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INSTITUTO CARO Y CUERVO

8/BUOTECA e EZEQUIEL URJCOECHEA »


4.

VfCTOR MANUEL PAT I :RO

HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL


EN LA
,
AMERICA EQUINOCCIAL
TOl\'10 11

VIVIENDA Y MENAJE

~
~
BOGOTA - 1990

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
L.u ser ies que tradicionalmente
publica nuestra Instituci6n se enrique-
cen con esta nueva colecci6n que deja
testimonio dc:l interés y de la impor-
tancia que c:l Instituto Caro y Cuervo
quiere dar al estudio de las lenguas y
de las culturas aborígenes.
Investigaciones sobre estos aspectos
y temas han tenido acogida generosa
en la Biblioteca de Publicaciones, en
Series Minor, en la Serie Bibliográfica
y en la revista Thuaurus. Sin embar-
go, esta nueva serie, bautizada con el
nombre de Biblioteca "Ezequiel Uri-
coechea" oficializa el interés institucio-
nal por estas culturas que conforman
también nuestra nacionalidad y contri-
buyen a definir nuestro perfil conti-
nental.
La nueva serie, igual que las ante-
riores, no desea tampoco "prefijarse
Umites ni encerrarse en esquemas o
programas que, aún con ventajas re-
conocidas, tienen por lo general algo
de artificioso o arbitrario", tiene, tam-
bién, "finalidades seguras, ciertas y
meditadas": desea cubrir otro amplio
sector de nuestra realidad nacional y
continental fomentando la investiga-
ci6n cient(fica y humanística, deseosa
de colaborar en el desarrollo y preser-
vaci6n de los pueblos indígenas. Pen-
samos que la ciencia lingüística a
través de estos estudios amplía sus ho-
rizontes, respira nuevos aires, se asom-
bra ante inesperados hallazgos: nove-
dosas estructuras fonol6gicas, léxicas,
morfosintácticas y semánticas que, sin
duda alguna, conmueven la arquitec-
tura lingü{stica tradicional ya conoci-
da. Experiencias y conocimientos que
proporcionan materiales útiles para ori-
ginales teorías lingü{sticas con carac-
teres realmente universales.
La oralidad de estas lenguas, su
manera tradicional de transmitir cono-
cimientos, los temas que constituyen
su universo mental, su sistema axiol6-
gico, todo ese acervo cultural legado
auténtico de la humanidad ágrafa, de-
be estar presente en esta nueva ser ie
que también se torna en reto cultural

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
BTBLlOTECA cEZEQUIEL URICOECHEA-.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
INST I TUTO CARO Y CUERVO
BIBUOTECA e EZEQUIEL URJCOECHEA •

l.
"Diccionario y gramática chibcha". Manuscrito anorumo de la
Biblioteca Nacional de Colombia. Transcripción y estudio
histórico-analítico por MARÍA Snu.LA GoNzÁLEz DE PfREz, 1987.

2.
HUMBERTO TRIANA Y ANTORVEZA, Las lenguas índfgenas en la
historia social del Nuevo Reino de Granada, 1987.

3.
VÍCTOR MANUEL PATrÑo, Historia de la cultura material en la Amé-
rica equinoccial, tomo 1: La alimentaci6n en Colombia y en
los paises vecinos, 2;t ed. revisada y aumentada, 1990.

4.
VÍCTOR MAr-'UEL PATIÑO, Historia de la cultura material en la Amé-
rica equinoccial, tomo II: Vivienda y menaje, 1990.

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HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL
EN LA
AMERICA EQUINOCCIAL
TOMO 11

VIVIENDA Y MENAJE

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INSTITUTO CARO Y CUERVO
BIBUOTECA • EZEQUIEL URICOECHEA »

4.

HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL


EN LA
AMERICA EQUINOCCIAL
TOMO II

VIVIENDA Y MENAJE

BOGOTA-1990

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
~:.,...;o.a.~.......~~D
·~~~1

ES PROPIEDAD

IMPRENTA PATRIÓTICA DbL INSTITUTO CARO Y CUERVO.


YERBABlJENA.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
PROEMIO

Cuando platlteó a los investigadores colombianos la con-


veniencia de escribir sobre los principales aspectos de la cultura
material en esta parte del mundo I, no se consideró el autor
excluído de la invitación. Cree que mientras llega la respues-
ta adecuada de parte de quienes se consideren aludidos, hay
que seguir cultivando el huerto propio como una rutina coti-
diana. Si otros hacen lo mismo en el suyo, habrá más cosecha
para beneficio de todos.
Aquella tarea, que a muchos ha debido pat·ecer exce-
sivamente ambiciosa y a tlO pocos incompatible con la pre-
paración y las capacidades del proponente, ha empezado a
realizarse. El primer tomo fue publicado por la Presidencia
de la República, como parte de la serie de obras cientificas aco-
gzdas dentro del programa de la 11 Expedición Botánica 2 •


Dentro del orden real o mpuesto en que el hombre de
todas las latitudes ha desarrollado su penosa pero admirable
trayectoria, después de la alimentación o más bien simultánea
con ella, esttí la necesidad de reparo o cobijo, para dqender-
St' de los agentes externos, sea del rigor climcítico, sea del asedio
de enemigos de la propia especie y de otras detltro de la misma

t y cultura material en Colom-


P..-.nÑo, VÍCTOR MANUEL, Vida cotidiana
bia, CoLCULTURA,Gaceta 14, vol. II, núm. 14, septiembre de 1977, págs. 25-29.
• PATIÑO, VícTOR MANuEL, Historia de la cultura material en la Ami-
rtca Equinoccial, 1: La alimentact6n en Colombia y en los países vecinos,
Bogotá, Litografía Arco, 1984. 252 págs., ilus.

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12 viCTOR MANOEL PATJÑO

~sea/a animal. La vivi~nda, pu~s, ha sido el tema escogido


para ~~ segtmdo volumen.
Se marztiene en. él la característica estructural de toda la
investigación propuesta, o sea, hac~r el tratamiento completo
de los elementos de la cultura material, partiendo de la época
prehispánica, para incluír así urza h~rencia cultural que casi
siempre suele dejarse de lado. Los especialistas ortodoxos qui-
zá 110 varz a estar d~ acuerdo con algunas de las afirmaciones
que aquí se hagan, aunque todas estáu sólidamente documen-
tadas; pero ciertos atisbos o sugerencias de U11o que no es del
oficio podrán set·vir de base para que los inconformes investi-
guen por su cuenta y present~tl otras conclusiones.


Gran parte de los materiales usados se había acumulado
a lo largo de los años, a partir de 1947; pero e11 1984 se le
dio tm impulso decisivo a la irzvestigaci6n, mediatzte consul-
tas intensivas e11 varios centros, tanto de América como de
Europa. En el primer caso, u manejaron los fondos de las si-
gtúentes bibliotecas: la del Congreso, del Imtituto Smithso-
niano y la perso-nal del doctor José Cuatrecasas (Washington,
D. C.); la de la Hispanic Society y estudio de material de
herbario del Jardín Botánico de Bronx (Nueva York); los fon-
dos bibliográficos del Museo Bof.ánico y del Museo Peabody
de la Universidad de Harvard, en Cambridge, así conlO la bi-
blioteca personal del doctor Richard E. Schtlltu, en Mclrose,
Mass ..
E11 el segundo caso, se hicieron consultas ~n la Bibliot~ca
Nacional; m la Facultad Superior de Arquitectura, Ciudad
Universitaria; Real Academia de la Historia; Archivo Histó-
rico Nacional, e Instituto de Cooperación Iberoamericana, de
Madrid, y m el Archivo de Indias y la Escu~la de Estudios
Hispanoamericanos, de Sevilla .


Aunque el título general se r~ficr~ a la vivi~nda en Co-
lombia y erz los pafs~s v~cinos, se han tomado a v~c~s rcferen-

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PROEMIO 13

cias a zonas más alejadas, tanto al norte como al sur, sitJ


exceder de los dos tr6picos. Cada vez se hace más evidentt:
por las investigaciones adelantada$ en los tUtimos años, que
los pueblos am~icauos mantenían aunque fuera de modo oca-
sional, contactos comerciales y culturales con gente de zonas
alejadas. Ningrt1l país americano actual puede engrcfdamente
atribtJÍrse por sí solo el monopolio de una herencia cttltural,
que es patrimotzio de todos. Desde luego, el área geográfica
nuclear, como en otras obras del autor, es la faja comprendida
entre el ecuador geográfico y el ecuador térmico.
Esta obra está dividida en. dos libros: tmo cuyo tema es la
vivienda; el otro sobre el menaje. A stt vez, el primero se
mbdivide en cuatro partes: generalidades; la vivienda en la
época prehispánica; la vivienda a partir de la conquista; in-
flrtencias no espaiiolas; tendencias nuevas para la vivienda e11
el periodo republicano. Esta subdivisi6n permitirá qt'e en su-
cesivas ediciones cada tema se corwierta en volumen separado,
si la nuet1a docume1ltaci6n disponible así lo requiere .


La scííorita Inés Calvo copi6 parte de los borradores ini-
ciales de 1984 y después las versiones corregidas que salieron
como resultado de las const1ltas en Estados Unidos y en Euro-
pa. Tuvo también a su cargo elaborar la bibliografía, la com-
pulsa de los textos y el índice.
Se publica esta obra por el Instituto Caro y Cuervo de
Bogotá, merct•d a la generosa acogida de su director, doctor
Ignacio Chat1es Crtevas y del comité editorial comtituído por
emine11tes lingüistas.
A las entidades y personas mer1cionadas, el autor les ex-
presa su agradecimie11to.

Cnli, 1987.

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S IGLA S

ACH Academia Colombiana de Historia. Bogotá.


AEA Anuario de Estudios Americanos. Sevilla. España.
AEN Archivo de b Economía Nacional. Bogotá.
AHN Archivo Histórico Nacional. Madrid.
AVF Archivos Venezolanos de Folklore. Caracas.
BAC Biblioteca de Autores Colombianos. Bogotá.
BANHV Biblioteca de b Academia Nacional de Historia de Ve-
nezt•ela. Caracas.
BBC Biblioteca Básica Colombiana. Bogotá.
BBP Biblioteca Banco Popular. Bogotá.
BCPR Biblioteca Científica de la Presidencia de la República.
Bogotá.
BDAE Biblioteca de autores españoles desde la formación del
lenguaje hasta nuestros días. Madrid.
BHA Boletín de Historia y Antigüedades. Bogotá.
BHN Biblioteca de Historia Nacion:~l. Bogqtá.
srv Boletín Indigenista Venezolano. Caracas.
BPC Diblioteca de la Presidencia de Colombia. Bogotá.
BPCC Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá.
BVC Biblioteca Venezolana de Cultura. Caracas.
CLDRHA Colección de libros y documentos referentes a la Historia
de América. Madrid.
CSJC Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid.
EEHAS Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla.
España.
ES Etnologi~ka Studier. Gotemburgo.
FCE Fondo de Cultura Económica. México.
FlAN - Fundación de Jnvestigaciones Arqueológicas Nacionales.
Banco de la República. Bogotá.
HEC Historia Extensa de Colombia. Bogotá.
ICC Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá.
IEP Instituto de Estudios Peruanos. Lima.
IVIC Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Caracas.

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16 S ICLA S

JSAP - Journal de la Societé des Arnericanistes de París.


NYBG - New York Botanical Garden. New York.
PBR = Publicaciones del Banco de la República. Bogotá.
PDBHN Publicaciones del Departamento de Bibliotecas y Archi-
vos Nacionales. Bogotá.
PICC Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo. Bogot~.
PMEN Publicaciones del Ministerio de Educaci6n Nacional.
Bogotá.
PSGPR Publicaciones de la Sociedad Geográfica de la Presiden·
cia de la República. Caracas.
RADH Real Academia de la Hisloria. Madrid.
RCA Revista Colombiana de Antropología. Bogotá.
REAA - Revista Española de Arqueología Americana. Madrid.
RGNG Relaciones geográficas de la Nueva Granada. Cali.
RI Revista de Indias. Madrid.
SGHG = Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Gua-
temala.
ucv = Universidad Central de Venezuela. Caracas.
UNAM = Universidad Nacional Aut6noma de México. México.
UNC = Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.

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LIBRO PRIMERO

LA VIVIENDA

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PRIMERA PARTE

GENERALIDADES

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CAPíTULO

VOCABULARIO Y CONCEPTO

Vocabulario.

Para distinguir la vivienda se han usado en español diver-


sos vocablos, que con el correr del tiempo se han vuelto sinó-
nimos, aunque inicialmente consagraran variaciones locales o
regionales, o bien identificaran distintos tipos de construcción.
Para no alargar esta obra exageradamente, no se producirán
textos confirmatorios sino en tal o cual caso.
HocAR. Del latín focus, por ser el fogón la característica
principal de la vivienda (Co.ROMLNAS, 1955, eH-K, 587-588) •.
LAA, del latín, sinónimo de hogar; lo mismo que el cata-
l:ín LLAR (L-RE, 36).
Hu:\.fos, del latín fumus, por razón similar a la dada para
HOCAA. El humo es d signo visible del fuego, que puede ser
detectado a distancia.
CAsA, del latín, está difundido por todos los países his-
pano-hablantes.
MANIDA, "estancia, guarida, mansión", madriguera, del
verbo maner o quedar, emparentado con MESÓN, MANSIÓN, "lu-
gar donde se permanece", y con el catalán, MAS, MASÍA (trRE,
232-233).
MoRADA, lugar donde se mora o demora:

• En las catas de este autor de aquí en adelante, se omitirá el año. Los


cuatro tomos de que consta este diccionario se identifican así: A-e, eH-K, L·RB,
Rt-z.

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22 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

La casa para el César fabricada


¡ayl yace de lagartos vil morada
(FRANCISCO DE RIOJA, Ruinas de Itálica).
HABITÁcuLo, procedente de habitar, ocupar un lugar. De
la misma raíz proviene
HABITACIÓN, que tanto se refiere a una parte o sector de
la vivienda como a toda ella.
REsmENciA, se deriva de asentar o sentar.
VIVIENDA, lugar donde se vive.
PoSADA, de posar, a su vez del latín pausare, detenerse,
pararse; lugar donde se acampa; casa propia, albergue. De
allí aposentar, APOSENTO, (IrRE, 855-856). APosENTOS se halla
en varios documentos coloniales. El mismo origen de "cam-
pamento" tuvo la palabra ALBERGUE (A-e, 86).
DoMICILio. De domus, casa, de idéntica procedencia (eH-
K, 188).
EsTANCIA, de estar, permanecer; mansi6n (eH-K, 420) .
Todavía hay denominaciones que se refieren a partes de
una construcción o sectores que en el diseño quedan sin una
funci6n especial:
SoTABANCO, SOTANO, derivados de so, "debajo de"; el últi-
mo, "debajo del desván" (RI-z, 244-246).
BuHARDA, BuHARDILLA, GuARDILLA, ventana de tejado y
por extensi6n el desván a que pertenece; respiradero; tronera
(A-e, 540).
DEsvÁN, parte de la casa inmediata al techo, lugar vacío
entre el último piso y el tejado (eH-K, 162).
SoBRADO, SosERADO, equivalente a desván, piso alto (Rt-z,
252-255).
TABuco (Dic. Dcc. 607). Del árabe.
ZAQUIZAMÍ, del árabe, que inicialmente indicaba el arte-
sonado del techo, ha venido a significar "desván" (RI-z, 836-
837).
Las cinco anteriores se aplican al tipo de vivienda de techo
muy inclinado común en localidades de zona templada, que
son las que tienen ese espacio aprovechable. En América han
sido sustituídas por zARZO, BARBACOA, o TROJE.

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J. VOCABULARIO Y OONC:EPTO 23

Sectores con función conocida dentro de un conjunto


mayor, son:
CASERNA, del francés, es bóveda subterránea de una forti-
ficación, para alojar soldados (A-e, 718).
CAMARANcHÓN, CAMARANCHEL, CARAMANcHEL, construc-
ción supletoria superpuesta a un edilicio: desván (A-e, 610-
611).
Esta es la vivienda urbana en general. Para construccio-
nes campestres o suburbarnas, casi siempre aisladas, se han usa-
do los términos:
ALQUERÍA o ALeARÍA, del hispanoárabe, "aldea", "casa de
campo" (A-e, 166) . Esta sería la de labradores pequeña y mo-
desta (al-quería), mientras que la señorial y lujosa, es el al-
muniat (LAMP:ÉREZ Y RoMEA, 1922, 1, 93).
QuiNTA, finca de recreo. El nombre se explica porque
antes el dueño ausentista recibía del arrendatario la quinta
parte de los frutos (A-e, 806-808).
CHALET, de cala, "ensenada pequeña", abrigo, choza, ho-
telito, casa pintoresca (A-e, 579). TEMPLETE o PABELLÓN (Dic.
Dec. 622).
BuNGALOW. Casa rural indígena de la India. Casa de cam-
po o de veraneo de una sola planta, con amplio pórtico cu-
bierto por voladizo (Dic. Dec. 118).
Las palabras para indicar casa campestre, con jardín o
huerto: CARMEN, usada en Granada; CIGARRAL, lo mismo en
Toledo (una comedia de Tirso se llama Los cigarrales de To-
ledo); CASINO, casa de campo o de recreo; RAFAL de Aragón,
no se han usado en América con dicho significado.
Construcciones provisionales o rústicas se han solido iden-
tificar con Jos nombres siguientes:
BARRAcA, de origen catalán, se refiere a una construcción
sencilla, con adobes y paja (A-e, 407A08). Otros autores dicen
que la barraca es una casa poco diferente de la común.
RAMADA, forma americana de ENRAMADA, construcción cu-
bierta de ramas. De allí debió originarse el nombre del lugar
de Ja Guajira, La Ramada, región de Dibuya y comarcanas,
a principios de la conquista bajo Rodrigo Palomino:

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24 HJSTOJUA DE LA CULTURA MATERIAL

Poblaciones cercanas a los ríos,


con sus calles bien puestas y ordenadas,
fuertes y potentísimos buhíos,
y a las puertas grandísimas ramadas,
para gozar del fresco de los fríos
vientos, en las calores destempladas,
y por ser general aqueste uso
el nombre de Ramada se le puso.
(CASTELLANOS, 1955, Il, 318).

CABAÑA, del latín, se refiere a una construcción rústica


asociada con labores pastoriles.
CHozA, del castellano-portugués, alude a una construcción
rústica y de reducidas proporciones; equivale al latín tugu-
rium, de donde TUGURio.
RANcHo tiene igual significado que choza.
Qmosoo, del persa a través del turco, es una construcción
para recreación y solaz, más que para vivienda permanente.
Algunas denominaciones se originaron de recintos donde
se guardan o encierran animales y por extensión se han atri~
buído a viviendas humanas:
CHIIUBITIL, de chivitel, chivitil, chivetero, chivera, lugar
donde se recogen los chivos, y por extensión "desván, escon~
drijo, tabuco" (cH~K, 72).
CocHITRIL o CucHITRIL, de coche o cochino, h abitación
estrecha y desaseada, chiribitil; desván (A~, 832-833).
CoRTIJO, de corte, "corral, establo, aprisco", a su vez deri~
vada de hortus, huerto, recinto, lo que da idea de superficie o
espacio cerrado o confinado mediante cercas (A~, 916-918) .
CuBIL, sitio donde se recogen las bestias silvestres, lecho;
también del latín (A~, 959~960).
En cuanto a las partes de la casa en la tradición hispano-
americana, existe una multitud de términos, a veces cambian~
tes de una región a otra.
Varios centenares de ellos, concretamente 1.705, se hallan
en el Léxico de alarifes de los siglos de Oro, por FERNANDO
GARcÍA SALINERO, Madrid, 1968, que recoge las informaciones
de diccionarios anteriores (véase Bibliografía) .

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I. VOCABULARIO Y OONCEPTO 25


También en América hubo en la época prehispánica de-
nominaciones difcremes para cada tipo de vivienda o construc-
ción. Algunas perduran.
En las grandes Antillas se han identificado el BOHÍo (con
lz aspirada), de planta circular, llamado propiamente CANEY
(OvlEoo Y V ALDÉs, 1959, 11, 93), y el de planta rectangular,
por lo general de dimensiones mayores, llamado ERAXA. La
palabra BOHÍO y variames fue difundida por los españoles en
roda América, con el sentido lato de "casa indígena".
OcA, ÜGA, en guaraní es cabaña, de donde lviALOCA, casa
colccti va o aldea indígena. Con variantes, esta raíz es la misma
en chiriguano (Ho) y en guarayo (oYe) (HERMOSA VlRREl.RA,
1972, 57).
TAPERA equivale en rioplatense a casa, especialmente la
:tlxmJonada o derruída. La relación de Santa Cruz de la Sierra
de 1586 dice que los naturales viven "en asientos que llaman
taperas" (J. DE LA EsPADA, 1885, II, 171).
CALLI, CAL, es en náhuad el nombre de la vivienda; CAL-
I>AN ts colectivo, conjunto de casas. De xa-calli -derivado a
su vez de xamitl, adobe; calli, casa, casa de adobes, por exten-
sión choza, casa de paja, casa humilde (RoBELO, s. f., 74, 76)-
provino JACAL, palabra adoptada por el arquitecto español fray
Andrés de San Miguel a mediados del siglo xvn (A. de S.
MtGUEL, 1969, 194) y con frecuencia usada por el arzobispo
de Guatemala Cortez, en la visita a las provincias de su juris-
dicción de.. l 768 1769. Se identifican por lo menos tres tipos
de casas aztecas: el ca//¡, la casa ordinaria; el ticplantacalli o
casa de piedra (la casa del Gobernador en Yucatán, por ejem-
plo), y el teocalli o templo (MoRCAN ( 1881) 1%5, 286); pero
el Códice Florentino detalla cinco tipos en orden descendente,
según que se destinaran a personajes de alto rango (tlatocacalli
y calpixca!li) o a las clases populares (zazan ye calli, icnocalli y
macehualcalli) (CASTILLO FARRERAS, 1984, 70-72).
NA, en maya, con gran número de desinencias para dis-
tintos tipos de construcciones (SoLfs ALCALÁ, 1949, 119); pero

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26 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

vivienda es OTOCH, YOTOCH (ibid., 578); y aún existe la pala-


bra TABAY para indicar "cabaña de caza" (ScHÁVELZON, 1982,
115, 116).
BARBACOA es voz de dudosa ascendencia taina (CUERvo,
1939, 688 y nota; ALvARADo, 1945, 37-39), con gran variedad de
acepciones, entre ellas "casa sobre postes", sean vivos o muer-
tos. En Panamá se le llama jor611- altillo, al zarzo- sob~rado
del occidente colombiano, que se suele usar como dormitorio
o para guardar productos agrícolas, especialmente maíz; a eso
mismo lo denominan los cunas oBALA (ARIAs PEÑA et al, 1981,
110, 111, 232, 237).
Los caribes guayaneses tenían denominaciones para dis-
tintos tipos de viviendas:
KouBOUYA, casa baja, rancho; suRA, casa alta, erigida so-
bre troncos de cierta palma; TABOUJ, casa comunitaria (BARRE-
RE, 1743, 142-145).
CHURUATA se llama la vivienda cónica donde caben varias
familias en Rionegro de Venezuela (ALvARADo, 1945, 21-22;
VILA, 1971, 123).
NEcA, "casa" en lengua cuna (BENNEIT, 1967, 40).
TE en catío (PABLO DEL SANTÍSIMO SACRAMENTo, 1936, 82).
Lo mismo, con variantes, en chokó y dialectos (ORTIZ, S. E.,
1954, 297).
GüE en chihcha (Luoo, 1619, 96, 106v.; UrucoECHEA, 1871,
207; ALvAB., 1978, 40; 0Rnz, S. E., 1954, 239). Según otro autor
"a las casas llaman thythua.s y los españoles bohíos" (PIEDRA-
HITA, 1942, I, 47).
GuACIN (OviEoo Y V ALDÉs, 1959, V, 92; DoMINGO DE SAN-
ro ToMÁs, 1951, 132-281); HuAci (GoNzÁLEZ HoLGUÍN, 1952,
169), en quechua. HuASI se llama en la sierra ecuatoriana a la
casa ligera, construída de bahareque, champas o cespedones;
CHOCLLA, a la casa cubierta con paja de los páramos (CosTALES
SAMANIEOO, 1960, 324, 309-313 y fig.). La fonética admitida
actualmente es WASI (HYsLoP, 1984, 14).
BAREQUE, BAHAREQUE, BA¡ AREQUE y variantes:
Esta palabra, que se empezó a usar desde el siglo XVI, ha
adoptado varios significados según la región. No se halla en

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l. VOCABULARIO Y OONC"EPTO 27

ninguno de los vocabularios de términos arquitectónicos usa-


dos en España. En 1561 fray Gaspar de Porto Alegre dice de
las casas de los indios del Nuevo Reino que "son de paja el
techo, las paredes de caña, palos y lodo, que se llama bahare-
que" (RGNG 110). En excavaciones arqueológicas en el sitio
c31 de Valdivia, costa ecuatoriana, correspondiente a horizon-
tes con antigüedad de 3550-1500 a. C., se han hallado frag-
mentos de estuco con marcas de cañas recubiertas por barro
o estuco, como se hacen las viviendas contemporáneas de la
región (ScHÁVELZON, 1981, 24 y fig. 25). Según esto, se equi-
vocaba Alcedo al pensar que la quincha y el bahareque fueron
introducidos del Perú (ALCEDO Y HE.RRERA, 1946, 11-14).
En la relación de Quijos y Canelos del conde de Lemos
(1608) se dice de los bahareques que son tabiques de paja y
barro de que estaban construídas las casas aJlá (J. DE LA Es-
PADA, 1881, l, XClX, CIV).
La descripción que hace el otro Alcedo, Antonio, del ba-
jereque, es típicamente un producto de mestizaje cultural, pues
el techo era de teja (ALcEDo, A., 1967, IV, 270-271).
El gobernador Diguja de Cumaná en 1761 describe el
castillo de Santa María de la Cabeza, donde se encontraba
su casa: "esta es de madera y barro, que en el país dicen baja-
reque a este género de fábrica" (A.RELLANO MoRENO, 1970, 244).
Lo que en América se designa como bahareque, parece
ser un tipo que se halla en una etapa primitiva de las cons-
trucciones permanentes dondequiera. En España también se
conocen del Neolítico viviendas con cercos defensivos, planta
circular, estructura endeble de trenzados de juncos y cañizos,
cubiertas de ramaje e impermeabilizadas con barro (BALIL,
1972, J, 6).
En todo caso, esta modalidad constructiva parece haber
sufrido el proceso de fusión cultural característico de Amé-
rica, como se verá en el capítulo XIX. Así lo indica la forma
actual de revoque o empañetada con una mezcla de tierra ama-
rilla y boñiga d e vaca o cagajón de caballo, puesto que estos
animales no existían en América antes de la llegada de los
españoles.

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28 HISTORIA DE. LA CULTURA MATE.lti AL

Para cerrar lo de los nombres indígenas, se pondrán IGLU,


casa de los esquimales hecha de bloques de hielo y que según
un arquitecto, es la síntesis de la vivienda (SACRISTE, 1968, 83-
86), y TABU o RUCA araucana del extremo sur (MEDINA, 1952,
165-168; B :ENAVIDES, 1961, 213-214).
Otros nombres indígenas americanos para casa principal
o construcciones accesorias, se darán en el acápite sobre este
último tema, capítulo XI, y en el párrafo "reparos o abrigos",
del capítulo V.


Con el aporte de negros esclavos, ingresaron a América
locuciones originarias de África. MucAMBO y QuiLOMBO, equi-
valentes a ranchcrío fortificado, se usaron en el Brasil para
los reductos de los negros rebelados y fugitivos (NúÑEz, 1980,
318; 396-397); pero en América lúspánica se utilizó para dis-
tinguirlos, la tradicional expresión de PALENQUE.
KRAAL, caserío alrededor de un corral para ganado, de los
zulúes, masais y otras tribus pastoras (BAUMANN y WESTER-
MANN, 1948, 132, 135, 137, 262), no se generalizó en América.
Otras expresiones relacionadas con la vivienda se pueden
ver en el curso de la exposición.

Conupto.
La vivienda, tal como se considera en esta obra, es la es-
tructura que sirve de cobijo a una familia biológica, consti-
tuída primordialmente por el padre, la madre (o viceversa
según que el esquema sea patriarcal o matriarcal), y los hijos.
No importa que sea monógama o polígama, así como ram-
poco la línea de parentesco o filiación.

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CAPfTULO II

FACTORES CONDICIONANTES DE LA
LOCALIZACIÓN Y EL DISEÑO DE LA VIVIENDA

Como otras cosas, el hombre primitivo compartió con los


primates el esquema elemental de puntos fijos, hogares-base y
core aurea, lugares especialmente adecuados para parir, criar
hijos, dormir o descansar, que evolucionaron hacia campa-
n1entos más o menos permanentes y luego se convirtieron en
viviendas (SABATER Pr, 1985, 11, 14, 19, 86-87; 108).
Entre los humanos los factores que determinan la locali-
zaci6n, estructura, diseño y ergología de la vivienda, son tanto
de orden físico, como biológico y cultural.

a) Factores de orden fisico, geográficos o ge6genos.


Radiaci6n. Humedad.
Estos comprenden la composición geológica, la fisiogra-
fía y la topografía, así como las características climáticas.
Si la región es sísmica, como ocurre en el borde occiden-
tal dd continente americano, las construcciones deben ser de
los materiales y del diseño apropiados para disrninuír los efec-
tos de los temblores. En Guatemala, por esta causa las vivien-
das eran bajas (CoRTEZ Y LARRAz, 1958, 1, 22). Lo mismo
ocurría en Santa Fe de Bogotá (MoLLIEN, 1944, 180, 182) y en
Lima (CAPPA, 1895, XIV, 6).
Una interesante observación hecha en Panamá sobre esto
durante el siglo xvrn se transcribirá en el capítulo XX : las ca-
sas de madera resistieron mejor que las de ladrillo y otros

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30 HISTORIA DE LA CULTURA MATEJUAL

materiales el impacto de los temblores de 1621. Cuando ocurrió


en 1746 el terremoto que arruinó a Lima y a otras ciudades pe-
ruanas, el constructor jesuíta Juan de Rher y el alarife mulato
Santiago Rosales, diseñaron para la iglesia de San Juan de
Dios de Arequipa una nueva media naranja más funcional,
para resistir los movimientos sísmicos (BuscHIAZzo, 1944, 122-
123). Con el mismo motivo e.n Lima el virrey Manzo buscó
consejo técnico del científico francés Luis Gocl.in, de la comi-
sión para medir el arco del meridiano, residente entonces en
la capital, y de acuerdo con él dispuso que en lo sucesivo la
pared de las casas que daba a la calle no debía tener más de
5 varas castellanas; pero los propietarios de casas de altos pi-
dieron que éstas no se derribaran (BAYON, 1974, 112; 193-194).
Climas fríos y enclaves ventosos imponen la construcción
de moradas sernienterradas o francamente subterráneas. Algu-
nos ejemplos se conocen de edades prehistóricas (CAMPBELL,
1982, 449). A principios del siglo pasado, en Moldavia los sitios
de viviendas se detectaban por el humo (CooAZZI, 1973, 232).
Este tipo de construcción se ha registrado en España,
Francia, Italia, Grecia, Túnez, (Matmata), Méjico y China
(SACRISTE, 1968, 78, 72, 59). Son conocidas hasta en nuestros
días, las cuevas que se hallan en varias partes de Andalucía
(LAMPÉR.Ez, 1922, 1, 85-87) aunque las motivaciones no sean
en este caso por razones climáLicas. En las cuevas españolas se
mantiene la temperatura casi constante durante el año (GARcÍA
MERCADAL, 1981, 16-17).
En los Andes ecuatoriales, la vivienda semicnterrada se
usó por los ti motes de la Sierra de Mérida (SANOJ A y VARGAS,
1974, 72); en la Sierra Nevada de Santa Marta, y en el Ecua-
dor andino, donde perdura en la actualidad la construcción
prehispánica, o sea casas con el piso a 50 cm. bajo el nivel del
suelo y de forma redondeada con paredes oblicuas, para resis-
tir los fuertes vientos (ScHÁVELZON, 1981, 306). Casas semi-
subterráneas tienen también los juríes de la Argentina, los
conoctes del Gran Chaco y los guaynazes del Brasil contra el
viento, y en la puna boliviana cerca al Titicaca por el frío
(NoRDENSKIOLD, 1931, 9: 77-78, 88).

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11. LOCALIZACIÓN Y DISEÑO DE LA VIVlENDA 31

Si ventea mucho en climas tropicales, se necesita bajar el


techo hasta la superficie del suelo o casi, o proteger con pa-
redes los costados de la vivienda, para evitar trastornos en los
objetos que están en el interior, o para que no se entorpezcan
las labores caseras. De eso son ejemplo las casas indígenas en
la provincia panameña de Natá (OVIEDO Y V ALDÉs, 1959, III,
318), y las de la meseta guyanesa de Pirara (IM THURN, 1883,
34). En el segundo Tamalameque los vendavales de princi-
pios del invierno eran tan violentos, que maltrataban y deste-
chaban las casas (RGNG, 181). Sabido es que la localización de
las puertas obedece a la dirección de Jos vientos dominantes. Las
tribus serranas de Nariño, algunas agrupadas en aldeas linea-
les, tenían las puertas de sus casas orientadas al SW, por causa
de Jos vientos (URIBE M. V.; RCA, XXI, 1977-1978, 165). Los
indígenas ecuatorianos de la Sierra casi no usan ventanas para
evitar eJ viento, al cual consideran como vclúculo de enferme-
dades (PAREDES BoRJA, 1963, I, 44-45).
Un observador del siglo xvm en la Cordillera Oriental de
Nueva Granada recomendaba que librerl'a, escritorios y dor-
mitorios debían tener puerta al oriente; g raneros y bodegas
de vino al norte (OVIEDo, 1930, 72). Es más o menos lo q ue
dice Vitruvio en su libro I, cap. IV (Vn"Ruvrus, 1960, 18).
Si las lluvias son excesivas o intensas, el ángulo del techo
debe ser más pronunciado que en regiones de menos precipi-
tación. El caso extremo se conoció en Norteamérica, donde
la pendiente del techo debe facilitar que se resbale la nieve.
Pero en la barraca valenciana el techo no obedece a estas im-
posiciones climáticas; se trata solamente de dejar espacio para
alojar el gusano de seda (HoYos, 1952, 25).
La humedad atmosférica en ciertas regiones ecuatoriales
se elimina del interior mediante una serie de dispositivos que
aseguran la circulación del aire (A.BAnfA, 1977, 402) .
Al contrario, en climas secos, como la costa peruana, los
techos pueden ser hasta horizontales, y construídos con m a-
teriales muy ligeros, pues prácticamente no se necesita defensa
contra la lluvia.

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32 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Si el piso es muy húmedo, se requerirá el tablado o plata~


forma alta, sustentada por lo general sobre pilotes. Esto se
detallará en el capítulo IX.
N i q ué decir tiene que el ambiente circundante condi-
cionará ]a clase de materiales que pueden usarse. En cada
lugar la tradición cultural ha ido depurando el conocimiento
de las características, ventajas o desventajas de las maderas y
otros materiales, para las distintas partes de la casa (véase
capítulo XII). Lo mismo se dlga de la cierra apta para pre~
parar argamasa, donde existen construcciones de piedras pe-
gadas con barro, como fue el caso en Sur América donde no
se usó la cal; o para el revoque de paredes donde predominó
la modalidad del hahareque, y desde luego, la tierra adecuada
para construcción de adobes.
En cuanto a la localización de la vivienda, desde el punto
de vista ecológico, en países montañosos como los del área
andina, se prefirió hacerla en sitios altos, despejados y aun
abruptos, para asegurar simultáneamente la buena ventilación
y las condiciones de salubridad, el drenaje adecuado en climas
lluviosos y la protección contra enemigos. Esto se dio en Co-
lombia para los muzos, los gorrones y los panches, como se
verá en el capítulo X.
Desde luego, ]a existencia de agua para las necesidades
humanas fue el factor más importante que predominó sobre
los demás. Entre los mayas, la presencia de cenotes y chultunes
o pozos subterráneos, condicionaba la creación de pueblos, por
escasear el agua superficial (TERMER, 1935, 393) . El cenote es
un depósito con superficie revestida para almacenar agua al
aire libre; el chultun es depósito subterráneo con boca angos-
ta. En Campeche los pozos reciben el nombre de cllen (MAR~
QUINA, 1951, 505, 766-767; 506, 721).

b) Factores de orden biológico.


La presencia de fieras en los alrededores impondrá la
construcción de cercados de palenque sólido, paredes muy
bien reforzadas, plataformas elevadas sobre el suelo (FERRÉ,
1890, 156) o sobre árboles (FRANKOWSK I, 1918, 110). Esto se

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11. LOCALIZACI6N Y DlSEÑO DE LA VIVIENDA 33

hace con el fin de evitar los leones en Bechuanalandia y Rhode-


sia del Sur (SicARD, 1955, 65, 66). Para el área de este estudio,
los casos se presentan en forma detallada en el capítulo XIV.
Asimismo, la abundancia de jejenes o mosquitos exige un
recubrimiento total de techo y paredes; h abrá que disminuír
las puertas (casi no hay ventanas en la casa propiamente in-
dígena) al mínimo posible conciliable con el acceso al inte-
rior y con la circulación del aire. Varios pueblos han resuelto
el problema construyendo plataformas altas, por lo menos
para dormir, como los jóvenes solteros Roturnan del Pacífico
suroriental (HocART, 1933, 72), o en los alrededores del alto
Amu Darya, en los pantanos del Nilo Blanco o en Australia
(FRANKOWSKI, op. cit., 110, 111). Fuera de otros, en América
esto se usó por los indígenas de la laguna de Sinamaica en
la Guajira.
Podría pensarse que el uso de madera y paja en las cons-
trucciones indígenas favoreció la presencia de insectos dañinos,
y esto es verdad a partir de la llegada de los europeos, que in-
trodujeron hematófagos trasmisores de enfermedades, como la
pulga y el chinche lcctulario. Pero en la época prehispánica
este riesgo estaba en cierto modo neutralizado por varios fac-
tores: la poca duración de las casas y su renovación frecuente;
la presencia de animales que se mamcnían amansados en la
vivienda, incluyendo en algunos casos culebras boideas y aves
insectívoras; el humo permanente bajo la misma estructura
donde se comía y dormía, y los hábitos de limpieza del indí-
gena con el baño diario.

e) Factor~s de orden cultural.


Los pueblos americanos del intertrópico ten;an una defi-
nida vocación agrícola. Aunque hubo también concentracio-
nes de viviendas separadas de los cultivos -como ocurrió
en el oriente de Venezuela-, !o más general es que la vivien-
da quedara cerca de la sementera (JuAN y ÜLLOA, 1983, II, 303).
En chibcha la palabra para casa era un elemento de la pala-
bra compuesta güe-ta =casa sementera (LuGO: UrucoEcHEA,

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34 HISTORIA DF. LA CULTURA MATERIAL

1887, 40, 96, 106 v.; BARNEY CABRERA, 1980, 10, 15). Este esque-
ma da como resultado autarquía alimenticia y casas dispersas
(PAnÑo, 1965-1966, 50-52; WAFE~ 1967, 89; SERRANO Y SANz,
1908, 116; PrNART, 1882, 12). Dicha circunstancia hizo difícil
y lenta la reducción de las tribus ecuatoriales (FRIEDE, 1963,
Q., 139-141), cosa que no ocurrió donde -como en Méjico
y el Perú- había concentraciones urbanas o ceremoniales im-
portantes que, una vez ganadas, permitían el control de la
población de grandes extensiones territoriales ( AcuiRRE BEL-
TRÁN, 1946, 155-156).
De todos modos, en algunas partes hubo en la época
prehispánica una urbanización incipiente y asentamientos co-
lectivos en forma de aldeas, como se verá con detalle en el
capítulo XV.
También en este aspecto jugó papel importante el sistema
de filiación, según que la familia fuera patrilocal o matrilocal.
Los muzos, por ejemplo, pertenecían a esta última categoría,
y el mozo emancipado se iba a vivir a la región donde mo-
raban los parientes de la mujer. Entre los maquiritare del
Territorio Federal Amazonas de Venezuela predomina el arrai-
go exógeno matrilocal, aunque no muy definido (FucHs, 1962).
Estos factores de orden cultural variaron con la llegada
de los europeos. No hubo modificación en la acción de los
factores físicos y biológicos, que siguieron actuando con el
inexorable ritmo de los fenómenos naturales. Pero se introduje-
ron una nueva concepción económica, una diferente filosofía
de la vida, una más jerarquizada y especializada organización
política, en fin, una nueva religión y un idioma excluyentes,
que no daban margen para la supervivencia de religiones e
idiomas distintos. En este "destino manifiesto" del amerindio
como etnia sometida fue factor importantísimo la influencia
del catolicismo, al través de la política de erradicación de va-
lores culturales indígenas, incluyendo el idioma, política deli-
neada en los concilios o sínodos de Bogotá (1556), Popayán
(1558), Quito (1570) y Lima (1567-1568).
Esto, como es natural, operó también en la vivienda y en
la urbanización. Hasta qué punto la confrontación de estas

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U. LOCALIZAC!6N Y DISEÑO DE LA VIVIENDA 35

diferentes modalidades culturales evo1ucion6 al través del tiem-


po y con qué resultados, se verá en la segunda parte.


Los tratadistas clásicos incluyeron la arquitectura entre
las bellas artes, quizá pensando en los grandes monumentos
antiguos. Superando el criterio que predomin6 durante cuatro
siglos, de que las estructuras arquitect6nicas americanas eran
obras bárbaras, no queda sino un paso para incluír la vivienda
indígena -aun la de las tribus selváticas y quizá por ello con
mayor razón- entre las bellas artes. No hay necesidad de
invocar los cercados muiscas, que despertaron en los rudos sol-
dados españoles y aun en el letrado Quesada un sentimiento
de admiraci6n, pese a lo deleznable de los materiales en com-
paraci6n con los que usaban las civilizaciones del Antiguo
Mundo. Porque una maloca huitota o tukana es no menos
arm6nica y bella, puesto que es concreci6n de un contexto
cultural de gran simplicidad y funcionalidad, dentro de una
íntima integraci6n con el ambiente.

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CAPfTULO f[ f

PRÁCTICAS MÁGICO-RELIGIOSAS
ASOCIADAS CON LA VIVIENDA

En pueblos que han llegado al sedentarismo y conocen


las ventajas de la permanencia en un lugar dado, la construc-
ción de la vivienda estuvo precedida de una serie de ritos y
ceremonias, que se creía aseguraban la estabilidad y solidez
de la obra y su defensa contra enemigos o contra factores
adversos imprevisibles.
En el área maya se pronunciaban invocaciones al cortar
la madera para las viviendas, y en los cimientos se hacía un
sacrificio humano al dios Chahalha, "guarda de la casa" (Xt-
MÉNEZ, 1929, 1, 87-88; RoMÁN Y ZAMORA, 1897, I, 203-204).
Ceremonias de conjuro predominan allí en la actualidad al
inaugurar una casa (VILLERS RUTz, 1981, 50-51; MoYA RuBIO,
1984, 118).
Los kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta proceden
con un ritual tradicional en este caso (REICHEL-DoLMATOFF,
1%5, 149).
Los piaroas del Orinoco para exorcizar las casas n uevas
colocaban a la entrada, poniéndolas a través y con algunas
plumas arrancadas, tucanes y otras aves, amarradas a un bas-
toncillo preser vativo, que conservaban. Creían que el espíritu
que puede dañar la casa quedaba preso en el ave hasta q ue
ésta moda (CHAFFANJON: ALVARADO, 1945, 300).
El ete o vivienda sagrada de los Yekuana orinocenses,
es una reproducción del macrocosmos y materializa la unid ad
del grupo social; de allí la compleja ergoJogía para la cons-
trucción (BARANDIARÁN, 1966, 16-64; 49) .

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Ill. PRÁCTICAS MÁCtco-RELICIOSAS 37

En las esquinas de las casas de los caciques muiscas de la


Sabana de Bogotá se colocaban unos maderos sobresalientes,
teñidos de rojo, quizá con bija. A estos maderos se ataban niños
cautivos de guerra, y los asaeteaban para que la sangre corriera
por el poste abajo, sin notarse por el fondo rojo (SIMÓN, 1953,
II, 249~250 -, 1981~1982, 111, 385). Para otras construcciones
ponían en los hoyos de los cuatro postes esquineros, niñas
que quedaban aplastadas con el peso, y sobre cuyos cadáveres
se apisonaba la tierra (ibid., 1953, II, 160 -, 1981~1982, III,
393~394). Sin embargo, esto no está comprobado, que se sepa,
arqueológicamente, y los restos que pudieran hallarse en esa
forma en algunos casos podrían corresponder a animales
(FRIEDE).
Un cautivo expiatorio, se dice quedaba triturado por cada
uno de Jos estantes sobre que descansaba el célebre templo de
Sugamuxi, incendiado a partir de la primera incursión espa~
ñola (CASTELLANos, 1955, IV, 241-242).
Actos rituales, sospechosos siempre de idolatrfa a Jos es~
pañoles, se ejecutaban con motivo de la construcción de vivien~
das, aun precarias, como las de los indígenas de Zaruma, en
el Ecuador. Ideas metafísicas asocialas al tipo de los templos
de la costa ecuatoriana, parecen derivarse de la disposición de
las puertas, en forma de animales con la boca abierta, para
penetrar al mundo interior (ScHÁVELZON, 1981, 197).
Los jíbaros queman cedro en las casas nuevas o antes de
cocer yuca y palmito, pues creen que el humo de esa madera
purifica; de no hacerlo, piensan que ciertos gusanos atacarán
la paja del techo o se comerán la yuca de Jos cultivos (KARs-
TEN, 1935, 95).
El sínodo de Quito de 1570 recomendó que se prohibieran
las borracheras que hacían Jos indios al terminar una casa
(SzASZDI : CP (8), 1980:166). Algunos abandonaban la vivien-
da donde había caído rayo (ibid., 162) .
"En hacer sus casas tienen [los peruanos], como en todas
las demás cosas, muchas supersticiones: convidando de ordi-
nario a los de su ayllo, rocían con chicha los cimientos como
ofreciéndola, y sacrificándola para que no se caigan las pa-
redes, y después de hecha la casa también la asperjan con la

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38 HISTORIA DE LA CtlLTURA MATERIAL

misma chicha. Cuando beben mientras la hacen, en la sierra,


no se ha de caer gota ninguna de los que beben, porque dicen
que si se cae se lloverá la casa y tendrá muchas goteras, y en
algunas partes la ponen el nombre de algún ídolo, a quien
dedican la casa" (ARRIAGA, 1%8, 218). Las muñecas y silbatos
(whistles) hallados en cimientos de la Huaca de la Luna en
el norte del Perú, han sido interpretados como ofrendas depo-
sitadas al construír (MoNTELL, 1929, 26).
El carácter mágico de la casa está representado en mu-
chas ceremonias y figuraciones en varias regiones. Los indios
del altiplano boliviano entierran un feto de guanaco en el
cimiento de las que van a construír, alusi6n a posibles ente-
rramientos humanos en otras épocas (SACRISTE, 1968, 46).
La costumbre predominante en muchas comunidades in-
dígenas de construír las viviendas mediante b acci6n comunal,
que se estudiará en detalle en el capítulo siguiente, confirma
el carácter mágico-religioso de las mencionadas prácticas.
Estas costumbres, que parecen haber tenido una gran di-
fusi6n, perduran hasta en nuestros tiempos, aparentemente
muy modernizados, bajo la forma de colocaci6n de primeras
piedras e inauguraciones de edificios, en las que se solicitan
la presencia y la bendici6n del sacerdote (SACRISTE, 1968, 46).
No otra explicaci6n tienen las estampas reJigiosas suspendidas
en las paredes, las cruces, palmas o ramas benditas que se
ponen en la cumbrera en algunas partes, y las matas de zábila
o ele cualquier otra planta carnosa que se cuelgan detrás de
las puertas como amuleto de buena suerte.
En el Museo Arqueol6gico de Madrid hay una placa de
barro cocido, destinada a ser colgada; indica en caracteres la-
tinos quién fue el constructor y desea al dueño disfrute del
edificio. Corresponde al siglo m y fue hallada en Alcalá de
Henares ( observaci6n personal).

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CAPíTULO IV

TRABAJO COLECTIVO EN LA CONSTRUCCióN.


ERGOLOGfA

En los pueblos de América quizá hubo personas especia-


lizada s en la construcción de viviendas, aunque de esto no
qued .:~n noticias. Algunos relictos arqueológicos del Ecuador,
como los ele Jaramijó, evidentemente involucran la existencia
de operarios especializados, en este caso carpinteros (ScHÁVEL-
zoN, 1981 373). Pero en general todos los habitantes o miem-
bros de una comunidad tenían la habilidad de ejecutar
algu nas de las operaciones ergológicas adecuadas a aquel fin
(KuatER, 1962, 19). "En arch.itectura cada uno era maestro"
(LÓPEZ MEoEL, 1982, 319). La autosuficiencia en este particu-
lar se ha señalado entre los peruanos (PoLo DE ÜNDEGARDo,
1916, I, 129).
E.sto se pone de manifiesto en el carácter asociativo o
colectivo que tuvo el trabajo arquitectónico en gran parte del
área de este estudio, pues merced a esa característica se podía
construír una vivienda en poco tiempo, a veces menos de una
semana, y para ello -como es natural- los participantes
debían dominar todos a una las técnicas constructivas de tra-
dición local.
Quien iba a edificar, para construír un nuevo hogar o
por cualquier otro motivo, acopiaba primero los materiales y
planteaba la construcción, dándole principio. Luego invitaba
a parientes, vecinos o conocidos, a quienes agasajaba con
diversas co midas y bebidas, para que le ayudaran en el aca-
bado. Esta ba obJjgado a reciprocidad en casos semejantes. A

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40 HlSTOIUJI DE l.JI CULTURA MJITERlJ\l.

esto lo llaman los mixtecas "trabajar por el plato" (MENDIETA


Y NúÑEz, 1939, 30), los oaxaqueños tequio (MoYA R uBio, 1984,
11 6~117), y en Cuba guateque (Pwz DE LA RIVA, 1952, 343).
Los indios de Guatemala construían sus casas con ayuda
de otros que aportaban materiales; daban chocolate a los asís~
tentes (GAGE, 1946, 206.). Esto se continúa practicando en la
actualidad en Yucatán: el más viejo de la familia, aun no
siendo el propietario, toma la iniciativa de dar las dimensi~
ncs de la casa y de sus partes y de dirigir el trabajo; los demás
familiares o invitados actúan mancomunadamente bajo las
órdenes del primero (VILLERs Rmz, 1981, 50).
Todavía perduran en Panamá dos modalidades de trabajo
colectivo para las construcciones: la junta que es con comida
y fiesta; y la peonada, en que el peón es devuelto en pocos
días, pero sin fiesta (RuBIO, 1950, 60). La "embarra" en la
región de Azuero se hace en forma colectiva, así como es
comunal la construcción entre los cunas (.ARIAS PEÑA et al,
1981, 212~213; 118-120).
Entre los chaimas, según Froilán de Rionegro, las casas
se construían con la participación de cuantos podían asistir,
siendo invitados al final a una bebezón (ALVARADo, 1945,
261). Esto se llama cayapa en Venezuela, de una palabra
cumanagota que quiere Jecir "peón" (ALVARADo, 1953, I , 95-
96; Ruiz Blanco, 1965, 42). El sistema se sigue usando en el
oriente de esa República, exclusivamente para colocar la co-
bertura o cobija de la casa, una vez que el propietario ha
dejado lista la construcción "en piernas" o sea la armazón
básica (AcosTA SAICNEs, 1958, 10~ 1 2).
Los indígenas de Santa Marta y Guajira a este trabajo a
tornapeón, que se usaba también para labores agrícolas, le
<.!aban el nombre de clzagua: "teniendo ya junto el material,
que es madera, caña, bejuco y palma, suelen hacer una casa
en dos días de chagua" (RosA, 1945, 261; Ro¡ AS DE PERDoMo,
1980, 61). En Tenerifc del Magdalena (1580), "el que quiere
que le ayuden para h acer su casa o su bohío les hace esta

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IV. TRABAJO EN LA CONSTRUCCI6N

fiesta", con abundancia de chicha, al son de la música (RGNG,


1983, 157).
A causa de que los habitantes se mudaban con frecuencia
de un sitio para otro, en la región minera de Zaruma en el
Ecuador se procedía de la manera siguiente, según exposición
del oidor Francisco de Auncibay, de 1582: "Como sus casas
son de palos, lodo y paja, donde quiera que van edifica un
indio su casa, porque él corta la madera y la caña y trae la
paja y h ace el barro y saca la cabuya o bejuco y ata la madera
y hace su casa, y todos en este ministerio son maestros y se
ayudan; y el cubrir se hace fácilmente, porque es como fiesta
entre ellos, celebrada con finas borracheras y grandes fiestas
hasta haber sus secretas supersticiones, que como haya éstas,
acuden todos al trabajo facilitándoscles con la mixtura de sus
idolatrías y boberías, y por esto el mudar a un indio con su
casa, hijos y todo su ajuar, es la cosa más fácil y hacedera que
se pueda pensar ... '' (J. DE LA EsPADA, 1965, III, 324).
En los Andes ecuatoriales, como en Pacaybamba, era usual
construír por el sistema de minga o convite una vivienda
de bahareque de 30 x 20 pies en un par de días (ibid., 280; - ,
1897, III, 180).

En cuanto a la ergología, el sistema seguido debió ser


muy similar, con variantes locales.
l. Escogencia y acondicionamiento del terreno, según que
necesitara nivelación o no. Construcción de montículos donde
era lo acostumbrado.
2. Acopio de los materiales.
3. Marcada, quizá con piedras, estacas o cuerdas.
4. Cimientos o clavada de postes, según que la construc-
ción fuera de piedra o de madera. En algunas regiones no
se acostumbraba a hacer cimientos (los huancavilcas de la
costa ecuatoriana, por ejemplo). Al parecer tampoco en el

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42 HISTORIA DE LA CULTURA MATEJUAL

área quimbaya los postes se enterraban sino que se colocaban


superficialmente, quizá sólo apoyados sobre una piedra
(A.RANGO c., 1924, I, 18).
5. Marco estructural de la vivienda.
6. Armazones para sostener el techo y colocación de la
cobertura.
7. Acabado de paredes y divisiones internas si las había.
8. Toques decorativos. Pintura donde se usaba. Coloca-
ción de fetiches, amuletos.
9. Construcciones accesorias.
La secuencia de estas operaciones podía variar de acuerdo
con circunstancias locales. Esto se entiende que es para una
vivienda estable, no para el tipo de construcciones provisio-
nales que se estudiarán aparte, ni menos para las ceremoniales.
Algunos ejemplos se presentarán a continuación.

Área circuncaribe.
Del área maya hay una documentación aceptable, tanto
antigua (LANDA, 1938, 104; ScH:ÁVELZON, 1981, 166; KuBLER,
1962, pl. 102-B; VAQUERo, 1946, 7-10), como contemporánea.
Una terminología de las partes usadas para construír está
bien establecida (VILLERs Rmz, 1981, 40-47), así como para
los cuxtlecas (HASLER, 1961-1962, 197-215 e il.).
Lo mismo en varias regiones de Venezuela (AcoSTA SA1c-
NES, 1958, 1961, 1962).

Costa atlá11tica.
La evolución de la vivienda en esta región hasta nuestros
días ha sido tratada con suficiencia por un autor costeño, que
detalla algunas etapas del proceso ergológico (CASTILLEJo,
1952, 129-175; 132-134; FLÓREZ, 1962).

Tenerife.
"La traza de los buhíos es al modo y hechura de los hor-
nos de España, de esta manera: hincan unos horconcillos de

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IV. TRABAJO EN LA CONSTRUCCI6N 43

una madera recia en el suelo, todo a la redonda a trechos, del


grandor que quieren hacer el bohío, y quedan del altor de un
hombre a los pechos y todos van acostados hacia la parte de
afuera, y en las p orquetas destos estantillos ponen unas varas,
todo ansí ciñendo a la redonda y luego otras varas más delga-
das, hilan por la banda de afuera todo a la redonda del cerco
que tienen hecho, y luego van arrimando las varas y amarran-
do por su orden con bejuco, que se cría en el arcabuco entre los
árboles, que es muy correoso como la hiniesta o la vara de
avellano de España, y arriba hacen cimbrar las varas, de mane-
ra de un horno, y luego lo van enjaulando con cañas todo a
la redonda, cerca una de otra hasta arriba, y luego lo cubren
con paja puesta por su orden. La paja es una yerba de las
sabanas que hay por acá: vanla amarrando a manojos por las
cañas que tienen puestas y empiezan a empajar de abajo, desde
el suelo para arriba ... " (RGNG, 158).

Palafitos de Maracaibo.
Hablando de ellos dice un conocedor del área:
Porque parn h:1cer casa redonda
y de madera gruesa cualquier trama,
desde sus barcas en el agua fonda,
agudo tronco limpio de su r:1ma
muchus \Ueltas le dan a la redonda,
hasta que ya lo fijan en la bma,
con l:1 profuodid:1d que se desea,
y aun es aquella lama como brea ...
(CASTELLANOS, 1955, II, 261 ).

Poco ha variado la técnica al través de los siglos. En el


caserío palafítico de la Nueva Venecia, situado en un diver-
tículo de la Ciénaga Grande de Santa Marta, se continúa
construyendo de la misma manera. La diferencia es que algu-
nos materiales son introducidos después de la conquista,
como la palma de coco por las hojas y eJ millo o sorgo; los
tallos de este último sirven para tapar las culatas, y desde

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HlSTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

luego en algunos casos la paja del techo se sustituye por la


lámina de zinc (TovAR ARIZA, 1950, 42).
Otras referencias, aunque ya del período colonial, se
verán posteriormente, porque mucho de la manera indígena
de construír se conservó.

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SEGUNDA PARTE

LA VIVIENDA
EN LA f:POCA PREHISPÁNICA

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CAPITULO V

REFUGIOS NATURALES. VIVIENDA T RANSITORIA

A) REFUGIOS NATURALES.

El clima tropical del área geográfica a que se contrae


la presente investigación, condicionó modelos sencillos de
construcción, porque en regiones situadas hasta cerca de los
1.700 metros sobre el nivel del mar, el ambien te no exigía
mayor defensa contra el frío. Esta circunstancia y las tenden-
cias itinerantes de muchas comunidades, hacían innecesarias
construcciones muy elaboradas y complejas (véase adelante) .
Pero en climas fríos y en etapas primitivas de la migra-
ción de pueblos sin mayor bagaje tecnológico, debieron usarse
refugios naturales, como abrigos rocosos, cuevas, cavernas o
grutas. Pese a que tales abrigos prestan seguridad, aunque sea
relativa, tienen defectos fundamentales casi imposibles de
subsanar, como son la humedad, las emanaciones antihig ié-
nicas y la oscuridad (DE LoRENzr, 1940, 15). La documen ta-
ción sobre este aspecto, sin embargo, es muy escasa.
Una neta división había en Cuba a este respecto a fines
del siglo xv: los tainos de filiación arawak vivían en boh íos
o caneyes; los guanahatabeyes del oeste de Pinar del R ío, en
cuevas (WEis, 1980, 5), aunque los primeros las u tilizaran
también ocasionalmente, y sobre todo pa ra entierros secu n-
darios (LoVÉN, 1935, 120-134).
Aun en la actualidad los motilones albinos de Perijá, entre
los ríos Aricuaza y del Oro viven en cu evas (A.RETZ, 1977, 16 ) .
Las había también en Timotes, cerca d e la localidad d e
este n ombre en la Sierra de Mérid a (ALvARAoo, 1945, 45, 47).

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48 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

El mítico Bochica de los muiscas es fama se recogía de


noche en cuevas de Soacha y Guane durante su peregrinación
(SIMÓN, 1981-1982, III, 375-376).
Los agataes parece que hicieron uso de cuevas de modo
normal y aun se refugiaron en algunas de ellas para tratar
de escapar de los españoles (CASTELLANos, 1955, IV, 325; SI-
MÓN, 1981-1982, IV, 14, 18).
El sitio de Zipacón I, Sabana de Bogotá, con restos de
antigüedad de 3.270 + 30 a. p., muestra ocupación por lo
menos temporaria de parte del hombre con cerámica pre-
muisca (CoRREAL Y Pn-.10, 1983).
Excavaciones hechas en El Abra, entre Tocancipá y Zi-
paquirá, han revelado ocupación humana de abrigos rocosos,
en una antigi.iedad aproximada de 12.500 años a. p. por grupos
humanos pequeños, y que aparentemente no vivían allí de
modo permanente; el instrumental primitivo, de piedra, pudo
haberse usado para pulir madera o para cortar carne de ani-
males salvajes (HuRT et al, 1977). Hallazgos similares fueron
realizados recientemente por otros investigadores (CoRREAL
URREco y VAN DER HAMMEN, 1977), en la hacienda Te-
quendama.
Cámaras pétreas, pero con techo de lajas que implican
actividad humana, se han estudiado en Tominé de los Indios
o de Santa Bárbara, vereda del municipio cundinamarqués
de Guatavita (BRoADBENT, 1965). La ausencia de relictos cul-
turales no necesariamente elimina la posibilidad de que esas
cámaras hayan sido usadas como refugio hacia la época de
la conquista.
Las cuevas son abundantes en la sierra peruana, como
en Vilca, Huancavelica, donde hay una localidad denominada
Waraq Machay, que se llama así justamente por esa caracte-
rística (waraq = mucho, bastante; machay = cueva) (CHA-
HUD, 1978, 574-576).
En la actualidad los pimas y tarahumaras de Méjico y
otras gentes en los suburbios de ciudades como Tacuba, hacen
vida de trogloditas (MoYA RuBio, op. cit., 23).

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V, REFOCIOS NATURALES. VIVIENDA TRANSITORIA 49

Lo que sí está documentado es el uso de cuevas como


cementerios o lugares sagrados entre varias tribus americanas
(GrLn, 1965, II, 104-105; BuENO, 1965, 138).
La cueva de Ataruipe de los maipures del Orinoco (Rr-
VAs) fue descrita por HUMBoLDT (1942, IV, 417-422; ALvARA-
oo, 1945, 44).
También las usaron los maquiritares, mapoyes y pía-
roas (ALvARADo, 1945, 264, 265), y los guahibos (ibid., 268,
269). Oquedades del cerro Barraguán (HuMBoLDT, 1942 IV,
423-424), en cJ Orinoco se usaban para llevar los huesos de
los difuntos (ALvARAno, 1945, 294), dentro del contexto del
culto a las montañas u orolatría (ibid., 293-295; MARCANO,
1971, 177, 178-179; 347-352).
En la misma región se abandonaba en cuevas rocosas a
los hijos que nacían con algún defecto congénito (ALvARAoo,
1945, 247).
En el actual municipio de La Paz del Departamento del Ce-
sar, se halló una cueva funeraria (REICHEL-DoLMATOFF, 1947).
Un cementerio indígena, al parecer utilizado hasta la
época Je la conquista, se estudió en jurisdicción del municipio
de La Mesa de los Santos, en Santander (ScHOTI'ELius, 1946).
Era frecuente hallarlos en Tequia y en las cercanías del famo-
so Hoyo del Aire (BoussmGAULT, 1985, II, 101; IIJ, 35).
Del valle del Cauca geográfico dice Auncibay en 1592:
" H állanse cuevas en que encerraban sus padres secos, que du-
ran hasta hoy; otros los colgaban al humo para su consuelo
secos, y como acecinados y curados a l humo" (RGNG, 324).
Hipogeos como los de Tierradentro, tan elaborados y
bien diseñados, ya son obra humana (NACHTIGALL, 1955,
175; RoDRÍGuEz LA MUS, 1961), aunque quizá se prefirieron
para construírlos cuevas naturales que reunían condiciones
ventajosas.
El uso de cuevas por los muiscas y otras tribus para
ofrendatorios religiosos, debió ser posterior a la conquista,
cuando la persecución católica hizo imposible los actos de
culto indígena al aire libre.

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50 HJSTORIA DE LA CULTURA MATE.RIAL

B) VIVIENDA TRANSITORIA.

Características de los pueblos de la América intertropical


señaladas por los cronistas, especialmente en regiones bajas
con temperaturas elevadas, donde la necesidad de reparo es
mínima, son: 1) El escaso sentido de sedentaridad que mos-
traban muchas tribus de organización política incipiente;
2) La facilidad y rapidez con que se hacía y se abandonaba
la vivienda, para reconstruírla en otro sitio; 3) La precarie-
dad de la vivienda como consecuencia de lo anterior.
Esto se debió a varias camas, unas de orden físico, otras
de orden espiritual. En el primer caso, la abundancia de
materiales de construcción casi dondequiera (PAnÑo, 1975-
1976, 156-168 y cap. XII), incitaba a los habitantes a cons-
truír una nueva casa en vez de reparar la deteriorada o adobar
la existente. El trabajo generalmente comunitario para la
construcción de vivienda, hacía que esta actividad no sólo no
fuera pesada, sino que daba ocasión o pretexto para encuentros
sociales o familiares (véase capítulo IV).
En el orden espiritual, estaba muy tlifuntlida entre los
pueblos del área la creencia de que la casa del difunto debía
abandonarse por sus familiares, que generalmente la quema-
ban con todo (LÓPEZ MFDEL, 1982, 325); no sólo la casa sino
los cultivos eran desertados por la íntima asociación que
como se ha visto había entre una y otros.
Los cumanagoto desamparaban la casa del muerto, en
parte para librarse del efecto maléfico del alma-sombra o
espíritu compañero (CtVRIEux: CoPPENS, 1980, I, 186).
Entre los páeces de la Cordillera Central al nacer un niño,
se dejaba vacía la vivienda inmediatamente después del
alumbramiento, a veces sin dejar a la madre tiempo para lavar
a la criatura; igual cosa ocurría al morir alguno (CASTILLO 1
ÜRosco: UrucoECHEA, 1877, 1x; JouANEN, 1941, 1, 314-315).
Las crónicas abundan en testimonios sobre lo anterior.

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V. llEFUCIOS NATURALES. VIVIENDA TRANSITORIA 51

Los betoyes abandonaban la casa de un difunto, por creer


que el sitio donde estaba enclavada tenía la culpa de esa
muerte (GUMILLA, 1970, 262, 264).
Como la mano de obra indígena era determinante en la
construcción de la vivienda (véase capítulo XIX), se dejaba
a su amaño y a su iniciativa por los españoles este menester,
aun para la erección de nuevas fundaciones. Esto explica que
muchas de ellas fueran también transitorias, como en Barqui-
simeto: " y nadie se debe maravillar de que una ciudad o
república se haya mudado tantas veces y con tanta facilidad,
porque como para hacerse una casa de las en que estos vecinos
moraban no fuesen menester muchos materiales de cal, pie-
dra ni ladrillo, sino solamente varas de arcabuco y paja de
la sabana, con mucha facilidad hacían y deshacían una casa
de estas, y también porque los oficiales y obreros que las
habían de hacer les costaban muy pocos dineros, que con
enviar por ellos al repartimiento les servían de bueyes para
acarrear la madera y de carpinteros para cortarla y de albañi-
les para hacer los demás edificios, que si todo esto hubiera de
costar dineros a buen seguro que no se mudaran a menudo;
y también son can mal edificadores en aquella gobernación,
que en toda ella, aun en estos tiempos (1583), hay muy raras
casas de piedra, y esas solamen te las hay en la ciudad de
Tocuyo. No eran ni son forzados a permanecer en cualquier
desgustoso sitio o asiento, como lo han hecho los vecinos de
Tunja del Nuevo Reino, que con estar en uno de los más
desgustosos y frío y destemplado sitio que hay en todo el
Reino, solamente por haber edificado todos los más vecinos
desde principio muy suntuosas casas de piedra y tierra, les es
forzoso no mudarse de allí por no dejar perdido lo que les
costó sus dineros, y así permanecerá aquella ciudad donde
está" (AGUADO, 1918, l. 373; -, 1957, III, 252-253).

R~paros o abrigos.
Pero fuera de la vivienda como tal, aun con toda su
precariedad, hubo reparos contra los elementos, sol, viento y

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52 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

lluvia, cuando el indígena realizaba tareas fuera del lugar


habitual de residencia.
Sol. - Los guajiros hacen unas barracas provisionales a
que llaman rumas, para defenderse del sol, especialmente
cuando se dedican a labores agrícolas (ERNsT: ALvARADo,
1945, 23~24). [Fig. 1 a)].
Viento. - Los guajiros construyen refugios contra el
viento, a que llaman pinche, piche o michc (ERNST: ALVARADO,
1945, 23-24). En el extremo opuesto del subcontinente sura~
mericano, los onas de Patagonia hacían lo mismo, sujetando
en marcos de madera, pieles enteras para resguardarse de los
vientos de esa desolada región (Ovmoo Y VALDÉs, fig. 1, lám.
VI). Serían equivalentes al yourte o ticnc1a de fieltro de los
nómades africanos (La Antropología, 1983, 389). [Fig. 1 b)].
Las tiendas de los indígenas del Chaco son de esteras
(PALAVECINO, J930, 705).
lluvia. - Ranchos provisionales se hacían para viajes,
cuando había que pernoctar en regiones selváticas. Una des~
cripción de los que usaban los indígenes doraces del istmo
panameñ~costarricense, del siglo xvn, es prototípica (RocHA:
MnÉNDEZ, 1682, III, 387~388), conservándose entre los guay~
míes del siglo xrx (PTNART, 1882, 19).
Mixtos. - Los chaimas y arawaks del Orinoco tenían
concentraciones o aldeas en determinados sitios (véase ca-
pítulo XV), pero en sus conucos hacían unos ranchos donde
pasaban algunas temporadas, por regostarse en el ambiente
rural que hizo nugatorio el intento de los misioneros para
someterlos a concentraciones.
En el alto Orinoco los indígenas hacían campamentos
de verano para cacería (ALVARADO, 1945, 32-33). Téngase en
cuenta que por el régimen de las crecientes de ese río, las ac-
tividades de caza y pesca no pueden realizarse en todo tiempo.
Ranchos provisionales para caza, llamados tabay, hacían
los mayas (ScHÁvELzoN, 1982, J15). Cuando se empezó a
edificar el convento de los predicadores en Guatemala en
1547, "hicimos una gran choza que acá llaman rancho los

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MODO 01 DORMIRE NEL GOLFO DI PARlA
E ALTRl MOLTI LUOGHI

Fig. l. a) Reparos contra el sol, uno de techo inclinado y otro de


techo plano, usados por los indígenas del oriente venezolano en la pri-
mera mitad del siglo XVI para colgar las hamacas (De Benzoni, 1965,
pág. 10). b) Resguardos de pieles de los onas de Patagonia, según
figura del siglo xv1 (De Oviedo y Valdés, Historia, lám. VI, fig. 1).

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54 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

españoles; era de horcones y paja por cima, y allí dormían


los indios que andaban en la obra" (XrMÉNEZ, 1929, I, 433;
CoROMINAs, L-RE, 990-992).
Ranchos improvisados con horcones, bejucos y hojas de
bihao se hacían en la ruta de Guayaquil a Riobamba (Qux-
LLOYACO) para los caminantes en el siglo xvm (ARELLANO
MoRENo, 1970, 59). Tiendas de campo llamadas "carpas" en
!barra se registran en la misma época (ibid., 69).
Los pescadores de la costa ecuatoriana transportaban ca-
ñas, bejucos y hojas de bijao para reconstruír sus viviendas
donde llegaran (JuAN Y ULLoA, 1748, 1, 186-187; LEÓN BoR-
JA, 1964, 417).
Durante las épocas de crecientes en los altos afluentes de)
Amazonas, los omaguas habitaban en barbacoas provisionales
hechas de cortezas de árboles, llamadas juras o iuras, de las
cuales entraban y salían en canoa (MARoNI, 1889, 425, 435).

Protecci6n post-mottcm.
Sobre este tema, véase capítulo XI, g).

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CAPITULO Vl

VIVIENDA ARQUEOLÓGICA

Los datos sobre la vivienda prehispánica en la parte equj-


noccial de América son escasos. La calidad perecible de los
materiales utilizados de preferencia (madera, paja, bejucos)
y el clima lluvioso y húmedo, hacen casi imposible la recu-
peración arqueológica. Lo contrario ocurre en regiones donde,
merced al clima seco y aun árido de extensas comarcas, como
en Méjico y el Perú, se usaron construcciones de piedra, que
han perdurado, pues en esas condiciones climáticas faltan las
maderas duras de construcción, y las que se usaron se pre-
servan mejor.
Son pocas las evidencias arqueológicas sobre construccio-
nes en el área del presente estudio. No hay un trabajo que
agrupe lo relativo a la vivienda, pues todos los relictos o
monumentos se tratan conjuntamente por la mayor parte de
los arqueólogos, cuando no concentran en sola la cerámica la
descripción de hallazgos. Excepciones son los trabajos de
Schávelzon (1981, 1982) y los de Duque Gómez y Reichel-
Dolmatoff.
En principio, las evidencias conocidas se pueden agrupar
en tres órdenes: a) Señales de movimientos de tierra para la
construcción de viviendas de uso diario o centros ceremonia-
les; b) relictos de construcciones propiamente tales o de parte
de las mismas y e) representaciones de viviendas en cerámica,
lítica u orfebrería.

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56 HISTORIA DE LA CULTURA MATERlAL

A) MOVIMIENTOS DE TIERRA; ATERRAZAMIENTOS:

En primer término se pueden mencionar los aterraza-


mientos o plataformas y los montículos artificiales, que invo-
lucran remoción de tierras y su transporte en parihuelas, ca-
nastos, mantas u otras vasijas, puesto que la rueda no se
utilizó por los pueblos americanos, mucho menos para arte-
factos similares a carretillas.
El aterrazamiento implica cortes o taludes en forma
vertical u oblicua, para dejar una superficie plana u horizontal
sobre la que se levanta la estructura deseada. En este caso,
los arqueólogos colombianos -utilizando terminología he-
redada de los guaqueros- han estado usando para estos
sitios el nombre de ·" tambos", palabra quechua que tenía sig-
nificado, no del aterrazamiento como tal, sino de la estructura
arquitectónica que eventualmente sobre él se construía, con
el objeto de servir de refugio a los caminantes. El quechua
tampt~, en efecto, quiere decir venta, mesón, posada, campa-
mento, hostalaje (GoNZÁt.Ez HoLGuÍs, 1952, 337, xxxv1; Cu-
SIHUAMÁN G., 1976, 143). En el occidente colombiano, donde
la palabra llegó con los yanaconas traídos en 1536-1538 por
los tenientes de Sebastián de Bclalcázar y por este mismo,
h a continuado con su acepción primitiva de "rancho en que
se albergan los viajeros en los caminos despoblados'' (TAscÓN,
L., 1961, 453). También en ANTONio ALcEDo (1967, IV, 362).
En el tomo de esta obra dedicado a vías, transportes y comu-
nicaciones, se dirá más sobre ello.
En regiones montañosas como la Sierra Nevada de Santa
Marta, el atcrrazamiento para viviendas comprendía por lo
general cortes de hasta 3 m. de altura en la parte superior
de la pendiente y relleno y compactación de la tierra en la
porción inferior, para formar terrazas semilunares u ovaladas
(REICHEL-DOLMATOFF, RCA, 1954, II, (2), 166-167).
Otra modalidad es la de acumular artificialmente tierra
para formar montículos o plataformas levantadas sobre el
nivel general del terreno. A restos de basamentos de piedra

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Vl. VIVIENDA Y ARQUEOLOGÍA 57

para viviendas o templos, por lo general sobre montículos


de tierra, se les llama por los arqueólogos ecuatorianos "co-
rral" (ScHÁVELZON, 1981, 16; SAVILLE, 1910, 241), término tan
ambiguo como el de "tambo". A cualquier montículo, sea
natural o artificial, y sean cuales fueren su procedencia y uso,
se les llama en Ecuador "tolas" (ibid., loe. cit.), término
igualmente poco preciso.
Terrazamientos riparios en serie para levantar construc-
ciones, se conocen en áreas inundables, corno el bajo San
Jorge (PLAZAS Y FALCHETII, 1981, 29-30).
Hace falta un estudio sistemático sobre las estructuras a
modo de montículos dispersos en el área del presente estudio,
llamados en Venezuela "cerritos" (MARcANO, 1971, 39-44),
y que un autor de allá considera similares o iguales a los
túmulos o mamblas de España, las terramaras italianas, los
tertres franceses y los barrows ingleses, atribuyéndoles a todos
usos funerarios (ALvARAoo, 1945, 270-272). En realidad no
es así, porque unas de ellas son estructuras funerarias y las
otras, asentamientos de viviendas. La mambla no tiene nin-
guna asociación con uno u otro uso, por su forma, un mon-
tecillo en forma de teta, que no se presta para fines utilitarios
(CoROMlNAS. L-RE, 212; Encicl. Espasa, vol. XXXII, 622). El
tertre, una simple plataforma o montículo, sí parece haber
tenido usos funerarios. En cambio las terramaras, que llega-
ron a alcanzar hasta 4 metros de altura, algunas con palafitos
asociados, tenían aparte la necrópolis, utilizando sus ocupan-
tes la norma latina de itz urbe hominem mortuum neve sepe-
lito neve urito (Enclicl. /tal. XXXIII, 1950, I, 628-632). Son
mejor conocidas las del valle del Po (HocART, 1933, 72).
El crannog de las islas británicas era asimismo una ins-
talación para vivienda, asentada sobre material vegetal, levan-
tada sobre islas o en aguas poco profundas, pero sin los postes
o pilotes características del palafito (The New Encicl. Brit.,
III, 1943-1973, 221). En cambio, son estructuras funerarias de
esas islas los barrows, llamados cairn en Escocia y equivalentes
a los mounds norteamericanos (ibid., I, 838). Estos últimos

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58 IUS1'0RlA DE LA CtJLTUllA MATERIAL

alcanzan a veces los 20 metros de altura (MARQUINA, 1951,


484, 494).
También en Méjico central los edificios monumentales se
hicieron sobre montículos ( tlateles), trabajosamente construí-
dos, aun en sitios -como Monte Albán- donde no había
peligro de inundaciones (KuBLER, 1962, 30-31). Se les dan
en esa nación los nombres de cúes, teteles, moctezumas, yá-
catas, y uno de los mortuorios más importantes, sitio cerca
a la ciudad de Guatemala, recibió en maya el nombre de
Kaminaljuyú (MARQUJNA, 1951, 11, 252; 663).

B) HUELLAS DE CONSTRUCCIONES:

Las huellas de construcciones derru.ídas o incompletas,


adoptan las modalidaJes de 1) anillos o montones circulares
de piedra acomodados para sostener la armazón de madera de
una vivienda; 2) los restos dejados por postes de madera
y 3) otros.
1) Los anillos de piedra se han hallado en varias partes
del mundo y corresponden algunos a épocas remotísimas
(CAMPBELL, 1982, 284, 433). También los hay en Colombia
(DuQUE G6MEz, véase adelante).
2) Los restos de postes revisten gran importancia en
América, supuesto que la inmensa mayoría de las viviendas
se hacían de madera. En algunos casos, por condiciones
especiales del clima y del suelo, se han preservado fragmentos
del leño, que permitirían la identificación de las especies de
madera utilizadas, si se intentara trabajar en ello en labora-
torios especializados. En otros, perdura por lo menos la hue-
lla de la madera descompuesta, casi siempre de color distinto
al de la tierra circundante, huella que permite calcular el
diámetro del poste y las dimensiones de la casa que soportaban.
Es deseable un examen más cuidadoso de estos relictos para
estudios de paleoecología.

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VI. VIVlENDA Y AJlQU.EOLOGÍA 59

Como a veces los postes de madera estaban puestos sobre


bases de piedra, se tratará conjuntamente de los relictos de
piedra y de madera en secuencia geográfica.

Sierra N evada de Santa M arta.


Pese a las modificaciones sufridas por influencias cultu-
rales oiYersas, se mantiene la estructura básica oc vivienda
hecha con postes de madera y cubierta de paja, pero asentada
sobre lajas uispucstas en forma circular, como se evidencia
en las ilustraciones de las culturas Tairona, Betoma y del
Carb6n, por los flancos septentrional y occidental de la Sierra
(REtCHEL-DOLMATOFF: RCA, 1953, I, 37-41; 114-115; lám.
112-113; 11 (2), 1954, 166-179; lám. l-VII-A; RCA, vol. III,
1954, 142, 147-148; 152; 156, 164, lám. 1; vol. IV, 1955, 191-
192; 199; 204-205; 213; 217; 220-221; 224-225; 228; 231-232;
236-237; 238, 240).

Costa atlántica al oeste del Magdalena.


En el Valle de Santiago, que se halla enmarcado entre
las serranías de Pioj6 y del Caballo, con vista al mar, entre
Jos departamentos de Atlántico y Bolívar, cerca a la localidad
<.le Tocahagua, se ha excavado un sitio que muestra la dis-
posici6n de piedras toscas colocadas en forma elíptica, co-
rrespondiente al parecer a una casa comunal (ANGULO VAL-
o.És, 1983-1984, 31-37, fig. 4a y 4b; 33).

Bajo San Jorge.


En una excelente monografía sobre el sistema de agricul-
Lura en camellones del bajo San Jorge, se revel6 la disposici6n
Jineal de las viviendas, asentadas sobre plataformas artificia-
les como defensa contra la humedad y las inundaciones cí-
clicas (PLAZAS Y F ALCHEITI, 1981, 29-30, 35, 38-41). En cuanto
al diseño de las viviendas, parece similar al que h a perdurado
en la regi6n (ibid., 39) .

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60 HISTORIA DE LA CULTURA MATDIAL

Alto M agdal~na. - San Agustín. En el enclave de la


Estación (meteorológica) se excavó un sitio que parece corres-
ponder a una casa ceremonial o de algún alto personaje. Se
trata de construcción sobre 70 postes de madera colocados
muy juntos en círculo (DuQUE GóMEz y CuBILLos, 1981,
25-29, láms. 23, 33, 35, 42). Otra casa más pequeña fue halla-
da a 8 metros de la anterior (ibid., 36, 42, 43). Una tercera
se halló en la proximidad de las dos anteriores, con 28 se-
ñales (ibid., 51-52, 56-57,58-59). Asimismo una cuarta con 28
señales de postes y un conjunto de viviendas con caracteres
similares a las anteriores (ibid., 61-63; 62-65). El complejo
parece corresponder a la primera mitad del siglo xVI (ibid.,
107, 153-155).
En el alto de Quinchana, de la misma región de San
Agustín, se halló también una terraza con sitios de vivienda
en forma circular y huellas de postes, y asimismo con muros
de piedras sin desbastar (LLANos y DuRÁN DE G6MEZ, 1983,
41-44, fig. 4, 5 (34, 35); 6, 7 ( 42, 43); láminas 9-10 (51); fig.
10 (53); fig. 11 (55); fig. 12 (56); lám. 11 (61) •.
Call~j6n int~randitlo. - El morro d~ TulcátJ (Popayán ).
Aunque se documenta aun en las fotografías el uso de adobe
y se indica que el sitio es prehispánico, no hay datación que
respalde esa afirmación. Las fuentes históricas sobre el área,
que aparecen citadas en otro lugar, sólo mencionan casas y
aun templos de madera. La palabra "adobe" aplicada a blo-
ques o cespedones cortados enteros en vez de ser moldeados
a base de barro blando, parece equívoca (CUBILLos: RACC,
1959, vol. VIII, 215-241; 350-351; 355, lám. II a XIV). La pa-
labra adecuada sería t~p~: "pedazo de tierra mui trabado con
las raíces de la grama, que se corta en forma de cuña, y sirve

• Un año después de que se entregaron para publicación los originales


de esta obra, apareció el trabajo cuya ficha bibliográfica es la siguiente:
CHAvEs M.ENOOZA, ÁLvARo-MAURICIO PuERTA REsTRJ;PO: Vivienda preco--
lombina e indfgena actual en Tierradentro. Fundación de Investigaciones
Arqueológicas Nacionales. Banco de la RepúbUca. Bogotá, S.p.i. 1988, 283
págs. e ilustrs. 22 x 16 cm.
Ninguna de las conclusiones contradice lo que aquí se afirma.

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Vl. VIVtENDA Y ARQUEOLOGÍA 61

para hacer murallas, acomodándolos unos sobre otros", según


el Diccionario de Autoridades (CoROMINAS, ru-z, 663, 634).

eosta occidental.
De norte a sur a partir de la frontera colombiana con el
Ecuador hubo culturas que en muchos aspectos son similares
a las de Tumaco.

a) Fase La Tolita (500 a.C. - 500 d.C.).

Isla Tolita, boca del río Santiago. La influencia cultural


va del río Iscuandé al Esmeraldas (PoRRAs, 1980, 169-170).
Dos modelos de casas: una con poyos que descansan so-
bre pozos circulares, sin paredes; otra, "casa cuadrada con
vigas que se cruzan sobre el techo recto y cuatro aleros, cada
uno levantándose desde el suelo ( ?)". Un modelo provenien~
te de la misma Tolita muestra una hilera de gradas que con-
ducen a ln puerta principal, mientras que los otros lados caen
en forma vertical; un modelo reproduce las plataformas de
tierra descritas por Jacinto Jijón y Caamaño y halladas por
él en Manta.

b) Fase Jama~Coaque (500 a.C. - 500 d.C.).


Entre Cabo San Francisco al norte y Bahía de Caráquez
al Sur.
" ... frontis abierto y una cumbrera ligeramente cóncava,
cruzada por dos cortas vigas al igual que los modelos de la
Fase Bahía". En varias vasijas aparecen techos de cuatro
aguas y estructuras piramidiformes (PoRRAs, 1980, 155-156).

e) Bahfa de Caráquez (500 a.C. ~ 500 d.C.).


Desde isla de La Plata hasta Bahía de Caráquez.
Construcciones con "curvatura de perfil de la cumbrera,
en el frontis y los aleros proyectándose a una a ltura doble de

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62 HISTORJA DE LA CULTUJV. MATERIAL

la que media entre el suelo y el centro de la parte superior


del tejado". Algunas casas presentan doble tejado con un es~
pacio intermedio libre. Paredes verticales. Una entrada al
frente, a veces otras por la parte de atrás. En algunos casos
un poste central sirve de apoyo a la cumbrera. Paredes a veces
pintadas de rojo, verde, amarillo y negro (ibid., 147-148).

d) Fase matzteiio (500 d.C. - 1.500 d.C.).

Del norte de Bahía de Caráquez hasta la isla de Puná y


hacia el interior por el territorio de los Huancavilcas (Jocay,
Jararnij6, Cameloa, Camma): "Existen los restos de cientos
de casas y montículos y por todos lados innumerables tiestos
sobre el terreno. Estas habitaciones muchas veces son de un
solo cuarto, pero hay muchas de dos o más y hasta siete cuar~
tos en un mismo edificio. Poco queda de las paredes cuyas
bases eran de piedras enterradas de canto. El promedio de
ancho de las paredes es de 0.91 m. y 1.22 m. Algunos edifi~
cios fueron enormes. Uno de ellos tenía 59.9 m. de largo y
19 m. de ancho. El grosor de los muros laterales era de 1.37 m.
Estaba sobre una plataforma con una rampa de 10.7 m. de
largo. La orientación del edificio en general era del norte a
sur. Regadas por doquier hay muchas tolas. Numerosas rui~
nas de casas y de templos se encuentran en el Cerro Bravo
y el Cerro de las Hojas; en Salango, Puerto L6pez, Puerto
de Cayo, lo que indica una poblaci6n numerosa durante este
período en esta parte de la costa" (PoRRAs, op. cit., 236, citan-
do a SAVILLE, 1910).

e) Fase Gua11gala (500 a.C. ~ 500 d.C.).

Desde la isla de La Plata hasta el norte del golfo de


Guayaquil y por el interior hasta las montañas de Chong6n,
Colonche y Paján. "Impresiones de cuerdas retorcidas y esta~
cas en la orilla indican que se usaba el sistema de bahareque
para las paredes" (PoRRAs, op. cit., 39).

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VI. VIVIENDA Y ARQUEOLOCfA 63

f) Fase Guayaquil (300 a.C. -200 a.C.).


Sector de San Pedro en el casco urbano. Quizá habita-
ciones de caña y paja sobre estacas o palafitos (PoRRAs,
op. cit., 161).
g) Fase Jambelí (500 a.C. - 500 d.C.).
Desembocadura del Guayas; isla Puná, costa de El Oro
y archipiélago hasta la costa norte del Perú-Túmbez.
Quizá como las actuales cabañas de pescadores de caña,
con bahareque y techo de paja (PoRRAs, op. cit., 165).
En cuanto a la sierra, en el callej6n interandino, conti-
nuaci6n de la meseta nariñense, los datos conocidos sobre la
vivienda en el sector norte son los siguientes:
Los pastos tenían bohíos redondos (MARTÍNEz, 1977, 27-40
y fig.). Eran de tierra pisada (URIBE M., VICToRIA: RCA,

Fig. 2-a. Representaciones cerámicas arqueológicas de los bohíos de


los indios pastos, regi6n fronteriza de Colombia (Nariño) y Ecuador
(Cardú). (De Martínez, 1977, pág. 28).

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Fig. 2-b. Plano de la disposición de los bolúos redondos en la pro-
vincia ecuatoriana del Carchi (De: Marúnc:z, 1977, pág. 33).

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VI. VIVIENDA Y ARQU:EOLOCÍA 65

XXI, 1977-78, 165, lám. 184). Algunos aparecen esquemati-


zados en platos y otros objetos de la cerámica tuza (ibid.,
fig. 53, interior derecho; 165, 184). [Figs. 2-a, 2-b y 14, plegable].

Fase Cuasmal (todo el Carchi).


La vivienda era de planta circular : "Las paredes eran
bajas, de tierra prensada; posiblemente no llegaban a la altura
de un hombre, de corte trapezoidal. Acaso uno o varios postes
colocados al ruedo sostenían la techumbre, aunque una sola
puerta daba acceso a la vivienda ( ... ) Excepcionalmente hay
edificios rectangulares, hasta la fecha poco estudiados; aun-
que reproducidos arqueológicamente en maquetas cerámicas"
(PoRRAS, 1980, 253) . Sin embargo parece que coexistían varios
tipos de plantas, incluyendo la cuadrilátera de paredes verti-
cales, y techo de dos aguas (ScHÁVELZON, 1981, 303), fuera
de las semi-subterráneas (ibid., 306, 337-338).

Pert~. - Costa y sierra norte. - Valle de Chao.


Sus características son : "Empleo de piedra angular o pie-
dra estriada. Paredes verticales planas, con la parte plana de
la piedra formando la parte externa. Pegam ento de barro
para la piedra •. Empleo de plataformas a base de muros de
contención y relleno de piedra pequeña con arena, super-
puestas. Salas o cuartos con muros interiores o tarimas, igual-
mente de piedra. Construcciones levantadas en las faldas de
los cerros que miran hacia el centro del valle. Cuartos sin
puerta de acceso. Empleo de la rampa de piedra. Paredes ac-
tuales relativamente bajas, las que debieron prolongarse con
material vegetal. Trascendencia de la piedra en el tiempo.
Tienen características de haber sido abandonadas casi abrup-

• La "pirca" peruana consiste en muros de piedra unida con barro,


y consútuye una forma rúSLica de construcci6n. Pircani es edificar, pire~
tica = pared de ladrillo (DoMaNco DE SANTO ToMÁs, 1951, 161 (339-340);
pared (GoNZÁLEZ HowuÍN, 1952, 287).

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66 HISTORIA DE I..A CULTURA MATERIAL

tamente y sin reocupamiento, perennizando cada monumento


una época de desarrollo cultural". Este complejo tendría una
edad de 200 a.C. - 500 d.C. (DEZA RNASPLATA, 1978, JI,
págs. 395-400).

C) REPRESENTACIONES DE VIVIENDAS:

Las representaciones de casas, principalmente en cerámi-


ca, son escasas en Colombia, pero no tanto como para no
poderse formar una idea aproximada del aspecto y estructura
habitacionales, dentro de lo esquemático de la ejecución.
En algunos muscos de Bogotá hay especímenes de estas
viviendas, una al parecer sin lugar de origen (AYALA Y BAR-
NEY, 1975, 294); una de El Tablón, San Andrés, Tierradentro,
de piedra (ibid., 166), lo mismo que dos de la cultura Tu-
maco (3) una de ellas (ibid., 231) con el sobretecho carac-
terístico de las viviendas de la costa ecuatoriana; casi todas
de dos aguas, con la culata en boca de horno ( véanse repro-
ducciones en fig. 3).
Tales representaciones son más comunes en el Ecuador,
especialmente en la costa. Ellas han permitido a un arqui-
tecto hacer la tipología de nueve modalidades de vivienda
(ScHÁVELZON, 1981, 181-183). De esto resu lta que aunque va-
riaron bastante los diseños, lo más característico fue el doble
techo utilizado en la costa, que aseguraba la ventilación en
región cálida, y habla mucho de la capacidad del indígena
para diseñar construcciones funcionales y livianas, acomodadas
al medio. También se repite aquí lo de otras zonas americanas,
de la ausencia casi total de ventanas (ibid., 197). 1Fig. 4].

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. 3. Represcntaci•nes de viviendas en la cerámica arqueol6gica colombiana:
b, cort•tesía del Masco Nacional; e, d, cortesía del Museo del Oro de Bogotá.
1\? hay datos exactos sobre las procedencias.

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Fig. 4. "Tres tipos de arquitectura costeña [ecuatoriana J: vivienda con alero baj
y columnas tras los frentes; maqueta de varios escalones, y otra de basamento bajo
doble techo peraltado" (Explicación y figuras de Schávelzon, 1983, pág. 204

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VI. VIVlEI'óDt\ Y ARQUI:OLOGÍA 69

La vivienda serrana ecuatorial, de la que participaron los


pastos del actual Nariño, se distinguía por el predominio de
tres tipos: en forma de cápsula, con muros cilíndricos y techo
de doble huso •; compuestas de techo sostenido por cuatro
columnas; y otra de planta cuadrilátera, paredes planas y te-
cho a dos aguas (ibid., 303).
También de esta región son las casas scmienterradas de
forma redondeada (ibid., 306). Algunos de tales diseños se
repiten en sellos de la región, y en platos contemporáneos
de Imbabura-Carchi, con la temática de la vivienda. Esta tenía
un cerco de madera y techos en forma de doble tortera de
huso (ibid., 337-345).
En orfebrería no se han reportado hasta ahora represen-
taciones de viviendas •~.

