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Secretario General
Doctor Ricardo Solís Rosales
Rector de la Unidad
Maestro Víctor Manuel Sosa Godínez
Secretario de la Unidad
Maestro Cristian Eduardo Leriche Guzmán
© 2003
Por características tipográficas y de edición
MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor
Prólogo
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su breve y sustancioso libro sobre Jesús Reyes Heroles, En política, la forma
es fondo, así como sus artículos sobre el olvidado sociólogo e historiador
Ricardo García Granados y un primer adelanto sobre el libro que sirve de
tema al que tiene el lector en sus manos. Laura Angélica Moya ha descubier-
to, para ella y para los lectores, vetas muy ricas para la construcción del pen-
samiento sociológico e historiográfico mexicano ubicadas en los inicios del
siglo xx. Para quien no sabe valorar la herencia del pasado, esto puede pare-
cer irrelevante, ya que la tendencia a citar solamente los últimos productos,
propicia que se desconozca que mucho de lo que se dice hoy ya fue escrito
hace un siglo. Claro que cambian los contextos y los matices varían, pero de-
finitivamente no se puede ignorar el pasado de una disciplina, ni tampoco la
manera como desde ella se planteó una interdisciplina, cuando este concepto
ni siquiera existía.
Este libro oscila entre la historia de las ideas y la sociología del conocimien-
to, lo cual resulta complementario, y logra abordar el momento en el que se
gesta la obra, sus antecedentes, sus autores y su contenido, así como el horizon-
te interpretativo que propone la obra de la historia de México, de acuerdo
con la problemática social que analiza y que se centra en la confluencia de los
grupos étnico-raciales que pueblan el mapa mexicano. La autora logra mos-
trar de manera inteligente cómo se da la tensión entre lo que se plantea como
estudio científico y la expresión de una ideología, sustentada en ese evolucio-
nismo organicista de raíz principal, pero no exclusivamente spenceriana. La
conclusión a la que se llega presenta una interesante confluencia en la que
aparecen elementos científico-sociológicos al lado de otros romántico-litera-
rios, todos los cuales derivarán en una apreciación nacionalista en la que los
sujetos de la historia serán el pueblo y la nación mexicanos a partir de su cons-
titución racial.
Los cuatro capítulos que forman el libro muestran de manera muy clara
el equilibrio de la obra, su adecuado tratamiento, su economía de elemen-
tos. Todo con un estilo en que la claridad no deja lugar a dudas.
Laura Angélica Moya ha debido manejar un buen bagaje teórico-meto-
dológico que no despliega porque acaso consideró innecesario hacerlo, lo
cual me parece muy acertado. Todo eso está implícito en el estudio y es de
agradecer que no haya marcos teóricos ni nada por el estilo, sino que se llame
a los autores en que se apoya cuando así se requiere.
En los años recientes se ha apostado a conocer el porfiriato por sus realiza-
ciones materiales o por su desarrollo político, soslayando los aspectos ideoló-
gicos profundos que fortalecieron y expresaron el espíritu de los tiempos. Yo
8
insisto en que no hay mejor documento que México: su evolución social
para expresarlo, ya que sin él, por ejemplo, expresiones como la entrevista
Díaz-Creelman no serían inteligibles sin el antecedente que ofrecen las pági-
nas de Justo Sierra muy bien comprendidas y destacadas en el libro que nos
ocupa. En alguna ocasión expresé que de no haber tenido lugar las famosas
"fiestas del Centenario", el libro dirigido por Justo Sierra y patrocinado por
José Yves Limantour hubiera sido el máximo monumento levantado por el
porfiriato a sí mismo. Estudiarlo, someterlo a examen, de ninguna manera
equivale a glorificarlo, sino a realizar un acto de justicia intelectual.
9
Introducción
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partió de una secuencia meramente cronológica e invariable del pasado, sino
que la fijación del principio de cada tema dependió de un diagnóstico del
presente: lo que eran en ese momento la población, el territorio mexicano, su
literatura, industria, comercio, ciencia, instituciones políticas y jurídicas, edu-
cación, agricultura, minería, obra pública, dependía de su instante fundacio-
nal y, por cierto, su devenir no siempre fue optimista. Sin embargo, siendo
cierta esta aseveración, es posible mirar desde otra perspectiva la misma
obra: apreciada en su conjunto su rostro es armónico, y perfectamente articu-
lado bajo una estructura de sentido que se desprendió de la analogía entre los
cuerpos individuales y los denominados cuerpos sociales: el organicismo. La
idea que recorre las páginas siguientes radica en explicar algo que no se plan-
tea explícitamente al revisar los textos en cualquiera de los escenarios plantea-
dos, la lectura por capítulos o bien en conjunto, y cuya presencia es intensa: ¿qué
o quién fue el sujeto histórico que evolucionaba según esta obra, la entidad
que cobró fisonomía al ser dibujada por tan diversas manos y cuyo rostro fue
el de un organismo integrado?: la nación, o el pueblo mexicano modificable
por su tránsito en una línea temporal, pero en el fondo con una esencia per-
durable.
La presencia apenas perceptible pero muy arraigada de la idea de nación
en las páginas de México: su evolución social quiere decir que los autores no
tuvieron explícitamente como horizonte de reflexión a esta entidad, aunque
el efecto de conjunto fue el de esa imagen dada la incorporación temática de
sus textos a un conjunto mayor. Una forma de mirar y comprender la presen-
cia de la idea de nación en este contexto fue a través de la propia teoría que
parece estructurarla: la evolución social, principio que cobijó a la totalidad
de los autores en dos vertientes, por lo menos en esta obra: una mayoría posi-
tivista y un grupo más reducido identificado con una concepción liberal y
moderna. Estos principios fueron plasmados en los respectivos ensayos de los
autores y confluyeron en una percepción integrada de la nación, ya fuera bajo
parámetros predominantemente étnicos y/o bajo la lógica de criterios cívico-
territoriales.
En las páginas siguientes se intentó delimitar los contornos necesarios para
acotar el análisis propuesto de México: su evolución social. Ubicar los vínculos
intertextuales con obras antecesoras, mostrar los rasgos generales del discurso
histórico de perfil positivista, así como un panorama del colectivo de autores,
constituye la primera aproximación propuesta en este libro. Una segunda di-
mensión incorporada afinó la vista sobre los fundamentos de las teorías de la
evolución social para mostrar su presencia en la totalidad de la obra, pero
bajo ángulos claramente diferenciables. En un tercer nivel se partió de estos
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referentes de comprensión para descubrir los contenidos atribuidos al cuerpo
en evolución progresiva: la nación.
Son muchas las maneras de abrir y cerrar el estudio de una obra escasa-
mente estudiada como la que me ocupa. Para terminarlo opté por aquella que
permitiera, después de analizar fundamentalmente el contenido de una idea,
observar su forma, de ahí la reflexión final sobre el ensayo considerado como
la columna vertebral del conjunto: la "Historia política", de Justo Sierra. El
intento consistió en mostrar cómo al contenido de ciertas ideas como la de
una nación en evolución, correspondió una forma o estructura narrativa, en
este caso dada por la metáfora organicista presente en el texto de Sierra, y
extensiva a la organización de la obra. Los aspectos anteriores son los que se
proponen en esta investigación y constituyen su único alcance. Esto significó
evitar el error de contemplar, así fuera en su expresión más reducida, el hori-
zonte temático y analítico referido al porfiriato en sus aspectos culturales, políti-
cos, sociales y económicos sobre el que muy profusamente y con gran calidad
se ha investigado. Tampoco fue posible comparar las ideas indagadas en la
obra con las correspondientes a las de otros intelectuales, libros o discusiones
de la misma época. Todo intento al respecto siempre parecería no sólo inaca-
bado, sino eternamente insuficiente. Con base en sus propios límites, el si-
guiente sólo es un ensayo sobre una idea en una obra: la representación de la
nación mexicana como un organismo social.
El trabajo de investigación y la escritura de este libro fueron el resultado del
apoyo institucional que en todo momento he recibido como profesora-investi-
gadora titular del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma
Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Quiero dejar testimonio de mi sincero
agradecimiento a los investigadores y profesores de la maestría de Historia
de la Facultad de Filosofía y Letras y del Instituto de Investigaciones Históricas,
ambos de la UNAM, quienes con gran profesionalismo, pasión por la historia, la
teoría y filosofía de la historia y la historiografía, accedieron con entusiasmo
y generosidad a reflexionar, discutir y corregir este proyecto. A las maestras
Magdalena Trujano de la UAM, y Gloria Villegas, a las doctoras Evelia
Trejo, Martha Loyo, Sonia Corcuera, y al doctor Fernando Curiel: muchas
gracias. Siempre tendré una deuda intelectual y moral con el doctor Alvaro
Matute para quien expreso duraderas palabras de gratitud.
En este largo proceso he recibido en todo momento el ejemplo, impulso
y cariño de mi hermano Alejandro y de mi padre, a pesar de la ausencia de
este último. Gracias Luz María por tu cariño y por haberme abierto las puer-
tas de la biblioteca de tu padre, el maestro Agustín Cue Cánovas. Para el otro
Agustín (Cue Mancera), mi agradecimiento y todo el amor.
13
Capítulo I
15
herencia de muchos documentos de la época prehispánica en el caso de los
dos primeros autores, a Icazbalceta documentos de la Colonia y finalmente
a los tres una "invaluable labor al salvar los archivos de los conventos destrui-
dos a raíz de la ley de desamortización de los bienes del clero en junio de
1856".2
Esta vertiente historiográfica tuvo una poderosa influencia en México: su
evolución social debido a que la mayor parte de los autores tuvieron entre sus
convicciones la idea de que estudiaban el pasado, entendiendo a éste como
un conjunto de hechos que podían ser conocidos por lo escrito en las fuentes.
Si bien no todos los autores pueden ser etiquetados de positivistas, el afán
por documentar el dicho se constituyó en una de las constantes de los discur-
sos que integraron la obra.3 Buscaron en todo momento fundamentar sus res-
pectivas narraciones teniendo como fuente de consulta constante a la monu-
mental obra México a través de los siglos, pero no fue la única. Por ejemplo,
Carlos Díaz Dufoo fue de los colaboradores más explícitos y además prolijos
en la incorporación de documentos y fuentes en su capítulo "La evolución
industrial", encontrándose entre sus fuentes autores como los siguientes:
Manuel Orozco y Berra, Francisco Javier Clavijero, Juan de Torquemada,
Toribio de Benavente, Jerónimo de Mendieta, Alejandro de Humboldt, Lucas
Alamán, Joaquín García Icazbalceta, Luis González Obregón, Agustín Rivera,
Lorenzo de Zavala, Miguel Lerdo de Tejada, Manuel Silíceo, Ignacio Trigueros,
2
Ibidem, p. 23. José Fernando Ramírez (1804-1871), nacido en Parral, Chihuahua, escribió
Adiciones a la biblioteca de Beristáin, 1898. Notas y esclarecimientos a la historia de la Conquista
de México del señor W. Prescott (1898) y Vida de Fray Toribio de Benavente o Motolinía (1859).
Manuel Orozco y Berra (1818-1881), historiador, arqueólogo y geógrafo nacido en la ciudad
de México, destacó con la publicación de obras como Historia antigua y de la Conquista de
México (1880). Colaboró en el Diccionario universal de historia y geografía (1853-1855) y coordinó
los Apéndices al diccionario universal de historia y geografía (1855-1856). En el ámbito de la
historia también publicó Conjuración del marqués del Valle. Años 1565-1568 (1853). En el terreno
de la etnografía destacaron sus materiales para formar la Carta etnográfica de la República
Mexicana (1857) y entre sus trabajos cartográficos la Memoria para la carta hidrográfica del
Valle de México en 1860, entre muchos otros. Por su parte, Joaquín García Icazbalceta (1825-
1894), también nacido en la ciudad de México, destacó con las Colecciones de documentos inédi-
tos para la historia de México, 1856-1868, Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas indíge-
nas de América, de 1885, y Don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México.
3
Los siguientes textos se refieren con detalle a algunos de los rasgos fundamentales tanto
de la historiografía positivista como de la historiografía erudita: Georg Iggers, Historiography
in the twentieth century. From scientific objectivity to the postmodern challenge; Mark T. Gilderhus,
History and Historians. A historiographical introduction; Hayden White, "The fictions of factual
representation", Tropics of discourse. Essays in cultural criticism.
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Francisco Bulnes y Guillermo Prieto. Autores como Julio Zarate en su capítulo
"Instituciones políticas, los estados de la Federación y las relaciones exterio-
res", y Jorge Vera Estañol con "La evolución jurídica" optaron por argumen-
tar fundamentalmente con base en recopilaciones de leyes que ilustraban el
contenido de la Constitución de 1857 y sus consecutivas reformas durante
el porfiriato en el caso del primero, y de recopilaciones de legislación espa-
ñola y de las Leyes de Indias en el caso del segundo. El texto de Vera Estañol
se fundamentó además en la lectura del recopilador de legislación española
Joaquín Francisco Pacheco, y en la consulta de diversos códigos: el Penal
elaborado por Antonio Martínez de Castro, y cuyo antecedente fue el proyec-
to sobre la materia de Justo Sierra O'Reilly; el de Procedimientos Civiles y
Penales; el de Comercio, obra de Teodosio Lares; el de Procedimientos Fede-
rales en Materia Civil, que bajo la dirección de Joaquín Baranda fue obra de
Eduardo Novoa, Manuel García y Eduardo Ruiz.
Don Miguel Macedo, experto abogado a la par de los autores anterio-
res, documentó su historia de "El municipio, los establecimientos penales y la
asistencia pública", retomando principalmente las fuentes documentales arriba
expuestas, así como las Constituciones de Cádiz de 1812, y las mexicanas de
1824, 1836 y 1857. Asimismo fundamentó su relato con las leyes Lerdo,
Juárez e Iglesias en la década de los años cincuenta del siglo xix. En el caso
de Ezequiel Chávez, quien escribió "La educación nacional", uno de los capí-
tulos más extensos de México: su evolución social no fue muy generoso a la
hora de referirse a sus fuentes: se documentó con García Icazbalceta, Gabino
Barreda y un buen número de leyes para ilustrar fundamentalmente el proceso
de institucionalización de la educación: entre otras se refirió a la de 1867 que
organizaba desde la instrucción elemental y la preparatoria hasta la superior,
la ley de 1888 que propició la organización de la primaria bajo los municipios
y bajo la vigilancia de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública o bien las
leyes de 1896 que delimitaban la instrucción media, entre la elemental y la pre-
paratoria, o la de junio de ese año que nacionalizaba escuelas de instrucción
primaria bajo una dirección unitaria.
Para poder retratar los rasgos de la población mexicana así como el territo-
rio en el que se había asentado, Agustín Aragón recurrió a la obra del matemáti-
co, astrónomo y geodesta Francisco Díaz Covarrubias, y a los geólogos José
G. Aguilera y Ezequiel Ordóñez. Un buen cuadro de la población en el trán-
sito de los siglos xix y xx fue posible con la consulta de las reflexiones de
Francisco Pimentel, con su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indí-
genas de México, así como su Memoria sobre la raza indígena. La llamada Geo-
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grafía de lenguas o Carta etnográfica de México de Orozco y Berra fue de los
indispensables, contrastado con el Cuadro de las lenguas o idiomas indíge-
nas de Antonio Peñafiel. Por cierto Aragón comparó el número de pobladores
que Humboldt consignaba en su Ensayo político de la Nueva España de 6' 122,354,
frente al primer censo de población de 1895 que fijó un total de 12'630,863. Un
autor como Porfirio Parra, que reflexionó sobre "La ciencia en México", de-
lineó entre sus fuentes recurrentes de consulta las aportaciones de Humboldt,
Francisco del Paso y Troncoso, otra vez García Icazbalceta, Gabino Barreda y
Orozco y Berra, para explicar las causas eficientes que delinearon las etapas
del desarrollo científico mexicano. Uno de los rasgos dominantes, dada la
índole de su texto, radicó en la consulta de un gran número de obras para
ejemplificar etapas, rubros o aportaciones. Por ejemplo, para ilustrar a los
autores que destacaron en las ciencias morales del siglo xix, se refirió a José
María Luis Mora, Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán y a Justo Sierra O'Reilly
para explicar la época de transición de la ciencia de la escolástica y la moder-
nidad. Asimismo, recurrió a las obras de José Antonio Álzate, a Carlos de
Sigüenza y Góngora, a Joaquín Velázquez de León o bien, ya en el siglo XVIII,
a Francisco Javier Clavijero y Francisco Javier Alegre. Ya en pleno siglo xix,
destacaban las obras y aportaciones de Eduardo Liceaga, Leopoldo Río de la
Loza, Francisco Díaz Covarrubias, o de Pedro García Conde entre muchos
otros. En el caso del ingeniero Gilberto Crespo y Martínez destacaron fuen-
tes que sustentaban importantes datos e información sobre la evolución en la
minería: sobresalieron Alejandro de Humboldt, Orozco y Berra, las Cartas de
Relación de Hernán Cortés y otros textos más especializados como el de
Fausto de Elhuyer llamado Memoria sobre el influjo de la minería en la agricul-
tura, población, industria y civilización de Nueva España de 1825, o el de Francisco
Hermona llamado Manual sobre minas de azogue de 1871 y La minería prác-
tica de 1873. Por su parte, Pablo Macedo, el escritor más prolífico de la obra
que se analiza, recurrió fundamentalmente a algunas obras de historia, a me-
morias y documentos oficiales. En sus textos figuraron Orozco y Berra, Joaquín
Casasús, las memorias de Matías Romero y numerosos documentos provenien-
tes de recopilaciones o bien escritos por las plumas de Vicente Riva Palacio,
Manuel Payno, Manuel Dublán, y por supuesto José Yves Limantour, minis-
tro de Hacienda en 1893. Por su parte don Justo Sierra en la escritura de su
capítulo sobre la "Historia política" coincidió en sus fuentes con varios de los
autores de la obra: Manuel Orozco y Berra; Joaquín García Icazbalceta; Juan
Francisco Molina Solís, con su Descubrimiento y conquista de Yucatán de 1896.
También a Alfredo Chavero quien escribió para México a través de los siglos,
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"Historia antigua y de la Conquista," y a los clásicos del siglo xix: Mora,
Alamán y, por supuesto, Lorenzo de Zavala. En su texto, Sierra enfatizó dos
tipos de problemas en la consulta de fuentes: las que resultaban insuficientes,
inexistentes, dispersas o desorganizadas, o bien frente a la destrucción de docu-
mentos, por ejemplo de la época prehispánica, los pocos que quedaban no
podían leerse, sino interpretarse, pues eran de tipo ideográfico. Los cronis-
tas poscortesianos eran confusos y solían contradecirse o usar nombres distintos
para connotar las mismas cosas o ideas.4 En realidad hubo pocas alusiones
directas a obras de Comte, Spencer o Stuart Mill, a excepción de los herma-
nos Macedo, Aragón, Parra, Chávez o Genaro Raigosa, quien en su capítulo
sobre la evolución agrícola se refirió a una obra de Spencer titulada Las insti-
tuciones industríales. Su análisis combinó este tipo de fuentes con la consulta
de recopilaciones de Leyes de Indias, Cédulas Reales, así como el muy discu-
tido Ensayo de Alejandro de Humboldt. Una vez más figuraron Zavala y las
Memorias de Miguel Lerdo de Tejada (1857), las de Hacienda de Matías
Romero (1870) o el Anuario Estadístico del Ministerio de Fomento de 1899, así
como el Boletín Estadístico de la Secretaría de Hacienda. Don Manuel Sánchez
Mármol y Bernardo Reyes fueron dos casos extremos en lo referido a sus res-
pectivas fuentes: el primero fue prolijo y detallado en la consulta e integración
de autores y obras para relatar "Las letras patrias", no así don Bernardo, en
cuyo texto sobre el ejército mexicano las referencias a fuentes consultadas
fueron prácticamente nulas.
México: su evolución social no sólo se constituyó en un excelente acervo
de los conocimientos que hasta entonces se tenían sobre el desarrollo de nues-
tro país en los más diversos aspectos. La obra fue heredera para un número
importante de autores, de una segunda vertiente historiográfica que bien se
podría nombrar tempranamente como positivista y que abrió la discusión
sobre el estatus científico de la historia. En esta línea de pensamiento se
asumió que la ciencia de la historia debía tender hacia un conocimiento obje-
tivo del pasado, lo cual suponía desaparecer de tajo los problemas que impli-
can la relación de temporalidad entre el sujeto presente y su objeto pasado, la
dimensión de la interpretación, las implicaciones de la subjetividad, así como
4
E1 capítulo escrito por Justo Sierra titulado "Historia política", así como la conclusión
de México: su evolución social titulada "La era actual", aparecieron publicadas por primera vez
como una obra suelta en abril de 1940 por la Casa de España en México. Para elaborar este
libro se consultó la segunda edición publicada por la UNAM, dentro de las obras completas de
Justo Sierra y bajo el título otorgado en 1940: Evolución política del pueblo mexicano.
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el problema del espacio social desde donde escribe el historiador. Una perspec-
tiva como la anterior implicó además la representación lineal del tiempo, es
decir, que los acontecimientos podían ser conocidos en sí mismos como algo
dado, como objetos equiparados epistemológicamente a los que figuraban en
las ciencias naturales. El positivismo en la historiografía asumió, por tanto,
que la verdad científica tenía un sustento basado en lo empírico, en la obser-
vación de los hechos, en este caso a través del documento, el cual constataba
lo sucedido.
Es probable que uno de los precursores de esta vertiente de pensamiento
historiográfico fuera Manuel Larráinzar, quien en 1865 pudo exponer lo que
suponía que era una escritura objetiva y además disertar sobre la necesidad
de elaborar una historia general de México. Este pensador chiapaneco con-
sideró que el estudio de los hechos era la base de la historia, de ahí la responsa-
bilidad de cerciorarse de su exactitud para lo cual eran indispensables una
crítica ilustrada, consultar las fuentes más puras "para extraer de ellas la ver-
dad" y después exponerlas en un lenguaje adecuado, fiel espejo que reprodu-
jera los objetos tal y como los percibía. Para Larráinzar el discurso del histo-
riador debía de ser imparcial y veraz, convirtiéndose este último en un juez
que veía, examinaba y fallaba.5 Como buen abogado que era Larráinzar veía
en la escritura de la historia el ejercicio de una especie de magistratura, en
espera de un juicio desapasionado... y justo. El historiador no era un poeta ni
un orador, pues su propósito no era agradar ni amoldar los hechos a los inte-
reses, sino instruir. Su texto no debía ser dominado por la pasión o la imagi-
nación; esperaba un estilo rápido en la narración, lacónico en las reflexiones
y grande y fuerte en las descripciones y en los cuadros.6
Sin embargo Larráinzar no pretendió que la historia se convirtiera simple-
mente en una crónica que consignara hechos, nombres, lugares y fechas. Bus-
caba que el historiador diera a conocer las llamadas causas lentas y progresi-
vas que los habían generado, los medios puestos en práctica para llegar a
ciertos resultados, los cambios operados y su influencia en lo que llamó como
la suerte de los pueblos. Se convenció de que en historia se narraba la marcha
progresiva de los pueblos:
Si, pues, su objeto deber ser, como se ha visto, trazar la vida de las naciones en sus
diferentes épocas, dar a conocer lo que constituye su genio y fisonomía particu-
5
Manuel Larráinzar, "Algunas ideas sobre la historia y manera de escribir la de México",
en Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 153.
6
Ibidem, p. 157.
20
lares, tales como su religión, sus leyes, sus instituciones, sus usos y costubbres
y sus hombres notables en todos sus ramos, especialmente los que las hayan
gobernado, su talento, su carácter, sus opiniones y principios, sus buenas y
malas cualidades, sus virtudes y sus vicios, y el grado de influencia que hayan
tenido en la marcha del país, en los acontecimientos y fases diversas por las que
ha pasado, en su desgracia o prosperidad; si nada debe omitirse de cuanto
tenga relación con las ciencias, con las artes y los ramos principales de la indus-
tria, mostrando su desarrollo sucesivo y el mejoramiento que hayan ido intro-
duciendo en la condición social de sus habitantes... si no debe ocuparse sólo
de la guerra y de los acontecimientos producidos por ella, por la ambición y la
codicia, sino también de los inventos útiles, de los adelantos de las artes, del
desarrollo del comercio y de las medidas por las cuales se procuran todos los
bienes de la paz, el respeto a las garantías individuales, el establecimiento y con-
servación del orden, la mejora de todas las instituciones civiles y religiosas y la
marcha gradual e ilustrada de la sociedad, sin sacudimientos ni desórdenes,
hacia su perfección...7
7
Ibidem, p. 149.
21
Estadística así como a la Academia Imperial de Ciencias y Literatura como
fuentes documentales y de consulta bastante útiles. Este proceso permitiría
aprovechar la información, rectificar y corregir errores y documentar mejor
los acontecimientos a narrar. Sin embargo, sería necesario salvar un impor-
tante obstáculo: la carencia de historias regionales o bien de las porciones
territoriales que reunidas en un cuadro y omitiendo particularidades, darían
lugar a la historia general.
A las reflexiones de Larráinzar sobre filosofía de la historia y sobre la
necesidad de escribir una historia general le siguieron, entre otros, tres impor-
tantes intentos de escritura de una historia general de México, previos tanto a
México a través de los siglos como a México: su evolución social. Entre 1875 y
1877 Ignacio Alvarez, identificado con el catolicismo y la política conserva-
dora, publicó en Zacatecas sus Estudios sobre la historia general de México,
bajo un criterio de cortes históricos similares a los que aparecerían posterior-
mente en la Historia de Méjico de Niceto de Zamacois y en México a través de
los siglos: época prehispánica, Conquista, la Colonia, la guerra de Indepen-
dencia, de la guerra de Independencia a la Reforma, y de la Reforma al fin del
Segundo Imperio.
En segundo término destaca precisamente la Historia de Méjico de Niceto
de Zamacois cuyos 18 tomos en 20 volúmenes fueron publicados entre 1876 y
1882. Los escasos estudiosos de su voluminosa obra anotan la desproporción
entre el tratamiento otorgado por don Niceto a ciertas etapas de la historia
mexicana sobre otras. Dedicó un volumen al México prehispánico, tres a la
Conquista, dos a la Colonia, cinco al movimiento de Independencia, y nueve
al periodo denominado como México independiente y que abarcó de 1821 a
1867. Este ilustre historiador vasco asentado en México por largas etapas vio
en sus manos la posibilidad de historiar con objetividad, ya que en ningún
momento había aceptado cargos públicos, conocía a importantes personajes
de la época y era español, lo que le permitía tener un juicio ponderado.8
En Zamacois, la escritura de una historia general sobre México tenía como
finalidad fundamental producir una fuente de conocimientos del pasado que
posibilitara la comprensión de los valores y elementos históricos que nos inte-
graban a una nación. Es probable que este propósito estuviera orientado por
una vertiente romántica en su pensamiento, muy arraigada todavía en la Europa
del último cuarto del siglo xix.
8
Judith de la Torre Rendón, "Niceto de Zamacois", en Juan Ortega y Medina y Rosa Camelo,
op. cit, vol. iv, p. 559.
22
La tercera obra a la que se hará referencia es la History of Mexico de Hubert
H. Bancroft, la cual forma parte de un proyecto mayor del autor titulado His-
tory of the Pacific States of North America. En esta colección de 33 volúmenes
publicados en California entre 1880 y 1886, 13 correspondieron a la historia
de nuestro país. Los cinco primeros, denominados como Native Races, des-
cribían en general los usos y costumbres de las tribus primitivas de América,
así como de las principales civilizaciones como la azteca, maya e inca. Expuso
también sus formas de organización social, política, cultural y de la vida co-
tidiana. Seis tomos más fueron denominados como la History of Mexico y que
abarcaron la Conquista (1516-1521), la Colonia (1521-1600), los siglos xvn-
xviii (1600-1803), otro referido específicamente a la guerra de Independencia
(1804-1823), el proceso de formación de la República (1824-1861) y final-
mente de 1861 a 1887. Le siguieron dos tomos más que Bancroft denominó
como History of the United States of Mexico and Texas. Para Antonia Pi-Suñer,
Bancroft, el historiador estadounidense, advirtió varias de las razones por las
cuales era necesaria una historia de México: nuestro país se encontraba en el
área geográfica de su interés, contaba con una colección muy importante de
documentos mexicanos y además consideró que no había ninguna síntesis
de la historia de México que pudiera preciarse de estar balanceada y a escala
nacional.9 En un contexto en el que sólo se había escrito historia con un claro
sesgo partidista o bien patriótico, Bancroft se consideró a sí mismo como un
autor veraz y objetivo, un compilador capaz de reunir y confrontar fuentes y
verificar hechos. Es importante destacar que ni la obra de Zamacois ni tampoco
la de Bancroft fueron referentes informativos considerados por los autores de
México: su evolución social. Sin embargo en esta última a la par de sus antece-
soras, también se intentó la escritura de una historia general de México. Como
se ha señalado, esta obra reunió la tradición de dos importantes corrientes his-
toriográficas: la erudita y otra muy tempranamente denominada como positi-
vista. Sobre ellas se profundizará al referirnos al tema de la evolución social.
En 1889 Justo Sierra escribió un ensayo titulado "México social y político: apun-
tes para un libro", el cual en muchos sentidos constituye el gran antecedente de
9
Antonia Pi-Suñer Llorens, "Hubert Brancroft", en Juan Ortega y Medina y Rosa Camelo,
op. cit., vol. iv, p. 580.
23
México: su evolución social.10 Publicado en el mismo año que el tomo fi-
nal de México a través de los siglos, "México social y político" encierra un es-
quema de análisis que comprende una serie de reflexiones sobre la etnografía,
la demografía, la geografía, la economía, la educación y la colonización, así
como el gobierno y la historia política. Tanto Charles Hale como William Raat
han señalado que buena parte del ensayo de Sierra se convirtió en 1892 en
parte del compendio de política científica de la Unión Liberal. Otro de sus
resultados no calculados fue convertirse en la agenda temática de lo que sería
10 años después México: su evolución social.
Esta obra no sólo desarrolló con amplitud estas vertientes temáticas, sino
que aspiró a presentar una imagen moderna e integradora de la nación. Encerró
entre otras cosas el deseo de tener una imagen lo más completa posible sobre
México y los mexicanos. Los apuntes para un libro de Sierra y el plan general
de México: su evolución social estuvieron atravesados por un problema latente en
la mentalidad finisecular de nuestro país: la actualidad del desprendimiento
entre las instituciones y la realidad social.
Muchos de los intelectuales del porfiriato compartieron la idea comtiana
sobre la necesidad de reorganizar las ideas y el mundo intelectual como la
única posibilidad que cerraría la brecha entre el mundo cotidiano y el deber
ser de la nación, entre la realidad histórica y la aspiración pospuesta de la
democracia y la república. El clima intelectual de principios del siglo xx se
encontraba dominado por la exigencia de la unidad moral pública de la
nación sobre bases laicas. La religión y la Iglesia eran los pilares del antiguo
régimen y para que los poderes del viejo orden (la visión colonial de México)
pudieran ser aplastados de modo definitivo, el laicismo era una de las bases de
la nación moderna.
En México la organización secularizada de la educación había logrado no
sin tropiezos desde la República restaurada (1867-1876) la consolidación de
la escuela pública, libre, universal, obligatoria y no religiosa. Tal propósito
implicaba el desarrollo de nuevas bases de solidaridad nacional. Justo Sierra
y los 12 autores que lo acompañaron en la empresa intelectual de México: su
evolución social, se volvieron con esperanza a la ciencia y sus métodos adop-
tándolos con diferentes matices como guía para consolidar una nueva morali-
dad fundada en la reconstrucción significativa de los orígenes históricos. Los
fundamentos de una cultura moderna que correspondiera a los logros de la
10
Justo Sierra, "México social y político. Apuntes para un libro", Ensayos y textos elemen-
tales de historia. Obras completas, t. ix, pp. 125-169.
24
civilización entonces alcanzados en nuestro país, podrían construirse si se
atendía a una visión científica que validara un conocimiento objetivo.
Con anterioridad, el ensayo de Sierra titulado "México social y político"
incluyó no sólo un perfil histórico sobre México y sus habitantes, sino que
desarrolló un enfoque sociológico que estudió la sucesión y similitud entre
acontecimientos, de tal forma que se enriqueciera la ciencia nacional. Con
esto se pretendía particularizarla, estudiando a la población del país, su cielo
y su suelo, su flora, fauna, subsuelo y en particular las instituciones. "México
social y político" planteó importantes problemas que fueron los grandes ejes
de la reflexión para los autores de México: su evolución social. Sin duda el
ensayo de Sierra se constituyó en la agenda de la futura obra colectiva que
dirigiría entre 1900 y 1902.11 En el análisis de 1889 sobre la población pre-
dominó el criterio racial para su clasificación en indígenas, mestizos y criollos.
Para Sierra, la Conquista y la dominación españolas no acabaron con las len-
guas y fisonomía de los pueblos sometidos, pero sí lograron nivelarlos por
medio de una política que oscilaba indefinidamente entre la opresión y la tu-
tela, entre la explotación del indígena como animal y su protección como
menor de edad perpetuo. Lo anterior los sumergió en una pasividad incura-
ble y aún en la época en que se vivía a finales del siglo xix, los indígenas existían
sin horizonte, sin ninguna comunidad de aspiraciones con los hombres de
otras procedencias conservando tenazmente como en todas las razas primiti-
vas los hábitos, las creencias y las inclinaciones de sus progenitores étnicos.
Así, el mundo indígena permanecía quieto, monótono y mudo.12
Sierra consideraba que el problema indígena era fisiológico debido a que
el indio se alimentaba mal y también lo era de índole pedagógico, pues debía
aprender los resultados útiles de la ciencia. El pueblo indígena era un pueblo
sentado y había que ponerlo de pie. La cuestión indígena fue considerada en
México: su evolución social como un conflicto irresuelto que tendía a desapa-
recer como producto del mestizaje. El diagnóstico de varios de los autores
sobre el tema coincidirá en buena medida con el juicio emitido por Sierra.
En cuanto a la familia mestiza, afirmaba Sierra, ésta había crecido ince-
santemente. Los elementos que le habían dado origen habían sido el español
11
La parte final de este ensayo de Sierra escrito en 1889 formó parte del manifiesto de la
Unión Liberal de 1892, encargada de promover la tercera reelección del presidente Díaz. Encerró
los principios fundamentales de la política científica: establecimiento de un sistema tributario
sobre bases científicas, eliminación de las barreras que obstaculizaban el libre comercio, la nece-
saria ampliación de comunicaciones, la difusión de la ciencia y la extensión de la educación popular.
12
Ibidem, p. 126.
25
y el indio; en las costas predominaba el elemento negro puro; después tuvie-
ron lugar los cruzamientos secundarios y terciarios. La familia mestiza había
constituido el factor dinámico en nuestra historia. Los mestizos revolucionan-
do unas veces y organizando otras, habían movido las riquezas estancadas en
el suelo mexicano, habían quebrantado el poder de castas privilegiadas, como el
clero que se obstinaba en impedir la constitución de la nacionalidad. Los
mestizos habían opuesto una barrera a las intentonas de aclimatar en México
gobiernos monárquicos. Habían facilitado con la paz el advenimiento del capi-
tal extranjero y las colosales mejoras del orden material que en los primeros
12 años del porfiriato se lograron. Este grupo social propagó la enseñanza
obligatoria y fundaría en el futuro la libertad política.13 En México: su evolu-
ción social los autores coincidieron con matices y un optimismo moderado, al
observar que el mestizo sería el gran sujeto de la historia nacional y el portador
de la identidad mexicana..
