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SOBRE LA FELICIDAD

Basado en La Metafísica de las Costumbres - Kant

"Como el camino terreno está sembrado de espinas,


Dios ha dado al hombre tres dones:
la sonrisa, el sueño y la esperanza."

INTRODUCCIÓN

La búsqueda de la felicidad es sin duda la que mayor cantidad de recursos


consume en el hombre actual, pero esa búsqueda asume una gran cantidad y
variedad de formas.

Toda la tecnología, todos los gigantescos esfuerzos de la civilización


contemporánea se orientan a la búsqueda de satisfacción y confort, entendidas
como causantes de felicidad, y sin embargo parece que algo no funciona bien
pues la insatisfacción es enorme y crece cada día más, la neurosis avanza, la
desesperanza, el miedo y la violencia reinan por doquier.

De la mano de un clásico de la modernidad veremos las implicaciones de esta


búsqueda y las posibles salidas que nos ofrece la filosofía a la manera de los
clásicos para encontrar fundamentos válidos y firmes sobre los cuales construir
nuestra vida.

“Dos cosas llenan al alma cada vez con nuevo y creciente encanto y
veneración, con cada uno el razonamiento se ocupa más frecuente y
continuamente, el cielo certero sobre mi cabeza y el principio moral dentro
de mi".

¿LA FELICIDAD ES UN VALOR?

Es claro que solemos poner nuestra felicidad en la consecución o logro de todo


tipo de cosas, sin embargo -nos preguntamos- si la felicidad por sí misma,
totalmente ajena a las cosas de los cuales dependa ¿representa algún bien para el
ser humano?

“El poder, la riqueza, el honor, incluso la salud y la satisfacción y alegría con


la propia situación personal, que se resume en el término –felicidad-, dan
valor, y tras él a veces arrogancia.”1

1
Todas la citas –señaladas en cursiva- del presente escrito son de Kant y a partir de esta
son extraídas de la “Metafísica de las Costumbres”.

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Para Kant la felicidad no es un valor en sí misma porque no tiene valor por sí
misma, pero sí otorga valor es decir Valentía. Recordemos que -según Platón- el
valor proviene cuando la Razón gobierna la Irascibilidad, el valor en cuanto
virtud es bueno -a priori-, permite que las personas enfrenten con hidalguía la
propia existencia; sin embargo la felicidad lleva en sí el riesgo del exceso de
satisfacción, es decir que la parte Concupiscible conquiste el Alma ya que es ésta
la que busca la satisfacción por sí misma, y surge entonces la arrogancia, es decir
el gozo (concupiscible) por la conquista de los honores (irascible), el excesivo
orgullo de una persona en relación consigo misma y que la lleva a creer y exigir
más y más sin preguntarse si tiene o no derecho, o si se lo merece o no.

Por ello cabe diferenciar entre dos tipos de felicidad la que viene de la simple
satisfacción de los deseos y la verdadera felicidad que consistiría en un
sentimiento totalmente ajeno a los resultados de la acción y que experimenta
complacencia total simplemente en el recto cumplimiento del deber.

Aquel dotado de razón corre el riesgo de perder o menguar la satisfacción que


viene de la realización de sus deseos y sin embargo, anhelante aún de placer y de
bienestar, no encontrar sentido ni utilidad a la razón quien es mal consejera en
este ámbito.

Sobre esto Kant dice:

“El cultivo de la razón, necesario para aquel fin primero e incondicionado,


restringe de muchas maneras, por lo menos en esta vida, la consecución del
segundo fin, siempre condicionado, que es la felicidad.”

Ese fin primero e incondicionado es el Supremo Bien, y para lograrlo se requiere


el recto cumplimiento de los propios deberes, pero hay que reconocer qu el
cumplimiento de los propios deberes sin duda restringe, en muchos casos, la
satisfacción de las apetencias y, por tanto, la felicidad entendida como
satisfacción.

Pero en cuanto la felicidad constituye un estado Psicológico en el cual no está


exento el Valor, siempre y cuando no se haya presentado aún la misología u odio
a la razón, entonces la felicidad será una herramienta útil para el hombre que
pretende construírse.

