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Mundos activos: el vulcanismo en el Sistema Solar, y más allá …

Para quien desconoce los objetos del Sistema Solar, puede resultar sorprendente el hecho de
que rebosa en mundos activos, y hay una razón para ello: el vulcanismo, en todas sus formas.

Aunque existen multitud de definiciones de la palabra volcán, en simples palabras se puede


definir como aquella geoforma que se caracteriza por expulsar hacia la superficie roca fundida
proveniente del interior de un planeta o luna. Los volcanes, de manera muy general, pueden
estar constituidos por un “edificio” que alberga en su interior un conducto denominado
“chimenea” que permite el ascenso del magma desde el manto hasta la superficie. Una vez en
la superficie, al magma se le denomina lava, y su viscosidad depende principalmente de su
temperatura y composición.

Los volcanes terrestres tienen diversas formas y tamaños, que están estrechamente ligados a
la composición de sus respectivos magmas, tipos de erupción y ambientes tectónicos; en otras
palabras, en nuestro planeta los volcanes se comportan de diversas maneras, dependiendo de
su ubicación geológica.

Parte superior izquierda: volcán Sakurajima (Japón). Parte superior derecha: volcán Kilauea (EE.
UU). Parte inferior izquierda: volcán Karymsky (Rusia). Parte inferior derecha: volcán
Tungurahua (Ecuador)

En escalas de tiempo geológicas, las erupciones volcánicas, junto con la tectónica de placas,
han sido uno de los procesos más relevantes que han contribuido a la transformación de
nuestro planeta, pues crean nuevos suelos, aportan nutrientes y minerales que
posteriormente son absorbidos por las plantas, y son recicladores del carbón depositado en el
fondo de los mares. Sin embargo, uno de sus aportes más importantes es el de actuar como
válvulas de escape para mantener un equilibrio entre las fuerzas internas de la Tierra.
Pero entonces ¿qué se necesita para que se produzca vulcanismo? Hay dos requisitos básicos:
primero, contar con una fuente térmica que funda el material que posteriormente va a ser
expulsado, y segundo, que exista material para fundir. Actualmente se tiene un registro
aproximado de 1.500 volcanes activos en nuestro planeta, de los que vale la pena resaltar al
volcán Mauna Loa en Hawái, Estados Unidos, clasificado como el de mayor tamaño, con un
volumen de aproximadamente 80.000 kilómetros cúbicos; el volcán Ojos del Salado, localizado
entre Argentina y Chile, catalogado como el más alto (teniendo como referencia al nivel del
mar), con una altura de 6.892 metros. Existen varios volcanes activos e inactivos, entre los que
se destacan el volcán Galeras, en Nariño, el volcán Nevado del Ruiz, cuya erupción en 1985
cubrió casi por completo la ciudad de Armero, Tolima, y dejó un saldo de aproximadamente
25.000 víctimas, el volcán Cerro Machín y el volcán Azufral, entre otros.

Pero también el vulcanismo es el proceso geológico más común en el Sistema Solar.

La exploración espacial le ha permitido a nuestra especie enviar misiones a varios sitios del
sistema solar, como Venus, Marte, Júpiter y Plutón, y descubrimos que casi todos los cuerpos
rocosos —lunas y planetas— presentan actividad volcánica, o alguna vez la tuvieron.

Un ejemplo claro de antigua actividad volcánica es el caso de nuestro satélite natural, la Luna.
Cuando en 1969 la misión Apolo 11, de la NASA, alunizó, y por primera vez un humano se posó
en su superficie, lo hizo sobre flujos de lava en el Mar de la Tranquilidad.

Estos “mares”, observados por Galileo Galilei en 1610 por medio del telescopio, no son más
que flujos de lava que cubren gran parte del lado cercano de la Luna, y que se caracterizan por
no presentar ni el mínimo rastro de agua, molécula que casi siempre está presente en lavas
terrestres. Estas propiedades, estudiadas por primera vez gracias a las muestras que trajeron
los astronautas del programa Apolo, nos han permitido entender la vital importancia de la
evolución del satélite natural de la Tierra.

En la Tierra y en Marte, los magmas más frecuentes se denominan basáltico y andesítico; en


general, los basaltos parecen ser la roca volcánica predominante en todo el interior del
Sistema Solar, mientras que en el exterior abundan los magmas de volátiles, sobre todo agua.

Cuando descubrimos la estructura de los fondos oceánicos, comenzamos a comprender que


las rocas volcánicas, además de cubrir millones de kilómetros cuadrados de los continentes,
forman la mayor parte de la corteza sumergida. Si pudiésemos imaginar una Tierra sin
sedimentos, veríamos un planeta volcánico, con unas zonas activas y otras apagadas.

Ese pequeño ejercicio de imaginación es todo lo que hace falta para viajar a la geología de
buena parte de los cuerpos del Sistema Solar, una multitud de mundos cuya principal actividad
geológica, en el pasado y en el presente, ha sido y es el vulcanismo.

¿Será éste un proceso geológico universal? Tal vez, aunque es difícil asegurarlo.

Lo que sabemos es que a unos 1.000ºC, una temperatura que se alcanza con frecuencia en el
manto superior de la Tierra, y en presencia de algo de agua, las rocas del manto terrestre se
funden parcialmente dando origen a magmas basálticos.
Los basaltos han resultado ser las rocas más comunes en el Sistema Solar, por lo que se estima
que en otros cuerpos planetarios se deben haber producido procesos semejantes al descrito.
Hay que destacar que durante el Arcaico, cuando el planeta estaba mucho más caliente, el
porcentaje de fusión del manto debió ser mucho mayor, lo cual resultó en lavas muy calientes
y fluidas que ya no pueden formarse en la Tierra actual pero sí encontramos en otros cuerpos,
en los que se pueden ver las marcas de máximos térmicos muy importantes.
En nuestro planeta existen dos lugares típicos para el vulcanismo basáltico: las dorsales
oceánicas y los puntos calientes.
En las dorsales oceánicas el material basáltico producido a través de fisuras se va extendiendo
a medida que el propio océano se ensancha, y finaliza cuando la litosfera oceánica comienza a
subducir.
Sobre la zona de subducción, el manto sufre un proceso químico complejo y producen los
llamados magmas andesíticos, que son productos de la fusión parcial de la corteza oceánica, o
más probablemente del manto hidratado situado sobre ella.
Pero según parece tanto la evolución lenta de los magmas basálticos como su asimilación de
corteza puede generar magmas andesíticos, por lo cual la no siempre las andesitas tienen que
producirse por la subducción; algo de importancia decisiva ahora que estamos comenzando a
estudiar planetas como Marte.
Junto con los magmas graníticos, que pocas veces llegan como tales a la superficie terrestre,
los basálticos y los andesíticos (y sus variantes, que se producen por cocción a fuego lento en
la cámara magmática) son los magmas típicos de un planeta con manto rocoso.
Pero estos planetas construidos con materiales tan refractarios sólo existen en la zona más
interna del Sistema Solar, de Mercurio a los asteroides, poco más del 5% de la distancia media
Sol-Plutón.
En el resto dominan los volátiles: la roca es hielo (de agua, como en Europa, Ganímedes o
Ariel, o de nitrógeno, como en Tritón), y el magma es hielo fundido, o bien sublimado también
en Tritón.
Actividad volcánica en Mercurio