En "México social y político" existió también una tipificación de los criollos,
quienes tuvieron una participación prominente en el movimiento de Inde-
pendencia y que en los años sucesivos habían militado preferentemente en las
filas del poder conservador. Al criollo se le tenía como a un sujeto criado en
el desapego al trabajo y apenas educado intelectualmente. El criollo rico
había generado una clase pasiva en la cual el dogma político había sido la inca-
pacidad radical del pueblo mexicano para gobernarse a sí mismo. Los crio-
llos para Sierra y después para los autores de México, su evolución social,
contribuyeron a mantener al indígena en esa especie de servidumbre de la
gleba y constituían una pseudoaristocracia sin raíces en el pasado, agiotista y
usurera.14
Tanto en "México social y político" como en México: su evolución social
existió una coincidencia básica en cuanto al papel de la economía en la vida
material y social del país. Ambas obras consideraron como factores determi-
nantes del progreso económico no sólo la composición étnica de la nación,
sino también el papel de una geografía agreste y de las riquezas naturales sin
explotar, ante la ausencia de un trabajo verdaderamente productivo. Sierra
en "México social y político" y Agustín Aragón en "El territorio mexicano y sus
habitantes", así como Carlos Díaz Dufoo en "La evolución industrial" y Pablo
Macedo en el capítulo de "Comunicaciones y obras públicas" en México: su evo-
lución social, admitieron la inexistencia de suficientes vías de comunicación
13
Ibidem, p. 131.
14
Ibidem, p. 130.
26
en un territorio con ríos no navegables. Advirtieron las dificultades para la
sobrevivencia de la población en las diversas zonas climáticas del país y de
escaso desarrollo de puertos, rompiendo así con el mito de México como cuerno
de la abundancia.
En su texto "México social y político", Sierra asumió una perspectiva
cuyo énfasis sugería además el estudio de las relaciones de producción entre
propietario y trabajador.15 Sierra se preocupó por analizar la proporción en-
tre el salario real y la productividad del trabajo obrero y del jornalero, así
como el problema de la propiedad tanto individual como colectiva. En México:
su evolución social, Aragón y Sierra elaboraron un diagnóstico afín con rela-
ción a los elementos integradores del temperamento nacional y su impacto en
la vida económica.16 Sierra observó que ciertos actos de resistencia moral
habían hecho fracasar algunas empresas de los gobiernos y los partidos, tales
como la ausencia de ahorro o de capitalización, lo cual estaba presente en los
elementos indígenas de la sangre. Asimismo varios de los autores de México:
su evolución social, incluyendo a Sierra, asumieron una tesis que varias déca-
das después desarrollaría Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en
México: la capacidad del mexicano (no sólo el indio) de copiar o imitar, pero
no de crear.17
Decía Sierra:
La pequeña industria esencialmente nacional recorre una grande escala desde la
alfarería a la que se dedican numerosos grupos indígenas y que es hoy lo que
15
Ibidem, p. 134.
16
Véase Agustín Aragón, "El territorio mexicano y sus habitantes", en Justo Sierra et al,
México: su evolución social, t. I, vol. i, p. 23.
17
En el psicoanálisis del mexicano, el cual abarca a los indígenas, criollos y mestizos,
Samuel Ramos señaló que entre las características predominantes del mexicano destacaban la
desconfianza de sí mismo, la cual produjo una anormalidad de funcionamiento psíquico en
la percepción de la realidad. El mexicano desconfiaba además injustificadamente de los demás
y mostraba una gran hipersensibilidad. El mexicano era un individuo que desdeñaba el futuro,
consideró como inútil el conocimiento científico, sus fines eran inmediatos. El mexicano apare-
cía como un ser sin disciplina u organización. Era un sujeto que imitaba y no asimilaba, es decir, no
incorporaba a su cultura conocimiento nuevo que diera lugar a una síntesis novedosa. Permane-
ció inmutable frente al cambio. Para Ramos, la historia mexicana en sí misma mostraba nuestra
prolijidad a la imitación. Advirtió que no atribuía ninguna inferioridad al mexicano, sino que
éste se había desvalorizado a sí mismo. Rastreó históricamente el proceso sobre todo después
de la Independencia, en la que el país buscaba una fisonomía nacional propia, y la solución
consistió en imitar a Europa, sus ideas e instituciones, creando lo que Ramos llamó ficcio-
nes colectivas. Samuel Ramos, "El perfil del hombre y la cultura en México", en Obras incom-
pletas, t. ii.
27
fue al siguiente día de la Conquista, hasta la sostenida en las ciudades por los
neomexicanos que imitan a maravilla el artefacto europeo o producen el con-
sagrado de abolengo por nuestras costumbres, como el equipo del ranchero y
en diversos centros el objeto de arte en cera, en barro, en trapo. La facultad
de imitar, el esmero industrioso y paciente en la reproducción de la muestra
europea y aun cierto gusto artístico, desgraciadamente no educado, caracterizan
la pequeña industria en México.18
28
tablecimiento democrático en este continente, aquéllos servían sólo para ense-
ñar cómo las democracias transitaban lentamente del estado precario al estado
normal. Asimismo Sierra rechazó aquellas teorías que veían en el indígena un
obstáculo para la democracia, debido a que sus tendencias hereditarias y tra-
diciones lo condenaban a vivir en un régimen oligárquico y patriarcal. Lejos
de este fatalismo, Sierra confiaba en la enseñanza como el mejor camino para
el progreso y la democracia, colofón de la libertad.20
Cabe señalar que el Maestro de América había considerado en 1889 y
poco más de 10 años después, en "La era actual", que la institución del sufra-
gio universal era un artificio constitucional aun en los países históricamente
parlamentarios, y que se convertía en mera fórmula abstracta debido a la
abstención completa del cuerpo electoral. Lo anterior se explicaba debido a
la necesidad de concentrar el poder encargado de hacer la paz y el progreso
material. En México una generación había fundado las instituciones libres;
otra (la de Sierra) había fundado la paz sin la cual esas instituciones no eran
viables. Sierra se cuestionaba:
Acorde con estas ideas, hacia 1900-1902, en "La era actual", Sierra
afirmaba que Díaz ejercía una dictadura social, mas no un gobierno despótico
sin fundamento legal. El gobierno mexicano era eminentemente autoritario,
mas no podía dejar de ser constitucional. Las funciones presidenciales habían
consistido en realizar la paz y dirigir la transformación económica. Asimismo
habían extinguido el cacicazgo y desarmado a las tiranías locales. Así, la evo-
lución política de México había sido sacrificada a las otras fases de su evolu-
ción social. Para demostrarlo, Sierra advirtió la inexistencia de partidos polí-
ticos o de alguna agrupación organizada en torno a un programa. Cuantos
20
Sierra, op. cit., pp. 151-152.
21
Ibidem, p. 167.
29
pasos se habían dado en este sentido se habían enfrentado al recelo del go-
bierno y a la apatía general.
22
Enrique Florescano le reconoce tres aciertos importantes a México a través de los siglos:
en primer lugar, siguiendo a Edmundo O'Gorman, tuvo la virtud de integrar pasados conside-
rados enemigos en un discurso que unía la antigüedad prehispánica con el virreinato y ambos
con la guerra de Independencia, los primeros años de la República y el movimiento de Re-
forma. Asimismo, la obra logró considerar a cada uno de esos periodos como parte de un
proceso evolutivo cuyo transcurso iba forjando la deseada integración nacional y cumplía las
leyes inmutables del progreso. Finalmente, resumió el conocimiento almacenado por los estu-
diosos sobre cada periodo en un lenguaje accesible, documentado y con atractivas ilustraciones.
"México a través de los siglos: un nuevo modelo para relatar el pasado", La Jornada, 9 de
marzo de 2001.
30
tivismo los cuales se desarrollan con amplitud en México: su evolución social.22
Riva Palacio a la par del equipo que escribió México a través de los siglos entre
1884 y 1889 conocían ya algunos componentes de la perspectiva positivista del
mundo. Sin embargo, predominaron en los autores sus creencias en torno a la
realización del ideario liberal con el ascenso de Juárez al poder y la caída del
Segundo Imperio.
Las dos obras encierran un gran optimismo en cuanto a su fe en la bon-
dad natural de los hombres y proclamaban además la necesidad apremiante
de un Estado nacional fuerte, racionalmente organizado. En las interpreta-
ciones de los autores de ambas obras se puede ubicar una de las líneas de
continuidad del liberalismo mexicano que en palabras de Charles Hale se
denominó como liberalismo constitucionalista. Éste consistió en una teoría del
Estado que estableció vasos comunicantes entre el liberalismo propiamente
doctrinario de la República restaurada y el liberalismo conservador del por-
firiato. Ambos consideraron la viabilidad del cambio político de diverso signo
a través de las reformas a la Constitución. Sostuvo Hale que los defensores de
la política científica de 1878 y sus herederos, los científicos de 1893, debían ser
considerados como constitucionalistas y no sólo como defensores del régimen
autoritario de Porfirio Díaz. Su programa de 1878 consistió en reforzar al
gobierno haciendo críticas y reformas a la Constitución, mas no en descartar
o subvertir a la Constitución en nombre de la ciencia.24 Cabe advertir que
México: su evolución social fue publicada bajo la persistencia y auge de la
política científica, ahora bajo un escenario político diferente: ya no se pre-
tendía ampliar y fortalecer a la administración y gobierno del presidente
Díaz, sino justamente de limitar sus atribuciones. En palabras de Justo Sierra
no se trataba más de vigorizar a la autoridad mediante la política científica,
sino de asimilar a ésta con la libertad.25
El legado liberal permeó a las dos recopilaciones historiográficas del por-
firiato, pues a pesar de las críticas que la Constitución de 1857 recibió desde
los parámetros de la política científica, persistió su vigencia filosófica en el
23
Dos excelentes balances historiográficos del porfiriato se encuentran en los textos de
Daniel Cosío Villegas, "El porfiriato: su historiografía o arte histórico"; Thomas Benjamin y
Marcial Ocasio-Meléndez, "Organizing the Memory of Modern Mexico: Porfirian historiogra-
phy in perspective 1880-1980". Uno más fue de Enrique Florescano, "El poder y la lucha por
el poder en la historiografía mexicana".
24
Charles Hale, "La estructura de la política científica", en La transformación del liberalis-
mo a fines del siglo xix, pp. 51-111.
25
Ibidem, pp. 112-172 y 172-230.
31
porfiriato como modelo de nación deseable, pero poco factible. De ahí que
Hale, siguiendo una argumentación de Cosío Villegas, observará adicional-
mente vetas de continuidad entre positivismo y constitucionalismo, ya que la
política científica se complementó con un pensamiento liberal el cual veía en
la reforma constitucional el mejor camino para el cambio político y social.26
Cuando Justo Sierra reseñó México a través de los siglos comentaba que
habrían de transcurrir por lo menos 25 años para intentar otra obra de síntesis
general sobre el pasado mexicano. Como es sabido sólo transcurrieron 11 años
para que el propio Sierra encabezara el proyecto de México: su evolución so-
cial. La obra dirigida por Riva Palacio se constituyó en uno de los soportes
informativos más importantes del proyecto de Sierra y su equipo a la par de
otras obras y autores. En conjunto lograron además darle continuidad al
atisbo positivista ya presente en México a través de los siglos, y en general a las
teorías de la evolución, que dominarán en México: su evolución social. Decía
Vicente Riva Palacio:
26
Daniel Cosío Villegas, "La República restaurada. Vida política", en Historia moderna de
México.
27
Vicente Riva Palacio, "El Virreinato", en México a través de los siglos, t. II, p. 898.
32
La obra coordinada por Vicente Riva Palacio tuvo sus tintes eminente-
mente políticos, pues es un relato diacrónico que comprendió cinco etapas,
delimitadas por un hecho histórico fundador de un nuevo periodo: el tomo
sobre la Historia antigua y de la Conquista fue escrito por Alfredo Chavero; El
virreinato por Vicente Riva Palacio; La guerra de Independencia estuvo a cargo
de Julio Zarate, quien también fue colaborador de Sierra en México: su evo-
lución social; El México independiente, estuvo a cargo de Enrique de Olavarría
y Ferrari, pero fue Juan de Dios Arias quien se responsabilizó de completarlo.
Finalmente, La Reforma fue producto de la pluma del gran maestro de Sierra:
José María Vigil.
Se encuentran ligas importantes y aspectos comunes entre México a través
de los siglos y México: su evolución social. Ambas son obras colectivas en las
que en general los autores coincidieron en sus criterios de periodización de la
historia de México en época prehispánica, Colonia, Independencia y México
independiente y Reforma. El matiz más importante se encuentra en relación
con esta última, pues si bien en ambas obras la llamada era actual abarcaba
para los autores desde la República restaurada, en México: su evolución social
se incluyó un balance del periodo porfirista, por lo menos hasta 1900. Los
autores de México a través de los siglos en 1889 guardaron un prudente silen-
cio sobre los gobiernos de la República restaurada y el gobierno de Díaz.
Asimismo ambas obras tuvieron como finalidad la escritura de una historia
nacional alternativa al espíritu cosmopolita del iluminismo. Los autores de las
dos obras compartieron la búsqueda de objetividad y en mayor o menor me-
dida fueron el producto de un romanticismo tardío que pretendió retratar a
la nación en pleno proceso de integración. Prácticamente se personificaron
conceptos tales como la nacionalidad, el derecho nacional, el carácter nacio-
nal en el pueblo mexicano, entre otros, en tanto fuerzas vitales que operaban
como fundamento de los sucesos históricos. Los autores enfatizaron la nece-
sidad de establecer los linderos de la nación mexicana frente a otras comuni-
dades lingüísticas, culturales e históricas.
Cuando E. Fueter definió los alcances de la doctrina del espíritu nacio-
nal, advirtió también consecuencias que no son ajenas a las obras que tra-
tamos:
Por otra parte, la doctrina del espíritu nacional ha tenido algo bueno: Ha re-
forzado a los historiadores a llevar su atención sobre el conjunto. No fue ya
posible tratar de la religión, del derecho del arte de un pueblo, sin considerar
las circunstancias generales en medio de las cuales se habían producido. Se
33
reconoció que instituciones que según la antigua opinión habían existido extrañas
la una a la otra, podían estar unidas por un lazo interior.28
34
Tomo I
Volumen I (1900)
1. "Del territorio de México y sus habitantes", por Agustín Aragón, pp. 7-32.
2. "Historia política", por Justo Sierra, pp. 33-314.
3. "Instituciones políticas, los estados de la Federación mexicana. Rela-
ciones Exteriores", por Julio Zárate, pp. 315-346.
4. "El ejército nacional", por Bernardo Reyes, pp. 347-416.
Volumen II (1902)
5. "La ciencia en México", por Porfirio Parra, pp. 417-466.
6. "La educación nacional", por Ezequiel Chávez, pp. 467-602.
7. "Las letras patrias", por Manuel Sánchez Mármol, pp. 603-663.
8. "El municipio. Los establecimientos penales. La asistencia pública",
por Miguel Macedo, pp. 665-724.
9. "La evolución jurídica", por Jorge Vera Estañol, pp. 725-773.
TOMO II (1901)
10. "La evolución agrícola", por Genaro Raigosa, pp. 5-48
11. "La evolución minera", por Gilberto Crespo y Martínez, pp. 49-97.
12. "La evolución industrial", por Carlos Díaz Dufoo, pp. 99-158.
13. "La evolución mercantil", por Pablo Macedo, pp. 159-247.
14. "Comunicaciones y obras públicas", por Pablo Macedo, pp. 249-325.
15. "La Hacienda pública", por Pablo Macedo, pp. 327-413.
16. "Historia política. La era actual", por Justo Sierra, pp. 415-434.
35
lucionista optó por una reflexión más apegada al liberalismo y a los conceptos
de modernidad y progreso. México: su evolución social es una obra con tensio-
nes internas que se desprenden de una asimilación diferenciada del cono-
cimiento histórico y de las diversas formas de su escritura.29 Los autores de
México: su evolución social coincidían en afirmar la existencia de principios
generales de la evolución, que parecían demostrarse con la historia mexicana
a pesar de una evidencia empírica (histórica) a veces insuficiente que ellos
mismos advirtieron en sus ensayos.
El positivismo de la mayoría de los autores de la obra radicó más en las fi-
nalidades normativas, morales y culturales que se derivaron de la articulación
que los escritores encontraban entre ciencia y política. Se buscaba que del saber
histórico se desprendiera un conocimiento eminentemente práctico, orientador
de la vida nacional en sus diferentes ámbitos. El carácter positivista de México:
su evolución social radicó no sólo en el uso que ciertos autores hicieron de las
categorías más o menos apegadas a la ortodoxia de esta teoría sociológica, sino
fundamentalmente por la búsqueda de un saber que provenía de la historia para
orientar al poder. México: su evolución social también conservó su perfil posi-
tivista al delimitar al sujeto de la historia que no se refería a los individuos,
sino a fuerzas colectivas y a los grupos organizados. De esta obra resultó en con-
junto la escritura de una historia general de México laica, atemperada y, sobre
todo, científica. Los autores en general coincidieron en el principio de neutra-
lidad valorativa como uno de los elementos que mayor credibilidad y validez le
otorgarían a sus respectivos discursos. La verdad sociológica e histórica que de-
seaban sustentar cobraba identidad propia al diferenciarse de la historiografía
política de sus predecesores antes de 1884.
Sin embargo cabe observar que en beneficio de una escritura más compro-
metida, rica y compleja ni México a través de los siglos, ni México: su evolución
social cumplieron cabalmente con los criterios de objetividad referidos a la se-
paración entre sujeto y objeto de conocimiento, pues en ambas los autores
explicaron y evaluaron sus respectivos procesos históricos de análisis. Son
obras en las que dominó tanto la fundamentación del conocimiento histórico
de la historiografía erudita, como una filosofía de corte romántico que se refle-
29
Este comentario difiere en este aspecto de la opinión de Benjamín Flores Hernández quien
en su artículo "Las letras y las armas en la obra México: su evolución social" sostiene que dicha
obra conserva una gran integración y coherencia interna. Benjamín Flores Hernández, "Las
letras y las armas en la obra México: su evolución social", en Estudios de historia moderna y
contemporánea de México, p. 49.
36
jó claramente en la perspectiva del tema de nación y del carácter nacional. En
particular en México su evolución social las reflexiones de los autores sobre la
comunidad nacional y su temperamento, se ligaron profundamente a un refe-
rente étnico. Esta categoría incluyó aspectos físicos y también importantes
componentes culturales.
Es posible afirmar que la integración del equipo de Sierra tuvo como antece-
dente más inmediato la iniciativa gubernamental para el financiamiento de la
obra. El acuerdo quedó sellado en el contrato celebrado entre el secretario de
Estado y del despacho de Hacienda y Crédito Público, licenciado José Yves
Limantour y el editor Santiago Ballescá. En dicho contrato se advertía que la
obra pretendía:
37
elementos completos para delimitar con toda exactitud los factores de la evo-
lución mexicana, la razón era que la información estadística se encontraba
incompleta y desorganizada. A pesar de todo escribieron tanto historia como
sociología.
México: su evolución social se planteaba mostrar las señales claras de la
evolución orgánica de la nación. Deseaban sus autores advertir cómo después
de una lenta y penosa gestación, la sociedad mexicana se había desprendido del
organismo colonial y cómo tras una existencia irregular, había logrado la asi-
milación de los elementos sustanciales de la civilización en general, sin perder
las líneas distintivas de su personalidad. La obra se organizaba y distribuía te-
máticamente considerando la acción combinada de la sociedad y el Estado.
De la suma de diversas manifestaciones de la transformación que en el país
operaba resultaba una evolución, es decir, un paso de lo inferior a lo superior.
Esta evolución se denominaba como social pues abarcaba las principales ma-
nifestaciones de la actividad del grupo mexicano.31 Cada capítulo vino a repre-
sentar un "subsistema" con funciones específicas, integrado al organismo social
mexicano y con clara capacidad de responder a necesidades diferenciadas. No
sólo se describieron estos campos como parte de una entidad mayor sino que
fueron escrupulosamente explicados en cuanto a su proceso de evolución
particular, para lo cual se propuso una secuencia histórica en cada tema.
Una vez trazado un panorama general de la obra, es necesario elaborar
un primer retrato del equipo a partir de las trayectorias individuales de los
escritores.
Entre los autores de México: su evolución social, solamente tres eran oriundos
del Distrito Federal (Pablo y Miguel Macedo, así como Jorge Vera Estañol);
31
Justo Sierra et al., "Al lector", en México: su evolución social, t. 1, vol. 1.
32
La recopilación de la información aquí presentada proviene de las fuentes que a con-
tinuación señalamos: C. Cárdenas de la Peña, Mil personajes en el México del siglo xix. 1840-1870;
Diccionario Porrúa de historia y geografía de México; Juan López de la Escalera, Diccionario
biográfico y de historia de México; Humberto Mussaccio, Diccionario enciclopédico de México
ilustrado; Leonardo Pasquel, Xalapeños distinguidos. Para una reconstrucción de las trayectorias
de algunos universitarios egresados de la Escuela Nacional de Jurisprudencia se rastrearon sus
antecedentes en el libro de Javier García Diego Dantan, Rudos contra científicos: la Universidad
Nacional durante la Revolución mexicana, y el libro de Lucio Mendieta y Núñez, Historia de la
Facultad de Derecho.
38
tres más nacieron en Veracruz (Julio Zarate, Gilberto Crespo y Martínez, y
Carlos Díaz Dufoo). Los siete restantes provenían de diversas partes de la Re-
pública: Manuel Sánchez Mármol de Tabasco; Genaro Raigosa, consuegro del
presidente Díaz, de Zacatecas; Justo Sierra, de Campeche; Bernardo Reyes,
de Jalisco; Porfirio Parra, de Chihuahua; Ezequiel Chávez, de Aguascalientes y
don Agustín Aragón, de Morelos.
Las diferentes profesiones de los autores correspondían a ocupaciones
tradicionales como las de abogado, médico o ingeniero. Destacan ocho aboga-
dos que son Sánchez Mármol, Zarate, Raigosa, Sierra, los hermanos Macedo,
Chávez y Vera Estañol. Había un médico, Porfirio Parra; un general, Bernar-
do Reyes; y dos ingenieros que fueron Gilberto Crespo y Martínez y Agustín
Aragón. La única excepción fue Carlos Díaz Dufoo, quien al parecer no con-
cluyó estudios universitarios y fue un excelente periodista, por cierto biógrafo
de Limantour hacia 1910.
Con relación a las edades pueden establecerse diversos criterios de clasifi-
cación. Entre 1839 y 1873 nacieron los autores de México: su evolución social.
La edad promedio de los autores hacia 1900, fecha en que se empezó a escribir
y publicar la obra, era de 45 años; sin embargo este dato resulta engañoso si
no se analizan las edades en detalle. La máxima era la de Manuel Sánchez
Mármol (61 años) y la mínima de Jorge Vera Estañol con 27 años. Hasta hoy
se han establecido dos interpretaciones en el análisis de los autores de Méxi-
co: su evolución social, bajo la definición sobre lo que son las generaciones. La
primera interpretación fue propuesta por Benjamín Flores Hernández, quien pu-
blicó "Las letras y las armas en la obra México: su evolución social" en 1983.33
Después de una breve descripción biográfica de los autores, Flores Hernán-
dez elaboró un cuadro de generaciones y tomó como punto de referencia el
año de 1900. Flores Hernández estableció la siguiente clasificación: lagenera-
ción vieja (1825-1839), que abarcaba un rango de entre 71 y 75 años. En 1900 era
la generación de Porfirio Díaz, Vicente Riva Palacio, Miguel Miramón y Ma-
nuel González. Contempló solamente a Manuel Sánchez Mármol quien tenía
61 años al inicio del siglo xx. Los adultos maduros, pertenecientes a la genera-
ción de los nacidos entre 1840 y 1854, de entre 46 y 60 años en 1900, generación
a la que pertenecían también Manuel Acuña y José María Velasco. Incluyó a
Julio Zarate con 56 años en 1900, Genaro Raigosa con 53 años, Justo Sierra
con 52 años, Bernardo Reyes con 51, Pablo Macedo con 59, Gilberto Crespo
y Martínez con 48 y Porfirio Parra con 46 años. Los adultos ascendentes,
33
Benjamín Flores Hernández, op. cit., pp. 35-95.
39
pertenecientes a la generación de los nacidos entre 1855 y 1869 de entre 31 y
45 años en 1900. Formaban parte de esta generación Ángel de Campo y Fede-
rico Gamboa. Incluyó además a Miguel Macedo con 44 años en 1900, Carlos
Díaz Dufoo con 39, Ezequiel Chávez con 32. Finalmente se refirió a los jóve-
nes, que nacieron entre 1870 y 1884. Corresponden a esta generación Luis
Cabrera, Carlos Pereyra y José Vasconcelos. Incluyó a Agustín Aragón con 30
años en 1900 y Jorge Vera Estañol con 27 años.
Al utilizar el criterio de generaciones que comprenden 14 años, Flores
Hernández observó que el grueso de los autores y su director se ubicaban en
la generación de los adultos maduros, los cuales hacia 1900, correspondían a las
generaciones de 1840 a 1854.
Por su parte Alvaro Matute y Evelia Trejo en su ensayo sobre "La historia
antigua en México: su evolución social" señalaban en 1991 que la distancia
media entre las fechas extremas de 1839 y 1873 era 1856, año en el que nació
Miguel Macedo.34 Los autores de este ensayo advertían que la mayoría de los
escritores de México: su evolución social nacieron entre 1847 y 1856 y que de
acuerdo con las agrupaciones generacionales de 15 años que se ha aceptado
de manera amplia, consideraban que en el caso de México a través de los siglos,
la generación predominante era la comprendida entre 1845 y 1859. Según este
criterio para el estudio de las generaciones de intelectuales en México, Díaz
Dufoo, Ezequiel Chávez, Agustín Aragón y Jorge Vera Estañol pertenecían a
la llamada generación "azul", precedente a la generación que antecedió a la
generación revolucionaria.
Ambos ensayos encierran afinidad en cuanto al establecimiento cronológi-
co del criterio generacional; éste podría verse complementado por dos ideas
de José Ortega y Gasset sobre la conformación de las generaciones. Sostuvo
que una generación no era un grupo egregio, ni simplemente una masa, era
un cuerpo social íntegro con su minoría selecta y su muchedumbre que había
sido lanzado sobre el ámbito de su existencia con una trayectoria vital determi-
nada. Una generación se caracterizaba por tener además una edad parecida.
Ortega cifraba en 15 años el periodo de cambio de cada generación de una
forma un tanto arbitraria y que en cierto modo nos recuerda los periodos bio-
lógicos del hombre: la niñez, la juventud, la iniciación, el predominio y la vejez.
En estricto sentido entre 1839 y 1873, fecha primera y última de nacimiento
de los autores de México: su evolución social, encontramos aproximadamen-
te dos generaciones que comprenden de 1839 a 1854 y de 1856 a 1873. Para
34
Alvaro Matute y Evelia Trejo, "La historia antigua en México: su evolución social", en Es-
tudios de historia moderna y contemporánea de México, pp. 89-106.
40
Ortega y Gasset compartir aproximadamente la misma edad, permitía estable-
cer una distinción entre los contemporáneos y los coetáneos, pues las genera-
ciones se forman particularmente con estos últimos. Los contemporáneos de
uno mismo eran muchos: los más próximos como los padres, hermanos, abue-
los, hijos. Con los coetáneos se compartían objetivos vitales cohesionadores.
En particular interesa retomar esta definición de los coetáneos que permite
mostrar cómo el equipo integrado en la obra compartió en términos generales
un cierto código de valores intelectuales, una idea de la historia, una perspecti-
va sobre la construcción del conocimiento histórico y, ante todo, una preocu-
pación compartida: la definición de los elementos integrantes de la comunidad
nacional en el arranque del nuevo siglo.
Por otra parte, cabe considerar que bajo el criterio de Ortega y Gasset las
generaciones se forman con un conjunto de personas que no sólo comparten
un cierto rango de edad, sino también una comunidad espacial, es decir un con-
junto de creencias afines y de sentimiento común que les hace ser una variedad
humana frente a los demás hombres que comparten su época. Ortega atribuyó
a las generaciones una sensibilidad vital formada por ideas, preferencias mo-
rales y estéticas. Es claro que en el caso de México: su evolución social pueden
ubicarse dos generaciones que compartieron la idea de modernización y en su
mayoría, el criterio de verdad fincado en el realismo y la razón científica. Sin
embargo, ambas generaciones asumieron como propia también cierta influen-
cia romántica ya tardía que les permitió reflexionar sobre la refundación de la
nación en el México finisecular. Este romanticismo puede ser denominado
una herencia compartida a la que se incorporaron ideas provenientes del pro-
yecto liberal. Las dos generaciones de México: su evolución social fueron, en
palabras de Ortega y Gasset, una "generación acumulativa" de una herencia
cultural e ideológica y no una generación eliminatoria o polémica que por lo
general se opone a lo que en esos momentos históricos se tiene como lo normal.
41
estudió en el Liceo Franco Mexicano, en el Colegio de San Ildefonso y la Es-
cuela de Jurisprudencia. El general Bernardo Reyes inició a los 15 años su
trayectoria militar y Pablo Macedo fue egresado de la Escuela Nacional de
Jurisprudencia. El ingeniero Gilberto Crespo y Martínez fue egresado del Co-
legio de Minería y Porfirio Parra, de la Escuela Nacional de Medicina. Don
Miguel Macedo, como otros abogados, estudió en la Escuela Nacional de
Jurisprudencia. De Carlos Díaz Dufoo la impresión que se tiene es que sus
estudios los realizó en varias escuelas de las cuales no se localizó un registro
y no contaba con un título universitario. Ezequiel Chávez fue abogado por la
Escuela Nacional de Jurisprudencia. El experto en población y territorio mexi-
canos, Agustín Aragón, contaba con su título de la Escuela Nacional de Inge-
nieros. El benjamín del equipo, Jorge Vera Estañol, también abrevó en Juris-
prudencia.
Como puede observarse de los ocho abogados, seis se formaron en la
Escuela Nacional de Jurisprudencia: Raigosa, los hermanos Macedo, Ezequiel
Chávez, Vera Estañol y Sierra. Las excepciones fueron: Sánchez Mármol y
Zarate. Gilberto Crespo y Agustín Aragón, los ingenieros, egresaron del Co-
legio de Minería y de la Escuela de Ingenieros, respectivamente. Finalmente
Parra, el médico, egresó de la Escuela Nacional de Medicina. En la investiga-
ción de William Raat, se puede observar que Limantour, profundamente ligado
al proyecto de esta obra, así como varios autores de la misma como Porfirio Parra,
Miguel y Pablo Macedo, Justo Sierra, Carlos Díaz Dufoo y Agustín Aragón,
tuvieron algún contacto con la Escuela Nacional Preparatoria, ya fuera como
estudiantes o maestros.35 Por otra parte es importante recordar que Gloria
Villegas ha sostenido una afirmación interesante sobre la presencia mayori-
taria de abogados en el equipo del maestro Sierra. Sostiene Villegas que una
de las preocupaciones constantes entre los abogados después de la promul-
gación de la Constitución de 1857, radicó en incorporar en sus versiones estata-
les un importante relato histórico sobre los orígenes del pacto constitucional
y su aplicación en cada región, y en otras ocasiones también se escribían estu-
dios comparativos sobre las constituciones de los estados de la República y las
de otras partes del mundo. José María Castillo Velasco fue uno de los autores
más representativos y especializados en este tipo de investigación histórica y
jurídica. La observación es sugerente ya que es entre este tipo de profesionis-
tas que se encuentra un cierto oficio en la escritura de la historia y una rigu-
rosa formación en el acopio de fuentes, perfil que en parte explicaría sus coin-
35
William Raat, El positivismo durante el porfiriato, p. 37.
42
cidencias con el rigor lógico y analítico de los autores de México: su evolución
social.
43
quiel Chávez fue profesor de lengua castellana en la Escuela Superior de
Comercio en 1889, miembro de la Academia de Legislación y Jurisprudencia
de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, profesor de historia y
lengua en el Instituto Colón. Profesor suplente de geografía en la Escuela
Nacional Preparatoria en 1891, también de historia patria y nacional de 1893
a 1895, y de derecho constitucional en la Escuela Superior de Comercio en
1894. Finalmente, impartió clases de lógica y moral en la Escuela Nacional
Preparatoria y de Psicología entre 1900 y 1903. Es fácil advertir la gran impor-
tancia que revistió para la escritura de la obra la vocación académica y pedagó-
gica de la mayoría de los autores; sin embargo la pasión por la vida pública se
reflejó en la diversidad de tareas políticas que emprendieron.
Manuel Sánchez Mármol en 1871 ocupó una curul en el Congreso federal. Fue
también secretario de Justicia e Instrucción Pública en el gabinete de José Ma-
ría Iglesias. Asimismo figuró en el Tribunal Superior de Justicia de Tabasco. Don
Julio Zarate fue diputado federal en 1862, ocupó la Secretaría de Relaciones
Exteriores entre 1879 y 1880 y se desempeñó como secretario de Gobierno del
estado de Veracruz de 1884 a 1886. Ocupó un escaño en el Congreso federal
y en 1886 fue ministro de la Suprema Corte de Justicia. Genaro Raigosa fue
diputado local en 1872, diputado federal por San Luis Potosí en 1875 y sena-
dor por ese estado de la República en varias ocasiones. Se responsabilizó de
algunas misiones diplomáticas en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Re-
presentó a México en la Segunda Conferencia Panamericana de 1901. Don Justo
Sierra se desempeñó como diputado suplente en 1880 y propietario en 1884.
Fue además magistrado de la Suprema Corte de Justicia en 1894, subsecretario
de Instrucción Pública en 1901, ministro de Instrucción Pública de 1905 a 1911
y ministro plenipotenciario de México en España por el gobierno de Madero.
Bernardo Reyes ocupó diversos grados al interior de la jerarquía mili-
tar: teniente segundo en el Cuerpo de Guías de Jalisco, en 1866 teniente de
Caballería, y en 1870 ayudante del general Donato Guerra. En el año de 1877
se inició en el ejército porfirista, y hacia 1880 ascendió a general brigadier y
jefe de las fuerzas federales en Sinaloa, Sonora y Baja California. Para 1885
se desempeñó como gobernador provisional de Nuevo León, y asumió consti-
tucionalmente la gubernatura del mismo estado en 1889. En el momento en
que se inició la escritura de la obra colectiva, el general Reyes era secretario
44
de Guerra, cargo al que renunció hacia 1902 para ocuparse del Ejecutivo en
Nuevo León.
Pablo Macedo fue abogado de la Compañía de Ferrocarriles del Distrito
Federal, y secretario de gobierno también del D.F. en 1876-1880. También se
desempeño como diputado federal en tres ocasiones: 1880-1882,1892-1904 y
1906-1911. Gilberto Crespo y Martínez trabajó como oficial mayor y subse-
cretario de Fomento ministro plenipotenciario y enviado extraordinario ante
la República de Cuba, de 1990 a 1906. Desempeñó el mismo cargo ante el Impe-
rio Austro-Húngaro de 1906 a l911. Finalmente, se desempeñó como embaja-
dor en Estados Unidos y Austria y fue diputado.
Porfirio Parra trabajó como secretario fundador del Consejo Superior de
Educación entre 1902 y 1906. Ocupó la dirección de la Escuela Nacional Pre-
paratoria hasta 1910 y la de la Escuela de Altos Estudios. Miguel Macedo fue
secretario de la Junta de Vigilancia de Cárceles, síndico en 1887 y regidor de
1896 a 1897. Se desempeñó como presidente del Ayuntamiento de México en
1898 y subsecretario de Gobernación de 1906 a 1911. Carlos Díaz Dufoo fue
diputado y participó en la Comisión de Presupuestos del Congreso de la
Unión, y Ezequiel Chávez trabajó como agente de la Secretaría de Fomento,
fue oficial segundo de la Secretaría de Instrucción Pública así como jefe de la
Sección de Instrucción Preparatoria y Profesional. En tres ocasiones fue dipu-
tado suplente al Congreso de la Unión y en 1902 fue diputado propietario. Como
parte de su trayectoria académica y de cargos públicos, ocupó la Dirección de
la Escuela Nacional de Altos Estudios en 1913 y la Rectoría de la Universidad
Nacional en 1913 y de 1923 a 1924. Fue jefe honorario de las clases de filo-
sofía en la Escuela Nacional Preparatoria.
Agustín Aragón fue diputado de la Cámara federal, secretario de Fomen-
to en el gobierno de la Convención de Aguascalientes y consejero poco antes
de su muerte, en 1954, del presidente Ruiz Cortines. Finalmente Jorge Vera
Estañol trabajó como secretario de Instrucción Pública en el gobierno de Victo-
riano Huerta en 1913.
