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CAPÍTULO 3

Parte cuarta

FRENTE A LOS FALSOS MAESTROS 3,1b-4,1

En este pasaje de la carta comienza algo nuevo. Oímos


hablar de falsos maestros, de perturbadores de la
alegría, de adversarios, que se han introducido en la
comunidad desde fuera. La unidad y la fe de la
cristiandad de Filipos están amenazadas. Con acerada
pluma sale el Apóstol al paso de estas gentes, acerca
de los cuales resulta difícil determinar su procedencia,
sus intenciones y metas verdaderas. Parece que el
resorte de su actividad era un rebosante entusiasmo de
perfección. Se vanagloriaban sin duda de poseer la
perfección, o cuando menos de estar en el camino
seguro hacia ella, de modo que se sentían como
poseídos por la idea de que ya nada les podía ocurrir.
Pero la salvación no es nunca algo disponible. Pablo lo
pone en evidencia con absoluta claridad.

Dado que la situación de la comunidad de Filipos aquí


presupuesta parece ser diferente de la de los capítulos
1 y 2 de nuestra carta, algunos comentaristas admiten
que el capítulo 3 presenta una carta nueva e
independiente del Apóstol a los filipenses, que Pablo les
habría remitido en una fecha posterior y que, a finales
del siglo I, habría sido unida a la primera en una sola
redacción. No es necesario discutir aquí este problema.
Basta con que tengamos en cuenta el carácter de
unidad cerrada en sí de esta sección.

1. NO OS DEJÉIS ENGAÑAR (3/01b-06).

1b Escribiros siempre las mismas cosas, para mí


no resulta enojoso, y a vosotros os dará
seguridad. 2 ¡Guardaos de los perros: guardaos
de los malos obreros; guardaos de la falsa
circuncisión! 3 Pues nosotros somos la
circuncisión, los que practicamos el culto según
el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo
Jesús, y no ponemos nuestra confianza en la
carne, 4 aunque yo pudiera poner confianza
también en la carne. Si algún otro cree tener
razones para confiar en la carne, yo mucho más.
5 Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel,
de la tribu de Benjamín, hebreo, hijo de hebreos;
en cuanto a la ley, fariseo; 6 en cuanto a celo,
perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia
que hay en la ley, tenido por irreprensible.

Ya desde muy pronto el Apóstol se había visto


precisado, en casi todas sus comunidades, en Corinto,
en Galacia y ahora también en Filipos, a luchar contra
gentes, contra falsos misioneros, que le seguían los
pasos y anunciaban un Evangelio diferente del suyo.
Para las comunidades esto significaba peligro e
inseguridad, y para Pablo, una amenaza contra la obra
de su vida. Hace todo cuanto está en su mano para
mantener la recta fe en Cristo, el recto Evangelio. Es
difícil determinar si lo consiguió enteramente en el
decurso de su vida. Probablemente no. Pero, si a pesar
de todo, en una época posterior la autoridad del
Apóstol logró imponerse y con ella su Evangelio, queda
confirmada la experiencia vigente desde entonces en la
Iglesia de que las conmociones, crisis y luchas,
convulsiones febriles son necesarias para que el
Evangelio se imponga en su forma auténtica, se
consolide y se extienda. El paso del Evangelio desde el
mundo judío siropalestinense al mundo griego ponía en
contacto dos espacios vitales diferentes. Los conflictos
eran inevitables.

Raras veces es Pablo sarcástico. Llama a ciertas gentes


perros, malos obreros, falsos circuncidados. Entonces,
como hoy, «perro» era un epíteto injurioso. En el
ámbito judío se aplicaba muchas veces al renegado, al
hereje, al infiel. También aquí se le da este sentido. Su
postura, sus esfuerzos, sus trabajos misionales son
baldíos, nocivos, destructivos. Con la circuncisión,
Pablo sólo puede aludir a prerrogativas judías, de las
que estos tales se gloriaban, y que propagaban, o
defendían al menos, como señal de salvación.