Hay dos casos especiales: Ío, en el sistema de Júpiter, es un mundo límite para los
vulcanólogos espaciales.
Su actividad volcánica actual lleva a la superficie azufre (un elemento volátil) o sus
compuestos, pero también parece capaz de fundir silicatos (es decir, rocas).
El segundo cuerpo excéntrico es Japeto, que gira en torno a Saturno: parte de su superficie
está cubierta por un material muy oscuro, casi negro, probablemente un compuesto
carbonoso.
Aunque se ha propuesto que procede del exterior, algunos datos indican que surge del
interior; se trata por lo tanto de material volcánico, el más exótico del Sistema Solar.

Vulcanismo en Io

Las clasificaciones que manejamos para el caso terrestre no valen para los cuerpos del resto
del Sistema Solar.
La detección desde las sondas espaciales es difícil en muchos casos.
En la Tierra existen dos tipos de relieves volcánicos: las mesetas basálticas y los edificios.
Las primeras son enormes volúmenes de lavas emitidos a través de fisuras.
El récord lo tiene la meseta siberiana, que cubrió 1,5 millones de km2 al final del Paleozoico y
sus efectos climáticos pudieron causar la extinción pérmica, la madre de todas las extinciones.
Pero, puesto que también son producidos por vulcanismo fisural, también los fondos
oceánicos pueden considerarse mesetas basálticas formadas en un contexto especial.
En el caso de los edificios volcánicos, tenemos los escudos, de pequeña pendiente y basálticos,
los volcanes compuestos, de pendiente abrupta, andesíticos, y los domos, edificios escarpados
formados por magmas de gran viscosidad derivados de los anteriores.
En el Sistema Solar Mercurio y la Luna presentan excelentes ejemplos de coladas, pero pobres
ilustraciones de otros tipos de actividad volcánica, y los domos representan probablemente
actividad piroclástica.

Flujos de lava en Mare Imbrium

Las lavas lunares son basaltos con hasta más de dos km de espesor que se acumularon en un
largo periodo entre 3.900 y 2.500 millones de años en los maria, las cuencas formadas en
impactos asteroidales. Por su color más claro que las lunares, no es evidente que las lavas
de Mercurio sean también basaltos.
En Venus, el vulcanismo es un fenómeno avasallador, pero, al contrario que en la Luna, es más
moderno: con una enorme variedad de volcanes se ha acumulado sólo en los últimos 400
millones de años, la edad extremadamente joven que tiene toda la superficie venusina.

Hay unas cincuenta mesetas basálticas, pero en realidad todo el planeta parece una gran
llanura volcánica más o menos modificada por la tectónica, y el número de edificios es difícil
de contar.
También hay ejemplos de unas peculiares estructuras llamadas coronas, que, aunque no son
estrictamente hablando edificios volcánicos, incluyen siempre distintos tipos de vulcanismo.
Los análisis de rocas volcánicas de Venus han permitido definir basaltos y rocas derivadas de
ellos, como las que en la Tierra forman domos.
Un rasgo único en el Sistema Solar es que incluso los impactos pueden provocar un vulcanismo
importante, lo que seguramente se debe a la elevada temperatura superficial.
El vulcanismo de Marte está caracterizado sobre todo por sus llanuras volcánicas y sus escudos
gigantes.
Olympus Mons en Marte, el mayor volcán del Sistema Solar

También se han descrito domos, y un tipo específico de edificio, desconocido en la Tierra, la


pátera (del latín patera, plato llano), de pendiente aún menor que los escudos.
Con un diámetro de 500 x 700 km, Alba Patera es el edificio volcánico más extenso del Sistema
Solar, así como Olympus Mons, con 27 km de altura, es el más alto.
Se sitúan sobre una elevación topográfica circular de más de 7.000 km de diámetro y 10 de
altura, el domo de Tharsis, la provincia volcánica más importante de Marte.
Tharsis, sin duda una de las claves de la evolución del planeta, parece un rasgo primordial pero
no se descarta que alguno de sus edificios esté aún activo.
A diferencia de la Luna, en donde el vulcanismo es sobre todo inicial, y Venus, que ha borrado
su historia, Marte parece ofrecer un registro completo de su actividad interna, un hecho que
resalta aún más su interés científico.
En 1997, la sonda Mars Pathfinder analizó varias rocas marcianas que (aunque con algunas
particularidades) se parecen a los basaltos o a las andesitas terrestres.
Estos datos han sido confirmados por el espectrómetro de la Mars Global Surveyor, que
además ha detallado que las andesitas predominan en el hemisferio Norte, y los basaltos en el
Sur.
En la Tierra, los geólogos de principio de siglo se dieron cuenta de que las andesitas tienen una
distribución lineal, que llamaron línea de la andesita, y que ahora sabemos que coincide con
las zonas de subducción.
En Marte, por el contrario, las andesitas no parecen tener una distribución lineal, sino a través
de un área.
En el Sistema Solar exterior, Ío, el cuerpo de vulcanismo más activo de todo el Sistema, es el
gran protagonista.
Su actividad sigue los dos patrones básicos, el lávico y el piroclástico: el primero da lugar a
coladas que surgen de edificios bajos, y el segundo a las fuentes de lava que las fotos
de las sondas Voyager hicieron famosas.
Surtidores semejantes, pero cargados con agua de hielo, pueden brotar de Europa y de
Encélado, que parece nutrir de partículas uno de los anillos de Saturno.
Por último, los géiseres de nitrógeno sólido de Tritón, cuyos penachos son arrastrados por un
viento de nitrógeno y metano, parecen un remate lo bastante extraterrestre para este viaje.