D) OTRAS CONSTRUCCIONES ARQUEOLóGICAS:

Por la íntima relación que existió entre la vivienda y la


producción agrícola en el área de este estudio, se debe men-
cionar la existencia de relictos de canales de riego y terrazas
de cultivo, en varias regiones, por lo general donde las lluvias
eran deficitarias.
Las albitanas de circulación en los cerritos que rodean
el lago de Tacarigua o Valencia han sido estudiadas por
arqueólogos venezolanos (MARcANo, 1971, 101; ALVAR.AI>o,
1945, 113).
Para el área ecuatorial, se ha hecho antes una revisión
de la literatura disponible sobre este aspecto (PATIÑo, 1965-
1966, 102-112), y para el resto de América hay un estudio
reciente (DoNKIN, 1979).

• Término ambiguo, que podría ser sustituído ventajosamente por el


de bic6nico o clepsidiforme.
•• Después de entregados los originales, se ha conocido el hallazgo de
una pieza de oro en Restrepo, Valle del Cauca, con la representaci6n de una
vivienda. Pertenece a la Galería Cano de Bogotá y se encuentra actualmente
en estudio en el Museo del Oro del Banco de la República.

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70 HISTORIA DE LA CULTUllA MATERIAL

Las terrazas de cultivo son relictos relacionados con la


vivienda, y demuestran la capacidad tecnológica de los in-
dígenas, en áreas donde no abundaban suelos planos de alta
fertilidad (PATIÑo, op. cit., 75-76).
Las eras para cultivo en regiones lluviosas constituyen
otra modalidad relacionada con la vivienda, por la cercanía
de las sementeras respecto de la casa. Lo mismo ocurrió en
regiones planas inundables, como el bajo San Jorge y los
afluentes del Guayas.
En Mérida las casas indígenas de los timotes estaban
asociadas con silos subterráneos o mi1Jtoyes (SANOJA y V Alt-
eAS, 1974, 72).

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CAPíTULO VII

PLANTA, SILUETA, ESTILO, FUNCIONES.


TIPOLOGÍA

Aunque no se puede tomar esto como regla invariable,


parece que la vivienda más primitiva se puede considerar el
simple reparo provisional de una sola agua, con techo o cu-
bierta orientada hacia el viento dominante o hacia el occi-
dente para evitar el sol de la tarde.
Para una vivienda más estable, Jos tipos de plantas usa-
das por los pueblos primitivos en todas las latitudes, son la
circular, la elíptica y la rectangular. En la primera no existe
el caballete, y por lo mismo el conjunto no puede ser de gran-
des dimensiones. Este esquema parece haber sido ideado inde-
pendientemente en el Viejo y en el Nuevo Mundo, pues no
son diferentes las plantas utilizadas por los primitivos habi-
tantes ibéricos, antes de las invasiones (GARCÍA Y BELLIDo et
al, 1968, 7, 15-22, 23; BALIL, 1972, I, 6).
El tipo de planta oblonga redondeada en los ángulos,
perduraba todavía a fines de la época colonial entre los indios
del pueblo misional de Guasipati en la Guayana venezolana
(PRINCEP, 1975, 41).
Debe ser antigua en América y desde luego dependiendo
de la organizaci6n político-social, en señoríos bárbaros o ca-
cicazgos o en monarquías, la divisi6n entre casas de particula-
res y la de los shamanes, mojanes o brujos, así como las de
los jefes de horda, tribu o comunidad (véase capítulo VIII).
Esta última en una primera etapa quizá hizo las veces
de estructura comunal o colectiva para actos ceremoniales,

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72 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

rituales o cívicos, antes de la especialización en verdaderos


templos o casas comunitarias. Así ocurr.ía por lo menos en las
Antillas, donde el buhío o caney circular constituía la vivien-
da popu lar, mientras que la de dos aguas (en el dibujo del
mismo autor aparecen cuatro aguas) "en las principales ha-
cen unos portales que sirven de zaguán o rescibimiento",
caracterizaban a los régulos o caciques (Ovmoo Y V ALD:ÉS,
1959, I, 143-144). Aunque el gran antropólogo Erland Nor-
denskiold y sus discípulos sostienen que la planta circular era
lo predominante en América precolombina, y la planta rec-
tangular fue copiada a los españoles o adoptada por influen-
cia de éstos (NoRDENSKIOLD, 1924, 3: 23-28; LINNÉ, 1929, 134,
138; Lov:ÉN, 1935, 339-344; 347-348), no cabe duda de que
ambos tipos, el circular y el cuadrado o rectangular, se encon-
traron en varias partes del área ecuatorial a la llegada de los
españoles, y las piezas arqueológicas excavadas así lo confir-
man. Un proceso similar de planta preincaica circular en el
Perú, suplantada por la planta cuadrada mediante imposición
de los soberanos cuzqueños, se ha sugerido ( GASPARlNI and
MARcoLms, 1980, 138-139).
Sin embargo, comunidades nómadas o scminómadas,
como los yaruros, tienen viviendas temporales y otras más o
menos permanentes. Las primeras son cónicas de planta circu-
lar y piso cóncavo: las segundas son de planta rectangular
y techo de dos aguas. Hay también una planta semiclíptica;
otra planta oval con techo a dos aguas modificado, y -lo
que es más importante- c.-'lda tipo tiene una denominación
distinta (SANOJA ÜBEDlENTE, 1961). Esto supone una gran va-
riedad en los diseños arquitectónicos para diversos usos.
Las casas de doble techo y silueta bic6nica son caracte-
rísticas de la costa ecuatoriana cerca a la linea equinoccial
(grabado Schávelzon).
Las casas privadas, colectivas, ceremoniales, comunitarias
y otras, se describen con más detalles en los acápites co-
rrespondientes.

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VU. PLANTA, SlLOETA, ESTILO, FUNClON~S 73

VIVIENDA ESTACIONARIA.

Casas colectivas y casas individuales.


Ambas formas existían en América antes de la conquis-
ta. Las colectivas perduran aun en la actualidad en ciertas
comunidades, sobre todo selváticas.
a) Cuando en 1566 Francisco de Marmolejo entró a la
provincia costarricense de Los Votos, vio casas de 200 x 40
pies (FERNÁNDEZ, 1883, III, 37). En una expedición de cate-
quesis hecha por los franciscanos a Talamanca en 1692, ha-
llaron que de Jas tribus del sector, "sus moradas son unos
ranchos que llaman palenques, constando cada uno de tres-
cientos, poco más o menos, de número de personas, en que se
congregan todos los <.le la familia <.le aquel linaje, sin permi-
tir se mezcle uno con otro (, .. ) Los palenques los forman
en la eminencia de los montes, que son casi inaccesibles, y
distan a diez y doce leguas unos de otros" (FERNÁNDEZ,
1907, IX, 23).
En la costa suramericana del Pacífico, algunas de las bar-
b;:¡coas o casas sobre pilotes que se describirán adelante, eran
colectivas. Los idibaes de Las Anegadas (costa norte del Cho-
có) vivían en 1636 de a veinte y treinta juntos en casas pajizas
(CóRDoVA SALINAs, 1957, 247), y no entraban los de una a las
casas de los otros ( ibid., 248).
Más al sur, en la época de las primeras expediciones de
Francisco Pizarra, se hallaron casas donde cabían de sesenta
a setenta personas (CmzA, 1960, Il, 164). Exagera Andagoya,
aunque como Adelantado de la región, debió tener informa-
ciones fidedignas: habla de casas grandes para cien familias
o sea unas 500 personas, en el río San Juan ( ¿Patía ?) (AN-
DAGOYA: CuERvo, 1892, II, 120). Otra fuente contemporánea
dice que eran de veinte a treinta moradores (CIEZA, 1984,
1, 103, 43).
Los timotes tenían viviendas comunales y quizá para una
familia extendida (SANOJA y VARGAS, 1974, 188).

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74 HISTORIA DE LA CULTURA MATE.RIAL

En la casa del cacique Guaramental del oriente venezo-


lano, cupieron todos los españoles expedicionarios, varios cen-
tenares, tal era su magnitud (AcuADo, 1918, I, 644).
Los guayupes de los Llanos Orientales, tenían grandes
construcciones donde confinaban a sus sacerdotisas o recogi-
das (AGuADo, 1956, I, 595).
Los maynas del siglo xvn vivían en galpones grandes en
que se agrupaban varias parentelas; tenían techo de palma y
eran "muy curiosas" (J. DE LA EsPADA, 1897, IV, cxLv). Los
ipapizas o colorados del río Pastaza procedían de igual mane-
ra (MARoNI, 1889, 288). En el río Yarí durante la época de la
evangelización franciscana (siglo xvm) se vio una casa tan
grande que cabía 401 almas; en otras se abrigaban 36 (ZA-
WADZKY, 1947, 134). En 1773 los churíes hacían casas enormes
(ihid., 197-198). Estas son las churuatas guayanesas (VILA,
1971, 123).
Todavía a principios de este siglo, los huitotos del Putu-
mayo usaban grandes casas colectivas (HARDENBURG, ¿ 1913?
156; 285), y más recientemente los tukano (RoDRfcuEz LA-
MUs, s.f.).
b) En cuanto a las casas individuales, siendo un tema
con más información disponible, se tratará en los capítu-
los X y XI.

Divisiones intemas en /tmciótz de la orgatlizaci6n familiar.


Parece haber predominado el esquema de un solo cuer-
po interno sin divisiones. Cuando más, estas estaban marcadas
por simples postes para colgar las hamacas (RGNG, 323).
(Véase Cali en el capítulo X).
Pero en algunas partes sí se hacían divisiones, sobre cuya
destinación y disposición no se conocen datos circuntanciados.
Los cumagotos de Venezuela, "en lo interior [de sus casas
esféricas con tres naves] usan de particiones, en que se alberga
cada familia, y ordinariamente son todos parientes los que
habitan una casa" (Rmz BLANco, 1965, 37).

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Vll. PLANTA, SI LUETA, J!STJLO, FUNCIONES 75

De Cartagena hacia el interior, las viviendas tenían "mu-


chos compartimientos" (CASAS, 1909, 143). La casa del cacique
Abibaibe en el Atrato, que como se verá estaba sobre árboles,
tenía "aposentos de madera" (CASAS, 1951, ll, 579).
En Arma los apartamientos dentro de la casa estaban en-
toldados con esteras (CmZA, 1947, II, 370), o sea que había
subdivisiones.
Hallazgos arqueológicos en Manabí han mostrado casas
de varias habitaciones o compartimientos (LEÓN BoRJA,
1964, 415).
En el área amazomca las divisiones dentro de la casa
comunal se hacen con varios materiales y alojan cada una
una familia biológica. Fuera de esto, hay casas individuales
más pequeñas afuera, para dormir, mientras la casa comunal
se ocupa durante el día (SAN RoMÁN: AP, 38, 40).

ASPECTO EXTERNO Y ORNAMENTACIÓN.

Los palafitos de Maracaibo no sólo tenían buena apa-


riencia vistos de afuera, sino que internamente estaban ador-
nados con esteras (CASTELLANos, 1955, II, 261-263).
Asimismo las casas en el valle de Lili o Pete, aun siendo
Jc paja, estaban adornadas "con primores", que no detalla el
informante Florencia Serrano (CASTELLANos, 1955, III, 355).
Los cercados del cacique Bogotá y otros de la región cun-
diboyacensc, no sólo tenían la paja del techo muy bien dis-
puesta, sino que albergaban adornos en forma de estatuas o
pinturas (varios autores).

E1tlucimiC'nto.

Cuando los soldados de Francisco de Casares, durante la


gobernación venezolana de Juan de Pimentel, llegaron en
1581 al pueblo palafítico de los aWes en el lago de Mara-
caibo, vieron

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76 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

gran número de casas blanqueando


las paredes guarnidas con esteras,
que causaban de lejos bella vista.
(CASTELLANOS, 1955, 11, 261).

Los pijaos construían casas altas "blanqueadas de greda


muy blanca" (SIMÓN, 1981-82, VI, 393).
En bajando que bajaban los hombres de Francisco de
Orellana por la porción inferior del Amazonas en junio
de 1542, observaron en la margen izquierda que los indígenas
estaban blanqueando las casas (CARVAJAL, 1942, 47). Lo mis-
mo ocurrió dos días después abajo del pueblo que llamaron
de La Calle (ibid., 48, 51). En el Amazonas se llama "taba-
ringa" (y este es el nombre de la población brasileña más
cercana a Leticia en el trapecio), a una arcilla blanca que
se usó para enjalbegar. La palabra procede del tupí tobatin-
ga = toba, barro y tinga, blanco ( Gratlde Euciclop. Port.,
XXX, 1945, 477). A esta arcilla se le agregaba el látex de la
sorveira (Couma spp.) como fijador, en Nogueira, lago de
Tefé, en el siglo xvm (RIBEIRO DE SAMPAIO, 1825, 35). La cos-
tumbre indígena la adoptaron los misioneros jesuí:tas de los
altos afluentes del mismo Amazonas, como en las misiones
Je los pebas (UruARTE, 1952, I, 295; JI, 56, 140; VEIGL, 1788-
1789, 47-48).
Un autor generaliza que los "aborígenes americanos co·
nocían el uso de la cera raspada del tronco de las palmas para
lustrar la madera" y hablando concretamente de los muiscas
aventura esto para la palma de cera Ceroxylo1J (EroT, 1975,
17). No hay ninguna referencia documental que lo comprue-
be. La escasez de las palmas de cera en el territorio del Zipa
se ha tratado en otros lugares (PAnÑo, 1974, VI, 39-40; -,
1975-1976, 189-191).

Puertas.
El acceso a la vivienda era entre los indígenas diferente
de las puertas convencionales introducidas por los españoles.

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VIl. PLANTA, SILUETA, ESTILO, FUNCIONE.S 77

Muchas viviendas en climas calientes eran abiertas, sm


paredes.
En Santo Domingo había que encorvarse para entrar por
las puertas, tan pequeñas eran : las cerraban con cañas y
palos atravesados, porque no había propiamente naves de
puerta sino el vano, pues nadie se atrevía a entrar en casa
ajena (CoLÓN, H., 1947, 157, 158). Era grave delito entre los
mayas hacer mal en casas ajenas, por no tener puertas, con
excepción de "una portecilla atrás para el servicio necesario"
(LANDA, 1938, 104), aunque puertas y ventanas se ven en las
reproducciones de monumentos y viviendas procedentes de
esa área, algunas presentadas en esta obra.
En Tenerife del Magdalena: "La puerta es muy pequeña,
que ha menester abajarse el indio y aun ladearse para poder
entrar" (RGNG, 158). Según esto no h abía ventanas.
En la Palma de los Colimas había sólo dos portezuelas en
los extremos de las viviendas (RGNG, 252-253).
No dicen cómo eran las de los alcázares de Bogotá los tes-
tigos presenciales (FRIEDE, 1960, NR, 235). Allí no se conocían
hierro ni cerraduras (LÓPEZ MEDEL, 1982, 319). Al parecer,
puertas y ventanas eran pequeñas (PIEDRAHITA, 1942, I, 47-48).
En Tunja el Zaque tenía puertas que consistían en 8 o 10
c1ñm atadas con un cordel, "y esto sólo les aseguraba tanto
sus casas como si tuvieran mil Uaves". Antonio de Olalla cor-
tó lus cuerdas para franquear la entrada (SIMÓN, 1981-1982,
1u' 249-250).
Se dice que los píjaos tenían varias puertas en sus casas
para f"cilitar l<1 huída en caso de ataque (LucENA SALMORAL,
1965. 1, 109 citando a SrMÓN).
Ya se mencionó el hecho de que las casas colectivas del
V<1Jlt· d,-1 Cauca tenían tres puertas, "como acá las iglesias"
(RGNG, 323). Debió ser que la central era más grande.
Fn la provincia de Palenque del Magdalena Medio ha-
bía cerco y casa con puerta de golpe "de unos tablones muy
gruesos'' que se cerraba automáticamente (AcuADo, 1956,
J, 516).

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78 HISTOIUA DE LA CULTU.RA MATERIAL

Las casas de Guaramental tenían cuatro puertas con guar~


días que se renovaban día y noche (ibid., 1957, III, 487).
En el Atrato en 1770: "Del árbol llamado carrá [Hub~ro~
dendrotz patinoi Cuatr.], sacan tablones con sóla la hacha
que sirven para puertas, y una de estas de dos varas de
alto y una de ancho valen ocho reales" (ORTEGA RICAURTE,
1954, 223).
Los cayapas de Esmeraldas, según una relación de 1597,
no tenían puertas en sus casas, por ser desconocido el hurto
(RIVERA DoRADO, 1978, 553).
Las casas de los quijos del Amazonas ecuatoriano tienen
una puerta delantera que usan los hombres ad ultos, y una
trasera para }as mujeres y los niños (ÜBEREM, 1970, f, 125~126).
Una adaptación de costumbres hispánicas de puerta con
naves, constituyó el uso de un cuero de res para tapar d
buque o vano. Así ocurrió sobre todo en regiones donde el
ganado vacuno abundó, como en los llanos y en La Guayana
(PruNCEP, 1975, 8), y en las planicies bañadas por el Paraguay
y sus tributarios (AZARA, 1969, 285). Esto h a dado origen a
un adagio común en Colombia: de los ojos tipo mongólico
de una persona cualquiera, se dice que "parecen puñaladas
en puerta de cuero".

v~ntanas.

En cuanto a las ventanas, parecen no haber existido


(ScHÁVELZON 1981, 197), sino cuando más troneras para la
defensa donde había estacadas, o un escape para el humo
en la culata o la cobija.
En el pueblo del cacique Petecuy del área de Cali había
un edificio de paja con ventanas.
El oidor Vázquez de Cisneros dispuso que compulsoria~
mente los indios de Mérida abrieran ventanas en sus chozas
(GunÉRREz DE ARcE, 1946, 1163~1164). Aun en nuestros días,
los ranchos en Centroamérica, entendida de Chiapas a Pana~
má, no suelen tener ventana; el único hueco es la puerta; se
quita de ella durante el día la estera o tapadera de hojas,

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VIl. PLANTA, SILtTETA, ESTILO, FUNCIONES 79

que se coloca al anochecer para evitar los zancudos (VAQUE-


Ro, 1946, 5, 12).
Ya se dijo que los indígenas serranos del Ecuador res-
tringen el número de ventanas, por creer que el viento es
vehículo de enfermedades (PAREDES BoRJ A, 1963, I, 44-45).
En el Perú coexistieron dos tipos de ventanas, hornacinas
y puertas: las trapezoidales, rasgo incaico señorial, y las rec-
tangulares, de la arquitectura popular (ZuiDEMA: HARDOY y
ScHAEDEL, 1969, 50). Hubo de todos modos un nombre que-
chua para ella, ttoco = "alazena, la ventana" (GoNzÁLEz
HoLGuÍN, 1952, 344).
Ante esta situaci6n de puertas muy pequeñas y ventanas
casi inexistentes, habría que repensar la afirmaci6n de algu-
nos arquitectos, sobre todo europeos, de que el indígena tenía
horror al vacío y por eso repugnaba los espacios interiores,
prefiriendo el aire libre, lo que constituiría una diferencia
radical con la arquitectura importada (varios). Más bien este
mecanismo de aislamiento del ambiente exterior que eran
las casas sin aberturas, indicaría una innata propensi6n a
cierta forma de cobijo telúrico explicable en culturas agrarias
que viven en contacto permanente con la tierra. Para suposi-
ciones, tanto vale la una como )a otra.
Duracióu, reparaczón, renovación de la viuienda.
Pocos datos hay sobre estos aspectos. Por lo que se dijo en
los capítulos II, III y IV sobre los condicionantes materiales y
espirituales, la vivienda indígena era precaria, donde existían
materiales de construcci6n suficientes, por la facilidad de eri-
girla y por el aliciente del jolgorio colectivo a que daba lugar
la construcci6n de una nueva.
Hay constancia de que las casas comunes techadas con
hojas de bihao en la costa ecuatoriana duraban dos años,
mientras las cobijadas con hojas de palmas duraban tres años
y más, siendo en este caso las de caciques (RIVERA DoRADo,
1978, 553). Estas palmas para cobija debieron ser Gconoma,
Asterogyne, Welfia, Plzytclephas o Ynesa.

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80 HISTORIA DI!. LA CULTURA MATI!.RIAL

En las Antillas la cubierta de paja bien hecha duraba más


de siete años, comparándose favorablemente respecto a la de
Flandes (OVIEoo Y VALDÉs). Véase cap. Xllc).
En una descripción de la provincia panameña del Darién
de 1754, de Miguel Remón, su gobernador, se dice que las
casas comunes, por ser de pilares de madera y techo de palma,
debido al clima lluvioso había que renovarlas cada cuatro
años (JAÉN SuÁREz, 1985, 134). Aun en la misma ciudad de
Panamá, las casas españolas, mejor construídas, debían ser
refaccionadas a los 40 años y aun menos hacia 1715 (JouANEN,
1943, II, 78).
En suma, la duración más dependía del estado de la cu-
bierta que no de la armazón de madera. Aun en regiones
lluviosas, algunas maderas (véase capítulo XII) son inco-
rruptibles.
Cabe suponer entonces -aunque no haya documenta-
ción sobre esto- que la reparación, si la hubo, se reducía a
la cobertura. Cuando el resto de la estructura daba señales
de deterioro, en tiempos normales se debió proceder a cons-
truír una nueva vivienda.
Esto ya no pudo ocurrir durante la dominación española,
porque el indígena dedicaba la mayor parte de su tiempo a
trabajar para el encomendero o en la mita, no quedándole
disponible ni siquiera el de atender a su sementera; mucho
menos a la casa.

Tipología.
Por las representaciones prehispánicas que se han conser-
vado , se puede deducir que poco ha variado al través de los
siglos la casa típica maya (MARQUINA, 1951, 508, figs. 754, 741,
742, 862, 877, 878). [Fig. 5].
Para otras áreas, preferible a largas disquisiciones es la
presentación de gráficas que den idea de los distintos tipos
de casa indígena en el área ecuatorial (ERRÁzURIZ, 1980,
152-153). [Figs. 6, 6-a, 6-b, 6-c, 7].

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Fig. 5. Aldea a la orilla del mar, que presenta las viviendas típicas populares del
área maya. Templo de los guerreros de Chichén ltzá, siglo xu d. C. N6tese la
similitud con las casas de Jas Grandes Antillas dibujadas por Oviedo y Vald~
(Marquina, 195 1, pág. 878; Kubler, 1962, pág. 102).

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Fig. 6. Mapa de la distribuci6n geográfica de los distintos tipos de vivienda de Venezuela aplicables
· por la Biblioteca Luis
Digitalizado · Ángel Arango del
· Banco de
· berto Antolíne~
la República, 125.5~JJdlZ.),_ _ _ _ ___,
Colombia.
REFERENCIA AL MAPA DE DISTRIBUCi óN
DE LA VIVIENDA INDfGENA

Para la distribución de la cabaña cilindroc6nica y la "malayo-


mclanesia" (techo a dos aguas, paredes verticales y planta rectángula)
se ha seguido principalmente a Biasutti. Las zonas de distribución de
la cabaña malayo-melanesia coinciden con las de los palafitos o casas
sobre pilotes. El Arawak prefiere la forma malayo-melanesia; el Ara-
wak, usa alguna vez el palafito, aun donde no hay láminas de agua;
el Karibe ama la forma cilindrocónica. En los Andes, primero aparece
la cilindrocónica, pero la influencia Arawak introduce posteriormente
la malayo-melanesia, que aún subsiste. Los pueblos que están repre-
sentados en el mapa son como siguen:

L} Yaruro del curso del Capanaparo y del Sinaruco.


2) Yaruro de la isla de Linda Baro, cerca de La Urbana.
3) Otomako.
4} Wahibo.
S) Karibe Mapoyo y Panare.
6) Arawak Constructores de Calzadas (Calzadas builders).
7) Timotí del Chama y afines.
8) Kanbc Kirikíre, etc., del S. del Lago Coquibacoa (de Maracaibo).
9) Karibe Motilones.
10) Arawak Wajiro y Paraujano de la Barra del Coquibacoa.
11) Arawak WaJiro y Paraujano de la Barra del Coquibacoa.
12) Arawak Antiguo y Karibc Posterior del Lago de Tacarigua.
13) Knribc Kumanakoto y afines de Oriemc.
14) Waráo de Delta-Amacuro.
15) Karibe Arekuná-Kamarakotó.
16) Karibe Arekuná-Taurepán.
17) Makú-Puinave y Arawak-Piapoko.
18) Arawak Baré-Baniwa, etc. del Río Negro y Atabapo.
19) Muku Kuika-Timotf.

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1. Mamparo
Por·avientoS
,-no-\- ·dón

(:, . Cho:z.o. cuputc


ye1r· u r~

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8.

12

13 . Casa. f1<lquirita re

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15 . Ca.s a bojC\
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Fig. 6-a. Dos tipos de construcciones de los caribes de la Guayana Francesa
a mediados dd siglo xvm, d taboüi o karber, casa colectiva, y la sura o casa
alta (P. Barrere, 1743, pág. 141) .

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Fig. 6-b. Plantas y cortes de las casas circulares y cuadrangulares de los indios Chok6
dd Darién, Panamá (Arias Peña, ct al, 1981, pág. 69).
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Fig. 6-c. Plantas de los siete tipos de vivienda en otras tantas provmc1as de Panamá
en la época presente (Arias Peña, et al, 1981, pág. 327).
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L

Fig. 7. Vasijas de barro dd área de Trujillo, norte del Perú, en forma de


casas y pirámides (De Krickeberg, tomado de Bassler, pág. 401). N6rese la
semejanza con algunas de las casas de la costa ecuatoriana de la fig. 4).

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CAPíTULO V III

VIVIENDAS
PARA USUARIOS DE ALTA JERARQUÍA POLíTICA
O RELIGIOSA: CACIQUES Y PIACHES

Los antropólogos suelen considerar que había por lo me-


nos cuatro grandes modalidades de la estructura política
social entre los pueblos americanos en la época del descubri-
miento: 1) Tribus de régimen igualitario, sin jefes visibles
-excepto los ocasionales para guerra o para caza o en forma
circunstancial - , las 1!amadas "behetrías", que recibieron ese
nombre de las que en España se prolongaron desde el prin-
cipio de la invasión árabe hasta el siglo xv; 2) "Señoríos
bárbaros", según el término acuñado por Trimborn, en los
cuales empezaba a diseñarse la estratificación social, con caci-
ques (llamados en las fuentes hispánicas "scñoretes, manda-
dorcillos" y otros nombres similares), poco diferentes en su
atuendo y ceremonial al común de las gentes; mohanes, y
un principio de división del trabajo; 3) Las ligas o confede-
raciones de pueblos con idioma y creencias comunes o muy
semejantes, pero con jefes regionales autónomos o semiautó-
nomos a Jos cuales la población local rendía obediencia ciega
(como los muiscas) ; y 4) Los reinados o monarquías con
organización jerárquica rígida y despótica, compleja y espe-
cializada, descansando sobre las clases inferiores mantenidas
en la más abyecta sumisión, y con castas guerrera y sacerdotal
bien definidas (Méjico y Perú).
No en todas partes la división entre una y otra de esas
categorías era neta y cortante. Frecuentes eran los casos en

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VllJ. ALTA JERARQUÍA POLÍTICA O RELJCIOSA 93

que a una aparentemente débil estructura política, acompa-


ñaba una a lta especialización de oficios. Ejemplo las tribu s
del alto Calima en el Valle del Cauca, con una clase de orí-
fices que han dejado obras de extraordinaria ejecución, y
cuyos cuadros jerárquicos aparecen desdibujados en las cr6-
nicas, a más de que los relictos arqueológicos hallados hasta
ahora no revelan una estratificación político-económica m u y
caracterizada.

Casa..r de cactques:
Colón se refiere a casas que los indios antillanos hadan
para los señores y después para los cristianos tan grandes al-
gunas que se podía alojar en ellas el emperador (P:ÉR.Ez DE LA
Rrv.-., 1952, 332).
Sobre la casa del cacique nicaragüense Tezoatega el Vie-
jo se darán detalles en el capítulo XI, por la ventaja de existir
de ella un plano.
Los cronistas destacan la imponencia y acabado de la
casa del cacique Guaramental, de la cuenca del río Unare,
en Venezuela (AcuADo, 1957, 111, 439; CASTELLANos, 1955, 1,
459; ÜVlEDO y V ALDÉS, 1852, II, 416, 425-426) .
La c3sa d el cacique Comogre de la costa norte del istmo de
Panam~ la describe de oídas uno de los primeros cronistas
de las Indias: " Y su casa dicen que es de constmcción fuerte
y maravillosa de largas vigas unidas entre sí, y además defen-
didas con muros de piedra. Midiendo su longitud, contaron
ciento y c incuenta pasos de luz con ochenta pies de anchura,
y tenía techos y pavimentos primorosamente labrados ... "
(ANGLER~ 1944, 143).
Otro autor da sobre la misma los siguientes detalles, tam-
bién obtenidos de terceros: "Tenía sus casas reales las más
señaladac; y m ejor hechas que hasta entonces se habían visto
en tod as cstls islas [del Caribe] y en lo poco que se sabía de la
tierra firme; la longura della era de ciento cincuenta pasos,
la anchura y hueco de ochenta; estaba fundada sobre unos
muy gruesos posteles [así], cercada de muro hecho de piedra,

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94 HIS"l'ORlA DE LA CULTOllA MATERIAL

entretejida madera por lo alto, como zaquizamí, que los espa-


ñoles quedaron espantados de verla, y no sabían dar a enten-
der su artificio y hermosura. Tenía muchas cámaras o piezas
y apartamientos ... " (CASAS, 1951, II, 572).
En el mismo istmo de Panamá, el cacique Tubanamá,
s6lo tenía junta otra casa no menor que la suya propia; me-
dida la longitud de ambas, era de ciento veinte pasos, y su
latitud cincuenta. "Estas casas estaban dispuestas para tener
allí las tropas escogidas, si alguna vez emprendía la guerra
Tubanamá" (ANcLERÍA, op. cit., 220).
Las casas del cacique de Tairona en la cuenca del río
Don Diego, halladas por la gente de Luis de Rojas de 1570,
dentro de un complejo semiurbano con plazas enlosadas y
tres bohíos, eran "tan capaces que podían alojarse en cada
uno con comodidad 300 soldados y de ahí para arriba, por-
que eran aposentos de su rey, en que vivían él en el uno, y
en los dos, sus hijos, mujer principal y concubinas" (SIM6N,
1981-82, VI, 14).
En Turbaco había algunas casas suntuosas, mayores que
las otras, para señores principales, con estacadas al frente y
postes con cabezas-trofeos (OVIEoo Y VAt.oÉ.s, 1959, III, 148).
En la Sabana de Bogotá, las casas de los caciques y seño-
res principales se distinguían de las demás, "porque son a
manera de alcázares, con muchas cercas alrededor, de mane-
ra que acá suelen pintar el laberinto de Troya. Tienen gran-
des patios, las casas de muy grandes molduras y de bulto, y
también pinturas por todas ellas" (J. DE QUESADA: CuERVO,
1892, II, 212; J. DE t.A EsPADA, 1889, 98; FRIEoE, 1960, NR, 265).
Los oficiales reales Juan de San Martín y Antonio de Lebrija,
son contestes: "Le hallamos [al cacique de Bogotá] una casa
de su aposento que, para ser de paja, se podría tener por
una de las mejores que se han visto en Indias" (FRIEDE,
1960, NR, 184).
Autores posteriores refiriéndose a la casa del zaque de
Tunja dicen que
aniquiló las fábricas pasadas.
(CASTELLANOS, 1955, IV, 195);

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VIlt. ALTA JERARQUÍA POLfTICA 0 RELIGIOSA 95

el cercado, "no era menos vistoso que el de Bogotá, aunque


de maderas y cañas ... " (AGuADo, 1956, I, 286).
La casa del cacique Petecuy de Cali (aunque el pasaje
no es muy claro y puede referirse a una construcción vecina
que tendría el carácter de adoratorio o templo), era de ma-
dera, "muy alta y redonda, con una puerta en el medio; en
lo alto della había cuatro ventanas por donde entraba clari-
dad; la cobertura era de paja". Allí había en orden puestas
en una mesa las momias de enemigos muertos (CmzA, 1947,
U, 379-38:0).
En Pozo, "los señores y principales tienen muy grandes
casas, redondas, muy altas ... , (CIEzA, 1947, II, 372).
Los <Caciques de la provincia de Azogues en los Andes
ecuatoriaies tenían casas que se distinguían de las comunes y
de tabiqu.e, porque eran grandes y cuadradas "y tienen enci-
ma de las dichas casas hechas de madera y cubiertas de paja,
las que llaman los indios rinriyuc huasi, que quiere decir
"casa con orejas"; y esto es por grandeza, que solos los caci-
ques las hacen de esta suerte; son de barro y madera, a ma-
nera de tabique, como digo; y no las hacen de otra manera,
porque es;te es su antiquísimo edificar; y esto es generalmente
en toda la provincia de los cañares" (J. DE LA EsPADA, 1897,
III, 176; - , 1965, II, 278; HANKE, 1978, II, 174).
Las casas de los curacas o caciques entre los cayapas de
Esmeraldas a fines del siglo XVI, se distinguían por ser - en
vez de bahareque- de las llamadas barbacoas, de 510 palos
hincados a estadio y medio; en el centro tenían dos postes
más altos. para recibir el techo (RIVERA DoRADo, 1978, 553).
Las casas de los caciques collaguas de Arequipa eran
mayores que las de sus súbditos y se distinguían por esto y
porque les echaban mucha paja en el techo (J. DE LA EsPADA,
1885,11, 47; -,1965, 1, 332).

Casas de piaches.
Pocos detalles se han conservado sobre la diferencia entre
las casas de los shamanes o piaches y las del resto de los in-

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96 HISTORIA DE LA CULTO:RA MATERIAL

dios. Solamente se sabe que quedaban aisladas de las demás,


a veces en lugares apartados, como los ogques o jeques muis-
cas, lo hacían en las casas de reclusi6n llamadas cucas. Des-
pués de pasado el aprendizaje, se le hacía otra casa cerca del
templo o en el campo (SIM6N, 1981-1982, 111, 383-384).

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CAPíTULO IX

VIVIENDA PARA SITUACIONES ESPECIALES


DEL SUBSTRATO

A} VIVIENDAS SUSPENDIDAS SOBRE EL SUBSTRATO

L a característica principal de este tipo de vivienda con-


siste en que el piso está sostenido encima del nivel del suelo
y principalmente del agua, a veces a varios metros de altura,
mediante pilotes o maderos muertos o sobre árboles vivos.
L as principales variantes conocidas en la parte de Amé-
rica a que se contrae esta investigaci6n, obedecen a diferentes
motivaciotOcs, que podrían reducirse a tres: a) ecol6gicas:
1) aislarsce del agua permanente (lagos, ciénagas); o de las
crecientes recurrentes de ríos o quebradas; o de suelos excesi-
vamente húmrdns; b) biológicas: 2) protegerse del ataque de
insectos o de animales prcdatores; e) sociales y culturales:
3) defensa contra ataques sorpresivos de enemigos.
A veces todas estas motivaciones coexistieron en el espa-
cio, o s6la dos de ellas.

ECOLóGJC A.S:

l) A islamicnto del agua pcrmatJcntc: palafitos.

Se tratta ele construcciones lacustres permanentes o pala-


fitos. La ft>alabra es de origen italiano (palafitta) y el siste-
ma conoc:ido desde la antigüedad en el Viejo Mundo, con

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98 HJSTORIA DE Lll CULTURA MATERIAL

amplia distribuci6n en todos los continentes (Enc-icl. ltal.,


1935, XXV, 938-942).
Entre los siboneyes de Cuba los vio Pánfilo de Narváez
(FRANKOWSKI, 1918, 62; ÁLVAREZ CoNDE, 1956, 52-53). Tam-
bién hubo casas sobre pilotes en Puerto Rico (ABBAD, 1959,
24-25, 112-113, 185, 201).
Américo Vespucio dice que en el golfo de Paria se hal16
una poblaci6n con 20 casas sobre las aguas como en Venecia,
"construídas a modo de campanas [ ... ] y fundadas sobre
s6lidas y fuertes estacas, delante de cuyos portales había unos
como puentes levadizos, por los cuales se pasaba de unas a
otras, cual si fueran una calzada solidísima" (NAVARRETE
(1955), 1964, II, 139).
Predominaban en el lago de Maracaibo. Sobre la banda
oriental vio Alonso de Ojeda a fines de agosto de 1499 una
gran poblaci6n "las casas que la formaban, fundadas artifi-
ciosamente en el agua sobre estacas hincadas en el fondo y
comunicándose de unas a otras con canoas" (NAVARRETE,
1964, II, 19-20).
Cuando Ambrosio Alfínger ruzo su expedici6n a Valle-
dupar, utiliz6 como cabeza de puente la banda occidental del
lago, donde abundaban los naturales, establecidos tanto en
la tierra como sobre el agua: "Las casas de los que tienen sus
habitaciones en este lago son en esta manera: que mediante
la industria de que la naturaleza les provey6 como a las de-
más gentes, tuvieron tal arte y modo que hincando en el
propio lago ciertos maderos o palos gruesos por su orden y
concierto, encima de ellos fabrican sus casas y moradas en tal
forma que habitan en ellas sin que el agua del lago ni la del
cielo les dañe ni sea muy perjudicial; y para el servicio y pro-
visi6n de lo que de la tierra han menester, usan de aquél
género de bateles o esquifes que tan general es en las Indias,
llamados canoas" (AcuAno, 1918, I, 39; -, 1957, III, 40). Al
regreso de la gente derrotada de Allinger al mando de Este-
ban Martín, en el dédalo de caños que caen por el sur a la
laguna de Maracaibo, hallaron casas sobre pilotes de los güe-
rigueríes (OviEDO Y VALDÉs, 1959, III, 28, 29). En 1564 el pre-

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rx. VIVLE.NDA PARA SITUACIONES ESPECIALES 99

sidente Venero de Leyva informaba sobre lo mismo a la


corona (FRIEoE, 1975, V, 224), y al año siguiente de 1565, el
licenciado Cepeda del Nuevo Reino, de visita en Cartagena
escribía, refiriéndose a los indios pescadores que vivían en
palafitos en la laguna de Maracaibo, ricos de la contratación
de pescado: "Estos indios pescadores de la laguna no saben
andar un paso por tierra ni la andan. Y de la continuación y
postura que traen andando en sus canoas y bogándolas tienen
uno de los pies sobre que andan sentados, como sapos"
(ibid., 271).
Entre los indígenas que usaban este tipo de vivienda le-
vantada sobre puntales y "palmas muy fuertes", estaban los
onotos que edificaban "sobre barbacoas e buhíos de madera
altos, que debajo dellos andan e pasan canoas" (OVIEDo Y
VALDÉs, 1959, III, 8; 30-31; ARELLANO MoRENO, 1950, 26; 159;
-, 1964, 7; 205, 207; NEcTARIO MAlÚA, 1959, 494), y los que-
riqueríes (ibid., 510).
Otras particularidades sobre lo mismo da un testigo
presencial:
Dentro [del lago] tienen los indios su cultura
de casas fuertemente fabricadas
sobre las barbacoas, con estantes
hincados en las aguas circunstantes.
Son estas barbacoas soberados
para su defensi6n ingeniosos,
por suelo palos gruesos apretados
con yedras o bejucos correosos;
allf tienen tugurios bien formados,
y viven regalados y viciosos
con la fertilidad de pesquería
que les sirve también de granjería.
Ofensa suele ser del enemigo
aquella sobredicha compostura,
y están las barbacoas que ya digo
las más a dos estados de fondura;
agua les es refugio y es abrigo,
y hace su morada más segura:
allí hacen mercados, ponen tiendas
y contratan sus bienes y haciendas ...
. . . debajo de las cuales [barbacoas] hay canoas,

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lOO HJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

o navíos que tienen diputados,


con que se mandan hombres y mujeres
y se sirven en todos menesteres
(CASTELLANOS, 1955, JI, 14-15, 16).

En una albufera o divertículo del mismo lago donde


moraban los indios aliles, a los cuales derrotó Francisco de
Casares, quemando el pueblo en 1581,
Dieron en un compás como laguna
de tres leguas o más de circuito,
dentro la cual vieron en entrando
gran número de casas blanqueando
compuestas sobre fuertes talanqueras,
que hacen más difícil su conquista;
las paredes guarnidas con esteras,
que causaban de lejos bella vista¡
y no tan sin defensa las fronteras,
que gran fuerza de gente no resista;
y antes dd dicho pueblo grande trecho
los rodea palenque muy bien hecho ...
( l bid., II, 261; 261-263).

Una referencia posterior indica que los pilares eran cua-


tro, y había escaleras adosadas para subir al tablado o piso
(VAReAs MAcHUcA, 1599, 157; -, 1892, JI, 143). (Fig. 8].
También se construyeron palafitos en el delta del Ori-
noco, habitado por Jos indios guaraúnos o warraus (ÜRAMAS,
1948, 280). Cuenta un misionero : " ... sobre estacas y made-
ros sumcrgídos por entre el cieno, hasta que dan sus puntas
en suelo firme, levanten en el aire y sobre el agua sus casas,
calles y plaza ( ... ) puestas todas las estacas necesarias tan
altas, que ni las mareas del tiempo de las crecientes del Ori-
noco las cubran ( ;) arriman y clavan, arrimados a las dichas
estacas, los maderos necesarios, con la altura competente para
levantar sus casas; y esto así prevenido van poniendo atravc-
saños y enmaderados, desde unas a otras estacadas, y sobre
estos enmaderados forman un tablado general a todo el pue-
blo, del duro tronco o cascarón de las palmas que ya han

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lX. VIVIENDA PARA SITUACIONES ESPECIALES 101

Fig. 8. Para pedir a perpetuidad una concesión de tierras alrededor


del lago de Maracaibo, hacia 1575 el español Diego Sánchez de Soto-
mayor elevó una solicitud que contenía la descripción del área, y
algunas figuras y dibujos, entre los cuales figura éste de una
construcción palafítica y unas armas. (Tomado de Breron, MAN,
1921, XXI, 9-12; 10).

disfrutado ... " (GuMILLA, 1955, 102-103). Dicha palma es la


moriche o murichi, Mauritia fl~xuo.ra, y habla el misionero
del cascarón, pues la hienden para extraer la médula de que
preparan un alimento farináceo.
Con muy pocas variaciones, este sistema de construcción
y los mismos materiales se usaban en el siglo pasado (Mx-
CHELENA Y Ro¡As, 1867, 148-151; APPUN, 1961, 431.-432) y se
continúan usando por los relictos de la población estuarina
en la actualidad (SuÁREz, 1968, 17-30; SurroN, 1930).
En su descripción del Mar Dulce o Amazonas, el geó-
grafo Enciso se refiere a las casas palafíticas. "Estos fazen
casas con sobrados, y duermen y están en los sobrados, y lo de
debaxo déjanlo abierto" (ENciso, 1948, 204; - , 1974, 251).

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102 HJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Antiguamente había palafitos en la costa del Pacífico de


Costa Rica (río Térraba) (LoTHROP, 1963, 13, 15), y todavía
hoy se encuentran entre los mísquitos del lado atlántico
(KJu:cKEBERC, 1946, 357).
Viviendas de este tipo se usan en la Ciénaga Grande de
Santa Marta y en la laguna de Sinamaica, Guajira venezo-
lana (véase numeral 3) de este capítulo).

2) Aislamiento de suelos excesivamente húmedos.


El tipo de vivienda sobre pilotes llamados "barbacoa"
por algunos, estuvo desde luego más difundido que el verda-
dero palafito. No sólo se hallaba a orillas de ríos caudalosos
con crecientes más o menos recurrentes, sino en tierras que-
bradas y aun abruptas, pero lluviosas, donde el suelo está
permanentemente húmedo.
De él se conocen noticias tempranas concernientes a la
cuenca del río Atrato y sus tributarios y al Urabá.
Cuenta el cronista Fernández de Oviedo, residente en
Santa María la Antigua del Darién, que durante la expedi-
ción de Balboa por el Atrato en 1510 se hallaron casas sobre
pilotes de palma, algunas hasta con 50 o 60, con escaleras
de bejuco, las canoas debajo; eran casi inexpugnables (Ovm-
oo Y VALDÉs, 1959, III, 210). También en la entrada hecha
en 1517 Atrato arriba, por el factor Juan de Tavira, que se
ahogó en esa jornada, se hallaron "muchas poblaciones en
barbacoas o casas muy altas, fechas y armadas sobre postes
de palmas negras, fortísimas e cuasi inexpugnables, a causa
del sit.io e riberas grandes donde están fundadas, e por la for-
ma e edificio de ellas son invencibles mucho más de lo que
sin verlas se puede considerar, e viéndolas, es cosa mucho
de admirar". Los españoles no pudieron tomar una de ellas
donde estaban fortificados los indios, sino cuando éstos la
abandonaron subrepticiamente, y era de tal magnitud, que
cupieron todos allí, aunque eran más de 200 expedicionarios
(Ovmno Y VALDÉs, 1959, III, 247). Se h acían a veces sobre

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IX. VIVTENDA PARA SITUACIONES .&SPECIAL.ES 103

aguas estagnantes (ibid., 210), como en Abraima y Teruy


(ibid., 243, 317).
Perteneciente también a la misma cuenca del Atrato era
la región de Tatabe, de la cual dice un cronista: "Tienen
armadas sus casas sobre árboles muy crescidos, hechas de
muchos horcones altos y muy gruesos, y tiene cada una más
de doscientos dellos; y la varaz6n es de no menos grandeza;
la cobija que tienen estas tao grandes casas es hojas de palma.
En cada una dellas viven muchos moradores con sus mujeres
y hijos" (CIEzA: VEDIA, 1947, li, 365). Hay alguna ambigüe-
dad sobre si se trata de árboles vivos o muertos. Esto último
parece más lógico, por el número de estantillos.
Los primeros españoles que exploraron la costa del Pa-
cífico hallaron frente a la isla del Gallo, viviendas sobre pilo-
_tes, coexistiendo con las arbóreas (véase adelante) (.ANDAGo-
YA: Cunvo, 1892, II, 120).
Juan de Ladrillero, en su expedición desde Cali hasta
el Pacífjco, quizá por la cuenca del río Garrapatas, halló
tribus
que en barbacoas hacen su cultura,
de donde cada cual se ddendia,
y cuando más no puede se hufa
(CASTELWI.NOS, 1955, UI, 365).

De Toro dice Guillén que existían tanto las "casas


hechas encima de los árboles y otras casas muy altas que
hacen que !Jaman barbacoas muy altas del suelo, por ser
tierra húmeda y enferma" (RGNG, 316).
Estas construcciones eran típicas de la costa ecuatoriana
hasta Puerto Viejo (CoREAL, 1722 Arnst., I, 285; -, 1722,
París, I, 257-258), y en el siglo XVIII entre los yurumanguíes :
"las casas son fundadas sobre unos maderos, y los lados están
a todos los vientos'' (JIJÓN Y CAAMAÑo, 1945-1947, IV, 498;
RrvET: JSAP, 1947, 6; ÜRTIZ, S. E., 1954, 196; ARciLA RoBLE-
DO, 1950, 63).

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104 H ISTORIA DE LA CULTUllA MATERIAL

Bajando de la cordillera de Túquerres se llegaba a San


Pablo, camino de Barbacoas: "De aquí para adelante cada
jornada tiene su tambo para arranchar los pasajeros con su
tablado alto del suelo, porque abajo no se puede estar, porque
está todo mojado y lleno de lodo siempre". Este dato es de
1750-60 (SERRA, 1956, II, 102).
Correspondiente a la provincia de Esmeraldas es una
relación de 1577: "desde el río San }hoan ... (¿Patía?] hasta
el de Santiago, junto a la isla del Gallo, y más de treinta
leguas la tierra adentro, tienen los naturales sus casas y
moradas en barbacoas, altas del suelo, casi dos estados, por
huír de la humedad de la tierra (se acaban muchos por re-
tirarse adentro y dormir en la humedad) ... " (CABELLO BAL-
BoA, 1945, 1, 8). Esto se repite a principios del siglo XIX
(M.ELLET, 1823, 220).
El pirata Dampier que a fines del siglo XVII estuvo en
varios parajes de la costa occidental, habla del pueblo de la
isla de Puná, frente a la desembocadura del río Guayas;
constaba entonces de 20 casas sobre pilotes, con escalera para
subir, y techadas con hojas de palma. Asegura que ese tipo
de casas sólo lo vio en Malaya (DAMPIER, 1927, 109).
En varios ríos de Guayana y Surinam se usaron casas so-
bre pilotes por algunas tribus indígenas. Así los tibitibes del
Esequibo (V ÁzQUEZ DE EsPINOSA, 1948, 61-62); en Demerara
se ponían sobre postes de dos y tres pies de alto (ScHoMBURCK,
1922, I, 28). Aun en nuestros días en Oropuche de Trini-
dad, las más de las casas se hacen sobre pilotes (NIEHOFF,
1960, 25).
En Chinchipe había casas de paja sobre horcones (J. DE
LA EsPADA, 1897, IV, XLVII). Algunos indígenas quijos del
Ecuador oriental hacen casas sobre pilotes; el viento circula
libremente por debajo (ÜBE.REM, vol. cit. 126).
En cuanto a la defensa contra las inundaciones, en los
Llanos orientales hay noticias del uso de viviendas sobre pi-
lotes con aquel propósito. Cuando la gente de Sedeño penetró
tierra adentro, comprobó que

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IX. VlVlENOA PAR.\ SITCACIONES ESPECIALES 105

También cuando las aguas son molestas


y los campos inundan avenidas,
viven en barbacoas bien compuestas
encima de los árboles tejidas,
y en mil vasijas, calabazos, cestas,
guardan aquellas míseras comidas ...
(CASTELLANOS, 1955, I, 538).

En este caso, aunque dice que "encima de árboles", pue-


den referirse a los palafitos y semipalafitos como los de los
guaraúnos, que se mencionaron atrás.
Un documento de 1770 describe unas de estas viviendas
en la loma de Tamaradó del A trato: "Porque como es cos-
tumbre en todo el Chocó fabricar las casas sobre barbacoas
con estantes de quiebracha [ ?] y pijiguay [Astrocaryum
standlcyanum] que resiste mucho la humedad (dejándolas
todo lo alto del terreno que se quiere) salvan así la creciente,
bien que esta ha habido año de subir en La Vigía cerca de
siete varas" (JrMÉNEZ DoNozo: ÜRTECA RICAURTE, 1954, 240).
Los estantes se hacían de guayacán [¿Minquartia?] y choivá
(Dipteryx pauamensis (PITTIER) Record & Mili.). Algunos
tenían medio palmo de grueso y seis varas de largo (ibid.,
223). Los suelos, paredes y entarimados eran de palma barri-
gona hendida (Triartea ucntricosa] (ibid., 223).

BIOLÓGICAS:

3) Protección contra insectos hematófagos.


En ciertas áreas americanas son particularmente abun-
dantes los zancudos (Auopheles, Culex) o los jejenes (Simú-
lidos) o ambos, que se convierten en suplicio inaguantable.
Tal ocurría en las márgenes del lago de Maracaibo ( véa-
se atrás), y por esto allí se hacían viviendas sobre pilotes,
a orillas del lago o de los ríos. En la época en que el Olonés
asaltó y tomó a Maracaibo (1665), se comprobó la eficacia
de este tipo de construcción para precaverse de mosquitos

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106 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

e inundaciones (ExQUEMELING, 1945, 101). Lo mismo ocurre


en la actualidad entre los guajiros de Sinamaica, Guajira ve-
nezolana (JAHN, 1927, 120; 192-194; WAGNF.R, 1980, 17-20, 23).
Quizá igual motivación, aunque no aparezca consignado
en las referencias, guió a los nativos de la costa de Cumaná,
que en la época de los viajes de Niño y Guerra (postri-
merías del siglo xv), usaban casas sobre pilotes (NAVARRETE,
(1955), 1964, II, 139; ARciLA FARi'\S, 1946, 43). Como esta
región es seca, la presencia de pilotes no se justificaba para
c.lefensa contra la humedad.

3-A Protección preventiva de ataque de predatores.


Para evitar las acometidas de los tigres usaban en el río
Guayas barbacoas, "puestas en cuatro cañas de las grandes,
en cuadro, tan gruesas como un muslo y muy altas, hin-
cadas en el suelo; tienen su escalera angosta, por donde su-
ben a la barbacoa o cañizo donde tienen su cama y un toldi-
llo para guarecerse de los mosquitos; aquí duermen por
miedo de los tigres .. . " (LIZÁRRACA, 1946, 27; -, 1968, 6).

SOCIALES Y CULTURALES:

4) Defensa contra ataques sorpresivos de enemigos.


Estas viviendas arborícolas en que se usaban fustes vivos
y no pilares muertos, y que por eso se pudiera llamar dendroi-
cas, se hallaron en la parte occidental de Su.r América, entre
Panamá y la línea ecuatorial por la costa del Pacífico, así
como en la cuenca del río Atrato. Aunque la defensa contra
enemigos parece haber sido la principal motivación, esto no
descarta que simultáneamente se tuviera en cuenta evitar
insectos hematófagos y fieras.
La primera observación consignada se debe a Cristóbal
Col6n. El 17 de diciembre de 1503, en el puerto de Huiva,
costa norte del istmo de Panamá, vio el Almirante "que aque-

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1)(. VIVI"ENDA PARA SITUACIONES .ESPECIALES 107

lla gente habitaba en las copas de los árboles, como pájaros;


y habían atravesado de una rama a otra algunos palos, fabri-
cando allí sus cabañas, que así pueden llamarse mejor que
casas. Aunque no sabíamos el motivo de esta novedad, juz-
gamos que se debiese al miedo de los grifos ( ?) que hay
en aquel país, o a los enemigos, porque en toda aquella costa,
c.le una legua a la otra, hay grandes enemistades" (CoL6N,
H., 1947, 291-292).
Las primeras entradas de Balboa (1512-1515) y sus te-
nientes (1517), por el Atrato y tributarios, revelaron la exis-
tencia de estas viviendas, situadas a tal altura sobre el suelo,
que ni aun el hombre más robusto las alcanzaría tirando una
piedra. Las ramas de varios árboles contiguos se unían entre
sí por medio de vigas o soleras, sobre las cuales se levantaban
las viviendas. S6lo la chicha se dejaba abajo, para que no se
vertiera o enturbiara si algún ventarr6n sacudía el conjunto
(ANGLERÍA, 1944, 151-152). El acceso se efectuaba por medio
Je escaleras lcvac.lizas adosadas a los troncos soportantes.
La vivienda del cacique Abibeiba la describe un autor
con más detalles, al referirse a la expedici6n de Balboa, ya
mencionada: "Que por ser regi6n lagunosa y que cubrían las
aguas la tierra, tenían sus casas donc.le moraban sobre árboles
grandísimos y altísimos, nueva y nunca oída vivienda; sobre
aquellos árboles hacían sus casas y aposentos de madera, tan
fuertes y con tantos complimientos, cámaras y retretes, donde
vivían padres, mujeres y hijos y su parentela, como si las
hicieran en el suelo sobre la tierra fija. Tenían sus escaleras,
y dos comúnmente, una que llegaba aJ medio del árbol, y la
otra del medio hasta la puerta; estas escaleras eran de una
sola caña hechas, partidas por medio, porque las cañas son
allí más que el gordor de un [muslo de] de un hombre
gruesas 1 y eran levadizas, que las levantaban de noche, y ca-
da y cuando que querían y estaban seguros de hombres y bes-
tias y tigres, que hay por allí hartos, durmiendo a sueño suelto.

1 Guadua spp.

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108 HJSTOIUA DE LA CULTURA MAT.EJUAL

Todos los mantenimientos tenían arriba consigo, sino s6lo


los vinos que asentaban en sus vasijas abajo en el suelo, por-
que no se les enturbiasen; porque, aunque por la grande altura
de los árboles, con los vientos que hace, las casas no se pueden
caer, menéanse, pero, y con tal movimiento, el vino se les
enturbiaría, y por esto lo tienen, como se dijo, en el suelo, y
al tiempo de su comida o cena de los señores, unos muchachos
estaban tan diestros en descender e subir con ello, que no
tardaban más que si lo sirvieran del aparador de la mesa"
(CAsAs, 1951, II, 579). Amenazando Balboa a Abibeyba que
cortaría los árboles, y empezándolo a poner por obra, el caci-
que se rindi6, y los españoles entraron al despojo (ibid.,
579-580).
Pocos años después, en 1536, cuando la entrada de Pedro
de Heredia al Dabaibe:
En panes montuosas y no rasas,
pero los bajos limpios y sin ramas,
ven infinitos rastros, no ven casas,
ni señales de ranchos ni de camas;
olor cierto de humos y de brasas,
sin que pudiesen divisar las llamas;
alzan los ojos, miran al desgaire,
y viendo que viv{an en el aire.

Porque tenían sus casillas hechas


encima de los árboles y plantas:
eran gente de déb.les cosechas
sin uso de vestidos ni de mantas,
proveídos de dardos y de flechas;
su común caza báquiras y dantas,
sus tractos son por ríos en canoas
y viven en aquellas barbacoas
(CASTELLANOS, 1955, 1H, 110).

Los indígenas repelieron a los españoles echándoles agua


caliente, con lo que éstos desistieron de su empeño.
Refiriéndose al Atrato dice el fundador de Santa María
que en sus anegadizos viven muchos indios "y tienen las casas

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IX. VlVLENDA PARA SITUACIONES ESPEC IALES 109

y las habitaciones encima de los árboles, porque debaxo es


todo agua; y viven de pescadores" (ENciso, 1974, 276).
En la expedición de Juan de Vadillo por la misma ruta
en 1537-1538, ya acercándose a la serranía de Nore, vieron
los españoles
Porque tenían casas fabricadas,
altas del suelo hasta seis estados,
encima de los árboles fundadas,
sobre fonalecidos soberados,
con vigas bien compuestas y trabadas,
por barrios unos de otros separados,
según hallaban estos moradores
los úboles más gruesos y mejores.
No selva que podamos decir densa.
ant:s el suelo limpio y escombratlo,
donde su morador rústico picnsn
valerse por estar encaramado:
tienen pertrechos para su defensa,
y el alto por lugn.res horadado,
para que por allí contrarios miren
y con las armns ofens:vas tiren.
Dicen tener aquestas poblaciones
para se defender de las estrañas
gentes, y tigres, osos y leones,
que crían estas 3~peras montañas,
y por otras algunns oc:~siones
no fundan en el suelo sus cabañas
(CASTF.U.ANOS, 111, 157 158)

Otro autor dice que era pma nefenderse de unos indios


de baja estatura y barbados, salteadores nocturnos (ÜVIEDO Y
VALDÉs, 1959, III, 167). Como en ocac;i6n anterior, al princi-
pio los indígenas repelieron el ataque de los intrusos, con
carbones encendidos, a~a caliente y piedras, lo que está bien
logrado en la lámina de Benzonj, aunque quizá no se refiera
concretamente a este episodio; pero por los impactos físicos
de los arcabuces y ballestas y el efecto psicológico que causa-
ban, el cacique de Nore se rind ió, no sin antes prender fuego
a su morada. [Fig. 9].

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110 HISTOIUA DE LA CULTUM MATE.RJ AL

COME GL'INDIANI VIVONO SOPRA GLl ARBORl

Fig. 9. H abitantes de una vivienda arborfcola rechazan con agua


hirviendo, tizones encendidos y piedras a los españoles (algunos ya
heridos o muertos), que tratan de derribar el ~rbol de sostén.

Esta vivienda, predominante en Tatabe, como se ha visto


en la cita inicial de Cieza, integrante de la expedición de
Vadillo, también se usaba en Cima o Sima, en el divorcio
de aguas Atrato.-San Juan, así como en varias partes de la
costa occidental (CIEzA: VEDIA, 1947, II, 378; -, 1884, 19).
Igualmente las hallaron algunos capitanes de Andrés de
Valdivia antes de que hacia 1572 se le ordenara por la Au~
diencia a dicho conquistador abandonar el área de la antigua
Santa Fe de Antioquia y San Juan de Rodas, que no entraban
en SU gobernaciÓn (CASTELLANOS, 1955, IJf, 620).
Pascual de Andagoya afirma que en Barbacoas, cuyo
nombre perdura hasta hoy, "la tierra adentro, en el paraje de
la isla del Gallo hay cierta provincia de ríos muy poblados
que las casas son fortalezas armadas en alto sobre árboles o
sobre pilares de madera muy altos, y habitan en lo más alto
con escalera levadiza ... " (ANDAGOYA: CUERVO, 1892, II, 120).

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IX. VfVlF.NDA PARA SITUACIONES ESPECIALES 111

Llegaban hasta la línea ecuatorial. Los españoles que


acompañaron a Francisco Pizarro en su viaje de conquista al
Perú en 1531, comprobaron cerca a Cancebí, tierra adentro
(5-7 leguas al sur de la bahía de San Mateo), que los indios
de una ranchería, "tenían sus casas encima de árboles altos
como nidos de cigueñas, y cherriaban como gatos monos ... "
(TRUJlLLO, 1948, 46). Lo mismo asegura el piloto Juan Cabe-
zas (Ovu:oo Y VALDÉs, 1959, V, 96).
Al sur de Buenaventura todavía existían en los siglos
xvu y xvm; eran largas y amplias como torrecillas (CoREAL,
1722, I, 285). Ejemplo Yurumanguí (J. Y CAAMAÑO, 1945-1947,
IV, 498; RIVET: JSAP, 1947, 6).

El tipo de vivienda arborícola desapareció, subsistiendo


en cambio la casa sobre pilotes de maderos muertos. Si el
carácter inexpugnable de las primeras pudo ser verdadero
en la época pre-hispánica, porque ninguna tribu rival dispo-
nía de los avances tecnológicos suficientes para reducirlas,
no pasó lo mismo con los europeos, poseedores de h achas y
serruchos de acero para apear árboles, armas de largo alcance,
como las ballestas y después los arcabuces, y mentalidad libre
de escrúpulos. Entonces no quedaban motivos para compensar
el trabajo de fabricar estos alminares arbóreos, que debieron
requerir un esfuerzo grande. La misma huída se hacía difícil
a causa de la altura.
Esto no ocurrió con la casa de pilotes, más fácil de cons-
truír y de abandonar en un momento de apremio. Perdura
hasta hoy en la cuenca del Atrato y en la costa del Pacífico.

B) VIVIENDAS FLOTANTES.

Una modalidad en la cual el sustrato es el agua, cons-


tituye respuesta a condiciones muy particulares del hábitat.
Se trata de las viviendas flotantes, que por su misma natura-
leza no pueden ser perdurables. Las ha habido en Irlanda
(Crannoges), en forma de islas de madera sobre bancos de

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112 HI STORIA DE LA CULTURA MATERIAL

madera o barro, y sobre masas de papiros en algunos ríos


africanos. De ellas se registran en América algunos ejemplos,
todos con la característica de ser una adaptaci6n de la balsa
o jangada para transporte.
Durante la expedición de Hernán Pérez de Quesada a la
región del lago de Tinjacá (1539), los nativos trataron de
eludir, sin conseguirlo, el ataque de los españoles, refugián-
dose en chozas de enea flotantes (AGUADO, 1956, I, 344). Quizá
se trata de algo circunstancial, porque no se han conocido
otras en el área. Los muiscas sabían hacer y usar balsas de enea.
Menos efímeras son las viviendas construídas sobre pa-
los de balso en !quitos, Amazonas. Estas balsas-viviendas
están atracadas, constituyendo barrios periféricos, con un
desarrollo integral de la vida familiar, pues existen allí hasta
corrales para mantener animales domésticos de pequeña
talla (SACRISTE, 1968, 58). Caso similar se conoce en Belem
del Pará.
En la hoya del río Guayas, desde Guayaquil hasta Baba-
hoyo, estas vi\'iendas flotantes están reseñadas por el cabildo
de la ciudad primeramente mencionada desde 1748. La cons-
trucci6n de muelles de cemento en el decenio 1935-1945 acab6
con ellas (NuRNBERG et al, 1982, 198; 212-219).
Del mismo modo, es relativamente regular la vida en
chozas de enea usadas por los uros del lago Titicaca (SACRISTE,
op. cit., 83).

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CAPfTULO X

VIVIENDAS F AMILlARES
SOBRE LA SUPERFICIE TERRESTRE

La vivienda más común fue desde luego la que se cons-


truye sobre la superficie del suelo, con o sin el tratamiento
de nivelaci6n, relleno o relevamiento que se estudi6 en el
capítulo VI, literal a).

Puerto Rico.
Los indígenas de Puerto Rico "en varias cosas, como
en Jos edeficios de casas y camas ( ... ) eran muy semejantes"
a los de la Española (ÜVIEDO Y VALDÉs, 1959, 11, 107).

Cuba.
A fines de octubre de 1492 estuvo Col6n en la costa norte
de Cuba y envi6 al interior dos españoles para explorar. Ellos
regresaron a la costa el 5 cle noviembre, después de penetrar
doce leguas, diciendo que "habían llegado a un poblado de
cincuenta casas muy grandes, todas de madera, cubiertas de
paja, hechas a modo de tiendas o alfaneques •, como las otras.
H abría allí hasta unos mil hogares, porque en una casa habi-
taban todos los de una familia ... '' (CoL6N, H ., 1947, 100).

• Alfaneque = "Recinto de tela que rodeaba las tiendas de los sultanes


de Marruecos" (CoRoMINAS, A-e, 111).

11

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114 HlSTORJA DE LA CULTURA MATERJAL

"Sus casas de la misma forma hechas que atrás [o sea


en la Española] quedan pintadas e relatado" ( ÜVIEDo Y V AL-
oÉs, 1959, II, 116).

Santo Domingo.
"Los vecinos de esta isla Española y de estas islas concer-
canas y parte de Tierra Firme hacia la costa de Paria, y en
otras muchas partes, hacían sus casas de madera y de paja,
de la forma de una campana. Estas eran muy altas y muy
capaces, que moraban en cada una de ellas diez y más veci-
nos; hincaban los pa lo.s gruesos como la pierna y aun el
muslo en rededor, medio estado en el suelo y espeso, y todos
ellos veníanse a juntar en lo alto, donde los ataban con ciertas
correas como raíces, que arriba dijimos llamarse bejucos, la
media sílaba luenga; sobre aquellos primeros palos ponían
al través y cruzados otros muchos delgados y muy atados
con aquellas raíces, y de estas raíces y cortezas de árboles
teñidas con tinta negra, y otras desolladas que quedaban
blancas, hacían lazos y señales o follajes como pinturas por la
parte de dentro, que no parecía sino que eran de otra
hermosa y pintada materia. Otras adornaban con carrizos
mondados y muy blancos, que son unas cañas muy delgadas
y delicadas, y de ellos hacían sus labores y lazos muy gra-
ciosos, que pintaban o parecían pintadas las casas; por de
fuera cubríanlas de paja muy delgada y muy hermosa yodo-
rífera, que según arriba ya dijimos la había, que esto que
ya los ganados la han destruído en esta isla. Yo vide casa
de éstas, hecha de indios, que vendi6 un español a otro por
seiscientos castellanos o pesos de oro, que cada uno valía cua-
trocientos y cincuenta maravedís ( ... ) " (CAsAs, 1909, 113;
-, 1951, III, 146-147). Según otra fuente, eran bohíos redon-
dos de paja, con puerta chica para franquear la cual había
que encorvarse (CoL6N H., op. cit., 157). Pero quien durante
más tiempo pudo familiarizarse con los detalles de la vivienda
en Santo Domingo, por haber residido allí como alcaide de
la fortaleza de esa ciudad, desde 1533 hasta su muerte en 1557,

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X. VfVfENDAS PAMlLfARES 115

fue el historiador Oviedo. Describe dos tipos de casas nativas,


una circular, la llamada caney, con un poste central y varios
en círculo, y la cuadrangular de dos aguas, la preferida por
los caciques (Ovu:oo Y VALDÉs, 1959, I, 143-144, y fig.; LoVEN,
1935, 336-349). [Figs. 10-a y 10-b].

Fig. IO.a. Bohro circular o caney y vivienda cuadrada con portal o


zaguán, preferida por los caciques, los dos principales tipos de cons-
trucción en las Grandes Antillas en la época del descubrimiento.

A fines del siglo xvn (1699) todavía los campesinos do-


minicanos vivían en boh.íos de tablas de palma cubiertos de
hojas también de palma (RoDRÍGUEZ DEMORIZI, 1942, 1, 306),
y más adelante, en casas de madera cubiertas de yaguas (véase
el capítu lo sobre materiales) (SÁNCHEZ VALVERDE, 1947, 133).

Jamaica.
"Tienen las mismas casas de morada" [que en las demás
grandes Antillas 1 (OviEDo Y VALD.És, 1959, II, 186).

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Fig. lO·b . Series de viviendas similares a las de a, en Centro AmériC!l,


como fondo de la representación de juegos y diversiones de los indios
nicaragüenses (De Oviedo y Valdés, lám. 1, figs. 9 y 10; lám. XV,
figs. l y 2).

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X. VIVlENDAS FAMJLlAllES 117

Guadal u pe.
Las casas eran cuadradas y no redondas como en las otras
islas (CoLÓN, H., op. cit. 208). 1

Ticn·a Fi?·me.
Durante Ja expedición de Diego de Ordaz por el Orinoco,
a la altura de los primeros raudales que les atajaron el paso,
vieron los españoles un pueblo de 5 o 6 casas o buhíos "he-
chos a dos aguas, lo cual fue cosa nueva a los cristianos,
porque todos los que habían visto hasta entonces eran re-
dondos" (OVIEoo Y VALDÉs, 1959, Il, 396).
En Paria las vio Vespucio, cónicas y espaciosas pues eran
colectivas, aunque el número de habitantes parece exagerado
(NAVARRETE, 1964, II, 136; ALVARADO, 1945, 21).
En Cumaná y regiones circunvecinas, bien conocidas del
historiador cuyos datos se transcriben, "todos los pueblos de
toda esta Tierra Firme por esta parte y muchas leguas la tierra
dentro, tienen las casas muy buenas y bien hechas, pero de
madera y paja o cubiertas de hojas de palmas, por ser la
tierra muy felice e muy templada y las gentes moradores de
ella no buscar ni querer más de lo necesario" (CAsAS,
1909, 142).

T omyo ( 1578).
Los indígenas "No están poblados en pueblos formados
ni permanentes, antes bien, se mudan con facilidad de una
paree a otra ( ... ) Habitan en chozas muy pequeñas" (AllE-
LLANO MORENO, 1964, 148; -, 1950, 144).

Cartagena.
Al llegar los primeros españoles a Turbaco, hallaron bo-
híos de paja con el techo hasta el suelo; el pueblo fue que-
mado por los mismos indios (SERRANO Y SANZ, 1916, ll, 12).

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118 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En el siguiente caso, por informaciones casi seguramente


tomadas de Cieza, dice Las Casas que yendo de Cartagena
y Urabá hacia Popayán, "estaban inmensos pueblos de casas
muy grandes todas, muy altas, redondas, hech as de grandes
varas y vigas que comienzan desde abajo arriba, y en lo
alto fenece todo el enmaderamiento en un arco pequeño re-
dondo; la cobertura es de paja, como cuasi en todas estas
partes; dentro de las casas tienen much os apartados, donde
moran muchos vecinos y pasan de diez y aun quince, señal
de que no rifan • mucho unos con otros ... " (CASAs,
1909, 143).

Tolú (1560).
Los indígenas vivían en casas de paja (RGNG, 1983, 98).

Istmo.
En la costa de Veraguas, concretamente en el río Belén,
a imitación de las casas nativas, h izo el Almirante unas casas
de madera, cubiertas de hojas de palmeras, que nacen en la
playa, cuando pretendió establecerse allí. Este pueblo inci-
piente fue abandonado por hostilidad de los indios (CoLÓN,
H., 1947, 297).
Las casas del pueblo del cacique Tubanamá: "son de
madera, cubiertas y cerradas alrededor con paja o cañas de
maíz o hierbas resistentes de allí" (ANGLERÍA, op. cit., 220).
También en el istmo hubo otro tipo de casas: "Hay otra
manera de buhíos o casas, en Natá, redondos, como unos cha-
piteles muy altos, e son de mucho aposento e seguros, porque
el viento de la brisa, que allí corre m ucha parte del año
con mucho ímpeto, no los puede así coger como a los que
son cuadrados o de otra forma. Son de recia e buena madera,
e más hermosos de dentro que todas las maneras de casas que
se ha dicho. E ponen en la punta del chapitel una cosa de
barro cocido, a manera de candelero, y el cuello alto, y en
• Rifar = Reñir, pelear.

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X. VJVTENDAS FAMILIARES 119

la forma que está aqu í pintado (Lám. 10, figura 1°). La paja
con que se cubre es muy buena, e las cañas de las paredes,
gruesas, e por de fuera e de dentro forradas las paredes con
caña delgada, muy bien puesta e con muchos apartamientos"
(OVIEDO, 1959, III, 318) . [Fig. 11].
Los indios guaymíes en el siglo xvn moraban en casas de
planta circular cubiertas de palmicha grande (SERRANO Y SANZ,
1908, 95), cosa que persiste (Roaro, 1950, 81, 86), aunque con
la tendencia a variar hacia la planta rectangular, por la in-
fluencia de los habitantes de ascendencia española o afroanti-
llana (ARIAs PEÑA et al, 1981, 290-291).

Nicoya.
"Sus pueblos y numerosidad de vecinos eran grandes,
puesto que las casas no eran de piedra, sino de madera, muy
bien hechas y cubiertas de paja. Comúnmente donde la tierra
no es fría, todas las casas de los pueblos son de madera y paja
y en muchas partes las cubren de hojas de palma, porque
las hay tan anchas como una rodela y cuasi en partes como
una adarga; siempre los templos edificaban de piedra o de
adobes, por lo alto cubiertos de paja, puesto que no en todas,
pero en muchas partes" (CASAS, 1909, 138).

Hacia el interior.
Para seguir una secuencia geográfica en el estudio de la
vivienda hacia el interior del continente, se tomarán las
grandes cuencas hidrográficas como guías.

IIOYA DEL MAGDALENA.

Tenerife (1580).
Los indígenas estaban asentados en la pequeña llanura
entre el Magdalena y la serrezuela contigua. "Son las casas
hechas de madera y cobijadas de paja, a manera y traza de

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Fig. 11. Casa dpica de la regi6n panamefia de Natá, azotada por
recios vientos, dibujada por un testigo de la época de la conquista
(Oviedo y Valdés, lám. I, fig. 1).

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X. VIVI.ENDAS FAMILJAilF.S 121

pajares; de la cual madera y paja hay gran cantidad"


(RGNG, 149).
La relación de este año, es detallada sobre el particular:
"La forma de los pueblos es que cada pueblo está de: por sí
y reconoce sus tierras de por sí, y ellos se mudan de una par-
te a otra cuando les parece. Y ellos procuran de ponerse en
parte que estén ellos bien, a donde tenga n el agua cerca
y buenas tierras para hacer sus rozas. No tienen orden en
hacer calles ni concierto ninguno; cada uno hace su buhío
a donde le parece. La traza de los buhíos es al modo y hechu-
ra de los hornos de España ( ... ) " (ibid., 158) (véase el
procedimiento de construcción, capítulo IV, T merife).

Valledupar (1578).
En un documento descriptivo, se dice a propósito de los
indios, "que de su naturaleza no es gente política ni vive
en población fundada, sino como brutos animales en unos
boh íos, casitas de paja miserables ( ... ) chozas pajizas peque-
ñas" (RGNG, 195, 201).

Ocaña (1578).
"Los cuaJes naturales no viven en pueblos formados ni
t:n casas, sino en unas ramadillas muy ruines, las cuales
hacen y se mudan cada cosecha" (ibid., 218).
"Las casas de los indios son de vara en tierra, a manera
de chozas, aunque de cien pies, poco más o menos de largo
y veinte de ancho y algo enarcadas, y son muy fuertes y de
más dura que las otras" (RGNG, 246).

La Palma de los Colimas (1581).


Gutierre de Ovalle, alcalde de ese año, dice sobre el
particular lo siguiente : "hácenlas de vara en tierra, en forma
de cofres tumbados, al tas de estado y medio o dos; el largo
y ancho según la vecindad y familia que dentro se ha de re-
coger, con dos portezuelas a los extremos dellas para el en-

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122 HlSTOIUA D'E LA CULTURA MAT'E1UAL

trar y salir. Pueblan por las cuchillas y cumbres de las lomas


y por las medias laderas dellas, divididamente y lejos unos
de otros; pero donde el lugar y sus antojos se conciertan, se
congregan algunos barriezuelos de seis o siete vecinos, en
casas juntas, sin guardar concierto" (ibid., 252-253).
Mariquita (1560).
"La poblaz6n de Jos naturales es casas grandes de paja
y en cada una viven cinco o seis indios" (RGNG, 59).

lbagt4é.
La primera fundación de lbagué por Andrés López de
Galarza en 1550 se hizo donde aproximadamente queda hoy
la poblaci6n de Cajamarca. A tres leguas hacia el noroeste, o
sea sobre la misma cuenca del Bermellón en su parte alta,
estaba el pueblo indígena de Metaima, donde sus moradores
acogieron bien a los expedicionarios españoles. "Y lleván-
Jolos a sus propias casas los aposentaron en ellas, que eran
unos bohíos que com6nmente los españoles llaman caneyes,
por ser de Jiferente hechura que los demás, y ser las casas
de que usan Jos indios de tierras calientes, por la mayor
parte hechas de aquesta hechura: son de vara en tierra y no
muy anchos; tienen de largo a setenta, ochenta y a cien
pasos; son cubiertos de palmicha, o de hojas de bihaos, o
de paja o heno, que en tierra rasa se cría. En cada bohío de
estos vivía casi toda una familia o cognación, porque se
hallaba en cada casa de estas haber y morar de cincuenta
personas para arriba" (AcuAoo, 1916, 1, 625; -, 1956, 1, 486).
San Sebastián de la Plata (1560).
"Su habitación lde los indios 1 es en buhíos de paja co-
mo las demás" (RGNG, 35).
Area pijao.
Durante la campaña contra los pijaos en la época del
presidente Juan de Borja, a principios de 1607, iba con las

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X. VIVIENDAS I'AMil.IARES 123

fuerzas expedicionarias el cronista fr. Pedro Simón. El go-


bernador Antonio de Olalla, dejando debelada la provincia
de Amoyá, se trasladó a Chaparral, donde hizo talar 970 se-
menteras de maíz "y dejó quemadas 184 casas de buenos
edificios (aunque a su modo), pues eran de paredes de barro
y madera, casi del ancho de una tapia de las de las nuestras,
altas y blanqueadas de greda muy blanca" (SrMÓN, 1953, IX,
24; -, 1981-82, VI, 393).

CORDILLERA ORIEN'fAL

Bogotá (1538).
La impresión que causaron en los españoles las viviendas
indígenas en el sector de la sabana donde después se asentó
la capital del Nuevo Reino, aparece en los documentos de los
conquistadores. El primero, el mismo Quesada, dice en su
Epítome: "Las maneras de sus casas y edificios, aunque son
de madera y cubiertas de heno largo que allá hay, son de la
más extraña hechura y labor que se ha visto" (CUERvo, 1892,
II, 212; J. DE LA EsPADA, 1889, 98; FRIEDE, 1960, NR, 265). "Es
cosa mucho de ver" (OviEoo Y VALDÉs, 1959, 111, 110). Las
casas comunes eran de paja a dos aguas (ibid., 125).
Los oficiales reales Juan de San Martín y Antonio de
Lebrija en su relación al rey, dicen: "Los edificios son de
paja, muy grandes, en especial las casas de los señores, que
son cercadas de dos o tres cercas. La manera de los aposentos
es cosa mucho de ver, por ser de paja" (ibid., 197).
La relación anónima, al parecer de Antonio Cardozo,
confirma: "Hallaron un pueblo nuevo, que el señor que lla-
maban Bogotá había acabado de hacer; el cual pueblo era
muy hermoso de pocas casas y muy grandes, de paja muy
bien lnbrada; las cuales casas estaban muy bien cercadas de
una cerca de haces de cañas, por muy gentil arte obradas.
Tenía 10 o 12 puertas con muchas vueltas de muralla en ca-
da puerta. Era cercado el pueblo de dos cercas. Tenía entre

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124 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

cerca y cerca muy gran plaza, y entre las casas tenía otra
muy hermosa plaza. Una casa de ellas estaba llena de tasajos
de venados, curados sin sal" (ibid., 235).
El destino ulterior de esas construcciones no se conoce.
En 1624 ya no había rastro de ellas (SIMÓN, 1981-1982, III, 188).
Para la fundación oficial de Bogotá en 1539, los españoles man-
daron a hacer a los indios bohíos "de vara y paja cubiertos; los
cuales después por muchos años les sirvieron de moradas,
hasta que empezaron a hacer casas de tierra y tapias". Esto
fue en el sitio de Teusacá (AGUADO, 1956, I, 317).
Otros testigos presenciales como Belalcázar y Federman,
callan sobre este particular.
La reconstrucción de esos episodios en la segunda mitad
del siglo XVI y primera del xvn, por historiadores que no
vieron los pueblos con sus propios ojos, es como sigue.
Los españoles, de Chía se movieron a ranchear a Suba,
"desde donde vieron muy grandes cercados, así del propio
señor de Bogotá como de otros muchos caciques sus comarca-
nos y feudatarios, cuya vista era muy apacible por la repre-
sentación que de lejos hacían, de grandes ostentaciones y
muestras de casas, que dentro de Jos cercados había, porque
aunque estos cercados eran de madera y varazones de arca-
buco, y groseramente hechos, estaban con tal orden trazados
y cuadrados, y puestos en su perfección que de lejos repre-
sentaban ser algunos edificios suntuosos y de gran majestad;
y por esta vista que de presente vieron, fue llamado este valle
donde Bogotá residía, el valle de los Alcázares, y consecuente
a esto, era este valle de los alcázares de Bogotá, que así se
llama hoy [1582]" (AGuADO, 1956, 1, 271). Las descripciones
posteriores no aclaran mucho la estructura interna (SIMÓN,
1981-1982, III, 187-188; PIEDRAHITA, 1942, I, 47-48), como tam-
poco un grabado que muestra un cercado externo (LucENA
SALMORAL, 1965, I, 160).
No desde este sector, sino desde Zipaquirá, dice otro
autor tardío que

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X. VIVIENDAS FAM ILIARES 125

Ya por aquella parte descubrían


grandes y espaciosísimas llanadas,
y en ellas grandiosas poblaciones;
soberbios y vistosos edificios
mayormente las cercas de señores
con tanta majestad autor:zadas
que parecían, viéndobs de lejos,
todas inexpugnables fortalezas,
y por este respecto nuestra gente
Valle de los Alcázares le puso.
Veian en muchas partes ansimesmo
másúles gruesos, altos y derechos,
y encima de lo más alto del mástil
gavias que semejaban desde fuera
a las otras que traen los navíos,
que tales parcscían a los nuestros
cu:mdo lejana vista los miraba.
Y estando estos árboles y ella\
ungidas del bitumen colorado
que el índico vecino llama bija.
(CASTJ:;LU.NOS, 1955, IV, 187).

Al aproxunarsc a Bogotá,
proceden descubriendo los potentes
pueblos en que la vista se cebaba,
con tanta muchedumbre de tugurios
que parecí:m ser innumerables,
y aquella señalada composturJ
de los grandes cercndos que tenían
los que por el Señor los gobernaban,
que para ser de pajas y madera,
er:1n laboriosos edificios
)' con curiosidad ed:ficados
(!btd .. 193).

El bohío que Sagipa se comprometió a llenar de oro para


los españoles, era redondo: "de hechura de campana y ten ~
dría de circunferencia cinco varas en redondo tomadas desde
el centro de ella" (SIMÓN, 1981~82, ITI, 291 ).

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126 HISTORIA DE LA CULTURA ll.lATP.RIAL

En contraste con las casas de los caciques y principales,


según la relación anónima de 1560, los indios de Bogotá "su
vivienda es en unas casas de paja pequeñas, por causa del
mucho frío que en la tierra hace y la falta de leña ... "
(RGNG, 1983, 65). Las paredes eran de caña, palos y lodo
"que llaman bahareque" (ibid., 110).
La miseria de los indígenas muiscas, evidente desde la
época prehispánica por la omnipotencia de los caciques, se
agravó con la conquista española. El presidente Venero de
Leiva el 19 de enero de 1564 en carta al rey, se conduele de
esa situación. "Y es gente tan pobre que parece imposible
poder dar nada [de tributo], porque andan desnudos y
descalzos y no tienen casas sino a manera de las cabañas de
los viñaderos de España, hechos de hierba, y duermen en
el suelo ... " (FRIEoE, 1960, NR, 111~112; -, 1975, V, 115).

Tunia.
Cuando Quesada llegó a Tunja en 1539, desestimando los
gritos de los indios, penetró al cercado donde el Zaque tenía
sus casas "que no era menos vistoso que el de Bogotá,
aunque de maderas y cañas, y los bohíos y casas de paja, y
esto se ha de entender comúnmente en lo que trataremos de
este Reino, que cuando decimos bohlos, es vocablo que los
españoles llaman y tienen puesto a las casas de los indios y
estas casas son de varas hecha la armazón y cimientos y cu-
biertas de paja, según más largamente lo trataremos en otra
parte" (AGUADO, 1956, J, 286).
En 1607 en los cuatro arrabales de la ciudad había 119
casas bajas, de teja y 77 de paja "que llaman bohíos, habita-
ción de indios ladinos y de otra gente pobre" (RGNG, 347).
Aun los caciques vivían en bohíos o cercados (ibid., 362).

Pamplotza.
Hernán Pérez de Quesada penetró en la provincia de los
laches, y en el primer pueblo, llamado Ura, derrotó a los de-

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X. VJVJE.NDAS J'AMU.IARI!S 127

fensores, quienes fueron expulsados por los españoles, "los


cuales se alojaron aquel día en sus casas, que eran las paredes
de piedra, aunque toscamente hechas, y las cubiertas y techos
de paja'' (AauADo, 1956, I, 332).
Después de pasar por Chita, Cocuy, Panqueba, Guaca-
mayas y Azores, llegó dicho conquistador al valle de Tequia.
"Liamósc este valle de los Cercados porque en él tenían los
indios principales sus casas cercadas de grandes cercados de
palos y cañas, alcarrizos y otras ramas de árboles, todo muy
tejido y tupido" (ibid., 333). Los habitantes prendieron fue-
go a las casas para que los españoles allí no pudieran aposen-
tarse (ibid., 334).

Mérida.
No hay datos contemporáneos de la conquista sobre el
tipo de viviendas de los timotes. Lo poco que se sabe, se ha
deducido de las excavaciones arqueológicas y se ha puesto
en el capítulo respectivo. Un autor local dice que eran bohíos
cónicos de paja y horconadura, sostenida esta por un muro
o cimiento de piedra y barro hasta de un metro o más de
altura; las paredes de cañas cubiertas de barro con paja
(FEBRES CoRDERO, 1920, r, 12). Es dudosa la afirmación de
que la tapia que a veces se construye sobre el muro de piedra
sea prchispánica (GASPARCNl, 1965, 25, 39, 40).

IIOY.\5 P,\TlA CAUCA.

Pasto (1559).
"Su morada de los indios es en buhíos de paja" (RGNG,
1983, 23) (véase el capítulo VI sobre vivienda arqueológica).

Almaguer ( 1959).
"Viven los naturales en buhíos de paja" (RGNG, 29).

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128 IIJSTOIUA OB LA CULTURA MAT E'RIAL

Popayán.
Cuando la avanzada española de 1535 se acercaba a
Popayán desde el cercado de Timbío, vieron
Crecida población en gran manera,
y toda suntuosa casería,
mas sola paja cubre la madera ...
(C\STELLANOS, 1955, 111, 353).

Eran las habitaciones comunes en 1559: " ... en buhíos


de paJa como las demás provincias" (RGNG, 1983, 32).
Cali.
En la misma expedición de Ampudia y Añasco de 1535-
36, al llegar a Cali hnllaron
casas pajizas, pero con primores
(CASTELLANOS, 1955, IlJ, 355).

Quizá por informes de Cieza, Bartolomé de Las Casas


dice que "Por algunas provincias de aquellas hacia donde
pusieron los españoles una población suya que llamaron Cali,
había grandes poblaciones con casas redondas y altas de ma-
dera y paja y algunas cubiertas de cohollos de cañas, la cual
también es buena cobertura" (CAsAs, 1909, 143; -, 1951,
III, 185).
Un testigo presencial en la década 1538-1548 dice: "las
casas destos indios [gorronesl son grandes, redondas, la co-
bertura de paja" (CreZA, 1947, II, 378, 379-380) .
Adelante. hacia el sur de Petecuy. había otros pueblos;
sus casas grandes, redondas, con cubierta de paja larga
(ibid., 380).
H acia las montañas de la Cordillera Occidental "las ca-
sas que tienen son algo pequeñas, la cobija de unas hojas de
palma, que hay muchas por los montes. y cercadas de grue-
sos y muy grandes palos a manera de pared, porque sea
fortaleza para que de noche no hagan daño los tigres"
(ibid., 381 ).

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X. VlVJl!NDAS FAMlLlAilE.S l29

La relación anónima de 1564 dice: "Las casas en q ue vi-


ven todas estas gentes [valle geográfico del Cauca] de esta
provincia son muy viles, hechas en algunas partes de paja
y en otras de hojas de caña y bijaos, que es unas h ojas
de árboles como unas adargas, a hechura de unas cabañas de
viñaderos, que las más de ellas pueden mudarlas de una
paree a otra ... " (FRrnDE, 1975, V, 109).
El licenciado Auncibay a fines del siglo XVI presentaba
de este modo las viviendas en la gobernación de Popayán :
"Las casas eran muy grandes, en que moraban diez y doce
y veinte; toda la casa era de una sola pieza larga, con unas
salidas de poste a poste, como gateras o alminares grandes,
por donde cabía un hombre o mujer para salir o entrar. Te-
nía tres puertas la casa como acá las iglesias, y de poste a
poste habitaba cada indio, teniendo allí su hamaca, su telar,
su hogar, uno de un lado y otro de otro; el mayor y más viejo
en lo interior, los demás como heredaban" (RGNG, 323).

Quimbayas.
"Las casas que tienen son pequeñas, la cobertura de hoja
de cañas" (CIEZA, 1947, 375).

Carrapa.
"Las casas son pequeñas y muy bajas, hechas de cañas
(guaduas ], y la cobertura de unos cohollos de otras cañas
menudas y delgadas [ Gyn~rit1m] de las cuales hay muchas
en aquellas partes" (CmZA, 1947, 374) .

Picara.
Tienen pocas casas, porque con la guerra las queman
(CIEZA, 1947, 374).

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130 HISTORIA DB LA CULTURA MATERIAL

Pozo.
"Viven en ellas diez o quince moradores, y en algunas
menos, como es la casa" (CmzA, 1947, 372).

Arma.
"Sus casas son grandes y redondas, hechas de grandes
varas y vigas, que empiezan desde abajo y suben arriba, hasta
que, hecho en lo alto de la casa un pequeño arco redondo,
fenece el enmaderamiento; la cobertura es de paja. Dentro
de estas casas hay muchos apartados entoldados con esteras,
tienen muchos moradores" (Cn:zA, 1947, 370).

Anserma.
Fuera de ser muy grandes las casas no hay otro detalle
(CIEZA, 1947, 368).

ANDES ECUATORIALES.

En Puerto Viejo, "las casas que tienen son de madera y


por cobertura paja, unas pequeñas y otras mayores, y como
tiene ]a posibilidad el señor della" (Cn:ZA, 1947, 401).
En Manta adentro tenían casas pequeñas de madera, cu-
biertas de paja u hoja de palma (CrEzA, 1947, 403).
Las casas de los cañaris eran pequeñas, de piedra, pero
cubiertas de paja (CmzA, 1947, 398). Según descripci6n pos-
terior, eran de palos clavados, las paredes de barro del
gordor de una mano en ancho y cubiertas de icho (J. DE LA
EsPADA, 1897, III, 188; -, 1965, II, 285). En la sierra ecuatoria-
na: "muy hermosas casas tienen, cubiertas con esparto" (OVIE-
oo Y VALoÉs, 1959, V, 106; PAREDES BoRJA, 1963, I, 192-193).
La mita fue Ja que oblig6 a los indios a hacer casas efímeras
(Pwz R., 1947, 354-355).

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X. VJVJE.NOAS FAMILIARES 131

HOYA AMAZóNICA.

Como se sabe, la primera expedición hecha por europeos


en el Amazonas fue la de Francisco de Orellana en 1541-1542.
El 20 de junio de este último año, al parecer ya abajo de la
confluencia del Rionegro, "vimos mucha población de la mar-
gen siniestra del río, porque estaban blanqueando las casas,
que íbamos por medio del río; quisimos ir allá, pero no pu-
dimos por causa de la mucha corriente ... " (CARVAJAL, G.,
1942, 47). Abajo del pueblo que llamaron de La Calle, dos días
después, hallaron "muchos y muy grandes pueblos que esta-
ban blanqueando" (ibid., 48, 51).
Más detallados sobre las viviendas orillanas del gran río
son los informes de testigos del segundo viaje, hecho unos 20
años después del de Orellana, el realizado por Ursúa-Aguirre
en 1560-1561. En la isla de García, más de 100 leguas abajo
de la boca del río Cocama, había dos pueblos de unas treinta
casas cada uno: "Las casas son cuadradas y grandes" (VÁz-
QUEZ, 1945, 42; ÜRTIGUERA 1 1968, 236). Tres días de navegación
abajo del pueblo que llamaron de los Bergantines por los que
allí aderezaron, hallaron un pueblo pequeño, de casas tam-
bién cuadradas y grandes, por la mayor parte, y cubiertas
con paja de sabanas, que "hasta aquí no las vimos" (VÁZQm:z,
op. cit., 73). Sería pues, abajo de la boca del Tapajoz, donde
ese tipo de formación sabanera existe (ÜRTIGUERA, 1909, 354;
-, 1968, 276), o sea la típica campina de arena blanca.
Otro autor que al parecer no estuvo en la expedición, dice
que en Machifaro las casas son "grandes y redondas, de vara
en tierra, sin paredes, que el techo de ellas llega hasta el suelo,
cubiertas con hojas y ramas de palmas" (ÜRTIGUERA, 1909,
332; -, 1968, 249). Abajo del pueblo de La Calle, las casas
en otro eran pequeñas y cuadradas, cubiertas de hojas de
cañas (ibid., 1909, 355; - , 1968, 277).
En Zamora, flanco oriental andino, las casas tenían pa-
redes como tabiques y cubija de paja o palma (J. DE LA EsPA-
DA, 1897, IV, 9). Otras, de varazón hasta el suelo, muy capaces,

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132 HISTORIA DE LA CULTURA MATERJAL

estaban cubiertas de paja (ibid., 13). La casa jíbara o shuar,


llamada j~a y considerada como un microcosmos (PELLIZZARo,
1978; 3), estaba constnúda s6lidamente y tenía dispositivos de
seguridad, por las costumbres guerreras de esa tribu (KARSTEN,
1935, 94-95; 261·264).
Todavía a principios del siglo actual, las casas de los
huitotos del Putumayo eran colectivas, grandes, con techo de
hojas de yarina (Phytel~phas) y palos ligados con líber de
sachahuasca, árbol (HARDENBURG, ¿ 1913? 156). Sin embargo,
ese nombre, equivalente al huitoto marucha, se aplica más
propiamente a bejucos del género de Cucurbitáceas Siolmatra,
en este caso S. brasili~mis (Cogn.) Baill. (SouxuP, 1970-1971,
316). Otro autor dice que eran casas muy bien construídas a
su manera (CASEMENT, ¿1913? 385).