“Asegurar la felicidad propia es un deber, al menos indirecto, pues el que no


está contento con su estado, el que se ve apremiado por muchas
tribulaciones sin tener satisfechas sus necesidades, puede ser fácilmente
víctima de la tentación de infringir sus deberes.”

Si esto llegara a ocurrir, si la persona infringe sus deberes por ausencia


continuada de felicidad, será sin duda una muestra de falta de valor, pero es de
suponer que una persona que está en proceso de hacerse, de construírse, que
constituye en sí mismo un ser inacabado, adolecerá sin duda de falta de valor y

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por ello ha de enseñársele a cultivar su felicidad por deber, más allá de la
satisfacción de sus apetencias.

LA FELICIDAD EXIGE TOTALIDAD

“Pero, aun sin referimos aquí al deber, ya tienen todos los hombres por sí
mismos una poderosísima e íntima inclinación por la felicidad, porque
justamente en esta idea se resume la totalidad de las inclinaciones.”

Una inclinación poderosísima e íntima es sin duda un gran motor tanto para actos
como para pensamientos y sentimientos, no nos queda más que dar sentido y
orientación a tan poderoso motor.

Los deseos, todos ellos, exigen su plena e inmediata satisfacción, todo deseo
exige su aniquilación, su cese, quiere extinguirse o extinguir más bien la ansiedad
y el dolor que causa el permanecer insatisfecho, el problema es que busca
extinguirse mediante su satisfacción, en este contexto llamamos felicidad a la
extinción de aquella ansiedad y felicidad completa a la completa aniquilación de
sus deseos, a la satisfacción del total de sus inclinaciones.

Sin embargo tal satisfacción o felicidad total se torna imposible de lograr puesto
que la satisfacción de unas inclinaciones dificulta o perjudica la satisfacción de
otras, por ejemplo comer en exceso o mal perjudica la salud, o descansar
demasiado o trabajar demasiado, o hablar demasiado o callar demasiado… y un
largo etcétera.

“El precepto de la felicidad está la mayoría de las veces constituido de tal


suerte que perjudica grandemente a algunas inclinaciones, y el hombre no
puede hacerse un concepto seguro y determinado de esa suma de
satisfacciones resumidas bajo el nombre general de una inclinación única,
bien determinada en cuanto a lo que ordena y al tiempo en que cabe
satisfacerla.”

Así el concepto simple de felicidad como satisfacción es contradictorio, es


frecuente encontrar deseos antagónicos coexistiendo en la misma persona, en la
misma personalidad:

“El concepto de felicidad sea un concepto tan indeterminado que, aun


cuando todo hombre desea alcanzarla nunca puede decir de una manera
bien definida y sin contradicción lo que propiamente quiere y desea.”

La felicidad, como sea que se la entienda, es siempre una idea total, exige
plenitud total, debe abarcar todo el espacio, todo el tiempo y todo el ser, no
descansará hasta que no se logre totalmente, esto la hace una fuente inagotable
de energía, la cual podemos usarla bien o usarla mal.

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El problema es que no se puede llegar a ese nivel de totalidad de forma empírica,
es decir mediante la simple acumulación de experiencias, o sea mediante el sentir
o tener, esto es imposible en cuanto, desde la perspectiva de la personalidad
somos seres finitos.

“La causa de ello es que todos los elementos que pertenecen al concepto de
la felicidad son empíricos, es decir, que tienen que derivarse de la
experiencia, y que, sin embargo, para la idea de felicidad se exige un todo
absoluto, un máximum de bienestar en mi estado actual y en todo estado
futuro.”

Es claro que la parte finita del hombre –personalidad-, limitada, contingente, no


puede alcanzar la satisfacción infinita y por ello:

Los principios empíricos no sirven nunca como fundamentos de leyes


morales, pues la universalidad con que deben valer para todos los seres
racionales sin distinción, desaparecen cuando el fundamento de dichos
principios se deriva de la peculiar constitución de la naturaleza humana
(limitada) o de las circunstancias contingentes en que se coloca.