Vulcanismo en Encélado

Para finalizar, hagamos un rápido recorrido por los volcanes del Sistema Solar.
Comencemos por Venus, cuya densidad, volumen, campo gravitacional, composición y
régimen térmico son muy similares a los del nuestro.
Venus es un paraíso para los vulcanólogos, pero una pesadilla para los geólogos estructurales.
Este planeta es considerado el “hermano gemelo” de la Tierra, pero en realidad dista mucho
de serlo.
Venus tiene una atmósfera 90 veces más densa que la atmósfera terrestre, y está compuesta
principalmente por dióxido de carbono; esto significa que estar en la superficie de Venus sería
equivalente a estar aproximadamente a un kilómetro de profundidad bajo el mar, en la Tierra.
Además, las altas temperaturas en su superficie (aproximadamente 470 ºC), producto del
efecto invernadero, hacen de este planeta un verdadero infierno.
Pero ¿dónde están los volcanes? Pues bien, a pesar de no poder observar su superficie
directamente, debido a su densa atmósfera, observaciones en la frecuencia de radio hechas
por la misión Magallanes en la década de los noventa revelaron que tanto cráteres de impacto
como volcanes están distribuidos globalmente. Existen 1.194 centros volcánicos identificados
cuyo diámetro excede los 20 kilómetros, y 167 volcanes con diámetro mayor a 100 kilómetros.
Según información de la sonda Venus Express, de la Agencia Espacial Europea, que orbitó el
planeta hasta enero de 2015, las concentraciones de dióxido de azufre en la atmósfera están
presentando grandes variaciones, cuya causa podría ser la actividad volcánica actual.
Aún hay un importante debate sobre pruebas concluyentes que demuestren la presencia de
volcanes activos en ese planeta.
Continuando nuestro recorrido, el siguiente destino es el planeta Marte, que pese a tener
menor masa, ser más pequeño que la Tierra y no presentar placas tectónicas, preserva en su
superficie uno de los paisajes volcánicos más llamativos del sistema solar.
Marte, por tener menos masa que la Tierra, y por consiguiente, un campo gravitacional menor,
facilitó la acumulación de lava que posteriormente se convertiría en inmensos edificios
volcánicos.
Esto, sumado a la ausencia de placas tectónicas, permite que la fuente que provee magma
desde el interior del planeta hacia la superficie alimente al edificio volcánico por largos
períodos de tiempo, que en términos geológicos equivaldría a rangos que van de tan solo unos
cuantos millones de años a decenas de millones de años, lo que da lugar a que dicho edificio
crezca de manera descomunal, en comparación con sus equivalentes terrestres.
El monte Olimpo (Olympus Mons, según la designación oficial de la Unión Astronómica
Internacional), con sus casi 25 kilómetros de altura, es, de hecho, el volcán más alto de todo
nuestro vecindario —unas tres veces el tamaño del monte Everest en la Tierra.
Tiene unos 600 kilómetros de diámetro. Respecto a los volcanes marcianos, dos observaciones
generales pueden ser abordadas antes de entrar a describir pequeños detalles: en primer
lugar, a gran escala, los volcanes de Marte son geomorfológicamente similares a los terrestres
(aunque con diferentes escalas de tamaño), lo que indica a los geólogos planetarios que los
procesos eruptivos de Marte no fueron diferentes a los de los estilos y procesos volcánicos de
la Tierra. Esta inferencia nos permite establecer, con alto grado de confianza, ciertas
suposiciones que nos sirven como punto de partida para entender la evolución de los volcanes
marcianos, basándonos en la volcanología tradicional; y en segundo lugar, los volcanes
marcianos se encuentran localizados en terrenos con varias edades relativas, lo cual indica que
el vulcanismo jugó un papel fundamental en los procesos geológicos marcianos a lo largo de la
historia.
Pero no solo existen volcanes en los planetas rocosos del Sistema Solar.
Nuestro viaje continúa hacia el que es considerado el cuerpo con mayor actividad volcánica de
todo el Sistema Solar, Io, la luna galileana más interior de Júpiter. Allí la actividad volcánica y
las geoformas de los edificios volcánicos son de un nivel jamás antes visto en otro planeta o
luna de nuestro vecindario.
Varios avistamientos hechos desde observatorios terrestres (principalmente en el infrarrojo)
revelaron una concentración muy alta de azufre que de inmediato se atribuyó a la reciente
actividad volcánica. No fue sino hasta la llegada de la misión Voyager 1 a Júpiter, en 1979, que
se pudo confirmar la sospecha de vulcanismo activo en Io. El Voyager 1 logró una de las
imágenes más impresionantes en la historia de la exploración espacial, al registrar una
columna eruptiva de más de 300 kilómetros de altura; para ubicarnos, es la altura aproximada
a la cual orbita la Estación Espacial Internacional sobre la superficie terrestre, que es de 400
kilómetros.
Pero eso no es todo, a diferencia de sus símiles volcánicos, cuyas erupciones son producidas
por procesos endógenos, es decir, por actividad interna del planeta exclusivamente, en Io la
actividad volcánica se debe a efectos de marea producidos por el planeta Júpiter y la
resonancia orbital con sus vecinas, las lunas Europa, Ganímedes y Calisto, que básicamente
exprimen a Io. Por lo tanto, procesos tanto exógenos (producidos por las fuerzas de marea)
como endógenos (calentamiento del interior por fricción mareal consecuencia de las fuerzas
de marea) controlan la actividad volcánica de esta luna, que tiene un tamaño muy similar al de
nuestra Luna. En el polo norte se encuentra localizado el más extenso volcán de Io, Tvashtar
Patera, que con un diámetro de 306 kilómetros, es comparable, geomorfológicamente
hablando, a la caldera Toba, en Indonesia, cuyo diámetro es de 100 kilómetros.Finalmente,
nuestro viaje culmina en uno de los cuerpos más intrigantes y prometedores para los geólogos
planetarios, astrobiólogos y astrónomos: la luna Encélado del planeta Saturno.
Esta luna, que en tamaño es mucho más pequeña que la nuestra —tan solo 250 kilómetros de
radio—, se caracteriza por tener medio hemisferio completamente cubierto de cráteres, lo
cual indica una superficie inalterada por procesos geológicos activos recientes y con edades
relativas muy antiguas, mientras que su otro hemisferio es liso y sin presencia considerable de
cráteres, evidencia de una actividad geológica reciente.
En los últimos años se ha acuñado el término criovulcanismo, que designa el proceso por el
cual se presenta erupción de agua en estado líquido o gaseoso, u otro tipo de elementos
volátiles, que se congelarían en la superficie de esa luna, una vez expulsados y depositados
sobre ella; este proceso es más parecido al de géiseres que al de erupciones volcánicas
propiamente dichas.
En el 2005, la nave Cassini pudo observar con gran detalle la superficie de Encélado e
identificar chorros de partículas congeladas en la zona polar al sur del satélite. Se pudieron
identificar, además, vapor de agua y pequeñas cantidades de metano, nitrógeno y dióxido de
carbono en el momento en que eran expulsados por criovolcanes activos. Encélado presenta lo
que parece ser agua superficial que fluye a lo largo de unos lineamientos denominados “rayas
de tigre”. Para los astrobiólogos este escenario tiene un potencial enorme, ya que la vida, tal y
como la conocemos en nuestro planeta, puede sostenerse con la condición de que haya agua
líquida y una fuente de calor; en Encélado tenemos ambas, así que las posibilidades de
encontrar algún tipo de vida son grandes.