LLANOS Y GUAYANAS.

De la expedici6n de Jorge Spira a los llanos, quedan las


descripciones sobre los indios guayupes de la cuenca alta
del Ariari. "Sus casas o bohíos son largos y de vara en tierra,
a quien los españoles llaman caneyes, en donde habitan y
moran muchos indios casados juntos'' (AcuADO, 1956, I, 595).
Casas de dos aguas en Orinoco, raras, se vieron durante
la expedici6n de Ordaz (ÜVIEDo Y VALDÉs, 1959, Il, 396).
En la Guayana Francesa, según datos de principios del
siglo xvm, los indígenas tenían varios tipos de casas. Las
llamadas pagara y kabouya o casa baja, se cubría con hojas
de ahouvai ["Palma coccifera, humilis, foliis trapessis, emar-
ginatis"l (BARRE-RE, 1743, 138 y notas; 142). La casa baja a
ras de suelo, de un piso; la alta se hacía con piso de rajas del
tallo de la palma ouassai (ibid., 141, 142 y nota). (Fig.), d
taboui o casa común (ibid., 145). Los karb~t de los indios eran
abiertos; mientras que las casas de los negros eran cerradas y
oscuras, a modo de cubiles, con ingeniosas cerraduras de ma-
dera (ibid., 143-145). Los galibis, a causa de su actividad

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X. VIVIENDAS FAMILIARES 133

agrícola itinerante, movían sus karbets cada cinco o seis años


(ibid., 151). En cambio, las casas de los colonos eran de barro,
repelladas por dentro con bosta de vaca y blanqueadas
(ibid., 36).
Poco varió ese esquema con el correr del tiempo. Los cam-
bios fueron impuestos por el sistema de vida de los indígenas
reducidos (ScHOMBURGK, 1922, I, 281; IM THURN, 1883,
202-210).

Perú.
En general, las casas de la gente del pueblo eran tan
miserables como en cualquiera otra parte de América (BAu-
DIN, 1943, 237-239). Durante la dominación cuzqueña predo-
minó la planta rectangular; faltaba la comunicación interna
entre cuartos, de modo que cada uno tenía vano o puerta
separada por el frente (GASPARINI and MARcouES, 1980, 129-
193; 134; 138, 139). Por la enorme importancia que tenía el
culto de los muertos, dice un autor que se preocupaban más
de las tumbas que de sus propias casas; estas eran muy suma-
rias y sucias (Coso, 1892, III, 32-33; 39-40; -, 1956, II, 20;
23). Aunque este último autor generaliza para todo el Nuevo
Mundo, parece tener en mientes lo que ocurría en el Perú,
que fue lo que mejor conoció (ibid., 1956, Il, 240-242).

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CAPÍTULO XI

CONSTRUCCIONES ACCESORIAS

No dan muchas inforrnacione!: las fuentes históricas so-


bre la existencia regular de construcciones accesorias entre
los indígenas, quizá con excepción de las que tenían las
casas de algunos caciques, aunque no en todas partes.
El historiador Oviedo, que estuvo varios meses en Nica-
ragua (1529), tuvo la buena ocurrencia de pintar un plano
de las instalaciones del cnciquc Tczoatega llamado El Viejo,
con una vista frontal del conjunto y un croquis de la distri-
bución horizontal. Alrededor de una plazoleta, al costado
oriental están las viviendas y dormitorios del cacique, en forma
de una sola construcción de Jos aguas con puerta al centro,
frente a la plozoleta. Al lado opuesto u cccic.lcntal hay una
casa larga similar, donde viven de día las mujeres del cacique
y sus servidoras. En el costado sur está un umbráculo o gal-
pón donde se hace el pan para d señor. y más adentro, a la-
do y lado, dos sepulturas. Al frente, costado norte, hay un
cobertizo donde residen los capitanes y principales de la corte.
Atrás, al noroeste, quedan el bohío para la gente de servicio y
la cocina, y al lado opuesto, nordeste, el buhío para el maíz
o granero (OVIEoo Y VALDÉs, lám. xrv). [Fig. 12].
En general, la casa era muy simple, casi sin divisiones,
con las excepciones que se •ieron en el capítulo X.
La cocina raramente estaba en un caedizo adosado a la
vivienda principal o en un rancho aparte. Solía estar dentro,
para aprovechar el calor del hogar en las noches, mantenién-

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Fig. 12. Plano y perspectiva de las casas del cacique nicaragüense


Tezoatega el Viejo, según un huésped (Oviedo y Valdés, lám. XIV).

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136 HlSTORIA Dé LA CULTURA MATE.lUAL

dose el fuego debajo de las hamacas, también por la costum-


bre de algunas tribus, de que siempre había un puchero de
donde los que deseaban sacaban con la mano la comida, sin
sujeción a un ritmo horario (PATIÑo, 1984, 31). En regiones
fr.ías, como la cundiboyacense y la sierra ecuatorial, la cir-
cunstancia de estar la cocina adentro, mantenía el único re-
cinto de que por lo general constaban las viviendas, cubierto
de hollín, y el aire prácticamente irrespirable por el humo.
Sin embargo, en algunos lugares - aunque no se sabe
si originalmente o por transculturaci6n- hubo pequeñas
cocinas aparte, como en Guayana Inglesa (1M THURN,
op. cit., 205).
Había en casi todas las comunidades indígenas, cons--
trucciones accesorias de carácter provisional o discontinuo.
Estos ranchos ocasionales se llamaban tJaboo, bcnab entre los
macusis (1M THURN, op. cit., 208).
Tenían diversos usos: para confinar a miembros de la fa-
milia sujetos a situaciones especiales: jóvenes aprendices de
brujos o mohanes; mancebos y niñas para ritos de iniciación;
menstruantes; parturientas; otros.
l. Los chaimas confinaban a quienes querían ser piaches
hasta por seis y siete meses en chocitas donde apenas cabían
echados o sentados (RIOme&o: ALVARADO, 1945, 376).
Los mojas de los chibchas, o sean mancebos expiatorios
destinados al sacrificio, eran recluídos en su primera edad con
todos los cuidados (OVIEno Y VALDÉs, 1959, Ill, 127-128).
Hay una confusión con los ogques o jeques, que eran otros.
2. Cabañuelas a alguna distancia del poblado para man-
cebos que iban a ser declarados mayores de edad, tenían los
indígenas del Río Negro (MATos ARVELO: ALvARADo, 1945,
195). Lo mismo hacían los banibas (ibid., 197).
3. Los maypures recluían a las muchachas de primera
menstruación por ocho días sin comer (BuENO, 1933, 75-76).
Los banibas hacían en el bosque una cabaña con paredes de
hojas de las palmas cucurito [Maximiliana] o chiquichiqui

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Xl. CONSTRUCCIONES ACCESORIAS 137

[ Leopoldinia], para confinar a las púberes, antes de hacerles


la fiesta de pasaje (MAros A.RvELO: ALvARADO, 1945, 160).
Los jíbaros del oriente ecuatoriano, cuando a las joven~
citas de 8~10 años les viene la primera menstruación, las con~
finan en rancho aparte en la sementera, donde sólo beberán
tabaco; el día pueden pasarlo en la casa principal, sin tomar
nada (KARSTEN, 1935, 236).
Al llegar los españoles al valle del Cauca, vieron las
"casas pajizas, pero con primores";
Entre dlas muchas chozas muy pequeñas,
redondas, do varón jamás entraba,
por ser albergue hechos para dueñas
el tiempo que su mensuuo les duraba,
donde ni por palabras, ni por señas,
con ellas nadie se comunicaba,
ni consienten que cosa den ni tomen,
y a la puerta ponían lo que comen
(CASTF.LLANOS, 1955, III, 355).

Esta cabaña recibe el nombre de cuima en la Guajira


(ALvAllADo, 1945, 202). La usaban también los piapocos
(ibid., 203).
Los guahibos tenían la costumbre de recluír a las roen~
truantcs en un ranchillo donde permanecían sin hablar; les
daban de beber por una caña hueca (BUENO, 1965, 140; AL-
VARADo, 1945, 203).
4. Cabañas para partos, separadas de la vivienda princi~
pal, se conocieron entre varias tribus americanas. Ejemplo los
maipures, que llamaban ct~ita a tal cabaña (GILn, 1965, II, 218).
Entre los encabellados del Amoguaje, de las antiguas mi~
siones franciscanas del Caquetá, "así que la mujer se siente ya
cercana al parto, toma un saparo [cesto] de zambitos [pez]
asados, y con él se va al monte sola, y a la margen de un
charco o quebrada arma su rancho, y allí se está hasta que
pare. En pariendo ella sola allí se compone. Parió, se lavó y
lava a la criatura, y con ella se viene a su casa" (SERRA, 1956,
r, 194).

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138 HISTOIUA DE LA CULTURA MATBIUAt.

A este renglón pueden asignarse las casillas transportables


para curaciones entre Jos chocoes, según Kurt Severin (PAR-
DAL, ¿ 1937? 73-74). Hacían una que pudiera llamarse en-
fermería, en forma de caseta decorada donde se confinaba al
doliente, mientras el curandero adelantaba sus cercmoruas
de rigor (GoNZALVO AlzPURu, 1958, 129, citando a NoRDENS-
KIOLD).
S. Entre los muzos de Trinidad, el marido engañado,
después de enterarse, quebraba todas las vasijas de la casa;
se retiraba al monte, y "allí hace una ch ozuela y se mete en
ella, y está una lw1a, que es un mes", según lo indica la re-
lación geográfica de 1582 (RGNG, 232) .
Uno de los castigos a Jos niños díscolos entre los jíbaros,
consiste en confinarlos durante tres días en un refugio pro-
visional a la orilla del río vecino; después le hacen beber
maikoa (Brugmansia) para que durante la narcosis sus pa-
rientes lo admonicen y reprendan (KARSTEN, 1935, 238).
6. Algunos pueblos de la cuenca del Orinoco tenían ca-
bañas rústicas dentro de los cultivos, y permanecían en ellas
por temporadas; llamábanlas chaimas (ALVARAoo, 1945, 212).
A veces h ay tabladillos o barbacoas para sembrar plantas
fetiches, medicinales o condimenticias (PATIÑo, 1965-1966, 74;
125-126).
-o-

Entre las construcciones que n o tenían el carácter efímero


de las que se han pasado en revista, sino que respondían a ne-
cesidades permanentes o rutinarias, pero que se construían
por lo general aparte, se pueden mencionar la ramada comu-
nal utilizada para ventilar asuntos públicos o para intercam-
bio social; los graneros, las letrinas y otras.
a) Los nicaragüenses tenían casas públicas para tratar
asuntos de la comurudad, monexicos ,similares a Jos cabildos
hispánicos. Estas construcciones, llamadas galpones por los
españoles, al parecer palabra derivada del náhuatl calpulli,
eran a modo de soportales con divisiones, en cada una de las

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XI. CONSTRUCCIONES ACCESORIAS 139

cuales estaba un jefe con algunos de sus subordinados (Ovm-


oo Y VALDÉs, 1959, IV, 377). Galpón quiere decir "portal
cubierto" (ibid., 1959, V, 92).
Los cunas tenían a fines del siglo XVIJ una casa comunal
(WAFER (1699), 1967, 89; LINNÉ, 1929, 247-252), que perdura
en la actualidad como la "casa del congreso" (PRESTÁN SI-
MÓN, 1975, 25).
Entre los achaguas existían cabañas especiales para las
reuniones comunitarias de expansión y solaz. El padre fran-
ciscano Alonso Neira cuenta en el relato de su exped ición a
la región de la confluencia Casanare-Meta, río Onocutare,
poblada por indios achaguas -expedición realizada a fines
de 1664- que llegó a la plaza del pueblo, "en medio de la
cual estos indios tenían una casa que llaman dauri, equivalente
al "mentidero'' que suele haber en algunos pueblos de España;
en esta casa se juntan los indios por las tardes, habiendo veni-
do tle sus labranzas; allí cuelgan sus hamacas y se están col-
gados parlando en ellas, contando cuentos toda la tarde, y
en estas casas hacen los indios achnguas su chubay, que es
una de sus más célebres borracheras". Cuando las van a hacer,
cubren muy bien Ja casa, para que los muchachos que ocasio-
nalmente se hallen en la fiesta, no digan palabra a las mu-
jeres, por creer que éstas morirán, "que en otros tiempos está
abierta por la banda tle las brisas, como lo estaba cuando lle-
gamos nosotros" (RIVERo, 1956, 197-198). Por donde se ve
que esta casa sería sede más bien ele una sociedad masculina,
como hay en muchas comunidades.
Había también una ramada para solaz entre los cuma-
nagotos (Rmz BLANco, 1965, 40; ALVARADo, 1945, 20). En
cada población "tienen formado un patio con su enramada, o
barraca, donde se reparan del sol y hacen sus fiestas, bailes
y consultas" (CAULJN, 1966, I, 145). Los caribes tenían los
llamados karbets, casas para reuniones.
Los quijos tienen también casas separadas para reuniones
(ÜBEREM, vol. cit., 129).
Los cumanagotos tenían casa para huéspedes, que se
mantiene en la actualidad bajo la forma de un quiosco sin

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140 HlSTORIA DE LA CULTURA MATEJliAL

paredes, separado de la vivienda principal o comunal (patar


o ttpatar) (CIVlliEUx: CoPPENS, 1980, 1, 217; 140). Estos me-
sones para huéspedes y forasteros mantenían los guayaneses
todavía a mediados del siglo xvu (CARVAJAL, J., 1956, 218).
A veces había ranchos para huéspedes en el siglo XIX ( IM
THURN, op. cit., 205).
b) En cuanto a los graneros, solían estar separados de
la casa, como se aprecia en el plano de las instalaciones del
cacique Tezoatega de Nicaragua mencionado al principio
de este capítulo, o incorporados a ella. La temática se ha estu-
diado al hacer la historia de la agricultura (PAnÑo, 1965-
1966, 142-147). Los cuezcomates o graneros mejicanos llegan
a tener a veces el aspecto y acabado de verdaderas casas.
e) No parece haber existido en la casa indígena pre-
hispánica ni lavadero ni letrina. Los menesteres relacionados
con esas funciones del aseo corporal se atendían directamente
en los ríos y quebradas o a cierta dütancia de la vivienda. Los
cunas actuales tienen distintos comportamientos según la
edad; los j6venes aculturados usan retretes; las mujeres adul-
tas, en cuclillas y se limpian con el tal6n del pie; los ancia-
nos y más tradicionalistas, lo hacen en rocas sobre el mar y
se lavan con agua de mar utilizando la mano izquierda
(PRESTÁ.N SIM6N, op. cit., 24).
En las construcciones palafíticas el manejo de las excre-
ciones es más fácil que en tierra. Un tablado anexo, a veces
con un reparo sumario, es suficiente.
Donde las viviendas estaban sobre el suelo, algunos pue-
blos tenían sitios apartados para ello, como los Yekuana de
Venezuela, que derriban ex-profeso a cierta distancia de las
casas, sendos troncos, uno para los hombres y otro para las
mujeres, donde se proveen en cuclillas (BARANDJARÁN, 1966,
10). Algunas tribus orinocenses iban en comunidad a las
playas del río al atardecer a atender sus necesidades, tapando
después las excretas. Todos estos detalles de la vidia diaria, se
estudiarán mejor en un volumen separado, sobre los usos
y costumbres.

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XI. CONSTRUCCIONES ACCESORIAS 141

El "corral para necesarias", recibía en quechua los nom-


bres de racay-racay o acaracay (GoNzÁLEz HoLGUÍN, 1952,
461) .
d) Había en algunas partes los corrales para guardar
animales cautivos o amansados. Este tema se ha tratado en
otro libro (PATIÑo, 1965-1966, 163-167).
Al sur de la línea ecuatorial, donde existió cría de auqué-
nidos, como la llama en regiones altoandinas donde abunda
la piedra, de este material se hacían corrales para custodiar di-
chos animales (FERNÁNDEZ, 1963, I, 100; MEGGERs, 1979, 142).
Este "corral de ganado" recibía el nombre de llamacancha
(GoNzÁLEZ HoLGuÍN, 1952, 461). Podría pensarse que a esta
circunstanóa se deba el nombre de "corral" dado en algunas
partes del Ecuador a restos arqueológicos de piedra que re-
cuerdan la disposición de los encerramientos para animales,
pues hay constancia de la cría de llamas en la región ecuato-
rial antes de la conquista incaica (P A'ITÑo, 1965-1966, 191).
En el altiplano boliviano la casa era en realidad una
casa-corral, por la vocación pastoril de la población (BENAVI-
DES, 196J, 164-165).
e) Sin que las fuentes indiquen la función, hubo cons-
trucciones accesorias en varias partes. El pueblo de Cenú o
Sinú cuyas <;epulturas saqueó Pedro de Heredia con su gente,
estaba constituído por veinte casas principales, "y cada casa
de estas tenía a la redonda de sí otras tres o cuatro para sus
haciendas y servicios extraordinarios, las cuales [las princi-
pales J eran todas grandes, de pared alta, casi de la forma y
hechura que los españoles las hacen para su vivienda" (AcuA-
oo, 1957, IV, 22-23).
Los cunas, fuera de la vivienda familiar y de la casa del
congreso, tienen la de la chicha, que consta de cuatro unidades
separadas para distintas operaciones; la de la mordedura de
culebra, cuando este caso se presenta, y la del parto (PRESTÁN
SIMÓ"l, op. cit., 25-26).
f) Torrecilla de madera para avizorar el horizonte y
denunciar a tiempo la presencia de enemigos, tenía el cacique

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Fig. 13a. TorreciUa indígena usada para vigilancia (Oviedo y Valdés,
lám. Vl, fig. 3). b) y e) MangruUos de la pampa argentina, con
diseño similar y Jos mismos usos de la construcci6n prehispáoica. (De
Saubidet, Tito, 1952, palabra mangruJlo).

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xt. CONSTRUCCIONES ACCESORIAS 143

de la isla Rica del golfo de Panamá (ANcLERÍA, 1944, 287-


288; LINNÉ, 1929, 68-69). Era más o menos del estilo
que los mangrullos de la Pampa argentina (SAUBID.E.T, 1952).
[Figs. 13a, b y e].
g) Casetas o reparos funerarios no fueron desconocidos,
dentro del contexto de la influencia que los difuntos man-
tenían sobre los sobrevivientes. El apaciguamiento del cadá-
ver para que no se convirtiera en fuente de daños que afec-
taran a los parientes o a la comunidad, parece estar en el
origen de esta costumbre.
Los cunas del lado Atlántico de Panamá tienen en la
isla de Pinos ranchos sepulcrales (LrNNÉ, 1929, 247-252; PR.E.s-
TÁN SIM6N, 1975, 26).
Los indígenas de cerca a Cartagena, en Guananta, tenían
chozas aparte de las viviendas para enterrar a sus caciques
(Ovmoo Y VALoÉs, 1959, III, 161).
Algunas tribus guayanesas (macusis, caribes y guacava-
yos), o bien enterraban el muerto en la propia cabaña donde
había vivido, o bien erigían un reparo con h ojas de palma
sobre el túmulo, para defender al difunto de la intemperie
(ALvARADO, 1945, 272, citando a RoBERTO ScHOMBURGK.; KocH-
GRÜNB.E.RG, vol. cit., 121 fig.).
F ra costumbre también seguida en el Chaco en el siglo
xvm (AzARA. 1969. 232).

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CAPfTULO XII

MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN

Una gran división entre materiales de origen vegetal y


de origen mineral es obvia.

MAT:ERIALES DE ORIGEN VEGETAL

A su vez estos se pueden subdividir a grandes rasgos en


cuatro categorías: A) Maderas de construcción; B) Bejucos
para amarrar; C)Material de cobertura; D) Otros materiales
vegetales.

A) MADERAS DE CONSTRUCCIÓN

Aunque los datos disponjbles sobre este tema corres-


ponden al período de la dominación española, consagran la
herencia indígena. Quizá varió algo el uso de especies con
el correr del tiempo, por el fenómeno de la sustitución que
se ha estudiado en otra obra (PATIÑo, 1975-1976, 172-173);
pero en la parte del área donde quedan relictos de bosques,
no se ha modificado gran cosa la situación.
Asunto como este no puede tratarse adecuadamente sino
en secuencia geográfica:
1 . En las grandes Antillas los postes de las casas eran
de córbana Ps~udalbizzia b~rteroana (Balbis) Brit. & Rose
(= Albizzia berteroana G. MAZA) y guayacán (Guaiacum
officinale), palos duraderos (LaVEN, 1935, 345).

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XII. MATER IALES DE CONST JilUCCIÓN 145

Una lista casi completa de las maderas q ue se usan en


Yucatán para las distintas piezas de armazón, paredes y te-
chos, se halla en una publicación reciente. Sobresalen por
el uso múltiple Malmea depressa, Drypetes lateriflora, Caesal-
pinia vcluti7la (VtLLERS Rmz, 1981, 48-49). Algunas son las
mismas mencionadas en el siglo XVI (LA:'>."DA, 1938, 240-241).
En los restos de construcciones arqueológicas se destacan los
dinteles de sapote (Mar~ilkara) (MoRCAN ( 1881), 1965, 294,
307) y de cedro (ibid., 207). Los dinteles de sapote se han
hallado todavía indemnes en Campeche y en T ikal ( MARQUI-
NA, 1951, 507, 551, 553, 556. 658; KuBLER, 1962, 126).
En relación con el guayacán [ Guaiacum ], dice un ob-
scrvatlor: ''Consérvase mucho debajo la tierra y en agua y en
todas partes. Yo hallé en la provincia de Yucatán u na viga
grande de este palo, puesta en cierto edificio, q ue según los
indios me decían habían muchos años q ue estaba allí y tan
entera y preservada de carcoma y de toda corrupción y
tan fresca, como si hubiera pocos días que se h ubiera puesto
allí" (LÓPEZ MEDEL, 1982, 294).
El "yoroconte" de Copán en H onduras, Magnolia yoro-
conte, se uúliza allá para postes y construcciones (NYBG:
muestra de herbario).
Postes o estantes de buena madera y encima un tendido
de guaduas tenía la ca~a del cacique Tezoatega de Nicaragua,
que se describió en otro lugar (OviEDo Y VALDÉs, 1959, IV,
427-428 y fig.) (véase cap. XI).

Tierra Firme.
2. Un relato de 1639 sobre entrada desde Santa Fe a las
provincias de Guayana, indica que los aruacos y caribes de
la región comrrciaban con los holandeses principalmente ma-
deras, como pnlo gateado (Astror~ium gravcolens), amarillo
(Heisteria nitida Engl.) y morado (véase adelante) "y ta-
blones de maderas diferentes" (ARELLANO MoRENo, 1964, 350).
En el viaje del canónigo Cortés de Madariaga por el
Meta en 1811, reporta cedros, guayacanes, quinos, alisos y

10

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146 HfSTOJUA DE LA CULTURA MATERIAL

palmas (AR.ELLANO MoRENo, 1964, 499). El río Paute era rico


en cedros (ibid., 509-510). El Apure era asimismo abundan-
te en maderas que se bajaban en balsas (ibid., 442).
Las palmas de macora (mapora) (Euterpe) y de cobija
( C opernicia tectorum) se usaban en los llanos venezolanos
para construcción (APPUN, 1961, 103-105).
En la Guayana Francesa o Cayena, a fines del siglo xvm,
Ja madera de Rapou1·ea guianensis se utilizaba preferente-
mente para las paredes de los ranchos (AusLET, 1775, 1,
198-200).
Entre las maderas de la Guayana Inglesa, hoy Guyana,
se mencionan el itikiri buriballi [Maclzaerium schomburgkii]
que se llevaba a vender a Georgetown (ScHoMBURGK, 1922,
I, 296), y la peíra o B1·osimum aubletii (ibid., 1923, II, 286).
Desde luego que lo más importante allí ha sido el greenheart
Ocotea rodiaei, objeto de exportación hasta en nuestros días.
Es lo que en Delta Amacuro de Venezuela se llama viruviru
(WrLLIAMs: VERDOORN, 1945, 294). Los indígenas de la meseta
interior guyanesa iban a buscar lejos Jos tallos de la palma
Euterpe para pilotes, aunque hubiera cerca otras maderas ade-
cuadas, quizá por reminiscencia de primitivo poblamiento en
las áreas donde aquella palma crece (IM THURN, op. cit., 201).
3. En la parte oriental de Venezuela las maderas más
apreciadas "de que se fabrican puertas, ventanas, mesas, casas,
templos y otros edificios", eran en el siglo xvm palo-santo o
vera ( Guaiact4m officinale), puy (Myrospermum frutescens
Jacq.) , dividivi (Caesalpinia coriaria), caoba (Stuietenia can-
do/leí), guayacán (Gt-taiawm), gateado (Apuleia leiocarpa)
(Vog.) (Macbr.), granadillo (Caesalpinia granadillo), palo
morado (Peltogyne floribunda) (CAULIN, 1966, I, 44). Algu-
nas de tales especies, con nombres vulgares distintos, se siguen
usando, más el quechue (Chlorophora) y el guarimaku o
guarimán ( Canella canelilla) ( CIVRIEux: CoPPENS, 1980, 1,
140). En Barlovento, según las investigaciones de Miguel
Acosta Saignes citadas en el aparte de Ergología, las pre-
feridas son :

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XII. MATERIALES Df. CONSTRUCCIÓN 147

Totumillo = Vitex capitata Vahl., Verbenácea.


Mapurite= Pagara caríbaea (Lam.) K. & Urb., Rutácea.
Puy, ccreipo, guatamare = Myrospermum frutescens Jacq.,
Leguminosa.
Guaricha = Genipa spp., Rubiácea.
Rudgea hostmanniana Benth., muy usada (Pittier).
Rubiácea (cenicero de Schnee).
Bosúa, bosuga, bosuda = Pagara rhoifolia (Lam.) Engl.,
Rutácea.
Marfil = H omalium pittieri Blake, Flacourtiácea.
Caña amarga = Gynerúem. Gramínea.
Gateado de Cojedes, mapurito = Apuleia leiocarpa (Vog).
Macbr., Leguminosa.
Astronium graveolens Jacq., Anacardiácea.
Indiecito = Gris/ea secunda Loefl., Lythracea.
Pan de trigo, cedrillo - Trichilia hirta L., Meliácea.
Huesito = Varias Rubiáceas y Flacourtiáceas.
Prockia crucis L., Flacourtiáceas.
Cande lo, cuchnrón = Gyranthera caribemis Pitt. Bombacáceas.
4. En 1775 el métlico Agustín Marón decía sobre la
provincia de Caracas: "Hay en esta provincia muchas y muy
preciosas maderas muy sólidas, veteadas y lustrosas, casi ina~
veriguables; [de] algunas pude saber su nombre (,) como
son nazarenos, que es morado [Peltogyne floribtmda ], dívi~
dives, que es negro; manzanillo, que es amarillo con vetas
negras [ ¿Picramia caracasana?]; guayacán, muy duro; sán~
dalo, blanco [Amyris]; caobos, cartán [Centrolobium paraen~
se Tul.!, cedros dulces [Bombax] y amargos [ Cedrela spp.];
parahuata, que es rosado [Sickirzgia erythroxylon Willd.] r~
bies [ Platymiscit-tm ], chacarandai [ ¿ Tabebuia serratifolia ?],
brasilete, campeche y otros muchos" (ARELLANO MoRENo,
1970, 455). Para la catedral de Caracas en 1686 figuran "ura~
pes para balauestres" y "pilares de urape" (MARco DoRTA,
1981, 78, 79).
A orillas del lago de Valencia se extraían a mediados
del XVIU cedros, caóbanos, ceíbas dulces o saquisaquis; de

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148 HISTOll.IA DE LA CULTURA MAT.ERIAL

corazón dividí vis, masa guaro [ Albizzia guacha pele] (ALTO-


LACUIRRE, 1908, 41).
En Barquisimeto había en la misma época cedro y ceiba
colorados para tablones; caobas; veras, clavellinas [lacaranda
rhombifolia l, flores amarillas [ Tabebuia ], curaríes [T. serra-
tifolia], macaguas [Myrospermum frutescens], robles [Platy-
miscium pinnatum l, "maderas de corazón para horconerías,
planchas y otras cosas, y mucho palo de marfil [Homalium
spp. Flac.] y limoncillo f Gossypiospermum praecox, Flac.]
para viguetas" (ibid., 124).
En Tocuyo se usaban aguacate de monte [¿ Persea cae-
rulea? 1 para tablazones; caimito para tirantes, y algo de
nogal [luglans] (ibid., 159 nota) .
En tiempos del obispo Mar tí (1776) la iglesia de Truji-
llo tenía paredes de piedra, mampostería y tapias y las cubier-
tas de "tablas angostas que llaman de mapora., (MARco
DoRTA, 1981 , 58). Esta es la palma Oen ocarpus mapora.
La región de Coro tenía "cedro, caóbana, ébano de co-
razón muy negro y recio. gateado de vetas coloradas y pardas,
balaustre de vetas amarillas y encarnado claro, seiba colorada
parecida al cedro, marfil, su color blanco sobre amarillo muy
f-uerte; mora su corazón amarillo, palo de macana su color
negro muy fuerte, la yabilla, roble, canalete, guayabo, cauja-
ro, caritivan, palma real , caymito, vera, guayacán, pardillo,
baytoa, bálsamo madera de lustre, granadillo de color negro
de que se tornean camas primorosas, cudaguado" (AtTOLA-
cunuu:, op. cit., 209). Guayacán y mangle costeros no se apre-
ciaban "por su cortedad en tamaño y calidad., (ibid., 216).
5. En regiones áridas de Venezuela se usó el leño liviano
de varias especies de Cactáceas, como el tocororo cardón (AL-
VARADO, 1953, 337) r¿Ceret.u?]. En la Guajira se llama yoto-
joro al material leñoso obtenido de umaireocereus griseus
(Haw.) Br. & R., para usos constructivos (BRITTON Y RosE,
1963, IJ, 87-88). Esta especie existe también en el Valle del
Cauca, pero allí sólo se le ha usado como seto vivo.

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XU. 1'-!ATERIAI..ES DE CONSTRUCCIÓN 149

6. De Ia regi6n del lago de Maracaibo, en 1778 se ex-


portaron 19 trozas de cedro y 638 de guayacán (ARELLANO,
1964, 415). En un informe de 1814 de José María de Aurre-
coechea sobre producciones de esta parte de Venezuela, se
pondera la calidad de las maderas, de más de veinte especies,
"entre las cuales se cuenta el celebrado chacán" (ibid., 549).
Vera y mangle han sido maderas preferidas para palafi-
tos en Maracaibo y Nueva Valencia (OviEDO Y BAÑos, 1885,
1, 45; WAc:-;nR, 1980, 20; TovAR ARtzA, 1950, 42). Las troj as en
esta última localidad se hacen también sobre pilotes de estipes
de palma amarga Sabal mauritiiformis, que dura mucho en
el agua (TovAR, loe. cit.).
7. En la jurisdicci6n de Santa Marta, a mediados del
siglo xvu1 se mencionan los cedros, el mondé o caobo, gua-
yacán polvillo o viomate para estantería; morito o moral
·'reci') para enmaderamiento"; granadillo, gateado, dividivi;
gusanera, "madera fortísima para umbrales y otros enmade-
ramientos de edificios"; algarrobo, canalete, cañaguatc ; ca-
rrete, que "sirve para quicialcs, estantiJlos de casas y otras
semejantes obras"; ébano; quiebra-h acha: "sirve para enma-
deramiento de casas y otras semejantes obras"; guayabo sil-
vestre; ynya, "a prop6sito para los enmaderamientos de las
casas, aplicando a la varaz6n de la techumbre las más delga-
das, y a tirantes y soleras las más gruesas"; roble, caney;
caña o pijiño, mangles y puya (RosA, 1945, 314-321).
En Tcncrife del Magdalena se apreciaban en el siglo XVI
el guayacán ( Guaiacum ), bálsamo (Myroxylon) y carreta
(Aspidosperma) (RGNG, 171-172).
En Tocaima se usaban guayacán (Tabebuia), biomata
( Aszronium) y coraz6n, además del helecho arb6reo en las
partes más frías (RGNG, 276) .
8. De principios del xvu es una lista de maderas usadas
en Cartagena para obras navales y constru cciones comunes:
"pues son ocho o diez especies diferentes las que sirven de
esto: una llaman morada, porque tiene este color subidísimo;
guayacanes de dos o tres especies; madera de carreta y ama-

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150 H ISTORIA DE LA CULTURA l\11\TERli\L

rilla; granadillo, que es muy mejor y más pesado que el nogal;


cedros hermosísimos; madera de trébol, árbol valentísimo,
llamado así por ser su hoja menuda y que huele como esta
hierba; palo de brasil mucho y muy bueno, y de bálsamo y
otras muchas" (SIMÓN, 1981-1982, VI, 504).
A mediados del xvm se preferían cedros blancos y colo-
rados, caobas, guayacanes, manzanillos (JUAN y ULLOA, 1983,
1, 5).
La descripción de la costa entre Bocas de Ceniza y el
Sinú la hizo a principios del siglo x 1x la expedición Fidalgo.
Dice el informe sobre Cartagena que los balcones y rejas son
de madera pintadas de almagra; la madera "se encuentra
en todos los montes y la conducen a la ciudad a poquísimo
costo". Menciona como abundantes los caobas, gateados, ce-
dros, campanos, marías, bálsamos, guayacanes, granadillos,
ébanos, nazarenos de varias clases, caracolíes y manzanillos
(CuERvo, 1891, I, 117-120 nota).
Otra fuente de la misma época habla de maderas finas
y bejucos a las espaldas de ese puerto. Entre los primeros,
campano, ceibo, mangle, olla de mono, todos incorruptibles
bajo el agua, y caracolíes, granadillos, canaletes, robles y
cedros (PoMBo, J. 1., 1810, 95; -, 1965, 237).
Las llamadas latas de gallinazo y de Castilla, palmeras
calamiformes (y por eso llamadas "cañas") del género Bac-
tris, se continúan usando para las divisiones interiores y la
pared exterior. De lata embarrada por dentro y por fuera
eran las casas de Cartagena antes de 1555 en que se empe-
zaron a construír de ladrillo pegado con cal y teja (BoRREGo
PLA, 1983, 20, 483). Se traía la caña de Bahaire y Matarapa
(ibid., 18).
9. Maderas de la cuenca del Atrato señaladas a fines
del siglo xvm son: cativo de mangle y trementinas (ORTEGA
IUCAuTE, 1954, 208); granadillo, palos de bordones, talgo,
piquirí, guijarro, truntar6, cedro (ibid., 209; CUERvo, 1891, I,
194, nota); guayacanes, entre ellos el choibá; palma barrigona
para suelos y paredes; carrá para puertas (ORTEGA, op. cit.,

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XII. MAT.ERIALES DE CONSTRUCCJ6N 151

223). "Las maderas son sólidas y abundantísimas, especial-


mente el canalete, el cedro, el ch.írigá, genene, el guhiña, el
palo de Campeche y quende, de cuyo palo se sacan los bas-
tones .. .'' (RGNG, 445).
10. En el asalto hecho a nombre de Dios en 1546 contra
los ocupantes pizarristas por Melchor Verdugo, se incendió
la casa de Juan L6pez de Arizavalo, de tablas de cedro, "co-
sa muy excelente, así de grandeza como de lustre, que tiran
a colorado" (GunÉRREz DE SANTA CLARA, 1963, 11, 49). Se
siguió usando en el istmo esta madera (SERRANO Y SANZ, 1908,
29, 30; ExQU.E.MELING, 1945, 219).
En la costa norte panameña, nada mejor que tomar
datos de la relación de Portobelo de 1607, cuando este puerto
tenía unos 10 años de fundado: "Las casas son de madera, y
de ella los pilares, sobre basas de piedra; los atajadizos y pa-
redes, de tablas; casas altas con entresuelos, bodegas y mu-
chas ventanas, y cubiertas de teja" (T. DE MENoozA, 1868, IX,
109). Enumera las siguientes clases: almendros [Dipteryx
panamemis], cedros, caóbana veteada de negro y colorado;
quiras; guayacanes amarillo [ Guaiacum] y negro [Minquar-
tia ], robles, laureles, espavés, algarrobo, mangles blanco y co-
lorado, jugua, calabazuelo ... (ibid., 112). Hay una interesan-
te relación de materiales y precios para la construcción de
la aduana de Portobelo en 1623, en que figuran identificadas
"600 varas de piñuela a 8 pesos" y "ochenta docenas de tablas
de cedro espinoso a diez pesos" (MARCO DoRTA, 1981, 117).
El piñuelo es Pclliciera rizophorae y el cedro espinoso es la
misma ceiba colorada Bombacopsis quinata.
Andando el tiempo se preferían el níspero y la caoba
para construcción de casas, y en Darién nísperos, guayacanes
y cedros (JAÉN SuÁREz, 1985, 172, 169, 173).
Modernamente los cunas usan para la armazón del techo
la guadua wichiwala, y la palma chunga, y para la estruc-
tura, el paila uar o cocobolo (ARIAs PEÑA ct al, op. cit., 94).
La isla Providencia tenía buenas maderas en el siglo xvm,
entre ellas palo moro (Chlorophora) y cedro (SERRANo y

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152 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

SANz, 1908, 315). La primera especie se hallaba también en


la vecina San Andrés (ibid., 316).

Costa del Pacífico.


11. En la relación de 1610 sobre Panamá se dice: "Sus
maderas son todas extrañas. Las más recias son: guayacán
[Tabebuia guayacán (Seem.) Hemsl.], níspero [Manilkara
sapota ], madera morada, cacique quira [Diphysa robinioidu ],
cocobolo [Dalbergia rctusa Hemsl.], guachapelí y naranjo
cimarrón; y estas maderas duran mucho debajo de la tierra"
(T. DE MENDOZA, 1868, lX, 92; SERRANO y SANZ, 1908, 146).
Es importante notar que del istmo se llevaban maderas duras
de construcción para el Perú, donde escaseaban.
12. El novelista lsaacs, que trabajó en la construcción
del camino de Cali a Buenaventura, describe el campamento
del Dagua en el que se usaron maderas de guayacán (pilotes),
de chípero (Zygia) y la palma pambil (Catoblastus) para el
piso (lsAAcs, 1965, 255, 256, 257). En esa región los pilotes se
suelen poner de palma bemé o memé ( W ettinia quin aria),
a causa de su durabilidad. Ella misma tasajada a modo de
guadua en esterilla, es insuperable para pisos y paredes; pero
para esto sirven lambién el mencionado pambil y la zancona
o chonta Socratca cxhorriza, así como la barrigona ( 1riartea
vmtricosa). También el guérregue (Astrocaryum) se usa en
las regiones pantanosas donde abunda; es insuperable para
obras como atracaderos y muelles, porque resiste muy bien
el agua permanente. El>ta es la misma "chunga" que se men-
cionará cuando se hable de las construcciones defensivas en
el capítulo XIV.
Chachajo (Auiba pcrutilis), guayacán (Minquartia),
guadua y chonta (varias palmas) eran preferidas para las cons-
trucciones en Barbacoas en el siglo xvm (SERRA, 1956, 11, 105).

Valle del Cauca.


13. Como hecho curioso que revela política de buen go-
bierno, se registra en Cali que el visitador Valera y Bermúdez,

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCCI6N 153

dictó en 1796 para Cali y Buga, disposiciones sobre fomento


al cultivo Je maderas de construcción y otros productos. "Que
en los parajes más aparentes o inmediatos se siembren árboles
eJe los que se ha experimentado no entrarles el comején, gua-
duas, bejuco y lo demás necesario para la construcción de
casas y cercos" (ARBoLEDA, 1928, 575; -, 1956, III, 140).
A fines del período colonial se hizo por orden del virrey
Amar una que hoy llamaríamos encuesta sobre cosas geográ-
ficas en el Nuevo Reino. Se han conservado las de Cali y
de otros partidos de la cuenca del Cauca.
En Yunde para construcciones se usaban jigua, cedro,
chaguala, guanabanillo, tache, guadua y cañabrava (RGNG,
5J9). En Quintero el tache (ibid., 526). En Roldanillo, agua-
catil1o, nogal, o]va(?), ciprés, chaguala de mate (¿monte?),
tachuela, arrayancillo, incorruptibles para el comején (ibid.,
530). De Cali se mencionan los ceJros hembra y macho, el
mamey o chaguala y el guanabanillo (ibid., 541; ARBOLEDA,
1928, 628-629).
14. La madera para Popayán en la época colonial se Jle-
vaba de Caj1bío, distante más de 7 leguas (ÜLANO, 1910, 31-
32). En la tasa dictad<! por d visitador lnclán Valdés se es-
pecifican los precios para madera y leña (ibid., Doc. 22).
15. Fue indudablemente la costa ecuatoriana el fuerte
maderero en la época colonial, sobre todo con carácter de
extracción regular para el mercado de las ciudades costeras
del Perú, carentes de vegetación arbórea. Guayaquil era el
puerto <k embarque (RosTWORosKJ, 1981, 64, 88). La relación
de (¿ 1605 ?) habla de las maderas que se extraían del partido
de Náscoles; eran producto exportable (T. MENoou, 1868,
IX, 251, 263). De Machala se llevaban mangles a Lima, "para
enjaular casas y soleras" (ibid., 272).
En general, había en la jurisdicción del corregimiento
de Guayaquil, robles LTabebtúa rosea], mangle, ébano [Dios-
pyros a1·tanthaefolia Mc.Br.], guachapelí [Albizzia guacha-
pe/el, salsafrás lZanthoxy/um spp.l, madera de María [Calo-
phyl/um sp. J, madera amarilla [ Ce11trolobium oclzroxylum

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154 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Rose ex Rudd.], madera negra [ Conocarpus erecta] (ibid.,


251). De Pimoche se llevaba madera de roble a Lima
(ibid., 274). La información da los precios que tenían las pie-
zas según el tamaño (ibid., 264).
De este sector queda una lista hecha a mediados del siglo
xvm, que comprende lo siguiente: la población de Guayaquil,
de unos 12.000 blancos y en proporción las demás castas, vivía
en "casas de madera fabricadas sobre estanterías muy fuertes,
de roble de monte, guachapelí, mangle amarillo [Laguncu-
laria racemosa] y colorado [ Rizophora spp.], entablados los
entresuelos y costado de tablones del mismo roble y de cedro
[ Cedrela] y ceiba, y cubiertas las más modernas de teja y las
más antiguas de paja, de cuya materia era antes, por lo
general, el resguardo de todas" (ALcEDo Y HERRERA, 1741,
11; -, 1946, 24). Guayaquil tenía el astillero más importante
de los dominios españoles, por la abundancia de maderas
para construcciones náuticas, sobresaliendo guachapelí, roble
amarillo, marío, canelo, mangle, bálsamo y laurel (JUAN y
uLLOA, 1983, I, 58-61).
De una lista de especies de la provincia de Esmeraldas,
se destacan no menos de una docena como maderas excelen-
tes de construcción (Lrrru: and DIXoN, 1969).
16. La costa peruana es árida en toda su extensión. La
falta de maderas duras, con excepción del algarrobo Prosopis,
presente en la parte norte en cantidades apreciables, obligó a
echar mano de lo disponible. La escasez de lluvias ha permi-
tido un tipo de vivienda muy liviana, sin techo oblicuo, sino
un simple tendido de materiales ligeros o esteras.
Al principio de la fundación de Lima, se usaban roble y
mangle importados de Guayaquil. Otras maderas se traían
de Valdivia en Chile, pero cuando esta ciudad se perdió por
acción de los araucanos, se encarecieron los precios. Hasta
de la Nueva España se llevaba madera a Lima (CoBo, 1956,
II, 307, 308; JuAN y ULLOA, 1983, I, 11, 13, 49; 66-67; 152).

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XU. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 155

Area anditla e~uatoriana.


17. La parte andina ecuatorial es más húmeda que la
porción sur, y por consiguiente, mejor provista de maderas.
Además, en ambas vertientes cordilleranas del oeste y del
este ha existido buena madera. El techo de la iglesia de
Quito en la segunda mitad del siglo xvi era de cedro (Cedrela)
(ORTICUERA, 1909, 326). Las actas del cabildo de Quito men~
cionan el bosque de Oyambicho como reservorio de maderas
para construcción y leña (en 1568). Esa misma entidad edi~
licia fijó desde temprana época (1548~1551) los aranceles para
la madera de construcción (RUMAzo, 1934, JI, 108~109; 397).
De los bosques de Calacali y Nono en la vertiente occidental
se llevaba madera, para el templo de aquella ciudad capital
(V ARCAS, 1957, 30).
En la región de Baños y también en otras localidades,
para las viviendas antisísmicas, se usaban horcones de hele~
chos arbóreos (SPRUCE, 1908, II, 185; 499).
18. La sierra peruana es igual que la costa, pobre de
maderas de construcción. Los antiguos soberanos incas intr~
dudan a expensas de los mitimaes, maderas duras de la parte
oriental o selva, especialmente para los templos (GunÉRREZ
DE SANTA CLARA, 1963, III, 252). En Cuzco la madera era lo
que más costaba (AcosTA, 1954, 264). De lo que daba la tie~
rra en las grandes alturas, el aliso Almu jorullensis era lo
más socorrido (BETANzos, 1968, 47). Se usaba en Huamanga
(J. DE LA EsPADA, 1881, I, 128); pero aun esta -que es una
madera blanda- escaseaba (ibid., 174).
En Chunvivilcas se utilizaban sauces [ Salix chilensis ],
alisos y quishuares [ Bt~ddleia longifolia HBK y otras especies
de Buddleia 1 (J. DE LA EsPADA, 1885, II, 15, 19, 26). En Pacages
no había más disponibles que quinoas [ Polylepis incana] y
magueyes o sea el bohordo de Agaváceas (ibid., 62). En Aban~
cay también se usaban alisos y quishuar (ibid., 203, 209).
En las casas de Potosí, la metrópoli de la plata, se
usaba un material tan delgado como el tallo de la menci~

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156 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

nada quinoa [Polylepis] (ibid., 114). Para construcciones ofi-


ciales se traía madera fina de lejos. El cedro del Chaco con
que se construyó la casa de moneda del Potosí estaba incólume
después de 200 años (CAPOCHE, 1959, 18).

Cordillera oriental.
J 9 . En la sabana de Bogotá, las casas era n de palos
livianos, por la lejanía a que se encontraban las maderas
duras (J. DE LA EsPADA, CAsT., 1889, 98). Se echaba mano
del aliso, aunque había nogales y cedros (RGNG, 106). Un
documento del siglo xvm entra en detalles: "Para encañar
las casas en tierra fría lo hacen con unas varitas muy largas,
iguales y nudosas, que llaman chusque [ Chusquea spp.].
Otro blando pero del mismo modo sirve para lo mismo, y lo
Jlaman carrizo en la:s tierras templadas [Arundo donax].
Hay para este efecto unas varitas muy largas, iguales y
fuertes, que llaman caña brava [ Gynerhttn ], que se cría en
las m ás partes de las tierras templadas. Hay para este efecto
dichas varitas. Otra cañuela hay que se cría con abundancia,
que llaman clavellina, y es más a propósito para encañar las
casas, lo que toca al enmaderado y entejado, por ser muy
ligeras y de poquísimo peso. También suelen enmaderar en
estas tierras y en otras las casas en Jo alto y en lo bajo con
palmitos rajados, que son unas varitas huecas; pero es pesado
para lo alto, y para lo bajo corta el bejuco y no recibe bien
d barro; pero resiste después a una segur o hacha, que con
dificultad se corta. Donde no hay estos materiales encañan
y enrasan las casas con varitas, que de cualesquiera abundan
los campos" (OVIEDO, 1930, 40). Antes h a mencionado el
bohordo del Agave (ibid., 39).
Tunja.
Para esta ciudad desprovista de madera y leña, se traían
piezas de construcción de los montes de Arcabuco. El tema
se trata en el acápite sobre el trabajo indígena en la construc-
ción de viviendas.

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 157

Pamplona.
En 1553 el cabildo de Pamplona hizo derrama para
ayudar a la construcci6n de la iglesia entre los vecinos que
no habían aportado lata, carrizo o bejuco (OTERO D'CosTA,
1950, 54).

Area amazónica.
20. Durante el viaje de Pedro de T eixeira río abajo en
1639-1640, se registraron cedros, ceibos, palo de hierro ( ?),
palo colorado ( ?) y otros (AcuÑA, 1942, 100, 101; 144; TEI-
XE!RA, 1889, 88, 117-118).
El área amazónica es rica en maderas de construcci6n.
F uera de las palmas usadas para pilotes, paredes y pisos
(11-iartea, Wettinia maynensis etc.), existen dicotiled6neas
excelentes para diversas pnrtes de la vivienda.
Fl templo de la misi6n jesuítica de Maynas en el siglo
xvtu tenía mblas de manapaúba ( URlARTE, 1952, I, 132); las
de forro Jel presbiterio eran Je lo mismo (ibid., 286). La
cnsn del misionero era de equaratinas, palo liviano y fuerte
(ibid., 173, 174). Las ventanas estaban cerradas con madera
de vito (Genipa), que "es como boj" (ibid., 197). Los estantes
eran de erreyúa (ibid., 196) .
3 cedros, 7 chachajos y 5 guayacanes se h allaron al hacer
un desmonte de una legua de largo y poco menos de ancho,
p;tra establecer un pueblo de ne6fitos del Pu tumayo en el
siglo xvm (SERRA, 1956, IT, 222).
Los misioneros de la vertien te oriental perú-ecuatoriana
usaban hs palmas tarapoto (Socratea) y barrigona (lriartea)
para sus convenros y demás construcciones (MARONI, 1889,
ll4-115), y en Archidona en el siglo pasado, la huama o
guadua (J. DE LA EsPADA: BARREIRo, 1928, 191).
En el Amnzoncs peruano entre varias maderas de cons-
trucci6n se destaca el nuriwa o aguan o ( Swietenia) (EsPINO-
SA, 1935, 122), llamado m6 o moho en el oriente ele Bolivia.

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158 HISTO.IUA DE LA CULTURA MATERIAL

En un reciente estudio experimental basado en coleccio-


nes botánicas hecho bajo los auspicios de la Corporación Ara-
racuara en el área amazónico-orin6quica, se han identificado
las siguientes especies de maderas de construcción usadas por
los indígenas y desde luego por los colonos: las palmeras
Eutcrpe precatoria, Socratea exhorrhiza y las dicotiledóneas
siguientes: Vitex orinocense var. glabra (Verbenaceae), Aspi-
dospcrma oblongum (Apocynaceae), Dialium guiancnsis (Le-
guminosae), Ma11ilkara bidcntata (Sapotaceae), Bocagcopsis
multiflora (Annonaceae) (AcERo, 1982).

Caracterfsticas de las maderas.

Sólo en forma tangencial, para corroborar el valor de


la herencia indígena, se tocará aquí lo relativo a la durabi-
lidad de las maderas usadas tradicionalmente. Sin hablar de
la resistencia al comején y a la broma, plagas de la madera
en los climas tropicales, se presentará un solo ejemplo de
muchos que puede observar quien se tome la molestia de exa-
minar los materiales sacados en las demoliciones de vivien-
das construídas de 1950 para atrás. La catedral de Tun-
ja erigida a fines del siglo xvt fue "remodelada" hacia los
años veinte del actual, con cambio de piezas de madera que
sostienen el cielo raso falso. Un examen anterior a 1967
demostró que mientras los tirantes de madera del siglo xv1
continuaban intactos, los colocados en la remodelaci6n ya
estaban podridos (ARBELÁEz Y SEBASTIÁN, 1967, 135, 159).
Otra circunstancia que conviene mencionar es que la plan-
ta de muchos edificios religiosos en la Nueva Granada tuvo
que sujetarse a la longitud de las vigas de que se podía dis-
poner en ciertas áreas, 12. lO y 8 varas castellanas (ibid., 247-
248, 369). El corte y transporte de esas piezas a veces en
muchas leguas habla del esfuerzo muscular impendido, por
las razones que se explican en otros acápites de esta obra
(Cap. XIX, C) y XX).

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Xll. MATERIALES D.E CONSTRUCCIÓN 159

B) BEJUCOS DE AMARRAR

El bejuco es la respuesta tecnológica del indígena ameri-


cano para la falta de hierro. Como los clavos no fueron cono-
cidos, ningún arbitrio m ejor podía hallarse para la ligazón
y ajuste de piezas suel tas en las viviendas. La abundancia de
plantas flexuosas en la flora americana intertropical, una de
sus características principales, induciría a pensar que para el
hallazgo de este material no se requería ningún esfuerzo. Sin
embargo, debió preceder en cada región un proceso de tanteo y
experiencias para seleccionar los talJos más adecuados, resisten-
tes y flexibles adaptados a cada sector de la construcción: unos
más gruesos, otros más delgados. En este sentido, existe una
asociación muy estrecha entre el uso del bejuco para la vi-
vienda y la cestería, porque algunas especies de ellos se pres-
tan igualmente bien para ambos propósitos.
Una planta antillana de virtud purgante, "encarámase
por los árboles de la manera de la hiedra, y así parece algo,
no en la hoja, porque no la tiene, sino en parecer correa y
encaramarse como la hiedra; llámanla los indios bejuco, la
penúltima sílaba luenga. Pueden atar cunlquiera cosa con ella
como con una cuerda, porque es nervosa y tiene quince y
veinte brazas y más de luengo: gc:neralmentc hay muchos
bejucos en todos los montes, y sirven para todas cosas de atar
y son muy provechosos" (CAsAs, 1909, 33-34; -, 1951, III, 45).
En Cuba se han usado tradicionalmente tiras de majagua
fH ibi.rcu( tiliaccus1 y ariques o tiras de yagua f Royston~a
r~gia J mojada (PÉREZ DE LA RivA, 1952, 329).
En el contorno de la laguna de Bluefields en la Mos-
quitia había en el siglo xvm mucha madera, bejucos y pal-
mas para la construcción (SERRANO Y SANZ, 1908, 273).
En Aroa, Venezuela, se conocía en el siglo xvm el bejuco
piragua (ALTOLAGUTRRE, 1908, 138). Dicho nombre se aplica
allá a las Aráceas trepadoras, como Antlu~rium scandens
(Aubl.) Engl. (SCHNEE, 1960, 510), y Philodendron. En Bar-

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160 IIISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

lovento se usan varios bejucos citados por Acosta Saignes,


cuyas equivalencias probables se dan a continuación.
Urape (Bauhinias de corteza fibrosa); urapo, Machae-
rium intmdatum (Mart.) Ducke.
Bejuco de cadena: Bat-thinia guianetuis Aubl. var. splt:n-
dens (ibid., op. cit., 75). 1pomoea sto!onifera (Cyr ill) Poir, pla-
yera (ibid., 75-76).
Bejuco de murciélago o tiquire, uña de gavilán = Marc-
gratJia umbellata L., Uncaria guianemis (Aubl.) Gmel.
Bejuco tiende-sudo; arrastra-suelo = Me/loa populifolia
Bur. Bígn.
Parichc = Cy dista aequiuoctia/is (L.) Miers.
Chiragua = Antlturium nymphaeifolium Kocb & Bouché.
El cabildo de Pamplona en 1553 incluyó los bejucos entre
los materiales que se deberían traer para la construcción de
la iglesia (OTERO D'CosTA, 1950, 54).
En el Nuevo Reino se conocían y usaban en el siglo xvm
los siguientes: "Tocante a los bejucos para liar en las casas
que no llevan clavazón, el meior es el rollete, muy del-
gado y largo y que no se pudre. Otro llaman beltrán, y
tnmbién es muy bueno. Otro llaman amargo. Otro llaman
algodón. A estos no les da broma. Al hejuco que llaman
bajador luego se lo come la broma" (Ovu:oo, 1930, 39). El
cuan o cuerda se hacía ele pajas varias, especialmente de la
Jlamad:t ot!lte o uche. retorcidas (Movrrs, 1984, 310, 332;
ARANOO y MARTÍNEZ, 1951, 14). Esto debió de ser por la ausen-
cia o lejanía de los bosques en el área muisca, pues los be-
juco~ necesitan el soporte de árboles para poderse desarrollar.
En el área jurisd iccional de Cartagna se consideraban
de tanta importancia los bejucos como las maderas de cons-
trucción (PoMBo, J. l., 1810, 95: -, 1965, 237-238). En la
actualidad se usan a~í para construcci6n como para cestería
los bejucos "esquinero o catabrero" Cydista diversifolia (HBK)
Miers v el "malibú" Adenoccrlymna immdatum Mart. ex DC.,
ambos de la familia Bignoniáccas (RoMERo CASTAÑEDA, 1965,
361-367) .

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XU. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 161

Los indígenas yurumanguíes usaban el bejuco yaré de


varias maneras, una de ellas para hacer rodelas defensivas
(RrvET: JSAP, 1942-1947, XXXIV, 5; ARctLA R oBLEDO, 1950,
64). El bejuco potré se mencion a en una copla popular de la
costa colombiana del Pacífico para "baranar" o sea amarrar
(PATIÑo, AVF, 1953-1954, II (3), 144).
T odavía en el departamento del Cauca, cerca a Popayán,
se hacen amarres con el bejuco chillazo (Smilax).
En el Ecuador andino, a mediados del siglo XIX , los be-
jucos de atar eran bignoniáccas que se rajaban en 8 porciones
(SPRUCE, 1908, II , 304 y nota).
En el nrca amazónica se siguen usando los bejucos y fi-
bras libcrianas de los indígenas, como los llamados guascas
( Guatteria, Fusaea, Anonáceas) ; los cargueros ( Schweillera,
Lecytllis, Couratari, Lecythidáceas), el yaré H eteropsis j~n­
manii, el bejuco paroba Syngonium (Aráceas), y la yanchama
o llanchama Ficus maxima, Moráceas (AcERo, 1982).

C) MATERIALES PARA COBERTURA

1) Hojas.
Siguiendo similar secuencia geográfica usada para las
maderas de construcción, se estudiará lo relativo a los mate-
riales de cobertura. Cabe observar que en las fuentes pocas
veces se identifican las especies; se habla solamente de "paja",
que puede proceder Jc plantas distintas, principalmente gra-
míneas, pero también palmas, cyclantáceas, marantáceas, aga-
váceas, etc.
l. El historiador Oviedo, quien trasegó bastante el área
circuncaribe, se refiere a la paja que se usaba en las construc-
ciones, comparándola con la de Flandes, aunque la de Amé-
rica era mejor. "Y puédese tener por cierto que los dos o
tres años primeros la cubierta de paja, si es buena y bien
puesta, que son Je menos goteras que las casas de teja en
España ; pero pasado el tiempo que digo, ya la paja va pu-

11

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162 H ISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

driéndose e es necesario revocar la cubierta e aun también los


estantes o postes .. :· (OvrEDo Y VALDÉs, 1959, 1, 144). Estos
tenían en taino el nombre de haytinales (ibid., loe. cit.) .
Oviedo no identifica la paja empleada en Santo Domingo, pero
allí se ha usado tradicionalmente la hoja o guano de la pal-
ma cana Sabal causiarum, que según el espesor puede durar
varios años (SÁNcHEz VALVERDE, 1947, 56).
2 . En el sector comprendido entre las desembocaduras
del Amazonas y del Orinoco y en las porciones inferiores de
ambos ríos, así como en las intermedias Guayanas un material
muy usado ha sido la hoja de la palma llamada ubussú en
el Brasil y temiche en el Orinoco, Manicaria saccifera (SPRU-
CE, 1908, I, 56-57; 87-88). El ciento de hojas de temiche valía
en el bajo Orinoco hacia 1886 entre uno y dos pesos (APPUN,
1961, 398; 393) . En la propiedad de Bamberry en el río Po-
merún, en esta misma época, se promiscuaba entre la hoja de
tcmiche y el tejemaní de la madera roja wallaba, Eperua
falcata Aubl. (SPRUCE, op. cit., 443), llamada en el Amazonas
apá, apazeiro, uapá (LE CoiNTE, 1934, 29).
Hojas de plátano se usaban para techar ranch os de ne-
gros en la Guayana Francesa (AuBLET, 1775, Il, 931), y por
los galibis para el techo de las piraguas. En la Guayana Ingle-
sa se utilizaron las hojas de la palma Maximiliana regia o
cocurito con el mismo propósito (ScHoMBURGK, 1922, I, 281;
I:vt THURN, op. cit., 209-210).
El chiquichiqui Leopoldinia piassaba Wall. da hojas para
techos (ALvARAoo, 1945, 21; PuTZ: PRINCIPES (23), 4, 1979,
149-156; 154-156).
En la cuenca del río Ariari, algunos pueblos de las mi-
siones franciscanas, como Anime, tenían iglesias de bajareque,
"y la cobija de una palma que se llama moraya y las otras
son de palma que se nombra ramo, y no se pueden h acer
de otra forma por la pobreza del lugar" (ARciLA RoBLEDo,
1950, 247). Esta mora ya -o más bien marayá- pudo ser
una Geonoma.

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCC16N 163

3. En la parte oriental de Venezuela se usó la paja de


mataruco, de donde el nombre de una de las misiones fran~
ciscanas del río Unan: en 1680 (Rmz BLANco, 1965, xLll;
CAUÚN, 1966, II, 99). "Las casas las forman de madera, re~
dondas, al modo de los almiares, y la techumbre empieza
desJe la tierra, hecha de cortezas de árboles, de enea, junco,
palma o de otras hierbas que son aparentes para esto. P&
nenia con curiosidad y muy conjunta para que dure más"
(RuiZ BLANco, 1965, 39).
4. Los españoles adoptaron en Venezuela el tipo y los
materiales de construcción de los indígenas y también la paja
para los techos (AcosTA SAIGNEs, 1955, 1, 15-16). La relación
de Caracas de 1578 dice: "El edificio de las casas de esta
ciudad ha sido y es de madera, palos hincados y cubiertas de
paja. Las más que hay agora en esta ciudad de Santiago son
de tapias sin alto ninguno y cubiertas de cogollos de caña"
1 Gyncrium] (ARELLANO MoRENo, 1950, 88). Por la misma
época, en la región de Barquisimeto: "Por ser las casas de
paja las hacen fácilmente y las queman cuando se quieren ir
de ellas" (ibid., 122). Aparte describe la construcción, que
una vez terminada, "se trae gran cantidad de paja larga y
:tnsí se cubre que no se moja; dura la cobertura de una casa
seis o siete años ... " (ibid., 130).
En el siglo xvm, dependiendo de las regiones, se usaron
el "cogollo" (ALTOLAC.UTRRE, 1908, 58), y la hoja de la cocuiza
(Furcraca) (ibid .. 174). El nombre "cogollo" en ese país
~e lo aplican a la gramínea Planotia nobilis (ALVARADO, 1954,
II, 141; PITTIFR, 1970, 187 (207) ).
La población de Maracaibo en 1579 se hizo de manera
igualmente sumaria: "Son las casas desta ciudad de paja y
enea, porque la tierra es nueva y ha poco que se pobló ... "
(ARELLANO MoRENo, 1950, 163). La enea de aquí parece ser
Typha domingensis.
Hacia las vertientes de la Sierra de Perijá se usó para
tech ar entre los motilones del río de Oro la hoja de lucateba
Carludovica palmata (JAHN, 1927, 85).

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164 HISTORIA DE LA CULTURA MATERLAL

En la región de Mérida-Barinas, por las instrucciones del


visitador Alonso Vázquez de Cisneros en 1620, se dispuso q ue
los indígenas debían cortar para sus caneyes, madera, palma
y paja (GunÉRREz DE ARcE, 1946, 1188). La paja más común
en los llanos venezolanos y que por el uso principal se llama
"cobija", es la conocida como sará en Santa Marta, la palma
Copemicia tcctorum.
5. De paja que llegaba hasta el suelo eran las casas de
los indios de Taruaco o Turbaco en la época de la conquista
(SERRANO Y SANz, 1916, ll). En la costa atlántica por la parte
del Cesar y un poco al occidente del Magdalena, se ha usado
la paja de la mencionada palma sará. De Tacaloa abajo a
principios del presente siglo las casas estaban techadas con
ella (VERGARA Y VELAsco, 1974, II, 630). También se ha usado
la hoja de la palma de vino Scllcclea spp. En las sabanas de
Bolívar predomina la cobertura de la palma amarga Sabal
mauritii/ormis, así como en la cuenca del Sinú (GoRDON,
1957, 82-83).
6. A Jos principios, por dificultades de comunicación,
escaseaban los materiales de construcción en Cartagena. Las
casas eran de paja, caña y palmas (FRIEDE, 1957, V, 37; 200).
La misma iglesia era de cañas (ibid., 1956, IV, 96).
Cuando el incendio de 1550,
Tcntan casas en aquella era
personas pobres o cualificadas,
los nitos y los bajo~ de madera
con co~tollos de pdlmas cubij:1das;
y aun hoy [fines del xvtl algunas hay dcsta manera,
que no todos l:l~ tienen mejoradas,
y ~on las sobredichas coberturas
para llamas de fuego mal seguras
(CASTELLANOS, 1955, liT, 249; 249-251).

Véanse otros datos en el capítulo XXII, subtítulo "Pre-


vención y extinción de incendios" .
7. El tesorero de Santa María de la Antigua del Darién
A lonso de la Puente, hizo en 1520 una curiosa probanza so-
bre las casas que tanto con destino a la hacienda real (de

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 165

tapia, barro y madera) como para sí propio (de paja) había


construído, pues deseaba que se le reconociera algo por los
gastos hechos. En dicho documento se hace esta afirmación:
''Así en esta tierra como en la Española, por ser como son
las casas de paja, está todo lo que está en ellas a mucho
peligro de fuegos y otras tormentas de agua y vientos, y que
se han quemado y caído muchos buhíos con muchas hacien-
das dentro ... " (fRIEDE, 1955, 1, 66-69; 68).
8. En el istmo, la provincia de los guaymíes era así:
''No había pueblos, mas cada parentela estaba de por sí en
su ranchería de palmicha grande, en forma redonda, la cual
gobernaba el más viejo" (SERRANO Y SANZ, 1908, 95). Los
techos se hacen actualmente allí con hojas de palma real
Schcdea gomphococca (RuBIO, 1950, 86), llamada regional-
mente lolá (ARIAS PEÑA et al, op. cit., 294), y con otras especies.
Los guaymíes de la vertiente atlántica del istmo aun han
llegado a cultivar la paja Cypems camu para la construcción
de techos (GoRDON, 1969, 45).
En 1607 había en Panamá 332 casas de teja, 40 casillas y
112 bohíos sin sobrado, la mayor parte cubiertos de paja. Sólo
había 8 casas de piedra (SERRANO Y SANZ, 1908, 140).
Los indígenas de la provincia del Darién también vivían
en chozas de palmiche, apartadas una de otra tres y cuatro
leguas (ibid., 116). Los chepos o bayanos tenJ'an del mismo
modo casas de caña, cubiertas de paja (ibid., 217).
Esto ha vanado poco. Una fuente del siglo XIX indica en-
tre los cunas techos de palmas guágat·a o choosca, palma real
(tuaa) y platanillo (tacara) (REsTREPO TIRADo: WAFER, 1888,
124). Aun ahora los indios cunas del Bayano techan sus casas
con hojas de palmas (BENNETI, 1967). Infortunadamente no
se indica la especie usada, aunque parece ser la guágara (Ru-
Bio, 1950, 86), o sea Cryosophila guagara Allen, C. albida
Bardett, C. ruarscewiczii (Wendl). Bartlett.
9. En Nicaragua un documento de 1540 habla de pal-
miza para casas (VEGA BoLAÑos, 1955, VI, 150); o palmycha
(ibid., 156); la sacada de tres cargas de 3 haces cada una

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166 HISTORIA DF.. LA CULTURA MATERIAL

constituía la tarea para un día de trabajo (ibid., 320), indicán-


dose que era "para cobija de casas" (ibid., 417, 438, 464, 470).
10. De una paja larga estaba cubierta la casa de Nutibara
en la parte alta de la cuenca del Riosucio (CIEZA, 1947, 58,
XI).Debi6 tratarse de una gramínea. Dicha zona es árida y
allí vive la palma corozo Acrocomia, que tiene h ojas espino-
sas poco aptas para usar como cobija, pero también varias
gramíneas fáciles de cortar y acomodar.
En la cuenca del Atrato hay constancia de que en el siglo
xvm la iglesia de Llor6 estaba cubierta con paja de rabiahor-
cado (CuERvo, 1892, 11, 306). Este es el nombre aplicado en el
occidente colombiano a palmas del género Geonoma.
11 . Cuando los españoles llegaron a la Sabana de Bogo-
tá, admiraron el aspecto de las construcciones en el llam ado
"Valle de los Alcázares''. Las casas estaban cubiertas de paja
(FRIEDE, 1960, NR, 184, 197; ÜVIEDO y VALDÉS, 1959, III, llO,
125). El mismo Quesada dice que eran de madera y estaban
cubiertas "de un feno luengo que allá hay" (J. DE LA EsPADJ\,
1889, CAST., 98). Este heno casi siempre ha sido el mismo y
corresponde a la gramínea Calamagrostis effusa, que se usa
todavía en quioscos ornamentales en la Sabana.
No de otra cosa debi6 ser el techo del templo de Soga-
maso, incendiado por los españoles, "causa de ser fábrica pa-
jiza" (CASTELLANos, 1955, IV, 240).
12. De bihaos era la cobertura de las casas de los patan-
goros de Amani entre los ríos Samaná y La Miel (AcuADO,
1956, II, 75).
Las casas de la provincia de Metayma en el actual T o-
lima (AcuAoo, 1956, I, 625) asimismo; en este caso de bijao
Calathea.
En la provincia chocoana de N6vita, distinguida por las
excesivas lluvias, se usa la hoja de bihao para tapar tercios
o cargas, "y de esta misma usan para los ranchos de dormir,
envolviéndola y cargándola", pues no las hay en todas partes
(R GNG, 452-453). También las llevaban consigo los cargueros

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XU. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 167

del camino del Quindío a fines de la Colonia para los ranchos


de acampar en la ruta; las hojas partidas a lo largo y enrolla-
das, se calculaban en unos 50 kg. para un rancho donde cu-
pieran entre 6 y 8 personas (HuMBOLDT, 1816-1824, I, 82-83).
13. Una relación anónima sobre Popayán en sentido lato
(¿ 1564 ?), dice: "Las casas en que viven todas estas gentes de
esta provincia son muy viles, hechas en algunas partes de pa-
ja y en otras de hojas de cai1a y bijaos, que es unas hojas de
árboles como unas adargas, a hechura de unas cabañas de viña-
deros, que las más de ellas pueden mudarlas de una parte a
otra" (FRo::nE, 1975, V, 109). Todavía hacia 1690 en Cali las
gentes de alta posición social y pecuniaria vivían en casas de
paja (ARBOLEDA, 1928, 190-191), con toda probabilidad de la
palmicha Sabal mauritiiformis.
14. Bíjao vuelve a aparecer en la costa ecuatoriana para
varios usos, entre ellos techo de casas (CALDAs, 1932, Ill, 538;
SPRUCE, 1908, 11, 304-306). Pero en el siglo XVIII en la locali-
dad de Baba se alternaban el bihao con la palma cndi (Phytc-
lephas) y con paja no identificada: el primero duraba un
año; el cadí y la paja, dos (REQUENA: LAVIANA CuETos, 1984,
55-56).
15. En la parte andina del Perú tenían a Ja llegada de
los españoles casas techadas con esparto, "que es la mejor
manera del mundo para cubrir (digo para de hierba), porque
nunca se pudre" (OviEDo Y VALDÉs, 1959, V, 106). Es la lla-
mada icho (Stipa icht.e) (J. DE LA EsPADA, 1897, Ill, 188; CoBo,
1895, IV, 208). "Cúbrense con hicho en lugar de teja las casas
de todos los pueblos de los indios que caen en la Sierra, y no
pocas de españoles'' (CoBo, 1956, 1, 198). Esta clase especial
de icho recibía el distintivo de lwaylla.
De una braza de espesor era la cobertura de paja de las
casas de los curacas o caciques, mostrando aun en esto una
segregación social. Se creía que la cobija así de gruesa duraba
hasta 50 años (GUTIÉRREz DE SANTA CLARA, 1963, III, 236).
16. Los expedicionarios de Orellana en el bajo Amazo-
nas, adelante de Machifaro, pero arriba del Rionegro, halla-

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168 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

ron casas techadas con paja de sabanas, lo que les hizo


inferir un cambio en la vt:getación que no pudieron comprobar
por el acoso de los indios (Ovmoo Y VALDÉs, 1959, V, 387).
Los omaguas en el siglo xvm techaban sus casas con
hojas de palma yarina (Phytdcphas, Yarit1a) y con palmicha
(MARONI, 1889, 114). En Macas se usa la h oja de toquilla o
bornbonaxa, la misma que sirve para hacer sombreros (TuFr-
Ño-ÁLVAREZ, 1912, 45-46). La palma ( ?) lisán, cuya identidad
botánica no se indica, es sembrada por los indios quijos para
cubrir techos (OsEREM, uol. cit., 154; 164).
En el sector manejado en el área amazónica por la Cor-
poración Araracuara se han reseñado recientemente las si-
guientes especies usadas como cobijas : las palmas Atta/ca
regia, M auritia flexuosa, Parasehu/ea anchistropctala y Le-
pidocaryum gracile, así como la Musácea-Strclitziácea Phe-
nakospermum guiancnsis (AcERO, 1982). Esta última, lla-
mada terriago en los Llanos colombianos, y pacova por los
brasileños, se extiende en una vasta extensión del oriente
suramericano (la he visto en Marogrosso, Acre y Rondonia
en el Brasil).

2) Tallos.
En algunas regiones, en vez de paja de cualquier proce-
dencia, entendiendo por "paja" un material obtenido de
hojas, se usaron lallos como material de cobertura.
Estos tallos pudieron ser colmos o escapos livianos de
monocotiledóneas y caulcs de dicoti lcdóneas como algunas
Cactáceas (yotojoro), y aun varias maderas duras.
L os tallos más importantes y serviciales fu eron los de
la guadua Guadua spp., que hendida en dos, forma una teja
muy efectiva en regiones donde abunda esa gramínea. En el
Valle del Cauca se reporta corno algo raro la existencia de una
casa con techo de guadua en Cali (HoLTON, 1857, 524), pero no
le eran tanto en 1918 (GUTIÉRREZ, 1921, 11, 89). En la zona
de colonización antioqueña esto h a sido muy común.

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN 169

3) Tejamaniles.
Parece dudoso el origen indígena Je estas tejas de madera.
Los tejamaniles en climas medios y fríos, en zonas de colo-
nizaci6n, se han hecho de preferencia de la madera del ro-
ble Quercus humboldtii Bonpl. En el entonces naciente ca-
serío de Filandia, valle del Quindío, hacia 1884 se hacían de
cedro negro o nogal Lfuglarzs ], da vados con clavos de hierro;
un obrero hábil rajaba hasta 3.000 diarios (K.AsTos, 1972, 403).
En Ja Guayana Inglesa, para fines del primer cuarto del
siglo XIX, las casas de caldera en los ingenios, que antes se
cubrían con hojas de pal.ma truli (Ma?Jicaria), se empezaban
a techar con tejamaniles Je las maderas Je Epenta fa/cata
Aubl. y Paviroa grandiflora Aubl. (ScHOMBURCK, 1922, 1, 192).
Las tejuelas o tejamaniles se usaron en Jamaica desde
mediados de) siglo XVrl (STEHELÉ: VERDOORN, 1945, 98-99).

n) OTROS MATERIALES VEGETALES.

1. Pajas de barro.
El barro para repellar las paredes se mezcl6 en el área
de este estudio con algunas fibras vegetales para darle consis-
tencia y evitar agrietamiento. Estas llamadas, "pajas de barro"
se han itlcnüficado como las gramíneas Andropogon leu-
c!Jostachys HBK y Erichrysis cayenemis Beauv., en los edifi-
cios ¿coloniales? de: Popa yán (CABRERA, 1983, 13).
Un ichu o paja especial (tisña) se usaba para hacer adobe
en el Perú (Coso, 1890, I, 437).
La paja de barro "barbacoa" en Venezuela es Axonopus
compressus (Sw.) Beauv.
Fibras de cactus se usaron en Méjico para darle mayor
consistencia al barro (MARQUINA, 1951, 251), así como el
ocochal, materia vegetal fibrosa que pende de los pinos (Mo-
YA RuBIO, op. cit., 37; RoBELo, s. f., 205).

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170 JilSTORlA DE LA CULTURA M.ATiilltAL

Con la aculturación subsiguiente a la conquista, se usó


en el Val!e del Cauca p:ua mezclar con el barro, el bagazo
de la caña de azúcar dejado bien enjuto por Jos cerdos ali~
mentados con esa gramínea.

2. Mucílagos.
En el área de este estudio se ha utilizado como fijador
de la cal de blanquear, el mucílago de Cactáceas, preferible~
mente la tuna (Opuntia spp.) y otros. Este zumo del cardón
aguacollaquizca (Trichocereus spp.) se usaba en el Perú an~
tiguo para fijar el enjalbego (BETANZos, 1968, 47; Cono, 1890,
1, 447).
En Cartago se blanqueaban las casas a fines de la guerra
de independencia con una tierra blanca que se traía de los
lados de Ansermanuevo, adicionada con mucílago de Cactus
(BousSINGAULT, 1903, IV, 167). El uso ha sido común en
todo el Valle del Cauca.
En el área amazónica la tabatinga o arcilla blanca em-
pleada para enjalbegar, se mezclaba con la leche del árbol
caspi o sorva ( Couma), que actuaba como adherente.

MATERIALES DE ORIGEN MiNERAL

Piedra.
Los pueblos americanos ecuatoriales supieron usar la pie-
dra. Desde las bases rocosas para asentamientos de viviendas,
parte sobre la superficie, parte subterránea, de los timotes en
la Sierra de Mérida; las lajas usadas en la Sierra Nevada de
Santa Marta para cimientos, caminos y terrazas de cultivo;
pasando por el uso de cantos rodados para asentar los po~
tes de madera, hasta las imponentes construcciones megalíticas
de San Agustín, Chavín y otras partes, hay toda la gama,
que culmina ya al sur en las piedras pulidas de la fortaleza
de Sacsahuamán en el Cuzco.

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XII. MATERIALES DE CONSTRUCCI6N 171

Los indígenas costarricenses y nicaragüenses eran h ábiles


para taJlar esferas y estatuas de piedra; pero los primeros no
aplicaron estos conocimientos en sus moradas. En el delta del
río Diquís emplearon piedr:1 para contener la tierra de los
montículos; pero no en los cimientos (LoTHRoP, 1963, 14).
En el norte del E~ uador interandino se usó para las forta-
lezas de Panbamarca (Pichincha), la toba volcánica compacta
llamada cancahu:1 o cangagua (PLAZA ScHULLER, 1977, 13, 45).

Tierra.
La tierra se usó para d relleno de pisos, o para el "em-
butido", como pan:ce haber sido el caso de los pijaos, contra
todo lo que pudiera suponerse de la capacidad técnica de una
tribu sin mayor organización jerárquica. En algunas partes
d barro se usó para los fogones (véase libro II, Menaje).
El dominio sobre este material se patentiza mejor en la
cerámica, de la cual hubo ejemplos de toda b escala de la
evolución tecnológica, desde las vasijas más toscas, hasta
la cerámica vidriada, "como la de Talavera", de algunas tri-
bus ( Chira en Nicoya, bajo Orinoco, medio Amazonas). Si
el indígena ecuatorial pudo cocer piezas de tanto refina-
miento técnico y valor artístico como las que se han descubierto
por decenas, en cerámica, sólo cabe atribuír a motivos cul-
turales y no tecnológicos, el haberse dejado de aplicar el
fuego al adobe para convertirlo en ladrillo, disponiendo como
disponía de leña abundante. La mente humana es inescrutable.
Adobes propiamente dichos, o sea bloques crudos secados
al sol (REJÓN DE SrLVA, 1788, 9; GARCÍA SALINERO, 1968, 27-28),
cilíndricos o en forma de panecillos, que siguieron a los de
forma cuadrangular colocados de canto, se han hallado en el
valle de Chicama, costa norte del Perú (KuBLER, 1962, 236,
239, lám. 122; NoRDENSKJOLo, 1931, 9: 57).
Los adobes de Chanchán eran rectangulares de 29 x 17 x
11 cm. (RooRÍCUEZ SuY SuY: HAROOY y ScHAEDEL, 1969, 136).
La fortaleza de Paramonga estaba construída de adobes
(ÜASPARDil and MARGOLIES, 1980, 289).

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172 H1STORJA D'E LA CULTURA MATERIAL

Los bloques de arcilla probablemente cortados con su


césped original, del cerro Tulcán de Popayán (Cubillos),
no pueden considerarse propiamente como adobes, sino como
cespedones.
Estos bloques o cespedones cortados como adobes se lla-
man champa en el Perú (GASPARINI and MARGOLIES, op. cit.,
131, y fig. 118 en p. 133).
El adobe tenía un nombre náhuatl, xamitl. De adobes
cementados con arcilla, estaba construída la pirámide de Cho-
lula (CHABAT, 1881, 18).
El verdadero ladrillo cocido se empleó en América en
Tizatlán (Tlascala) para paredes, escaleras, altares y bancos,
y también en Tula, suroeste del área maya; Comalcalco; en
Coroza} (Belice) y en Zacualpa en la altiplanicie guatemal-
teca. Todos estos ejemplos mayas son del Clásico Tardío (Ku-
BLER, 1962, 56). El ladrillo cocido de Comalcalco, Tabasco, se
usó para bóvedas voladizas (ibid., 134). Era cocido al aire
libre y tenía dos tamaños: 25 x 19 x 4 y algunos de 1.002 x
50 ? X 5 cm. (MARQUINA, 1951, 654, 657).
También se usó, aunque limitadamente, el ladrillo, he-
cho en moldes de caña, en los edificios de Gallinazo, valle
Je Virú, en la costa norte peruana (KuBLER, op. cit., 250).

Cal.
La cal se usó como elemento del mortero sólo en Méjico.
Casas de cal y canto halló Juan de Grijalba en la isla de Co-
zumel, "bien labradas" y una torre de piedra con una torre-
cilla encima (Ovmoo Y VALD:És, 1959, II, 121-122). Una arga-
masa de cal juntaba casi herméticamente las piedras del pa-
tio donde se levantaba el templo de Huíchilobos en Temístitán
(ibid., IV, 221). "Y que en cada pueblo labraban un templo
por el gran aparejo que hay de piedra y cal y cierta tierra
blanca excelente para edificios'' (LANDA, op. cit., 69-70).
Las mezquitas o templos en Gualdape, costa este de
Florida, que vio el Lic. Lucas Vázquez de Ayllón, en 1523,
estaban constmídas hasta estado y medio de alto con cal y

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XIJ. MAT'ERlALES DE CONSTRUCCIÓN 173

canto, la cal de conchas de ostiones, y de allí arriba de ma-


dera de pino (Ovumo Y VALDÉs, 1959, IV, 327-328).
Uno de los distintivos de Teotihuacán (300 a. C.- 900 d. C.)
es el uso de revoque de cal quemada, no usada para argamasa
de pega ( K uBLER, 1962, 25) . Esta técnica se introdujo a Mé-
jico de Yucatán y Guatemala, regiones donde abundaban
tanto la roca calcárea como la leña; pero en Teotihuacán
quizá ocasionó la deforestación y desertización consiguiente,
con el resultado del abandono total del sitio hacia el 900 d. C
(ibid., 28-29; J 15, 126).
Los indios peruanos no supieron hacer la mezcla de cal
y arena (Coso, 1890, I, 259).

Otros.
En el área ecuatorial, en algunas partes la cal u otra sus-
tancia de color blanco, se utilizaron para el enjalbegue de las
viviendas. Donde menos se podría esperar encontrar este uso,
lo h abía, como en el Amazonas la tabatinga, y entre los pijaos.
La mezcla con una greda colomcla llamada llauca, muy
pegajosa, se usaba en el Perú (Coso, 1895, IV, 210).
Un material madrepórico llamado cirial se obtenía en
la costa de la isla Margarita y fue recomendado en reemplazo
de cal por el ingeniero Betín para la construcción del fuer-
te de San Carlos de Pampatar en 1662 (OssoT, 1969, 114) .

MATERIALES DE ORIGEN ANlMAL

No se han hallado noticias del uso sistemático de costillas


de ballena y otros cetáceos como materiales de construcción
por los pueblos indígenas del área ecuatorial americana, no-
ticias que sí se conocen de otros pueblos del mundo.

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CAPíTULO XIII

CENTROS CEREMONIALES.
ADORATORIOS Y TEMPLOS

La afirmación de cronistas españoles sobre la presunta


carencia de lugares de culto, especial mente en sociedades del
tipo de las llamadas "bebetrías'', o sea con una forma de go-
bierno muy laxa y escasa o nulamente jerarquizada, en muchos
casos provino de la ignorancia o deficiente información sobre
las costumbres, y desprecio por el sistema de vida indígena y
de sus creencias, todas cobijadas sin fórmula de juicio bajo la
palabra estigm atizante de "idolatría".
No sabemos cómo encaraban esas tribus el problema de
los fenómenos supernaturales, ni cómo conjuraban las fuerzas
naturales o las entelequias que se escondía n detrás de ellas;
pero la rica y compleja vida espiritual de tribus selváticas como
los tukano y los desana (RncHEL-DoLMA1'0FF, 1977, 251-292,
333-375), demuestra que la carencia visible de lugares especial-
mente construídos para culto, no necesariamente refleja ausen-
cia de vida espiritual.
El tema de los bosques y árboles sagrados se ha tratado
en otras obras (PATIÑo, 1974, VI, 13-26; -, 1975-1976, 22-24).
A pesar de los esfuerzos desplegados por los misioneros
católicos, perduraron creencias indígenas. "Les han quedado
tantos rastros de sus idolatrías, que muchos de ellos en caver-
nas, muchos de ellos en montes altísimos, otros en lagunas
que tienen consagradas al demonio de su antigüedad a quien
acostumbraban ofrecerle aquello que m ás amaban o estima-
ban ... " lo seguían haciendo con el oro, para congoja de los

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XIII. CENTROS CEREMON IALES 175

españoles y de su régimen fiscalista (RGNG, 304) . El dato


es de 1581 sobre la Gobernación de Popayán.
Es conocido el caso de lugares nalurales con características
notables, llamados "santuarios" por los españoles, como asien-
to de culto religioso.
Con la característica hipocresía usada para asuntos reli-
giosos por los cristianos que vinieron a América, se tratan
siempre despreciativamente Jos lugares sagrados o ceremonia-
les de los amerindios, para ocultar el interés que a todos los
niveles, desde el simple soldado harapiento hasta los oidores y
presidentes y no pocos curas y aun obispos, mostraron por las
ofrendas de objetos preciosos que los indios solían depositar en
aquellos lugares. La relación de Guayaquil dice púdicamente:
"Llaman guacas a los Jugares de adoración a donde los indios
tenían idolillos de oro y plata; búscanse como tesoros; algunos
se dice que están denunciados en el distrito, pero no se han
sacado" (T. DE MENOOzA, 1868, IX, 296). En todo el Ecuador
hubo, so pretexto de acabar con la idolatría, asolación de gua-
cas, en realidad para buscar riquezas (GuTIÉRREz, 1983, 51).
En el robo de santuarios indígenas en el área muisca apa-
recieron complicados varios frailes y aun el arzobispo de Santa
Fe Luis Zapata de Cárdenas; se le sindicó de haber tomado
para sí parte del botín obtenido, según las pruebas documen-
tales levantadas con motivo de las visitas de Monzón y Prieto
de Orellana en 1580-1582 (GÁLVEZ PlÑAL, 1974, 6, 8-10, 13-15,
73-74, 121-122). Con los monumentos indígenas y la erradica-
ción de sus ídolos se repitió Jo que un español atribuye al car-
denal Cisneros con los beJios monumentos mahometanos en
España (CoREAL, 1722, I, París, 147).
El santuario se saqueaba y los " ídolos" se destruían, pero
no se intentó entender la motivación subyacente de parte de
los indígenas. Este tema quede para otra oportunidad.
Sólo se registraron con algún detalle por los conquistado-
res aquellas estructuras que en alguna forma se asemejaban a
las que ellos dedicaban a fines religiosos. De allí que sea parca
la mención de tales lugares en la parte de América que consti-

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176 IIISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

tuye el ámbito de esta investigación, donde escas~aron las obras


monumentales.

Nicaragua y Costa Rica.


Por influencia mejicana, se hacían sacrificios humanos en
unos montículos con gradas a modo de pirámides (ÜVIEDO Y
VALDÉs, 1959, III, 292-293). En Nicoya y Orosí tenían templos
grandes, llamados tepoya en chorotega y archilobo en nicarao,
así como otros pequeños para ídolos penates (ibid., 300; -,
IV, 364).

Hoya del Magdalena.


En el pueblo de Zomico, cerca de Tamalameque, cuando
estuvo allí Alfinger, se halló un bohío grande de "cuarenta
pies de espacio en cuadro", cerrado de mantas pintadas, con
postes terminados con tallas de cabezas humanas en relieve,
y adentro un ataúd de algún jefe con cestos de corteza de
incienso y otras con objetos de oro de gran valor (Ovmoo Y
V ALDÉS, 1959, Ill, 14).
Los orejones o tomocos del río Cesar tenían una casa
ritual a la que llamaban tupe, con un muñeco pendiente de
una viga en calidad de ídolo (RosA, 1945, 269-270).

Sierra Nevada de Santa Marta.


De fines del siglo xv1 y principios del xv11 son las men-
ciones más detalladas, con motivo de las campañas de someti-
miento contra los aborígenes. En 1590, durante el período del
gobernador Marmolejo, entraron los soldados españoles por
el lado de Betoma y Pocigüeica en la provincia del Carbón,
entre las actuales poblaciones de Riofrío y Sevilla. Un destaca-
mento llegó al pueblo que llamaron de Valentejos, y en un
bohío "que nosotros -dice el historiador- llamamos del
diablo y los indios Santa María [se hallaron] tres o cuatro
ollas llenas de piedras de ijada, leche, orina, sangre, riñones y
otras que le lenían ofrecidas, bien finas, que se repartieron a
puñados por todos y tomaron motivo de que no se les quedaran

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XIII. CENTROS CEREMONIALES 177

sin desvolver jamás estos caneyes" (SIMÓN, 1981-1982, VI, 270-


271) . Tales piedras tenían alto valor en la farmacopea de la
época.
En 1592 prosiguiendo la campaña anterior, tornaron los
españoles en Betoma el Valle de la Caldera. Allí había "bohíos
del diablo" de grandes proporciones (de 60-70 pies de a tercia
de largo) con patios enlosados "de grandísimas y pulidísimas
piedras" y escaleras de lo mismo para el acceso (ibid., 285).
En 1594 durante la gobernación de Francisco Manso, se
hizo una entrada al valle de Tairona, donde se llegó al pue-
blo llamado del Mohán -por uno más que centenario de
gran ascendiente entre los indígenas- o Nueva Roma, por
los cancyes o bohíos del diablo donde llegaban muchas ro-
merías. Los caneyes estaban conectados entre sí mediante es-
caleras de piedra de gran longitud (ibid., 296).
Al terminarse la campaña de pacificación en 1599-1600
bajo el gobernador Juan Guiral, en el valle de Tamaca, se
conocieron más en detalle las costumbres de los mohanes, con
su austero régimen (ibid., 316-317).
Una visita realizada en 1691 a Atánquez, en el flanco sur
de la Sierra Nevada, habitada por indígenas aruacos, reveló
la exi!>tcncia de diez adoratorios; otros más fueron reportados
hacia los lados de Riohacha. Infortunadamente. el testimonio
no indica cómo eran los templos. sino Jos objetos que había
dentro de ellos, aunque una lámina aparece coronada por una
estructura ::1 modo dt propileo (RoMERo, 1955, 79-87). Estos
templos eran llamados sansamarias (ibid., 82; MIRANDA VÁz-
ouEz, 1976, 33), evidentemente una deturpación ele "Santa
María".
La vinculación de los templos con la astronomía y el sim-
bolismo ha sido hecha en forma documental y arqueológica
ror un antropólogo veterano en relación con los indios Kogi.
Son estructuras de planta circula1, erigidas sobre postes y cu-
biertas de paja (R.EtcHn-DoLMATOFF: RACC, XIX, 1975, 199-
245, incl. fig. y láminas).
Los bandas tenían casa de adivinación y centros ceremo-
niales según RErcm:L (Ml:RANDA-VÁZQUEZ, 1976, 21).

12

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178 1-IISTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

Mérida.
"Algunos bohíos se hallaban en que idolatraban y ofre-
cían de todo lo que tenían" (AGUADO, 1956, ll, 201) .
Los timotes erigían un caney en el centro de la pobla-
ción para el culto de sus ídolos; estos eran de arcilla cocida,
de algodón y de otros materiales (JAHN, 1927, 3ll ).

Arca cundiboyacense.
Conocido es el episodio del incendio del templo muisca
de Sogamoso, por los soldados españoles Miguel Sánchez y
Juan Rodríguez Parra. De noche, después de saquear varias
casas comunes, penetraron "al más principal adoratorio"; de-
pusieron en el piso la lumbre de pajas que llevaban;
y el pavimento del adoratorio
cubierto de espanillo blando, seco
(según allí se tiene de costumbre,
y en las demás provincias de este reino
que participan de terrenos fríos),

se fue quemando sin que los intrusos lo advirtieran,


hasta venir a dar en las paredes,
que estaban esteradas de carrizos
pulidamente puestos y trabados,

alcanzando el techo de paja; el incendio se veía de lejos.


El fuego desta casa fue durable
espacio de cinco años, sin que fuese
invierno parte para consumiUo,
y en ese tiempo nunca falt6 humo
en el compá~ y sitio donde estaba.
Tanto grosor tenía la cubierta,
gordor y corpulencia de los palos
sobre que fue la fábrica compuesta,
los cuaJes se trajeron de los llanos,
según dicen los indios más antiguos,

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XIII. C.ENTROS C.ER.EMONIALE.S 179

con infinito número de gente


que de diversas partes ocurrieron
a traer de tan lejos la madera
que parecía ser incorruptible ...

Según testimonio del soldado Juan Vásquez de Loaiza, al ente~


rrar los estantes, se ponía en el hoyo un esclavo vivo,
porque fundados sobre humana sangre
no serían sujetos a jactura
(CASTELLANOS, 1955, IV, 239-242).

