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Fuentes​ ​del​ ​Reino​ ​Franco:

LOS​ ​BÁRBAROS​ ​EN​ ​LA​ ​GALIA​ ​(c.​ ​407-8)​ ​-​ ​Paulino​ ​de​ ​Beziers​ ​-​ ​Epigramma

Dime, Salomón, ¿cuál es tu suerte ahora? ¿Cuál es el estado de tu patria? ¿Qué encantos
puedes​ ​encontrar​ ​viviendo​ ​en​ ​ella?

Por primera vez los bárbaros, violando el tratado de paz hasta entonces intacto, se arrojan
sobre los campos, sobre las fortunas de los habitantes y urgen a los colonos del país. Ni las
mansiones de mármol ni los bloques empleados en construir los inútiles teatros sirven ahora
para alargar la vida por más tiempo. Una peste interna, una guerra secreta nos esquilma
con una espesa granizada de dardos. El enemigo es tanto más peligroso cuanto más oculto
se halla. No obstante, si el sármata causa estragos, si el vándalo provoca incendios, si el
rápido alano arrebata el botín, intentamos, con dudoso resultado, a precio de esfuerzos
penosos,​ ​reparar​ ​todo.

Nos apresuramos a limpiar la viña, arrancar las malezas, a reponer una puerta desquiciada
o una ventana rota, en vez de cultivar el vasto campo de nuestra alma y levantar el honor
arruinado de nuestro espíritu cautivo. Ni el enemigo, ni la hambruna, ni las enfermedades,
han influido en nosotros. Lo que fuimos, eso somos. Sujetos a los mismos vicios, seguimos
pecando. Uno que comía hasta medianoche, ensarta un día con otro para comer y beber al
fulgor de las lámparas. Pedro era adúltero, adúltero es aún. Polio era envidioso, sigue
siendo envidioso. Albo andaba a la caza de honores: en medio de un mundo arruinado,
¿está​ ​menos​ ​devorado​ ​por​ ​la​ ​ambición?

Nada es sagrado para nosotros, salvo las ganancias. Llamamos honesto a lo útil, al mal
llamamos​ ​bien,​ ​y​ ​el​ ​avaro​ ​es​ ​reputado​ ​como​ ​gran​ ​economista.

SITUACIÓN​ ​DE​ ​LA​ ​GALIA​ ​HACIA​ ​EL​ ​AÑO​ ​420​ ​-​ ​ ​Orens,​ ​Obispo​ ​de​ ​Auch

Véase de qué súbita forma la muerte ha pesado sobre el mundo entero, hasta qué punto la
violencia de la guerra ha aplastado a los pueblos. Ni las inextricables regiones de los
espesos bosques o de las altas montañas, ni las corrientes de los ríos de rápidos remolinos,
ni el abrigo que constituye para las ciudadelas su situación, para las ciudades sus murallas,
ni la barrera que forma el mar, ni las tristes soledades de los desiertos, ni los desfiladeros, ni
siquiera las cavernas ocultas por sombrías rocas han podido escapar a las manos de los
bárbaros. Muchos perecieron víctimas de la mala fe, muchos del perjurio, muchos
denunciados por sus conciudadanos. Las emboscadas han causado mucho daño, mucho
también la violencia popular. El que no ha sido domado por la fuerza, lo ha sido por el
hambre. La madre ha sucumbido miserablemente con sus hijos y su esposo; el amo ha
caído en servidumbre al mismo tiempo que sus siervos. Algunos han sido pasto de los
perros. Muchos han sido víctimas de sus casas en llamas, que les han servido de pira
funeraria. En las ciudades, los dominios, las campiñas, las encrucijadas de los caminos, en
todas partes, aquí y allá, a lo largo de las rutas, reina la muerte, el sufrimiento, la
destrucción,​ ​el​ ​incendio,​ ​el​ ​duelo.​ ​Una​ ​sola​ ​pira​ ​ha​ ​reducido​ ​en​ ​humo​ ​la​ ​Galia​ ​entera.

Tácito​ ​-​ ​La​ ​Germania​ ​(98)

(XIII) Todos los asuntos públicos y privados los tratan armados (nihil autem publicae neque
privatae rei nisi armati agunt). Pero nadie usa las armas antes de que el pueblo lo juzgue
apto. En la misma asamblea hacen entrega al joven del escudo y la frámea, bien alguno de
los jefes (principum), bien su padre o un pariente. Esto es para ellos la toga (haec apud illos
toga); éste, el primer honor de la juventud; antes formaban parte de una familia; después ya
son de la república. Una ilustre cuna o los esclarecidos méritos de los antepasados dan la
dignidad de caudillo (principis) aun a los adolescentes; los demás se alistan con los fuertes
veteranos, y no se avergüenzan de ser vistos entre los compañeros (comites). Esta comitiva
(comitatus) tiene también grados, que establece aquel a quien acompañan; y hay una gran
emulación entre los de la comitiva por alcanzar el primer lugar junto a su jefe, y entre éstos,
por tener mayor número de seguidores y los más valientes. Esta es su dignidad y su fuerza;
el estar rodeados siempre de una muchedumbre de jóvenes escogidos que son un honor en
la paz y una salvaguarda en la guerra. Y el nombre y la gloria de quienes tienen una
comitiva distinguida por su valor y muchedumbre, no se reduce a su nación, sino que llega a
las vecinas; les envían embajadas y presentes y muchas veces deciden la guerra con su
sola​ ​fama.

(XIV) Cuando la lucha se ha establecido, es deshonra para el jefe (princeps) ser


sobrepasado en valor por sus seguidores, y para éstos, no igualar en valor a aquél. Es
infamia y baldón para toda la vida el retirarse a salvo de un combate en que ha muerto el
jefe. El defenderlo y guardarlo, y unir cada cual sus propias hazañas a la gloria de aquel, es
para ellos el principal juramento (sacramentum). Los príncipes luchan por la victoria; sus
compañeros (comites) por el príncipe. Si la ciudad donde han nacido se enerva con una
temporada de larga paz y calma, la mayor parte de los jóvenes nobles se dirigen a las
naciones que entonces están en guerra, pues a esta raza es ingrato el reposo, y entre las
vicisitudes de la guerra encuentran campo para esclarecerse. Además, sólo así, con la
bélica violencia, pueden mantener una gran comitiva, pues de la liberalidad de su caudillo
uno saca el caballo más belicoso, otro la frámea hecha ilustre por la sangre y la victoria. En
lugar de estipendio tienen unos banquetes grandes y abundantes, aunque desaliñados;
ostentación que proviene de sus combates y rapiñas. Y no se deciden tan fácilmente a arar
la tierra esperando la cosecha, como a hostilizar al enemigo y a exponerse a las heridas;
además, les parece holgazanería y flojedad adquirir con sudor lo que se puede lograr a
costa​ ​de​ ​sangre.

BASINA​ ​,​ ​MADRE​ ​DE​ ​CLODOVEO,​ ​A​ ​CHILDERICO​ ​-​ ​Gregorio​ ​de​ ​Tours

Guardemos continencia: levántate y cuenta a tu sierva lo que veas en el patio de Palacio.


Con efecto, habiéndose levantado, vio leones, unicornios, leopardos, juguetear saltando, y
volvió a decírselo a su compañera. Vé y mira de nuevo, repuso ella, y luego instruye a tu
sierva de lo que haya herido tu vista. Por segunda vez salió de su aposento y vio osos y
lobos. Su tercera visión le ofreció el espectáculo de pequeños perros y una multitud de
bichos abyectos. Entonces Basina le habló de esta manera: Todo cuanto acaban de ver tus
ojos es la pura verdad. De nosotros nacerá un león seguramente; sus valerosos hijos están
figurados en la visión que tuviste por los leopardos y por los unicornios. Con el tiempo ellos
engendrarán a su vez lobos y osos valientes y voraces. Después, los últimos serán perros; y
la turba de bestias mucho más pequeñas en que se acaban de fijar ahora tus ojos, indica
bien a las claras a aquellos que han de maltratar al pueblo pérfidamente, y a quienes sus
reyes​ ​no​ ​prestarán​ ​jamás​ ​ningún​ ​amparo​ ​ni​ ​patrocinio.

FRAGMENTOS​ ​DE​ ​LA​ ​"HISTORIA​ ​FRANCORUM"


DE​ ​GREGORIO​ ​DE​ ​TOURS

A la muerte de Childerico, su hijo Clodoveo le sucedió. Siagrio, rey de los romanos


(romanorum rex), estaba instalado en la ciudad de Soissons que había pertenecido a su
padre Egidio. El quinto año de su reinado, Clodoveo, acompañado de su pariente, el rey
Ragnacario, marchó contra él y le instó a preparar un campo de batalla. Siagrio no temió
recoger el desafío. En el curso del combate, viendo la desbandada de los suyos, dio la
vuelta y huyó al galope hasta Toulouse, hasta donde el rey Alarico. Clodoveo conminó a
Alarico para que se lo entregase, o, en su defecto, le haría la guerra. Temiendo provocar la
cólera de los francos -es un hecho que los godos siempre les han temido- Alarico entregó a
Siagrio a los enviados de Clodoveo, quien le tomó prisionero y, después de haber puesto la
mano​ ​sobre​ ​su​ ​reino,​ ​mandó​ ​asesinarlo​ ​secretamente.

En aquel tiempo muchas iglesias fueron tomadas (depredatae) por Clodoveo con su
ejército, porque aún estaba envuelto por los fanáticos errores. Entonces, de cierta iglesia
sustrajeron una jarra (urceum), de admirable magnitud y belleza, junto con los restantes
ornamentos del ministerio eclesiástico. El obispo de la iglesia manda, en tanto, un enviado
suyo al rey, solicitando que, si no merece recibir otro de los vasos sagrados, al menos
recibiese su iglesia la jarra. Enterándose de esto el rey dijo al nuncio: "Síguenos hasta
Soisssons, porque allí, reunidas las cosas adquiridas, serán divididas. Y cuando la suerte
me dé (sors dederit mihi) aquel vaso que el Papa pide, cumpliré". Una vez llegados a
Soissons, y la carga del botín adquirido puesta en medio (cunctum onus praedae in medio
possitum), dijo el rey: "Os ruego, valientes guerreros, que al menos este vaso no me
neguéis conceder fuera de la parte". Habiendo dicho esto el rey, aquellos cuya mente era
más sana dijeron: "Todas las cosas que contemplamos, glorioso rey, son tuyas, y aún
nosotros mismos estamos subyugados a tu dominio (tuo domino subiugati sumus). Ahora, lo
que te parezca que hay que hacer, hazlo; pues nadie puede resistir tu poder (potestati)".
Cuando estas palabras así habían dicho, uno cualquiera (levis), envidioso y ligero de genio
(invidus ac facilis), levantando el hacha de doble filo golpea el vaso diciendo con gran voz:
"Nada tomes sino lo que la suerte verdadera (sors vera) te conceda". Con esto todos
quedaron estupefactos, el rey redujo su ofensa con la bondad de su paciencia y entregó la
jarra al nuncio eclesiástico, conservando la herida recibida en su pecho. Transcurrido un
año, ordenó (iussit) que toda la falange viniese con todo el conjunto de las armas, para
mostrar el resplandor (nitorem) de estas armas en el Campo de Marte. Allí decide recorrer al
conjunto y llega al que golpeara la jarra, al cual dice: "Ninguno lleva las armas tan
descuidadas como tú; ni la lanza (hasta) ni la espada (gladius), ni el hacha (securis), te son
útiles". Y agarrando su hacha la arrojó a la tierra. Y cuando aquel se hubiese inclinado un
poco para recogerla, el rey, con las manos elevadas, hendió con su hacha la cabeza de
aquél. "Así, dijo, tú hiciste a aquel vaso en Soissons". Muerto el cual ordenó retirarse a los
demás, estableciendo en ellos un gran temor de sí. Emprendió muchas guerras y obtuvo
muchas victorias. El décimo año de su reinado, hizo la guerra a los turingios, y los sometió a
su​ ​autoridad.

Gondioc, rey de los Burgundios, del linaje del rey perseguidor Atanarico, de quien ya nos
hemos ocupado más arriba, tenía cuatro hijos: Gondebaudo, Godegisilo, Chilperico y
Godomer. Gondebaudo asesinó a su hermano Chilperico haciendo tirar al agua a la mujer,
con una piedra al cuello, y exilió a las dos hijas; la mayor, que tomó el velo, se llamaba
Crona; la menor, Clotilde. Con ocasión de una de las numerosas embajadas enviadas por
Clodoveo a los burgundios, sus enviados encontraron a la joven Clotilde. Informaron a
Clodoveo de la gracia y de la sabiduría que habían constatado en ella y de los informes que
habían recibido acerca de su origen regio. Sin tardar, la pidió en matrimonio a Gondebaudo.
Este, considerando las consecuencias de una negativa, la remitió a los enviados que se
apresuraron en llevarla ante Clodoveo. Al verla el rey quedó encantado y la desposó, a
pesar​ ​de​ ​que​ ​una​ ​concubina​ ​le​ ​había​ ​dado​ ​ya​ ​un​ ​hijo,​ ​Thierry.

De la reina Clotilde tuvo un primer hijo. Deseando bautizarlo, insistía a su marido: "Los
dioses que tú veneras no son nada, incapaces son de ayudarte, ni de atender los deseos de
cualquier otro. Son ídolos de piedra, de madera o de metal. Los ridículos nombres que les
das no son nombres divinos, son hombres los que los han llevado, lo testimonia Saturno de
quien se dice que huyó por temor a ser destronado por su hijo, lo testimonia Júpiter mismo,
mancillado con el fango de todos los estupros, corrompiéndose con hombres, sin respetar
sus propios parientes, él, que no se podía contener de compartir el lecho con su propia
hermana, como ella misma lo dijo, hermana y esposa de Júpiter. ¿De qué han sido capaces
Marte y Mercurio? Esos son unos hechiceros, su poder no es de origen divino. El Dios al
que hace falta rendir culto, es aquel cuya palabra ha sacado de la nada el cielo, la tierra, el
mar y todo lo que ellos encierran, que ha iluminado el sol, llenado el firmamento de
estrellas, poblado las aguas de peces, la tierra de seres vivos, el aire de aves. Es por su
voluntad que los campos producen las cosechas, los árboles los frutos, las viñas las uvas,
es de su mano que el género humano ha sido creado. Gracias a su liberalidad, la creación
entera está al servicio del hombre, le está sometida y le colma de sus beneficios". La reina
decía bien, pero el corazón del rey permanecía insensible a las exigencias de la fe.
Clodoveo replicaba: "Es por orden de nuestros dioses que todo está creado y sale de la
nada. Sin embargo es claro que el tuyo nada puede, igualmente no tenemos la prueba de
que sea de raza divina". No obstante la reina, obedeciendo a su fe, pidió el bautismo para
su hijo; hizo tapizar la iglesia de velos y de tinturas para que el rito incitara a la creencia a
quien sus palabras no alcanzaban a tocar. Ahora bien, el niño, bautizado con el nombre de
Ingomer, murió revestido de la ropa bautismal (in albis obit). Por ello el rey, irritado, se
encolerizó con la reina: "Si el niño hubiera sido consagrado a mis dioses, ciertamente que
habría vivido; pero porque ha sido bautizado en el nombre del vuestro, le ha sido imposible
vivir". A lo cual la reina respondió: "Agradezco a Dios Todopoderoso, creador de todas las
cosas, que me ha hecho a mí, indigna, el honor de abrir su reino al fruto de mis entrañas. Mi
alma no ha sido dañada por el dolor, porque, lo sé, arrebatado de este mundo en la
inocencia bautismal, mi hijo se nutre de la contemplación de Dios". Ella tuvo luego otro hijo
que recibió en su bautismo el nombre de Clodomir. Habiendo éste enfermado, el rey dijo:
"No le podía pasar sino lo que a su hermano, es decir, morir tan pronto como hubiese sido
bautizado en el nombre de vuestro Cristo". Pero gracias a las oraciones de su madre, el
niño​ ​se​ ​restableció​ ​bajo​ ​la​ ​orden​ ​del​ ​Señor.

La reina no cesaba de rogarle para que conociera al verdadero Dios y abandonase los
ídolos; pero no pudo sacarlo de esta creencia hasta el día en que fue declarada la guerra
contra los alamanes, guerra en el curso de la cual fue impulsado por la necesidad a
confesar lo que había renunciado hacer voluntariamente. Llegó el momento, en efecto, en
que el conflicto entre los dos ejércitos degeneró en una violenta masacre y el ejército de
Clodoveo estaba a punto de ser exterminado. Viendo esto elevó los ojos al cielo y, con el
corazón compungido, emocionado hasta las lágrimas, dijo: "Oh, Jesucristo, al que Clotilde
proclama hijo del Dios vivo, tú que ayudas a aquellos que sufren y que le das la victoria a
aquellos que tienen fe en ti, te imploro devotamente la gloria de tu asistencia; si tú me das la
victoria sobre estos enemigos y si experimento la virtud milagrosa, que el pueblo
consagrado a tu nombre se dé cuenta que ella viene de ti, creeré y me haré bautizar en tu
nombre. Yo, en efecto, he invocado mis dioses, pero, como ya me he dado cuenta, se han
abstenido de ayudarme. Creo, pues, que ello se debe a que no tienen poder alguno, puesto
que no vienen en socorro de sus servidores. Es a ti a quien invoco ahora, es en ti en quien
deseo creer, tanto como pongas en fuga a mis adversarios". Apenas dijo estas palabras, los
alamanes dieron vuelta la espalda y comenzaron a huir. Como su rey había muerto en el
combate, se rindieron a Clodoveo diciendo: "Por piedad, no dejes morir más gente, en
adelante haremos lo que desees", y él, habiendo terminado así la guerra, después de
comunicar al pueblo la paz contraída, entra y le cuenta a la reina cómo, invocando el
nombre de Cristo, había obtenido la victoria. [Todo esto sucedió a los quince años de su
reinado].

Entonces la reina hizo venir a escondidas a San Remigio, obispo de la ciudad de Reims,
para​ ​fortalecer​ ​en​ ​el​ ​rey​ ​"la​ ​palabra​ ​de​ ​la​ ​Salvación".

El obispo lo llamó en secreto y le instó a que creyera en el verdadero Dios, creador del cielo
y de la tierra, y abandonara los ídolos que no podían serle útiles ni a él ni a nadie. Pero este
último respondió: "Te he escuchado atentamente, muy santo padre; sin embargo, hay que
considerar que el pueblo que me sigue no tolerará abandonar sus dioses; en todo caso yo
les hablaré conforme a tu palabra". Se devolvió hasta donde estaban sus hombres y en el
momento mismo que tomó la palabra, el poder de Dios se le adelantó y todo el pueblo gritó
al unísono: "A los dioses mortales los rechazamos, piadoso rey; es al Dios inmortal que
predica Remigio al que estamos dispuestos a seguir". Estas noticias le fueron comunicadas
al prelado. Este, lleno de gozo, hizo preparar la pila bautismal. Las calles fueron cubiertas
con guirnaldas de colores, la Iglesia adornada con cortinas blancas, el bautisterio
preparado, fueron esparcidos perfumes, fragantes cirios brillaban, todo el bautisterio estaba
impregnado de un olor divino, y Dios colmó de tal manera a los asistentes con su gracia,
que estos se sentían transportados a los perfumes del Paraíso. Clodoveo fue el primer rey
que pidió ser bautizado por el pontífice. Avanzó, cual nuevo Constantino, hacia la pila
bautismal, que había borrado la enfermedad de una vieja lepra, para limpiar, con agua
fresca, las sórdidas manchas antiguamente adquiridas. Cuando entró para el bautismo, el
santo de Dios se dirigió hacia él con voz elocuente en estos términos: "Despójate
humildemente de tus collares (mitis depone colla: inclina humildemente la cerviz). Oh,
Sicambrio,​ ​adora​ ​lo​ ​que​ ​quemaste,​ ​quema​ ​lo​ ​que​ ​adoraste".