En el caso de nuestra Luna hemos hecho algunos descubrimientos interesantes.


El Orbitador de Reconocimiento Lunar (Lunar Reconnaissance Orbiter o LRO, por su sigla en
idioma inglés), de la NASA, ha brindado a los investigadores contundente evidencia de que la
actividad volcánica de la Luna se fue tornando gradualmente más lenta en vez de detenerse de
manera abrupta hace mil millones de años. Se estima que las marcas de distintivos depósitos
de roca observadas por el LRO tienen menos de 100 millones de años. Este período de tiempo
corresponde al período Cretácico de la Tierra, que fue la época del apogeo de los dinosaurios.
Algunas áreas pueden tener menos de 50 millones de años.

Maskelyne es uno de los muchos depósitos volcánicos jóvenes recién descubiertos en la Luna. A
estas áreas se las llama parches irregulares, y se piensa que son remanentes de pequeñas
erupciones basálticas que tuvieron lugar mucho después de la finalización comúnmente
aceptada del vulcanismo lunar: hace de 1 a 1,5 mil millones de años.

Los depósitos están esparcidos a través de las llanuras volcánicas oscuras de la Luna y se
caracterizan por una mezcla de suaves montículos redondeados y poco profundos ubicados al
lado de regiones de terreno irregular y con forma de bloque. Debido a esta combinación de
texturas, los investigadores se refieren a estas inusuales áreas como “parches irregulares”.
Los rasgos son demasiado pequeños como para ser vistos desde la Tierra; promedian menos
de un tercio de milla (500 metros), los más grandes. La imagen de uno de los rasgos más
grandes, un área bien estudiada denominada Ina, fue tomada desde la órbita de la Luna por los
astronautas de la nave espacial Apollo 15.
Allí divisaron muchas regiones similares en imágenes en alta resolución tomadas por las dos
Cámaras de Ángulo Estrecho que forman parte de la Cámara del Orbitador de Reconocimiento
Lunar (Lunar Reconnaissance Orbiter Camera, o LROC, por su sigla en idioma inglés). El equipo
identificó un total de 70 parches irregulares en el lado cercano de la Luna.
La gran cantidad de estos rasgos y su amplia distribución sugieren contundentemente que la
actividad volcánica en una etapa tardía no fue una anomalía sino una parte importante de la
historia geológica de la Luna.
La cantidad y los tamaños de los cráteres que se encuentran dentro de estas áreas indican que
los depósitos son relativamente recientes. Tomando como base una técnica que vincula las
mediciones de esos cráteres con las edades de las muestras tomadas por Apollo y Luna, se
cree que tres de los parches irregulares tienen menos de 100 millones de años de antigüedad y
quizás menos de 50 millones de años, en el caso de Ina. Las empinadas pendientes que llevan
desde las suaves capas de roca en lo alto hacia el terreno irregular más abajo coinciden con los
cálculos relacionados con la edad temprana.
En contraste, las llanuras volcánicas que rodean estas distintivas regiones se atribuyen a la
actividad volcánica que se inició hace alrededor de 3 1/2 mil millones de años y terminó hace
apenas mil millones de años. Se pensaba que, en ese punto, toda actividad volcánica en la
Luna había terminado.
Diversos estudios previos sugirieron que Ina era bastante joven y que se podría haber formado
debido a la actividad volcánica localizada. Sin embargo, en ausencia de otros rasgos similares,
Ina no fue considerada como una indicación de vulcanismo generalizado.
Los hallazgos tienen importantes implicancias respecto de cuán caliente se cree que es el
interior de la Luna.
La existencia y la edad de los parches irregulares nos dicen que el manto lunar tuvo que
permanecer lo suficientemente caliente como para proporcionar magma para las erupciones
de pequeño volumen que crearon estos inusuales y jóvenes rasgos.
Estos jóvenes rasgos volcánicos son los objetivos principales para las exploraciones futuras,
tanto con robots como con seres humanos.
Por otro lado, parece que de acuerdo con estudios recientes El vulcanismo lunar acabó
gradualmente.
El vulcanismo fue uno de los procesos geológicos más importantes que han ocurrido en
nuestro satélite a lo largo de toda su historia puesto que a falta de una atmósfera que
modificase su superficie, fueron los procesos internos y el bombardeo de meteoritos quienes
más se encargaron de esculpir el paisaje que hoy podemos ver desde nuestra ventana.
Los mares lunares, esas grandes llanuras volcánicas de color gris que cubren la cara visible de
la Luna, se formaron aproximadamente entre hace 3.900 a 3.100 millones de años, aunque hay
evidencias de que ocurrieron erupciones volcánicas de composición similar hasta hace unos
mil millones de años, momento tras el cual se pensaba que se habría detenido toda la
actividad volcánica en la Luna.
Pero gracias al análisis de las imágenes de alta resolución tomadas por la Lunar Reconaissance
Orbiter (LRO) se han podido estudiar unas enigmáticas formas que existen sobre los mares
lunares y cuyo pequeño tamaño (como mucho de varios kilómetros de extensión) no había
permitido mejores observaciones anteriormente.

