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Comentario de las formulas de la sexuación de J.

Lacan
Rosa López

rosamarialopezs@telefonica.net

Es fácil entrar en las confusiones imaginarias que produce hablar de


hombre y mujer en el plano de la sexuación. No es de extrañar que
ocurra en cada ocasión en que estos temas son tratados cuando el
propio Freud llego a un impasse por esta vía como se verifica en uno de
sus textos más tardíos: Análisis terminable o interminable. A la dificultad
para finalizar el análisis la llamó “roca de la castración” que en la mujer
tiene relación con lo irreductible de la envidia de pene y en el varón con
la angustia de castración. Mientras Freud sostiene la causa en algo que
escapa a la experiencia psicoanalítica, es decir en las diferencias
sexuales anatómicas, se ve condenado a la impotencia de manera
irremediable. Freud concluye su larga argumentación diciendo que
"para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del
basamento rocoso subyacente”. El error de Freud fue, en efecto, haber
creído que ese predicado fálico distribuía a los seres humanos en dos
clases según tuvieran o no el órgano anatómico.

Lacan, por su parte, ha desplazado el problema en dos puntos


fundamentales:

1) En primer lugar, sitúa la dificultad en el interior mismo de la lógica de


la experiencia psicoanalítica donde lo único que se hace es hablar.
Considera que el impasse freudiano puede superarse, puesto que va
más allá de la diferencia anatómica de la sexuación ya que no hay otra
castración que la del lenguaje

2) Lo que separa a un hombre de una mujer no es una diferencia


anatómica sino una diferencia de los modos de goce. La disimetría de
los sexos respecto del goce fálico no remite a lo biológico sino a una
lógica que será plasmada en las denominadas formulas de la
sexuación.
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3) Lacan afirma que todo ser que habla se inscribe en uno u otro lado
de las fórmulas de la sexuación (lado masculino o lado femenino) y
plantea que son las únicas inscripciones posibles. No hay ochenta
lógicas porque no estamos en el campo de las identidades sexuales o
de las cuestiones de genero, sino en el del goce.

4) Lacan comienza advirtiendo que colocarse de un lado o de otro es


algo, electivo. Es bien sabido que hay mujeres fálicas, y que la función
fálica no impide a los hombres ser homosexuales. Del mismo modo,
algunos hombres pueden situarse del lado femenino.

Lectura de las fórmulas de la sexuación

Lacan empieza a escribir sus fórmulas de la sexuación en su seminario 


De un discurso que no fuere del semblante   en el año 1971. Éstas
tienen como objetivo abordar las diferencias entre la posición masculina
y la femenina  en relación al goce por la vía de la lógica y no de la
anatomía. Ese mismo año presenta también el concepto de “no todo”. A
partir de este momento y hasta el 1974, Lacan elabora y comenta tales
fórmulas destacando los textos de L’Étourdit (1972), Televisión (1973)
y, sobretodo, su seminario titulado Aún (1973).

Nos centraremos en las fórmulas de la sexuación escritas en el capítulo


VII de este último seminario:
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LADO HOMBRE              LADO MUJER

En el cuadro observamos las cuatro fórmulas propuestas por Lacan


para adentrarse en la problemática del sujeto en relación a su
goce.

Las de la columna de la izquierda inscriben al sujeto en la posición


masculina y deben leerse del siguiente modo: “Existe un x que
no phi de x” y “Para todo x phi de x”.

Las de la columna de la derecha hacen lo mismo pero del lado de


la posición femenina y se leen de la siguiente manera: “No existe
un x que no phi de x” y “No todo x, phi de x”.
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Se trata en primer lugar de entender que la función fálica tiene el


valor de la castración, pues es el resultado de la perdida de goce
que produce la inserción del significante en el ser hablante. El falo
no debe confundirse con el órgano masculino sino con aquello que
puede “simbolizar la castración estructural de la organización de
todo goce. Usamos el sintagma falo-castración para subrayar este
relación indisociable.
 