San Remigio era un obispo de cultura notable, impregnado de retórica, pero también se
distinguió por su santidad, e igualaba a Silvestre por sus milagros; existe en nuestros días
un libro de su vida que cuenta cómo resucitó a un muerto. Así, pues, el rey, habiendo
confesado al Dios Todopoderoso en su intimidad, fue bautizado en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y ungido con los santos óleos con el signo de la cruz de Cristo.
Más de tres mil hombres de su ejército fueron también bautizados, y su hermana Albofleda
quien, poco tiempo después, se fue hacia el Señor. Como Clodoveo estaba afligido por esta
muerte, recibió de San Remigio una carta de consolación que decía al comienzo: "Me
abruma, sí, me abruma mucho, la desgracia que os entristece, a saber la partida de vuestra
hermana de buena memoria, Albofleda. Pero tenemos en quien consolarnos, porque ella ha
dejado este mundo en tales condiciones que merece la envidia más que las lágrimas". Otra
hermana de Clodoveo, Lantilde, que había caído en la herejía arriana, se convirtió. Después
de haber confesado la igualdad del Hijo y del Espíritu Santo con el Padre, fue ungida con el
santo​ ​crisma.

En aquel tiempo Gondebaudo y su hermano Godegiselo reinaban en las regiones del


Ródano y del Saona, incluida la región de Marsella. Pertenecían, ellos y sus pueblos, a la
secta arriana. Se combatían el uno al otro cuando Godegiselo, al corriente de las victorias
de Clodoveo, le despachó secretamente enviados encargados de decirle de su parte: "Si tú
me ayudas a combatir a mi hermano, de manera que pueda hacerlo morir en la guerra, o
capturarlo al menos, te pagaré todos los años el tributo que tú quieras imponerme".
Clodoveo recibió favorablemente sus insinuaciones, le prometió la ayuda que sería
necesaria y al momento hizo poner en marcha a su ejército contra Gondebaudo. Al
enterarse, Gondebaudo, que ignoraba la traición de su hermano, le mandó decir: "Ven en mi
ayuda, ya que los francos se han puesto en marcha contra nosotros y se dirigen hacia
nuestro país para apoderarse de él. Unámonos pues contra un pueblo que nos desea el
mal, y temo que, si lo enfrentamos separadamente, sufriremos la suerte de otros pueblos".
El otro respondió: "Iré con mi ejército y te ayudaré". Habiendo avanzado Clodoveo contra
Gondebaudo y Godegisilo, los tres ejércitos, con todo su aparato de guerra, se encontraron
bajo los muros de la fortaleza de Dijon. Mientras se enfrentaban sobre las riberas del
Ouche, Godegisilo obró su unión con Clodoveo y los dos ejércitos aniquilaron a las tropas
de Gondebaudo. Este, tomando conciencia de la traición de su hermano, de la cual no
sospechaba, volvió la espalda y emprendió la fuga. Descendió por el Ródano y entró en
Avignon. Por su parte, Godegisilo, una vez conseguida la victoria, ofrecida una parte de su
reino a Clodoveo, se retiró tranquilamente y entró triunfalmente en Vienne, como si él fuera
ya el único señor. Después de haber recibido refuerzos, Clodoveo se dio a la persecución
de Gondebaudo con la intención de capturarlo en Avignon y de hacerlo morir. Este, dándose
cuenta de que estaba amenazado de muerte violenta, fue presa del terror. Entonces hizo
venir a Aredius, hombre ilustre, valiente y prudente, que se encontraba con él: "Los peligros
se me presentan por todas partes, le dijo, y no sé qué hacer, ya que los bárbaros han
venido hasta nosotros para exterminarnos y confundir todo el país". Aredius responde:
"Para evitar la muerte, tienes que apaciguar a ese hombre feroz. Así, con tu venia, fingiré
dejarte y pasarme a su lado. Una vez admitido en su presencia, obraré de tal manera que tú
y este país sean tratados bien. Ten cuidado solamente de satisfacer las exigencias que
inspiradas por mí él te hará saber, hasta que el Señor, en su misericordia, se digne tomar tu
causa en su mano". Y él: "Actuaré de acuerdo a las instrucciones que tú me darás". Así,
Aredius se despidió, fue y se presentó delante de Clodoveo diciéndole: "Muy piadoso rey,
he aquí que yo, tu humilde servidor, vengo hacia tu poder, abandonando al miserable
Gondebaudo. Si tu piedad se digna a recibirme, tú y tus sucesores tendrán en mí un
servidor íntegro (integer) y fiel (fidelis)". Clodoveo lo recibió solícitamente y lo retuvo cerca
de sí. Era, en efecto, un conversador agradable, un consejero seguro, un espíritu juicioso,
un mandatario fiel. Cuando Clodoveo hizo rodear la ciudad con su ejército, Aredius le dijo:
"Si la gloria de tu grandeza se digna acoger los modestos propósitos de mi bajeza, aunque
tú no tienes necesidad de consejos, te daré el mío de toda buena fe, conforme a tu interés y
al de todas aquellas ciudades por las cuales tú tienes la intención de pasar. ¿Por qué,
agregó, inmovilizar tu ejército delante de un enemigo atrincherado en una fortaleza?
Saqueas sus campos, dejas sus pastos inutilizables, destruyes sus viñas, abates sus
olivares y destruyes todas las cosechas del país y, haciéndolo, no llegas a ningún resultado.
Envíale mejor embajadores e impónle un tributo que habrá de pagarte cada año. Así el país
será liberado y serás para siempre el señor de tu tributario. Si rehusa, haz entonces como te
plazca". El rey, habiendo tomado este consejo en consideración, hizo entrar sus ejércitos en
sus hogares y envió embajadores a Gondebaudo para prescribirle el pago de un tributo
anual.​ ​Gondebaudo​ ​pagó​ ​una​ ​primera​ ​anualidad,​ ​y​ ​prometió​ ​pagar​ ​las​ ​siguientes.

Después, habiendo retomado fuerzas y negándose en adelante a pagar el tributo prometido


a Clodoveo, movilizó su ejército contra su hermano Godegisilo y lo encerró en Vienne, que
sitió. Después que los alimentos comenzaron a faltar al bajo pueblo, Godegisilo ordenó
expulsarlos de la ciudad temiendo él mismo ser privado de alimentos. Entre los expulsados
se encontraba el artesano encargado de la mantención del acueducto. Indignado por haber
sido echado con los otros, fue en su cólera a encontrar a Gondebaudo para indicarle el
modo de vengarse de su hermano y penetrar en la ciudad. Bajo su conducción, el ejército
se introdujo en el acueducto, precedido de una tropa de hombres que llevaban palancas de
hierro. Había allí un respiradero clausurado por una gran piedra. Dirigidos por el artesano,
los hombres la levantaron con sus palancas, penetrando en la ciudad y sorprendiendo por
detrás a los arqueros que custodiaban la muralla. Al son de la trompeta, que resonó desde
el medio de la ciudad, los sitiadores se apoderaron de las puertas por las cuales, una vez
abiertas, entraron. Aprisionados entre los dos grupos armados, los habitantes de la ciudad
fueron masacrados de una y otra parte, y Godegisilo buscó un abrigo en la iglesia de los
heréticos donde fue asesinado junto con el obispo arriano. En cuanto a los francos que
estaban con Godegisilo, se reunieron en una torre. Gondebaudo prohibió hacer el menor
mal a alguno de ellos, sino que, habiéndose apoderado de sus personas, los envió exiliados
a Toulouse cerca del rey Alarico, mientras que hizo dar muerte a los senadores y a los
burgundios que habían hecho causa común con Godegisilo. Después restableció su
autoridad sobre toda la región que hoy llamamos Burgundia. Dio a los burgundios leyes más
suaves,​ ​para​ ​que​ ​los​ ​romanos​ ​no​ ​fuesen​ ​oprimidos.
Después de haber reconocido la necedad de las doctrinas heréticas y confesado la igualdad
de Cristo, Hijo de Dios, y del Espíritu Santo, pidió a San Avito, obispo de Vienne, la unción
del santo crisma. "Si tienes verdaderamente fe, le dijo el obispo, es menester poner en
práctica lo que el mismo Señor nos ha enseñado en estos términos: Aquel que me haya
confesado delante de los hombres, yo le confesaré también delante de mi Padre que está
en los cielos; el que me haya despreciado delante de los hombres, lo despreciaré también
delante de mi Padre que está en los cielos. Instruyendo a sus santos y bienaventurados
apóstoles sobre las pruebas de la persecución futura, les dio estos consejos: Cuídense de
los hombres. Los harán comparecer en sus asambleas y los fustigarán en sus sinagogas y
comparecerán a causa de mí delante de los reyes y los magistrados para ser mis
testimonios ante ellos y ante las naciones. Y, aunque tú eres rey y no tienes miedo de ser
detenido por quienquiera que sea, temiendo una sedición de tu pueblo no confiesas
públicamente al Creador de todas las cosas. Deja esa loca inconsecuencia y eso que dices
creer de corazón, proclámalo frente a tu pueblo. En efecto, como dice el bienaventurado
apóstol: Es la fe del corazón la que justifica y la confesión la que salva, y asimismo el
profeta: Te confesaré, Señor, en una gran asamblea, te alabaré en medio de un pueblo
numeroso, y además: Te confesaré en medio de los pueblos, cantaré un salmo en honor de
tu nombre entre las naciones. Temiendo a tu pueblo, oh rey, ignoras que es a él a quien
corresponde participar de tu fe, y no a ti de su error. Eres tú la cabeza del pueblo, y no el
pueblo la cabeza tuya. Si vas a la guerra vas a la cabeza de tus ejércitos que te siguen a
donde vas. Es mejor, pues, que las gentes conozcan la verdad bajo tu dirección que
dejarlas en el error junto con tu desaparición, pues uno no se burla de Dios y El no quiere a
quienes a causa de un reino terrestre no le confiesan delante del mundo". El bienaventurado
Avito era en ese tiempo un hombre de gran elocuencia. En el momento en que nacieron en
Constantinopla las herejías enseñadas por Eutiquio y Sabelio, a saber que no habría nada
de divino en Nuestro Señor Jesucristo, tomó la pluma contra ellos a solicitud de
Gondebaudo. Poseemos esas cartas admirables, que, así como entonces confundieron la
herejía, edifican hoy día a la Iglesia de Dios. Escribió un libro de homilías, seis libros en
verso sobre el origen del mundo y sobre diversas otras cosas, nueve libros de cartas entre
las cuales se encuentran aquellas de las que acabamos de hablar. Expone en una homilía
sobre las Rogationes que tales solemnidades, celebradas por nosotros antes del triunfo de
la Ascensión del Señor, fueron instituidas por Mamerto, obispo de Vienne, en el tiempo de
su episcopado, con ocasión de sucesos extraordinarios que aterrorizaron a la ciudad. Ella
fue sacudida por frecuentes temblores y la ciudad era presa de ciervos y lobos que,
atravesando las puertas, la recorrían completamente, como lo escribió Avito, sin temor
alguno. Todo eso duró un año, cuando, al aproximarse las fiestas pascuales, la devoción del
pueblo entero esperaba de la misericordia de Dios que los días de la gran solemnidad
pusieran término a su espanto. Pero, durante el transcurso de la gloriosa noche, durante la
celebración de la misa, el palacio real, situado en el recinto, es de pronto abrasado por un
fuego celeste. Mientras la multitud aterrada sale de la Iglesia y se imagina que la ciudad
entera va a ser o bien consumida por el incendio o bien se va a hundir en la tierra
entreabierta, el santo obispo, prosternado delante del altar, gimiendo y llorando, implora la
misericordia del Señor. ¿Qué más decir? La oración del insigne pontífice penetró hasta las
profundidades de los cielos y los abundantes torrentes de sus lágrimas extinguieron el
incendio del palacio. Entretanto, en la proximidad de la Ascensión de la Majestad del Señor,
como hemos dicho, prescribió un ayuno a su rebaño, instituyó oraciones especiales,
ceremonias particulares y una generosa distribución de limosnas. Después, habiéndose
disipado los otros motivos de temor, el rumor del acontecimiento se esparció a través de las
provincias e incitó a todos los obispos a imitar aquello que la fe había inspirado a uno ellos.
Esas ceremonias son celebradas incluso hoy en el nombre de Dios en todas las iglesias en
la​ ​compunción​ ​del​ ​corazón​ ​y​ ​la​ ​constricción​ ​del​ ​espíritu.

Ante las guerras continuamente emprendidas por Clodoveo, Alarico le hizo decir por una
embajada: "Si mi hermano lo consiente, mi deseo sería tener una entrevista contigo bajo la
protección de Dios". Clodoveo no desestimó tales noticias y vino delante de él. Se reunieron
en una isla (in insula ligeris) del Loira, cerca del pueblo de Amboise, en el territorio de la
ciudad de Tours; conversaron, comieron y bebieron juntos, y se separaron en paz, después
de haber intercambiado promesas de amistad. Había allí muchos galorromanos que
deseaban tener a los francos por señores. De allí que Quentino, obispo de Rodez, fuese
expulsado de su sede. Es que él se había provocado la enemistad diciéndole: "Es porque tú
deseas que la dominación de los francos se extienda sobre esta tierra". Poco tiempo
después se hizo un referéndum entre los habitantes. Sobre la denuncia de aquello, los
godos que residían en la ciudad suponiendo que querían someterse a los francos,
resolvieron asesinarlo. Al enterarse de ese complot, el hombre de Dios salió durante la
noche de Rodez con sus más fieles servidores y llegó a Clermont. Allí recibió una favorable
acogida del obispo San Eufrasio, sucesor del difunto Aprunculo de Dijon, que le donó casas,
campos y viñas, diciendo: "Esta Iglesia es lo suficientemente rica para hacernos vivir a los
dos: faltaba que la caridad recomendada por el bienaventurado apóstol uniera a los obispos
de Dios". El obispo de Lyon le hizo también presentes en bienes que su iglesia poseía en
Auvergne. El resto de lo que concierne a San Quentino, tanto las persecuciones que sufrió,
como​ ​las​ ​obras​ ​que​ ​el​ ​Señor​ ​ejecutó​ ​por​ ​sus​ ​manos,​ ​está​ ​escrito​ ​en​ ​el​ ​libro​ ​de​ ​su​ ​vida.

Dijo, pues, el rey Clodoveo a los suyos: "No soporto que esos arrianos ocupen una parte de
las Galias. Vamos, con la ayuda de Dios y, después de haberlos vencido, hagamos esa
tierra nuestra". Habiendo recibido la aprobación general, hizo marchar a su ejército en
dirección a Poitiers donde Alarico residía entonces. Como una parte de las tropas
atravesaba el territorio de Tours, por respeto a San Martín, ordenó que no se tomara nada
en aquella región, excepto forraje y agua. Habiendo encontrado un guerrero heno
perteneciente a un pobre hombre dijo: "¿No nos ha mandado el rey no tomar más que
hierba, y nada más? Y esto, agregó, es hierba. No actuaremos contra sus órdenes
tomándola". Como se apoderó del heno por la fuerza ejerciendo violencia sobre el pobre, se
le hizo saber al rey, quien lo hizo ejecutar rápidamente diciendo: "¿Y dónde quedará el
espíritu de la victoria, si ofendemos a San Martín?". Eso fue suficiente para impedir al
ejército en adelante tomar nada en la región. El mismo rey envió de sus gentes cerca de la
bienaventurada basílica: "Vayan, les dijo, puede ser que reciban en el santo templo algún
presagio de victoria. Entonces, habiéndoles entregado presentes para depositar en el santo
lugar: "Si tú estás de mi lado, Señor, dijo, y si tú has decidido entregar en mis manos a esa
nación incrédula y perpetuamente mi rival, dígnate hacerme el favor de manifestar, en el
seno de la basílica de San Martín, tu voluntad de ser propicio a tu servidor". Obedeciendo la
orden real, los servidores se apresuraron hacia su propósito y, al momento de entrar en la
santa basílica, el primicerio entona súbitamente la antífona: "Señor, tú me has revestido de
fuerza para la guerra y tú has derribado bajo mis pies a aquellos que se alzaban contra mí;
tú has hecho volver la espalda a mis enemigos delante de mí y has dispersado a aquellos
que me aborrecían". Escuchando el salmo, dieron gracias a Dios, entregaron sus ofrendas
votivas al bienaventurado confesor y, felices, fueron a hacer al rey su informe. Entretanto,
Clodoveo, habiendo llegado con su ejército a la ribera del Vienne, no sabía absolutamente
por qué sitio atravesarlo, crecido como estaba por la abundancia de lluvias. Rogó al Señor
durante la noche que se dignara mostrarle un vado donde pudiera pasar y, en la mañana,
una cierva de un tamaño extraordinario, entró en la ribera delante de ellos y por la voluntad
de Dios la atravesó en un vado, haciendo saber al ejército que por allí podía atravesarlo.
Así, pues, mientras el rey, ya a la vista de Poitiers, estaba en su campamento, vio de lejos
una flecha de fuego salir de la basílica de San Hilario y venir en su dirección, como
señalándole que esclarecido por la luz del muy bienaventurado San Hilario, llegaría más
fácilmente a vencer las fuerzas heréticas contra las cuales el dicho obispo había a menudo
llevado el combate de la fe. También conjuró a todo el ejército de abstenerse de toda
violencia contra las personas y los bienes en ese lugar o en el camino. Había en aquel
tiempo un hombre de una gran santidad, el abad Maixent, a quien el temor de Dios le había
determinado a encerrarse en un monasterio fundado por él en el territorio de Poitiers. No
entregamos aquí el nombre de ese monasterio, porque lleva desde entonces el de celda de
San Maixent. Viendo acercarse un grupo de soldados, los monjes suplicaron al abad salir de
su celda para venir en su socorro. Como tardaba, abrieron la puerta y le hicieron salir de su
celda. Avanzó intrépido al encuentro de los soldados, como para pedirles la paz. A uno de
ellos, que había tomado su espada como para cortarle la cabeza, la mano elevada se le
paralizó a la altura de la oreja y el arma cayó detrás. Se arrodilló a los pies del santo
hombre y le pidió su perdón. Los otros, que observaban, fuertemente aterrados, volvieron
hacia el ejército temiendo sufrir la misma suerte. El santo confesor devolvió al hombre el
uso de su brazo frotándole con aceite bendito y haciendo el signo de la cruz, y, gracias a su
intervención, el monasterio quedó a salvo. El obró muchos otros milagros. Si se quiere
saberlo,​ ​se​ ​le​ ​encontrarán​ ​leyendo​ ​el​ ​libro​ ​de​ ​su​ ​vida.​ ​[Año​ ​25​ ​de​ ​Clodoveo].

