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René Guénon

Ex Oriente Lux

Luys de Algaida
«Entre los raros escritores que en Occidente, no por erudición,
sino por un saber efectivo, asentado sobre base iniciática, han
contribuido a una orientación y clarificación en el terreno de
las ciencias esotéricas y de la espiritualidad tradicional, René
Guénon tiene un puesto de relieve».

Julius Evola, Los límites de la regularidad iniciática

Se ha metido a menudo a René Guénon en la categoría de los metafísicos; yo, en


cambio, prefiero describirlo como un especialista en esoterismo. Y lo prefiero por las
connotaciones ortodoxas -dicho sea con el menor ánimo de ofensa- que tiene la
metafísica y porque el esoterismo parece referirse a una dimensión algo mayor, con más
alcance y unas particularidades que quedan poco matizadas en el primer término. Al
menos en estos lares. Sé que Chacornac ya advirtió de que jugaba con eso, pero sigue
siendo una descripción pesada. Él mismo dijo en 1939 que «en las condiciones
intelectuales en las que se encuentra actualmente el mundo occidental, la metafísica es
algo olvidado, ignorado en general y perdido casi por entero» (La metafísica oriental).
Sucede, además, que él no se dedicó sólo a indagar en lo oculto, sino que estudió con
logros admirables la parte hermética de las religiones, desligándola de la exotérica. De
ahí, especialista en esoterismo. No obstante, siempre retumbarán las palabras de
Coomaraswamy, «René Guénon no es un “orientalista”, sino lo que los hindúes
llamarían un “maestro”».

René-Jean Marie Joseph Guénon nació el 15 de


noviembre de 1886 en la casa familiar de Blois (Loir y
Cher, Francia), hijo del arquitecto Jean-Baptiste, de 56
años, y su segunda esposa, Anna-Leontine Jolly, de 39.
Fue bautizado el día de su primer cumpleaños. La
familia era acomodada, con el padre ascendiendo
socialmente a medida que crecía René, un chico
enclenque, espigado y de salud delicada. En
compensación, en seguida destacó por su inteligencia,
espoleado por su tía institutriz, a la que visitaba a diario
y a la que quiso como a una madre, y por su padre, que
tuvo un nivel de exigencia que incluso le llevó a
cambiarlo de centro porque le pusieron la segunda mejor nota en redacción, no la
primera. Al acabar el colegio en 1904, los profesores, entre los que gozaba de una
excelente reputación, le animaron a estudiar matemáticas en París. Allí, en la Escuela
Politécnica, no le fue tan bien como se las prometían. Por la salud, por no adaptarse a la
vida universitaria o por simple desinterés, tuvo que abandonar. Y es significativo que
justo entonces, en 1906, se trasladara del Barrio Latino a la Isla de San Luis, un jardín
oculto y tranquilo en medio de la bulliciosa París. Allí, en un apartamento del tercer
piso de una casa señorial, se quedó hasta los años 30.

Es ese instante, en el de la entrada de Guénon en el impresionante hôtel particulier de


Chezinot, el que marca el inicio de sus estudios esotéricos. Debe tenerse en cuenta que

