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Primer momento de la analítica de lo bello

Del juicio del gusto según la cualidad

En el §3 de la “Crítica del juicio”, Kant realiza una distinción entre sensación y sentimiento
que será clave para la caracterización del juicio estético. El sentimiento es aquello que
excluye cualquier tipo de representación de un objeto, es decir, no sale de los límites de lo
subjetivo. La sensación consiste en la percepción de un objeto sensorial. Así, el color verde
de los prados presenta una sensación objetiva pero el agrado que se experimenta al
percibirlos, está dentro de los límites de la subjetividad, y en este caso el objeto satisface
pero no se conoce. La satisfacción que produce lo bello también está limitada a la
subjetividad, ya que depende de la reflexión que se realiza sobre un objeto que conduce a
un concepto pero indeterminado. Tanto lo bello como lo agradable placen inmediatamente
y se ubican en el plano de lo subjetivo, sin embargo lo agradable se apoya exclusivamente
en la sensación.
Lo bueno place por el concepto de un fin en donde la razón se enlaza con la voluntad y
la satisfacción se subordina a la existencia de un objeto o una acción y por ende a un cierto
interés. Esto quiere decir que en el caso de lo bueno debo tener algún tipo de conocimiento
del objeto en cuestión, es decir algún concepto del mismo. Pero a diferencia de lo
agradable y lo bello, puede placer mediata o inmediatamente (lo útil o lo bueno en sí
respectivamente). Un helado puede resultar agradable inmediatamente pero mediatamente
disgustar ya que la razón se prefigura un posible dolor de estómago a futuro. Sin embargo
lo agradable y lo bueno coinciden en que siempre van unidos al interés de un objeto, y al
relacionarse ambos con la voluntad, el primero conlleva una satisfacción patológico-
condicionada mediante estímulos y el segundo una satisfacción pura-práctica determinada
por el enlace de lo representado con la existencia del objeto. En lo agradable y lo bueno
place el objeto y su existencia.
Al juicio de gusto no le importa la existencia o no del objeto, es meramente
contemplativo y solo enlaza la constitución del objeto con el sentimiento de placer o dolor.
En un sentido más técnico Kant termina diciendo que agradable es lo que deleita, bello lo
que place y bueno lo que es apreciado o aprobado. De estos tres tipos de satisfacción la de
lo bello es la única desinteresada y libre, ya que no interviene el interés ni de los sentidos
(inclinación hacia lo agradable) ni de la razón (estimación de lo bueno). La única
satisfacción desinteresada es la de lo que complace.
El gusto es la facultad de juzgar un objeto o una representación mediante una satisfacción
o un disgusto, sin interés alguno. En el juicio sobre lo bello la representación se refiere al
sujeto y no al conocimiento del objeto, al libre juego de las facultades (entendimiento e
imaginación) en la reflexión subjetiva y no a las propiedades objetivas. Si se remitiera al
conocimiento del objeto sería un juicio lógico y no estético, así como si hubiera algún
interés sería un juicio psicológico-subjetivo e intransmisible, como por ejemplo cuando
decimos “a mí me parece bello”. El sujeto siente el modo en que es afectado por el objeto y
no designa nada en éste, es decir, no conoce ninguna propiedad del objeto sino que
experimenta su propia reflexión sobre el mismo y es por eso que Kant realiza la distinción
entre sensación y sentimiento. En el juicio estético la conciencia de la representación del
objeto se une al sentimiento de placer o dolor y no a la sensación del objeto qua objeto.
Así, los juicios de gusto según la cualidad consisten en que no hay objetos bellos en sí
mismos sino en relación a un sujeto y su reflexión sobre la representación de un objeto, sin
importar la existencia o no del mismo, por lo que expresan una satisfacción desinteresada.
Tercer momento de la analítica de lo bello
Del juicio de gusto según la relación

Desde un punto de vista trascendental, es decir, desde lo que condiciona la posibilidad de