Estas formas de morfología y textura variable en realidad serían depósitos de lava con edades
en torno a los 100 millones de años y quizás incluso menores de 50 millones de años. Además,
multitud de estas formas se encuentran repartidas sobre los mares lunares, lo que indicaría
que esta forma de vulcanismo tardío no fue algo excepcional, sino un proceso importante en la
historia geológica de nuestro satélite.
Para poder datar estas zonas, puesto que no tenemos muestras de roca para hacerlo en los
laboratorios terrestres, se ha analizado el número y tamaño de los cráteres que aparecen
superpuestos a estas formas, una técnica habitual en la datación de superficies planetarias, y
que permite hallar con bastante precisión un rango de edades para la superficie que queremos
datar. Para hacernos una idea sencilla de cómo funciona este método, las superficies son más
antiguas cuanto mayor es el número de cráteres y más grandes son estos.
La existencia de estas formas pone de manifiesto que el manto de la Luna estaba lo
suficientemente caliente como para provocar estas erupciones, cuando los dinosaurios todavía
caminaban por nuestro planeta, y no tan frío como se pensaba anteriormente.
En cuanto a Io, la sonda Juno también ha realizado importantes hallazgos.
Io es el mundo con mayor actividad volcánica del Sistema Solar.
Como vimos, en la Tierra el vulcanismo se debe al calor interno generado principalmente por la
desintegración de elementos radiactivos, pero en Ío las responsables son las intensas fuerzas
de marea generadas por la gravedad de Júpiter y la de las otras tres lunas galileanas, que
estiran y comprimen el interior de esta luna hasta calentarla.
Los volcanes de Ío vistos por el instrumento JIRAM de Juno
Se ha utilizado el instrumento JIRAM (Jovian Infrared Auroral Mapper), cuyo sensor trabaja en
el infrarrojo (2 a 5 micras) y ha sido diseñado para observar las auroras y el interior de Júpiter,
pero se ve que también sirve para ofrecernos una mirada fugaz a los volcanes de Ío, aunque
sea de lejos. El nivel de detalle de las imágenes de JIRAM ha sorprendido, sobre todo porque
somos capaces de ver volcanes en el lado diurno de Ío. Cada punto brillante en la imagen es un
volcán activo. Y todo en un mundo del tamaño aproximado de nuestra Luna.
La Galileo ya demostró que la lava de los volcanes es la responsable de calentar depósitos de
azufre presentes en la corteza e inyecta grandes cantidades de dióxido de carbono y otros
compuestos en la tenue atmósfera de Ío y, de ahí, hacia el espacio exterior, donde forman el
temido cinturón de radiación de Ío.
El dióxido de carbono y otros compuestos de azufre vuelven a caer formando una escarcha
fresca que cambia de color en función de la temperatura, explicando así la gama de colores,
desde el rojo hasta el blanco, que dan a Ío ese aspecto tan característico.
NIMS también demostró que la temperatura de las coladas y las calderas de varios volcanes
(por ejemplo Pele, Prometheus, Amirani o Tvashtar) superaba ampliamente los 1000 ºC, una
prueba clara de que se trataba de roca fundida y no compuestos de azufre fundidos como
proponían algunas teorías alternativas. Desde entonces sabemos que el vulcanismo de Ío es
principalmente rocoso como el terrestre (basáltico o ultramáfico para ser más precisos),
aunque también hay coladas de compuestos de azufre.
Cambios observados por Galileo en el infrarrojo alrededor de la zona de Prometheus
en sus tres sobrevuelos del satélite.

(https://danielmarin.naukas.com/files/2018/04/Tvashtarvideo.gif)
Animación de las imágenes de LORRI del volcán Tvashtar
Para que nos hagamos una idea de la actividad de esta luna, con solo un 1,5% de la masa de la
Tierra Ío escupe al exterior casi treinta veces más lava que nuestro planeta al año. Eso significa
que desde que se formó el Sistema Solar Ío ha liberado la suficiente energía para derretir su
corteza y manto ochenta veces.
Por otra parte, cada día, cuando Júpiter bloquea la entrada de luz solar y ensombrece el
satélite, se produce en Ío un eclipse que dura unas dos horas y que desencadena un cambio
brusco de temperatura. Una reciente investigación ha observado varios de estos eclipses y ha
registrado un fenómeno único en nuestro Sistema Solar: la tenue atmósfera de Ío, compuesta
principalmente por dióxido de azufre, prácticamente desaparece al comenzar el eclipse y
vuelve a aparecer cuando Ío sale de la sombra de Júpiter.

Los científicos ya conocían la variabilidad que experimenta a diario la atmósfera de Ío, pero no
sabían si se debía a su fuerte actividad volcánica, con columnas de dióxido de azufre que se
elevan hasta 400 kilómetros, o a un intercambio de gases en la superficie. Los datos obtenidos
con el telescopio Gemini, de ocho metros de diámetro, han permitido monitorizar un eclipse
en Ío por primera vez. Cada día, y durante dos horas, la sombra de Júpiter cubre la pequeña
luna y su temperatura cae de -148 °C a -168 °C. Entonces el dióxido de azufre que forma la
atmósfera se congela y se deposita sobre la superficie y, cuando Ío sale del eclipse y la luz del
Sol calienta nuevamente los hielos, vuelve a su estado vaporoso y rellena la atmósfera.
Han observado que se pierde el 80 por ciento de la atmósfera hasta que el satélite sale del
eclipse. Esto ha sido toda una sorpresa porque nunca se habíamos observado un colapso
atmosférico de estas características.
Y finalmente se ha comprobado que la atmósfera no está directamente formada por gases
volcánicos. El ciclo puede ser bastante repetitivo, alterado por aportes de los volcanes, que no
son del todo despreciables.
Con suerte las futuras sondas Europa Clipper de la NASA y JUICE de la ESA nos ofrecerán
nuevas sorpresas de esta pequeña luna durante la próxima década, aunque sea desde lejos.
Y para finalizar, pasamos rápidamente por Mercurio, dado que hace poco hemos descubierto
que su actividad volcánica cesó hace 3.500 millones de años.
Hay una gran diferencia geológica entre Mercurio y la Tierra, Marte o Venus, debido a que no
hay muestras físicas del planeta que puedan ser utilizadas para la datación radiométrica, los
investigadores utilizaron el análisis de frecuencia de magnitud de cráteres, con el que se
insertan el número y el tamaño de cráteres en la superficie de Mercurio en modelos
matemáticos establecidos con el fin de calcular las edades absolutas de depósitos volcánicos
efusivos del planeta.
De acuerdo con sus resultados, un importante vulcanismo en Mercurio se detuvo hace
aproximadamente 3.500 millones de años, en marcado contraste con las edades volcánicas de
Venus, Marte y la Tierra.

Hay una gran diferencia geológica entre Mercurio y la Tierra, Marte o Venus.

Mercurio tiene un manto mucho más pequeño, donde la desintegración radiactiva produce
calor, que los otros planetas, por lo que pierde su calor mucho antes. Como
resultado, Mercurio comenzó a contraerse y la corteza esencialmente selló cualquier conducto
por el cual el magma podría alcanzar la superficie.

Estos nuevos resultados validan 40 años de predicciones sobre un enfriamiento global y la


contracción cortando el vulcanismo, ahora que podemos dar cuenta de las observaciones de
las propiedades volcánicas y tectónicas de Mercurio, tenemos una historia coherente sobre su
formación geológica y evolución, así como una nueva visión de lo que sucede cuando los
cuerpos planetarios se enfrían y se contraen.