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aquellas décadas, las que corren desde 1890 -prácticamente con la muerte de Madame
Blavatsky- hasta 1945 -la derrota de las SS-, son de explosión y renacimiento del
hermetismo. El Romanticismo, tan revigorizante en muchos aspectos, tuvo su cara
negativa en supercherías de todo tipo, que podríamos clasificar en tres órdenes: amoroso,
con la poesía desgarrada; político, con los nacionalismos neofeudalistas; y espiritual,
con el ocultismo de birlibirloque. Son los años de Fulcanelli, Marguerite Yourcenar,
Papus, Julius Evola, Aleister Crowley, Jules Doinel, Savitri Devi, Theodor Reuss, Roso
de Luna y tantos otros menos conocidos. Muchos de ellos auténticos vendealfombras.
Otros, genios convertidos en hazmerreir por el paradigma newtoniano. Precisamente es
el Dr. Encausse, Papus, a quien llegó a atribuírsele Los Protocolos de los Sabios de
Sión, el que dominaba aquel París y a quien Guénon le fue presentado al poco de
mudarse a ese retiro en medio del mundo. En el rincón más sugestivo del corazón del
París oculto, cabe añadir. El joven René, con poco más de veinte años, se hizo en
seguida un hueco en esos círculos merced a su inteligencia y su capacidad de trabajo.
No le faltó campo de estudio. En 1908 entra en la Orden Martinista de Papus
(supuestamente derivada de la Orden de los Elus Cohen, de Joachim Martinez de
Pasqually [1]). Dentro de la Orden Martinista alcanzó pronto el tercer grado de
iniciación, convirtiéndose en «Superior Desconocido», lo que le permitió entrar en dos
logias que tenían relación con la OM, la Logia Simbólica Humanidad, del Rito Nacional
Español, y el Capítulo y Templo «INRI», del Rito Primitivo y Original Swedenborgiano,
donde fue investido caballero Kadosh. Al poco tiempo participa como secretario en el
Congreso de Espiritismo y Masonería, retirándose del estrado cuando Papus habló de
reencarnación.

Funda y encabeza, además, la efímera Orden del Temple Renovado llevado por una
alucinación colectiva de varios martinistas, a quienes Jacques de Molay (1240-1314) les
ordenó acudir a casa de Guénon y decirle que debía refundar a los templarios. Esto,
junto al desencuentro por la transmigración de las almas, le causó cierto enfrentamiento
con Papus y, en general, la expulsión de las organizaciones en las que estaba. Tras esa
salida, y seguimos en 1908, ingresó en la logia Thébah, del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado, en la que estaría hasta la Gran Guerra, momento en el que todas las logias
masónicas entraron en estado durmiente. Al año siguiente, 1909, es ordenado Obispo de
la Iglesia Gnóstica, fundada 1889 por Fabre des Essarts tras aparecérsele el obispo
cátaro Guilhabert de Castres (1165-1240), donde adopta el nomen mysticum de
Palingenius. Esto le permitió conocer a otros dos Obispos de la misma organización,
Léon Champrenaud -que lo era de Versalles bajo el nombre de Théophane- y Albert de
Pouvourville -que lo era de Tiro y Sidón bajo el nombre de Simón-. El primero,
interesado en el sufismo, se conviritó al Islam con el nombre de Abdul-Haqq; el
segundo, interesado en el taoísmo, fue iniciado en él por con el nombre de Matgioi. Los
dos colaboraban con frecuencia, llegando a publicar el primer tomo de Las Enseñanzas
Secretas de la Gnosis firmando como Simón Théophane.

Guénon utilia la Iglesia Gnóstica para aprender de personajes como estos, quedando
claro de dónde nace el interés de Guénon por la metafísica oriental, así como para
fundar una revista en 1909, La Gnose, donde publicó esbozos de alguno de sus futuros
libros y en la que ya demostrada su profundo conocimiento del espiritismo europeo y
oriental. En efecto, en su primer artículo, «El Demiurgo», publicado en La Gnose,
entabla ya un diálogo entre las diferentes tradiciones para responder la pregunta del
origen del mal: Si Deus est, unde Malum? Si non est, unde Bonum? Y hace una
exhibición de conocimientos del judaísmo y brahmanismo védico. De la revista salieron

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los contactos que le introdujeron en el sufismo, el hinduísmo y le permitieron conocer
más del taoísmo de lo que el mismo Conde de Pouvourville podía transmitirle.