de lo empírico y no desde lo que se nos presenta como una sensación, el fin es el objeto de
un concepto en tanto dicho concepto es considerado como la base real de la posibilidad de
ese objeto, es decir su causa. En otras palabras, la causalidad de un concepto respecto de su
objeto es la finalidad de dicho objeto. Una finalidad que no se basa en un fin, es decir en un
concepto, se da en el objeto según la forma pero no puede ser observada más que en la
reflexión en tanto finalidad subjetiva. Esta finalidad sin fin no sería posible sin la
satisfacción desinteresada del objeto bello que Kant desarrolla en el primer momento de la
analítica como lo que hace universalmente comunicable a los juicios de gusto. Así por
ejemplo, las sensaciones de sonido y color valen como bellas en tanto son puras, es decir
determinadas por su forma y no por las cualidades del objeto. Igualmente los adornos que
son una parte extra del objeto, aumentan la satisfacción solo en relación a la forma que
tienen, como los marcos de los cuadros o los arabescos de las mezquitas. Por lo tanto, el
fundamento de determinación de lo bello no es un fin objetivo como sería el caso del
concepto, ni subjetivo en función del interés sino el carácter puro y contemplativo del juicio
estético determinado por la finalidad sin fin de la forma.
La satisfacción en un objeto bello no puede basarse en una finalidad objetiva externa
como la utilidad pero tampoco en una interna como la perfección del objeto, es decir en la
concordancia de lo diverso en el objeto con su concepto (perfección cualitativa) o la
completividad de la cosa en su especie, es decir lo que tiene que tener para ser tal cosa
(perfección cuantitativa). En la satisfacción de un objeto bello nos encontramos con una
finalidad meramente subjetiva de la representación, que no implica la perfección de ningún
objeto, ya que no se lo piensa en relación con un concepto o fin. El juicio estético se funda
en el sentimiento de la armonía de las facultades del espíritu (entendimiento e imaginación)
en tanto solo puede ser sentida, es decir en tanto no puede ser conocida. Esto parece ser
contradictorio ya que el entendimiento es la facultad de los conceptos, sin embargo, en el
caso de los juicios estéticos el papel del entendimiento se reduce a determinar la
representación sin concepto en relación con el sujeto y el sentimiento de este, no bajo una
ley objetiva (conocimiento) ni subjetiva (imperativo moral) sino bajo una regla universal
que no se puede dar.
La conciencia de ésta finalidad es el placer, pero no con base patológica como el de lo
agradable ni basado en la razón práctica como el de lo bueno. Es decir que no se funda en el
interés por el objeto como en lo agradable y lo bueno sino que su causalidad busca
conservar el estado de la representación que solo se reproduce y refuerza a sí misma, sin
relación a un objeto existente. La causalidad consiste en conservar el estado de la
representación y la ocupación de las facultades del conocimiento en la constitución de
dicha representación. A diferencia del estado de ánimo producido por el encanto, que se
funda en la representación de un objeto en tanto existente, la contemplación de la
representación es desprendida de toda determinación exterior. Así podríamos decir junto a
Silesius “La rosa es sin por qué, florece porque florece…” ya que la belleza de una flor
place más allá de los conocimientos de botánica que poseamos, y es necesario que así lo
sea, ya que de otra manera el placer estético desaparecería y los juicios de belleza
devendrían lógicos, tanto como los sentimientos sensaciones.
El placer en la experiencia de lo sublime

El placer que se da en lo sublime es de carácter negativo. Esto surge del hecho de que las
facultades intervinientes no se relacionan de manera armónica como lo hacen la
imaginación y el entendimiento en el caso de lo bello. La causa por la que esto ocurre
consiste en que la imaginación ya no establecerá una relación con el entendimiento sino con
la razón.
La satisfacción de lo sublime no se relaciona ya con un sentimiento de impulso hacia la
vida como la de lo bello, sino que el placer se produce por medio del sentimiento de una
suspensión momentánea de las facultades vitales seguida de un desborde de estas mismas
facultades. En el caso de lo sublime matemático, por ejemplo, llamamos sublime a lo
absolutamente grande, no en sentido empírico-comparativo sino a aquello ante lo que
cualquier otra cosa es pequeño. Aquí el sujeto tiene dificultad para representarse lo
absolutamente grande en el modo de la intuición y experimenta la imposición de la razón
como facultad de lo incondicionado, a la imaginación, que quiere enlazar su representación
con lo que se le presenta como absolutamente grande. La imaginación representa como
sucesión de instantes la infinitud, en lo que Kant denomina aprehensión, pero el sujeto
quiere abarcar la totalidad por medio de una representación en un instante en lo que se
denomina comprensión. Lo atractivo en la razón repulsa a la sensibilidad. La imaginación
se siente atraída y rechazada por el objeto y esto produce un tipo de placer que se traduce
en admiración o respeto, como cuando nos encontramos frente a un objeto de gran
magnitud como una pirámide o un glaciar.
En lo sublime se da un sentimiento que nos parece contrario a lo que podemos
sensibilizar por medio de la imaginación, es por eso que Kant llama negativo al placer que
produce, y cuanto más se oponga a nuestro juicio, es decir cuánto más parezca carecer de
finalidad o forma, más sublime nos parecerá.
Esta oposición, en el caso de lo sublime dinámico, se da en el contraste entre las fuerzas
de la naturaleza y el sujeto que contempla. El sujeto opone resistencia a la omnipotencia
que tiene delante de sí desde una posición de resguardo que permite la contemplación
segura de una fuerza natural como una tempestad o un terremoto. Juzgamos sin temor la
fuerza de la naturaleza, y nos pensamos a nosotros mismos en relación con ella. Lo sublime
de la naturaleza incita nuestra imaginación a exponer o representar nuestra propia
sublimidad por encima de ella y aquello que nos preocupa como la salud o la enfermedad se
vuelve pequeño y cede ante nuestra propia sublimidad, que no es más que la reflexión de
nuestro propio espíritu.
La naturaleza de lo sublime escapa a todo tipo de forma sensible, incluso toda exposición
de la imaginación es insuficiente. Lo sublime se refiere solamente a ideas de la razón. Pero
este contraste u oposición entre la imaginación y la razón expone sensiblemente en el
espíritu dichas ideas. En otras palabras: lo sublime está en el espíritu que contempla. La
negatividad del placer se da cuando la imaginación experimenta su propio límite y el sujeto
experimenta la infinitud (en el caso de lo sublime matemático) o su propia superioridad
sobre la naturaleza (en lo sublime dinámico) como ideas de la razón. Por eso Kant dice que
lo bello es la exposición de un concepto indeterminado del entendimiento y lo sublime un
concepto semejante de la razón.
“La naturaleza era bella cuando al mismo tiempo parecía ser arte, y el arte no puede
llamarse bello más que cuando, teniendo nosotros conciencia de que es arte, sin
embargo parece naturaleza”. [Crítica del juicio, §45]