Entretanto Clodoveo se enfrentaba a Alarico, rey de los godos, en el llano de Vouillé, a diez
millas de Poitiers. Unos atacan, otros resisten. Después, habiendo los godos vuelto la
espalda como de costumbre, la victoria, con la ayuda de Dios, quedó para Clodoveo. Este
tenía un auxiliar en la persona del hijo de Sigeberto el Cojo, llamado Cloderico. Este
Sigeberto cojeaba a causa de una herida recibida en la rodilla combatiendo a los alamanes
cerca de la ciudad de Tolbiac. Ahora bien, Clodoveo había puesto a los godos en fuga y
matado a su rey Alarico, cuando dos enemigos se lanzaron súbitamente delante de él y le
descargaron golpes de lanza por cada costado. Pero gracias a su coraza y a la agilidad de
su caballo, escapó de la muerte. Un gran número de Auvernos que habían venido con
Apolinario, y entre ellos los primeros senadores, sucumbieron. Amalarico, hijo de Alarico,
huyó del campo de batalla y alcanzó Hispania donde gobernó sabiamente el reino paterno.
Clodoveo envió a su hijo Thierry a Auvernia pasando por Albi y Rodez. En el curso de su
campaña, sometió para su padre las ciudades ocupadas por los godos hasta la frontera
burgunda. Alarico había reinado veintidós años. Clodoveo pasó el invierno en Burdeos, hizo
llevar de Toulouse todos los tesoros de Alarico y llegó a poner sitio delante de Angulema. El
Señor le hizo la gracia de ver los muros derrumbarse por sí mismos delante de él. Expulsó a
los godos de la ciudad y se hizo dueño de ella. Después, entró victorioso en Tours y ofreció
muchos​ ​presentes​ ​a​ ​la​ ​basílica​ ​del​ ​bienaventurado​ ​Martín.
Habiendo recibido del emperador Anastasio un diploma de cónsul, vistió en la basílica del
bienaventurado Martín la túnica púrpura y la clámide y ciñó una diadema. Después,
montando a caballo, distribuyó de su propia mano oro y plata con una gran liberalidad a
todos quienes se habían apostado a lo largo del camino que llevaba desde la puerta del
patio de entrada hasta la Iglesia de la ciudad. Después de ese día, Clodoveo fue aclamado
como si él hubiera sido cónsul o emperador. Después de dejar Tours, vino a París, a la cual
hizo​ ​capital​ ​del​ ​reino.​ ​Fue​ ​allá​ ​que​ ​Thierry​ ​fue​ ​a​ ​su​ ​encuentro.

A la muerte de Eustoquio, obispo de Tours, le sucedió Licinio, octavo obispo después de


San Martín. Es bajo el pontificado de este último que tuvo lugar la guerra relatada más
abajo y que el rey Clodoveo vino a Tours. Se cuenta que él [Licinius] había ido a Oriente,
que allí visitó los Santos Lugares, que estuvo asimismo en Jerusalén y que allí vio en
muchas ocasiones (saepe vidissi) los lugares donde el Señor sufrió y donde resucitó, como
lo​ ​leemos​ ​en​ ​el​ ​Evangelio.

El rey Clodoveo se encontraba en París cuando envió al hijo de Sigeberto un mensaje


secreto: "He aquí que tu padre envejece y que su pie enfermo le hace cojear. Si llega a
morir, su reino y nuestra amistad te serán otorgadas en derecho". Seducido por esta
perspectiva, el hijo complotó para matar a su padre. Un día que éste, después de haber
salido de Colonia y haber atravesado el Rhin para recrearse en el bosque de Buconia,
dormía la siesta en su tienda, le hizo matar por unos asesinos enviados para seguirle, con la
intención de apoderarse de su reino. Pero, por el juicio de Dios, cayó en la fosa que había
excavado para hacer caer a su padre. Envió mensajeros a Clodoveo para anunciarle la
muerte de su padre y le hizo decir: "Mi padre está muerto, sus tesoros y su reino son míos.
Envíame de tus gentes y te dejaré de buen grado la parte de tales tesoros que podamos
convenir". Y Clodoveo respondió: "Sé con agrado tus disposiciones y te pido de hacer ver
esos tesoros a mis enviados, después de los cual quedarás en posesión de todo". Cloderico
mostró a los enviados los tesoros de su padre. Estaban mirando los diversos objetos
cuando les dijo: "Es en ese cofre que mi padre tenía la costumbre de guardar sus piezas de
oro". "Hunde tu mano hasta el fondo, dicen ellos, y revuélvelas todas". Cloderico obedeció y
se inclinó profundamente. Blandiendo su hacha, uno de los enviados la plantó en su
cabeza, dando al hijo indigno el trato que éste había hecho sufrir a su padre. Informado de
la muerte de Sigeberto y de su hijo, Clodoveo, habiendo llegado al lugar, convocó al pueblo
y le dijo: "Aprended de lo que ha ocurrido. Mientras estaba en barco sobre el Escalda,
Cloderico, hijo de mi pariente, hostigó a su padre, pretendiendo que yo quería matarlo.
Como aquél había ido a buscar un refugio en el bosque de Buconia, Cloderico envió
bandidos para seguirlo y hacerlo asesinar. El mismo ha perecido bajo los golpes de un
desconocido, cuando abría sus tesoros. Yo no he tenido parte en nada de todo esto, pues
no puedo verter la sangre de mis parientes, cosa prohibida. Sin embargo, dado que ésto ha
pasado, os doy un consejo que seguiréis, si os place. Venid a mí y yo os defenderé." Los
auditores lo aplaudieron gritando y lo hicieron su rey elevándolo sobre un escudo. Tomó
posesión del reino de Sigeberto y de sus tesoros y se anexó su pueblo. Siempre Dios hizo
inclinarse a sus enemigos bajo su mano y acrecentó su reino, porque él marchaba en su
presencia​ ​en​ ​la​ ​rectitud​ ​de​ ​su​ ​corazón​ ​y​ ​lo​ ​que​ ​él​ ​hacía​ ​era​ ​lo​ ​que​ ​era​ ​agradable​ ​a​ ​sus​ ​ojos.
Hecho ésto, se volvió hacia Chararico. En el tiempo de la guerra con Siagrio, Chararico,
llamado en su auxilio por Clodoveo, se había mantenido al margen, sin aportar socorro a
ninguna de las dos partes, esperando el momento de aliarse a quien obtuviera la victoria.
Indignado por esta conducta, Clodoveo lo atacó. Le hizo caer en una trampa, se apoderó de
él y de su hijo y, cuando estaban entre sus manos, le hizo tonsurar y dio la orden de conferir
el sacerdocio a Chararico y el diaconato a su hijo. Un día que Chararico se lamentaba de su
destitución, su hijo, se dice, le habría dicho: "Es de un árbol verde que esas frondosidades
han sido podadas. No han sido del todo cortadas, sino que reaparecerán rápidamente y
podrán desarrollarse. ¡Quiera el cielo que aquél que las ha cortado perezca pronto!".
Habiendo sido informado Clodoveo de tal propósito, a saber, que amenazaban con dejar
brotar su cabellera y matarlo, ordenó cortarles la cabeza. Después de su muerte, puso la
mano​ ​sobre​ ​su​ ​reino,​ ​sus​ ​tesoros​ ​y​ ​sus​ ​súbditos.

Ragnacario reinaba entonces en Cambrai. El se revolcaba en el lodo de tales vicios que


apenas respetaba a su prójimo. Tenía en la persona de Farrón un consejero manchado con
los mismos horrores. Cuando se llevaba al rey alguna cosa para comer o un presente
cualquiera, tenía en costumbre decir, se cuenta, que era para él y su Farrón. Los francos
estaban indignados hasta la exasperación. Clodoveo hizo distribuir a los leudes de
Ragnacario para sublevarlo contra él, brazaletes y tahalíes dorados, a los cuales
fraudulentamente había dado la apariencia del oro, puesto que no era sino bronce dorado.
Puso luego su ejército en marcha contra Ragnacario. Este envió espías para hacer una
labor de reconocimiento y a su regreso, les interroga acerca de la fuerza de este ejército.
"¡Es, respondieron, un ilustre refuerzo para ti y tu Farrón!". Clodoveo llega y entabla el
combate. Ragnacario, viendo su ejército vencido, se apresta a huir, pero es hecho
prisionero y llevado con las manos atadas tras la espalda, con su hermano Riquier, delante
de Clodoveo, que le dice: "¿Por qué humillar a nuestra familia dejándote atado? Más vale
morir". Y habiendo elevado su hacha, se la plantó en la cabeza; después, vuelto hacia su
hermano, agregó: "Si tú hubieras prestado ayuda a tu hermano, ciertamente que no habría
sido atado", y le mató igualmente de un golpe de hacha. Después de la muerte de los dos
hermanos, aquellos que los habían traicionado se dieron cuenta que Clodoveo les había
dado oro falso. Se lo hicieron saber al rey que, se dice, habría respondido: "Merece recibir
un oro de tal naturaleza aquel que por su propia voluntad provoca la muerte de su señor",
agregando que no quería expiar en los suplicios el crimen de haber traicionado sus señores,
que debían contentarse de conservar a salvo la vida. Los que escuchaban, deseando
obtener su perdón, le aseguraron que era suficiente con dejarles vivir. Los susodichos reyes
eran parientes de Clodoveo. Clodoveo había hecho matar en Mans a su hermano
Rignomer. Después de su muerte, Clodoveo se apoderó de su reino y de sus bienes. En el
temor de verse privado del poder, hizo perecer muchos otros reyes y a sus parientes más
próximos y extendió su autoridad por todas las Galias (regnum suum per totas Gallias
dilatavit). Se cuenta entretanto que habiendo un día convocado a los suyos, se lamentaba a
propósito de los parientes a los que había causado la muerte: "Desgracia la mía que he
quedado solo como un extranjero en medio de extranjeros y sin un pariente que pueda venir
en mi ayuda si fuera sorprendido por la adversidad". No era el arrepentimiento de sus
muertes lo que inspiraba tales palabras, sino la astucia, en la esperanza de encontrar
todavía​ ​alguno​ ​y​ ​matarlo.

Después de todo esto, murió en París y fue enterrado en la basílica de los santos apóstoles
que había construido de acuerdo con la reina Clotilde. Su muerte tuvo lugar el quinto año
después de la batalla de Vouillé. Su reino había durado treinta años [y él tenía cuarenta y
cinco]. Desde la muerte de San Martín hasta la de Clodoveo que tuvo lugar el décimo primer
año del episcopado de Lucilius, obispo de Tours, se cuentan ciento doce años. En cuanto a
la reina Clotilde, se fue a Tours después de la muerte de su marido, se consagró al servicio
de​ ​San​ ​Martín​ ​y​ ​vivió​ ​casta​ ​y​ ​bienhechora,​ ​no​ ​yendo​ ​sino​ ​raramente​ ​a​ ​París.

LA​ ​CONVERSIÓN​ ​DE​ ​CLODOVEO​ ​SEGÚN​ ​LA​ ​LEYENDA

XVI. ...La historia de su vida [de Remigio de Reims] fue escrita por Hincmaro, arzobispo de
Reims​ ​[s.IX].

...Por aquel tiempo el rey de Francia, Clodoveo, era todavía pagano a pesar de los
esfuerzos que su cristianísima esposa venía haciendo para que abrazase la fe de Cristo. Un
día, al enterarse de que los poderosos ejércitos de los alemanes venían a invadir sus
tierras, oró al Dios de su mujer y prometió que se convertiría si lograba obtener la victoria
sobre sus invasores. Como consiguió lo pedido, dispuesto a cumplir su promesa se
presentó a Remigio y le propuso que lo bautizara. Al llegar al baptisterio el santo arzobispo
comprobó que no había en él crisma para la unción; mas de pronto apareció en el recinto
una paloma llevando en su pico una crismera de la que el prelado tomó el óleo necesario
para ungir al catecúmeno. Esa crismera se conserva actualmente en la catedral de Reims y
con​ ​su​ ​crisma​ ​se​ ​unge​ ​a​ ​los​ ​reyes​ ​de​ ​Francia.

LA​ ​WERGELD​ ​ENTRE​ ​LOS​ ​FRANCOS

1.‑​ ​DE​ ​LA​ ​LEX​ ​SALICA

Arrancar una mano, un pie, un ojo o la nariz, 100 sueldos; pero solamente 63 si la
mano queda colgando. Arrancar el dedo pulgar, 50 sueldos; pero sólo 30 si queda colgando.
Arrancar el índice (el dedo que sirve para tirar con el arco), 35 sueldos. Otro dedo, 30
sueldos;​ ​dos​ ​dedos​ ​a​ ​la​ ​vez,​ ​35​ ​sueldos;​ ​tres​ ​dedos​ ​al​ ​mismo​ ​tiempo,​ ​50​ ​sueldos.

2.‑​ ​DE​ ​LA​ ​LEX​ ​RIPUARIA

Tabla​ ​de​ ​los​ ​Widrigild

Solidi

1ª​ ​clase

Entre​ ​los​ ​francos​ ​salios​ ​y​ ​ripuarios,

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​obispo 900

De​ ​un​ ​antrustión 600


Por​ ​asesinato​ ​o​ ​complicidad​ ​de​ ​un​ ​asesinato​ ​en​ ​una​ ​selva 1800

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​sacerdote,​ ​de​ ​un​ ​grafion 600

De​ ​un​ ​diácono 500

De​ ​un​ ​subdiácono 400

De​ ​un​ ​romano,​ ​convidado​ ​del​ ​rey 300

2ª​ ​clase

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​franco​ ​libre 200

Si​ ​el​ ​asesinato​ ​se​ ​comete​ ​en​ ​una​ ​selva,​ ​o​ ​si​ ​es​ ​quemada​ ​la 600
víctima

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​romano​ ​libre 100

Por​ ​complicidad 300

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​extranjero​ ​borgoñón,​ ​frisón,​ ​tudesco, 160
bávaro

De​ ​una​ ​mujer​ ​en​ ​cinta 700

3ª​ ​clase

Por​ ​el​ ​asesinato​ ​de​ ​un​ ​romano​ ​colono 36

Heridas:

Mano​ ​o​ ​pies​ ​cortados 100

Mano​ ​o​ ​pies​ ​estropeados 50

Ojo​ ​saltado 100

Ojo​ ​herido 50

Oreja​ ​cortada​ ​o​ ​herida 100


Injurias:

Por​ ​un​ ​franco​ ​maltratado​ ​por​ ​un​ ​romano 36

Un​ ​romano​ ​por​ ​un​ ​franco. 15

Por​ ​llamar​ ​a​ ​alguno​ ​cobarde 15

Por​ ​llamar​ ​a​ ​alguno​ ​zorra 6

Por​ ​llamar​ ​a​ ​alguno​ ​liebre 3

La​ ​Ley​ ​de​ ​los​ ​Ripuarios​ ​nos​ ​da​ ​a​ ​conocer​ ​el​ ​valor​ ​del​ ​sueldo,​ ​enseñándonos
que​ ​el​ ​precio:

De​ ​un​ ​buey​ ​en​ ​buen​ ​estado​ ​y​ ​con​ ​sus 2


cuernos

De​ ​una​ ​vaca 1

De​ ​un​ ​caballo​ ​entero 6

De​ ​una​ ​yegua 3

De​ ​una​ ​espada​ ​con​ ​su​ ​vaina 7

De​ ​una​ ​espada​ ​sin​ ​vaina 3

De​ ​una​ ​buena​ ​coraza 12

De​ ​un​ ​casco​ ​con​ ​cimera 6

De​ ​una​ ​armadura​ ​para​ ​las​ ​piernas 6

De​ ​un​ ​escudo​ ​con​ ​su​ ​lanza 2

De​ ​un​ ​halcón​ ​no​ ​domesticado 3

De​ ​un​ ​halcón​ ​enseñado​ ​a​ ​coger​ ​grullas 6

De​ ​un​ ​halcón​ ​en​ ​muda 12

Delitos:

Hombre Aldión Esclavo


Libre
Asesinato 900 60 50,​ ​25,​ ​20,
16

Un​ ​golpe​ ​en​ ​la​ ​cabeza 6 2 "

Dos​ ​golpes 12 4 "

Ojo​ ​vaciado 450 30 25,​ ​12​ ​1/2,


10,​ ​8

Nariz​ ​cortada 450 8 4

Labio​ ​cortado​ ​de​ ​modo​ ​que​ ​se​ ​vean​ ​los 20 6 4


dientes

Diente​ ​roto 16 8 2

Diente​ ​que​ ​se​ ​ve​ ​al​ ​reír " 2 1

Dedo​ ​pulgar​ ​cortado 150 8 4

UNCIÓN​ ​REAL​ ​DE


PIPINO:

PIPINO,​ ​REY​ ​DE​ ​LOS​ ​FRANCOS​ ​-​ ​Pseudo​ ​Fredegario

[747] Después de estos hechos, siguiendo el curso de los años, inflamado Carlomán por
una devoción que lo devoraba, dejando el reino con su hijo Drogon en manos de su
hermano Pipino, llegó a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo, decidido a entrar al orden
monástico.​ ​Por​ ​esta​ ​sucesión​ ​Pipino​ ​fue​ ​confirmado​ ​en​ ​el​ ​reino.

[750-751] En este tiempo una embajada fue enviada a la sede apostólica con el consejo y
asentimiento de todos los francos, y en virtud de la autoridad recibida, el excelso Pipino fue
elevado sobre el trono con la reina Bertrade por elección de todos los francos en el gobierno
del reino, con la consagración de los obispos y la sumisión de los grandes, como el antiguo
orden​ ​exige.

PIPINO,​ ​REY​ ​DE​ ​LOS​ ​FRANCOS​ ​(750)​ ​-​ ​Annales​ ​Royales

[749] Burchard, obispo de Wurzbourg, y Fulrad, capellán, fueron enviados donde el Papa
Zacarías, para interrogarlo acerca de los reyes de Francia que en ese tiempo no tenían
potestad regia. Y Zacarías mandó a Pipino que es mejor llamar rey a aquel que tiene el
poder, que al que carece de poder real; para que el orden no fuese turbado, ordenó por la
autoridad​ ​apostólica​ ​hacer​ ​rey​ ​a​ ​Pipino.

[750] Pipino según la costumbre de los francos es elegido rey, ungido por la mano del
arzobispo Bonifacio de santa memoria y elevado al reino de los francos en Soissons. En
cuanto​ ​a​ ​Childerico,​ ​llamado​ ​falso​ ​rey,​ ​fue​ ​tonsurado​ ​y​ ​enviado​ ​a​ ​un​ ​monasterio.

PIPINO,​ ​REY​ ​DE​ ​LOS​ ​FRANCOS​ ​(754)​ ​-​ ​Cláusula​ ​de​ ​Unctione​ ​Pippini

El muy floreciente señor Pipino, rey piadoso por la autoridad y el imperio del Papa Zacarías,
de santa memoria, y por la unción del santo crisma por mano de los santos sacerdotes de
las Galias y por la elección de todos los francos, desde hace tres años que ha sido elevado
al trono del reino. Después, por mano del pontífice Esteban, en un solo día, en la iglesia de
los santos mártires Dionisio, Rústico y Eleuterio, donde es reconocido como arcipreste y
como abad el venerable hombre Fulrado, como rey y patricio, junto a sus hijos Carlos y
Carlomán, fue ungido y bendecido en nombre de la Santa Trinidad. Y, en la misma iglesia
de los dichos santos mártires, en este único y mismo día, la nobilísima y devotísima y por
los santos mártires devotamente cuidada, cónyuge del ya nombrado florentísimo rey, Berta,
ha sido bendecida por el dicho venerable pontífice, revestida de ornamentos reales, por la
gracia del Espíritu septiforme. Al mismo tiempo, ha confirmado por la bendición y la gracia
del Espíritu Santo a los príncipes de los francos, conminándolos a todos, so pena de
entredicho y excomunión, a nunca pretender elegir rey de otro linaje, sino únicamente de
éste, que la divina piedad se ha dignado exaltar y, por la intercesión de los santos apóstoles
y​ ​por​ ​la​ ​mano​ ​de​ ​su​ ​vicario,​ ​el​ ​santo​ ​pontífice,​ ​consagrar​ ​y​ ​confirmar.

