícil concebir una vida sin su problema e,
incluso, si no truncada definitivamente.
La respuesta de estas personas a la pregunta básica con la que se suele empezar el
contacto terapéutico —"¿Cómo puedo ayudarle?" puede formularse de muchas maneras
pero, en su esencia, recogerá esta idea: "Aparte el obstáculo que me impide seguir el curso
de mi vida con normalidad". Este planteamiento no es distinto del que se tiene con una
enfermedad física: queremos que nos curen las heridas o traumatismos, que nos liberen del
virus, que nos extirpen o curen el órgano dañado... para poder continuar nuestra vida con
normalidad. De hecho la concepción que se tiene de la salud mental es paralela a la que se
tiene de la salud física.
Sin embargo, la manera de encarar con el problema psicológico debe ser distinta de
la que se utiliza para el biológico. Mientras que frente a este último obtendremos
resultados, en la mayoría de los casos, si nos esforzamos por librarnos de él, en el
psicológico esta postura no es habitualmente la más recomendable. Pero eso no quiere
decir que no recuperemos nuestro camino habitual en la vida, todo lo contrario.
"Cambiar el chip"
Si los problemas psicológicos se conciben como murallas que hemos de saltar para
seguir nuestra vida, cabe la posibilidad de que nunca volvamos a reanudar la marcha.
Nuestro planteamiento no puede ser algo así como: "primero volver a estar perfecto y
luego seguir como antes". Esta postura es paralizante y, además, "patologizante". ¿Qué es
estar perfecto? ¿Hacia dónde iba antes? En realidad, el problema dejará de detenernos
cuando empecemos a caminar con independencia de que lo sintamos, todavía con toda su
intensidad, sobre nuestra espalda.
Imagine que tiene la desgracia de perder a un familiar próximo en un accidente de
coche. ¿Debe usted esperar a recobrarse totalmente, a olvidar su muerte, para salir de casa
y reanudar sus actividades? ¿Cuánto tiempo cree que necesitará con una actitud semejante?
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Aunque en este ejemplo la necesidad de una postura distinta puede verse con claridad, lo
mismo cabe decir para problemas como la depresión, la ansiedad, las obsesiones, el
insomnio, etc. ¿Acaso son estos cuadros peores que el dolor que causa la muerte de un ser
querido? La mejor manera de dejar atrás estos problemas no es confiar en que se esfumen o
en que otra persona venga a aliviarlos —lo que es muy poco probable—, es mejor
recuperar el curso de la vida que teníamos antes de que nos asaltasen. Por difícil que esto
pueda parecer. Naturalmente, no se trata de ignorar su presencia, ni de resignarse. Además,
es probable que, en un principio, no se pueda vivir exactamente igual que antes, pero sí que
su poder paralizante quede en entredicho.
El pesar por la muerte de un amigo, o la ruptura de una relación, los cambios
fisiológicos de nuestro organismo debidos a la ansiedad, los rituales que llevemos a cabo
para librarnos de una obsesión, o las horas de sueño que dejemos de descansar por culpa de
nuestro insomnio son, ciertamente, muy reales. Pero la preocupación, el malestar, el
desasosiego que estas situaciones nos causan es producto sobre todo de nuestra mente: es
verbal. Como cosa no material no posee un verdadero control sobre nosotros, aunque
creamos lo contrario. Su fuerza estriba en la radicalidad y poder que nosotros mismos les
otorguemos. Con esta postura no defiendo que los problemas perderán intensidad, que
dejarán de afectarnos, que se volatilizarán, pero sí que disminuirá su poder obstaculizador,
que ya no mandarán ellos sobre nuestra vida.
Sin embargo, todo este planteamiento no sirve de nada si no tenemos una dirección
a la que dirigirnos. Sólo podemos reanudar la marcha si íbamos hacia algún sitio. Cuando
la postura es: "primero quíteme esto de encima y ya veré yo lo que hago", no hay por qué
plantearse ninguna dirección, ninguna meta. Pero si lo que aquí se está defendiendo es:
"olvídese de desprenderse de su problema (siempre que sea verbal) y, pese a todo, diríjase a
donde quiere ir", entonces resulta imprescindible especificar hacia dónde se quiere uno
dirigir. Para muchas personas esto resulta claro: saben que lo que desean es volver a su
trabajo anterior, salir a los sitios a los que iban, ver a su familia como antes... Pero, como
queda ya explicado, cuando alguien lleva mucho tiempo atascado por un problema
psicológico, es posible que le resulte difícil volver a encauzar la vida y recordar hacia
dónde se dirigía. Entonces, su primer objetivo debe ser saber qué es lo que quiere.
Baches en la carretera
De acuerdo con lo que nos hayamos propuesto, a lo largo de nuestra andadura
surgirán más o menos obstáculos. Podemos ser afortunados y encontrarnos con un camino
expedito, fácil de transitar; pero también podemos vernos enfrentados a mil avatares que,
pese a nuestra capacidad para imaginar, nunca hubiésemos pensado que iban a surgir. La
cuestión es ¿qué vamos a hacer cuando surjan obstáculos?