En los siguientes años Guénon-Palingenius se limita a estudiar, publicar y moverse en


los círculos de la nueva alquimia, aunque abandonando en 1911 la Iglesia Gnóstica, la
Orden del Temple y las obediencias masónicas [2]. En julio de 1912 se casa con Berthe
Loury, ayudante de su tía, en la iglesia de Saint-Hilaire de Lémeré. Pero debía estar
poco convencido de la validez de los ritos católicos, porque en apenas unos meses es
iniciado en el Islam con el nombre de Abd al-Wâhid Yahyâ («el servidor del Único»),
recibiendo la baraka de su amigo el sheyj Abd al-Hādī ‘Aqīlī (Ivan Anguéli, nacido
John Gustaf Agelii), un exmilitante anarquista con detenciones y pintor impresionista.
Escoge el Islam entre otras vías iniciáticas no por cuestiones de fe, sino por
pragmatismo [3]. Años después denunciará la regularidad iniciática de la Masonería, el
Catolicismo, la Teosofía y demás organizaciones que, a su juicio, o estaban degeneradas
o habían nacido corruptas. En 1909 había conocido a Abel Clarin de La Rive, periodista
antimasón, y de una estrecha colaboración con él en la revista La France
antimaçonnique descubrió una suerte de conspiración luciferina que se infiltraba en los
círculos herméticos -entre ellos, la Masonería- logrando desmontar cualquier posibilidad
iniciática. De hecho, esa influencia luciferina es precisamente la que ha sido denunciada
en primer lugar por la Iglesia Católica (que llegó a excomulgar a todos los masones) y
después por sucesivos grupos cristianos. La actividad investigadora de Guénon,
normalmente con la objetividad de un anatomista, lo alejaban de críticas destructivas
contra cualquier religión: es más, las defendía a todas por ser vehículos de transmisión
de la Sophia Perennis.

Al comenzar la guerra de 1914, René Guénon tuvo que empezar a buscarse la vida.
Hasta ese momento había vivido como rentista, pero esos ingresos iban disminuyendo y
empezó a trabajar como profesor. En 1917 fue trasladado con su mujer y su tía a Argelia,
donde perfeccionó su árabe y conoció a maestros sufíes. Durante un año disfrutó de una
vida plenamente islámica, que le era difícil en la católica Francia. Allí volvió en 1918,
como a profesor en el mismo colegio en el que él estudió en Blois. Según parece, tenía
una clase de filosofía que impartía en una mesa redonda a cinco alumnos que consistía
en dictar durante horas, sin mucho método pedagógico. A veces paraba e intentaba
explicarles conceptos de la tradición oriental. Cuando volvía a casa atendía a su querida
sobrina, de la que se había hecho cargo en su regreso a Francia, y trabajaba incansable
mientras Berthe, a su lado, repasaba los manuscritos.

Al fin en 1921 publica su primer libro, Introducción general al estudio de las doctrinas
hindúes, en el que sin embargo emplea 100 de sus 217 páginas a sentar las bases para
una aproximación al esoterismo en general, no específicamente el hindú. Se trata, pues,
de una introducción general a su propia obra, indispensable para adentrarse después en
sus críticas a la Teosofía (1921) y al espiritismo (1923), en sus «apreciaciones» sobre
los esoterismos cristiano, islámico y taoísta (op. posth., 1954 y 1973) y, en general, a
todas las ramas que componen su árbol gnóstico. Pero sus conocimientos no se limitan a
las grandes religiones. Fruto de sus relaciones anteriores con los círculos ocultistas, es
capaz de ir analizando en la Revue de Philosophie, a propósito de la Sociedad Teosófica,
la realidad de organizaciones como el Hermetic Brotherhood of Luxor, la Iglesia
Veterocatólica, la famosa Golden Dawn, la Sociedad Rosacruz de Inglaterra o la
Masonería Mixta (obediencia de «Le Droit Humain»). Realmente, era un hombre con
muy buenos contactos dentro de Europa y, sobre todo -y por ello su importancia-, fuera,