Para Pablo, el pueblo de Dios de la antigua alianza ha


sido rechazado. Ha nacido un nuevo pueblo. Si se
pregunta dónde se ha quedado el orden antiguo, si se
busca al heredero que ocupa el puesto del pueblo del
pasado, el Apóstol responde: «Nosotros somos la
circuncisión» (1). El factor decisivo y determinante es,
ahora, el Espíritu, que se hace eficaz y activo por
Jesucristo. El Espíritu ha hecho posible un servicio
nuevo, realizado en la fe en Cristo. El Espíritu es el
reverso de la carne. Ésta se refiere al mundo y
concretamente al mundo como autoseguridad, a la
tentativa de alcanzar en él autonomía y salvación. Pero
de este modo el hombre se ve arrojado a sí mismo y
remitido a la precariedad de su propia confianza.
Confianza y gloria son cosas íntimamente unidas. Dan
seguridad o intentan, al menos, persuadir a ello. Hay
una confianza y una gloria falsa y otra auténtica; sólo
en Cristo alcanzan ambas su justificación.

Pablo comienza a medirse con sus adversarios. Los


frentes quedan claramente delimitados. La intención,
con todo, de esta controversia no se centra en modo
alguno en demostrar que el Apóstol goza de más altas
prerrogativas que aquéllos. Más bien los filipenses
deben aprender, también en la ocasión presente, de su
Apóstol, a tomar la decisión exacta frente al peligro.
Pues aquello que sus enemigos alaban como
prerrogativas, también lo tiene Pablo. Deben comenzar
por reconocer este hecho. La mirada se hunde en el
pasado, que, para el Apóstol, es un pasado judío. Ha
crecido dentro de una familia y en una casa paterna
judía ortodoxa que -de acuerdo con el mandamiento de
la ley- hizo circuncidar al niño al octavo día (2). Su
patria está en la diáspora, en Tarso de Cilicia (3). Con
todo, no es algo evidente de por sí mismo que los
judíos vivieran fieles a la fe y a las costumbres
recibidas de sus mayores. El nombre hebreo que tiene
Pablo y que tienen sus padres testifica que se
mantuvieron leales al judaísmo. De hecho, en la
diáspora el nombre hebreo era un distintivo preciado
para aquellos judíos que practicaban en su vida diaria
las costumbres palestinojudías de la patria y que
cultivaban la lengua hebrea materna. De la tribu de
Benjamín fue también el rey Saúl, nombre que
impusieron al Apóstol sus padres.

Todo aquello que los padres procuraron despertar y


fomentar en el niño fue llevado adelante, intensificado
y radicalizado por el Pablo adolescente y adulto. Se
hizo fariseo, y se adhirió a un partido religioso judío
que se atenía rigurosamente a la ley (4). Fue
apasionado perseguidor de la Iglesia (5). Conoció con
toda agudeza la esencia de lo cristiano, como una
fuerza que encerraba en su seno la derrota de los
valores judíos, y por eso se opuso enérgicamente a su
desarrollo, todavía dentro del judaísmo. Sólo a desgana
habla el futuro Apóstol de esta etapa de su vida que, a
buen seguro, se le había echado en cara más de una
vez en la comunidad. Pero precisamente así aparece
indiscutible y clara la pureza y la genuinidad de su
judaísmo anterior y puede pronunciar unas palabras
documentadas y nada sospechosas sobre las relaciones
y los límites entre judaísmo y cristianismo, tal como
hace ahora.
...............
1. La espiritualización de la circuncisión que sirve de base a este
pasaje se encuentra también en Rm 2,25-29; Col 2,11.
2. Cf. Gén 17,12; «A los ocho días sera circuncidado entre vosotros
todo varón de generación en generación, tanto el nacido en casa
como el comprado por dinero a cualquier extraño que no sea de tu
raza.» Lo mismo en Lev 12,3.
3. Cf. Act 21,39; 22,3.
4. Cf. Act 23,6.
5. Cf. 1Co 15,9; Ga 1,13.23.
...............

2. EL CAMBIO EN LA VIDA DEL APÓSTOL (3/07-11).

7 Pero todas estas cosas, que eran para mí


ganancias, las he estimado como pérdidas a
causa del Cristo. 8 Pero aún más: incluso todas
las demás cosas las considero como pérdida a
causa de la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien me dejé despojar de
todo, y todo lo tengo por basura, a fin de ganar a
Cristo, 9 y ser hallado en él, no reteniendo una
justicia mía -la que proviene de la ley-, sino la
justicia por la fe en Cristo, la que proviene de
Dios a base de la fe: 10 para conocer a él, la
fuerza de su resurrección y la comunión con sus
padecimientos, hasta configurarme con su
muerte, 11 por si de alguna manera consigo
llegar a la resurrección de entre los muertos.

