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SOBRE EL ARTE PARIETAL DEL PALEOLÍTICO SUPERIOR

En la base de esa creación artística debe de haber un profundo conocimiento de la apariencia de


los animales, la cual tan sólo puede adquirirse por medio de la experiencia diaria en la vida de un
gran cazador; si no existe la caza mayor, no hay arte mural naturalista. (Breuil)

La guija fue santificada por el primer grabado. Después, vino la superposición de imágenes, de
imágenes que son mucho más, que son realidades. Para el cazador de La Colombière –y es un
hecho comprobado en todos los cazadores, auriñacienses, solutrenses, magdalenienses-, la
imagen creada es un pedazo de realidad. Representar un animal no tiene ningún sentido. Crearlo
mediante su diseño, darle vida: esto sí que tiene sentido. El animal codiciado que dibuja el
hombre equivale a una verdadera creación. Lo esencial no es el dibujo, sino el acto de dibujar, de
grabar, de pintar… El arte prehistórico es esencialmente acción. Esta actividad creadora, en el
sentido exacto y rotundo de la palabra, cuadra perfectamente con el género de vida, a menudo
difícil y siempre tumultuoso, de estos grandes cazadores. La contemplación vendrá más tarde,
por añadidura, con el refinamiento y la perfección del trazado, que conducen al arte verdadero.
(Nougier, 90)

En la prehistoria, con el pensamiento del hombre centrado en su relación con fuerzas invisibles,
el impulso más hondo a la creación artística residía en los poderes de la magia: allí el arte se
convertía en el auxiliar más precioso del hombre.
El arte nacido del rito y la magia; el arte nacido de una angustia cósmica; el arte como invención
repentina, enraizada en el empeño de ornamentación; el arte como producto del empeño de
juego del hombre; el arte por el arte: todas estas teorías, y quizá otras más, contienen algún
elemento de verdad. La necesidad apremiante del arte no se puede reducir a un solo impulso. La
naturaleza del impulso dominante cambia conforme a los conceptos cambiantes que el hombre
tiene del mundo.
El arte es una experiencia fundamental. Brota de la pasión innata del hombre de construir un
medio de expresión de su vida interior. Es indiferente que el impulso básico de estos
sentimientos surja de una angustia cósmica, de la necesidad de jugar, del arte por el arte, o,
como hoy día, del deseo de expresar en signos y símbolos el reino de lo inconsciente. (Giedion,
27)

La transición del hombre de una actitud zoomórfica hacia el mundo a otra antropomórfica ha sido
la revolución más profunda de cuantas se han operado en su destino. Fue el comienzo de la
separación del hombre del animal, de un ser de otro: el comienzo de la separación gradual del
hombre del mundo en el que estaba integrado, y cuyos ritmos impregnaban su ser.
A esa secesión inicial seguirían otras revoluciones, internas y externas: la estratificación de un
orden social jerárquico, la formación de ciudades, reinos e imperios. Pero ninguna de estas
conmociones penetró tan hondamente en el meollo mismo de la relación del hombre con el
mundo y con su entorno, como el abismo que al finalizar la era zoomórfica se abrió entre criatura
y criatura. Este proceso de separación, probablemente determinado por la fuerza de las
circunstancias, dejó el camino abierto para la alienación del hombre de esas leyes naturales que
gobiernan todo ser vivo. El hombre quedó desarraigado del orden natural del mundo. (Giedion,
306)

La diversidad de este arte es considerable: diversidad de temas, de actitudes y de composición,


aunque el mundo animal es siempre el único motivo. El cazador-artista vive en simbiosis con el
animal. Vive materialmente de él. Y se empapa de él, artísticamente. La riqueza de las
representaciones es tal que la imaginación puede proponer las explicaciones más diversas, y, a
veces, contradictorias, con iguales probabilidades de acierto. La galería Montespan, de los Tres
Hermanos, está custodiada por felinos amenazadores que parecen prohibir la entrada. En la gran
galería del Portel, el mochuelo de las nieves da la bienvenida a los peregrinos. Siempre resulta
difícil dar la explicación exacta de una escena compleja; en cambio, no cabe la menor
incertidumbre sobre la atmósfera general de este arte: arte animalista, empapado de una magia
confusa, pero real; arte que, en el fondo, es siempre un himno a la vida. (Nougier, 98)
Hemos añadido, después de todo, muy poco al legado de nuestros predecesores: nada sostiene
la presunción de que somos más que ellos. El hombre de Lascaux creó, y creó a partir de la nada,
este mundo de arte en que la comunicación entre mentes individuales comienza. (Bataille, 11)