Todos los autores ocuparon en algún momento por lo menos un cargo en
el Poder Ejecutivo, Legislativo o en el Poder Judicial. Éste fue el caso de Car-
los Díaz Dufoo y de Jorge Vera Estañol. En contrapartida, Julio Zarate (cin-
co), Bernardo Reyes (ocho) y Ezequiel Chávez (seis) destacaron como los
poseedores de las trayectorias públicas más amplias y diversificadas y que se
extendieron de las diputaciones a algunas carteras de gobierno. Cabe señalar
que el indicador promedio de cargos ocupados por este conjunto es de 3.8
cargos y el valor más repetido es de tres cargos, el cual aparece en cuatro
ocasiones. Otras trayectorias destacaron no tanto por su cantidad sino por Ja
45
trascendencia intelectual de la labor. Éste es el caso de Justo Sierra, Porfirio
Parra y otra vez Ezequiel Chávez.
Del oficio de escribir y divulgar, la mayor parte de los autores dejaron testimo-
nio: Manuel Sánchez Mármol tuvo entre sus obras más destacadas, dada su
vena literaria, Poetas tabasqueños y yucatecos, 1861; Pocahontas, 1882; Ave
Patria, 1889; Previvida, 1906; Antón Pérez, 1903. También colaboró en La Guir-
nalda, y en el semanario político El Águila Azteca del cual Sánchez Mármol
fue fundador, así como de El Radical. Don Julio Zarate escribió preocupado
más por temas de tipo político e histórico. Colaboró en México a través de los
siglos, 1884-1889; escribió el Catecismo geográfico del estado de Puebla, 1878; y
los Elementos de Historia General, hacia 1891. También se encargó de publicar
su Compendio de Historia General de México para uso de escuelas en 1892, y el
Album artístico y pintoresco de la República Mexicana. Julio Zarate colaboró
también en publicaciones como: El Eco de Atlixco contra el Imperio de Maxi-
miliano; El Siglo XIX (1870-1875); La Legalidad (1877); y La Prensa, periódico del
cual fue redactor en 1883. Don Genaro Raigosa sólo destacó con su colabo-
ración en la obra colectiva que nos ocupa y con la redacción del "Alegato de
buena prueba presentado al juzgado del Distrito por el Licenciado Raigosa
representante de las Fábricas de los Salinas de Peñón Blanco y sus anexos en
el incidente declaratorio de Jurisdicción promovido por el Licenciado Solana".
Justo Sierra tiene una obra extensa y rica en la que destacan fundamen-
talmente sus textos de historia con un propósito docente como por ejemplo:
Elementos de historia general, Elementos de historia patria, su Catecismo de
historia patria, y finalmente los Cuadros de historia patria, en los que destacan
las dotes pedagógicas del Maestro de América. Su obra incluyó innumerables
ensayos, reflexiones políticas, artículos, discursos, poesías, que fueron integra-
dos minuciosamente en 15 tomos por don Agustín Yáñez. Su última reimpre-
sión fue de 1991 por la UNAM. Don Justo Sierra colaboró, entre otras publica-
ciones, en: El Mundo Científico, del cual fue fundador, junto con su hermano
Santiago en 1877. Con Julio Zarate, Eduardo Ruiz y Jorge Hammeneken die-
ron origen a La Tribuna, y de 1878 a 1884 impulsó la publicación del diario
liberal conservador La Libertad.
Bernardo Reyes entre la espada y la pluma publicó las siguientes obras:
"Conversaciones militares escritas para las academias del sexto regimiento de
46
Caballería Permanente en San Luis Potosí", en 1879, y "Proyecto de Regla-
mento para el Ejercicio y Maniobras de Caballería" en 1896. Pablo Macedo
publicó textos propios de su profesión: el Diccionario de derecho y administra-
ción pública (coautor), y Compendio de los derechos y obligaciones del hombre
y del ciudadano (coautor con Emilio Pardo). También escribió La cuestión de los
bancos (coautoría con Indalecio Gavito) en 1890. Colaboró en los diarios: El
Disidente, El Repertorio Pintoresco, El Clamor Público y El Álbum Yucateco.
Codirigió el periódico El Foro y fue fundador del semanario El Publicista. Fue
también colaborador de La Abeja en 1875. De don Gilberto Crespo y Martí-
nez sólo sabemos de su participación en México: su evolución social con el tema
de la minería.
Porfirio Parra fue prolífico y contó con una obra respetable integrada por
varios géneros. Publicó el cuadro dramático "Lutero" en 1886, el poema lírico
descriptivo Oda a las matemáticas en 1887 y sus Estudios filosóficos en 1896.
Una de sus obras más comentadas fue su novela Pacotillas, publicada en
1900, así como su muy discutido Nuevo sistema de lógica inductiva y deductiva,
publicado en 1903. Parra también sobresalió por su Estudio histórico socioló-
gico de la Reforma en México de 1906. En el terreno de la medicina escribió las
Ventajas e inconvenientes de la profesión médica, en 1907, y el Plan para la histo-
ria del estado de Chihuahua, de 1906, así como diversos trabajos en La Gaceta
Médica y la Revista Positiva.
Miguel Macedo, el estudioso del sistema penitenciario y la criminalidad,
participó en la redacción del Código Civil, de la Ley General de Instituciones
de Crédito y de los reglamentos que permitieron la creación de la Penitencia-
ría del Distrito Federal (1882-1884), y colaboró en la comisión que revisó el
Código Penal (1903-1912). En coautoría con su hermano Pablo Macedo escri-
bió el Anuario de Legislación y Jurisprudencia, en 1884. Fue autor de Datos para
el Estudio del Nuevo Código Civil del D.F. y territorio de Baja California, 1884,
y trabajó en la revisión del Código Penal, Proyecto de Reformas y Exposición
de Motivos. También dio a conocer Los juicios de amparo, Mi barrio. Ensayo
histórico. Fue colaborador de El Foro y El Publicista. Uno de sus ensayos más
notables fue el "Estudio de las relaciones entre la sociología y la biología", publi-
cado para la revista Anales de la Sociedad Metodófila.
Carlos Díaz Dufoo escribió con vena literaria obras de teatro como Entre
vecinos y De gracia; comedias: Allá lejos, detrás de las montañas; Padre Merca-
der; La fuente del Quijote; Palabras y Sombras de Mariposas. En su calidad de eco-
nomista escribió Lecturas de Ecopolo, y colaboró en los periódicos: El Globo y
Madrid Cómico, en España. En México publicó en diarios como La Prensa, El
47
Nacional y El Ferrocarril, este último publicación veracruzana. En 1888 compar-
tió la página editorial con Francisco Bulnes en El Siglo XIX. En 1884 fundó
con Manuel Gutiérrez Nájera la Revista Azul, y en 1896 con Rafael Gutiérrez
Espíndola nada menos que el diario El Impartial. Por su cuenta dio origen a
El Mundo y El Demócrata. En 1901 dirigió El Economista Mexicano y en 1917
colaboró en Excelsior y Revista de Revistas.
Ezequiel Chávez escribió más sobre pedagogía, etología, sociología, libros
de texto y sobresalieron obras como Síntesis de los principios morales de Spencer,
1894; Carta General de los Estados Unidos Mexicanos para uso de las escuelas
primarias, 1895; Cartas mudas para el estudio de la geografía elemental, 1897.
Publicó el Resumen sintético del sistema de lógica de J.S. Mili con notas comple-
mentarias, así como el Resumen sintético de los principios de moral de Spencer.
Chávez dio a conocer sus Nociones de instrucción cívica para uso de los alumnos
del cuarto año de instrucción primaria, 1898; y los Ensayos sobre los rasgos dis-
tintivos de la sensibilidad como factor del carácter mexicano. Asimismo, colaboró
en la Revista de instrucción pública mexicana, el Boletín de instrucción pública
mexicana, y la Revista Positiva.
Agustín Aragón hacia 1901 publicó la Revista positiva científica, filosófica,
social y política, la cual tuvo entre sus colaboradores a Telésforo García, Mi-
guel Macedo, Alexander Bain, Justo Sierra, Pablo Macedo y José Yves Liman-
tour, entre otros. Escribió La obra civilizadora de México y las demás naciones
en América Latina, en 1911, y Tribunales privados de arbitraje, encuesta y con-
ciliación en 1918. También destacaron La educación por el Estado y el positivis-
mo, La Revolución mexicana de 1910-1914. Colaboró en El Nacional de 1933
a 1934.
Jorge Vera Estañol publicó, entre otras, las siguientes obras: El partido
evolucionista, 1911; Al margen de la Constitución, 1920; Carranza and the bol-
shevik regime; Ensayo sobre la reconstrucción de México, en 1920; y su obra más
conocida, Historia de la Revolución mexicana: origen y resultados.
48
dias, poesía, algo de teatro, estudios filosóficos, estudios históricos, libros de
texto, revistas filosóficas, históricas, y algunos boletines en materia de edu-
cación.36 Asimismo, contribuyeron en la organización y redacción de alegatos,
reglamentos, códigos y anuarios. Cabe destacar que solamente dos de los 13
autores tenían alguna experiencia en aquella época en la narración histórica.
Ellos fueron Julio Zarate y Justo Sierra. Parra, Aragón y Vera Estañol escri-
bieron sobre historia, después de México: su evolución social. Zarate en 1889
colaboró en México a través de los siglos para escribir sobre la guerra de Inde-
pendencia. En 1891 dio a conocer sus Elementos de historia general y en 1892
el Compendio de historia general de México para uso de escuelas. En una veta
más propia de la geografía publicó tanto el Álbum artístico y pintoresco de la
República Mexicana, como el Catecismo geográfico del estado de Puebla en 1878.
Por su parte, Justo Sierra escribió en 1888 Elementos de historia natural y, hacia
1893, Elementos de historia patria. Con fines didácticos se divulgaron el Cate-
cismo de historia patria así como los Cuadros de historia patria. Porfirio Parra
destacó en 1906 con el Estudio histórico sociológico de la Reforma en México y
en ese mismo año con el Plan para la historia del estado de Chihuahua. Agustín
Aragón escribió en 1911 La obra civilizadora de México y las demás naciones
en América Latina y Jorge Vera Estañol muchos años después, en 1957, Histo-
ria de la Revolución mexicana: origen y resultados. La escritura de la historia les
permitió en conjunto realizar diversas tareas: didáctica, de divulgación, de
consolidación de una historia abarcadora y general de México, de balance y
perspectiva sobre procesos más inmediatos como la Revolución mexicana;
y también incursionaron en la historia regional, como en el caso del doctor Parra.
Por otra parte, una contabilización rápida entre libros, revistas y documen-
tos, nos permite establecer una comparación interesante entre los colaborado-
res de México: su evolución social. Manuel Sánchez Mármol, Julio Zarate, Miguel
Macedo, Agustín Aragón y Jorge Vera Estañol, a pesar que incursionaron en
temas diferentes en sus publicaciones, coinciden en cuanto al número total de
libros: cinco para cada uno de ellos. Porfirio Parra (ocho),Carlos Díaz Dufoo
(ocho) y Ezequiel Chávez (siete) destacan como los más prolíficos en cuanto
al número de textos o libros publicados. En contraste Genaro Raigosa y Gil-
berto Crespo carecieron de obras amplias adicionales fuera de sus respectivas
colaboraciones en México: su evolución social. Bernardo Reyes (uno) y Pablo
36
Resulta de suma importancia destacar que se decidió omitir la obra completa de Justo
Sierra en la contabilización que aquí se realiza en torno a publicaciones, debido a que en sí
misma requeriría de un estudio preliminar. No fue considerada además debido a que hubiera
disparado las cifras y promedios que aquí presentamos.
49
Macedo (tres) se encuentran entre los autores más modestos. En cuanto a la
publicación en periódicos, revistas o boletines, destacó en particular la tra-
yectoria de Carlos Díaz Dufoo en 13 publicaciones diferentes. El resto de los
autores, sin tomar en cuenta a su director, quien nos hubiera disparado cual-
quier promedio, colaboraron en una media de 2.1 revistas. Las excepciones
fueron Genaro Raigosa, Bernardo Reyes, Gilberto Crespo y Jorge Vera Esta-
ñol. Finalmente, sólo Genaro Raigosa, Bernardo Reyes y Miguel Macedo
elaboraron documentos como un alegato, un proyecto de reglamento, y un
código y un reglamento, respectivamente.
Desde una perspectiva más sociológica, Ezequiel Chávez y Agustín Ara-
gón fueron autores preocupados por conocer y difundir el pensamiento de
autores como Comte, John Stuart Mill y Herbert Spencer. Es particularmente
notorio su interés por difundir aquellas partes de las obras referidas a la lógi-
ca y método de la sociología, los principios morales, y el estudio de la etología
o ciencia del carácter.
Una mirada al conjunto de los autores se encuentra además enmarcada
bajo ciertas coordenadas políticas insoslayables, entre las que destacó el auge
de la política científica hacia finales del siglo xix. Es ampliamente conocido que
ésta pretendía enfocar los problemas del país y plantear las estrategias de acción
de manera racional y sustentada en fundamentos científicos y técnicos. Defen-
dieron el principio de que los métodos de la ciencia podían aplicarse a fines
prácticos del desarrollo económico, la regeneración social y la organización po-
lítica y administrativa. Los fundamentos de esta manera de concebir el ejerci-
cio del poder tuvieron su origen en el periódico La Libertad, fundado entre
otros por Telésforo García, Francisco Cosmes y Justo Sierra, y cuya circu-
lación fue de 1878 a 1884. El problema medular planteado por la joven publi-
cación consistió en considerar que la Constitución de 1857 era el producto de
reflexiones abstractas y de la defensa de los derechos individuales; éste fue el
centro de la discusión con José María Vigil, liberal doctrinario. Esta publica-
ción defendió también los derechos de la sociedad, el orden y la paz. En la
perspectiva de Cosmes, la Constitución debía en todo caso garantizar los inte-
reses de la sociedad, así como el orden y la paz.
La tesis predominante a lo largo del porfiriato consistió en considerar a
la reforma constitucional como un instrumento de ajuste a las condiciones del
entorno sociopolítico, y cuya lectura entre los llamados científicos, varió entre
los argumentos para fortalecer el poder público en 1878 y para limitar las fun-
ciones del Ejecutivo hacia 1892 con la primera Unión Liberal. Con el ascenso
de Díaz al poder resultaba necesario fortalecer la figura del Ejecutivo después
50
del periodo de anarquía. Hacia el final del siglo xix, la tendencia apuntaba
hacia el acotamiento de sus funciones.
Se sabe que el liberalismo y el positivismo encontraron como punto de
identificación el principio constitucionalista para la reforma política y social. Sin
embargo la obra en análisis mostró cierta tensión entre estas corrientes, como
retrato fiel de su época. Frente a la perspectiva liberal, por lo menos en esta
obra de Julio Zarate, Jorge Vera Estañol y Manuel Sánchez Mármol, la ver-
tiente positivista del resto de los autores, a excepción de Reyes, compartieron
con sus contemporáneos los científicos la idea de que los fenómenos sociales
estaban sujetos a leyes invariables que era necesario descubrir con el claro obje-
tivo de prever la acción política. La política científica permeó con variantes al
conjunto de escritores que consideraron a la sociedad como un organismo en
evolución al que había que estudiar históricamente. Si las sociedades eran
organismos, la fase anárquica anterior a 1877 era lo que los sociólogos llama-
ban incapacidad orgánica que había sido paulatinamente remontada por la
adaptación de las condiciones naturales de la evolución y el progreso. Sin duda
el proceso de aceleración vivido en México en el último cuarto de siglo era pro-
ducto de la ciencia. Esta compleja combinación de principios sociológicos con
un contenido histórico muy particular, se constituyó en la columna vertebral
de la organización y escritura de una obra colectiva como la que se analiza.
Justo Sierra, cerebro de la publicación, le otorgó continuidad a un principio
esbozado al iniciar la década de 1890 con la primera Unión Liberal: en Méxi-
co se había consolidado el orden y la paz a consecuencia de que el Partido
Liberal se había vuelto un partido de gobierno. El impulso al desarrollo eco-
nómico, la reorganización administrativa, el fomento a la educación bajo una
perspectiva científica, eran los grandes motores del desarrollo. El paso si-
guiente no consistía en vigorizar la autoridad sino en asimilar, ahora sí, los
principios libertarios. Una vez más mediante la reforma constitucional se pro-
puso la creación de la figura de la vicepresidencia de la República, el estable-
cimiento de juicios por jurado en delitos de prensa y la inamovilidad de los
jueces, entre otros, siendo este último principio el único aprobado por la Cá-
mara de Diputados. Sin el consenso de todos los científicos, el reclamo de
libertades políticas es quizá el punto más persistente en el director de México: su
evolución social; el resto de los autores si bien no argumentaron en este sen-
tido tampoco escribieron una historia oficial, apologética del porfiriato como
se les atribuye. Sus balances en los más diversos ámbitos fueron moderados y
en algunos casos hasta pesimistas en cuanto al futuro como consecuencia del
peso de la historia... y de las razas.
51
No está por demás recordar que es imposible identificar al grupo positivis-
ta de México: su evolución social con los denominados científicos, que apo-
yaron el manifiesto de la primera Unión Liberal y, en un sentido amplio, el
movimiento de reforma constitucional. Son varios los criterios para la clasifica-
ción de los científicos figurando con mayor fuerza Justo Sierra, José Limantour,
Rosendo Pineda, Francisco Bulnes, Joaquín Casasús, y Pablo Macedo, Manuel
Flores, Emilio Pimentel, José María Gamboa y Emilio Pardo (hijo). William
Raat ha expuesto que ninguno de los llamados positivistas ortodoxos pudo ser
considerado como científico; entre ellos sobresalieron por lo menos tres de
los autores de México: su evolución social que fueron Parra, Aragón y Chávez.
Algunos científicos simpatizaban con el ideario positivista como Pablo y Mi-
guel Macedo así como Limantour, aunque este último fue más proclive a los
principios de la selección natural.
Finalmente es posible agregar un dato más que da cuenta del complejo
mosaico de autores integrado en la obra: el de los enfrentamientos tanto doc-
trinarios como políticos de Limantour con Agustín Aragón y Bernardo Reyes.
En 1898 Aragón consideró que Limantour no era un positivista, a pesar de
haber sido formado en esa tradición. Su juicio provenía de la identificación
del secretario de Hacienda con los principios spencerianos y darwinistas sobre
la evolución social que Aragón cuestionaba, en particular en cuanto a la vali-
dez absoluta de la analogía entre organismos sociales y naturales. A partir de
1901 en la Revista Positiva este debate se exacerbó cuando Limantour pronunció
un discurso durante el Concurso Científico Nacional que con claridad definió su
postura. Consideró a la evolución como un proceso de adaptación al medio y
sujeto a leyes generales biológicas y físicas que abarcaban a la naturaleza hu-
mana, y bajo las cuales tenía lugar un proceso de selección natural de aquellos
organismos mejor dotados para la sobrevivencia. Existía por tanto una espe-
cie de determinismo físico que permitía modificar el entorno. La sociología
debía indicar en qué momento de la evolución se podían independizar la ra-
zón de las fuerzas sociales tales como la raza, la geografía y el clima. Algunos
de estos argumentos evolucionistas se combinaron en la obra que se estudia,
con ciertos componentes de tipo moral y cultural referidos al temperamento
y carácter nacionales. Por último es ampliamente conocida la disputa a! inte-
rior del círculo de poder porfirista entre los científicos, en particular entre Li-
mantour y los seguidores de Bernardo Reyes, ministro de Guerra entre 1900
y 1902 y autor de la historia militar en la obra que nos ocupa. La confronta-
ción como posibles sucesores de Díaz o candidatos a la vicepresidencia se
empató con la segunda Unión Liberal Nacional que pretendió mostrar la orga-
52
nización y disciplina en la organización económica del país. Precisamente los
tres capítulos de Pablo Macedo en México: su evolución social, que curiosa-
mente aparecen fechados en 1903 y que se referían a comunicaciones y obras
públicas, la Hacienda pública y la evolución mercantil funcionaron como sus-
tento de dicho discurso. Una vez más se justificaba la reelección de Díaz a la
Presidencia con base en la estabilidad, la paz y confianza que había desperta-
do para la inversión extranjera. Pero el tiempo era otro, el de poner límites al
Ejecutivo, a través de la figura de la vicepresidencia, el de reiterar la inamovili-
dad de los jueces y el de impulsar a los partidos de oposición.
La exposición de otras obras vinculadas con la presente de manera inter-
textual, así como una mirada al colectivo que escribió México: su evolución
social, es el paisaje de un retrato que puede ser visto más de cerca. En la
aproximación siguiente será posible observar los rasgos que definieron el
perfil de una entidad apenas figurada. Su fisonomía estuvo dada por la argu-
mentación evolucionista, y el gran personaje fue el pueblo mexicano.
53
Capítulo II
55
anterior llevó al grupo de escritores a estudiar el cambio y un cierto proceso
de desarrollo en zonas muy particulares del organismo social mexicano, asu-
miendo que dichas transformaciones se hallaban en la naturaleza misma de
su objeto y que para un grupo de aquéllos, los cambios eran activados o acele-
rados por ciertas circunstancias históricas, o por factores de carácter climático
o racial. Otro agregado minoritario de escritores se quedó con una explicación
que fijó su atención en la naturaleza de la nación en ciernes, es decir en pro-
poner un discurso centrado en cómo ésta había surgido y en analizar su patrón
interno de desarrollo. Sin embargo, todos, en mayor o menor medida, acudie-
ron a factores históricos y a la consideración de las circunstancias para analizar
su tema particular.
Resulta necesario ubicar en un marco de referencia mayor el contenido
que esta metáfora ha tenido, pues sus elementos desagregados permiten com-
prender mejor sus alcances durante el siglo xix, contexto de la obra.37 Cuando
en la tradición de Occidente se habla de crecimiento y desarrollo, se hace
referencia a un concepto que proviene de la tradición griega y que tuvo pro-
fundo arraigo desde entonces: el estudio de la physis, corazón de la ciencia y
que para los romanos derivó en el concepto de naturaleza. Conocer la natura-
leza de un ser o abordar un objeto de la naturaleza o social, radicaba en explicar
cómo había crecido y cuál había sido el patrón que le era inherente o distinti-
vo. La ciencia, por tanto, se encargaría de encontrar la physis de cada cosa,
desentrañaría su condición de origen, las etapas sucesivas de desarrollo, los
factores externos o internos que lo afectaron, y lo que denominaríamos como
causa final, es decir lo que el objeto llegaría a ser, lo cual se encontraba conte-
nido desde su origen y que encerraba el propósito o sentido de todo el proceso.38
El impacto de la concepción griega de ciencia fue perdurable a la par de la dis-
tinción fundamental entre la llamada teoría del desarrollo y la historia. La
primera tuvo como fin explicar aquello que se encontraba en la naturaleza del
objeto, lo constitutivo de su estructura, es decir, analizaba lo que Aristóteles de-
nominó como lo necesario, mientras que la historia describía procesos particu-
lares ajenos a los patrones de desarrollo y por lo tanto, se refería a lo contin-
37
Las ideas siguientes, referidas a las teorías de la evolución social, pueden consultarse en
los textos Robert Nisbet, Social change and history. Aspects of the western theory of development;
Leslie Sklair, The sociology of progress; Don Martidale The nature and types of sociological the-
ory; Werner Stack, The fundamental forms of sociological thought; Kenneth Bock, "Teorías del
progreso, el desarrollo y la evolución", y Anthony Giddens, "El positivismo y sus críticos", en Tom
Bottomore y Robert Nisbet, Historia del análisis sociológico.
38
Robert Nisbet, "Civilization as growth in time: the biography of a methaphor", en Social
change and history, op. cit., p. 27.
56
gente. Mientras que la ciencia y la teoría del desarrollo se ocupaban de lo
normal, de lo general, la historia explicaba la especificidad e irrepetibilidad
de los hechos. Mientras que la teoría del desarrollo analizaba procesos lentos,
continuos, graduales y acumulables en el tiempo, la historia destacaba el perfil
único del acontecimiento, así como su genealogía y la de las personas. Estas
diferencias serían cruciales para comprender que tanto para la teoría del de-
sarrollo como en la historia, la mirada estaba puesta en el pasado, pero su
búsqueda era diferenciada. La historia ha pretendido fijar en tiempo y espa-
cio a personas, acontecimientos, sucesos. La teoría del desarrollo tanto de los
fenómenos naturales como de los sociales, centra su atención no en los suce-
sos, sino en el patrón de evolución en el largo plazo y, en consecuencia, en el
análisis de las condiciones potencialmente inherentes al objeto. En particular,
se interesa por los cambios o transformaciones del mismo. La filosofía griega
desarrolló fundamentalmente esta última vertiente.
Las teorías del desarrollo sufrieron lo que Nisbet denominó una expan-
sión en su espectro de análisis durante los siglos xvii y xviii. Desterrada la
explicación del motor de la historia a partir de la Providencia, el progreso se
refería entonces no sólo a la acumulación del conocimiento humano a través
de las generaciones sino que contemplaba además la evolución de numerosas
instituciones vinculadas con la economía, el gobierno, la cultura y la moralidad.
El concepto de civilización, más que el de conocimiento, se consolidó como
consecuencia de la ampliación de la metáfora del desarrollo, lo que significó
impulsar un espíritu científico dispuesto a desentrañar las potencialides y el
patrón de desarrollo tanto de la naturaleza como del mundo humano. Lo ante-
rior significó extender una concepción lógica que generalizaba un recurso
explicativo en nuevas zonas del saber. Si para Fontanelle y Leibnitz el progre-
so no sólo era un proceso cierto sino además necesario, la gran tarea civiliza-
dora sobre la que reflexionaron filósofos, economistas y teóricos sociales
consistía en diluir los obstáculos que limitaban su marcha, de ahí el interés por
desentrañar por qué la tradición, la aristocracia, la Iglesia y los gobiernos
absolutos eran las grandes remoras del desarrollo. Se trató entonces de llevar a
cabo en la sociedad lo que se encontraba latente en la naturaleza de las cosas,
tanto las de la naturaleza como las de la sociedad.
Los antecedentes más inmediatos de las teorías sobre la evolución social
y el progreso que impactaron en la sociología y la historia del siglo xix se
encontraban en la famosa querella entre los antiguos y los modernos hacia la
segunda mitad del siglo xvii, cuando Fontanelle retomó el pensamiento aristoté-
lico sobre la naturaleza como un conjunto ordenado, continuo, con un fin y
57
teniendo como rasgo inherente al cambio. El pensamiento moderno se propu-
so mostrar que los productos culturales y científicos de su siglo eran superiores
a los antiguos y que además debían de serlo. Esto no significaba simplemente
que las cosas mejoraran con el tiempo sino que existía una entidad que a lo
largo de las épocas había desplegado cierta potencialidad y se había realiza-
do. Dicha entidad era el "espíritu humano", el cual se había transformado
con el tiempo y el cambio se entendía como algo lento, gradual, marcado por
etapas o fases de desarrollo, más que por sucesos. El cambio era considerado
como algo "natural" en la acepción que Aristóteles le concedió al término, es
decir era previsible, normal, inherente a las cosas y en ese sentido, necesario.
El siglo xviii también marcó el origen de las reflexiones no tanto sobre la
evolución del conocimiento sino en particular sobre las causas de las transfor-
maciones y el progreso de las instituciones sociales. La teoría de la evolución so-
cial se fundamentó en la existencia de una naturaleza humana, en obras como
las de Turgot y Condorcet, quienes, con sus respectivas diferencias, explica-
ron los cambios de dichas instituciones. Consideraron que la existencia de
diferencias entre las culturas no se debía a variaciones de especie, sino que
dependían de un largo y continuo proceso civilizatorio. En la formulación de su
teoría del desarrollo o la evolución social, Turgot consideró que el espíritu
humano contenía en todas partes los gérmenes del mismo progreso. Condor-
cet, por su parte, organizó su historia de la evolución delimitando etapas o
estadios, no a partir de acontecimientos concretos de pueblos determinados,
sino construyendo lo que él llamó "la historia hipotética de un pueblo único".
Bajo este criterio, escogió acontecimientos históricos de culturas muy diversas,
los comparó, ordenó y combinó en un orden progresivo.39 Esta perspectiva
abstracta sobre la historia y, en consecuencia, su tratamiento filosófico, así
como la herencia de las llamadas teorías del progreso y la evolución, serían
las influencias dominantes de la manera en que Saint Simon, Comte, Spencer
y también Darwin explicaron en sus respectivas teorías la evolución en la so-
ciedad y en la naturaleza durante el siglo xix.
El estudio del progreso en la civilización fue otro de los temas centrales
en las reflexiones de filósofos como Hegel o Herder quienes hablaron de la
infancia, juventud, madurez y decadencia como etapas fijas que no se referían
al desarrollo de pueblos en lo particular, sino a las aportaciones del conjunto
de la humanidad en un proceso de más largo alcance. En esencia, ésta fue la
39
Leslie Sklair, "The history of the idea of progress" y "Progress and the european enlightment",
en op. cit., pp. 3-33.
58
perspectiva sobre el progreso que también dominó durante el siglo xix. Vale
la pena tenerlo en mente, pues con frecuencia se olvidan las muy profundas
raíces de estas teorías. No está por demás recordar que ni Comte ni Spencer,
a pesar de los estudios etnográficos que este último emprendió, buscaron la apli-
cación a pueblos concretos de la ley de los tres estadios de desarrollo, o bien,
el principio general de integración de la materia y disipación del movimiento al
que se refirió Spencer como evolución. Darwin, por su parte, tampoco se
ocupó de todas y cada una de las especies que habían existido, sino de anali-
zarlas en un proceso de evolución más general de transformación de aquellas
que habían sobrevivido. En términos sociológicos, Spencer y, de manera par-
cial, Comte utilizaron en todo caso la evidencia empírica (la información etno-
gráfica y la investigación histórica) para formular tipos sociales. Esto implica-
ba utilizar el mismo artificio que Condorcet al escribir la historia hipotética
de un pueblo hipotético, para explicar la evolución y el desarrollo hipotéticos de
la humanidad. Partieron por lo tanto de un supuesto simple pero congruente:
todos los pueblos ocupaban un lugar en la línea de evolución de las civiliza-
ciones. Spencer, por su parte, no explicó procesos evolutivos divergentes. En
su clasificación de las sociedades en simples, compuestas, doblemente y triple-
mente compuestas, su objetivo era mostrar la ubicación de diversas civilizacio-
nes de todos los tiempos en una sola línea evolutiva, mas no demostrar que una
misma civilización había recorrido las etapas previstas, ni tampoco que esta-
ría presta a recorrer las futuras. Este punto será fundamental para compren-
der la manera particular que en México: su evolución social fue planteada la
relación entre historia y sociología.40
Los antecedentes que se han enumerado permiten aclarar uno de los malen-
tendidos más comunes en la historia del pensamiento sociológico del siglo xrx y
que se refiere a asumir que la teoría de la evolución social derivó del plantea-
miento darwiniano, de las ideas del evolucionismo en la biología. Autores
como Comte, Spencer, Hegel o Marx, Henry Maine, Edward Taylor o Lewis
Morgan desarrollaron sus planteamientos siendo herederos a la par de Darwin,
de las teorías del desarrollo más arriba descritas. Ninguno de los autores ante-
riores dio evidencia en sus obras de ser deudor de este último. El mérito de
Darwin no fue crear la teoría de la evolución, sino aportar fundamentos para
ella. Existe además una distinción fundamental entre la teoría de la evolución
biológica y la teoría de la evolución social que por lo general se diluye, al asumir
que ambas compartieron teoría y método. No fue así, salvo en la pretensión
40
Kenneth Bock, "Teorías del progreso, el desarrollo y la evolución", pp. 59-104.
59
de las nacientes disciplinas sociales de fundamentar su estatus de verdad en
criterios provenientes de las ciencias naturales, o bien en la consideración de la
sociología, particularmente para Spencer, como una continuación de la biolo-
gía. Sus divergencias de fondo consistieron en el enfoque y perspectivas carac-
terísticas de cada una de ellas: la teoría de la evolución social en el siglo xix
conservó su perfil como una perspectiva tipológica referida al comportamien-
to normativo e institucional de los seres humanos a través de categorías tales
como la familia, la nación, la religión, las clases sociales, el parentesco, la cul-
tura, las leyes, la sociedad u otras estructuras sociales. Permitió desarrollar un
modelo de pensamiento que continuó una tradición del siglo xvm: la historia
abstracta o natural divorciada de la particularidad de los acontecimientos, accio-
nes, personajes, lugares y periodos, entraña del discurso de la llamada historia
convencional. La teoría de la evolución biológica se sustentó en la teoría del
desarrollo como modelo. A diferencia de la evolución social, aquélla derivó
en un tipo de evidencia de carácter estadístico cuyo ejemplo más representa-
tivo consistió en la sustentación del principio de selección natural.41 En el
pensamiento de Darwin fueron combinadas las ideas de desarrollo progresivo
y continuo, sin saltos, junto con la descripción de ciertos fenómenos orgánicos
compuestos de particularidades que sólo podían ser descritos colectivamente
en un lenguaje de abstracción estadística, como lo fueron los promedios. En
su tiempo, Darwin combinó principios fundamentales de la evolución con su-
ficientes datos que parecían confirmarla. Sostuvo que en su sentido literal, el
concepto de selección natural podía prestarse a cierta confusión, pues el tér-
mino de selección se interpretaba como una elección consciente o producto
de un diseño previo (de origen divino o no) en el mundo animal, incluyendo al
hombre.42
La influencia de Spencer en este discurso evolucionista ha sido clarificada
en un famoso ensayo de 1852 a partir del cual el sociólogo inglés sostuvo que
toda especie de origen animal o vegetal, ubicada en condiciones diferentes a
las de su origen, inmediatamente comenzaba a desarrollar características que le
permitían adaptarse a las nuevas circunstancias. A la par de Darwin, Spencer
41
Robert Nisbet, "The theory of social evolution", pp. 159-188.
42
Es famoso su ejemplo sobre la evolución de las jirafas: su largo cuello no era el resultado
de una acción intencionada sino que simplemente tenía un valor de sobrevivencia por lo que
estas jirafas fueron naturalmente seleccionadas. La acumulación de pequeñas variaciones en el
proceso evolutivo, ya fuera de la longitud del cuello de una especie animal, o bien de los órga-
nos que posibilitaban el habla en los humanos, representaban una mayor capacidad de adaptación
de los organismos en sus respectivos ambientes.
60
fue un evolucionista lamarckiano, pues los dos aceptaron el principio sobre la po-
sibilidad de heredar entre generaciones las características adaptativas desarrolla-
das. Asimismo, ambos cobraron distancia de Lamarck en relación con la existencia
de un plan especial de la creación. Darwin y Spencer compartieron otra influen-
cia poderosa en sus respectivas obras: la de Thomas Malthus, quien bajo el
principio de la sobrevivencia de los más fuertes, consideró problemático con-
trolar el crecimiento geométrico de la población, frente al crecimiento sólo arit-
mético de los alimentos. En el libro El progreso: sus leyes y causas, de 1857, Spencer
explicó las consecuencias vitales de este proceso: la subsistencia y extinción
de ciertos grupos sociales. Mientras que este último autor sostuvo que el pro-
greso y la evolución eran conceptos equivalentes que significaban la integra-
ción, posteriormente la diferenciación de los organismos, y por tanto el paso
de lo homogéneo a lo heterogéneo, Darwin también identificó ambas catego-
rías y consideró que la evolución de las sociedades animales y humanas consis-
tía en el conjunto de mecanismos que aseguraban que los ejemplares fuertes
tuvieran amplias posibilidades de propagarse, mientras que otros fracasaban
en la búsqueda de parejas que permitieran preservar la especie. Lo interesan-
te de la argumentación darwiniana sobre el progreso radicó en evitar conside-
rarlo como una ley inevitable. Resultaba difícil, afirmaba, explicar las razones
del encumbramiento de una nación civilizada frente a otras, pero arrojó una
respuesta poco apreciada por sus múltiples lectores: el progreso sí dependía del
crecimiento de una población, y fundamentalmente de sus esfuerzos para
desarrollar facultades morales e intelectuales, de tal forma que la estructura
corporal en sí, parecía tener una influencia escasa.43
43
Leslie Sklair, "Progress and evolution", pp. 56-71. Vale la pena mencionar que la discusión
de la obra de Darwin en México tuvo como uno de sus escenarios dominantes la Asociación Meto-
dófila Gabino Barreda. Este último opinó que si bien el científico inglés había hecho importantes
contribuciones a la teoría de la evolución, no había logrado demostrar las leyes que supuestamen-
te derivó de la observación de los hechos. Manuel Flores y Porfirio Parra cuestionaron seriamente
los planteamientos del maestro Barreda. En nuestro país se identificó al darwinismo social como
una teoría derivada del principio de selección natural en la que se consideró a ciertos individuos,
razas y pueblos más aptos para sobrevivir en la lucha universal por la existencia. Por su parte,
Francisco Bulnes, en su obra El porvenir de las razas en América Latina, consideró al indígena
como biológicamente inferior, dado que la superidad racial era el producto de la dieta: no eran
lo mismo el trigo que el débil maíz. Entre los autores de México: su evolución social que asumie-
ron una posición crítica en el debate sobre el darwinismo se encontraban Miguel Macedo, quien
aceptó el determinismo pero no por causación física sino social, y Justo Sierra, para quien el
indio no era inferior por la raza sino por las condiciones sociales que podían modificarse median-
te la educación. Al respecto pueden consultarse Roberto Moreno, La polémica del darwinismo
en México, Siglo xix, y de William Raat, El positivismo durante el porfiriato 1876-1910.