DONACIÓN​ ​DE​ ​PIPINO​ ​(756)​ ​-​ ​Liber​ ​Pontificalis

...Un mensajero imperial se apresuró a ir a la presencia del mencionado cristianísimo rey de


los francos. Lo encontró más acá de la frontera lombarda, no lejos de la ciudad de Pavía, y
le rogó urgentemente, con la promesa de muchos presentes imperiales, que entregara a las
autoridades imperiales la ciudad de Ravenna y las otras ciudades y las fortalezas del
Exarcado. Pero no pudo persuadir al fuerte corazón de ese cristianísimo y benévolo rey,
que era fiel a Dios y amaba a San Pedro, es decir, Pipino, rey de los francos, a entregar
esas ciudades y lugares a la autoridad imperial. Ese mismo amigo de Dios, muy bondadoso
rey, se negó rotundamente a enajenar esas ciudades del poder de San Pedro y de la
jurisdicción de la Iglesia Romana o pontífice de la Sede Apostólica. Afirmó bajo juramento
que no había hecho la guerra tantas veces para obtener el favor de nadie, sino por el amor
de San Pedro y por la remisión de sus pecados, y declaró que el acrecentamiento de su
tesoro​ ​no​ ​le​ ​persuadiría​ ​a​ ​quitar​ ​lo​ ​que​ ​una​ ​vez​ ​había​ ​ofrecido​ ​a​ ​San​ ​Pedro…

Habiendo adquirido todas estas ciudades, redactó un documento de donación para la


posesión perpetua de ellos por San Pedro y la Iglesia Romana y por todos los pontífices de
la sede apostólica. Este documento todavía existe en los archivos de nuestra Santa Iglesia.
El cristianísimo rey de los francos envió a su consejero Fulrad, venerable abad y sacerdote,
a tomar posesión de las ciudades, y él mismo se puso en camino alegremente y sin
tardanza con sus ejércitos para regresar a Francia. El dicho venerable abad y sacerdote,
Fulrad, vino a la región de Ravenna, con embajadores del rey Astolfo, y entrando en todas
las ciudades de la Pentápolis y Emilia, tomó posesión de ellas, y también rehenes de entre
los hombres principales de cada ciudad, y recibió las llaves de las puertas. Entonces vino a
Roma, y, poniendo sobre la tumba de San Pedro las llaves de Ravenna y las de las otras
ciudades del Exarcado junto con la ya mencionada donación referente a ellas concedida por
su rey, las entregó para que quedaran en propiedad y en dominio perpetuos del apóstol de
Dios​ ​y​ ​de​ ​su​ ​santísimo​ ​vicario,​ ​el​ ​Papa,​ ​y​ ​de​ ​todos​ ​sus​ ​sucesores​ ​en​ ​el​ ​papado

LA​ ​ROTA​ ​DE​ ​RONCESVALLES​ ​SEGÚN​ ​LOS​ ​ANALES​ ​REALES

[Año 778] Este año, el rey, cediendo a los consejos del Sarraceno Ibn-al-Arabi, y llevado por
el deseo fundado de hacerse con algunas ciudades de España, reunió sus tropas y se puso
en marcha. Atravesó el país de los vascones por la cima de los Pirineos, atacó primero
Pamplona en Navarra, y recibió la sumisión de esa ciudad. Enseguida cruzó el Ebro
vadeándolo, se aproximo a Zaragoza, que es la principal ciudad de esta comarca, y
después de haber recibido de Ibn-al-Arabi, de Abithener y de otros jefes sarracenos los
rehenes que le ofrecieron, volvió a Pamplona. Para poner a esta ciudad en la imposibilidad
de rebelarse, le rebajó las murallas, y, resuelto a volver a sus dominios, penetró en las
gargantas de los Pirineos. Los vascones, que se habían colocado en emboscada sobre el
punto más elevado de la montaña, atacaron la retaguardia y sembraron la mayor confusión
en todo el ejército. Los francos, aun teniendo sobre los vascones la superioridad de las
armas y del valor, fueron derrotados a causa de lo desventajoso del lugar y del género de
combate que fueron obligados a sostener. La mayor parte de los oficiales de palacio, a
quienes el rey había dado el comando de sus tropas, perecieron en esta acción; el equipaje
fue objeto del pillaje, y el enemigo, favorecido por el conocimiento que tenía de los lugares,
se dispersó rápidamente. Este cruel revés casi borró completamente en la corte del rey la
alegría​ ​de​ ​los​ ​éxitos​ ​que​ ​había​ ​obtenido​ ​en​ ​España.

CARTA​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​A​ ​FULRAD​ ​(s.​ ​VIII)

Te presentarás el 15 de las Calendas de julio (16 de junio) con tus hombres bien armados y
equipados, listo para entrar en campaña en la dirección que te indicará, con armas, bagajes
y toda la impedimenta de guerra, víveres y vestidos. Cada caballero (caballarius) tendrá un
escudo, una lanza, una espada, una daga, un arco y un carcaj provisto de flechas. En los
carros habrá herramientas de toda clase: hachas, doladeras, taladros, zapapicos, palas de
fierro y todo utilitaje necesario en campaña. En los carros hará también víveres para tres
meses​ ​a​ ​contar​ ​del​ ​día​ ​de​ ​partida,​ ​armas​ ​y​ ​vestidos​ ​para​ ​seis​ ​meses.

CARLOMAGNO​ ​EN​ ​SAJONIA​ ​(784)​ ​-​ ​Analis​ ​regni​ ​francorum

Sin embargo el rey, después de haber reunido de nuevo su ejército, volvió a irse a Sajonia,
celebró la Navidad en su campamento de Ems, cerca del castillo sajón llamado Skidroburg y
en marcha hacia el Rhin en la confluencia del Wesser y del Wern, asoló todo. Como el frío y
las inundaciones le impedían progresar, se detuvo para pasar el invierno, en la fortaleza de
Eresburg. Resuelto a permanecer durante toda la mala estación, hizo traer a su mujer y sus
hijos.

LA​ ​DONACIÓN​ ​DE​ ​CONSTANTINO

Concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo pontífice y Papa universal de Roma, y a
todos los pontífices sucesores suyos que hasta el fin del mundo reinarán en la sede de San
Pedro, nuestro palacio imperial de Letrán (el primero de todos los palacios del mundo).
Después la diadema, esto es, nuestra corona, y al mismo tiempo el gorro frigio, es decir, la
tiara y el manto que suelen usar los emperadores y además el manto purpúreo y la túnica
escarlata y todo el vestido imperial, y además también la dignidad de caballeros imperiales,
otorgándoles también los cetros imperiales y todas las insignias y estandartes y diversos
ornamentos y todas las prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de nuestro poder.
Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes que sirven a la Santísima Iglesia
Romana en los distintos grados, tengan la distinción, potestad y preeminencia de que
gloriosamente se adorna nuestro ilustre Senado, es decir, que se conviertan en patricios y
cónsules y sean revestidos de todas las demás dignidades imperiales. Decretamos que el
clero de la Santa Iglesia Romana tenga los mismos atributos de honor que el ejército
imperial. Y como el poder imperial se rodea de oficiales, chambelanes, servidores y
guardias de todas clases, queremos que también la Santa Iglesia Romana se adorne del
mismo modo. Y para que el honor del pontífice brille en toda magnificencia, decretamos
también que el clero de la Santa Iglesia Romana adorne sus cabellos con arreos y
gualdrapas de blanquísimo lino. Y del mismo modo que nuestros senadores llevan el
calzado adornado con lino muy blanco (de pelo de cabra blanco), ordenamos que de este
mismo modo los lleven también los sacerdotes, a fin de que las cosas terrenas se adornen
como​ ​celestiales​ ​para​ ​la​ ​gloria​ ​de​ ​Dios…

Hemos decidido también que nuestro venerable padre el sumo pontífice Silvestre y sus
sucesores lleven la diadema, es decir, la corona de oro purísimo y preciosas perlas, que a
semejanza con la que llevamos en nuestra cabeza le habíamos concedido, diadema que
deben llevar en la cabeza para honor de Dios y de la sede de San Pedro. Pero, ya que el
propio beatísimo Papa no quiere llevar una corona de oro sobre la corona del sacerdocio,
que lleva para gloria de San Pedro, con nuestras manos hemos colocado sobre su santa
cabeza una tiara brillante de blanco fulgor, símbolo de la resurrección del Señor y por
reverencia a San Pedro sostenemos la brida del caballo cumpliendo así para él el oficio de
mozo de espuelas: estableciendo que todos sus sucesores lleven en procesión la tiara,
como los emperadores, para imitar la dignidad de nuestro Imperio. Y para que la dignidad
pontificia no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y gloria mayores que las del
Imperio terrenal, concedemos al susodicho pontífice Silvestre, Papa universal, y dejamos y
establecemos en su poder, por decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa
Iglesia Romana, no sólo nuestro palacio como se ha dicho, sino también la ciudad de Roma
y​ ​todas​ ​las​ ​provincias,​ ​distritos​ ​y​ ​ciudades​ ​de​ ​Italia​ ​y​ ​de​ ​Occidente.
Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro Imperio y el poder del reino a
Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre y
establecer allí nuestro gobierno, porque no es justo que el emperador terreno reine donde el
emperador celeste ha establecido el principado del sacerdocio y la cabeza de la religión
cristiana.

Ordenamos que todas estas decisiones que hemos sancionado mediante decreto imperial y
otros decretos divinos permanezcan invioladas e íntegras hasta el fin del mundo. Por tanto,
ante la presencia del Dios vivo que nos ordenó gobernar y ante su tremendo tribunal,
decretamos solemnemente, mediante esta constitución imperial, que ninguno de nuestros
sucesores, patricios, magistrados, senadores y súbditos que ahora y en el futuro estén
sujetos al Imperio, se atreva a infringir o alterar esto en cualquier manera. Si alguno, cosa
que no creemos, despreciara o violara esto, sea reo de condenación eterna y Pedro y
Pablo, príncipes de los apóstoles, le sean adversos ahora y en la vida futura, y con el diablo
y​ ​todos​ ​los​ ​impíos​ ​sea​ ​precipitado​ ​para​ ​que​ ​se​ ​queme​ ​en​ ​lo​ ​profundo​ ​del​ ​infierno.

Ponemos este decreto, con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de San Pedro, príncipe
de los apóstoles, prometiendo al apóstol de Dios respetar estas decisiones y dejar ordenado
a nuestros sucesores que las respeten. Con el consentimiento de nuestro Dios y Salvador
Jesucristo entregamos este decreto a nuestro padre el sumo pontífice Silvestre y a sus
sucesores​ ​para​ ​que​ ​lo​ ​posean​ ​para​ ​siempre​ ​y​ ​felizmente.

ALCUINO,​ ​EPÍSTOLA​ ​Nº​ ​41​ ​(795)

Bienaventurada, dijo el salmista, la nación de la que Dios es el Señor; bienaventurado el


pueblo exaltado por un caudillo y sostenido por un predicador de la fe, cuya mano diestra
blande la espada de las victorias y cuya boca hace resonar la trompeta de la verdad
católica. Así como en otro tiempo David, elegido de Dios para rey del pueblo, que entonces
era su pueblo escogido..., sometió a Israel, con la espada victoriosa, a las naciones
cercanas y predicó entre los suyos la ley divina. De la noble estirpe de Israel brotó, para la
salvación del mundo, la rosa de Sarón y el lirio de los valles, el Cristo, a quien en nuestros
días, el nuevo pueblo que El ha hecho suyo, debe otro rey David. Con el mismo nombre,
animado de la misma virtud y de igual fe, éste es ahora nuestro caudillo y nuestro jefe: un
jefe a cuya sombra el pueblo cristiano se refrigera en la paz y que por doquier inspira el
terror de las naciones paganas; un caudillo cuya devoción no cesa de fortificar por su
firmeza evangélica la fe católica contra los herejes, velando porque nada contrario a la
doctrina de los Apóstoles venga a introducirse en cualquier lugar y dedicándose a hacer
resplandecer​ ​por​ ​todas​ ​partes​ ​esta​ ​fe​ ​católica​ ​a​ ​la​ ​luz​ ​de​ ​la​ ​gracia​ ​celestial...

CARLOMAGNO​ ​Y​ ​JERUSALÉN​ ​-​ ​Annales​ ​Royales

[799] Por el mismo tiempo, un monje, que venía de Jerusalén, le llevó, de parte del
patriarca, su bendición y reliquias reunidas sobre el lugar de la Resurrección de Nuestro
Señor. El rey, residiendo en Aquisgrán, celebró la fiesta de Navidad. Despidió al monje, que
deseaba volver, y le hizo acompañar por un tal Zacarías, presbítero del palacio, al que
encargó​ ​llevar​ ​sus​ ​ofrendas​ ​a​ ​los​ ​Santos​ ​Lugares.

[800] Ese mismo día (23 de Diciembre), Zacarías, al que había enviado a Jerusalén, llegó a
Roma, acompañado de dos monjes, uno del Monte de los Olivos, el otro de San Sabas, que
el patriarca hizo ir con él. Estos presentaron al rey la bendición del patriarca, las llaves del
Santo Sepulcro y del Calvario, así como el estandarte sagrado. El rey los retuvo durante
algunos días, habiéndolos recibido con bondad, y, cuando le expresaron su deseo de
volver,​ ​los​ ​despidió​ ​con​ ​regalos.

CARTA​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​A​ ​LEÓN​ ​III​ ​(796)

...Así como contraje con vuestro predecesor un vínculo sagrado de paternidad, así deseo
establecer con Vuestra Beatitud un vínculo inviolable de fe y caridad; a fin de que con la
Gracia de Dios y por las oraciones de los santos, goce por doquier de los efectos de la
bendición apostólica, y pueda siempre defender la Santa Sede de la Iglesia Romana.
Puesto que es a mí, con la ayuda de la divina Piedad, a quien pertenece, fuera de las
fronteras de la Iglesia de Jesucristo, defenderla contra los ataques de los paganos y las
devastaciones de los infieles; en su interior, fortificarla, haciendo reconocer a todos la fe
católica. Y a ti, muy santo padre, ayudar a los esfuerzos de nuestros ejércitos, elevando las
manos hacia Dios, como Moisés; a fin de que por vuestra intercesión y por la gracia de
Dios, el pueblo cristiano obtenga siempre la victoria sobre los enemigos de su santo
nombre, y que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en todo el universo.
Que vuestra prudencia se ajuste a seguir los cánones; que los ejemplos de santidad
resplandezcan en vuestra conducta, que santas exhortaciones salgan de vuestra boca. Así
vuestra luz brillará delante de los hombres de tal suerte que, viendo vuestras buenas obras,
glorificarán​ ​al​ ​Padre​ ​que​ ​está​ ​en​ ​los​ ​cielos.

​ ​CARTA​ ​DE​ ​ALCUINO​ ​SOBRE​ ​LOS​ ​PODERES​ ​DEL​ ​MUNDO​ ​(799)

Aconsejaría más cosas a vuestra dignidad si tuvierais tiempo de oírme y yo tuviera la


facultad de hablar elocuentemente, porque a menudo la pluma suele sacar a la luz los
secretos del amor de mi corazón y trata acerca de la prosperidad de vuestra excelencia y de
la estabilidad del reino que os ha sido dada por Dios, y del progreso de la Santa Iglesia de
Cristo, que de muchas maneras es perturbada por la maldad de los malos y manchada por
los crímenes perversos, no sólo de personas corrientes sino también de los más nobles y
altos,​ ​cosa​ ​la​ ​más​ ​terrible​ ​de​ ​todas.

Pues​ ​hasta​ ​ahora​ ​tres​ ​personas​ ​han​ ​alcanzado​ ​la​ ​cumbre​ ​de​ ​la​ ​jerarquía​ ​del​ ​mundo:
1º. El representante de la sublimidad apostólica, vicario del bienaventurado Pedro, Príncipe
de los Apóstoles, del cual ocupa la Silla. Lo que ha sucedido al que actualmente tiene esta
sede,​ ​ha​ ​tenido​ ​a​ ​bien​ ​vuestra​ ​bondad​ ​hacérmelo​ ​saber.
2º. Viene luego el titular de la dignidad imperial que ejerce el poderío secular en la Segunda
Roma. De qué manera impía ha sido depuesto el jefe de este Imperio, no por los
extranjeros, sino por los suyos y por sus conciudadanos, se ha extendido por todas partes la
noticia.

3º. En tercer lugar está la dignidad real que Nuestro Señor Jesucristo os ha reservado para
que gobernéis al pueblo cristiano. Esta dignidad es superior a las otras dos y las eclipsa y
sobrepasa​ ​en​ ​sabiduría.

Sólo en ti se apoyan ahora las iglesias de Cristo, de ti solo esperan la salvación; de ti,
vengador de los crímenes, guía de los descarriados, consolador de los afligidos, sostén de
los buenos. ¿Es que acaso no es en la sede de Roma, donde en tiempos floreció la religión
de máxima piedad, donde se producen los ejemplos de la mayor impiedad? Pues estos
mismos, obcecados en su corazón, obcecarán en su cabeza. Ni parece que allí haya temor
de Dios, ni sabiduría, ni caridad. Pues, ¿qué clase de bien podrá haber allí donde no se
encuentra nada de estas cosas? Pues si el temor de Dios se encontrara en ellos, nunca se
atreverían; si se encontrara la sabiduría, no hubieran querido, y si la caridad, no hubieran
obrado. Los tiempos son peligrosos, como hace mucho lo predijo la misma verdad porque la
caridad de muchos se enfría. De ninguna manera hay que omitir el cuidado de la cabeza.
Pues es menos grave que estén enfermos los pies a que lo esté la cabeza. Así pues hágase
la paz con el pueblo impío, si es que puede hacerse; déjense a un lado las amenazas, para
que los obcecados no huyan sino que se les retenga en la esperanza hasta que con
saludable consejo de nuevo vuelvan a la paz. Pues hay que retener lo que se posee para
que no por la adquisición de algo menor se pierda algo más importante. Guárdese la oveja
propia para que el lobo rapaz no la devore. Así pues, afánese uno en lo extraño para no
permitir​ ​daño​ ​en​ ​lo​ ​propio.

CARLOMAGNO​ ​EN​ ​ROMA​ ​ANTES​ ​DE​ ​LA​ ​CORONACIÓN​ ​-​ ​Annales​ ​Regni
Francorum

En la víspera del día en que debía llegar (Carlomagno) a Roma, el Papa León acompañado
de los romanos le salió al encuentro en Nomentum, que está a doce millas de la ciudad, y lo
recibió con mucho respeto y consideraciones. Comió con él en este sitio y en seguida partió
para precederlo en su llegada a Roma. Al día siguiente le esperó en las gradas de la
basílica de San Pedro Apóstol, mientras los estandartes de la ciudad de Roma eran
enviados al encuentro de Carlomagno, mientras grupos de peregrinos, así como habitantes,
se colocaban en sitios convenientemente escogidos para aclamar a aquel que llegaba. Fue
el Papa en persona, acompañado del clero y sus obispos, quien recibió al rey al descender
del caballo y en el momento en que éste subía las gradas. Después de haber pronunciado
una arenga, lo condujo a la basílica de San Pedro Apóstol, en medio de los cánticos de toda
la​ ​asistencia.​ ​Esto​ ​ocurría​ ​el​ ​8​ ​de​ ​las​ ​calendas​ ​de​ ​Diciembre​ ​(24​ ​de​ ​Noviembre).

Siete días más tarde el rey convocó una asamblea donde dio a conocer por qué había
venido a Roma; en seguida se ocupó todos los días de los asuntos para los cuales había
venido. Lo más importante y lo más difícil -y fue aquello por donde se comenzó- era una
investigación sobre las acusaciones presentadas contra el Papa. (León III había sido
acusado de perjurio y adulterio). No habiendo nadie querido rendir pruebas de estas
acusaciones, el Papa escaló el ambón llevando el Evangelio ante todo el pueblo reunido en
la basílica de San Pedro Apóstol y después de haber invocado la Santa Trinidad, se excusó
por​ ​juramento​ ​de​ ​las​ ​acusaciones​ ​hechas​ ​en​ ​su​ ​contra.

