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12/15/2018 El Ejército y la Obediencia, por Julius Evola | Biblioteca Evoliana

BIBLIOTECA EVOLIANA

El Ejército y la Obediencia,
por Julius Evola
13 DE SEPTIEMBRE DE 2006 - 18:25 - ARTÍCULOS

Biblioteca Evoliana.-  He aquí uno de los artículos más


tardíos de Evola, publicado en la revista Il Conciliatore,
correspondiente a 1973. Dejando aparte las reflexiones
muy atinadas sobre el tema del artículo, en sí mismo,
demuestra que Evola, hasta el final de sus días, fue un
hombre preocupado por la realidad de su tiempo y que
tenía una opinión sobre cualquier materia. Lejos de ser
alguien alejado en las altas cumbres de la espiritualidad,
Evola era capaz de preocuparse por todo y por todos. En
1973, el ejército italiano estaba en boca de todos a raíz de
rumores de golpe de Estado y decisiones de tipo político.
Evola reconoce en la milicia el último reducto de valores
tradicionales.  

EL EJÉRCITO Y LA OBEDIENCIA
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por Julius Evola

Es posible pensar que hoy en día el ejército sea la única institución en la cual aun se

conservan algunos de los valores superiores pertenecientes a un mundo ya pasado, los

cuales, luego del advenimiento de la sociedad burguesa y democrática, se encuentran en

vías de disolución. Así pues no resulta asombroso que, simultáneamente con el

“progreso”, desde varios sectores y de múltiples maneras se traten de rechazar los

principios fundamentales y el espíritu que constituyen el fundamento del ejército.

Aquello que en la ética del honor y del deber del soldado hasta ayer aparecía como algo

claro y natural, hoy en día se tiende a ponerlo en discusión influenciando en todas las

maneras posibles a la opinión pública por medio de escritos, películas y novelas. Así

pues hoy en día vemos que mientras por un lado se avanza en la pretensión y en la

ideología de los denominados “objetores de conciencia”, con un trasfondo humanitario-

pacifista y derrotista, por el otro se impugna abiertamente el principio de la disciplina y

de la obediencia militar. Se pretende que el soldado no tenga más que obedecer

simplemente y que cumplir impersonalmente con su deber, sino que tenga el derecho de

discutir, de juzgar al que manda, de sustentar un criterio propio individual por encima

de la autoridad a la cual se encuentra sometido.

Tal como se sabe, este último punto ha sido la bisagra con la que se sustentó la famosa

ideología de Nüremberg, de esta macabra farsa jurídica sin precedentes, mezcla de

hipocresía, de prepotencia y de fanatismo. El vencedor, en vez de respetar al adversario

al cual no lo había favorecido la suerte de las armas, tal como siempre había sido el

código de honor de las mejores tradiciones militares, se ha transformado en un juez,

arrogándose una autoridad que trasciende a la de cualquier Estado, pretendiendo así de

hacer valer incluso retrospectivamente y para toda la humanidad sus propios

dictámenes. Así es como se ha fabricado e impuesto un código de los denominados

deberes humanos que todo soldado estaría obligado a seguir ante todo, teniendo no el

derecho sino el deber de no obedecer y de rebelarse cuando él reputara, de acuerdo a su

criterio personal, de tener que hacerlo.

Naturalmente que esto significa hacer saltar por el aire el mismo principio de toda

autoridad y de cualquier disciplina y quitarle al ejército su espina dorsal. Con mucha


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razón se ha resaltado la relación que existe entre una tal ideología y el protestantismo

anglosajón, dado que la primera refleja todo lo que ha sido propio, en el campo

religioso, de la Reforma: con el protestantismo el sujeto ha rechazado la autoridad

positiva de la Iglesia, ha constituido la propia conciencia de individuo como juez

supremo en materia de fe, presumiendo poder estar inspirado directamente desde lo

alto. Naturalmente que la anarquía de las diferentes sectas y confesiones contrastantes y

rivales ha sido, en el área protestante, la consecuencia de todo ello. En el caso del

soldado, de acuerdo a la ideología de Nüremberg se tiene algo análogo. Más

propiamente retorna también el denominado iusnaturalismo, la oposición entre el

“derecho natural” y el “derecho positivo”, imaginando para el primero un conjunto de

valores que serían evidentes en sí mismos, reconocidos por parte de todo el género

humano, y que tendrían un carácter verdaderamente moral y hasta divino: mientras que

el derecho positivo sería tan sólo el creado ocasionalmente por el hombre y los Estados,

quedando privado de cualquier validez moral intrínseca.

No es necesario decir que ésta es una mera ficción, puesto que el presunto derecho

natural no ha sido nunca demostrado por nadie y precisado en términos unívocos: sus

principios aparecen como mutables, varían de acuerdo a los pueblos y las épocas. Baste

hacer mención que en el mundo antiguo el “derecho natural” aceptaba la esclavitud, la

cual naturalmente el “derecho natural” de los tiempos sucesivos ha rechazado con

horror.

