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ATARDECER

El privilegio de leer a Pound a las cinco de la tarde


no debes olvidarlo nunca. No lo des por hecho.
Ni tampoco a esos árboles que ya no florecen.
Ni a las enfermedades que los secaron.
Las olas reventando en la playa.
La gente que se acerca hasta la orilla
a contemplarlas, las madres regañando a sus hijos
y el papel ahuesado de 80 gramos.
Los maceteros en las calles de Córdoba.
La temperatura que te permite caminar por ellas.
El bar abierto los domingos. Los regates de los jugadores.
Pero por sobre todo no des nunca por sentado
al público en las galerías. Es invierno
en otras latitudes pero ellos siguen con atención
los anodinos pases laterales del equipo
que confía demasiado en tenerla.
Sobreviven al entretiempo hojeando las páginas
de un libro donde cualquier definición de la mentira
será llevada a la práctica, delante de sus propios ojos
por los imitadores de Góngora y Quevedo (han firmado
un pacto de no agresión y ahora comparten la misma
cama. Mírense al espejo cuando puedan.
Si no se dan asco píntense los pómulos y los labios.
Y desciendan de la mano la escalera.
ENTONCES

Alguien que me ofrezca una taza de café.


Y yo me ocupo del resto. Para empezar de
los marinos golpeando al hombre equivocado

encima de la pista de baile. Luego de los recuerdos


que le produce el tintineo de la cuchara
mientras me dedico a conversar

de lo difícil que es ponerse a dormir


cuando el muerto que está a tu lado
sigue susurrándote palabras al oído

y tú las sigues escuchando. Una taza de café


a cambio de levantarme de la cama
para decirle al ratón Miguelito

también conocido como Mickey Mouse


que no importa la chapa que ocupe
la Flaca Alejandra seguirá

siendo Marcia Merino dentro del auto


en que la sacaban a pasear para que delatara
a la gente que vivía en su misma calle

y a todos aquellos que usaran chaquetas de tweed


con gamuza en los codos: hombres y mujeres
alardeando de modernos con esos

bluyines y esos cintillos y entonces, paloma


de la paz, hijos del sol luminoso,
adolescentes con familia

y sin trabajo, moradores de la calle


García Reyes al llegar a Compañía,
San Pablo a la altura de Lo Valledor:

parapétense porque el futuro es una ola


y ustedes son los ángeles con las alas
plegadas, ustedes son los astronautas

arrojados al fuego porque la hoguera


tiene que arder. Capisci? Las lenguas
rojas tienen que exorcizar el despiadado

uso que han hecho de las palabras. Ahí


están bajando del Santa Lucía, donde
está la eternidad. Yo todavía no sabía

caminar y sacábamos moras a orillas


del río. Yo todavía no sabía caminar
y me llevaba cargando en sus hombros.

Era mil novecientos setenta y tres


y no ha pasado un año desde entonces.
Las espinas se nos clavaban en las piernas

y en las manos. La mermelada se nos subía


a la cabeza. Entonces. Los trenes aún
recorrían los andenes. Las olas

golpeaban las playas. Entonces descendían


de los cerros. Con una taza de café
para que yo me ocupe de todo

lo demás. Mil novecientos.


Para que Marcia Merino
se baje del auto.

Setenta.

Para que no denuncie a nadie.

Y tres.
Escribir para los sordos (quítale
la mísuca al poema. Hazlo bailar
de atrás para adelante, piensa

en tus amigos, el más lírico


de todos entonando un arpa
sobre una nube y un carcaj

con municiones. Y olvídalo.


Escríbelo con lenguaje de señas
para los que no tienen manos,

cervantistas del hoy por hoy


leyendo sobre el derecho
a decirlo todo con un megáfono

en la boca. Olvídate de los diminutivos,


del tono menor, del tímpano: tener
orejas de tarro te permite

escribir para los sordos, bailar


sin moverte, meter las manos
al fuego por un amor que nunca

podría traicionarte (etcétera,


etcétera, etcétera. Agarrar
a patadas la batería

sin que a la “audiencia”