En cuanto la felicidad siempre exige la satisfacción total vemos que la felicidad es


una fantasía si lo que exige es la satisfacción de los deseos, no existe un acto que
pueda lograr la totalidad infinita de satisfacción, tampoco existe ningún grado de
sensibilidad que pueda asegurarme una satisfacción total en quien coexisten
deseos contadictorios.

“La felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación, que descansa


en fundamentos meramente empíricos, de los cuales en vano se esperará
que determinen una acción por la cual se alcance la totalidad —en realidad
infinita— de consecuencias.”

HAY QUE BUSCAR LA FELICIDAD POR DEBER

Así, la felicidad como satisfacción es fallida, frustrante, imposible, por ello


debemos acudir a la otra felicidad la que no viene de la satisfacción de las
inclinaciones sino la que buscamos por deber.

“De procurar cada cual su propia felicidad no por inclinación sino por
deber, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero valor moral.”

El valor moral vendría –entonces- de la aceptación subjetiva de lo que


necesariamente va a suceder en cuanto proviene de la Ley, debido a que no son
las acciones por sí mismas las que procuran felicidad al ser racional sino más
bien los motivos de las acciones:

“El problema de determinar con seguridad y universalidad qué acción


fomenta la felicidad de un ser racional es totalmente irresoluble.”

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Aunque una persona haga lo que le gusta o inclusive realice las cosas en las
cuales es experto, esto no le garantizará felicidad, en cambio sí le otorga felicidad
los motivos que tiene para hacerlo, Kant lo expresa así:

“De aquí se deduce que los imperativos de la sagacidad no pueden,


hablando con rigor, mandar, esto es, exponer objetivamente ciertas acciones
como necesarias prácticamente; que hay que considerarlos más bien como
consejos (consilia) que como mandatos (praecepta) de la razón.”

Esto quiere decir que ni hacer lo que me gusta ni hacer lo que puedo es propio de
una conducta moral aún cuando ello me cause satisfacción, estas tendencias, si
bien son deseables, no son imprescindibles y por ello simplemente no pueden
mandar la conducta del hombre.

En este sentido la experiencia contradice –dice Kant- el supuesto de que el


bienestar –o la felicidad- se logre alcanzar por el buen obrar y por ello determina
que:

“Es muy distinto hacer un hombre feliz que un hombre bueno.”

Todo ser humano tiende a la búsqueda de la felicidad de forma natural e


imperativa aunque ese imperativo sea hipotético -por cuanto no es necesario-; así
podemos decir que no es necesario que seamos felices para justificar el
cumplimiento de nuestras obligaciones, de hecho no es necesario que me cause
placer el detenerme ante una luz roja o abstenerme de robar para estar obligado a
hacerlo.

“Hay un propósito que no sólo pueden tener, sino que puede suponerse
con total seguridad que todos tienen por una necesidad natural, y éste es el
propósito de felicidad.”

La Moralidad está dada por el respeto y cumplimiento de lo que es necesario para


lo cual lo único que puede auxiliarnos es nuestra Razón:

“Hay un imperativo que, sin poner como condición ningún propósito a


obtener por medio de cierta conducta, manda esa conducta
inmediatamente. Tal imperativo es categórico. No se refiere a la materia de
la acción y a lo que ha de producirse con ella, sino a la forma y al principio
que la gobierna, y lo esencialmente bueno de tal acción reside en el ánimo
del que la lleva a cabo, sea cual sea el éxito obtenido. Este imperativo puede
llamarse imperativo de la moralidad.”

Una cosa es no mentir por conservar el prestigio –dice Kant- y otra es


determinarnos a no mentir aún cuando el no hacerlo no me traiga ningún
prestigio, es decir por el simple deber sin apego a los frutos de mi acción.

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“El imperativo moral, o lo que es igual, categórico, sostiene: debo obrar de
este o de aquel modo al margen absolutamente de lo que yo quiera.”