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en el Oriente. En el mismo 1921 reúne los artículos y los publica bajo el título
Teosofismo. Historia de una pseudo-religión. Pasan dos años y su mayor preocupación
siguen siendo la mentira: en 1923 publica El error espiritista. Con dos libros, de dos
plumazos, ha denunciado las dos corrientes ocultistas más difundidas en aquel momento.
Una de carácter sectario, otra de ambiente más doméstico. El espiritismo, en el sentido
de «admitir la posibilidad de comunicar con los muertos», dice Guénon, conlleva
demasiado a menudo problemas físicos y psíquicos. Para ello, cita al espiritista Barthe:
«Tenemos varios ejemplos de graves enfermedades, de trastornos del cerebro, de
muertes súbitas causadas por revelaciones mentirosas que no devinieron verdaderas sino
por la debilidad y la credulidad de aquéllos a los cuales se les hacían». Y además hace
una denuncia de las «artes adivinatorias» que sirve bien para hoy, porque suelen actuar
como profecías autocumplidas por medio de la sugestión, con los peligros que eso tiene.
Mientras otros se afanaban en llenarse los bolsillos a costa de la ingenuidad ajena, él
tomaba caminos más serios, más interesados en la sana evolución espiritual y más
preocupados por su alrededor. Lo cual provocó, irremediablemente, que tuviera nuevos
enemigos.

En 1924 comienza a impartir unos nuevos cursos de filosofía en el centro donde


estudiaba su sobrina. Publica entonces Oriente y Occidente, un tratado optmista sobre la
relación entre dos mundos en principio antagónicos. Fue aplaudido por más gente de la
esperaba, en especial en determinados círculos católicos capitaneados por Léon Daudet,
confundador de Action française, donde publicaba desde 1910 con el pseudónimo «La
Esfinge». Vale la pena repetir el resumen que hizo Daudet de la obra de Guénon: «1º El
Occidente está colocado desde los Enciclopedistas y más allá, desde la Reforma, en un
estado de anarquía intelectual que es de una verdadera barbarie. 2° Su civilización, de la
que está tan orgulloso, reposa sobre un conjunto de perfeccionamientos materiales e
industriales que multiplican las probabilidades de guerra y de invasión sobre un
subsuelo moral e intelectual muy débil, sobre un subsuelo metafísico nulo». La
colaboración con la intelectualidad tradicionalista católica de Francia y la amistad que
entabló con el monumental Bestiario de Cristo, Louis Charbonneau-Lassay, le llevó a
publicar en Regnabit una serie de artículos sobre el simbolismo cristiano que acabaron
de pronto «debido a la hostilidad de ciertos medios
neo-escolásticos» -dijo Guénon-.

Al año siguiente sigue en la veda del hinduismo con El


hombre y su devenir según el Vedanta, que es su
confirmación como erudito y transmisor de esa
tradición. No fueron pocos los que llegaban a Benarés
con ese libro debajo del brazo. A continuación, en ese
mismo 1925, publica uno de los libros que he de
confesar que más me atraen, El esoterismo de Dante.
En él descubrimos que Dante hace «una aplicación
atrevida de las figuras y de los números de la Kabbala
a los dogmas cristianos, y una negación secreta de todo
lo que hay de absoluto en estos dogmas». Hoy el
sentido iniciático de La Divina Comedia es algo que
prácticamente ningún literato duda, pero a principios
del siglo XIX la interpretación esotérica de la literatura
medioeval estaba aún en estado gestatorio. El 12 de
diciembre dio una conferencia en la Sorbona que se

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publicaría en 1939 bajo el título de La metafísica oriental, aunque como él mismo dijo
allí, «quizás hubiera sido mejor decir la metafísica sin epíteto pues, verdaderamente, la
metafísica pura, al estar por definición fuera y más allá de todas las formas y de todas
las contingencias, no es ni oriental ni occidental: es universal». Hizo allí una crítica de
la pérdida de la tradición occidental que podemos resumir en que -y esto se lo dice él
directamente a Aristóteles- «en toda concepción verdaderamente metafísica, hay que
reservar siempre la parte de lo inexpresable». Su reproche se dirige, empero, sólo a «la
civilización occidental moderna». En definitiva, termina de sentar las bases de su
pensamiento y esa introducción general con la que empezaba su primer libro. A partir
de este momento publicará libros que podríamos considerar, no menores, sino más
especializados. Así, por ejemplo, El Rey del Mundo (1927), donde tercia en el debate de
la búsqueda del Agartha provocado por dos libros, Misión de la India (1910) de
Alejandro Saint-Yves d’Alveydre y Bestias, hombres y dioses (1924) de Ferdynand
Ossendowski. Continúa tendiendo puentes entre el mundo occidental, católico, y el
oriental. Le sirven para ello las largas charlas con el párroco de Blois, donde pasa los
veranos con su familia.