61
Vale la pena desagregar cuáles fueron las características más representa-
tivas de la teoría de la evolución social dominante durante el siglo xix en otro
conjunto de autores y obras. Diferentes teóricos rastrearon la evolución de
diversos tipos de entidades, por ejemplo, Comte analizó la evolución y trans-
formaciones del conocimiento humano, Marx estudió la evolución de los mo-
dos de producción, Spencer planteó su sociología a partir del desarrollo de las
diversas instituciones sociales, Morgan privilegió la evolución del parentesco,
la propiedad y el gobierno civil, o en el caso de Tocqueville, la entidad, cuyo pro-
ceso evolutivo que se analizó fue la democracia. Uno de los conceptos que mejor
permitía construir la evolución de esta gama de entidades, radicó en el con-
cepto de cambio social, al cual se le atribuyeron ciertos rasgos generales amplia-
mente compartidos por autores tan diversos. En este contexto el concepto de
cambio social tuvo como componente el ser calificado como natural, direccio-
nal, inmanente, continuo y necesario, entre otros. El cambio era natural en la
entidad observada, era inherente a la misma. Si se partía de un supuesto bási-
co de estabilidad social, afirmaron, lo normal era una transformación gradual
del objeto en estudio a lo largo del tiempo. Para Comte, por ejemplo, dejó de
tener sentido la dicotomía orden-cambio social: propuso la presencia del cam-
bio, al cual llamó progreso e integró ambas dimensiones en las dos ramas fun-
damentales de la sociología: la estática y la dinámica sociales. Numerosos
pensadores del siglo xix asumieron que el cambio era la consecuencia de una
serie de fuerzas internas, inmanente, una función propia de la entidad estudiada.
De ahí que visto en retrospectiva, el proceso de cambio en una entidad deter-
minada pareciera direccional. Si el cambio podía entenderse como la sucesión
de las diferencias a lo largo del tiempo, en un contexto de persistente identi-
dad del objeto, autores como Spencer establecieron una dirección en el proce-
so de evolución al referirse al paso de lo homogéneo a lo heterogéneo. En la
obra de Durkheim se apreciaba el tránsito de la solidaridad mecánica a la orgá-
nica, y en Comte, la evolución del conocimiento al referirse a la ley de los tres
estadios. Todos ellos estaban conscientes de la existencia de eventos, acciden-
tes e interferencias que podían acelerar o frenar la evolución, y no se dedicaron
al estudio de este complejo contexto propio de la historia y de la geografía: el
estudio del cambio privilegió la dimensión interna, natural, propia del objeto.
El cambio era inmanente dado que existía un patrón de crecimiento cuyo
desenvolvimiento era similar al de un organismo vivo, de ahí el peso de esta
metáfora.
El cambio también fue considerado como continuo, persistente y cuya
apreciación era posible de manera acumulada en el tiempo. Si se daba por
62
existente un patrón interno de crecimiento y existía una secuencia lógica de
pasos en cada etapa, es obvio concluir sobre la necesidad de esta secuencia
dada la naturaleza del sistema. En el caso particular de Comte, el desarrollo del
conocimiento de la fase religiosa a la metafísica y finalmente a la científica era
necesario si nos atenemos al patrón inherente a la evolución de la mente hu-
mana. Asimismo, en la clasificación que propuso para las ciencias, la física debía
preceder a la química y ésta a su vez a la biología que era la antecesora de la
sociología, debido a que era necesaria la sucesión de niveles o grados de depen-
dencia conceptual entre estas ciencias, a pesar de la autonomía de sus respecti-
vos objetos de conocimiento. El concepto de necesidad se definía en relación
a la estructura de la entidad en desarrollo y quedaba desprovisto de cualquier
implicación providencialista.
Hacia mediados del siglo xix, con la era victoriana, se inauguró un clima
de estabilidad relativa que explicó los extraordinarios esfuerzos de síntesis del
conocimiento y que ubica la discusión entre cambio social y orden. Fue la épo-
ca de Comte, Marx, Darwin y Mill. El realismo sustituyó paulatinamente al
romanticismo en la literatura y en las artes; la ciencia ocupó un papel central en
la comprensión del mundo circundante. Asimismo, las visiones utópicas de la
política y la sociedad sufrieron un duro revés con el fracaso de la revolución
de 1848. El auge de la perspectiva realista del mundo, condujo al ascenso de
la sociología como nuevo saber que cuestionó, sólo en parte, la tradición libe-
ral racionalista de la Ilustración, ya que replanteó el problema de la estabilidad y
el orden como consecuencia de la desintegración que tanto la Revolución Indus-
trial como la Revolución francesa habían traído consigo. El origen de la nue-
va disciplina se vio marcado por un debate sobre la tensión existente entre el
orden y el cambio social, condiciones necesarias de reproducción social y
cultural. La escritura de la historia también se vio fuertemente influida por las
teorías de la evolución social y el progreso, así como por la creencia en la fun-
damentación de su explicación sobre bases científicas. En su vertiente socioló-
gica, la teoría de la evolución social tuvo gran impacto en las obras de Comte
y Spencer.44
44
Sobre el surgimiento de la sociología y la historiografía positivistas pueden consultarse
Robert Nisbet, "Las ideas elementos de la sociología y "Las dos revoluciones", en La formación del
pensamiento sociológico, t .1, pp. 15-60; de Roland Stromberg, "Ideologías clásicas de mediados
del siglo xix: Mili, Comte y Darwin", en Historia intelectual de Europa desde 1789, p. 147-211;
de Mark T. Gilderhus, "Phylosophy of history. Analytical approaches", en History and Historians.
A historiographical introduction, pp. 71-87; y de Michael Bentley, Modern Historiography.
63
Encabezada por el positivismo de Auguste Comte (1798-1857), el organi-
cismo de Herbert Spencer (1820-1903), y las reflexiones de Emile Durkheim
(1858-1917) sobre los problemas de la integración social, la aparición de la
sociología reflejó la preocupación por lograr la fundamentación de un saber
que permitiera no sólo sustituir las teorías filosóficas abstractas, sino también
crear una disciplina de observación capaz de proporcionar a la política un ins-
trumento controlado y eficaz, un conocimiento de la sociedad que debía ser-
vir para la administración correcta de la misma. La sociología, en sus inicios,
se planteó como problema el hacer inteligibles los conflictos de las sociedades
industriales en ascenso, derivados de una larga, contradictoria e inconclusa
transición de la comunidad a la modernidad. La complejidad social hacía ne-
cesario un mayor conocimiento para la organización de las nuevas colectivi-
dades.
El positivismo se remonta a los escritos de Comte de los años veinte del
siglo xix, cuando aún trabajaba para Saint Simon. Lo esencial de la filosofía
positivista se publicó en seis volúmenes entre 1830 y 1842. Parcialmente olvida-
do durante la exaltación romántica revolucionaria de las décadas de los treinta
y de los cuarenta, el positivismo surgió algo modificado y se convirtió en la
ortodoxia intelectual predominante entre 1851 y 1870, difundiéndose además
en Inglaterra gracias a John Stuart Mill. Comte experimentó la necesidad de
emprender una reconstrucción completa de las ideas para reemplazar la "anar-
quía intelectual" producida por las revoluciones; compartió con Saint Simon la
inquietud por fundar una nueva ciencia de la sociedad basada en los datos
positivos, en el método científico y en la construcción de explicaciones que no
se remitieran a las causas últimas, sino a las relaciones necesarias entre fenó-
menos empíricos.
Así, los hombres de la época moderna se preocuparían por indagar no el
porqué de los hechos, sino el cómo de los mismos, partiendo además de la exis-
tencia de la ley de los tres estadios de desarrollo intelectual de las sociedades.
En Comte la transformación del sistema de creencias era la base del cambio
social, lo cual significaba que el progreso consistía en la evolución del cono-
cimiento, entraña de la evolución social. Si las sociedades eran el producto de
una comunidad de ideas, la reorganización intelectual era el fundamento de la
reorganización social, lo que implicaba la conciliación y superación de las eta-
pas teológica y metafísica. El estado positivo del conocimiento humano signi-
ficó abandonar los factores sobrenaturales y los metafísicos como fuente de
explicación del mundo circundante, para centrarse en la búsqueda de leyes
naturales invariables que gobernaban los fenómenos sociales. Comte fue uno
de los autores que con cautela utilizaron el organicismo que equiparaba el de-
64
sarrollo de la sociedad con el de otras entidades vivas de la naturaleza. Aceptó
la concepción de la sociedad como un organismo integrado, cuyos componen-
tes (analíticos) fundamentales no se podían separar ni cambiar arbitraria-
mente, ya que hacerlo significaría destruir la compleja interdependencia del
tejido de la vida social. La sociedad era una totalidad orgánica con funciones
interdependientes y superior a los individuos, con lo que rechazaba la concep-
ción contractualista sobre el origen de la sociedad. De esta manera, el organis-
mo social tenía como sustento el orden institucional que encarnaba un con-
junto definido de contenidos culturales de carácter científico, propios de la
modernidad.45
Para este autor, mientras que el enfoque de la estática social en la sociolo-
gía pretendía conocer el orden, estabilidad y equilibrio de las sociedades (leyes
de coexistencia, estructuras y funciones), la dinámica social se enfocaba en el
estudio del progreso, sus fases, causas y manifestaciones (leyes de sucesión de
los fenómenos sociales). Cabe señalar que en la dimensión no filosófica sino
en la utópico-religiosa de su pensamiento, propuso la construcción de una
sociedad positiva, para lo cual formuló todo un proyecto de reforma social y
de creación de una nueva comunidad. La libertad estaba íntimamente ligada a
la pertenencia a esta comunidad; no era una libertad de y para, sino una liber-
tad a través de la creación de un nuevo ser humano. Comte planteó el progre-
so con la esperanza de volver a dar lugar a un universo de creencias, ahora
fincadas en la ciencia. Mediante la creación y reconstrucción de las pautas de
la jerarquización, superioridad y sumisión, confiaba en crear un nuevo hogar
espiritual para el individuo, un núcleo que antes tenía la explicación religiosa.46
45
Augusto Comte, "Plan de trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad",
"Curso de filosofía positiva" y "Discurso sobre el espíritu positivo", en La filosofía positiva; y
de Francis Sidney Marvin, Comte.
46
Uno de los principios fundamentales del positivismo consistió en lo que Von Wright
denominó como monismo metodológico, es decir, la idea sobre la unidad del método científico
por entre la diversidad de objetos temáticos de la investigación científica. El positivismo con-
sideró como válida la aplicación de dicho método, independientemente de la particularidad del
objeto de estudio que la disciplina abarcara. Afirmó además que las ciencias naturales y en par-
ticular las ciencias denominadas como exactas, como la matemática o la física, establecían un
canon o ideal metodológico que medía el grado de desarrollo o perfección de todas las demás
ciencias, incluidas las humanidades. Una de las características dominantes del positivismo ha
radicado en el tipo de explicación que propone para los fenómenos naturales o sociales: la cau-
salidad que bajo el llamado modelo denominado con posterioridad como nomológico-deduc-
tivo implicó la subsunción de casos individuales bajo leyes generales, el estudio de los casos o
fenómenos en lo particular, a la par de las condiciones en las que se había generado. Sobre este
tema y en relación con las diferencias entre la explicación causal y la teleológica puede consul-
tarse de Georg Henrik von Wright, Explicación y comprensión.
65
En el caso de Herbert Spencer, el énfasis de su análisis no versó tanto en
las cuestiones del método de la sociología como en la definición de ésta como
una teoría de 1a evolución social. Estaba convencido de que todos los fenóme-
nos inorgánicos, orgánicos y societales experimentaban evolución, involución
o disolución en todo el universo. En el mundo de la naturaleza y en el humano,
existía una redistribución incesante de la materia y el movimiento. La evolu-
ción consistía en la integración de la materia y la disipación concomitante del
movimiento. Durante este proceso, la materia pasaba de una homogeneidad
incoherente e indefinida a una heterogeneidad coherente y definida, lo que impli-
caba el cambio progresivo, y una integración y diferenciación (de estructuras
y funciones) crecientes. La sociología consistía en el estudio de la evolución
en su forma más compleja; era una especie de historia natural de la sociedad,
de su crecimiento, estructuras y funciones. Definió a la sociología como la
extensión natural de la biología: donde ésta culminaba (el individuo), aquélla
iniciaba su objeto de estudio. Acusado frecuentemente de individualista, en
particular en su estudio del Estado como subsistema social, su concepción de
la sociedad no se identificó con el contractualismo, sino que comprendió el
sentido de las acciones de los individuos, sólo en el contexto de una organiza-
ción social.
En la mejor tradición positivista, asumió para la sociología la tarea de
descubrir las leyes de los fenómenos sociales del mismo modo que las ciencias
naturales lo planteaban para sus objetos de conocimiento. A la par de Comte,
confió en la observación y el método histórico comparativo como componen-
tes del método de investigación sociológica, y si bien realizó amplias investiga-
ciones etnográficas, no pretendió mostrar la validez de las leyes de evolución
social en pueblos particulares, sino ubicarlos conforme a una línea definida de
evolución en el proceso civilizatorio. De ahí su clasificación de las sociedades
de acuerdo con su grado de composición en simples, compuestas, doble o tri-
plemente compuestas. También clasificó a las sociedades con arreglo a su nivel
de organización en predominantemente militares o industriales. Spencer ela-
boró tipologías que caracterizaban a cada uno de estos modelos sociales y
vivió lo suficiente durante el siglo xix y en los albores del xx para percatarse
de que los procesos sociales e históricos de final de siglo derivaron en realidad
en fórmulas de organización social que mezclaban componentes de sus dos
modelos.47
47
Estas ideas provienen de los siguientes ensayos de Spencer: "What is society?", "A soci-
ety is an organism", "Social growth, Social structures y Social functions", en The evolution of
society, Selections from Herbert Spencer's Principles of Sociology.
66
Para varios pensadores del siglo xix, entre ellos John Stuart Mill y por su-
puesto Spencer, la finalidad del progreso, y en este caso de la evolución, fue el
firme y cada vez más amplio avance de la libertad individual en todo el mundo.
Los evidentes adelantos en los conocimientos humanos y en el dominio del
hombre sobre el mundo natural, atestiguaban la realidad del progreso. Para
que se siguieran produciendo tales adelantos era necesario suprimir absolu-
tamente todas las trabas que limitaran la libertad de pensar, trabajar y crear.
Para ellos, el criterio del progreso estaba dado por el grado de libertad de que
gozaba cada pueblo o nación. Dentro de esta corriente, Stuart Mill consideró
que la libertad no debía de ser extendida a todo el mundo; quedaban excluidos
los subnormales, los que no tenían la mayoría de edad, y los pueblos que no
habían alcanzado el nivel de la civilización occidental. Se pronunció por el
desenvolvimiento cada vez mayor de la libertad para la consecución del pro-
greso, ya que gracias a éste las desigualdades entre los individuos y las nacio-
nes acabarían desapareciendo, con excepción de las desigualdades naturales o
creadoras. Esto suponía que el grado de progreso en las convicciones intelec-
tuales de la humanidad determinaba el grado de progreso humano en todos
los aspectos.
Para Spencer, todas las formas de autoritarismo, racista, religioso, moral o
político, estaban destinadas a desaparecer, del mismo modo que los organis-
mos homogéneos estaban destinados a ser desplazados por los heterogéneos.
En Spencer, el progreso no era un accidente; no era algo que estuviera bajo el
control de los hombres, sino que era una beneficiosa necesidad. Para Turgot y
Spencer, la libertad suponía ser libre de cualquier tipo de opresión política o
religiosa, y también libre para desplegar las facultades y el talento individual,
con el mínimo posible de limitaciones a la acción. En contraparte, los concep-
tos de progreso y libertad en Comte y Gobineau se entendían como algo que
sólo podía obtener quien fuera miembro de determinado grupo o comunidad,
a través del poder absoluto, si era necesario. Se trataba de un poder de un tipo
que raras veces había aparecido antes en la historia. Un poder que no trataba
tanto de limitar o constreñir el campo de las acciones humanas, como de diri-
gir y dar forma a la conciencia humana.48
48
Robert Nisbet, "El triunfo de la idea de progreso", en Historia de la idea de progreso.
67
LA EVOLUCIÓN SOCIAL: DEL ORDEN Y LA REGULARIDAD
A LA MODIFICABILIDAD Y ADAPTACIÓN
49
Justo Sierra et al, "Al lector", México: su evolución social, t. 1, vol. i.
68
los cambios, pero no intentaron hacer previsiones. Quienes escribieron la
obra aplicaron una perspectiva predominantemente inductiva para la compa-
ración entre las diversas etapas del acontecer histórico mexicano, con el claro
propósito de caracterizar la particularidad del proceso. La dimensión socioló-
gica de su estudio, bajo un criterio deductivo, radicó en utilizar leyes de la
evolución orgánica como parte de su marco interpretativo, como un telón de
fondo desde el cual se realizó cada uno de los estudios integradores de la obra.
Bajo esta tendencia que delineaba la existencia de leyes necesarias de la
evolución social, fue notable que los autores le otorgaran un peso relativo
diferente a elementos como el conocimiento y la ciencia, el clima, la raza o las
circunstancias históricas concretas que explicaban las posibles causas de los cam-
bios del organismo social mexicano. Este agregado de factores también permi-
tía distinguir entre las regularidades que presentaba el proceso de evolución,
y que eran explicables a partir de dichas leyes, y el conjunto de factores que
afectaban la intensidad con que ciertos fenómenos se presentaban. A este
último proceso varios de los autores lo denominaron como modificabilidad,
concepto que también utilizaron para mostrar las variantes históricas, físicas
o culturales bajo las cuales las leyes de la evolución se manifestaban en nues-
tro país. A la manera del resto de Occidente, partieron de estas leyes genera-
les de evolución para describir una entidad abstracta como lo fue la nación o el
pueblo mexicano. Sin embargo, buscaron, a diferencia de los teóricos europeos,
darle un contenido histórico muy específico a este proceso y a cada uno de sus
componentes. Lo anterior explica el fuerte vínculo que establecieron entre
sociología e historia.
Existen varios ejemplos de las ideas evolutivas apegadas a una teoría sobre
la evolución social, guiadas por la existencia de principios o leyes generales.
Todos los autores positivistas de esta obra coincidieron en sus ideas sobre la
relación entre las leyes generales y el grado de modificabilidad de las mismas.
Sin embargo, los elementos que conducían a la modificación o la adaptación de
dichas leyes generales eran de signo diferente. En el caso de Parra, Aragón,
Crespo y Pablo Macedo, se afirmaba la existencia de dichas leyes y privilegia-
ron en sus estudios la manera en que su conocimiento, bajo los parámetros de
la ciencia, posibilitaba influir y en alguna medida acelerar la evolución social.
Por su parte, Díaz Dufoo, Chávez y Raigosa, aunque aceptaron la existencia
de dichas leyes, consideraron más las limitaciones con las que se topaba la
evolución, de ahí que se referían a factores ambientales y raciales que modifi-
caban su flujo natural. Todos mencionaron las condiciones particulares en que
las leyes de la evolución funcionaban y se modificaban en alguna medida, ya
69
fuera bajo la posibilidad de manipularlas, o bien mostrando los problemas del
entorno que las entorpecían.
Porfirio Parra incorporó a México: su evolución social toda una reflexión
sobre el concepto de ciencia, entonces muy generalizado. Le otorgó una gran
importancia, ya que el conocimiento de las leyes que regulaban los fenóme-
nos naturales y sociales abría la posibilidad de moldearlos. En el texto en que
relató la historia de la ciencia en México, se encuentra una metáfora organi-
cista que equipara a la agrupación humana constituida en nación como una
entidad sometida a leyes análogas a las que regían la vida de un individuo. A
ambas se les podía señalar un origen, un periodo de crecimiento y auge, luego
uno de decadencia que terminaba en la muerte y la disolución. La historia
aparecía como la responsable de describir este amplio proceso evolutivo, de
relatar los sucesos de la vida humana colectiva, y era el conjunto de las cien-
cias que le servían de base: la astronomía, la geología, la biología y la sociolo-
gía, la cual estudiaba los agregados humanos en su estado actual, así como los
pasados. También se encontraba abocada al estudio de las estructuras sociales y
su proceso de diferenciación.50
La escritura de la historia que Parra emprendió parte de considerar a la
ciencia como un elemento de las llamadas estructuras espirituales, en el ámbi-
to de la estática social, y establece una periodización entre el origen y el llamado
momento actual (el porfiriato) basada en lo que consideró como el factor o
causa impulsora de su transformación: la incipiente pero continua separación
entre la ciencia y la teología, el deslinde necesario entre la existencia de un
cuerpo de conocimientos comprobables, sujetos a los rigores de un método y
expuestos con precisión y claridad, frente a la escolástica que pretendía llevar
al hombre hacia la comprensión de la verdad revelada, mediante el ejercicio
de la actividad racional y teniendo como límite el dogma. Lo anterior le per-
mitió al autor referido establecer tres grandes etapas en el desenvolvimiento
de la ciencia en México: la escolástica, que abarcaría el siglo xvi y las primeras
décadas del xvn; un periodo denominado como de transición, entre 1670 y
1788, impulsada ésta por el ascenso de la dinastía Borbón en España, y una
última denominada como la faz independiente de la ciencia mexicana, con dos
épocas demarcadas. Parra afirmó:
70
brenaturales de la Revelación, ya empleando, aunque con el carácter de mero
auxiliar, dispuesto a someterse a los dictámenes de la fe, las luces de la razón.
La ciencia por su parte, se ha apropiado el conocimiento fenomenal del mun-
do, las modificaciones de las cosas que nos rodean y las de nuestro propio ser,
las leyes que encadenan y rigen esas modificaciones, la tierra con los seres que la
pueblan, el hombre con las sociedades que forma, el cielo con los astros dise-
minados en él, y habiéndose apropiado este vasto recinto, sostenía su indepen-
dencia, sin reconocer otro tribunal que el de los métodos que había constituido
y cuya eficacia repetidas veces pusiera a prueba.51
Esta secularización del conocimiento, cuya etapa culminante era el siglo xix,
tuvo una primera época en que la ciencia se formulaba bajo un doble horizon-
te: la que se subordinaba a las necesidades de una profesión o bien aquella
que se cultivaba por sí misma independientemente de su aplicación inmedia-
ta. En esta segunda vertiente destacaban tanto el conjunto de las ciencias
naturales con la geología, la astronomía y la medicina a la cabeza como las lla-
madas ciencias morales y políticas, dominando la historia.52 Finalmente, en su
segunda época, durante el siglo xix, se produjo lo que Parra denominó como
la especialización, caracterizada por el tránsito de las aproximaciones analíti-
cas de la ciencia inductiva a la dimensión sintética, dada la necesidad de tener
ahora una especie de visión de conjunto. Lo anterior permitiría la organización
definitiva del saber humano ahora bajo una concepción positivista del conoci-
miento. Asimismo, describió a detalle el impacto del positivismo en la estruc-
turación de un nuevo espíritu que posibilitaba el estudio paciente de los fenó-
menos y la constante investigación de sus leyes. Es en este contexto en el que
Parra ubicó su concepción sobre las leyes generales: educar mediante el criterio
de clasificación de las ciencias de Comte permitía comprender que la natura-
leza estaba regida por leyes invariables y que el único medio de lograr que los
diferentes fenómenos se modificasen conforme a nuestros deseos era conocer
las leyes que los regulaban, y obrar según lo que ese conocimiento dictaba. De
ahí Parra desprendía aquel lema positivista tan vigente en su tiempo: prever
para obrar, obrar para prever.53
51
Ibidem, p. 440.
52
Ibidem, p. 441.
53
Ibidem, p. 459. Por cierto, ¿quiénes encabezaban para don Porfirio (Parra) la lista de
científicos contemporáneos? Las ciencias sociales se encontraban dignamente representadas
por José Yves Limantour, financiero y hombre de Estado, por los licenciados Pablo y Miguel
Macedo, criminalistas y estadistas de primer orden. También destacaban el economista Joaquín
Casasús y José M. Gamboa, jurisperito; Justo Sierra, historiador y poeta, así como Ezequiel Chávez.
71
Bajo una línea de interpretación similar a la de Parra, Agustín Aragón
también consideró la existencia de leyes invariables de evolución social que
eran claramente aplicables tanto al estudio de los organismos individuales como
a las entidades sociales. Entre estas últimas figuraba el pueblo mexicano, el
cual para ser comprendido en cuanto a su proceso evolutivo, era indispensable
establecer los factores físicos de su formación. Si el progreso de una nación
dependía tanto de circunstancias fijas y de otras variables, era indispensable
recurrir a la clasificación de las dos grandes ramas de la sociología para su
estudio: la estática, que permitiría analizar los elementos antecedentes o causa-
les de la evolución, desde el clima y demás condiciones físicas, hasta lo que era
producto de la acción humana y del influjo exterior. Era necesario entonces
conocer tanto el teatro como los personajes, es decir el territorio y la población
mexicanos, antes de proceder al estudio de la sucesión de acontecimientos
que habían tenido lugar en el país, y que serían descritos en el resto de la
obra. Por esto, el capítulo de Aragón era el inaugural, el destinado al conoci-
miento de las estructuras físicas y sociales. Otros autores se encargarían de
estudiar el componente dinámico, la acción, el progreso y por tanto los márge-
nes de modificabilidad que las leyes de evolución habían presentado. Aragón
aportó un componente adicional sobre la noción de evolución, muy apegada a
la tradición organicista de Spencer, pues la vislumbró en buena medida como
el proceso de adaptación de los seres vivos, individuales o sociales, al medio
ambiente, con la finalidad de satisfacer sus necesidades. Para Aragón, el hom-
bre necesitaba someterse a las circunstancias que le rodeaban, a las fatalida-
des cosmológicas y biológicas de su entorno. Estos elementos en conjunto le
marcaban el camino que debía de seguir en la vida y como no todas las condi-
ciones eran iguales, la vida social no era ni idéntica ni uniforme. Sin embargo,
don Agustín no proponía un determinismo biológico irremediable, ya que
consideraba al hombre como un animal inteligente que se encontraba en con-
diciones de modificar la intensidad de los fenómenos, lo cual resultaba inacce-
sible para muchas otras especies.54
Aragón también matizó la metáfora organicista de Spencer, pues rechazó
las ideas referidas a la influencia exagerada del clima en el desarrollo de los
En el ámbito de las ciencias naturales figuraban, dentro de la medicina, Manuel Carmona, Eduardo
Liceaga y Rafael Lavista; el químico Andrés Almaraz, y en el campo de las ciencias exactas fi-
guraban dos autores más de la obra que nos ocupa: Agustín Aragón y Gilberto Crespo; y en el
campo de las matemáticas Manuel Contreras y Leandro Fernández. Ibidem, p. 460.
54
Agustín Aragón, "Del territorio de México y sus habitantes", en Justo Sierra et al.,
México: su evolución..., t. 1, vol. i, pp. 8-9.
72
organismos sociales haciendo caso omiso de los esfuerzos del hombre. En una
vertiente positivista de su reflexión, admitía que lo denominado como ley se
refería a las relaciones inmutables, lo que equivalía a lo que los antiguos lla-
maban destino o fatalidad. Si bien el orden y la regularidad eran una parte de
la realidad de las cosas, para el autor la contraparte necesaria a la idea de ley
era la de modificabilidad dentro de ciertos límites como producto de la acción
social. La idea de ley debía complementarse con la de modificabilidad, que no
era sino la idea de progreso y de adaptación en el lenguaje de la sociología.55
En suma, la diversidad del entorno natural daba lugar a una amplia gama de
medios empleados para satisfacer las necesidades, de ahí derivaba la gran ri-
queza de la vida social:
Para Aragón, un mismo pueblo, en un mismo suelo, podía ser desde salvaje
hasta civilizado y lo que el clima engendraba era sólo la variedad de esfuerzos
para el logro de un mismo fin. "La tierra vale -decía este ilustre positivista-
por lo que vale el hombre que la cultiva." Se terminaba así con la leyenda de
México como el cuerno de la abundancia: el suelo era desigual, agreste, que-
brado por numerosas montañas elevadas, a gran altura sobre el nivel del mar,
con un territorio prácticamente sin ríos navegables y escaso, en agua en particu-
lar en el norte, los valles estaban desnivelados y la altiplanicie se encontraba
55
Ibidem, p. 17.
56
Idem.
73
dominada por la escasez de precipitaciones.57 La esperanza del progreso se
centraba en su población y en particular en el elemento mestizo, pero más
que en cualquier otro elemento, Aragón y Parra consideraron a la educación
y la integración racial como las palancas de evolución y cambio sociales.
Otro ingeniero como don Gilberto Crespo y Martínez desarrolló una línea
de argumentación muy cercana en su espíritu a la expuesta por los autores
anteriores al admitir que si bien estábamos subordinados a leyes naturales, no
era menos cierto que a medida que se iba engrandeciendo la inteligencia del
hombre, menos difícil le era llegar a modificar en su intensidad y en el sentido
conveniente las prescripciones de esas leyes. Si bien la vida humana había es-
tado sujeta a la transformación progresista del clima, la raza, la herencia, la
educación, el talento, la instrucción y las relaciones de cada grupo con todos
los demás de la sociedad humana, también era cierto que apoyándose en el
conocimiento de dichas leyes era factible el progreso.58 En su reconstrucción
sobre la evolución minera, Crespo señaló que fueron tres los factores que po-
sibilitaron el crecimiento vertiginoso de esta industria: la independencia polí-
tica, la ciencia y la estabilidad económica que en conjunto permitieron hacia
finales del siglo xix exceder la producción en un 75 por ciento a lo logrado
durante toda la Colonia.
También podríamos referirnos a la concepción de Pablo Macedo sobre la
evolución social. Macedo fincó la evolución del organismo social como pro-
ducto no de la madurez política del país, sino de la debilidad y agotamiento de
la metrópoli. En la muy minuciosa descripción que realiza sobre la evolución
mercantil, la Hacienda pública, las comunicaciones y obras públicas, descri-
bió la existencia de un proceso de desintegración del organismo social, entre la
consumación de la Independencia y el ascenso de Porfirio Díaz al poder. En
este periodo predominaron características de un organismo débil: polarización
de las clases sociales, inestabilidad política, fragilidad económica, concentra-
ción de la propiedad, carencia de instintos sociales, ausencia de vías de comu-
nicación, inexistencia de infraestructura industrial, empleomanía, especulación,
ausencia de cualidades morales, el predominio de estancos y monopolios, entre
otras. Macedo expuso con claridad lo que consideró como los grandes detona-
dores del desarrollo ajenos a todo determinismo, en manos de la civilización
y propicios para la evolución: la paz prolongada y las bases científicas de la
administración pública, la secularización y el pacto institucional liberal, el
57
Ibidem, pp. 13-14.
58
Gilberto Crespo y Martínez, "La evolución minera", en Justo Sierra et al, México: su
evolución..., t. II, pp. 53 y 69.
74
desarrollo de vías y medios de comunicación, la afluencia de capitales extran-
jeros, el aumento de la población, el auge minero, las innovaciones técnicas y
la incipiente industrialización; la racionalidad de las políticas y la administra-
ción pública, la creciente infraestructura de las ciudades entre otros, respondían
a las necesidades de un organismo mejor integrado, heterogéneo y moderno.
Sólo la revisión de la Hacienda pública bajo los principios dictados por la so-
ciología, le permitían revelar la estructura del organismo total de una nación:
el presupuesto.59 Éste era la medida de "la prosperidad, o de la pobreza, de sus
fuerzas productoras, de sus tendencias y propósitos, de su decadencia o pro-
greso, de sus instituciones políticas y económicas, de sus tradiciones, poderío
y futuro". En este caso, el orden y la regularidad de la evolución del organis-
mo social mexicano se habían visto acelerados y, por tanto, modificados por el
impacto del saber especializado de la ciencia.
En esta línea de reflexión dominada por la existencia de leyes generales de
la evolución de los organismos sociales pueden ubicarse las ideas de Parra,
Aragón, Crespo y Pablo Macedo, quienes se refirieron a la modificabilidad
como el proceso de adaptación de estas leyes a un entorno histórico acotado, y
donde la ciencia, el proceso cultural y en general el conocimiento científico
contribuían a la comprensión causal de su funcionamiento. Lo anterior po-
dría contribuir a acelerar la evolución. En la vertiente positivista, otros autores
de México: su evolución social asumieron los principios de la evolución social
y la idea de modificabilidad, pero le atribuyeron a ésta otro contenido. Asu-
mían que precisamente la regularidad que las leyes generales establecían de-
bía analizarse a la luz de un conjunto de factores, en este caso de tipo ambiental
o bien raciales, que limitaban o modificaban el fluir del proceso de evolución.
Entre estos autores se encuentran Carlos Díaz Dufoo, Ezequiel Chávez y
Genaro Raigosa.
Uno de los estudios más completos de México: su evolución social, el de
Carlos Díaz Dufoo, relativo a la evolución industrial, consideró que el paso
del periodo agrícola al industrial suponía en todo grupo humano determinadas
condiciones del medio físico favorables a la evolución de la riqueza pública. El
progreso radicaba en la combinación de estas condiciones, aunadas a la ener-
gía de la raza, la cual podía aprovechar las fuerzas naturales, o bien reaccio-
nar en contra de ellas. El desarrollo industrial requería de factores propicios
tales como los que eran notables en el caso de Inglaterra y Estados Unidos: la
ubicación geográfica y la abundancia de yacimientos hulleros en el caso del
59
Pablo Macedo, "La evolución mercantil", en Justo Sierra et al., México: su evolución...,
t. ii, pp. 177, 215 y 347.
75
primero y de poderosas corrientes de agua y de reservas carboníferas en el se-
gundo. Es importante señalar que Díaz Dufoo fue uno de los autores que
abiertamente sostuvo la idea del clima y el entorno en general (en este caso
adverso) como determinantes en el proceso evolutivo. En oposición al inge-
niero Aragón, Díaz Dufoo se refirió al impacto del clima para el factor trabajo
y advertía que:
Sin desvirtuar las afirmaciones sostenidas por el señor ingeniero Aragón en los
prolegómenos de esta obra, relativas a la modificabilidad de la relación existente
entre la ley de ambiencia y la acción del hombre, es una verdad indestructible
que esta acción se ve circunscrita o amplificada por las condiciones climatológi-
cas de cada comarca. La pereza ingénita de los habitantes de las zonas tropica-
les es un principio que se discute menos aún que el esfuerzo desplegado por los
hijos de los climas fríos -en tanto que éstos no traspasan el linde de la adapta-
ción de la naturaleza al progreso económico de la vida colectiva.60
Bajo este argumento, el autor realizó un recuento muy detallado del con-
junto de condiciones que habían precedido la evolución industrial de la muy
recién consolidada nacionalidad mexicana: tanto la vasta superficie del terri-
torio como la inexistencia de ríos navegables implicaban la ausencia de vías de
comunicación naturales, terrestres y fluviales. Estos obstáculos habían sido
vencidos por el transporte que comunicaba los centros industriales, con las
zonas de abasto de materias primas, todo encarecido por las distancias y vías de
comunicación limitadas. Resultaba además muy deficiente el conocimiento
relativo a la explotación minera, las técnicas de cultivo, así como las necesarias
para el desarrollo forestal y cañero eran rudimentarias, faltaban inversiones e
investigación para descubrir yacimientos de carbón de hulla.
