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7 - Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo

Introducción

El origen del sindicalismo de masas en Argentina nos remite a los años cuarenta, en el
que tras una crisis política, surge una nueva élite dirigente de origen militar que procura
armarse una base de apoyo social apelando a los sectores populares. Pero ello no nos
dice qué forma tomó esa articulación (como una masa obrera débilmente organizada o
basado en sindicatos?) Esto lleva a l pregunta de cuál fue el rol de los viejos cuadro del
sindicalismo en la organización de las bases populares del peronismo
Por muchos años la historiografía prestó poca atención al rol de la vieja guardia sindical,
pues la propia “historia oficial” de ese movimiento suprimió su papel, concentrado en
mostrar su aparición como una “ruptura total” del pasado y la academia adepto esta
mirada concediendo a los nuevos trabajadores del interior el rol de “fuerza regeneradora”
con Perón como su intérprete y lider o -en miradas más críticas del peronismo- como la
base de un movimiento autoritario de masas.
Los trabajos de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero escaparon de esta mirada y
dieron cuenta que los dirigentes obreros formados una casi una década y media antes,
tuvieron un rol importante en el desarrollo político que llevó a la consolidación de la elite
dirigente que surgió del golpe de 1943. Estos dirigentes comandaban la organizaciones
más importantes de la época (FFCC, teléfonos, comercio) y eran quienes tenían más
experiencia en la lucha social. Perón se dirigió así a esta vieja guardia sindical para ganar
apoyo en el mundo del trabajo. De este modo, la formación de un movimiento político
articulado en los sindicatos requiere una experiencia de organización que no es posible
hallar solo en los “nuevos trabajadores” tal cual la “historia oficial” del peronismo plantea.
Se requirió la acción de los antiguos militantes obreros.
En su análisis de la vieja guardia, Portantiero y Murmis buscaban cuestionar la
interpretación ensayada por Gino Germani, que al poner el acento en los nuevos
trabajadores, acudía a factores psíquicos (el trauma de la repentina entrada al mundo
urbano) como la persistencia de una cultura tradicional (que llevó a identificar un liderazgo
externo al mundo del trabajo). Pero al rescatar el rol de la vieja guardia, la respuesta
favorable de esta a Perón no puede ser vista como consecuencia de un “síndrome
paternalista” sino el resultado de una elección racional, que opuso las desventajas
existentes a las oportunidades que el nuevo orden que Perón representaba, habían.
A diferencia de la versión tradicional, la versión que rescata el rol de la vieja guardia pone
énfasis en la racionalidad del comportamiento obrero, viendo en la intervención social
estatal la satisfacción de reivindicaciones largamente postergadas. Para Murmis y
Portantiero, los viejos y nuevos trabajadores comparten una común experiencia de
explotación en un proceso capitalista sin distribución del ingreso. Esa experiencia común
es la que los acerca a apoyar al peronismo y su intervención social del Estado.
Pero el aporte de Murmis y Portantiero no llega a abarcar el proceso en su magnitud. A
diferencia de la explicación tradicional, la tesis de aquellos no explicaven su intento de
negar cualquier irracionalidad en el movimiento obrero, como se constituyeron las nuevas
identidades populares, desplazando el foco de la política (desde el cual puede explicarse
el tipo de vínculo entre las masas y Perón) a lo social (con el interés de clase como clave
explicativa)
Pero la existencia de un interés de clase no debe hacer olvidar que expresa también una
conciencia política heterónoma. Este texto busca reflexionar sobre esta doble realidad
argumentando en primer lugar que el concepto de racionalidad de la acción de masas
(que en Portantiero está basado en la movilización por beneficios) debe ampliarse. La
identificación con Perón por las masas se resolvió rápidamente en forma de identificación
política directa, de forma que el criterio de racionalidad debe entenderse como el
reforzamiento de la cohesión y la solidaridad de las masas obreras. Así, la acción política
deviene no en un medio para aumentar las ventajas materiales de acuerdo a intereses
preexistentes, sino a un fin en sí misma (consolidar la identidad política de los sujetos en
ella implicados) ¿qué mecanismos -distinto del interés de clase- operaron para que tenga
lugar esta identificación líder-masas?
Para responder a esa pregunta, debe subrayarse, al lado de las reivindicaciones
materiales, la existencia de una alienación política de las masas en un orden social que
los excluía. Es decir, donde hay un intervencionismo estatal que mejora el nivel de vida,
también hubo un gesto que reconoce a esos trabajadores como miembros plenos de la
comunidad polític nacional (antes, marginados)

La modernización conservadora en los treinta y la crisis de participación.