El cronista Simón pone en duda la afirmación de Caste-


llanos, a quien sigue a menudo casi literalmente, en lo relativo
al tiempo que duró el fuego en el templo mencionado, que de
cinco años lo reduce :1 uno solo (StMÓN, 1981-82, III, 261).
Un adoratorio menos convencional era la laguna de Gua-
tavita (StMÓN, 1981-82, III, 166, 323-328).
Otro más hecho a la manera de cercados de caciques, se
menciona (ibid., III, 369-370). Eran construcciones sencillas
sin aparato (ibid., 37~379; 386).
Fue también célebre el adoratorio muisca de Furatena en
el territorio muzo (RGNG, 237; StMÓN, 1981-82, IV, 423).

Popayán.
Al entrar la vanguardia española de Añasco y Ampudia
en 1536 al repecho de Timbío, después de dejar al sur el va-
lle del Patía, hallaron un pueblo grande, con casas de paja,
y entre ellas una casa que tenía
cuatrocientos estantes por hilera,
tan grueso cada cual, que no podía,
por una y otra parte rodeado,
ser de dos españoles abrazado.
Catorce los horcones, y cualquiera
el mayor que producen las florestas;
admiraci6n causaba la cumbrera
por verse pocas plantas como estas;
c~sa decían ser de borrachera ...
(CAST.ELLANOS, 1955, III, 353).

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180 HISTOR IA DE LA CULTURA liiATERlAL

U anos.
Entre los guayupes de la hoya del río Ariari, durante las
expediciones de Jorge Spira, cerca de donde posteriormente
Juan de Avellaneda fundó la población de San Juan de los
Llanos, se h alló un bolúo de grandes proporciones : "tenía de
largo 200 pasos y cada frente dos puertas grandes, y según
después se supo, era este bohío templo de aquellos bárbaros,
donde hacían sus sacrificios al sol, a quien tenían por dios,
y en él tenían muchas doncellas recogidas, que eran ofrecidas
en sacrificio de sus padres, con las cuales estaba un indio viejo,
que era como el sacerdote para aquellos ofrecimientos ( ... )
T enían en este bohío cantidad de todo género de m::mtenimien~
tos para el sustento de aquellas encerradas doncellas" (AcuAoo,
1918, 1, 181 ; -, 1957, 111, 130~13 1 ).

Amazonas.
En el Amazonas hallaron los expedicionarios de Francisco
de Orellan:l en el territorio ele los Omaguas, en un galpón o
casa principal "dos ídolos grandes, de estatura de gigantes,
tejidos de palma, e tenían orejones como los ingas del Cuzco",
o sea guardianes (OviEoo Y VALDÉs, 1959, V, 386). Más abajo
de Rionegro en un pueblo con plaza, "un adoratorio del sol,
figurado de relieve, un tablón grande de diez pies de redondo
e de una pieza todo ( ... ) el edificio era mucho de ver e indi~
cío de las grandes ciudades que hay en la tierra adentro" (OviE~
oo Y VALoÉs, 1959, V, 387~388). También Lope de Aguirre, en
Aruaq uinas, halló "casas de adoratorio para sus ritos y sacri~
ficios" (VÁZQUEZ, 1945, 85; CABELLO VALBOA, 1951, 237~238).

Andes equinocciales.
En Caranqui h abía un templo al sol construído de piedra
(Cn:ZA, 1947, 389). La indagación arq ueológica puede decir si
era anterior a la conquista incaica, como los demás que se ci~
tarán. Estaba chapeado de oro y plata por dentro y por fuera;
"pero a honor de San Bartolomé fue desollada presto" por la
gente de Belalcázar (Ovn:oo Y V ALoÉs, 1959, V, 113).

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XIII. CENTROS CEREMONIALES 181

En el trayecto de Quito a Cuenca los templos incaicos del


sol reemplazaron a los anteriores: "Antiguamente solían tener
grandes adoratorios a diversos dioses, según publica la fama
de ellos mismos" (CIEzA, 1947, 393). Templos del sol hubo
en Mulahaló y en Latacunga (ibid., Loe. cit.).
El de Tomebamba o Cuenca era de piedras sutilmente la-
bradas, traídas desde el Cuzco, según el decir de algunos indios
(ibid., 297).
En Guancabamba el templo del sol estaba ya arruinado
cuando pasó por allí el cronista en 1549 (ibid., 41 1-412).

Costa ecuatorial.
Los aborígenes de la isla La Plata frente a la Hnea ecua-
torial, tuvieron un templo famoso (CrEZA, 1947, 408; CoREAL,
1722, 1, 259; ScHÁvELZON, 1981, 39-40).
En la isla de La Puná los templos estaban en partes ocul-
tas y oscuras, a donde con pinturas horribles tenían las paredes
cscul pidas ( CtEZA, 1947, 408; ScHÁVELZON, 1981, 78; LEÓN BoR-
JA, )964, 412) .
Del llamado período de integración regional (500- 1500
J. C.) en el área de Manta se conocen templos oscuros con
paredes pintadas y esculturas interiores; carecían de ventanas;
las paredes estaban pinmdas o revocadas o tenían decoración
de estuco (ScHÁvELZON, op. c1t., 57).
Jij6n halló pirámides de picJra en Manabi (LEÓN BoRJ A,
1964, 387). La relación de Guayaquil de la primera década del
siglo xvn dice: "Llaman guacas a los lugares de adoración a
donde los indios traían idolíllos ... " (T. DE MENOOZA, 1868,
IX, 296).

Perú.
En el idioma runa-simi o quechua, guaca era templo de
ídolos y el mismo ídolo (DoMINGO DE SANTO ToMÁs, 1951,
:xxv1). En esta área es donde mejor documentado está el asun-
to; el tema puede verse (y a ella se remite al lector) en la obra
de Arriaga.

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182 HJSTOIUA DE t.A CULTURA MATEJUAL

11
Casas del demonid'
Bajo este nombre designaban los españoles aquellos sitios o
estructuras a que los indígenas atribuían carácter sacro, reve-
rencial o ceremonial, aunque no alcanzaran una configuraci6n
arquitect6nica monumental. En las preguntas de los cuestiona-
rios para las relaciones geográficas y en muchas instrucciones
enviadas por la corte española en demanda de informaciones
sobre las costumbres de los pueblos americanos, se pide averi-
guar qué clase de creencias o ceremonias religiosas o asimiladas
a ellas, practicaban los indígenas y los sitios especiales que usa-
ban para ello (RGNG, 144).

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CAPITULO XIV

ESTRUCTURAS PARA LA DEFENSA:


PALENQUES, FORTALEZAS

Valla, vallado, valladar o estacadas han existido en todos


los continentes, como instalaciones defensivas o limitativas de
espacio o para confinamiento. Se han hecho de los materiales
más sólidos disponibles en cada localidad o región. En cuanto
a la parte de América que se estudia aquí, cabe hacer una
clasificación macroscópica de materiales, entre vegetales y
minerales.
Las estacadas o palizadas, como sus mismos nombres in-
dican (de "estaca" y "palo" respectivamente), son de material
vegetal, que puede ser vivo o muerto (PATIÑo, 1975-1976, 156-
157). Como materiales minerales se usaron tierra apisonada,
adobes o rocas.

A) ESTACADAS.

PLANTAS VIVAS
Gramín~as.

Guadua sp.. -El tema se ha tratado con suficiente detalle


en otra obra sobre los usos de algunas plantas económicas (PA-
nÑo, 1975-1976, 123-126). Allí se mencionaron casos de la exis-
tencia de palenques en el sector meridional de la meseta de
Popayán (CASTELLANos, 1955, IIJ, 351) y en el área Quimbaya
hasta la provincia de Pozo en los actuales límites de Caldas
y Antioquia.

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184 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

"Dijéronme [en Campay, al norte de Coaques ], que había


pueblos cercados de cañas gordas, hechas murallas dellas y
guarecen las puertas con piedras y armas de las que ellos usan"
J. DE LA EsPADA, 1897, lii, cxxxvm; -, 1965, JII, 89). Es
declaración del expedicionario español Andrés Contero que
estuvo en Esmeraldas en 1568-1569.
Zea mays.- El uso de cañas de maíz para cercar las casas
en los dominios del cacique Tubanamá en Panamá (ANGLERÍA,
1944, 220), sería simplemente simbólico o mágico, pues poca
protección brindaría un reparo como este para acometidas de
fieras o de hombres.

Palmáceas.

Varias palmas, espinosas o no, se usaron por los pue-


blos americanos para proteger sus viviendas o para recintos
fortificados. En el diario de la expedición de Manuel de Jesús
Atencio en la costa de Veraguas en 1787, se lee al referirse
al sistema de Jos ríos Calebébora y Chiriquí o provincia de
los Palenques (llamada así por los varios que había de indios
guaymíes que los erigían para defenderse de las acometidas
de los indios mosquitos o míslcitos, en las vecindades de la
bahía del AJmirante, que partía términos entre los dorascos
y chánguinas) : "pues por la banda de este río ( Chiriquí) tienen
hecho un fuerte de caña chunga con sus troneras para por
ellas hacer sus defensas con la flecha y no ha podido nunca
el mosquito, pues por tierra no los puede asaltar por ser todas
estas tierras bajerías de agua y lodo, que si intentaran cami-
narlas se anegarían por ser un piélago muy dilatado que en
distancia de diez leguas montaña adentro no lo transitan ni
aun los animales ... " (CuERvo, 1891, 1, 320-321). Esta caña o
palma clumga es Astrocaryum standlcyanum Bailey, llamada
chontadura en Costa Rica (HoLDRIOOE y PoVEDA, 1975, I, 17).
Es la misma piglwa de los chococs que en tiempos antiguos
hacían estacadas con ella, aunque puede haber sido del llamado
ahora pifá, Bactris gasipaes (WASSEN, 1935, 123).

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XIV. ESTRUCTURA PARA LA D.EF'ENSA 185

El tema de los palenques de palma chontaduro se ha tra~


tado extensamente en otra parte (PAnÑo, 1%3, 1, 120-123;
162~164).
Durante la expedición Ursúa-Aguirre Amazonas abajo, ya
en la porción del río cercana al estuario, hallaron los españoles
un pueblo con casas de barbacoas, cerradas de tablas de palmas
con troneras para flechas (V ÁZQUEZ, 1945, 88; ÜRTIGUERA, 1909,
372; AGUADO, 1919, II, 404; -, 1957, IV, 268).

Zigofilciceas:
Había un fuerte o palenque de guayacán Guaiacum en
el puerto de Caguaya, sur de la isla de Jamaica (MoRALES PA-
DRÓN, 1952, 225).

Bombacáceas.
Un conocedor del territorio oriental de Venczuda dice a
propósito de los caseríos del río U na re: "Estaban algunos
pueblos cercados de tapias o de tierra y rama, y por el río
que dije de Unari las cercas eran de árboles tan espinosos, de
unas espin::~s tan grandes y tan bravas, que antes acometería
el hombre a saltar por los muros de Salsas • que a entrar por
ellas al pueblo ... " (CAsAs, 1909, 142; - , 1958, IV, 184).
Más detallada es la descripción del cercado del cacique
Guaram<.:ntal, que fue conocido por los españoles durante la
expedición tierra adentro de Agustín Delgado, teniente de
Jerónimo de Ortal: "Este cercado, donde este cacique tenía esta
ramada l de inmensas proporciones], era de gran compás, y
cuadrado, hecho a man era de fuerza o fortaleza, y ciertamente
entre ellos era tenido por cosa muy fuerte, porque todo él era
hecho de palos o árboles muy entretejidos y guarnecidos de
crecidas espinas o puntas muy delgadas, de que naturaleza los
armó, con que tenían tan fortificado aquel sitio que no era
parte ninguno( a) arrimarse a él sin ser lastimado de las puyas

• Salsas= Célebre fortJlcz;¡ española en Cat::~luñJ erigida en tiempos


de Fero:ando el Cat6lico.

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186 HJSTORIA DB LA CULTURA MATERIAL

que todos los árboles tenían en sí" (AGuADO, 1918, I, 644; - ,


1957, III, 439).
La relación anónima sobre la conquista de Carragena trae
estos datos sobre el pueblo de Calamar: "Retrajéronse [los
indios] al pueblo que estaba cercado de unos árboles muy
gruesos y espinosos ... ". Atravesando la ciénaga de Tesca,
llegaron los españoles a un pueblo que "tenía dos o tres arcas
[¿por cercas?] de árboles". Otro pueblo grande tierra adentro
"estaba todo cercado" (FRIEDE, 1960, VI, 213, 214, 216). En
los dos últimos ejemplos no menciona el testigo el tipo de
árbol usado; pero esta relación es muy lacónica.
En los casos anteriores se trataría del saqui-saqui o ceiba
colorada o tolúa Bombacopsis quinata.
En Panamá había en Coclé palenques de árboles espinosos,
a veces en tres filas (LOTHRoP, 1937, I, 14).

Cactáceas:

Tunas para bardar recintos de pueblos, como San Pedro


Sula en Honduras, se reportan en las referencias (ExQuEME-
LING, 1945, 115). Hubo una aculturación del uso indígena, pues
en la ciudad de Santo Domingo, las tapias o bardales de las
viviendas españolas se coronaban con tunas para acrecentar la
defensa: "con estos cardos bardan en esta ciudad las paredes
de los corrales de las casas o de las huertas (lám. 3?- fig. 11)"
(OVIEoo Y VALDÉs, 1959, 1, 266-267).
Igual ocurría en Panamá en la provincia de Huista: "Te-
nían muy fortalecidos los pueblos de cavas y palenques de
unos cardos muy fuertes espinosos entretejidos que hacían
una pared muy recia" (.ANDAOOYA: CuERvo, 1892, II, 89).
Todo cardón es bueno para cercar heredades (CoBo, 1890,
I, 447). El que se usaba en el Perú era el llamado pullapulla,
cardón globoso, ahusado, que prendía sobre las bardas (ibid.,
452-453). En la Sierra Central peruana y altO-peruana las casas
semienterradas se rodeaban con setos de cactus (MEGGERS,
1979, 142).

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XIV. ESTRUCTURA PAllA I.A DEFENSA 187

Esp~ci~s no identificadas:

Los datos anteriores se refieren con razonable seguridad


a determinados árboles o palmas; pero en otras ocasiones los
documentos aluden solamente a árboles sin identificar, que
debieron corresponder en cada caso a especies distintas. Se pa-
sará revista a dichos datos.
En el terrüorio costarricense se conocieron durante la
conquista los palenques del río Estrella (PERALTA, 1883, 664);
el que existía en los confines del Guay mí (ibid., 665); otro al
sur, del lado del Pacífico (ibid., 666), el de Cotos o Coctu
(ibid., 234-235; 772). Este último tenía tres empalizadas (FER-
NÁNDEZ, 1907, VII, 39, 44, 47, 51, 55, 57, 58, 60, 63). Los pa-
lenques del río Estrella fueron quemados por los propios
indios para que no sirvieran a los españoles (FERNÁNDEZ, 1907,
VII, 457, 465, 466).
Del palenque de Couto fueron repelidos en primera ins-
tancia los españoles en 1563, según la informaci6n de méritos
y servicios de Juan Vázquez de Coronado, pero éste logr6 al
fin tomarlo (FERNÁNDEZ, 1886, IV, 229-230; 231). Otro había
con 65 casas adentro, contadas antes que se quemaran al reti-
rarse los indios (ibid., 1883, III, 42). Hasta trece palenques
había en el valle del Guaymí, a uno y otro lado de Ja Cordi-
llera de Talamanca (ibid., 1886, IV, 233). En la cuenca del
Tarire o Sixaola se hallaron "pueblos cercados de palenques"
(ibid., 497-498).
En un informe de 1682 del provincial franciscano en el
territorio del Pacífico por donde iba el camino a Panamá, se
dice que todavía había indios sin reducir. Los de Boruca
"están en unas casas, que llaman palenques, de paja, en partes
altas, que les sirven de casas fuertes para sus defensas en las
guerras que suelen tener unos con otros indios de diferentes
naciones, como hoy lo están los chánguinas con los barucas
por la defensa de los cotos que se han retirado a Boruca hu-
yendo de los chánguinas porque no los acaben de matar" (Fn-
NÁNDEZ, 1907, VIII, 424).

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188 HISTORIA DE LA CULTURA MATEJUAL

En informe del obispo de Nicaragua de 1692 sobre las


misiones franciscanas de Talamanca, se dice sobre los talaroan-
cas en general: "Sus moradas son unos ranchos que llaman
palenques, constando cada uno de éstos de trescientos, poco
más o menos, de número de personas, en que se congregan
todos los de la familia de aquel linaje, sin permitir se mezcle
nno con otro; y con esto se hacen para sí incomerciables".
Los palenques, distantes a diez y doce leguas unos de otros, Jos
formaban en la eminencia de los montes, que son casi inacce-
sibles (FERNÁNDEZ, 1907, IX, 23) •.
En la provincia panameña de París las casas estaban cer-
cadas por miedo de Jos animalcs(ENctso, 1948, 227).
Pascual de Andagoya, conocedor del istmo, dice que por
la frecuencia de tigres y leones tenían las casas muy cercadas
y cerradas de noche (CuERvo, 1892, U, 86). Otro testigo, Gas-
par de Espinosa, al referirse a la provincia de Jabrava, afirma
que Jos caciques tenían "sus fortalezas fechas con sus dos o
tres cercas de maderos de árboles muy gruesos nacidos en su
cava ldice cara] muy grande a la redonda, de manera que esta
[fortaleza] del dicho cacique Jabrava e otra de otro cacique a
donde fue el dicho capitán, que se decía Pocoa, podían muy
bien pasar por muy buenas fortalt:zas en Italia" (CuERvo, 1892,
II, 480). En las islas de los Varones, ''lcnían los indios una gran
fortaleza fecha de sus cercas de árboles nacidos con una
gran cava alrededor", que tornaron los españoles, aunque mu-
chos quedaron heridos (ibid., 483).

• Después de redo~ctudá esta parte, el autor ha conocido por conesí.t del


doctor Jorge Mora Urpí, el siguiente trabajo:
GoNzÁLEZ Cu.wEs, Al.FltHIO (Arquitectura); FERNANDO GoNzÁLEZ Ví.s-
QUEZ (Antropología); HF.RMANN GuYENAGA BRtCEÑo (Arquitectura):
La vivienda indígena en la \erticnte atlántica de Costa Rica. Tesis
de grado para optar al titulo de Licenciado . . (San José). Ciudad
Universitaria Rodrigo Facío. 1988. (í) 329 h. I sola cara mimeogr. t.
cana.

Es una importante contribución que amplía, pero no contradice, lo aquí


afirmado un año antes.

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XIV. ESTRUCTURA PARA LA DEFENSA 189

Era pocigi.ieyca, Sierra Nevada, plaza de armas indígena


(MIRANDA V ÁZQUEZ, 1976, 19).
Durante la asoladora expedición de Pedro de Heredia
por la banda izquierda del Magdalena, halló pueblos con al-
barradas o palenques: cerca a Caunuli detuvo a los españoles
una barrera de cardos espesos y espinosos (OVIEoo Y VALDÉs,
1959. III, 158). Esto era bastante generalizado en la región.
Había dos ringleras de árboles espinosos con un espacio en
medio y puertas y contrapuertas (ibid., 159). En el pueblo
Da, cerca a Bahaire, había una estacada mejor que las demás,
"y parescía más aventajada la compusición del artificio en las
puertas y en todo, y de más linda industria" (ibid., 162).
En la costa colombiana del Chocó, durante la primera
expedición de Pizarro-Aimagro, hallaron los españoles un pue-
blo alto, cercado de palenque defensivo, lugar donde después
le quebraron un ojo a Almagro, de cuyas resultas quedó tuerto
(XEREZ, 1534, 25-26; -, 1947, U, 320; NAVARRETE, 1844, V,
194; Cn::zA, 1960, II, 159).
La relación de los aruacos de Rodrigo de Navarrete, indi-
ca que en el oriente venezolano habfa la provincia de los
Palenques, que "son muchos pueblos de indios, cercados de
grandes estacas de madera con que se fortalecen, a causa de que
son enemigos unos de otros". Menciona como amigo al caci-
que Güeregüere, lo que quiere decir que era vecino de Guara-
mental, y por consiguiente, de la cuenca del Unare (ARELLANO
MoRENO, 1950, 47-48; -, 1964, 90). Cercados o palenques te-
nían las tribus de Caracare, Mataruco y Guaribe, ele los ríos
Unare, Gi.iere y Guaribc, todos situados al oeste de los cuma-
nagotos; el prototipo era el cercado de Guara mental descrito
en otro lugar (CrvRmux: CoPPENs, op. cit., 140).
Antonio Sedeño atacó y tomó el palenque de los herma-
nos Gotoguaney y Guaxcarax, construído de tres cercas de ma-
deras fuertes, amarradas con bejucos "y en torno de las cercas
de maderos hoyos para meterse los flecheros" (CASTELLANOs,
1955. I, 520).
Cuando se realizó por los integrantes de la Comüión de
Límites con el Brasil en la década 1750-1760, la penetración

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190 HISroRJA DE LA CULTURA MATERIAL

al Orinoco arriba de los raudales de Atures y Maipures, se


constató que los guaipunabis tenían pueblos con estacada grue-
sa provista de arpilleras y foso externo con púas envenenadas;
estas instalaciones las reparaban en época de invierno (ALTO-
LAGUIRRE, 1908, 278, 280). A ambas orillas del Casiquiare vivían
naciones rivales, mandanacas y parimonabes, "unos y otros
atrincherados sus pueblos con calles de estacas en figura espi-
ral, y en el centro está el pueblo; así se van defendiendo los
unos y atacando los otros por este caracol hasta entrarlos unos,
vaciarlos los otros" (.Alu:LLANO MoRENO, 1970, 428).
Los palenques o fortalezas tuvieron importancia en la
planicie oriental al pie de los Andes. En las entradas hechas
por Nicolás de Federmán visitó varios pueblos fortificados
(FRIEDE, 1961, W., 247), como el de la provincia de los ope-
riguas en los llanos (AcuADo, 1957, 111, 136, 175). También
halló el pueblo de Salsillas, distinto del hallado por Jorge
Spira (ibid., 175-176; -, 1918, I, 245).
En Cúcuta la gente de Ambrosio Alfinger tomó un cer-
cado de palos apretados (CASTELLANos, 1955, ll, 113-114, 117;
ÜVlEOO Y V ALDÉs, 1959, III, 21). Posteriormente, desde uno de
ellos fueron rebatidas las fuerzas de Pérez de Tolosa (AGUADO,
1918, I, 352).
En valles de arriba de Mérida por un lado y hacia Mara-
caibo por otro, valle de Santo Domingo, halló Juan Maldonado
dos fuertes, cuyas características arquitectónicas no se especi-
fican (AGUADo, 1956, II, 173-174).
La más famosa fortificación hallada por Jorge Spira fue
la que los españoles llamaron Salsillas, de palos altos, gruesos,
bien hincados (CASTELLANOs, 1955, II, 146-148). Era pueblo de
100 casas (AcuADo, 1918, 1, 161-162).
También halló palenques Juan de Avellaneda (AGUADO,
1956, I, 625).
Gonzalo Jiménez de Quesada en su expedición al Dorado
(1570-72), invernó en 4 pueblos de palenques de los llanos
(CASTELLANOS, 1955, IV, 540; FRIEDE, 1962, VII, 14-15).

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XIV. ESTRUCTURA PARA LA DEFENSA 191

En la cuenca del Magdelana se construyeron reparos se-


mejantes. En Tenerife, los indígenas rodeaban sus viviendas
con cercados de piñuelas y clavaban setos de palos de cora-
z6n con las raíces hacia arriba (RGNG, 166, 167).
Al norte del río Guarin6 hallaron los expedicionarios de
Baltasar Maldonado y Francisco Núñez Pedroso, palenques
de gruesos maderos (AGuADo, 1956, I, 374; 512; II, 79-80).
De la misma regi6n se mencion6 aparte el palenque de
guaduas de Amani el de Adentro (AGuADO, 1956, II, 50-51).
El cercado de los yarigüíes en Paica era de buena disposi-
ci6n, pero fue tomado por los españoles hacia 1551 (SIM6N,
1981-82, IV, 316-317; LucENA SALMORAL, 1965, I, 257).
Los chibchas tenían un cercado de madera en Busongote,
con dep6sitos de armas y comida (FRIEDE, 1960, NR, 235).
En la porci6n occidental de Colombia, los españoles ha-
llaron fuertes de maderas desde la serranía de Abibe, como el
del cacique Toné (CASTELLANOS, 1955, III, 706); otro de 200
pasos de largo (ibid., 707); el de Penderisco (ibid., 714), y el
más formidable de todos, el de Nogobarco (t"bid., 714-715;
721). En Nore Juan de Vadillo tom6 un palenque que ro-
deaba un peñol abrupto (CASTELLANOS, 1955, III, 164).
Vecino a Buriticá hall6 la gente del Lic. Vadillo en 1538
un pueblo de 13 o 14 buhíos, cercado de maderos (OvrEoo Y
V ALDÉS, 1959, III, 168).
Los maynas de la hoya del Marañ6n vivían en permanente
estado de guerra, con ataques y contraataques. "Para obviar
estos asaltos y defenderse de ellos suelen tener palenques e.n
sus casas, al modo de talanqueras, alrededor de ellas" (FxcuE-
ROA, 1904, 261). Gonzalo Díaz de Pineda, el primer explorador
del país de la Canela a las espaldas de Quito en 1539, ha116
en Cosanga estacadas de indios (ÜBEREM, vol. cit., 54-55; 218).
Las fuerzas de Francisco de Orellana un poco abajo del
Rionegro tomaron un pueblo "fortificado e cerrado de una
palizada de palos gruesos" (ÜVIEDO Y V ALDÉs, 1959, V, 387).

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192 HISTORIA DE LA CtJLTURA MATERIAL

B) FORTALEZAS DE MATERIALES NO VEGETALES:

Peiíoles reforzados.
Lugares naturalmente fortificados, por lo general refugios
en alturas de cerros, eran acondicionados y reforzados para
resguardo de combatientes y aun de chusma.
El de Guachetá que tomaron los españoles antes de la fun-
dación de Bogotá, cuando iban por el valle de San Gregorio
(SIMÓN, 1981-1982, III, 167), era notable por su inaccesibilidad.
En Caparrapí hubo un peño! fortificado que costó trabajo
a los españoles conquistar; se subía a la cima por escaleras de
bejucos (AGUADO, 1956, 11, 421-422).
En peñoles se produjo la mayor resistencia de los muiscas,
ya asentado el dominio español. Ejemplos los de Suta y Tausa
y Cucunubá( SIMÓN, 1981-1982, IV, 117-119); el de Simijaca
(ibid., 121-124); los de Ocavita y Lupachoque a 15 leguas al
norte de Tunja (ibid., 125-131).
El Valle de las Fortalecillas hallaron en la expedición al
Valle de las Tristezas o Neiva los hombres de Quesada (SI-
MÓN, 1981-82, III, 334). Todavía lleva aquel nombre una lo-
c::tlidad cercana a la capital del Huila.

Fuertcs comtruído¡ ex-profeso.


Los timotes de la Sierra de Mérida, cuando entraron los
españoles, "están poblados en fuertes que ellos tienen hechos
aposta para su conservación y vivienda" (AGUADO, 1918, I,
400; - , 1956, II, 177). No indica la fuente el material, pero
la región no tenía bosques de donde se pudiera sacar madera,
y las casas mismas eran de piedra, que sí abunda. Esto se en-
tiende del Valle de Corpus Christi, por la vía de Santo
Domingo.
Cumbal y Gualrnatán, localidades del actual departamento
de Nariño, enclavadas en el territorio que antiguamente ocu-
paron los pastos, fueron asientos de sendos campamentos incai-
cos y cañaris, al norte de la fortaleza de Rurnichaca (MARTÍNEz,
1977, 101).

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XI\". ESTRUCTURA PARA LA DEFENSA 193

Esta última se hizo aprovechando condiciones naturales


estratégicas. A orillas del río Carchi, "se ve adonde antigua-
mente los reyes ingas tuvieron hecha una fortaleza, de donde
daban guerra a los pastos y salían a la conquista de ellos".
Quisieron hacer otra cerca del puente de Rumichaca; pero al
parecer lo dejaron (Ctt::zA, 1947, 389).
En Cayambe existen ]as ruinas del pucará de Cangagua
y restos de poblado prehispánico gigantesco de poco antes de
la invasi6n incaica (ScHÁVELZON, 1981, 386-390). Son estructu-
ras circulares concéntricas rodeadas en partes por fosos; estos
alcanzan una longitud de 1.5 km. y una profundidad de entre
5 y 1 metro ( PLAZA ScHULLER, 1977).
De las fortificaciones en Puná todavía quedaban vesti-
gios en el siglo xvm (LEÓN BoRJA, 1964, 425).
Las fortalezas o pucaraes incaicos quizá se construyeron
con técnicas anteriores al imperio del Cuzco, desarrolladas
por los pueblos sometidos. Por ejemplo, se ha dicho que los
ch.imúes superaban a los serranos en fortificaciones, como lo
demuestra Paramonca (BAuoiN, 1943, 158, 159; HARooY,
1967, 43).
Los cuzqueños adoptaron técnicas ya existentes y quizá
las mejoraron.
En la cita de Las Casas sobre las palizadas del oriente
venezolano se dice que "Estaban algunos pueblos cercados de
tapias o de tierra y rama" (CAsAs, 1909, 42). Esto indicaría
que los indígenas dominaban alguna técnica para construír
este tipo de reparos; pero no la aplicaron a la construcción de
viviendas comunes.

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CAPITULO XV

PATRONES DE ASENTAMIENTO.
INICIACIÓN DEL URBANISMO

Aunque los documentos disponibles no son muy explícitos


en lo relativo a la disposición de las concentraciones de vivien-
das en la época prehispánica, no es aventurado clasificarlas
en las siguientes modalidades: A) Casas dispersas; B) Vi-
viendas alrededor de una plaza cuadrada o triangular; C)
Viviendas alrededor de una plaza circular o casi ; D) Viviendas
en hilera o en disposición lineal.

!-PATRONES DE ASENTAMIENTO:

A) CASAS DISPERSAS.

Guaimícs.
No vivían en pueblos sino en casas dispersas, "una de otra
media legua o un cuarto, sin otra comunicación más de la
que tenían a la junta de sus juegos" (SERRANO Y SANZ, 1908,
95). Esto era general para todo el istmo panameño, con excep-
ción de las casas sobre pilotes o en árboles de la región atra-
teña (ÜVIEoo Y VALoÉs, 1959, III, 317-318).

Votos.
Tenían pocas casas y dispersas en la región (FERNÁNDEZ,
1883, liT, 43).

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X\'. PATRONES DE ASENTAMU!NTO 195

ToM.
Vivían en casas de paja, apartadas unas de otras, entre el
monte (RGNG, 98) .

Tenerife.
"Los demás asientos de los pueblos indios están en laderas,
valles altos y bajos junto a las aguas, por ser, como es dicho
los naturales no tener pueblos formados" (RGNG, 1983, 147).

Valledupar.
No vivían en población fundada sino en unos bohíos mi-
serables (RGNG, 195).

Ocat1a.
Sus ramadas las mudaban a cada cosecha, pues las hacían
siempre donde tenían sus cultivos: "viven en las montañas o
arrimados a ellas" (RGNG, 218).

Trinidad de los Muzos.


El sistema de uniones era matrilocal y el marido se iba
:lvivir a la tierra de su mujer y de los parientes de ella: "No
viven en pueblos formados ni en casas permanentes, sino es
en barrios y parcialidades y (uno y) otro por sí. Y esto es por
causa de los casamientos, por casar fuera de sus apellidos, y así
donde cada indio hace su labranza, allí hace su casa" (RGNG,
225). "Est:ín poblados en lomas y laderas y en partes descu-
biertas. Huyen de los sitios bajos, por ser más calientes y en-
fermos ( ... ) y ansí hay de una casa de un apellido hasta otra
del mesmo, mucho camino". Esta sería según las fuentes, una
de las causas del acabamiento de tales indios (ibid., 235).

LA Palma de los Colimas.


"No tienen [los indios] pueblos formados, ni se ha po-
dido, aunque se ha procurado por diversos medios, acabar

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196 HlSTOJUA DE LA CULTURA MATERIAL

con ellos que se ordenen en ese caso. Su manera de casas y


el orden de ellas es desordenado" (RGNG, 252-253). "Es b
manera de su población llevada sin seguir orden de pueblos
congregados, sino de casas salteadas a la medida de sus an-
tojos; en la mudanza de las cuales también son regidas por
ellos, dejándolas a los tiempos que les parece, y pasándose a
donde les agrada" ( ibid., 256) .

Tocaima.

Los panches tenían casas apartadas, "puestas en oteros y


cerros" (Ovu:oo Y VALoÉs, 1959, Ill, 112).
Dice en 1561 fray Gaspar de Puerto Alegre: "Y en los
panches, colimas y muzos no hay población junta, aunque se
llaman de un nombre los que están ( ... ) aunque las casas
dellos se llaman bulúos, que todas son de paja como queda
dicho, está apartados unos de otros a legua o a media legua,
a legua y a tiro de ballesta y arcabuz cada casa; salvo y en
algunos buhíos grandes se allegan cuatro o cinco o seis vecinos"
(RGNG, 111). Esto lo hacían para buscar el fresco y por fa-
cilitar la defensa (SIMÓN, 1981-1982, III, 215).

Mariquita.

En casas colectivas vivían los indios "cada casa por sí muy


apartada una de otra ... " (RGNG, 59).

Sabana de Bogotá.

"Cada indio tiene su roza o sementera a la puerta de su


morada, y a esta causa están las poblazones algo apartadas
unas de otras, aunque las que están y viven en el valle de
Bogotá, casi están en forma de pueblo" (RGNG, 65).
Guachetá o San Grcgorio a la entrada de Quesada y los
suyos se extendía por una legua, las casas unas a manera de
pueblo, otras dispersas (SIMÓN, 1981-1982, III, 167).

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XV. PATRONES DE ASENTAMIENTO 197

Pamplona.
"Sus poblazones son muy apartadas unas de otras ... "
(RGNG, 84).

San Sebastián de la Plata.


Vivían los indios apartados unos de otros (RGNG, 35).

Páeces.
Se establecían en picachos inaccesibles para defenderse de
sus enemigos; pero abandonaban sus ranchos con motivo
de nacimientos o muertes de parientes (MERCADO, 1957, IV, 42-
43; JoUANEN, 1941, 1, 314).

Pijaos.
Moraban en habitaciones solitarias y apartadas unas de
otras (LuCENA SALMORAL, 1965, 1, 109).

Pasto.
Los bohíos de los indígenas estaban muy apartados unos
de otros (RGNG, 29). Excavaciones arqueol6gicas han reve-
lado sin embargo algunas concentraciones de hasta 80 vivien-
das, sin orden aparente, pero en filos de cuchillas (U.RIBE, M.
V., op. cit., 165 y fig. 57 (plano).

Popayán.
El patr6n de asemamiento predominante era casas disper-
sas (RGNG, 32).

Cali.
"Viven cada casa por sí, desviados unos de otros a trechos
de un tiro de arcabuz y a un cuarto de legua y a media legua
y a más y a menos, que casi no se hallarán pobladas dos casas
juntas, ni aun se tratan ni conversan casi unos con otros"
(FJUEDE, 1975, V, 109).

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198 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Valle del Cauca.


"Grandes poblaciones algo extendidas y derramadas las
casas de diez en diez y de quince en quince y veinte juntas
muy grandes ... " (CAsAs, 1909, 143; - , 1951, III, 185).
Esto es un reflejo de lo afirmado por un testigo presencial :
"Tienen sus pueblos extendidos y derramados por aquellas sie-
rras, las casas juntas de diez en diez y de quince en quince,
en algunas partes más y en otras menos" (CmzA, 1947, 11,
378). Las dos afirmaciones anteriores son de mediados del si-
glo xvr. De fines del mismo es la siguiente: "Cada un bohío
destos distaba de otro un cuarto de legua o media, puesto en
un alto por el aire y en un escombrado por los mosquitos aco-
modado de agua y leña y frucalcs" (AuNCIBAY: RGNG, 323).

Armas.
Tenían sus casas en las explanadas o mesetas de las cús-
pides de sierras muy ásperas y fragosas (Cu:ZA, 1947, II, 371).

Quimbayas.
En 1585 el gobernador de Popayán Juan de Tuesta Sala-
zar hizo una visita a Cartago, todavía en su primitivo asiento.
A pesar de estar Jos indios conquistados hacía 45 años, vivían
"dispersos y apartados y fuera de congregaci6n y de todo uso
de raz6n y ayuntamiento y policía", según consigna en acta de
16 de octubre de aquel año (FJUEDE, 1963, Q., 138-139). Como
consecuencia, dispuso el gobernador que los indígenas se
asentasen en poblados, de acuerdo con la índole y la lengua
(ibid., 139-141). De esto no hubo rest!lftado alguno concre-
to (ibid., 149).
A maz6nicos.
Unos grupos étnicos vivían aislados en sementeras, los de
la tierra adentro; otros en concentraciones, como ocurría con
los cunibos, omaguas y yurimaguas (MARoNI, 1889, 129). Los
jíbaros se localizaban en sierras, pero en las bocas de las quebra-
das mantenían estancias de recreaci6n y sementeras (ibt'd., 635).

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FiG.57

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Fig. 14. Plano del asentamiento tuza de El Arrayán, I piales, Colombia
(Urilx:, M. V., 1983, págs. 166-167, fig. 57). (Véase Bibliografía). Se
pueden distinguir por lo menos tres t:lmaños de viviendas, la mayoría
de ellas asentidas sobre más de una COt:l del terreno, quizá por
motivos sanitarios.

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XV. PATRONES DE ASENTAMIENTO 199

Asociaci6n con sementeras.


En las transcripciones anteriores aparece la recurrencia de
que las viviendas en general quedaban situadas cerca, a la vista
o dentro de las sementeras. Esto aparece con mayor detalle en
otra obra donde se hacen citas complementarias (PAnÑo, 1 965~
1966, 49~52).
Los andaquíes en el siglo xvm vivían en sus sementeras o
a la vista de ellas (ZAWADZKY, 1947, 184). Los mayas solían
situarse en familias dispersas, en enclaves de mejor suelo, en el
Petén (XtMÉNEZ, 1931, III, 152). Los cunas no cambiaban de
morada, a menos que el suelo se agotara (WAFER, 1888, 63).

B) VIVIENDAS ALREDEDOR DE UNA PLAZA CUADRADA


O TRJANGULAR.

Gran parte de la provincia de Higuey en la Española es-


taba cubierta de bosques. "En medio de estos montes hacían
los indios sus pueblos, talados los árboles tanto cuanto era me~
nester quedar de raso para el tamaño del pueblo y cuatro
calles en cruz (quedando el pueblo en medio), de 50 pasos
en ancho y de 1uengo un tiro de ballesta; estas calles hacían
para pelear, a las cuales se recogían los hombres de guerra
cuando eran acometidos" (CASASJ 1909, 10).
"En esta isla Española y en la de Cuba y en la de San
Juan de Puerto Rico y Jamaica y las de los Lucayos, había
infinitos pueblos, juntas las casas y de muchos vecinos jun-
tos de diversos linajes, puesto que de uno se pudieron haber
muchas casas y barrios multiplicados ( ... ) comúnmente
había en estas y en las ya dichas islas los pueblos de
ciento y doscientos y quinientos vecinos, digo casas, en cada
una de las cuales diez y quince vecinos con sus mu jeres y
hijos moraban ( ... ). Los pueblos destas islas no Jos tenían
ordenados por sus calles, más de lo que la casa del rey o
señor del pueblo estaba en el mejor lugar y asiento, y ante
la casa real estaba en todos una plaza grande más barrida

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200 HJSTOIUA D'E LA CULTURA MATERIAL

y más llana, más luenga que cuadrada, que llamaban en la


lengua destas islas batey, la penúltima sílaba luenga, que quiere
decir el juego de la pelota ( . .. ) También había casas cer-
canas a la dicha plaza, y si era el pueblo muy grande, había
otras plazas o juegos de pelota menores que la principal"
(íbid., 120-121; LovÉN, 1935, 86-99).
Estos datos indican que la planta urbana de calles en
cruz impuesta por los españoles no era desconocida en Amé-
rica, ni aun entre pueblos de poco adelanto cultural como
los tainas antillanos; para no hablar de los centros urbanos
de las grandes monarquías, como el Tenochtitlán de los az-
tecas; el Cuzco, Ollantaytambo y Chanchán de los peruanos,
así como Cajamarquilla y Pachacamac (GASPAJUNI and MAR-
oouES, op. cit., 178).

Las poblaciones arqueológicas taironas constan de diez


hasta varios centenares de casas, por lo general agrupadas al-
rededor de una o varias plazas, en cuyo centro hay una casa
de mayor tamaño, que pudo ser su centro ceremonial. Al-
rededor de este núcleo hay casas dispersas, asociadas por lo
general con terrazas de cultivo (REtcHEL-DoLMATOFF, 1977,
97-100; 100-101) . En Taironaca había plaza empedrada (CAs-
TELLANos, 1955, II, 529).

Mérida.
Cuando los españoles entraron a la cuenca del río Cha-
ma, en el pueblo de Lagunillas, llamado Zamu en lengua
local, se alojaron a toda satisfacción, agradados de ver "la
mucha poblaz6n que allí había toda junta, por sus barrios,
muy acompañada de grandes y fructíferos árboles .. .'' (AcuA-
oo, 1956, 11, 151).
G ran número de casas había en los pueblos del área de
Carache; tenían construcciones de piedra (WACNER, 1967, 84).

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XV, PATRONES DE ASENTAMU!NTO 201

Cu~ca d~l Magdalma. - Tamalamcqu~.

Cuando llegó a esta provincia de los pacabueyes Ambro-


sio Alfinger, estimóse que el pueblo principal tenía "más
de mil buhíos", "la población mejor e mayor que los cris-
tianos han visto en aquellas partes" (OvrEoo Y VALoÉs, 1959,
III, 11).
Los amaníes de las áreas al norte del río La Miel y Sa-
maná teruan una organización urbana más avanzada que la
de sus vecinos los patangoros: "Tienen sus pueblos trazados
con concierto, las casas juntas y las calles por orden y compás,
y pueblos formados aunque no muy grandes sino lugares de
ochenta o noventa casas" (AGuADo, 1956, II, 103).

U anos.
Durante la expedición de Jorge Spira a los llanos, ha-
llándose en la provincia de los choques que moraban recos-
tados a ]a cordillera, aquel caudillo envió al veterano Esteban
Martín a explorar. Este después de escudriñar por una parte
y otra halló "un pueblo o lugar de hasta treinta casas que
en lo alto de un cerro estaba fundado de tal suerte que con
las propias casas hacían o cercaban una plaza de mediano
grandor, de condición que si no era por las propias moradas
de los indios no se podía entrar en la plaza, y éstas eran
llanas a manera de ramada, excepto que a un canto de ca-
da bohío estaba hecho un retrete o partadijo para dormitorio
de los moradores, y el restante estaba lleno de grandes atam-
bores y otros instrumentos de que aquellos indios usaban"
(AGUADO, 1957, III, 138-139).

Costa ecuatoriana.
En la primera exploración por el Pacífico al sur de la
isla del Gallo, el piloto Bartolomé Ruiz de Andrade llegó
a la bahía de San Mateo, "y vido en el río un pueblo grande
lleno de gente " (CtEZA, 1960, II, 165; -, CANTÓ, 1979, 150).

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202 HJSTORJA DE LA CULTURA MA'íERlAL

Una población duraba más de una legua y al parecer com-


prendía unos 500 bohíos (Ovrnoo Y V ALDÉs, 1959, V, 12).
Un testigo presencial informa que a cuatro leguas de di-
cha bahía llegaron los españoles a "un pueblo despoblado
que se llama Catamez" lAtacames]. En seguida entraron a
otro pueblo grande vacío que se llamaba Cancebi (TRUJlLLO,
1948, 46). Adelante dieron vista a Coaque, gran pueblo de
mucha gente, de 300 bohíos muy grandes (ibid., 47-48). Es-
te pueblo fue quemado por su propio cacique, quedando
indemne un solo bohío donde se recogieron los expediciona-
rios (ibid., 49). Uno de estos pueblos, no especificado, tenía
hasta 3.000 casas (XEREz, 1891, 29).
Existe comprobación arqueológica de un urbanismo in-
cipiente en varias partes de la costa ecuatoriana: Coaques,
Cojimíes, Atacames al norte de la bahía de Caráquez; Jocay
(Manta) de 2.000 habitantes; Tosagua, Charapotó, Canilla-
ha (Canoa), en Ja región piache; Colonche, Chanduy, Ya-
gua! (huancavilcas), Buy (Puná) (LEÓN BoRJA, 1964, 414).
Puná tenía 6 o 7 mil vecinos indios, o sea jefes de fami-
lia ( Ovrnoo Y VALDÉs, 1959, V, 98-99), lo que da unos 25.000
a 28.000 habitantes.

Túmbcz.
Tenía dos fortalezas y era gran pueblo; pero al llegar
Pizarra estaba quemado y con edificios derribados; mostraba
que "debía haber sido pueblo de mucha importancia e bue-
na cosa" (Ovmoo Y VALDÉs, 1959, V, 34, 35). Un conquista-
dor le calculó más de 1.000 casas (Rmz DE ARcE, 1933, 36).
Allí empezaba el camino incaico de la costa, el mismo que tomó
Pizarra para la invasión (voN HACEN, 1976, 187-189).

Sierra cct~atoriana.

En la provincia de los canans se ha empezado por una


comisión española el estudio arqueológico. En el asiento de
Pilaloma cerca del Hatuncañar del siglo XVI se ha excavado
un conjunto habitacional o kamcha, con unas 8 habitaciones,

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XV. PATRONES D.E ASENTAMIENTO 203

que por su ajuar funerario parecen haberse destinado a vi-


vienda de mujeres dedicadas al culto. La reconstrucción ideal
de las casas (Fig. pág. 141) muestra techos de 4 aguas (ALci-
NA FRANCH, 1978, 140-142).

Pertt
Después de la dominación incaica, que suplantó las an-
tiguas costumbres, adoptando algunas de los pueblos venci-
dos, los soberanos cuzqueños acostumbraban -cuando había
por necesidades de gobierno, que planear la fundación de
pueblos- hacer primero una figura de barro (maqueta)
(BETANZOS, 1968, ( 1551), 30, 47, 48).

C) VIVIENUAS ALREDEDOR DE UNA PLAZA CIRCULAR O CASI.

Orinoco.
Entre 900-1400 d.C. las viviendas parecen haber estado
dispuestas en forma circular o semicircular alrededor de una
plaza central. Se conoce un ejemplo estudiado arqueológica-
mente, conjunto de unas 3-4 hectáreas de cabida, lo que re-
presenta una población de 500-600 individuos (SANOJ A y
VARGAS, 1974, 104). Esto ocurría en las riberas del Orinoco,
donde después los españoles de Sedeño y Ordaz hallaron
concentraciones de viviendas. No se especifican el carácter y
la disposición de estas en los documentos de la época de la
conquista.

D) VIVIENDAS EN HILERA O EN DISPOSICIÓN LINEAL

Hoya amaz61lica.
El carácter de verdadera escapada que tuvo el primer
viaje Amazonas abajo de Francisco de Orellana, no permitió
una observación detenida del aspecto poblacional. Sin em-

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204 H ISTORIA DE LA COl-TUllA MATERIAL

bargo, se consagra la existencia de algunos pueblos grandes,


como el de los Bergantines y el de Mach.ifaro, que compren-
día más de sesenta leguas a lo largo del río (OviEDO Y VAL-
oÉs, V, 385).
Esta disposición de viviendas riparias o en islas, se ~x­
plica en parte porque en esas condiciones de várzea o sector
del río parcialmente anegadizo, los suelos son de mejor ca-
lidad y por consiguiente más productivos; mientras que ha-
cia el interior, o sea la llamada "tierra firme" el suelo es
más pobre y las casas dispersas (SAN RoMÁN: AP, 31-32, 33).
También el río facilita las comunicaciones.
Más exactas son las informaciones de Jos relatores de la
expedición Ursúa-Aguirre de 1560..61. En la isb de García
de Arce había dos pueblos, de unas treinta casas o más
(V ÁZQUEZ, 1945, 42). De aquí abajo se extendían las provin-
cias de Carari y Manicuri, en un trayecto de más de 150
leguas, "todos los pueblos en la barranca del río, sin que ha-
ya mucho de uno a otro" (ibid., 45). Después de nueve días
de navegación en despoblado, llegaron al pueblo que llama-
ron Machifaro, el mayor que se había visto (ibid., 46), don-
de se detuvieron 33 días hasta Navidad de 1560. Abajo del
pueblo de los Bergantines, donde durante varios meses se
aderezaron unos navíos, hallan otro pueblo "mayor que nin-
guno de los que hasta aquí habíamos topado, porque tenía
más de dos leguas de largo; las casas en renglera una a una,
prolongadas por la barranca del río ... ·• (tbid., 74). Mucho
más abajo a la margen derecha sobre unas serrezuelas ha-
llaron "grandes poblaciones" que no calaron, y lo mismo
en la llamada provincia de Aruaquinas, donde el río es es-
trechado por serranías de lado y lado (ibid., 84-85). Al final,
cuando ya se sentía la influencia de la marea, hallaron otro
a la mano derecha (ibid., 86) .
Todavía en 1639, durante el viaje de Pedro de Teixeira
del Pará a Quito y viceversa, se halló una población por am-
bas orillas, que duró todo un día en ser recorrida (TEIXEIRA,
1889, 93). Las poblaciones eran unas muy grandes, otras peque-
ñas, algunas muy apartadas (ibid., 92, 93).

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XV. PATRONES DE ASENTAMIENTO 205

Concentraciones en orden lineal predominaban en el ba-


jo San Jorge (PLAZAS y FALCHETn, op. cit.).

2 - APROXIMACIÓN AL U RBANISMO.

Por la revisión de las fuentes históricas que acaba de


hacerse, correspondientes todas a la época de la conquista
y procedentes de testigos presenciales en la mayoría de los
casos, parece quedar claro que no existió en esta parte de
América un patrón uniforme en los asentamientos a los que
pudieran atribuírse rasgos de urbanismo, por lo menos de lo
que se entendía por tal en el Viejo Mundo durante la pri-
mera mitad del siglo xvt.
Los especialistas en este tipo de investigaciones no han
podido ponerse de acuerdo en las características que sin mar-
gen de duda pudieran definir el concepto de urbanismo, por
oposición a viviendas aisladas (HAROOY y ScHAEDEL, 1969).
Las diferencias culturales y tecnológicas de los pueblos del
Viejo Mundo, hacen muy inconsistente en el estado actual
de los conocimientos sobre la época prehispánica, buscar unos
rasgos comunes entre las concentraciones de uno y otro lado
del Océano, por una parte, y dentro del mismo continente
americano, Jonde coexistían en el momento del descubri-
miento, todos los tipos posibles de aglomeración humana.
Como regla general y sólo con los datos disponibles has-
ta ahora, cuando la arqueología es la que puede decir la
última palabra, puede afirmarse que la concentración o aden-
samiento residencial - aun en los casos mencionados atrás -
no alcanzó en el área nuclear de este estudio, la magnitud
que en Mesoamérica o en el Perú. Al tiempo de la llegada
de Cortés, Tlascala era más grande que Granada (ÜVTEDo
Y VALoÉs, 1959, IV, 20-21); Tenochtitlán tanto como Sevilla
o Córdoba (ibid., 44); Cholutecatl (Choluteca) tenía en el
centro hasta 20.000 casas y otras tantas en la periferia (ibid.,
25); en Champot6n había hasta 8.000 casas de piedra (ibid., III,

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206 HISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

414); Cempoala en la costa del golfo era abundante y de


buenos edificios de piedra (ibid., IV, 9-10). Teotihuacán en
su apogeo prelúspánico (c. 450-650 d. C.) pudo albergar unos
85.000 habitantes y ocupaba 20.5 km 2 (MILLON: HARoov y
ScHAEDEL, 1969, 111).
Tampoco hubo al parecer entre los paralelos 12 a lado
y lado del ecuador, una ciudad como la Chanchán de la
costa peruana, cuyas ruinas cubren una superficie de 11 mi-
Has cuadradas (KuBLER, 1962, 266-271).
Si del criterio de área ocupada, número y calidad de
los edificios o número de habitantes por unidad de superfi-
cie, se pasa a parámetros como presencia o ausencia de ins-
talaciones industriales, de servicios de dotación de agua o de
servicios para la eliminación de residuos, es cosa que en los
casos conocidos todavía no puede saberse, porque las exca-
vaciones adelantadas son parciales, y muchas de las caracte-
rísticas urbanas, sobre todo las asociadas con lugares de culto
indígena, fueron sistemáticamente eliminadas por los europeos.
Pero ninguna de las dos situaciones presentes en Amé-
rica en el momento de la conquista en cuanto a concentra-
ciones urbanas respecta se salvó de la destrucción, pues tanto
desaparecieron ante la persecución y el empuje de las fuerzas
españolas, los modestos caseríos de madera y paja de la Amé-
rica equinoccial, como las grandes "ciudades" mejicanas v
peruanas, arrasadas casi hasta no quedar piedra sobre piedra.
como en los casos de Tenochtitlán y el Cuzco, para cons-
truír sobre ellas nuevas ciudades bajo concepciones diferen-
tes. De los cercados muiscas no se vuelve a hablar en la
documentación conocida a partir de 1540; en 1620 dice el
cronista Simón que de ellos no quedaba rastro.
Ahora bien. Desde el punto de vista indígena, las casas
dispersas constituían lo óptimo. La conquista reveló la fun-
cionalidad de ese esquema. Bien pronto los indígenas se die-
ron cuenta de que cuanto más adensadas se hallaban las
viviendas y aglutinadas por una cohesión jerárquica más
fuerte, con mayor facilidad el invasor sometía y explotaba

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XV. PATRONES DE ASENTAMIENTO 207

a los moradores. De allí la irreductible renuencia a aceptar


las disposiciones españolas de organizarse en pueblos, aun
a costa de extrañamiento voluntario hacia regiones inhóspi-
tas, para librarse de la presencia del español, fuera enco-
mendero, corregidor, soldado o misionero, pues todos a una
eran explotadores.
Es diciente a este respecto lo ocurrido con la política de
reducciones a pueblos en el Perú, no obstante la tradición
milenaria de sometimiento a las autoridades jerárquicas. Los
indios vivían disgregados (en los montes) y el virrey Toledo
decidió confinarlos en concentraciones urbanas (PoMA DE
AYALA, 1944, 445; HANKE, 1978, I, 109-110; 136; 138, 139).
Pero ya el virrey Velasco años después decía que el procedi-
miento no había resultado muy efectivo (ibid., II, 52). Otro
virrey reconocía la dificultad de sacar a los indios de sus
huaicos u hondonadas para concentrarlos (ibid., 1980, V, 176).
Por huír de las calamidades que para los indios apare-
jaba este sistema preconizado por los españoles, los nativos
de la gobernación de Popayán, a raíz de la visita realizada
en 1668 por Inclán Valdés -cuando dispuso que los aborí-
genes se redujesen a población - prefirieron remontarse
(ÜRTIZ, 1966, III (3), 147-149; 148).
Esta continuó siendo una constante en Colombia, aun
ya bien avanzado el mestizaje, hasta hace pocos años en que
la tendencia empieza a cambiar. En efecto, el campesino ha
identificado siempre al pueblo, la concentración, como el fo-
co de donde irradia dominación política y económica (Mas-
QUERA y APRtLE, 1978, 56).

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TERCERA PARTE

LA VIVIENDA
A PARTIR DE LA CONQUISTA

1•

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CAPÍTULO XVI

ANTECEDENTES DE LA ARQUITECTURA
Y CARACTERíSTICAS DE LA VIVIENDA ESPA~OLA
EN LA ÉPOCA DEL DESCUBRIMIENTO

Todas las sociedades humanas, en especial aquellas locali-


zadas en áreas geográficas que facilitan el desplazamiento,
están sujetas a la influencia de culturas foráneas. Esto es par-
ticularmente cierto de la península ibérica, sometida desde
remotos tiempos a oleadas de invasores y colonizadores, ca-
da una de las cuales dejó su huella en las construcciones.
Pero - como también suele ocurrir - cada nuevo inva-
sor debió adaptarse a las condiciones locales. Parece haber
sido notable la influencia ecológica, sean cuales hayan sido
los aportes culturales de cada pueblo invasor u ocupante de
turno, pues todos ellos tuvieron que someterse a las imposi-
ciones ambientales (BALYL, 1972).
En la época del descubrimiento de América ya estaban
definidas dos modalidades principales de asentamiento urba-
no: la romana en la meseta central y en la costa levantina,
y la sarracena en el Mediodía. Pero en general parece vá-
lida la afirmación siguiente: "Las ciudades españolas de los
siglos XVI y xvn estaban por lo general mal construídas, mal
planeadas y mal dispuestas. Apenas si se conocían los edi-
ficios de piedra, si se exceptúan las iglesias, los conventos
y los palacios de los Reyes y de los nobles. Las viviendas or-
dinarias se construían comúnmente de ladrillos o adobes;
rara vez se alineaban a lo largo de las calles; de ordinario,
se apelotonaban desordenadamente unas contra otras ... "

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212 HJSTOJUA DE. LA CULTURA MATE.Rl/IL

(PFANDL, 1942, 203). Fuentes contemporáneas detallan más


por menudo la situaci6n: casas bajas al nivel del suelo, de
barro o ladrillo, pues la piedra se reserva a las casas de los
ricos (DEFOURNEAUX, s.f., 124-125). No menos pobre era la casa
campesina, aunque había mucha variaci6n regional (ibid.,
132-135).
No era de recibo general el predominio de los cánones
clásicos transmitidos por influencia romana, aunque a su vez
recibidos del Oriente a través de Grecia (BALIL, 1972, I, 30),
del trazado a escuadra, en cruz, que tenía también sin in-
fluencias extrañas Tenochtitlán (CASTAGNOLI, 1971, 56-57).
La ciudad española arqueol6gica prototípica construída bajo
esas normas es Itálica, con una cabida aproximada de 30
hectáreas, que pudo albergar una poblaci6n cercana a los
10.000 habitantes; las calles eran de 8 metros de ancho (GAR-
cÍA Y BELLIDO et al, 1968, 39, 41, 45). Lo curioso es que
Atenas (GARoiNER, 1975, 73) y Roma se construyeron sin
sujeci6n a ese plan y por eso son ciudades irregulares; pero
la última sí trat6 de imponerlo en sus colonias (CASTACNOLI,
op. cit., 124).
El trazado llamado romano tenía dos vías principales:
el e a r d o m a x i m u s , de norte a sur, cruzado de este
a oeste por el d e e u m a n u s m a x i m u s , que daba
manzanas cuadradas o rectangulares (GARcÍA y BELLIDO ~t al,
1968, 78). Había una plaza central (VILA V ALF.NTI y CAPEL,
1970, 114; BENEYTO, 1961, 22), donde se concentraba en Es-
paña la casa del ayuntamiento o cabildo casi con exclusivi-
dad ( GARcÍA Y BELLIDO ~t al, op. cit., 191-192). En realidad
las plazas españolas tradicionales eran pequeñas, y las gran-
des a la manera de América, s6lo se hicieron tarde, para
facilitar los espectáculos masivos. La primera de esas caracte-
rísticas se hizo en Valladolid en 1592; luego la de Madrid
en 1611, y la de Salamanca en el siglo xvm (MARKMAN:
HARnov y ScHAEDEL, 1975, 194-195).
En el sur de España predominaba el tipo andaluz con
fuerte influencia arábiga: calles tortuosas v casas con un pa-

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XVI. ANTECEDENTES DE. LA ARQUITECTURA 213

tio central al cual desembocaban la mayor parte de las habita-


ciones (BENEYTO, op. cit., 141; PFANDL, op. cit., 204).
Los edificios públicos, iglesias, conventos, muchos de los
cuales perduran y se pueden ver en alguno de los varios
catálogos que existen, eran por lo general s6lidos y bien
construídos para los estilos de cada período, románico, g6ti-
co, mozárabe, barroco, neoclásico, etc. (BAY6N, 1967) . La casa
familiar en cambio, no parece haber sufrido mayor variaci6n,
y en sociedades como la española de grandes desigualdades
jerárquicas, la vivienda popular urbana, así como la rural,
debieron ser y fueron bastante modestas. Algunos ejemplos
tomados de las relaciones corográficas que se hicieron hacia
1580 lo aclararán :
Alcoba = "Las suertes de las casas son bajas sin sobra-
dos, sino son las que llaman alhorgas de madera tosca, roble
[Quercus spp.] y alcornoque LQ. suber] y por tabla jara [Gis-
tus ladamferus] que en esta tierra llaman tiJlo, y que las pa-
redes son de tierra y cimientos bastos" (VIÑAS y PAZ, 1971, 22).
Almadén = Los edificios eran malos y pequeños, de
piedra, barro y encina; algunos de cal y ladrillo. Este se fa-
bricaba localmente (ibid., 51).
Almod6var del Campo = Todas las casas eran de tapie-
ría, cal y ladrillo (ibid., 71).
Argamasilla de Alba = Construcciones de tapiería de
tierra; algunas casas de teja, las más de atocha [Stipa tena-
cissima], retama [Sarotamnus scoparius] y carrizo [Arundo
donax] (ibid., 100).
La torre de Juan Abad, refugio del poeta Francisco de
Quevedo durante su desgracia política, constaba de casas con
cimientos de piedra viva y franca; tapias de tierra y muchas
de escoria de fierro de herrerías que había; algunas de piedra
labrada y mampostería, con mezcla de cal y arena, por den-
tro enlucidas con yeso (ibid., 532).
Tendilla, en Guadalajara, patria del insigne Tomás Ló-
pez Medel, tenía edificios buenos, de dos o tres suelos (pisos),
de yeso y madera; algunas casas de piedras y cal; pocas de
tapiería (CATALINA GARcÍA, 1905, 111, 68).

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214 HlSTORJA DE LA CULTUM MATERJAL

Cubillo, de la misma provincia, constaba de casas bajas


de un suelo, por los grandes hostigos y vientos y grandes
aguas; tapias de tierra con algunas esquinas de ladrillo. "Te-
ja se hace: cuécenla con paja de los rastrojos y con zarzas
y escobas" (ibid., 266).
En cuanto a la cobertura, varió según ]a región y los
medios económicos de los dueños. Los labradores vivían en
casas terrizas, retamizas, pajizas o empizarradas (LAMPÉREZ
Y RoMEA, 1922, I, 95).
Por lo menos 14 tipos diferentes de vivienda popular
se han reseñado de España, condicionados por influencias
ecológicas, presencia o ausencia de determinados materiales
e idiosincrasia regional (HoYos, 1952). Dos grandes catego-
rías se podrían detectar en Europa y por consiguiente en
España: de madera en el norte; de piedra en el Mediterrá-
neo por falta de bosques (GARCÍA MERcADAL, 1930, (1981),
9). Otros autores piensan que hubo también una influencia
cultural en los tipos de vivienda en España: mos galicarum,
de madera; mos goticarum, de piedra (LAMPÉREZ Y RoMEA,
1922, I, 43).

No se pueden sacar conclusiones sobre las construcciones
españolas populares de la época de los descubrimientos y
principios de la colonización americana, sólo consultando los
libros técnicos de arquitectura. Fuera de que la influencia
de textos clásicos llegó tardíamente a España, ella sólo se
expresó en las obras monumentales y no en la vivienda po-
pular. El primer tratado de arquitectura conocido en español,
Las medidas del romano, de Diego López de Sagredo -ca-
pellán de Juana la Loca, que no era arquitecto sino aficio-
nado (MENÉNDEZ PELAYO, 1974, I, 842-843)- fue publicado
en 1526 (una segunda edición en Lisboa en 1541) (GARcfA
SALINERO, 1968, 8). O sea que antes de ]a primera edición
ya existían Santo Domingo, Panamá, Méjico y entre la pri-
mera y la segunda estaban en vía de fundarse Santa Marta
y Coro.

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XVI. ANTECEDENTES DE LA ARQUITECTURA 215

El tratado de Hernán Ruiz El libro d~ arquitectura, es-


crito entre 1545 y 1562, pero publicado apenas en nuestros
días, es una paráfrasis de Vitruvio (Rmz, 1974).
El arquitecto e ingeniero Giovanni della Torre, conoci-
do en España como Juanelo o Ianelo Turriano Cremonense,
sólo llegó a Toledo, donde más tiempo residió, a mediados
del siglo XVI, poco antes del traslado de la capital a Madrid,
y todavía en el período 1564-1568 estuvo en la Ciudad Im-
perial construyendo artificios espectaculares para la época
(GARCÍA SALINERo, op. cit., 7-8, 10).
La primera traducción española del libro de Andrés Pa-
lladio se publicó en León en 1578, y la traducción de Vitru-
vio en 1587 (VALDEVlRA, 1978, 189). O sea que la obra maestra
de la antigüedad, aparecida poco antes de la era cristiana
bajo Augusto, y cuya edición príncipe se imprimió en Roma
en 1486, habiendo conocido hasta 1521 seis ediciones en la-
tín e italiano (CERVERA VERA, 1968), sólo fue conocida en
castellano un siglo después, cuando varios centenares de ciu-
dades y pueblos habían sido fundados en América. La obra
de Sebastiano Serlio, T~rcero y quarto libro de ArclúUctura,
se publicó traducida en Toledo en 1552, y fue una de las que
más influencia tuvieron en España (VALDEVIRA, 1978, 192),
así como en la Nueva Granada (SEBASTIÁN, 1966, 24, 25, 26,
27, 28; 52, 53; ARBELÁE.z y SEBASTIÁN, 1967 (4), 160-165). Las
traducciones castellanas de Vitruvio, Alberti y Vignola son
oscuras e incorrectas (MENÉNDEZ Y PELAYO, 1974, I, 852-
857 y notas).
La obra Carpintería d~ lo blanco y tratado de alarif~s
de Diego L6pez de Arenas, se editó por primera vez en
Sevilla en 1633, o sea cuando ya la mayoría de las ciudades
y poblaciones americanas de la época colonial existían. Un
autor la califica de arcaizante y casi medieval (GÓMEz-Mo-
RENo, 1949, 20), y como cuatro tratados sin originalidad, los
de Juan de Arfe, Diego López de Arenas, Laureano de San
Nicolás y Juan de Torija (ibid., 22).
En cuanto a la influencia que estos libros pudieron tener
en América, son raros los casos en que aparecen citados al-

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216 HJSTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

gunos ejemplares en poder de arquitectos o ingenieros que


vinieron al Nuevo Mundo, y eso en época tardía. Por ejem-
plo, hay constancia de embarques de libros para Méjico en
1584 y para Tierra Firme en 1591 (GuTIÉRREz [Z], 1972,
XXI). Ya en época mucho más tardía, tercer cuarto del si-
glo xvm (1788), figuran algunos libros de arquitectura en
la biblioteca del virrey Caballero y Góngora (ibid., XXVII).
Uno solo (no se indica cuál) dejó en su testamento el cons-
tructor Baltasar Figueroa muerto en Bogotá (AcuÑA, 1967,
164). El único tratado escrito en América sobre arquitectura
de que se tenga conocimiento, ya de mediados del siglo xvn,
el de fray Andrés de San Miguel - nombre religioso del
arquitecto Andrés de Segura de la Alcuña- quedó inédito
hasta nuestros días (1969).
Lo que sí parece comprobado es que circularon estam-
pas de varios tratadistas arquitectónicos, entre ellos Serlio,
y pudieron inspirar a maestros españoles o criollos (SEBAS-
TIÁN, 1966, 81-82; ARBEL~Z y SEBASTIÁN, 1967, 160-165). Las
estampas eran las más consultadas (BAYÓN, 1974, 43), y se
consideraban lo más valioso (AcuÑA, op. cit., 163). Por lo
general para columnas y elementos individuales, se aprove-
chaban ilustraciones de libros, aunque no fueran de arqui-
tectura (A:&BELÁEZ y SEBASTIÁN, op. cit., 204).
En esas condiciones, de escasa o nula influencia de los
tratadistas, cosa que ocurre siempre en todas las profesiones
y actividades, la construcción en América -como lo había
sido en España - quedó en manos de los alarifes y maes-
tros. Aun siendo gente con conocimientos empíricos, partici-
paban de modo importante en el diseño y en la ejecución de
las construcciones. Los gremios de alarifes tenían una tradi-
ción que venía desde la Edad Media, y hacían respetar sus
fueros. Sobre esa situación se presentarán ejemplos en el capí-
tulo siguiente. Varios canteros, carpinteros y alarifes figuran
con predicamento en los documentos coloniales americanos,
pues los verdaderos maestros, arquitectos o ingenieros fueron
escasos. Pero también abundan los ejemplos de constructo-
res chambones.

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CAPfTULO XVII

MANO DE OBRA ESPECIALIZADA:


CONSTRUCTORES, ALBAÑILES, CANTEROS,
CARPINTEROS. - PROFESIONALES: MAESTROS,
ARQUITECTOS, INGENIEROS

El gremio de los alarifes era de una gran antigüedad


en España en la época de los descubrimientos. Por ejemplo,
las ordenanzas que regían a los de Barcelona datan de 1327
y se aplicaron hasta 1827. En ellas se establecía que ningún
maestro de obra podía ser autorizado para ejercer su oficio
sin haber pasado tres años y medio de aprendizaje, viviendo
en la casa del principal o instructor (BASSEGODA, 1973, 108-
117; 111).
Contienen también información sobre esto las ordenan-
zas refrendadas en Sevilla por los Reyes Católicos (LoRENzo
DE SAN NtcoLÁs, 1796, 403). Las ordenanzas de Toledo de
1534 aprobadas por Carlos V contienen interesantes disposi-
ciones (ibid., 356-374).
Las disposiciones gremiales, por rígidas que fueran, no
impedían el fraude. Así lo indica Lorenzo de San Nicolás en
su tratado, recomendando que a los aprendices no comple-
tos no se les permitiera hacer obras grandes, sino aquellas
que no pasaran de 50 ducados de costo, "o que sirvan sólo
de amasadores o meros chapuceros" (LoRE~zo DE SAN Nico-
LÁs, 1796, 375). Este mismo autor enumera las condiciones
morales que deben tener los maestros mayores, aparejadores
y veedores (ibid., 215), y de las propiedades del maestro ge-
neral (ibid., 216-218); añade "alarifes o maestros mayores

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218 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

que todo es uno" (ibid., 356). Entre esas condiciones mora-


les, cuando se refiere a los daños en los edificios por la acción
del tiempo "que todo lo gasta", también incluye los imputa-
bles al descuido del maestro y concluye: ''que no sea soberbio
ni hinchado, pues tal cual fuere será el edificio" (ibid., 184).
Felipe Il creó en Madrid en 1582 la Academia de Mate-
máticas y Arquitectura civil y militar, que se extinguió por
falta de oyentes (ZAPATERo, 1978, 227-228).
El título de arquitecto sólo apareció en España de modo
oficial en 1787 con el de maestro de obras, aunque en 1752
la Academia de San Fernando había establecido el curso de
teniente arquitecto y académico de mérito (BASSEGODA, 1973, 1).
En cuanto a ellos, un tratadista español puntualiza: "La
filosofía faze al arquitecto de grande ánimo e que no sea arro-
gante mas antes sea fácil, justo, fiel y sin avaricia" (RUiz,
1974, 59), que es una traducción (VtTRuvrus, 1960, 8).
Es de suponer que de unos y de otros, de los honrados
y capaces, como de los fraudulentos y teguas, vinieron a
América. Desde luego que en los primeros años no llegaron
verdaderos maestros, sino alarifes y canteros, cuyos conoci-
mientos eran un mixto anacrónico de estilos antiguos y con-
temporáneos (BuscHrAzzo, 1961, 20). Las construcciones de
cierta envergadura, como fortalezas, quedaban endebles, por-
que los maestros de obra eran toderos (MIRANDA V ÁzQuEz,
1976, 109). Esto quizá obedece a lo que dos grandes espa-
ñoles, cada uno en su menester, conceptúan sobre la idiosin-
crasia de sus paisanos: "La historia de nuestra arquitectura
está escrita en las piedras, no en los libros. Pertenece a la
historia del arte, no a la historia de la ciencia del arte. Tra-
bajábase con sublime inconsciencia y los procedimientos téc-
nicos se derivaban de maestros a discípulos por aprendizaje de
cantería y andamio, aunque hoy sólo por inducción sacada
de las mismas obras puede conjeturarse cuáles fueron tales
procedimientos" (MENÉNDEZ PELA~O, vol. r, 479-480). Dice
el otro: "Todo lo empírico es grato al espíritu español, por-
que el empirismo es apto para la eficiencia diaria aunque

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XVrt. MANO DE OBRA ESPECIALIZADA 219

no fecundo para la invención" (MARAÑÓN: Pwz DE BARRA-


DAS, 1976, 13).
Los canteros y alarifes simples, eran personas en general
modestas, que aplicaban lo que recordaban (ARBELÁEz y S&
BASTIÁN, op. cit., 128; 403). Pero también se daban casos de
que quien en España no pasaba de ser cantero o ensambla-
dor, en América se volvía escultor o arquitecto (BENAVIDES,
op. cit., 38).
El tercer caso fue que los verdaderos oficiales en Espa-
ña no practicaban su menester en América, porque tenían
"levantados los pensamientos más allá de los términos a
donde, consideradas sus cualidades y su estado, deberían lle-
gar" (JuAN y ULLOA, 1983, II, 422-423).
En realidad, la escasez se explica porque mientras duró
el espejismo del oro, casi ninguno venía a América con áni-
mo de ejercer su oficio; cumplían con él mientras no se
presentaran mejores oportunidades. Por eso cobraban caro,
lo que obligó a los cabildos a establecer tarifas para evitar
los abusos (DoMÍNGUEZ CoMPAÑY, 1978, 81-82).
Esos operarios debieron ser los que trasplantaron a Amé-
rica algunas innovaciones, como el uso de nuevos materiales
(ladrillo cocido, teja, azulejos); el hierro, y con menos im-
pacto en las construcciones de la época, el vidrio. También
debe mencionarse la generalización de la ventana y las ce-
rraduras más elaboradas, para las puertas. La innovación tec-
nológica más importante fue la bóveda (véase capítulo XVIII).
En cuanto a equipo, la generalización relativa al uso de
la rueda, no tuvo el impacto que se podría suponer; pero sí
algunas herramientas, como se verá en el capítulo XVIII .


Maestros canteros partieron en 1510 de Sanl6car de Ba-
rrameda para Santo Domingo (BuscHIA.Zzo, 1944, 14; -,
1961, 18).
Pedrarias en 1513 trajo a Santa María del Darién algu-
nos operarios. Dos años después había en esa ciudad 16 car-

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220 l{lSTORJA DE LA CULTURA MATERIAL

pinteros, 3 maestros de obra, 3 aserradores, 3 herreros, 3


cerrajeros y 2 canteros (MARTÍNEz, 1967, 20).
En la construcción de la iglesia y la fortaleza de la Vi-
lla del Espíritu Santo en la isla Margarita, figuró el cantero
y albañil Martín de García, que además de su salario reci-
bió una licencia para rescatar cuatro esclavos indios ( Orn:,
1977, 217).
En marzo de 1529 García de Lerma informa desde San-
ta Marta que está emprendiendo en la construcción de la
casa del rey, para lo cual había traído canteros y carpinteros;
luego se supo que algunos de tales operarios se habían que-
dado subrepticiamente en Santo Domingo, y el rey ordenó
un año después que se despacharan a su destino (FRIEDE,
1955, II, 47; 174). Martín de las Alas volvió a traer carpinteros
y albañiles en 1565 para la misma ciudad (ibid., Mss., 58).
En cédula del 20 de julio de 1538 se ordenó que, para
la construcción de la fortaleza de Cartagena encomendada
a Pedro de Heredia, los oficiales de la Casa de Contratación
de Sevilla enviaran albañil y carpintero, lo que sólo se logró
el año siguiente de 1539 (FRIEDE, 1960, VI, 362). Andando el
tiempo hubo allí albañiles y canteros (BoRREGO PLA, op cit.,
407-409), tejeros y caleros (ibid., 411-412).
En el mismo año de 1539 se autorizó a la Audiencia de
Santo Domingo para que dejara salir con destino a la go-
gernación de San Juan de Pascual de Andagoya, Jos albañi-
les y canteros que pudieran dejar la isla sin inconvenientes.
Hasta cuatro se le autorizó sacar de la Española a dicho con-
quistador, pagando la corona los pasajes y matalotaje (Fimr
DE, 1957, V, 130; 134).
Con la decadencia de Santo Domingo, en 1588 pedían
las autoridades que se enviaran fabricantes de cal, albañiles,
alfareros y carpinteros, pues escaseaban a raíz del asalto de
Drake (RoDRÍGUEZ DEMORIZI, 1945, 11, 33).
Un tejero y dos carpinteros llevó Díez de Armendáriz
en 1547 al Nuevo Reino (FRIEDE, 1%2, VIII, 296). Sin em-
bargo, debió haberlos antes de ese año, si es cierto que el
primero que hizo teja y ladrillo en Santa Fe fue Antonio

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XVU. MANO DE OBRA ESPECIALIZADA 221

Martínez, encomendero de Chilagua en los Panches, de los


que entraron en 1542 con Alonso Luis de Lugo (FLÓREZ DE
OcÁRtz, 1943, I, 189). Sin embargo, la casa de Montalvo de
Lugo, donde se alojó Pedro de Ursúa cuando le usurpó el
gobierno al llegar en 1545, estaba

... nuevamente
hecha (sin estrena!la quien la hizo),
con curiosidad, aunque de paja
cubierta, por faltar en aquel tiempo
peritos oficiales y maestros
en uso de mejor arquitectura
(CASTELLANOS, 1955, IV, 497).

Existe una lista alfabética de ingenieros, arquitectos y


operarios de la construcción y la decoración en el Nuevo
Reino de Granada (AcuÑA, 1964).
En Popayán, no obstante su importancia como centro
de región minera y agro-pastoril, los oficiales fueron escasos.
El obispo Quirós fallecido en 1684, para construír la torre
de las campanas en la catedral, tuvo que traer dos alarifes de
Bogotá (ÜLANO, 1910, 44). En 1775 se dio principio a la
construcción del templo de San Francisco, por el español
Antonio García, "único habitante de la ciudad que en aquel
tiempo tenía conocimientos arquitectónicos" (ibid., 126). Sin
embargo, en 1774 figuran como residentes allí el alarife Pablo
Arriaga, y los canteros Miguel y Antonio Aguilón (ibid., 118).
Indios albañiles de Quito se registran desde temprana
época (J. DE LA EsPADA, 1897, III, 25). En cuanto a los espa~
ñoles, había dos en 1571: Antón Prieto no usaba el oficio
por ser rico, y fulano González tampoco "por estar casado
con mujer que tenía indios" (ibid., 1965, 11, 21~219). "Un alba~
ñir o carpintero su jornal ordinario son dos pesos" (ibid., 222).
El 5 de enero de 1536, con motivo de la fundación de
Lima, Francisco Pizarro nombró como alarife a Juan Meco
(Coao, 1956, II, 298). Por fuerza mayor no se pudo mante~
ner la primera traza que se hizo (ibid., 306).

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222 HISTOIUA D.E LA CULTURA MATEJUAL

La preparación y experiencia de muchos oficiales no eran


tales como par a garantizar la perdurabilidad de las obras. La
segunda catedr al de Bogotá se cayó el 31 de octubre de 1565,
estando lista para inaugurarla al día siguiente, "por haberle
echado los oficiales ruines fundamentos" (SIMÓN, 1981-1982,
IV, 458). De estos casos se pueden mencionar varios.

Carpi1zteros, ebanistas.

Los árabes fueron carpinteros insignes y su herencia que-


dó en España. Inicialmente se distinguieron en talladores y
ensambladores en Madrid, cuando en 1588 el gremio se rigió
por unas ordenanzas aprobadas entonces por el rey; pero
en 1675 se incorporaron a este gremio los llamados ebanis-
tas: a las ordenanzas primitivas se les añadieron 15 capítulos
para recoger la modificación, y el paquete de normas se apro-
bó en forma definitiva el 19 de marzo de 1748 (Pwz BUE-
No, 1942, 212). Es de recordarse que el nombre de ebanista
viene de ébano, madera preciosa que empezó a importarse
a Francia en el xvu, procedente del Asia, el Diospyros ebe-
naster; del francés ebmiste salió el español ebanista. Esto fue
en la época de Luis XIII (1620-1630), cuando la encina y
el nogal europeos empezaron a ser sustituídos por el ébano
(SCHMITZ, 1966, 27).
El carácter aventurero del personal reclutado para ir a
las Indias y la manera agregadiza como se completaban las
fuerzas expedicionarias, explica que para muchos soldados
sin habilidad distinta de usar las armas de la época, hubiera
pocos operarios de los varios oficios necesarios para la vida
ordinaria en las nuevas tierras. En 1607 la Audiencia de Pana-
má hizo la estadística de los oficiales existentes en esa ciudad:
se contaban 25 escribanos reales contra 32 carpinteros (SE-
RRANO Y SANz, 1908, 169).
Al principio de la colonización los carpinteros y ebanis-
tas europeos se hacían pagar caro su trabajo (CAPPA, 1892,
VIII, 196-197). En Popayán se consideraba que este era un
oficio selectivo, como lo reconoció el visitador Inclán Valdés,

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XVII. MANO DE OBRA ESPECIALIZADA 223

"y porque el trabajo de los indios carpinteros se debe pagar


distintamente que a los demás trabajadores, ya por ser ofi-
ficio aprendido como por ser mayor el trabajo", ordenó que
se les pagara real y medio de plata, más la comida necesaria
y suficiente, "y si tuviere oficiales se entienda lo mismo con
ellos" (OLANO, 1910, Doc. 27). Esto era reflejo de lo que
sucedía en España. En Sevilla los carpinteros con los olleros
ocupaban el primer puesto en el rango de los oficiales de la
construcción, cuya ínfima categoría se asignaba a los ladri-
lleros y canteros (MoRELL PEGUERO, 1986, 28-29).
Los carpinteros de galeras en Cartagena en el último cuar-
to del siglo XVI ganaban 3Yí pesos de jornal, más que los
oficiales del presidio (BoRREGO PLA, 1983, 287, 335).
El arquitecto español Andrés de Segura de la Alcuña
(1577-1652), conocido bajo su nombre religioso de fray An-
drés de San Miguel, escribió un tratado sobre la materia en
Méjico, donde residió más de 50 años, y en él hace la apolo-
gfa del carpintero, poniéndolo por encima del platero y del
cantero y colocándolo en el rango de consumado arquitecto
(FRAY ANDRÉS DE SAN MIGUEL, 1969, 64) .


En enero 2 de 1493 dejó Cristóbal Colón en la isla de
Santo Domingo, al regresar a España de su primer viaje,
carpinteros de naos y un tonelero (NAvARRETE, 1954, 1, 145).
También trajo de unos y otros en la expedición a Jamaica en
1504: el tonelero Martín de Arriera y el carpintero Diego
Francés (ibid., 230).
Ya se vio que en Santa María del Darién había en 1515,
16 carpinteros y 3 aserradores. Un integrante de la expedi-
ción sólo dice que "artesanos de diversos oficios" (OVIEoo Y
V ALDÉS, 1959, III, 207).
En León de Nicaragua, en julio de 1535 vivían los car-
pinteros Alvaro de Zamora y Jeromín Zambrano, que fueron
llamados a declarar como testigos (VEGA BoLAÑos, 1955,
VII, 167). En 1542 se quejaron ante la Audiencia de Pana-

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224 HISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

má varios vecinos de León contra el gobernador de Nicara-


gua Rodrigo de Contreras, por desafueros y abusos. Uno de
ellos consistió en echar al cepo, primero por la cabeza y lue-
go por los pies, a un carpintero que le pidió plazo para
hacerle un eje de carreta (ibid., 369-370).
Un solo carpintero entre los extranjeros en Santa Marta
figura a principios del siglo xvn (1606) (MraANDA V.\zQUEZ,
1976, 60).
Al hacerse cargo de la escribanía del rey y de residencia
Juan Bautista Sardela, ante el licenciado Miguel Díez Ar-
mendáriz, en Santa Fe de Bogotá, el 17 de agosto de 1547,
por viaje del titular Alonso Téllez, aparece que en la lista
de las escrituras entregadas, figuran una del pleito de Gre-
gario Lópcz, carpintero, contra un tal Hernández (FRlEDE,
1963, IX, 85); otra empezada, de Pedro Sánchez, carpintero~
contra un Trujillo, sobre un toro (ibid., 87), y un proceso
de oficio contra el mismo Gregario L6pez, mencionado al
principio (ibid., 94). El carpintero Luis Márquez de Escobar
hizo el coro de nogal en la catedral de Bogotá para el obis-
po Lobo Guerrero (GROOT, 1889, I, 212).
Para construír la iglesia de Tunja en 1567 ofreció postu-
ra el carpintero Bartolomé Moya, que había hecho otras
obras en Córdoba de España y era viejo en el oficio (Ro¡As,
u., 1958, 104-105).
Dos carpinteros, uno de ellos portugués, de la orden je-
suítica, llegaron a Panamá, y el 20 de febrero de 1568 se
embarcaron el uno para Paita (18 de marzo) y el otro para
El Callao el 28 del mismo mes (JouANEN, 1941, 1, 11).
En Venezuela en el siglo xvm, la mano de obra era cara,
pues los únicos operarios disponibles en carpintería y cala-
fatería, trabajaban para la Compañía Guipuzcoana: ambos,
carpinteros y calafates, cobraban tres pesos diarios (ARciLA
FARfAs, 1966, 446). Existe un catálogo biográfico de los car-
pinteros, ebanistas, tallistas y escultores de Venezuela en el
período colonial, con un total de 453 (DuARTE, 1971, 61-208).
En Guayaquil, zona de astilleros por excelencia, los car-
pinteros de ribera intervenían también en la construcción de

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XVII. MANO DE OBRA ESPECIALIZADA 225

casas y hasta impusieron allí términos náuticos, como "es-


tantes", "varengas", "llaves" (REQuENA, op. cit., 88).
Cuando se produjo le expulsión de los jesuítas de los do-
minios españoles, en las misiones de Maynas del Marañón ,
se hizo el inventario de las herramientas existentes; una es-
cuadra de fierro de carpintería, 1 martillo, 2 azuelas, 1 terra-
za (terraja), 1 hacha y 1 machete de rajar leña, así como
herramientas de herrería (URIARTE, 1952, II, 117). Si había he-
rramientas, también quien las supiera manejar (véase el aparte
"Indios carpinteros" en el capítulo XIX).

Arquitectos e itlgenieros.
También vinieron en una época relativamente tardía ver-
daderos arquitectos e ingenieros.
Uno de los primeros especialistas en fortificaciones fue
Bautista Antonelli (ANGULO !ÑÍGUEZ, 1942).
Se han conservado los nombres de autores de planos y
uiseños de obras, unas construídas y otras no (CoRTÉs ALoN-
so, 1967, 47 y nota, 48 y notas). Para el siglo xvm hay una
lista bastante larga (CAPEL et al, 1983), en que se destacan
para el área en estudio Manuel Anguiamo (ihid., 37-38);
Antonio Arévalo y Porras (ihid., 42-47; 82); Esteban Ayme-
rich (ibid., 53); Carlos Briones Hoyo y Abarca (ihid., 82);
Carlos Francisco Cabrer y Rodríguez (ihid., 96-97); Juan
Amador Courten (ihid., 127-128); Agustín Cramer y Mañe-
ras (ihid., 130..132); Juan Cayetano Chacón (ihid., 136); Pa-
blo Díez Fajardo (ibid., 149); Domingo Esquiaquí (ihid.,
163); Antonio García (ihid., 194); Juan Gayangos Lascari
(ihid., 205-206); Manuel H ernández (ihid., 227-228); Juan
Jiméncz Donozo (ihid., 239-240) ; Miguel Marmión (ihid.,
306); Antonio Narváez (ihid., 347); Francisco de Navas
(ibid., 348); Juan Antonio Pcrelló (ihid., 370); Francisco
Requena (ibid., 392-393); Nicolás Rodríguez (ibid., 405);
Fermín Rueda (ibid., 410-411); Pedro Ruiz de Olano (ihid.,
413-414); Ignacio Sala (ihid., 418-422); Lorenzo de Salís

liS

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226 HISTORIA DE LA CULTUaA lliATERIAL

(ibid., 4S3-45S); Vicente Talledo y Rivera (ibid., 459); José


Zarralde (ibid., 493).
Entre ellos uno de los más notables, aunque no estuvo
en el área del presente estudio, fue Félix de Azara (ibid., 53-
SS), que se convirti6 en naturalista destacado, sobre todo
en Zoología.
El arquitecto español Antonio García, que construy6 el
primer templo de San Pedro en Cali (siglo xvm), introdujo
a Quito el neoclasicismo (V ARCAS, 1967, 311-313).

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CAPÍTULO XVIII

NUEVOS USOS DE MATERIALES EXISTENTES;


INTRODUCCIÓN DE OTROS, Y APORTES DE
NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN

En la superficie terrestre existen recursos minerales que


están desigualmente distribuídos. Pero en todas partes se ha-
llan rocas de parecida o diferente composición y la misma
costra superficial que es común al globo terráqueo. H abía,
pues, en América materiales similares a los de Europa. Lo
que varió fue el uso que les dieron a dichos materiales los
diferentes pueblos, y las tecnologías para aprovecharlos (PA-
nÑo, 1980, 19-24).

1 -NUEVOS USOS PARA MATERIALES EXISTENTES

Piedra.
En la parte correspondiente a la vivienda indígena se
indicaron los lugares donde en la época prehispánica se hi-
cieron construcciones de piedra, sin estudiar en detalle -por-
que quedan fuera del área de este estudio- las imponentes
construcciones megalíticas del Cuzco y de otras partes de los
Andes, así como de Méjico y Meso-América.
Aun entre tribus que vivían en condiciones de selva tro-
pical - con excepción del Amazonas donde escasea la pie-
dra- varias usaron cantos rodados para cimientos o para
apoyar postes. Pero la piedra !ajada o talJada se usó poco o
nada, a causa de la inexistencia de herramientas eficaces pa-

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228 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

ra trabajarla. Un autor del siglo XVII se pasma de la tenacidad


y habilidad de los indígenas peruanos, que sin herramientas,
con sólo piedras y arena, hacían construcciones imponentes
(CoBo, 1895, IV, 210). Otro tanto puede decirse de los agus-
tinianos. Los mayas trabajaron sin herramientas metálicas to-
dos los materiales (KuBLER, 1962, 151 ). Así la introducción
de herramientas metálicas como martillos, machos y cinceles,
facilitó los trabajos de cantería. Puede asegurarse que la
venida de operarios españoles a América hubiese sido inocua,
sin las herramientas respectivas.
Durante la dominación española se conúnuaron hacien-
do por lo general las casas a la manera indígena, con los
retoques tecnológicos y esúlísticos que se han estudiado o que
se estudiarán en otros capítulos de esta obra, especialmente
el XIX.
Las primeras casas de piedra que se construyeron en la
isla perlera de Cubagua hacia 1526, se hicieron con material
traído de Araya en el vecino continente, por ser la isla are-
nosa (Om, op. cit., 288-289).
Hacia 1582 en Venezuela sólo en Tocuyo había algunas
casas de piedra (AGuADO, 1918, I, 374). Tunja debió al uso
de ese material, haber permanecido en el sitio inhóspito en
que fue fundada, por la dificultad y el costo del traslado
(ibid., loe. cit.).
Piedra berroqueña, cal y madera, existían en el Nuevo
Reino como materiales que facilitaban las construcciones, se-
gún fray Gaspar de Puerto Alegre en 1561 (RGNG, 110).
De una cantera de piedra arenisca al occidente de Quito
se sacó el material para las construcciones religiosas y ci,,¡Jcs
(J. DE LA EsPADA, 1965, Il, 206-207).
Los agustinos de esa ciudad tenían canteras y tejares (J.
DE LA EsPADA, 1897, 111, Lxtx). Andando el tiempo se halló
y usó piedra de jaspe en Cuenca (VARGAS, 1967, 181-182). El
jesuita Leonardo Deubler halló piedra blanca en la hacienda
Tolóntag de las monjas clarisas de Quito, quienes vendieron
a la Sociedad por 100 pesos el derecho de extraerla (1722-
1723) (JouANEN, 1943, II, 90-91).

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XVIII. NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN 229

Pese a existir piedra casi dondequiera, para las necesida-


des específicas de la construcción, se preferían las de deter-
minadas canteras. Así, a Lima se llevaba piedra desde Panamá,
por considerarse que era la mejor (Coso, 1890, I, 254) o de
Arica (CoBo, 1956, II, 307, 399, 417) . De las fortalezas pre-
lúspánicas de los valles de Chilca y Cañete se sacaron piedras
para la construcción de la capital del virreinato (CALANCHA,
1639, 905).
Ya se vio que vinieron canteros de España, donde la pro-
fesión estaba reglamentada. Un tratado sobre ello se escribió
en la segunda mitad del siglo xvr, pero se publicó tardíamen-
le (VALDEVIRA, 1978).

Mármol.
No se extrajo mármol nativo durante la dominación es-
pañola en el área de este estudio. Aun en la actualidad la
producción es mediocre en Colombia (WoiUTTEL, 1960, 367-
368). Desde mediados del siglo XIX, sin embargo, se señala-
ron en Antioquia yacimientos de mármol, grises y verdosos
en Nare y blancos cerca a Espíritu Santo, al occidente (SAF-
FRAY, 1948, 141).
En la capilla del Sagrario de Bogotá se usaron mármoles
negros y blancos traídos de Génova (GRooT, 1889, 1, 452).
Mármol fino verde de Zaruma y Saraguro en Ecuador
Ggura entre los recursos minerales en el siglo xvm (Ü'rs,
1946, Bog. 52-79).
Para el convento de los jesuítas de Lima se llevaron blo-
ques de mármol desde 50 leguas a hombro de indio y Juego
por mar (CoBo, 1956, Il, 424).

Tapias.
Voz y técnica de origen peninsular hispánico (CoRoMr-
NAS, ru-z, 373, 374; GARcÍA Y BELLIDO, 1945, 12-13) y norte-
africano. Las construcciones de tapia debieron preceder a las
de adobe y de ladrillo, pues tierra hay en rodas partes y
la de tapia no necesitaba una preparación especial. El único

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230 HISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

reqwstto es que hubiera tablas para las formaletas, pero ya


se ha visto en lo de los oficiales, que desde los primeros via~
jes los españoles trajeron carpinteros. También se trajeron ha~
chas, sierras, serruchos y azuelas (PATIÑo, 1965-1966, 254-258).
El primero que hizo casa de tapia en Bogotá fue Alonso
Olaya, uno de los españoles que vinieron con Federman en
1539 (CASTELLANOS, 1955, IV, 296).
Sólo hacia 1579, fecha de b relación geográfica, se em-
pezaban a hacer casas de tapias en Barquisimeto (.A.RELLANO
MoRENO, 1950, 130).
Indios quimbayas tapiadores había en 1626 en Cartago,
según consta en la visita realizada de orden de la Real Au-
diencia por el oidor Lesmes de Espinosa y Saravia (Fn.mDE,
1963, Q, 219).