Para rematar, Díaz Dufoo no encontraba en ninguna de las razas, llámen-
se criollos y mestizos, los elementos integradores de la clase directora, o bien
en los indios que integraban la clase trabajadora, las cualidades que les permi-
tieran apoderarse de la dirección del progreso económico de la cual habían
abdicado al abandonarla en manos de extranjeros. Virtudes como la iniciati-
va, la educación técnica, o la energía de carácter se enfrentaban a la debilidad
productiva del indígena, a su agotamiento físico y en general a su abatimien-
to, así como al clásico parasitismo criollo o bien a la indolencia y sumisión del
mestizo. Nada más. Con fuerza, Díaz Dufoo enmarcó las consecuencias que
60
Carlos Díaz Dufoo, "La evolución industrial", en Justo Sierra et al., México: su evolu-
ción..., t. II, p. 102.
76
emanaban de los elementos del medio físico y del componente racial, en rela-
ción con el desarrollo industrial. Sin ubicarse en la defensa extrema del deter-
minismo climático o racial, sí les concedió a estas variables un peso relativo
mayor, frente a factores de tipo cultural.61
Díaz Dufoo mostró en su relato un escenario difícil de alterar, más resis-
tente para la evolución (industrial) que el mostrado por Aragón o Parra. Al
narrar explicó el proceso mediante el cual la destrucción de obstáculos, como
el componente racial y el territorio, imponía la suma de muchos esfuerzos:
grandes obras materiales, desarrollo de energías, acopio de capitales y educa-
ción científica, todos estos elementos que marcaron el tránsito de la sociedad
doméstica a la sociedad industrial, la cual por supuesto era la porfirista. ¿Cuá-
les fueron los rasgos de cada una de estas entidades sociales y qué factores
detonaron su evolución? En una perspectiva claramente evolucionista y spen-
ceriana, Díaz Dufoo denominó como sociedad doméstica fundamentalmente
al conjunto de modalidades de producción, distribución y consumo dominan-
tes durante la época prehispánica, en la que se distinguen cuatro periodos tí-
picos: el primero dominado por la organización para el autoconsumo y la sa-
tisfacción de necesidades domésticas; un segundo periodo dominado por la
existencia de la esclavitud, producto de la guerra y el tributo; el tercero carac-
terizado por el comercio; y finalmente el cuarto, en el que una mayor especia-
lización de tareas sociales o de división del trabajo se vio acompasada por el
incremento de la complejidad social.62 La conquista no aprovechó los avances
de la civilización existente, la cual tanto para Díaz Dufoo como para Aragón
tenía su propia marcha evolucionista, sino que implantó un sistema dominado
por un desarrollo agrícola precario y sin las grandes obras de riego emprendi-
das por los árabes, tampoco abrieron caminos ni facilitaron la circulación de
productos como consecuencia del paternalismo y del sistema de prohibiciones,
divulgaron además una educación anticientífica y faltaban los capitales.63
En la narración de Díaz Dufoo durante el periodo comprendido entre la
guerra de Independencia y la restauración de la República, México experi-
mentó una etapa de anarquía debido entre otros factores al trabajo social que
permaneció estacionario y a las energías sociales consumidas en las luchas po-
líticas internas y con el extranjero. Se carecía de cohesión y de cooperación entre
el capital y el trabajo y predominaba la ausencia de iniciativa. La economía
61
Ibidem, p. 115.
62
Ibidem, pp. 109-114.
63
Ibidem, pp. 131-132.
77
pública era anárquica tanto por la persistencia de la Iglesia y del ejército como
núcleos de poder, así como por las políticas proteccionistas y prohibicionistas,
todavía presentes hacia 1886.
¿Qué conjunto de factores detonó el tránsito hacia la sociedad industrial,
después de la sociedad doméstica? Díaz Dufoo se refirió a la abolición del
aislamiento patrio, a las facilidades otorgadas al aparato distribuidor de la
economía, al ascenso de una nueva clase política ilustrada, cuya educación se
fundó en el conocimiento de todas las ciencias y se orientó hacia la búsqueda
de la verdad, más allá de los principios de autoridad. El rasgo dominante de la
sociedad industrial consistió en la posibilidad de revertir, por lo menos par-
cialmente, el gran peso que hasta entonces habían tenido los factores estruc-
turales como el clima, el territorio y los rasgos de carácter de las razas. Una
vez más la educación y la ciencia aparecieron como palancas de desarrollo,
pero bajo una tendencia social favorable a la unificación de la nacionalidad:
78
el social: la innovación técnica fundada en la ley progresista de la economía
de fuerzas y la llamada ley de generación de las revoluciones que por fin el
porfiriato había derrotado. Esta última consistía en que las revueltas tenían
como origen dificultades de tipo financiero. Al déficit le seguía una revuelta,
y un clima de protesta y anarquía. Las revueltas tenían fines liquidatorios del
sistema anterior. Ya triunfantes, aumentaban sus egresos, surgía el déficit y de
nueva cuenta el pronunciamiento armado. Esta lógica dominó la escena mexi-
cana durante todo el siglo xix, y sólo el porfiriato había logrado la estabilidad
económica y política para revertir esta tendencia.65
En síntesis, el país mostraba ya dos corrientes industriales claras: una que
destinaría su producción hacia los mercados del exterior y una segunda desti-
nada al abastecimiento del mercado interno. El actor social en ascenso en el
que el autor cifra sus esperanzas era la clase media, tanto en el industrialismo
como en los intereses del Estado y de la sociedad.
Don Ezequiel Chávez se ubicó entre los autores de México: su evolución
social que de manera similar a Díaz Dufoo, con todo y sus matices, también le
concedió una gran importancia a las variables externas al organismo social
que atemperaban su proceso de evolución. Un indicador muy importante de
esta concepción es su definición de la educación, entendida como "el perfec-
cionamiento de los seres por las condiciones que los rodean", es decir, la edu-
cación era el proceso de moldeo de una agrupación humana a consecuencia
del medio físico, el medio social y la raza. El medio físico referido a la naturaleza
y la altura del terreno, sus productos, la temperatura, los vientos y la humedad,
moldeaban a los habitantes y determinaban la eclosión de sus formas de cultu-
ra. Los organismos, para Chávez, conservaban las cualidades adquiridas y sólo
las modificaban por una naturaleza ambiente diversa, si era de largo plazo el
impacto de ésta. En general, el hombre lograba aflojar el yugo del medio físico
gracias a la civilización, que rompía montañas, desecaba pantanos y modificaba
en suma las condiciones naturales. Para Chávez, la acción educativa del medio
físico estaba poco estudiada y por esto apenas sería bosquejada en su estudio. El
segundo factor de la educación era el denominado como medio social, de efec-
tos más perceptibles para el progreso y que involucraba desde la simple sen-
sación de presencia entre desconocidos hasta las oleadas de pensamientos
que por medio de la imprenta una sociedad envía a otra. Finalmente, la raza
aparecía para Chávez como un tercer factor educativo, resultado además del
efecto secular del medio físico y social de un grupo humano. Este autor, en lo
particular, concedió una gran importancia a la diversidad de agrupaciones
65
Ibidem, pp. 109 y 137.
79
étnicas dominantes en el país con anterioridad a la Conquista y se preocupa-
ba sinceramente por las dificultades de la integración a consecuencia de la
multitud de grupos raciales entrecruzados disputándose el triunfo de sus idea-
les, en el estadio de la República.66 En este sentido, la educación consistía en
el moldeo o impacto que el medio físico, la raza y el medio social tenían en una
agrupación humana. El complemento de esta definición consistió en conside-
rar a la educación como la adaptación y modificaciones que los grupos huma-
nos hacían del medio, producto de la civilización y el conocimiento. Las leyes
de la evolución existían; sin embargo, conocerlas y saber del impacto de los facto-
res anteriores en su desenvolvimiento era la entraña del proceso educativo.
En su capítulo sobre "La educación nacional", Chávez destinará sus esfuer-
zos a mostrar el moldeo que sobre los diversos grupos raciales y en particular
en los mestizos tuvo el entorno social, como factor estructurador de su tem-
peramento. Por esta razón, le concedió gran importancia en este tema a la
educación en la ciencia y a los ideales políticos libertarios, constitutivos del
proyecto de nación de los mestizos en el siglo xix. Para Chávez la evolución
social tuvo su momento culminante en la segunda mitad de ese siglo, por la
combinación de tres tipos de factores: la ampliación de la función educativa
del Estado, en particular a partir de 1867, por la secularización del modelo
educativo a partir de la introducción del positivismo y finalmente por el desea-
ble fortalecimiento de los vínculos familiares, red de apoyo imprescindible
para completar la socialización. Chávez dedicó un minucioso relato a explicar
que hasta 1821 la instrucción pública fue impartida casi exclusivamente por la
iniciativa individual acaudalada y que de 1821 a 1867 se realizó principalmente
por individuos de clase media o proletarios, ya que los capitalistas se consagra-
ron a defender sus privilegios. En el último periodo, de 1867 al final de siglo, fue
eL Estado el responsable de organizar y difundir la educación bajo el modelo
de las escuelas científicas, únicas que podían hacer progresar, "no revolucionan-
do sino evolucionando".67 En consecuencia, quedaron erradicados los conoci-
mientos provenientes de la metafísica y la teología. Chávez elaboró un balance
66
Ezequiel Chávez, "La educación nacional", en Justo Sierra et al., México: su evolución...,
t. 1, vol. 2, p. 468.
67
La ley del 2 de diciembre de 1867 prevenía que la instrucción primaria oficial sería gratuita
para los pobres, y de hecho lo fue para todos, no dispuso que fuera laica pero entre las materias
enseñadas se suprimió la religión. Para la educación secundaria, como lo dispusieron antes Mora
e Ignacio Ramírez en 1833 y 1861, respectivamente, los cursos preparatorios fueron objeto de
una escuela única y los profesionales de cada carrera se formaron también en establecimientos
ad hoc. La entraña de la reforma radicó en suprimir cuanto no pudiera demostrarse y en par-
ticular la metafísica, eliminando las afirmaciones apriorísticas, y para crear el hábito de no
apartarse de ios hechos comprobados. Buscó además el estudio de las ciencias en un orden
80
final para advertir los efectos del proceso educativo en los diversos grupos
sociales. La instrucción primaria apenas alcanzaba a los indígenas, aún atra-
pados por la mina o la hacienda y con escasos apoyos de patronos para redi-
mirlos. Paulatinamente, los niños abandonados material o moralmente, y las
poblaciones en iguales circunstancias, también eran incorporados en mayor
número a los padrones escolares; sin embargo, el autor a la par de Miguel
Macedo, captó los claros síntomas de desviación social como consecuencia de
una estructura y vínculo familiar ausentes. 68 La labor escolar resultaba insufi-
ciente sin una estrategia que lograra la incorporación de tantos individuos
desarraigados a familias constituidas. La combinación deseable entre educa-
ción y pertenencia al núcleo familiar era clara el referirse a los grupos sociales
mezclados:
Entretanto y como en otro tiempo, el efecto más cabal de las instituciones edu-
cativas continúa produciéndose sobre los hijos de las razas mezcladas, pero
nacidas en hogares debidamente constituidos: ellos, los hombres de la clase me-
dia, forman la mayoría de los 21,000 que anualmente ingresan en las escuelas
secundarias y superiores; las mujeres también principian a hacerlo, ya que a
ese respecto tienen en México igualdad de derechos y se ven sólo retenidas por
los viejos hábitos adquiridos. Gracias a la influencia que ejercen sobre esta
clase social las diversas instituciones educativas ha acabado por ser ella la due-
ña del poder público y del Gobierno desde 1867, así como la encargada de
todas las profesiones liberales del país: pero careciendo como carece de fortu-
na pecuniaria y no teniendo ni un vigoroso comercio ni una grande industria
establecidos en la nación, porque los únicos que podían haberlos fundado, los
ricos, no los han establecido, se abalanza como a los solos lugares donde pue-
de encontrar lo necesario para la vida, ya al ejercicio de las mismas profesiones
liberales, que empiezan a tener más hombres de los necesarios, ya a la conquis-
ta de los empleos fáciles, los del Gobierno, sin que pueda tal conducta censu-
rárseles, pues esta clase social por su propia pobreza no puede vivir de otro
modo, ya que por ella es imposible que se funden el comercio y la industria
propiamente dichos.69
jerárquico de tal forma que no se pasara a una sino después de conocer la que le antecedía
como conocimiento de base. Con ello se conquistaba el hábito de no dar paso ninguno sino sobre
verdades comprobadas. Finalmente se incorporó el método inductivo para robustecer la nece-
sidad de comprobar toda afirmación. Ibidem, p. 522.
68
Miguel Macedo, "El municipio, los establecimientos penales. La asistencia pública", en
Justo Sierra et al., México: su evolución..., T .1, vol. 2, pp. 688-690.
69
Ezequiel Chávez, op. cit, p. 601.
81
Finalmente, Chávez se refirió a la clase que consideraba como responsa-
ble de un progreso económico que no llegaba del todo: los descendientes de
los europeos y los criollos, que en lugar de fundar en el país la industria y el
comercio necesarios, habían vivido del producto de sus haciendas, de los tra-
bajos de las minas o de la renta de casas en las ciudades. Lo anterior había
dado margen a que extranjeros emprendedores vinieran al país a fundar pro-
gresivamente la industria, el comercio y las vías de comunicación. Aunque no
dejaban de representar un serio peligro para la estabilidad nacional, empeza-
ban su ciclo evolutivo; confiaba en hacer de él un elemento mexicano que se
incorporara al viejo elemento semiaristocrático y para hacer lo que debían los
ricos: proporcionar trabajo y progreso a los pobres.
Dentro de la tendencia referida a la modificabilidad de las leyes de la evolu-
ción a partir de factores como la raza y en particular el clima o medio ambiente,
Genaro Raigosa escribió su capítulo sobre "La evolución agrícola". En su
texto describió el proceso al que estuvo sujeta, en función de cuatro leyes
generales que consideró más que vigentes: la ley biológica de los organismos
vigorosos, cuyo crecimiento devenía en expansión y que le permitió al autor
explicar el papel dominante de la Iglesia en el desenvolvimiento de la vida
social durante el México colonial. En segundo término, el autor se refirió a la
llamada ley de capilaridad social, la cual se refería a la ascensión hacia la su-
perficie de las moléculas del bajo fondo para renovar las energías de las clases
sociales, lo que le permitió explicar la ausencia y la movilidad entre ellas du-
rante la Colonia. Enunció también un principio general de la vida social referi-
do a la manera como los hombres estaban sometidos a sus necesidades y a
deseos inherentes al organismo, de tal modo que su existencia la consagraban
a satisfacer unas y a gratificar a los otros. Finalmente expuso otra ley adicio-
nal que provenía de la física: la de la indestructibilidad de la materia y de la
persistencia de la energía. Bajo su acción, la labor humana era capaz de apro-
vechar los elementos naturales.70 Estos principios se encuentran en el texto de
Raigosa fuertemente vinculados con la llamada ley biológica de adaptación al
medio que explicaba suficientemente la formación de núcleos étnicos cada
vez más diferenciados entre sí por el efecto de las diversas migraciones, pero
en las cuales persistían las cualidades de clasificación en razas, por la tenden-
cia estática y a veces regresiva de la herencia.71 Si bien la evolución agrícola
estaba sujeta a estas leyes generales, su funcionamiento se encontraba mediado
70
Genaro Raigosa, "La evolución agrícola", en Justo Sierra et al., México: su evolución..., t. II,
pp. 15-16 y 19-20.
71
Ibidem, pp. 6-7.
82
por la existencia de una serie de variaciones en el medio ambiente que deri-
vaba en una gama de formas de obtención de los alimentos. Para Raigosa, la
evolución agrícola provenía de la necesidad muy primaria de sustento, el cual
en primera instancia fue tomado de manera espontánea de la flora y la fauna.
Como consecuencia de las variaciones del medio ambiente se producía la gran
variedad de modos de obtención del alimento, la forma del esfuerzo y la inven-
ción de los instrumentos necesarios para lograrlo. Lo anterior derivaba en las
distintas formas de organización cooperativa de los diversos grupos primiti-
vos, de donde han procedido por lenta acción evolutiva los diferentes grupos
sociales.72 A esta argumentación de Raigosa podría agregarse la aplicación de
una metáfora organicista referida al desenvolvimiento de la nación, una vez
consumada la Independencia. Para referirse a la creciente complejidad adqui-
rida por el organismo social mexicano, y tomando en consideración la idea
spenceriana de evolución, referida a la creciente diferenciación de funciones
sociales, Raigosa se refirió al desarrollo de un verdadero sistema circulatorio
en el último cuarto del siglo xix, con lo que ilustraba el desarrollo de los me-
dios de transporte, fundamentalmente del ferrocarril. Su desenvolvimiento
tuvo entre otros efectos dar fin al localismo y provincialismo, etapas de la
evolución del patriotismo; contribuyó a fortalecer una noción abstracta de orga-
nismo colectivo del cual todos los habitantes fuesen elementos igualmente
solidarios. Asimismo, el impacto de las vías de comunicación en la agricultura
era evidente: permitía la distribución rápida y económica de los productos des-
tinados al consumo y la producción, y promovió el intercambio con otros orga-
nismos sociales similares.73 El crecimiento del organismo social daba lugar a
una mejor integración de las estructuras gracias al nacimiento de órganos
adicionales, requeridos por la heterogeneidad creciente de las llamadas fun-
ciones fisiológicas. Bajo este concepto, Raigosa ilustró la diversificación de las
instituciones estatales y privadas que respondieron al surgimiento de nue-
vas necesidades económicas y financieras.
Finalmente, nadie mejor que Sierra pudo explicar el papel que habían
jugado en los diferentes relatos, la consideración de las leyes generales y el
principio de la evolución social:
72
Ibidem, pp. 3-4.
73
Ibidem, pp. 30 y 34.
83
exponerlo aquí en estilo de escuela, pero el título solo de nuestro libro indica-
ba que, aun cuando pudiéramos disentir en la fórmula de las leyes sociales, y
unos, siguiendo la escuela spenceriana, las asimilasen profundamente a las leyes
biológicas y otros las consideraran, de acuerdo con Giddings, especialmente
psicológicas y la mayor parte acaso fundamentalmente históricas, en consonancia
con Augusto Comte y Littré, todos hemos partido de este concepto: la sociedad
es un ser vivo; por tanto crece, se desenvuelve y se transforma; esta transfor-
mación perpetua es más intensa a compás de la energía interior con que el
organismo social reacciona sobre los elementos exteriores para asimilárselos y
hacerlos servir a su progresión.74
74
Justo Sierra, "La era actual", en Evolución política del pueblo mexicano, p. 362.
84
teoría del progreso. Entre los positivistas de México; su evolución social, domi-
nó el estudio de la estática social, el análisis de las estructuras estabilizadoras
de los diversos aspectos de la vida social. También comprendieron el papel del
conjunto de leyes que regulaban el cambio y observaron las modificaciones que
ambas tuvieron en el contexto mexicano. Si bien las personas podían hacer
poco para influir en la marcha general del proceso evolutivo, pues no era po-
sible alterar su naturaleza u origen, con variantes aceptaron la posibilidad de
intervenir en el funcionamiento e intensidad de los fenómenos a través del cono-
cimiento científico. Consideraron las coordenadas físicas, raciales o ambien-
tales que limitaban, o atemperaban el proceso de evolución. Parecían aceptar
que si bien la sociedad se encontraba siempre en proceso de cambio, éste se
producía "ordenadamente", de acuerdo con las leyes sociales.
85
des potenciales e inherentes, en este caso de ciertas instituciones constitutivas del
organismo social mexicano, de ahí que pretendieron explicar cómo había cre-
cido cada una y bajo qué condiciones. Esta última tríada de autores privilegió
en su argumentación la necesidad de analizar aquellos elementos inherentes,
necesarios, normales, continuos y graduales que se desplegaban en el tiempo
y resultaban propios de la naturaleza de la institución analizada. Lo anterior
explicaría que en sus respectivos capítulos de México: su evolución social prác-
ticamente hicieran a un lado la explicación mediada por accidentes históricos
en el proceso evolutivo descritos por los autores positivistas y que entre otros se
refirieran a la raza, el clima o el territorio nacional. Estos autores, en cambio,
privilegiaron las etapas de evolución y sus cualidades básicas. Por ejemplo,
analizaron la forma en que una cualidad o fuerza inherente a las instituciones
políticas, la legalidad o bien la literatura, radicaba en el despliegue muy gra-
dual de la libertad. Lo que describieron en una perspectiva más amplia fue
una fuerza típica, la libertad en potencia del Estado-nación moderno en cier-
nes y con dificultad constituido hacia la mitad del siglo xix. Como se verá en el
último capítulo, Sierra se encontraba mediando entre las tendencias positivis-
ta y liberal. Por su parte, el único autor que no encontró acomodo en estas
vertientes fue Bernardo Reyes, cuyo texto muy descriptivo pareció no susten-
tarse más que en un cúmulo anecdótico de la historia del ejército mexicano.
A continuación se analizan algunos ejemplos de la denominada corriente libe-
ral evolucionista.
Al proponer su estudio sobre la evolución jurídica, Jorge Vera Estañol
describió un proceso evolutivo claramente identificable y que inició en la Colo-
nia después de la Conquista: el paso de un estado social de barbarie y de
perpetua hostilidad a una estructura de cultura pacífica, que reconocía en el
hombre la unidad social. Analizó el paso de una organización teocrático-mili-
tar a una organización jurídica laica, que privilegió la defensa de los derechos
y obligaciones del individuo. Para Vera Estañol, los antecedentes de la legis-
lación mexicana del siglo xix se remontaban a un problema recurrente y
compartido por las naciones conquistadas, como lo fue España por romanos
y visigodos y, a su vez, conquistadoras como lo fue la propia España en terri-
torio mexicano: el replanteamiento de las instituciones jurídicas que habrían
de regir a la nueva entidad social. En el caso de la Nueva España, las caracte-
rísticas dominantes del territorio y la población perfilaron las nuevas leyes.
¿Qué implicaba entonces evolucionar en materia jurídica? Para Vera Estañol,
este proceso podía ser demarcado por la aparición de códigos y reglamentaciones
legales que lograban delimitar el ideal social del orden colectivo, y lograba cía-
86
ridad y método en las leyes, sustituyendo a la era de las legislaciones traslapa-
das. Lo anterior implicó el desarrollo sistemático de todos los principios jurídi-
cos que las nuevas necesidades de la vida humana trajeron como contingencias
del progreso en el siglo xix.75 La evolución jurídica que el autor reconstruyó
poseía cierta direccionalidad hacia un fin: el arribo a una organización legal
de corte liberal individualista:
87
pérdida del sentimiento individual, el cual Vera Estañol da por existente y
consustancial a la naturaleza humana, pero anulado por el impacto cultural:
El indígena era padre o marido y sus derechos civiles como tal, quedaban nulifi-
cados bajo la tenaz y persistente intervención religiosa; el indígena era propie-
tario y su domino estaba involucrado en la comunidad, o se le impedía disponer
de sus bienes, sin consentimiento judicial, y previa almoneda cuando el valor de
la cosa excedía de treinta pesos: el indígena quería dedicarse al cultivo de la
tierra o a otra industria, arte u oficio y la encomienda y la reducción estaban allí
para impedirle su traslación de un lugar a otro, sin contar con que su trabajo
estaba tasado de antemano por la ley.78
88
reparación del daño y la corrección.79 En términos de la evolución social, lo
que Vera Estañol explicó bien podría traducirse en lo que Durkheim denomi-
nó como el tránsito de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica, en
este caso partiendo de la existencia de la libertad en paulatino despliegue,
cualidad esencial de la vida humana.80
En los casos de autores como Manuel Sánchez Mármol y Julio Zarate
encontramos elementos más difusos pero suficientes para delinear la tenden-
cia de la evolución social como un proceso intrínseco y constitutivo de dos
factores integrantes del organismo social mexicano, en este caso la literatura
y las instituciones políticas, respectivamente. Para Sánchez Mármol, el desen-
volvimiento de la literatura nacional había requerido de dos condiciones
fundamentales: la paz y el ejercicio de la libertad, las cuales sólo se habían
concretado a partir de la era liberal en el siglo xix. Aún eran necesarios ele-
mentos adicionales como parte del clima propicio para la escritura en sus di-
ferentes géneros: civilización y bienestar económico. Para este autor, las le-
tras, como todo aquello que era signo de vida, necesitaban para prosperar de
los alientos de la libertad. Sánchez Mármol no dirigió su narración hacia la
explicación de la manera en que estos factores coadyuvaron o no al desenvolvi-
miento de las letras nacionales. Si bien los menciona, dedica muchas páginas
a relatar en qué radicaba la esencia de la literatura nacional y su desenvolvi-
miento. Lo anterior explica por qué en su estudio no tuvo cabida la literatura
prehispánica, pues los aztecas quedaron absorbidos por la Conquista y duran-
te la Colonia lo que hubo fue en su mayoría una literatura neoespañola. La
evolución de una literatura nacional se produjo durante la guerra de Indepen-
dencia, pues encontró un medio propicio para desarrollar su potencialidad
interna referida a la particularidad o individualidad, expresión cultural única
que se lograba en una nación, independientemente de los géneros literarios:
Las evoluciones humanas, una vez iniciadas, hallan en sí mismas alientos que
parecen venir de una voluntad suprema. Tenía la insurrección necesidad de un
medio de propaganda de sus ideas, y aún oreaba la sangre de Hidalgo, de
Allende, de Aldama y de Jiménez en los patíbulos de Chihuahua, cuando ya el
doctor Cos lograba dotar de una imprenta a la Suprema Junta Nacional Ame-
ricana, de Zitácuaro, poderosa catapulta que iba a aventar en todas direcciones
el pensamiento de la rebelión emancipadora.81
79
Ibidem, p. 765.
80
Entile Durkheim, De la división del trabajo social.
81
Manuel Sánchez Mármol, "Las letras patrias", en Justo Sierra et al, México: su evolu-
ción..., t. 1, vol. 2, p. 611.
89
Para Sánchez Mármol, la literatura era una entidad, un organismo dotado
de vitalidad que se manifestaba en el tiempo y el espacio; que había tenido su
germen (en la Independencia), su desarrollo (la era liberal después de la Revo-
lución de Ayutla) y su crecimiento (la era porfirista). La literatura revelaba de
momento su nacionalidad o individualidad privativa al reflejar un proceso de inte-
gración racial y cultural que estaba en marcha. Asimismo, el idioma español
era factor vinculante e identitario. Así, entre los géneros literarios, aquel en el
que mejor habíamos encontrado expresión nacionalista era la novela y en par-
ticular después de la guerra con Estados Unidos. 82
Julio Zarate consideró que la entraña de la evolución de las instituciones
políticas mexicanas radicaba en su perfil liberal. Lo que describió en su capítu-
lo, de manera similar a Vera Estañol y Sánchez Mármol, fue el desenvolvimiento
del espíritu de la nueva nacionalidad en ascenso a partir del siglo xix y los
numerosos obstáculos a vencer para desplegar la esencia del Estado-nación:
las libertades individuales. Por esto, su relato también arrancó después de la
guerra de Independencia en 1821, pues lo que deseaba resaltar fue el proceso
de conformación de ciertas estructuras políticas y de figuras legales ligadas
con el pensamiento liberal. En Zarate, la idea de nación fue una que derivó
del liberalismo, fincada en el Estado de derecho, el acuerdo económico bási-
co, un pacto federal y la defensa de las garantías individuales. Probablemente
uno de los rasgos más notables fue el enfatizar la clara identificación que en-
contró entre liberalismo y nacionalidad, frente a quienes consideraban a
aquél como una ideología ajena a la realidad del país:
90
de localidad y sin que éste amenguara ni el amor a la patria común ni la acen-
drada adhesión a la unidad nacional. 83
Planteados los rasgos generales y las corrientes que sobre la teoría de la evolu-
ción impactaron la obra en análisis, vale la pena adentrarse en las ideas de los
autores en torno a la ciencia y su vínculo con la historia y la sociología, a pesar
de la escasa reflexión que deliberadamente desarrollaron sobre estos temas.
Con las excepciones de Aragón, Parra o Sierra, el resto de los escritores de
México: su evolución social, mostró en sus ensayos un conocimiento limitado en
cuanto a las bases filosóficas y epistemológicas del positivismo y del organicis-
mo, reduciéndolos en muchos casos a una vertiente del empirismo y des-
conociendo la influencia que Kant había jugado en la historia intelectual de
Europa ya entrado el siglo xix. Cabe recordar que una vez que Comte delimitó
los fines de la estática y la dinámica sociales, consideró que sólo por la vía del
examen de la ley de los tres estadios podía conocerse el desarrollo intelectual
del pensamiento positivo como un todo.
La sociología descansaba así en tres elementos metodológicos: la obser-
vación, la experimentación y la comparación. Sin embargo, para el sociólogo
francés, aceptar la importancia esencial de la observación empírica no equi-
valía a ser partidario del empirismo, lo cual era imposible de conciliar con el
espíritu positivo. Para Comte, toda observación empírica aislada resultaba
ociosa; la observación científica y la observación popular -decía- abarcaban
los mismos hechos, pero considerados desde diferentes puntos de vista: la pri-
83
Julio Zarate, "Instituciones políticas, los estados de la Federación mexicana, relaciones
exteriores", en Justo Sierra et al., México: su evolución..., t. 1, vol. 1, pp. 334.
91
mera estaba guiada por la teoría y la segunda no. En palabras de Comte, las
teorías dirigían nuestra atención hacia ciertos hechos con preferencia sobre
otros. Estos principios provenían de la coincidencia de Comte con Kant, en el
sentido de considerar que la ciencia permitía delimitar los fenómenos a estu-
diar y no se ocupaba de las esencias de las cosas.
Según sus propias palabras:
92
En oposición al sociólogo francés, consideraba que las ciencias sociales
debían permanecer en el terreno de las leyes de la psicología individual, que
eran determinables por la observación y la experimentación. Asimismo, para
Stuart Mill el conocimiento sociológico se completaba con la etología, térmi-
no que se empleaba para designar el conocimiento de la formación del carác-
ter individual, de un grupo o de una nación. Las leyes inductivas tenían una
base científica si además eran puestas en relación con generalizaciones de fe-
nómenos sociales, demostrándose que efectivamente derivaban de aquéllas.
Las afirmaciones de la sociología para John Stuart Mill eran aproxima-
das, eran tendencias que conjugaban las leyes psicológicas y etológicas, con
las circunstancias particulares del desenvolvimiento en que ocurría un fenó-
meno en particular. Bajo la influencia de Comte, el impacto de la obra de
John Stuart Mill entre los autores de México: su evolución social tuvo manifes-
taciones importantes. En primer lugar, influyó entre los autores en una inter-
pretación de la historia lineal y guiada por la noción de progreso y sustentada
a partir del supuesto de que el conocimiento histórico se construía a través de
la percepción y descripción retrospectiva de los hechos. Asimismo, buscaron
una base empírica en este caso histórica, que le diera estatus de verdad a su
discurso, sin dejar de incorporar a su pensamiento los principios generales de la
evolución social de Comte y Spencer. Por otra parte, en México: su evolución
social autores como Sierra, Parra, Aragón, Miguel Macedo, Díaz Dufoo y, de
manera más difusa, Bernardo Reyes, hicieron alusión al tema del carácter na-
cional probablemente influidos por las reflexiones de Stuart Mill, en relación
con la combinación que las leyes de la inteligencia y las circunstancias particu-
lares tenían sobre el moldeo del llamado temperamento o carácter nacional. Fi-
nalmente, es muy afín la concepción de Stuart Mill con la visión compartida
por los autores en relación con la sociología en tanto ciencia: su objetivo radicaba
en descubrir generalizaciones empíricas sobre el desarrollo social, generalizacio-
nes que no tenían el estatus de leyes, pero que sí guardaban alguna relación
con las leyes de la naturaleza humana. A la par de Mili, pensaron en el enorme
valor del avance del conocimiento y en la educación pública como principal
causa del cambio y progreso sociales, así como en la vía para el avance de la
sociología.
En general puede decirse que los autores no consideraron al positivismo
como una corriente teórica entre otras, ni tampoco se refirieron al papel crucial
de la teoría o de la filosofía y la razón en la observación de los hechos, tal y
como Comte lo proponía. Asumieron al positivismo en la construcción del co-
nocimiento científico como la interpretación única, legítima y verdadera cuando
93
en los años de publicación de la obra, 1900-1902, el positivismo había caído en
franco declive en Europa desde 1870. Puede afirmarse que combinaron una
lógica deductiva al contemplar los principios de la evolución social, e inductiva
al escribir la historia temática de México: su evolución social. Los hechos his-
tóricos organizados por temas en la obra indican que sus autores, siguiendo la
tendencia evolucionista, buscaron escribir una historia general.
Dentro de la tradición sociológica positivista en el siglo xix, se estableció
como principio metodológico fundamental la comprobación de los hechos y
la fijación de leyes. Los hechos los descubría la percepción sensorial, y las leyes
se establecían generalizando por inducción desde los hechos. El principio
metodológico que combinaba inducción y deducción fue el eje de la reflexión
que orientó a los escritores de México: su evolución social. Sin embargo, siendo
lo anterior la base del estatus científico de la sociología y la historia, reconocie-
ron que la primera sólo había logrado delimitar el campo de estudio y definir
su método para la construcción de sus objetos de conocimiento. Sin embargo,
frente a otras ciencias aún enfrentaba graves dificultades en el ámbito de la
comprobación y fundamentalmente en los aspectos de la previsión.
Los autores advirtieron cómo a esta dificultad se le agregaba, para el caso
mexicano, la ausencia de información o bien el carácter incompleto de la misma
para determinar los factores de la evolución: Sierra, Díaz Dufoo, Aragón o
Pablo Macedo dieron evidencia de esta dificultad, de ahí que la obra en su
conjunto se limitara a comprobar y describir los hechos a partir de datos limi-
tados con los que explicaron la evolución del organismo social mexicano. Se
ha afirmado que su pretensión no era la fijación de nuevas leyes acotadas al
contexto histórico mexicano, sino el buscar la posible comprobación de las ya
enunciadas, principalmente por el evolucionismo social spenceriano. Algunos
de los autores de México: su evolución social fijaron sus reflexiones en torno a la
sociología como un saber en ciernes y como un cuerpo de conocimientos que
orientaba ya sus reflexiones. El equipo de Sierra no sostuvo una definición
explícita de los supuestos científicos o por lo menos objetivos de sus reflexio-
nes. La coincidencia con aquellos autores evolucionistas liberales resultó de
la pretensión de objetividad, a la manera de las ciencias duras para los positi-
vistas, y simplemente erudita y fundada en documentos para los segundos.
Todos coincidieron en que el conocimiento de los hechos sólo era posible a
través de los documentos.