Torre lama a este periodo el de “proceso de cambio político”, un término que aunque
cago, permite descartar la visión alternativa: aquella que ve en el periodo una transición a
una economía industrial burguesa. Para Torre no hay en este periodo un cambio societal
ya que la expansión industrial ya tenía lugar en la década anterior bajo un régimen
conservador, sin intervención directa del Estado, donde tenía lugar una interpenetración
entre grupos exportadores y sectores industriales emergentes. No existe tal cosa como
“lucha entre fuerzas modernizantes contra una organización productiva arcaica” (el debate
económico es secundario entre 1943.46, y cuando toma importancia, lo hace consciente
del lugar de “rueda maestra” que tiene la acumulacion agraria y el peso que la industria
posee) ¿donde están los puntos débiles de esta sociedad en transformación? en los
contradictorios años treinta, donde la sociedad se transformaba reforzando un orden
excluyente: en lo económico, fueron años donde aparecieron ajustes e innovaciones para
salir de la crisis abierta en 1929 que permitieron un rápido retorno al equilibrio que
encamina al país a una senda de industrialización. Pero en lo político, el escenario es
más sombrío pues la restauración conservadora que irrumpe tras el golpe de 1930 trae
fraude y corrupción, de forma tal que el sistema político dejó de ser el vehículo de presión
de sectores medios y populares.
Frente al anterior diagnóstico, la coyuntura 1943-46 aparece como el marco de un
proceso de cambio político que rompe el orden excluyente, incorporando a sectores
populares consolidados en el periodo modernizador anterior.
La Argentina de los años treinta encaja en los análisis del esquema de modernización,
que parte de identificar una discontinuidad en la estructura económico-demográfica del
cuals e sigue la diversificación de actividades productivas y urbanas y el desarrollo de una
trama más compleja de intereses sociales. El esquema modernizador se enfoca entonces
en estudiar la reacomodación de las instituciones frente a los efectos generados por la
modernización de la sociedad. El proceso deberá resolver (de forma ideal) en una
ampliación institucional, que transforma los intereses sociales en demandas reconocidas
dentro de la comunidad política. Claro que esta “secuencia ideal” no excluye desfasaje,
que el esquema de modernización pretender estudiar, cómo hizo Gino Germani.
Torre vuelve sobre esa fórmula modernización-participación como principio de análisis.
Desde los treinta hay un ascenso del mundo del trabajo y gracias al ISI, se acortan las
distancias entre campo y ciudad, por el desplazamiento de población que suma nuevo
contingentes de mano de obra al núcleo obrero urbano y se incorporan a las nuevas
oportunidades abiertas por la industrialización uniendolos con los trabajadores ya
establecidos, y aunque pudieran existir diferencias entre los nuevos trabajadores y los ya
establecidos, éstas son menos importantes que la común exposición al fenómeno de
ascenso social y al aumento de expectativas que acompaña la modernización.
Pero esta modernización por otro lado no cambia la cuestión obrera. La legislación se
encuentra de algún modo atrasada, reflejando el desigual poder de presión de los
distintos estratos obreros, de modo que aunque hay obreros ferroviarios, de comercio, etc,
no puede hablarse de una fuerza obrera consolidada. Lo mismo el sindicalismo, pues la
penetración sindical no sigue el ritmo de nuevos ingresos al mercado de trabajo de forma
que su influencia se limita a los viejos sectores de servicio (FFCC, teléfono) en momentos
en que crece la industria.
Y aunque se fortalece el mundo del trabajo, las instituciones del régimen conservador son
sordas a estos cambios, anidando una crisis de representación