Las charlas continúan, a menudo hasta el amanecer. Él habla con afán didáctico, como
lo hacía a esos colegiales cuando terminaba los dictados. Y como escribe: todos sus
libros tienen un prólogo donde explica con extraordinaria lucidez qué le lleva a
escribirlo y de qué trata. A su casa -y a las de sus amigos- acuden hindúes, musulmanes,
católicos, judíos,… Y con ellos era capaz de hablar en griego, hebreo, árabe, alemán,
italiano, español, ruso y polaco. Tampoco se le daba mal el latín. Cuando escribe La
crisis del mundo moderno (1927) tiene que reconocer que «no hay nadie que haya
expuesto en Occidente ideas orientales auténticas, salvo nosotros mismos; y lo hemos
hecho siempre exactamente como lo habría hecho todo oriental».

En junio de 1928 muere su mujer, su querida Berthe


Loury. Y él sigue con su trabajo. Expulsan a su sobrina
del colegio porque no aceptan que viva sólo con su tío.
Bien, no importa, otro libro -Autoridad espiritual y
poder temporal (1929), que se echaba leña a la
prohibición papal de Action française- mientras muere
su tía y la madre de su sobrina acude a recogerla. Ahora
sí está solo en medio del mundo. Pero le llueven los
encargos de publicaciones (entre otras cosas, le piden
tomar las riendas de Le Voile d’Isis, oferta que declina
para ser simple redactor) y, ahora, de una editorial para
una obra colectiva sobre santos católicos; él escribe
sobre San Bernardo.

Un año después de la muerte de Berthe conoce a


Madame Dina, viuda, con la que empieza un romance
que los lleva en septiembre de 1929 a la Alsacia durante
dos meses. A la vuelta, Madame Dina está convencida de comprar los derechos de todos
los libros de Guénon e invertir su fortuna en divulgar su obra. En marzo de 1930 se
marchan los dos a El Cairo, en principio para que Guénon encuentre y traduzca textos
sufíes. Madame Dina volvió a Francia a los tres meses, pero Guénon fue retrasando su
vuelta periódicamente. Mientras tanto, visitando la Mezquita y hablando con los
maestros que allí se encuentra, da a la luz El simbolismo de la Cruz (1931) y Los

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estados múltiples del Ser (1932). Y digo «da a la luz» porque son libros cuyo origen
está en los primeros artículos que fue publicando en La Gnose y demás revistas
esotéricas de los primeros tiempos. Lo cierto es que aquellos años son una incógnita
porque Guénon parece un poco a la deriva, algo que intuímos por los sucesivos retrasos
de su regreso y de que no escribiera íntegro nada hasta 1945 (ya hemos dicho que el
texto de la obra intermedia de 1939, La metafísica oriental, es una conferencia de 1925).
Uno de los jeques (sheyj) a los que conoció en la Mezquita fue Mohamed Ibrahim, con
el que entabló una amistad estrecha que culminó cuando se casó con su hija Fatma en
julio de 1934. Definitivamente, Guénon era Abd al-Wâhid Yahyâ. Ya no más el francés
René, que además decidió quedarse ad perpetuam en Egipto. Dejó de pagar el alquiler
en Île Saint-Louis, pidió que le remitieran en cajas los libros que allí almacenaba y que
vendieran los muebles.