Al exponer la historia de la ciencia en México, Porfirio Parra requirió de
una amplia disertación sobre el quehacer sociológico, coordenada indispen-
sable para ubicar sus conceptos sobre la ciencia. Parra la definía como un
94
complexas social formado por la coexistencia de componentes irreductibles
que ejercían entre sí acciones recíprocas, las cuales producían reacciones ince-
santes. Estas acciones y reacciones determinaban resultados de conjunto, que
dispuestos en una serie evolutiva engendraban todos los tipos de estructura
social, desde la más elemental y primitiva hasta la más compleja y elevada,
representada por naciones como Alemania o Inglaterra. Parra retomó la clasi-
ficación de la sociología comtiana en estática y dinámica, destinadas respectiva-
mente al estudio de las estructuras y el cambio social, para poder ubicar a la
ciencia como parte sustantiva de la evolución social. Al desarrollarse las es-
tructuras sociales, era posible distinguir entre los aspectos materiales, corpo-
rales o estáticos, de los aspectos espirituales o dinámicos. Entre los estáticos se
encontraban las tierras, la propiedad, las minas, la industria, las vías terres-
tres, fluviales o marítimas, los edificios, o bien instituciones como el comercio
o las fuerzas armadas. Parra enumeró entre los aspectos dinámicos o espiritua-
les, elementos como los ideales, los valores, la religión, el arte, la moral, las
normas, la disciplina y en particular la ciencia. Propuso escribir una historia
de la ciencia, sustentando su discurso en la concepción sociológica positivista y
en la clasificación de las ciencias, dentro de la cual la sociología aparecía como
un saber que suponía el avance y progreso previo del resto de las ciencias. En
el pensamiento del autor, el conocimiento que se considerase como científico
en el caso mexicano partía de la existencia de un conjunto de doctrinas, bien
comprobadas, expuestas con claridad y orientadas por un método, lo cual lo con-
dujo a considerar como ciencia a aquel cuerpo de conocimientos que se gene-
raron a partir de la Conquista. Para Porfirio Parra, los aztecas solo habían
logrado configurar un conocimiento de tipo empírico producto de la observa-
ción, mas no científico, es decir, carente de un método y ordenación sistemáti-
cos de la información obtenida. Junto con Ezequiel Chávez, consideró que
difícilmente algunos de estos saberes cotidianos, o bien otros más especializa-
dos alimentados por los cálculos, la tradición o la observación, podían haber
sido elevados a la categoría de ley.86
El autor de "La ciencia en México" también se encargó de detallar los
fundamentos y efectos de la educación científica y positivista que se institucio-
nalizó con la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria. Lo interesante a
destacar aquí radica en el énfasis por el cultivo de una actitud y disciplina men-
tal que posibilitaron a una parte de la clase dirigente de finales de siglo, com-
prender que el conjunto de las ciencias, incluida la sociología, estaba regido por
86
Porfirio Parra, op. cit., pp. 417-427 y 434-439.
95
leyes invariables y que el único medio para lograr que los diferentes fenóme-
nos se modificaran conforme a nuestros deseos radicaba en conocerlas. Había
que obrar entonces según dictaba el conocimiento. Carlos Díaz Dufoo, Pablo
Macedo, Miguel Macedo y Genaro Raigosa, entre otros, refrendaron la impor-
tancia de este bagaje científico en la conducción nacional. En el caso de los
hermanos Macedo, su interlocutor y referente de crítica fue el liberalismo doc-
trinario. En su relato sobre "La evolución mercantil", Pablo Macedo afirmaba:
96
ralidad, era posible ubicar información fidedigna en materia hacendaría hacia
1893, lo que coincidía con el ascenso de Limantour a la Secretaría de Hacienda.88
Genaro Raigosa no escatimó páginas para enfatizar el impacto de la ciencia,
entre otros factores, en el avance y productividad de la agricultura.
Por su parte, Miguel Macedo, al escribir sobre la historia del municipio
en México elaboró agudas críticas a la democracia liberal, destacando el rea-
lismo y utilidad de la sociología positivista:
88
Ibidem, p. 387-388.
89
Miguel Macedo, op. cit., p. 689.
90
Ricardo García Granados, "El concepto científico de la historia", en Polémicas y en-
sayos mexicanos en torno a la historia.
97
Este criterio planteado hacia 1906 por uno de los positivistas más actua-
lizados de su tiempo en los aspectos metodológicos de la historia y de su estatus
científico, permite comprender cómo la obra colectiva referida cumplió con
los objetivos fijados para la investigación científica y positivista en el campo
de la historia. Sin embargo, es importante destacar que en el interior de la obra
existen pocas reflexiones explícitas en torno a la historia. Por ejemplo, para Ma-
nuel Sánchez Mármol, mientras que la historia relataba y comentaba la vida
pública de los pueblos, las evoluciones de la masa, su avance o retroceso, es
decir, los fenómenos más notables del conjunto, la literatura reflejaba y deta-
llaba la vida de los individuos, la compenetración de sus actos, sus usos y
costumbres, las preocupaciones a que rendían culto, y en general, el perfil de
su vida interior. En este sentido, la literatura ponía de manifiesto la vida coti-
diana: al preguntarse el autor si la historia era literatura, afirma que en parte sí
lo era. Cuando la historia se limitaba a transmitir la memoria de los sucesos,
simplemente se le denominaba crónica. Sin embargo, la historia era literatura
cuando el que la escribía se apoderaba de los acontecimientos, y los estudiaba
para reconstituir, según Boissier, una verdad de conjunto con fragmentos de
verdad. Por tanto, en la historia debían entrar tres elementos del arte: objeto,
modo y finalidad. No bastaba que un libro tuviera la narración de sucesos de
la mayor importancia para que reivindicara el nombre de historia: precisaba
que la narración además de escrita de forma que interesara al lector, también
aspirara a un fin determinado. Este fin, como toda obra de arte, dependía de
las peculiares concepciones y tendencias de quien escribía. Entre los historia-
dores más connotados, Sánchez Mármol se refirió a Alamárf, Mora, Zavala,
Carlos María de Bustamante, entre otros.91 Mientras que Sánchez Mármol
destacó los aspectos narrativos de la escritura de la historia, Ezequiel Chávez
enfatizó la parte heurística del relato: su historia de la educación partía de
tener datos e información disponible y completa sobre los sistemas educativos
de las diversas civilizaciones americanas, por esa razón iniciaba con los pue-
blos nahuas, y en particular con los aztecas.92
Es interesante observar que Pablo Macedo también hizo referencia al
problema de la obtención de información fidedigna y completa. Al escribir
sobre la evolución mercantil, consideró de gran utilidad las colecciones de
leyes y documentos de "fuente directa", pero denunció la falta de estadísticas,
por lo que el único remedio fue atenerse al conocimiento personal y directo
91
Manuel Sánchez Mármol, op. cit., pp. 603, 643-645.
92
Ezequiel Chávez, op. cit., pp. 469-474.
98
que hubiera podido adquirir de los hechos sobre los cuales escribía. Asimis-
mo, se refirió a su deseo como historiador de formar juicios exactos y bien
aquilatados sobre los acontecimientos que relataba; sin embargo, reconocía
las dificultades de explicar acontecimientos contemporáneos. Al recordar al
doctor Mora consideró por lo menos extravagante exigir imparcialidad de un
escritor contemporáneo, pues la historia contemporánea sólo podía ser la re-
lación de las impresiones que sobre el escritor habían hecho las cosas y las
personas.93
Nadie mejor que Justo Sierra explicó la tensión interna en el relato histó-
rico, pues fluctuaba entre la aspiración de ser científica, escudriñadora y coor-
dinadora impasible ante los hechos frente a su inevitable dimensión moral
que involucraba el contexto cultural del historiador, así como su propio código
de valores.94 En su balance sobre el resultado agregado de la obra de la cual
era el director, destacó a la par de sus colaboradores que en su época apenas
cobraban forma los trabajos estadísticos y los archivos carecían de organización
y catálogos. Por otra parte, la historia escrita con anterioridad tenía como limi-
tante el ser arma de partido, basada sólo en hechos muy aparentes y con base
en apreciaciones y prejuicios que la falseaban. El gran problema que compar-
tieron los autores, decía Sierra, fue que el hecho social en sus elementos
constitutivos o no había dejado huella o ésta se había perdido. Por tanto, para
el director de México: su evolución social, el resultado obtenido era provisio-
nal. Otros vendrían a rehacer el intento con datos científicamente depurados.
Dicho intento no había sido en vano: con base en el estudio de los fenómenos so-
ciales y sustentando el discurso en libros, documentos y observaciones de los
autores, su conclusión era clara: la conjunción del impulso interno y de los exter-
nos, en distintos grados y presentados en la más amplia variedad de fenómenos
sociales, económicos, políticos y morales, confirmaba la existencia de un mo-
vimiento que denominó como la evolución social mexicana. Los autores, para
Sierra, pasaron de tener conciencia de una certeza, a inferir lógicamente su
real existencia.
En el plano sociológico, los autores se limitaron únicamente a esbozar
algunas tendencias en la reconstrucción del pasado mexicano que difícilmente
podrían tipificarse como "leyes sociológicas", novedosas. Pareciera que su
afán científico sociológico de comprobación estuvo dirigido a mostrar el porfi-
riato como etapa culminante de un largo tiempo de evolución que se engarza-
ba adecuadamente con la existencia de un proceso de desarrollo general que
93
Pablo Macedo, op. cit., p. 225.
94
Justo Sierra, op. cit., p. 86.
99
involucraba la sucesión de las civilizaciones y su supervivencia. México forma-
ba parte de este proceso e ingresaba de esta manera por la puerta grande en
la historia universal.
Por supuesto que las ideas de libertad individual como sinónimo de pro-
greso y el paso de las sociedades homogéneas a las heterogéneas, bajo el prin-
cipio de pluralidad funcional, formaron parte del espectro teórico positivista
y organicista en México, pues su imperativo era la refundación de la nación
bajo un principio de unidad. Autores como Sierra sólo se limitaron en su aná-
lisis sobre "La era actual", conclusión de la obra, a mostrar sus reservas (hacia
1902) sobre la necesidad de un gobierno fuerte en el poder durante un perio-
do tan prolongado y enunciar la necesidad imperiosa de la libertad. A pesar de
su incipiente defensa sobre la necesidad de la libertad política e intelectual, su
visión de la sociedad no era el producto de la suma de las voluntades indivi-
duales tal y como la tradición liberal contractualista lo marcaba, sino que
predominó en Sierra la idea de la sociedad como un agregado superior a las par-
tes. Esta reflexión explica por qué en México: su evolución social prevaleció la
identificación del progreso con la necesidad de dirigir y organizar el destino
humano, requisito indispensable para la evolución.
En México: su evolución social, a partir de los intentos por presentar dis-
cursos objetivos y documentados sobre los diversos aspectos del organismo
social, también dominó una noción de progreso ligada a la evolución. La idea
de progreso fue la de algo natural, previsible, una característica de lo social y
lo cultural. El progreso fue visto como un proceso gradual, continuo, que se
asemejaba al crecimiento y que sería dominado por la ciencia. Predominó
una perspectiva del tiempo que varió en las clasificaciones y cronologías de
los autores, pero donde la sucesión entre los acontecimientos y etapas era fija,
pues se dirigían hacia la consecución de un fin en la historia. Conservaron ade-
más una concepción del cambio guiado por la difusión, eliminación o préstamo
entre las culturas española e indígena. Sus respectivas diferencias fueron con-
sideradas como niveles y grados a lo largo de una misma línea de evolución. Sin
embargo, la sociedad mexicana dibujada en la obra apareció como una enti-
dad dotada de un gran potencial de crecimiento. Lo anterior explicó el afán de
todos los autores de rastrear los orígenes de la agricultura, la industria, el co-
mercio, las instituciones jurídicas y políticas, el territorio y su población, entre
otras. Esta búsqueda del origen venía guiada por el juicio de que la esencia
que había de realizarse con el tiempo estaba ya en la semilla de una nación
moderna, aún en ciernes. Tal pareciera que esa esencia se desplegaba con ma-
durez en los días del porfiriato.
100
Cabe destacar que México: su evolución social se vio atravesada por un
debate que recorrió a la Europa finisecular: las discrepancias sobre la inevita-
bilidad del progreso y la necesidad de que los seres humanos intervinieran en
él. Predominó la concepción de un proceso largo y gradual del cambio social
y cultural entendido como diferenciación, como un movimiento que recorría
etapas definidas desde lo simple hasta lo complejo. Para los autores de Méxi-
co: su evolución social, el progreso no se identificó con la noción de libertad y
soberanía individual de Spencer, sino con la definición de progreso a la manera
de Comte, al concebirlo como un poder que permitiera la reforma profunda de
la mentalidad mexicana, de sus hábitos y costumbres; su espíritu era el de la
creación de un mexicano nuevo acorde con una visión moderna del mundo y
bajo un modelo dirigido por la elite política. Uno de los autores que mejor
ilustró estos valores fue Ezequiel Chávez, quien vislumbró en la educación un
poderoso instrumento de transformación social. Sin embargo fue Carlos Díaz
Dufoo quien realizó un balance más acabado sobre el papel que la educación
había jugado en la conformación de una nueva elite intelectual y política ilus-
trada que dirigía los esfuerzos del México moderno.
Si el progreso y la evolución social fueron los hilos conductores de la obra,
aún falta definir a la entidad que en conjunto evolucionaba: el pueblo mexi-
cano o la nación eran la esencia en despliegue a lo largo del tiempo, y a la cual
se le construyó una memoria.
101
Capítulo III
103
establecida entre los hechos antecedentes y consecuentes, sin la pretensión
de establecer o criticar leyes generales o de descubrir causas profundas u origi-
nales de los acontecimientos.
El desarrollo predominante de una línea de argumentación de corte evo-
lucionista permitió ubicar a los acontecimientos históricos inmersos en una
red de relaciones causales que articuló en México: su evolución social lo que
Hayden White llamó una operación cognoscitiva en la construcción del relato
histórico. Este nivel del discurso en el que se utilizó el aparato conceptual del
evolucionismo en sus modalidades positivista y liberal bajo la metáfora del orga-
nicismo, se articuló con otro componente de las estructuras narrativas domi-
nantes en la obra: el entramado de la comedia. La vinculación de ambos aspec-
tos, argumentación y entramado del discurso, formó parte de la explicación
histórica que la obra brindaba, la cual respondió en conjunto a una pregunta
en realidad subsumida sobre el proceso que dio lugar al surgimiento de la na-
ción y, parcialmente, al estudio del perfil y carácter de los mexicanos. Como
podrá observarse en el capítulo final, el hilo conductor de México: su evolu-
ción social y su significado profundo e implícito pueden ser desentrañados
también a través de algunos elementos del análisis narrativo.
Es justamente el interés compartido por los autores en torno a la nación y
al carácter nacional el factor que permitió romper con el criterio de objetividad
y neutralidad valorativa, propuesto en particular por el positivismo y en el
caso de los evolucionistas liberales por la llamada historiografía erudita.95
Analizar la idea de nación en tanto unidad de referencia o comunidad de
sentido, obliga a plantear un problema histórico y sociológico recurrente a lo
largo de nuestra historia: el de la constitución de la identidad nacional como
identidad colectiva. Sobre este concepto vale la pena hacer algunas precisiones
a pesar de no ser el objeto central del análisis, sino la idea de nación-entidad
con la que se encuentra profundamente ligada. Una de las cuestiones que per-
sisten en la búsqueda de anclajes sociales se refiere a cómo la identidad le da
puntos fijos de referencia al individuo, delimitando así las fronteras del yo y
las del entorno. A la par de esta acotación de la individualidad, tiene lugar
otro proceso que permite advertir las semejanzas que tenemos con el otro.
André Green explica cómo el individuo sólo puede definir su propia identidad,
es decir, realizar su proceso de personificación al interior del grupo, a través
95
En el capítulo final se presentan algunas reflexiones sobre la pertinencia del estudio de
los aspectos narrativos del relato histórico. Para la comprensión del significado de la idea
de nación en México: su evolución social se analizará en particular el ensayo de Sierra, "Histo-
ria política".
104
de la socialización pues es el otro, el poseedor del código simbólico a través del
cual el yo adquiere las normas de comportamiento y los límites de las expec-
tativas.96
Lo anterior significa en palabras de pensadores como Habermas, que la
identidad del yo sólo puede desarrollarse con base en la identidad trascendente
de un grupo. Es éste el que tiene el marco normativo que delimita las expec-
tativas en función de las cuales el individuo adquirirá un papel determinado
en el grupo social.97 Las identidades colectivas o sociales se refieren a la mane-
ra en que los individuos y las colectividades se distinguen de otros individuos
o colectividades. La búsqueda de similitudes y de diferenciación se constitu-
ye así en el principio dinámico de la vida social. El carácter único de la indivi-
dualidad y el perfil compartido de lo colectivo son ambos procesos simultáneos
y cuyo perfil es para los dos de tipo social, de tal manera que las identidades
colectivas enfatizan las similitudes y consistencia entre los miembros de una co-
munidad. Sus miembros creen que comparten algo relevante en términos
sociales, sin importar lo vago o ilusorio que esto sea. Por su parte, la identidad
individual privilegia las diferencias existentes entre los miembros de una co-
munidad. La construcción de la identidad individual también es un producto
social derivado de la socialización, de la interacción y las prácticas instituciona-
lizadas de etiquetado social que permiten a los individuos identificarse a sí
mismos y ser identificados por otros, lo que les posibilita distinguirse de otros
individuos.98
Un elemento que redondearía esta reflexión inicial sobre el concepto de
identidad colectiva en general consiste en señalar que el problema de la recons-
titución de la identidad en el tránsito de las sociedades tradicionales a las so-
96
Algunas de las ideas de André Green son planteadas por María Dolores París Pompo, en
Crisis e identidades colectivas en América Latina, pp. 73-74.
"Habermas ha planteado el problema de la conformación de la identidad colectiva y del
yo, a partir de la existencia de un orden. En el orden configurado por la tradición, el individuo
se integra a la comunidad mediante el mito que constituye el horizonte de un orden cósmico gene-
ral, fijando a cada ser lugares y pertenencias. La modernización implicó para el autor la ruptura
de esta unidad de creencias y de pertenencias, que sólo ha podido reagruparse a través de las
ideologías. Sin embargo, los marcos normativos están en un proceso de movimiento constante,
por lo que la llamada interacción comunicativa permite ir formando y unificando voluntades
colectivas en torno a un objetivo común al grupo y conforme a una interpretación homogénea de
la realidad. Estas ideas son desarrolladas por Jurgen Habermas en sus obras El discurso filosó-
fico de la modernidad, y Teoría de la acción comunicativa. Por su parte, Enrique Ureña aporta
elementos interesantes para comprender la obra de Habermas, en La teoría crítica de la sociedad
de Habermas. La crisis de la sociedad industrializada.
98
Sobre el tema puede consultarse el texto de Richard Jenkins, Social identity.
105
ciedades predominantemente modernas, ha sido uno de los ejes de la discusión
histórica y sociológica del siglo xix europeo. En la transformación paulatina
de los marcos normativos que acompañan a este tránsito, México no quedó a
la orilla de la historia pues vivió en la misma época un complejo proceso de
recomposición de sus referentes de identidad colectiva, entre ellos, y en par-
ticular, la identidad nacional. Si el orden colonial estuvo configurado por la
tradición, el individuo se integraba a la comunidad a través del mito y la reli-
gión, lo cual constituía y articulaba su vínculo con el mundo exterior. En el
orden de la modernidad, las coordenadas de orientación de la conducta fluc-
tuaron largo tiempo entre la tradición heredada y un nuevo código, fundado en
la legalidad, la secularización y propiamente en la idea de sociedad como
pacto más que como una comunidad.
Sin duda este trayecto colectivo por el siglo xix estuvo marcado por un
lentísimo, contradictorio e inconcluso proceso de transformación hacia la
modernidad, que trajo consigo la ruptura del concepto de unidad de valores,
creencias y sentidos de pertenencia. Lo anterior condujo a una escisión del
individuo y sus grupos de referencia tradicionales como la familia, la comuni-
dad religiosa, o laboral. Junto con ello tuvo lugar una paulatina reconstitu-
ción del orden y de elementos de identidad que evitaron la anomia y la caída
del individuo en el caos moral."
De esta manera las identidades del yo y de la colectividad están dadas por
el grupo en sus procesos de interacción y aprendizaje, los cuales generan nue-
vas ideologías, valores y normas. En general dan lugar a la formación de nuevas
identificaciones en torno a un proyecto y pretenden una interpretación amplia-
mente compartida sobre la realidad.
99
El concepto de anomia fue propuesto en la teoría sociológica de Emile Durkheim (1858-
1917). Utilizó el término para ilustrar un fenómeno de las sociedades modernas, que radicaba
en el hecho de que a falta de normas o bien en el escenario en el que éstas existían, la moral
no lograba constreñir lo suficiente al individuo. Se carecía de un concepto claro de lo que era
una conducta adecuada y aceptable y de lo que no lo constituía. Durkheim afirmaba en La
educación moral: "Para que el hombre vea delante de él falta de límites, libertad y espacio
abierto, debe haber perdido de: vista la barrera moral que en condiciones normales restringirían
su vista. Ya no siente esas fuerzas morales que lo restringen y que limitan su horizonte; pero si
no las siente es porque ellas ya no tienen su grado normal de autoridad, porque se han debilitado,
y ya no son lo que deberían de ser... La anomia es un signo del desgaste que se manifiesta en
los periodos en los que el sistema moral que ha prevalecido por siglos se derrumba y fracasa
en responder a las nuevas condiciones de la vida humana, sin que todavía se haya formado
ningún sistema nuevo para reemplazar el que ha desaparecido." Anthony Giddens (comp.),
Emile Durkheim. Escritos selectos, p. 172.
106
Finalmente, en torno a las identidades individual y colectiva puede decir-
se que parten de la similitud que en ambos terrenos implica delinear al mismo
tiempo las diferencias. En lo anterior se asume que la inclusión acarrea también
la exclusión del otro o de los otros, los extraños, es decir el criterio de "mem-
bresía" a la comunidad significa crear una frontera frente a la cual lo que se
encuentra más allá de aquélla, simplemente no pertenece. Lo que tenemos
nosotros en común, nuestra similitud, es precisamente nuestra diferencia
frente a los otros. En este proceso acotamos lo que somos y lo que no somos.
Desde el terreno de la sociología se puede afirmar que una colectividad es
una pluralidad de individuos que o se ven a sí mismos como similares o bien
tienen en común comportamientos o circunstancias también similares.
La teoría de la evolución social con las variantes que se identificaron con
anterioridad permitió a los autores imprimirle un sentido particular a sus rela-
tos más allá de la pretensión de escribir sociología y/o historia. En el conjunto
de ensayos que integran México: su evolución social puede observarse por
encima de las diferencias teóricas y temáticas, la presencia de una preocupa-
ción de fondo referida a explicar algunos de los componentes de lo que inte-
graba la identidad nacional, es decir el conjunto de vínculos que los ligaban a
una comunidad denominada nación y que permitía delimitar fronteras frente a
otras unidades de sentido colectivo. Como se verá, el estudio siguiente se refe-
rirá a la idea de nación que se desprende de la reflexión de los autores de México:
su evolución social, en tanto referente comunitario de una identidad colectiva
como la nacional hacia el final del siglo xix.
La idea de nación que puede desprenderse de la obra es compleja debido
a la incorporación de por lo menos dos dimensiones en su definición. Esta obra
colectiva permite explicar cómo los autores compartieron la aspiración sobre
la búsqueda de un pasado común, lineal e integrado por un vínculo cultural y
racial que recorría las etapas más significativas de la historia mexicana, desde
la época prehispánica hasta el presente porfirista Al igual que en la obra
México a través de los siglos, en México: su evolución social, aparece plenamente
incorporada a estas historias generales el pasado colonial con dificultad asimi-
lado por la generación liberal. Esta última obra expresó además la existencia
de una entidad o esencia en evolución, el pueblo mexicano, moldeado tanto
por circunstancias históricas diversas como por la fusión de diversos troncos
raciales y culturales. El proceso de la integración aún estaba inconcluso y de
ahí derivaban los principales problemas del país. Desde una perspectiva de con-
junto, se admitía que la conformación del perfil étnico en un sentido amplio
no resultaba suficiente para dar lugar a una nación. Es decir, se requería una
107
voluntad política de pertenecer que en este caso se expresaba en el impulso
hacia un conjunto de instituciones liberales. Hermann Heller aporta elemen-
tos para comprender mejor este proceso:
108
cos, el criollo y el mestizo, se intentó expresar su integración política con
ideas provenientes del liberalismo y el conservadurismo, en el primer caso y
en el escenario del México mestizo bajo la expresión de la nación liberal.
En México: su evolución social la complejidad de la idea de nación provie-
ne de la inclusión de dos elementos que los autores compartieron y que ya en
lo particular privilegiaron uno u otro en la elaboración de sus discursos: se
refirieron a una dimensión moderna de la nación que comprendía los compo-
nentes cívico-territoriales. Esto permitió considerar al estado porfirista como
su expresión más acabada. La segunda dimensión estuvo dada por el referente
étnico que en sí mismo puede ser desglosado en su cara exclusivamente racial
y en segundo término desde los componentes culturales.
El concepto de la raza fue para los autores de México: su evolución social,
uno de los ejes estructuradores de la idea de nación con la que culminaba el
siglo xix. Puede afirmarse que en general entendían por raza lo que se deno-
mina como raza natural, que vendría a ser una comunidad de origen cuyas
características esenciales eran hereditarias y que debido al impacto del tiem-
po, el paisaje, el clima, la alimentación o la posición social, daban lugar a las
razas secundarias. Por esta razón se refirieron reiteradamente al proceso de
adaptación del organismo social mexicano y de sus partes constitutivas al me-
dio. En sus descripciones sobre indígenas, españoles y mestizos también inclu-
yeron un aspecto que derivaba del biotipo racial y que consistía en que cada
raza tenía un alma o temperamento, y algunos de sus respectivos rasgos guar-
daban relación con el presente. Sus reflexiones parecen inscribirse en el con-
texto de una discusión más amplia sobre la correspondencia entre los aspectos
físicos de la raza, y ciertas estructuras psíquicas y de carácter. Es decir, vincu-
laron las características morfológicas y genéticas de un grupo con la definición
del temperamento del mismo.102
La dimensión cultural de lo étnico para los autores de la obra tendió no
tanto a describir los biotipos, sino a señalar el conflictivo proceso de integra-
ción de las almas raciales en la denominada alma nacional o carácter nacional.
Coincidieron en señalar también la influencia del proceso histórico mexicano
en el resultado alcanzado por ese carácter. En la obra predominó la idea de
la nación integrada que se identificó con lo mexicano, y que requirió finalmen-
te abarcar aspectos genealógicos sintetizados en los mitos sobre el origen común,
la elaboración de recuerdos históricos compartidos y la asociación de los mexi-
102
Esta discusión fue identificada con la obra de Gobineau en su Ensayo sobre la desigualdad
de las razas, de 1853, y popularizada por Richard Wagner y H. St. Chamberlain. Con posterio-
ridad, Otto Hauser publicó Raza y cultura en 1924.
109
canos con una idea de patria específica: la mestiza. En conjunto, lo anterior
les permitió delimitar de dónde venían (en una secuencia lineal y continua entre
diversas etapas de la vida nacional) para responder a la pregunta sobre quié-
nes eran. Una nación mestiza. El porfiriato fue una época que otorgó gran signi-
ficado a este proceso, coadyuvando así a identificar ciertos estratos acumulados
en el tiempo del llamado carácter nacional.
Si el pueblo mexicano o nación era una esencia en evolución, su proceso de
integración incluyó fijar diversos puntos de origen en el tiempo histórico para
cada uno de los aspectos que constituían a la población, las instituciones, la
política económica, la ciencia, la educación, etcétera. También implicó que
los autores fijaran posturas diferentes sobre el origen de la nación, ya fuera en
la época colonial, la Independencia, la Reforma y marginalmente en la época
prehispánica. Todo confluía en la integración orgánica de la nación. Estos aspec-
tos, así como las dimensiones cívico-territoriales de la nación vinculadas al
Estado, y los argumentos relativos a la etnia, fueron combinados o bien privi-
legiados en algún aspecto particular en los respectivos ensayos.
La mayoría de los autores hicieron referencias constantes a los tipos raciales
y al carácter de los mexicanos, es decir de los mestizos de finales del siglo xix,
en particular en las obras de Chávez, Sierra, Pablo y Miguel Macedo, Reyes,
Díaz Dufoo, Raigosa, Parra y Crespo. Es interesante observar cómo este con-
junto, a excepción de Reyes y Sierra (un tanto heterodoxos), apareció en el
capítulo anterior identificado con el evolucionismo positivista.
En relación con el perfil moderno y liberal de la nación, se privilegiaron fun-
damentalmente aspectos cívicos o territoriales, es decir, el principio dominante
de un pacto o acuerdo en relación con la organización del orden político, y se
tradujeron en un código de normas sustentado en la legalidad. Se contempló,
entre otros factores, la delimitación territorial de fronteras, la constitución de
un proyecto de educación pública y el acotamiento de una historia nacional,
entre otros. Lo anterior destacó en particular en los textos de Sánchez Már-
mol, Jorge Vera Estañol y Julio Zarate, cuya perspectiva de análisis coincidió
con el denominado evolucionismo liberal. Este componente cívico-territorial
de la nación tuvo antecedentes claros de la tradición liberal mexicana que
sentó las bases para la constitución tendencial, tanto de un Estado moderno
como de una sociedad secularizada.103
103
La bibliografía sobre el concepto de nación es muy amplia. Dado el perfil de la obra en
análisis y el objeto de estudio elegido, se ha retomado la perspectiva de Anthony Smith sobre
la nación definida como "un grupo humano designado por un gentilicio, y que comparte un
territorio histórico, recuerdos históricos y mitos colectivos, una cultura de masas pública, una
110
Es importante señalar que la clasificación anterior es un mero agrupamien-
to que pone el acento en aspectos diferenciados en las respectivas argumenta-
ciones al privilegiar la raza y temperamento o bien la definición liberal terri-
torial de la nación. Lo anterior no significa que los autores que enfatizaron los
aspectos étnicos rechazaran la concepción moderna de la nación, sino que le
concedieron un peso relativo mayor a las cuestiones del alma y de la raza. Los
denominados autores evolucionistas liberales se refirieron de manera muy
marginal a la raza y sus implicaciones culturales para construir la idea de una
nación moderna.
Si bien es posible encontrar una correspondencia entre este agrupamiento
de los autores con las teorías de la evolución social, no se produjo una corres-
pondencia similar en cuanto a la delimitación de los orígenes históricos de la
nación, es decir los autores positivistas que privilegiaron el componente étni-
co-cultural de la nación así como aquéllos identificados con una posición libe-
ral evolucionista fijaron de manera diversa el origen de la nación en la época
prehispánica, colonial o liberal. En la revisión de cada uno de los ensayos que
integran la obra encontramos referencias directas al tema de la nación.
Es importante destacar que solamente un autor como Carlos Díaz Dufoo
ofreció explícitamente un concepto sobre lo que consideraba que era la iden-
tidad nacional o nacionalidad. Afirmó:
economía unificada, y derechos y deberes legales iguales para todos sus miembros". Asimismo,
afirma que "la identidad nacional y la nación son «constructos» o agregados complejos integra-
dos por una serie de elementos interrelacionados de tipo étnico, cultural, territorial, económico
y político-legal. Representan lazos de solidaridad entre los miembros de comunidades unidas por
recuerdos, mitos y tradiciones compartidos que pueden o no tener expresión en estados propios,
pero que no tienen nada que ver con los vínculos exclusivamente legales o burocráticos del
Estado". Dice Smith: "Conceptualmente la nación ha combinado en proporciones que varían
según los casos, dos tipos de dimensiones: la cívica y territorial, por un lado, y la étnica y genea-
lógica, por otro." Estas ideas se plantean en "Algunas funciones y problemas de la identidad
nacional", en La identidad nacional, pp. 13 y 14.
111
nes de la existencia variaban en cada comarca; cada clima marcaba necesidades
distintas: el cacicazgo contribuía a agrandar estos abismos, que separaban en-
tidades solitarias de un Estado y los impuestos locales -consecuencia del sistema
federal que sólo sirvió para aflojar lazos- fomentaron todavía este aislamiento,
elevando repentinos obstáculos a las funciones del aparato distribuidor económi-
co. La nacionalidad mexicana se ha ido formando más tarde, con los dolores, las
tristezas y también los entusiasmos y las satisfacciones comunes; se ha cimenta-
do y ha adquirido fuerzas con la supresión de los elementos adversos a una
agregación homogénea y armónica.104
112
tencia de la nación mexicana, en la época prehispánica, enfatizando su transfor-
mación con el mestizaje cultural y racial posterior. Una segunda posición se
ilustra con el pensamiento de Porfirio Parra, quien destacó el carácter deter-
minante de la Conquista y espíritu español en la fundación de la nación. Por su
parte, autores como Genaro Raigosa y Bernardo Reyes, más que delimitar
históricamente el origen de la nación mexicana, sostuvieron la tesis del mesti-
zaje como eje articulador de la nacionalidad. Su reflexión fue particularmente
importante pues no sólo aportaron ideas sobre el tema, sino que también den-
tro de esta interpretación se presentaron elementos para definir el carácter
nacional derivado del mestizaje. Éste fue el caso también de Miguel Macedo
y de Gilberto Crespo y Martínez. Finalmente, Carlos Díaz Dufoo, Manuel
Sánchez Mármol, Julio Zarate, Pablo Macedo y Jorge Vera Estañol ilustraron
una tendencia que advirtió cómo la nación en realidad se forjó y consolidó,
después de la guerra de Independencia y de la revolución de Ayutla, en plena
era liberal y más a partir de un referente institucional moderno que de compo-
nentes raciales.
De manera aislada, en autores como Ezequiel Chávez, puede ubicarse el
surgimiento de la nación mexicana en la época de los aztecas:
113
des ramas: el tronco ibérico, encarnado para Porfirio Parra en el alma espa-
ñola que aún vivía en la mexicana, y su mezcla con razas americanas vigorosas
"pero de origen desconocido". En la reflexión de Parra la Conquista española,
a diferencia de la romana, no asimiló la civilización de los vencidos, sino que
la persiguió e hizo desaparecer los elementos de la civilización azteca. Se con-
servó a los vencidos, pero con la condición de grado o por fuerza de adoptar
la civilización que la Conquista imponía.108
Mientras que Porfirio Parra destacó el dominio del alma española en el
ascenso de la nación, otros autores enfatizaron la importancia del mestizaje
para delimitar sus orígenes y los de la nacionalidad mexicana. Esta tesis domi-
nante al interior de México: su evolución social, era el producto de la síntesis
de dos civilizaciones: una propulsora, la española, y otra claramente resisten-
te, la indígena. El gran sujeto intermediario entre la raza opresora y la raza
oprimida para autores como Genaro Raigosa fue la mujer indígena, vínculo
de unión para integrar la raza nacional.109 Esta reflexión de Raigosa provino de
su diagnóstico sobre la ausencia de un vínculo nacional que mantuviera uni-
dos a los pueblos prehispánicos, bajo la forma de un organismo colectivo. En
realidad, advirtió el autor de "La evolución agrícola", los pueblos prehispáni-
cos se asemejaban más a estratificaciones humanas colocadas unas encima de
las otras. Solamente el Imperio Azteca pudo absorber la energía de los pueblos
que sometió por la fuerza."110
El general Bernardo Reyes coincidía con Raigosa, en cuanto a que el terri-
torio se encontraba fraccionado en reinos antes de la Conquista. Coincidió en
lo fundamental con Parra, al señalar que sólo los españoles tuvieron espíritu
integrador, sentando las bases de la nueva nación y nacionalidad. Sin embargo,
desde una perspectiva más realista, ésta para Reyes no era un todo homogé-
neo e integrado, sino que se formó una nación que en tanto mestiza, era hetero-
génea en sus orígenes, aspiraciones e ilustración.111
Miguel Macedo advirtió por su parte que fue el mestizaje el origen de la
nueva nacionalidad y de la nación. En su estudio sobre "El municipio, la asis-
tencia pública y los establecimientos penales", afirmó a la par del general
Reyes, que el mestizaje era en realidad un proceso inconcluso, cuyos efectos
108
Porfirio Parra, "La ciencia en México", en Justo Sierra et al., México: su evolución..., t. i,
vol. 2, p. 422.
109
Genaro Raigosa, "La evolución agrícola", en Justo Sierra et al, México: su evolución..., t. ii,
pp. 10-11.
110
Ibidem, p. 7.
111
Bernardo Reyes, "El ejército nacional", en Justo Sierra et al., México: su evolución..., t. 1,
vol. 1, pp. 355 y 415.
114
aún se dejaban sentir tres siglos después de la dominación española. Sus con-
secuencias no eran de poco peso pues este proceso histórico había contribui-
do a perfilar el carácter mexicano que por cierto Macedo identificó con el del
bajo pueblo, objeto de su estudio, al analizar a las instituciones de asistencia.