En cuanto a la “x” que es el elemento sobre el que se predica
intentemos no pensarla como un cuerpo biológico masculino o
femenino, sino como un ser hablante. De manera que cualquier
“x” (ser hablante) que tenga todo su goce sexual ordenado por la
función fálica está en posición masculina. Por contra, podemos
decir que si para un ser hablante x no todo su goce sexual pasa por
la función fálica, entonces está en posición femenina.

La intención de Lacan es evitar cualquier definición esencialista del


tipo “todos los hombres son…” o “las mujeres son ….”. Por eso
trata de separarse de lo que la psicología sostiene definiendo la
posición masculina y la femenina en base a comportamientos
activos o pasivos. Se ve que no leyeron a Foucault, en su segundo
volumen de Historía de la Sexualidad donde demuestra que
estas descripciones son absolutamente variables según las épocas
y las culturas. Las formulas de la sexuación pretenden ser
transhistoricas y transculturales.

Lacan se inspira en la lógica de Aristoteles y su uso de los


cuantificadores universales y particulares: el para todo y el
existencial. Como suele ser su costumbre, hace un uso distinto de
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estos instrumentos conceptuales y los mezcla con la teoría de los


conjuntos de Russell.

Lacan plantea que para mantener un conjunto cerrado en el que


todos los elementos cumplan con la misma propiedad es necesaria
una excepción. La excepción que funda la regla es el existencial
para quien no rige la función fálica. La lógica masculina es la del
Todo y la Excepción. La Función Fálica, al mismo tiempo,
encuentra su límite en la la existencia de una x que niega la función
y es en este punto que Lacan sitúa la función del padre, que
constituye la excepción necesaria para dar lugar a la regla. Algo
parecido se inventó Freud en su mito de Totem y Tabu con ese
padre de la horda que prohibe todo goce a sus hijos mientras que
el lo acapara por entero para si mismo siendo el único que no está
castrado. Lacan critica los mitos de Freud en el Seminario XVII El
Reverso del psicoanalisis y distingue la castración edipica de la
castración originaria que el lenguaje realiza sobre el viviente. La
culpa de la falta de goce no es del padre que lo prohibe sino del
significante que lo hace imposible. El neurótico fabrica el fantasma
de que es el padre quien lo quiere castrar cuando es la cadena
significante la que le comanda sin que pueda escapar a su acción
imparable

En la derecha tenemos la inscripción de la parte mujer de los seres


que hablan. en la que pueden situarse cualquiera, incluso aquellos
que portan los atributos masculinos Estamos ya en la lógica del No
Todo que veta cualquier universalidad,

Del lado femenino no aparece la excepción necesaria para cerrar el


conjunto pues “no existe un x que no phi de x” lo que impide un
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decir universal y una constitución de límites precisos. En la lógica


femenina hay una imposibilidad del sostener el Para todos. En la
clínica del No Todo la función fálica se hace contingente pues
podría darse el caso de que un x este en función fálica y a la vez
que no lo este. No se trata de una lógica del todo o nada, o de
todos o ninguno, sino en una lógica en la que dos valores distintos
pueden coincidir al mismo tiempo.
Veamos como lo explica Lacan

El ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no lo


esté del todo. No es verdad que no esté del todo. Está de lleno
allí. Pero hay algo de más. Hay un goce del cuerpo que está, si
se me permite Más allá del falo.

La mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo que


designa como goce la función fálica. Atención, de ningún modo se
trataría de un goce complementario al masculino lo que haría que
la relación sexual exista. Del lado femenino, si bien hay una
relación con la función fálica, la negación del existencial impide que
haya algo que funcione como límite, que funde un universal
femenino y que podamos hablar del conjunto de las mujeres como
tal. De ahí la afirmación de Lacan: “La mujer no existe”, pues la
falta de un lugar de excepción implica el no poder formar una clase.
Hay algo en la mujer que se manifiesta como un goce Otro que, al
estar más allá de la función fálica, no se puede decir, ni localizar, ni
es susceptible de cálculo alguno.