Lo mismo puede decirse respecto de estros presuntos valores “humanos” de la ideología

de Nüremberg en nombre de los cuales el soldado y el oficial tendrían eventualmente el

deber de no obedecer, de rebelarse, de traicionar. De todo esto la única consecuencia

puede ser tan sólo el arbitrio y la anarquía. En verdad, el tenue barniz jurídico y

humanitario nos deja fácilmente ver de qué es lo que en realidad se ha tratado, cual es

que por tal vía se pueda difundir un peligrosísimo fermento de desmoralización: todo

soldado y todo oficial que hayan aprendido la lección de Nüremberg (en un mañana

puede incluso suceder con los vencedores de ayer) deberían prestar mucha atención,

pues en caso de derrota deberían esperarse ser arrastrados como criminales ante un

farsesco tribunal extranjero que juzga en función de un concepto de “humanidad” fijado

por su cuenta por parte del vencedor. (1)

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Pero prescindiendo de estas absurdidades, que además de la hipocresía mantienen un

cierto valor sintomático, se debe reconocer en general la crisis a la cual la ética y las

tradiciones militares son expuestas a través del transformismo de los sistemas políticos.

Puede decirse que la moral principal del soldado se resume en la antigua máxima del

Sachsenspiegel: “Mi honor es mi fidelidad”. La expresión más típica de tal orientación

quizás se la ha tenido, hasta ayer, en la tradición prusiana, con su carácter casi ascético

de una disciplina severa e impersonal: tan firme que pudo decirse que el oficial que

había jurado sobre su bandera y sobre su soberano no se pertenecía más a sí mismo, de

la misma manera que el monje que ha hecho voto de obediencia. No por nada en el

mundo feudal la fidelidad tuvo el valor de un sacramento: sacramentum fidelitatis. No

sin una cierta relación con todo ello más recientemente ha sido afirmado el principio de

la apoliticidad o neutralidad del ejército: el soldado en cuanto tal no debe tener ideas

políticas; debe simplemente servir al Estado en cuanto Estado (por supuesto que aquí se

prescinde de las coyunturas extraordinarias en las cuales se imponen regímenes

militares).

Pero obviamente todo esto presupone una firme base, algo estable y superior, es decir el

Estado según su concepto tradicional. Todos los valores de honor, de lealtad y de

disciplina de la profesión militar aparecen claros y obvios en el clima de un Estado

monárquico y dinástico, no sólo porque el soberano como jefe supremo del mismo tenía

una conexión directa, viva y personal con las fuerzas armadas, era el primero entre los

soldados, sino también porque la soberanía estaba encarnada en algo estable, continuo,

sustraído a las ideologías y a los intereses de las partes. El ocaso del Estado tradicional

debido a la revolución burguesa del Tercer estado y al sistema parlamentario no pudo

pues no implicar también un principio latente de incertidumbre para la misma ética

militar.

En efecto, en los Estados “modernos”, en los nuevos sistemas democráticos, en la

cúspide del Estado se encuentra el elemento “civil”, “burgués” o como se lo quiera

llamar. Éste es el que gobierna. Y éste es el que hace la “política” siguiendo la línea

impuesta por las coyunturas parlamentarias y por los partidos, por los humores de un

electorado masificado y en mayor o menor medida maniobrado por influencias oscuras.

El jefe del Estado es uno u otro Tipo sin un nombre y sin una tradición, sin un especial

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carisma, es simplemente un “funcionario” que ocupa una oficina durante un tiempo

limitado. Así pues el vértice, o centro natural de gravitación, ya no existe más. Nos

hallamos en un clima de contingencia y de mutabilidad, esto es, lo opuesto exacto a lo

que es el Estado, el que significa por su mismo nombre algo estable. Y el ejército se

encuentra en un cierto modo desorientado; no ve más reflejarse sobre el plano superior,

político, aquellos principios de autoridad y de jerarquía que le son intrínsecos; se

convierte en un instrumento de burgueses politiqueros, los cuales lo usan en los casos

de una “triste necesidad”, puesto que a la democratización del Estado le hace de

contraparte justamente la ideología humanitaria, la cual tiene muy poca simpatía por los

valores guerreros; a las virtudes heroicas y viriles ella tiende a sustituirle las “cívicas”

de la vida pacífica y hedonista, con “las artes y las ciencias”, las conquistas sociales y

materiales en primer plano cuales expresiones de la “verdadera” civilización. Cuanto

más se recurre a la retórica de la “defensa de la Patria” y cosas similares,

avergonzándose de hablar de la guerra de otra manera que no sea como defensa de una

agresión. En relación con esto debe notarse el cambio significativo que en Italia tuvo la

designación Ministerio de Guerra por el de Ministerio de Defensa: quizás en la idea de

la eficacia mágica de esta designación puesto que, evidentemente, si todos “se

defienden” y nadie ataca, la guerra desaparecería en forma automática del mundo

entero, lo cual por otra parte ha significado una simple utopía pues no solamente la

guerra no ha desaparecido, sino que las mismas se han hecho cada vez más

encarnizadas y sanguinarias.