En mayo de 1937 se trasladó a una


finca a las afueras de El Cairo que
llamó Villa Fatma, casa en la que se
procuró un despacho y un oratorio
privado. Lo único europeo que había
allí era la cama en el dormitorio. No
debió sentarle muy bien aquel
traslado porque empezó una cadena
de convalecencias que lo tuvieron
encamado hasta mediados de 1939
por gripe dos veces y por reuma,
durante seis meses. Durante la II
Guerra Mundial interrumpió sus
contactos con la Vieja Europa, tiempo en el que nació su hija Khadija (1944) y en el que
acogió a algunos europeos en su casa, con una hospitalidad que se extendió hasta dar
sepultura en ella a uno de ellos, un inglés arrollado por un camión que nadie reclamaba.
Al acabar la guerra publicó El reino de la Cantidad y los signos de los tiempos, donde
reanuda su diagnóstico de La crisis del mundo moderno y se ríe de los «cientificistas».
En 1946 cayó de nuevo enfermo y no pudo acompañar a Fatma y Khadija en la
peregrinación a la Meca, pero pudo escribir Consideraciones sobre la iniciación, en
sustitución de la petición que le hacían periódicamente de recopilar todos sus artículos
sobre la iniciación publicados hasta el momento en la revista Estudios tradicionales. En
él trata de la iniciación «en general», pero hace una serie de salvedades dirigidas a
advertir que «cuando uno se da cuenta del grado de degeneración al que ha llegado el
occidente moderno, es muy fácil comprender que muchas de las cosas de orden
tradicional, y con mayor razón de orden iniciático, apenas pueden subsistir en él más
que en el estado de vestigios, casi incomprendidos por aquellos mismos que tienen su
custodia». De nuevo a la carga contra las sectas ocultistas que tan bien conoció décadas
atrás. Y es aquí donde gesta una recopilación de artículos que se publicará póstuma,
Estudios sobre Masonería y Compañerazgo (1976), porque es prácticamente en esas
dos organizaciones (y en algún grucúspulo de viejo cristianismo, en la periferia del
catolicismo) donde Guénon ve una vía iniciática occidental válida.

La siguiente obra es Los principios del cálculo infinitesimal (1946). En el prólogo


explica que «los matemáticos, en la época moderna, y más particularmente todavía en la
época contemporánea, parecen haber llegado a ignorar lo que es verdaderamente el
número; y, en eso, no entendemos hablar sólo del número tomado en el sentido

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analógico y simbólico en que lo entendían los Pitagóricos y los Kabbalistas, lo que es
muy evidente, sino incluso, lo que puede parecer más extraño y casi paradójico, del
número en su acepción simple y propiamente cuantitativa». Se queja de
quienes «consideran como infinito lo que es simplemente indefinido». Y a continuación
da a la imprenta su último libro publicado en vida, La gran Tríada, es decir el
ternario «Cielo, Tierra, Hombre» de la tradición oriental que podríamos traducir en
lenguaje profano por «Padre, Madre, Hijo». Explicación que no está de más porque era
corriente -y lo sigue siendo- en Occidente aproximar de inmediato este trilema religioso
a la Trinidad cristiana; y no son comparables. En fin, un libro taoísta sobre la «vía» y las
implicaciones espaciales y temporales de la Tríada.

Poco después, a finales de 1946, se trasladó a El Cairo durante un tiempo para esperar el
alumbramiento de su segunda hija, Lelia, que nació en enero, tras lo que volvieron a
Villa Fatma. Trataba entonces con gente de la talla de Marco Pallis o Ananda
Coomaraswamy, que acudían a él en calidad de maestro, pero que lo hacían con
documentación recogida en sus viajes por el oriente que le permitieron hacer una
revisión de Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes sobre la relación
del hinduísmo con el budismo.