Adobe.
Para los fines del presente estudio se reconoce como tal
un bloque de barro moldeado sin cocer, tenga o no mezcla-
das con la masa térrea fibras de pasto u otras para darle
consistencia (REJÓN DE SILVA, 1788, 9). La palabra proviene
clel árabe. Este mismo bloque cocido es el ladrillo, vocablo
que procede del latín.
Ya tempranamente en El Salvador, zona sísmica, se com-
probó que las construcciones hechas con adobes eran menos
afectadas por los temblores, por lo cual se prefería ese mate-
rial al ladrillo y a la piedra (BARÓN CAsTRo, 1942, 336).
El cabildo de Pamplona otorgó dos concesiones, una en
1566 y otra en 1567, de solares para adobes (OTERO D 'CoSTA,
1950, 160, 210).
En el inventario de las escrituras que reposaban en la
notaría de Santa Fe de Bogotá a cargo de Alonso Téllez,
hecho a 17 de agosto de 1547, para entregarle ese despacho
al nuevo notario Juan Bautista Sardela, figura un "pedimen-
to de Malaver sobre una estancia y sitio de adobes" (FRIEDE,
1967, IX, 87; 61-99). Este dato coincide con lo que dicen los
historiadores sobre las primeras casas de ladrillo y teja en la

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XVlll. NUEV;\S TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN 231

capital del Nuevo Reino (véase adelante). Miguel Díez Ar-


mendáriz escribe de Tunja en 20 de diciembre de 1547 que
ha comprado en Santa Fe una casa de adobes y teja por te-
mor a los incendios (FRIEDE, 1963, IX, 185-186). Se refiere al
incendio de la cnsa de Montalvo de Lugo usurpada por Pedro
de Ursúa en 1545, que fue quemada al parecer por los pro-
pios luguistas (SIMÓN, 1981-1982, IV, 232-233).

Ladrillo.
El JadriJlo cocido ya se halla en las construcciones del
Medio Oriente desde los 8.000 años a. C.: eran curvos de un
lado y rectos del otro (GARDINER, 1975, 6). He aquí cómo
debía ser eJ español, según un tratadista del siglo XVlll :
"Deben los que fabrican el ladrillo tosco que se gasta en las
obras, elegir siempre la mejor tierra que hobiere en los alre-
dedores donde se ha de fabricar, y que ésta sea algo legamosa,
sin caliches, estando picada y cortada de un año para otro
o por lo menos seis meses antes que se haya de gastar. Que
la gradilla para cortar el ladrillo haya de tener 17 dedos de
largo, 13 de nncho y 3 Y2 de.: grueso, y ha de estar guarnecida
de chapa de yerro, para que siempre esté de una medida"
(LoRENzo DE SAN NrcoLÁs, 1796, 445). Entre los romanos se
recomendaba que el ladrillo no se usara antes de los dos años
de fabricado, y se cita que en Úttca los magistrados tenían
el encargo de no aprobar la calidad de ese material antes de
los cinco años (VITRUVIUS, 1960, 42-44). Que tampoco se res-
petó mucho en América lo de las medidas, lo indican unas
disposiciones del cabildo de Cartagena en 1586, sobre unifi-
cación del tamaño de las gaberas para ladrillo y teja (Bo-
RREGO PLA, 1983, 502, 411, 480-481).
El dato mencionado antes sobre Bogotá permite hacer la
afirmación de que en la América equinoccial se empezó a
confeccionar y utiliznr ladrillo en el segundo cuarto del siglo
xv1; en algunas partes antes, como pudo ser el caso de Quito;
en otras después. Por ejemplo, en 1542 en acusaciones contra
Rodrigo de Contreras, el yerno de Pedrarias en Nicaragua,

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232 HlSTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

se dice que "ya hay sobra de teja y ladrillo". Concretamente,


el teniente de gobernador Luis de Guevara tenía horno de
teja y ladrillo (VEGA BoLAÑos, 1955, VII, 366, 370).
Como el terreno en la isla de Cubagua no se prestaba pa-
ra hacer adobe, teja ni ladrillo, éste último fue importado
desde España: en 1528-1529 llegaron 1.900 unidades a 8 pesos
el millar, y luego 2.900 ladrillos "blancos" (OTTE, op. cit.,
480, 486; 254).
En 1524 Lázaro Bejarano, el poeta yerno de Juan de
Ampíes, localizó en la isla de Curazao una cantera de piedra
caliza y construyó un horno para quemarla y otro para la-
drillo; edificó la primera iglesia de piedra, cal y ladrillo,
antes que en Coro, Riohacha y Cartagena (NECTARIO MARÍA,
1959, 92). Pero la fortaleza de Santa Marta se hizo en 1529
de ladrillo, barro y piedra (SERRANO Y SANZ, 1913, I, 24, 26).
El cabildo de Pamplona reglamentó en 1558 las especi-
ficaciones para las gaberas de hacer teja y ladrillo (OTERO
D'CosTA, op. cit., 261).
Dice la relación de Caracas de Juan de Piruentel de 19
de diciembre de 1578: "De dos u tres años a esta parte se ha
comenzado a labrar tres u cuatro casas de piedra y ladrillo y
cal y tapiería con sus altos cubiertos de teja; son razonables
y esrán acabadas la iglesia y tres casas de esta manera ( ... )
no hay tapiería" en Caravalleda (AllELLANO MoRENo, 1950,
88). Sobre las técnicas usadas en Venezuela para la confec-
ción de materiales -que no difieren sustancialmente de las
que impusieron Jos españoles en sus domi nios- escribió una
interesante contribución el ingeniero Luis Urbina Luigi (AR-
CLLA FARÍAS, 1961, I, 349-359).
En 1553 se dictó cédula eximiendo del pago de almoja-
rifazgo a los bastimentas y materiales de construcción, como
ladrillos, cal, tablas y clavazón, que fueran con destino a
Santa Marta (SERRANO Y SANz, 1913, I, 397).
Cuando Francisco Drake se preparaba en 1586 para ata-
car varias posesiones americanas, después de sus primeras co-
rrerías afortunadas, mandó en Inglaterra echar de lastre en

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XVlli. NUEVAS TlíCNrCAS DE CONSTRUCCIÓN 233

los navíos ladrillo y cal, por si se necesitaban para erigir una


fortaleza:
y cal por lastre llevan y ladrillo,
si fuese menester adonde quiera
hacer algunos defensivos muros
para se defender y estar seguros
(CASTELLANOS, 1955, IV, 38).

Tomada la ciudad de Santo Domingo y saqueada, el pi-


rata se aprest6 a atacar la costa de la Nueva Granada, donde
era oidor a la saz6n el Iic. Francisco Guillén Chaparro. En
Cartagena se supo que Drake venía pujante con más de cua-
renta naves,
y en ellas materiales y ladrillos
p:1ra hacer defens:ts y castillos
(ibid., 64).

Drakc tom6 también a C:magena; pero no consta que


dejara allí ladrillos, que en esta época se fabricaban ya local-
mente. Su calidad y baratura debían ser tales, que para la
iglesia parroquial de Maracaibo se proponía traerlos y rejas
en 1623 desde Cartagena (MARco DoRTA, 1981, 61-62).
Se llevaban ladrillos desde Holanda en barcos a Surinam
en el siglo xvm (AN6NJMO, 1788, 11, 41). Pero en Paramari-
bo en esa época casi todas las casas eran de madera, excepto
cuatro o cinco de ladrillo (ibid., 19).
En Popayán en 1565 el millar de ladrillos valía 12 pesos
de oro; la catedral fue de tapia hasta 1594 en que se cmpez6
a construír de cal y canto (ARRoYo, 1907, 334-335 y notas).
Mes6n y tejar en el sitio de El Calvario le autoriz6 ha-
cer en 1613 el cabildo de Pasto a Juan Vera (SAÑUDo, 1939,
II, 20).
En 1808 los franciscanos de Cali tenían tejar en el sector
sureño de Isabel Pércz, donde producían el material para el
convento que construían entonces (ARBOLEDA, 1928, 627).

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234 JUSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En sectores americanos carentes de bosques, la confec-


ción de ladrillos aceleró el proceso de desmonte y rala. En
las zonas boscosas, la introducción por los españoles de ha-
chas, sierras, serruchos y cuñas, permitió la obtención más
fácil de leña y madera (PATIÑO, 1975-1976, 88-89; -, 1965-
1966, 225-272; 246-258). En Lima la leña se sustituía por
altamisa que abundaba, para los hornos ladrilleros (CoBo,
1890, I, 300). Son Compuestas (Asteráceas) de los géneros
Ambrosía y Franseria. De todos modos, el la<.lrillo, debido al
consumo de combustible para cocerlo, es más caro que el
adobe (SACRISTE, 1968, 80).

Teja.
El procedimiemo para hacer teja es más cuidadoso que
el necesario para hacer ladrillo.
El licenciado Miguel Díez Armendáriz escribía al rey
desde Cartagena el 24 de julio de 1545, dándole cuenta de
que para reparar la iglesia local que estaba cayéndose, había
dado a Ochoa de Barriga 200 castellanos para que trajera ele
Cuba, "los cientos y cincuenta de teja y los cincuenta de ma-
dera" (FRIEDE, 1962, VIII, 80). Al año siguiente se le aprobó
el proyecto y se autorizó el reembolso de lo gastado (ibid.,
95). El navío de Ochoa de Barriga naufragó al regreso en
la boca del Magdalena, perdiéndose el cargamento (ibid.,
304). Esto quiere decir que en esa época todavía no se hacía
teja en dicha ciudad de la costa caribe; pero ya se conseguía
en 1555 (BoRREGO PLA, 1983, 20; 411-412, 487, 489). Debió
resultar de tan buena calidad, que por ser mala la de Coro,
se propuso llevarla desde Cartagena y Santa Marta a Coro
para la catedral; y en octubre de 1606 llegaron en efecto de
la ciudad de Bastidas 7500 tejas (GASPARINI, 1961, 107).
Se atribuye a Pedro de Colmenares haber hecho la pri-
mera casa de teja en Bogotá (CASTELLANos, 1955, IV, 296).
El cabildo de esa ciudad le otorgó a Gregario López el 12
de septiembre de 1541 estancia para horno y tejar, y en 1543
montó tejar Antonio Martínez (MARTÍNEZ, 1973, 98).

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XVIII. NUEVAS TÉCN[C.\S DE. CONSTRUCCIÓN 235

En 1572 en Nombre de Dios, costa panameña, las casas


eran de tabla y madera, aunque no faltaba aparejo de piedra,
cal y teja (L6PE.Z DE VELAsco, 1971, 174). Como se sabe, es-
ta población fue desmantelada en 1597 pan trasladar la adua-
na a Portobelo.
En las ordenanzas del oidor Antonio Vázquez de Cis-
neros para reglamentar el trabajo de los indígenas en Mérida
en 1620, se consigna que una de las labores que atendían era en
tejares (GunfRREZ DE ARCE, 1946, 1195).
L::1s localidades interioranas de Baba y Nato aprovisiona~
ban de teja y ladrillo a la ciudad de Guayaquil (REQUENA,
op. cit..) 55-56; 68).

Cal.
Aunque los indígenas ecuatoriales conocieron la cal, no
supieron hacer la mezcla de ella con arena para producir
mortero (CoBo, 1890, I, 259). La argamasa se hacía con ba-
rro. En Ccmpoala y otros lugares de Méjico sí había edifi~
cios de cal y canto (CAsAs, 1909, 129-130) (véase capítulo XII).
Asentada la dominación española, se procedió a la bús-
queda de yacimientos de ese material. Las relaciones geográ-
ficas que se citan adelante indican esto.
Al hablar de ladrillo se vio que hubo un horno de cal
en Curazao, tan temprano como 1524.
En Cartagena el cabildo legisló en 1552 para que no se
vendiera cal muerta sino viva (BoRREGO PLA, op. cit., 492).
No se debía matar con agua de mar (ibid., 411-412). De la
piedra calcárea usada en esa ciudad a fines de ese siglo y
principios del siguiente, se dijo: "Es tan áspera y hoyosa
(y por eso no es buena para columnas de pulimento) que
se aferra valentísimamente con la cal en el edificio, con
que encumbran algunos en excesiva altura" (SIMÓN, 1981-
1982, VI, 504). La cal de Cartagena debió adquirir fama en
el área circuncaribe, pues cuando en 1741 se retiró derrotado el
almirante Vernon, se llevó la que halló lista en la calera,

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236 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

para construír el hospital de Jamaica (Oanz, S. E., 1970, IV,


1: 225).
El cabildo de Pamplona dio permiso en 1557 para ins-
talar una calera y hacer cal, y en 1558 reglamentó la venta
de este material (OrERO D'CosTA, op. cit., 209-210; 256).
Uno de los primeros lugares donde se extrajo cal fue
en Vijes del Valle del Ca uca: en 1566 valía a un peso la
fanega (ARBOLEDA, 1928, 38; GRooT, 1890, II, 300). En
1684 se dieron en venta las tierras y estancias de MuJahal6
(Mu1al6) cerca a Vijes, en que entraron "herramientas de
la calera con sus velas y hornos" (ARBoLEDA, op. cit., 180-
181 ). A fines del período colonial en Vijes tenían los fran-
ciscanos una calera de donde extraían el material para su
iglesia en construcción de Cali (ibid., 630).
El cabildo de Quito hizo merced el 24 de septiembre de
1550 al corregidor Francisco Ruiz para hacer cal, "que hasta
agora no la hay" (RuMAZO, 1934, 11, (2), 358-359), aunque
desde 1537-1538 se habla del Cerro de la Calera y de horno
de cal (J. y CAAMAÑO, 1936, r, 278). Los jesuítas tuvieron
calera en Quito (PÉR.Ez R., 1947, 210, 218, 220-221; 405).
Desde mediados del siglo xvr se explotaban copiosas ca-
leras en Panzaleo, Andes ecuatoriales (J. DE LA EsPADA, 1897,
III, cv). En Guayaquil traían cal de conchas de la isla de
Puná (REQUENA, op cit., 73).

Yeso.
Se usó poco o nada en América (BENAVJDES, op. cit., 189;
J. DE LA EsPADA, 1897, III, 63; !UQUENA, op. cit., 72). Es
escaso en Colombia, y el que hay se emplea preferiblemente
para la fabricación de cemento (WoKITTEL, op. cit., 257-259).

2- NUEVOS MATERIALES.

Azulejo.
Este material al parecer de origen iraquí, pero conocido
en la península ibérica y en el norte de África desde tem-

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XVIII. NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN 237

prano de la dominaci6n árabe, inicialmente se import6 a


América, en especial a Méjico y al Perú (BENEYTO, 1961, 241).
La afamada casa de Juan Díaz Jaramillo en Tocaima
que se comi6 el río Bogotá (RGNG 273; RoDRÍGUEZ FRE1LE, 1

1984, 52), tenía azulejos que con otros adornos fueron trans-
portados a Bogotá (¿en recua o en indio?) y se pusieron en
la iglesia de La Concepci6n (SEBASTIÁN, 1966, 19).
En Méjico no hay constancia de que se hubieran fabri-
cado azulejos antes de la segunda mitad del siglo xvt; la
gran mayoría de los conocidos como procedentes de la fábrica
de Puebla son del siglo xvm (TERREROS Y VTNENT, 1923,
161-164). A ese país venía mucha cerámica de la China por
conducto del gale6n de Filipinas (rbid., 168).
A mediados del siglo xvn se fabricaban ya en el Perú,
aunque no de tan finos colores como los introducidos (Co-
so, 1890, J, 243). Para las paredes de la iglesia de Nuestra
Señora del Rosario de Lima se trajeron de España a gran
coste (ibid., 1956, II, 419). Parece que los elementos básicos
Je la modesta producci6n azulejera del Perú y de Puebla
en Méjico, fueron proporcionados por los talleres de Sevilla
y Talavera (AINAut> DE LASARTE, 1952, 11); pero también de
Talavera se exportaban directamente a las Indias hacia 1560
( ibid., 251).

Vidrio.
Aunque la industria del vidrio ere:~ conocida por los ro-
manos que la introdujeron a España, todavía en el siglo xv
aun en comedores aristocráticos se usaban con frecuencia
copas y vasos de madera (CANDAMo, 1951, 127). Praga y
Nuremberg eran los centros más importantes de vidriería
en Europa central, y el vidrio de Bohemia se importaba a
Portugal y España desde el siglo xvr (ibid., 127). Esto no
quiere decir que en la península no se fabricara vidriería,
sobre todo en Murcia, Matar6, Almería, Sevilla, Ollería, To-
ledo, Cabreros, Cadalso de los Vidrios, Caspe y Barcelona

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238 HISTORIA DE LA CULTURA MATERJAL

(ibid., 128). Ya en el siglo xvm Isabel de Farnesio organizó


la fábrica de La Granja (ibid., loe. cit.) .
El verdadero cristal, o sea vidrio a base de plomo, fue
desarrollado por los ingleses en el siglo xvn (ibid., 129-130) .
Se hicieron ensayos en lea, Perú, de producirlo, sem-
brando hazas de la yerba de vidrio (CALANCHA, 1639, 755;
CAPPA, 1892, VIII, 218-220; 221; ANÓNIMO, 1958); pero ni
el ensayo prosperó ni esto tuvo impacto en el sistema gene-
ral de construcciones.
En Méjico también hubo una modesta industria vidrie-
ra desde 1541, limitada por la escasez de materiales y de
leña; se llegaron a exportar vidrios a Guatemala y al Perú.
A su vez, en el siglo xvm especialmente, se importaba vidrio
fino de Venecia (TERREROS Y VtNENT, op. cit., 175-177).
Por otra parte, debido a las enormes distancias y a las
dificultades del transporte, con tr~msbordos por caminos in-
fernales, los objetos de vidrio, como lámparas, se quebraban
fácilmente (CAPPA, 1893, IX, nota 105-106).
A Surinam se 1levaba vidrio en barcos desde Europa en
el siglo xvm (ANÓNIMO, 1788, 11, 19).
La .importación de vidrios planos a América a partir de
1701 con la apertura de la navegación por el Cabo de Hor-
nos fue una revolución (BENAVIDES, 1961, 87; 315; 336-337).
Es prácticamente la producción de vidrio en grande es-
cala la que ha vulgarizado el empleo de las ventanas.
En cuanto a los vitrales, más usados en edificios religio-
sos que en casas particulares, aunque rle origen medieval,
en España tomaron impulso cuando los Reyes Católicos fo-
mentaron esta actividad, trayendo maestros de Flandes y de
otros países europeos (AtNAUD DE LASARTE, op. cit., 384).

Hi~rro.

El hierro no sólo estaba representado en herramientas


y equipo, sino que fue usado en la construcción, sobre todo
de rejas y adornos, como clavazones de puertas, estas de
origen árabe (TERRERos Y VINENT, 1923, 54). Tampoco es

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XVIII. NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRliCCI6N 239

que fuera muy abundante la provisión, por la política mo-


nopolista de la corona española, y todos los documentos ha~
blan de la escasez de hierro, aun para las cosas esenciales
(PATIÑO, 1965-1966, 241-245).
Inclusive instrumentos tan imprescindibles para la de-
fensa y seguridad personales como las espadas, eran en su
mayoría importados (CAPPA, 1892, VIII, 150~151, 151 ~152).
Sólo en época tardía (siglo xvm) el virrey Amat del Perú
hizo llegar armeros catalanes que enseñasen ese oficio (ibid.,
154-155). La escasez de armas y municiones en los puertos
marítimos era notoria (JuAN y ULLOA, 1983, I, 177-184, 196).
En el Perú el hierro de España salía muy caro y el de
Méjico era quebradizo en el siglo xvur (ibid., op cit., I, 61-
62, 87-88, 185~186). En la armería de El CaJlao todo lo me~
tálico se lo robaban por su escasez y alto precio (ibid., 81-82).
Para rejería se importaba hierro vergajón (TERREROS Y
VJNENT, 1923, 45-55; 47; 111-114). Las rejas de hierro en las
ventanas, elemento típico español, no se pudieron usar en
todas partes de América y en algunas fueron sustituídas por
barrotes de madera. Ello ocurrió en Cartagena y en otras
ciud ades costeras, donde el aire marino carcome el hierro.
Los clavos de hierro y acero constituyeron un avance en
la construcción. Se mencionan en los documentos clavos de
varias da ses: de cabrialejo, de media talla, de entrecavari,
de costado, de barrote, de tila o tilla, de medio tillado, de
estoperolcs (OrrE, op cit., 480, 486), hasta un total de 18
(GARCÍA SALINERO, op. cit., 81) . Existe una estadística de la
clavazón enviada a Indias en la segunda mitad del siglo xvt
(GARCÍA Fu'ENTEs, 1980, 280).
Pero sí hubo herreros y en la medida en que podían
disponer de materia prima, hicieron los trabajos de su ofi-
cio. La propensión a cobrar exageradamente por sus ser-
vicios, indujo a los cabildos a fijar tarifas. Por ejemplo, en
Quito, el cabildo de esa ciudad a 16 de marzo de 1537 por
los abusos del herrero Bartolorné Zamora, le fijó arancel, que
fue reformado el 22 de mayo siguiente (RuMAzo, 1934, 1,
232-234, 235); otra vez modificado el 16 de octubre de 1538

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240 HiSTORIA DE LA CULTURA MAnRlAL

(ibid., 465-468), y todavía el 22 de noviembre siguiente se


ordenó que los herreros expusieran el arancel en lugar visi-
ble (ibid., 483). Nuevas modificaciones se hicieron en el año
siguiente de 1539 (ibid., IJ, 7, 11-14).
El 11 de diciembre de 1548 se volvió a reglamentar la
actividad de herreros y cerrajeros (ibid., II, 122-124) y otra
vez el año siguiente (íbid., 170, 172-178).
Rejas de ventanas se hicieron tanto cuanro (CAPPA, 1892,
VIII, 190).

3- NUEVOS INSTRUMENTOS DE TRABAJO.

Herramientas.
Las siguientes herramientas y útiles usados en la cons-
trucción se conocían en España de antiguo: cinceles (GARCÍA
SALINERO, op. cit., 80), machos (ibid., 151), martillos (ibid.,
155), clavos (ibid., 81), plomada (ibid., 183), escuadra (ibid.,
110), nivel (ibid., 164); llana (ibid., 149), palustre (ibid., 172),
llamado babilejo en varias partes de Colombia.
Debieron introducirse a América, aunque raras veces es-
to puede comprobarse en forma documental. Un espulgo de
testamentos o inventarios de bienes permitiría allegar datos
sobre la materia.
En 1823 "no se hacen en el país palas, azadones ni ce-
rraduras; se importan limas, sierras, martillos, etc.". "Ya di-
je que hav algunos edificios que denotan buen gusto y un
talento notable; esas obras merecen la atención por cuanto
no es fácil formarse idea del trabajo que costó su edificación.
En 1814, para edificar la catedral de Santafé, el arquitecto
tuvo que empezar por enseñar a algunos muchachos a labrar
la piedra; luego hubo que fabricar una serie de herramientas
y de artefactos que hasta entonces no se conocían. El empe-
drado de las calles exige mucho tiempo y trabajo, porque
los obreros no utilizan sino unas palancas, a lo sumo de un
pie de largo; emplean sacos en vez de carretillas, y por palas

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xvm. NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCI6N 241

unos pedazos de cuero. Cosa análoga sucede con los otros


trabajos; las herramientas más sencillas, o no las hay en el
país o están mal hechas, y por lo tanto son deficientes para
los trabajos finos" (MoLLIEN, 1944, 393, 382).

La rueda.
Como desarrollo tecnológico, indudablemente la rueda
en sus aplicaciones prácticas debió representar uno de los
aportes más significativos de los españoles, que a su vez lo re-
cibieron del Oriente, en especial para adminículos tales como
carretillas destinadas al acarreo de materiales en las construc-
ciones. Figura en los vocabularios del arte arquitectónico es-
pañol. Por ejemplo: "Carretilla s. d. A. (sustantivo femenino,
Arquitectura). Cax6n con dos manijas y una rueda delante,
con el que transportan la tierra los peones" (REJÓN DE SIL-
VA, 1788, 52-53). Se introdujo, es verdad. Qué tanta aplica-
ción tuvo en las condiciones americanas, es otra cosa. Toda-
vía a principios del siglo XIX, es decir ya para finalizar el
período colonial, se admiraba Humboldt de que el torno
del alfarero era escasamente usado en Cumaná, costa vene-
zolana, y totalmente desconocido en el interior. En 1854 en
Roldanillo, Valle del Cauca, era desconocido e] torno de car-
pintería; había uno hechizo que sólo alcanzaba a dar 4 vuel-
tas (HoLTON, 1857, 404) . Aun en la actualidad, en Ráquira,
tradicional centro de acLividad cerámica, en sólo dos talleres
de 91 hay tornos de alfarero movidos por fuerza humana
(MORA DE } ARAMlLLO, 1974, 26, 34-35).
El caso de Panamá puede generalizarse a toda América,
pues allá por la mayor parte del área rural no ha entrado
la rueda, ni siquiera bajo la forma de carretilla de mano o
carreta de bueyes (Rusto, 1950, 63).

Grrías y cabrestantes.
Grúa o torno, cabrilla, cabestrante (así), tr6cu1as para su-
bir pesos, "todos las conocen" (LoRENZO DE SAN NtcoLÁs,
1796, 171). En efecto, estos términos y los objetos que iden-

lS

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242 HlSTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

tificaban eran de recibo en España (GARCÍA SALINERO, op.


cit., 126-127, 225-226, 65, 65-66, 230); pero tampoco se ha ha-
Hado prueba documental de que tales mecanismos se hayan
usado en América del Sur durante la dominación española.
Se siguió apelando al procedimiento indígena de terra-
plenar a medida que se levantaban Jos edificios monumen-
tales, para permitir la subida de piedras y otros materiales
pesados. Los españoles adoptaron este sistema, en un proce-
so de aculturación inversa (CoBo, 1895, IV, 211 ).
Asimismo, para arrastrar cosas pesadas, se siguieron
usando en la reconstrucción del Cuzco, las sogas y maromas
de cuero de llama que estaban en predicamento desde los
tiempos del Inca Yupanqui (BETANzos, 1968, 47).
Igualmente en Méjico: "Refiérese que cuando los agus--
tinos estaban haciendo su convento en Actopan, para cons-
truír la inmensa nave de su iglesia, que tiene más de 24 m.
de altura, no usaron andamios para levantar los muros ni
cimbras para cerrar las bóvedas, sino que ordenaron a los
indios no sólo rellenar de tierra el inmenso recinto confor-
me se iba alzando la obra, sino también levantar un anchu-
roso dique alrededor de los costados para detener la presión
ejercida sobre los muros desde el interior. La misma tierra
era utilizada como soporte, en lugar de cimbra, para cerrar
la bóveda, que, dicho sea de paso. tiene 1,30 m. de espesor.
Después de concluír la obra los indios tuvieron que remover
toda la tierra y llevarla a un lugar distante del templo. Con-
siderando que la capacidad de dicha nave requiere para lle-
narse más de 20.000 m 8• de tierra hay que hacer un esfuerzo
mental para concebir en qué forma pudo realizarse prácti-
camente esta obra titánica por simple maniobra humana"
(GANTE, 1954, 36-37). Pero aquí sí se us6 por lo menos una
vez -en 1792- en ciudad de Méjico el cabrestante para subir
las campanas de la catedral (TERREROS Y VINENT, 1923, 61).
Si eso sucedía en los dos virreinatos más adelantados de
América, calcúlese lo que ocurriría en los restantes dominios.
Por otra parte, a causa del sistema de traba jo a que es-
taban sometidos los indígenas, éstos en la mayoría de los

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XVIII. NUEVAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN 243

casos tenían que poner de su cuenta lo necesario. Decía


Juan de Pineda en 1594 en su descripción de Guatemala, al
hablar de la construcción de iglesias por los indígenas, que
todo lo cargaban "a cuestas, porque no tienen otro modo ni
manera, ni artificio en qué traer los materiales, que están
lejos ... " (SERRANO Y SANz, 1908, 451-452).
Los indígenas no tenían artificio alguno; trabajaban a
puro brazo (LóPEZ MEDEL, 1982, 317). Los templos católicos
de Méjico y del Perú se hicieron sin herramientas (ibid., 320).
Se siguieron usando los canastos y otros sistemas tradi-
cionales de cargar (guandos). Así lo indican las ordenanzas
del presidente Antonio González de la Nueva Granada (1593),
en que se prohibe que los indios alquilados carguen en sus
mantas (GRooT, 1889, I, 518-520; EuGENio, 1977, 507), cos-
tumbre que perdura hasta nuestros días en la meseta cundi-
boyacense. Este transporte de materiales se hacía "sin medios
materiales para aliviar el esfuerzo físico" (Rurz RIVERA, 1975,
282). Todavía tal gravamen se registra en la primera mitad
del siglo XVII: transporte de tejas, piedras y adobes para cons-
trucciones (LucENA SALMORAL, 1965, I, 382).
Los indígenas no usaron animales domésticos de tracción,
por la prohibición inicial (PATIÑo, 1970-71, V, 150) y por
otros motivos limitantes (ibid., 190-195, 243-245), sino tar-
díamente la población mestiza.
También los peruanos en vez de machones y martillos
siguieron usando las piedras (Coso, 1895, IV, 210).

4 -MODIFICACIONES EN EL DISEZ'tO.

Básicamente, las modificaciones en el diseño de la vivien-


da introducidas por los españoles, se pueden resumir así:
más divisiones interiores, de acuerdo con los patrones de la
moral familiar, que exigía la separación de sexos y de edades;
cocina aparte; más puertas y especialmente más ventanas;
piso duro (PÉREz or: LA RrvA, 1952, 333).

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244 HISTORIA DE LA COLTOM MATElUAL

Las puertas de esteras o cañas de los indígenas y las ce-


rraduras de cabuya y fibras fueron reemplazadas por naves
y marcos de madera, con bisagras; cerraduras de hierro más
elaboradas y seguras; ventanas también de naves, a veces
con rejas de hierro, y balcones.

La b6v~da.

Las innovaciones mencionadas atrás simplemente contri-


buían al mayor bienestar de los ocupantes, en coroparaci6n
con las sumarias construcciones indígenas. Lo que sí repre-
sent6 un aporte tecnol6gico importante, fue la b6veda. Los
historiadores cuentan el miedo de los indígenas cuando pri-
mero se hicieron b6vedas en América, pues creían que una
vez quitados los soportes o las cirobras, todo se vendría aba-
jo. Desde luego que esto s6lo tuvo aplicaci6n en las obras
monumentales, y poco o nada en las viviendas comunes y
corrientes. Cualquiera que observe un techo de casa colonial
puede comprobarlo.

El arco.
Es un cerramiento con varias decenas de modalidades
por lo menos en el lenguaje (GARCÍA SALINERO, op. cit., 41-
43). Presupone en su construcci6n el uso de mampuestos o
estructuras, las cimbras (ibid., 79), que permiten el fragua-
do de la mezcla.
En América se us6 solamente en obras ornamentales y
poco o nada en viviendas comunes.

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CAPíTULO XIX

TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA:
MAESTROS ESPAÑOLES Y OBREROS INDÍGENAS

A) MANO DE OBRA INDfGENA.

1 - TRANSCULTURACIÓN.

No cabe duda de que el indígena fue factor de primer


orden en las construcciones a partir de la conquista. Él co-
nocía los sitios donde se podían obtener los materiales de
construcción; dominaba las técnicas de manejar esos mate-
riales, de acuerdo con las circunstancias, y realizó dentro de
su status de grupo sometido, el trabajo de dotar a los espa-
ñoles de abrigo y aun de contribuír, bajo la dirección de
maestros en nuevas técnicas arquiteclÓnicas, a la realización,
no sólo de viviendas familiares sino de obras de gran enver-
gadura, como fortalezas, murallas, catedrales etc.
Todo quedó a su cuidado (CAPPA, 1892, VIII, 200-201;
BENAVIDEs, 1961, 33, 37). Teóricamente en 1550 el reparti-
miento o mita reemplazó a la encomienda; pero antes y des-
pués los indios sirvieron para construír iglesias, conventos
o monasterios, catedrales, hospitales, casas de moneda, casas
de ayuntamientos, palacios virreinales y otros edificios pú-
blicos (GrssoN: HA.RooY y ScHAEDEL, 1969, 230-231, 239).
En tres aspectos puede considerarse el trabajo indígena
relacionado con la construcción: a) para los particulares, bien
fueran encomenderos que recibían tributo o residentes que

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246 HJSTORJA DE LA CULTURA MATEJUAL

alquilaban la mano de obra; b) obras de servicio público


(casas de gobierno, cárceles, aduanas, mataderos, puentes, hos-
pitales, etc.); y e) edificios destinados al culto católico (con-
ventos, iglesias, capillas, etc.). Cada uno de estos aspectos se
estudiará por separado.

A) Casas para particulares.


La construcción por indígenas de viviendas permanentes
para los dominadores españoles, en forma reglamentada y
normativa, estuvo precedida de hecho por dos etapas: I<:l el
simple desalojo del indígena de su propio buhío para que
el invasor tuviera donde resguardarse, y 2~ las construccio-
nes compulsorias, aun de carácter provisional, como derecho
de conquista. Basten unos ejemplos.
¡9 - En el Nuevo Reino los primeros casos, tanto de
usurpación de viviendas como de construcción de las mis-
mas para los españoles, se dieron cuando se decidió hacer la
fundación de Bogotá en TeusaquiUo. En efecto, una de las
razones de la fundación formal, fue desocuparles las casas
a los indígenas "que andaban defendiéndose de la intemperie
como podían" (SIMÓN, 1981-1982, III, 299). Llamados los
indios, se comprometieron a construír, pero no a escoger el
sitio curándose en salud (ibid., 300). Hicieron las casas a su
manera, que "son de palo que a trechos se van hincando en
la tierra, llenando los vacíos de entre uno y otro de cañas
y barro, y las cubiertas de paja sobre fuertes y bien dispues-
tas varas" (ibid., 301).
Las fuerzas de Jerónimo de Ortal, unos 200 hombres,
se acomodaron en las casas del cacique Guaramental (véase
segunda parte).
29 - A causa de la abundancia de materiales, de lo su-
mario de las construcciones y de la habilidad de todos los
componentes de la población indígena para armar viviendas,
si había necesidad para los cuerpos invasores, se podían im-
provisar y se improvisaron casas en toda el área de este
estudio.

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XI:X. TRANSCOLTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 247

En la primera fundación de Vélez en tierras del cacique


Chipatá en 1539, "en pocos días hicieron [los indios] buenas
casas, aunque cubiertas de paja" (SIMÓN, 1981-1982, IV, 11).
Cuando entraba al Nuevo Reino Alonso Luis de Lugo
por la misma ruta que utilizaron Quesada y Lebrón, se les
mandó a los indios que hicieran ranchos para alojarlo con
la gente que traía, al llegar a la altiplanicie (SIMÓN, op. cit.,
IV, 156, 157).
Igual ocurrió cuando la fundación de Tocaima, con los
indios del cacique de ese nombre y los del Calandaima (ibid.,
IV, 191, 205, 208).
Los indios guatavitas, que tenían fama como buenos cons-
tructores, fueron trasladados a Bogotá en 1539 para colaborar
en la edificación de la recién fundada ciudad (FRIEDE, 1979,
I, 58, 61; MARTÍNEZ, 1973, 37-40).
Merced a las dos causas mencionadas, el cobijo no cons-
tituyó problema insalvable para los españoles en los primeros
años, mientras se consolidó la estructura propiamente urbana.
Dicho proceso fue elevado a la categoría de norma de
gobierno. Por cédula de 23 de noviembre de 1537, se ordenó
al gobernador y juez de residencia de Nicaragua, que com-
pulsoriamente se les hiciera construír casas a los españoles
que tuvieran encomiendas, para que se asentaran en la tierra
y no pensaran en emigrar; si no había piedra, se harían de
argamasa o tapiería o de los materiales más durables que se
consiguieran (VEGA BoLAÑos, 1955, V, 234-235). Esta medida
se Júzo extensiva a todos los dominios españoles, por cédula
de 10 de enero de 1539, expedida en Toledo, y dirigida en
primera instancia a don Antonio de Mendoza, virrey de la
Nueva España. La providencia, que debía leerse por bando
en las plazas y mercados, daba dos años de plazo para hacer
las construcciones (ibid., VI, 1-2), algo para poner en duda.
Construcción y reparo de casas eran, junto con las se-
menteras de maíz y trigo, las labores principales adscritas
a los indígenas de la encomienda de Curribadat en Costa
Rica en 1603 (FERNÁNDE.z, 1907, VIII, 17-18). El procurador
síndico de Cartago en 1615 solicitaba a la Audiencia de Gua-

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248 HISTORIA DE LA CULTUllA MATERIAL

temala que autorizara la traída de indígenas de Tierra Aden-


tro (Talamanca) para atender a la reconstrucción de casas
caídas: "como la experiencia lo muestra, que la casa que se
cae no se puede volver a edificar por falta de indios ... "
(ibid., 139-148).
Entre las ordenanzas indígenas de Pedro de Heredia en
1542, una asignó indios para construcción de casas, dándoles
machetes, condición esta última que no se cumplió por los
españoles (BoRREGO PLA, 1983, 125, 127).
El oidor Melchor Díez de Arteaga en visita a Cartagena
(1561), dispuso que se destruyesen los bohíos antiguos de
madera y se hicieran de piedra, cosa que desde luego no ocu-
rrió (BoRREGo PLA, op. cit., 165-167). En 1560 encomenderos
se quejaban que por poco rendimiento económico tenían que
hacer casas de paja (ibid., 362); desde el medio siglo se em-
pezaron a construír de madera y piedra (ibid., 373) o de
madera y ladrillo (ibid., 482-483).
En las disposiciones sobre trabajo de los indígenas he-
chas para Mérida en 1620 por el visitador Vázquez de Cis-
neros, se consagró que 40 indios de los pueblos recién formados,
vinieran cada mes a la ciudad para construcción de edifi-
cios, tejares y servicio doméstico (GuTIÉRR.Ez DE AlteE, 1946,
1195). No se podían dar indios a quienes no poseyeran casa
(ibid., 1201).
"Los aprovechamientos que dan a sus encomenderos [los
indios de Tamalameque1 son hacerles sus casas en el pueblo de
madera y paja en que viven", y las sementeras (RGNG, 90).
Recién fundada Tunja, se procedió con rapidez a edificar,
porque para las obras no faltaban
gran cantidad de indios que traían
todos Jos materiales necesarios
(CASTELLANOS, 1955, IV, 444).

En 1551 en la tasación de los indios de esa jurisdicción


por Juan Ruiz de Orejuela, Jos indios declararon que tribu-
taban en bohíos que en el pueblo hacían y madera que para
ello llevaban a dicha ciudad (AGuADO, 1956, I, 406).

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XIX. TRANSCULTURAC16N ARQU1TECT6NICA 249

Como uno de los muchos ejemplos de arrepentimiento


tardío de los españoles, el padre Vicente Requejada de Tun-
ja mandó en 1575 en su memoria testamentaria, que se pa-
garan 50 pesos de oro a "todos los indios de Samacá (que)
trabajaron muchos días en el edificio de las dichas casas [que
tenía en Tunja] e por su trabajo no les he dado ní pagado
nínguna cosa hasta el día de hoy e les soy a cargo su traba-
jo". Asimismo lo hizo con los indios de Foaca: "Me trajeron
para el edificio de las dichas casas madera e otros materiales
e trabajaron e anduvieron trabajando probablemente (sic) en
el edificio de las dichas casas"; a estos les dejó cien pesos
(RoJAS, U., 1958, 263-264).
El 17 de junio de 1651, los ediles caleños le pidieron al
gobernador Juan Palomino Tello de Meneses que suminis-
trara mitayos a los pobres y demás personas que carecían
de obreros para reparar sus casas. El teniente dispuso que
se trajeran de Roldanillo 30 indios de la corona, y que cada
vez que hubiera necesidad, se hiciera lo mismo, de cualquier
parte del municipio, donde no estuviesen repartidos en en-
comiendas (ARBOLEDA, 1928, 123; LóPEZ AR.ELLANO, 1977, 216).
Pedro de Hinojosa en la visita y tasación que hizo a
parte de la gobernación de Popayán en 1569-1570, dispuso
que los mitayos trabajaran en edificios y otras obras; debía
haber indios oficiales, albañiles, carpinteros, tejeros, ladrille-
ros (ibid ., 90, 91).
Aunque esto se trató de impedir (LóPEZ ARELLANO,
1977, 127), lo cierto es que se siguió haciendo y el visitador
Diego de Indán Valdés en 1668 mantuvo la mita para ca-
sas y conventos (ibid., 230). Debían trabajar 26 días por un
mes y se les pagaría por ellos dos patacones de 8 reales,
fuera de la comida (ÜLANO, 1910, Doc. 26). A los indígenas en
Popayán los encomenderos más influyentes los utilizaban para
edificar y reformar casas sin pagarles (GomÁLEz, 1977, 340).
Lópcz Medcl en su tasación de 1559 dispuso que los in-
dígenas de Pasto debían reparar las casas de los encomende-
ros cada 2 años (PADILLA, 1977, 77).

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250 HISTORIA D.E LA CULTURA MATERIAL

Con motivo de la epidemia de viruelas de 1588, o sea


por fuerza mayor, el cabildo pastuso suprimió "por agora"
el trabajo de mitayos para casas, iglesias y conventos (SAÑU-
DO, 1938, l, 97-98).
En 1612 a enero 5 el cabildo de !barra hizo repartimien-
to de 500 indios mitayos pastos para edificios y da la lista
de los vecinos beneficiados (GARcÉs, G., 1937, 310-313). Pa-
rece que no fue suficiente y en 3 de octubre del mismo año
establece nuevas demoras para construcción de edificios, tra-
yendo mitayos (ibid., 368-369). En mayo 16 de 1614 ese ca-
bildo solicita a la Audiencia que se mantenga el uso de 300
mitayos pastos para labores de construcción (ibid., 439).
En Cañarimbamba, Ecuador interandino, se hada una
casa con el sistema de minga en dos días, y los indios se
alquilaban en esa tarea para adquirir con qué pagar el tribu-
to (J. DE LA EsPADA, 1897, III, 180, 181). Había mitas para
construcción de casas (PÉREz R., 1947, 152-156), así como pa-
ra realizar trabajos en los tejares (ibid., 161-162). El cabildo
de Cuenca en 1559, no contento con el servicio que los indios
prestaban en la construcción y arreglo de casas, consideró ex-
cesivo el jornal que les pagaban por ese oficio (no informa
la fuente cuánto), y lo redujo a tres granos de oro corriente
por cada día (PÉREz, 1947, 153).
No s61o las casas de vivienda urbana, sino construccio-
nes rurales se hacían con indios, y a ellos se refiere una cé-
dula de 29 de noviembre de 1563: "Los españoles que en
esa tierra tienen indios encomendados, tienen de costumbre
que demás de las casas que hacen hacer a sus indios en los
lugares donde ellos son vecinos, les mandan hacer otras en
los mismos pueblos de indios donde tienen sus graneros y
recogen algunas cosas de sus granjerías ... " (GARcÉS, G.,
1935, I, 69-70; PÉREz, 1947, 152-153). Algunos hacían casas
para vender (1586) (GARcÉs, G., 1935, 1, 404-405).
Inicialmente en Quito tanto las obras públicas como las
casas de vecinos eran hechas sin paga por los indios, hasta
que la Audiencia fijó remuneraciones. Por cédula de 1567,
repitiendo una de 1532 dirigida a Méjico, se libra a Quito

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XJX, TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 251

para que se pague justamente el trabajo de los indios en la


construcción de casas (GARcÉs, G., 1935, 1, 150-151). En 1573
había 2.000 mitayos dedicados a esto (LARRAIN BARRos, 1980,
67-68).
Sacar los escombros, hacer ladrillos, figuraban entre las
tareas que hacían los indios, y cuya licitud se planteaba por
un tratadista (AcosTA, 1954, 487).
Los indígenas especializados en hacer y reparar casas en
el Perú, que salían a las plazas a alquilarse para ese oficio,
se llamaban tindarunas (MAnENzo, 1910, 23, 24).
Pero la contribución del indio no fue solamente para
los edificios de las colonias americanas, sino que se vinculó
al bienestar de algunos funcionarios de la propia península.
En 1627 se dispuso que toda encomienda que vacare, se de-
jara un año sin encomendar, para utilizar el valor de lo que
en tal tiempo produjera, con destino a "casas de aposento
de los Consejeros de Indias". Como en Venezuela no se pa-
gaba tributo sino que el encomendero utilizaba el trabajo de sus
indios encomendados, el encomendero que sucedía en el uso
de una encomienda pagaba a la corona la contribución co-
rrespondiente a un año, para entrar de una vez en disfrute
de su encomienda (ARciLA FAlÚAs, 1957, 187-188). Como es
natural suponer, el nuevo beneficiado se resarcía este gasto
adicional, a expensas de los indios.
A mediados del siglo xvm se adelantaron obras en el
Palacio Real de Madrid, y se impuso una contribución gene-
ral o donativo: "Los únicos que lo pagaron rigurosamente
fueron los Indios, porque se les aumentaron los tributos de
aquel año en la cantidad que les correspondía: los mestizos
lo pagaron también en parte; los Españoles o gente blanca
de poca distinción pagaron algunos y otros no; los de más
distinción no lo pagaron de ningún modo, y si algunos die-
ron algo, solo fue lo que quisieron y no lo que se les tenía
asignado; finalmente hubo muchos que no pagaron cosa al-
guna, por más instancias que les hicieron los Corregidores
y tribunales, con que propiamente se reduce aquello a pro-
bar q ue la justicia no tiene más lugar que el que le quieren

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252 HlSTORIA DE. LA CULTURA MATERIAL

dar los moradores de aquellos payses" (JuAN y ULLOA, 1983,


11, 441-442).

B) Obras públicas.
En este trabajo sólo se considerará la construcción de
edificios para uso público; pero todo lo relacionado con vías
y comunicación (caminos, puentes, canales, transporte, nave-
gación etc.), se tratará en el volumen III de la serie, dedica-
do a esos temas.
Puede darse por sentado que todas las obras públicas y
particulares ejecutadas bajo el régimen español fueron he-
chas por indios (CwENAS AcosTA, 1947, 68).
En 1654 se dispuso por el gobernador de Caracas Martín
de Robles Villafañe: "12. Que en cada una de las dichas po-
blaciones se junten todos los indios de las encomiendas de
ellas y hagan en sus días unas Casas Reales que tengan una sala
que les sirva de hacer sus cabildos y juntas, capaz de 30 tercias
de largo y al respecto el ancho, con su corredor y junto a
ella un aposento que sirva de cárcel para los presos que hu-
biere de haber, capaz de otras veinte tercias de largo, lo cual
ha de ser de bahareque doblado y fuerte cubierta de paja
con sus puertas... (roto el original) ... con llaves y que en
la dicha cárcel haya un cepo y las pns1ones que les pareciere
necesarias, lo cual todo ha de estar a cargo del dicho alguacil
mayor ... " (AxciLA PARÍAs, 1957, 370; -, 1966, 345-346).
La única forma en que se aplicó la mita en las provin-
cias de Venezuela fue para obras públicas, pues en lo demás
existió el servicio personal. En casos de necesidad para cons-
trucción de casas o arreglo de caminos o cosas de este tenor,
el encomendero prestaba los indios, y el cabildo interesado
les daba la comida (AxcrLA PARÍAs, 1957, 176).
El licenciado Miguel Díez Armedáriz en carta al rey
escrita en Santa Fe el 19 de febrero de 1547, le informaba
que estaba construyendo una casa. "Entenderé cómo la dicha
casa se haga con la menos costa a mí posible y se gaste poco

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XIX. Tl\ANSCULT'UltACJ6N ARQUITECT6NICA 253

de su Real hacienda, ayudándome de los indios que pudiere,


sin detrimento de ellos" (FRtEDE, 1962, VIII, 336).
El cabildo de Pamplona dispuso en 1557 que se constru-
yera un aposento para pasajeros, mediante el trabajo de in-
dios (OTERo D'CosTA, 1950, 194, 199, 200).
El cabildo de Quito dispuso en 1596 el suministro de in-
dios para construír la Alameda o paseo principal de la ciudad
(PÉREZ, 1947, 260).
Del mismo modo, el cabildo de Cuenca ordenó en 1558
avaluar el trabajo de los indios en la construcción de la Casa
de la Audiencia de esa ciudad y de un bohío en las afueras
(PÉREz, 1947, 258). En 1559 se pagaron algunas sumas a in-
dios de Macas por la construcción de cárcel y tiendas para
el cabildo y la casa de fundición (ihid., 259).
Para construír el fuerte de Cartagena en 1538 se autoriza
usar indios (BoRREco PLA, 1983, 70).
Las primeras construcciones militares erigidas por los
portugueses en el bajo Amazonas, después de la expulsión
de holandeses e ingleses, fueron hechas con indios que cortaron
y acopiaron las maderas necesarias (VASCONCELos, 1951, 17).

C) Comtrucciones de índole rdigiosa.


Por cédula de Valladolid del 24 de noviembre de 1537,
la reina dio instrucciones al gobernador de Nicaragua, para
que de común acuerdo con el recién nombrado obispo fray
Francisco de Mendavia, tomaran medidas para la construc-
ción de iglesias, "y proveeréis que los indios más comarcanos
a los sitios donde se hubieren de edificar, las ayuden a hacer
con la menos vejación suya que ser pueda" (VEGA Bou.Ños,
1955, V, 244-245). El convento franciscano de Granada en
Nicaragua, según atestado de 1533, lo hizo con sus indios el
teniente Luis de Guevara, hasta terminarlo (ihid., 465, 467,
469, 473, 479).
Cada indio casado en Yucatán debía contribufr con 2
reales para la construcción de la catedral de Mérida (LANDA,

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254 HlSTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

1938, 272). En cada pueblo los indios debían compulsoria-


mente construír una iglesia, según las ordenanzas dictadas
por el oidor Tomás López Medel en 1552 (ibid. 340..341).
La ayuda de los indios en Chiapas para la construcción
de iglesias, conventos y casas de religiosos, está debidamente
consignada en el caso de la orden de predicadores (XIMÉNEZ,
1929, I, 237; 428; 436, 460-461, 462; 483; 485-486).
Quizá fue en Méjico y Guatemala donde más exigencias
de esta clase recayeron sobre los pobres indios (Ln>sCHUTZ,
1963, 210; MIRANDA, 1952, 20, 86-88; 107-108; 124; SÁNCHEZ
ALBORNOZ et al, 1968, 49-50, 51).
Juan de Pineda, en su descripción de la provincia de
Guatemala de 1594, se quejaba del acabamiento de los indios,
poniendo entre las causas el excesivo trabajo en la construc-
ción de iglesias exorbitantes: "en cada pueblo della han edi-
ficado iglesias muy grandes, y tanto que pueblo de trescientos
indios sacan los cimientos de la iglesia que podrán caber dos
mil, y los cimientos muy hondos, que tendrán dos estados
y de ancho diez pies, y estos los hinchen de piedra, cal y
tierra que los indios traen a cuestas, porque no tienen otro
modo ni manera, ni artificio en qué traer los materiales que
están lejos de estas iglesias ... " (SERRANO Y SANZ, 1908, 451-
452). También el de Esquipulas era de tal magnitud, que
"no hay ciertamente facultades para mantener la fábrica de
semejante templo" (CoRTÉs Y LARRAZ, 1958, T, 261); cuánto
más habría costado la construcción.
Hubo una rebelión de indios naparimas en la isla de
Trinidad en 1699, porque los querían obligar a hacer iglesias
(MoRALEs PADRÓN, 1960, 173-174).
La reina en cédula de 1535 dirigida al obispo de Vene-
zuela Rodrigo de Bastidas, le notifica que ordenó al gober-
nador que para la construcción de la catedral de Coro, "provea
cómo los indios la ayuden a hacer" (A.RELLANo MoRENO, 1961,
122). Las instrucciones se repitieron en cédula del 27 de oc-
tubre del mencionado año (ibid., 129-130). Un documento
de 1581 del obispo de Coro, una carta al rey, indica que la
catedral era entonces "de paja y de madera embarrada por

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XIX. TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 255

de fuera, con ser la primera y la catedral de este obispado". Y


pedía que para hacerla de tapia y teja, se mandara a los in-
dios caquetíos de la real corona y los demás encomendados,
"ayuden a esta obra, por ser los vecinos muy pobres y no
haber negros en esta ciudad" (ARELLA..l'-lo MoRENo, 1964, 230).
En las ordenanzas de Vázquez de Cisneros para Mérida
en 1620 se oficializó la contribución indígena a labores rela-
cionadas con el culto católico. Los encomenderos debían hacer
iglesias de tapia en sus encomiendas, con campanas de dos arro-
bas, destinando para esto el quinto de sus indios (GuTIÉRREZ DE
ARcE, 1946, 1160). Una iglesia se menciona en particular, la
de Egido, localidad vecina a la ciudad de Mérida (ibid., 1182-
1183). Se prohibió que los indios cargaran, excepto la madera
para las iglesias, hasta donde las pudieran recoger en bestias
(ibid., 1170; ARctLA FARíAs, 1957, 269).
En la visita que se hizo por el gobernador Porras y To-
kdo (1660-1662), resultó que los indios de Guarenas cortaban
y sacaban madera para la iglesia (ARCJLA FARÍAs, 1957, 361).
La iglesia de Maracaibo fue mandada construír en 1590
por las consabidas terceras partes (MARco DoRTA, 1981, 61).
Los indios del Totuma en la Guajira, en el siglo XVIII,
hicieron en un día casa para el cura (ALCACER, 1959, 152,
153-154).
En cédula del 4 de marzo de 1542, dirigida al gobernador
de Cartagena, se le instaba que proveyera a la construcción de
una casa para el obispo, junto a la catedral (FRIEDE, 1960,
VI, 228). Esto se repitió el año siguiente de 1543 (ibid., 1962,
VII, 83-84).
Por cédula de 14 de agosto de 1540, el cardenal Cisneros
dio instrucciones al gobernador del Nuevo Reino para que
se procediera a construír iglesias parroquiales, "y que los in-
dios cornarcanos de los sitios donde se hubieren de hacer
ayuden al edificio de ellas, con la menos vejación suya que
ser pueda" (FRIEoE, 1960, VI, 19).
El presidente Venero de Leiva mandó a hacer iglesias
en pueblos de indios y así se cumplió (RooRÍcuEz FREILE, 1984,
82, 93).

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256 HlSTOlUA DE LA CULTURA MATElUAL

El desmesurado templo de Monguí empezado en 1603,


fue hecho "con el concurso de los naturales de la región"
(ARBELÁEZ y SEBASTIÁ:N, op. cit., 384). El 31 de diciembre
de 1790, ya casi a fines del período colonial, el cura de Ten-
jo dice que hizo reparar en 1778 la iglesia a su cuidado:
"costié en todo esto, en albañiles que traje, que fue Silvestre
Duarte y Francisco Sánchez, mantener peones y pagarles me-
dio jornal, porque en lo demás hadan gracia por ser indios
y en beneficio de su iglesia y pueblo ( ... ) cincuenta pesos"
(ibid., 245).
El historiador Pedro Simón, en su condición de provin-
cial de su orden franciscana en Santa Fe, emprendió en 1617
la construcción del convento máximo de su religión. En el
contrato con el maestro de obra Francisco Delgado, se esti-
pulaba que el convento pondría los materiales, "como son
indios, ladrillo, cal, caños, aceite y estopa" (SIMÓN, 1953, I,
28-29, 29). Este había sido precedido en 1550 por otro, así
como por el de los dominicos, construídos ambos "con la
ayuda que dieron los conquistadores con sus indios, trayendo
las maderas, paja y demás materiales" (StMÓN, 1981-1982,
IV, 328). Lo mismo ocurrió para el convento de S. María
Magdalena de Tunja en el año de 1551 (ibid., 329).
Para el ensanche de la capilla de Fontibón hacia 1619,
bajo la dirección del "entendido en obras" padre jesuíta Juan
Bautista Coluccini. los indios locales estuvieron encargados
del servicio personal de teja, ladrillo, piedra; traer varas, ca-
ñas y cabuya (GosLTNCA, [1971] , 18-19; 29-30).
Otras dos misiones jesuíticas fueron construídas con el
mismo concurso: la iglesia de Tópaga (MERCADo, 1957, J,
412) y en el pueblo de Casanare hecho con indios ajaguas
o achaguas se hizo iglesia de guayacán y techo de palma real,
"en cuya labor son curiosísimos" (ibid., II, 255).
En 1583 el cabildo de Cartago en su primer asiento so-
licitó ayuda de las cajas reales para refaccionar la iglesia de
cañas y paja que amenazaba ruina. El costo debía repartirse

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XIX. TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 257

por terceras partes: encomenderos, hacienda real y los indios


(FRIEDE: DuQUE GóMEz, 1963, 319, 320).
El 5 de junio de 1586 el cabildo de Buga dijo que no se
podía cumplir la orden de que el convento de los dominica-
nos se hiciera con indios, "por haberse muerto muchos" y
acordó obligar a varios vecinos encomenderos a suministrar
mitayos (TAscÓN, T. E., 1938, 115-116).
La constitución 65 del concilio celebrado en Popayán en
1555 bajo la iniciativa del obispo Juan Valle, ejercía compul-
sión a los encomenderos para hacer construír de los indios
casas donde éstos fuesen adoctrinados (FRIEDE, 1961, JV,
142). Posterior es una cédula (16 de marzo de 1559), sobre
la construcción de iglesias por terceras partes (ibid., 216).
Ya se vio que existían antecedentes mucho más antiguos. La
misma obligación que se ha visto en las ordenanzas de Mé-
rida, se estableció por Inclán Valdés para los encomenderos
de Popayán, "a costa de los tributos de los dichos indios"
(ÜLANO, 1910, Doc. 4).
Nada destaca mejor la importancia de la ayuda del indio
en las construcciones religiosas, que cuando un historiador
jesuíta afirma que sus cofrades en la región Páez, Cordillera
Central, "trabajaron como unos indios haciendo la iglesia"
(MERCADO, 1957, IV, 43).
En Pasto se dieron en 1585 indios mitayos para reparar
la iglesia parroquial (SAÑuoo, 1938, I, 79). En 1670 se piden
v conceden mitayos para reedificar iglesias y capilla mayor
cie La Laguna, Aranda, Botana, Buesaquillo y Guachucal; el
27 de noviembre de ese mismo año se conceden de a 6 mi-
tayos, menos para el último pueblo (ibid., 1939, II, 82).
En Otavalo se aprovecharon indios para ayudar en la
construcción de la iglesia (PÉREz R., 1947, 188-189).
Para construír la catedral de Quito, el rey, los vecinos
y los indios dieron de a diez mil pesos (J. DE LA EsPADA, 1897,
III, 57). La parte de los indios estaba representada en jor-
nales y en madera (ibid., 89; V ARCAS, 1967, 308; 164). Los
conventos se har ían a costa de los naturales (J. DE LA EsPADA,
1897, III, 99).

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258 HlSTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

Por cédula de 19 de octubre de 1566, se acompañó otra


de 1563 -la primera dirigida a la Audiencia de Quito y la
segunda a la del Perú- por la cual se dispuso que se dieran
todas las facilidades y se fomentara la construcción de con-
ventos, especialmente de la orden franciscana. Si los pueblos
donde se hicieren estas construcciones estaba encomendado
a la corona, los gastos correrían por cuenta de ésta, "y que
ayuden a la obra y edificio dellos los indios de los tales pue-
blos"; si fueren pueblos encomendados a particulares, se ha-
rían a costa del rey y del encomendero, "y que también
ayuden los indios de los tales pueblos encomendados", por-
que siendo en beneficio de todos y la obra tan santa, "justo
es que todos ayuden a ella" (GARcÉs G., 1935, I, 129-131,
130). En términos muy semejantes se repitió la orden por
cédula de octubre 20 de 1568 (ibid., 165-166). En 1573, en
unas ordenanzas sobre fundación de pueblos de indios, re-
conociendo la pobreza de éstos y que no tenían sino su trabajo
personal para sustentarse, se dispuso que no tributaran du-
rante el primer año, para que pudieran durante él hacer en
la nueva población "casas e iglesias y chácaras" (ibid., 243-
246). En ese mismo año de 1573 se autorizó a la Audiencia
de Quito para proceder como creyera conveniente en la so-
lución de peticiones hechas por el obispo de esa ciudad, una
de las cuales se refería a la construcción de iglesias nuevas y
a la terminación y ornamentación de las que ya estuvieran
construídas, por cuenta de encomenderos y de indios de cada
lugar (ibid., 246-249, 248). Tomados de los tributos de indios
vacos se concedieron en 1589 a los dominicos de Quito 500
pesos ensayados por siete años para la reparación de su tem-
plo y convento (PÉREz, 1947, 43-44).
En 1605 se emprendieron trabajos de construcción de la
iglesia de la Compañía de Jesús en Quito, en la cual traba-
jaron en forma destacada los indios (JouANEN, 1941, I, 96).
Por confesión de parte, la mano de obra resultaba baratísima
(ibid., 1943, II, 382).
Cuando se establecieron las cajas de comunidad, hechas
con aportes de los indios, sobre ellas recayeron entre otras

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XIX. TRA.NSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA. 259

cargas, la de contribuír a la construcci6n de iglesias (GARcÉs


G., 1935, I, 553; ARCILA FARÍAS, 1957, 327).
Indios de Riobamba ayudaron a construír la iglesia de
la Compañía de Jesús (JouANEN, 1941, 1, 291-292).
En 1683 por disposici6n del cabildo de Cuenca, trabaja-
ban más de 200 peones mitayos en Ja construcci6n de tem-
plos y conventos de la Compañía, Santa Teresa, monjas de
la Concepci6n, Hospital Real, de modo que casi no quedaba
quien trabajara en el campo (PÉREz, 1947, 238).
Mitayos de Otavalo se llevaron para construír el con-
vento de Quito en 1579 (CoMPTE, 1885, I, 55-56).
El presidente Vaca de Castro orden6 en 1542 que se cons-
truyera en Lima una iglesia nueva, para lo cual los dueños
de indios debían mandarlos a trabajar en ello y que llevaran
adobes y madera; a quienes no Jo hicieran, se les suspendería
el derecho sobre los indios y éstos se enviarían a trabajar a
otras partes (Coso, 1956, II, 361-362). Por cédula de 1550
se dispuso que para la iglesia del obispado peruano se con-
tribuyera en la misma forma que lo decretado para otros
lugares, por terceras partes entre el gobierno, los encomende-
ros y los indios. En 1595 el virrey Velasco los reparti6 en
esa forma, y el sistema seguía funcionando hasta mediados
del siglo xvn (ibid., 368).
La mano de obra indígena era importante en obras de
ayudas religiosas y hospitales (AN6NIMO, 1968, 186). Según
cédula de 23 de marzo de 1550, los indios debían ayudar en
la construcci6n de conventos (CALANCHA, 1639, 83, 84).
Una de las causas de la célebre rebeli6n de los jéberos
del Marañ6n fue el trabajo a que se los sometía en las misio-
nes jesuíticas, de cargar maderos grandes y pesados para la
iglesia y la casa del padre (MARONI, 1889, 216). El jesuíta
P. Gaspar Vivas decía que indios se habían rebelado a veces
por obligarlos a hacer iglesias (JouAN'EN, 1941, 1, 625, 629).
La costumbre no ces6 ni en el período republicano. Los
indios del Putumayo construyeron iglesias y conventos en
Guineo, a donde a veces bajaban frailes de Sibundoy a pre-

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260 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

dicar, a principios del presente siglo (lliRDENBURG, ¿ 1913?


77-78).
Algunos laicos llamaron la atención sobre el abuso de
consumir ingentes recursos humanos indígenas en la cons-
trucción de obras religiosas. "Los templos que se han hecho
en Chucuito son demasiado de costosos y superfluos edificios,
y como eso es sólo parecer de los sacerdotes, unos hacen y
otros deshacen y ocupan infinidad de indios sin pagarles
cosa alguna" (MATIENzo, 1910, 180). Había pueblos del Pe-
rú donde los mitayos hicieron 40 iglesias, cuando antes bas-
taba un sólo templo al sol (SANTILLÁN, 1968, 137). Esto era
una constante. Todavía en 1804 el intendente de Guamanga
Demetrio O'Higgins, daba cuenta de que en el partido de
Vilcas-Guaman, "En la [iglesia] de Chuschi servida por el
cura Dr. Don Diego de Silva se ha fabricado una nueva
iglesia a distancia de cuatro cuadras de donde está la anti-
gua, servible y sin deterioro; y los naturales se me quejaron
de esta fábrica, porque la había levantado s6lo con el traba-
jo de ellos sin mayor necesidad, y que aun cuando la hubiese,
podía haberse construído a costa de las ingentes cofradías
que tiene esta doctrina ... " (JuAN y ULLOA, 1983, 11, 634-
635 y nota pie 635-637).
El mismo Juan de Ovando del Consejo de Indias, en su
informe de 1571 sobre la visita que practicó en ese cuerpo,
recomienda que las iglesias regulares que se construyan en
Indias se podrían sustentar "con menos costa y sin el fausto
que es menester para iglesias seculares", añadiendo que "las
iglesias serían de la forma que los apóstoles al principio
las instituyeron" (J. DE LA EsPADA, 1891, 21-22). Según esto,
no había bastado para frenar la tendencia al fausto religioso,
la cédula de 1548 en que se recomendaba que los monaste-
rios en América fueran humildes y moderados (GANTE, 1954,
23-24). Entre las instrucciones de gobierno dadas al virrey
Toledo del Perú en 1568 figura esta: "En los edificios de las
iglesias, y en lo que toca al servicio del culto divino, en ~1-
gunas partes, según se entiende, hay gran falta y en otras
ha habido exceso y desorden, alhajándolas con más magnifi-

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XIX. TRANSCULTURAC16N ARQUITECT6NICA 261

cencia y suntuosidad de lo que convendría según el sitio y


lugar donde se hacen, con mucho trabajo y vejación de los
indios y mudándose fácilmente de los monasterios que es-
tán labrados a otras partes para labrarlos de nuevo, y ocu-
pando asimismo dichos indios en músicas y otros ministerios
que parecen superfluos y profanos" (HANKE, 1978, I, 106).
Tales instrucciones fueron casi invariablemente repetidas
a los sucesores de Toledo, como Enríquez (HANKE, 1978, I,
45, 81, 106, 162); Velasco (ibid., II, 14); Montesclaros (ibid.,
II, 95); Chinchón (ibid., III, 15-16, 41-42 y Mancera (ibid.,
III, 104).
A propósito del auxilio de mil ducados dado por el Con-
sejo de Indias en 1610 para el convento franciscano de Tun-
ja, aquél cuerpo encargó a la autoridad civil "que tenga la
mano en estos conventos para que no sean suntuosos y sean
decentes". Esta política suasoria persistía a fines del xvrn,
pues en 1788 se daban recomendaciones similares para el
templo de San Francisco de Popayán (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN,
1967, (4), 50-51). A esto se atribuye la sobriedad arquitec-
tónica religiosa en la Nueva Granada, en contraste con la
profusa ornamentación y el lujo de tales edificios en Méjico.
En la época del despotismo ilustrado algunos funciona-
rios civiles reaccionaron contra esa práctica. José de lturriaga,
comisionado para establecer los lím1tes entre España y Por-
tugal en la cuenca del Rionegro, escribía hacia 1758 al rey,
proponiendo medidas de buen gobierno aplicables en nuevas
fundaciones: "sobre todo si los indios se ven libres de las
cargas de las misiones, como fábrica de iglesia, casa del pa-
dre y su servicio ... "; era preferible preocuparse más por
el bienestar de los mismos indios (RAMOS PÉREz, 1946, 311).
Otras consideraciones sobre este tema se han hecho apar-
te. Las otras maneras en que el indígena tributaba para fines
religiosos, como los servicios personales a los curas, doctrine-
ros y frailes, suministro de alimentos, los camaricos y otros
derramaderos, no forman parte de la historia de la vivienda
y por eso no se tratarán aquí.

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262 HJSTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

Indios carpinteros.
La escasez de operarios peninsulares por la discrimina~
ción social a que estaban sujetos los que practicaban oficios
manuales, trajo como consecuencia que los indígenas fueran
entrenados para reemplazarlos. Este adiestramiento casi siem~
pre fue individual, a cargo de los maestros de obra. Por lo
menos en un caso se habla de una verdadera escuela para
enseñar artesanías, la fundada en Quito en 1534 por los fran-
ciscanos Ricke y Gosseal, con el objeto de formar albañiles,
carpinteros, herreros, canteros, pintores y músicos (CASTEDO,
1970, 120).
En ocasiones también los mestizos en un período poste~
rior hacían las veces de instructores (DoMÍNCUEZ CoMPAÑY,
1978, 82).
Indios dedicados a este oficio figuran desde temprana
época. En la región de Santa Marta, durante el período de
Luis de Rojas, había entre ellos, "muchos, de sus usos, car-
pinteros" (CASTELLANos, 1955, II, 527).
"Por su parte, también los indios fueron grandes maes-
tros en este oficio [carpintería], dada la experiencia que te-
nían en la construcción de sus bohíos y chozas. Por ello,
desde los primeros tiempos de la conquista, se obligó al indí-
gena por medio de los servicios personales, a la construcción
de las casas de sus encomenderos. A finales del siglo [xv1),
parece que esta actividad había alcanzado gran auge en Mom-
pós, debido a que las frecuentes crecidas del Magdalena des-
trozaban las casas de los encomenderos, y eran los propios
indios los encargados de repararlas. Por ello, el visitador c:!e
Mompox, Martín Camacho, permitía en 1598 que los indios
'armasen, enjaulasen y cubriesen de paja' las casas de sus
encomenderos a cambio de un salario tasado por el justicia
del pueblo respectivo" (BoRREC.O PtA, 1983, 410-411) . Menos
mal. Habría que apurar si el pago se realizó de conformidad.
Indios carpinteros y tapieros había entre los quimbayas
(FRIEDE, 1%3, Q, 219). En Tunja en 1609 se censaron tres
indios carpinteros (RGNG, 360, 362).

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XLX. TRA.NSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 263

En Quito no faltaban indios carpinteros en la segunda


mitad del siglo xvr (J. DE LA EsPADA, 1885, II, 25, 56). Sobre-
salían en trabajos de retablos y otras obras de cuidado los de
Quera en Ambato (CAPPA, 1892, VIII, 198-200).
En Guamanga del Perú, en 1557, los indios carpinteros
que en época de su gentilidad s6lo hacían vasos de madera
o keros -pues no usaban puertas en sus casas (J. DE LA Es-
PADA, 1881, I, 97) - fueron aprovechados para obras civiles.
Los cocamas, cocamillas, omaguas y yurimaguas eran
grandes canoeros y carpinteros en las misiones jesuíticas
(URTARTE, 1952, I, 130-131).
Los indios guaraníes eran los carpinteros más hábiles en
el Paraguay (AzARA, op. cit., 260) .


Pero la labor de pulir la madera estuvo precedida por
una de las cargas impuestas a los aborígenes, que fue proveer
la materia prima necesaria para las construcciones, incluyen-
do apeo, desbaste y transporte. La soberbia dominadora de
los españoles con los indígenas, hizo que inicialmente se me-
nospreciaran las capacidades de éstos, lo que dio origen a
fracasos. El historiador Oviedo confiesa que por el poco co-
nocimiento que había al principio entre los españoles sobre
las maderas, duraban poco las casas (OviEoo Y VALDÉs, 1959,
1, 296).
En carta de 3 de febrero de 1548 el cabildo de San Sal-
vador en Centro América se quejaba al rey de las dificultades
para construír la ciudad recién trasladada, por la prohibici6n
que existía de ocupar indios en ciertos trabajos, "especialmente
en los de aserrar madera y cargar" (BAR6N CAsTRo, 1942, 314).
Para el rancho de la encomendera Ana Ramírez de Santa
Marta, se oblig6 a Jos indios bondas a cortar la madera (CAs-
TELLANos, 1955, JI, 568), así como para reparar el fuerte
(ibid., 609).
En 1762 el misionero capuchino fray Antonio de Alcoy,
encontrándose en Carrizal, cerca al Cabo de la V ela en la

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264 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Guajira, mandó a los indígenas a cortar las maderas para la


casa del padre y la iglesia; les dejó para el efecto 3 hachas y
3 machetes y unos almudes de clavos (ALCACER, 1959, 150).
En 1567 se ordenó en Tunja que los naturales encomen-
dados debían cortar y traer la madera necesaria para ter-
minar la iglesia (ROJAS, U., 1958 104). Al parecer, los palos
adecuados se conseguían en el paraje de Los Arcabucos, y se
apeaban en días de luna menguante (ibid., 105). Hasta en
esto parece haber llegado el mestizaje cultural, pues pese a las
diierencias climáticas entre España y América, allá también
los tratadistas en arquitectura recomendaban cortar las ma-
deras en menguante (LoRENZo DE SAN NICOLÁS, 1796, 106-108,
107), siguiendo una tradición romana. Entre el tributo que
daban los indígenas tunjanos a sus encomenderos figuraba
en 1560 dar "madera para casas" (RGNG, 79), a veces a costa
de grandes esfuerzos (GÁLv.EZ PIÑAL, 1974, 19).
Las ordenanzas dictadas en Mérida en 1620 por el oidor
Cisneros inclu1an la obligación por los indios de cortar -para
la construcción de caneyes de tabaco- madera, palma y paja
(GunÉRR.EZ DE ARcE, 1946, 1188) Aunque se prohibió el trans-
porte de la madera por indios para que se hiciera en bestias,
esto no se cumplió (ARciLA FARÍAs, 1957, 361; 254; 269).
El visitador lnclán Valdés fijó en 1668 la tasa para llevar
maderas de construcción a Popayán así: una rastra de cañas
bravas, 2 reales; una rastra de varas, 2 reales; una viga madre,
2 patacones; una viga más delgada, 1 patacón; una tijera de
armar casa de 3 palos, 3 reales (OLANo, 1910, doc. 22).
En 1675 se quejaban Jos vecinos de esa ciudad, cuando se
les trató de pedir contribución paia el arreglo de calles, que
no tenían "ni aun para el reparo de las casas en que viven
por la cortedad de sus caudales y ser los materiales muy caros"
(ibid., 31-32; 32).
Los indios de la isla del Rey en el golfo de Panamá teman
entre sus obligaciones la de hacer tablas (SERRANO Y SANZ,
1908, 218).
El corte, transporte en balsas y aserríos de maderas en
jurisdicción de Guayaquil (toda la actual costa ecuatoriana)

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XIX. TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 265

era la principal ocupaci6n de los indígenas supérstites o acul-


turados a principios del siglo xvu (T. DE MENDOZA, 1868, IX,
264, 272, 274). Había también indios carpinteros (ibid., 291).
En el siglo xvm todavía pagaban su tributo en mangles para
el fuerte de El Callao (JuAN y ULLOA, 1983, I, 143).
Con destino al templo de San Francisco de Quito, se ha-
cían traer maderas de los bosques de Calacali y Nono, en la
vertiente occidental de los Andes (V ARCAS, 1967, 30). A 8 de
febrero de 1608 el cabildo de !barra dict6 disposiciones sobre
mejora de los caminos que conducían al poblado, para poder
traer Jeña, madera y paja (GARcÉs G., 1937, 104-105).

Otras labores de construcción. - Adobe, ladrillo, teja.


Si fueron españoles los que enseñaron la confecci6n de
ladrillo, teja y la preparaci6n de cal, luego qued6 el trabajo
en manos de los indios.
El licenciado Tomás L6pez Medel en 1559 tas6 a los in-
dios de GuaJes cerca de Cali (hoy en jurisdicci6n de Cande-
laria), para hacer adobes (PAolLLA, op. cit., 95). Debe recor-
darse que esta tasaci6n se hizo conjuntamente con el obispo
de Popayán, Juan Valle.
En la tasaci6n que el licenciado García de Valverde hizo
en 1571 para Pasto, dispuso que trabajaran en tejares los in-
dígenas de las encomiendas de Catambuco de Díez Sánchez
de Narváez y en Pijindino en la de Juan Sánchez de Pérez
(PADILLA, op cit., 85).
La Audjeocia de Quito hace una lista de los trabajos que
realizaban los mitayos de esa jurisdicci6n. Se incluyen entre
otras actividades los tejares y aserríos (GARcÉs G., 1935, I,
470-471).
En los tejares establecidos en Quito desde los principios
de la dominaci6n española, los indios " ... excavaban la tierra
arcillosa negra y compacta, la desmenuzaban con golpes, la
molían y cernían; en moldes de madera se hacían las tejas,
en hornos se las cocía y sobre sus espaldas transportaban la
leña para la cochura y los objetos asados para las casas" (P:É-
REZ, 1947, 161). En el Panecillo tuvieron un tejar los jesuítas,

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266 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

en el cual hacían trabajar a indios menores de edad, desde 11


hasta 15 años (ibid., 162). A los mitayos de Tumbaco encar-
gados de hacer adobes para Quito, se les ponían tareas de 40
unidades por día, "contando con la excavación, preparación
del barro, adquisición de la paja para la mezcla, con una men-
sualidad de dos pesos en los 26 días de trabajo. Los discernidos
se quejaron de las dificultades para encontrar paja del largo
suficiente y de que la tarea impuesta era excesiva, la cual no
podían rematarla sino con la ayuda de sus mujeres e hijos"
(PÉREZ, 1947, 156).
Con el correr del tiempo, estas actividades de alfarería,
como cualquiera otra que representara un valor económico,
fueron gravadas directa e indirectamente. En 1584 la Audien-
cia de Santa Fe creó 15 o 16 corregidores en Bogotá y Tunja;
fuera del salario que les debían pagar los indios de un tomín
por cabeza, tenían que darles a tales corregidores un tanto del
valor de las tejas y ladrillos que fabricaran los nativos (GAL-
VEZ PIÑAL, op. cit., 129).

B) MANO DE OBRA DE OTROS GRUPOS ÉTNICOS

La constante histórica en materia de fuerza laboral en


América durante la dominación española, es que al indígena,
hasta su completa extinción o aculturación, le tocó hacer de
todo. Cuando empezó a acabarse el elemento nativo, por el
exceso de trabajo en encomiendas, servicios personales, mita
o epidemias introducidas, etc., se pensó en reemplazarlo. Pri-
mero con los negros. Pero como estos costaban dinero y los
indígenas no, el proceso de sustitución fue lento y gradual,
excepto cuando la caída de la población indígena fue tan ra-
dical y acelerada - especialmente por el trabajo en las minas -
que no había más remedio que reemplazarla con otras alter-
nativas laborales.
Vino, pues, el negro. El esclavo africano fue destinado
más bien a la minería de superficie y a oficios caseros, como
parte de la servidumbre doméstica cuyo número realzaba la

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XIX. TRANSCULTURACIÓN ARQUITECTÓNICA 267

categoría social del propietario. Sin embargo, en algunos casos


también contribuyó el esclavo a otras labores, cuya discrimi-
nación se hizo aparte (PAnÑo, 1965-1966, 491-492).
Hay que incluír los trabajos en la construcción. En 1539
se dio permiso en Nicaragua a fray Sebastián de Betanzos para
llevar dos esclavos negros, albañil y carpintero, para recons-
truír el convento de La Merced en la ciudad de León (VEGA
BoLAÑos, 1955, VI, 60-61). Queda constancia de que los escla-
vos negros contribuyeron a la construcción de las obras defen-
sivas de Cartagena (BoRREGO PLA, 1983, 426) y de Santa
Marta en 1601 (MIRANDA V ÁZQUEZ, 1976, 48). Desde luego,
son más escasas las referencias en las fuentes históricas sobre
este aspecto. Cuando a fines del siglo XVI Bautista Antonelli
atendía a los planos y dirigía los trabajos de construcción de
Portobelo, propuso que se enseñara cantería a 200 negros, con
3 reales diarios de gastos, mientras a los oficiales españoles,
fuera de no resistir el clima, se les pagaban 30 reales diarios
(A.NcuLO !ÑÍGUE.Z, 1942, 64). No se sabe lo que siguió. Algunos
esclavos trabajaban en el istmo en 1609, enviados por sus amos
en la extracción y aserrío de maderas (SERRANo Y SANZ, 1908,
171; MARco DoRTA, 1981, 116-117).
Para la segunda fortaleza de La Habana en 1580 -por
práctica desaparición de los indígenas- no había peonaje, y
las autoridades tuvieron que requisar los negros esclavos, qui-
tándolos a sus dueños (WEIS, 1980, 32-33).
En la construcción de la fortaleza de Cumaná en 1530-
1531 intervinieron 3 negros, uno como albañil (Orn:, op.
cit., 356).
En 1590 los constructores (el cabildo eclesiástico) de la
catedral de Coro, mantenían negros, especialmente haciendo
ladrillos (GASPARINI, 1961, 103, 104). En 1600 se compraron
más africanos con el mismo objeto (ibid., 105).
Ahora bien. El negro era un elemento desarraigado. Ha-
bía sido traído a un ambiente distinto del de sus países origi-
narios y no conocía el nuevo. El indio, en cambio, tenía un
conocimiento cabal del entorno y por eso su colaboración era
decisiva en la selección, corte, tratamiento y usos de los mate-

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268 HISTORIA DE LA CULTURA MATElllAL

riales con que acostumbraba construír las viviendas (caso de


Mompós). El negro se limitaba a aportar su f-uerza muscular,
como ahora. La influencia negra en la arquüectura hispano-
americana, puede considerarse nula, aunque sí se haya pro-
ducido en el arte (DAMAz, 1963, 46). Más bien alguna influen-
cia se conoce en el Brasil, aunque allí también el indígena fue
el obrero más usado, corno aconteció con los primeros edilicios
hechos por los jesuítas (MoRAEs, 1860, 320 ?) .
En cuanto a los otros grupos étnicos, se pueden mencionar
a los mestizos, a los zambos y a los distintos matices de la
mezcla racial que los tratadistas han clasificado desde el siglo
xvm. Tampoco hay mucha documentación sobre esto.
Los propios españoles peninsulares intervinieron en algu-
nos casos en Jos trabajos de construcción, no tanto en las la-
bores pesadas de acarreo de materiales y similares, sino en las
que no demandaran mayor esfuerzo muscular. Sobre esto ca-
llan las fuentes consultadas, excepto para las tareas de dirección
y diseño propias de alarifes, y las más especializadas de can-
teros, carpinteros y alfareros que se pasan en revista en el
capítulo XVII.

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CAPfTULO XX

TRANSCULTURACIÓN
EN LA ARQUITECTURA COLONIAL

1r - REcoRRIDO GEOGRÁFico.

Rápidamente se verific6 una aculturaci6n de modalidades


arquitect6nicas en el Nuevo Mundo, con aportes indígenas y
peninsulares. Para organizar cronol6gicamente los datos, se
ponen entre paréntesis los años a que corresponde cada cita.

ARQUITECTURA DOM~STICA

Cttba.
Durante el siglo XVI la arquitectura dependi6 del patr6n
indígena a base de bohíos de yagua [la hoja de la palma real
Roystou~a regial y guano (hojas de palmas para techar), con
las modificaciones impuestas por la cultura foránea (WEtS,
op. cit., 14, figs. 24, 25). Lo mismo ocurri6 en La Habana en
dicho siglo y en el siguiente (ibid., 25, 52-53, 7()..85).

Puerto Rico (1582).


Según la rclaci6n del 1Q de enero de ese año del cura Juan
Ponce de Le6n y del bachiller Antonio de Santa Clara, las
casas eran hechas con tablas de palmas embutidas con un barro
colorado que se endurecía notablemente (LATORRE, 1919, SO).

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270 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Satzto Domitzgo (1561 ).


La ciudad era hermosa y tenía buenos edificios. Cada casa
era una fortaleza, por los peligros de tierra y mar. "No hay en
13 cristiandad otros mejores materiales para edificios", dice el
oidor Licenciado Echagoian (T. DE MENDOZA, 1864, I, 21).

Caracas (1578).
La relaci6n de Juan de Pi mente! asienta: "El edificio de
las casas de esta ciudad ha sido y es de madera, palos hinca-
dos y cubiertas de paja. Las más que hay ahora en esta ciudad
de Santiago son de tapias sin alto ninguno y cubiertas de co-
gollos de caña. De dos o tres años a esta parte, se ha comen-
zado a labrar tres o cuatro casas de piedra y ladrillo, y cal y
tapiería, con sus altos, cubiertos de teja. Son razonables, y están
acabadas la iglesia y tres casas de esta manera, y los materiales
los hay aquí. En Nuestra Señora de Caraballeda todas son
casas pajizas con los palos hincados. No hay tapiería" (ARELLA-
NO MoRENo, 1964, 133-134; -, 1950, 88).

Tocuyo (1578).
Para los españoles: "las casas que hay en esta ciudad son
de madera y pajas, a modo de casas de cortijo de España, y
son largas y no muy anchas, y tienen de a tres y cuatro apo-
sentos adentro. Algunas casas pequeñas se empiezan a hacer
de tapias, y ahora al presente hay seis construídas, dos de alto
y bajo, y cuatro bajas. Y las tapias de que se hacen, son de
tierra seca sin cal, aunque hay mucha piedra con qué poder
hacerse. Y alguna se hace para algunas cosas, y hay piedra para
hacer yeso, y también mucha piedra afuera de la sierra,
para edificar cimientos de casas y otras obras" (ibid., 157-158).

Barquisimeto (1579).
"Las casas son hechas a manera de unos pajares, que se ha-
cen en España en algunas partes, donde se encierra la paja para
los ganados. Las paredes de las dichas casas están rodeadas de

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 271

horconcetes de nueve o diez pies de altura fuera de la tierra,


y luego la cercan con cañas atadas con un bejuco que se halla
en mucha cantidad en la tierra, y que se cría por los montes.
Sobre estos horcones se ponen unas soleras; y a estas casas,
cada uno le pone el anchor que se le antoja. Pónense dos hor-
cones en medio de la casa, y allí ponen una viga por cumbrera,
y traen unas varas a trecho, de pie y medio la una vara de la
otra, y después que [está] toda la casa llena de estas varas,
se pone toda ella de cañas [a] cinco dedos unas de otras; y
esto va atado con este bejuco que es a manera de atadura, a
manera de bimbre, hendida, y después de hecho todo esto, se
trae gran cantidad de paja larga y así se cubre que no se moja.
Dura la cobertura de una casa seis o siete años. Hácense todos
los apartados que se quieren de las mismas cañas. Ahora se
empiezan a hacer algunas tapias. Se ha hallado piedra para
cal" (ARELLANo MoRENO, 1964, 196-197; -, 1950, 130).

Maracaibo (1579).
Se establece claramente la diferencia de la vivienda indí-
gena, en forma de palafitos sobre el agua (véase cap. IX), de
la de los españoles: "Son las casas de esta ciudad de paja y
enea, porque la tierra es nueva y ha poco que se pobló y no
se ha podido hacer más edificio; hoy para poderse edificar
hay mucha madera y piedra de cal y yeso y tierra para hacer
teja y ladrillo" (ARELLANO, 1950, 159; 163; -, 1964, 205, 210).

Riohacha (1560).
Las casas de los españoles, así como la iglesia, eran de
paja (RGNG, 92).

Santa Marta.
En la época de Garda de Lerma (1529-1535), la ciudad fue
Íntegramente incendiada por negros rebelados: "La ciudad
era toda de paja y no había más de la casa del gobernador
que fuese de piedra" (FRIEDE, 1960, NR, 214-215).

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272 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Díez de Armendáriz decía desde esa ciudad en 1546, un


año después de ser reconstruída por Juan de Céspedes, que
"las pocas casas que hay son tan ruines y malas, que no hacen
poco, si bastan para acoger algunos pasajeros" (FRTEDE, J962,
VIII, 182).
En 1560 las más de las casas eran de madera y paja; unas
pocas eran de piedra. La iglesia del obispado era de tablazón
y teja. Se entendía entonces en labrar un hospital de madera
(RGNG, 1983, 97).
El conquistador Francisco González de Castro durante la
gobernación de Luis de Rojas (1571~1576), entró a la conquista
de Pocigüeica, cerca de Riofrío. Después de hechas las repar~
ticiones de lotes,
que fueron clesta tierra l:ls primeras,
luego con acerados segurones
de los cercanos montes y riberas
cortaron estantiUos y horcones,
varas, soleras, latas y cumbrcras,
para hacer con estos materiales
las casas y las cercas de corrales
(CASTELLANOS, 1955, II, 547).
Cartagena.
Hubo mucha vacilación sobre el asentamiento efectivo de
Cartagena, porque inicialmente no se consideró el actual sitio
adecuado para una ciudad. Le correspondió a Juan de Vadillo
en 1536 trazar las primeras calles (AHN: Relación 1537). Al
parecer, de poco sirvió la disposición de que los vecinos gas~
taran en edificios el 10% de las entradas (FRIEDE, 1956, IV,
106, 266). Todavía en 1538 el cabildo se quejaba de las difi~
cultades para poblar (MARTÍN'Ez, 1967, 29~35). De todos modos
perduró.
En una carta al rey de Miguel Díez Armendáriz, escrita
desde esa ciudad el 24 de julio de 1545, le dice que a su ejern~
plo, algunos vecinos estaban haciendo casas nuevas, "en esta
miseria de esta tierra, que es palos y cañas y palmas, de rna~
nera que ya parece otra cosa que cuando yo la ha1lé" (FRIEoE,
1962, VIII, 69~70).

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XX. ARQUlTECTURA COLONLU. 273

Pero en 1548 la princesa, respondiendo a solicitud de los


vecinos, en cédula de 22 de diciembre, ordena que a quienes
tienen lotes y no edifiquen en ellos, se les quiten para darlos
a otros (FRIEoE, 1956, IV, 329-330).
Las repetidas disposiciones del cabildo para que no se edi-
ficaran casas de paja sino de ladrillo y teja, de 1552, 1555, 1572
(BoRR.Eco PLA, 1983, 480A81, 483, 485, 494) y otras, se quedaron
escritas, pues a fines de ese siglo continuaban siendo las casas
de madera cubiertas de cogollos (CASTELLANOS, 1955, 111, 249).

Tolú (1560).
Asimismo eran de paja las de los españoles y la iglesia
(RGNG, 101).

Istmo de Panamá.
La primitiva Panamá, que se quemó, era hacia 1550 ciudad
insalubre y orientada de oriente a occidente, de modo que el
calor era irresistible (CIE.ZA DE LEÓN, 1947, II, 355-356).
En la relación de Panamá de 1640 por Juan Requejo Sal-
cedo hay datos del mayor interés sobre el tipo de vivienda que
había en esa ciudad y de la manera como las casas edificadas
siguiendo la tradición indígena, soportaron mejor los temblo-
res sucedidos desde el 2 de mayo hasta el 21 de agosto de 1621.
Dice Requejo: "Los antiguos fundadores desta ciudad, con
experiencia de algún caso semejante o por falta de materiales,
o por los calores excesivos, hicieron los edificios para su mo-
rada, templos y casas reales, de maderas y tablas, con tan lindo
arte y disposición que asientan sobre vasos de piedra los pila-
retes o estantes de madera valientes, maría [Caloplzyllum] coco-
bola [Dalbergia retusa Hemsl.], níspero [Manilkara] y gua-
yacán [Tabebuia guayacan (Seem.) Hemsl.] (que en maderaje
precioso, cedro muy fino y abundancia dél, hace ventaja esta
ciudad a todas las del Pirú); sobre los estantes ponen sus soleras
y vigas, y de una a otra unos maderos delgados que llaman
varas, y desta manera doblan dos veces o tres sus edificios;
cércanlo todo de tablas con clavos, que llaman de barrote, los

18

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274 HlSTOJUA DE LA CULTCJlA MATElllAL

maderos tan trabados entre sí unos con otros con clavos de


escora y media escora, conforme son menester, y las soleras
y cuadrantes con clavos de a dos tercias, que llaman de enea-
lamenta, y donde son menester de alfajía y después abrazados
con las tablas vienen a quedar las casas tan firmes y con tanta
fortaleza, que hacen ventaja a las de piedra; a lo menos en
esta ocasión fueron más a propósito, y así certifico como hom-
bre que ha dado vista a todo el Pirú, que si cualquier ciudad
dél padeciera este terremoto, fueran mayores mucho los daños
en los edificios y personas ( ... ) Las casas de tablas, aunque
rechinaron y hicieron mucho ruido, despidieron terrones, vo-
laron o corrieron tejas, ninguna hizo vileza, ni cosa que no
debiese, y hay casas que se acuerdan de la fundación de Pa-
namá, trozadas las varas del comején o gusano, podridos los
pilarotes, carcomidas las tablas, con puntales por todas cuatro
haces ( ... ) ninguna ni aun destas cayó ... " (SERRANo Y SANZ,
1908, 41, 51-52). No era de la misma opinión un extranjero
que pasó por allí en 1636: "Las casas son más débiles que todas
las que he visto [en Centro América], a causa de la falta de
cal y piedra; de suerte que por esto y por el gran calor que
hay, la mayor parte de las casas están edificadas con madera"
(GAGE, 1946, 292).

HoYA DEL MAGDALENA.

Tmcrife (1580).
Para las casas de los españoles, hechas desde luego por
los indígenas de servicio, pero ya bajo una dirección foránea,
la descripción es no menos pormenorizada: "La forma y edi-
ficio de las casas son en esta forma: pónense dos o tres estantes
grandes en el medio que ha de llevar la casa, y según el largor
de la casa ansí apartan los estantes; por una cuerda van tra-
zando el derecho y partes iguales y arriba parejos; tienen los
estantes sus horquetas y en ellas ponen una cumbrera y luego
dan el ancho a la casa y por sus trechos van hincando otros
estantillos más pequeños, que encima de tierra han de tener

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 275

de altor la mitad menos que los grandes. Y todos estos estantes


son de madera, de guayacán o de palo de carreta o coraz6n
o bálsamo, que de toda esta madera echan los estantes, que
son los pies de la casa. Y puesto todos por su orden, según el
cuadro o redondo de la casa, van poniendo encima de las hor-
quetas destos estantillos unas varas que son las soleras, y las
van amarrando con bejuco que se cría en el arcabuco, que es
muy correoso. Y luego desde estas soleras van puniendo varas
y amarrando abajo y arriba a la cumbrera alta, y a las esqui-
nas ponen sus varas más recias y en ellos van amarrando las
varas de las culatas del buhío. Y después de todo envarado,
con cañas de lata lo van enjaulando todo a trechos, puestas las
cañas y amarrándolas a las varas atravesadas, todo a la redonda
y luego lo cubren con paja, que es una yerba que se cría muy
alta en las sabanas y en la ribera de este río, y a manojos la
van amarrando por su orden a las cañas con una corteza de
un árbol que llaman damahagua, que es muy correosa y la
sacan a tiras muy delgadas, y así la van amarrando de abajo
para arriba. P6nense unos portaletes por cima de las soleras,
amarrados a las varas o cintas que echan por de dentro para
más fortaleza, para que las aguas corran afuera de la casa.
Las paredes hacen de cañas y embarradas con barro. Y desta
manera son las casas desta tierra. Las de los indios son redon-
das (a) la manera de más de media naranja, de vara en tierra,
y las puertas muy chiquitas" (RGNG, 1983, 173).

