Uno de los grandes méritos de Jose Carlos Mariátegui es el haber
intentado introducir el problema de los indios y de la tierra en la
perspectiva de una revolución latinoamericana. 0 desde otro punto de vista, el cómo intento traducir la concepción marxista-europea de la revolución al mundo latinoamericano, cuando las relaciones capitalistas de producción se entrecruzan con relaciones de producción no capitalistas. Mariátegui estudia la cuestión agraria unida ineludiblemente a la del indio, reivindicando el derecho de éste a la tierra, para lo cual era necesario sacarlo del estado de servidumbre que suponía el feudalismo de los gamonales. Luego, muestra cómo el colonialismo que destruyó y aniquiló la economía incaica de tipo "comunista", no supo reemplazarla más que con el feudalismo. ¿Qué le pasó a la comunidad agraria del ayllu? A pesar de las leyes escritas, de las Leyes de Indias, la comunidad indígena fue despojada por el feudalismo, cuyas expresiones eran el latifundio y la servidumbre. Mientras que Europa, por el siglo XVIII, tomaba otro rumbo al fortalecerse y ascender al poder la clase que desplazó y liquidó el feudalismo: la burguesía (la revolución francesa fue una revolución burguesa). Pero revolución de la independencia hispano-americana «encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía...» Si bien se abolieron las mitas, se dejó en pie la aristocracia terrateniente, la que si bien ya no conservaba «sus privilegios de principio, conservaba sus posiciones de hecho.
Seguía siendo en el Perú la clase dominante». Esta clase, apoyada por
el militarismo gobernante, retardó el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana. Y recién se intentó una reorganización gradual de este problema cuando se promulgó el Código Civil (1852), que favoreció la formación de las pequeñas propiedades, en desmedro de los grandes dominios señoriales y de la comunidad indígena, al mismo tiempo. No obstante, la pequeña propiedad no prosperó, y por el contrario el latifundio se consolidó y extendió, siendo la única perjudicada la comunidad indígena, la misma que, pese a todo, logró sobrevivir.
Indistintamente del tipo de latifundismo, éste impedía el desarrollo
del capitalismo nacional, ya que los terratenientes obraban como «intermediarios o agentes del capitalismo extranjero»; como una barrera para la inmigración blanca; se oponían a la renovación de métodos, cultivos, etc.; era incapaz de atender la salubridad rural; particularmente en la sierra el feudalismo agrario se mostraba del todo inepto como creador de riqueza y de progreso. En una palabra, agrega Mariátegui, «que el gamonal como factor económico, está, pues, completamente descalificado».
El problema de la tierra es, a grandes rasgos, el problema de lo que
Mariátegui considera la feudalidad en el Perú. Mariátegui considera que su abolición debió darse a través de la clase burguesa. Sin embargo, nuestra independencia no habría generado todavía dicha clase. Lo que tendríamos sería una feudalidad “camuflada” o “disfrazada” de burguesía republicana. En la visión de Mariátegui se evidencia una crítica certera a aquellas posturas que intentan evadir las cuestiones económicas y sociales imbricadas en la problemática indígena. Desde su perspectiva, esas argumentaciones carecen de fundamento conceptual. En ellas hay un claro interés por desvirtuar el debate, lo que se logra finalmente es ocultar la realidad del problema del indio. Mariátegui acude a la crítica socialista por ser un instrumento teórico válido para interpretar en forma integral las verdaderas raíces del fenómeno. Por esta vía “…lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales“. (Mariátegui, 1994: 17) Para él, salidas como las que se dieron en Colombia con la Constitución de 1991, en las cuales se parte del reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, específicamente en los artículos 7 y 10 2 , no podrían resolver la problemática indígena porque asuntos como el de la concentración de la tierra permanecen intactos. En el fondo lo que se hizo fue desviar la atención sobre la esencia del problema, ya que las condiciones de pobreza en las que vive la mayoría de la población indígena en Colombia no han cambiado. Si bien es cierto, aunque los indígenas han copado espacios de participación política que antes les estaban vedados (como sucede con algunos cargos de elección popular) y aunque hoy en día cuenten con una legislación indígena propia; también es cierto que ello no ha permitido a las comunidades indígenas mejorar sus condiciones de vida y contar con tierras suficientes y consolidarse como pueblo e impedir la destrucción de sus costumbres y de su cultura. De modo similar, los estudios culturales han emergido últimamente como alternativa a los problemas relacionados con las prácticas y los discursos del desarrollo. Tales propuestas tienen que ver con las posibilidades de desarrollos alternativos, donde lo local asume una posición de resistencia frente a la pretendida homogenización de las culturas inmersas en los procesos de globalización. Se busca preservar lo diferente, establecer diálogos entre culturas diversas como mecanismo para garantizar la supervivencia y la pluralidad de las mismas. En tal sentido, se diría que las soluciones entregadas por estas modas discursivas para resolver el problema del indio tampoco atacarían de fondo la cuestión relacionada con la concentración y la tenencia de la tierra, pues las mismas se centran solamente en la posibilidad de la convivencia intercultural y racial. Mariátegui ya había anticipado sus críticas a este tipo de discursos, al respecto decía: “La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla .esto es para adquirir realidad, corporeidad. necesita convertirse en reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuestros términos. Hemos dejado de considerar abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado. Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal burguesa y, colocándose en una posición abstractista y literaria se entretienen en barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que la política y, por tanto la economía, lo dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudoidealista para escamotear la realidad disimulándola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria un confuso galimatías crítico, conforme al cual la solución al problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político porque a los efectos inmediatos de éste escaparía una compleja multitud de costumbres y vicios que solo pueden transformarse a partir de una evolución lenta y normal” (Mariátegui, 1994: 17). Mariátegui concluye que el problema del indio no es un problema étnico, pues este argumento es el que ha sido utilizado por el imperialismo para legitimar sus conquistas expansionistas. Esto tiene su explicación en el hecho de que Occidente vio a los nativos de las tierras americanas como bárbaros, paganos y salvajes que debían ser convertidos y cristianizados para ser salvados. El aspecto central a estudiar en los conflictos del indio, parte de entender e interpretar la relación con la tierra y su solución pasa por resolver los problemas de tenencia y concentración de la misma, pues la inequidad en el acceso a la propiedad hace que también hoy en día los planteamientos de Mariátegui tengan vigencia plena. El indio jugó un papel importante durante la independencia. Aunque, como afirma Mariategui, la revolución de independencia no fue un movimiento indígena sino de criollos, fueron ellos quienes se beneficiaron con la misma. Si bien es cierto, aunque se promovieron leyes y decretos que favorecían a los indios con la repartición de tierras y la abolición del trabajo gratuito, estas fueron letra muerta, en palabras de Mariátegui: “…no representando la revolución en el Perú el advenimiento de una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó intacto sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente sobre el indio“. (Mariátegui, 1994: 22). Durante la republica se acentuaron tanto la explotación del indio como la apropiación de sus tierras por parte de una nueva casta de criollos con ínfulas de dominadores. Esto significó para el indio el despojo de su cultura y de sus costumbres. Mariátegui describe como en la Sierra subsistían los rasgos más brutales de feudalidad. Demuestra que “la Sierra peruana presenta otra actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes empresas norteamericanas. (…) Es tanta la miseria a que los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran preferible, con todo, la suerte que les ofrece las minas” (Mariátegui, 1994: 22).
La incapacidad la nación que emergía en la época
postindependentista para resolver problemas estructurales relacionados con la inequidad en la propiedad quedó evidente en la república naciente. “Si la revolución hubiese sido un movimiento de las masas indígenas o hubiese representado sus reivindicaciones, habría tenido necesariamente una fisonomía agrarista. Está ya bien estudiado como la revolución francesa benefició particularmente a la clase rural, en la cual tuvo que apoyarse para evitar el regreso del antiguo régimen” (Mariátegui, 1994: 31). Contrariamente en el Perú, se consolidó una nueva aristocracia de criollos terratenientes que lucharon por conservar intactos sus privilegios. El latifundio continúo intacto y la abolición de la servidumbre no pasó de ser una manifestación retórica, razón por la cual las condiciones del indígena no pudieron mejorar o en muchos casos hasta empeoraron. Esto coincidió con el auge y fortalecimiento del caudillismo militar, pues el mismo coadyuvó a fortalecer el latifundio. En su gran mayoría los caudillos militares se convertían en grandes hacendados, ya que se amparaban en el poder de las armas para facilitar sus acciones expropiadoras. El latifundio de la costa difería del latifundio serrano; el costeño evolucionó hacia modos y técnicas capitalistas, en tanto que el de la sierra conservó íntegramente su carácter feudal, resistiendo a la transformación industrial y capitalista; aún así no logró destruir la comunidad indígena. El latifundio costeño cada vez más ligado al capital extranjero prefirió desplazar los tradicionales cultivos alimenticios por el cultivo de algodón de exportación, generando un círculo vicioso de importación de alimentos y exportación de materias primas.