Coronación​ ​de​ ​Carlomagno:

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(800)​ ​-​ ​Annales​ ​Royales

El santo día de la Natividad de Nuestro Señor, el rey vino a la basílica del bienaventurado
Pedro, apóstol, para asistir a la celebración de la misa. En el momento en que, ubicado
delante del altar, se inclinó para orar, el Papa León le puso una corona sobre la cabeza, y
todo el pueblo romano exclamó: "A Carlos Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico
emperador de los romanos, vida y victoria". Después de esta proclamación, el pontífice se
prosternó delante de él y le adoró siguiendo la costumbre establecida de la época de los
antiguos emperadores, y desde entonces, Carlos, dejando el nombre de Patricio, lleva el de
Emperador​ ​y​ ​Augusto.

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(800)​ ​-​ ​Liber​ ​pontificalis

Después de estos acontecimientos, el día de la festividad del Nacimiento de Nuestro Señor


Jesucristo, se reunieron todos de nuevo en la susodicha basílica de San Pedro apóstol.
Entonces el venerable y benévolo prelado le coronó con sus propias manos con una
magnífica corona. Entonces todos los fieles, viendo la protección tan grande y el amor que
tenía a la Santa Iglesia Romana y a su vicario, unánimemente gritaron en alta voz, con el
beneplácito de Dios y del bienaventurado San Pedro, portero del Reino Celestial: ¡A
Carlomagno, piadoso augusto, por Dios coronado, grande y pacífico emperador, vida y
victoria! Ante la sagrada confesión del bienaventurado San Pedro apóstol, invocando la
protección de todos los santos, por tres veces fue pronunciado este grito, y fue proclamado
por todos emperador de los romanos. Inmediatamente después el santísimo prelado y
pontífice ungió con los santos óleos al rey Carlos, su excelentísimo hijo, en el día ya
señalado​ ​de​ ​la​ ​Natividad​ ​de​ ​Nuestro​ ​Señor​ ​Jesucristo.

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(800)​ ​-​ ​Annales​ ​de​ ​Lorsch​ ​o​ ​de​ ​Eginhardo

Y como entonces el título imperial estaba vacante en el país de los griegos y una mujer
ejercía los poderes imperiales, le pareció al mismo Papa León y a todos los santos padres
que estaban presentes en el Concilio como también a todo el pueblo cristiano, que convenía
dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que tenía en su poder la ciudad
de Roma donde los emperadores habían siempre tenido la costumbre de residir, como
también Italia, Galia y Germania. Habiendo el Dios Todopoderoso consentido en poner a
todos bajo su autoridad, les pareció justo que con la ayuda de Dios y conforme al ruego de
todo el pueblo cristiano, llevase él también el nombre de emperador. A esta petición el rey
Carlos no quiso oponerse, sino que se sometió humildemente a Dios al mismo tiempo que
los votos de los padres y del pueblo cristiano, recibió el día de Navidad el nombre de
emperador con la consagración del Papa León. Al aproximarse el verano, se dirigió hacia
Ravenna, restaurando por todas partes el derecho y la paz; de allá, regresó a Francia, a su
residencia.

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(800)​ ​-​ ​Vita​ ​Karoli

El último viaje que Carlos hizo a Roma tuvo, pues, otras causas. Los romanos habían
colmado de violencias al pontífice León -saltándole los ojos y cortándole la lengua- y le
habían constreñido a implorar la ayuda del rey. Viniendo pues a Roma para restablecer la
situación de la Iglesia, fuertemente comprometido por estos incidentes, pasó allí el invierno.
Fue entonces que recibió el título de emperador y de augusto. Se mostró al principio tan
descontento que habría renunciado, afirmaba, a entrar en la Iglesia ese día, bien que era
día de gran fiesta, si hubiera sabido de antemano el plan del pontífice. No soportaba sino
con una gran paciencia la envidia de los emperadores romanos, que se indignaron por el
título que había tomado, y gracias a su magnanimidad que tanto lo elevaba por sobre ellos,
llegó, enviándoles numerosas embajadas y dándoles el título de "hermanos" en sus cartas,
a​ ​vencer​ ​finalmente​ ​su​ ​resistencia.

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(800)​ ​-​ ​Teophanes

Ese mismo año (799), unos romanos emparentados al bienaventurado Papa Adriano, se
amotinaron contra el Papa León y habiéndose apoderado de él, le vaciaron los ojos. No
pudieron, sin embargo, cegarlo completamente ya que, llenos de piedad por él, le
perdonaron. León huyó entonces donde Carlos, rey de los francos, que castigó duramente a
los enemigos del Papa y restableció a este último en su sede: en ese momento Roma cayó
bajo el poder de los francos, y así seguirá estándolo. En recompensa, León coronó a Carlos
emperador de los Romanos en la Iglesia del Santo Apóstol, lo ungió con óleo desde la
cabeza a los pies, lo vistió además con los vestidos imperiales y le impuso la diadema, el 25
de​ ​Diciembre,​ ​indiction​ ​IX​ ​(800).

CORONACIÓN​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​-​ ​Annales​ ​Maximiani

El santo día de Navidad, sin saberlo nuestro señor Carlos, cuando se levantaba de la
oración que acababa de hacer, antes de la misa, delante de la confesión de San Pedro, el
Papa le impuso una corona sobre la cabeza, y fue aclamado por todo el pueblo romano: "A
Carlos,​ ​Augusto,​ ​coronado​ ​por​ ​Dios,​ ​grande​ ​y​ ​pacífico​ ​emperador,​ ​vida​ ​y​ ​victoria".
LAUDES​ ​GALO-FRANCOS

Cristo​ ​es​ ​vencedor,​ ​Cristo​ ​es​ ​rey,​ ​Cristo​ ​es​ ​emperador.​ ​¡Cristo,​ ​acógenos!

A León, pontífice supremo y Papa universal, ¡vida! ¡Salvador del mundo, ayúdalo! San
Pedro,​ ​San​ ​Pablo,​ ​San​ ​Andrés,​ ​San​ ​Clemente,​ ​San​ ​Sixto.

A Carlos, el muy excelente, coronado por Dios, grande y pacífico rey de los francos y de los
lombardos, Patricio de los Romanos: ¡Vida y victoria! ¡Redentor del mundo, ayúdalo! Santa
María,​ ​San​ ​Gabriel,​ ​San​ ​Miguel,​ ​San​ ​Rafael,​ ​San​ ​Juan,​ ​San​ ​Esteban.

A la muy noble descendencia real: ¡Vida! Santa Virgen de las Vírgenes, ayúdala. San
Silvestre, San Lorenzo, San Pancracio, San Názaro, Santa Anastasia, Santa Genoveva,
Santa​ ​Columba.

A todas las autoridades y a todo el ejército de los francos: ¡Vida y victoria! San Hilario,
ayúdalos. San Martín, San Mauricio, San Dionisio, San Crispín, San Crispiniano, San
Jerónimo.

Cristo es vencedor, Cristo es rey, Cristo es Emperador. Nuestra liberación y redención:


Cristo es vencedor. Rey de los Reyes, nuestro Rey, nuestra esperanza, nuestra gloria,
nuestra misericordia, nuestro socorro, nuestra valentía, nuestra liberación y redención,
nuestra victoria, nuestras armas muy invencibles, nuestro muro inexpugnable, nuestra
defensa​ ​y​ ​nuestra​ ​exaltación,​ ​nuestra​ ​luz,​ ​nuestra​ ​vía​ ​y​ ​nuestra​ ​vida.

A él sólo, imperio, gloria y poder a través de los siglos inmortales. A él sólo virtud, fuerza y
victoria​ ​en​ ​todos​ ​los​ ​siglos.​ ​A​ ​él​ ​sólo​ ​honor,​ ​alabanza​ ​y​ ​júbilo​ ​a​ ​través​ ​de​ ​los​ ​siglos​ ​sin​ ​fin.
Cristo escúchanos. (Tres veces) Señor ten piedad. (Tres veces) (A la intención del rey) ¡Sea
feliz!​ ​(Tres​ ​veces)​ ​¡Puedas​ ​tú​ ​conocer​ ​tiempos​ ​prósperos!​ ​(Tres​ ​veces)​ ​¡Largos​ ​años!
¡Amén!

FRAGMENTOS​ ​DE​ ​LA​ ​VITA​ ​KAROLI​ ​DE​ ​EGINHARDO

Prólogo​ ​de​ ​Walafrido​ ​Strabón:

La exposición que sigue de la vida y gestas del muy glorioso emperador Carlomagno es
obra de Eginhard -uno de los palatinos de ese tiempo de los más dignos de elogio, no sólo
por su ciencia, sino también por su carácter sin mancha- el cual, como hombre que participó
en​ ​casi​ ​todo​ ​aquello​ ​que​ ​relata,​ ​ha​ ​aportado​ ​el​ ​testimonio​ ​de​ ​la​ ​más​ ​pura​ ​verdad.

Nacido, en efecto, en "Francia" oriental, en el condado que se llama Maingau, recibió, como
niño, en el monasterio de Fulda, en la escuela de San Bonifacio mártir, los primeros
elementos de su alimento espiritual. Por sus notables capacidades y su inteligencia, que ya
era promisoria, en el escaso saber con el cual se ilustró enseguida, más que por su
nobleza, insigne por cierto, decidió Baugolf, abad del dicho monasterio, enviarlo al palacio
de Carlos. Pues, de todos los reyes, era aquél el más ávidamente dispuesto a buscar los
sabios y procurarles el medio de filosofar completamente a su gusto, lo que permitió de
nuevo asegurar la irradiación de la ciencia entera, en parte desconocida entonces en ese
mundo bárbaro, y hacer así, de toda la extensión del reino, que había recibido de Dios en
aquel entonces sumido en las brumas y, por así decir, casi ciego, un país luminoso a los
ojos penetrados de la claridad divina. Sin embargo hoy en día los estudios declinan
nuevamente,​ ​la​ ​luz​ ​de​ ​la​ ​sabiduría,​ ​menos​ ​apreciada,​ ​tiende​ ​a​ ​perder​ ​su​ ​brillo.

Así, pues, este pequeño hombre, cuya débil estatura hacía poco respetable, recibió por su
espíritu y su rectitud en la corte de Carlos, amigo de la ciencia, un tal renombre que, entre
todos los servidores de Su Majestad, era como casi ningún otro a quien tal rey, el más
poderoso y el más sabio de su tiempo, confiaba además los secretos de su intimidad. Y ésto
era en justicia: pues no sólo bajo Carlos mismo, sino todavía -lo que es más sorprendente-
bajo el emperador Luis, cuando el reino franco se había dejado llevar por la tormenta y
amenazaba la ruina, él supo, por una facultad de equilibrio notable y de inspiración
verdaderamente divina, guardarse, gracias a Dios, tan bien que llegó siempre a conservar
intacta hasta el fin su brillante reputación, la que no dejó de estar sin embargo expuesta a la
envidia​ ​y​ ​al​ ​peligro,​ ​y​ ​a​ ​evitar​ ​por​ ​añadidura​ ​irremediables​ ​peligros.
Sea dicho ésto para que ninguno promueva dudas en lo concerniente al valor de sus
afirmaciones, a falta de saber que excepcionales alabanzas debía a la querida memoria de
su protector y qué escrúpulos de veracidad ha tenido para satisfacer la curiosidad de sus
lectores.

Por mi parte, yo, Strabón, he intercalado en este opúsculo títulos y he establecido las
divisiones que me han parecido apropiadas para facilitar la consulta y hacer más cómodas
las​ ​investigaciones.

Prefacio​ ​de​ ​Eginhardo:

Habiendo resuelto escribir un libro sobre la vida, las costumbres y las principales gestas del
reino del señor que me ha alimentado, el muy excelente rey Carlos, tan justamente famoso,
lo he hecho con la mayor sobriedad que he podido, ateniéndome siempre a no omitir nada
de lo que ha alcanzado mi conciencia y a no fatigar con la extensión de mi relato el espíritu
de aquellos a quienes repugna todo aquello que es nuevo -si es de algún modo posible,
verdaderamente, proponer, sin disgustarlo, un libro nuevo a un público al que fastidian
también​ ​las​ ​obras​ ​de​ ​los​ ​mejores​ ​y​ ​doctos​ ​escritores.

Más de alguno de entre ellos, lo sé, que ha consagrado su tiempo libre al culto de las letras
estimará que la época que vivimos no merece ser considerada como indigna de todo
recuerdo y ofrecida en masa al olvido; más de uno también, celoso de pasar a la posteridad,
se inquietará menos por la calidad de sus escritos que por su deseo de asegurar a las
generaciones futuras, narrando las grandes gestas de sus contemporáneos, la gloria de su
propio nombre. No he creído por lo tanto deber renunciar a esta obra, consciente de que yo
podía aportar más de verdad que otra persona, porque participé en los acontecimientos que
relato, he sido, como se dice, el testigo ocular y porque, además, no puedo saber de una
manera positiva como sería el cuadro si fuese trazado por otro. He juzgado, en fin, que más
valía en mi exposición respetar en otros términos las cosas ya dichas que dejar la vida
ilustre del mejor y más grande rey de esta época y sus hazañas, hoy casi inimitables,
perderse​ ​en​ ​las​ ​tinieblas​ ​del​ ​olvido.

A estos motivos para componer mi libro se agrega otro -razonable, pienso, y que podría
bastar con él solo: el reconocimiento hacia el hombre que me alimentó y a la amistad
indefectible entablada tanto con él como con sus hijos desde que comencé a vivir en su
corte. La deuda que he contraído así hacia él y hacia su memoria es tal que sería justo que
se me juzgase como un ingrato si, olvidando todos los bienes con los que fui gratificado,
mantuviera silencio acerca de los hechos gloriosos e ilustres de aquel con quien tengo
tantas obligaciones y si soportara que su vida permaneciera, como si no hubiera existido,
ignorada​ ​y​ ​privada​ ​de​ ​las​ ​alabanzas​ ​que​ ​le​ ​son​ ​debidas.

Para contarla y expresarla, haría falta algo mejor que mi pobre espíritu, débil casi hasta la
nulidad; haría falta la elocuencia de un Cicerón. Sin embargo, de todos modos, he aquí este
libro destinado a perpetuar la memoria del célebre gran hombre. Fuera de sus grandes
hechos, nada hay allí que pueda impresionar al lector, sino tal vez la audacia de un bárbaro
que, apenas iniciado en la frase latina, ha creído sin embargo poder escribir de forma
decente o conveniente en esta lengua y que ha llevado la impudicia hasta el desprecio de
aquel precepto de Cicerón, en el primer libro de sus Tusculanas, donde hablando de los
autores latinos, se expresa en estos términos: : "Consignar por escrito sus pensamientos
cuando se es incapaz de ordenarlos, de darles valor y de procurar el menor agrado al lector
es el acto de un hombre que abusa sin medida de sus horas libres y de las letras". Tal
precepto del célebre orador habría podido apartarme de escribir si no hubiese resuelto
arriesgar mi reputación sometiendo este ensayo al juicio del público, antes que narrar la
historia​ ​de​ ​un​ ​tan​ ​gran​ ​hombre​ ​a​ ​fin​ ​de​ ​arreglarla.

Ascendencia​ ​de​ ​Carlos.​ ​(I-XVII):

La familia de los merovingios, de la cual los francos acostumbraban a escoger sus reyes,
reinó hasta Childerico. Este, con el consentimiento del pontífice romano, fue depuesto y
encerrado en un monasterio después de haberle cortado los cabellos. Pero si la familia
terminó con él, desde hacía mucho tiempo que había perdido el vigor y no se distinguía más
que por el título real. La fortuna y el poder público estaban en manos de los jefes de su
casa, que se llamaban mayordomos de palacio y a quienes pertenecía el poder supremo;
además del título, el rey no tenía otra satisfacción que ocupar el trono, con su larga
cabellera y su barba colgante. Desde allí figuraba como soberano, dando audiencias a los
embajadores de los diversos países y encargándoles a su regreso que transmitiesen en su
nombre las respuestas que se le había sugerido o dictado. Salvo este título real que había
llegado a serle inútil, y los precarios medios de subsistencia que le concedía el mayordomo
de palacio, no poseía sino un dominio propio, de escaso provecho, con su casa y algunos
reducidos​ ​servidores​ ​a​ ​su​ ​disposición​ ​para​ ​proveerlo​ ​de​ ​lo​ ​necesario.

En sus viajes empleaba una carreta tirada por bueyes y dirigida rústicamente por un
carretero. Así acostumbraba ir a palacio, dirigirse a la Asamblea Pública de su pueblo que
se reunía anualmente para tratar asuntos del reino, y regresar a su residencia. La
administración y todas las decisiones y medidas referentes a lo interno y externo del reino,
eran​ ​de​ ​exclusiva​ ​incumbencia​ ​del​ ​mayordomo​ ​de​ ​palacio.

Este cargo, en la época de la deposición de Childerico, le pertenecía a Pipino, padre del rey
Carlos, en virtud de un derecho ya casi hereditario. En efecto, antes que él, dicho cargo lo
había desempeñado en forma brillante otro Carlos, del cual era hijo, y que se había
distinguido derrotando a los tiranos cuyo poder intentaban imponer en toda Francia, y
obligando a los sarracenos -mediante dos grandes victorias: una en Aquitania, en Poitiers;
la otra cerca de Narbona- a renunciar a la ocupación de las Galias y a replegarse a España.
Y éste lo había recibido de manos de su propio padre, también llamado Pipino. Pues el
pueblo se había acostumbrado a no confiarlo sino a quienes se distinguían por el brillo de
su​ ​nacimiento​ ​o​ ​la​ ​extensión​ ​de​ ​sus​ ​riquezas.

La​ ​Dilatatio​ ​Regni.


Campaña​ ​contra​ ​los​ ​lombardos.

Ya su padre, ante las súplicas del Papa Esteban, los había atacado, no sin antes haber
superado grandes dificultades; algunos de los jefes francos, a quienes tenía costumbre de
consultar, se habían opuesto a su proyecto en tal forma que le habían manifestado
abiertamente que desertarían y regresarían a sus hogares. La expedición se había realizado
contra Astolfo y había terminado en forma rápida. Pero si las dos guerras tuvieron una
causa análoga, o, mejor dicho, la misma causa, ni los esfuerzos desplegados ni los
resultados fueron comparables. Pipino, después de haber sitiado al rey Astolfo algunos días
en Tessin, le obligó a entregar rehenes, a restituir a los romanos las plazas fuertes y los
castillos que les había arrebatado y a jurar no volver a tomar lo que habían entregado. En
cambio, Carlos, una vez que comenzó la guerra, no abandonó la patria hasta haber
obtenido​ ​la​ ​rendición​ ​de​ ​Desiderio.

Campaña​ ​contra​ ​los​ ​sajones.

Ninguna fue tan larga, más atroz, más penosa para el pueblo franco. Pues los sajones,
como casi todos los pueblos germánicos, eran de una naturaleza feroz; practicaban el culto
a los demonios, se mostraban enemigos de nuestra religión y no consideraban deshonroso
violar o transgredir las leyes divinas o humanas. El trazado de las fronteras dejaba cada día
la paz a merced de un incidente; siendo llanas, excepto en algunos puntos, donde bosques
y montañas forman una separación neta, las fronteras eran escenario constante de muertes,
rapiñas​ ​e​ ​incendios,​ ​respondiéndose​ ​recíprocamente…

Una vez declarada la guerra, fue llevada por ambas partes con igual animosidad, aunque
con mayores pérdidas de los sajones, y mantuvo una duración de treinta años consecutivos.
No​ ​pudo​ ​terminar​ ​pronto​ ​por​ ​la​ ​perfidia​ ​de​ ​los​ ​sajones.