Exclusión política y centralidad económica: las dos caras de la situación de los


trabajadores

El esquema de modernización utilizado antes (que ve a la sociedad como una


organización diversificada y se interese en ver cómo reaccionan las instituciones a los
desafíos de la modernización) es más bien una visión parcial de la Argentina, y no
considera un aspecto importante: la de los conflictos de clase pues a medida que avanza
la ISI, se van gestando espacios para la confrontación entre capital y trabajo, y la
persistencia de formas tradicionales de organización empresarial así como la falta de
legislación laboral dificultan las negociaciones y afirman el arbitrio patronal, por lo cual la
militancia obrera adopta la huelga como forma de atraer la atención del estado como
mediador (que más bien, responde con represión)
Ya que las relaciones de clase están “escondidas” por el peso de la dominación política y
social conservadora, la expresión directa de los conflictos se debilita. Sin embargo, es
posible identificar por estos años una orientación de clase en el movimiento trabajador,
siendo esta más defensiva que ofensiva, más orientada al estado que hacia los
empresarios (que opera como agente de sustentación de privilegios y represión a
reivindicaciones populares) llevando nuevamente la explicación al plano político (central
en el periodo previo a 1943, con su crisis de representación)
En resumen: frente a una sociedad que cambia y se moderniza, dominada por los
problemas de una economía industrial, lo cual implica que paralelamente a las demandas
de participación que emanan de los sectores populares, también se desarrollan conflictos
de clase aunque de forma indirecta.
En Argentina, el movimiento popular está caracterizado entonces por un componente de
clase, pues las demandas de participación provienen del proletariado antiguo y nuevo que
crece al ritmo de la expansión industrial, el crecimiento urbano y la integración al mercado
de trabajo. De este modo, la exclusión del orden político y la inclusión en el desarrollo
económico da su fuerza al movimiento popular y obrero.
Frente a este movimiento, encontramos otra articulación a nivel político que constituye el
adversario: el conjunto de grupos nuevos y antiguos que conducen el desarrollo
económico al tiempo que aseguran la continuidad de un orden excluyente.Este conjunto
no está fragmentado (una burguesía modernizante y. una oligarquía arcaica) sino que
existe una complementariedad entre dirigencia política y empresarial. En resumen: falta el
marco político que lleve a que la acción obrera se inserte en el orden existente.

Los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social

Entre la modernización y las relaciones de clase, de la movilización social y la constitución


de un campo de conflictos del trabajo ¿donde confluyen estos fenómenos? Para Torre, en
el plano político, en el desajuste de las instituciones ante la compleja nueva sociedad, que
es la base de la crisis de participación.
¿Cuál era la situación histórica de entonces, frente a la necesidad de recomponer las
instituciones para dar lugar a las nuevas fuerzas del trabajo? responder a esto permite
explicar tanto la modalidad de incorporación política de estas fuerzas, como los atributos
del movimiento que expresaron. El caso del ascenso de las clases medias pueden
funcionar como marco explicativo (donde el conflicto político de la primera década del
siglo XX en Arg. se entienden como resultado del colapso de la fórmula ensayada por la
elite conservadora a fines del siglo XIX, que combinó una república abierta -con comercio
libre, libertad civil- con la exclusión política -donde la libertad política se limitó a la elite
tradicional, excluyendo a las mayorías-, pero que naufragó gracias a que el esfuerzo
modernizador dio sus frutos en forma de ascenso de amplias capas medias -de población
migrante- y formación de núcleos proletarios que comenzaron a reclamar nuevos
espacios de participación política, impugnando las prácticas de fraude -como hizo el
Partido radical, luego UCR- hasta la sanción de la Ley Sáenz Peña)
Frente al caso de los sectore medios, que derivó en la incorporación de estos sectores a
través de nuevos mecanismos del sistema político, el contexto de los años treinta hasta
1943 era el opuesto. Frente a l constitución de nuevos actores sociales bajo el impacto de
la modernización, no existe un espacio para traducir sus orientaciones en un movimiento
colectivo
Las reivindicaciones de este movimiento social en formación se enfrentan a varios
obstáculos. Por un lado, los obstáculos de los empresarios, que buscan preservar su
crecimiento económico resistiéndose a toda legislación social y negociación salarial en
pos de preservar su nivel de acumulacion. En un contexto de gran represión, se dificulta
articular la protesta (más allá de que existan huelgas intermitentes)
Por otro lado, están los obstáculos del sistema político. La restauración conservadora
pone las instituciones pasan a ser apéndices de una dominación social hostil a toda
militancia obrera, y que mediante el fraude, corta la vía electoral como vía de expresión.
A estos dos elementos se suman otros: la afluencia de nuevos trabajadores afectaba el
liderazgo de las viejas direcciones sindicales (que deben revalidar su lugar frente a
audiencias más amplias)