Aparte de las más recientes ideologías en contra del ejército, hasta arribar a las

objeciones de conciencia, el suelo permanece minado justamente a causa de tal sistema,

y se debe reconocer que lamentablemente luego de tales modificaciones las cosas para

el ejército, para el oficial y para el soldado, dejan de resultar claras y evidentes como lo

eran en otros tiempos. Como consecuencia de la inexistencia de quien encarne el vértice

estable del Estado como soberano y alto exponente de una verdadera, superior e

inobjetable autoridad, vinculado orgánicamente con el ejército, antes que con cualquier

otra institución o cuerpo, y de crearse por lo tanto un vacío en lugar de aquel vértice en

los regímenes de tipo burgués y democrático, pueden producirse fenómenos

lamentables. Uno de éstos es la emancipación anárquica del mismo ejército, como en

los múltiples casos de “pronunciamientos” o “golpes” recurrentes por parte de generales


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u otros jefes militares, que realizan efímeras revoluciones sin lograr crear un orden

nuevo, tal como sucede generalmente en América Latina (2) (tal como se ha ya

mencionado, resulta una excepción cuando se impone un régimen militar en situaciones

de emergencia).

Pero en la situación mencionada pueden también presentarse casos en los cuales el

principio de fidelidad jurada se convierte en problemático por razones sumamente

diferentes de las derrotistas y anárquicas antes mencionadas. Uno de estos casos se lo

tiene cuando, en lo alto, en la esfera puramente política, se caiga en la traición. La

fidelidad no puede pues no ser puesta en discusión por parte del que obedece, cuando

aquel que de la fidelidad y del honor debería dar el ejemplo más algo viene a menos.

Así ayer partes del ejército francés se habían considerado libres del vínculo de fidelidad

militar ante De Gaulle cuando éste se apartó de los principios en el caso de la

sublevación de Argel. Algo análogo pudo acontecer ayer entre nosotros en las muy

notorias contingencias (3).

Sin embargo es claro que se trata aquí de casos-límite. Los mismos no pueden ser

sustentados por parte de quien trata de socavar las bases sobre las que se apoyan la

consistencia del ejército y su mejor tradición: o en nombre de una deletérea ideología, o

también, en muchos otros casos, actuando en razón de fines subversivos precisos pero

no declarados.

En efecto, si nos referimos a Italia, si bien la tradición militar italiana no tenga raíces

tan profundas como las tuvieron otras naciones  a raíz de una más larga historia y de

una más adecuada estructura política, el ejército es la única fuerza sobre la cual quizás

se puede contar, sobre el cual se pueda apoyar en eventuales horas decisivas. La

disolución democrática interna, la claudicación ante las fuerzas de la Izquierda parece

hoy tener en Italia un tal ritmo, que aquellas horas bien podrían avecinarse. Y si las

fuerzas políticas de una verdadera Derecha que aun defienden un más alto ideal del

Estado tuviesen, en aquel momento, que buscar un aliado, probablemente podrán

hallarlo tan sólo en el ejército: en un ejército que resista contra las influencias

disgregadoras de las cuales hemos hablado, y restituya el antiguo prestigio a la

profesión de las armas.

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(de Il Conciliatore, abril de 1973)

(1)        Lamentablemente nuestros militares argentinos no leyeron en su momento

tales premonitorias indicaciones, sino que con una ingenuidad absoluta

entregaron el poder a los políticos democráticos, quienes serían más tarde los

encargados de juzgarlos y condenarlos como en Nüremberg.

(2)        Afirmación realmente acertada en lo relativo a nuestro país en donde los

pretendidos golpes de estado, lejos de significar revoluciones que restauraran

el perdido principio antidemocrático de autoridad, significaron intentos de

corrección de tal sistema caduco, con las consecuencias nefastas vividas

luego por los mismos militares. Por lo tanto los mismos no fueron sino

efectos de una subversión previa acontecida.

(3)        Se refiere aquí a lo acontecido con el gobierno italiano en 1943 cuando su

monarca traicionó los compromisos pactados por su aliado de ayer pasándose

de manera traicionera al bando de los enemigos. En tal caso muchos militares

italianos se sintieron liberados del vínculo de fidelidad.

OTROS ARTÍCULOS EN ESTE BLOG:

¿FUE LA REVOLUCIÓN FRANCESA UNA VENGANZA DE LOS


TEMPLARIOS?, por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio)

Sobre la Masonería (02). Del esoterismo a la subversión masónica. Julius


Evola

Actualidad de Wilfredo Pareto. Julius Evola

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