No dejó de vengar su perfidia e imponerles un justo castigo, marchando él mismo contra


ellos o enviando tropas dirigidas por sus condes. Habiendo terminado por triunfar sobre los
más intransigentes, reduciéndolos a su merced, deportó con sus mujeres y sus hijos a dos
mil que habitaban las dos riberas del Elba, y los dispersó en pequeños grupos por las Galias
y Germania. Y se sabe que la guerra, después de tantos años de lucha, no terminó sino
cuando los sajones hubieron aceptado las condiciones exigidas por el rey; abandono del
culto a los demonios y de las ceremonias nacionales, adopción de la fe y sacramentos de la
religión​ ​cristiana,​ ​fusión​ ​con​ ​el​ ​pueblo​ ​franco​ ​en​ ​un​ ​solo​ ​pueblo.

Campaña​ ​de​ ​España:

Mientras se batía asiduamente y casi sin interrupción contra los sajones, Carlos, después
de dejar en los sitios convenientes guarniciones a lo largo de las fronteras, atacó España
con todas las fuerzas de que disponía. Franqueó los Pirineos, recibió la sumisión de todas
las fortalezas y castillos que encontró en su ruta y regresó sin que su ejército hubiese
sufrido pérdida alguna, salvo que sobre la cima misma de los Pirineos, tuvo de regreso,
ocasión de experimentar algo de la perfidia vasca; como su ejército marchaba disperso en
largas filas, así lo exigía la estrechez del camino, los vascos emboscados descendieron
desde lo alto de las montañas y arrojaron a la quebrada los convoyes que venían al final y
las tropas que cubrían la marcha de la retaguardia; después, entablada la lucha, los
masacraron hasta el último hombre, dieron cuenta de las vituallas y finalmente se
dispersaron con una rapidez extrema con la noche que caía a su favor. Los vascos tenían a
su favor en estas circunstancias la ligereza de su armamento y la configuración del terreno,
mientras que los francos estaban embargados por la pesadez de sus armas y su
desventajosa posición. En este combate murieron el senescal Eginhardo, el conde palatino
Anselmo, y Rolando, duque de la marca de Bretaña, y muchos otros. Esta derrota no pudo
vengarse en el campo porque los enemigos, dados al galope, se dispersaron y tan bien que
nadie​ ​pudo​ ​saber​ ​a​ ​qué​ ​rincón​ ​del​ ​mundo​ ​habría​ ​sido​ ​preciso​ ​ir​ ​a​ ​buscarlos.

Estas son las guerras que este poderosísimo rey realizó en las diversas partes del mundo,
con tanta prudencia como fortuna, en el curso de los cuarenta y siete años de su reinado.
Así, amplió casi al doble el reino franco que se le había entregado grande y poderoso.
Efectivamente, antes de él, este reino -exceptuando el país de los alamanes y de los
bávaros que formaban una dependencia- sólo comprendía la parte de las Galias situada
entre el Rhin, el Loira, el Océano y el Mar Baleárico, y la parte de Germania habitada por los
llamados francos orientales, entre Sajonia, el Danubio, el Rhin y el Saale que separa el país
de los turingios del de los sorabos. A continuación de las guerras que recordamos,
incorporó Aquitania, Gascuña, toda la Cordillera de los Pirineos, y el país hasta el Ebro, que
nace en Navarra y, dividiendo la fertilísima planicie de España, va a morir al Mar Baleárico
bajo los muros de la ciudad de Tortosa. Anexó toda Italia que desde Aosta hasta Calabria
inferior, donde se encuentra la frontera entre griegos y beneventinos, se extiende en una
longitud superior al millón de pasos. Añadió Sajonia que forma parte de Germania,
ocupando un espacio de igual largo que el ocupado por los francos y el doble de ancho.
Además incorporó las dos Panonias, Dacia -sobre la otra orilla del Danubio-, Istria, Liburnia,
Dalmacia, exceptuando las ciudades marítimas que dejó al emperador de Constantinopla en
garantía de amistad y alianza. En fin, venció y sometió a las tribus de todos los pueblos
bárbaros y fieros de Germania -entre el Rhin, el Vístula, el Océano y el Danubio- cuyas
lenguas se asemejan, diferenciándose bastante por sus costumbres y modos de vida-. Entre
los principales se pueden nombrar a los quelatabos, los sorabos, los abodritas y los
bohemios,​ ​contra​ ​los​ ​cuales​ ​peleó,​ ​mientras​ ​los​ ​otros​ ​en​ ​mayor​ ​número​ ​se​ ​le​ ​rindieron.
Relaciones​ ​con​ ​los​ ​musulmanes:

Con el rey persa Aarón (Harún-ar-Raschid), del que dependía casi todo el Oriente, excepto
la India, las relaciones fueron tan cordiales que éste apreciaba su amistad más que la de
todos los reyes y príncipes del resto del mundo, y sólo con Carlos tuvo atenciones y
munificencias. Lo demostró cuando los embajadores de Carlos, después de ofrendar sus
presentes al Santo Sepulcro en el lugar de la Resurrección del Señor, le fueron a saludar.
No se contentó con acceder a sus peticiones, sino que renunció en favor de Carlos al
dominio sobre los lugares santificados por los misterios de la Redención e hizo acompañar
a los enviados francos en su regreso por una embajada cargada de considerables
presentes; telas, aromas y otros perfumes del Oriente, que vinieron a añadirse al que le
había hecho algunos años antes para responder a su deseo, al enviarle el único elefante de
que​ ​disponía​ ​por​ ​entonces.

Carlomagno​ ​en​ ​su​ ​vida​ ​privada:

(XVIII) Hablaré ahora de sus cualidades morales, de su extraordinaria constancia en todas


las coyunturas felices o infelices y, de una manera general, de todo lo que toca a su vida
privada​ ​e​ ​íntima.

Cuando, después de la muerte de su padre, gobernó el reino a medias con su hermano,


soportó con tal paciencia el odio y los celos de este último que todos se sorprendieron de no
verlo​ ​arrebatarse​ ​contra​ ​él.

Enseguida, por los consejos de su madre, desposó a la hija del rey de los lombardos
Didiero. La repudió al cabo de un año, no se sabe por qué, y casó con Hildegarda, una
suaba de la alta nobleza. Tuvo tres hijos, Carlos, Pipino y Luis, y otras tantas hijas, Rotruda,
Berta y Gila. Tuvo además otras tres hijas, Teodrada, Hiltruda y Rotaida, las dos primeras
de su esposa Fastrada, una germana de la raza de los francos orientales, la tercera de una
concubina cuyo nombre ahora se me escapa. Habiendo muerto Fastrada, desposó a la
alamana Liutgarda, de la cual no tuvo hijos. Después de la muerte de ésta, tuvo cuatro
concubinas: Madelgarda, que le dio una hija llamada Rotilda; Gervinda, una sajona, de la
cual nació una hija llamada Adeltruda; Reina, que le dio a Drogón y Hugo; y Adelinda, de la
cual​ ​tuvo​ ​a​ ​Tierri.

Su madre, Bertrada, envejeció cerca suyo rodeada de honores; pues él era a su


consideración tan pleno de respeto que jamás surgió entre ellos la menor discordia, salvo
cuando él se divorció de la hija del rey Didiero que ella le había impulsado a tomar por
mujer. Ella terminó por morir después del deceso de Hildegarda, habiendo visto ya en la
casa de su hijo tres nietos y el mismo número de nietas. El la hizo inhumar con gran pompa
en​ ​la​ ​basílica​ ​de​ ​San​ ​Dionisio,​ ​donde​ ​reposa​ ​también​ ​su​ ​padre.

No tenía más que una hermana, llamada Gila, dedicada a la vida religiosa desde su
juventud y a la que rodeó de los mismos cuidados que su madre. Murió ella pocos años
antes​ ​que​ ​él​ ​en​ ​el​ ​monasterio​ ​donde​ ​su​ ​vida​ ​había​ ​transcurrido.
(XIX) Quiso que sus hijos, los varones como las niñas, fuesen desde el comienzo iniciados
en las artes liberales, estudios a los cuales él mismo se aplicaba; después a sus hijos,
cuando les llegó la edad, hizo enseñar a montar a caballo, siguiendo la costumbre franca, a
manejar las armas y a cazar; en cuanto a sus hijas, para evitarles embotarse en la
ociosidad, las hizo aprender el trabajo de la lana así como el manejo de la rueca y el huso e
hizo​ ​que​ ​se​ ​les​ ​enseñara​ ​todo​ ​lo​ ​que​ ​permitía​ ​formar​ ​una​ ​mujer​ ​honesta.

De todos sus hijos, no perdió más que dos hijos y una hija: Carlos, el primogénito; Pipino,
que había hecho rey de Italia; y a Rotruda, la más vieja de sus hijas, que había sido
prometida al emperador griego Constantino. Pipino dejó un hijo -Bernardo- y cinco hijas
-Adelaida, Atula, Gondrada, Bertraida, Teodrada- a las cuales el rey testimonió su afecto
decidiendo que el hijo sucediera a su difunto padre y que las hijas fueran educadas con las
suyas propias. Soportó la muerte de sus hijos y de su hija con menos resignación de la que
se hubiera esperado de su extraordinaria fortaleza de espíritu: su corazón era tan bueno
que​ ​no​ ​pudo​ ​contenerse​ ​y​ ​se​ ​deshizo​ ​en​ ​llanto.

Asimismo, cuando se le anunció el deceso del pontífice romano Adriano, su amigo


predilecto, lloró como si hubiera perdido un hermano o un hijo querido. Puesto que, en la
amistad, era perfectamente equilibrado: dándose fácilmente, con una fidelidad a toda
prueba,​ ​prometiéndose​ ​a​ ​aquellos​ ​con​ ​los​ ​que​ ​lo​ ​ligaba​ ​el​ ​afecto​ ​más​ ​sagrado.

Tomó en la educación de sus hijos tal cuidado que, cuando estaban con él, no cenaba
nunca sin ellos y que, sin ellos, nunca se ponía en marcha. Sus hijos cabalgaban a su lado;
sus hijas les seguían cerrando la marcha, con algunos guardias encargados de velar por
ellas.

(XX) Tuvo de una concubina un hijo llamado Pipino, del cual todavía no he hablado,
agradable de figura, pero jorobado. Simulando una enfermedad, mientras su padre, en
lucha con los hunos, pasaba el invierno en Baviera, complotó contra él con algunos francos
de la nobleza, que lo habían ganado para su causa prometiéndole la corona. Tales
maniobras habiendo sido descubiertas y habiendo sido los rebeldes condenados, el rey lo
autorizó a recibir la tonsura en el convento de Prüm y, según el deseo que había expresado,
a​ ​consagrarse​ ​a​ ​la​ ​vida​ ​religiosa.

Anteriormente otro peligroso complot había estallado contra el rey en Germania. Algunos de
los autores fueron castigados con la pérdida de la vista, otros fueron liberados sin penas
corporales, todos fueron enviados al exilio; pero ninguno fue muerto, salvo tres de entre
ellos que, defendiéndose con las armas en la mano para evitar ser tomados prisioneros, y
habiendo asimismo ocasionado algunas víctimas, fueron asesinados a falta de poder ser
dominados​ ​de​ ​otra​ ​manera.

De esos complots, la crueldad de la reina Fastrade fue, se cree, la causa inicial: si se


conspira, en los dos casos, contra el rey, es porque, por satisfacer la crueldad de su
esposa, él estaba, al parecer, terriblemente alejado de su bondad natural y de su
mansedumbre acostumbrada. Con la cual, todo el resto de su vida, en su casa o fuera de
ella, supo tan bien conciliarse la simpatía y el afecto de todos, que nadie le hizo jamás el
menor​ ​reproche​ ​de​ ​una​ ​injusta​ ​violencia.

(XXI) Amaba a los extranjeros y los acogía con grandes cuidados. Así su número fue tal
rápidamente que se puede decir, no sin razón, que llegaron a constituir no sólo una pesada
carga para el palacio, sino para el reino. Pero tenía la suficiente grandeza de espíritu como
para no mostrarse afectado y para encontrar en la reputación de largueza y en el buen
renombre​ ​que​ ​esta​ ​actitud​ ​le​ ​valía​ ​una​ ​compensación​ ​frente​ ​a​ ​todos​ ​sus​ ​pesares.

(XXII) De una amplia y robusta espalda, era de talla elevada, sin nada de excesivo por otra
parte, ya que medía siete pies de altura. Tenía la cima de la cabeza redondeada, ojos
grandes y vivaces, la nariz un poco más larga que la media, de bellos cabellos blancos, de
carácter alegre y extrovertido. También daba, exteriormente, sentado como de pie, una
fuerte impresión de autoridad y de dignidad. Bien que su cuello era craso y muy corto y su
vientre muy salido, las armoniosas proporciones de su cuerpo disimulaban tales defectos.
Tenía el paso firme, el porte viril. La voz era clara, sin convenir sin embargo completamente
a su físico. Dotado de una buena salud, no enfermó sino en los cuatro últimos años de su
vida, cuando fue presa de frecuentes accesos de fiebre y terminó incluso cojeando. Pero no
hacía caso entonces sino a su cabeza, en lugar de escuchar las advertencias de sus
médicos, a los que había tomado aversión porque le habían aconsejado renunciar a las
carnes​ ​asadas​ ​a​ ​las​ ​cuales​ ​estaba​ ​habituado,​ ​y​ ​a​ ​sustituirlas​ ​por​ ​viandas​ ​cocidas.
Se entregaba asiduamente a la equitación y a la caza. Era un gusto que tenía de
nacimiento, porque no hay pueblo en el mundo que, en sus ejercicios, pueda igualar a los
francos. Le gustaban también las aguas termales y frecuentemente se entregaba al placer
de la natación, donde destacaba hasta el punto de no ser sobrepasado por nadie. Fue eso
lo que lo llevó a construir un palacio en Aquisgrán y a residir allí en forma permanente en los
últimos años de su vida. Cuando se bañaba, la compañía era numerosa: además de sus
hijos, sus principales, sus amigos, también algunas veces la multitud de sus guardias
personales eran invitados a compartir su esparcimiento y llegaba a haber en el agua con él
hasta​ ​cien​ ​personas​ ​o​ ​más.

(XXIII) Llevaba el vestido nacional de los francos: sobre el cuerpo, una camisa y un
calzoncillo de lino; encima, una túnica bordada de seda y un pantalón; unas cintillas
alrededor de las piernas y los pies; un chaleco de piel de nutria o de rata le protegía en
invierno la espalda y el pecho; se envolvía en un sayo azul y tenía siempre colgando a un
costado una espada cuya empuñadura y vaina eran de oro o plata. Algunas veces ceñía
una espada decorada con pedrerías, pero sólo los días de grandes fiestas o cuando tenía
que recibir a embajadores extranjeros. Si embargo, desdeñaba los vestidos de otras
naciones, incluso los más bellos, y, cualquiera que fuesen las circunstancias, se rehusaba a
ponérselos. No hizo excepción sino en Roma donde, una primera vez a petición del Papa
Adriano y una segunda vez a instancias de su sucesor León, vistió la larga túnica y la
clámide y calzó zapatos a la moda de los romanos. Los días de fiesta llevaba un vestido
tejido de oro, calzados decorados con pedrerías, una fíbula de oro para abrochar su sayo,
una diadema del mismo metal y decorada también con pedrería; pero los demás días, su
vestimenta​ ​difería​ ​poco​ ​de​ ​las​ ​de​ ​los​ ​hombres​ ​del​ ​pueblo​ ​o​ ​del​ ​común.
(XXIV) Se mostraba sobrio en el comer y el beber, sobre todo en el beber: ya que la
embriaguez, que proscribió tanto para él como para los suyos, le causaba horror en
quienquiera que fuese. En la comida, le era difícil limitarse tanto, y se quejaba con
frecuencia​ ​por​ ​serle​ ​incómodos​ ​los​ ​ayunos.

Se regalaba con banquetes muy raramente, y solamente en las grandes fiestas, y siempre
con gran compañía. Normalmente, la cena no se componía sino de cuatro platos, fuera del
asado que los monteros tenían costumbre de poner en la asadera y que era su plato
predilecto. Durante la comida, escuchaba un poco de música o alguna lectura. Se le leía la
historia y los relatos de la Antigüedad. Le gustaba también hacerse leer las obras de San
Agustín​ ​y,​ ​en​ ​particular,​ ​aquella​ ​titulada​ ​La​ ​Ciudad​ ​de​ ​Dios.

Era tan sobrio en el vino y en toda clase de bebidas que bebía raramente más de tres veces
por comida. En verano, después de la comida del mediodía, tomaba algunas frutas, se
volcaba una vez más a beber, después, desvistiéndose y descalzándose cuando ya era de
noche, reposaba dos o tres horas. En la noche su sueño era interrumpido cuatro o cinco
veces,​ ​y​ ​no​ ​sólo​ ​se​ ​despertaba,​ ​sino​ ​que​ ​se​ ​levantaba​ ​cada​ ​vez.

Una vez vestido, recibía diversas personas fuera de sus amigos. Si el conde de palacio le
señalaba un proceso que reclamaba una decisión de su parte, hacía rápidamente introducir
a palacio a los litigantes y, como si estuviera en un tribunal, escuchaba la exposición del
asunto y pronunciaba sentencia. Era también el momento cuando regulaba el trabajo de
cada​ ​servicio​ ​y​ ​daba​ ​sus​ ​órdenes.

(XXV) Tenía una elocuencia copiosa y exuberante, expresando con suma facilidad todo lo
que quería. No contento con su lengua, se afanó en aprender extranjeras. Aprendió el latín
tan bien que se expresaba indiferentemente en esa lengua o en la lengua materna. No fue
lo mismo con el griego, que podía comprenderlo mejor que hablarlo. Más encima, tenía una
soltura​ ​de​ ​palabra​ ​que​ ​rayaba​ ​casi​ ​en​ ​el​ ​exceso.

Cultivaba con pasión las artes liberales y, lleno de veneración hacia quienes las enseñaban,
los colmaba de honores. En el estudio de la gramática, seguía las lecciones del diácono
Pedro de Pisa, entonces en su vejez; en las otras disciplinas, su maestro fue Alcuino,
llamado Albinus, diácono también, un sajón originario de Bretaña, el hombre más sabio que
existía entonces. Consagró mucho tiempo y esfuerzo en aprender junto a él la retórica, la
dialéctica y sobre todo la astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y
sagacidad a estudiar el curso de los astros. Quiso también aprender a escribir y tenía el
hábito de colocar bajo el almohadón de su cama tablas y hojas de pergamino, con el fin de
aprovechar sus instantes de ocio para ejercitarse dibujando letras; pero como se aplicó
tardíamente,​ ​el​ ​resultado​ ​fue​ ​mediocre.