Debemos reconocer humildemente que sólo estamos comenzando a explorar un vastísimo


terreno virgen; que nuestros mapas (o sea, las recetas del vulcanismo terrestre) son muy poco
adecuados, e incluso pueden contribuir a extraviarnos; y que, por ello, únicamente una
generación aún lejana de vulcanólogos puede esperar obtener una comprensión profunda
del fenómeno geológico más común en el Universo.

¿Qué son los criovolcanes?

Se puede definir al criovolcán como una estructura geológica extraterrestre por la cual
emergen hielo y agua.
Son “geiseres fríos” en donde el agua líquida tomaría el papel de la lava en los volcanes
“comunes” y el hielo sería como las rocas que escupen.
El mecanismos es el mismo, el criovolcán expulsa las sustancias liquidas como agua, amoniaco
o metano llamadas criomagma y posteriormente se solidifican, por la diferencia de
temperaturas con el exterior, cayendo en forma de rocas de hielo.
Estos volcanes se forman en satélites y objetos astronómicos helados, se conocen criovolcanes
en Tritón (satélite de Neptuno), Europa, Ganímedes (satélites de Júpiter), Miranda (satélite de
Urano), Titán y en Encélado (satélites de Saturno).
Los criovolcanes de Titán y Encélado realizan una función importantísima debido a que
alimentan mediante la expulsión de partículas a los anillos de Saturno, particularmente al
anillo E.
Se cree incluso que estas estructuras geológicas podrían albergar vida extraterrestre.
Y los ejemplos en nuestro Sistema Solar no dejan de aparecer.
En el planeta enano Ceres, —el cuerpo más grande del cinturón de asteroides—la actividad de
los criovolcanes puede ser un evento regular en vez de una anomalía sorprendente.
Nuevas observaciones sugieren que el pequeño planeta ha estado en erupción continua por
los últimos mil millones de años, aunque su vulcanismo ha expulsado sustancialmente menos
material que los volcanes de la Tierra, Marte o Venus.

Aunque las pruebas relacionadas a la extendida actividad volcánica son fuertes, los científicos
todavía siguen perplejos respecto de lo que está alimentando esas erupciones.

Foto creada con imágenes de la nave espacial Dawn de la NASA, del criovolcán Ahuna Mons
sobre el paisaje en Ceres.
Ceres es el único planeta enano en el cinturón de asteroides, la franja de rocas espaciales
ubicada entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Desde marzo de 2015, la nave espacial Dawn de la NASA ha orbitado el mundo helado y
redondo con el fin de obtener una mirada de cerca de sus helados suelos y asombrosas zonas
brillantes.

Pero luego de varios meses de estar en órbita, Dawn encontró algo realmente extraño: un
elemento alto y piramidal que alcanzaba más de 3962 metros por encima de la superficie
repleta de cráteres. Se veía como un joven volcán. ¿Pero cómo era posible que existiera un
volcán en Ceres, un mundo que se suponía estaba geológicamente muerto?

Y, tal vez, lo más confuso era la existencia de un único volcán.


Luego de orbitar al Sol por 4,5 mil millones de años, ¿por qué Ceres, de repente, se había
convertido en un lugar volcánicamente activo?

Los científicos lo llamaron Ahuna Mons, y en 2016 anunciaron que ciertamente era un volcán.
Pero, en lugar de hacer erupción y lanzar fuego y azufre, probablemente lo hace con lava
congelada formada por hielo, sal y otros materiales. Esto es así porque las temperaturas
dentro de Ceres son demasiado frías como para que las rocas se derritan.
Sin embargo, la temperatura era lo suficientemente alta como para derretir hielo.

Las erupciones de los criovolcanes pueden parecer extrañas, pero Ahuna Mons no es el único
criovolcán del Sistema Solar. Se han observado criovolcanes en las lunas Encelado, Europa y
Tritón, y se presume que también en otros planetas en el Sistema Solar exterior.
Los científicos creen que esas erupciones son accionadas por el calor interno del cuerpo, que,
en el caso de las lunas, es generado por interacciones gravitacionales con sus planetas de
origen. Y, en algunos de estos mundos (especialmente en Encelado y Europa), los géiseres y los
penachos resultantes de los criovolcanes son algunos de los mejores lugares para buscar vida
más allá de la Tierra, dado que llevan materiales desde los enterrados reservorios,
considerados potencialmente amigables para la vida, hacia la superficie.

Los científicos no conocieron este tipo de actividad criovolcánica hasta que la nave espacial
Voyager se acercó a Tritón en 1989 y sacó fotos que sugerían que los géiseres helados hacían
erupción en la superficie de la luna.

Esto también se aplica a Ceres, ya que no se han descubierto los mecanismos obvios. Y la
soledad de Ahuna Mons es particularmente enigmático, por lo menos en el comienzo.
Era un pico solitario que se observaba en los muchos viajes al planeta enano. Y más confuso es
el hecho de que parece tener unos 200 millones de años, increíblemente joven si hablamos en
términos geológicos.

Dado que la actividad volcánica en otros cuerpos del Sistema Solar interno disminuye con el
tiempo a medida que los interiores se enfrían, como es el caso de Venus, Marte y la luna de la
Tierra, no tiene sentido que Ceres, de 4,5 mil millones de años, se haya vuelto criovolcánico de
un día geológico para el otro.

Es bastante difícil encontrar la razón por la cual Ceres, o cualquier otro cuerpo, hubiese estado
volcánicamente muerto durante el primer 99 por ciento de su vida y luego repentinamente se
encendiera, en términos relativos.
Debe haber algún proceso que borra los volcanes más antiguos; que Ceres ha estado
geológicamente activo por, tal vez, casi toda su vida, pero algo elimina las construcciones
viejas.
Con estas ideas se comenzaron a buscar aquellas características del suelo de Ceres que
podrían haber sido antiguos y deformados volcanes; las simulaciones sugieren que estos
elementos suaves y helados se verían como cúpulas desgastadas o montañas hundidas por el
paso del tiempo.

Se han encontrado más de tres docenas de cúpulas que podrían haber sido criovolcanes.
Luego de descartar algunos helados sospechosos que no eran candidatos particularmente
fuertes, los científicos se enfocaron en 22 cúpulas que sugerían actividad criovolcánica.
Una de ellas era Ahuna Mons, el resto tiene entre 16 y y 80 kilómetros de ancho, y algunas
llegan a estar a más de 40 kilómetros por encima de la superficie.
En principio, se determinó que tendrían menos de mil millones de años, pero este cálculo es
engañoso debido al relativo pequeño tamaño de las cúpulas.
Las observaciones sugieren que es probable que, en Ceres dentro de los últimos mil millones
de años, en promedio haya surgido un nuevo criovolcán cada 50 millones de años.