Macedo señaló que el carácter mexicano, entendiendo por carácter un conjun-
to determinado de cualidades y tendencias psíquicas, había sido fuertemente
influenciado por los tres siglos de régimen colonial, así como por las convul-
siones políticas posteriores a la guerra de Independencia. Para Macedo, las
clases que componían a la sociedad mexicana mostraban la ausencia de homo-
geneidad, pues los individuos que la conformaban parecían pertenecer a dis-
tintos pueblos y a distintas épocas en razón de sus diferencias culturales, de
instrucción y de moralidad. A pesar de este matiz, Miguel Macedo nos presen-
tó uno de los cuadros más acabados del carácter mexicano, presente en México:
su evolución social. Afirmaba el autor:
115
entonces: eran polígamos, pocas veces contraían uniones legítimas, e incurrían
además en el abandono material y moral de sus descendientes, etcétera.113
Es importante destacar que en contraste con la opinión pesimista de Mi-
guel Macedo, Gilberto Crespo y Martínez, en "La evolución minera", señaló
cómo la nación se forjó en la guerra de Independencia, cuando muchos barre-
teros siguieron en su intento al cura Hidalgo. El autor vio en este humilde
personaje, el barretero, cualidades muy diferentes a las descritas por Miguel
Macedo, como propias del bajo pueblo, y distintivas del carácter nacional:
"inteligente, activo, emprendedor y sociable, audaz y generoso".114 Para el
autor, sólo el impacto positivo de la ciencia coadyuvaría a la educación y evo-
lución favorable de dicho carácter.115
Al interior de la obra existe también una tendencia a ubicar el origen de
la nación a partir de una concepción de perfil liberal. Manuel Sánchez Már-
mol, autor de "Las letras patrias", representó una vertiente que observó el
nacimiento de la nación mexicana después de la guerra de Independencia,
empapada de ánimo por romper con España.116 Sin embargo, a partir de la
revolución de Ayutla y en particular después de la Intervención francesa de
1864-1867, la nación, para Sánchez Mármol, se asentaba definitivamente en la
vieja capital de los aztecas. Ignacio Manuel Altamirano apareció entonces como
el restaurador de la República, al impulsar el movimiento de las letras patrias,
impidiendo además que nuestra lengua se perdiera después de la invasión.
Afirmó Sánchez Mármol:
116
conjunto de obras que reflejaban con precisión el carácter del mexicano, al
relatar su desenvolvimiento en la vida cotidiana. Observó en las novelas autén-
ticos documentos históricos y sociológicos que hablaban de costumbres, reli-
gión, romanticismo, educación, picardía, etcétera. Al referirse a la novela
mexicana, afirmó:
117
pueblo libre, derivarían sin ningún esfuerzo de la existencia de la ley misma.121
Asimismo, Bernardo Reyes afirmaba que la revolución de Ayutla y la era libe-
ral significaron el levantamiento de la nación en contra de la tiranía de Santa
Anna.122
El ensayo de Zarate en torno a las instituciones políticas del país, tuvo
como una de sus constantes el observar en el ideario liberal la base sobre la
que se asentó la nación moderna. En el pensamiento de Zarate la idea de
nación se identificó claramente con la de República liberal. Zarate afirmaba:
Mengua fuera, y muy grande, en los que hemos llegado a ver el fin del siglo xix
y a la Patria independiente, próspera, por todos respetada y en pleno desarrollo
de la actividad nacional a la sombra de sus libres instituciones, mengua fuera,
repetimos, condenar hoy la fundación de la República, siquiera precipitada y
sin haberle precedido una preparación lenta y progresiva. Ello es que aquel
joven partido afirmó con su creación la autonomía nacional, que deslindó audaz-
mente los sendos e indecisos campos en que se hallaron comprendidos los ha-
bitantes de la antigua Nueva España al día siguiente de su separación de la
madre patria, y que echó con osadía sin par, y también con raro y singular
patriotismo, los cimientos de una organización política que perfeccionándose
sucesivamente, acabarían por identificarse en el sentimiento de la gran mayoría
del pueblo mexicano con el ardiente culto que siempre ha consagrado a la liber-
tad y a la independencia.123
Otro autor como Pablo Macedo compartió con Zarate la perspectiva sobre
cómo las instituciones liberales durante la República sentaron las bases eco-
nómicas de la nación al final del siglo xix. Al analizar la evolución mercantil
existencia de un poder autónomo cuya función social consiste en organizar y actuar la coopera-
ción social territorial. Tiene a su disposición el orden jurídico establecido y asegurado por los
órganos estatales que le permiten asegurar la división del trabajo social y mantener cierta per-
manencia y densidad de las relaciones de intercambio e interdependencia, en un territorio pro-
tegido. En este caso la definición de la nación en su dimensión étnica, cobró expresión política
y se complementó con los aspectos cívico-territoriales que también la constituyen y que la
identifica plenamente con la concepción moderna sobre el Estado. Hobsbawm, Gellner y Heller
no tienen otra forma de definir a la nación del siglo xix sino como Estado-nación.
121
Julio Zarate, "Instituciones políticas. Los estados de la Federación mexicana, las relacio-
nes exteriores", en Justo Sierra et al., México: su evolución..., t. 1, vol. 1, p. 316.
122
Bernardo Reyes, op. cit., p. 379.
123
Julio Zarate, op. cit., p. 317.
118
Macedo señaló que los liberales de 1857 dotaron al país de libertades econó-
micas, entre ellas, la libertad de profesión y de trabajo. Fueron abolidas las
leyes privativas, los estancos, monopolios y prohibiciones, a título de protec-
ción de la industria. Garantizaron la propiedad privada determinando que no
pudiese ser ocupada, sino por causa de utilidad pública y previa indemniza-
ción. Quitaron a las corporaciones civiles y eclesiásticas toda capacidad para
adquirir o administrar bienes raíces, con excepción de los edificios destinados
directamente al servicio u objeto de su institución. Reservaron a la Federación
la facultad de acuñar moneda, celebrar empréstitos sobre crédito nacional,
expedir bases generales de la legislación mercantil, etcétera.
El Partido Liberal Mexicano, afirmaba Macedo, contó con el apoyo de la
nación entera y logró limitar los alcances del poder público. También propor-
cionó a la nación el cemento necesario para su integración: la libertad econó-
mica. El reconocimiento de esta libertad logró para Macedo terminar con el
principio aún colonial, rector del país en su etapa inmediata posterior a la
Independencia: la preservación de estancos, impuestos y monopolios. Afirma-
ba Pablo Macedo:
119
Reforma liberal de 1833, la Ley Lerdo, la Ley Juárez y la Ley Iglesias, así
como la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma contribuyeron a la fun-
dación de un Estado moderno, separado de la Iglesia, sujeto al respeto de las
garantías individuales, y limitado en el ejercicio de su poder por contrapesos
como el juicio de amparo.125 Su argumento central consistió entonces en resal-
tar la consolidación de un espíritu de integración legal y política que posibilitó
la igualdad ante la ley, y la eliminación de fueros y privilegios.
Sin embargo, a pesar del reconocimiento que se le otorgó a las institucio-
nes liberales como coadyuvantes en la constitución de la nación mexicana a
finales del siglo xix, Carlos Díaz Dufoo mostró un optimismo más moderado al
señalar que el mito sobre la riqueza del territorio nacional impulsó en México
la crítica a las doctrinas liberales que otorgarían concesiones. Se pensó que los
extranjeros se apoderarían del territorio nacional y lo explotarían. Por esto se
propuso cerrar las fronteras nacionales, lo que dio lugar al prohibicionismo y
al proteccionismo. Para el autor de "La evolución industrial", fueron inútiles
las enseñanzas del libre comercio aprendidas de los libros de Federico Bastiat
pues el error que se cometió en la era independiente, fue el mismo de la era
colonial: la obstinada defensa del mercado nacional de las mercancías de otras
naciones. Entre las críticas de Díaz Dufoo a la Constitución de 1857 destacó
la de considerar que si bien ésta atacó los efectos del prohibicionismo, no se
refirió del todo a sus causas. Afirmaba Díaz Dufoo:
120
Las ideas anteriores ilustran que si bien el ideario liberal efectivamente
había contribuido a la fundación de instituciones modernas y a la identifica-
ción de la República con la nación, existían en realidad fuertes resistencias en
el ámbito de la industria en particular y de la economía en general que se
oponían al abandono de una mentalidad proteccionista y proclive a la revolu-
ción. La importancia del texto de Díaz Dufoo radicó en destacar hacia finales
del siglo xix que sólo la libre competencia y concurrencia en lo económico
podían derivar en una verdadera evolución e integración nacional.
El liberalismo europeo estuvo dominado durante varias décadas del siglo xrx
por una forma de organización del Estado responsable de mantener el orden
y la seguridad interna y externa, y bajo el monopolio de la violencia legítima.
También incluía el principio de poderes limitados por la existencia del estado
de derecho. Sus funciones estaban restringidas por la activa división de tareas
sociales que recaía en el ámbito privado. Frente a esta definición ortodoxa sobre
el Estado liberal que ilustraba el tipo de Estado prevaleciente entre finales
del siglo XVIII y la primera mitad del xrx en Europa, encontramos en la obra de
estudio una coincidencia en torno a una concepción heterodoxa que consis-
tió en un Estado fuerte e interventor en la vida pública, pero sustentado en
instituciones liberales.127
En la obra que se analiza destaca la búsqueda de una explicación sobre el
origen y formación de la nación y coincidieron en la capacidad del Estado por-
firista para representarla. Su concepción de lo que la nación era desde una
perspectiva moderna explica el énfasis puesto en el liberalismo en su tarea
integradora del Estado y de la nación misma. La importancia concedida a éste
en la organización de la vida de la nación, quedó ilustrada con el análisis que
los autores propusieron sobre la competencia del Estado porfirista en la edu-
cación y en la economía, principalmente.
Ezequiel Chávez, en su ensayo sobre "La educación nacional", realizó
uno de los seguimientos más acabados sobre el proceso de separación entre
las funciones civiles y políticas de Iglesia y Estado, así como del proceso de
secularización al que condujo. Chávez explicó con lujo de detalles cómo la
fundación de una Dirección de Fondos de Instrucción Pública en 1862 y el
proyecto de Ley de Instrucción Pública, encabezado por el ministro de Justi-
cia, Ignacio Ramírez, del mismo año, reforzaron la responsabilidad estatal de
una educación pública, laica, gratuita y obligatoria.128 Estas medidas se refor-
127
Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia.
128
Ezequiel Chávez, op. cit., p. 514.
121
zaron además con la Ley de Enajenación de Capitales Amortizados de Ins-
trucción Pública, con lo cual el Estado asumió más que antes el encargo de la
enseñanza, y sólo dejó con fondos propios a algunos colegios.129
Ya en pleno porfiriato, Chávez destacó cómo las escuelas privadas pasaron
en 1878 a depender directamente de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pú-
blica. Asimismo, la Ley de 1888 cumplió con tareas importantísimas:
La Ley de 1888 no sólo fue notable por haber establecido así las bases para
conseguir de un modo efectivo la instrucción obligatoria y por haber vigorizado
el movimiento que tendía a poner la instrucción primaria organizada por los
municipios, bajo la dirección material y moral de la Secretaría de Justicia e Ins-
trucción Pública; fue notable, además, porque estableció de un modo expreso
la obligación de fundar escuelas primarias elementales y primarias superiores,
como de hecho se había venido haciendo.130
122
ta, le induzcan a organizar de un modo más sistemático la protección que todo
Gobierno debe al adelanto científico. Se podrían establecer tres o cuatro premios
al año, de diez mil pesos cada uno, para el que escribiere obras científicas,
sujetas a ciertas condiciones o para el que hiciera algún descubrimiento.132
La enseñanza pública, por medio del Estado es por tanto, la primera y la más
urgente de las necesidades de nuestra agricultura. La escuela rural, el colegio
agrícola, la estación experimental, son las tres formas gradualmente ascenden-
tes del sistema adoptado por las naciones más prominentes del mundo, para
derramar por todo el territorio la instrucción agrícola.134
Pablo Macedo fue uno de los autores que con más precisión detalló las
funciones económicas del Estado porfirista. En sus amplísimos ensayos anali-
zó el perfil eminentemente proteccionista que tuvo la actividad económica
del país no sólo durante la Colonia, sino durante el siglo xix, incluyendo un
trayecto importante del porfiriato.135 Macedo destacó cómo durante los años
que corrieron entre 1883 y 1900 tuvo lugar un largo proceso de reorganización
económica que permitió la expansión de recursos estatales, gracias a la apli-
132
Porfirio Parra, op. cit., pp. 462-463.
133
Manuel Sánchez Mármol, op. cit., p. 606.
134
Genaro Raigosa, op. cit., p. 43.
135
Pablo Macedo, "La Hacienda pública", en Justo Sierra et al, México: su evolución..., t. ii,
p. 386.
123
cación de un sistema de recaudación fiscal homogéneo en la República.136 Se
suprimieron alcabalas, se redujeron paulatinamente aranceles, y bajaron los
impuestos en aquellos sectores de la economía en los que se buscó un incen-
tivo para su crecimiento. Asimismo, Macedo destacó la capacidad del Estado
porfirista para implantar el Código de Comercio en 1883. Mediante éste se
autorizó la creación de las sociedades anónimas por acciones que permitieron
la centralización del capital y de la industria. El Código de Comercio tenía como
trasfondo una discusión sobre si era el poder público la instancia responsable
de la regulación de la oferta monetaria y de reglamentar la emisión de billetes
y monedas. Este Código también autorizó el establecimiento y regulación de
nuevos bancos como el Nacional de México en 1882.137 Macedo también deta-
lló el papel del Estado mexicano de finales del siglo xix en materia de obras
públicas: en particular las comunicaciones marítimas y ferroviarias que en-
tonces operaban mediante concesiones otorgadas a particulares, nacionales o
extranjeros.138
Si la función social del Estado se expresaba en el Estado-nación, los auto-
res también analizaron el perfil étnico de la población mexicana, mosaico que
en los hechos expresó las dificultades estructurales y en particular culturales
de la institucionalidad liberal.
Las reflexiones sobre la idea de nación en la obra tienen como referente funda-
mental no sólo la concepción cívico-territorial sino principalmente un compo-
nente de tipo étnico, entendido como una comunidad humana caracterizada
por afinidades raciales, lingüísticas y culturales. Cabe señalar que esta coinci-
dencia sobre los componentes de la idea de nación no se tradujo en uniformidad
entre los autores, por lo menos al fijar puntos de origen diversos y momentos
fundacionales distintos para cada tema tratado. Sin embargo sus respecti-
vos temas y cronologías confluyeron en una concepción orgánica de la nación
y compartieron un mito fundacional que derivaba en la nación mestiza y mo-
derna. En consecuencia comunicaron un sentido de continuidad en el tiempo
entre la época prehispánica, la Colonia, la Independencia, la confrontación
136
Pablo Macedo, "La evolución mercantil", en Justo Sierra et al., México: su evolución...,
t. ii, p. 190.
137
Ibidem, p. 229.
138
Ibidem, p. 272.
124
liberal conservadora y la era actual o porfiriato. Entre los autores que a conti-
nuación se revisarán, existió una coincidencia básica en cuanto a la posibilidad
de establecer una asociación entre la variable étnica y los rasgos del tempera-
mento que le eran inherentes. Lo que resulta evidente a lo largo de México: su
evolución social es que muchas de estas opiniones fueron el producto de una
preocupación por definir el llamado carácter nacional, en términos de una esen-
cia que encontraba sus rasgos típicos en el origen y fusión racial, así como en el
desenvolvimiento de la historia del país.139 Estos intentos de síntesis de la con-
cepción de la nación bajo el predominio del ideal mestizo y que vieron en la
educación el instrumento integrador de la conciencia y cultura nacionales,
tuvieron sus orígenes en José María Vigil. En 1878 publicó una serie de cinco
artículos titulados "Necesidad y conveniencia de estudiar la historia patria"
en el periódico El Sistema Postal. En estas reflexiones tal y como lo demuestra
Juan Ortega y Medina, Vigil propuso un modelo de educación nacional cen-
trado en el humanismo y el mexicanismo, en franca oposición al modelo po-
sitivista. Sostenía Vigil que el país no conocía su historia y que no percibía su
realidad inmediata. Por ello, sin negar los aspectos positivos del cosmopolitis-
mo, insistía en que México debía retener sus características únicas; de ahí que
promoviera un nacionalismo cultural que suponía un profundo autoconoci-
miento, el cual no debía confundirse, decía Vigil, con el patriotismo. En este
sentido resultaba indispensable el redescubrimiento del pasado colonial pues
ahí se encontraban los gérmenes de nuestras costumbres y hábitos:
125
preciso ir más allá del periodo colonial, estudiar esa barbarie, que por más que
afecte despreciar, vive y persiste entre nosotros, constituyendo el obstáculo más
formidable para el establecimiento de la paz y del desarrollo de los elementos
benéficos.140
140
José María Vigil, "Necesidad y conveniencia de estudiar la historia patria", en Polémicas
v ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 268.
141
Ibidem, p. 270.
142
Ibidem, p. 215.
126
Es importante establecer que la discusión sobre el llamado carácter na-
cional se desarrolló en los últimos 25 años del siglo xix bajo dos tendencias
importantes. La primera de ellas es la representada por el pensamiento de
Vigil, para quien el carácter del mexicano efectivamente estaba dado por una
serie de rasgos psicológicos ligados al desenvolvimiento de la historia del país,
a partir de la Conquista. Esta veta de pensamiento, en la que la historia nacio-
nal había sido reconstruida en busca de la clave del "alma colectiva de la nación"
o del carácter nacional tuvo continuidad en el siglo xx bajo nuevos horizontes
hermenéuticos o interpretativos, presentes, por ejemplo, en la obra de Julio
Guerrero, con su libro La génesis del crimen en México, obra precursora de
muchas de las reflexiones entre otros de Samuel Ramos en 1934 y de Octavio
Paz hacia 1950.143
La segunda tendencia en el tema del carácter nacional estableció que
éste no derivó de la herencia histórica sino fundamentalmente de la raza prima-
ria. Este último concepto se vinculaba con un grupo racial que poseía rasgos
biológicos hereditarios únicos los cuales determinaban los atributos menta-
les, es decir un conjunto determinado de rasgos psicológicos típicos que jus-
tamente derivaban del entramado étnico. Esta corriente es la que se observó
con más fuerza en México: su evolución social, sin embargo, cabe señalar que
si bien en la interpretación de los autores de la obra predominó esta última
perspectiva, la herencia de José María Vigil también estuvo presente. Domi-
nó el perfil organicista en sus explicaciones según las cuales la adaptación y
transformación de la naturaleza eran las que conducían a la degradación moral
o bien a la evolución de las razas. Sin duda en este análisis incluyeron las cir-
cunstancias y condiciones impuestas por el proceso histórico. Fue interesante
la conclusión a la que arribaron: la superioridad de la raza blanca, el sentimien-
to de inferioridad del mestizo y la minusvalía del indígena. Tanto el positivismo
como el liberalismo evolucionista en México: su evolución social, aparecieron
entonces como herramientas valiosas que posibilitaron la expresión de una
aspiración colectiva arraigada, por lo menos en esta elite intelectual: la defi-
nición de los componentes de la nación mexicana a través de sus razas y de su
pasado histórico.144
143
Julio Guerrero, La génesis del crimen en México. Por su parte, Henry Schmidt explica
cuál fue el posible impacto del análisis de Guerrero sobre el ser del mexicano, en la obra de
Samuel Ramos y de Octavio Paz. Schmidt escribió The roots of "lo mexicano".
144
Es necesario advertir que el planteamiento de México: su evolución social en torno a las
razas como referente en la comprensión de la nación y del carácter, coincidió por lo menos
cronológicamente con la interpretación espiritual e hispanista del modernismo, en cuanto a la
127
México: su evolución social privilegió la integración de las diferentes cepas
raciales del pueblo mexicano. Su mensaje último fue el mestizaje, síntesis y
fusión de los contrarios, no la pluralidad ni la tolerancia en la convivencia con
el otro. Bernardo Reyes y Agustín Aragón explicaron la composición de la en-
traña racial de la nación mexicana. Bernardo Reyes la definió en la integración
de españoles, "engreídos con el antiguo régimen"; los criollos, "ufanos con la
emancipación e inexpertos en el gobierno"; y los mestizos y los indígenas,
"humillados por la servidumbre".145 Por su parte, Agustín Aragón estableció
que la población mexicana estaba integrada por tres grandes ramas: la africana,
formada por los esclavos y negros; la europea, integrada por los conquistado-
res, los blancos y los criollos; y finalmente por la cepa americana, formada por
aborígenes e indígenas.146 En síntesis la obra en estudio mostró que en la na-
ción mexicana de finales del siglo xix difícilmente podía hablarse de uniformi-
dad pero sí existía una identidad cultural resultado de la continuidad entre las
generaciones que derivaban en una civilización particular. La historia y el
pasado imprimían perfil al carácter, pero más lo había logrado el peso de las
razas de las cuales éste derivaba.
128
ron en su descripción sobre los indígenas la existencia de una cultura muerta
truncada por la Conquista. Para Bernardo Reyes, los indígenas y en particular
el pueblo mexica fue valeroso, heroico y brioso.147 Pero también fue una na-
ción sometida al despotismo, objeto y sujeto de la crueldad fanática, violenta
y con una ferocidad que impedía, en palabras de Pablo Macedo, hablar de
una civilización adelantada.148
Frente a este diagnóstico, sin duda fue Ezequiel Chávez quien describió
mejor el proceso de transformación moral y religiosa que sufrieron los indíge-
nas, quienes truncaron su ideal guerrero por la sumisión. Encerraron emociones
antisociales como la resignación, la falta de esfuerzo, la ira, el temor y el odio:
carecieron, decía Chávez, de ideas impulsoras. Su perspectiva coincidió con el
diagnóstico de Aragón quien percibió el aniquilamiento moral que sufrió el indí-
gena como consecuencia de la Conquista.149
Jorge Vera Estañol, al referirse al indio vivo, logró captar con acierto los
problemas de la transición de los indígenas de su condición de protegidos de la
Corona, a su estatus ciudadano después de la revolución de Independencia. Fue-
ron las constituciones liberales, señaló Vera Estañol, las que bajo el principio
de igualdad jurídica rompieron con la organización corporativa de la Colonia.
Los indígenas pasaron formalmente de ser grupos dominados y protegidos
por el gobierno español, a sujetos de derecho, en igualdad civil frente a mesti-
zos, criollos y españoles.150
Otros autores de México: su evolución social centraron más su atención en
la descripción física de los grupos indígenas de finales del siglo xix. Resaltó la
preocupación por comprender el temperamento de este componente tan
importante de la nación mexicana. Agustín Aragón fue el autor que realizó el
estudio más detallado y preciso del conjunto de la población mexicana distri-
buida y analizada bajo el criterio de la raza. En la perspectiva de Aragón los
indígenas del siglo xix eran descendientes de los antiguos mexicanos habitan-
tes autóctonos del nuevo continente. A la par de Justo Sierra, sostuvo la tesis
sobre la diversidad étnica y sociológica de sus habitantes.151 Es claro que en su
147
Bernardo Reyes, op. cit., pp. 349-350.
148
Pablo Macedo, op. cit., p. 33.
149
Ezequiel Chávez, op. cit., pp. 477-478 y 491.
150
Jorge Vera Estañol, op. cit., pp. 731-733.
151
Agustín Aragón, op. cit., p. 21. Asimismo Aragón expuso la siguiente descripción física
de los indígenas: "Entrando a un dominio menos científico, podemos decir de los indígenas de
México lo siguiente: son resistentes para el trabajo y tienen un vigor inagotable, aunque de esta-
tura mediana: la talla alta solamente por una casualidad muy rara se advierte en ellos, las mujeres
son más bien bajas y hay entre ellas tipos de verdadera hermosura: el color de la piel es moreno,
129
diagnóstico el autor siguiendo a Spencer vio en las antiguas civilizaciones
mexicanas, la posibilidad de alcanzar estadios de desarrollo superiores si hu-
bieran continuado su evolución al margen de la Conquista.152
Después de elaborar una detallada descripción del perfil físico de la po-
blación indígena, Aragón detalló sus rasgos intelectuales:
...Los indígenas son tenidos por ineptos para la invención pero muy aptos para
la imitación. En los colegios secundarios y profesionales se nota en ellos mayor
dedicación que la de los mestizos para la cultura... En punto a sentimientos
son afectuosos, serviciales, comedidos y obedientes, y aun serviles; la expresión
del semblante no denota el estado de ánimo; la risa es rara en ellos, son melan-
cólicos: no son impulsivos: las pasiones no estallan en ellos sino pocas veces: son
bulliciosos, inquietos y turbulentos cuando se les oprime demasiado, crueles
con sus enemigos, desconfiados como todos los vencidos, tiranizados y sojuz-
gados: expansivos en sus fiestas y reuniones...153
Agustín Aragón fue uno de los autores que mejor explicó el vínculo entre
raza y carácter, sin excluir el impacto del contexto sociohistórico en el desen-
volvimiento de los indígenas. El punto clave que explicó el perfil psicológico
del indígena hacia finales del siglo xix fue una vez más la Conquista:
Los mexicanos conquistados, sin dejar de ver con desconfianza a sus opresores
y sin educación o instrucción fuera de la religiosa y más que religiosos, fanati-
zados, trocaron su odio activo de los primeros años en desconfianza pasiva, que
bronceado con multitud de matices, las palmas de la mano y las plantas del pie presentan un
color blanco amarillento; la piel oculta las venas, visibles en los blancos; la frente es estrecha,
amplia en su parte posterior y con una ligera depresión hacia arriba: el pelo abundante y muy
negro, de una negrura hermosa, de gran calibre y siempre lacio: la calvicie es desconocida
entre ellos y el encanecimiento poco, muy poco se observa; los ojos son grandes, expresivos,
negros, con un tinte subietérico, están horizontalmente colocados y con una separación más
grande que en los blancos; la nariz es fea, muy ensanchada en la base; la boca espaciosa, con
dientes blanquísimos, muy uniformes, perennes los de la segunda dentición, exentos de caries,
muy gastados en los ancianos, la barba es arredondada y muy llena, barba fanera muy escasa, el
bigote como el cabello, muy negro, lacio, pero escaso y con carencia total en el canal del labio:
cara ovalada, cuello corto, piernas muy robustas, manos y pies diminutos. Por razón del género
de vida que llevan, resisten a la intemperie de modo asombroso. La hermosura de sus dientes
se ha pretendido explicar por el régimen de alimentación que siguen...", p. 22.
152
Ibidem, pp. 21 y 28.
153
Ibidem, p. 23.
130
hasta el día conservan y reducidos a la triste condición de animales de trabajo,
fueron perdiendo progresivamente con la esperanza de su redención la con-
ciencia de su dignidad, hasta caer en la triste y casi punible indiferencia en que
los vemos, a pesar de los esfuerzos, en verdad no muy numerosos ni atinados,
que la República ha puesto en juego para redimirlos. Desde la Conquista has-
ta nuestros días no han faltado representantes de los indígenas que se han
distinguido por sus talentos y por su sacrificio a la patria, y que han probado de
lo que son capaces sus congéneres cuando se les rodea de favorables condiciones.154
No tendríamos en nuestra sociedad ese abismo tan profundo que separa a una
clase de otra y que produce el más serio de los obstáculos para la marcha polí-
tica del país, que quiere la igualdad ante la ley. El injerto de dos plantas suele
dar otra más lozana y hermosa que las primeras, pero dos simientes dan siem-
pre dos frutos distintos.155
Sólo una vulgaridad de juicio y una falta absoluta de moralidad pueden determi-
nar el desprecio por los indígenas, pues son capaces de civilización y forman el
verdadero punto de apoyo de la sociedad, por ser ellos, la gran masa del prole-
tariado en México. En medio de los más terribles sufrimientos y agobiada por
los infortunios, la población indígena nos sostiene, socialmente hablando: ella
realiza todos los trabajos pesados y molestos; ella paga de una manera casi exclu-
154
Ibidem, p. 29.
155
Ibidem, p. 30.
131
siva el contingente de sangre a la patria, como lo pagó a los revolucionarios,
dando origen a que, con la expresión de una terrible elocuencia, se la llamase
carne de cañón.156
132
y la tenacidad. Sin embargo para el autor el carácter del indígena del siglo xix
hundía sus raíces en el impacto de la cultura católica en el periodo colonial:
por una parte, el celo evangélico de los misioneros logró evitar la extinción
completa de la raza y "endulzó" la obra española infiltrando en el alma de los
oprimidos, la resignación y la esperanza a través de una paciente labor educa-
tiva, apoyada en la enseñanza de la religión cristiana. Por otra parte, el des-
precio por los bienes terrenales, el peligro de la condena eterna, el penetrar
en los misterios de la vida como castigo, el trabajo como maldición, tuvieron
como paliativos para la amargura y la tristeza, el sueño, la imagen del descan-
so y la paz del alma. Señalaba Raigosa:
159
Ibidem, p. 16. Tesis que retoma Charles Gibson en Los aztecas bajo el dominio español.
160
Carlos Díaz Dufoo, op. cit., pp. 112-115.
161
Ibidem, p. 105.
133
Los indígenas retratados por Díaz Dufoo se caracterizaban además por
su estoicismo, el abatimiento y la sumisión. Carecían de aspiraciones por sus
estrechas condiciones de vida y estaban acostumbrados a trabajar bajo la di-
rección de alguien que a la vez que los amparaba también podía hostilizarlos,
lo cual aceptaban de buena voluntad pero sin entusiasmo. Para emprender el
desarrollo industrial que el país demandaba, era necesaria la iniciativa, la
educación técnica y, por supuesto, la energía de carácter, del cual los indíge-
nas carecían. En otras palabras el indígena apareció en México: su evolución
social bajo la constante de la melancolía, la escasa creatividad, la capacidad para
la imitación; eran cuidadosos y pacientes, pero inmersos en la apatía y el des-
dén. Su tenacidad y constancia aún presentes, requerían otro elemento del ca-
rácter nacional del cual era portador el español: la fuerza y la iniciativa.
134
de lo mismo cuando ese deseo reviste la forma exclusivamente personal. Enton-
ces se trueca de loable en execrable, degenera en la insaciable codicia, trans-
forma al hombre en monstruo sediento de ventajas, de oro y de sangre. Por
desgracia, bajo esta villana y ruin forma se mezcló como negra levadura en la
obra de la Conquista y produjo el tenebroso enjambre de los encomenderos, e
impulsó a esclavizar, a despojar, a maltratar, y proyectó sombras siniestras sobre
la brillante epopeya del descubrimiento y colonización de América...162
Para Porfirio Parra el origen de las razas precolombinas era incierto; sin
embargo habían establecido un imperio poderoso que simplemente fue arra-
sado por los conquistadores. Sus ideas se encontraban lejos de la tesis sobre el
mestizaje dominante en la obra analizada. Fue tajante al afirmar que nada de
lo que culminaba en la nación mexicana finisecular, se debía a la civilización
aborigen: "Lengua, religión, instituciones, costumbres, tendencias, hábitos,
cuanto constituye y define a una sociedad, todo es de origen español, todo fue
aportado por ellos; lo impusieron por medio de la Conquista y lo afianzaron e
incrustaron por obra de su secular administración."163
Pablo Macedo destacó el perfil destructor de la Conquista la cual arrasó,
en su perspectiva, con la civilización azteca y otros pueblos primitivos. Para
Macedo los españoles no fomentaron el bien y prosperidad de estos pueblos,
sino que se explotaron las nuevas conquistas en favor de la metrópoli. El indio
representó en el nuevo contexto, el papel de instrumento pasivo, inconsciente
y extremadamente sumiso.164
Los españoles fueron percibidos como una raza de voluntad indómita en
la perspectiva de Ezequiel Chávez, para quien la importancia de la Conquista
no radicó en la ocupación material de los dominios de un pueblo sobre otro,
sino en la intromisión de unas almas en otras.165 Los españoles fueron además
proclives a la proeza épica, al esfuerzo, eran además perseverantes, activos y
emprendedores.16f>
Las ideas sobre la destrucción que sufrió la cultura indígena, en los térmi-
nos que Pablo Macedo y Porfirio Parra lo plantearon, no eran compartidas por
Agustín Aragón, quien destacó el inevitable proceso de mezcla a lo largo de
162
Porfirio Parra, op. cit., pp. 422-423.
163
Ibidem, p. 422.
164
Pablo Macedo, "La evolución mercantil", p. 163.
165
Ezequiel Chávez, op. cit., pp. 475 y 487.
166
Agustín Aragón, op. cit., p. 31.
135
siglos. El español conquistador también fue el español que se mezcló y cam-
bió. Afirmaba Aragón:
136
los criollos, Raigosa afirmó que su educación basada en las ideas de la época, se
fundó en el desprecio del trabajo personal, considerado vil y degradante,
"cuando era retribuido con dinero, esto para todo hombre bien nacido e indig-
no para el caballero o el hidalgo". Muchos criollos fueron herederos de la
fortuna territorial allegada por el padre, pero consideraban que no debían
descender a ocuparse por sí mismos de las miserias del cultivo, ni de la gerencia
industrial de sus bosques y ganados, sino que consagrados a la gran vida de los
placeres y del lujo en la corte virreinal entregaban a manos mercenarias el
manejo de su patrimonio y el cuidado de proveer a las necesidades de su ran-
go.170 Así, el criollo no fue heredero de los hábitos de economía, de amor al
trabajo, ni de la tenacidad del padre español.
Para Carlos Díaz Dufoo el criollo fue criado con liberalidad, era amante
de los placeres, pródigo, perezoso y disipador de la fortuna.171 Además su esca-
so interés para el estudio, se complementaba bien con su falta de aspiraciones de
ascenso social, producto de la seguridad económica de la cual gozaba. Indu-
dablemente éstos fueron elementos poco aptos para encabezar la evolución
industrial que el país demandaba. ¿Sería entonces el mestizo el único grupo
racial capaz de emprender la evolución social y por tanto, en palabras de An-
drés Molina Enríquez, ser los portadores del ideal de patria?
170
Ibidem, p. 13.
171
Carlos Díaz Dufoo, op. cit., p. 107.
137
lo haya señalado como el tipo ideal del mexicano. ¿Cómo fue planteada la
cuestión mestiza a lo largo de esta obra?
Una vez más es Agustín Aragón quien en su estudio sobre la población y
el territorio nacional describió minuciosamente las características físicas y el
temperamento del mestizo. No fue muy optimista. Éste provenía de la fusión
del elemento español con el maya, zapoteca, azteca y otros. Para Aragón, la
fusión de los españoles con los antiguos mexicanos se efectuó sólo parcialmen-
te, dada la relativa abundancia del pueblo conquistador y la relativa escasez
del conquistado. La amalgama no fue total entre las razas y la evidencia de lo
anterior radicaba en la existencia del indígena hacia finales del siglo xix.
Aragón defendió siempre la inexistencia de la pureza de las razas, dados
los procesos de fusión que siempre tenían lugar de manera sucesiva. El mesti-
zo en la óptica del autor, fue el elemento o clase ilustrada del país, en cuyas ma-
nos siempre había recaído la dirección de la sociedad mexicana en el orden
moral, intelectual y material.172 Su carácter se había distinguido por los rasgos
siguientes:
Para otros autores como Genaro Raigosa, el carácter del mestizo era tur-
bulento, apasionado y su acción estaba mediada por el resentimiento; su origen
estaba en el cruzamiento de razas, en el que intervino el elemento masculino es-
pañol y la mujer indígena. Siendo ésta vejada y dominada, sirvió como instru-
172
Agustín Aragón, op. cit., pp. 26-27.
173
Ibidem, p. 31.
138
mentó de una nueva raza que debería ser la intermediaria entre la opresora y la
oprimida, el vínculo de unión entre ellas y más tarde la genuina raza nacional.