Su vida anterior en el judaísmo fue sincera. Sobre esto


nadie puede abrigar dudas. Pero ahora esta vida está
orientada en otro sentido. El cambio está marcado por
una frase: a causa de Cristo. Es una frase importante.
La esperanza del judaísmo se orientaba al Mesías
futuro. En él se cumpliría la promesa de liberación total
de Israel. Ésta era también la esperanza del judío
Pablo. Pero reconoció que la promesa se había hecho
ya realidad en Jesús, a quien confesaba la comunidad
cristiana por él perseguida. El término «Cristo» retiene
aquí todavía su sentido pleno y no se ha fijado aún
como nombre personal. Ciertamente, la realidad
parecía ser distinta de la esperanza. Israel quedaba
excluido de la fe en el Cristo, la mayoría de ellos
rechazaron el evangelio. El nuevo pueblo de Dios
estaba formado por gentiles. El antiguo judío Pablo
sentía un dolor sincero ante esta senda de Israel:
«Digo la verdad en Cristo, no miento... siento gran
tristeza y profundo dolor incesante en mi corazón.
Hasta desearía yo mismo ser anatema, ser separado de
Cristo en bien de mis hermanos, los de mi raza según
la carne. Ellos son israelitas...» (Rom 1,9-14). El
cambio del Apóstol fue debido a su experiencia de
Damasco. Es absolutamente indudable que en este
pasaje se refiere a aquel acontecimiento. Fue una
gracia; fue vencido por Cristo (1). Con todo, aquí habla
como si se hubiera tratado de una decisión personal,
que reviste incluso de las categorías comerciales de
pérdida y ganancia, como si hubiera hecho un cálculo.
Frente a la amenaza que se cierne sobre los filipenses,
le interesa señalar a la comunidad con su ejemplo la
decisión y el camino únicos que pueden llevar a Cristo.
Rebajas, compromisos, aunque fueran en lo
suplementario, quedan descartados. Serían una
traición.

Si comenzar a caminar por la senda del cristianismo


fue en Pablo gracia absoluta, no por eso se excluía ya
la decisión, la determinación, la acción, la respuesta
personal. La gracia quiere actuar, prolongarse en el
interior de la vida humana. Para ello necesita la
colaboración. El principio ya puesto debe ser
mantenido, continuado, realizado. Pablo dio una
respuesta afirmativa y la pronunciaba cada vez con
mayor firmeza. Lo que consideraba como pérdida,
sigue siendo pérdida también ahora, y más aún:
basura, excremento, inmundicia.

Hay pasajes en sus cartas que nos resultan


decididamente enigmáticos. ¿Cómo es posible que
alguien pueda juzgar con tales palabras su propio
pasado, todo cuanto antes significaba algo para él,
ganancia, tradición gloriosa, santa tradición de los
pobres? Pablo no está dispuesto a ningún compromiso.
Ha sonado la hora de la separación entre lo cristiano y
lo judío. Ha sido preciso este rigor, para tener una
visión clara de los límites. Sólo una cosa cuenta ahora:
la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Para la
sensibilidad bíblica el conocimiento no es en modo
alguno puramente teórico, un proceso intelectual, un
asentimiento de la razón. Abraza y alcanza siempre
todas las fuerzas del hombre, es personal. Por eso
puede hablar Pablo del conocimiento de su Señor. Este
conocimiento personal, total, existencial, le fue
concedido en Damasco.

El Apóstol sacó las consecuencias: renunció a todo, a


todo cuanto significaba algo para él, y está poseído
desde entonces por el deseo de ganar a Cristo. El
cumplimiento de este deseo mantiene la tensión de la
espera hasta el día futuro. Pues sólo entonces se
manifestará si uno se halla en verdad en Cristo, si es
cristiano, si lo ha sido o no.
Al rechazar y contraponerse a lo judío, desempeña en
los escritos del Apóstol un papel eminente la antinomia
entre ley y fe. ¿Es la ley la que lleva a la salvación, o la
fe? Teológicamente formulada la alternativa equivale a
preguntar: ¿soy justificado ante Dios por la ley o por la
fe? La problemática, aquí solamente insinuada, se
desarrolla con mayor amplitud en las cartas a los
Romanos y a los Gálatas (2). Pero Pablo no renuncia a
mencionarla de pasada también en su polémica con la
herejía filipense.