Los resultados sugieren que, aunque Ceres siempre ha sido criovolcánico por, al menos, los
últimos mil millones de años, la cantidad de actividad eruptiva es solo una fracción de lo que
vemos en la Tierra, y mucho menos de lo que esperamos ha ocurrido en Marte y Venus.

Intuitivamente, esto tiene sentido. El interior de Ceres no está ni cerca de lo caliente que es el
interior de los planetas internos, y está ahí solito en el cinturón de asteroides. Así que el
mecanismo, o la fuente de energía detrás de las erupciones del helado y solitario Ceres, sigue
siendo un interrogante se busca resolver.

También Encélado presenta criovulcanismo, es decir, algo así como “volcanes fríos” (más
parecidos a géiseres que a volcanes propiamente dichos), que no escupen lava ni nada tan
caliente, sino agua y materiales volátiles. Pero, por fríos que estén, se trata de emisiones de
material caliente del interior de la luna, lo cual no deja lugar a dudas sobre su actividad
geológica interna.

Las rayas no tienen siempre la misma estructura: parecen abrirse cuando Encélado está más
lejos de Saturno, según los movimientos tectónicos tienden a separar las placas que terminan
en ellas, y a cerrarse según la luna se acerca al gigante. Por lo tanto, los penachos volcánicos se
producen más a menudo cuando Encélado está lejos de Saturno.
La causa del criovulcanismo es la misma que produce el calor interno de Ío y Europa: las
fuerzas de marea. La órbita de Encélado es elíptica y se mantiene gracias a la resonancia con
Dione, y este continuo alejarse y acercarse a Saturno hace que la fuerza gravitatoria deforme
ligeramente la luna en cada ir y venir, calentando su interior por fricción.
Ahora bien, estas deformaciones no son tan intensas como en el caso de Ío, con lo que la
temperatura alcanzada no es tan grande, pero sí suficiente como para mantener “vivo” el
interior de Encélado, quebrar su superficie y escupir penachos fríos por esas grietas tigrescas.
Penachos criovolcánicos en Encélado

En una de las pasadas de Cassini sobre la superficie del satélite tuvimos la enorme fortuna de
que se produjese una erupción casi a la vez, de modo que la sonda atravesó el penacho
volcánico y sus instrumentos pudieron determinar la composición del penacho – sí, Cassini
dispone de un dispositivo llamado Cosmic Dust Analyzer (analizador de polvo cósmico) que
puede capturar y analizar material con el que la sonda entra en contacto.

¿El resultado? Los criovolcanes de Encélado emiten en su mayor parte vapor de agua, que se
enfría según se aleja del volcán para convertirse en un finísimo polvo de hielo. Además de agua
Cassini detectó moléculas de nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, amoníaco y metano,
además de sal común (NaCl) disuelta en el agua. En una segunda pasada en la que volvió a
suceder lo mismo –Cassini atravesó otro penacho que estaba siendo emitido según pasaba la
sonda– se detectaron, además de las moléculas de antes, propano (C3H8), etano (C2H6) y
acetileno (C2H2).
La primera consecuencia de este constante emitir de agua con impurezas se puede ver en la
imagen del eclipse solar de Saturno: el anillo E ha sido esculpido por Encélado a lo largo de
cientos de millones de años. Irónicamente, según la propia luna atraviesa el anillo va siendo
cubierta de nuevo por él, de modo que la espesa capa de nieve en polvo que la cubre es una
especie de “reciclaje” del propio Encélado según el hielo vuelve a casa unos cuantos millones
de años más tarde.

Encélado en el interior del anillo E

Una segunda consecuencia es que Encélado posee una atmósfera extremadamente tenue,
emitida por sus propios criovolcanes. Naturalmente, una masa tan pequeña como la de la luna
no puede mantener una atmósfera estable, y las partículas escapan constantemente al espacio
–de ahí la existencia del anillo E–, pero dado que se emiten más penachos constantemente, la
tenue atmósfera siempre está ahí, fundamentalmente compuesta por vapor de agua. Sin
embargo, no es uniforme ni constante: aunque la presión atmosférica es casi inapreciable, es
mayor cerca del polo sur, y mayor justo después de cada erupción de los géiseres de las rayas
de tigre.

Dado que no hemos posado ninguna sonda sobre la superficie nevada de Encélado, ni mucho
menos excavado bajo su superficie, no sabemos exactamente lo que hay allí.
Sin embargo, Cassini ha pasado varias veces lo suficientemente cerca de la luna como para
medir las desviaciones de su trayectoria debidas a la gravedad de Encélado, con lo que
conocemos su masa –y su volumen, pues hemos medido sus dimensiones con mucha
exactitud–. En consecuencia sabemos que Encélado no es una masa de hielo y nieve, como
otras lunas saturnianas: su densidad es de 1 600 kg/m3, un 60% más que el agua.