Momp6s (1560).
Vivían los indígenas a las riberas del Cauca y del Magda-
lena, "en casas muy grandes de madera cubiertas de paja, y
en cada una viven ocho, y diez indios". Estos las fabricaban
a los españoles también de paja (ibid., 92; BoRREGO PLA,
op. cit., 410-411).

Tamalam~qu~ (1579).
Esta poblaci6n fue cambiada de sitio varias veces. La que
existía en ese año, a la pura orilla del Magdalena, tenía este

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276 HlS'roiUA DE LA CULTURA MATERIAL

aspecto: "las casas son de paja, las paredes de las cuales están
cercadas de cañas, a manera como en Castilla hacen los ca-
ñizos. De paredes sirven unos maderos recios que están hin-
cados a trechos, a distancia de cinco o seis pies de uno del
otro. Sus puertas tienen de madera como las que ordinaria-
mente se hacen; causa esto la falta de materiales y la poca
posibilidad de los habitadores" (RGNG, 190). La última frase
da a entender que estas casas eran las ocupadas por los espa-
ñoles y no por los indígenas. La iglesia allí también era de
paja (íbid., 191).

Valledupar (1578).
La poblaci6n como tal, "no tiene edificios de casas sun-
tuosas, sino de paja y caña, bajas, y no tiene forma de pueblo"
(ibid., 207). Otro dice que las casas son bajas "por causa de
los vientos" (ibid., 209), y también que los vecinos "no pueden
usar de otros materiales por la pobreza de la tierra" (ibid., 211 ).

Trinidad de los Muzos (1582).


En las viviendas propiamente dichas, ya se nota una fusi6n
de técnicas, aunque los materiales continuaron siendo los tra-
dicionales. "La forma y edificios de las casas desta ciudad
son de tapias, cubiertas de paja, que por el poco posible no
se han hecho de teja, aunque hay buena tierra para ella. So-
líanse hacer de madera desde el pie hasta la cumbre, cubiertas
de paja, unas casas largas de cien pies y veinte y cinco de
ancho, y otras redondas a manera de tiendas de guerra. P6-
nense a los lados unos palos de diez pies en alto sobre la tierra
y en medio unos estantes de treinta pies sobre la tierra y hin-
cados y metidos cinco pies debajo della, y los bajos sirven de
pared, y sobre los grandes se pone una cumbrera, y sobre
esto arman la casa con unas cañas gruesas como el muslo
y guecas, que se llaman guaduas, y enlátanlas y cubren de
paja. Dura una casa destas, si la madera es de guayacán, quin-
ce años y más, aunque cada cuatro o cinco años se ha de
empajar de nuevo" (ibid., 246).

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X.'l:. ARQUITECTURA COLONIAL 277

La Palma de los Colimas (1581).


En cuanto a los vecinos españoles, se nota una acultura-
ción o fusión de estilos arquitectónicos introducidos, con ma-
teriales locales. "Los edificios de casas que los vecinos desta
ciudad hacen para vivir y la forma dellas, son unos cuartos
que según el posible y necesidad del edificador, así los ordena
y traza, dando a su casa como le parece, un recibimiento y
aposento distintos. Estos cuartos tienen imitadamente la for-
ma de los que en España se edifican, sin altos ni doblados,
pero diferencian en los materiales, porque acá hasta agora
todo lo que se ha edificado ha sido de madera, del suelo al
techo, siendo la cobija de paja o de hojas de palmas, aunque
las cercas se hacen de tierra pura, la cual se beneficia a manera
de mezcla, encorporándole paja cortada, menuda, y así la
meten apretadamente entre la armazón de los palos que se han
hincado en el suelo para hacer pared y sustentar la techum-
bre a la casa, y detiénese allí la tierra mediante unas cañas
o varas que estuviesen atadas por los dichos palos estantillos,
de una parte y de otra dellos, desde lo bajo a lo alto, yendo
puestas a trechos de un palmo, poco más o menos, por todo
lo que ha de servir de pared, con las cuales se ase y traba.
Esta obra va toda atada y no clavada, y átase con una manera
de cuerdas que naturalmente proveyó en estas partes quien
provee y cri6 todas las cosas, que es Dios omnipotente, las
cuales llamamos bejucos, que generalmente nacen y se crían
en las montañas y suben y se enredan por los árboles dellas;
son maravillosamente recios, y haylos muy largos, delgados o
gruesos, como Jos quieren. Tienen una blandura tan humilde
que se dejan doblar y anudar, al arbitrio del que dellos se
ha de aprovechar. El enmaderamiento destas casas para lo alto
dellas, es de unas cañas que llamamos guaduas, que son ad-
mirablemente largas y gruesas; críanse en lugares húmedos o
jugosos, y hay dellas tan monstruosas, que tienen más de se-
senta pies de largo y algún canuto suyo traga media arroba
de agua. Esta es la manera y forma de los edificios de casas
dcste pueblo y los materiales dellos, los cuales se hallan en la
mesma tierra y provincia dél" (ibid.l 268-269).

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278 HlSTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

Tocaima (¿ 1544?).
No dice Gonzalo Pérez de Vargas, autor de la relación,
cómo eran las casas de los panches, en cuyo territorio se fundó
dicha ciudad. Ya en esa época, las 40 casas de los españoles
eran en su mayor parte de cal y ladrillo. Existían unas resi-
dencias notables, las de Juan Díez Jaramillo, "las cuales se
tienen por las mejores que hay en estas partes de Indias"
(ibid., 273).
Afirmación similar hace la relación anónima del Nuevo
Reino de 1559-1560 (ibid., 61). "Las casas de los españoles son
todas de madera y paja, y aunque algunos han empezado a
hacerlas de tapia, pero ha cesado", por la falta de indios. La
iglesia parroquial era de paja, "aunque habrá cuatro años que
se empezó a sacar los cimientos; están sacados de piedra y
ladrillo" (ibid., 64).

Mariquita (1560).
Las casas de los vecinos en el segundo asiento cerca de
donde ahora está, eran de paja, hechas por Jos indios como
tributo (ibid., 57). " ... la iglesia de esta ciudad es de paja"
(ibid., 59).

!bagué (1572).
La ciudad en su asiento actual tenía casas de piedra, tierra
y teja (RGNG, 1983, 123).

NcitJa (1560).
"Las casas de los españoles son de paja y asimismo la igle-
sia" (ibid., 40). Se trata de la ciudad primitiva fundada por
Juan Cabrera, que después desapareció.

San Scbastiá1J de La Plata (1559).


"Las casas de los españoles son todas de paja muy ruines;
el reparo dellas no puede sustentar por las causas y razones

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 279

dichas. La iglesia es de paja" (ibid., 36-37). Las razones eran


la escasez de indios de servicio.
Era el único pueblo que tenía dos tapias a manera de mu-
ralla, como protección contra los yalcones y pijaos, esto en
fecha posterior ( 1581) (ibid., 295).

Timaná (1560).
Las casas de los españoles, así como la iglesia, eran de
paja (ibid., 38).

CoRDILLERA ÜRlENTAL.

Bogotá (1560).
Como se recordará (Cap. XIX. A), los primeros expedi-
cionarios españoles se alojaron, sea en las viviendas indígenas,
sea en las que expresamente les mandaron a construír andando
el tiempo. Se han conservado los nombres de los primeros
españoles que hicieron casas de tapias con paja (Alonso de
Olalla) y de teja (Pedro de Colmenares) (SIMÓN, 1981-1982,
III, 347). "Todas las casas de los españoles encomenderos son
de tapia y ladrillo y edificios muy perpetuos y buenos, y cada
día se hace más y va en grande aumento ( ... ) La iglesia está
ya hecha de tapia y ladrillo y se cubrirá con mucha brevedad"
en 1559-1560 (RGNG, 71).
En 1561 las casas de los españoles eran en su mayoría de
piedra y tapias (RGNG, 1983, 110).
En 1572 más de la mitad de las casas eran de piedra,
teja y tapia; lo demás bohíos de paja (RGNG, 121).

Tunja.
En 1560 ya estaban todas las casas de Tunja hechas de
tapia y ladrillo y algunas de cantería (RGNG, 1983, 72). La
iglesia era de tapia y ladrillo: "con brevedad se acabará"
(ibid., 79).

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280 HISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

En 1572 había unas 200 casas, las dos terceras partes de


piedra, tapias y teja, y también buenos edificios públicos
(ibid., 121).
A principios del siglo xvn (1607) la ciudad tenía 313 casas
de teja y paja, "las 88 altas, las 163 bajas, las 62 cubiertas de
paja" (ibid., 346).

Vélez (1560).
Las casas de Jos españoles eran de paja, aunque se había
empezado a hacer algunas de tapias (RGNG, 1983, 84).
En 1572 había cien casas, la mitad de piedras y tejas y la
mitad de paja (ibid., 122).

Pamplona (1560).
Parte del tributo indígena consistía en hacer casas de paja
a los españoles: "algunas hay ya de tapias" (ibid., 84). La
iglesia era de paja: "se ha empezado la obra de la de tapia
y ladrillo" (ibid., 88).
En 1572 contaba la ciudad con 100 viviendas, la mitad de
piedras y teja y la mitad de paja (ibid., 122).

Mérida (1741).
"Esta ciudad por lo material de sus casas y edificios, por
lo bien delineado de sus calles y extensión de ella, manifiesta
la nobleza y comodidad de sus primeros fundadores" (ARE-
LLANO MORENO, 1970, 148).

Trujillo (1579).
"Son las casas de tapiería de tierra, con sus cimientos de
piedras. Hay cantidad de piedra para todo lo que se quisiere
hacer. Ahora se empieza a hacer ladrillos y teja ( ... ) Hay
un monasterio de frailes del señor San Francisco, que hará
tres años que se fundó y aun no está hecha la iglesia por
la mucha pobreza de la tierra" (ARELLANO MoRENo, 1964,
169-170).

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~~. ARQUITECTURA COLONIAL 281

VALLES CAUCA-PATÍA.

Popayán.
En 1548 cuando pasó por allí el cronista Cieza rumbo al
Perú, halló "muy grandes casas, hechas de paja" (Cn:zA, 1947,
382). Se supone que no se refiere a las casas indígenas, por
el contexto del pasaje.
Cuando la rebelión de Alvaro de Oyón, durante el ejer-
cicio del obispo Juan Valle, en 1552, a 1<? de noviembre, Oyón
y los suyos,
llegaron pues a la ciudad pajiza,
aunque de tapias las demás labores ...
(CASTELLANOS, 1955, Ill, 493;

ARROYO, 1907, 334-335).


En 1560, "las casas de los españoles son todas general-
mente de tapias y las van cubriendo de teja". La catedral era
de tapia, ladrillo y teja (RGNG, 34).

Cali.
Del período 1538-1548 es esta presentación: "El pueblo
está asentado en una mesa llana; si no fuese por el calor que
en él hay, es uno de los mejores sitios y asientos que yo he
visto en gran parte de las Indias; porque para ser bueno nin-
guna cosa le falta". Había en 1548 treinta vecinos, que debían
tener sus casas, fuera de los viandantes que no faltaban a ne-
gocios (CIEzA, 1947, 379).
En 1559 las casas de los españoles eran de tapia y ladrillo
(RGNG, 41); ya se empezaba a hacer teja (ibid., 44).

Cartago (asi~tlto primitivo) (1581).


Las más de las casas del pueblo eran de guadua (RGNG,
299).

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282 HISTORIA DE LA CULTOtlA MATERIAL

REGIÓN ECUATORIAL.

Pasto (1583).
Era el pueblo mayor de la Gobernación de Popayán "y
en los mejores edificios porque hay muy buenas casas de teja
y tapiería" (RGNG, 319).

Quito.
Pocos documentos coloniales tienen el carácter objetivo y
fotográfico que la relación de esa ciudad de 1573, debida al
parecer a Juan de Salinas Loyola. Vale la pena transcribir lo
pertinente a vivienda y urbanismo: "La forma y traza con que
se comenzó a edificar y trazar el pueblo, fue, que repartidos
los solares a cada uno según su calidad, con indios que les
vinieron de paz hicieron unas casas pequeñas de bahareque
cubiertas de paja. Agora hay casas de buen edificio, porque
habiendo sacado los cimientos dos y tres palmos encima de la
tierra, hacen sus paredes de adobes con rafas • de ladrillos a
trechos, para mayor fortaleza. Todas comunmente tienen sus
portadas de piedra y las cubiertas de teja. Tres plazas que en
1~ dicha ciudad hay son cuadradas, la una delante de la igle-
sia mayor, donde está el comercio y trato del pueblo, y la otra
delante del monasterio de San Francisco y Ja otra delante del
monasterio de Santo Domingo. De una esquina a otra hay
trescientos pies, ques una cuadra, con más el ancho de las
calles que en ellas entran. La traza del pueblo tengo dada en
un papelón (Fig.). En su fundación se repartía una cuadra
entre dos vecinos.
"El pueblo tendrá trecientas casas, pocas más o menos. Los
edificios se van cada día acrecentando, y se haría esto mucho

• Rafas = Cada uno de los machos l oncs J que se hacen de ca.scote y


yeso entre cajón y cajón de tierra en una tapia, cortados en forma curva
por los lados (G.uciA SALtmRo, op. cit., 193).

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 283

mejor, si tuviesen los moradores indios mitayos, que, pagán-


doselo, lo quisiesen hacer.
"Las mejores casas y edificios que en la ciudad hay, son
unas que labró Juan de Larrea, que se entiende le costaron
más de nueve mil pesos, las cuales vendió por cinco o seis
mil para el Rey. Hay aposento para el presidente y un oidor
y cárcel, aunque mala, por no estar edificada; hácese en ella
audiencia. La iglesia mayor está de piedra, ladrillo y adobes
cubierta de teja, curiosamente maderada; es templo espacioso
y bueno, de tres naves; enciéndese se ha gastado en él de cin-
cuenta mil pesos arriba. El monasterio de Señor San Francisco
tiene un dormitorio demás de su buena iglesia, aunque no es
muy grande; como ha seido edificio hecho de limosnas, no se
sabe lo que habrá costado, más de que paresce se habrá gastado
de treinta mil pesos arriba. El arcediano de Quito labró unas
casas cumplidas y curiosas; costarleían de cinco hasta seis mil
pesos. Las demás casas de vecinos encomenderos tienen labra-
dos comunmente dos cuartos con su patio, huerta y corral;
valdrán a tres y a cuatro mil pesos, poco más o menos.
"Los materiales y peltrechos que hay en la tierra para edi-
ficar, es piedra, cal, ladrillo, teja, adobes, madera; todo esto
St! hace a la redonda de la ciudad, lo más lejos a tres leguas.
Una viga gorda para cadena vale cu:ltro o cinco pesos: una
alfaxia [alfangia] seis tomines; una tabla seis tomines. La
piedra se trae cerca de la ciudad en rastras y con bueyes y en
carros. Un millar de ladrillo vale cinco pesos, y otro de teja
cinco. Un albañir o carpintero su jornal ordinario son dos pesos.
"Las casas de Ayuntamiento y cárcel eran de un vecino;
están en la plaza; tienen poco edificio y malo, porque se
labraron al principio que se pobló la tierra, donde no había
la comodidad de oficiales que hay hoy. Suelo hay en que se
puede edificar; no se ha hecho, por los pocos propios que la
ciudad tiene" (J. DE LA EsPADA, 1965, II, 221-222).

Puerto Viejo.
A principios del siglo xvu este partido de Guayaquil tenía
sólo casas humildes y viles, de cañas y barro y cuando más

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284 HISTOIWI DE LA CULTURA MATERlAL

de alguna madera, todas cubiertas de paja; "dicen que usan


edificar bajo para seguridad de los temblores de tierra, que
los solían padecer a menudo. La principal causa es la pobreza.
Tienen en la plaza unas casas de cabildo" (T. DE MENooZA,
1868, IX, 284).

Guayaquil.
La relaci6n geográfica de princ1p10s del siglo xvu dice
que en ese tiempo (esta ciudad sufri6 cinco traslaciones), tenía
61 casas, de las cuales cuatro eran de posada. Las del cabildo
eran labradas de madera de roble y cubiertas de teja (T. DE
MENDOZA, 1868, IX, 255). Las casas de los vecinos por la mayor
parte eran de doblados (sic) y cubiertas de teja, hechas de
madera de amarillo y roble y cañas silvestres [guaduas l, "que
las hay tales, que hacen dellas tablas de palmo y medio y de
dos palmos de ancho" (ibid., 260).
En otro lugar (véase capítulo XII, numeral 15) se pre-
sentaron los datos sobre los materiales vegetales usados a prin-
cipios del siglo xvm (ALCEDo Y HERRERA, 1741, 11; -, 1946,
24). Con esto coinciden las observaciones de Juan y Ulloa
(1748, I, 223). "Las casas son de madera, todas altas y con
corredores a las calles, anchos y acomodados que son de uti-
lidad para el trato, tanto por la sombra que contribuyen como
por la comodidad del paso del tiempo de agua que hace el
suelo pantanoso" ( SANTISTEBAN: ARELLANO MoRENO, 1970, 55).
El tipo de construcci6n se mantenía a mediados del siglo XIX
(SPRUCE, 1908, ll, 302). Un autor afirma que desde 1767 se
empez6 a embarrar las paredes y a formar quincha (!UQUENA,
op. cit., 87).

Modificaciones en el diseño.
La casa con influencia española se diferenci6 de la indí-
gena, no mucho en los materiales, pero sí en la distribuci6n
interna. Precedida o no de un zaguán o p6rtico, había la sala
de estar, que servía de comedor, el patio central y a veces uno
posterior; dormitorios separados por sexos; cocina; viviendas

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 285

para los servidores y servicios sanitarios, que a veces estaban


en el solar, como continúa ocurriendo en muchos pueblos en
nuestros días.
Fue ampliado el uso de las puertas con sus cerraduras y
el de las ventanas, con rejas de hierro o de madera o sin ella.
La portada, generalmente de piedra, indicaba la importancia
social (ARBELÁEz y SEBAsTIÁN, op. cit., 454-455).
Los corredores con barandales fueron comunes, tanto en
clima caliente como frío.
Se han conservado planos de viviendas y algunas de éstas,
por lo menos del siglo xvm, permiten seguir la evoluci6n de
los estilos.
Los modelos de las casas no evolucionaron mucho en Amé-
rica, aunque sí pudo ocurrir en España, por la demora hasta
de un siglo (BuscHrAzzo, 1944, 66) en el trasplante de las
modas y estilos.
En Bogotá, sede primero de la Presidencia y después del
Virreinato, las casas comunes eran sencillas, algunas con por-
tales decorados; con patio y claustro, introvertidas. Había un
desorden aparente de ventanas y puertas; sencillez y sinceri-
dad (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN, 1967, (4),69-70). Esas caracte-
rísticas perduraron hasta fines del siglo XIX.

ARQUITECTURA MILITAR

El descubrimiento y la consiguiente conquista del Nuevo


Mundo por España, represent6 un encuentro de naciones con
diferentes tecnologías, en un ambiente distinto del predomi-
nante en la cuenca del Mediterráneo. Siendo esto así, la evolu-
ci6n de las construcciones arquitect6nicas no pudo ser diferente
de lo que fue, inspirada en la necesidad del invasor que vino
por puñados, para defenderse de enemigos numerosos. Se cons-
truyeron pues, instalaciones militares prácticamente inatacables
por los amerindios, pese al carácter precario de dichas instala-
ciones, de acuerdo con la tradici6n peninsular; pero en general
poco efectivas para enemigos europeos con mejor armamento
(A.NGULO lÑÍGUEZ, 1942, I, 22).

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286 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En varias partes se construyeron albarradas, reparos o


antemurales, presidios, fuertes, baluartes, castillos o como quiera
Uamárseles. A esto se atendió desde el principio de la ocupa-
ción española, con diversa fortuna. Probablemente no quedan
ni ruinas de las primeras fortalezas que se construyeron, pues
las que ahora existen (San Juan de Puerto Rico, Cartagena,
La Habana, etc.) son estructuras erigidas mucho después de
1~ conquista y ya con el propósito de defensa contra otras na-
Clones europeas.
El primero, como en todo, fue el propio Almirante Colón.
En la costa norte de Santo Domingo instaló el puerto de Na-
vidad, donde dejó al salir para España al regreso de su primer
viaje, a principios de 1493, carpinteros y calafates (CoLÓN H.,
1947, 115-116). Debido a las precarias condiciones de este re-
paro, pues se hizo con la madera de la nave perdida, fue des-
traído por los indígenas, rebelados a causa de los abusos de
la guarnición. El mismo don Cristóbal en su segundo viaje,
estableció en Santo Tomás del Cibao, un fuerte de tierra y ma-
dera, que se hizo con maestros de cada oficio (ibid., 159-160).
En la capitulación con Ojeda y Nicuesa de 1508, para la
conquista de la Tierra Firme, se les permitió que hicieran
hasta cuatro fortalezas de piedras y tapia, dos a cada lado del
golfo de Urabá (Cuuvo, 1894, IV, 81). Igual cosa se capituló
con Rodrigo de Bastidas para Santa Marta en 1524 (ibid., 106-
107); con Gonzalo Fernández de Oviedo para Cartagena en
1525 (ibid., 111-112); con Felipe Gutiérrez para Veraguas en
1534 (ibid., 117-118), y con Diego de Artieda para Costa Rica,
t:n 1563, hasta para tres fortalezas (ibid., 145). Ninguna de
estas construcciones se ejecutó, por fracaso de las respectivas
expediciones; porque en lo que respecta a Santa Marta, sólo
con posterioridad se pudo dar cumplimiento a la mencionada
condición (en 1530 por García de Lerma).
En la Tierra Firme una de las primeras fortalezas fue
la de Cumaná, de Jácome de Castellón, acabada en 1523 pero
que duró muy poco tiempo, al ser arrasada el 19 de septiembre
de 1530 por un maremoto; luego fue reconstruída de madera,
pero esta también se derrumbó el 13 de noviembre de 1551

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 287

(Om, op. cit., 237, 243, 250; BENZONI, 1967, XXXIV, 20 nota).
El fuerte de Santiago en la península de Ara ya se construyó
entre 1622-1625 (OssoT, 1969, 24-33).
En la isla de Margarita se construyeron los fuertes de
San Carlos de Mompatare (Pampatar) con planos del que
fue gobernador de Santa Marta Juan Betín, en 1662. El castillo
de Santa Rosa en La Asunción se hizo entre 1681-1682 por el
capitán y gobernador Juan Fermín de Huidobro (ibid., 106-
114; 123).
Dejando de lado instalaciones más o menos provisionales,
el fuerte que permitió de modo más eficaz el sojuzgamiento
de tribus en el área circuncaribe en los primeros tiempos (1533-
34) fue el de Guarapiche en el golfo de Paria, hecho por la
gente que sacó desde Trinidad Antonio Sedeño, y que apro-
vechó después a la de Ordaz (AcuAoo, 1957, III, 301).
Documentos sobre las fortificaciones hechas en Venezuela
han sido dados a conocer recientemente (SuÁREz, 1978), in-
cluyendo las de Puerto Cabello (ZAPATERO, 1977; OssoT, 1969).
Las fortificaciones hechas entre el Cabo de la Vela y el
golfo de Urabá sufrieron muchas vicisitudes durante el perío-
do colonial y representaban más bien instalaciones simbólicas
que de real eficacia. Fueron tomadas, saqueadas y a veces in-
cendiadas por los piratas más de una docena de veces las po-
blaciones costeras y algunas interioranas de Tierra Firme, pese
a los resguardos fortificados. Algunos baluartes como los de
Cartagena fueron hechos una y otra vez o mudados de sitio o
demolidos por errores de dlculo, cuando no destruídos por
los elementos. Los dimes y diretcs entre los diseñistas o eje-
culantes y las autoridades llenan muchas páginas de la historia
de los bastiones defensivos.
Como estas viceversas han sido estudiadas por autores muy
bien documentados y conocedores de la materia, a ellos se re-
mite al lector (ZAPATERO, 1969, 1977, 1978; ANGULO lÑÍGUEz,
1942; EscALANTE, 1595; SuÁREz, 1968; OssoT, 1969). Además,
el único aspecto en que dichas obras tiene relación con el tema
de esta investigación, las garitas, casernas o caramancheles, eran
para una sola o pocas personas sin relación familiar, y la vi-

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288 HISTORIA DE LA CULTOJU\ MATERIAL

vienda que se está historiando es la ocupada por familias bio-


l6gicas. Habría que limitarse a estudiar las viviendas de los
guardianes o alcaides y estos, por lo menos en Cartagena,
tenían casas fuera de los baluartes.

ARQUITECTURA CIVIL.

Lo relativo a las casas de ayuntamiento, cárceles, aduanas,


casas o palacios para autoridades o justicias, almacenes o de-
p6sitos, mercados, acueductos, pilas y reservorios para agua,
alcantarillas, mesones, fábricas, rollos o picotas, cosos, pueden
verse en el capítulo XXII.
Los caminos, puentes, canales, barcas, servicios de correos
y todo lo concerniente con las comunicaciones, se estudiará
en el tomo de esta obra - ya redactado- que versa sobre
esos temas.

ARQUITECTURA RELIGIOSA.

Parece que el distanciamiento inconfeso, cuando no la


mutua y flagrante antipatía que siempre ha existido entre las
distintas 6rdenes religiosas cat61icas, de que están llenos los
anales, se traslad6 a los dominios arquitect6nicos. Se puede
decir que hay estilos franciscano, dominicano, jesuítico, car-
melitano o mercedario (BENAVIDES, op. cit., 321). Por lo menos
entre los especialistas más o menos calificados, aunque más
frecuentemente entre los empíricos, figuraron en el período
colonial religiosos o legos de varias 6rdenes (GANTE, 1954,
9, 15). Maestros de cada orden se enviaban a América para
intervenir en el diseño y dirigir las construcciones de conven-
tos, iglesias, capillas y otros edificios relacionados con la ac-
tividad religiosa, misionera o no.
Se debe dejar constancia de que religiosos franciscanos
(en este caso frailes de los Países Bajos), crearon las primeras

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 289

escuelas de artes y oficios en América, incluyendo las labores


de construcción. Así lo hizo fray Pedro de Mura o de Gante
en la ciudad de Méjico; la escuela quedaba anexa al templo
de San José de Naturales (GANTE, 1954, 9). En Quito, los
también belgas fray Jodoko Ricke de Marselaer -a quien se
ha atribuído sin fundamento la introducción del trigo a esa
ciudad (PATIÑo, 1969, IV, 52-53)- y su compañero Pedro
Gossael, se dice que establecieron una escuela de artes (CoMPTE,
1885, r, 25-26; 101-106; GüNZÁLEZ SuÁlu:z, 1891, II, 251).
Los jesuítas llegaron posteriormente (OLANO, 1910, 25, 72,
120 nota). En 1763 vivía en Popayán el lego Simón Schen-
herr, a quien el obispo Obregón y Mena comisionó, junta-
mente con el lego José AguiJó, para que conceptuaran sobre
lo que debía hacerse con fines a la reconstrucción de la ca-
tedral, averiada por el terremoto del 25 de abril de 1751 (OLA-
NO, op. cit., 106-107; MARco DoRTA, 1960, II, 26-27; ARsELÁEz
y SEBASTIÁN, 1967, 272, 367, 390). En situación semejante (te-
rremoto de Arequipa de 1746) figura el constructor jesuíta
Juan de Rher (BuscmAzzo, 1944, 122-123). Los 18 que de Ale-
mania vinieron a Chile en el siglo xvm, trajeron hasta 38 ofi-
ciales de varios oficios (BENAVIDEs, 1961, 326-332). El jesuíta
Juan Bautista Coluccini "entendido en obras", estuvo en el
Nuevo Reino de Granada en el primer cuarto del siglo xvn :
hizo un estudio para ensanchar en 1619 la capilla de Fontibón
(GOSL1NCA 1 (1971 ), 18, 19 planos).
Del trabajo que debieron tener estos arquitectos religiosos,
s~ puede formar una idea con el dato que trae un autor de
que sólo en la Nueva España. desde 1521 hasta 1600, se cons-
truyeron 157 conventos franciscanos, 56 agustinos y 61 domi-
nicos, con un total de 274 (GANTE, 1954, 107-108).
Quizá muy pocos de estos religiosos con honrosas excep-
ciones, hicieron estudios serios de construcción (BAYÓN, 1974,
80). Esa información crepuscular con la cual, en virtud de la
suficiencia que les debió dar el carácter religioso, se conside-
raban bastantemente preparados, es en gran parte la respon-
sable de tanto delito de lesa belleza, como es la tendencia a

19

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290 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

reemplazar joyas arquitectónicas genuinas por adefesios o com-


binaciones grotescas, que abundan en América.
Ya se vio en la parte referente al papel del indígena en
las construcciones (capítulo XIX, literal C), cómo los capri-
chos de muchos curas y frailes para cambiar iglesias o con-
ventos o disponer su ejecución en condiciones reñidas con el
lugar y con el ambiente, no hacían sino recargar las agobiantes
tareas encomendadas a los indígenas. Pero la manía remode-
ladora -producto casi siempre del mal gusto- afectó a las
construcciones mismas. Los templos doctrineros de varias locali-
dades de Boyacá corrieron esa suerte, como el de Tópaga, del
cual dice un autor: "Los dos aspectos típicos de la fachada
del templo doctrinero, la antecapilla y la espadaña, no siempre
sobrevivieron al espíritu renovador de algunos sacerdotes cuya
ambición no estaba satisfecha con la joya colonial. Deseaban
reemplazarla o por lo menos en el estilo de la gran arquitec-
tura o peor, en un estilo de su propia invención". Y siguen
otros casos (GosLINCA, [1971], 20, 22, 39-42).
Se suele achacar sin mucho análisis a los dirigentes de
las nuevas repúblicas la destrucción de monumentos coloniales,
por el simple prurito de repudiar cu::tlquier signo que recor-
dara la dominación peninsular. Si algo hubo de ello (y en el
capítulo XXVI se dirá lo que hubiere), lo cierto es que la reac-
ción había empezado en el siglo xvrn, y no fueron precisa-
mente Jos laicos los más empeñados en ella. El neocatólico
Carlos Monta]embert (1810-1870) en sus opúsculos El van-
dalismo y el catolicismo en el arte, protestó contra la barbarie
de las demoliciones de monumentos religiosos (MEN.ÉNDEZ
PELAYO, op. cit., II, 898). La reacción clasicista de fines del
período colonial destruyó ex-profeso monumentos importan-
tes (BENAVIDES, op. cit., 410-411). Se ha dicho que al cura Ma-
tías Maestro, autor de un libro de arquitectura imbuído en
los nuevos estilos "Orden Sacro", se le pagó para destruír al-
tares franciscanos y "remodelar" con pegotes neoclásicos (ibid.,
183-184, citando a Juan Manuel Peña). Otro dice que a Maestro
se le debe la única obra de arquitectura civil en el Perú
(CAPP~ 1895, XIV, 15).

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 291

La reacción se ha prolongado hasta nuestros días y las


autoridades civiles no han tenido nada que ver en ello. Baste
recordar, fuera de los casos indicados de templos humildes
de pueblos pequeños o comunidades rurales, los de verdaderas
catedrales, que fueron construídas a gran costo de los pueblos
y a veces por períodos de más de un siglo. Sólo se citan los de
las catedrales falsamente "reformadas" con la aquiescencia
de los obispos respectivos, de Coro (GASPARINT, 1%1, 144~151)
y Cartagena (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN, op. cit., 215, 239).
Doliéndose de esto, dice un arquitecto contemporáneo:
"Aquellos encantadores espacios tal(es) como fueron conce~
bidos en su origen se han transformado por obra y gracia de
un cura párroco, de un obispo o de un presidente de la repú~
blica "progresistas", en un alarde de nuevo rico de la cultura,
un "quiero y no puedo" que nos deja consternados ( ... )
Cuando el viajero ilusionado se acerca a uno de esos monu~
mentas que le placen por su mole externa y se prepara al goce
estético de un interior que le esté relacionado, cuántas veces
no se encuentra con un mamarracho pintado de colores agre-
sivos y fuera de Jugar: proporciones equivocadas, altares de
pacotilla, santos de santería, ángeles ñoños con un cordón
eléctrico que sirve para iluminar falsas bujías ... Entonces un
gran desánjmo se apodera de él: ¿Será posible que esta des~
(lichada América del Sur no encuentre nunca el justo medio,
que escape de un exceso para despeñarse en el contrario ...
igualmente nefasto?" (BAYÓN, 1974, 20).
En cuanto a la historia de las construciones religiosas, ya
ha sido hecha por especialistas muy calificados, a cuyas obras
se remite al lector interesado (ARBELÁEZ y SESASTLÁN, 1967;
SEBASTIÁN, 1966; MARco DoRTA etc.) (véase bibliografía) .


Citas sobre la desproporción de los templos en relación
con los poblados, caseríos o áreas rurales en que estaban en-
clavados durante el período colonial, se presentaron al hablar
de la mano de obra indígena (capítulo XlX). No se dio allí
justificación sobre esto, distinta del capricho de los misioneros

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292 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

o curas, que alegan las fuentes consultadas. Pero el asunto


no es tan sencillo.
No se explica un autor de d6nde salían los fondos para
costear la enorme arquitectura religiosa colonial, que sobre-
pujaba en mucho a la civil y residencial (BAY6N, 1974, 13, 11).
Predominaba el espíritu religioso, y todo lo con ello relacio-
nado se sobreponía a las mismas necesidades materiales de
la vida.
Es aleccionador comparar por ejemplo a Bogotá, a lo
largo de los siglos. En 1622, menos de uno después de la
fundaci6n, tenía la ciudad traza para 3.000 vecinos, unas
15.000 personas, fuera de los que no tenían el carácter de tales,
y además de la iglesia catedral de tres naves "con muy bien
acabado y suntuoso retablo y una extremada sillería de coro"
había otras tres parroquias: cuatro conventos de frailes, sin
contar uno recién demolido (San Vicente); dos conventos de
monjas, y un seminario conciliar. Se contaban unos 30.000
indios tributarios (SIM6N, 1981-1982, IV, 529-531). A media-
dos del siglo xvm, cuando ya la ciudad contaba con 30.000
habitantes, existían 30 templos, fuera de capillas privadas, 9
conventos de religiosos, cuatro monasterios de monjas y otras
construcciones similares, de gran magnificencia. Termina el
informante: "Parece provenir de milagro tanta riqueza en
los templos en medio de tanta pobreza en Jos vecinos: tal es
su devoci6n. Sea por todo Dios loado" (OVIEoo, 1930, 84).
En 1823, cuatro años después de la batalla de Boyacá, la
capital de la nueva repí•blica había aprendido la lecci6n de
los temblores, y las construcciones por lo general tenían bue-
nos cimientos. La catedral, terminada en 1814, tenía según
un extranjero, sencillez en el interior y mal gusto en el exte-
rior. H abía otras veintiséis iglesias, estas sí resplandecientes
de. oro, rmís nueve conventcs de frailes y tres de monjas. El
palacio que anteriormente ocup6 el virrey y en el año men-
cionado el gobierno republicano, era mucho más modesto.
D ebe aclararse que de los 4 millones de francos en que se esti-
maban Jos diezmos pagados en el Reino, los de Santa Fe re-
presentaban mi116n y medio (MoLLIEN, 1944, 182-183; 162-

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 293

163). La ciudad tenía 195 manzanas, y la población calculada


en 1800 había sido de 21.000 habitantes (ibid., 178).
Más dramático era el contraste en los pueblos o reduc-
ciones de indios. Allí se extremó la desproporción. En algunos
parajes de Centro América y de otras partes del N uevo Mun-
do, a veces las ruinas de un convento o un templo son el
único signo de que allí hubo actividad humana, porque el
entorno es desolado, o a lo más con milpas alrededor, como
en Chiapas (MARKMAN: lli.RooY y SCHAEDEL, 1975, 193-194).
En el Nuevo Reino de Granada, de la envergadura de las
iglesias que perduran, se puede deducir la importancia tribu-
taria que tuvo el pueblo indígena a que servían de centro
(GoNZÁLEZ, 1979, 36).
El móvil parece haber sido un esfuerzo por imbuír en
el indígena la idea de que la nueva religión era más impor-
tante y verdadera que la tradicional, pues podía producir
obras que sobrepujaban las que dejaron Jos antepasados del
pueblo conquistado (BENAVIDEs, 1961, 38; MARKMAN, op. cit.,
172-174, citando a Remcsal).
Al mismo tiempo, los autores españoles como Cobo, se
admiraban de que los indígenas peruanos tenían casas infeli-
ces, porque todo su empeño consistía en tener tumbas sun-
tuosas. En ambos casos la motivación era similar.
Quizá hubo también un deseo de no quedarse atrás de
España, de donde procedían los evangelizadores y curas, y
donde el fenómeno de la miseria del pueblo coincidía con
la suntuosidad de los templos. Había que sobrepujar los mo-
delos, y a esto se debió en gran parte el derrumbe de templos
presuntuosos erigidos en América, por los frecuentes temblores
en el área de este estudio. Ya en el siglo xvm hasta los reli-
giosos más recalcitrantes se convencieron de que este factor
telúrico no permitía emular las imponentes catedrales europeas
(BAYÓN, 1974, 45).
El afán de no quedarse atrás de España se patentiza en
la información de 18 de marzo de 1586 sobre los daños he-
chos por Francisco Drake en la ciudad de Santo Domingo
en enero de ese año. Se menciona con orgullo que tenía la

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294 HISTORIA DE LA CULTURA MATERiAL

catedral "muchas cosas ricas y muy buenas, como eran Ima-


gines, retablos, dosel, campanas, lámparas, órganos, coros",
de que se apoderó el inglés, por lo cual se pide ayuda real
para reponerlas en el antiguo estado, "por convidar a ello las
demás cosas de la dicha iglesia y la suntuosidad de su má-
quina ... " (RonRÍGuEz-DEMORIZl, 1945, II, 44-45).

Queden en este punto las consideraciones sobre el tema.


Además, la arquitectura monumental no compete a esta obra.
El único aspecto relacionado con ella, sería "la casa del
cura". El3 de abril de 1534, hallándose el emperador Carlos en
Toledo, expidió la ley XIX: "Mandamos que los indios de cada
pueblo o barrio edifiquen las casas que parecieren bastantes,
para que los clérigos de los pueblos o barrios puedan cómo-
damente vivir y morar, las cuales queden anexas a la iglesia
en cuya parroquia se edificaren, y sean de los clérigos que
tuvieren la Iglesia y se ocuparen en la instrucción y conver-
sión de los indios parroquianos della, y no se puedan enajenar
ni aplicar a otros usos" (Recop. (1681), 1973, 1, f. 9v.).
Relacionado, porque en muchos casos estas casas alojaban
verdaderas familias biológicas (véase capítulo I), aunque el
estaros de las mujeres allí residentes o estantes se trataba de
escamotear con los epítetos eufemísticos de "ama de llaves" o
"sobrina". De tales casos la historia religiosa de América está
llena. Aun en Jos conventos ecuatorianos de la época colonial,
no existía disimulo alguno en este particular y se hablaba sin
rebozo de la mujer y de los hijos del "padre" (JuAN y ULLOA,
1983, H, 490-507; 492; 495).
Esto fue tradicional en España. Recuérdense las corro-
sivas Coplas del Provincial del siglo xv:

¡Ah (raila doñ:1 Mc:ncía


Cómo parecéis al p:1dre!
¡Bendita sea la madre
Que tales hijas paría!

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XX. ARQUITECTURA COLONIAL 295

Por la corte va y suena


que es muy gran intercesora
del obispo de Zamora
doña Constanza de Mena.

El tema se recoged en el tomo de esta obra dedicado a la


vida sexual.

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CAPITULO XXl

LAS DISPOSICIONES OFICIALES


SOBRE POBLAMIENTO Y SU APLICACIÓN
EN AMÉRICA

En la irrestnñable legislación española que fluía sin cesar


sobre los asientos del Nuevo Mundo, es difícil señalar cuáles
disposiciones tuvieron valor normativo y cuáles fueron sola-
mente circunstanciales, que se olvidaban casi tan pronto como
se recibían, o que no llegaban a su destino, o quedaban neu-
tralizadas por las intrigas de las oligarquías locales.
Conviene tratar de señalnr las que han llegado a conoci-
miento de este investigador. Varias fuentes pueden aprove-
charse: las capitulaciones con descubridores o conquistadores;
las cédulas sobre buen gobierno a funcionarios o Audiencias; las
normas sobre poblamiento planeado; otras.

1- CAPITULACIO::-.TES:

La mayor parte estipulan la construcción de fortalezas, a


veces con especificaciones sobre capacidad y materiales, puesto
que la seguridad y el control sobre las poblaciones indianas
fueron las principales preocupaciones en la primera época.
Se habla del buen trato a los indígenas; pero no hay intento
de trazar normas sobre poblamiento de nuevos núcleos, su-
puesto que se parte de la base de poblaciones pre-existentes.
Surge sí la inquietud de concentrar en núcleos más o menos

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XXI. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMIENTO EN AMÉRICA 297

densos esa población, para facilitar su control; pero todo en


forma teórica. Posterior es el recelo del ataque de otras po-
tencias europeas.
Las capitulaciones con exf>edicionarios al área a que se
confina la presente investigación no mencionan en líneas ge-
nerales nada sobre pueblos: algunas sí sobre fortalezas, y por
eso se estudiaron en lo relativo a la arquitectura militar en el
capítulo anterior.

2 -CtDULAS SOBRE BUEN GOBTERNO Y FUNDACIONES:

Para seguir el proceso de poblamiento y urbanización paso


a paso, de manera que se pueda apreciar la relación que pu-
diera existir entre la disposición y su ejecución, se hará un
resumen por decenios.

Década 1501-1510:
En este período se fundaron Santo Domingo en la isla
Española, trasladada de Isabel a ( 1502); Sama María de la
Antigua del Darién (¿ 1509 ?) y el primitivo San Sebastián de
Urabá (¿ 1508 ?).
Las disposiciones conocidas son las enviadas a fray Ni-
colás de Ovando para la isla Española en 1501: se dejaba a
su iniciativa, de acuerdo con las circunstancias locales, lo de
las fundaciones de pueblos, "pues de acá non se puede dar en
ello cierta forma" (T. DE MENDOzA, 1879, XXXI, 17-18). Ovan-
do acompañó a los Reyes Católicos en Santa Fe de Granada
en 1491, cuando para campamento de las tropas sitiadoras, se
aplicó experimentalmente -al parecer por primera vez en
e! sur de España- el diseño de las "bastidas" provenzales,
con manzanas rectangulares, plaza central porticada e iglesia
en una plaza cercana. Ovando aplicó en Santo Domingo este
esquema a partir de 1502 (AcuiLERA RoJAS et al, 1979, 12-14;
BuscmAZzo, 1944, 13; GARCÍA Y BnLroo et al, 1968, 134-135;
DURÁN MoNTERo, 1978, 51-52).

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298 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Más o menos en los mismos términos de autorización


amplia sin imposiciones teóricas, estaban concebidas las ins-
trucciones que se le dieron a Diego Colón en 1509. Ya estaba
fundada Santo Domingo, y el hijo del almirante apenas hizo
su casa, con unas proporciones y estilo que causó la crítica
de algunos de los contemporáneos; pero se fundaron tempra-
namente otras localidades isleñas: Azua de Compostela, Vi-
llanueva de Saquimo, Salvatierra de la Sabana en la costa sur;
Yaguana al oeste; Puerto Plata, Puerto Real, Montechristi, al
norte; Santiago de los Caballeros, Bonao, Mejorada o Cotuey
y Buenaventura en el interior; Salvaleón de Higuey y Santa
Cruz de Hicagua al oriente (SÁNCHEZ VALVER.DE, 1947, 94).
No se indica en Jos documentos el esquema urbanístico que
se:: aplicó en esos pueblos.
Es claro que poco se debieron tener en cuenta tales ins-
trucciones en los pueblos de Tierra Firme establecidos entonces.
En cuanto a Santa María del Darién, es verdad que Bal-
boa vivió en Santo Domingo y pudo llevar por lo menos la
idea de un trazado de ciudad. Pero las circunstancias locales,
en que la misma subsistencia de la gente era difícil por los
azares de la navegación y el desconocimiento del medio, de-
bieron inspirar un trazado acomodado a las circunstancias.
Enciso, el fundador, fue pronto preso y enviado a España,
quedando Balboa dueño de la situación (Ovi.Eoo Y VALDÉs,
1959, V, 310, 312). La insistencia de Pedrarias tan pronto
como llegó, para hacer el traslado al otro mar, trajo por con-
secuencia que Santa María durara apenas escasos diez y seis
años. Poco sirvió para esto que con Pedrarias viniera el geÓ-
metra Alonso García Bravo, que Hernán Cortés empleó des-
pués en el plano de Méjico (STANISLAWSKI, 1947, 96, 100),
porque a su llegada en 1514 ya la ciudad estaba parcialmente
construída.
El mismo carácter efímero tuvo el primitivo estableci-
miento de San Sebastián de Urabá hecho por Ojeda (MARTf-
NEZ, 1967, 14-16); aunque todavía desde allí (ya en el segundo
San Sebastián de Buenavista, fundado en 1534 por Alonso de
H eredia), escribió una carta el 2 de abril de 1541 Pedro

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XXI. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMIENTO EN AMÉlliCA 299

de Heredia, para remitir preso a España a Jorge Robledo por


presunta usurpación territorial (RAMos PÉREz, 1960, 606). De
allí mismo como puesto de avanzada, salió Juan de Vadillo
en su entrada de 1537-1538 hasta llegar a Cali (ÜviEDO Y VAL-
oÉS, 1959, III, 165), al igual que Gracia no y Berna l. El propio
H eredia penetró por el Atrato hacia Antioquia en 1535 des-
pués de tocar en San Sebastián.

Década 1511-1520:
Continuó desarrollándose Santa María. Cuando Pedrarias
llegó allí en junio de 1514, ya estaban construídos unos cien
buhíos. Las instrucciones que traía, expedidas en Valladolid
el 22 de agosto de 1513, números 6, 7 y 14, hablaban de aspectos
generales "porque de acá non se os puede dar regla cierta"
(T. DE MEN.ooZA, et al, 1883, XXXIX, 284-285; NAvARR.En:,
1964, 11, 208-214); no se sabe el impacto que pudieron tener
en d posterior desarrollo de la ciudad. Sí se aceleró, con la
traída de materiales y de operarios, la construcción de casas
oficiales y residencias y se empezó la iglesia catedral (ÁLVAREZ
RuBIANo, 1944, 86).
Ada fue fundada por Balboa en 1512 en terrenos del ca-
cique Careta (OVIF.Do Y VALofs, 1959, III, 211, 212, 243, 453).
Todavía existían allí en 1545 ocho casas habitadas por españa-
les (BENZONI, 1967, LXXIX).
En 1519 Pedrarias construyó la segunda Panamá, que
debió ser movida de su sitio actual en 1673, después del asalto
y destrucción de Margan en 1671.
Discrepan los autores sobre las fundaciones en Cuba:
Durante este periodo se fundaron Baracoa, primera capi-
tal (WEIS, 1980, 10, 23); Bayamo de Cuba (1512) [Weis dice
1513 J, por Diego Velázquez a orillas del río Y ara y trasladada
en 1538-1539 al sitio actual (CuBEÑAs PELuzo, 1978, 18). San
Cristóbal de la Habana la primera (1514), establecida en la
costa meridional y trasladada después al norte; en la nueva
se trasladó la sede desde Santiago en 1552 (ANGULO IÑfcuEZ,
1942, 44-45).

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300 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

San Juan de Puerto Rico o mejor su primitivo asiento de


Caparra data de hacia 1510, aunque no tuvo forma segura
hasta 1511 (ABBAD, 1959, 16; 50).
Cumaná debió existir en 1516 cuando fray Juan Garcés
fundó el primer monasterio franciscano; y el mismo año los
dominicos se establecieron cerca a Píritu (Ovn:.oo Y V ALoÉs,
1959, 11, 194). La rebelión de los indígenas obligó a los espa-
ñoles a huír y sólo en 1522 Jácome de Castellón logró resta-
blecer el dominio español y construyó la fortaleza dada al ser-
vicio el año siguiente, y reedificada en 1531 por haber sido
destruída por un maremoto en 1530. Esto sirvió para estabili-
zar la población de Cubagua (ibid., 201-202).
En 1518 se enviaron a los padres jerónimos nuevas ins-
trucciones sobre poblamiento. En ellas se establecía que se hi-
cieran pueblos para unos 300 vecinos, una casa para cada uno,
"en la manera que ellos las suelen hacer" (T. DE MENDOZA,
1875, XXIU, 314).

Década 1521-1530:
Nueva Tv:cdo o Cumaná (1521-1523-1569) (Aiu:LLANO
MoRENo, 1947, 124).
Fueron fundadas entonces Ciudad de Méjico, sobre las
ruinas de Tenochtitlán (1521); Natá (20 de mayo, 1522) (Do-
MÍNGUEZ CoMPANY, 1978, 185-188); Cádiz de Cubagua (1523)
trasladada en 1543 al Cabo de la Vela; la Asunción en Mar-
garita (1524); Santa Marta (1525); Trujillo y Puerto de Ca-
ballos (ÜVIEoo Y VALDÉs, 1959, IU, 366); Trujillo del Pinar
(III, 388) (1525); Villa de la Frontera de Cáccres (Hondu-
ras) (1526); Santiago de los Caballeros de Guatemala (1527);
Coro (1528); Chiapas (1528). Se consolidó Panamá como
ciudad la más importante del istmo.
En 1521 se enviaron instrucciones a Francisco de Garay
sobre poblamiento en la costa centroamericana (STANISLAWSKI,
1947, 97).
En 1523 el emperador Carlos V expidió unas disposiciones
sobre poblamiento que quedaron incorporadas posteriormente

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XXI. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMIENTO EN AMÉRICA 301

en la legislación. Se trata de la ley 1 del título 7, sobre la


elección de sitios (Recop. 19).
León de Nicaragua fue fundada a nombre de Pedrarias
por Francisco Hernández en Nagrando (OvTEoo Y VALDÉs,
1959, III, 302, 367).
Algunas de las ciudades mencionadas permanecen en los
mismos sitios en que fueron fundadas; otras no. Santa María
del Darién fue desmantelada en 1524 y quemada después por
1os indígenas ( OvtEoo Y V ALoÉs, 1959, III, 303; MARrrm:z,
1967, 23).
Santa Marta se incendió en 1531, y por instrucciones y
delegación de Alonso Luis de Lugo, fue reedificada en 1545
por Juan de Céspedes, uno de los conquist~dores de Bogotá,
que tuvo -por consiguiente- oportunidad de hablar con
el fundador por excelencia, Sebastián de Rclalcázar, inspirador
ele la fundación de Santa Fe (MARTÍNEz, 1967, 23-28).
La fundación de Coro ha sido atribuída a Juan de Am-
píes y a Ambrosio Alfinger; debió ocurrir entre 1527 y 1529
(FRTEDE, 1961, W, 177-181 ).
La aridez de Cubagua y sobre todo el agotamiento de los
mantos perHferos por la explotación irracional, ocasionaron su
traslado al Cabo de la Vela en 1542-43 (LuENGO MuÑoz, 1949).

Década 1531-1540:
Se fundaron Puebla (1531), Piura o Tangarara (1531)
(mudada por sitio malsano); Cartagcna (1533), Quito,
(1534), Guayaquil (1534), mudada de sitio cinco veces; Jau-
ja (1534), San Sebastián de Ruenavista (el 29) en Urabá por
Alonso de Heredia (1534) (BoRREGO PLA, 1983, 31, 57), San-
tiago de Tolú (1534) (ibid., 257), Trujillo del Perú (1535),
Lima (1535), Popayán (1536), Cali (1536), Villa de Puerto
Caballos (Honduras) (1536), San Pedro Sula, cerca a Puer-
to Caballos (¿1536?) (ÜVIEDO Y VALDÉs, III, 389), T enerife
( 1536), El Callao (1537), Mompós 3 mayo 1537, 1538 o 1539
(BoRREGo PLA, op cit., 266), Timaná (1538), San Juan de la
Frontera de Chachapoyas (1538), Pasto (1539), Santa Fe de
Bogotá, (1539), Anserma (1539), Neiva de Cabrera, Tunja

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302 HISTOIUA DE LA CULTURA MATERIAL

y Vélez (1539), San Cristóbal de Huamanga (1539), León


de los Caballeros (Huánuco) (1539), Arequipa (1540).
Jerónimo de OrtaJ fundó a San Miguel de Neverí, que le
sirvió de centro de operaciones para expediciones tierra adentro
de Venezuela (Ovmoo Y VALoÉs, 1959, U, 416).
Década 1541-1550:
Fundaciones de Riohacha (1541-1544), Cartago de Popa-
yán (1541), Santa Fe de Antioquia (1541-1546), Málaga
(1542), Santiago de Arma (1542) trasladado a Rionegro en
1786, ésta ya existente; Mérida de Yucatán, 6 enero 1542,
Nuestra Señora de los Remedios Cabo de la Vela (1542-1545),
Tocaima (1544), Puno (1544), Tamalameque (1544), Nuestra
Señora de la Concepción de Tocuyo (1545), Burburata 1547-
1549 (FRIEoE, 1961, W., 412 413), efímera; La Paz (Collao)
20 octubre 1548, Pamplona (1549), Valledupar (1550).
Nueva Salamanca de la Ramada en 1545 por Manjarrés
(MIRANDA VÁZQUE.Z, 1976, 12).
En 1548, después del triunfo contra Gonzalo Pizarro en
Jaquijahuana, Pedro de la Gasea dispuso que se procediese a
recoger a los indios para concentrarlos en pueblos y obligarlos
a hacer iglesias, en vista del deplorable estado en que se ha-
llaba la labor de evangelización (GunÉRREZ DE SANTA CLARA,
1964, IV, 196). Esto no resultó, por estar arraigado en los in-
dígenas el apego a sus lugares de origen y a los accidentes
geográficos, llamados pacaminas, de los que creían haber des-
cendido (ARRIAGA, 1968, 202, 220). El virrey Toledo veinte
años después renovó la orden, prueba de que la primera no se
había cumplido.
Buritaca fue fundada en 1548 (MIRANDA V ÁZQUEZ, 1976,
8), o h acia 1550 (LUENGO MuÑoz, 1949, 794). No queda hue-
lla de esta ciudad.
En esta época, al promediar el decenio que se está consi-
derando, la gobernación de Popayán contaba con 8 poblacio-
nes: Cartago, Anserma, Popayán, Pasto, Cali, Neiva, Timaná
y Buenaventura (ÜVIEoo Y VALDÉs, 1959, V, 20). Esta última
había sido fundada por P ayo Romero hacia 1541 en su primi-
tivo asiento del río Anchicayá (ibid., V, 22).

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XXJ. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMIENTO EN AMÉRICA 303

Década 1551-1560:
Fundaciones de lbagué (1550-1551), Villeta de San Miguel
(1551-52) (SIMÓN, 1981-82, IV, 288), San Bartolomé de Cam-
bís, después La Plata (1551), S. Sebastián de La Plata (1551),
Mariquita (1551-1553), Nueva Segovia de Barquisímeto (1552),
Ni_rgua (1554), Valencia (1555), San Juan de los Llanos
(1556), Vitoria de Asencio de Salinas (1557), Mérida (1558),
Trujillo de Venezuela (1558-1560), Muzo (1559), San Cristó-
bal (1560) (SIMÓN, 1981-82, IV, 405), Nuestra Señora de Jos
Remedios (1560) (SIMÓN, IV, 426-427).
En 1556 se lanzó la prohibición de adelantar nuevas fun-
daciones, en vista de las quejas que en parte como consecuen-
cia de la campaña de Las Casas sobre protección de Jos
indígenas, se adebntó en varios frentes. Pero la prohibición se
quedó escrita, porque a las Audiencias (la de Santa Fe insta-
lada en 1550) se les autorizó para proceder de acuerdo con
urgencias o situaciones imprevisibles (MARTMZ, 1%7, 48-49).
La prueba es la lista de ciudades o pueblos fundados en este
período y Jo que se dirá sobre las razones esgrimidas para
erigir a Trinidad de los Muzos y otras ciudades "de frontera".

Década 1561-1570:
Fundaciones de Remedios (1561), Ocaña (1570-1572), San
Juan de Rodas (1570), despoblada en 1584, San Cristóbal
(1561), San Vicente de Páez (1562), La Palma (1562), Cara-
cas (1567), Nuestra Señora de Caraballeda ( 1568), Ciudad
Rodrigo de Maracaibo (1568-1574), Carora (1567).
En 1570 fue quemada Neiva por los indios pijaos (Roo.RÍ-
GUEZ FRElLE, 1984, 240).

3- NORMAS SOBRE POBLAMIENTO PLAl':EADO:


LAS ORDENANZAS DE 1573.

Década 1571-1580:
En este período se fundaron Villa de Leiva (1572), Toro
(1573), Maracaibo (1569-1571) (NECTARIO MARÍA, 1959, 310-

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304 HISTORIA D'E LA CULTURA MATERIAL

311; BESsoN, 1943, I, 54), Cáceres (1576), La Grita (1576), Al-


tamira de Cáceres o Barinas (1577) (SIMÓN, 1981-82 IV, 489),
y se construyó la aduana de Cartagena (1572-1575) (MARco
DoRTA, 1960, II, 22).
Fueron destruídas por los yalcones Páez en 1572 y San
Sebastián de La Plata en 1577 (RoDRÍGUEz FREILE, 1984, 240).
El 28 de octubre de 1573, expedidas por Felipe II, se pro-
dujeron unas ordenanzas sobre urbanismo en América, que
en gran parte recogían disposiciones anteriores, pero que tam-
bién contenían algunas nuevas (OTs CAPDEQur, 1946, 48-49;
Recop. Leyes de Indias, tít. 7).
Estaba entonces recién lanzada la ofensiva para que las
autoridades americanas contestaran los cuestionarios geográ-
ficos, que dieron origen a las relaciones conocidas. Cabe su-
poner que tanto los cuestionarios como las ordenanzas de
poblamiento, fueron inicialmente redactadas por los mismos
funcionarios del Consejo de: Indias, bajo la orientación de Juan
de Ovando, en parte como resultado de la visita que ese egre-
gio personaje realizara al Consejo (1567-1568) y de los abun-
dantes elementos de juicio que se acopiaron con dicho motivo,
declaraciones, informes y conceptos de personas que habían
estado en Indias y conocido los problemas allá existentes. El
mismo Ovando, en su informe sobre la visita, expresa que ni
el Consejo sabía lo que realmente pasaba en América, ni cuáles
disposiciones estaban vigentes. ni tampoco en las Indias cono-
cíanlas, por lo cual vivían allá "sin ley ni orden" (J. DE LA
EsPADA, 1891, 12-13). Este informe se produjo antes de media-
dos de 1571 (ibid., 11). o sea dos años antes de dictarse las
ordenanzas. Otro autor opina que el espíritu que informó
las ordenanzas fue la tendencia reduccionista de concentrar a
los indígenas y facilitar el cobro del tributo y la evangelización,
y que para dictarlas se tuvieron en cuenta los criterios de Polo
de Ondegardo, de Juan de Matienzo y del virrey Toledo del
Perú con sus reducciones de 1571-1572 (GUTIÉRR.Ez, 1983, 80).
Asimismo se ha hablado de la presunta influencia del ar-
quitecto Juan de Herrera, oráculo de Felipe II en cosas de

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XXI. DISPOSICIONES SOBRE POBLA:t.UENTO EN AMÚICA 305

construcción (ARBELÁE.z y SEBASTIÁN, 1967, 88), y aun de la


de Vitruvio (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN, op. cit., 87).
De todos modos, las ordenanzas mencionadas se publica-
ron tardíamente, en 1588 (ÜRTIZ, 1966, III, xxx, 227-228), lo
que permite suponer que poco impacto tuvieron en la población
de la parte de América a que se concreta esta investigación
( MARTÍNEZ, 1967, 76). Por consiguiente, algunos tratadistas
han exagerado la importancia que ellas tuvieron en el urbanis-
mo del Nuevo Mundo (ERWIN WALTER PALM, RicHARD M.
MoRSE, CoRNELIUs GosLINGA, ARBELÁEz y SEBAsTIÁN etc.). Por
de contado, estas leyes en materia de orientación no pudieron
aplicarse en el hemisferio sur, porque si se hubieran cumplido,
nunca daría el sol en las casas (BENAVIDES, op. cit., 217).
La verdad, como acaba de verse en el registro decena)
que se ha presentado, es que en 1573 la mayoría de las ciu-
dades importantes del hemisferio occidental estaban ya pobla-
das. Algunas, como Méjico y Lima, sobrepujaban en esa época
a cualquier ciudad española, incluyendo a Madrid, tanto en
área, como en número de habitantes y en servicios públicos.
Varias de ellas eran tan importantes como ciudades centena-
rias y aun milenarias de la península. Venero de Leíva halló
en sola la Nueva Granada en 1564 unas 400 concentraciones
de población, incluyendo desde luego parroquias, misiones y
pueblos indígenas (MARTÍNEZ, 1%7, 60).
En 1580 culmina, según expertos españoles, el proceso de
las fundaciones, pues después de muchos tanteos y cambios,
estaban prácticamente fundados todos los centros regionales
y metropolitanos (AcuiLERA RoJAS y otros, 1979, 23). Un autor
retrotrae esto a 1573 (DURÁN MoNTERO, 1978, 34) y otros a la
década 1530-1540 (HARDOY y ARANOVICH: HA.Roov y ScHAEDEL,
1969, 172). Pero como se verá en la revisión cronológica que
sigue, esto no es cierto.
De todos modos, para que no quede trunca la secuencia
del establecimiento de centros poblados en el área de nuestro
interés, se continuará con este escrutinio por decenios hasta la
terminación del siglo XVI.

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306 HlSTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

Década 1581-1590:
Zaragoza (1581), Salazar de Las Palmas (1583) (SIMÓN,
1981-1982, IV, 506; RoDRÍGUEZ FREILE, 1984, 281), San Sebas-
tiá.n de los Reyes (1584), San Cristóbal de los Cumanagotos
(1585), Medina de Jas Torres (1585-1588), Santiago de la Ata-
laya (SIMÓN, IV, 490, 513), Paita (1587) (DURÁ.N MoNTERo,
1978, 118-120), La Guaira (1589), Pueblo Nuevo (Nueva Va-
lencia, Guajira), por Antonio FJórez hacia 1589 (MIRANDA
VÁZQuEz, 1976, 12), Sevilla en la provincia del Carbón por
Francisco de Marmolejo, 1589-1592 (ibid., 149).

Década 1591-1600:
Pcdraza (1591) (RoDRÍGUEZ FREILE, 1984, 281), Guanare
(1591), Gibraltar (1591), Santo Tomás de la Guayana (1593),
trasladada a Angostura en 1654, La Victoria (1593), Mucu-
chíes (1596).
Portobelo fue fundado en 1597 (MARco DoRTA, 1981,
41-42).
Se fundaron los puntos de Altagracia (1600), San Anto-
nio de Turén (1600), Taguay (1600) (ARELLANo MoRENo,
1947, 126 nota) y San Jerónimo del Monte (1600).
Santa María del Puerto (Barbacoas) fue fundada por el
capitán Francisco de Parada o Prado en 1600 (ÜLANO, 1910, 8),
probablemente en el sitio actual. Fue destruíd:1 por un incen-
dio en 1783 (ibid., 138-139) .


A partir de este momento, hubo una disminución en el
ritmo de las fundaciones, principalmente por la declinación de
la población indígena, el ocaso del poder español y otras cau-
sas. Por eso el examen se hará por cuartos de siglo en el xvn.

Período 1601-1625:
Las ordenanzas de buen gobierno del oidor Luis Enríquez
de la Nueva Granada fueron promulgadas en 1600-1602 (MAR-

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XXJ. DISPOSICIONES SOBllE POBLAMIENTO :EN AMÉIUCA 307

TÍNEZ, 1967, 136-138). Poco efecto debieron tener, como todas


las demás. Se fund6 en 1601 por su iniciativa el pueblo indí-
gena de Monguí (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN, 1967, 384).
El real de minas de San Francisco de N6vita fue estable-
cido en 1601 por Arias de Silva (LucENA SALMORAL, 1965, 1,
292, 337).
La tercera Neiva fue fundada por Diego de Ospina entre
1612 y 1614, a raíz de la guerra contra los pijaos (SIM6N, 1981,
1982, IV, 517-518; RooRÍGUEZ FREILE, 1984, 282; PADILLA, 1977,
6; LucENA SALMORAL, op. cit., 363-364).
Desde 1616 se hicieron gestiones para fundar la villa de
Aburrá en el sitio de Aná (LucENA SALMORAL, op. cit., 364);
pero esto s6lo culmin6 en 1671, 1674 y 1675 (ÜRTIZ, 1966,
III (3), 147, 182).
En 1618 y 1621 todavía languidecía el pueblo de San Se-
bastián de Buena Vista en el Urabá (LuCENA, op. cit., 289, 290).
Valledupar fue reconstruída en 1619 (ibid., 288).
El real de minas de Bucaramanga fue establecido en 1622
(LucENA, op. cit., 363; VALDERRAMA BENÍTEZ, 1947-1948, 33-34).
En Venezuela se fundaron durante este período Turmero
(1603), Palmira (1608), Sanare (1610), Humocaro Alto
(1610), Barbacoas (1610), Bruzual (1615), Timotes (1619),
La Puerta (Trujillo) (1620), Guacara (1624) (ARELLANO Mo-
RENO, 1947, 126 nota).

Período 1626-1650:
Barranquilla fue establecida el 7 de enero de 1630 (LucENA
SALMORAL, 1967, II, 38), durante el gobierno interino de Les-
mes de Espinosa Saravia.
La villa de San Juan de Gir6n se erigi6 en 1631 (ibid.,
II, 98).
El 10 de abril de 1641 se fund6 San Martín del Puerto
en el lugar de la antigua Medina de las Torres (LucENA, 1967,
JI, 251).
En 1643 se le dio a Honda el título de villa (ibid., 252).
En 1644 se fundaron Guarin6 cerca a Honda y San José
de Cravo (ibid., 251).

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308 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En Venezuela se fundaron Nirgua (1628), San Joaquín


(1630), Montalbán (1630), Cumanacoa (1630), Cariaco ( ?),
Quíbor (1633), Guarenas (1639), Capacho (1641), Capatári-
da (1644) (.ARELLANO MoRENo, 1947, 128 nota).

Período 1651-1675:
En 1651 los jesuítas establecieron el primer poblado de
Citará o Quibdó (LucENA SALMORAL, 1967, II, 333). Otro
historiador fija este hecho en 1654; la población fue trasladada
en 1702 al lugar que hoy ocupa (ORnz, 1966, III, 35-36).
San Scbastián de La Plata fue reedificada en 1653 por
Diego Ospina Maldonado (LucENA, 1967, II, 333).
En el quinquenio 1662-1666 del período de Egües y Beau-
mont se intensificó la acción de comunidades religiosas en los
llanos, Mérida, Pamplona y Popayán (pacces), con la consi-
guiente organización de poblaciones misioneras (ÜRTIZ, III,
119), algunas de existencia precaria.
Se verificó la fundación definitiva de Medellín en 1674
(ÜRTIZ, III, 182).
En Venezuela fueron fundadas: Acarigua (1653), Parapa-
ra (1660), Chivacoa (1662), San Juan de Payara (1667), Cla-
rines (1667), El Tinaco (1670), Ospino (1670), Yaritagua
(1670), Barcelona (1671), Lobatera (1672), Maiquetía (1673),
San Juan de los Morros (1675) (ARELLANO MoRENo, 1947,
128 nota).

Período 1676-1700:
En 1680 el obispo Baños y Sotomayor de Santa Marta
atendió durante su visita pastoral, el pedido de los vecinos de
Tamalameque, y trasladó el pueblo abajo del sitio que hasta
entonces ocupaba en la ribera del Magdalena (ORTIZ, III, 215).
El 17 de marzo de 1689 se accedió a la fundación en la
provincia de Guane de la villa de Santa Cruz y San Gil de
la Nueva Baeza o simplemente San Gil, en honor del presidente
Gil de Cabrera y Dávalos (ÜRnz, Ill, 228).

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lCXl. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMl.ENTO EN AJ\ÚJUCA 309

Desde 1683 se hicieron solicitudes por los vecinos del valle


de Chanchón en jurisdicción de Vélez para fundar un asiento
(ORnz, III, 205-206); pero sólo en 1711 se trató de darle el
título de villa de El Socorro, sin lograrlo.
Cartago fue trasladada de su primitivo asiento al nuevo
del río de La Vieja en 1691 (ÜRTIZ, III, 231-232).
En Venezuela se hicieron las siguientes fundaciones : San
Mateo (1676), Villa de Cura (1678), San Carlos (1678), Ta-
bay (1678), Guama (1678), Bergantín (1680), Caigua (1681),
Charallave (1681), Ortiz (1687), Cúa (1690), Urachiche
(1690), San Diego de Cabrutica (1691), Duaca (1691), Pe-
draza (1691), El Baúl (1692), Araure (1692), Camatagua
(1693), Ocumare del Tuy (1693), El Pao (1694), Barinitas
(1695), San Francisco de Cara (1696), Maracay (1697), Bocas
del Pao (1698) (ARELLANO MoRENO, 1947, 128 nota) .


Durante el siglo xvlll es más irregular el proceso de fun-
daciones. Por ese motivo el escrutinio se realizará por períodos
de 50 años.

Periodo 1701-1750:
En tiempos del virrey José Alfonso Pizarro (1749-1753),
como medida complementaria a las acciones militares para
debelar la insurrección de los indios chimilas que asaltaban
a los viajeros por el Magdalena entre Tamalamequc y cerca-
nías de Santa Marta, determinó ese funcionario la fundación
de 4 pueblos ribereños y uno en la Sierra Nevada. Los prime-
ros fueron San Fernando, San Zenón, San José y San Antonio;
el último, San Sebastián de la Sierra o de Rábago (ÜRTIZ,
S. E., 1970, IV, 1: 288-289).

Período 1751-1800:
La Comisión de Límites fundó en Orinoco varios pueblos.
El pueblo de La Cruz (o Santa Cruz) de San José fue fundado
en la orilla izquierda del Magdalena por el virrey Pizarro;

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310 H1STOR1A DE LA CULTURA MATERlAL

sus habitantes fueron expulsados por cartageneros que creían


tener derecho a los terrenos ocupados; pero en 1758 los pri-
mitivos ocupantes fueron restituídos a sus lares (ÜRnz, S. E.,
1970, IV, 2: 98-99).
En tiempos del gobernador Pimienta de Cartagena hacia
1779 se fundaron 15 parroquias, aunque otras fuentes hablan
de 45 (ORnz, S. E., 1970, IV, 2: 273). El ayudante de las mi-
licias de pardos de Cartagena Antonio de la Torre Miranda
lo hizo para recoger en pueblos los habitantes de las sabanas
de Cartagena, donde vivían dispersos muchos elementos de
distintas procedencias. De la Torre logró empadronar 41.133
almas, desertores de tropa y marinería, polizones, esclavos y
esclavas cimarronas, delincuentes fugitivos, indios e indias de
varias mezclas (sinúes, chocoes etc.), y con ellos fundó una
treintena de pueblos. Entre estos figuran Ternera, cerca a Car-
tagena; Arjona, Pasacaballos, a la entrada de la bahía; Barú;
San José de Jolojolo y Santa Rosa de Flamenco en el caño del
Dique; paso de Gambote o Sincerín; en la montaña de María
a San Cayetano, San Juan Nepomuceno, San Jacinto, Nuestra
Señora del Carmen, San Francisco de Asís, San Agustín de
Playa Blanca, todos estos con gente dispersa de San Benito
Abad; San José de Pilesta o Corozal; Tacaloa en la confluen-
cia Cauca-MagdaJcna; Mag:mgué; San Onofrc; Sincclejo, Chi-
nú, Sahagún, San Pedro Apóstol de Pinchorroy; San Antonio
Abad a 4 leguas de la boca del Sinú; Lorica, San Pelayo, Pu-
rísima, Momil, San Emigdio, Ciénaga de Oro, San Carlos,
San Jerónimo de Buenavista (ToRRE MlRANDA, 1794).
Antonio Arévalo funda pueblos (no se dice cuáles) al pa-
cificar la Guajira en tiempos del virrey Guirior (1772-1776).
El oidor Mon y Velarde enviado por el virrey Caballero
(1785-1789) a Antioquia fundó Carolina, antes La Herradu-
ra (1785); Yarumal (1788); Donmatías (1789); San Carlos de
Priego (Robledo, 1954, I, 92-93); Nueva Cáceres (1787) (ibid.,
106); Amagá (1788) (ibid., 119-120).
En su tiempo existían Antioquia (ibid., 297), con Sope-
trán, Sabanalarga, Buriticá, Cañasgordas, todas de indios, y
Anzá, San Jerónimo, Sacaojal, San Andrés de la Petrel, San

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XXI. DiSPOSICIONES SOBRE POBLAMIENTO EN AMÉRICA 311

Pedro, Santa Rosa de Osos (ibid., 302-306). Medellín, con


La Estrella, Envigado, San Crist6bal, Hatoviejo, Copacabana
(Tasajera), hato de Barbosa (ibid., 306-308); Rionegro con
Peñol, Percira, Sabaletas, Santa Bárbara y Arma viejo, Con-
cepci6n y San Vicente; Marinilla; Remedios, con Yolomb6,
Cancán, San Bartolomé; Zaragoza con Cáceres.
Gil y Lemos para ahorrar fondos suprimi6 en Darién las
colonias de Carolina, Concepci6n y Mandinga, quedando s6lo
la de Caimán (ÜRTIZ, 1970, IV, 2: 335) .


No se crea, sin embargo, que cuando se habla de cente-
nares de lugares poblados en América durante el período co-
lonial, se trataba de verdaderos burgos a la manera europea,
con una concentraci6n de casas en forma compacta. No. Lo
predominante en América consisti6 en la vivienda rural donde
se pasaba la mayor parte del tiempo, pues el pueblo propia-
mente dicho casi se mantenía solitario, excepto en las festivi-
dades religiosas, mercados o ferias y en ocasiones excepcionales
(AzARA, op. cit., 281; RIVERA Y GARRIDo, 1968, 134); al con-
trario de las ciudades dormitorios españolas, donde todas las
tardes se regresaba con el ganado para dormir, y por eso mu-
chas casas eran de soberado para que en la parte de abajo
pudiera recogerse el rebaño (GunÉRREZ, 1983, 352).

4- ÉXITOS Y FRACASOS DE LAS FUNDACIONES.

Dando de barato que la cédula de 1573 se hubiera efectiva-


mente aplicado, Jo que no ocurri6, en muchos casos se hizo ma-
la escogencia de los sitios para poblar, con el consiguiente aban-
dono posterior. Pedía el cabildo de Le6n de Nicaragua en
1531 a raíz de la muerte allí de Pedrarias Dávila, entre varias
cosas la autorizaci6n para trasladar esa ciudad si así convenía:
"porque a las veces que los pueblos se fundan a nombre de
V. M. en estas partes, los hacen o asientan en lugares y sitios

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312 HlSTORlA DE LA CULTURA MATERlAL

que al parecer de presente parecen muy convenientes, y des-


pués sucede de arte que, ansí por ser enfermos como por otras
calidades que ocurren, convienen mudarse" (FERNÁNDEZ, 1886,
IV, 27).
Los españoles sabían bien que para acertar había que apro-
vechar el conocimiento que los indios tenían de los lugares,
su sanidad, recursos naturales, red de comunicaciones; así ocu-
rri6 para la fundaci6n de Lima (Coso, 1956, 11, 288-289).
Cuando esto no se hizo, se presentaron fracasos.
La precariedad de los núcleos poblados por españoles en
un principio, se cohonesta por el afán de los recién llegados
de enriquecerse al más breve plazo para regresar a la madre
patria; no había intenci6n de tener un nuevo hogar confor-
table (A.RELLANo MoRENO, 1947, 120-122). Esto explica que
-en el caso del Per6 - muchos pueblos fueron cambiados
de sitio por lo menos una y usualmente varias veces, casi en
seguida de establecerse (GAKENHEIMER: HAROOY & ScHAEDEL,
1969, 243). Uno de los casos extremos, por hostilidad de los
indígenas, lo constituy6 Angol en Chile, refundado o trasla-
dado 13 veces (GuARDA, 1969, 263 y nota).
Los m6viles que inducían a los españoles estaban a veces
en contradicci6n con la realidad. En ocasiones esos m6viles
fueron circunstanciales, y las fundaciones no obedecieron a pla-
neamiento juiciosamente elaborado, sino bajo la presi6n de
acaecimientos fortuitos. Una de las causas fue crear una situaci6n
de hecho, para evitar usurpaciones territoriales o alegaciones de
jurisdicci6n. Los historiadores venezolanos han consagrado para
Trujillo la expresi6n de "ciudad portátil", por las cuatro o
cinco traslaciones que tuvo, para no perder lo que se creían
derechos adquiridos. Así ocurri6 con la vecina Mérida, cam-
biada caprichosamente de sitio, s6lo para no reconocer priori-
dades (StM6N, 1981-1982, IV, 404). Nuestra Señora de los
Remedios fundada por Francisco de Ospina en la provincia
de Ortana, hoya del Magdalena, en 1560, sufri6 cinco trasla-
dos en unos 30 años, no obstante que la regi6n era rica en oro
y poblada de naturales (SIM6N, IV, 426-431).

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XXI. DISPOSICIONES SOBRE POBLAMrENTO EN "'MÉRICA 313

Las causas más consistentes para poblar fueron: l. Existen-


cia de poblaci6n indígena numerosa. 2. Expectativa de minas
o yacimientos. 3. Establecimiento de &onteras. 4. Puertos (SO-
LANo: SoLANo, 1975, 243-244).
l. Una poblaci6n indígena densa era prerrequisito para
poblar. El indio era el mejor instrumento para crear o conso-
lidar riqueza. Es elocuente a este respecto la confesi6n de los
oficiales reales de Santa Fe de Bogotá en 1572: "Y en las po-
blazones o nuevos descubrimientos lo que se pretende y busca
es copia de naturales y donde lo hay se procura de buscar
lugar para poblar, e donde no lo hay no se tiene codicia a la
tierra, sino fuese por particular gracia que toviese, que es como
minas ricas de oro o de plata ... " (RGNG, 116). P6nganse
como ejemplos Mérida, Bogotá, Pasto y Lima (Coao, 1956,
II, 282).
Los cálculos erraban. La poblaci6n indígena, con escasas
excepciones, disminuy6 drásticamente en pocas décadas des-
pués de la conquista. No compete a esta obra profundizar en
el tema; pero como regla general se puede decir que para fines
del xv1 y principios del xvn, aquella estaba reducida a una
quinta parte. Así los m6viles originarios de la fundaci6n re-
sultaban fallidos, y las poblaciones periclitaban por escasez de
operarios. Santa Agueda, fundada por Quesada cerca a Mari-
quita en 1574, dur6 mientras duraron las minas y los indios
(SIM6N, 1981-82, lV, 482, 484).
Quejas por falta de indios se van haciendo cada vez más
reiteradas a partir de la segunda mitad del siglo XVl y a ella
se atribuye la decadencia de muchas poblaciones, por no haber
mano de obra suficiente, ni siquiera cuando se estableci6 la
mita. Sobre esto se ha hablado en el capítulo XIX.
En otros casos, los cálculos iniciales resultaban nugatorios,
no por la falta de indígenas, sino por el carácter ind6mito de
éstos, que impedía la extracci6n de ventajas econ6micas y aun
daba por resultado el abandono compulsorio de Jos pueblos.
Así ocurri6 con Buga e Ibagué, abandonadas de sus primitivos
asientos por los ataques recurrentes de los pijaos y putimaes.
Esas dos y varias más que podrían citarse, fueron trasladadas

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314 H ISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

a lugares topográfica y ecológicamente diferentes de los ll11-


ciales. Algunas de estas traslaciones, como la de Cartago, en
1691, aunque ya no como consecuencia de ataques de enemi-
gos, sino por razones económicas, resultaban en traumatismos
con características de calamidad colectiva (PEÑA, 1892).
Los pijaos obligaron a Diego de Bocanegra, conquistador
aguerrido como pocos, a cambiar tres veces el emplazamiento
de un pueblo que tuvo varios nombres, como Santiago de la
Frontera y Medina de las Torres (LucENA SALMORAL, 1965, 1,
129-130), hasta extinguirse, en el actual territorio del Tolima.
2. La existencia de minas o yacimientos de metales pre-
ciosos o de gemas, era la segunda causal de poblamiento. Si
había indios en las vecindades, mejor; si no los había, se en-
viaban de otras partes, o se reponían cuando se acababan los
pobladores prístinos, o se importaban negros. Ejemplos de esto
son San Juan de los Uanos, Mariquita, Pamplona, Bucara-
manga, Remedios, Zaragoza, Almaguer, y en general las po-
blaciones de la cuenca del Cauca, Popayán, Cali, Cartago,
Anserma, Arma, Caramanta, Antioquia o las del Chocó: Toro
(la primitiva), Nóvita; así como Quibor o Buria en Vene-
zuela, etc.
3. Ciudades-fronteras : las ciudades fronterizas en Amé-
rica hispánica tuvieron carácter circunstancial, porque en un
momento dado, como ocurre en cualquier proceso de conquista,
todas lo fueron. Una vez facilitada la toma de posesión de
un lugar dado, mantenía su carácter militar de resguardo sólo
mientras operaba el proceso de conquista, sometimiento y ul-
terior uso como mano de obra de la población indígena que
no pereda en los combates o que no aniquilaban las nuevas
entidades patológicas introducidas por los españoles. Estos nú-
cleos avanzados iban quedando englobados o fagocitados por
el inexorable proceso de avance que caracterizó el dominio
español. Aun las tribus más aguerridas y difíciles de someter
desaparecieron al fin, como los pijaos durante la campaña de
tierra arrasada llevada a cabo por el presidente Juan de Borja.
Aunque tampoco varias de tales villas perduraran, algu-
nas de ellas fueron reconstruídas en otros sitios, en virtud de

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XXI. DISPOSICIOI'rnS SOBRE POBLAMIENTO EN' AMÉRICA 315

la figura jurfdica de que se fundaba sin perjuicio de mudar el


establecimiento a parajes más adecuados, como acaba de verse
en este mismo capítulo.
4. Puertos. Era imprescindible poblar donde las condicio-
nes estratégicas se mostraban favorables. Así se explica lo de
Cartagena, que a pesar de las limitaciones que inicialmente
se registraron para el establecimiento de un núcleo poblado,
por la falta de materiales adecuados en la inmediata vecindad
o por otras causas, perdur6 merced a las ventajas de la bahía.
En cambio, San Sebastián de Urabá periclit6 por sus malas
condiciones como puerto. Riohacha tuvo que ser mudada de
su asiento inicial, y lo mismo pas6 con Ada y con Nombre
de Dios en el istmo. La geografía manda.

-o-
Conviene analizar las causas que ocasionaron el abandono
o destrucci6n de pueblos durante la dominaci6n española, por-
que esto pone en su punto lo referente a la aplicabilidad de
las disposiciones de buen gobierno.
Un autor indica las siguientes: hormigas, inundaciones,
terremotos, indios hostiles (DoMÍNGUEZ CoMPAÑY, 1978, 38-39).
Hay varias más: epidemias e insalubridad, "sitios enfermos";
capricho de gobernantes (Pedrarias con Santa María) (OVIEDo,
II, 143); disposiciones oficiales (desmantelamiento de pobla-
ciones fundadas sin autorizaci6n).
Aunque algunas de estas causas son imprevisibles, como
las referentes a catástrofes naturales, otras indican fallas en la
planeaci6n y previsi6n.
La primera poblaci6n fundada en Puerto Rico por Juan
Ponce de Le6n, Caparra, en la costa norte, dur6 12 años y se
despob16 por insalubridad y malas aguas (acijosas) (OVIEDO
Y VALDÉs, 1959, II, 91-92). Lo propio ocurri6 con la segunda,
Guánica, en un extremo de la isla, despoblada por mosquitos
y trasladada a La Aguada o Sotomayor (ibid., 92). Así en
Cuba: la primitiva poblaci6n de Nuestra Señora del Puerto
del Príncipe (Nuevitas actual) fue trasladada pronto de la

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316 HlSTORJA DE LA CULTURA MATEJUAL

costa norte a Camagüey, por abundancia de jejenes en el pri-


mer asiento, que mataban a los niños, y por la escasez y mala
calidad de las aguas (WEIS, 1980, 10).

Inundaciones y desplazamientos.
La primitiva Tocaima fue mudada de lugar, pues una
creciente del río Patí o Bogotá en 1621 arruinó las casas del
pristino asiento, entre ellas una de las mejores que se constru-
yeron en Indias, la de Juan Díez Jaramillo (SIMÓN, 1981-1982,
IV, 208-209).
Conocido es el caso de la Antigua Guatemala, destruida
por una erupción con arrastre de materiales volcánicos en 1541.
La población de La Grita fue arrasada por un desliza-
miento e inundaciones.
Lo mismo la Jagua en el Alto Magdalena con ruina de
los cacaotales.

Otros factores.
Daños causados por fenómenos naturales, sobre todo en
lo relacionado con terremotos y erupciones volcánicas, se han
historiado en otra obra (PATIÑo, 1972, 17-54).

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CAPfTVLO XXI I

CAMBIOS EN EL
CONCEPTO DE CONCENTRACIÓN RESIDENCIAL.
URBANISMO COLONIAL

No se hará aquí una presentación de las características del


régimen jurídico español en América, ni de la estructura po-
lítico-administrativa que se implantó simultáneamente con la
fundación de núcleos poblados. Esto Jo han realizado tratadistas
tanto coloniales, como Solórzano Pereira, Juan de Matienzo
y otros, sino contemporáneos, como Silvio Zavalu y sobre todo
Ots y Capdequí, a cuyas obras se remite al lector.
Cuando se hacía una fundación, se solían realizar las
ceremonias sacramentales que por proceder de una tradición
originada en condiciones completamente diferentes, a veces
J;ndaban con el ridículo, como desafiar a quienes se opusiesen
o arrancar yerbas donde las había o hacer heridas a los árboles,
ritos todos incomprensibles para los indígenas que ya en ese
momento no estaban en condiciones sino de ser espectadores
inermes. Se procedía entonces al verdadero acto de gobierno
y de significado real, que era el nombramiento de las autori-
dades, el cabildo, y a la repartición de lotes entre los que se
habían comprometido económicamente en las expediciones que
culminaban con ese acto, dejando reservados los terrenos para
las casas del ayuntamiento, la prisión, la iglesia y en algunos
casos, el hospital.
Quién más, quién menos, tenía nociones de hacer un tra-
zado, porque los verdaderos agrimensores sólo vinieron más
tarde a América. El 29 de marzo de 1544 el cabildo de Quito

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318 IUSTORlA DE LA CULTURA MATERIAL

fija arancel para el fiel ejecutor "y medidor de estancias" (Ro-


MAZO, 1934, II, 1: 30). Con cuerdas y tomando las medidas
con los brazos, los palmos o los jemes, se establecían los puntos
de la planta urbana. Cada vecino era persuadido, mientras cons-
truía en firme, a poner por lo menos una tienda o toldo en
el lote que le había correspondido (Recop. Leyes de Indias,
ley XVI, ord. 128). De acuerdo con los indios que tuviera a
su servicio, procedía al acopio y aparejo de los materiales, si-
guiendo en un todo la tradición indígena. Baste citar el caso
de Bogotá.
Las disposiciones dictadas por el fundador de la población
del Espíritu Santo de La Grita, Francisco de Cáceres, en 1578,
patentizan el empirismo con que se procedía en la mayor
parte de los casos para la traza del pueblo y el reparto de so-
lares y ejidos (ARELLANO MoRENo, 1961, 355-359).
Cabe hacer énfasis en la distinción que existía entre el
vecino, o sea aquel que tenía casa y solar y residencia perma-
nente obligatoria, con las prerrogativas a ello anejas, y el estante,
cuya situación era en muchos casos precaria. Los estantes y
transeúntes constituían una comunidad en cierto modo circuns-
tancial y flotante. Muchos se dedicaban al comercio intermedia-
rio como "regatones" o a la soldadesca y marinería (DoMÍN-
GUEZ CoMPAÑY, 1978, 83-84; 86-87).
En las aldeas construídas con los materiales y las técnicas
locales, que fueron inicialmente todas las ciudades y villas fun-
dadas por españoles, las condiciones no permitían desarrollar
de una vez el esquema de la ciudad tradicional. Este proceso
fue gradual y lento. Pero por lo menos un bohío se asignaba
para el culto católico y otro para la casa del cabildo. La recu-
rrencia con que en los documentos presentados sobre ]a vi-
vienda colonial, especialmente durante los siglos XVI y xvu, se
habla de que la iglesia era de paja, demuestra que si para esto,
en que un pueblo tan católico como el español cifraba lo más
preciado, esa era la situación, no debe esperarse que fuera
mejor lo relacionado con los servicios civiles.
El estado precario en que transcurría la vida en los inci-
pientes poblados americanos fundados por los españoles, ha

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XXII. CONCEPTO DE OONC.ENTRACI6N RP.SIDENCJAL 319

sido reconstruído en forma adecuada por un especialista (Do-


MÍNGUEZ CoMPAÑY, 1978).
En general, los autores señalan el papel secundario de
las construcciones civiles respecto a las religiosas. De las pri~
meras, apenas aquellas que tenían que ver con los recursos
fiscales (aduanas, casas de moneda) recibían mejor tratamiento
(BAYÓN, 1974, 11; WErs, 1980, 137~141). Desde luego, su nú~
mero fue reducido.
En cambio, había cabildo en toda aglomeraci6n humana
que tenía la denominación de ciudad o villa, aunque no fuera
en un edificio construído ex~profeso, sino alquilado.

SERVICIOS PÚBUCOS:

Acequias, acueductos, pilas, fuentes.


En esto como en todo se apeló a la mano de obra indígena:
en Cali se dieron al procurador en 1578 algunos mitayos para
la limpieza de la acequia que abastecía la ciudad (ARBOLEDA,
1928, 50).
El cabildo de Quito aprobó en 15% que los encomenderos
suministraran indios para la acequia que surtía a la ciudad
(PÉR.Ez, 1947, 259~260), y en 1602 para repararla, pues había
sido dañada por derrumbes; en este caso los indios procedían
de Otavalo (ibid., 260~261). Asimismo en 1610 se dispuso
echar mano del mismo expediente para hacer fuentes en San
Marcos y la carnicería de la ciudad del Pichincha (ibid., 262).
Muchos de los servicios urbanos que actualmente se con~
sideran indispensables, se establecieron tardíamente en el área
del presente estudio, como reflejo de lo que ocurría en la me~
trópoli, donde las fuentes públicas hicieron su aparición hacia
1628 (GARCÍA Y BELLIDO et al, 1%8, 208~209). Da recomen d a~
ciones sobre esto un tratadista de fines del xvm: "Agradable
divertimiento es el sonoro bullir de las aguas, si no ocasionara
continuo cuidado su perenne fatiga" (LoRENZO DE SAN Nrco-
LÁs, 1796, 450, 450-454).

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320 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Si el agua se podía poner por gravedad, se hacían las


tomas, acequias y depósitos necesarios: si no, para eso h abía
la mano de obra indígena que traía el agua en vasijas desde la
fuente más cercana. El agua para la plaza de Caracas no se
había puesto en 1586; los indios traíanla con gran trabajo
(TRocoNis DE VERAcoEcHEA, 1969, 82). Posteriormente se hi-
cieron allí tanques de barro y piedra para almacenar agua y
acequias para repartirla (ARciLA PARÍAS, 1961, 1, 12-13).
El verdadero acueducto, con agua conducid a en canales o
tubos, y la pila que concentraba el líquido en un punto ade-
cuado del área urbana, se hicieron en algunas ciudades impor-
tantes, como Tunja (la mayor del Nuevo Reino en Jos siglos
xv1 y en gran parte del xvn), a costa de grandes esfuerzos y
en época muy avanzada. Como el agua de la fuente que lle-
gaba hasta el casco urbano, por correr destapada hasta cerca
de la cañería, "viene a veces sucia y se bebe poco de ella",
se tenía que traer de otra fuente, "cargada en bestias e indios
de servicio" (RGNG, 341, 347). No había agua, pero existían
entonces tres conventos y seis templos.
En Bogotá se destaca como una de las actuaciones más
importantes del oidor licenciado Alonso Pérez de Salazar, ha-
ber mandado a hacer la pila de agua en 1586 ( RoDRÍGuEz
FREILE, 1984, 175 y nota 179). El virrey Solís dio al servicio el
30 de mayo de 1757 el "Agua Nueva" tomada del Boquerón
y llevada hasta una pila en Ja plaza mayor (ÜRTIZ, S. E.,
1970, IV, 2: 69-70). El virrey Mendinueta a su vez (1797-1803)
proveyó el occidente de la ciudad de agua tomada del río
Arzobispo (ibid., 420). Fue notable la apatía española para
la dotación de este indispensable elemento (MoLLIEN, 1944,
176, 179).
Caso similar es el de Cartagena. Fue más que centenario
el proceso para dotarla de agua corriente, a partir de las que-
bradas de Turbaco, empezado por Martín de las Alas durante
su gobierno 1567-1570 (BoRREGO PLA, 1983, 270). En 1575 el
agua se vendía en botijas peruleras y el cabildo fijó los precios
(ibid., 499). Se hizo una ordenanza para cobrar sisa sobre el
agua del arroyo de Turbaco (ibid., 512-514). A principios del

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XXII. CONCEPTO DE CONCENTRACI6N RESIDENCI AL 321

xvn por la deficiente calidad del líquido, a veces se traía en pipas


desde Por tobelo (SIM6N, 1981-1982, VI, 505). En la primera
mitad del siglo xvm los navíos que aportaban allí se veían
precisados a proveerse del agua gruesa de pozos del arrabal
de Jejemaní (Getsemaní) (JuAN y ULLOA, 1983, I, 8-9). To-
davía a mediados del siglo XIX un escritor decía que mientras
el gobierno español había gastado millones en construír las
murallas y las fortificaciones, la ciudad carecía de los servicios
indispensables (CAMAcHo RoLDÁN, 1923, 152).
Juan Bermúdez de Castro, gobernador de Popayán 1628-
1630, puso agua en esa capital (PADILLA et al, 1977, 365). El
acueducto público s61o se construy6 hacia 1766 por iniciativa
del potentado Pedro Agustín de Valencia (ÜLANO, 1910, 111 ).
En Quito, el suministro de agua, seguro y eficiente en
tiempo de los incas, fue siempre precario durante la domina-
ci6n española (J. CAA...'v.tAÑo, 1936, I, 296-297). Eran malas las
aguas antes de que se encañaran las del río San Francisco
(VARCAS, 1967, 25-26).
El gobernador de Antioquia Diego Radillo de Arce (1679-
1685) hizo el acueducto de Santa Fe de Antioquia (ÜRTIZ,
1966, III, xxx, 216; RESTREPO SÁENZ, 1944, 140) a partir del
río T onusco.
En Trinidad bajo el gobernador Chac6n en 1787, se dot6
a Puerto España de agua procedente del río Santa Ana (BoRDE,
1882, IJ, 195).