Ley y observación de la ley conducen a la justificación


por las propias obras, que permite al hombre adoptar
una postura reclamatoria ante Dios y referirse a su
«propia» justificación. Y aquí ve el Apóstol el pecado
radical del hombre, en que éste se desligue de Dios, se
apoye en sí mismo, estribe en sí y crea poder
justificarse y acreditarse. Se reconoce así el papel de la
ley en toda su penosidad y ambivalencia, pero también
con una meta y una finalidad querida por Dios. Pablo
arranca con energía de la mano del hombre la ley como
medio de afirmación de sí mismo ante Dios, al aludir a
que sólo procede de Dios aquella justificación que viene
por la fe en Cristo. La otra es egoísta, es justificación
propia. La justificación, la acción salvadora, sólo puede
provenir de Dios, es, en sentido absoluto, gracia (3).
La voluntad de afirmarse a sí mismo que tiene el
hombre debe destruirse. Aquel que se considera
totalmente referido a la gracia, este tal es capaz de la
fe.

El conocimiento de Cristo como conocimiento personal


se centra en primer término en su resurrección y
muerte, en su pasión. Incluye la disposición a
renunciar a sí mismo, la disposición al sufrimiento, a la
vergüenza, sobre todo cuando advienen por causa de
la fe, en el seguimiento de Cristo. Entonces se asemeja
el cristiano a su Cristo. A esto le ha orientado el
bautismo. «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su
muerte donde fuimos sumergidos?» (Rom 6,3). La
configuración con Cristo, como proceso continuamente
en marcha, la asimilación a Cristo es la ley vital del
creyente. En esta tarea puede experimentar la fuerza
vital del Señor resucitado como un poder
transformador: perdón de los pecados, donación de
gracia, liberación de la angustia de la muerte.

Los adversarios parecen tener otra opinión sobre este


punto. La figura doliente del Apóstol era para ellos un
escándalo. Se negaban a la comunión de sufrimientos,
pero afirmaban el poder de la resurrección. Se creían
vanamente a seguro en su visión unilateral. Para ellos
no sólo se había iniciado ya el futuro de la nueva vida -
en lo que Pablo estaba de acuerdo-, sino que se
hallaba ya presente y perfectamente cumplido.
...............
1. Cf. Ga 1,12 17.
2. Rm 1-8; Gá 2,15-5,26.
3. Sobre la «justicia de Dios» como principio estructural de la
doctrina paulina de la justificación, cf. Rm 3,21- 26; 1,17; 10,3;
2Co 5,21
...............

3. NO SE HA LLEGADO AUN AL TÉRMINO (3/12-16).

12 No digo que ya tenga conseguido mi objetivo o


que ya haya llegado al término, sino que sigo
corriendo por si logro apoderarme de él, por
cuanto Cristo Jesús también se apoderó de mí. 13
Yo, hermanos, todavía no me hago a mí mismo la
cuenta de haberlo conseguido ya; sino que sólo
busco una cosa: olvidándome de lo que queda
atrás y lanzándome hacia lo que está por delante,
14 corro hacia la meta para ganar el premio al
que Dios nos llama arriba en Cristo Jesús. 15 Así
pues, todos los que somos ya maduros, debemos
tener estas aspiraciones, y si en algo
experimentáis otros sentimientos, esto también
os lo aclarará Dios. 16 En todo caso, partiendo del
punto adonde hayamos llegado, sigamos
caminando en la misma línea.

Pablo se aparta con toda claridad de aquella


concepción errónea. Él no ha llegado al término, no ha
conseguido su objetivo. Pero se sabe en un camino en
el que puede desplegar todas sus energías para
acercarse al fin. Apenas si es posible imaginarse un
cristiano que se haya empeñado en su tarea con más
actividad, más decisión y más sacrificio que Pablo.
También él tiene que trabajar consigo mismo, negarse,
ser paciente, aprender. Pero lo que, considerado desde
el exterior, pudiera parecer una actividad de tipo ético,
brotaba internamente de muy distintos hontanares.
Cristo se había apoderado de él y le había puesto en
camino. Aquel a quien Pablo quiere alcanzar era el
mismo por quien había sido él alcanzado.