El paulatino proceso de destrucción de las comunidades permitió a
los latifundistas tener opciones más seguras para la expropiación de nuevas tierras. “Destruir la comunidades no significaba convertir a los indígenas en pequeños propietarios y ni siquiera en asalariados libres, sino entregar sus tierras a los gamonales y a su clientela. El latifundista encontraba así, más fácilmente, el modo de vincular el indígena al latifundio” (Mariátegui, 1994: 35). Despojado de sus tierras, el indígena también enfrentaba el problema de verse desprendido de sus formas de organización social sustentadas en el trabajo colectivo y en la cooperación. Ahora se ve sometido a trabajar para beneficio de otros bajo la más cruel explotación. Un nuevo ingrediente se asocia al problema, y tiene que ver con la incorporación de nuevas y mejores técnicas para incrementar la productividad de la tierra. “Dentro del régimen capitalista, la gran propiedad sustituye y desaloja a la pequeña propiedad agrícola por su aptitud para intensificar la producción mediante el empleo de una técnica avanzada de cultivo. La industrialización de la agricultura trae aparejada la concentración de la propiedad agraria. La gran propiedad aparece entonces justificada por el interés de la producción, identificado teóricamente por lo menos, con el interés de la sociedad” (Mariátegui, 1994: 39). Podría decirse que Mariátegui ya mostraba preocupación por las consecuencias derivadas del uso intensivo de máquinas y de abonos, quizá debido a que en últimas como siempre los únicos beneficiados serían los latifundistas, pues eran quienes podían acceder a las innovaciones tecnológicas. En virtud de ello, los marginados quedarían a merced del latifundista pues tal como sucede hoy en día, quién no puede acceder a las ventajas competitivas que le ofrece la tecnología, puede ser expulsado del mercado, aspecto que en lugar de beneficiar a los minifundistas no haría sino profundizar sus angustias, viéndose en muchos casos obligados a despojarse de sus tierras. Como a Mariátegui más le importaba seguir (y proyectar para el Perú futuro) la "comunidad agraria indígena", estudia el destino de ésta bajo el régimen republicano. A pesar de la absorción feudalista, la comunidad ha subsistido por el espíritu del indio: a pesar de las leyes de cien años de régimen republicano, no se ha tornado individualista.
Lo que Jose Carlos Mariátegui plantea es :
"El régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y
administrativo de toda nación" Analiza los diferentes tipos de propiedad. Señala que colonialismo = feudalismo, y que en la República "la pequeña propiedad no ha prosperado en el Perú. Por el contrario, el latifundio se ha consolidado y extendido" Y pone el acento en las vicisitudes de la "comunidad", bajo el coloniaje y bajo la República , demostrando la inmensa superioridad de la propiedad colectiva y el trabajo social, y no sólo sobre el régimen feudal sino igualmente sobre el régimen capitalista. Por eso, en el resumen del ensayo (Proposiciones finales) plantea que la política del laisser faire "debe ser definitivamente reemplazada por una política sociallista de nacionalización de las grandes fuentes de riqueza", y que el sistema incaico de trabajo, por ejemplo el servicio vial como servicio público obligatorio, es "del todo compatible con los principios del socialismo moderno", abriendo así las puertas para considerar nuevamente el ayllu (comuna) como célula económica de un nuevo sistema social. Así, el problema de la base, el problema de la principal fuerza productiva, es el problema de las relaciones de producción, en otras palabras es el problema de las relaciones de propiedad. Sobre esta base, JCM analiza luego cuatro grandes problemas de la superestructura, "utilizando ampliamente su teoría de la Formación Nacional.