Acerca del debate sobre la vieja y la nueva clase obrera

Gino Germani fue uno de los primeros en elaborar una explicación a los problemas que la
vieja dirigencia sindical enfrentó en el proceso de modernización, que entre otras, pueden
explicar porque el grado de sindicalización era menor al del incremento de la fuerza de
trabajo. para Germani se cruzaban dos fenómenos: por un lado, el acelerado ritmo que
tuvo el proceso de movilización social (producto de la modernización) impidieron que las
masas movilizadas sean absorbidas por el orden institucional vigente (tanto el sistema
político, como las asociaciones sindicales) por otro lado, las masas movilizadas,
provenientes del interior, poseen valores tradicionales que se oponen a los valores de
clase que identificaba a las viejas direcciones obreras. Es decir, se suman inercia
institucional y choque de culturas políticas, de forma que se abría una brecha entre base y
elite del movimiento obrero, que se tradujo en pérdida de representatividad por parte de
los viejos dirigentes sindicales (poniendo a una enorme masa de trabajadores, a
“disponibilidad” de cualquier líder que sepa conducirlos)
Pero la mirada de Germani es discutible. por un lado, la idea de que “a mayor ritmo y
escala de los cambios y más breve el tiempo en que estos tienen lugar, menor capacidad
de los mecanismos institucionales preexistentes de integrar a los nuevos sectores
movilizados”. Aunque la relación entre ambas variables (magnitud-tiempo) no debe
descartarse, también deben considerarse otros aspectos, como las características del
bloque de poder (que ejercen menor o mayor fuerza en defender el orden establecido y no
“abrir el juego” a nuevos sectores movilizados) En los treinta, más que la relación
magnitud-tiempo, debe prestarse atención a que la elite dirigente tenía un marcado
aspecto autoritario, que se tradujo en una marcada inercia institucional.
La otra idea, la de un “choque de culturas” entre viejos y nuevos trabajadores, también es
debatible. Halperin Donghi ha demostrado como el núcleo urbano original era menos
cosmopolita de lo que se afirma, y que las regiones de origen de los nuevos trabajadores
no eran áreas marcadas por una cultura política “tradicional” que se preservó de
innovaciones republicanas producto de su “aislamiento”. Y los avances de la conducción
comunista (que poseía una marcada orientación de clase) en las luchas obreras de ramas
como la frigorífica o textil (donde abundaban los nuevos trabajadores) estos años
permiten negar la existencia de una “lucha de culturas”.
Lo que es innegable es que existió en los treinta una dificultad de la vieja guardia sindical
para convertirse en agente político que articule las demandas y conflictos alimentados por
el crecimiento de las capas obreras.