Creer que ya se le ha alcanzado es una opinión necia.


La sensación de perfección entrañaba el peligro de
adormecer la voluntad moral. La imagen de los atletas
de las carreras, tan populares en su tiempo, deben
ayudar a esclarecer la situación (Cf. 1Co 9,24-27). Se
trata de un premio, que se debe ganar, pero que
también se puede perder. Cuando se corre en el
estadio, no se piensa en el trayecto ya recorrido, y
mucho menos se le ocurre a nadie la idea de
abandonarse -por lo ya logrado- a un engañoso delirio
de victoria. De este modo, se estaría muy cerca de la
derrota. Primero hay que conseguir el laurel. Así es la
llamada de Dios al reino celestial. Porque la existencia
cristiana surge en virtud de una llamada de Dios, hecha
posible por Cristo Jesús. Aquel a quien se habla y tiene
voluntad de oír, se convierte en un llamado. Se le
coloca bajo la ley de la confirmación. Si se confirma, si
da buenas muestras de sí, entonces puede percibir la
llamada definitiva divina, con la que Dios llama hacia
sí.

Aquellos que se imaginan ser perfectos, deberían


meditar este texto. El carácter de peregrinación de la
existencia cristiana es, de hecho, una cosa para
meditar. Como peregrino (homo viator), condena el
cristiano toda suerte de mentira que predica una
perfección intramundana, un progreso del espíritu
hasta alcanzar el eskhaton. Su tarea no es fácil, ya que
es impopular, porque recuerda a los hombres la
fragilidad del mundo. Posiblemente las revelaciones y
los éxtasis desempeñaron también entre sus
adversarios un papel no pequeño. Pablo alude a ello en
tono irónico. Allí donde lo religioso se aparta de la
verdad, pasan a ocupar el primer plano las cosas raras,
los sucesos pseudorreligiosos. El Apóstol es lo bastante
sobrio para conocer lo que es necesario. Y esto quiere
decir: no volver atrás, no descender de la altura de lo
ya conseguido, continuar la carrera por el camino
trazado.

4. EL ULTIMO DÍA TRAERÁ LA PERFECCIÓN (3/17-


/04/1).

17 Hermanos, seguid todos mi ejemplo y fijaos en


los que así caminan, según el modelo que tenéis
en nosotros. 18 Pues hay muchos que caminan,
de los cuales os hablé muchas veces, y ahora lo
digo llorando, como enemigos de la cruz de
Cristo; 19 su término es la perdición, su Dios es el
vientre y su gloria se funda en sus vergüenzas:
son los que ponen sus sentidos en lo terreno. 20
Pero nuestra patria está en los cielos, de la cual
aguardamos que venga como salvador el Señor
Jesucristo, 21 que transfigurará el cuerpo de esta
humilde condición nuestra, conformándolo al
cuerpo de su condición gloriosa, según la eficacia
de su poder para someter a su dominio todas las
cosas. 4,1 Así pues, hermanos míos queridos y
añorados, gozo y corona mía, permaneced así
firmes en el Señor, queridos.

Las advertencias del Apóstol necesitan aún una


regulación positiva, una regla sólida que las empuje
camino adelante. La solución que se ofrece es a la par
fácil y difícil. El Apóstol se presenta a sí mismo como
ejemplo. La idea de la Imitatio Pauli aflora
repetidamente en sus cartas; fue, ya al principio del
capítulo, el pensamiento rector, cuando se dijo a los
filipenses que debían aprender del pasado de Pablo a
tomar sus propias decisiones y determinaciones.
Pero la imitación del Apóstol tiene una doble
prolongación. En primer lugar, Pablo no es ejemplo en
razón de sí mismo, sino que más bien es sólo un
transmisor del ejemplo de Cristo. Debe completarse la
exposición en el sentido de 1Co 11,1: «Imitadme a mi,
como yo imito a Cristo». De esta manera se pone en
claro el puesto de intermediario que adopta el Apóstol,
el pastor de almas, entre Cristo y la comunidad. El
ejemplo ofrecido debe formar parte necesariamente de
la palabra predicada. Ambas, la palabra y la persona,
se fecundan mutuamente. Ambas pueden ser recibidas
sólo en la fe. También para percibir el ejemplo privado
de palabra se requiere un corazón abierto.

