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PRINCIPIO PRO PERSONA O HOMINE

El principio pro homine entra en la categoría de los Derechos Humanos, ya que estos son
prerrogativas o potestades que se han otorgado a todo sujeto que tenga la condición de persona
física o, claro, de ser humano (que pertenezca a la especie humana), a fin de que se desarrolle
plenamente en sociedad en su desarrollo vital.

El principio pro homine implica que la interpretación jurídica siempre debe buscar el mayor
beneficio para el ser humano, es decir, que debe acudirse a la norma más amplia o a la
interpretación extensiva cuando se trata de derechos protegidos y, por el contrario, a la norma
o a la interpretación más restringida, cuando se trata de establecer límites a su ejercicio, se
contempla en los artículos 29 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos en la que
especifica: “Ninguna disposición de la presente Convención puede ser interpretada en el sentido
de:

Permitir a alguno de los Estados Partes, grupo o persona, suprimir el goce y ejercicio de los
derechos y libertades reconocidos en la Convención o limitarlos en mayor medida que la prevista
en ella;
Limitar el goce y ejercicio de cualquier derecho o libertad que pueda estar reconocido de
acuerdo con las leyes de cualquiera de los Estados Partes o de acuerdo con otra convención en
que sea parte uno de dichos Estados;

Excluir otros derechos y garantías que son inherentes al ser humano o que se derivan de la forma
democrática representativa de gobierno, y

Excluir o limitar el efecto que puedan producir la Declaración Americana de Derechos y Deberes
del Hombre y otros actos internacionales de la misma naturaleza” y el 5 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos en el que establece lo siguiente:

Ninguna disposición del presente Pacto podrá ser interpretada en el sentido de conceder
derecho alguno a un Estado, grupo o individuo para emprender actividades o realizar actos
encaminados a la destrucción de cualquiera de los derechos y libertades reconocidos en el Pacto
o a su limitación en mayor medida que la prevista en él.

No podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los derechos humanos


fundamentales reconocidos o vigentes en un Estado Parte en virtud de leyes, convenciones,
reglamentos o costumbres, sin pretexto de que el presente Pacto no los reconoce o los reconoce
en menor grado”, publicados en el Diario Oficial de la Federación el siete y veinte de mayo de
mil novecientos ochenta y uno, respectivamente. Ahora bien, como dichos tratados forman
parte de la Ley Suprema de la Unión, conforme al artículo 133 constitucional, es claro que el
citado principio debe aplicarse de forma obligatoria."

PRINCIPIO DE CONVENCIONALIDAD

El 'control de convencionalidad' es un mecanismo que debe ser llevado a cabo, primero por los
cuerpos judiciales domésticos, haciendo una 'comparación' entre el derecho local y el
supranacional, a fin de velar por el efecto útil de los instrumentos internacionales, sea que surja
de los tratados, del ¡us cogens o de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos; y luego esa tarea debe ser ejercida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
si es que el caso llega a sus estrados.

El control de convencionalidad es la facultad de algún organismo jurisdiccional de interpretar y


arreglarse según las normas constitucionales en virtud de los Tratados Internacionales. Dicho
control de convencionalidad, de acuerdo a lo dispuesto por el art. 1 de la Ley Fundamental,
permite a todos los jueces velar sobre los Tratados Internacionales siempre y cuando versen
sobre Derechos Humanos. Aparte de dicho ordenamiento, también aplica el art. 133, ya que allí
dispone gramaticalmente que sea difuso y por ende que los jueces de cada Estado se arreglen a
dicha Constitución, leyes y tratados (…), siempre y cuando sea sobre Derechos Humanos y se
ajuste al principio pro homine (el que otorgue más derechos a la persona) y según un
procedimiento.
PRINCIPIO CONTROL DIFUSO

Control difuso

“El control difuso de la constitucionalidad consiste en la posibilidad de que los jueces de simple
legalidad decidan, de acuerdo con el principio de supremacía constitucional, aplicar un
dispositivo constitucional en lugar de una ley secundaria o, en otras palabras, decidir sobre la
constitucionalidad de leyes secundarias, para la resolución de casos concretos de su
competencia.”

De acuerdo a lo que sostiene literalmente el segundo párrafo del artículo 133 de la Carta Magna,
todas las autoridades judiciales están obligadas a “salvaguardar el contenido del orden primario,
lo que conduciría, en principio, a autorizar a cualquiera de ellas a realizar el control de
constitucionalidad de normas generales, con independencia del orden parcial a que
pertenezcan.”

En otras palabras, la pregunta que resalta a la vista es: ¿puede un juez común de una Entidad
Federativa implicar una ley local por considerarla inconstitucional?

La mayor parte de la doctrina afirma que no es posible realizar este tipo de control ya que podría
degenerar en anarquía de control y caos en la administración de justicia, ya que en un solo
procedimiento de legalidad se podrían resolver cuestiones muy complicadas como son las
constitucionales, por lo que concluyen que dicha atribución de verificar si una ley secundaria
está o no acorde a la Constitución sólo le corresponde al Poder Judicial Federal.

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