se le llegue a mover un pelo


MARÍA ISABEL REYGADAS

Yo no sabía de esta maravilla


pero ahora me vengo a enterar.
El templo de un dios desconocido
no siempre necesita de sus fieles.
Una dosis de quinientos milígramos
de cualquier pastilla que esté disponible
sería la fórmula aconsejable para enfrentar
el hecho de que tus amigos estén más allá
del teclado con que tipeas tus saludos
cumpleañeros. Las salas de cine
no admiten adolescentes que no vengan
acompañados de otros adolescentes.
Es común ver en los restaurantes
estratégicamente ubicados
a un costado del museo de historia natural
gente cargando las bandejas con una sonrisa
propia de las escuelas más ortodoxas del primer
renacimiento, esas que nos legaron
estatuas que todavía se conservan
al interior de una fuente que no empaña
la belleza del mármol inmarcesible ni sacia
la sed de los turistas que se acercan
casi con desesperación a mojarse
los últimos cabellos que sobreviven
en su calvicie de jubilados. El agua
también les corre por la frente,
reemplazando las gotas de sudor
que una larga caminata a mediodía
justificara con creces. Yo no sabía de esta
maravilla, pero nunca es tarde
para ver pasar en la pantalla
imágenes que podrían ser las de unos
fieles reunidos a la espera de que alguien
les diga por dónde sopla el viento
en las tardes menos asoleadas.
Bautizar los días de calor con algún
adjetivo que los convierta en una forma
de generar ciertas ganancias
inalcanzables sin entender la maravilla
de la que hasta ahora no habíamos podido
darnos cuenta.
EN MINNESSOTA HAY UN PUENTE
QUE TIENE ESCRITO UN POEMA

Nadie se atrevió a contradecirte en público


producto de la escarapela que colgaba de tu pecho.
La mesa estaba servida con la misma suavidad
con que las olas mecen las embarcaciones
para que sus tripulantes, inadvertidos, duerman.
Aunque sea por última vez. El cirujano que operaba
con un par de copas en el cuerpo pertenecía a los servicios
de seguridad. Su ortografía era deplorable recuerda
uno de sus pacientes que prefiere ocultar el rostro ante
las cámaras. Las formas más comunes de la métrica
todavía eran accesibles para quien se propusiera
establecer una verdad no necesariamente compartida
por aquellos que se consideraban víctimas de sus efectos.
Imagínate por ejemplo construir una muñeca
a partir de los restos de otras. Imagínate por ejemplo
reclamar el derecho a decirlo todo. Nunca existió
ni la más mínima posibilidad de regresar a tu pueblo
natal. Sin embargo esa fantasía sigue alimentando
tus sueños poblados de locomotoras y restaurantes
ubicados a las afueras del centro de Chicago. Esa
es la llave maestra para entender todas las metáforas
de una época más bien escasa de simbolismo: todo esto
fue moderno alguna vez. Sin embargo los vagones del metro
siguen pasando a la misma hora. Y las flores que cortaste
antes de dirigirte a la próxima estación aún no se marchitan.
Doblas el diario y lo dejas encima de tu regazo. Afuera desfilan
las mismas casas que ayer desfilaran delante de tus ojos en lugar
del paisaje. Casi nadie compra el diario en estos días.
Muchos menos lo doblan para dar su versión de los hechos.
Regazo es una palabra que sólo aparece en los diccionarios.
Diccionarios es una palabra prohibida en los poemas.
EL ÚLTIMO ROUND

En el último round, Frazier y Alí


vuelven a salir al cuadrilátero.
Ya ni siquiera levantan los brazos.

Frazier no ve nada. Las caderas


de Cassius Clay se rehúsan
a seguir moviéndose. Sting like

a bee no more. Pero siguen de pie


debido a alguna razón que no
se encuentra allí en Manila

ni en los barrios que los vieron


crecer. El único en derrumbarse
fue el que dicen que ganó la pelea,

su contendor impasible tuvo durante


tres semanas un dolor en el cuello
que orgulloso le impedía moverlo.

El aire caliente ya no sirve de nada.


Respirar es una tortura. Para qué seguir
pegándole a alguien que se niega a abandonar.

Yo quiero llegar a ese último round


que nunca se produjo. Yo quiero
que la campana suene por última vez.

Y caminar hacia el centro donde debe


estar el enemigo. Esperándome. Si
yo fuera él: también me esperaría.

Que tenga claro que voy a llegar.


Que tenga claro que voy a volver.
Aunque tenga que arrastrarme

para caminar y lo único que me sostenga

sea el viento.
El arquero sabe que ganará menos después
de un gol como ese. Por eso les grita a sus defensas.
Porque sabe que será más difícil llegar a fin de mes.
Todo se reduce a simetrías y disparidades, a tiempo
y altura. El paracaidista debe medir la distancia
que lo separa del suelo al aterrizar. La dirección
del viento. El perro olisquea la tierra donde orina.
acaba de orinar. El cartero deja las cartas

en el buzón. Moraleja: perder el puesto


no tiene nada que ver con el clima.
Los animales pueden predecir

qué tipo de cazadores han limpiado sus armas


antes de cumplir con su destino. Por eso
llegamos hasta lo más profundo del

bosque: la imaginación necesita del follaje


para que la víctima pueda defender
sus derechos. Todo lo demás

es challa: los cánticos desde las tribunas,


los recorridos de los buses de la locomoción
colectiva y la desaparición de ciertas lenguas

autóctonas, la pulcritud con que algunos


cuadros que sostienen los pilares de la cultura
occidental han sido restaurados y el tiempo

que perdimos hasta el más mínimo


de sus detalles,

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