Por lo tanto, Encélado debe tener un interior rocoso. La hipótesis más aceptada es que ese
interior rocoso es el primer responsable de que Encélado esté inusualmente caliente por
dentro: donde hay roca suele haber isótopos radioactivos de distintos elementos, cuya
desintegración gradual calienta el interior del objeto, como sucede en el caso de la propia
Tierra.
A esto hay que añadir las deformaciones gravitatorias debido a la órbita elíptica de Encélado,
pero la deformación gravitatoria por sí misma no sería capaz de elevar tanto la temperatura de
Mimas, por ejemplo, que está geológicamente muerta y sin embargo sufre tirones
gravitatorios más intensos que Encélado.
Las expulsiones de agua con sal disuelta hacen incluso sospechar que podrían existir grandes
bolsas de agua salada en el interior de la luna, ya sea en forma de océano bajo el hielo y la
nieve o dentro de cavernas rocosas incluso a mayor profundidad.
La posibilidad de que existan esas grandes bolsas de agua salada, junto con la detección de
moléculas orgánicas sencillas como las que hemos mencionado antes, hacen que Encélado sea
uno de los pocos lugares del Sistema Solar en los que podría existir vida, aunque fuese muy
simple. No es un candidato tan fuerte como Europa, pero sí lo suficiente como para que esté
en nuestro punto de mira para futuras misiones de exploración.
Encélado es geológicamente activo. Puede que sus volcanes no sean como los de Ío, pero
recuerda que la superficie de Encélado es hielo cubierto de nieve: de vez en cuando, el suelo
se movería literalmente bajo nuestros pies. Sería necesario tener un cuidado extraordinario
con la localización de cualquier base, e incluso así no podríamos estar seguros de que no
hubiera peligro.
Mapa de Encélado a partir de todas las fotografías de Cassini
Finalmente, los últimos descubrimientos vienen de Plutón gracias a la New Horizons.
Ha descubierto evidencias en Plutón de lo que parecen ser dos gigantescos criovolcanes.
Los dos candidatos a criovolcanes, bautizados provisionalmente como Wright Mons (ubicado al
sur de la planicie de Sputnik Planum, un monte de unos 4 kilómetros de altura y con una
depresión central que evoca una caldera gigante) y Piccard Mons (ubicado aún más al sur y con
5,6 kilómetros sobre la superficie) serían los primeros grandes volcanes de hielo en el Sistema
Solar.
Éstos montículos de hielo sugieren que los volcanes están hechos de hielo y agua, ya que el
nitrógeno y el metano son demasiado blandos para soportar una carga tan pesada con
tantísima altura. En sus crestas, cada pico alberga un cráter central, una apariencia que sin
duda hace pensar en los volcanes de la Tierra.
¿Qué es lo que podría estar generando el calor suficiente dentro de Plutón como para crear un
volcán en la superficie?
Por el momento se desconoce pero las posibilidades son diversas; por ejemplo, que hubiese
una capa de agua de amoníaco bajo la superficie, provocando que el material más caliente
pudiera elevarse y generar esta actividad geológica.
Sea como fuere, Plutón está resultando ser un planeta enano fascinante y los expertos no
descartan que existan aún más criovolcanes que la nave New Horizons no ha llegado a alcanzar
con su paso.
¿Podremos detectar Erupciones Volcánicas en Planetas de Otros
Sistemas Solares?
Ahora que los astrónomos están descubriendo mundos rocosos que orbitan en torno a
estrellas distantes, se están preguntando si alguno de esos mundos tiene volcanes. Y si es así,
¿es posible detectarlos? Parecería que sí.
Para empezar, se necesitaría que la erupción fuera muy grande, de modo que arrojase una
gran cantidad de gases a la atmósfera. Utilizando el Telescopio Espacial James Webb, es viable
detectar en planetas de las estrellas más cercanas una erupción de al menos entre 10 y 100
veces mayor que la del Pinatubo.
La erupción en 1991 del Monte Pinatubo en las Filipinas arrojó cerca de 17 millones de
toneladas de dióxido de azufre a la estratosfera, la capa de aire ubicada a una altura de entre
10 y 50 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. La mayor erupción volcánica registrada en la
historia de la Tierra, la desencadenada en Tambora en 1815, fue aproximadamente 10 veces
más potente.
Los astrónomos están a décadas de poseer la capacidad tecnológica necesaria para tomar una
imagen de la superficie de un exoplaneta (un mundo de otro sistema solar). Sin embargo, en
algunos casos han sido capaces de detectar sus atmósferas. Una erupción emite humos y gases
distintos, así que la actividad volcánica en un exoplaneta rocoso podría dejar una firma
atmosférica reveladora.
Para examinar qué gases volcánicos podrían ser detectables, los científicos desarrollaron un
modelo para las erupciones de un exoplaneta similar a la Tierra de hoy en día.
Encontraron que el dióxido de azufre expulsado a la atmósfera por una erupción explosiva muy
grande es potencialmente medible, porque la cantidad expulsada de dióxido de azufre es muy
grande y además tarda bastante tiempo en desaparecer de la atmósfera.
Las erupciones gigantes que serían detectables desde nuestro planeta no son frecuentes, por
lo que los astrónomos tendrían que vigilar muchos planetas del tamaño de la Tierra durante
años para atrapar a uno en el momento justo. Sin embargo, si esos mundos tienen más
actividad volcánica que la Tierra, alcanzar el éxito puede ser más fácil.
Una erupción del tamaño de la desatada en Tambora en 1815 no se produce a menudo en la
Tierra, pero podría ser un fenómeno más común en un planeta más joven, o en un planeta
sometido a una fuerte marea gravitatoria, como por ejemplo Io, el satélite tremendamente
volcánico de Júpiter.
Existe la posibilidad de descubrir actividad volcánica en exoplanetas gracias a instrumentos
como el futuro telescopio James Webb de la NASA o el ELT (Extremely Large Telescope).
El estudio es sin duda fascinante. Ahora sabemos que existen muchas supertierras (planetas
rocosos de hasta diez masas terrestres) que orbitan su estrella a una distancia tal que su
superficie puede estar parcialmente fundida por acción de la temperatura y las fuerzas de
marea.
No estamos hablando aquí de pequeños volcanes terrestres, no, sino de superficies cubiertas
por inmensos océanos de magma fundido. CoRoT-7b podría ser uno de los principales
ejemplos de este tipo de mundos infernales. Aunque no podamos verlos directamente, la
tecnología nos permitirá dentro de poco observar la actividad volcánica de estos mundos.
La determinación de la actividad volcánica vendría de la mano de la detección de dióxido de
azufre en la atmósfera del planeta. En la Tierra, la presencia de SO2 en la estratosfera se debe
fundamentalmente a erupciones explosivas (vulcanismo pliniano), que presentan lavas muy
viscosas con alta densidad de volátiles en su interior. El ácido sulfhídrico (H2S) es también un
gas que delata la presencia de vulcanismo, pero por lo general es más complicado que llegue
hasta la estratosfera. Sirva como ejemplo la erupción del monte Pinatubo en 1991, que inyectó
unos 17 millones de toneladas de SO2 en cuatro días. Los gases del volcán alcanzaron 12-25
km de media, aunque se llegaron a registrar 40 km en algunos momentos. La famosa erupción
del Krakatoa en 1883 puede haber liberado a la atmósfera el doble de gases que el Pinatubo,
mientras que la erupción más grande registrada -la del monte Tambora en 1815- aumentó esta
cifra diez veces.
El SO2 es por tanto un buen indicador de vulcanismo explosivo, pero es muy probable que las
mayores supertierras presenten grandes episodios volcánicos no explosivos (mares u océanos
de magma). Otros factores que influirían en la actividad volcánica serían la presencia de lunas,
la composición o edad del planeta. Además, el dióxido de azufre es inestable, así que es
precisa una actividad constante para que pueda ser detectada desde la Tierra.
En cualquier caso, el dióxido de azufre sería fácilmente detectable usando el método del
tránsito durante los eclipses secundarios con telescopios. Cuanto más pequeña sea la estrella
del exoplaneta volcánico, mejor, pero en todo caso se podría detectar vulcanismo
exoplanetario en sistemas situados a menos de 30 años luz.

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