(XXVI) Practicó escrupulosamente y con gran fervor la religión cristiana, en la cual había
estado imbuido desde su más tierna infancia. Incluso construyó en Aquisgrán una basílica
de gran belleza, que adornó de oro y plata y candelabros, como también de balaustradas y
de puertas de bronce macizo; y, como no podía procurarse de otra parte las columnas y los
mármoles​ ​necesarios​ ​para​ ​su​ ​construcción,​ ​los​ ​hizo​ ​traer​ ​de​ ​Roma​ ​y​ ​Ravenna.
No dejaba nunca, cuando gozaba de buena salud, de ir a aquella Iglesia mañana y tarde;
volvía para el oficio de noche y para la misa. Velaba con solicitud en todo lo que allí pasaba
con el más grande decoro, y frecuentemente recomendaba a los sacristanes velar en lo que
allí se aportaba para no dejar nada impropio o indigno de la santidad del lugar. La proveyó
ampliamente de vasos sagrados de oro y de plata y de una cantidad suficiente de vestidos
sacerdotales para que nadie -ni los porteros, que están en el último escalón de la jerarquía
eclesiástica-​ ​se​ ​encontrara​ ​en​ ​la​ ​necesidad​ ​de​ ​ejercer​ ​su​ ​ministerio​ ​en​ ​vestidos​ ​comunes.
Se empleó también con diligencia en corregir la manera de leer y de salmodiar, siendo él
mismo muy experimentado en la materia, aunque no leía en público y no cantaba sino a
media​ ​voz​ ​con​ ​el​ ​resto​ ​de​ ​la​ ​concurrencia.

(XXVII) Solícito en socorrer a los pobres y en hacer aquellas larguezas desinteresadas que
los griegos llaman "limosnas" (eleemosyne), no la empleó solamente en su patria y su reino,
sino que tenía la costumbre de enviar dinero más allá de los mares: a Siria, a Egipto y a
Africa -a Jerusalén, Alejandría y Cartago, donde él había sabido que vivían en la pobreza
cristianos en quienes la miseria excitaba su compasión; y si buscó la amistad de los reyes
de ultramar, fue sobre todo para procurar a los cristianos que se encontraban bajo su
dominación​ ​algún​ ​alivio​ ​y​ ​algún​ ​consuelo.

Más que todos los otros lugares santos y venerables, la Iglesia del bienaventurado apóstol
Pedro en Roma era objeto de su devoción. Consagró para dotarla cantidades de oro, de
plata y de piedras preciosas; envió a los pontífices ricos e innumerables presentes; y en
ningún momento de su reinado nada le agradó más a su corazón que el trabajar con todos
sus medios y emplear todas sus fuerzas en restablecer el antiguo renombre de Roma y
asegurar por su generosidad a la Iglesia de San Pedro, además de la seguridad y la
protección, los ornamentos y una fortuna que la colocaran por sobre todas las otras. Y, sin
embargo, él no fue sino cuatro veces en el curso de los cuarenta y siete años de su reinado
para​ ​cumplir​ ​con​ ​sus​ ​votos​ ​y​ ​hacer​ ​sus​ ​devociones.

(XXVIII) El último viaje que Carlos hizo a Roma tuvo, pues, otras causas. Los romanos
habían colmado de violencias al pontífice León -saltándole los ojos y cortándole la lengua- y
le habían constreñido a implorar la ayuda del rey. Viniendo pues a Roma para restablecer la
situación de la Iglesia, fuertemente comprometido por estos incidentes, pasó allí el invierno.
Fue entonces que recibió el título de emperador y de augusto. Se mostró al principio tan
descontento que habría renunciado, afirmaba, a entrar en la Iglesia ese día, bien que era
día de gran fiesta, si hubiera sabido de antemano el plan del pontífice. No soportaba sino
con una gran paciencia la envidia de los emperadores romanos, que se indignaron por el
título que había tomado, y gracias a su magnanimidad que tanto lo elevaba por sobre ellos,
llegó, enviándoles numerosas embajadas y dándoles el título de "hermanos" en sus cartas,
a​ ​vencer​ ​finalmente​ ​su​ ​resistencia.

(XXIX) Cuando hubo adquirido el título imperial, observando que había en las leyes de su
pueblo múltiples lagunas -pues los francos tenían dos leyes, muy diferentes entre sí en
muchos puntos- se propuso completarlas, haciéndolas concordar al mismo tiempo que
corrigiendo los errores y las faltas de redacción; pero no llevó a cabo su proyecto, sino que
se contentó al menos con insertar en el texto, sin tampoco acabarlo, un pequeño número de
artículos adicionales. Al menos hizo reunir y consignar por escrito las leyes, transmitidas
hasta​ ​entonces​ ​por​ ​tradición​ ​oral,​ ​de​ ​todos​ ​los​ ​pueblos​ ​que​ ​estaban​ ​bajo​ ​su​ ​dominio.
Transcribió también, para que el recuerdo no se perdiera, los más antiguos poemas
bárbaros que cantaban la historia y las guerras de los viejos reyes. Concibió, por otra parte,
una​ ​gramática​ ​de​ ​la​ ​lengua​ ​nacional.

A todos los meses dio nombre en su lengua materna, y hasta ahora entre los francos se les
designa a unos por su nombre latino y a otros por su nombre bárbaro; lo mismo hizo para
cada uno de los doce vientos, de los cuales cuatro a lo más eran designados antes que él
en su lengua. Para los meses los nombres elegidos fueron los siguientes: enero,
wintarmanoth; febrero, hornung; marzo, lentzinmanoth; abril, ostarmanoth; mayo,
winemanoth; junio, brachmanoth; julio, heuvimanoth; agosto, aranmanoth; septiembre,
witumanoth; octubre, windumemanoth; noviembre, herbistmanoth; diciembre, heilagmanoth.
Para los vientos, decidió que el viento del este sería llamado ostroniwint, el del sudeste
ostsundroni, el del sudsudeste sundostroni, el del sur sundroni, el del sudsudoeste
sundwestroni, el del sudoeste westsundroni, el del oeste westroni, noroeste westnordroni, el
del nornoroeste nordwestroni, el del norte nordroni, el del nornordeste nordostroni, el del
nordeste​ ​ostnordroni.

La​ ​muerte​ ​de​ ​Carlomagno:

(XXX) Al final de su vida, cuando ya se encorvaba bajo el peso de la enfermedad y la vejez,


hizo llamar cerca de sí al rey Luis de Aquitania, el único hijo que le quedaba de su
matrimonio con Hildegarda, y, en presencia de los principales de todo el reino franco,
reunidos en asamblea general, con el consentimiento de todos, lo asoció al gobierno del
conjunto del reino y lo designó como heredero del título imperial; después, habiéndole
puesto la diadema sobre la cabeza, prescribió llamarle en adelante emperador y augusto.
La decisión fue recibida muy favorablemente por toda la concurrencia, pues parecía
inspirada por Dios para el bien del reino. Su majestad se acrecentó entonces y las naciones
extranjeras experimentaron un gran terror. Después, envió a su hijo a Aquitania y, en cuanto
a él, a pesar de su edad, partió, como de ordinario, a la cacería en los alrededores de su
palacio de Aquisgrán, empleando así el otoño, para volver enseguida a Aquisgrán hacia las
calendas​ ​de​ ​noviembre.

Como pasó allí el invierno, fue presa, en el mes de enero, de una fuerte fiebre y debió
guardar cama. Inmediatamente, como hacía habitualmente en caso de fiebre, se puso a
dieta, pensando poder así eliminar la enfermedad o al menos atenuarla. Pero la fiebre se
complicó con un dolor al costado -lo que los griegos llaman pleuresía- y como continuaba
observando la dieta y no sostenía su cuerpo más que con ciertas raras bebidas, el séptimo
día después de haberse acostado, habiendo recibido la santa comunión, murió a los setenta
y dos años y en el cuadragésimo séptimo de su reinado, el cinco de las calendas de febrero,
en​ ​la​ ​hora​ ​tercia​ ​del​ ​día.

(XXXI-XXXII) Su cuerpo, siguiendo el rito, una vez lavado y amortajado, fue llevado a la
iglesia e inhumado en medio de la desolación del pueblo todo. Se dudaba primero sobre el
lugar donde debería reposar, ya que, en vida, nada había prescrito al respecto. Finalmente
se acordó reconocer que ningún emplazamiento podría convenir mejor para su tumba que la
basílica que él mismo había construido a su costa en Aquisgrán por amor de Dios y de
Nuestro Señor Jesucristo y en honor de su Santa Madre, eternamente virgen. Se le enterró
el mismo día de su muerte y se puso su tumba bajo un arco dorado con su retrato y una
inscripción,​ ​cuyo​ ​texto​ ​era​ ​éste:

BAJO ESTA PIEDRA REPOSA EL CUERPO DE CARLOS, GRANDE Y ORTODOXO


EMPERADOR, QUE NOBLEMENTE ACRECENTO EL REINO DE LOS FRANCOS Y
DURANTE XLVII AÑOS LO GOBERNO FELIZMENTE. MURIO SEPTUAGENARIO EL AÑO
DEL​ ​SEÑOR​ ​DCCCXIV,​ ​INDICCION​ ​VII,​ ​EL​ ​V​ ​DE​ ​LAS​ ​CALENDAS​ ​DE​ ​FEBRERO

Numerosos​ ​presagios​ ​habían​ ​marcado​ ​la​ ​aproximación​ ​de​ ​su​ ​fin,​ ​no​ ​dejando​ ​duda​ ​alguna​ ​a
nadie​ ​-a​ ​él​ ​mismo​ ​más​ ​que​ ​a​ ​ningún​ ​otro-​ ​sobre​ ​la​ ​inminencia​ ​del​ ​instante​ ​decisivo.

Los tres años antes, en los últimos tiempos de su vida, hubo frecuentes eclipses de sol y de
luna; durando siete días, se notó en el sol una marca de color negro. Un pórtico que el rey
había hecho levantar con gran cantidad de materiales entre la basílica y el palacio se
derrumbó súbitamente por completo el día de la Ascensión del Señor. Después, habiendo el
fuego tomado por azar el puente de madera que él había puesto sobre el Rhin en Maguncia
-ese puente que había demandado más de diez años de ruda labor y que había sido tan
admirablemente construido que parecía iba a ser eterno- el incendio creció tan rápido que al
cabo de tres horas, excepción hecha de aquellas partes cubiertas por el agua, se consumió
por​ ​entero​ ​y​ ​de​ ​él​ ​no​ ​quedó​ ​ni​ ​una​ ​tabla.

Carlos mismo fue víctima de un accidente significativo en el curso de una expedición a


Sajonia contra el rey danés Godefrido. Un día que había dejado el campo y se había puesto
en marcha antes de que el sol se levantara, vio repentinamente una antorcha descender
milagrosamente desde un cielo sereno y atravesar el aire de derecha a izquierda. Y
mientras se preguntaba qué es lo que significaba ese fenómeno, el caballo que montaba
bajó bruscamente la cabeza y cayó precipitándolo a tierra con tal violencia que la fíbula de
su manto se rompió y la vaina de su espada fue arrancada. Cuando sus servidores, testigos
del accidente, se precipitaron para levantarlo, le encontraron sin armas, sin manto, y se
recogió al menos a veinte pies de distancia un venablo que se le había escapado de las
manos​ ​en​ ​el​ ​momento​ ​de​ ​su​ ​caída.

A ello se vinieron a sumar frecuentes sacudidas que remecieron el palacio de Aquisgrán y


continuos crujidos en el techo de las habitaciones donde él estaba. Después un rayo cayó
sobre la basílica donde más tarde fue enterrado, arrancando el remate de oro que pasaba
por encima del techo y lo proyectó sobre la casa vecina, que servía de residencia al obispo.
Por otra parte, había allí en la basílica, sobre el contorno de la parte del muro comprendida
entre los arcos de la base y aquellos de la parte superior, una inscripción en letras rojas
indicando el nombre del fundador de la iglesia. En el último verso se leían las palabras
"...KAROLUS PRINCEPS" ("...el príncipe Carlos"). Pues bien, ciertas personas hicieron
notar que el año mismo de su muerte, algunos meses antes, las letras de la palabra
PRINCEPS​ ​estaban​ ​de​ ​tal​ ​forma​ ​borradas​ ​que​ ​no​ ​se​ ​podían​ ​descifrar.
El​ ​testamento​ ​de​ ​Carlomagno:

Resolvió hacer un testamento en tales términos que instituyó en parte por herederos a sus
hijos e hijas y a los hijos que había tenido de sus concubinas; sin embargo, lo concibió muy
tarde y no lo pudo terminar. Al menos procedió, tres años antes de morir, a repartir sus
tesoros, su fortuna, sus vestidos y sus muebles, en presencia de sus amigos y de sus
oficiales; recomendóles velar, después de su muerte, por el mantenimiento de la repartición
prevista​ ​y​ ​hacer​ ​consignar​ ​por​ ​escrito​ ​las​ ​decisiones​ ​tomadas​ ​en​ ​relación​ ​a​ ​cada​ ​parte.
He​ ​aquí​ ​las​ ​disposiciones​ ​del​ ​texto​ ​de​ ​tal​ ​acto:

EN EL NOMBRE DEL SEÑOR DIOS TODOPODEROSO, DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL
ESPIRITU SANTO, ESTA ES LA DIVISION Y LA REPARTICION QUE EL MUY GLORIOSO
Y MUY PIADOSO SEÑOR CARLOS, EMPERADOR AUGUSTO, EL AÑO DE LA
ENCARNACION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 811, 43º DE SU REINADO EN
FRANCIA, 36º DE SU REINADO EN ITALIA Y AÑO 11º DEL IMPERIO, EN LA 4ª
INDICCION, POR UNA IDEA PIADOSA Y SABIA Y CON LA GRACIA DE DIOS, HA
DECIDIDO HACER DE SUS TESOROS Y DE LA PLATA QUE, HASTA ESE DIA, HA
HALLADO​ ​EN​ ​SU​ ​CAMARA.

ASI PROCEDIENDO, HA QUERIDO NO SOLO ASEGURAR UNA DISTRIBUCION


METODICA Y RAZONABLE DE SU FORTUNA BAJO LA FORMA DE LAS LIMOSNAS,
CONTINUANDO CON LA TRADICION CRISTIANA, SINO TAMBIEN Y SOBRE TODO
HACER CONOCER A SUS HEREDEROS CLARAMENTE Y SIN NINGUNA AMBIGÜEDAD
LO QUE DEBERA SERLES ENTREGADO Y HACER ENTRE ELLOS, SIN IMPUGNACION
NI​ ​DISPUTA,​ ​UNA​ ​REPARTICION​ ​EQUITATIVA.

CONFORME A ESTA INTENCION Y A ESE DESEO, COMENZO POR DIVIDIR EN TRES


TODAS LAS SUMAS Y LOS BIENES MUEBLES QUE, EN FORMA DE ORO, DE PLATA,
DE PIEDRAS PRECIOSAS O DE ORNAMENTOS REALES, HABIAN PODIDO
ENCONTRARSE ESE DIA, COMO YA SE DIJO, EN SU CAMARA. EL SE RESERVO
INTEGRAMENTE UN TERCIO; DESPUES EL SUBDIVIDIO LOS OTROS DOS TERCIOS
EN VEINTIUNA PARTES CORRESPONDIENTES A LAS VEINTIUNA CIUDADES
METROPOLITANAS COMPRENDIDAS, COMO SE SABE, EN EL REINO; Y DECIDIO QUE
DEBERA HACERSE EL ENVIO DE CADA UNA DE ESAS PARTES A CADA UNO DE LOS
METROPOLITANOS POR SUS HEREDEROS Y AMIGOS A TITULO DE LIMOSNA Y QUE
CADA UNO DE LOS OBISPOS QUE SERA ENCARGADO DEL GOBIERNO DE LAS
IGLESIAS METROPOLITANAS DEBERA, DESPUES DE HABERSELE DADO SU PARTE,
DIVIDIRLA A SU VEZ ENTRE SUS SUFRAGANEOS DE LA MANERA SIGUIENTE: UN
TERCIO PARA SU IGLESIA, LOS DOS OTROS TERCIOS DIVIDIDOS ENTRE SUS
SUFRAGANTES. LAS PARTES DISTRIBUIDAS A LOS VEINTIUN METROPOLITANOS EN
ESTA REPARTICION DE LOS DOS PRIMEROS TERCIOS HAN SIDO PUESTAS
SEPARADAMENTE BAJO SELLOS Y DEPOSITADAS EN SU COFRE CON LA
INDICACION SOBRE DE CADA UNO DE ELLOS DEL NOMBRE DE LA CIUDAD A LA
CUAL DEBERA SER REMITIDO. EL NOMBRE DE LAS METROPOLIS QUE DEBERAN
RECIBIR ESTAS LIMOSNAS O LARGUEZAS SON: ROMA, RAVENNA, MILAN, FRIOUL,
GRADO, COLONIA, MAGUNCIA, JUVAVUM (SALZBURGO SEGUN SU OTRO NOMBRE),
TREVERIS, SENS, BESANÇON, LYON, ROUEN, REIMS, ARLES, VIENNE, TARANTAISE,
EMBRUN,​ ​BORDEAUX,​ ​TOURS,​ ​BOURGES.

RESPECTO DEL TERCIO PUESTO EN RESERVA, DECIDIO QUE SE LE USARIA DE LA


SIGUIENTE MANERA: A DIFERENCIA DE LOS DOS OTROS TERCIOS REPARTIDOS
COMO HA SIDO DICHO Y GUARDADOS BAJO SELLOS, EL TERCER TERCIO,
COMPRENDIENDO BIENES DE LIBRE DISPOSICION DE SU DUEÑO, SERA
DISPUESTO PARA SUS NECESIDADES COTIDIANAS EN TANTO EL VIVA Y JUZGUE
NECESARIO​ ​TENERLAS.

DESPUES DE SU MUERTE O DE SU RENUNCIA VOLUNTARIA A LAS COSAS DE ESTE


MUNDO, ESA PORCION DE SUS BIENES SERA SUBDIVIDIDA EN CUATRO: UN
CUARTO DEBERA IR A ENGROSAR LAS VEINTIUNA PARTES PRECEDENTEMENTE
INDICADAS; OTRO CUARTO DEBERA SER REMITIDO A SUS HIJOS E HIJAS Y A LOS
HIJOS E HIJAS DE SUS HIJOS PARA SER REPARTIDO ENTRE ELLOS JUSTA Y
RAZONABLEMENTE. EL TERCER CUARTO DEBERA, SEGUN LA COSTUMBRE
CRISTIANA, SER DISTRIBUIDO A LOS POBRES; EL CUARTO CUARTO, EN FIN, DE LA
MISMA MANERA, DEBERA SER DONADO EN LIMOSNAS BAJO LA FORMA DE AYUDA
A LOS SERVIDORES DE LOS DOS SEXOS QUE SIRVEN EN PALACIO. A ESE ULTIMO
TERCIO DEL CONJUNTO DE SU FORTUNA, COMPUESTO COMO LOS OTROS DOS
TERCIOS DE ORO Y PLATA, DECIDIO AGREGAR TODOS LOS VASOS Y UTENSILIOS
DE BRONCE, DE HIERRO O DE OTRO METAL, SUS ARMAS, SUS VESTIMENTAS Y
TODOS SUS BIENES MUEBLES, PRECIOSOS O DE USO CORRIENTE, COMO
CORTINAJES, COBERTORES, TAPICES, FIELTROS, PIELES, ATAVIOS, Y TODO LO
QUE ESE DIA SE HABIA ENCONTRADO EN SU CAMARA Y EN SU VESTIDOR, A FIN DE
ACRECENTAR OTRO TANTO LOS LOTES DE ESA PORCION Y PERMITIR LA
ATRIBUCION DE ESAS LIMOSNAS A UN MAYOR NUMERO DE PERSONAS. EN LO
QUE RESPECTA A LOS BIENES DE LA CAPILLA, ES DECIR, DEL SERVICIO
ECLESIASTICO, RESOLVIO QUE PERMANECIERAN INTACTOS SIN SER OBJETO DE
NINGUNA DIVISION, NI LOS QUE EL HABIA DONADO Y REUNIDO POR SI MISMO NI
LOS QUE PROVENIAN DE LA HERENCIA PATERNA. PERO SI SE ENCUENTRAN
VASOS O LIBROS U OTROS ORNAMENTOS DE LOS QUE HAYA CONSTANCIA QUE
NO FUERON DONADOS, PODRA COMPRARLOS QUIEN LOS QUIERA, A CONDICION
DE PAGAR UN PRECIO JUSTO; ASIMISMO, RESPECTO DE LOS LIBROS QUE EL
HABIA REUNIDO EN GRAN NUMERO EN SU BIBLIOTECA, DECIDIO QUE PODRAN SER
VENDIDOS AL QUE QUIERA COMPRARLOS A SU JUSTO PRECIO, Y LAS SUMAS ASI
REUNIDAS​ ​DEBERAN​ ​SER​ ​DISTRIBUIDAS​ ​ENTRE​ ​LOS​ ​POBRES.