Por el contrario, sí que podemos decir  “todos los hombres” pues la


ley universal fálica los somete del todo.
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Debajo de la barra transversal, del lado del hombre Lacan escribe


el $, y el falo. El sujeto hace pareja con el objeto a inscrito del otro
lado de la barra, que es el femenino. Para el hombre solo le es
dado alcanzar a su pareja por intermedio de la causa del deseo de
su fantasma, el a que acompaña al sujeto. El fantasma en que está
cautivo el sujeto, y que como tal es soporte de su realidad. La
condición erótica masculina tiene las características perverso
polimorfas, puede amar a una mujer pero en su estatuto del objeto
a que vendría a suplir su falta

Del lado femenino tenemos el La tachada que puede establecer


dos direcciones: una se dirige hacia el falo y la otra hacia el S (A/)

Ese Otro que no existe y con el que la mujer está intrínsecamente


relacionada. Ella esta intrínsecamente relacionada al Otro porque
en la relación sexual ella misma es radicalmente Otra. La mujer
encarna la alteridad sin nombre de la que nada puede decirse.
Todo lo susceptible de ser dicho será mediante la lengua del falo y
no es por ahí por donde podemos aproximarnos al goce femenino.

¿Por dónde, entonces? Por el lado del amor y de Dios

Si con ese S (/l) no designo otra cosa que el goce de la mujer, es


ciertamente porque señalo allí que Dios no ha efectuado aún su
mutis. (pag 103)

En determinado momento del seminario Lacan hace la siguiente


confesión personal: desde los veinte años no hago otra cosa que
explorar a los filósofos sobre el tema del amor.1 Ahora que tiene 71

1 ibid, pagina 91
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años sigue leyendo sobre el amor pero ya no espera nada de la


filosofía sino de las mujeres y se dedica a leer lo que algunas
mujeres dijeron sobre el amor. Lean a “gente seria” como las
místicas, nos aconseja. Lean la obras de Hadewijch d´Anvers2 o de
Santa Teresa de Jesús y verán que Las jaculaciones místicas no
son palabrería ni verborrea son, a fin de cuentas, lo mejor que hay
para leer.

Como para hablar en serio del goce femenino es mejor dejarse


orientar por el decir de los poetas es lo que haré en lo que nos
resta de conferencia, utilizando referencias literarias distintas a las
que nos propuso Lacan y que ya han sido tantas veces
comentadas.

II. El Decir de los poetas

Para hablar de goce femenino es mejor dejarse orientar por el decir


de los poetas y es lo que haré en esta conferencia.
El novelista francés Remy de Gourmont nos dice:
“¡Oh, ese femenino oscuro que pasa y se marcha y que jamás será
tocado –que se desvanecería si se tocase, ya que su encanto
reside en ser desconocido e intocable”
Notemos que el autor no se refiere a las mujeres en general, ni
siquiera de una mujer en concreto sino a “ese femenino oscuro”
porque no hay ni imagen, ni decir que lo represente. Se trata de un
real que, como dice el poeta, no puede tocarse por más que se lo
intente. Ni el Raja aburrido que ordena quitarle la piel a la bailarina,
ni el hombre que lleva sus celos hasta el homicidio consiguen tocar
2 Hadewijch de Amberes o Hadewijch de Brabante (Ducado de Brabante, s. XIII - ibídem, 1248)
fue una poetisa y escritora mística cristiana perteneciente al movimiento de las beguinas.
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“ese femenino” que “pasa y se marcha". Sin embargo, en


ocasiones, una palabra o un gesto tocan lo femenino de una mujer
y eso se produce más allá de las intenciones del emisor. En esos
casos ella recibe un signo del Otro que la lleva a sentir un goce
insensato que, al no estar ligado a la significación fálica provoca la
angustia, incluso la perplejidad (sin que ello tenga una connotación
psicótica).

Para el hombre la mujer tiene una doble valor: puede encarnar el


objeto de deseo con el que se acomoda el fantasma masculino,
pero también puede cobrar el carácter enigmático y angustiante de
la Causa del deseo.