El fracaso de la tentativa de sustitución política lanzada por Perón

Para 1944 en Argentina la vía de reformas política está cerrada por un aparato de
dominación autoritario, x lo que el movimiento popular no puede organizarse en forma
directa a la vez que no existen mediadores políticos que resuelvan esta situación. Peor
esta situación cambia tras el golpe de 1943 cuando aparece una intervención del estado
que, orientada por una nueva elite, desbloquea el sistema político y abre la puerta a la
participación popular. De esta forma, el movimiento popular no preexiste, sino que se
conforma luego de la iniciativa transformadores del poder estatal (de forma que el nuevo
movimiento se subordina a la nueva elite dirigente, por falta de expresión política propia)
Hay un abandono de la política represiva en beneficio de una apertura social por parte del
grupo que rodea a Perón en el nuevo régimen. Este cambio, más que impulsada por la
fuerza de la movilización popular (limitada entonces) se inspira en los peligros
potenciales que traería el mantener el orden regresivo existente desde 1930. El Estado
entonce, irrumpe en las empresas, impone negociaciones colectivas, altera las normas de
trabajo “decretando la modernización de las patronales”.
Por otro lado, se liberan las fuerzas del trabajo pues, al tener protección estatal, los
sindicatos abandona el letargo y se acercan a sus bases sin las trabas que impone la
patronal.
Este proyecto institucional apunta a resolver la crisis de participación del antiguo
orden reconociendo a los sectores populares al tiempo que afirma el principio de
autoridad estatal por encima de la pluralidad de fuerzas sociales.
Pero esta intervención estatal, a pesar de no tener objetivos revolucionarios, si traen
profundas transformaciones al antiguo orden. Por los derechos que reconoce y la
influencia que otorga a los antes excluidos, este proyecto que nace del estado trasciende
la esfera de la producción (“la modernización de la patronal”) para impactar en la política,
en forma de movilización social generalizada, descomponiendo la antigua hegemonía.
Frente a esto, los sectores dominantes pasan de la frialdad inicial a la completa oposición
a las reformas estatales. Y a este sector se suman los sectores medios (pues a estos
sectores la Argentina tradicional les asignó un lugar relevante en el sistema anterior,
inculcando la adhesión por el equilibrio social y político existente) De este modo, la
oposición de clase d elos primeros y la resistencia cultural de los segundos los unen en un
frente común. frente a ello, el Estado opta por “bajar al combate social” tomando partido
por los nuevos sectores incorporados, dividiendo a la Argentina en dos campos.

La democratización por la vía estatal y sus alcances


Las relaciones entre la nueva elite dirigente y el movimiento popular están influidas por la
modalidad que asumió la la incorporación política de las masas. Lejos de ser el resultado
de prolongadas luchas contra el poder de clase, fue gracias a un proceso de
democratización por vía estatal (es decir, producto de una ruptura de la elite estatal, con
origen “desde arriba” que comanda el cambio político) según la definición dada por Alain
Touraine.
En el esquema de Touraine la intervención de agentes políticos externos es propia de la
dualidad económica que caracteriza a América Latina, donde existe un polo capitalista
dinámico (controlada por burguesía extranjera) orientada al mercado externo y un sector
periférico que actúa como “reserva de mano de obra” y mano de obra barata dominada
por las oligarquías locales. De allí surge un mercado laboral poco integrado donde se
superponen formas de trabajo capitalistas, con otras arcaicas de forma que no puede
hablarse de “clase trabajadora! a nivel nacional. De allí surge un sindicalismo que no es
un movimiento de clase, sino un portavoz del sector obrero asalariado, frente a grupos
inorgánicos de trabajadores no industriales que no combaten la explotación, sino que
buscan escapar de la miseria y marginalidad social.
En este dualismo economico y social, solo una intervención externa puede cohesionar a
estos trabajadores divididos. El peronismo fue una variante de este tipo de intervención:
en su política, facilitó la confluencia de los sectores de la vieja clase obrera y los nuevos
trabajadores industriales en un movimiento sindical organizado nacionalmente, dando
lugar a una homogeneización del mundo del trabajo (constituyendo un movimiento obrero
moderno, es decir, con conciencia de clase) que da lugar a un movimiento que gana
capacidad propia para influir en la sociedad, sin depender de la acción del agente político
que lo hizo posible (aquí radica la diferencia sustancial entre Perón, que lideró un
movimiento que avanzaba a la homogeneización y vargas, referente de un movimiento
más heterogéneo, producto de la dualidad económico-social persistente de brasil por
entonces)
En Argentina, la protección estatal de 1944-45 contribuyó a constituir un sindicalismo de
masas nacional, que una vez organizado movilizó una base obrera cuya fuerza se basaba
en su fuerte articulación como clase (y fue clave en consolidar el régimen peronista) esto
fue posible porque los obstáculos que impedían su desarrollo no estaba en un mercado
de trabajo dual (como supone el esquema de Touraine) sino en las barreras
organizacionales e institucionales existentes en el orden político excluyente de los años
treinta, que la intervención de la elite militar rupturista echó por tierra.

La coyuntura de 1945: la disputa por la representación de la voluntad popular

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