Y no pretender obrar bien únicamente por cálculo de intereses como lo que hace
el que:

“Reduce la moralidad a resortes que más bien derriban y aniquilan su


elevación, juntando en una misma clase de cosas las motivaciones que
impulsan a la virtud con aquellas que empujan al vicio enseñando solamente
a hacer bien los cálculos y borrando, en suma, la diferencia específica entre
virtud y vicio.

Por ello hay una diferencia radical en actuar por deber y actuar conforme al
deber pero no por deber sino por que me conviene, el primero es un acto moral,
el segundo es un acto inmoral. Kant ejemplifica esto con una sociedad de
comerciantes que decide no competir con precios no porque sea su deber no
especular sino porque no les conviene echar abajo los precios.

No basta con parecer moral sin duda hay que ser moral, no basta con imitar
actos, repetir palabras, hay que descubrir los motivos correctos para cada una de
nuestras palabras y de nuestros actos en cada instante de la vida y actuar por
ellos, tan solo el intentarlo nos traerá la verdadera felicidad, esto es Valor Moral.

Estas reflexiones que nos impulsan a hacer las cosas correctas sin cálculo de
beneficios sirven inclusive ante la búsqueda de la felicidad, así el filósofo afirma:

“Deberé, por ejemplo, fomentar la felicidad ajena no porque me importe


algo su existencia (por inclinación inmediata o por alguna satisfacción
obtenida por la razón de una manera indirecta), sino solamente porque la
máxima que la excluyese no podría concebirse en uno y el mismo querer
como ley universal.”

Que el otro busque mi felicidad es bueno, como es bueno también que yo


busque la felicidad del otro, así entonces la búsqueda de la felicidad del otro
puede convertirse en ley universal puesto que no excluye a nadie y a nadie daña
y por ello dicha máxima al ser universal es moral.

Esto no es aplicable a la búsqueda de la propia felicidad puesto que esa máxima


desde su mismo fundamento excluye al otro, es más, no solamente lo excluye
sino que puede llevar a usar al otro en calidad de objeto o recurso para la propia
satisfacción y por ello no puede tener carácter de ley universal, de ley moral.

¿QUIEN DEBE GUIAR LA CONDUCTA DEL HOMBRE?

La razón no tiene como finalidad la simple satisfacción para esto la mejor


consejera es la parte Concupiscible del Alma aquella que lo único que busca es –
justamente- la satisfacción.

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“Si en un ser dotado de razón y de voluntad el propio fin de la naturaleza
fuera su conservación, su mejoramiento y, en una palabra, su felicidad, la
naturaleza habría tomado muy mal sus disposiciones al elegir la razón de la
criatura como la encargada de llevar a cabo su propósito.”

La razón para Kant está dotada de Intuición, Sensibilidad y Discernimiento, es el


sentido que le permite captar las cosas como son (Mundo Sensible) como
deberían ser (Mundo Inteligible) y discriminar la diferencia entre ellos
(Discernimiento), por ello la razón será el único sentido que permite al hombre
descubrir la senda de su deber.

“En realidad, encontramos que cuanto más se preocupa una razón cultivada
del propósito de gozar de la vida y alcanzar la felicidad, tanto más se aleja el
hombre de la verdadera satisfacción, por lo cual muchos, y precisamente los
más experimentados en el uso de la razón, acaban por sentir, con tal de que
sean suficientemente sinceros para confesarlo, cierto grado de misología u
odio a la razón, porque tras hacer un balance de todas las ventajas que
sacan, no digo ya de la invención de todas las artes del lujo vulgar, sino
incluso de las ciencias (que al fin y al cabo les parece un lujo del
entendimiento), hallan, sin embargo, que se han echado encima más penas
que felicidad hayan podido ganar, y, más que despreciar, envidian al
hombre común, que es más propicio a la dirección del mero instinto natural
y no consiente a su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir.”

Además de la razón Kant acepta la necesidad de un ‘sentimiento moral’ a pesar


de que no sea el sentimiento lo que deba conducir los actos del hombre por su
característica de tender a ser múltiples y contradictorios, sin embargo el
sentimiento sí debe acompañar el acto moral pero en una condición o cualidad
específica, especial, en este sentido:

“El sentimiento moral, ese supuesto sentido especial está, sin embargo, más
cerca de la moralidad y su dignidad, pues tributa a la virtud el honor de
atribuirle inmediatamente satisfacción y aprecio sin decirle en su cara, por
así decir, que no es su belleza, sino el provecho, lo que nos vincula a ella.”