Casas de ayut~tamiento.

Hubo descuido en esto. Muchas ciudades, aun importan-


tes, no construyeron ex-profeso casas de cabildo y cárceles sino
en época tardía. En Cubagua, aunque las casas capitulares se
empezaron a construír, no se terminaron nunca, y ya en 1537
las paredes estaban para caerse (OITE, op. cit., 305). En 1568
se compraron en Cartagena las casas particulares del tesorero
Alonso de Saavedra para aquella destinaci6n, pues no las ha-
bía hasta entonces (BoRREGo, op. cit., 13-14, 308, 311).

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322 H ISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Palacios virreina/es.
Para el de Santa Fe hizo un plano -que nunca se eje-
cutó- en 1780 el ingeniero Juan Jiménez Donozo (ARBELÁEZ
y SEBASTIÁN, op. cit., 54). Los fundadores de Santa Fe omi-
tieron dejar espacios para edificios y servicios públicos, Audien-
cia, cabildo, ejido y propios. Por eso en 1555 hubo que aplicar
para la Audiencia la casa del escribano e historiador Juan
Bautista Sardela, acusado de desfalco de cinco mil pesos (MAR-
Tooz, 1973, 73-76).
Edificios para usos diversos.
Las instalaciones pasadas en revista eran las indispensa-
bles que teóricamente existían en todos los centros urbanos.
Hubo otras especializadas, que sólo existieron en lugares
determinados, debido a situaciones sui generis, condicionados
por factores especiales. Tales fueron: casas de moneda; alma-
cenes o depósitos; fábricas de aguardiente y tabacos; astilleros
o a tarazanas; otras. Sólo se mencionarán las principales, por
no tratarse propiamente de viviendas.

Casas de moneda.
El Nuevo Reino fue zona aurífera. Pronto se impuso la
necesidad de construír casa de moneda para la acuñación; pero
la evolución de la idea fue lenta. Inicialmente funcionó en
Cartagena, acuñando plata del Perú, porque el oro tomado a
los indígenas se había agotado (LucENA SALMORAL, 1967, II,
115-116). Fue trasladada a Bogotá, donde empezó a funcionar
el 30 de abril de 1627 (ibid., 1965, I, 367, 376). El edificio en
Bogotá fue reconstruído entre 1753 y 1756 (ORnz, S. E.,
1970, IV, 2: 54-57; BARRIGA V!LLALBA, 1969, II, 26).
En el occidente hubo desde los principios la de Cali-
Popayán.
En 1749 se le dio autorización a Pedro Agustín de Valencia
para construír una en la capital de la gobernación; pero fue
incorporada al real patrimonio en 1768 a menos precio del
original (ÜLANO, op. cit., 98-99).

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XXII. CONCEPTO DE CONCENTRACIÓN RESIDENCIAL 323

D atos más detaJlados sobre casas de moneda se darán en


un volumen dedicado al comercio.

Almacenes o dep6sitos.
Por lo general estaban en puertos. Los hubo en Cartagena
y en el istmo. Las bodegas de Cruces servían para acopiar la
carga en el camino transístmico (JUAN y ULLOA, 1983, 1,
162). El almacén de galeras de Cartagena se organizó en 1587,
comprando una casa particular (BoRREGo, op. cit., 15).

Aduanas y muelles.
No son claros la época y el sitio en que se hizo la pn-
mera Aduana de Cartagena (BoRREGo, op. cit., 14-15).
E l segundo muelle de la misma ciudad se terminó en
1562 (ibid., 22-23).
La casa de Aduana de Caracas no se pudo reparar hasta
la época de la Independencia (MARco DoRTA, 1981, 71).
Sobre este acápite y el anterior se darán más datos en los
volúmenes dedicados al comercio y a vías, transportes y co-
mu mcac10nes.

Fábricas de aguardiente y tabaco.


Ambas se consLruyeron ya en el siglo xvm, cuando se im-
pusieron los monopolios respectivos. Una arquitectura especial
parece haberse diseñado para este tipo de construcción in-
dustrial.
En Candelaria, del Valle del Cauca, hubo una fábrica de
tabacos, y otra en Arnbalema.

Fábricas de p6lvora.
El virrey Messía (1761-1772), hizo instalar en el sector
de Vitelma de la capital unos "molinos de pólvora con alma-
cén" (ORnz, 1970, IV, 2: 152). Gil y Lemos acabó con las
instalaciones en 1789 por improductivas (ibid., 338).

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324 HIS!t>RIA DE LA CULTURA MATF.:RIAL

Astilleros o atarazatJas.
El más importante del área fue el de Guayaquil (JuAN y
ULLOA, 1983, I, 57-58; 64-66). Barcos se construyeron en menor
escala en Cartagena y en Panamá (ibid., 5).
Embarcaciones pequeñas se hacían en Atacames, costa
ecuatoriana, y Realejo en Nicaragua.

Maestranzas.
La más importante, ya fuera del área de este estudio, es-
tuvo en El Callao. De lo desprovista y desorganizada hablan
autores del siglo xvm (JuAN y ULLOA, 1983, I, 82-83).

Ingeniería sanitaria.
Peor ocurrió con los servicios sanitarios. Aun en las ciu-
dades importantes, como la capital del virreinato, no hubo
alcantarillas en el período colonial.
Esto lo heredó la república. En 1854 el visitante Isaac
Holton habla de la suciedad de las calles, donde se echa-
ban todos los desperdicios (HoLTON, 1857, 152, 157; CANÉ,
1907, 139).
Esto, cuando los españoles estuvieron sometidos a la do-
minación romana. Como es sabido, en Roma existían por lo
menos los carros para remover las inmundicias, y en un mo-
mento la Cloaca Máxima.
Aun las ciudades incaicas, como el Cuzco, que en la época
de los peruanos era limpia, durante el dominio español fue
todo lo contrario; su río, lleno de "inmundicias y bascosidades"
(CrtZA, 1880, 139).

Empedrado de calles.
Durante el período colonial y en gran parte del republica-
no, el estado de las calles era deplorable. Un virrey de la Nueva
Granada que no se individualiza, decía que había en Bogotá
4 agentes de limpieza: los gallinazos, la lluvia, burros y cerdos
(MoLLIEN, 1944, 188). Esto es tradición española. En la misma

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XXII. CONCEPTO DE CONCENTRACI6N RESIDENCIAL 325

capital del imperio era raro el empedrado y s6lo en 1658 se


empedraron la plaza del Palacio Real y la subida al Retiro.
En el segundo tercio del siglo xvu el concejo de Madrid inici6
el empedrado de calles y aceras con losas, pagado por los due-
ños de predios, todo excepcional (DELEITo Y P IÑuELA, 1968,
127, 141).
El cabildo de Caracas orden6 en 1591 empedrar las calles
y en 1593 cubrir las acequias, 6rdenes repetidas en 1603; pero
s6lo en 1711-1714, d urante el ejercicio del gobernador Agustín
de Cañas, esto tuvo cumplido efecto (ARcrLA PARÍAS, 1961, I,
66-67; 37; ÜVIEOO Y BAÑos, 1885, II, 37).
El virrey Sebastián de Eslava mand6 regar arena en las
calles de Cartagena para aminorar los destrozos de las bombas
enemigas en el pavimento empedrado (ÜRTIZ, S. E., 1970,
IV, 1: 207).
En Bogotá se prohibi6 el arrastre de maderas procedentes
de Sibaté en el centro de la ciudad y se dispuso que se descar-
garan en la entrada, para no desempedrar las calles (OTs,
1946, Bog. 12-13). En Tunja figura a principios del siglo
xvii un tal Badillo, de oficio empedrador (SIM6N, 1981-1982,
III, 417).
En enero de 1725 se pidi6 al cabildo de Pasto que se pro-
hibiera pasar ganado de Neiva a Quito por el centro de la
ciudad, porque desempedraba las calles, y que se obligara a
los vaqueros a voltear por otros sitios (SAÑuoo, 1940, 111, 27).
Hacia 1772 se empez6 a hacer el empedrado de Guayaquil
(RAQUENA, op. cit., 6; 89-90). E l empedrado de calles empez6
a tomarse en serio ya en el período republicano (GuTrÉRREz,
1983, 225; CANÉ, op. cit., 138).

Mercados.
Existieron, como es sabido, mercados indígenas en la época
prehispánica. Algunos siguieron funcionando con mayor o me-
nor regularidad durante los primeros años de la dominaci6n
española. Sobre esto se darán más detalles en el volumen des-
tinado al comercio.

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326 HlSTORIA D'E. LA CULTURA MATERI AL

El mercado típicamente español se realiz6 en la plaza


principal durante largos períodos. Para entender esto, se debe
recordar el sistema de trabajo indígena. Al suspenderse, al
menos te6ricamente, los servicios personales, se apel6 al siste-
ma de la mita, según la cual cada comunidad indígena vecina
a una ciudad o centro urbano, debía destacar un porcientaje
de su poblaci6n, por turnos- que eso quiere decir mita- para
alquilarse al servicio de los españoles en todo tipo de activi-
dades. Los mitayos se concentraban en la plaza para ser al-
quilados y para recibir el pago (VIÑAS Y MEv, s. f. 122-123).
Allí mismo había que traer Jos suministros que compulso-
riamente debían proveer los indígenas, al precio que fijaban
los cabildos.
Esto quiere decir que la plaza principal, donde estaban
situadas las casas consistoriales, era el sitio para el mercado.
Este carácter lo continúan manteniendo las plazas de muchos
pueblos en la América intertropical.
Las plazas de mercado cubiertas construídas exclusiva-
mente con este propósito son mucho más tardías. Algunas de
las grandes ciudades colombianas no las tuvieron hasta los
últimos 50 años.

Cárceles.
Se asignaba el sitio para ella al hacerse fundaciones, pero
la construcción misma se demoraba. Por lo general se habili-
taba como tal una pieza del ayuntamiento o se alquilaba una
a particulares. Entre las instrucciones que trajo Juan de Borja
al encargarse de la Presidencia del Nuevo Reino en 1605 fue
terminar la cárcel de la capital (LucENA SALMORAL, 1965, 1,
87-90).
En Caracas Ja cárcel se hizo solamente entre 1689 y 1696
(MARco DoRTA, 1981, 72).
En 1740-1750 debió construírse el edificio que en Popayán
recibe el nombre de cárcel (ÜLANO, 1910, 100).
Según el conde de Villardompardo, virrey del Perú (1585-
1590), las cárceles de la Audiencia, incluyendo las de Lima,
eran "muy estrechas y flacas", sin separaci6n de sexos (HANKE

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XXIJ. CONCEPTO DE CONCENTRAC16N RESIDENCIAL 327

et al, 1978, I, 197). Casi en la misma época las cárceles de los


mdios debían ser deplorables, pues se proponen varias mejoras
y servicios de que carecían (POMA DE AYALA, 1944, 807.808).

Posadas y mesones.
Este servicio, que estaba 6ptimamente organizado en el
imperio incaico, periclit6 durante la dominaci6n española. Al·
gunos tambos se conservaron durante el siglo xvr. Inclusive
el presidente Vaca de Castro dict6 unas disposiciones relacio.
nadas con este aspecto. En general, no había donde no lleg6
la influencia incaica, dicha prestaci6n.
Excepcionalmente se mencionan en las fuentes posadas y
mesones. En 1544 no había mes6n en Popayán (FRIEDE, 1962,
VII, 298); lo normal era que los viajeros se alojaran en casas
particulares (RGNG, 300).
En Cartagena el cabildo dispuso establecer dos mesones en
1586 (BoRREGo PLA, 1983, 500; 345; 394-400).
Había asistencias andando el tiempo, pero no posadas
(ARBOLEDA, 1926, 335).
Tampoco había mesones en todo el camino de Bogotá al
Táchira a fines del período colonial (ARELLANO MoRENO, 1970,
129; VARCAS P. F., 1944, 115·116).
En Tunja no había mesones ni tambos (RGNG, 360).
Un tratamiento más detallado de esta materia se hará en
el tomo III de esta obra, Vías, Transportes, Comunicaciones.

Hospicios y hospitales.
En las leyes de Indias se mandaba a los funcionarios que te.
maran interés en este aspecto. Pero de la norma a la ejecuci6n
había harta distancia, y en pocos casos, y eso tardíamente, se
construyeron casas para asistencia de enfermos y valetudinarios.
En 1580 s6lo el 7 '7o de las ciudades españolas los tenían y
en 1630 había 94 repartidos en 65 localidades, o sea el 39 %
y eso en las ciudades importantes (HARDOY y ARANOVICH: lfAR.
DOY y ScHAEDEL, 1969, 177, 200).

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328 HJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Después de mencionar los hospitales deficientes de Con-


cepción (Chile), Panamá y Guayaquil, dicen unos observado-
res del siglo xvm: "Este mal estado de los hospitales es uno
de los defectos generales que se padecen en todo el Perú, por-
que es sumo el descuido de los que Jos administran y su codicia
es mucha; de lo que resulta que los pobres estén mal asistidos
y que se les defrauden las rentas y las limosnas que deberían
emplearse en su curación y alimento. No sólo la marina expe-
rimenta esta falta de providencia, mas también la tropa de in-
fantería y todo el público" (JUAN y ÜLLOA, 1983, I, 113; 112-
113). De 7 que había en la Audiencia de Quito sólo funcionaba
mal que bien el de la capital (ibid., 322). Los betlemitas lo
dejaron decaer, apropiándose de los fondos (ibid., 332).
La audiencia de Quüo se pronunció contra las irregularida-
des de los hermanos de San Juan de Dios en la administración
de hospitales (GARcÉs G., 1946, II, 382-387).
En otra obra se han presentado testimonios del verdadero
horror que los indígenas tuvieron a los hospitales construídos
por los españoles, pues la experiencia les enseñó que eran focos
de infección, por las condiciones precarias en que funcionaban
(PATIÑO, 1972, 189-190).
En Popayán el hospital apenas se aseguró en forma en 1631
(ÜLANO, 1910, 14); pero sólo en el período 1711-1740 se conso-
lidó y entregó a Jos legos cirujanos betlemitas (ibid., 62-64).
Esto indjca que la norma teórica consagra simplemente
unos presupuestos tradicionales, pero no resuelve problemas.

Cementerios.
Durante la dominación española, los cementerios estaban
asociados a la vida religiosa. Personajes importantes eran ente-
rrados bajo las losas de las iglesias. Los indígenas y otros
representantes de capas inferiores de la población, fuera de los
recintos sagrados.
Con motivo de una epidemia en la villa de Pasage en 1781
que causó la muerte a 83 personas, que al ser enterradas en
la iglesia ocasionaron hedor insoportable, por cédula de 26 de
mayo de ese año, se pidió a la Academia española conceptuara

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XXII. CONCEPTO DE CONCENTRACI6N RESIDENCIAL 329

~obre la inconveniencia de continuar con dicha práctica. En


el informe respectivo, firmado entre otras personas, por Gaspar
Melchor de Javellanos y Casimiro Ortega, se presentaban tí-
midamente algunas fórmulas para erradicar la costumbre, pa-
liando los perjuicios que pudieran recibir las comunidades
religiosas que percibían derechos por dicho servicio, y se re-
conocía que la materia de sepulturas competía a la autoridad
civil (Informe, 1786). En 1786 Carlos 111 dispuso que los ce-
menterios se hicieran en las afueras de las poblaciones, lo que
fue confirmado eJ 3 de abril de 1787. Desde 1786 se cumplió
esto en Popayán (ÜLANO, 1910, 149-150).
La secularización de los cementerios sólo se planteó en
España durante el gobierno de los franceses, reinando José
Bonaparte, habiéndose hecho el primero, el de Puerta Fuen-
carral, en 1809 (GARcÍA Y BELLIDO et al, 1968, 257; DELEITO Y
PIÑUELA, 1968, 90). En Colombia esto sólo ocurrió durante el
período republicano (véase capítulo XXVI).

Lugares para recreación pública.


No se construyeron corrales de comedias ni teatros en los
dominios españoles en el área del presente estudio, con excep-
ción del construído en Santa Fe en 1792 por el comerciante
Tomás Ramírez (PoRRAs TRocoNis, 1952, 403-404), y el Teatro
del Coliseo de Caracas, regalado a la ciudad en 1784 por el
gobernador Manuel Gutiérrez de Navarro, y que fue destruído
por el terremoto de 1812 (ARClLA PARÍAs, 1961, II, 510, 513).
En cuanto a paseos, ya bien entrado el siglo xvm se hizo
la Alameda de Lima (GuTIÉRREz, 1983, 228). En Santa Fe de
Bogotá, donde fue restringido el uso de coches, se consideró
como un gran logro la calzada que comunicaba el centro
con el puente del Común, en la época del virrey Guirior (ln2-
1776), cuando este mandatario hizo recomponer la calzada
a Fontibón y la plantó de árboles desde Puente Grande (ORnz,
S. E., 1970, IV, 2: 194).
Los otros espectáculos, como juras de reyes, fiestas reli-
giosas y aun corridas de toros, se celebraban en las plazas,
convenientemente acondicionadas en cada caso.

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330 HISTOlllA DE LA CULTUllA MATERIAL

El altozano o atrio de catedrales e iglesias era sitio de


reunión social.

Alumbrado público.
La vida urbana en las colonias no podía ser sino un reflejo
desvaído de lo que ocurría en la metrópoli. Pero en unas y
otra la adopción de mejoras tecnológicas fue proporcional~
mente lenta.
Hasta la segunda mitad del siglo XVII las calles de las
principales ciudades europeas carecían de alumbrado nocturno.
Las primeras que dispusieron de ese servicio fueron París,
Londres, Amsterdam, Berlín, Viena y Hannover (Bm:No, 1971,
18, 21). Dos intentos se hicieron para alumbrar a Madrid. El
segundo, que tuvo algún éxito, se realizó bajo Carlos III.
En 1754 se encargaron al maestro vidriero Eder, de la fábrica
de vidrios organizada oficialmente, dos mil globos para aquel
propósito (BoNET CoRREA, 1982, 487).
Sólo en 1832 se estableció en Madrid el alumbrado de gas;
tras muchas vacilaciones, se generalizó a casas particulares
después de 1848 (GARCÍA Y BELLIDO et al, 1968, 261).
En las ciudades se continuó con la tradición del sereno.
Para mayores detalles sobre el alumbrado doméstico, véase en
el libro 29 de esta obra lo relativo a Iluminación, en el ca~
pítulo XXX.

Prevenci6n y extinci6n de incendios.


Los incendios, tanto accidentales como intencionales, des-
truyeron viviendas en Bogotá. De esto se alarmaba Diez de
Armendáriz en 1547, que recordaba lo que le ocurrió a Pedro
de Orsúa cuando llegó (FRIEDE, 1963, IX, 185-186; CASTELLA-
NOS, 1955, IV, 497).
También en Cartagena, por el peligro que representaban
las casas de paja, a raíz del incendio que destruyó la ciudad
en 1552, se dictaron en 1555 düposiciones no cumplidas para
usar otros materiales, pero no se organizó ningún cuerpo para
la prevención y control (BoRRECO PLA, 1983, 18; 386; 482;

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XXII. CONCEPTO DE CONCENTRACI6N RESIDENCIAL 331

483; 485; 487; 491; 494). Esto fue inefectivo, como en Cuba,
donde hasta el siglo XIX se siguieron usando la paja y el guano
(PÉREZ DE LA RrvA, 1952, 334).
En Puerto España el gobernador Chacón en 1787 hizo
venir de Inglaterra dos bombas para incendios y organizó el
cuerpo de bomberos (BoRDE, 1882, JI, 199).
En Guayaquil, ciudad que sufrió once incendios durante
el período colonial (REQUENA, op. cit., 87; 6; 54), se estableció
cuerpo de bomberos y se obtuvo la primera bomba extinguí-
dora y "capachos" en 1788-1789 (CASTILLO, 1951, 244-245). A
mediados del XIX había allí varias bombas extinguidoras, ma-
nejadas por extranjeros (SPRUCE, 1908, JI, 302).

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CAPfTULO XXIII

CONSTRUCCIONES PARA EL RESGUARDO


Y CUIDO DE ANIMALES DOMÉSTICOS:
PESEBRERAS, CORRALES, PERRERAS, POCILGAS,
GALLINEROS, PALOMARES. CARNICERÍAS
Y MATADEROS. OTRAS.

La introducción por los españoles de animales domésticos


que no existían en el Nuevo Mundo, trajo consigo la introduc-
ción paralela de la parafernalia tradicional inherente en los
lugares de procedencia para cada especie animal. Este con-
junto de factores asociados con los animales se orientaba en
dos sentidos principales, relacionados con el tema del presente
estudio, a saber: 1) proveer instalaciones propias para el cuido
y resguardo de las bestias; y 2) sitios adecuados para sacrifi-
car y expender las especies que estaban destinadas al consumo
humano.
El primer grupo de instalaciones comprende los recintos
abiertos o cubiertos, para defender ciertos animales contra
predatores, factores meteorológicos o simplemente para po-
derlos alimentar y cuidar, de acuerdo con las exigencias de
cada especie: pesebreras, corrales, perreras, pocilgas; galline-
ros, palomares, etc.
El segundo grupo de instalaciones incluye las necesarias
para el aprovechamiento económico, comercial o industrial:
mataderos, carnales o expendios de carne; curtiembres para el
beneficio de las pieles; queseras y lecherías; lanificios.

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.XXnJ. RESCUARDO Y CUIDO DE ANIMALES DOMÉsTIOOS 333

PRIMER GRUPO.

Caballos.
El caballo fue la principal arma de guerra en la época
de la conquista, y lo que más impacto paralizante caus6 entre
los indígenas (PAnÑo, 1970-71, V, 140-145). Su propietario,
el caballero, recibía el doble de la recompensa, tanto en des-
pojos de guerra como en tierras, que el infante o pe6n (las
caballerías y peonías de la terminología de la época). Por lo
mismo, investía a su dueño de un estatus social más alto.
Todas estas razones justifican el tratamiento que los conquis-
tadores dieron a sus caballos, cuidándolos con esmero. En la
historia que se hizo de esos animales, se presentan casos en
que el caballo fue preferido aun a costa de la vida del indio
o de su libertad (ibid., 138-140). Los pesebres o pesebreras
fueron pues, instalaciones que formaban parte de las casas de
los españoles. Pocos indios tenían caballos y eso en época tardía.
Fuera de las pesebreras particulares, hubo las colectivas,
donde se concentraban animales usados en el transporte, como
las recuas de caballos y mulas. En Panamá, a fines del siglo
xvn debieron ser tan importantes algunas de estas instalacio-
nes, que el hecho aparece consignado por un informante ex-
tranjero (ExQUEMELING, 1945, 220).
Las pesebreras han sido parte importante de la vivienda
no s6lo suburbana sino urbana, en las áreas donde el transporte
en recuas fue lo predominante en el pasado, como en las re-
giones de influencia antioqueña.

Vacunos.
Fue tal la adaptaci6n del Bos tau.rus a las condiciones
americanas, que los cuidados que se terúan con el ganado en
España se dejaron de lado. No hubo aquí nada similar a la
casa establo, que es común en países europeos aun en nues-
tros días (CHAPELOT y FossrER, 1980, 230 y fig. 249-251). El
sistema de cría fue en América predominantemente extensivo.

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334 HISTORIA DE LA CULTURA MATERlAL

Para utilizar el cuero, que era lo que más valía al principio,


simplemente se monteaba el ganado como cualquier otro ani~
mal silvestre. Así no hubo tanto repulgo en proveer establos
para las vacas. Por lo menos no se ha hallado constancia d~
cumental sobre ello.
Las disposiciones sobre ganado en soltura, aun en los pue~
blos, son legión: pero nunca se cumplían. Algunas veces se
establecían cosos en los poblados, para retener ganados ma~
yores sueltos y como fuente de entradas al fisco.
En Cartagena se dispuso en 1552 que se hicieran corrales
para las vacas en soltura (BoRRECO Pu, 1983, 479, 495).
En un estado más avanzado, sí hubo corrales para opera~
ciones como la marcación, caponaje, lechería (PATIÑo, 1965~
1966, 371~372).

c~rdos.

También los cerdos erraban procurándose su comida, y


ni aun cuando estaban dentro de los pueblos se les hicieron
pocilgas adecuadas (DoMÍNCUEZ CoMPAÑY, 1978, 42). Cuando
más, se procedía a ponerles argollas en el hocico (PATIÑo, op.
cit., 379~380). La cría extensiva fue la predominante en Amé~
rica intertropical (PATIÑo, 1970~71, V, 311~312).

Cabras y ov~jas.

Como en los casos anteriores, el indígena fue el pastor


por excelencia. A él se le encomendaban los animales y se le
exigía el pago cuando se perdían por ataque de animales pre~
datores o por otras causas. Le correspondía, pues, protegerlos
cerca a sus viviendas durante la noche. Tampoco hay cons~
tancia documental sobre el tipo de construcciones para esos
propósitos, aunque por la miseria de los indígenas, debieron
ser instalaciones muy precarias.

P~rros.

El perro en su calidad de arma de guerra recibió cuidados


especiales. Algunos perros a principios de la conquista fueron

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XXIII. R~SCUARDO Y CUIDO DE ANIMALES DOM"ÉsTICOS 335

transportados en hamacas por indios. Ciertos conquistadores


es fama que alimentaban a sus perros de presa con carne de
indio, como cuenta el verídico Cieza de Roque Martín, un
miembro de la expedición de Jorge Robledo por las provin-
cias de Anserma y Quimbaya (PATIÑo, 1970-71, V, 57).
Los de guardia casera en algunos casos pudieron disponer
de perreras; pero no hay datos sobre esto.

Gallinas.
Estas sí necesitaron protección, debido al cúmulo de ene-
migos naturales que tuvieron en América en los primeros tiem-
pos y todavía ahora en algunas áreas rurales. El gallinero es
un anexo de la vivienda, bien sea que se ponga dentro de las
mismas habitaciones, pese a la proliferación del piojillo, o apar-
te. En el área amazónica el gallinero debió ser especialmente
reforzado para que no quedara ninguna rendija por donde
pudieran colarse los murciélagos sanguinarios, la plaga limi-
tante más característica.
Una prevención española que no se aplicó en América
es esta: "Enferman mucho las gallinas si comen estiércol de
personas y aun despónense con ello, porque por esto, si ser
pudiere, no vayan a hacer tal cosa donde ellas están, ni aun
en los establos donde están las bestias" (HERRERA, G. A., 1819,
111, 398).
Palomas.
El palomar no adquirió en América, por Jo menos en el
área de este estudio, el predicamento que en Europa. El tra-
tadista agrónomo español Gabriel Alonso de Herrera reco-
mendaba en la época del Descubrimiento que los pilares o
columnas del palomar debían ser redondos y lisos y no cua-
drados, "porque por ellos no puedan subir las sabandijas que
dañan mucho y destruyen los palomares, como son culebras,
lagartos, ratones, comadrejas, garduñas y gatos" (HERRERA,
G. A., 1819, III, 468.469).
Pero quizá en las haciendas sí debieron tener acogida,
especialmente para defensa contra las aves rapaces.

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336 HISTORIA DE LA CULTURA l-1ATERIAL

SEGUNDO GRUPO.

Mataderos.
El permiso para el suministro de ganado y la provisi6n
de carne a los pueblos era potestativo de los cabildos. El ex~
pendio estaba sujeto al pago de unos derechos, como continúa
estándolo en los municipios colombianos bajo el rubro pre~
supuesta! de "degüello". Para controlar el cumplimiento de
('Stas disposiciones, se exigía que el sacrificio de las reses se
realizara en una instalaci6n especial, a veces situada dentro
del perímetro urbano, otras veces fuera, pero siempre donde
hubiera agua para un aseo de las instalaciones, por lo menos
tan sumario como el que se daban las personas.
Se conocen algunas disposiciones sobre la construcci6n
de mataderos en el período colonial. Qué tan requintadas y
funcionales fueron esas instalaciones en el pasado, cuando la
misma gente vivía en habitaciones deplorables, se explica fá~
cilmente. Aun hoy, la prensa denuncia con frecuencia las
condiciones verdaderamente repulsivas en que funcionan ma~
taderos en varias capitales, y no se diga en pueblos o corregi~
mientos, donde todas las operaciones se hacen bajo la presencia
expectante de los gallinazos, listos a aprovechar cualquier des-
cuido de los faeneros para arrebatar lo que puedan.
Inicialmente el expendio de la carne se hacía en el mismo
matadero y se sigue haciendo en áreas rurales.
A medida que se fue volviendo más compleja la estructura
urbana, se estableci6 aparte el sitio del expendio, lo que se
ha llamado camal, pulpería, carnicería o fama en el área
de este estudio. Sobre la inoperancia de las disposiciones es
elocuente el caso de Cartagena: carnicería y matadero estu-
vieron al principio en lugares diferentes (BoRREGO PLA, 1983,
10). La primera estaba cerca de una laguna infecta que se
dispuso drenar (ibid., 23, 25~26). Después aparecen juntos en
1570 (ibid., 490-491). Pero ya en 1557 se orden6 que no se
sacrificaran ganados en las casas (ibid., 27), prohibici6n no

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XXlU. RESGUARDO Y CUIDO DE ANIMALES DOMÉsTICOS 337

del todo cumplida (ibid., 329, 485, 491, 499). En 1588 se hizo
un arancel para el expendio (ibid., 391).
En 1572 para recaudar fondos con qué construír nuevos
mataderos se impuso la sisa de dar las cabezas sin lengua de
los ganados sacrificados (ibid., 498).
El presidente de la Audiencia del Nuevo Reino Diego
Egües y Beaumont (1661-1664), hizo en Santa Fe carnicerías
públicas, que no existían antes (ÜRTIZ, S. E., 1966, III (3), 118).
En regiones ganaderas como el Valle del Cauca, el trán-
sito de ganado por las calles para llevarlo al matadero, impuso
una variante en la construcci6n: en las casas esquineras de las
manzanas de Cali, había en el período colonial toscas colum-
nas de piedra que protegían las paredes del roce de las sogas
al cruzar las esquinas el ganado enlazado (.ARBOLEDA, 1928,
226). En 1806 se arregl6 la carnicería de esa ciudad (GARcÍA
CAMACHO, 1981, 59, 62).

eurtiembres.
Una disposici6n del cabildo de Sevilla aprobada por los
Reyes Cat6licos exigía que instalaciones de cosas malolientes
como establecimientos de tintes se localizaran en sitios alejados
del centro de los núcleos urbanos (LoRENZO DE SAN NrcoLÁs,
1796, 436-437). No hay constancia de c6mo estaban construídas
curtidurías en América, sino s61o de los materiales vegetales
usados como tanantes.
El ministril encargado de cortar la carne en la mesa real
española, no debía -para no impregnarse de malos olores-
acercarse a establos, carnicerías, tréstigas (cloacas o retretes),
tenedas, pellejerías, jabonerías etc. (VILLENA (1766), 1981, 27).

22

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CAPíTULO XX I V

EVOLUCióN DE ESTILOS Y TENDENCIAS


DURANTE EL PERÍODO COLONIAL. TRASPLANTE
TARDÍO DE INFLUENCIAS

Sin invadir el territorio de los arquitectos y diseñistas,


conviene al culminar el período colonial en la investigación
contenida en los capítulos anteriores, hacer un resumen sobre
lo que fue ]a vivienda de la gente de nivel medio y de la clase
baja, durante la dominación española. Como la mayoría de
los que han estudiado la arquitectura en América en los últi-
mos 30 años se han concentrado en las obras monumentales
(fortalezas, iglesias, ayuntamientos, aduanas), pocos datos se
conocen sobre la vivienda popular.
Una de las causas es que por el mismo carácter de las
construcciones públicas, hechas en forma sólida, algunas se
han preservado de manera que se facilita su estudio por los
expertos. En cambio, la vivienda popular ha sido siempre
más precaria, o por la calidad de los materiales usados,
los más baratos, o por el desgaste de instalaciones donde por lo
general vivían familias numerosas.
Unas y otras, las monumentales y las humildes, están
sujetas en la faja ecuatorial a la acción de los factores climá-
ticos, desfavorables a la preservación, como la elevada hume-
dad atmosférica y las lluvias intensas, o por plagas que
atacan la madera, principalmente comejenes y carcoma. En
pocos sectores del área ecuatorial hay condiciones que facili-
ten la conservación de construcciones (norte de Venezuela,
Guajira, cuenca del Chicamocha, algunos afluentes del Mag-

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XXIV. ESTILOS DURANTE :EL PEJÚODO COLONIAL 339

dalena como el río Cabrera, algunos valles interandinos ecua-


toriales como el alto río Mira). Esto hizo necesarias las fre-
cuentes reparaciones y modificaciones de viviendas, proceso
difícil de seguir, como no sea mediante un trabajo de labo-
ratorio que hasta ahora nadie ha emprendido.
Aun en las condiciones más favorables de ambiente, toda
casa debe ser renovada cada cierto tiempo. Los arquitectos
actuales consideran que para las condiciones de Cali, en el
Valle del Cauca, una vivienda de los materiales usados ahora
(ladrillo, teja, cemento, hierro, madera) tiene una vida co-
mercial útil de 15 años. (Encuesta personal con varios urba-
nizadores y arquitectos). La experiencia indica que con las
maderas que se utilizan, por lo menos el techo debe ser reno-
vado antes de ese límite. Pero dando de barato que todavía
se pudieran obtener maderas como las que salen en las demo-
liciones que diariamente se están verificando, un cálculo pru-
dente no llevaría la duración de una casa a más de tres veces
el promedio, o sea 45 años.
Eso indica que prácticamente ninguna de las viviendas
existentes en este momento en el área ecuatorial, data de la
época colonial, sino la mayor parte del período republicano.
Hay otro factor que explica la escasez de construcciones
antiguas. Al independizarse los países americanos del yugo
español, lo prolongado de la lucha y los caracteres de destruc-
ción y el antagonismo llevado a los extremos de la "guerra a
muerte", ocasionaron en los criollos americanos (los indígenas
sobrevivientes y los negros cr-clavos fueron elementos pasivos
o enrolados sólo de modo compulsorio en este proceso de
lucha entre oligarcas), un sentimiento de repulsa a todo lo
que fuera español, hasta el punto de que las relaciones diplo-
máticas con la madre patria no se reanudaron sino bien en-
trado el siglo XIX: Ecuador 1840; Venezuela 1845 y Nueva
Granada en 1881 (CASTEL, 1955).
Además, durante las campañas, algunos lideres (Miran-
da, Bolívar, etc.) estuvieron refugiados en otros países (In-
glaterra, Francia, Estados Unidos, etc.) o en las colonias de
algunos de ellos (Jamaica, Haití, Curazao). Empezó, pues,

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340 HISTORlA DE LA CULTURA M'ATE.lUAL

desde el mismo período de la lucha (1810-1824), una recep-


ción de influencias culturales diferentes de las españolas,
influencias que se hicieron más fuertes al culminar las cam-
pañas libertadoras. Por ejemplo, el coronel Hamilton Potter
vino en 1824 a la Nueva Granada para tratar de establecer
lazos diplomáticos con la naciente república, y de allí en ade-
lante se convirtió casi como en una constante la avidez por
recibir nuevos valores culturales de afuera, distintos de los
españoles.
Esto debió reflejarse en la vivienda y en las costumbres,
pero sólo en forma tardía, por la inercia tradicional, como se
verá en los capítulos siguientes.
Durante el régimen colonial español, la misma metr6-
poli estuvo sujeta a influencias foráneas. Todos los autores,
aun los más recalcitrantes, convienen en que en España no
se generaron estilos propios. Todo se trajo de fuera. Sin ha-
blar de los romanos y otros invasores antiguos, baste men-
cionar la arquitectura gótica; la influencia de los ~abes y
-ya obtenida la unidad de la nación española con los Reyes
Católicos- en su tiempo se verificó la llegada del Renaci-
miento, con la introducción de la imprenta y de influencias
artísticas de todo tipo. Este proceso fue haciéndose más inten-
so en los siglos siguientes, para culminar con la entrega total
en el xvm durante los Barbones, cuando se pensaba y se sen-
tía en francés en los altos círculos. Aunque el genio español in-
trodujo toques propios en todos los estilos recibidos, y las artes
populares preservaron sus características tradicionales, de to-
dos modos predominó la influencia extranjera.
En las colonias se seguía, aunque con una diferencia que
alguno ha calculado de un siglo (BusCHIAzzo, 1944, 66), la
orientación metropolitana. Esto trajo como consecuencia ( aho-
ra se dice así), un desfase cronológico y la pervivencia de
modos y estilos ya suplantados en la metrópoli.
La lentitud para construír edificios de gran magnitud
como catedrales, ayuntamientos, hospitales y otros, permitía
sustituciones y modificaciones, porque pocas veces el mismo
arquitecto o maestro de obra duraba al frente de los trabajos

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XXIV. ESTILOS DURANT.E E L PERÍODO COLONIAL 341

el tiempo suficiente para imprimir unidad conceptual a las


construcciones. Este proceso ha sido seguido en varias obras
por los especialistas en la historia de la arquitectura.
Los nuevos arquitectos que llegaban, querían a su vez
introducir modificaciones.
Por otra parte, fueron frecuentes las intromisiones de los
virreyes y altos funcionarios, en el sentido de que las obras se
sujetaran, no digamos a sus criterios, sino a sus caprichos.
De esto hay varios ejemplos. En la construcción de las mu-
rallas de Cartagena el virrey Villalonga pretendJa imponer
su propia opinión, sin tener en cuenta los dictámenes del
ingeniero Juan de Herrera y Sotomayor (MARcHENA FERNÁN-
DEZ, 1982, 218-219).

En Cuba ocurrió que el gobernador Diego de Mazariegos


(1556-1565), discrepó del ingeniero constructor de la forta-
leza de La Habana y obtuvo su relevo (WErs, 1980, 16-17).
A su vez el gobernador Juan de Tejada (1589-1594) que lle-
gó con el célebre ingeniero Bautista Antonelli, encargado de
dirigir la construcción de mejoras en la fortaleza, discrepó de
éste; historia que se repitió con el gobernador entrante Juan
Maldonado Barnuevo (1594-1602) (ibid., 18, 40).
Por supuesto que este proceso afectaba más a las obras
grandes, y poco a las casas populares, a las cuales la pobreza
de sus dueños las defendía de modificaciones.
Hay que añadir un rasgo español que es el poco apego a
la ortodoxia y a la rigidez cadavérica, aunque el fundador
de Jos propugnadores de esa consigna haya sido español. Esta
característica se heredó en América. En arquitectura tampoco
se hizo una imitación servil, sino lo que un autorizado espe-
cialista llama "informalidad en diseños y en teorías" (GuTIÉ-
RREZ, 1983, 345). Baste mencionar cómo, dentro de la aparente
uniformidad estilística impuesta por influencia española, se
han detectado variaciones no sólo "nacionales", sino provin-
ciales y locales.

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342 I:USTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En América del Sur no hubo iglesias-fortalezas como en


Méjico, y en lo que fue la Nueva Granada la influencia
mudéjar se manifest6 más fuerte y constante que en los demás
países, incluyendo los vecinos de la antigua capitanía general
de Venezuela y el reino de Quito.

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CUARTA PARTE

LA VIVIENDA
EN EL PERÍODO REPUBLICANO

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1

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CAPíTULO XXV

DESPLAZAMIENTOS DE POBLACIÓN
Y COLONIZACióN. NUEVAS FUNDACIONES

Los pródromos de la guerra de independencia y esta


misma no paralizaron del todo el establecimiento de nuevos
núcleos poblados. Algunos que estaban establecidos desde el
período colonial se revitalizaron.
El movimiento migratorio más importante del siglo XIX,
que se había iniciado poco antes de estallar la guerra magna
y no paró por esa causa, el de la colonización antioqueña,
empezó en 1808 en Abcjorral (PARSoNs, 1949, 69-95; ARBo-
LEDA, 1918, I, 36-40; 228; 1930, III, 50-51; 222), y no ha ter-
minado. Desde el punto de vista de la presente investigación,
este desplazamiento involucró un tipo de vivienda caracte-
rístico, asociado con el desarrollo del cultivo del café, en las
ciudades y pueblos fundados en los departamentos de Caldas,
Risaralda, Quindío, norte del Valle y occidente del Tolima.
De mucha mayor envergadura -aunque no necesaria-
mente se tradujeran en fundaciones de núcleos poblaciona-
les- fueron los movimientos de tropas que siguieron a la
declaración de independencia en 1810, y los que continuaron
produciéndose al disolverse la Gran Colombia, con motivo
de las guerras civiles en el resto del siglo xrx, tanto en Nueva
Granada, como en Venezuela, Ecuador y Panamá. El des-
plazamiento de conscriptos y "voluntarios" de una región a
otra, fue haciendo progresivamente menos agudas las dife-
rencias regionales y propiciando soluciones urbanísticas y de
vivienda más acusadamente nacionales.

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346 IUSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Uno de los movimientos masivos más importantes del


período republicano lo constituyó el aflujo de trabajadores
afro-antillanos, asiáticos y europeos al istmo de Panamá a par-
tir de 1850 cuando se dio principio a la construcción del
ferrocarril, seguida años después por los trabajos de la aper-
tura del canal. Se fundaron entonces las poblaciones de Colón
(1852) y Bocas del Toro, planificada en 1893 por el ingeniero
colombiano Abel Bravo con modelo reticular (ARIAs PEÑA et
al, op. cit., 312). El impacto en la vivienda ha sido grande
y duradero, hasta el punto de constituírse en algo caracterís-
tico y distinto de las modalidades arquitectónicas tradiciona-
les que siguen predominando en el resto de la faja ecuatorial
( GUTJ.ÉRREZ, 1984).
En Venezuela, desde el segundo cuarto del presente siglo,
la extracción de petróleo produjo el desplazamiento de po-
bladores de origen campesino.
No por la ejecución de obras públicas de gran enver-
gadura como las del istmo, sino por la extracción de recursos
naturales, se verificaron también desde mediados del si-
glo XIX desplazamientos de grupos pequeños pero dinámicos,
en busca de tagua, quina y caucho.
Otro movimiento migratorio, ya en el presente siglo, trajo
consecuencias similares, esto es, la fundación de nuevos nú-
cleos de población. Es el originado por la violencia política de
los años 1946 y siguientes, cuyos efectos todavía se sienten,
en cuanto muchos campesinos tuvieron que refugiarse en las
ciudades para defender sus vidas, ocasionando un nuevo fenó-
meno, el de las zonas marginales de miseria en las ciudades.
También data de entonces la colonización intensiva de - los
Llanos orientales y de otras áreas periféricas del país, cuya
ocupación en forma modesta había empezado en el siglo
anterior.

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CAPITULO XXVI

EVOLUCióN DE LA VIVIENDA
EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX.
NUEVAS TENDENCIAS Y ESTILOS.
POLICÍA URBANA

Es exagerada la afirmaci6n de que después de 1800, con


el advenimiento de las nuevas repúblicas americanas, hubo
adopci6n de cualesquiera influencias arquitect6nicas por la
nueva clase dirigente (M.ARTÍNEZ FroucHI, 1965, x; ARBELÁEZ
y SEBASTIÁN, 1967 (4), 230). No, por lo menos durante más
de medio siglo, y eso en obras grandes, pero no en la casa
familiar.
Es ilusorio pensar que el pronunciamiento de la inde-
pendencia en 1810 trajera automáticamente el cambio de las
estructuras socio-políticas predominantes. Al contrario, los es-
tudiosos de la realidad colombiana han sostenido que la con-
figuraci6n del Estado y las costumbres públicas y privadas
continuaron sin mayores cambios. Cost6 mucho esfuerzo a
gobernantes de mente amplia, como Mosquera y José Hilario
L6pez, hacer aprobar reformas primero y ponerlas en eje-
cuci6n después.
Dos de ellas, la desamortizaci6n de bienes de manos
muertas y la supresi6n del monopolio del tabaco, ambos here-
dados de la colonia, desencadenaron varios movimientos
renovadores en la sociedad colombiana. Con el ensanche del
cultivo del tabaco en Ambalema, se produjeron simultánea-
mente fen6menos conexos, como el principio de la coloniza-
ci6n de las tierras cálidas; el mayor consumo de carne, por la

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348 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

siembra de pastos artificiales; mejor sistema de vida y au~


mento de las comodidades. La vivienda cobró impulso, porque
se pudieron adquirir terrenos que estaban congelados en cape~
llanías y otras obras pías, comprar materiales, y la circulación
de moneda permitía la adquisición de otros servicios (CAMA-
CHO RoLDÁ.N, 1923, 119-121, 123).
No menos importante fue la manumisión de los esclavos,
porque muchos abandonaron las casas de sus antiguos señores
y se establecieron por su cuenta.
La construcción de la vivienda se sujeta por lo general a
cánones tradicionales. Es lo que más lentamente varía.
Corno prueba de que en el decenio 1820-1830, después de
la batalla de Boyacá, poco o nada cambió en las costumbres
tradicionales, se pueden citar observaciones de viajeros que
estuvieron en el país en esa época. Uno de ellos fue el quí-
mico y agrónomo francés de origen alsaciano Juan Bautista
Boussingault, quien permaneció cerca de diez años recorriendo
la Gran Colombia. En Caracas, todavía sin reponerse del te~
rremoto de 1812, no había nada de notable (BoussiNGAULT,
1985, II, 13-16). En Bogotá las casas de un piso, de adobe y
teja, eran de estilo "morisco". En la periferia vivían los indios
en ranchos de paja similares a los prehispánicos (ibid., III,
37~38; 52). Igual cosa ocurría en el pueblo de Chipaque (ibid.,
133). En el centro minero de Riosucio las casas eran de baba~
requc techadas de palma (ibid., IV, 34). La casa del señor de
La Rochc en Cartago era de un solo piso, con adobe y teja
y piezas muy amplias (ibid., Ili, 83). En Nóvita las casas
eran de guadua con techos de paja (ibid., 119). Los ranchos
de los indios chamíes de Chamí eran del tipo circular con
una puerta pequeña y un agujero en el techo para desfogue
del humo (ibid., 141). Habían precedido a Boussingault en
t823 el viajero francés Teodoro Mollicn, quien ha dejado una
visión bastante fiel de la realidad, cuando no había termi~
nado la guerra magna (MoLLIEN, 1944) y el coronel inglés
Cochrane, que viajó en 1823-1824 (CocHRAm, 1825).
Otro viajero que recorrió parte de la Nueva Granada en
1824 fue el coronel Hamilton, que venía con el propósito de

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XXVI. LA VIVIENDA EN LA SECUNDA MITAD DEL :HCLO XIX 349

representar a su naci6n -la Gran Bretaña - y establecer


relaciones con el primer gobierno republicano. El Espinal
estaba en vías de reconstrucci6n por haber sido quemado por
los españoles en 1816 (HAMILTON, 1955, 1, 154) . En Cartago
el carpintero usaba clavos de madera de granadillo (ibid., II,
103). Las casas del Valle del Cau ca eran de aspecto decoro-
so y c6modo. Las de Buga eran de un solo piso (ibid., II,
71-72; 87).
El ge6grafo venezolano Montenegro en su tratado publi-
cado entre 1833-1837, dice de Bogotá: "Los edificios son de
adobes; bajos o de un solo alto por temor a los temblores que
se experimentan; cubiertos de teja y blanqueados externa-
mente, de mala arquitectura por lo común, y gran parte con
puertas y ventanas muy pequeñas, y estas con rejas de ma-
dera, lo cual se va corrigiendo por haberse introducido el
buen gusto ( ?) para edificar y también para el mueblaje
de la casa, que antes era muy sencillo" (MoNTENEGRo: VER-
CARA y VELASCO, 1974, III, 1136).
De la década 1850-1860, justamente cuando se produje-
ron las reformas de más profundo efecto, como la manumi-
si6n de esclavos, hay igualmente testimonios fidedignos
(RJvAS, 1899, 161-162).
El más importante, por abarcar todo el sector oriental y
más poblado en esa época, es el de Manuel Ancízar. En Ubaté
hall6 casas feas y toscas, sin las mmimas comodidades para
el alojamiento de huéspedes (1956, 26, 27-29). Las del cant6n
de Vélez eran bajas de techo, ventanas reducidas a 1 metro de
altura y pavimento esterado (ibid., 117-118). En Zapatoca,
en la casa donde se aloj6, la sala daba a la calle (ibid.,
162). En Charalá las casas eran bajas y húmedas (ibid., 188).
En general, poblaciones mal situadas vivían extenuadas y lla-
madas a perecer (ibid., 166).
En 1854 recorri6 el país en varios sentidos el botánico
estadunidense Isaac Holton. Describe la casa en que vivi6 en
Bogotá y presenta el plano (HoLTON, 1857, 138-140). Con-
signa que de Fusagasugá a !bagué casi todas las casas que
vio tenían piso de tierra (ibid., 324). En la hacienda de los

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350 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Cua clau•trada.
Fig. 15. Plano de la casa que habit6 en Bogotá en 1854 d
botánico estadunidense Isaac Holton (Holton, 1981, pág. 145).
l. Zaguán 1O y 11. Piezas del dueño
n. Corredor 12. Corredor al segundo patio
3. Sala xm. Corredor de atrás
4. Dormitorio 14. Estudio
5. Tienda 15. Despensa
6. Comedor 16. Cocina
7. Pieza del servicio 17. Corredor al tercer piso
8. Piez:t de huéspedes xvm. Cobertizo para los caballos.
9. Dormitorio de los dueños
Pereira Gamba en Tolima había piso de cemento, como una
excepción, pues los de tierra no pueden tenerse limpios (ibid.,
340). Vio hacer una casa de tapia en Cartago (ibid., 375).
No h abía entonces casas enclaustradas entre Cartago y
Tuluá (ibid., 458). Las paredes por lo general eran de baha-
reque y barro (ibid., 464). La casa de Mr. Byrne, un escocés
que vivía cerca de Cerrito, estaba pintada, cosa extraordina-
ria (ibid., 512). [Fig. 15].
A mediados del siglo xrx, el economista Camacho Rol-
dán registra que por el aumento del precio de la propiedad
raíz (y esto es consecuencia del incremento en la población),
se empezaron a construír casas más lujosas que las tradiciona-
les y hubo también una tendencia paralela de cambio en los
vestidos (CAMACHO RoLDÁN, 1893, II, 349, 358-359). En sus
memorias de la época, este mismo autor indica cuatro causas
para el incremento de las construcciones: aumento de la po-

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X>..'Vl. LA VIVIENDA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX 351

blación; evolución natural del gusto; reducción de censos y


desamortización de manos muertas, que puso predios en cir-
culación; existencia de papel moneda y temor de devaluación
(CAMACHO RoLD.~N, 1923, 123). Describe el diseño y las carac-
terísticas de las casas comunes en Bogotá (ibid., 123-124). Da
los precios de los materiales de construcción (ibid., 124). In-
siste en que la redención de censos ante el tesoro nacional
desencadenó mejoras en la construcción ( ibid., 242-244).
En 1853 se registró el aumento de salarios, propiedades
y víveres (cifras) (A.ru3oLEDA, 1930, III, 365). También au-
mentaron el comercio y las exportaciones por Buenaventura
(ibid., 438).
En 1858, el escritor Juan de Dios Restrepo consignaba
que durante los cuatro años y medio anteriores, se venían
experimentando modificaciones en la construcción y en otras
actividades en Bogotá, como consecuencia de influencias exte-
riores en el gusto. No da descripciones; se limita a indicar
que la vieja costumbre de ocultar bajo fachadas modestas vi-
viendas llenas de lujos en el interior, iba dando paso a fron-
tispicios elegantes. "Todos los días se edifican, se compran y
se venden casas que valen 20, 25 y 30 mil pesos; se ha pro-
longado la calle real". Habla del comercio activo y del lujo
en el mobiliario (KASTos, 1972, 285-286).
En 1856 construcciones más ligeras empiezan a reempla-
zar a las coloniales en Bogotá; pero aumentan los incendios
(A.ru3oLEDA, 1933, IV, 508). Las primeras casas modernas de
la capital fueron las de Juan Manuel y Manuel Antonio
Arrubla (CAMACHO RoLo,\N, 1923, 92).
Para Antioquia y el Valle, de 1882 queda el testimonio
del viajero alemán Schenck, quien se admiró del uso exten-
sivo de la guadua en las viviendas caucanas. En Cartago esta-
ban vacías muchas casas del tiempo colonial y deterioradas
como la que habitó, con el techo caído y llena de murciélagos
(ScHENCK, 1953, 51). No fue mejor su impresión sobre Cali
(ibid., 56-57). lbagué en cambio se distinguía por sus casas
limpias y sus calles y plazas bien cuidadas (ibid., 62). Más
o menos de la misma época es la observación del viajero ar-

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352 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

gentino Miguel Cané) uno de los más benignos con la situa-


ci6n de los países de la antigua Gran Colombia. La cortesía
del huésped bien recibido no le impidi6 consignar que las
construcciones en Caracas eran precarias) especialmente a
causa de los temblores (CANÉ, 1907, 14, 18); que Barranquilla,
en ese tiempo de unos 20.000 habitantes, por la mayor parte
tenía casas de paja, "de lo que en la tierra llamamos ranchos"
(ibid., 42-43); Bogotá tenía calles estrechas con pavimento
de piedra sin pulir; era eminentemente sucia por los caños
que a veces se represaban; casas bajas de puertas enormes;
de feo aspecto aunque en su interior bien amobladas, aun
con lujo; hoteles deplorables (ibid., 138-140, 159, 173). No
había como en Caracas paseos amplios, y toda la vida social
colectiva se desarrollaba en el altozano (ibid., 143, 150-153).
La poblaci6n aumentaba sin que la edificaci6n progresara en
proporci6n. La gente pobre vivía en casas miserables (ibid.,
144) . Se salvaban algunas iglesias (ibid., 145-147). El capito-
lio, empezado hacía 10 años, se creía que no se concluiría
jamás (ibid., 147-148).
Otra localidad colombiana de entonces, Col6n en el ist-
mo, era hacinamiento de casas sin orden ni plan, de costum-
bres repulsivas (ibid., 282).
En Antioquia por esta época las casas eran de construc-
ci6n mezquina, "escuetas en su mayor parte", pajizas y de
dimensiones reducidas (URIBE ÁNGEL, 1885, 516).
A finales del siglo XIX el ge6grafo Vergara y V elasco
recorri6 el país de un extremo a otro y consigna datos sobre
la vivienda. En el Magdalena central continuaban siendo
"chozas de los escasos habitantes, formadas invariablemente
de postes, guadua y paja, sin puertas ni ventanas, sin más
ajuar que tres piedras, que sirven para poner la olla al fuego,
algunas hamacas y anzuelos, una cerbatana, una escopeta y
la indispensable canoa para surcar el río" (VERcARA Y VELAS-
co, 1974, II, 571). En Leiva había casas de teja mal construí-
das (ibid., 690). Da una visi6n de la fisonomía y viviendas
de Bogotá: "ya casi del todo ha perdido el aspecto mozárabe,
monástico y medioeval que la distinguía cuando era la tran-

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XXVI. LA VIVIENDA EN LA SECUNDA MITAD DEL SIGLO XIX 353

quila Corte de los Virreyes, y aún no ha adquirido fisonomía


característica dentro del giro de los tiempos modernos. Toda-
vía las casas son sendas viviendas de una sola familia, con
patios, jardines melancólicos y aun sombríos, rodeados de
habitaciones y con huertas al respaldo; todavía una buena
parte de la gente pobre vive amontonada en tiendas, que
principalmente son los bajos delanteros de las casa altas, focos
de inmundicia una vez que se las dejó subsistir después de
suprimir los arroyos de las calles convertidos en sui generis
alcantarillas. En ella contrastan lo antiguo y lo moderno; las
huellas de antaño y los preludios de ogaño; las calles anchas
y rectas y las callejuelas y vericuetos; el lujo y la mugre; el
aseo de unos lugares y los muladares que rodean el lugar y
casi lo atraviesan por las orillas de los cauces de los ríos que
lo cruzaron en otros tiempos; de suerte que como no ha al-
canzado y definido su mayor edad, su aspecto es prosaico y
común ( ... ). Al Sur, Occidente y Norte ese centro está ro-
deado por la parte más prosaica de la ciudad, con la única
diferencia de que al Sur predominan las construcciones anti-
guas; al W, los edificios en lo general son modernos, y el
comercio y el tráfico se dejan sentir de un modo creciente,
debido a las estaciones de ferrocarril y al Norte prevalece un
término medio, una especie de barrio de rentistas, animado
por la concurrencia, que por sus arterias centrales pasa a los
Cementerios, al Parque de San Diego o a Chapinero; entre
estos dos lugares hay una verdadera avenida de hermosas
quintas. Al contrario, al Oriente, es decir, en la parte alta,
donde predominan las callejuelas y encrucijadas, se encuen-
tran mezcladas las casas antiguas y modernas, y por último
termina en centenares de viviendas de pobres u obreros, ya
sueltas, ya reunidas en grupos; ora aseadas, ora inmundas,
pero formando vericuetos cuya existencia ni aun sospecha la
gente de las otras partes: tan poca es la movilidad de los
bogotanos, o tan dominante en ellos el hábito de no recorrer
sino unos mismos lugares" (ibid., 730-731; SAMPER, 1925,
1, 148-149).

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354 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERlAL

Edificios públicos.
Característica diferencial de la República respecto a la
Colonia, es el predominio de la arquitectura civil respecto a
la religiosa y a la militar, estas últimas más cultivadas du-
rante la dominación española. Constituídas las nuevas repú-
blicas, hubo afán de afirmar la nacionalidad con monumen-
tos que definieran la identidad cultural y política ante las
demás naciones.
El arquitecto Thomas Reed de la isla de Santa Cruz en
las Antillas menores llegó a Bogotá en 1845, habiendo mar-
chado a Quito unos 10 años después (CAMACHO RoLDÁN, 1923,
92). En 1846 el congreso autorizó la construcción de un edi-
ficio nacional y contrató a Reed para que hiciera los planos.
Estos quedaron terminados en 1847, y la construcción se ini-
ció el mismo año por el arquitecto Juan Manuel Arrubla,
quien ya había demostrado su idoneidad en obras como el
palacio de San Carlos (ARBoLEDA, 1919, II, 252-253; 330-331).
Los trabajos de cimientos y techo del llamado después capito-
lio, se terminaron en 1851 (ibid., 331). La obra se paralizó
entonces para ser reanudada veinte años más tarde ( GuTIÉ-
RREz, 1983, 376).
Es digno de advertirse que Reed dictó en Bogotá en 1847
un curso de arquitectura (RESTREPo, J. M., 1963, II, 63-64).
Reed presentó el 22 de octubre de 1851 los planos de una
penitenciaría (ARBoLEDA, 1930, III, 216), y en 1853 construyó
el edificio de la Sociedad Filarmónica ( ibid., 366). El mismo
arquitecto construyó el Banco de Bogotá y los puentes de
Apulo (GuTIÉRREz, op. cit., 376).
En 1856 Arrubla construyó la primera plaza de mercado
de Bogotá (ARBoLEDA, 1933, IV, 508).

Posadas y hoteles.
Por estar relacionado este asunto con los transportes y
comunicaciones, se tratará en el volumen 111 de esta historia
de la cultura material.

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XXVl. LA VlVlENDA F.N LA SEGUNDA 1\ilTAD DEL SIGLO XlX 355

Ct:mentt:rios.
La Iglesia no se resignó del todo a perder esta zona de
influencia. El cura rector de la catedral de Popayán Mariano
de Grijalba se opuso al naturalista Tomás Antonio de Qui-
jano, quien conceptuaba contra la idea de situar el cementerio
en la parte baja de la población; el criterio del religioso
predominó, con deplorables consecuencias para la salud pú-
blica, hasta 1847 en que se dio al servicio un nuevo cementerio
hecho con criterio más racional (0LA1'-IO, 1910, 149-150, citan-
do a Antonio Valencia: Informe relativo al cementerio, 1895) .
En 1823 había pocas ciudades con cementerios en la Nue-
va Granada; los entierros se hacían en las iglesias (MoLLlEN,
1944, 355). En dicho año se construyó en el sector de Manga
en Cartagena un nuevo cementerio fuera del perímetro ur-
bano colonial (LEMAITRE, 1983, IV, 30). En 1835 por disposi-
ción oficial se cedió una fanegada en las tierras comunales
de cada distrito, para cementerios civiles de extranjeros no
católicos (REsTREPo, J. M., 1952, I, 76).
La secularización de cementerios tuvo altibajos durante
el período republicano. El cementerio público laico se impuso
en 1837 (ARBOLEDA, 1918, J, 305).
Los cementerios en Venezuela hacia mediados del si-
glo XIX, con excepción del de Maracaibo, eran de cercas de
palo a pique, más o menos organizados para impedir la en-
trada de animales (IRIBARREN, 1960, 103).
Sólo en los últimos años se han empezado a construír los
"jardines del recuerdo" e instalaciones con nombres igual-
mente dcspistadores, organizadas sobre la base de inversiones
en tierras por entidades comerciales, y que han impuesto "un
nuevo modo de morir" (CAsTILLO, 1977, 42).

Alumbrado público.
En 1844 monseñor Savo, encargado de negocios pontifi-
cios ante el gobierno colombiano, introdujo a Bogotá el siste-

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356 HISTORIA DE L.\ CULTURA M.AT.ERIAL

ma de reverbero para el alumbrado público, en reemplazo de


los faroles con vela de sebo (ARBOLEDA, 1919, II, 193). En
noviembre de 1848 se inició el alumbrado con faroles de pe-
tróleo, en vez de velas de sebo (ibid., 402).
Hacia junio de 1852 quedó establecido, después de varios
ensayos, el alumbrado de gas en las calles centrales de Bo-
gotá (ARBoLEDA, 1930, III, 349). Pero todavía en 1855 el siste-
ma de reverberos no había desaparecido del todo (ibid.,
1933, IV, 248).
La iluminación eléctrica dio tímidos pasos en varias ciu-
dades en el primer cuarto del siglo xx. En 1906 había una
pequeña planta eléctrica de la curia en Pasto (MARTÍmz
DELGADo, 1970, X, 1 : 444). Con motivo del Concurso Agrícola
e Industrial celebrado en Bogotá en 1907, se inauguró la ilu-
minación eléctrica de la A venida de la República en un kiló-
metro de extensión, y la "iluminación veneciana" de la Ave-
nida de Colón (VESGA Y AvrLA, 1907, 14-16; 16-17).

R~creaci6n pública.
En 1841 el gobernador de Bogotá coronel Alfonso Ace-
vedo, arregló con maleantes y presos, las arboledas de La
Capuchina y San Victorino, convirtiéndolas en paseos (AR-
BOLEDA, 1919, Il, 52).
En cuanto a espectáculos públicos y juegos, en 1847 em-
pezaron -siempre en Bogotá, ciudad que daba la tónica en
todo el país- las carreras de caballos al estilo inglés, con
animales árabes importados por Enrique París (ARBOLEDA,
vol. cit., 337).
La tradicional afición a las riñas de gallos, heredada de
la Colonia, tuvo un estímulo cuando el 1"' de febrero de 1852
se inauguró en la capital una buena gallera (ARBoLEDA, 1930,
111, 349). No obstante en 1859 la Plaza de la Concepción se
utilizaba como circo de gallos (ibid., 1935, V, 539).
Todo lo relativo a juegos, deportes, diversiones y fiestas,
es motivo de una obra especial en preparación.

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XXVI. LA VIVIENDA EN LA SECUNDA MITAD DEL SICLO XIX 357

Teatros y otros espectáculos.


Lo relativo a este tema en Colombia lo puede hallar el
interesado en una obra especializada (W ATSON y REYEs, 1978).
Hacia mediados del siglo xrx había en Georgetown, Gua-
yana Inglesa, un teatro construído en 1828 y otro posterior;
ambos eran poco frecuentados. Existía también hip6dromo,
pero s6lo había una temporada a mediados del año. En una
carrera asistieron como espectadores entre 10 y 12.000 negros.
Las peleas de gallos estaban prohibidas (ScHOMBURGK, 1922,
I, 31, 49-50).

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CAPíTULO XXVII

VIVIENDA Y URBANISMO EN EL SIGLO XX

A) NUEVOS MATERIALES: CEMENTO, HIERRO, ZINC.


ADIESTRAMIENTO DE PERSONAL.

Durante el primer cuarto del siglo xx, los países ameri-


canos a los cuales se concreta la presente investigación, con-
tinuaron más o menos en el mismo estado del siglo anterior,
caracterizado por las guerras civiles y la destrucción que ella
trae consigo. En varios empezaron a ejecutarse tímidamente
reformas tanto administrativas como económicas.
Algunos acontecimientos, independientemente de su con-
texto neocolonialista, merecen destacarse: la terminación y
puesta en servicio del canal de Panamá (15 de agosto de
1914); la construcción de los 464.2 kilómetros de ferrocarril
Guayaquil-Quito por Eloy Alfaro (1908), y la explotación
intensiva del petróleo en Venezuela (1909-1920). Dichos fenó-
menos actuaron como estimulantes de la economía y del sis-
tema de vida de las naciones involucradas o de las vecinas.
Con la apertura del canal, el valle del Cauca y todo el
occidente colombiano, cambiaron su economía pastoril por
una agricultura mecanizada; se dio gran impulso a los trans-
portes, con la terminación del ferrocarril del Pacífico, iniciado
desde mediados del siglo XIX y que llegó a Cali en 1915. Al
mismo tiempo, con el producto de las indemnizaciones paga-
das a Colombia por los Estados Unidos para compensar la
usurpación de Panamá, se iniciaron por lo menos algunas
obras, ya con carácter nacional y no puramente regional o

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XXVII, VIV IENDA Y URBANISMO EN .EL SIGLO XX 359

local. No menos importante para las economías de los demás


países costeros del Pacífico, resultó la puesta en servicio del
canal panameño.
En Venezuela, si no desde el punto de vista político por
la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, sí por el del pro--
greso material, el país se benefició con algunas obras públicas.

Cemento.
En ambos países, y desde luego en Panamá por su mayor
accesibilidad, se empezó a usar el cemento, material relativa-
mente nuevo entonces, que había sido una curiosidad en la
segunda mitad del siglo XIX. Ya se mencionó el dato de que
como cosa novedosa, el piso de la casa de los hermanos Perei-
ra Gamba en !bagué, estaba hecho de cemento en 1854 (RoL-
TON, 1857, 340). Pero con el gobierno de Rafael Reyes se
intensificó el uso de ese material y se pudieron construír edi-
ficios de tres pisos (MELO: JARAMILLO Acuo:uo, 1976, 637).
La primera fábrica se estableció en 1909 (OsPINA VÁsQtmz,
1955, 344; CASTILLO, 1977, 21). El muelle de Buenaventura se
hizo con cemento Portland importado.
La primera fábrica de cemento de Bogotá de los señores
Samper Brush en 1.909 utilizó cal de La Calera (PARDo P.,
1972, 487-488). En 1937 se estableció la fábrica de cementos
de Nare y ocho años después la de Montebello, en Antioquia
(PoVEDA RAMos, 1984, 158).
En Venezuela se empezó a usar el cemento armado en
1912 para la construcción del Archivo General de la Nación
(ARciLA PARÍAs, 1961, I, 75-76), y en 1911-1912 en las obras
civiles de la carretera La Guayra-Caracas (ibid., II, 51), aun-
que desde 1880 se hubiera utilizado en la reparación de ande-
nes en la capital (ibid., 459, 302).
En cuanto al Ecuador, la fábrica de cemento de San
Eduardo se inauguró el 12 de julio de 1923 (RoLANDO, 1930,
159). El 15 de agosto de 1929 se empezaron a producir tubos
de cemento en la fábrica de White en Guayaquil (ibid., 176).

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360 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Vidrio.
Para mediados del siglo XIX s6lo se usaba el vidrio en
casa de los ricos bogotanos, siendo desconocido en el resto de
la Nueva Granada (HoLTON, 1857, 140). Como cosa digna
de destacarse por un viaje:o europeo en 1825 se menciona que
en Rionegro las ventanas tenían vidrios y se dormía en verda-
deras camas (BousstNGAULT, 1985, IV, 52).
Aunque desde 1837 funcionaba una fábrica de vidrio en
Bogotá, pronto suspencli6 operaciones, por dificultades dima-
nantes de la falta de algunas materias primas, como potasa y
minio (ARBoLEDA, 1918, I, 224-225). A fines del XIX empez6
una modesta industria del vidrio en Antioquia (OsPINA V Ás-
QUEZ, 1955, 312, 314).

Loza sanitaria.
Esta loza que reernplaz6 al azulejo colonial, se empe-
z6 a producir en Colombia en el presente siglo. La raz6n
es que s6lo a principios de él se produjeron modelos de insta-
laciones sanitarias eficientes (bañeras, inodoros, etc.) que
reemplazaron las piezas metálicas esmaltadas que se empeza-
ron a usar desde fines del xrx.

Alfar~rla y c~rámica arquitcct6rJicas.


Otras mejoras, modestas desde luego, se han registrado.
Hamburguer y Batís trajeron en 1858 a Barranquilla una fá-
brlc.a de ladrillos que aprovechaba la fuerza del aserrío que
esa firma operaba (ARBOLEDA, 1935, V, 360). La di6cesis de
Pasto había montado desde la última década del siglo XIX,
un equipo importado para hacer ladrillos (HERRERA L., 1893,
42). Carlos Coriolano Amador hacia 1890 mont6 la primera
gran ladrillera de Mcdellin (PoVEDA RAMOS, op. cit., 116).
Durante toda la época colonial y gran parte de la repu-
blicana, los hornos para ladrillo y teja eran deficitarios, por
usar leña o chamizas corno combustible, lo que no permitía
obtener temperaturas de más de 6009C. En 1906 el súbdito

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XXVII. VIVIENDA Y URBANISMO EN BL SIGLO XX 361

inglés Plantagenet Moore establecido en Bogotá, construyó


hornos de llama invertida con carbón mineral en polvo, ob-
teniendo ladrillos bien cocidos. En ese año se hizo en Bogotá
el primer pavimento de ladrillo vitrificado (calle 12 entre
carreras 7' y 8') (PARDo P., 1972, 487, 483-490).

Tejas metálicas.
La importación de láminas de zinc para techos parece
haber empezado en los países del Caribe, por influencia del
estilo arquitectónico, también nuevo, de las compañías bana-
neras, así como el uso del anjeo para corredores, puertas y
ventanas como defensa contra los mosquitos (TERMER, 1935,
408). Un tipo similar fue impuesto por las tropas estadouni-
denses estacionadas en la zona del canal de Panamá (ibid.,
401). Otro autor atribuye la casa de madera con techo de zinc,
de uno o dos pisos, a antillanos franceses venidos en el si-
glo XIX a la construcción del canal (RuBIO, 1950, 127). De
todos modos, fue durante la construcción del ferrocarril
transístmico primero y después al iniciarse los trabajos del ca-
nal, cuando estos materiales, tejas metálicas corrugadas y
malla de alambre contra mosquitos, se empezaron a genera-
lizar (ARIAS PEÑA et al, 1981, 302; 317, 333; Gun:ÉRREz, 1984,
203-204; 124, etc).
En otras partes, como en Argentina, el uso del zinc duró
medio siglo. Venía como lastre en los barcos que regresaban
al Plata de llevar carne y trigo a Europa (SACRISTE, 1968, 82).

Hierro.
Desde principios del período republicano se dieron con-
cesiones para la explotación del hierro. Jacabo Wiesner había
descubierto desde 1823 mineral de hierro en Pacho, Cundina-
marca y en 1837 el Congreso autorizó establecer allí un alto
horno (ARBoLEDA, 1918, I, 226-227). Los hornos de Pacho fue-
ron completados en 1836 (ibid., 286). La factoría empezó a
producir en 1838 (ibid., 336). En 1854 funcionaban allí unas fe-
rrerías manejadas por extranjeros (ARBoLEDA, 1933, IV, 134).

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362 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En 1856 la Constituyente antioqueña aprob6 una concesi6n de


veinte años para establecer la Ferrería de Amagá (ibid., 477).
La de Samaná empez6 a ser realidad en ese mismo año bajo
los extranjeros Perry y Brus (sic) (ibid., 509).
El hierro se sigui6 importando, porque las tentativas de
la ferrería de Pacho (OsPINA VÁsQUEZ, 1955, 124, 163, 229-
230, 270-275; 316-317; 395) no tuvieron sino una influencia
local y poca durací6n. Ni siquiera la fundaci6n de las acerías
Paz del Río y las otras siderúrgicas posteriores han abaratado
este material, que cada vez se vuelve más imprescindible.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se produjo la
marea antioqueña en el occidente colombiano, que culmin6
a principios del xx con las fundaciones de Sevilla, Caicedonia,
Darién, Trujillo, Versalles, El Cairo, etc. El tipo de construc-
ci6n del colono cafetero es altamente mestizado. Us6 de pre-
ferencia y a veces exclusivamente la guadua como material,
tradicional desde la época prehispánica como se ha visto; pero
ech6 mano de elementos de influencia foránea, como los teja-
maniles de madera, y aun la lámina de hierro corrugado o
de zinc, debido en parte por la facilidad de transportarla en
recuas por los empinados y barrosos caminos característicos
de la zona cafetera (MosQUERA ToRREs Y APRILE, 1978; GAR-
CÍA MoRENO, 1982). La teja de zinc quizá fue adoptada por
influencia de los campamentos mineros de compañías extran-
jeras en Antioquia.
El fibro-cemento es material que s6lo empez6 a produ-
cirse en cantidades comerciales que permitieron su uso eco-
n6mico, desde mediados del siglo, con asbesto hallado en el
municipio antioqueño de Campamento, cerca a Yarumal
(PoVEoA RAMos, op. cit., 164-165).
Se ha mejorado el panorama de la baldosería y la azule-
jería, en relaci6n con períodos anteriores.
El ladrillo hueco inventado por el francés M. Borie, pa-
rece se empez6 a fabricar en Francia poco antes de 1880
(CHABAT, 1881, 116-117). Los ladrillos o tubos circulares para
usar como conductos, llamados de Gourlier por su inventor,
son también de origen francés (ibid., 118).

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XXVU. VJ:VfENl)A Y URBANISMO .EN EL SIGLO XX 363

Para fines del siglo XIX había en Bogotá una trituradora


de piedras movida al vapor, y una aplanadora (SAMP.ER,
1925, I, 155).

En cuanto al aspecto técnico, la falta de una tradición
cultural propia, lo suficientemente sólida y anclada en el al-
ma popular, ha hecho que se adopten desvaríos, recogiendo
cuanta tendencia nueva aparecía en Europa o en los Esta-
dos Unidos.
Sólo desde 1936 hay una Escuela o Facultad de Arqui-
tectura (.ARANco y MARTÍNEZ, 1972, 30-32), de manera que las
construcciones eran diseñadas y dirigidas por ingenieros, lo
que desde luego no es un demérito.
Hacia 1900 Otto W agner inició en Alemania el movi-
miento de la arquitectura moderna, reacción contra el pre-
dominio francés que se había mantenido hasta fines del si-
glo XIx; esta reacción es aceptada en la misma Francia,
consagrándose en la Exposición de Artes Decorativas de París
de 1925 (DE LoRENZI, 1940, 112-114).
En el siglo actual han surgido movimientos arquitectó-
nicos que en cierto modo constituyen un esfuerzo por inde-
pendizarse de la influencia foránea, sin lograrlo del todo. A
partir de 1915 en la Argentina el nórdico Alejandro Christo-
phersen fue el primero; Lucio Costa en el Brasil poco después
hizo otro tanto, aunque aceptando la recomendación de Le
Corbusier de utilizar los quiebra-soles para dosificar la en-
trada de la luz tropical y el retomo al uso del azulejo de
origen portugués que se había desechado; en Méjico a partir
de 1950 se inició el retorno a lo precolombino (BuLLRicH,
1969, 15). Hacia 1920 apareció, importado, el modernismo
racionalista, que no fue acogido ni por el pueblo ni por las
clases dirigentes (ibid., 16-17).
Conviene consignar que los avances tecnológicos e indus-
triales en lo que respecta a nuevos materiales en Bogotá, no
necesariamente deben generalizarse a toda Colombia. Es co-

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364 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

nocida la influencia centrípeta de Bogotá, que fue una de las


causas de la disolución de la Gran Colombia, por la queja
de los venezolanos sobre el monopolio que la "ciudad sagra-
da" ejercía sobre los negocios públicos de una región tan
vasta. El mismo rezago de Bogotá respecto de las influencias
europeas y norteamericanas, tenían las provincias en relaci6n
con la capital. Ni las costas se salvan de esta constante.
Así parece haber ocurrido también con Caracas, en Ve-
nezuela, a lo cual debió contribuír - pese a su limitada
influencia- el hecho de que la más importante coloniza-
ción, la alemana y suiza de la Colonia Tovar, estaba situada
cerca de la capital. Esto solo cambió con los desarrollos de la
zona metalífera del Orinoco ya en este siglo.
En cambio, en Ecuador la situación en este particular
estuvo compartida entre Guayaquil y Quito; pero el resto del
país no derivó ventajas del avance tecnológico en esas dos
ciudades.
En síntesis, el progreso de las construcciones arquitectó-
nicas en el área de este estudio, no fue parejo sino restringido
a las capitales, y sólo con mucha lentitud ha llegado a sec-
tores alejados.

Adi~stramiento.

Varias tentativas fallidas de adiestrar personal en oficios


manuales se han realizado. La más importante quizá de prin-
cipios del siglo fue la Escuela de Bellas Artes que dirigió
Andrés Santamaría en Bogotá de 1904 a 1911 y que incluía
cerámica, talla de madera y piedra, geometría, etc. Parece que
no dejó huella (BARNEY CABRERA, 1980, 96).
Más perdurable y de proyecciones nacionales ha sido la
actividad del Servicio Nacional de Aprendizaje Sena, des-
pués de 1957.
Algunas entidades educativas (Cuerpos de Paz, órdenes
religiosas varias, programas extranjeros de ayuda a países sub-
desarrollados, etc.) adelantan labor en este sentido, aunque sea
con carácter coyuntural.

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XXVII. VNJJ!.NDA Y URBANISMO EN EL SICLO XX 365

B) AGLOMERACIONES URBANAS. COEXISTENCIA DE ESTILOS


COLONIALES Y ESTILOS FUTURIST AS.

Fenómeno socio-económico de relevancia en lo que va


corrido del siglo xx, es el cambio radical y al parecer irrever-
sible de la distribución de la población, de eminentemente
rural hasta mediados de este siglo, a predominantemente ur-
bana en las últimas décadas. Calculan los demógrafos que en
la actualidad (8' década del siglo) la proporción de la pobla-
ción rural respecto de la urbana en Colombia es de 38.18
contra el 61.8 %, según proyecciones del censo de 1973. La
tendencia es que ese movimiento de la población rural hacia
las ciudades se incremente, pese a los progresos en la electri-
ficación rural, caminos vecinales y otras facilidades.
La mayor parte de esa población desplazada, se localiza
en las áreas periféricas de las grandes ciudades, protagoni-
zando con frecuencia invasiones y ocupaciones de hecho de
tierras no aptas para la urbanización (caso Aguablanca
de Cali), lo que encarece la solución de servicios de infraes-
tructura (acueductos, alcantarillados, etc.). Son las famosas
aglomeraciones o cinturones de miseria.
Gran parte de los componentes de tales migraciones ma-
sivas carecen de preparación para artes u oficios, por lo cual
engrosan el número de desocupados, o se limitan a competir
en labores no calificadas en la construcción.
Se continúa manteniendo la división entre casas de la
gente adinerada, que puede pagar planos de arquitectos o
ingenieros acreditados y construye viviendas presuntuosas, de
estilos copiados de fuera; y la de la gente pobre, más con-
servadora en el uso de materiales y en la adopción de estilos.
Las áreas urbanas se van convirtiendo en mosaicos o col-
chas de retazos estilísticos, en ocasiones totalmente divorcia-
dos del ambiente.
Sin embargo, la historia de la vivienda en el siglo xx sólo
puede hacerse a grandes rasgos, porque falta la perspectiva
necesaria para hacer un enjuiciameinto objetivo e imparcial.

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366 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAl.

Un excelente resumen se debe a los arquitectos Fonseca y Sal-


darriaga (CASTILLO, 1977, 11-45).
En la actualidad parecen haberse estabilizado en Colom-
bia cinco tipos regionales de vivienda popular: el de las lla-
nuras caribeñas; el de la costa del Pacífico incluyendo el
Chocó; el de la región andina; el de los llanos del Orinoco;
el de la selva amazónica, inducidos por las condiciones cli-
máticas predominantes (FoNSECA y SALDARRIAGA, 1980, 15).
En Venezuela se han estudiado los orígenes y la evolu-
ción de la vivienda en forma comprensiva (VILA et a/ii, 1965,
II, 532-547).
En Panamá asimismo se han delineado siete tipos regio-
nales de vivienda (A.RtAs PEÑA et al, op. cit., 42; 47-64; 65-79;
80-94; 95-120; 121-145; 147-182; 183-220; 221-244; 245-318).
Un buen tratamiento sobre la vivienda en el litoral ecua-
toriano se puede consultar en NuRNBERG et al, 1982.

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LIBRO SEGUNDO

MENA J E

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CAPíTULO XXVIII

TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO DEL AJUAR

TERMINOLOGIA:

El conjunto de los objetos transportables para uso fami-


liar, recibe en español los siguientes nombres:
A¡uAR, de origen árabe. En ciertos períodos se aplic6 sola-
mente a los objetos que constituían la dote de una mujer al
casarse; pero después se extendi6 sin distinci6n a todo el equi-
po casero.
ATALAJE, se ha empleado desde el siglo XIX. Ha sido de
poco recibo en América.
BELEZ, BELEZO, quizá de origen árabe, para "vasija" y
luego aplicado a todo el conjunto casero, ha sido poco usado
en España y nada en América.
MENAJE, de origen francés, se ha impuesto, al mismo tí-
tulo que otras palabras con terminaci6n similar.
MoBIUARIO o MoBLAJE es el conjunto de muebles. Un
poco ambiguo o limitativo, pues no incluye los objetos
que, como ropas y enseres, también forman parte del avío
doméstico.

CONCEPTO DEL AJUAR:

Los testimonios arqueol6gicos de todas las latitudes de-


muestran que el hombre desde el inicio de su evoluci6n como
especie, cre6 objetos que ]e facilitaran ]a vida hogareña y la

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370 HlSTORIA DE LA CULTURA l>iATE.RJAL

comunicación social. Muebles y objetos de uso diario - sin


hablar de los adornos personales que inicialmente pudieron
tener connotación mágica de protección, por ejemplo amule-
tos- fueron creados como algo necesario que fue surgiendo
del mismo proceso evolutivo de la comunidad familiar.
Los especialistas en la historia del mueble, hacen notar
que no ha habido variaciones desde los tiempos de los egipcios
en la estructura fundamental del equipo casero, aunque
hayan variado los diseños. En efecto, se considera que hay
cuatro tipos originarios básicos: silla, mesa, arca y cama
(MARTÍNEZ FEDUCHI, 1975, 7; Lucrn-SMITH, 1980, 8).
Sí ha variado con el transcurso del tiempo el aprecio que
cada sociedad en cada época ha sentido por uno u otro de
dichos muebles básicos. Hubo épocas en que las ropas de ca-
ma costaban más que la cama misma (WRIGHT, 1964, 182-
183; Lucm-SMITH, op. cit., 53). Las sábanas fueron un lujo en
Inglaterra hasta 1605 (ibid., 93-94). Desde la Edad Media los
almohadones según su número y magnificencia, servían en
el occidente de Europa para medir la dignidad jerárquica
(BoNET CoRREA, 1982, 390-391). El mobiliario es una manera
de indicar posición social y hacer afirmación personal y sub-
jetiva (LuciE-SMlTH, 1980, 9, 10). Condiciona en cierto modo
el diseño de la vivienda y la concepción y arreglo de los espa-
cios interiores.
Una enumeración bastante completa de lo que contenía
el hospital de Coro en 1769, da idea del ajuar que bien pudo
existir con pocas variaciones en casas particulares de gente
pudiente: "Tiene ocho camas que son las que hasta ahora han
asignado a dicho Hospital, y se mantienen prontas, y al pre-
sente todas ocupadas, y para el servicio de ellas hay ocho col-
chones llenos de lana y paja de basto, con sus ocho almohadas,
ocho esteras correspondientes a las camas, que son ocho catres
forrados en cuero, y un petate más, doce sábanas, las ocho
nuevas de ruanbramante y las cuatro usadas, ocho camisones
nuevos de listado, siete y uno de ruan y dos ... (roto) ... dos
de listado, doce servilletas nuevas y tres viejas, dos paños de
manos nuevos y uno viejo, dos colgaduras de camas de anga-

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XXVIII. TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO DEL AJUAR 371

ripola con sus cielos, una caja de cedro con su cerradura


maltratada en donde se guarda la ropa de los enfermos, cua-
tro mesas en los cuartos de los enfermos, cuatro sillas y cuatro
silletas, doce vasos nuevos, ocho banquetas y una ventosa de
cristal del servicio de los enfermos; en el cuarto del Capellán
una mesa de cedro, un escaparate con su cerradura para
guardar las medicinas; una tinaja grande de loza de Vera-
cruz, dos ollas grandes de cocer jarabes, un cántaro grande
de loza de cocer remedios, doce cocos de loza para el uso de
los enfermos, doce platos de lo mismo, doce cucharas de palo,
una escudilla de loza vidriada y un vaso de cristal para tomar
medicinas los enfermos. ltem una batea grande de cedro para
lavar la ropa, y otra más pequeña usada. Item un lebrillo
grande de loza de Cartagena, un almirez de metal con su
mano, una barra de hierro y una azada de lo mismo, un fa-
rol nuevo de vidrio para colgar en los claustros. Tiene dicho
Hospital su cocina y en ella una piedra de moler maíz con
su mano, otra dicha de moler cacao, otra dicha de moler
especies (sic), tres camuros • y seis totumas de servicio, dos
ollas grandes y cuatro pequeñas de cocer la comida, un perol
de metal y su molinillo en que se bate chocolate para los
enfermos. Item una jeringa de metal con que se visita a los en-
fermos y ayudan en sus enfermedades" (GASPARINl, 1961,
305; 304-308).
En líneas generales, el mobiliario español fue siempre
austero hasta el siglo xvm, en que empezó a predominar en
forma abrumadora la influencia francesa. Queda siempre la
divisi6n entre lo que usaban las clases altas -que es lo que
por lo general se conserva en los tratados y en los museos -
y lo que era patrimonio de las clases desvalidas. Estas últimas,
a menudo fabrican directamente los muebles sin apelar al
especialista, y son menos permeables a la influencia de las
modas, manteniendo por lo general un tradicionalismo ana-
cr6nico (LozoYA, 1965, 367-368; MARTfNEz FEDucm, 1975, 88).
• Guajirismo usado en el Zulia para camaz3 o calabaza, que debe apli-
carse a Lagcnaria siccraria, mientras que la tOtum3 es vasija hecha del totu-
mo, árbol, Crcscentia cuicte.

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372 R1STORI.A DE LA CULTtl1lA MATERIAL

Este mueble popular es eminentemente utilitario e idóneo


(Lucm-SMITH, 1980, 90-91).
No necesariamente las modas predominantes en Europa
se reflejaron o fueron trasplantadas a América a medida que
aparecían, por el conservadurismo de ésta, por la lejanía de
las influencias que se operaban en la parte más culta del
mundo en la época colonial, y por la deficiencia de las co-
murúcaciones.
Sí parece haber ocurrido como en todo lo demis, una
criollización de los modelos, cuando los artesanos americanos
tuvieron la oportunidad de ejercer sus oficios.
Fuera de esto, habría que aceptar como valedero el juicio
de un autor contemporáneo, de que el latinoamericano en
general tiene un gusto más pronunciado que el anglosajón
por las "cosas buenas de la vida", tomado como un deleite de
los sentidos y del espíritu, más bien que orientado hacia el
conforte material, representado en las cosas útiles y funciona-
les (DAMAZ, 1963, 21).
No se puede apreciar debidamente cómo era el menaje
en el Nuevo Mundo consultando sólo los documentos adua-
neros coloniales, en que aparecen registradas las importacio-
nes de cada período, para los efectos del cobro de los derechos
respectivos. Primero por la vaguedad de muchos de esos
documentos. Antes de 1538 se les cobra en Coro a los factores
de los W elser o Belzares, 7 pesos y 4 tomines de derechos, por
"ciertos muebles de casa" que no se especifican (.ARciLA FA-
RÍAs, 1979, 230). Después, porque -sobre todo en el área
circuncaribe- el contrabando fue muy activo desde época
temprana y como una constante histórico-social, ha perdurado
hasta nuestros días, al través, no sólo de los navíos sueltos que
merodeaban por las costas -como ahora- sino de los de-
pósitos permanentes situados en enclaves no españoles, tales
como las islas curazaleñas y Jamaica, a partir de su ocupación
por Holanda (1634) e Inglaterra (1655), respectivamente. De
Jamaica a fines del xvu dice un testigo, comerciante por más
señas, que iban allí los españoles a proveerse de telas y otros
artículos (CoREAL, 1722, 1, París, 10, 11, 13).

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XXVIII. TEAM!NOLOGÍA Y CONCEPTO DEL AJUAR 373

Hubo centros de producción de muebles en América.


Pese al limitado comercio entre las colonias, a la Nueva
Granada se traían pinturas y alfombras de Quito (OsPINA
VÁSQUEZ, 1955, 43).
Esto se entiende para lugares marítimos, pues sobre todo
en el área andina los malos caminos limitaban mucho la
traída de piezas grandes y delicadas al interior.
El aflujo de metales preciosos de América a Europa es-
timuló el refinamiento en la confección de objetos caseros
(BoNET CoRREA, 1982, 81). Cuando se hable de cada uno se
presentarán ejemplos. Hay que tener presente el hecho de que
la pieza hecha de metales preciosos, no sólo tenía un valor
artístico, sino pecuniario, y en los inventarios de herencias se
registran con ese carácter. Luis XIV financió algunas de sus
expediciones de dominio europeo, fundiendo parte de su ajuar
de platería (CANDAMO, 1951, 134). Lo mismo hizo el virrey
Venegas de Méjico para luchar contra los insurgentes, y ha
ocurrido en la época republicana en ese pa1s con los saqueos
y "préstamos" (TERRERos Y VINENT, 1923, 39). Recuérdese
que para la guerra con el Perú, las mujeres colombianas, en
este caso voluntariamente, entregaron sus anillos y demás joyas
para financiar Ja compra de los primeros barcos que entra-
ron al trapecio amazónico.
Las vajillas y alhajas de metales preciosos se utilizaron
en América para granjearse el favor de los virreyes y grandes
mandatarios coloniales. "Lo único que se va experimentando
en el Perú sobre este particular en algunos virreyes, es el que
su entereza en no admitir obsequios de valor ha durado más
tiempo en unos que en otros, pero al fin todos se han dejado
llevar de la tenaz porfía de estos ruegos tan poderosos, ce-
diendo su resistencia a la lisonja de los metales preciosos"
(JuAN y ULLOA, 1983, II, 462). Exageradamente cedió la resis-
tencia del marqués de Sofraga, presidente del Nuevo Reino,
mencionado en otro lugar de esta obra.

-·-
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374 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

No se h a profundizado sobre el aspecto de si las tallas


de madera en que sobresalieron los operarios indígenas o
mestizos, se aplicaron predominante o exclusivamente en obras
religiosas, como retablos, coros, púlpitos, etc. ; pero hay tal cual
prueba de que también se ejercieron en muebles domésticos.
Sí está averiguado el empleo de maderas americanas, no
sólo localmente, sino en Europa, especialmente en España.
Muchas de las piezas que se exhiben en museos del Viejo
Mundo, son hechas con caoba de Centro América y Antillas;
de cedro mejicano, del yacarandá brasileño y de otras made-
ras preciosas de varia procedencia americana.
La nota predominante en los dominios españoles - con
excepción de Jos virreyes y personajes encumbrados- debió
ser y fue la sobriedad lindante con la penuria en el mobi-
liario doméstico.
Existían en América notables diferencias en el mobiliario
de las castas mandonas y el del pueblo. Parece que mientras
más lujo había en las casas de los p oderosos, mayor miseria
en el pueblo, como ocurría en Méjico: "No tienen en sus
casas mueble ni vestuario más que el que traen sobre sus
personas, que es muy pobre, e una o dos piedras de moler, e
unas ollas para lo cocer, e una estera en que duermen" (Ovm-
oo y V ALDÉS, 1959, IV, 249).
Lo mismo ocurría en el Perú. Allí se tenían en las casas
ollas, cántaros, tinajas, jarros y vajillas de barro y palo, así
como mates (PoMA DE AYALA, op. cit., 805).
Las desigualdades económicas y sociales tan protuberan-
tes en la Colonia, se palpan en lo relacionado con el menaje
y las cosas de uso diario. Relatando los subterfugios de que
se valían los corregidores de pueblos indígenas monopoliza-
dores a la fuerza del comercio con esa clase sometida, para
venderle a altos precios cosas que no eran de su consumo,
relatan unos observadores de mediados del siglo xvm, refi-
riéndose a la Audiencia de Quito: "¿Para qué necesitará es-
pejos un indio en cuya h abitación no se encuentra más que
miseria, ni se ve más que humo? ¿Qué falta le hace un
candado, si aun quando se ausente toda la familia, con solo

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XXVlll. TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO DEL AJUAR 375

entornar una puerta de cañas o de cuero, queda guardada


una casilla, cuyas alhajas están seguras por su ningún valor?
Pero aun esto es pasadero si se compara con lo que es más
digno de celebrar. Los indios del Perú por su constitución
particular no sólo carecen de barba mas ni tienen un vello en
parte alguna de su cuerpo, y nunca se cortan el pelo; pues a
estos indios se les reparten navajas de afeitar, por las quales
se les hace pagar unos precios muy buenos: verdaderamente
que esto parece burlarse de aquella pobre nación. ¿Y qué di-
remos de obligarles a tomar plumas y papel blanco, quando
la mayor parte no entiende el castellano y en su lengua natu-
ral no se ha conocido nunca el arte de escribir? También se
les reparte barajas, no conociendo sus figuras, ni siendo aque-
lla gente inclinada a este vicio; así como caxctas para tabaco,
no habiéndose visto un ejemplar de alguno que lo haya usado.
Por no cansar con la relación de cada cosa, omitiremos los
peines, sortijas, botones, libros, comedias, encajes, cintas, y
todo lo demás que es para ellos tan inútil como lo antece-
dente; y bastará decir que la única que les es de servicio se
reduce al tucuyo o lienzo de algodón que se fabrica en Quito,
paño o pañete de la tierra, bayeta y sombreros del pays; y así
todo lo restante de texidos, mercerías, y toda mercadería de
Europa no les sirve de nada, y les hacen pagar por ello con
exorbitancia" (JuAN y ULLOA, 1983, JI, 249).
En los capítulos que siguen, se estudiará lo que ha podido
averiguarse del menaje en el área de este estudio, en la si-
guiente secuencia: l. Hogares y otras instalaciones para la
preparación de alimentos. 2. Para la calefacción e ilumina-
ción. 3. Muebles utilizados en el reposo diurno y nocturno.
4. Menaje para apoyar cosas. 5. Muebles y recipientes de
guardar cosas. 6. Elementos de aseo personal y el de la vi-
vienda. 7. Artículos para recreación, embellecimiento y solaz.
Primero se pondrán los datos correspondientes a la época
prehispánica y después los de la colonial.

