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EL GATITO GRUÑÓN Y EL VIEJO

D e camino a la escuela, en una mañana muy fría de invierno, los chicos encontraron a
un gatito perdido en el parque. Observándolo de cerca, pudieron ver que era
blanco, y notaron que era casi recién nacido. El gatito, que maullaba pidiendo comida, parecía
no ser muy listo. Estaba sucio y tenía muy mal aspecto.
“¡Miren su cara!” dijo uno de los chicos. “¡Parece tener el ceño fruncido!”
“¡Sí!” añadió otro. “¡Qué cara de enojado!”
“¡Ya sé! Ya que parece tan disgustado, llamémoslo Gruñón”.
“¡Ja, ja, ja! Vamos. Se nos está haciendo tarde, ¡Adiós Gruñón!”
Los chicos corrieron de prisa, sin dejar de reírse del gatito.
Encontrar comida bajo el frío cielo invernal, era una tarea verdaderamente difícil. Gruñón
era tan solo un pequeño bebé y no sabía nada acerca del mundo. Él no tenía una madre que le
enseñara cómo sobrevivir, tampoco era muy listo, ni sabía cómo hacer amigos. Hasta los otros
gatos abandonados lo evitaban. Gruñón tan solo podía acurrucarse debajo de un banco del
parque, hambriento Y solo.
Una mañana, la nieve cubrió el parque formando un inmenso manto blanco. Cuando
Gruñón estaba por guarecerse donde lo hacía habitualmente, vio o un viejo que caminaba
hacia el banco. El gatito no confiaba en los humanos, así que observó al hombre con talante
desafiante, y le maulló con los pelos erizados.
El viejo le contestó cortésmente. “Oh, tú eres el que llaman Gruñón. Los chicos del
vecindario me han hablado de ti. Aquí es donde duermes, ¿no es cierto? No te molestaré. Yo
vengo todas las mañanas a alimentar a las palomas. Debes estar hambriento. ¡Estás tan flaco!
Bebe esto”.
Entonces el viejo vertió un poco de leche en un plato que había traído de su casa Y se la
ofreció al gatito.
Gruñón se sorprendió. Era la primera vez que alguien lo trataba con gentileza. Luego de
beber la leche se quedó mirando al hombre. El viejo lo observaba con una tierna mirada. “Está
bien, está bien”, le dijo luego. “Desde ahora vendré a verte todos los días”.
Desde ese día, apenas el viejo llegaba al parque, Gruñón salía de su refugio debajo del
banco y se sentaba junto a él ya que le gustaba observar como alimentaba las palomas. Antes
de volver a su casa, el viejo siempre recogía algún desperdicio dejado en el parque. Gracias a
él, el parque permanecía limpio. Gruñón se enojaba cuando veía a alguien tirando basura al
suelo. Parecía darse cuenta que esto le daba más trabajo a su amigo. Entonces erizaba su cola
y maullaba fuerte, haciendo gala de su aspecto amenazante.
El viejo venía siempre al parque, sin importar el frío que hiciera o lo mucho que nevara.
Nunca olvidaba traer la leche. Todos los días se sentaba en el banco, alimentaba a las palomas
y le daba de beber a Gruñón. Luego, levantaba algún desperdicio que hubiera quedado en el
parque y volvía lentamente a su casa. Día tras día hacia lo mismo.
Con el paso del tiempo, Gruñón aprendió a procurarse
su alimento.
Gruñón era amigable solamente con el viejo. Cuando la
nieve se derritió y llegó la primavera, el gatito comenzó a
acompañarlo hasta su casa. Lo observaba trabajando en el
campo y a menudo se calentaba al sol en algún sitio cálido,
pero nunca entraba en la casa.
Cuando caía el sol, Gruñón regresaba a su lugar debajo
del banco de la plaza.

El verano pasó rápidamente. Las hojas de los arboles comenzaban a caer y el viento frío
era tan fuerte que tironeaba del saco del viejo.
El invierno estaba a la vuelta de la esquina y para Gruñón, estaba por comenzar otra vez
una época en la que le sería difícil sobrevivir.

Era la mañana más fría del invierno y a pesar de que estaba nevando, el viejo no faltó a su
cita. Pero esta vez parecía triste. Su voz era ronca, su cara estaba enrojecida y sin duda estaba
adolorido y afiebrado. Al darse cuenta de su estado, Gruñón mordió lo bocamanga de los
pantalones del viejo y comenzó a tirar de estos como instándole a volver a casa.
“Está bien, está bien. Veo que estas preocupado por mí. Volveré a casa apenas termine
de alimentar a las palomas”.
Cuando terminaron con la rutina diaria, Gruñón acompañó al viejo en su camino a casa.
Mientras caminaban, se levantó una fuerte ventisca que apenas les dejaba ver el camino.
Finalmente llegaron a la casa. El viejo dijo con voz débil, “es duro volver con una tormenta
como ésta. ¿Por qué no entras a la casa para descansar un poco, sólo por hoy?”
Gruñón observó el rostro del viejo como si entendiera sus palabras. Frotó su cuerpo y su
cola contra las piernas en señal de agradecimiento, pero decidió volver a su banco en el
parque.
Al día siguiente, el viejo no apareció por el parque. Se había enfermado al salir con un
clima tan frio. Dos días más tarde, Gruñón fue hasta su casa y atisbando por las rejas dentro de
la habitación, alcanzo a verlo dormido en su cama. Lentamente, el viejo abrió sus ojos y se
volvió hacia su amigo. Entonces le sonrió como despidiéndose.
Esa misma noche, el viejo murió.

Sentado en el banco en que solía hacerlo junto al viejo, Gruñón miraba a las palomas y
vigilaba por si alguien tiraba basura al parque sobre la nieve recién caída.
Una semana después, Gruñón desapareció repentinamente. Los chicos lo buscaron, pero
ninguno de ellos volvió a verlo nuevamente.

Pasado un tiempo, el viento cesó, y comenzaron a caer largos copos de nieve,


suavemente, como caen los pétalos de una rosa. La nieve cayó formando una gruesa capa
sobre todo el parque. Sin embargo, sobre el banco, ésta parecía no depositarse sobre dos
formas. Una semejaba la de un hombre viejo, en ademán de alimentar las palomas. La otra,
apoyándose en él, parecía ser la de un gato.

Yukie Kadoyama
El gatito gruñón y el viejo
Japón, Shinseken, cop. 2003

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