El genio es el talento natural que da la regla al arte nos dice Kant. El genio es la forma bajo
la cual la naturaleza da la regla al arte. Se sigue de esto que sin reglas no podría haber
ningún tipo de arte. Sin embargo, la finalidad del arte debe parecer libre de toda imposición
de reglas como si fuera un producto de la naturaleza, porque la belleza place en el juicio no
en la sensación o el concepto. De lo contrario no podríamos emitir juicios de gusto, cosa
que no ocurre.
Desconocemos de la naturaleza sus fines, pero pareciera ser producida por la mano de
algún creador desconocido, pero del arte tenemos conciencia de ese fin, por su condición de
arte. La conciencia de que sea arte, es decir de que exprese cierta conformidad a un fin, al
contrastar con la apariencia de naturaleza, es la base del placer universalmente comunicable
de los juicios de gusto, así como la belleza de la naturaleza surge del contraste de su
apariencia de ser producto de algún artista y el desconocimiento de la existencia de dicho
creador. El juicio estético se fundamenta en el libre juego de las facultades del espíritu así
como las fuerzas físicas crean los objetos de la naturaleza sin que experimentemos ninguna
proyección de la misma.
Sin embargo, no hay arte bello en el que no se note la mano del genio ya que sino no sería
arte. Pero, al ser el talento connatural al genio, éste no es consciente de las reglas que lo
determinan, es decir que no puede traducir al lenguaje el proceso creativo de su producto.
Incluso si lo pudiera enseñar dejaría de ser arte para pasar a ser imitación, porque la regla se
desliga del producto y se sirve de él como modelo, no para que sea copiado sino para que
sea seguido, es decir que produzca inspiración.
Esto no implica que el artista no desarrolle su talento por medio de la educación. Es más,
no hay arte bello en el cual no se presente alguna técnica aprendida de manera externa,
puesto que algo tiene que ser pensado como fin ya que sino no se podría llamar arte a su
producto, es decir que el talento innato no se distinguiría de la mera naturaleza. No
obstante, la finalidad intencionada no debe parecer intencionada. Como naturaleza (talento)
aparece como producto de arte, aplicando las reglas (aprendidas), pero sin dejar marcas de
los gajes del oficio sobre el objeto bello.
Pero más allá de que el conocimiento que pueda adquirir el genio forje el talento innato,
es éste último el que dicta la regla al arte. Es el talento lo que no puede ser transmitido.
Aprender, incluso lo más complejo, no amerita el epíteto de genio. Si el arte se pudiera
enseñar, el juicio de lo bello descansaría sobre conceptos y no sobre la reflexión del sujeto.
Sin embargo, cuando Kant distingue la imitación del verdadero arte, pareciera que hay
mucho que se puede enseñar, de lo contrario no habría ningún tipo de imitación. Es por eso
que se hace necesario establecer el carácter esencial del genio, su cualidad primera, a saber:
su originalidad. Aunque pudieran imitarse ya no serían originales, porque sus creaciones
son ejemplares, de ahí que las reglas de su producción se disfracen en el objeto bello y de
que esté tenga la apariencia de ser forjado por fuerzas naturales.
Pero se hace necesaria una medida del talento, que organice el torrente creativo. Y es en
el gusto del artista en donde Kant encontrará esa proporción entre la libertad de su ingenio
y la coerción de sus facultades, para ordenar esa capacidad desbordante de su imaginación,
hasta el punto de sacrificar si es necesario parte de ésta en favor del entendimiento, para no
perder la conciencia de que es el arte el que parece naturaleza.

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