Así, las pinturas han aparecido en gran parte como un recurso para asegurar la abundancia
mágica, y, por tanto, deben de haber servido poderosamente para fomentar el desarrollo de la
magia y la religión. Pero la pintura se ha convertido también en una parte esencial de la cultura
humana. Sabemos bien que la pintura no hace que los rebaños y manadas se multipliquen, ni
hace caer la lluvia. No cambia nuestro medio; hace más: nos cambia a nosotros. (Brodrick, 90)

La diferencia entre hombre y animal, considerada como un todo, no está basada solamente en el
carácter intelectual y físico peculiar a cada uno, sino también en las prohibiciones que los
hombres se creen obligados a acatar. Si hay una distinción clara entre hombre y animal, aquí es
tal vez donde resulta más aguda: para un animal, nunca nada es prohibido. Su naturaleza fija las
limitaciones del animal; en ninguna instancia él se limita a sí mismo. (Bataille, 31)

La edad de oro del símbolo fue la época prehistórica, dijo el sicólogo francés Théodule Robot.
“Desde entonces ha sido arrollado por la presión hostil del pensamiento racional, que, reforzado
por la experiencia y por la razón misma, ha ido ganando terreno constantemente… La razón de
ser del símbolo radica en la voluntad humana de expresar lo que es intrínsecamente
inexpresable”
La naturaleza esencial del símbolo ha consistido siempre en esa voluntad de expresar lo
intrínsecamente inexpresable, pero en los tiempo primitivos la cristalización de un concepto en
forma de símbolo significaba aún más: el símbolo se identificaba con el deseo, la oración o el
encantamiento perseguido. El propio símbolo era realidad, porque se le creía poseedor del poder
de operar efectos mágicos, y por lo tanto de afectar directamente el curso de los
acontecimientos. El símbolo retrataba la realidad antes de que esa realidad llegara a ser.
En esto está el contraste entre la función del símbolo en la prehistoria y su función en épocas
posteriores. En Grecia el símbolo no era solamente un medio de identificación, sino que se cargó
también de contenido espiritual y devino concepto abstracto. (Giedion)

El arte nos proporcionaría, así, nuestra única fecha de nacimiento auténtica: fecha bastante
cercana, es verdad que necesariamente indeterminada, incluso si las pinturas de Lascaux
parecen acercárnosla más por la sensación de proximidad con la que nos seducen. Pero ¿es
verdaderamente una sensación de proximidad? Más bien de presencia o, más precisamente, de
aparición. Antes de que esas obras, por el movimiento despiadado que las ha sacado a la luz, se
borren en la historia de la pintura, es quizá necesario precisar lo que las coloca aparte: esa
impresión de aparecer, de no estar allí más que momentáneamente, trazadas por el instante y
para el instante, figuras no nocturnas, sino vueltas visibles por la apertura instantánea de la
noche.” (Blanchot, 14)

Después de su belleza, lo primero que todo el mundo advierte en las pinturas rupestres es su
carácter repetitivo. Los mismos animales, en posturas idénticas o similares, aparecen una y otra
vez cueva tras cueva, cualquiera que sea la datación de las pinturas. Cada especie está pintada
de acuerdo a unas convenciones, que sufren alguna variación con el paso del tiempo, pero
siguen estando presentes. (Curtis)
Para los habitantes de la Edad del Hielo, este arte era su religión, su historia y su ciencia. Con él,
el mundo se tornó comprensible, otorgó orden y sentido a sus vidas, y dio forma a su sentido de
la belleza (…) Su arte repetitivo y plácido, pero cargado de belleza, basado en el
perfeccionamiento de los animales hallados en la realidad, no fue sólo la primera gran corriente
artística, sino la primera gran corriente filosófica: el primer intento que conocemos de someter a
un orden coherente el caos del mundo. (Curtis)

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