ENTRE SUS TESOROS Y SUS RIQUEZAS, SE SABE QUE FIGURABAN ENTONCES


TRES MESAS DE PLATA Y UNA MESA DE ORO DE UN TAMAÑO Y UN PESO
CONSIDERABLES. DECIDIO Y DECRETO QUE UNA DE ELLAS, DE FORMA
CUADRANGULAR, SOBRE LA QUE ESTABA TRAZADO EL PLANO DE
CONSTANTINOPLA, FUESE, CON LAS OTRAS OFRENDAS PREVISTAS PARA TALES
EFECTOS, ENVIADA A ROMA PARA LA BASILICA DEL BIENAVENTURADO APOSTOL
PEDRO; QUE OTRA, DE FORMA REDONDA, SOBRE LA QUE ESTA REPRESENTADA
LA CIUDAD DE ROMA, SERA ATRIBUIDA AL OBISPO DE RAVENNA; LA TERCERA, LA
MAS BELLA Y MAS PESADA DE TODAS, SOBRE LA QUE ESTA DIBUJADA EN TRAZOS
FINOS Y MENUDOS UNA CARTA DE TODO EL MUNDO EN LA FORMA DE TRES
CIRCULOS CONCENTRICOS, Y LA MESA DE ORO, QUE HA SIDO DESIGNADA COMO
LA CUARTA, DEBERAN AGREGARSE A AQUELLA DE LAS TRES PORCIONES CUYA
PARTICION HA SIDO PREVISTA ENTRE LOS HEREDEROS Y LOS BENEFICIARIOS DE
LIMOSNAS.

TALES DECISIONES Y DISPOSICIONES HAN SIDO TOMADAS Y ORDENADAS EN


PRESENCIA DE OBISPOS Y ABADES Y CONDES QUE ALLI SE ENCONTRABAN Y
CUYOS​ ​NOMBRES​ ​SON:

OBISPOS: HILDEBALD, RICOLF, ARN, WOLFAR, BERNOIN, LAIDRAD, JUAN,


TEODULFO,​ ​JESE,​ ​HEITON,​ ​WALTGAUD.

ABADES:​ ​FRIDUGIS,​ ​ADALUNG,​ ​ANGILBERT,​ ​IRMINON.

CONDES: WALAH, MEGINHER, OTULF, ESTEBAN, NROC, BURCHARD, MEGINHARD,


HATTON,​ ​RICOUIN,​ ​EDO,​ ​ERCHANGER,​ ​GEROLD,​ ​BERO,​ ​HILDEGERN,​ ​ROCOLF.

Habiendo estado presente en este acto Luis, hijo de Carlos y su sucesor por la voluntad
divina, se ocupó él rápidamente después de la muerte de su padre y en los más mínimos
detalles​ ​de​ ​hacer​ ​cumplir​ ​escrupulosamente​ ​todos​ ​los​ ​artículos.

SUETONIO,​ ​MODELO​ ​DE​ ​EGINHARDO

SUETONIO​ ​(AUGUSTO) EGINHARDO​ ​(CARLOMAGNO)

(20)​ ​"Y​ ​tan​ ​lejos​ ​estaba​ ​de (16)​ ​"Aumentó,​ ​por​ ​otra​ ​parte,​ ​la
ambicionar​ ​el​ ​acrecentamiento gloria​ ​de​ ​su​ ​reino,​ ​conciliando​ ​la
del​ ​Imperio​ ​o​ ​de​ ​su​ ​gloria​ ​militar amistad​ ​de​ ​muchos​ ​reyes​ ​y
que​ ​obligó​ ​a​ ​algunos​ ​reyes pueblos..."
bárbaros​ ​a​ ​jurarle​ ​permanecer
fieles​ ​a​ ​la​ ​paz​ ​que​ ​pedía..."

(21)​ ​"Determinó​ ​a​ ​indos​ ​y (16)​ ​"Carlos​ ​recibió​ ​frecuentes


escitas...​ ​a​ ​solicitar​ ​por​ ​medio​ ​de embajadas​ ​de​ ​los​ ​emperadores...
embajadores​ ​su​ ​amistad​ ​y​ ​la​ ​del que​ ​espontáneamente​ ​solicitaban
pueblo​ ​romano." su​ ​amistad​ ​y​ ​su​ ​alianza...”

(29,​ ​30,​ ​31)​ ​(Suetonio​ ​exalta​ ​su (17)​ ​(Eginhardo​ ​expone​ ​las​ ​obras
preocupación​ ​por​ ​las de​ ​utilidad​ ​y​ ​embellecimiento
construcciones​ ​y público​ ​que​ ​realizó​ ​Carlomagno).
reconstrucciones).
(51)​ ​"Ahora​ ​que​ ​lo​ ​he​ ​mostrado (18)​ ​"Tal​ ​fue​ ​su​ ​papel​ ​en​ ​la
tal​ ​como​ ​era,​ ​en​ ​el​ ​mando​ ​y​ ​la defensa...​ ​hablaré​ ​ahora​ ​de​ ​sus
magistratura,​ ​al​ ​frente​ ​de​ ​los cualidades​ ​morales...​ ​de​ ​todo​ ​lo
ejércitos...​ ​describiré​ ​su​ ​vida​ ​ín que​ ​se​ ​refiere​ ​a​ ​su​ ​vida​ ​privada​ ​e
tima​ ​y​ ​privada." íntima..."

(64)​ ​"Educó​ ​a​ ​su​ ​ ​hija​ ​y​ ​nietas (19)​ ​Quiso​ ​que​ ​sus​ ​hijos,​ ​tanto​ ​los
con​ ​extraordinaria​ ​sencillez, niños​ ​como​ ​las​ ​ ​niñas​ ​fuesen
tanto​ ​que​ ​les​ ​hizo​ ​aprender​ ​a iniciados​ ​en​ ​las​ ​artes​ ​liberales...​ ​en
trabajar​ ​la​ ​lana...​ ​El​ ​mismo cuanto​ ​a​ ​las​ ​niñas...​ ​las​ ​hizo
enseñó​ ​a​ ​sus​ ​nietos​ ​a​ ​leer,​ ​escri ejercitarse​ ​en​ ​el​ ​trabajo​ ​de​ ​la
bir​ ​y​ ​a​ ​contar,​ ​y​ ​cuidó lana..."
especialmente​ ​que​ ​imitasen​ ​su
letra."

DE​ ​LA​ ​PERSONA​ ​Y​ ​FORTALEZA​ ​DE​ ​CARLOMAGNO​ ​(s.​ ​XII)​ ​-​ ​Crónica​ ​de​ ​Turpín
o​ ​Historia​ ​Karoli​ ​Magni​ ​et​ ​Rotholandi

Y era el rey Carlomagno de pelo castaño, faz bermeja, cuerpo proporcionado y hermoso,
pero de terrible mirada. Su estatura medía ocho pies, pero suyos, que eran muy largos. Era
anchísimo de hombros, proporcionado de cintura y vientre, de brazos y piernas gruesos, de
miembros muy fuertes todos ellos, soldado arrojadísimo y muy diestro en el combate. Su
cara tenía palmo y medio de longitud, uno su barba y casi medio su nariz. Y su frente medía
un pie y sus ojos, semejantes a los del león, brillaban como ascuas. Sus cejas medían
medio palmo. Cualquier hombre a quien él en un rapto de ira mirase con sus abiertos ojos,
quedaba instantáneamente aterrorizado. Nadie podía estar tranquilo ante su tribunal, si él le
miraba con sus penetrantes ojos. El cinturón con que se ceñía tenía extendido ocho palmos,
sin contar lo que colgaba. Tomaba poco pan en la comida, pero se comía la cuarta parte de
un carnero o dos gallinas o un ganso, o bien un lomo de cerdo o un pavo o una grulla o una
liebre entera. Bebía poco vino, sino, sobriamente, agua. Tenía tal fuerza que con su espada
partía de un solo tajo a un caballero armado, enemigo suyo se entiende, montado a caballo,
desde la cabeza hasta la silla juntamente con su cabalgadura. Enderezaba sin esfuerzo con
sus manos cuatro herraduras al mismo tiempo. Levantaba rápidamente desde el suelo
hasta su cabeza con una sola mano a un caballero armado y colocado de pie sobre la
palma. Y era muy espléndido en sus mercedes, muy recto en sus juicios, elocuente en sus
palabras.

ACTAS​ ​DEL​ ​CONCILIO​ ​DE​ ​PARIS​ ​(829)

Si el rey gobierna con piedad, justicia y misericordia, merece su título de rey. Si estas
cualidades le hacen falta, él no es rey sino tirano. En la antigüedad todos los reyes eran
llamados tiranos, pero, a continuación, gobernando con piedad, justicia y misericordia,
obtuvieron el título real... El rey debe pues velar por hacer triunfar las buenas acciones en él
y​ ​en​ ​su​ ​casa​ ​a​ ​fin​ ​de​ ​que​ ​todos​ ​sus​ ​súbditos​ ​tomen​ ​de​ ​él​ ​buen​ ​ejemplo.

El ministerio real consiste especialmente en gobernar y regir al pueblo de Dios en equidad y


justicia y velar por procurar la paz y la concordia. En efecto, él debe, en primer lugar, ser el
defensor de las iglesias, de los servidores de Dios, de las viudas, de los huérfanos, y de
todos los pobres e indigentes. El debe también mostrarse, en la medida de lo posible,
terrible y lleno de fervor para que ninguna injusticia se produzca; y si se produce una, para
no permitir a nadie conservar la esperanza de no ser descubierto o la audacia de hacer el
mal,​ ​para​ ​que​ ​todos​ ​sepan​ ​que​ ​nada​ ​quedará​ ​impune.

El rey debe saber, en efecto, que la causa que ha recibido en su ministerio no es la de los
hombres, es la de Dios; que él deberá darle cuentas a Dios de su ministerio el día del
terrible​ ​juicio.

Es cierto que el poder real debe aportar el orden según la equidad a todos los súbditos. En
consecuencia, todos los súbditos se someten fielmente y con obediencia a este poder,
porque​ ​el​ ​que​ ​resiste​ ​a​ ​este​ ​poder​ ​resiste​ ​el​ ​orden​ ​deseado​ ​por​ ​Dios...

LOS​ ​JURAMENTOS​ ​DE​ ​ESTRASBURGO

Pues, el 16 de las calendas de Marzo (14 de Febrero de 842) Luis y Carlos se reunieron en
la ciudad entonces llamada Argentaria, pero que ahora se denomina comúnmente
Estrasburgo, y prestaron los juramentos que a continuación son referidos haciéndolo Luis
en lengua románica para ser comprendido por las tropas de su hermano y Carlos en lengua
tedesca. Pero antes de su juramento, ellos arengaron al pueblo reunido en torno a ellos,
Luis que era el mayor, tomó primero la palabra en estos términos: "Vosotros sabéis cuantas
veces Lotario ha intentado aniquilarnos, persiguiéndonos a mí y a mi hermano, hasta el
exterminio. Dado que ni la fraternidad, ni el espíritu cristiano, ni otro medio alguno han
podido contribuir a lograr entre nosotros la paz en la justicia, nosotros hemos sido obligados
a someter el asunto al jucio de Dios Todopoderoso decididos a inclinarnos ante su voluntad
respecto de lo que corresponde a cada uno de nosotros. El resultado vos lo sabéis, que por
la misericordia de Dios nosotros hemos resultado vencedores... Pero él, después de
aquello, no se ha conformado con el juicio de Dios, y no cesa de perseguir nuevamente a
mano armada tanto a mi hermano como a mí y desgasta a nuestro pueblo, incendiando,
rapiñando​ ​y​ ​masacrando".

"Por este motivo hoy día, compelidos por la necesidad, nos hemos reunido y temiendo que
vosotros dudéis de la constancia de nuestra fidelidad y de la firmeza de nuestra fraternidad,
hemos​ ​decidido​ ​prestarnos​ ​mutuamente​ ​juramento​ ​en​ ​vuestra​ ​presencia".

"No actuamos bajo el impulso de una ambición inicua, sino para asegurarnos un provecho
común, si Dios tiene a bien darnos la tranquilidad con vuestra ayuda. Si con todo -y no lo
quiera Dios- yo tuviese la audacia de violar el juramento que voy a prestar a mi hermano, yo
desligo a cada uno de vosotros de toda sujeción hacia mí, como también del juramento que
me​ ​habéis​ ​prestado".

Una vez que Carlos hubo pronunciado las mismas palabras en lengua románica, Luis, que
era​ ​el​ ​mayor,​ ​fue​ ​el​ ​primero​ ​en​ ​jurar​ ​cumplir​ ​sus​ ​promesas:

"Por el amor de Dios y por el pueblo cristiano y nuestra salvación común, a partir de hoy, en
la medida que Dios me otorgue sabiduría y poder, socorreré a mi hermano Carlos con mi
ayuda y en todas las cosas, así como se debe socorrer a un hermano, según el derecho, a
condición de que él haga lo mismo por mí, y no tendré jamás con Lotario ninguna asamblea
que,​ ​de​ ​mi​ ​voluntad,​ ​pueda​ ​ser​ ​perjudicial​ ​a​ ​mi​ ​hermano​ ​Carlos​ ​aquí​ ​presente."

Cuando​ ​Luis​ ​hubo​ ​terminado,​ ​Carlos​ ​repitió​ ​la​ ​misma​ ​fórmula​ ​en​ ​lengua​ ​tedesca:

"Por el amor de Dios y por la salvación del pueblo cristiano y nuestra salud, a partir de este
día en adelante, en la medida que Dios me dé ciencia y poder, socorreré a mi hermano
como se debe según el derecho socorrer al hermano y a condición de que él haga lo mismo
por mí, y no entraré con Lotario en ningún arreglo que, de mi voluntad, pueda serle
perjudicial".

Y​ ​el​ ​juramento​ ​que​ ​pronunció​ ​cada​ ​nación​ ​en​ ​su​ ​propia​ ​lengua​ ​es​ ​así​ ​conocido.
En​ ​lengua​ ​romana:

"Si Luis observa el juramento que ha prestado a su hermano Carlos y si Carlos, mi señor, de
su parte, no lo observa, si yo no lo puedo disuadir, ni yo ni ninguno de aquellos que yo
pueda​ ​convencer,​ ​le​ ​otorgaremos​ ​ninguna​ ​ayuda​ ​contra​ ​Luis".

Y​ ​en​ ​lengua​ ​tedesca:

Si Carlos observa el juramento que ha prestado a su hermano Luis y si Luis, mi señor,


rompe aquello que ha jurado, si yo no puedo disuadirlo, ni yo ni ninguno de los que yo
podría​ ​convencer,​ ​le​ ​otorgaremos​ ​ayuda​ ​alguna​ ​contra​ ​Carlos."

Tales juramentos tomados, Luis se dirigió a Worms, a lo largo del Rhin, por Spira, y Carlos
bordeó​ ​los​ ​Vosgos,​ ​pasando​ ​por​ ​Wissenbourg.

CARTA​ ​DEL​ ​ESPISCOPADO​ ​FRANCO​ ​A​ ​LUIS​ ​EL​ ​GERMÁNICO(858)

Los perores males que conoce la cristiandad son los que, al desprecio de todas las leyes
divinas y humanas, los cristianos infligen a los cristianos, de parientes a parientes, un
hermano a su hermano... Guardáos que vuestro palacio, que debe ser un palacio sagrado,
no sea un palacio sacrílego y que bajo el pretexto de corregir el mal que ha sido hecho, no
hagas peor aún... La caridad os empuja a ir a combatir a los paganos (...), y a liberar así a la
Iglesia​ ​y​ ​al​ ​reino.
El rey, si él es un rey cristiano y desea reinar según Dios, debe escuchar los consejos de los
obispos... Si Dios decide confiar en vuestras manos de la causa y la gracia de la Iglesia y
del reino, nos emplearemos a hacer bajo su gobierno lo que nos parecería lo más
conveniente a las disposiciones divinas. Pues Dios puede de un mal principio sacar felices
términos,​ ​lo​ ​que​ ​es​ ​posible​ ​para​ ​El,​ ​pero​ ​parece​ ​imposible​ ​a​ ​los​ ​hombres.

Que (Luis) vea bajo cuál aspecto, aunque el Señor lo hubiera aprobado o rechazado, Saúl
fue hasta el final defendido por Samuel (...), del cual (los obispos) aunque indignos
conservan el lugar en la Iglesia... Sabéis muy bien además cómo David ordenó obrar por lo
que atañe a él, para conseguirse buenas gracias, se había jactado de haber alzado la mano
sobre el ungido del Señor... Por el caso de que alguien lo ignorara, recordemos que él
ordenó condenarlo a muerte. Pues quien pone la mano sobre el ungido del Señor, se
acrimina con Cristo mismo, Señor de todos los ungidos o crismados (Christos), y perece
bajo​ ​los​ ​golpes​ ​del​ ​poder​ ​espiritual...

CORONACION​ ​REGIA​ ​DE​ ​CARLOS​ ​EL​ ​CALVO​ ​-​ ​Hincmar,​ ​Coronatione​ ​Regiae

Que el señor te corone por la corona de la gloria en su misericordia y en su compasión, que


El te revista en tu gobierno real del óleo y de la gracia de su Espíritu Santo, con el que El ha
revestido a los sacerdotes, reyes, profetas y a los mártires que han vencido los reinos por la
fe, que han obrado por la justicia y que han recibido las promesas divinas; y que tú seas
hecho digno, por la gracia de Dios, de estas mismas promesas, hasta merecer gozar de su
compañía​ ​en​ ​el​ ​reino​ ​celeste.​ ​Amén.

Que El te vuelva victorioso y triunfador de los enemigos visibles e invisibles; que El te


infunda sin cesar en tu corazón el temor no menos que el amor a su Santo Nombre; que El
te vuelva perseverante en la recta fe y en las obras útiles y, por la paz que ha sido
concedida a tus días, que El te conduzca con la palma de la victoria hasta el reino eterno.
Amén.

El clero y el pueblo que han deseado someterse a tu poder por su elección, que El te haga
gobernarlos felizmente durante mucho tiempo, por su gracia y por tu administración que
obedezcan a los preceptos divinos (...), se sometan con amor fiel a tu ministerio; ellos
gozan, en el presente siglo, de la tranquilidad de la paz y merecen participar contigo en la
comunidad​ ​de​ ​la​ ​ciudad​ ​eterna.​ ​Amén.

Que el Señor te corone con la corona de la gloria y de la justicia para que, por la correcta fe
y el fruto multiplicado de las obras útiles, tú consigas la corona del reino perpetuo, por la
gracia de Dios, a quien pertenece el reino y el imperio en los siglos de los siglos (...). Que el
Señor te dé desear y poder lo que El ha ordenado, a fin de que, progresando según su
voluntad en el gobierno del reino, tú consigas con la palma de la victoria perseverante, la
palma de la gloria eterna. Por la gracia de Nuestro señor Jesucristo que vive (y reina por los
siglos​ ​de​ ​los​ ​siglos.​ ​Amén).

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