Enfrentado a lo femenino, el hombre, tendrá que elegir en qué


terreno quiere jugar la partida porque la comodidad que nos
proporciona el marco fantasmático tiene un reverso mortífero como
nos ilustra la novela de escritor húngaro Sandor Marai titulada “La
extraña”3 , en la que el protagonista masculino expresa la paradoja
de la vida conyugal con una formula muy atinada: Allí donde
desaparece el misterio comienza el pudor”. Efectivamente, cuanto
menos extraño resulta el partenaire, cuanto más se le conoce,
mayor es la vergüenza ligada al sexo. Él recuerda lo mucho que
había amado a su esposa así como lo que habían llegado a hacer
en el dormitorio cuando aún eran dos desconocidos, pero aquello
se perdió irremediablemente pues “con alguien que sabe todo
sobre uno no se pueden hacer cosas así”.
Esta frase me recordó inmediatamente aquella otra que cierra el
Seminario Aún: Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de

3 Sandor Marai . “La Extraña”


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amor.4 Si se pierde la alteridad el encuentro sexual se convierte en


una rutina, cuando no en una obligación. Algunos hombres se
lamentan del esfuerzo que supone para ellos cumplir con el debito
conyugal para evitar que su mujer vaya a buscar la satisfacción a
otra parte. No saben que en este terreno no hay forma de cumplir
que no tenga un alto precio, el de su impotencia llegada la ocasión
o el del odio como envés del amor. La estabilidad de la pareja
puede borrar la verdadera diferencia sexual que no es la de ser o
tener el falo, sino la del goce como Otro, como alteridad radical
para cada sujeto.

Cuando lo que está en juego es una mujer en su estatuto de


enigma que causa el deseo no hay acomodación posible sino la
atracción inquietante y la fascinación angustiosa que representa
para un hombre “la prueba de la verdad”5.
¿Cómo puede el hombre, en el encuentro con una mujer, salir
airoso de una prueba que no se resuelve con el falo? Lacan lo
considera posible, pero reconozcamos que es de una extrema
dificultad. Precisamente, el personaje masculino creado por Sandor
Marai abandona a su esposa e inicia una salida vagabunda al
mundo en busca de la extrañeza de lo femenino que había perdido
en su hogar. Llegado a un punto sin retorno, se transforma en una
especie de Aquiles enloquecido por su salvaje intento de alcanzar
la tortuga de lo femenino. No quiero desvelarles el desenlace, solo
mencionar aquellos casos en los que, enfrentados a la alteridad
absoluta de lo femenino, algunos hombres enloquecen destruyendo
el cuerpo de la mujer y después el suyo. Explicar estos pasajes al

4 Jacques Lacan. Seminario XX

5 Jacques Lacan. Seminario inédito De un discurso que no fuera del semblante


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acto como una manifestación de machismo es no entender nada de


que lo que está en juego cuando se trata del intento desesperado
de arrancar del cuerpo femenino ese tesoro siniestro de la palabra
que falta.

Enfrentados al goce femenino la educación igualitaria no otorga al


hombre una garantía que le permita responder con éxito a la
prueba, son otros los recursos que habrá de poner en juego.
Tampoco demos por hecho que la mujer domina esa prueba en la
que ella, sin saberlo, ocupa la posición de enigma y a la vez tiene
que arreglárselas con el órgano fálico, lo que no es baladí.

En cualquiera de los casos nos encontramos con la incongruencia


de los goces que tornan imposible la relación entre los sexos.

III. Las ventajas del Goce Fálico

El falocentrismo también rige para la mujer que puede tomar a un


hombre como el eje que centra su existencia, y conformarse a las
ventajas de la lógica del Todo. El deseo sexual del hombre funciona
para algunas mujeres como un barómetro que mide su lugar en el
Otro, lo que resulta esencial para asegurar su existencia como
sujeto.
Las mujeres están interesada por el falo, algunas lo adoran y,
como decía Freud, han de aceptar el todo (el hombre) por la parte
(el pene). A otras, sin embargo, ese órgano les repugna y tratan de
evitarlo. Cualquiera de estas posiciones se mantiene
completamente en la lógica fálica.
En definitiva, para la mujer es vital aferrarse al Uno fálico para
encontrar un lugar en el mundo y, sobre todo, para defenderse de
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la amenaza de ese goce Otro que al no responder a la castración


tiene un carácter enloquecedor.