Afirmaba Raigosa:
Y de esa mezcla del orgullo y altivez del soldado español, y de la apatía e indo-
lencia de la india, resultó el carácter del mestizo, de arranques rápidos y luego
de abatimientos, de viveza deslumbrante e inconstancia incurable, de ardor
apasionado y de abandono rayano de la incuria; carácter que, no modificado
por la educación del hogar, sino al contrario sublimado por las influencias del
clima y del medio artificial, fue fijándose en la descendencia como típico de la
nueva población.174
139
tes extranjeros, nos han dado esos grupos una prueba decisiva de su inhabilidad
para apoderarse de la dirección del progreso económico.176
Uno de los puntos de vista más discrepantes frente al pesimismo que cla-
ramente muestran Díaz Dufoo, Raigosa y Aragón proviene de Ezequiel Chávez
sobre la educación nacional. Su perspectiva en torno al mestizo también bus-
có explicar la razón de su manera de ser en el proceso histórico que le dio
origen: la fusión racial y cultural. Sin embargo, lejos de ver en este proceso un
trauma insuperable, Chávez lo percibió como un factor de impulso en pos del
progreso nacional. Para este autor el mestizo era el núcleo de la familia de
clase media mexicana; provenía de uniones en su mayoría irregulares o ilega-
les, por lo que constantemente crecía desarraigado. Paulatinamente, señaló el
autor, tuvo lugar un proceso precario de ascenso social de los mestizos, en
particular a finales de la Colonia y durante el siglo xix.177
Una de las aportaciones más interesantes de Ezequiel Chávez radicó en
advertir que el ascenso mestizo fue el producto no de la envidia y la ambición,
como parecen apuntar Raigosa y Díaz Dufoo, sino fundamentalmente de la
necesidad. Los indígenas y los abandonados no podían ser vértices de la ense-
ñanza debido a la miseria, abyección y despotismo del que había sido objeto.178
El mestizo, por su parte, se había enfrentado al monopolio de la industria, el
comercio, el gobierno y la cultura.179 Eli gran instrumento con el que contó
para su ascenso social fue, sin duda, la educación:
En cambio, las fuerzas educativas que más influían sobre los mestizos superio-
res constituían una benéfica educación cívica, primero que en otra parte en las
escuelas de mayor categoría, donde como ya lo he dicho, se exaltaban los gran-
des ideales de la justicia y del derecho, como la suma de la humana perfección.
Disciplinados con tales ideas los más inteligentes, sólo podían aspirar, si tenían
carácter, a imponerlas, al salir de las escuelas y sentir las vejaciones producidas
por la injusticia de los privilegios. Esta educación se orientaba en una común
conciencia de la iniquidad y del deseo de rebelarse, cuando veían cristalizados los
ejes de las ideas en libros, que, sin la forzosa discreción de las enseñanzas esco-
lares, eran leídos con largo, febriciente y apasionado fervor, y ponían casi al
unísono las almas de cuantos en México los leían, mezclando en consecuencia,
176
Carlos Díaz Dufoo, op. cit., p. 107.
177
Ezequiel Chávez, op. cit., p. 480.
178
Ibidem, p. 487.
179
Ibidem, pp. 482 y 488.
140
al través del Océano, las ideas de allende el mar Atlántico con las de la tierra
mexicana, sin confundirlas, no obstante, totalmente.180
Pero la gran masa fue vasalla mental de la superstición y del vicio; del vicio de
la embriaguez, que se cebó después en la familia vencida mucho más que antes
de la Conquista y que, si por circunstancias especiales de ocupación y de medio,
ha mantenido cierto vigor animal en un grupo humano destinado al crecimien-
to moral por sus facultades de carácter, en cambio lo ha atrofiado en un raqui-
tismo espiritual, aún no incurable por fortuna...
180
Ibidem, p. 489.
181
Ibidem, p. 84.
141
del indígena lo ha contaminado, influencia por ventura del clima, en extremo
suave, tibio, acariciador) ni tiene la instrucción que el criollo, cuando es aboga-
do o clérigo, llega a adquirir en los colegios, casi nunca visitados por el mercader,
el minero, el labrador que de España viene.
Uno de los primeros virreyes ordenó que se recogieran los hijos de españoles
y de indígenas para darles la educación que debían tener: se trataba de infortu-
nados. Ésta fue la primera tentativa de agrupación de los mestizos, de la familia
nueva, de la nación de las dos razas, de los mexicanos. El Marqués de Mance-
ra (25o. virrey), los describe ya como una parte importante de la población y
los elogia en el siglo siguiente al de la Conquista. Esto prueba que crecieron
lentamente por el aislamiento sistemático de las dos razas; era la nacionalidad
mexicana que había de convertirse en nación, aglutinándose al núcleo mestizo,
como decían los virreyes: mexicano, como nosotros repetimos.182
182
Justo Sierra Méndez, "Organización social", en Evolución política del pueblo mexicano,
p. 98.
183
Justo Sierra Méndez, "La era actual", pp. 396-399.
142
que requiere abordar la manera en que son puestos en relación los hechos
históricos y aclarar el sentido de la metáfora del pueblo mexicano como orga-
nismo social.184 Por tanto, se observará cómo la tesis dominante en la obra
sobre el mestizaje y la evolución orgánica de la nación aparece aquí no sólo
en el contenido explícito, sino fundamentalmente en la forma en que este en-
sayo fue escrito. Lo anterior no significa que el texto de Sierra se convirtió en
el orientador del resto de los autores de la obra sino que es representativo de
la organización de la misma y del resultado de conjunto: una reflexión colec-
tiva sobre la nación mexicana. Una vez que a lo largo de estas páginas se de-
finió el paisaje, fue trazado el perfil y definida la identidad del personaje, sólo
resta apreciar que el contenido del conjunto corresponde con su forma, aun-
que en esta propuesta se le observará sólo desde un ángulo, el correspondiente
a la historia política de Sierra. En el capítulo final, al analizar el entramado de
su texto, se desglosará su efecto explicativo y algunos alcances de la metáfora
organicista.
184
Sobre las ediciones de Evolución política del pueblo mexicano, Edmundo O'Gorman
afirmó que el ensayo histórico con que se había formado el tomo xn de las Obras completas del
maestro Justo Sierra, apareció por primera vez en México: su evolución social (bajo el título
"Historia política", pp. 415-434) en el tomo i, volumen 1, y la parte titulada "La era actual" se pu-
blicó originalmente en el tomo i. O'Gorman señalaba que sin que haya podido averiguarse con
certeza, con posterioridad se reprodujeron los primeros capítulos en el libro Historia política
de México, Colección Cervantes, Madrid, 1917. El ensayo completo, con el nombre con que se
reproducía de nuevo fue publicado por segunda vez por La Casa de España en México en abril
de 1940: Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano. En el capítulo siguiente se comen-
tarán los prólogos que sobre esta obra han escrito Alfonso Reyes, el propio O'Gorman y ya en
los años noventa, Alvaro Matute.
143
Capítulo IV
145
fenómenos de "neurosis social". Lo anterior significaba que los mestizos repre-
sentantes de la llamada familia mexicana, eran un núcleo social con impetuosa
impaciencia por realizar instantáneamente ideales entrevistos apenas. Tenían
la facultad atávica de tomar toda deducción lógica, decía Sierra, por una nece-
sidad urgente. De aquí provenían: "Nuestros conflictos con las leyes inmutables
de las cosas, nuestros impulsos delirantes, y descreimientos enfermos; nues-
tras resignaciones impotentes, el escepticismo sin virilidad, los desalientos sin
lógica y la lesión orgánica de la voluntad."188
A diferencia de los pueblos mestizos, los pueblos sajones, señalaba Sierra,
tenían el hábito mental de cotejar con lo real toda la verdad lógica para medir
su necesidad por su posibilidad. "La tendencia en ellos de no apurar el dere-
cho, es incompatible con la índole de lo que nos ha dado la raza, el medio y la
educación."189
Si bien el mestizo aparecía una vez más como el gran referente de identidad
nacional, Sierra coincidió con otros autores de México: su evolución social al
afirmar que el perfil de este sujeto histórico estaba fragmentado justamente
por el cruce de impulsos originales de las dos razas: la indígena y la española.
De ahí que el temperamento mestizo, sinónimo para Sierra del mexicano, apa-
reciera frente a sus ojos como impetuoso pero a la vez inseguro y desconfiado,
siendo ésta una de sus limitaciones más serias.
Asimismo, una aproximación más profunda al texto del maestro Sierra con-
duce a comprender su perfil romántico si se considera la forma en que su re-
lato fue articulado y, fundamentalmente, tramado. Lo anterior implicó una
dimensión de estudio de los textos que tiene como punto de partida la idea de
que el historiador es un narrador de historias en la medida en que logra poner
en relación de manera plausible y significativa, un cúmulo de hechos que antes
de ser procesados no tenía ningún sentido ni conexión interna. En esta pers-
pectiva los acontecimientos cobran vida en un relato mediante la supresión o
subordinación entre ellos y por la conexión establecida al ser puestos en rela-
ción en una narración que los ubica como en un momento de arranque, una
situación desencadenante y un final. Los motivos, el tono, las estrategias des-
criptivas del discurso, son elementos constitutivos de este enfoque. En esta
perspectiva, las narraciones históricas son el producto de un proceso de codi-
ficación de acontecimientos que cobran sentido a partir de significados cultu-
ralmente compartidos en el presente. El resultado fundamental de este tipo
188
Justo Sierra, "Don Manuel de la Peña y Peña", Obras Completas, t. v, p. 188.
189
Idem, p. 188.
148
de análisis radica en el conocimiento del efecto explicativo que se pretende
formular frente a los posibles lectores.190
Estos textos de Sierra han sido resignificados en diferentes momentos y
aportan elementos para corroborar el perfil romántico de su relato, y también
para indicar ciertos componentes retóricos. Los mejores estudios introducto-
rios de Evolución política del pueblo mexicano, que fueron reeditados por se-
parado en 1940, 1962 y 1993 correspondieron a Alfonso Reyes, Edmundo
O'Gorman y Alvaro Matute, respectivamente.191 A pesar de la distancia en el
tiempo, entre los tres lograron desmontar el discurso de Sierra con las herra-
mientas que provenían, en el caso de don Alfonso Reyes, de su profundo cono-
cimiento de la literatura y el estilo, y en los casos de O'Gorman y Matute, de
un dominio del análisis historiográfico y en particular en este último, también
de las corrientes contemporáneas referidas al vínculo entre narratividad e his-
toriografía. Aquella máxima del pensamiento de Jesús Reyes Heroles referi-
da a que en la política la forma es fondo, podría ilustrar con claridad cómo los
estudiosos de la obra de Sierra han coincidido en cuanto al papel de la retóri-
ca en el proceso de significación de los acontecimientos históricos al interior
de un relato.192
Don Alfonso Reyes, en su texto introductorio, presentó en un solo volumen
la "Historia política" y "La era actual", los cuales aparecieron de manera sepa-
rada al principio y al final de México: su evolución social. Vio en Sierra a uno
de los creadores más importantes de la tradición del pensamiento hispanoa-
mericano; asimismo, destacó que su historia era producto del crecimiento natu-
ral y de la maduración del poeta, quien había logrado la integración e interpre-
190
Estas ideas han sido desarrolladas por Hayden White, Metahistoria. La imaginación históri-
ca en la Europa del siglo xix; en otro ensayo del mismo autor titulado "El texto historiográfico
como artefacto literario" y finalmente en la obra Figural realism. Studies in the mimesis effect.
En este capítulo no se explica la relación del texto con los autores, o el proceso de resignifcación
de los textos en el presente, los cuales corresponden más a la teoría de la recepción la cual con-
sidera además como su objeto de conocimiento el análisis sobre el lugar social desde el cual se
genera o se reciben las obras. Estos temas han sido tratados en el libro de Dietrich Rail, En
busca del texto. Teoría de la recepción literaria.
191
Evolución política del pueblo mexicano incluida en Obras completas de Justo Sierra fue
establecida y anotada por O'Gorman. En 1962 publicó un texto en el Anuario de Historia titu-
lado "Tres etapas de la historiografía mexicana", que en realidad es la traducción al español
del prólogo a la edición de esta obra por la Universidad de Texas.
192
Algunos aspectos sobre el resurgimiento de la narrativa dentro de la historiografía han
sido expuestos por J.H. Hexter, "La retórica de la historia"; y Peter Burke, "Obertura: la nueva
historia: su pasado y su futuro" e "Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración",
en Formas de hacer historia.
149
todo bajo la tesis evolucionista. La obra de Justo Sierra se ubicaba a partir de
las coordenadas anteriores.196
Por su parte Alvaro Matute, en su estudio introductorio sobre estos ensa-
yos de Sierra provenientes de México: su evolución social, propuso el análisis
de la estructura narrativa construida por el Maestro de América en estos textos.
Matute destacó que el proceso de evolución social descrito orgánicamente a
lo largo de la obra colectiva, parecía explicar en particular el atraso en la evo-
lución política descrita por Sierra, quien sinceramente aspiraba a corregirla.
Al igual que en "México social y político", en "Historia política", afirmó Ma-
tute, el director de la obra se preocupó por el problema de la integración de
la sociedad mexicana y su respectiva evolución política expuestas en la secuen-
cia de una historia diacrónica.197
Parece altamente significativo que en la perspectiva de Matute la ubica-
ción de los dos capítulos de Sierra en México: su evolución social ("Historia
política" al principio y "La era actual" al final), cobraron un sentido particu-
lar debido a que la evolución orgánica de la sociedad mexicana, con sus tareas
y funciones diferenciadas, parecía proporcionarle a Sierra el soporte de su
argumentación sobre la evolución política como un proceso inconcluso, que
requería para culminarse del ejercicio de la libertad. Matute afirmó:
196
Edmundo O'Gorman, "Tres etapas de la historiografía mexicana", en Anuario de historia.
197
Alvaro Matute, "Estudio introductorio", en Justo Sierra, Evolución política del pueblo
mexicano, pp. 22-2.3.
198
lbidem, p. 20.
152
Una de las aportaciones más importantes del texto de Matute ha radicado
en explicar cómo en lo referente a la composición o entramado del texto, la
Evolución política fue concebida como un romance. En su estudio, el autor
afirmó:
199
Ibidem, p. 21.
153
ción de las bases a partir de las que se gestaría una nueva nacionalidad. Sierra
afirmaba al analizar el proceso de Independencia: "No, la nación mexicana no
tenía trescientos años de vida sino de laboriosa y deficiente gestación: en los
once años de la lucha había venido a la luz, como nacen las naciones, al adqui-
rir conciencia de sí mismas..."205
El surgimiento de la nación a partir de la Independencia representó otro
momento de síntesis que dio lugar al lento proceso de asimilación racial y cul-
tural sintetizado por el mestizaje, entendido por Sierra más como un proceso
aún abierto que como un punto culminante en la historia mexicana. Siguiendo
el pensamiento de Vigil, fue la Colonia la época en que se generó una nueva
civilización y una nueva cultura, con un perfil sincrético, si se intenta interpre-
tar a Sierra. Esta civilización en ciernes sólo fue posible como producto de la
existencia de una base cultural firme. El pueblo mexicano no se extinguió en
la Colonia como producto de un código cultural nuevo que asentó nuevos ritos,
normas sociales y morales.
Para Sierra, durante la Colonia, la nación se originó también como el re-
sultado de una amalgama incipiente de razas que en realidad encerraban la
fuerza de sus temperamentos: existieron en la Colonia los españoles dedicados
al comercio, miembros de la aristocracia y algunos gobernantes del consula-
do. El español, decía Sierra:
156
Sierra la familia indígena sólo podía asimilarse plenamente a la nueva cultu-
ra transformándose, es decir, mezclándose con la sangre de los introductores
del espíritu nuevo. Su carácter era pasivo y por lo tanto proclive a la esclavi-
tud, lo que se prestó al abuso de los encomenderos.
La existencia de estas fuerzas provisionales durante la Colonia dio lugar a
la síntesis que originó el ascenso de los neomexicanos o mestizos, y también
de los criollos que encabezaron a la par la guerra de Independencia. Sobre los
criollos, Sierra opinó:
157
la libertad y la patria. La revolución derivaba en evolución, la confrontación
entre la libertad y el orden paulatinamente integrados culminaba en un nuevo
punto de partida para pensar a la nación.
213
Hayden White, op. cit., p. 45.
160
la cultura del presagio de los indígenas.214 Durante la Colonia, la bravura y la
ambición españolas permitieron la construcción de un nuevo mundo en Amé-
rica, fuerza que tuvo su contraparte en la empresa espiritual del catolicismo.
Así, la evolución española en América no tuvo por objetivo la creación de per-
sonalidades nacionales, sino la incorporación del universo indígena en una
nueva realidad concéntrica. A pesar de esto, afirmaba Sierra, surgieron per-
sonalidades nuevas con deseo de emanciparse y con capacidad para vivir solas,
tal y como quedó demostrado durante la guerra de Independencia.
La etapa de la anarquía se inauguró como un periodo de luchas civiles que
fueron una nueva manifestación del espíritu de aventura, propio de la raza de
la cual provenía la familia mexicana. Sierra explicó en su "Historia política"
cómo la anarquía discurría entre dos tipos de creencias: la primera consistió
en pensar que las dificultades sociales e individuales se resolvían por la inter-
vención directa de la providencia; la segunda creencia radicó en el hecho de
que el mexicano se creyó un pueblo elegido con predilección divina por sus
riquezas naturales.215
Paulatinamente este mito se desvaneció, afirmaba Sierra, frente al recono-
cimiento de que México, por falta de medios de explotación de sus riquezas
naturales, era uno de los países más pobres del globo. El espíritu aventurero
era una energía que había que encauzar por fuerza hacia el trabajo. Tal y como
lo expuso, a la confrontación del temperamento de la raza durante la anar-
quía, se sumaron tanto el sentido de la guerra con el extranjero que aportó
cohesión al organismo disgregado de la patria, como la contienda interna
entre liberalismo y conservadurismo. Estos proyectos de nación tuvieron como
telón de fondo, para Sierra, la transición de la dirección de la nación, bajo el
ejercicio personal del poder hacia la conformación del Estado, es decir, el paso
de la era santaannista a la era de la Reforma liberal.216 El maestro Sierra entre-
lazó los escenarios de la confrontación de fuerzas y proyectos, incluso al referir-
se al contenido de la Constitución de 1857. Este pacto constitucional, apegado
a la filosofía especulativa y a la concepción metafísica de los derechos absolu-
tos, era irrealizable frente a la necesidad de los hechos sociales.217
Sin embargo, el autor vislumbró un nuevo momento de síntesis orgánica
con el triunfo de la República restaurada. Ésta se convirtió en nación y la Cons-
titución de 1857 fue el punto de partida para responder al urgente reclamo de
214
Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, pp. 45, 62-65.
2l5
Ibidem, pp. 200-204.
216
Ibidem, p. 270.
217
Ibidem, pp. 282-286.
161
paz, para emprender el olvido y construir una nueva memoria colectiva. Bajo
su ejercicio, todos los mexicanos volvieron a ser ciudadanos, tanto los vence-
dores como los vencidos. Sierra advirtió que si bien la Constitución de 1857
había dividido al país, en 1867 se pretendió impulsar la organización nacional
por medio del trabajo y de la educación.
Para Sierra, la refundación de la patria en la restauración significó forta-
lecer al Ejecutivo, sacar de la postración al indígena, combatir al caudillismo,
colonizar, liberalizar el comercio e incorporar las Leyes de Reforma a la Cons-
titución.218 Su modificación fue producto una vez más de la necesidad de hacer
compatibles dos valores: la libertad y el orden, proceso lento que se prolongó
durante toda la era actual, es decir, desde la República restaurada hasta el
porfiriato.211'
Para Sierra, el imperativo de la paz como teleología se convirtió en el móvil
de la integración por encima de las clases sociales. Sólo lo anterior explicaba,
paradójicamente, la violencia de la revolución de Tuxtepec. Díaz apareció
retratado por el autor también como el simple producto del temperamento
de la raza mexicana: no era ni arcángel, ni tampoco tirano. Era de resolución
rápida y de deliberación lenta y laboriosa. Su carácter, como el de todo buen
mestizo, era voluble, y como el de todo mexicano que se preciara de serlo, era
receloso, desconfiado, disimulador. Díaz era sólo el espejo de su pueblo: él
era sólo el reflejo de un carácter, el mestizo, el cual había logrado neutralizar la
división entre las razas.220 Sin embargo, sólo el ejercicio de la fe y del temor
funcionaron como fundamento de la nueva política. El presidente Díaz, bajo
la mirada de Sierra, simplemente encarnaba una voluntad colectiva de salir
de la anarquía; proyectaba el ímpetu de la fuerza mestiza, prototipo de lo mexi-
cano. Por esto ejercía una dictadura social de cesarismo espontáneo, y no de
despotismo.
Es claro que en su argumentación Sierra no descubrió leyes del desarro-
llo social en el devenir histórico de la nación, ni estableció por lo tanto rela-
ciones causales entre variables. Simplemente describió la confrontación de
fuerzas, ideas, ímpetus, razas, temperamentos, visiones del mundo, culturas
que desembocaron en síntesis provisionales. El autor presentó una argumenta-
ción en la que si bien el porfiriato aparecía como el momento de síntesis e
integración de la nación, el proceso seguía abierto y estaba inconcluso. Su pa-
218
Ibidem, pp. 366-367.
219
Ibidem, pp. 358-359.
220
Ibidem, pp. 387-389.
162
norama del futuro era amplio y su balance de la historia no era un paisaje
acabado; resultaba necesaria la libertad, sin la cual la evolución lograda habría
sido abortiva; faltaba un ideal de patria para consolidar un alma nacional; era
imprescindible cambiar las condiciones de trabajo y de pensamiento, las aspi-
raciones de amores y de odios; en fin, faltaba un nuevo criterio mental y moral,
es decir una nueva idea fuerza.221
Para Sierra, México: su evolución social demostraba en "La era actual"
que la evolución del país había sido sorprendente. La obra en su conjunto
lograba documentar a cabalidad los hechos de paz y progreso. Sin embargo, la
evolución política se había sacrificado en aras de la evolución social:
Una vez más, Spencer se encuentra formando parte del telón de fondo de
Sierra. La argumentación organicista es explícita al considerar que la existen-
cia de una necesidad daba lugar a un órgano. Además, Sierra buscó que la
validez de su discurso y su capacidad demostrativa quedaran sustentadas en
la aplicación de un criterio de verdad apegado a los cánones de la objetividad
positivista. Escribir historia científica significaba entonces la posibilidad de
fijar los hechos y delimitar sus relaciones, así como sus características domi-
nantes, estableciendo una separación tajante entre los llamados juicios de
hecho y los juicios de valor. Tuvo una gran claridad, siguiendo la tradición his-
toriográfica positivista, en cuanto a la separación que necesariamente debía
haber entre fuentes originales y sus interpretaciones. Sierra afirmó:
Hay que pensar en que la destrucción sistemática de todo cuanto podía recor-
dar el culto antiguo, llevada adelante por los misioneros españoles, y el silencio de
221
Ibidem, p. 399.
222
Ibidem, p. 396.
163
muerte impuesto a los sacerdotes que en corto número debían haber sobrevi-
vido a la conquista, nos han privado de los documentos indispensables para dar
carácter de certeza a lo que hoy no puede casi pasar del estado de conjetura.
Los muy pocos documentos originales salvados del incendio del templo, es
decir, de la cultura religiosa de los antiguos nahuas y mayas, no pueden leerse,
sino interpretarse porque son documentos de forma casi totalmente ideográfi-
ca y las interpretaciones no nos dan la verdad sino por aproximación. Además
de esto, los cronistas poscortesianos son generalmente confusos o difusos y
suelen contradecirse o usar nombres distintos para connotar las mismas ideas.
De aquí provienen dificultades insuperables para conocer con exactitud los ele-
mentos de las grandes civilizaciones americanas.223
Bajo esta perspectiva, los documentos eran la crónica misma de los hechos,
mas no un esfuerzo de interpretación posible de los mismos. Sierra aclaró a
sus lectores que su cometido era la escritura de una historia política, es decir
de una historia que generalizaba científicamente, a partir de hechos. Se des-
lindaba así de la escritura de una historia del pensamiento político, o de una
teoría política frente a la cual fenómenos como la dictadura (refiriéndose a
Santa Anna) resultaban detestables. Sus juicios no pretendían postular lo que
"debía de haber sido", "sino lo que fue".224 Esta reflexión se generalizó en la
obra colectiva en la que se intentó estudiar "sin prejuicios" las condiciones di-
námicas de la sociedad. Otros podían realizar la misma labor con una depura-
ción científica de datos.
Afortunadamente y con independencia de sus intenciones, Sierra no logró
su cometido cientificista; su reflexión estaba precedida por las teorías de la
evolución social, así como por una visión del mundo y una mentalidad que
hicieron presentes al maestro, al político y el poeta en cada página. A pesar
de todo esto, convenció, y algo más importante, conmovió a partir de una his-
toria integrada por varias tramas y una argumentación orgánica. Tejió además
los hilos de la memoria y los recuerdos colectivos de por lo menos dos gene-
raciones en una coyuntura marcada por su intuición sobre el fin de una época.
Una nueva época estaba por comenzar y en ese torbellino que liberó tantas
fuerzas, Sierra estuvo en el ojo del huracán, pues, una vez más, dos ideas fuer-
za entrarían en colisión: el positivismo organicista y humanismo liberal ya en
tensión en la obra estudiada, que se confrontarían para dar nacimiento a una
nueva tradición de pensamiento en la historia de las ideas y de la sociología en
223
Ibidem, pp. 24-25.
224
Ibidem, p. 225.
164
México. El Ateneo de la Juventud encabezó este movimiento filosófico, huma-
nista y literario que sentó las bases de la cultura mexicana y de sus principales
problemas a lo largo del siglo xx. La trama de la comedia explicaría las nue-
vas colisiones y síntesis que en el seno de nuestra tradición cultural contem-
poránea se han generado y cuya obsesión fundamental ha girado de manera
recurrente hasta hoy en torno al tema de la nación y la identidad nacional.
165
Reflexiones finales
167
En realidad, otras investigaciones sobre la historia de las ideas en México
demuestran que los positivistas compartieron una concepción moderna sobre
la nación y la idea de progreso y que el resto de los evolucionistas, digamos libe-
rales, pretendieron deslindarse de la historiografía política dominante duran-
te la primera mitad del siglo xix, en aras de una escritura enraizada en la
fundamentación de los "hechos", a través de los documentos y en la "objetividad
científica" como criterio de verdad. A pesar de lo anterior, nos limitamos a pro-
poner una clasificación en función nuestra interpretación sobre las ideas de los
autores en esta obra, y sin olvidar su identificación típica y previa con el libera-
lismo, y/o con el positivismo, el estudio no rebasa las fronteras de los textos que
integran la obra. Esto se debió a una razón sencilla: la magnitud, extensión y
complejidad de México: su evolución social obligaba a escribir sobre una idea
en una sola obra colectiva. Por esta razón, entre otras, dibujar el contexto fue
predominantemente un ejercicio simple pero acotado de intertextualidad, es
decir, de vinculación de la obra con otras que fueron precursoras en el inten-
to de escribir una historia general de México y que tuvieron como resultado
perfilar la idea de nación.
A la tensión entre historia y sociología o entre positivismo y liberalismo,
correspondieron también puntos de confluencia entre el grupo de los auto-
res. Compartieron los principios de evolución social, muchas veces mal iden-
tificados en su totalidad con el darwinismo social. Sus ensayos definieron una
concepción similar de la nación o el pueblo mexicano, en palabras de Edmun-
do O'Gorman, como una esencia en despliegue a lo largo del tiempo, y como
resultado agregado integraron sus textos en una estructura de organización
cuya columna vertebral fue la metáfora organicistá: cada tema era en realidad
un subsistema. El efecto de considerar a la nación como una entidad en evolu-
ción devino en la idea del cambio como un proceso natural, tanto en las enti-
dades de la naturaleza como de aquellas provenientes de la realidad social, por
lo que el cambio estaba integrado a las respectivas estructuras constitutivas
de cada subsistema. Asimismo, el cambio resultaba de la compleja combina-
ción entre factores externos a la entidad en estudio, como el clima, la raza o
las circunstancias históricas, así como por fuerzas internas, inherentes a la
nación misma, como aquella que le permitía levantarse una y otra vez de sus
vicisitudes.
A pesar de los matices, coincidieron en la evolución de aquélla como un
proceso continuo a lo largo del tiempo, en una secuencia de etapas que llevaron
a delimitar el criterio de periodización para cada tema y, por supuesto, a fijar
los orígenes en puntos variados en una línea de temporalidad diacrónica. La
168
fijación de cada etapa implicó constituirse en el vínculo y origen de la siguien-
te, hasta llegar al presente de manera acumulada. Si la nación era un organismo
consumado en el presente, finalmente había constituido su ser bajo un proce-
so dirigido de manera continua de un punto de partida en el tiempo, hacia
otro considerado como el más importante: el porfiriato. Finalmente, se trataba
de dos generaciones en México: su evolución social que, como todas, tuvo la nece-
sidad de escribir su propia historia. Habrían de venir otras, incluso la nuestra
y en eso estamos un siglo después, en la resignificación del pasado.
Las reflexiones sobre la nación permitieron observar que ésta evoluciona-
ba como una entidad cuyo fin principal era su integración consumada en los
albores del siglo xx. En realidad fue durante el porfiriato, con la publicación
de México a través de los siglos, que se tuvo como aspiración intelectual deli-
near, bajo un contenido cívico-territorial en ambas obras y con el componente
adicional de lo étnico en México: su evolución social, el poder integrador de
una forma de comunidad imaginada y compartida simbólicamente con los
otros. La metáfora del organismo en cambio constante volvió a modificar su
contenido, mas no su forma, con la Revolución mexicana, que derivó en un
nuevo pacto social, después del cual aún se conservó la idea de nación integra-
da bajo el influjo del referente mestizo. La búsqueda de la esencia, del ser
circunstancial del mexicano y la matriz de origen de la nación, perduraron en
el estudio de los referentes culturales de la identidad nacional. La tendencia
dominante consistió en imaginar una comunidad finalmente constituida, y a
la vez como esencia, como organismo en tránsito.
La gran lección obtenida de esta maravillosa obra, más para consultarse
que para andar buscando un hilo conductor, un sentido, fue el peso de la metá-
fora en la representación de un pueblo en el tiempo. Ilustra un proceso que
hemos compartido con otras civilizaciones: el paso contradictorio y nunca
consumado de la comunidad a la asociación, de lo homogéneo a lo hetero-
géneo, de organizaciones sociales simples a otras complejas y amplias. Sin
embargo, encierra una paradoja digna de mencionarse: bajo el rigor domi-
nante del discurso positivista y en conjunto evolucionista de los autores por
fundamentar con hechos históricos el cambio de la nación a lo largo del tiem-
po, en realidad lo que encontramos fue una aspiración desenvuelta en el terreno
de la ética por llegar a consumar lo que no era más que una aspiración.
El "ser" confundido con el "deber ser" atravesó como discurso subyacente a la
totalidad de la obra. En el terreno de la historia, describieron el ser de la na-
ción, que en realidad no era un organismo integrado, y nada ingenuos, aunque
disimulaban, pensamos que lo sabían. En tierra de la sociología tan afecta a los
169
modelos, aquélla podía ser vista como entidad integrada y muy en el fondo, en
tanto aspiración colectiva, algún día la nación llegaría a ser, debía ser un orga-
nismo, aunque parecía serlo ya. De ahí el extraordinario vínculo que lograron
entre disciplinas, pues permitió mirar desde dos ángulos un problema difícil de
resolver. En el fondo, para este organicismo "normativo" el modelo de la sociedad
plenamente constituida antecedía a la realidad histórica, que debía dirigirse
un tanto teleológicamente en esa dirección. Bajo un "deber ser" orgánico, unita-
rio, de la nación, la realidad mostraba para los autores una tendencia hacia
una división del trabajo cada vez mayor y hacia una necesaria integración y
solidaridad más moderna. Las imperfecciones que brincaban y cuestionaban
al conjunto, se debían sin duda al predominio de intereses de las partes, más
fuertes y dominantes que aquellos del organismo. ¿Las sociedades se confor-
man así? Al dejar de lado las metáforas mecanicistas, organicistas, realistas, se
sabe que los procesos sociales son producto de una interacción más acciden-
tada y poco predecible. En el contexto de la obra esto no importa, no es rele-
vante descalificarla a la luz de este criterio, sino a partir de lo que consideramos
que fue su propio horizonte cultural.
El mensaje transmitido por México: su evolución social es el de un optimis-
mo moderado pero presente en torno al gran tema del siglo xix mexicano:
definir una vez más los componentes culturales y el contenido de la idea de
nación. Transmite una especie de cierre, de construcción de un vínculo de con-
tinuidad con el pasado y de balance de una época que, años después, Alfonso
Reyes consideró como concluida y en cuyo seno estaba la simiente de una nueva.
Consideramos que los autores de la obra estuvieron convencidos de una creen-
cia ampliamente extendida en el siglo xix: la posibilidad real de construir
mecanismos de control del entorno a través de la educación, la tecnología, la
ciencia y en general a través del conocimiento. Hoy también sabemos que dis-
poner, así sea residualmente, de estos mecanismos no derivó necesariamente
en la certeza tan anhelada.
El cierre del siglo xx estuvo marcado primordialmente por el pesimismo,
el desencanto de la racionalidad como instrumento de compresión y organi-
zación de la realidad social, bajo la suspicacia en torno a las ideologías y el
declive de las utopías colectivas. Sin embargo, aún compartimos con aquellos
hombres un resquicio pequeño en la búsqueda de un sentido de pertenencia a
la comunidad denominada como nación. El telón de fondo de este problema
radica en la necesidad imperiosa de construir y redefinir las identidades socia-
les, de establecer lo que nos vincula con el otro y por alteridad lo que nos di-
ferencia de éste, y explica el reiterado intento por definir los contenidos de la
170
idea de nación. Por esto aún perdura la tensión entre la nación entendida bajo
el referente étnico y aquella que se identifica con un contenido moderno y
liberal. México: su evolución social muestra estas rutas de comprensión de este
referente social de las identidades, de acción social y de institucionalidad plan-
teado ya por Ferdinand Tonnies desde 1887 en Comunidad y asociación y, poste-
riormente, por Max Weber. Estos problemas fueron el punto de partida para
reflexionar sobre el contenido que otras generaciones le imprimieron a su
aspiración por pertenecer a una comunidad. México: su evolución social es,
por lo tanto, uno de los mejores testimonios sobre la manera en que otras ge-
neraciones construyeron su memoria histórica y se representaron a sí mismos
a la manera de una comunidad imaginada, bajo la metáfora de un organismo.
Si bien la constitución de la identidad social a partir del referente de la
nación ha sido un tema dominante en las últimas décadas del segundo milenio,
el problema resulta más complejo y tiene también mayores posibilidades de
ser atemperado. Frente al multiculturalismo y la exacerbación de las diferen-
cias, el camino de salida encierra dos elementos: por una parte privilegiar la
importancia de lo que Amartya Sen denomina como identidad plural, lo que
significa que los sentidos de pertenencia de las personas pueden ser y deben ser
diversos, de tal forma que no exista una "identidad principal" que subordine
a las otras: que las personas tengan una nacionalidad y también una condición
de género, un grupo profesional, una posible religión que profesar, y valores
a defender por encima de las fronteras nacionales, en un contexto de ejercicio
de las libertades. Asociación y no adscripción. El segundo elemento supone la
existencia y ejercicio de una cultura pluralista, un clima de tolerancia y de re-
glas claras y generales que permitan tanto regular los conflictos y evitar el
exterminio, como el reconocimiento de las diferencias y la reciprocidad en
el reconocimiento entre las partes. La metáfora del organismo integrado no
representa a cabalidad a las sociedades contemporáneas, el pueblo mexicano ya
no es exclusivamente la nación; sin embargo, la vigencia de dicha representa-
ción radica en la necesidad de tener acuerdos mínimos fundamentales que ga-
ranticen nuestra convivencia y que permitan conservar y reproducir el tejido
social, de tal manera que las diferencias no nos desintegren.
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180
Índice
PRÓLOGO 7
Alvaro Matute
INTRODUCCIÓN 11
181
CAPITULO III. MÉXICO: SU EVOLUCIÓN SOCIAL
O LA NACIÓN COMO ORGANISMO 103
Conceptos generales sobre identidad nacional y nación 103
El origen de la nación: del predominio del espíritu español
a la tesis de la integración 112
El Estado como expresión de la nación moderna
en México: su evolución social 117
Las razas como expresión de la nación: indígenas,
españoles y mestizos 124
El diagnóstico sobre los indígenas en México:
su evolución social 128
El elemento español y la nación mexicana 134
Los mestizos y la utopía de la integración nacional 137
BIBLIOGRAFÍA 173
182
La nación como organismo.
México: su evolución social, 1900-1902
se terminó de imprimir en la ciudad de México
durante el mes de mayo del año 2003.
La edición en papel de 75 gramos, consta de
1,000 ejemplares más sobrantes para
reposición y estuvo al cuidado de la oficina
litotipográfica de la casa editora.
ISBN 970-701-323-0
MAP: 013045-01