Los años posteriores a su último libro fueron


duros. No se adaptaba al repentino clima frío
que sufrieron y su salud se resintió mucho.
Logró, preocupado por el futuro, la
nacionalización de sus hijas y, después, la de
su hijo Ahmed, nacido en septiembre de 1949.
En noviembre de 1950 todos sus hijos
enfermaron a la vez y él se negó a ser tratado
mientras ellos no curaran, aunque sí se le
administraban sus habituales remedios
naturales. Jamás consintió un análisis clínico
de laboratorio. De nada serviría, por otra parte,
porque cuenta Jean Reyor que siempre creyó
que era objeto de ataques de magos negros.
Incluso estaba convencido de que algunos de
sus artículos (los de Le Voile d´Isis) servían de
contrapunto a esos ataques, de contrahechizo,
no permitiendo el cambio de una sola coma.
No duró mucho más, tenía una pierna llena de úlceras y tenía una constricción en la
laringe que le impedía comer. El 7 de enero de 1951, entre espasmos y alaridos de «El
Nafass Khalass» (¡el alma se va!), pidió a su mujer que no tocara su despacho porque
seguiría trabajando en él, ya invisible. Murió a las once la noche mientras murmuraba
Allah, Allah.

Tras su muerte, se publicaron diversos recopilatorios de artículos. Él mismo lo había


pedido en cartas a sus amigos en 1950, mencionando explícitamente unas Aperçus sur
l’Initiation que hoy conocemos como Iniciación y realización espiritual (1952).
Después aparecieron otros: Apreciaciones sobre el esoterismo cristiano (1954),
Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada (1962), Estudios sobre hinduismo (1968),
Formas tradicionales y ciclos cósmicos (1970), Apreciaciones sobre el esoterismo

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islámico y el taoísmo (1973), Cuentas rendidas (1973), Estudios sobre la
Francmasonería y el Compañerazgo (1973) y Miscelánea (1976).

¿Se entiende a René Guénon en Europa? Fue masón y publicaba en medios


antimasónicos. Fue musulmán y publicaba en revistas católicas. Fue ocultista y
despotricó contra el ocultismo. Una incoherencia superficial que no se comprende bien
aquí.

Granada, 10 de octubre de 2050 de la Era Hispánica.

___________

[1] En realidad, la Orden Martinista la crean Papus y Chaboseau como discípulos de


Louis Claude de Saint-Martin, «el filósofo desconocido», que había sido un importante
Elus Cohen. Pero como forma de continuar la obra de este, mezclando teosofía y teúrgia.

[2] Hay un todólogo muy cercano al CNI que comete algunos errores de bulto con
respecto a las fechas. No diré su nombre por no dar propaganda a quien me hizo perder
el tiempo en proyectos políticos que desmontaba cuando se lo ordenaban los de arriba y
que además traicionó de manera perruna a más de un amigo. Pues bien, dice que
Guénon se desvinculó del ocultismo en 1909; pero si Paul Chacornac -que fue su amigo
y mantuvo con él una relación de décadas con colaboraciones en su revista y cartas
constantes- dice que fue en 1911, es que fue en 1911. Así ocurre con la iniciación en el
sufismo: él ya estaba iniciado cuando llegó a Argelia. Se permite algún error de cálculo,
como el de Asti Vera, que pone 1912, ¡pero poco más!

[3] Al respecto, recomiendo el artículo de Ángel Almazán Garcia, Abdul Wahil Yahia el
Guénon más realizado.

BIBLIOGRAFÍA:

Ananda Coomaraswamy, René Guénon


Ángel Almazán Garcia, Aproximación biográfica a Guénon
Armando Asti Vera, «René Guénon, el último metafísico de Occidente» (introducción a
Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada)
Fernando Guedes Galvão, René Guénon, metafisíco. Algumas notas sobre sua obra
Marcos Mateo, René Guénon y el mundo moderno
Mircea A. Tamas, Réne Guénon
Oscar Freire, ‘Abd al-Wâhid Yahya
Paul Chacornac, La vida simple de René Guénon
Robin Waterfield, Réne Guénon and the Future of the West

N. del A.: Por juzgarlo innecesario, el contenido de esta obra no está sujeto a ningún tipo de
registro legal. Se expone, pues, al plagio. En tal caso, apelaremos a la más noble de las justicias:
la poética.

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