IV. El Goce Femenino

Pasemos, entonces, a ese “algo más” con el que Lacan establece


el factor diferencial del goce femenino. Si una parte del goce de
una mujer busca la satisfacción en el falo hay otra que se dirige al
Otro barrado, signo de un goce sin nombre. Con la escritura S(A/)
Lacan afirma que no hay un universo de discurso, ni un Otro
consistente que garantice el sentido y cierre el circulo de la
representación del mundo. No funciona el falo como la excepción
que establece el conjunto por lo tanto no podemos saber lo que
este integra y lo que excluye, lo que está dentro y lo que queda
fuera. La inconsistencia lógica hace que esta distinción sea
indecidible. A este nivel del goce femenino en su relación con el
Otro barrado, el falocentrismo está literalmente ausente. Usando el
lenguaje freudiano diríamos que “el sujeto femenino” está sometido
a la castración, pero "lo femenino” no lo está, pues se trata de un
real al que no le falta nada. Entramos en un territorio donde el
acento recae fundamentalmente en la inconsistencia del Otro que
no implica la castración y no tanto en la falta propia de la
castración.

Para las mujeres no es fácil estar del lado femenino del goce,
“ninguna aguanta ser no toda”6, nos dirá Lacan. Mantener una
relación estrecha con el Otro barrado es angustioso y además
conduce al extravío.

6 Jacque Lacan
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V. El Otro del amor

Hemos visto como el orden fálico es absolutamente necesario para


las mujeres, pero no es suficiente. Hace falta algo más para
“atrapar una mujer de la buena manera”7 . Ese algo es el amor que
siempre va unido a las palabras. El amor funciona para una mujer
como el requisito indispensable que hay que añadir al deseo para
hacerlo soportable: “Sabemos muy bien que lo que realmente
domina es que ella lo desea (al hombre); es incluso por ello que
ella cree amarlo”8 El hombre puede amar tanto o más que la mujer
pero no necesita envolver el deseo con el amor y, con frecuencia,
prefiere separar una cosa de la otra.
Ahora bien, ni con el mejor coctel de amor y falo lo femenino del
goce de una mujer se agota. Falo y amor son importantes recursos
para no estar loca del todo, pero, en ocasiones muestran su
insuficiencia y, entonces, la locura femenina se desata.

La gran escritora brasileña Clarice Lispector consigue ilustrar con


meridiana claridad lo que a nosotros, psicoanalistas, nos cuesta
tanto explicar. En un breve relato titulado “Amor”9 nos conduce
hasta ese goce Otro que lleva a una mujer concreta, Ana, más allá
del marco familiar y social con el que ha ordenado su vida.

7 “Porque finalmente una mujer es algo que cuenta. Hay cierta manera de atraparla de la buena manera,
aferrarla de cierto modo y ella no se equivoca al respecto. Ella es capaz de decirles - No me sostienes
como se sostiene a una mujer”. Jacques Lacan, “De un otro al Otro”

8 Jacques Lacan “El acto psicoanalítico”, versión inédita, clase 27/3/1968

9 Clarice Lispector. “Amor”


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El encuentro con la mirada de un hombre ciego, vislumbrada


fugazmente desde el autobús, provoca en ella el
desencadenamiento de una sensorialidad absolutamente abierta al
cosmos, por tanto, más allá de las representaciones centralizadas
con las que se construye la imagen del mundo. No era la primera
vez que sentía algo así. Antes de tener una familia, vivió momentos
de “Una exaltación perturbada a la que tantas veces había
confundido con una insoportable felicidad” Ahora, sin embargo, “Su
juventud anterior le parecía tan extraña como una enfermedad de
la vida”.“Se sentía más sólida que nunca.... Todo su deseo
vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a
transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su
gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo
desorden….. la vida podría estar hecha por la mano del hombre”
No obstante, ese extraño goce de su pasado no desaparecía por
mucho que tratará de dominarlo mediante el orden fálico. Ella lo
sabía y, por ese motivo, había organizado un buen sistema de
defensa “Su precaución se reducía a cuidarse en la hora peligrosa
de la tarde, cuando la casa estaba vacía y sin necesitar de ella, el
sol alto y cada miembro de la familia distribuido en sus
ocupaciones”.
En ese contexto el encuentro traumático con una mirada ciega a
todos los semblantes fálicos que alegran la vista, rompe la lógica
con la que da sentido a su vida y produce una actualización del
goce temido. Lo decisivo es cómo un encuentro contingente abre la
dimensión de ese punto ciego que es el goce Otro y, por ende, la
exilia de si misma. Los años de serenidad se desmoronan y la falta
de sentido la deja tan libre (desatada) que no sabe hacia dónde ir
y en lugar de dirigirse a su destino habitual, la casa familiar, se
extravía en una jardín oscuro entrando en comunión con el goce de
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los lirios, como diría Lacan10. Las crisis de su juventud habían