Es decir la clave del sentimiento moral es el amor a la virtud. Quien ama la


satisfacción de los deseos lo hace por lo que éste produce (placer) y no por el
deseo en sí mismo, quien ama a la virtud lo hace con absoluta independencia de
los frutos que ella produzca: Valor, Prudencia, Amor, Sinceridad, Generosidad,
Constancia, Paciencia, Tolerancia, etc. Esto debido a lo único que no conoce
exceso es la virtud, nadie puede jamás ser demasiado virtuoso, mientras más
virtuoso se sea, en cualquier circunstancia será siempre mejor; mientras que el
exceso en la satisfacción de los deseos se va siempre en contra de sí mismo y del
tan ansiado placer.

Así el sentimiento moral es distinto de los otros sentimientos ya que acompaña a


la razón y experimenta satisfacción con la virtud en sí misma y no con el

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provecho que ella me causa, es decir experimenta gozo con los motivos de las
acciones morales y no con los frutos de las mismas.

LA LIBERTAD TOTAL

La única que puede llevarnos a la verdadera libertad es la autonomía de la


voluntad aquella a la que Kant denomina “razón práctica” es decir a la voluntad
conducida por la razón, cuya única finalidad es el supremo bien, la cual es muy
distinta de la voluntad conducida por el deseo:

“La voluntad de un ser racional, que es lo único en donde puede


encontrarse el bien supremo y absoluto.”

Es la razón cultivada la única que puede alejarnos de los deseos, pasiones e


instintos y guiarnos por el camino de la moral y lograr que:

“La razón práctica (voluntad) no sea una simple administradora de unos


intereses extraños, sino para que demuestre su propia autoridad imperativa
como suprema legislación.”

Todo ser humano pertenece –por su doble naturaleza- tanto al mundo inteligible
como al mundo sensible (individualidad y personalidad), por el gobierno del
principio superior –individualidad- el hombre descubre la autonomía de la
voluntad es decir la completa libertad de la voluntad humana respecto de todo
tipo de pasiones, propias y ajenas; por el gobierno de su principio inferior –
personalidad- el hombre se somete a la infinita variedad y diversidad de seres que
conforman la naturaleza material, en este sentido:

“Como mero miembro del mundo inteligible todas mis acciones se


adecuarían perfectamente al principio de la autonomía de la voluntad,
mientras que como simple parte del mundo sensible mis acciones tendrían
que ser tomadas completamente conforme a la ley natural de apetitos e
inclinaciones, lo que es tanto como decir de la heteronomía de la
naturaleza: las primeras se asentarían en el supremo principio de la
moralidad; las segundas, en el de la felicidad.”

Así la búsqueda de la moralidad lleva a la autonomía de la voluntad es decir a su


libertad total y la búsqueda de la felicidad llevará a la heteronomía de la voluntad
es decir a su esclavitud total.

Se debe sentir felicidad en la práctica de la moral, a esto Kant le llama el


sentimiento moral sobre el cual declara que es el único imperativo hipotético que
es necesario y por otro lado jamás se debe dedicar nuestra razón y nuestros actos
a la búsqueda de la felicidad sin importar las consecuencias, esta condición es sin
duda la antítesis de la moral y la inexorable causa de la infelicidad.

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La voluntad totalmente libre de afectación de pasiones propias y ajenas debe
conducir los actos para que sean morales pero también puede y debe conducir
los sentimientos actuando sobre ellos con influjo pedagógico, y de ahí surge el
sentimiento moral, justamente de la conducción del influjo de la felicidad hacia
fines universales (morales).