Esta sociedad que predica el "debes estar siempre bien y evitar cualquier
incomodidad" no nos prepara precisamente para afrontar las dificultades. Pero éstas son
inevitables. Cualquier decisión importante que adoptemos: un trabajo, un matrimonio, una
paternidad, un aprendizaje... lleva inherentemente una carga de problemas que surgirán
antes o después. Sin embargo, el que aparezcan esos problemas —como pueden ser
sentimientos de tristeza, enfado, ansiedad o cosas mucho más sencillas como "no tener
ganas" o "tener algo de miedo"—no implica cambiar nuestro comportamiento.
Actualmente impera todo lo contrario: "debes actuar en función de cómo te sientes", sin
considerar que esa postura, en vez de liberarnos, nos esclaviza, pues hace depender
nuestros actos de algo sobre lo que no tenemos control, que es variable y que, a la larga, no
puede sino llevarnos a cometer irresponsabilidades. Lo aclararé a continuación.
Cuando nos casamos (o nos comprometemos con alguien) creemos que nos
encontraremos siempre a gusto con esa persona. Bastante pronto vemos que la realidad es
muy distinta. Pero si uno trata a su cónyuge de acuerdo con su estado de ánimo —esto es,
amorosamente mientras se encuentra bien y con desdén cuando está enfadado—entonces lo
lógico es que esa relación no dure mucho tiempo. (Quizás el incremento en las roturas
matrimoniales de la actualidad obedezca en parte a esta situación). Del mismo modo,
creemos que nuestros hijos van a despertarnos siempre un sentimiento de cariño; sin
embargo, cualquier padre sabe que pueden acabar desquiciándolo. Si se dejase de cuidar a
los hijos por un sentimiento de hartazgo, tal conducta acarrearía unas consecuencias
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definitivamente punibles.
Algunas personas comentan que, por sentimientos o pensamientos que tienen, les
resulta inevitable actuar de una determinada manera. Por ejemplo, alguien puede decir que
debe fumar porque siente un impulso irrefrenable o que debe echar dinero a las tragaperras
porque cree que está de racha. Fuera de algunas patologías como la esquizofrenia, los
cuadros delirantes y algunas obsesiones en que los pensamientos se convierten en
verdaderos directores de la acción, el actuar de una determinada manera no es algo
controlado por unos sentimientos o pensamientos, aunque así lo crea mucha gente.
Además, si otras personas pueden verse perjudicadas por unas acciones, aunque estén
justificadas por un sentimiento o un pensamiento, tales acciones son por completo
reprobables, y así lo suele considerar el Derecho.
Sin llegar a extremos tan dramáticos, encontramos cómo paralizan la vida
sentimientos como la vergüenza, el temor, la duda... Supongamos que un empleado dispone
de una oportunidad para mejorar en su empresa si se decide a hablar a un auditorio con
varios jefes sobre el producto que ha diseñado. Sin embargo, tal escenario le avergüenza y
decide dejar pasar la ocasión. De nuevo, en este caso, un sentimiento gobierna la vida y
acaba por producir un perjuicio para la persona. Por el contrario, si el empleado no se
acaba de creer sus pensamientos ("lo voy a hacer mal", "alguien tímido siempre hace el
ridículo") y se da cuenta de que son sólo pensamientos que acuden a su mente, no hubiera
tenido por qué dejar pasar esa oportunidad.
El poeta griego Kavafis nos sugirió en sus composiciones, de forma mucho más
bella, que podíamos pensar en nuestra vida como en un viaje. Y el viaje más enriquecedor
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es aquel en que nos recreamos con lo que vamos viendo, aquel en que importa más el ir en
una dirección que el alcanzar la meta.
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
Pide que tu camino sea largo, Rico en experiencias,
En conocimiento...
... que sean numerosas las mañanas de verano
en que con placer, felizmente, arribes a bahías nunca vistas...
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta...
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años,
Y en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino, Sin esperar que Ítaca
te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras aprendido...
K. Kavafis (1911)
En este texto he defendido que para dejar atrás los problemas psicológicos es
necesario, previamente, saber qué áreas de la vida quieren recuperarse y concretar unas
metas. Un planteamiento del tipo: primero librarse de las angustias y luego volver a vivir,
suele conducir a una lucha permanente, pues en este tipo de situaciones resulta muy difícil
saber cuándo uno ha acabado de vencer sus problemas y, además, puede incluso
incrementarlos. Cuando se especifican unas metas éstas no pueden ser del tipo "estado
mental placentero", pues esto nos condenará al fracaso. Sean grandes o pequeños los pasos
que damos hacia nuestras metas, tenga o no nuestro camino muchos obstáculos, o aunque
lo hayamos emprendido ya muchas veces y no lo hayamos seguido, lo importante es
sentirse en el camino. Ese es el compromiso.