El otro aspecto de la prolongación alcanza a sus


colaboradores y a las comunidades. Todos cuantos se
han decidido a entrar dentro de la predicación de Cristo
y del ejemplo del Apóstol están, por su parte, llamados
a servir de modelo a los demás. Y esto quiere decir
mutua edificación, que trae y produce seguridad. Los
creyentes están ordenados unos a otros de forma
decisiva.

Junto al ejemplo que edifica se da también el ejemplo


que destruye. De éste sólo con lágrimas puede hablar
Pablo. Los enemigos de la cruz de Cristo no deben
buscarse tan sólo entre los infieles, entre aquellos que
se niegan a aceptar el Evangelio. Se han abierto paso
también entre las propias filas y están empeñados en
difundir su propaganda. Los falsos maestros de Filipos
se cuentan entre éstos. Y ahora llegamos a conocer
también la raíz del error: el escándalo de la cruz.
Niegan la cruz lo mismo que rechazan el sufrimiento y
la renuncia en su vida propia. Ambas cosas forman una
unidad. Se atienen al Cristo glorioso y se envician de
perfección.

Ahora bien, el que deja de lado la cruz, pasa también


de largo ante el meollo de la predicación paulina y se
hace apóstata. A este tal el Apóstol sólo puede
anunciarle el juicio, la perdición. Con palabras nacidas
de una encendida polémica generalizada, describe la
naturaleza de sus adversarios. Lo que estiman gloria,
es vergüenza, su sentir es totalmente terreno.

La comunidad cristiana tiene su patria «en el cielo».


Esta orientación no quiere desligarlos de sus
responsabilidades terrenas, sino sólo hacerles
conscientes de que aquí son peregrinos, de que no se
pueden mezclar el cielo y la tierra, como pretenden
hacer los adversarios. El paso a la perfección está aún
por dar. Sólo cuando el Señor Jesucristo aparezca
desde el cielo, se alcanzará la perfección. En este
contexto se encuentra la palabra soter, salvador,
redentor (1).

Sabemos que en el mundo grecorromano se hablaba


mucho de salvadores. Pero aquí no se hace referencia
a ningún culto salvador, como el imperial por ejemplo.
La función salvadora del Kyrios se concentra en el final,
en la última acción, con la que quiere llevar la
salvación a su plenitud.

En esta vida, nuestro «pobre cuerpo» nos recuerda de


vez en cuando, y acaso siempre, que la expansión de
nuestras posibilidades vitales es limitada, que la
salvación es algo todavía pendiente. La existencia
terrena es corpórea. Esto no quiere decir que lo
somático, lo corporal, deba ser disuelto de una vez y
por siempre en algo psíquico, espiritual, es decir,
incorpóreo. Pablo no discurre según las categorías de la
antropología helenística cuerpo-espíritu. Y aunque las
conociera, hay otra perspectiva más importante para
él: la configuración con Cristo, garantizada por la fe.
Alcanzará su cumplimiento con la nueva configuración
de nuestra existencia total, corpórea y unitaria. El
pobre cuerpo debe ser transformado, de acuerdo con el
modelo de su cuerpo glorificado. La imagen de Cristo
alcanzará su acuñación completa cuando el hombre se
haga partícipe de la gloria de su resurrección.

Esta esperanza tiene la fe, que se orienta al poder, a la


omnipotencia concedida al Kyrios, Se trata de un poder
de salvación. No debemos temblar ante él, sino asirnos
y apoyarnos en él. Y así, la vida cristiana está tendida
hacia la liberación. Está en tensión entre liberación y
liberación, entre la que ya se nos dio en la señal de la
cruz -que nos mantiene bajo su ley a lo largo de
nuestra senda terrenal- y aquella otra que deberá
hacernos perfectos. Ambas están unidas con el nombre
de Jesucristo. En el tiempo intermedio, la tarea
consiste en mantenerse firmes en el Señor. Los
ataques, las vacilaciones, son muchas. Los filipenses,
que son la alegría del Apóstol, serán también su corona
de gloria en el día de Cristo. La comunidad y su Apóstol
permanecen unidos más allá de las fronteras de los
tiempos.

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