Para Kant la clave de la moral es aceptar como subjetivamente necesario lo que


es objetivamente necesario, de ahí surge el mandato moral pero también de ahí
surge en sentimiento moral, esta es la diferencia entre acatar y obedecer, la
primera fruto del valor y del buen juicio, la segunda frecuentemente fruto de la
cobardía y sobre el cual no existe ninguna garantía de que contribuya a formar o
forjar un buen juicio o criterio; ¿cómo se logra pasar de una condición a otro?
esto sólo se logra mediante la existencia de una buena voluntad, la cual nos hace
dignos de ser felices, veamos la cita:

“Si no existe una buena voluntad que dirija y acomode a un fin universal el
influjo de esa felicidad y con él el principio general de la acción, jamás
podrá llegar a sentir satisfacción, por lo que la buena voluntad parece
constituir la ineludible condición que nos hace dignos de ser felices.”

CONCLUSIONES

La búsqueda de la felicidad es connatural a la condición humana, lo que no


proviene de la naturaleza es la forma de encontrarla o dónde buscarla, eso
depende de la voluntad del hombre, eso sí la naturaleza nos dotó de la razón la
cual es la única que puede conducir con certeza a la voluntad a lograr la
felicidad total, infinita, duradera.

Las personas, basadas en un sistema psíquico primario –infantil- regido por la


lógica del deseo busca la felicidad en la simple satisfacción de sus múltiples
deseos sin darse cuenta que la satisfacción de los deseos siempre multiplica la
insatisfacción debido a que multiplica y diversifica los propios deseos, así que se
enfrenta a un camino sin salida, a una paradoja como la Hidra a quien al cortarle
la cabeza le salen dos, de esta forma corto la cabeza de la ansiedad producida
por un deseo insatisfecho y nacen más deseos y más insatisfacciones.

La naturaleza, en este caso la naturaleza inteligible y no la sensible dotó al


hombre de un sentido para que le oriente en el mundo de los fines y le permita
transitar el camino de retorno al ser, es decir el deber ser, este sentido es la Razón
(intuición + sensibilidad + discernimiento), debido a que el fin mismo de la razón
es el Supremo Bien.

La razón puesta en práctica es voluntad, eso sí para que la voluntad humana


como razón práctica llegue a su meta necesita de total libertad, esa es la pureza a
la cual debe retornar el hombre para el logro de sus fines, liberar a su voluntad de
cualquier inclinación interna o externa a sí misma, sea que provenga de su propia
personalidad o de la de los demás.

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Eso sí, en un estado de imperfección en el cual se encuentra todo ser racional que
aún no ha logrado la libertad total, la felicidad es un deber puesto que sin ese
sentimiento moral no logrará sostenerse en el cumplimiento de sus deberes y
empezará a odiar a la razón por alejarle de los placeres.

El sentimiento moral vendría a ser la libre aceptación y obediencia de lo que la


razón nos indica como la senda de nuestros deberes, quien llegó a este estado se
regocija ya no por los resultados de sus actos sino por los motivos de sus actos
independientemente de sus resultados.

"La libertad es aquella facultad que aumenta la utilidad de todas las demás
facultades."

Esta aceptación subjetiva de lo que es objetivamente necesario es la cima de la


perfección del sentimiento y es la clave de la libertad moral, por ello vemos que
la felicidad no es el logro de cosas, es más bien una actitud2, esto nos lleva a que
la felicidad no es fruto de un proceso, no hace falta que transcurra tiempo para
lograrla, no hay que esperar, puede ser nuestra y debe ser nuestra en cada
instante de la vida es más bien una decisión que viene del valor y nos da la
postura más inteligente para afrontar la vida y –por que no- incluso la muerte.

"Obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda ser en todo tiempo


principio de una ley general."

Cuando no está presente la felicidad están presentes primero el desconcierto y la


duda y luego el temor y el odio, ¿es que hay elección posible? ¿la felicidad es una
opción o más bien el único camino a la verdadera libertad y realización plena?

"El hombre sólo puede ser hombre mediante la educación."

Viña del Mar, 21 de Octubre de 2010

2
“La realización sería, entonces, un problema selectivo de conciencia y no una simple
acumulación de experiencias corporales o psicológicas.” Jorge Ángel Livraga
Introducción a la Sabiduría de Antiguo Oriente.

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