vuelto finalmente, llenando su corazón “del peor deseo de vivir”.
Enfrentada a “lo peor de sí misma” experimenta un “ placer intenso
con que ahora goza de las cosas, sufriendo espantada”. Ese
extraño placer que la deja fuera de si como sujeto y excluida del
saber, es completamente ajeno a los sentimientos maternales o
conyugales. En el lugar de estos sentimientos conocidos
experimenta la extraña sensación de amar al ciego. Es este punto
el que nos interesa.

¿Qué estatuto tiene ese tipo de amor? Podría tratarse de una


defensa frente a la angustia, un último recurso ante lo real, un
intento por dar sentido y dirigir a un destinatario eso que se ha
desbordado. Pero también, podemos pensar que lo que está en
juego es otro estatuto del amor en el que ni ella está en posición de
sujeto deseante, ni el ciego está a titulo de objeto perdido. Lo que
la embarga es su propio goce Otro (valga el oximoron) despertado
por un hombre que encarna la alteridad no fálica. Este relato nos
obliga a concebir un sentido del amor que, al estar fuera del mundo
de los semblantes, se relaciona directamente con lo real. Tal vez
Ana se haya vuelto loca, pero no parece tratarse de un brote
psicótico, sino de esa locura que acompaña al goce femenino y que
empuja al sujeto a salirse de la ventana que marca los límites de la
ley y del sentido. Finalmente es el amor del marido el que “la
agarra de la buena manera” rescatándola de ese goce y volviendo
a mostrarle los límites.

10 Jacques Lacan. Seminario XVII, pagina….


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Lacan dice que no hay limites para las concesiones con las que
una mujer puede entregarse ha un hombre, pero hay que añadir
por paradójico que resulte, que a la vez nunca se entrega toda.
Siempre habrá Otro goce que se dirige a una alteridad radical,
lugar de un deseo sin ley y sin ideales. Dios puede ser una de las
figuraciones imaginarias de ese partenaire radicalmente Otro cuyo
deseo no está orientado por el falo, pero también “el amante
castrado”, “el hombre muerto”, “el íncubo ideal” 11 o el ciego del
cuento. Los lisiados que protagonizan ciertas historias de amor
femeninas, representa a ese “hombre castrado” (que no impotente)
que consigue acceder al territorio femenino situado más allá del
límite fálico.

Una analizante compara los encuentros sexuales con su actual


marido, que tienen el carácter de repetición propio del uno fálico,
con aquellos otros que tubo con su pareja anterior “Aquello era
como escribir sobre una pagina en blanco en cada ocasión,
ninguno de los dos sabíamos cómo y cuando empezaba ni cómo y
cuándo acababa. Eso si era hacer el amor”. No tomemos el
ejemplo como prueba de una relación de reciprocidad
complementaria, la cosa no acabó bien
El ejemplo nos sirve para acentuar la diferencia entre el acto sexual
comandado por el goce fálico en su carácter repetitivo y “hacer el
amor”, que solo sucede sin buscarlo pues no responde ni a las
mejores intenciones, ni a las más sofisticadas técnicas eróticas o a
las mayores ternuras. Siguiendo a Lacan podríamos decir que
nadie sabe “hacer el amor” por la sencilla razón de que es algo que
no pasa por el saber, pero que alguno, ocasionalmente lo consigue.

11 Figuras invocadas por Lacan en “Ideas directrices para un Congreso sobre Sexualidad Femenina”
Comentario de las formulas de la sexuación de J. Lacan
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