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C A P f TU LO XXIX

HOGARES Y OTRAS INSTALACIONES


PARA LA PREPARACióN DE ALIMENTOS
Y LA CALEFACCióN INTERNA

A} HOGARES.

Fogon~s.

El fogón primitivo que sobrevive en las islas Oreadas y


Shetland, era una depresión profunda en el centro de la vi-
vienda. Fue posterior el mecanismo de circuír el fuego con
piedras para apoyar las ollas cuando se desarrolló la cerá-
mica (WRIGHT, 1966, 17).
El hombre neolítico empezó la utilización del fogón de
tres piedras (CÁMARA CAscuoo, 1967, I, 36), que perdura hasta
nuestros días. Por consiguiente, el hombre americano lo trajo
con la técnica para encender el fuego, de sus lugares de pro-
cedencia del Viejo Mundo.
Los indígenas americanos usaron dondequiera el fogón
de tres piedras, llamada cada una de ellas topia en el oriente
venezolano (ALvARADo, 1953, I, 338; REtcHEL-DOLMATOFF,
1965, 147); menos en el área amazónica donde no existe la
piedra, en cuyo caso la vasija se suspende mediante cuerdas
y horquetas, directamente balanceándose sobre el fuego, o
las piedras se reemplazan con bloques de cerámica (NoRDENs-
KIOLD, 1931; 9: 3; LATHRAP, 1970, 184); lo cual ocurre también
en el estuario del Orinoco (SANOJA OBEDIENTE, 1977, 113).
Los peruanos tenían un tipo de fogón en el que se
consumía poca leña, dada su escasez, en contraste con el fo-

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XXIX. AUMENTOS Y CALEFACCIOOl INTERNA 377

gón español que desperdiciaba ese útil elemento (CoBo, 1985,


IV, 170).

Hornos.
Hornos subterráneos, como los usados en algunas partes
del Viejo Mundo desde fines del Neolítico (CÁMARA CAScuoo,
1967, I, 36, 91), tampoco fueron desconocidos en América.
En Charapotó, costa ecuatoriana, los habitantes sudaban me-
tidos en unos hornillos como estufas, dándoles fuego (T. DE
MENDOZA, 1868, IX, 302). Estos baños de vapor son empleados
por los cunas (PRESTÁN SIMÓN, op. cit., 24). Cámaras para
sudar se conocían entre los comechingones de la Sierra de
Córdoba en la Argentina (NoRDENSKIOLD, 1931, 9: 77).
Sabido es que los mejicanos usaban los temazcalli o ba-
ños de vapor, construídos con adobes (MoRALES PADRÓN,
1949, 699-700). El radical ca!li que se vio en el capítulo I de
esta obra, reaparece en la palabra temazcalli "casilla como =
estufa, adonde se bañan y suda" (MaLINA (1571), 1944, 97v).
Tema es bañarse (RoBELo, s.f., 75-78). Baños arqueológicos
se han hallado en Quiriguá, Palenque, donde también había
lavatorios, y en Piedras Negras (KuBLER, 1962, 130, 133, 138;
MARQUINA, 1951, 603).
Cien baños o más, "como los que usan los moros, que
siempre estaban calientes" tenía Moctezuma para sus mujeres
(Ovmoo Y VALDÉs, 1959, IV, 223). El baño de vapor más bien
era entre los mejicanos un ritual de purificación que una
medida higiénica (ARREoLA, 1922; MoYA Ru BIO, op. cit., 121-
123; ScHÁVELZON, 1982, 252; CIFUENTES AcutRRE, 1963, 68, 69;
HIDALGO, 1979, 99-103).

ADMJNrCULOS PARA ENCENDER Y PRESERVAR EL FUEGO.

Pedernales.
En la Edad de Piedra el hombre encendió lumbre por
percusión de pedernal y piritas de hierro sobre yesca seca,
soplando simultáneamente (WRIGHT, op. cit., 19-21).

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378 FnSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Las piedras de chispa aun para armas de fuego eran


prácticamente inexistentes en América y tenían que traerse
de España (JuAN y ULLOA, 1983, I, 193); pero posterior-
mente se hallaron en Chongón, costa de Guayaquil (JUQUE-
NA, op. cit., 73).
Hasta cuatro procedimientos para encender fuego des-
cribe un antropólogo (HERSKOVlTZ, 1952, 281-282), casi todos
existentes en América.
Una madera de la vertiente oriental de los Andes pe-
ruanos, la capirona, tenía la propiedad de convertirse en
fitolito, hasta tal punto duro que se podía usar como pedernal
(CoBo, 1891, II, 125). Es la Rubiácea Capirona decorticans
Spruce (SouKOUP, op. cit., 59-60). Los apinayú y timbica del
Amazonas que en el siglo xvm no siempre disponían de ma-
chetes, apreciaban las "pedras de fogo" (MoNTEIRo DE No-
RONHA, 1862, 6).
El método más común de producir fuego, es el conocido
universalmente por casi todos los pueblos primitivos, de hacer
girar con las palmas de las manos o mediante cuerdas, un
palillo duro sobre dos bien secos, yacentes en el suelo y suje-
tados por los pies del operario. En las Antillas se usaba para
este fin la madera de guásimo (LoVEN, 1935, 439-440), y en
el bajo Cauca en el siglo xvm el guayacán (PALAcios DE LA
VEGA, 1955, 20). Los guayaneses hacían fuego con dos piezas de
madera de Apeiba glabra Aubl. y yesca obtenida en cuevas
de hormigas, que a su vez la tomaban de una Melastoma-
tácea (ScHOMBURCK, 1923, II, 76). Los jíbaros hacen fuego
con un palito de uruchi-numi, que no es el algodón común
cultivado; mantienen el fuego con troncos de chonta (KARS-
TEN, 1935, 114-115).
El encendido de hogueras se facilita teniendo a la mano
leña de ciertas maderas de rápida combustión, como la chu-
quiragua ( Chuquiragua insignis HBK) que se halla hasta
entre la nieve en las faldas del Pichincha (ÜRTICUERA, 1909,
421), o el sindicaspi del mismo Ecuador, que arde acabado
de cortar (VrLLAVICENCIO, 1858, 393). El tema de la leña se
ha tratado aparte (PATIÑO, 1975-1976, 148-155).

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XXIX. ALIMENTOS Y CALEFACCI6N INTERNA 379

Y ~sea y y~squ~ros.

La yesca se conocía por los pueblos indígenas de América,


al igual que por los del Viejo Mundo. El maguey o escapo
central de los Agaves y cabuyas, varios cactus y otros vege-
tales, fueron los más conocidos en el área. El tema se trató
en el libro de esta misma serie dedicado a la alimentación
(PATIÑo, 1984, I, 143-144). Algunas tribus amazónicas transpor-
tan fuego en comejeneras, y lo mismo se hace por los bogas
en la costa del Pacífico.
El "recado de sacar candela", perfeccionamiento del pe-
dernal, es un adminículo evolucionado y sirvió admirable-
mente para los viajeros del siglo XIX y principios del xx.

Encendedores.
Los encendedores con tubo para almacenar combustible
gaseoso de la actualidad son un desarrollo del yesquero.
El uso de fósforos y otros mecheros y encendedores es
más reciente.
En Gran Bretaña las primeras cerillas de fricción en
forma aprovechable (todavía hay fósforos que no encienden),
sólo aparecieron en 1827 (WRIGHT, 1966, 19). En Colombia
hubo fábricas de cerillas desde 1870 (ÜSPINA VÁsQUEZ, 1955,
265). Entre 1880 y 1902 la fábrica de fósforos de Pamplona
era la mejor (ibid., 304). La de Olano (1902-1909) tuvo larga
vida (ibid., 337). Fósforos y velas se empezaron a producir
con cierta regularidad en el período 1902-1909 (ibid., 342).
El aventador es en América elemento de origen sureño
(LaVEN, 1935, 65). Los quijos, a estos que con una palabra
quechua llaman lmairashina, los elaboran de plumas fijadas
a un mango hecho con el bejuco de la Cyclanthacea Carlu-
dovica trigona (ÜBEREM, vol. cit., 127-128).

B) CALEFACCIÓN.

En las condiciones climáticas ecuatoriales de América no


se necesitó calefacción, por lo menos hasta los 2.000 metros

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380 HISTORIA DE LA COLTURA MATUIAl.

de altura. Aun las tribus que vivían por encima de esa cota
no la usaron, aparentemente por adaptaci6n fisiol6gica al
frío o simplemente por costumbre (MoLLIEN, op. cit., 86-87).
Con la llegada de europeos, aunque pudo variar algo el
esquema, las instalaciones para calentar habitaciones no tu-
vieron de todos modos la importancia y el lujo que en Europa
central y septentrional.

Braseros.
Algunos pueblos de América tuvieron vasijas de barro
utilizadas para mantener carbones encendidos o para quemar
leña de árboles que expedían humo aromático. Los "braseros,

Fig. 16-a. Brasero ceremonial mejicano. Museo Nacional


de Antropología de Méjico (según Westheim, fig. 72).

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XXIX. ALIMENTOS Y CALBFACCI6N INTERNA 381

Fig. 16-b. Sahumador azteca. Museo Nacional de


Antropología de Méjico. (Según Westheim, figs. 71 y 72)

y "sahurnadores" mejicanos son bien conocidos (WEsTHEIM,


1962 y fig.). Estos braseros de barro se vendían comúnmente
en los mercados mejicanos en la época prehispánica ( ÜVIEDO
Y V ALDÉs, 1959, IV, 45). El incensario de brazo o t~mitl,
[ tlema o tlemaitl, "lumbre manual" (RoBELo, s.f., 276)] se
usaba de preferencia para quemar el copal o incienso (LtNNÉ:
MATSON, 1965, 39). En el Saint Louis Art Museum hay un
incensario de dos piezas procedente de Nicoya, de AD-300-800
(HlcHWATER, 1983, 173). (Figs. 16 a y b ).
No hay un estudio t.le conjunto sobre piezas semejantes
a esas en la América equinoccial. En excavaciones hechas en
Manabí se han hallado "incensarios" y piedras ahuecadas
para quemar perfumes (LooR, 1937, 106), y lo mismo en el
territorio cuna se conocían los sianala (LINNÉ, 1929, 253-260;
- : MATsoN, op. cit., 36; NoRDENSKioLD, 1938, 10: 78).
En Colombia se han reportado entre los chibchas y los
quimbayas (Ro¡ AS DE PERooMo, 1980, 168, 204; ERRÁzURIZ,
1980, 128).

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382 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Era costumbre de muchas tribus mantener fuego debajo


de la hamaca para calentarse, aun en climas ecuatoriales
(KARsTEN, 1935, 96) y para alejar insectos (BmT, 1896, 51) .
Conocidos de los romanos y traídos por ellos a España,
variaron entre la forma circular y la cuadrangular; esta últi-
ma se impuso a partir de la Edad Media, cuando aumentó
su ornamentación artística. En el siglo xv1 se adoptó defini-
tivamente y se volvió más grande y refinado; de alü en ade-
lante el bronce se usará tanto como el hierro para construír-
los (BoNET CoRREA, 1982, 234-235). En los primeros tiempos
de la conquista debieron tener más uso para las fraguas en
que se aderezaban las armas, que para calentar habitaciones.

Morillos.
Estos armazones o caballetes para sostener la leña en la
cocina o en la chimenea, se hicieron siempre de hierro. Para el
primer uso eran toscos, mientras que en las chimeneas recibie-
ron ornamentación más cuidadosa. Cobran importancia en la
época gótica, y aun se les adicionan dispositivos para soportar
parrillas e inclusive asador. La ornamentación varió con los
dictados de la moda en cada período, hasta estabilizarse ac-
tualmente en un modelo de gran sobriedad, en los países
donde todavía se usan (BoNET CoRREA, op. cit., 235-236).

Guardafuegos o placas de chimenea.


Láminas metálicas que como su nombre lo indica, pro-
tegen a las personas agrupadas cerca del fuego, de chispas o
carbones encendidos. Sufrió los mismos avatares de ornamen-
tación que las demás piezas (ibid., 236-237).
Todos esos adminículos presuponen desde luego la pre-
sencia de la chimenea, que no es elemento de menaje sino
arquitectónico. La primera mención aparece en Venecia en
1347, e implica un cambio importante en el uso del espacio
en las habitaciones, pues en vez de tener el fuego en el centro,
se puede arrimar a la pared, sin peligro de incendio. A fina-
les del siglo Xlll ya apareció en Inglaterra con un dispositivo

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XXIX. ALJMJ;NTOS Y CAL.EPACCI6N INTERNA 383

en el tejado del vesu'bulo, llamado fumerell, para la elimina-


ción del humo (WRIGHT, 1966, 33). Las chimeneas en las
casas pobres estaban hechas de ramas revestidas con barro
(ibid., 54). No existió en las islas británicas el hurgón o ati-
zador hasta que no se impuso como combustible la hulla en
vez de la leña, hacia 1551 ( ibid., 58, 74-76). La evolución de
la chimenea en orden a aumentar la energía calorífica, elimi-
nar humo y malos olores de la combustión y la mejor radia-
ción del calor en el ambiente de la sala, fue lenta y en ella
participaron personajes que se han destacado en la historia
por otros motivos (ibid., 81-88; 119-124; 125-159). En Norte-
américa ya desde fines del siglo xvm y sobre todo en el xrx,
hubo mejoras en el diseño y fabricación en grande de chime-
neas, en el Condado de Worcester, Massachussetts (ibid., 162).
Eso en cuanto a lo que ocurrió en Europa y Norte-
américa. Pero en la parte ecuatorial del Nuevo Mundo, no
abundaron las casas dotadas de chimeneas y al parecer el
calentamiento se hacía -cuando se practicó- con braseros.
En 1823 en Bogotá no se usaban las chimeneas, por haber
muerto al acercarse a una de ellas un obispo (BoussiNGAULT,
1985, III, 40). En 1854 un visitante norteamericano asegura
que no se hallaba calefacción en la ciudad, excepto en la casa
de la señora Carroll, una extranjera (HoLTON, 1857, 270). Si
esto ocurría en la capital del país, no es de extrañar que las
cosas no marcharan mejor en otros lugares.

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CAPíTULO XXX

ILUMINACIÓN

La mayor parte de las tribus ecuatoriales usaban para


el alumbrado nocturno, teas de maderas resinosas o no. En
Méjico y Centro América había verdaderos pinos y cipre-
ses, acotes (XrMÉm:z, 1929, I, 18; 203; RoBELo, s.f., 205-208;
MARTÍNEz, 1948), de los cuales se hacían teas o astillas fá-
ciles de encender, no obstante abundar allí la cera (CoREAL,
1722, 1, París, 78). En el resto de América -donde escasea-
ron las coníferas- hay maderas de otras faaúlias que sir-
vieron lo mismo.
En la Guayana venezolana los indios usaban en la época
de la guerra de independencia astillas de un palo trementi-
noso (PRINCEP, 1975, 38). Los cunas mantenían en sus ca-
sas astillas de un palo liviano para hacer antorchas (WAFER,
1967, 73).
En la isla Española, en plena dominación hispánica, los
negros y los pobres (indios no habían quedado), se alum-
braban con cocuyos. Los capturaban atrayéndolos con tizones,
y los metían en calabacitos con agujeros, donde los mante-
rúan varios días (Coso, 1891, II, 260). Los caribes de Santo
Domingo habían acostumbrado sujetarse cocuyos en brazos
y piernas para cazar de noche (CoREAL, op. cit., 18).
Los indígenas del Chocó, región selvática por excelencia,
usaban los ambiles, teas artificiales hechas a base de la resina,
llamada canturr6n, de la abeja de brea (Ptilotrigona lurida
occidentalis), mezclada con carbón molido de ciertos árboles
resinosos, como el san de Brosimum util~ y otros: esta masa

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XXX. lLOMINACt6N 385

blanda al principio y dura después, se moldea (porque toda~


vía se hacen embiles) en forma de bast6n y se envuelven en
una hoja de palma, generalmente el táparo ( Orbignya cua~
trecasana). Dice un informe de 1780: "El canturr6n lo mez~
clan con carb6n molido y formando una cierta masa hacen
una especie de hach6n de casi dos pulgadas de diámetro y
cuatro o cinco palmos de largo, que llaman embil, y su pre~
cio son cuatro reales. Encendido da una luz muy viva y
éstas son comunes velas de que usan los indios" ( ÜRTEGA
RtcAURTE, 1954, 209).
Los indios de Latora en el Magdalena se alumbraban
con cusas de maíz embebidas en brea o chapapote (RoDRÍGUEZ
PLATA, 1968, 20).
Los indígenas vecinos de los raudales de Atures y May~
pures en la frontera colombo~venezolana, todavía a mediados
del siglo XJX andaban de noche por el bosque alumbránd~
se con antorchas hechas de un cilindro de corteza lleno d e
resinas de tacamahaca (MARCA NO, 1971, 286).
A mediados del siglo XIX en el Rionegro se hacían
hachones con resina de varias Icicas, derretidas dentro del
tallo vaciado de la palma usada para las bodoqueras o en
tarros de guadua; eran humosos, pero olían bien (SPRUCE,
1908, I, 480).
El alumbrado con leña se acostumbraba hasta en el área
andina, pues el mismo inca Huayna Cápac lo hacía así mien~
tras estuvo en Quito, a pesar de tener harto de sebo y cera
(CIEZA, 1880, 216; - , 1967, 192). Quizá se empleaban ma~
deras escogidas.
En España los ricos se alumbraban con cera y los pobres
con aceite ( CoLM.EIRo, 1863, JI, 550-551 nota).
Durante la dominaci6n hispánica se impuso el uso de la
vela de sebo, que no pudo iniciarse mientras no abu nd6
el ganado, a partir de mediados del siglo XVI. Recuérdese que
las primeras vacas no entraron a Santa Fe de Bogotá hasta
1545 (PATIÑo, 1970~1971, V, 216~217; 253-254). A fines de la
colonia er2n afamadas unas velas de sebo fabricadas en Oca~
ña, con pabilo de cierto junco (JuuÁN, 1787, 271). Las velas

211

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386 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

de sebo se siguieron usando, y para fines del siglo XIX se con-


sumían en el interior de Nueva Granada unos 200 millones
de unidades (VERGARA Y VELASCo, 1974, II, 812).
El virrey del Perú Hurtado de Mendoza (1590-1596) dis-
puso que en Lima no se derritiera sebo ni se hicieran velas
de él durante el día (HANKE, 1978, I, nota 260). El virrey
Marqués de Mancera (1639-1648) acabó con el monopolio que
existía en aquella capital virreina! para la fabricación de bu-
j~as (ibid., 111, 170-171). Pero allá se tratan también de Chile
( ibid., 259).
Como tampoco el sebo se podía transportar a todas par-
tes, se sustituyó con aceites animales, como los de tortugas,
caimán y manatí. Acerca de estas fuentes de combustible se
ha hablado en el primer tomo de la presente serie sobre la
cultura material (PAnÑo, 1984, 1, 105-J 10).
En Panamá se sacaba a principios del siglo xvn el aceite
de pichones de alcatraz, que se vendía a tres patacones la bo-
tija (SERRANO Y SANZ, 1908, 154-155). Mecha de aceite de cai-
mán se usaba en el bajo Cauca en el siglo xvnr (PALACIOS DE
LA VEGA, 1955, 103). Pese a que la decencia del cuJto cat6-
lico sólo permitía alumbrar las iglesias con aceite de olivas
(LucENA SALMORAt., 1967, II, 277), en la isla de Santo Do~
mingo hubo épocas de tal postración, que para dicho menes~
ter se empleaba la manteca de cerdo (RooRrcuEZ-DEMORIZI,
1942, J, 307).
Los aceites vegetales tuvieron poco uso en la colonia. En
algunas partes de modo esporádico se utilizó el aceite de hi~
guerilla. Con granos de esta planta ensartados en varillas
de caña-brava se alumbraban los antioqueños a fines del si-
glo xvm (PATIÑo, 1969, IV, 301-302), así como en la región
peruana de Angasmarca en la misma época (SERRA, 1956, II,
370). En La Grita, Venezuela, en 1823 todavía se alumbraba
la gente con estas semillas ensartadas en un alambre (Bous-
SINGAULT, 1985, II, 85). Una fruta aceitosa llamada atamuyu
han utilizado con el mismo fin los quijos del Ecuador ( ÜBE-
REM, vol. cit., 128).

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XXX. ILUMINACIÓN 387

A mediados del siglo XIX empezó a usarse la cera de


laurel Myrica cerífera, aunque desde el anterior se conocía
en el occidente colombiano (PATIÑo, 1975-1976, 215-217), lo
mismo que en la Cordillera oriental al sur de Pamplona
(BoussiNGAULT, 1985, JI, 99). Todavía perduraba a fines
del XIX (VERGARA Y VELAsco, 1974, 11, 812). No está compro-
bado arqueológicamente el uso de una Myrica, llamada allá
"encenillo palomero", para extraer cera con qué alumbrarse
por los cuícas de Mérida (LARES, 1952, 17). Quizá, sí se usó en
Quito (CAPPA, 1893, IX, 124-125, siguiendo a Cobo).
En la sierra ecuatoriana era común a mediados del si-
glo XIX la cera de palma (SPRUCE, op. cit., II, 279). En las
capillas de las misiones franciscanas del Putumayo se mezcla-
ba con sebo (SERRA, 1956, 1, 154).
La cera de abejas fue consustancial con la herencia cul-
tural y religiosa española, especialmente para fines del culto
católico. Por la dificultad de importar la cera de Castilla,
producida por la Apis mellifera, se echó mano de las ceras
de Meliponinae en América. En la Guayana Inglesa se usaba
a mediados del siglo XIX cera de ciertas abejas para ilumina-
ción (SCHOMBURGK, 1923, II, 82, 336). En el Putumayo los
misioneros usaban una cera blanca llamada majarama (SE-
RRA, 1956, II, 223-224). También los quijos hacían velas de
cera de abeja con pabilo de algodón (OsEREM, vol. cit., 128).
Las velas esteáricas, que gradualmente han ido despla-
zando a las de sebo, y las de esperma de ballena, o simple-
mente esperma, se empezaron a consumir en la costa atlántica
apenas a fines del siglo XIX, alternando en las sabanas de
Bolívar -zona más atrasada que la propia costa- con
manteca de caimán (VERGARA Y VELAsco, 1974, II, 609, 812).
Sólo a partir de la Exposición de París de 1878, en que se
exhibió el modelo de Ja estufa moderna de petróleo, a base
de vapores de parafina, se generalizó esta materia prima
(WRIGHT, 1966, 184).
Una fábrica de bujías esteáricas hubo en Bogotá a fina-
les del siglo XIX (SAMPER, 1925, J, 156, 178).

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388 HJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

En 1875 los señores de Checa llevaron a Quito la primera


máquina para hacer velas de esperma, que ya funcionaba el
año siguiente (CAPPA, 1893, IX, 105-106 nota) .
Cualquier clase de vela o mechero requería del despabi-
lador, a modo de tijeras. Algunos llegaron a alcanzar gran
valor artístico.
Es de entender que los combustibles a base de petróleo
no pudieron usarse antes de la explotación industrial del pro-
ducto, hecho que tuvo lugar en Pennsylvania en 1859, lo que
hizo disminuír el consumo de aceite de ballena (JARRET, 1967,
164). Sin embargo, los habitantes de La Puerta en Trujillo,
Venezuela, se alumbraban en 1822 con lámparas de betún o
petróleo llevado de Escuque (BoussiNGAULT, 1985, II, 69).
Transcurrieron más de cincuenta años después de la indus-
trialización, para que el uso empezara en Venezuela y Co-
lombia, donde sólo a principios del siglo actual se inició la
penosa historia de este recurso (PATIÑo, 1980, 55). En 1905
durante la presidencia de Rafael Reyes, empezó el general
Virgilio Barco a explotar el petróleo en Norte de Santander,
lo que permitió el uso del kerosín para el alumbrado de Cú-
cuta (PÉREz .ARBELÁEz, 1959 (1966), II, 402-403). El uso de
lamparillas de petróleo continúa en nuestros días, especial-
mente en zonas rurales donde todavía no ha llegado la ener-
gía eléctrica.
Adminículo para el alumbrado a base de petróleo es el
qrúnqtté, perfeccionado apenas a fines del siglo XIX o princi-
pios del xx, lámpara con un tubo de cristal que favorece el
tiro (Dic. D~cor., 1979, 533-534), y del que perduran ejem-
plares en varias partes del área estudiada.
La linterna de petróleo usada en los ferrocarriles para
señalar al maquinista las maniobras que debía realizar, no
parece ser anterior a mediados del siglo XIX, por lo menos en
América equinoccial, donde el primer ferrocarril construído
fue el transístmico en 1850-1855.
El alumbrado con gas es también logro de fines del si-
glo xiX; se ha ido perfeccionando en el presente, en un pro-
ceso de ensayos, errores y correcciones que son comunes a

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XXX. ILUM1NAC!6N 389

todos los inventos (WRIGHT, 1966, 172~181). Desde 1876 hubo


alumbrado de gas en Bogotá ( ÜSPINA V ÁsQUEZ, o p. cit., 265;
SAMPER, 1925, 1, 149). Este recurso natural desperdiciado du~
rante casi cincuenta años, se empezó a utilizar en Colombia
(más que todo para fines culinarios y no para alumbrado),
desde 1970 (PATIÑO, 1980, 55).
También la electricidad para alumbrado se comenzó a
usar antes que en las cocinas, desde 1882 en Inglaterra y luego
gradualmente en otros países, especialmente cuando -lo
que ocurrió en 1912- se descubrió la resistencia y se perfec~
cionó el manejo de la energía eléctrica (WrucHT, 1966, 185~
189). Para uso público se inició en 1896 el suministro de luz
eléctrica en Bogotá, de la recién montada planta del Tequen~
dama (S.U.iPER, op. cit., I, 157). El uso del carbón y electri~
ciclad en la industria (OsPINA V ÁsQUEZ, 1955, 394), no compete
a esta obra.
Después de esta esquemática revisión de los distintos com~
bustibles usados, se dirá algo de las piezas del ajuar domés~
tico relacionadas con la iluminación.

Catzdilcs.
Los adminículos para soportar lumbre en cualquier for-
ma, se hicieron siempre de metal para poder resistir el fuego:
hierro, bronce, cobre, latón y - a partir del siglo xvt- el
peltre, a base de estaño. Como suelen confundirse o tomarse
corno sinónimas varias expresiones que se refieren al asunto,
conviene hacer claridad: candelero se refiere a objeto porta-
dor de una sola luz, que se puede colocar sobre un mueble
y es esencialmente portátil; candelabro es mayor, con pie para
apoyarse en el piso, y sostiene varias luces; cuando el cande~
labro se emplea exclusivamente en templos para sostener un
velón o hacha de pabilo, se llama blatJd6n, lzach6n o hachero,
aplicando al continente la denominación del contenido. El
cirial -también de uso religioso- es un candil alto, sin
pie, para ser llevado por el monaguillo. El tenebrario es otro
candelabro de gran pie, de tamaño grande, con quince velas,

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390 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

usado exclusivamente durante la Semana Santa católica.


Igualmente de uso religioso es la co1·ona de luz, aros de hierro
a modo de cintas que se cuelgan del techo mediante cadenas
y sostienen bandejitas para poner velas. El antorchero para
exteriores, es a modo de cesto metálico con barras, en que se
coloca la bujía para alumbrar de noche. Palmatoria es por-
tátil, pequeña y con asa lateral para llevar. Candiles son los
recipientes para poner el aceite, con la mecha que da la lum-
bre. Linternas tienen cristal para proteger la luz contra el
viento y son portátiles. Faroles son también acristalados, pero
fijos en el exterior, para alumbrar calles (BoNET CoRREA, 1982,
217-218). El farol es formado por caras de vidrios planos en
estructura metálica, mientras la farola es un farol grande le-
vantado del suelo por una columna metálica o de hormigón
para jardines o terrazas; también estas se llaman fanales
(Dice. Dec., 1979, 280).
Los candiles de hojalata empezaron a construírse en
el siglo xnc y perduran en varias partes (BoNET CoRREA,
op. cit., 226).
En los dominios españoles no parece haberse usado la
linterna de cuerno delgado y transparente (lant-horn) que
se dice fue inventada por el rey Alfredo de Inglaterra, para
que el viento no apagara la llama (WRICHT, 1964, 36).
Durante la época colonial se empleó la plata (a veces el
oro) en la confección de varios de dichos adminículos. Así
ocurrió con los candiles (RIBERA y ScHENONE, 1981, 202), cho-
fetas o braserillos (ibid., 220-222), despabiladeras (ibid., 222),
pavas con hornillo (ibid., 278-281), yesqueros (ibid., 315-318).
Uno de los curiosos episodios que caracterizan la índole
cositera de la vida colonial hispanoamericana fue lo ocurrido
al presidente del Nuevo Reino Cabrera y Dávalos en su se-
gundo encargo a partir de 1694. Fue acusado (y la acusación
progresó en el Consejo de Indias con la consiguiente sanción
pecuniaria) de invertir por pascuas en tres años "cien pesos
en propinas y hachones para iluminar el palacio [de la Au-
diencia], cuando en épocas anteriores no se ponían sino ocho

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XXX. ILOM.lNACI6N 391

hachones de cera que se pagaban de penas de cámara" (ÜR-


Tiz, 1966, III, xxx, 243).
En la antigüedad la iluminación se hacía con lámparas
de barro o bronce, sobre soportes o colgadas de techo o pare-
des. En el siglo xv se inventó en los Países Bajos la nueva
lámpara de bronce para colgar del techo. Desde el siglo xvn
se hace de cristal de roca. En 1679, con motivo de la boda
del duque de Borgoña, aparecieron en Francia las lámparas
de cristal de múltiples brazos, llamadas "arañas" (BoNET
CoRREA, op. cit., 501; 483-484). Maestros franceses enseñaron
a los españoles a hacerlas, en los talleres de La Granja crea-
dos por Carlos III, y a partir de 1750 se fabricaron para venta
al público, y de allí se enviaron a varias partes de América :
en 1770 salieron de Cádiz 440 blancas lechosas y 410 transpa-
rentes (ibid., 502-503). También se fabricaron entonces bas-
tantes faroles, tanto para alumbrado de calles como para los
coches que se habían puesto de moda, intento de mejora que
provocó el famoso motín de Esquilache (ibid., 505).
Es de suponer que algunas de esas obras llegaran a la
América equinoccial; pero ni aun en el medio siglo que
quedaba de dominación española, mejoraron tanto los cami-
nos, como para permitir la introducci6n de tales preciosida-
des. Quizá a gran costo y con muchas dificultades se trajeron
para algunos templos.

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CAPíTULO XXXI

MENAJE
PARA EL REPOSO DIURNO Y NOCTURNO

ÉPOCA PREHlSPÁNICA.

pARA pOSTURA SEDENTE:

Dtthos.
Los duhos eran asientos de madera, con o sin espaldar.
Es elemento de origen suramcricano oriental, que acompañó
en su dispersión a las tribus arawaks hacia el norte. Su distri-
bución prehispánica iba en sentido lato de Guayana a Cuba
(HosTos, 1941, 79). Sin embargo, hay referencias, que se verán
adelante, de que el duho se conocía bien al occidente, hasta
el istmo de Panamá y aun en el Perú serrano.
Desde luego, el primero que los señala es el mismo Colón
en Cuba (CoLoN II., 1947, 100). Los había en las Antillas ma-
yores de dos tipos (LoVEN, 1935, 65-66; 455-457; 676).
Moctezuma hacía sentar a sus visitantes españoles en duhos
"muy lindamente labrados e de gentil madera" (Ovmoo Y
V ALoÉs, 1959, IV, 220). Una pieza mejicana de cerámica de
AD-250-550 muestra a un jefe veracruzano sentado en un duho
(HIGHWATER, 1983, 171).
La expedición Ursúa-Aguirre por el Amazonas en 1560-
1561 halló en algunos pueblos indígenas "asientos o escaños
pintados de varios colores" (ÜRTIGUERA, 1909, 376).
Los peruanos los llamaban tiana o tiyana en quechua y se
hacían de una madera colorada (Coso, 1892, III, 287; 1895, IV,

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X.XX. ILUMINACIÓN 393

172). En el suelo se sentaban en el Perú hombres y mujeres


del pueblo, porque los asientos estaban reservados a los curacas
y grandes señores (CoBo, 1895, IV, 175; - , 1956, II, 244-245;
MoRÚA, 1946, 24; VALcÁRCEL, 1945, 200). Tiana y duho se
mencionan en las relaciones geográficas de los Andes al sur
del Ecuador (JIMÉNEZ DE LA EsPADA, 1965, II, 263, 264) .
Bancos para descansar durante el baile que hadan en ho-
nor del muñeco-dios en el caney ceremonial o tupe, tenían los
orejones del alto Cesar (RosA, 1945, 270).
En Amaníes, cuenca de los ríos La Miel-Cocorná (Sa-
maná), los indígenas tenían "asientos que llaman dichos"
lpor duhosJ (AGUADO, 1956, ll, 106).
Lo siguiente se refiere al área cundiboyacense: "No se
saben sentar los hombres ni Jas mujeres sino en el suelo, y en
algunos asientos bajos de madera o sobre mantas, y esto pocos
lo hacen y en pocas partes se usa" (OviEDO Y VALD:És, 1959,
III, 125). También a veces enterraban a sus caciques
en los que llaman duhos nst•nLados,
que muchos clellos suel<.:n ser de oro
(CASTI!l.LANOS, 1955, IV, 168).

El zaque Quemuentatoche de Tunja esperó a los españoles


sentado gravemente en un dujo, "que es una sillita baja, toda
de madera de hechura peregrina, que le sale un respaldo muy
vuelto hac1:1 atrás" (SIMÓN, 1981-1982, III, 251).
Los p;\eces usaban asientos de madera labrados con mucha
habilidad, "como he visto en los ... muí cómodos que conserva
con mil otras curiosidades nuestro cura del hospicio de Bo-
gotá" (URICOECHEA, 1871, XXX11).
Los macusis labran asientos con figuras de animales
(ScHOMllURCK, 1922, I, 281 ).
Había en las Antillas dos tipos de duhos: los grandes,
utilitarios, para sentarse, y los pequeñitos, votivos (HoSTos, 1941,
78-79). En los idiomas de la parte oriental de Venezuela existe
también una distinción: el asiento con espaldar es duro, dttho,
ture (ALVARADO, 1953 163), pero el pequeño de los guaiqueríes
también se llamaba ture (ibid., 347).

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394 HISTORIA Dl! LA CULTURA MATERIAL

La postura adoptada por los indígenas antillanos para


sentarse era con las piernas dobladas bajo las nalgas (HoSTos,
citando a Las Casas, op cit., 80). Se pretende que así los pies
no tocaban el suelo, y se libraba la persona de la penetración
de niguas (HosTos, op. cit., 80-81). Para este último fin ser-
vían aparentemente las ligaduras de algodón en las piernas
(ibid., 81). Una y otra explicación no son satisfactorias, pues
en tal caso los dubos se hubieran diseñado con apoyos más
altos. De todos modos los indígenas conocían perfectamente
el uso de insecticidas y han legado el conocimiento de varios
muy efectivos (PAnÑo, 1%7-1968, Ill, cap. XVII). Figuras
arqueológicas sentadas en duhos de 4 patas se conocen de
Venezuela (Art~ prchispátzico, 1971).
Los duhos antillanos parecen ser producto de influencias
chibcbas y achaguas, más que del Amazonas y las Guayanas;
había los de respaldo esculpido para ofrenda y los sencillos
para uso ordinario (LovÉN, op. cit., 65-66; 455-457; 676).
En el sector del Calima se conocían en el ajuar asientos
O banquetas (ROJAS DE PERDOMO, 1980, 270).
Los chocoes colombianos, así como los del Darién, usan
asientos de madera, a veces adaptados como portanucas (NoR-
DENSKIOLD, 1930, 8:144; 152, fig. 153; 1931,9: 32; WAFER, 1967,
89-90, 103).

-·-
Asientos menos elaborados se mencionan en las fuentes.
Troncos de madera servían como tales a los cunas (W AFER,
1888, 64), y bloques de chonta con tendido de paruma a los
cbocoes del San Jorge (PALACios DE LA VEcA, 1955, 32). En
Yurimaguas aun pedazos de una canoa recortada prestaban
el servicio (SPRUCE, 1908, 11, 17). Las tres modalidades men-
cionadas son conocidas por los quijos (ÜBEREM, vol. cit., 127).

-·-
En cuanto a las maderas usadas, por lo general se prefe-
rían las fáciles de tallar. No parece haber sido indiferente la

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XXX. ILUMINACIÓN 395

especie para este prop6sito, pero no hay datos etnográficos so-


bre el particular.
En Cuba eran de guayacán y palo santo (.ALvAREz CoNDE,
1956, 30). El primero es Guaiacum officinale y el segundo
quizá Myrsine tJUbicola.
También se usaron maderas blandas, como el balso en
Barbacoas : "C6rtase pues un pedazo de vara y media, y éste
se corta la mitad a las tres cuartas, y de un lado se raja hasta
la mitad, y de la mitad que queda se le saca lo fofo, y queda
hecha una silla con su espaldar todo de una pieza. A la parte
de abajo se le sacan unos arqueados en cruz, y quedan los
cuatro pies, y por bajo del asiento le sacan cosa de un palmo
de lo fofo, y entonces queda la silla perfecta y muy ligera. A
mi la invenci6n me pareci6 muy bien" (SERRA, 1956, 11, 135).
La palabra "silla" en este caso es ambigua.
En Chunduy de la costa ecuatoriana, regi6n árida abun-
dante en cactus, del tronco de Cereus peruvianus se hacen
asientos (SPRUCE, 1908, II, 318). En Manabí la gente pobre
labra asientos de madera o caña o de raíz de guadua, llamados
"mulas" (LooR, 1937, 96).
En Panamá en reemplazo de los duhos tallados se han
usado zoquetes de cualquier paJo, a modo de asiento (RuBIO,
1950, 83, 96).

-·-
Otros apoyos eran de origen animal. Conchas de la tor-
tuga terrestre llamada morrocoy se usaban en San Jaime, lo-
calidad venezolana de los Llanos, en el siglo xvm, como asiento
en casas de gente pobre (.ALTOLAGUIRRE, 1908, 92-93). Fue
también esto común en el delta del Orinoco en el siglo XIX
(APPUN, 1961, 386), y en el Magdalena (MoLLIEN, op. cit., 36).
Otra clase de asiento plegable, sobre el cual no hay datos
particularizados, es lo que las tribus venezolanas orientales
llamaban butaque o putake (palenque) (ALVARADO, 1953, 52),
de donde se ha originado la palabra butaca.

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396 HISTORIA DE LA CULTUilJI MATERIAL

Las sillas de piedra típicas de la cultura manteña, arregla-


das en forma circular, quizá eran de uso ceremonial más bien
que doméstico (LEÓN BoRJA, 1964, 388, 411; KUBLER, 1962
232 fig. 121-A). Más de ocho tipos diferentes en Manabí se
desenterraron a principios de este siglo (SAVILLE, 1910, 88-
123). H abían sido mencionadas desde 1858 por el geógrafo
Villavicencio (LooR, op. cit., 91-101). [Figs. 17 a y b].

Fig. 17-a. Silla de piedra de Manabf, costa ecuatoriana, que se haUa


en el Museo del Indio Americano de N ueva York; vista de frente y
de lado (De Kubler, 1962, pág. 121).

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Fig. 17-b. Silla de mandatario de la isb de Jaina, Campeche, Méjico.
Cerámica. (De Westheim, fig. 62).

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398 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Por supuesto que las hamacas servían también para sen-


tarse (GtLll, 1965, II, 192; OsERE.M, vol. cit., 127), como los
chinchorros (NoRDENSKIOLo, 1930, 8: 144). Pero ambos se estu-
diarán por su principal uso más adelante.

tPOCA POST-HISPÁNICA.

Estrados.
Tarima de madera cubierta de alfombras, para que se
sentaran las damas a la manera morisca sobre almohadas de
terciopelo o guadamecí, de origen árabe, costumbre que per-
sistió hasta el siglo xvm. Los caballeros usaban entonces sillas
cubiertas de terciopelo (BoNET CoRREA, 1982, 273; DELEITO Y
PIÑuELA, 1966, 91). Cabe pensar que en América el estrado
quedó reducido al mueble de madera, o sea la tarima, sin
añadiduras.

BatJ.cos.
Originalmente se hicieron de piedra, adosados a las pare-
des, especialmente de iglesias o en pórticos. El banco móvil o
arquibanco, llamado así por su forma de arcón, aparece en
el siglo xm. Otras modalidades son el banco-escaño y los ban-
cos de zaguán (ibid., 301-302).
De 10 pies de largo y dos palmos de ancho debían ser
los bancos, y de 12 pies por dos palmos y medio los escaños
que el cabildo de Santiago de Chile mandó a elaborar como
penalidad a un carpintero por una infracción en 1552 (BENA-
VTDES, op. cit., 219-220).

Sillas y si/lon~s.

Los muebles para sentarse en España derivan de dos tipos


heredados de los romanos: la cath~dra de 4 patas rectas o

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XXXI. EL REl'OSO DIURNO Y NOCTURNO 399

arqueadas y respaldo, y la curul, con patas en X, de que deri-


va la silla jamuga o de tijera típica española (Bom:T CoRREA,
op. cit., 298). En las casas antiguas el sillón, más ceremonial,
se destinaba exclusivamente para el jefe de la familia, mien-
tras que los demás miembros se sentaban en bancos, taburetes
o en el suelo sobre almohadones. Hasta el siglo xvu predomi-
naron en España las sillas bajas, y tanto hombres como mu-
jeres se sentaban con las piernas dobladas (ibid., 298-299).
Fueron típicas la silla de cadera, con patas cruzadas en S, y e]
sillón frailero, desmontable (ibid., 300-301).
A raíz de la intensificación de las relaciones comerciales
con la India en el siglo xvm, aparecen en Europa los asien-
tos con respaldo de junco, más livianos (LuciE SMITH, op cit.,
72). El sofá, sillón ampliado para que quepan dos personas, se
generalizó a partir de la época de los Luises (ibid., 86), y dio
origen a no pocas alusiones picarescas.
Hacia 1841 el austriaco Michael Thonet obtuvo patentes
para curvar la madera con calor y agua, y los muebles que
construyó en ese estilo se difundieron rápidamente (ibid., 136).
Con la lentitud tradicional para llegar las reformas a América
ecuatorial, el estilo vienés de taburetes y sillas con asiento y
espaldar de paja, armazón y patas curvadas, era la última
moda en el Valle del Cauca hacia 1930, aunque a Bogotá
había llegado antes (retrato de Torres Méndez).
En Norteamérica, sobre todo en el norte, hubo una ten-
dencia a la autonomía en materia de muebles, respecto de
Inglaterra, y allá se originaron el mobiliario ligero para viajes
y las sillas mecedoras (ibid., 140-141).
Aunque en el pasado se fabricaron siJlas de hierro y otros
metales, sólo en el presente siglo se generalizaron, incluyendo
las de aluminio (ibíd., 177, 180), y en los últimos años las de
plástico y de fibra de vidrio (ibid., 189).
La silla y el taburete de vaqueta, claveteados con clavos
de bronce o de cobre, o sin ellos, son difíciles de conseguir
ahora en el área de este estudio y se consideran más bien
como piezas de museo.

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400 HISTORIA DE. LA CULTURA MATERIAL

El saco de sentarse, creado en Italia, se acomoda a la for-


ma del cuerpo (MARTÍNEz FEoucm, 1975, 133). Es una deri-
vación del cojín de guadamecí que generalizaron los árabes
en el sur de España (BoNET CoRREA, op. cit., 334).

~POCA PREHISPÁNlCA.

pARA POSTURA YACENTE:

Tres modalidades para el descanso en posición horizontal


pueden identificarse en los documentos referentes al modo de
vida de los pueblos ecuatoriales americanos: a) sobre el mismo
suelo de la vivienda, por lo general de tierra apisonada o sobre
piso de tablado vegetal o lecho de paja; b) en estructuras le-
vantadas sobre el suelo mediante horquetas o pilares: cadale-
chos, camas, barbacoas; e) en hamacas o clúnchorros, o sea
suspendidos en el aire.

a) Sobre el suelo.
Los guaymícs de Panamá dormían en el piso sobre ten-
d!do de hoja de bijao ( Calnthca) (SERRANO Y SANZ, 1908, 96).
Esto ocurría con aquellos que no alcanzaban a disponer de
barbacoas ni menos de hamacas, y lo hacían "sobre paja u
hojas de palma o lo que hallan" (OVTEDo Y VALDÉs, 1959,
III, 317).
Los indígenas de Tocuyo unos dormían en el suelo en
unos palos y paja; otros en hamacas (A.RELLANO MoRENo,
1950, 144; -, 1964, 148).
Los indígenas del área cundiboyacense dormían en el
suelo "sobre una poca de paja, que es generalmente el dormir
de todos los ind10s" (RGNG, 362). Para tratar de cambiar
la situación, el presidente González en sus ordenanzas de
1593 dispuso que lo hicieran en barbacoas (GRooT, 1889, I,
201-203; 518-520). Otro tanto exigió el oidor Vázquez de Cis-
neros para los de Mérida en 1620 (GUTIÉ.RRE.z DE ARcE, 1946,

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XXXI. EL REPOSO DfURNO Y NOCTURNO 401

1163-1164). Ambas fueron consagraci6n de buenas intenciones,


más que medidas efectivas.
Los otomacos dormían enterrados en la arena, para librarse
de jejenes y zancudos (AcoSTA SAIGNES, 1961, 49). Otros pue-
blos costeros de Venezuela hacían lo mismo (ibid., 50). Igual
se practicaba en la costa de Honduras por los indios (LussAN,
1693, 442).
También dormían en el piso los indígenas chocoanos
(RGNG, 402). Debe tenerse en cuenta que en este caso el
piso era de palma picada y levantado del suelo.
"Las camas que tenían y tienen [los indios de Quito en
1573] son un petate hecho y tejido de junquillo, echado sobre
un poco de paja y cubiertos con dos mantas" (J. DE LA EsPADA,
1965, III, 225). Dos siglos después hacían lo mismo: "su
cama es una zalea de carnero para cada persona, y sin almo-
hada" (JuAN y ULLOA, 1983, II, 275, 321).
Los incas peruanos, con toda su potencia, riquezas y re-
finamientos dormían en el suelo, esta vez sobre un colch6n
de algod6n (Coso, 1892, III, 288).

b) En barbacoas.
En Puerto Rico los nativos dormían sobre barbacoas, con
toldo (ABBAD Y LAsiERRA, 1788, 1959, 185).
Los paraujanos de la laguna de Sinamaica en la Guajira
dormían sobre las trojes (jürguígoh), cubiertas de esteras
(JAHN, 1927, 195).
Los soberanos muiscas: "Las camas son tan altas como
nosotros las usamos, en unos cadalcchos que hacen de cañas,
e llaman a ese artificio barbacoas. La ropa que ponen son
muchas mantas juntas unas sobre otras" (OviEDO Y V ALDÉs,
1959, III, 126).
Algunos indígenas poco provistos de hamacas en Tierra
Firme dormían en barbacoas "o en otro armadijo que esté
dos o tres palmos altos, o más, de tierra por la humedad"
(Ovmoo Y VALDÉs, 1959, III, 317).

28

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402 HlSTORlA D:E LA CULTURA MATERIAL

Los chonos de la costa ecuatoriana dormían, como ac-


tualmente los cayapas, en bancos levantados del suelo sobre
cuatro estacas (LEÓN BoRJA, 1964, 417).
Iyuzas eran los tablados de madera a modo de zancos,
que usaban para dormir los omaguas en el siglo XVII (LAUREA-
NO DE LA CRuz, 1942; CoMPTE, 1885, 1, 188). Los jíbaros no
usan hamacas para dormir sino barbacoas, a cuyo pie se man-
tiene encendido un fogón (KARSTEN, 1935, 96). Las barbacoas
de dormir estaban muy difundidas entre las tribus amazónicas,
como en Zamora (J. DE LA EsPADA, 1897, IV, 13); en Perico
(ibid., xuv); en Cherinos (ibid., 50) y entre los maynas (ibid.,
cxuv). H abía barbacoas para descanso dentro y fuera de la
casa (MARoNI, 1889, 114).
Más recientemente en el Napo-Pastaza las tarimas de
huama ( Guadua) picada, llamadas cahuito, servían tanto de
asiento como de cama (J. DE LA EsPADA: BARREtRo, 1928, 204;
ÜB.EREM, vol. cit., 126).
El zarzo, o sea una plataforma inmediatamente debajo
del techo (sotabanco), a la que se asciende mediante escalera,
que se quita de noche, se cominúa usando en varias áreas
rurales. Sirve en algunas partes simultáneamente como troje
para almacenar maíz.
"Cama de guadua" es nombre de varias localidades me-
nores en el occidente de Colombia. Esto consagra el hecho de
que dicha bambusácea suministró, picada o tasajeada, uno
de los lechos más comunes en el pasado, no sólo en despo-
blados sino en poblaciones establecidas (BoussiNOAULT, 1985,
IV, 34).
En el Perú en algunos restos de edificios antiguos, se
han hallado adosadas a las paredes, tarimas de piedra (DEZA
RtvASPLATA, 1978, II, 395-400), que pudieron haber servido
para dormir.

Nuqueros y almohadas.
El nuquero o portanuca lo usaron los egipcios y se han
conservado especímenes de ellos, en madera, marfil, alabastro,
lapislázuli o cristal; se cree que una de sus funciones era evi-

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XXXI. EL REPOSO DIURNO Y NOCTURNO 403

tar que se descompusieran los complicados peinados de las


damas (LuciE-SMITH, 1980, 18; WRicHT, 1964, 17-18, 20;
ScHMJTZ, 1966, 6-7). Otro modelo adosado a la cabecera de la
cama se llamaba ouol (Dic. Dec. 458).
Los indígenas que dormían sobre superficies duras (el
suelo, barbacoa, zarzo, etc.), usaron nuqueros de madera o de
piedra, labrados en forma de silla para acomodarse al relieve
de la regi6n cervical, igual que los egipcios. Pueden verse
ejemplares en varios museos del mundo (EsTRADA y MEccERs,
1961, 918). El cacique Tezoatega de Nicaragua, "por almohada
tenía un banquito pequeño de cuatro pies, algo c6ncavo que
ellos llaman duho, e de muy linda e lisa madera muy bien
labrado, por cabecera" (OvrnDo Y VALDÉs, 1959, IV, 428).
En el Banco Central del Ecuador hay un ejemplar de porta-
nucas de cerámica de la cultura Chorrera, Bahía de Caráquez,
de 500BC500AD (HIGHWATER, 1983, 157).
Los chocoes usan posanucas de palo (ToRRES DE AM.úz,
1966, 50-52; NoRDENSKIOLD, 1931, 9: 32).
Se ha supuesto que el modelo de cabecera puede tener
influencia en el tipo de cráneo, d6lico o braquicéfalo (KuNE-
BERG, 1966, 29).
Tanto nuquero como almohada son innecesarios cuando
se duerme en hamaca, otra de las ventajas de ésta.

e) Hamacas.
Las primeras las vio el Almirante Col6n en la isla Fer-
nandina (Long Island de Bahamas) (NAVARRETE, 1954, I, 101;
CoL6N H., 1947, %) ; en Cuba (ibid., 102), y luego en la isla
de Guadalupc (CoL6N, op. cit., 145; LovÉN, 1935, 66-67;
457-458).
América Vespucio cuenta que en la costa de Paria los in-
dígenas dormían en grandes redes de algod6n colgadas al aire
(VESPUCIO, 1935, 53; NAVARRETE (1955), 1964, II, 134).
En la costa caribe toma Alonso de Ojeda en el asalto de
Curiana, algod6n y hamacas, de las cuales se apropia de una
sola (NAvARRETE, op. cit., II, 32).

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404 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

El uso predominaba en e] área circuncar ibe (ENciso, 1948,


205; Ovmoo Y V ALDÉs, 1959, II, 116; III, 80, 317). Algunas eran
muy bien hechas (CASAS, 1909, 157).
D esde los primeros tiempos de la dominación española
se conoció que los caribes se distinguían como los mejores
confeccionadores de hamacas, por la vinculación que tuvieron
con el algodón, cuyo uso se encargaron de difundir por la
parte oriental de Suramérica y las Antillas. Estaban curiosa-
mente pintadas las que en tiempos iniciales se obtenían por
intercambio (ARELLANO MoRENO, 1964, 347). La llamaban
ácat, báti, ébou, y en idioma mujeril e'kera (BRETON (1666),
1900, 228; BARRhE, 1743, 136-138).
D e ocho, diez y hasta doce pies de ancho las h acían en
Surinam; se podía en ellas acostar de través una pareja (BER-
KEL, 1942, 13).
Las confeccionaban las mujeres (Du TERTRE, 1958, II,
361); a veces gastaban un año haciendo una (ibid., 374; P.EL-
LEPRAT, (Montezón), 1857, 140).
No todas las tribus las sabían h acer, sino sólo las que
habían tenido contacto con los caribes (GrLn, 1965 II, 256-257;
CARVAJAL, J., 1956, 156).
Por eso las hamacas constituían uno de los objetos de in-
tercambio comercial más apreciados, como en el siglo xvm
(CuERvo, 1894, IV, 223) y a mediados del xrx en la Guayana
inglesa (ScHOMBURGK, 1922, I, 52, 93), por los waikas (ibid.,
159) y macusis (ibid., 283). Los maikongs las llevaban a la
costa para cambiarlas por hachas (ibid., 316). Los arecunas
las vendían por conducto de los akawais (ibid., 1923, 11, 189,
363). Eran muy apreciadas entonces por su durabilidad las
que tejían a dedo las mujeres caribes del Pomeroon ; gastaban
casi un año en hacer una (ibid., 342).
En Tumeremo, Guayana venezolana, cuando pasó a poder
de los patriotas en 1818, se fabricaban hamacas; un viajero
ese año informa que 40 personas h abían sido empleadas dos
meses en la hechura de sólo dos (PluNCEP, 1975, 37) .
Esto siguió hasta el último cuarto del siglo xrx. L os ma-
cusis, con algodón obtenido de los arecunas, también las

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XXXl. EL REPOSO DIURNO Y NOCTUltNO 405

confeccionaban (IM THURN, 1883, 272). Los caribes para hacer-


las usaban algodón, y las demás tribus otras fibras (ibid., 287).
Esto se mantenía hasta en el presente siglo entre los ma-
cusis (FARABEE, 1918, 28; -, 1924, 25).
Los guaipunabis del alto Orinoco hacían en la época de
lluvias, cuando las inundaciones limitaban la movilidad fuera
de casa, hamacas de tres por cuatro varas (A.LTOLAGUIRRE,
1908, 280).
Los guayupes del pie de la Cordillera Oriental dormían
en hamacas de algodón en el tiempo de la conquista (AGUADO,
1956, I, 595).
Pasando a la parte occidental, halláronlas los españoles
de Pedro de Heredia en un pueblo costeño capturado cerca a
la ciénaga de Tesca (FRIEDE, 1960, VI, 215). En casas y templo
del Sinú ocurrió lo mismo (AGUADO, 1919, II, 45; -, 1957, IV,
23; SIMÓN, 1953, V, 124). En matrimonios las usaban los sinúes
como regalos (SIM6N, 1953, V, 66), y para rescate con los
pueblos del interior (ibid., V, 69).
La tradición se mantuvo en la costa. En 1549 Gaspar
Alonso de Robles hizo una tasación de tributos indígenas e
impuso a los indios de Cariuri (¿ Usiacurí ?) o Caricuri, habi-
tantes de 20 bohíos, que dieran cuatro hamacas al año (Bo-
RREGO PLA, 1983, 138-139).
En Ada eran usuales en la época de la conquista (AN-
DAOOYA: CUERvo, 1892, Il, 82); pero también las llevó (y
mantas) allí Balboa al regresar de su descubrimiento del Pací-
fico en enero de 1514 (Ovmoo Y VALDÉs, 1959, III, 220). Había
dos clases: en Tierra Firme o lado norte del istmo, "la manta
de la hamaca no es hecha red, sino entera e muy gentil tela,
delgada e ancha, e tan luenga como conviene. Hay otras, que
la manta es de paja tejida, e de colores e labores; e destas hay
muchas en Natá y en otras partes; y esta paja está hecha como
cordón sobre hilo de algodón, e son cosas de ver, e muy fres-
cas e gentiles en la vista" (OVIEDO Y VALDÉs, 1959, III, 317).
Entre los cunas a fines del xvu cada indio tenía la suya (W A-
FER (1699), 1967, 90; -, 1888, 64).

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406 HJSTORIA DE I..A CULTURA MAT.ERIAL

L os térrabas de Costa Rica dormían en h amacas; algunos


en el suelo (FERNÁNDEz, 1886, V, 374).
Lo mismo se dice de los idibaes de la costa norte del
Chocó (CÓRDOVA SALINAS, 1957, 247) .
Tenían hamacas las tribus de la cuenca del Cauca: los
expedicionarios de Jorge Robledo, en este caso Juan de Frades,
cogieron en el actual territorio antioqueño, entre Cenufana y
Las Peras, algodón que se destinaba para hacer hamacas (Ro-
BLEDO: CuERvo, 1892, II, 403) .
En la costa norte del Perú se usaban, aunque el dato puede
ser pos-hispánico (Coso, 1895, IV, 171).
Las tribus amazónicas dormían en hamacas. Las hallaron
los compañeros de Lope de Aguirre, en la porción inferior de
ese río (VÁzQuEz, 1945, 86). L os omaguas y cocamas colgaban
la hamaca dentro de un toldo (J. DE LA EsPADA, 1889, Mar.,
130). En las ordenanzas dictadas por Vaca de Vega para esos
n aturales a principios del siglo xvn, fijó como tarifa la de un
peso fuerte o patacón por una hamaca buena (JouANEN, 1943,
JI, 395, nota). L os mayorunas comerciaban con hamacas de
algodón silvestre (FIGUEROA, 1904, 112-113). También los ahí-
jiras dormían en h amacas, aunque el informante no indica
el material de que estaban hechas (LAUREANO DE LA CRuz,
1942, 13).
Este logro tecnológico indígena fue adoptado por los euro-
peos sin demora, como algo ventajoso, por la fac ilidad de
transportarse y colgarse. El 4 de noviembre de 1492, menos
de un mes después del descubrimiento, en Jamaica los indí-
genas le dieron dos hombres de los suyos a Diego Méndez,
uno para llevarle la hamaca y otro la comida (NAVARRETE,
1954, l, 244). De la propia corona española empezó la acep-
tación oficial, cuando en los aprestos para la expedición de
Pcdrarias Dávila hacía Castilla del Oro, en 1512-13, se dispuso
que se llevaran de las islas (Antillas) mil hamacas (SERRANO
Y SANZ, 1918, I, 333). Pedro de H eredia en 1533 se hizo llevar
en h amacas a Ebéjico y Antioquia, como un nabab oriental en
palanquín (FRIEDE, 1960, VI, 347-348).

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XXXI. .EL REPOSO DIURNO Y NOCTURNO 407

Los soldados españoles en las campañas contra los indíge-


nas de la Sierra Nevada de Santa Marta dormían en hamacas
(SIMÓN, 1953, VIII, 103).
En viajes trasatlánticos sus ventajas fueron apreciadas
desde el principio (MARrlNEz, 1983, 76). En la marina inglesa
se usaba desde los tiempos isabelinos (HAWKINS, 1933, 66;
WruGHT, 1964, 280), así como en los barcos franceses desde
principios del siglo XVII (W rucHT, o p. át., 276-277) y en Jos
holandeses (STEDMAN, 1962, 116, 117). En Inglaterra se puso
de moda para los jardines en la década 1880-1890 (WruGHT,
281). A partir de 1855 se lanzó un modelo dotado de red o
toldillo para los mosquitos (ibid., 280), idea revivida por los
norteamericanos en la guerra del Pacífico.
Los criollos de Panamá, teniendo hamaca y cuando mucho
alpargates, no pedían más (RocHA: MELÉNDEZ, 1682, III, 384).
La hamaca fue acogida por los colonos europeos de Suri-
nam, hasta el punto de que las cuatro posadas que había en
el siglo xvm en Paramaribo estaban provistas de ellas (FER-
M1N, 1769, I, 63; 102-103).
Un visitante extranjero en la Nueva Granada a mediados
del siglo xrx, después de cuatro siglos de dominación española
con la introducción de camas, hace la apología de la hamaca
(HoLTON, 1857, 83-84).
Otros datos sobre esto pueden verse en la historia del al-
godón (PATIÑo, 1967-1968, III, 113), y un mapa de distribu-
ción en NoRDENSKIOLD, 1920, 2: 17, 18-21.

Chinclzorros.
El chinchorro es también un lecho suspendido, pero en
vez de ser tejido, como la hamaca, es hecho con varias fibras
trenzadas, en forma reticular, o sea remedando el tresmallo
de una red de pescar. Era lo predominante en tribus que no
apreciaron el algodón o que no tuvieron la habilidad de los
caribes para trabajarlo.
Las fibras usadas para esto fueron diversas, de acuerdo
con la región. En países serranos y secos, la cabuya (Furcraea)
fue lo más utilizado. Aun para las hamacas de algodón, las

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408 H ISTORIA DE LA CULTURA MATEIUAL

cabezas o cabos, llamados hicos, se hacían de esta fibra (PA-


TIÑo, 1967-1968, III, 51).
Las tribus de las tierras bajas usaron otras materias pri-
mas. En el Orinoco la fibra preferida ha sido la de la palma
moriche (Mauritia) (GILn, 1965, III, 257). Los guayupes las
hadan de algodón, pero también de damajagua, sin que en
este caso se pueda identificar la especie (AGUADO, 1956, 1, 595).
Los de Tocuyo que no dormían en el suelo, lo hacían en h a-
macas de cordeles, tejidas a manera de red (.ARELLANO Mo-
RENO, 1950, 144), o sea chinchorros.
En la región altoamazónica la fibra preferida ha sido la
chambira (Astrocaryum chambira Burret), palma espinosa si-
milar (o la misma) a la llamada cumare en los Llanos orien-
tales. Hacíanlos los churíes del Caquetá en el siglo xvm (CUER-
vo, 1894, IV, 266), y los roamaynas del ¿ Ucayali? (FIGUEROA,
1904, 151), que los teñían. Probablemente de lo mismo eran
las hamacas de los abijiras (LAUREANo DE LA CRuz, 1942, 13)
y los tukini de los omaguas (EsPINOSA, 1935, 98, 100), que
primeramente los conocían como maquiras (RlBEIRO DE SAM-
PAlO, 1825, 67; MARONI, 1889, 130).
Hamacas de cogollo de palma (debió ser cumare) se ha-
cían y usaban por las tribus de los Llanos (RrYERO, 1956, 116),
aunque el nombre de la fibra era quitebc (MERcADO, 1957,
11, 266). En el Vaupés los chinchorros se hicieron de fibra de
Mauritia (WALLACE, 1939, 628).
Los chinchorros también se usaron en la zona de origen
de las hamacas, o sea la Guayana (IM THURN, 1883, 288-290).
En el Perú igualmente se conocieron los chinchorros para
dormir (CoBo, 1956, II, 244).

POST-HISPÁNICO.

Camas.
Con la llegada de los españoles, n uevos modos de vida
fueron trasplantados a América. En la materia que se está
tratando, lo primero que aparece registrado es el uso del cuero

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XXXI. EL llE.POSO DIURNO Y NOCTOANO 409

de vaca, en lo que también hubo una aculturación inversa.


Algunos indios perleros de la Guajira se echaban en tales cue-
ros (FRIEDE, 1963, IX, 268); varios individuos dormían ama-
rrados a la misma cadena, y cuando alguno se rebullía, los
demás se despertaban (ibid., 277). El cuero tuvo más usos en
América que en España, entre ellos el mencionado (Coao,
1891, II, 358). En tiempos de Abderramán II, los habitantes
del sur de España dependientes del emirato de Córdoba (de
donde cordobán), aprendieron a dormir en lechos de cuero,
en vez de sobre mantas de algodón (AcuiLÓ: BoNET CoRREA,
1982, 326).
Tan persistente fue el uso del cuero, que este era el lecho
común todavía a mediados del XIX, en la Nueva Granada, es-
pecialmente en el trayecto de Fusagasugá a !bagué (HoLTON,
1857, 316; 324), y aun en la propia Bogotá (BoussiNGAULT,
1985, II, 64).
Un segundo paso consistió en sujetar el cuero en un mar-
co de madera puesto sobre patas. Yaciia = cama primitiva,
armadura de madera plegable y tiras de cuero a manera del
moderno somier (Dic. Dec. 679). Un sobrio tipo de cama que
surgió en Portugal en el siglo XVII y fue adoptado en España,
tenía también bastidor torneado y cubierta de piel de vaca
repujada (LAFORA, 1950, 97-98 y fig. 100); podría filiarse den-
tro del tipo de la cuja. El nombre de cuja para una cama de
cuero está consagrado por lo menos desde fines del xvn (AL-
CEDO, 1789, V, 72), en Perú y Nueva Granada (URIBE ÁNGEL,
1885, 37). Cuja de cuero con pabellón de manta del Socorro
le fue embargada al escribano de Santa Fe Juan de Arenas por
el "hipocondríaco" presidente Francisco Castillo ( 1679-1685)
(GRooT, 1889, I, 383). Camas de viento o de cuero por el calor
era lo usual desde Cartagena hasta La Plata a mediados del
siglo xvm (SERRA, 1956, 1, 84), lo mismo que en los Llanos
orientales (PRINCEP, 1975, 58). En el inventario de los bienes
del presidente Morga, de la Audiencia de Quito, hecho en
1636, figuran 7 cujas de cuero de vaca y madera en que dor-
mía la gente del servicio (VARGAS, 1957, 251).
En el Valle del Cauca las cujas eran comunes a mediados
del siglo XIX (HoLTON, 1857, 385).

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410 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Un tipo de cama de cuerdas llamado trinquete en lengua


de germanía, existía en las mancebías pobres de España (RO-
DRÍGUEZ Sods, s. f., 139) .
Desde las camas de piedra del Neolítico, empotradas al
muro para ahorro de material, hasta las de grandes dimen-
siones que existían en Europa en tiempo del Descubrimiento
de América, hubo una larga evoluci6n (WJUGHT, 1964, 49-50).
En efecto, las camas con dosel eran verdaderos monumentos
y a veces tenían tal altura, que había que poner escalones para
subir a ellas; invariablemente constaban de cuatro columnas
sobre las que se colgaban el dosel y los faldones, pesadas telas
que ocultaban al durmiente, pues no existía dormitorio espe-
cial, sino que eran salones donde se alineaban varias camas y
la única manera de asegurar la intimidad era mediante colga-
duras (LozoYA, 1965, 20; BoNF.T CoRREA, op cit., 302-303). Este
modelo de 4 columnas dio paso a la cama francesa baja
(WrucHT, 1964, 183). Los bancs-lits o divanes aparecieron en
el sur de Francia hacia 1600 (WrucHT, 1964, 129).
En la época colonial, en el área andina eran famosas las
camas de madera de granadillo, color de hígado, que se hacían
en Méjico y en Guatemala (Coso, 1891, 11, 120; Rusto SÁN-
CHEZ, 1976, 281). Cama de cocobolo tenía el gobernador de
Popayán José Castro Correa al llegar en 1789 a posesionarse
(OLANO, op. cit., 154 nota). Este nombre de madera es pana-
meño y corresponde a la leguminosa Dalbergia retusa.
Los catres de hierro, aunque eran conocidos desde los
romanos, y se usaron aquí y allá en Europa, no se generali-
zaron, con los de bronce, hasta la Gran Exposici6n de 1851,
cuando se exhibieron varios modelos (WRrGHT, 1964, 270). En
parte la acogida que tuvieron se debi6 a que en ellos se dis-
minuía o eliminaba la presencia de chinches, rémora de la
civilizaci6n occidental (PAnÑo, 1972, 119, 194). En la Nueva
Granada un viajero registra corno algo que vaüa la pena de
consignarse, que en Cartago en 1854 había por lo menos un
catre de hierro introducido de Europa, "digno de un presi-
dente conservador" (HoLTON, 1857, 383).

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XXXI. EL REPOSO DIURNO Y NOCTURNO 411

Los catres plegables de tijera, de lona con marcos de ma-


dera, se utilizaron hasta principios del presente siglo. Quizá
se originaron de los usados en Estados Unidos durante la Re-
volución, típicas camas de campaña (WRIGHT, 1964, 182-183).

Tendidos.
Ya se vio que algunas tribus, como los guaymícs, dormían
sobre hojas de bijao (SERRANO Y SANZ, 1908, 96), o bijagua
Calathea imignis Pet. (SToNE, 1949, 9), reemplazadas por
telas de corteza en Coclé (LOTHROP, 1937, I, 15).
Sobre tendido de paja en el suelo se echaban los indígenas
del área cundiboyacense (LóPEZ MEDEL, 1982, 315; RGNG,
362), sin quitarse la ropa del día, como era también costumbre
de los romanos y de los orientales (WRIGHT, 1964, 28-29).
Los chocoes dormían en el piso de palma de sus barba-
coas, encima de un tendido de corteza o damajagua (Poul-
senia) (RGNG, 462).

Colchones y almohadas.
Las primeras noticias traídas por los descubridores del
Perú (en este caso Diego de Molina), revelaron que los indios
dormían en camas de colchones pequeños, "los de los llanos,
de algodón, e los de la sierra, de lana" (OvlEDO Y V ALDÉs,
1959, V, 93). Colchones de lana de ceibo usaban los indígenas
de Coaque en la época del descubrimiento (SAVlLLE, 1910, 27;
LEÓN BORJA, 1964, 416).
Ya se dijo que el Inca dormía sobre un colchón de algo-
dón (Couo, 1891, II, 288). En Piura, norte del Perú, estos
colchones estaban adoptados como cosa corriente en la segun-
da mitad del siglo XVI (J. DE LA EsPADA, 1885, II, 238; -, 1965,
II, 42).
Los colchones de algodón son antiguos en América, pues-
to que inicialmente se usaron como tales, por los españoles,
los sayos de armas que se empezaron a confeccionar después
de la conquista de Nicaragua:

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412 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

los sayos estofados de: algodones


que: usan baquianos compañeros,
y sirven en las noches de colchones
(CASTELLANOS, 1955, 11, 341).

En la región amazónica, el algodón cultivado fue susti-


tuido por el algodón de monte para el uso indicado (FIGUEROA,
1904, 406).
Fue del siglo XVIII la iniciación durante la dominación
española, del uso generalizado de lana de balso y de ceibo
para colchones y almohadas (SÁNcHEZ VALVERDE, 1947, 54;
PATIÑO, 1974, VI, 116-117; 119).
En cuanto al colchón de procedencia europea, se deriva
de los romanos hechos con paja, raíces, aserrín, plumas o
plumón, según las posibilidades del usuario (WRIGHT, 1964,
28; 271). El jergón medioeval era muy pobre. En España no
se usaban lechos de pluma, como en Francia, ni almohadones
de crin. En verano los colchones se cubrían con pieles de vaca
para disminuír el calor (DELEITO Y PIÑUELA, 1966, 94). Los
viajeros a Indias llevaban frazada, almohada y colchón ligero
(MARTÍNEz, 1983, 66). En una escritura de dote en Guatemala
en 1683 figuran dos colchones cameros llenos de lana (RUBIO
SÁNcHEZ, 1976, 281).
Los colchones de lana se generalizaron desde el siglo
xvm, cuando el invento de cardada en vez de varearla, des-
plazó el uso del pelo o crin (ibid., 271). Entre los artículos
llegados a Cubagua desde España en Jos tiempos de la explo-
tación perlera, figuran en un embarque 3 colchones de lana,
lana para otro y 2 almohadas de lo mismo (Om, op cit.,
505). En los dominios americanos es obvio que este colchón
no pudo usarse hasta mediados del siglo XVI en que la cría
de ovejas se expandió (PATrÑo, 1970-1971, V, 288-290). Las
hermanas de Camilo Torres le informaban desde Popayán
sobre la llegada en 1789 del nuevo gobernador José Castro y
Correa, comentando sobre la modestia de su ajuar, pues sólo
traía 3 colchones (ÜLANO, 1910, 152, nota).
El uso de muelles o resortes metálicos para colchones y
similares, aunque conocido desde el siglo xvm, sólo se gene-

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XXXJ. EL REPOSO DIURNO Y NOCTtJRNO 413

ralizó con mejoras sucesivas, a partir de 1826 (WIUGHT, op.


cit., 271-272).
El colchón de aire o inflable, con patente de John Clark
de 1813, sólo se empieza a popularizar en nuestros días (ibid.,
255, 275).
La verdadera almohada elástica, que en su forma original
en España era de cuero relleno (BoNET CoRREA, 1982, 334;
390-391), fue introducida por los conquistadores. Edred6n es
la almohada rellena con plumones de aves. Estos predomina-
ron desde el siglo XIV (WRIGHT, op. cit., 73).
Cobijas, mantas.
Los soberanos aztecas tenían mantas de cama de pluma
de patos, criados ex-profeso, y eran tan bien labradas y colo-
readas que admiraron a los españoles (OvtEDo Y VALDÉS, 1959,
IV, 38).
Los yurumanguíes usaban cobija de damagua (Poulsenia)
(J. Y CAAMAÑo, 1947, IV, 498). Esto se acostumbró asimismo
en el área amazónica con otras fibras liberianas, como el ca-
dúbanco de los maynas (J. DE LA EsPADA, 1897, IV, CXLVI;
Os.ER.EM, vol. cit, 143).
Cobijas de algodón usaban algunas tribus del Cauca me-
dio (RosLEoo: JIJÓN Y CAAMAÑo, 1938, II, Doc. 68), así como
en la costa ecuatoriana (LEÓN BoRJA, 1964, 415).
Los incas se cubrían con manta de lana de aunquénidos.
Los indios de Tunja y quizás los de todo el altiplano
cundiboyacense a principios del siglo xvn, "con la misma ropa
que se visten, se cubren para dormir" (RGNG, 362). En
forma similar se había expresado otro autor: "la ropa para
dormir no les hará estorbo ni les quitará mucho frío" (L6PEZ
M:ro.EL, 1982, 315, 316).
Tribus ecuatoriales que dormían en hamaca, mantenían
fuego nocturno para calentarse.
Toldos.
La temática de los toldos de algodón y otras fibras se
trató en obra anterior (PATIÑo, 1967-1968, III, 113-115).

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414 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

D e cachibanco, fibras corticaJes de varios árboles, se usa-


ron en el área ahoamazónica (JouANEN, 1941, I, 622), espe-
cialmente para defenderse de los murciélagos sanguin arios o
a11eras (ibid., 193), como lo h acían los omaguas y cocamas
(MARONI, 1889, 130; EsPINOSA, 1935, 98, 100), y los maynas
(J. OE LA EsPADA, 1897, IV, cxuv). En L amas y Moyobamba
del Perú oriental se labraban vistosos pabellones de mantas
pintadas, para defenderse de los murciélagos (MAGNIN: RI,
1940, 171, 175).
T ambién en los Llanos orientales los maibas del Caña-
purro hacían de fibra de quitebe tiendas de campaña (RIVERO,
1956, 20), y los guahibos del Meta (RrvERo Y UsTÁ.RIZ, 1857,
1, 106).
En la costa ecuatoriana se usaban toldos en la época de
la conquista (BENZONI, 1965, 195; L EÓN BoRJA, 1964, 415).
En algunas partes ni aun bastaban para defensa contra los
jejenes (L ÓPEZ MEDEL, 1982, 213; Rr:QuENA op. cit., 33).
Así no hubo necesidad de introducir este elemento, típica-
mente amerindio (NoRDENSKlOLD, 1924,3: 31 -, 1930, 8 : 114),
conocido en la cuenca del Mediterráneo, especialmente en
Egipto, desde tiempos remotos (WRIGHT, 1964, 18, 28).
P ero la tela de corteza fue sustituída por el algodón en
la dominación española ("pabellón de manta del Socorro")
( GROOT, ] 889, 1, 383; ÜVIEOO y V ALDÉS, 1959, V, 46; SAFFRAY,
1948, 157-158).

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CAPíTULO XXXIl

MENAJE PARA APOYAR COSAS

Metas.
La documentación disponible sobre este mueble en la
época prehispánica es puramente deductiva. En mesas de pie-
dra, que por lo mismo no podrían ser movidas muy fácilmente,
sacrificaban los mejicanos a sus víctimas. Igual puede supo-
nerse que ocurría en la región agustiniana.
En casa del cacique del valle de Lili en la cuenca del
Cauca las momias de los enemigos muertos estaban colocadas
sobre una "larga tabla" que iba de pared a pared, pero estaba
en alto, quizá suspendida (CIEZA, 1947, 380).
Al parecer no tenía mesas la casa indígena. Los objetos
de uso diario o las vasijas que los contenían, se colgaban de
postes o paredes donde las había y aun de las vigas.
Las mesas españolas de madera más características fueron
la rectangular "de refectorio" y la más sencilla, llamada "to-
cinera" (M.uTÍNEZ FEoucHr, 1975, 53), ambas de cuatro patas.
Las primeras tenían tablero muy grueso y faldones o teleras,
a veces ricamente ornamentadas con talla (BoNET CoRREA,
op. cit., 296-297). Por influencia francesa aparecen en España
las mesas de seis patas, dos a dos, y de Holanda se adoptó la
chambrana de contorno, en vez de ser central en forma de H
(ibid., 297).
Contra lo que pudiera suponerse, la mesa plegable y des-
montable es antigua, y ya se usaba en Aragón en el siglo xtv
(CANDAMO, 1951, 26; LozoYA, I%5, lám. 148, pág. 175). La de
tableros de quitaipón se puso de moda en Inglaterra en 1780

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416 IIISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

(Lucm-SMITH) 1980) 96). En Norteamérica se reintrodujeron


hacia mediados del siglo pasado en adelante) los paneles de
madera laminados para mesas (BuTLER) 1973) 139).
A mediados del siglo XIX se usaban en Buga mesas de
cedro rojo (RIVERA Y GAJUUDO) 1968) 20).
Las mesas de pies y chambranas de hierro para soportar
tapas de mármol o piedra dura estuvieron de moda un tiempo
(MARTÍN:Ez FEoucm, 1975, 57).
EL Art Deco de principios de siglo actual produjo el ar-
mario-bar y la mesa para coctel (Lucn:-SMITH, op. cit., 172).
Las mesas circulares son de origen italiano (BoNET CoRJtEA)
op. cit., 298).
Muas de noche.
Modificaci6n de la perica usada en España para guardar
la bacinilla (véase capítulo XXXIV).

Bufete.
La palabra es de origen francés, aunque el mueble espa-
ñol de tal nombre no coincide en sus características con los
del otro lado de los Pirineos, estos troncopiramidales (BoNET
CoRREA, op. cit., 296. 297). Es mesa transportable, exenta o
adosada a la pared (LozoYA, op. cit., 124). A veces sobre el
bufete se ponía un escaparate.
Es fama que el indio mejicano Juan de la Cruz de Puebla,
era experto en la confecci6n de bufetes con incrustaciones en
el período colonial (TERREROS Y VrmNT, 1923, 137).
Bufete en algunos países de Hispanoamérica ha perdido
su sentido inicial y se aplica, en vez de mueble alguno, a la
oficina) especialmente de los abogados.

Escritorios y escribanías.
El escritorio es una mesa a la que antiguamente se le
colocaba encima un mueble para guardar en compartimientos
con llave, documentos y aun joyas (véase bargueño) (BoNET
CoRREA, op. cit., 286-293).

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XXXII. MENAJE PARA APOYAR COSAS 417

Cuando la tapa era plegable con bisagras en la parte in-


ferior del mueble superpuesto, esta tapa servía para poner el
papel y apoyarse al escribir.
El escritorio se complementaba con la escribanía, reci-
piente a veces adornado, donde se guardaban los adminículos
usados para escribir: tinteros; salvillas, salvaderas o arenille-
ros, usadas antes de la invenci6n del papel secante, y las
plumas (BoNET CoRREA, op. cit., 230-234).
El escritorio con mesa inclinada, parece ser una deriva-
ci6n lejana del atril o facistol eclesiástico, o sea el mueble,
generalmente metálico, donde se colocaban los pesados info-
hos de la época medioeval (BoNET CoRREA, op. cit., 232-234),
o donde escribían los monjes que preservaron en esa época las
obras de la antigüedad clásica.
Una derivaci6n del mismo sería el banco escolar sencillo
o pupitre.

Gabinete.
Antiguamente era cualquier mueble con cajones que ser-
vía de receptáculo. Se origin6 del arc6n con patas. Después
ha pasado la palabra a significar pieza contigua a la sala o al
dormitorio, a veces habilitada como tocador y para recibir vi-
sitas (Dic. Dec., 297).

Consola.
Aparece en el siglo xvm este mueble, una media mesa
adosada a la pared, casi sin uso utilitario, sino para adorno
(Bom.T Coruu:A, op. cit., 307). Algunas tenían tablero de már-
mol (LuciE-SMITH, op. cit., 77).

Otros.
En la mueblería rural española popular, mucho menos
adornada que la culta, se mencionan banquetas y poyetes ru-
dimentarios de muchas formas (LozoYA, 1965, 368).

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418 HISTORIA DE LA CU LTURA MATERIAL

Trípodes.
El de chimenea, de hierro o bronce (WRIGHT, 1966, 69-70),
servía para apoyar los atizadores y demás adminículos relacio-
nados con el control del fuego (véase capítulo XXIX).

Bastonero. -Paragüero.
Basta mencionar ambos muebles, para poner el bast6n
y el paraguas, respectivamente.

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CAPíTULO XXXIII

RECIPIENTES
Y MUEBLES PARA GUARDAR COSAS

Los recipientes pueden ser vegetales, animales o minera-


les; pueden ser naturales o manufacturados, y el material de
que están hechos, así como el tamaño, la forma y el diseño,
se adaptan al uso en cada caso.
Lo relacionado con las vasijas para preparar y servir los
3limentos se ha tratado en el primer volumen de esta obra
(PATIÑo, 1984, I, 134-148). Las que sirven para el transporte
de productos a pie o en bestias, se estudiarán en el tomo III ;
y los empaques para productos comerciales, en el volumen
que se prepara sobre el comercio. Aquí s6lo se considerarán
los recipientes que sirven para guardar los objetos personales
dt los miembros de la familia, que constituyen el ajuar.
Los indígenas darienitas usaban las llamadas havas o ces-
tos para guardar cosas (ÜV1EDO Y V ALnÉs, 1959, III, 327).
En la parte oriental de Sur América se conocen las pa-
garas o cestas manuales, entretejidas con hojas de ciertas plan-
tas, para cargar los adminículos usados en la pintura corporal
diaria (BARMRE, 1743, 138). A esto le llaman en otras regiones
venezolanas guapa, del tamanaco; es un canastillo circular de
caña, con grecas y dibujos negros (ALvARADO, 1953, 184).
Hay un mapa de distribuci6n en América de las cestas
con tapa (NORDENSKIOLD, 1920, 2: 173).
Los indjos del delta del Orinoco usaban a mediados del
siglo pasado la espata grande de la palma cucurito (Maximi-
liana r~gia), en forma de nave, para guardar objetos persona-
les (APPUN, 1961, 385).

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420 HJSTORIA DE LA CULTURA MAnRtAL.

Petaca.
Palabra del náhuatl petla-calli = petate, estera; caja, arca
(RoBELO, S. f., 74, 76).
"Es una petaca una manera de cesta muy bien fecha, e
algunas forradas en cueros de venados, e con sus atapadores,
que cabe tanto como media arca o caja de ropa; e hácenlas
del tamaño que quieren", los tarascas (OvJEDO Y V ALoÉs, 1959,
IV, 272, 11, 169). Diez y ocho petacas al año debían tributar
los indígenas habitantes de los 54 bohíos de Turbaco en 1549
(BoRREGO, op. cit., 139).
Todos los demás muebles para guardar cosas fueron in-
troducidos por los españoles.
Antes de seguir adelante, conviene aclarar algunos tér-
minos. Arca es una caja grande de madera o de metal, con
cerraduras muy seguras, pues su principal función es guardar
valores, sean monedas, joyas u otros. Cofre, contra la aplica-
ción que se le da a esta palabra en Colombia, es una vasija
mayor que el arca, apoyada en el suelo sobre patas, y con
tapa convexa. Arqueta o joyero, es un arca pequeña, bien or-
namentada y desde luego portátil. Urnas y cajas fanales, por
sus paredes transparentes, permiten la exhibición de los ob-
jetos que guardan. Cofrui/lo, arquilla y caja son copias de
pequeño tamaño, del cofre y del arca, respectivamente. Esttt-
clu~ es un recipiente lujoso para guardar un solo objeto, como
medalla etc., de gran valor (BoNET CoRREA, 1982, 226-227).
A ellos hay que agregar los baúles, los bargueños, arqui-
mesas, contadores, armarios, cómodas, escaparates, aparadores,
estantes, baúles.
Los bargueños son al parecer los muebles más acusada-
mente españoles, variantes del arca, pero con divisiones o
compartimientos, y dotados de una superficie para escribir
(LozoYA, 1965, 19; MARTÍNEZ FEoucHI, 1975, 54-55). Empe-
zaron a conocerse en el siglo xvt y a España se importaron
desde Ausburgo y Nuremberg. Los dotados de columnitas se
llamaron "escritorios" o "contadores", predominantes en el
siglo xvu. Fueron imitados en los dominios españoles, Méjico,

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XX.Xtn. RECIPIENTES Y MUEBLES PARA CUARDAR COSAS 421

Perú y las misiones jesuíticas del oriente boliviano (BoNET


CoRREA, op. cit., 286-293) •.
Los armarios también fueron introducidos de Alemania
y Francia a España y luego modificados para acomodarlos al
gusto local (BoNET CoRREA, op. cit., 293-295).
Las arcas de talla plana con aplicaciones de lat6n, tornea-
do etc., fueron imitadas en los dominios americanos en los
siglos XVI a xvtu (ScHMITZ, 1%6, 35). Lo mismo ocurri6 con
los muebles ingleses en Norteamérica, pero aquí se usaron
maderas nativas, y aunque los ebanistas eran ingleses, se desa-
rroll6 un estilo más simplificado que en la respectiva metr6-
poli (ibid., 42; BuTLER, 1973).
También el armario de dos cuerpos superpuestos es de ori-
gen centro-europeo (LozoYA, 1965, 21). Es una adaptaci6n
del arca, con planos de cierre verticales en vez de horizontales
(ibid., 368). El armario bajo llamado cr~d~ncia es del siglo
XV (MARTlNEZ FEDUCHl, 1975, 205).
Alacena es mueble para guardar cosas tocantes a la bu-
c6lica, como llamaba Cervantes a las de comer. Un documento
del 6 de enero de 1600 en la Nueva Granada se suscribi6 entre
el carpintero Gabriel Hernández y el confitero Juan de Agui-
lera; el primero se oblig6 a hacer "en la sala de dicha casa
a la mano izquierda una alacena con dos tablas, la una para
platos y la otra para manteles, y debajo ha de servir de tina-
jera y ha dt. llt:var sus puertas; de la mitad para arriba han
de ir en sano l ¿vano? 1 y de la mitad para abajo han de ser con
sus balaustres de nogal torneado de nogal y lo demás de ma-
dera amarilla" (ARBELÁEZ y SEBASTIÁN, 1967, (4), 493-496).
De allí ha surgido el actual seib6 por sid~-board que es
un nombre innecesario para el "aparador". Este introducido
a España de los Países Bajos, es un mueble con dos puertas
para guardar vajilla; en el tablero inferior va la batería de
cobre (CANDAMO, 1951, 64). Es fama que los aparadores que

• Escrito lo anterior, se publica el catálogo del Museo de Arte Co-


lonial de Bogot.1, de una exposición realizada c:l 29 de julio de 1986, "El
Bargueño", con reproducciones de este mueble existenres en Bogotá.

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422 JiJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

tuvo el presidente del Nuevo Reino marqués de Sofraga, 1638,


eran de plata labrada de gran riqueza, producto de los cohe~
chos de que pocos mandatarios españoles se vieron libres (R~
DRÍGUEZ FRELLE, 1984, 294-295).
Maleta o almofrej =de cuero con armazón de madera,
de Méjico (Bom.T CoRREA, op. cit., 330).
El escaparate es una vitrina adosada a la pared sobre un
bufete o mesa, para exhibir a través de los cristales, objetos y
artículos decorativos puestos en el interior (Bom.T CoRREA,
op. cit., 124).
Debe mencionarse un mueble que fue común en el occi~
dente de Colombia a fines del siglo XIx, la banca~baúl, una
mezcla de las dos cosas designadas con ese nombre compuesto,
y el baúl sólo, ambos con llave.
El escaño es un arca con respaldo (LozoYA, op. cit., 308),
aunque en América, por lo menos en Colombia, es sólo una
especie de banca, a veces hecha exclusivamente de listones.
En algunos inventarios de la época colonial se mencionan
como muebles preciados, cofres hechos de plata (RiBERA y
ScHENONE, op. cit., 203).
Se conoce desde Ja expedición de Hernán Pércz de Que~
sada en busca del país de la canela en 1540-1542, la laca mopa~
mopa llamada también "barniz de Pasto". La industria de
confeccionar arquetas y otros objetos de madera con revestí~
miento de dicha laca tuvo una evolución colonial interesante
(PAnÑo, 1975~1976, 300-302; MoRA OsE¡o: Caldasia, 1977, voL
XI, págs. ~31 ). Estos cofres fueron llevados a Bogotá por los
jefes patriotas (HERRERA L., 1893, 34, 5~59).

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CAPfTULO XXX r V

ELEMENTOS PARA EL ASEO PERSONAL


Y EL DE LA VIVIENDA.

A) ASEO DE LA PERSONA.

Saponinas.
No es de este lugar hablar de los hábitos de aseo personal
de los indígenas americanos. Algo se ha dicho al estudiar las
epidemias en otra obra (PATIÑO, 1972, 174-176), sobre las sus-
tancias de origen vegetal que usaban para despercudirse, y más
se dirá cuando en un tomo en preparaci6n dedicado a la vida
sexual y las costumbres diarias, se trate de la higiene personal.

Esponjas.
No hay constancia de que algo semejante usaran los in-
dígenas para los fines en estudio, aunque sí para otros que
no se relacionan con el tema de este libro (cerámica). Las
esponjas de baño pertenecen a la clase Demospongea; la Hya-
lospongea es silícea y la Calcispongea, calcárea (PumA, 1972,
20-21).

Estropajo.
El estropajo (Luffa) de origen afro-asiático, se us6 tar-
díamente en América, hasta donde alcanzan las informacio-
nes disponibles (PATIÑo, 1967-1968, 111, 126-127).

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424 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

Jab6tz.
Aunque los romanos conocían las propiedades de varias
sales de sosa para limpiar, el uso del jabón no parece haberse
generalizado en el imperio romano hasta la conquista de las
Galias, pues Jos germanos usaban algo similar a él. España,
con aceite de oliva y depósitos de sosa fáciles de utilizar, se
convirtió, con Marsella y algw1as ciudades italianas, en pro-
ductora desde el siglo vm (Encycl. Amer., XXV, pág. 157).
Las "almonas", como se llamaban las fábricas de jabón, eran
antiguas en el sur de España. Los Reyes Católicos refrendaron
en Sevilla las ordenanzas municipales, en uno de cuyos ar-
tículos se establecía que debían quedar en sitios alejados del
centro de la ciudad, para no ofender a los habitantes con los
malos olores, los talleres de varios oficios, incluyendo las ja-
bonerías y velerías de sebo (LoRENZO DE SAN NIOOLÁs, 1796,
436-437). El monopolio de jabón de Sevilla, ostentado en el
siglo XVl por los marqueses de Tarifa, fue ampliado a Indias
después del descubrimiento. Había almona de jabón prieto
en El Salvador y de blanco en Triana, barrios de la ciudad
del Guadalquivir; ambas consumían al año entre 50 y 60 mil
arrobas de aceite (LoRENZo SANZ, 1979, 1, 432) .
Se ha dicho que con el aumento de la producción de acei-
tes en América se abarató el jabón, con la consecuente eficacia
en la prevención de enfermedades y disminución del porcien-
taje de defunciones (MUMFORD: THOMAS, 1956, 390).
El 3 de agosto de 1499 se expidió a Pedro de Salcedo el
privilegio de que durante su vida, "él sólo pueda traer y ven-
der jabón en la Española" o Santo Domingo (NAvARRETE,
1954, 1, 466-467). Desde la Edad Media, los marqueses de Ta-
rifa tenían privilegio real en Sevilla para producir jabón; pero
Pedro y Gregorio de Espinosa lo fabricaban, blanco y negro,
en esa ciudad en tiempos de Felipe 11 (LoRENZo SANz, 1979, 1,
432; 257, 259). En 1566 el jabón que se exportaba de España
a América pagaba el 10% de almojarifazgo, o sea una de las
tasas más altas (ibid., 1980, II, 368).
Existe un documento del 9 de marzo de 1575, informe
sobre el establecimiento de una almona de "jabón de la tierra",

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XXXIV. EL ASEO PI:.RSONAL Y .EL DE LA VIVIENDA 425

que el procurador y regidor de la ciudad de Méjico le dirige


al virrey (AHN: Información, 1575). Por él se viene en co-
nocimiento que los mejicanos del pueblo usaban dos plantas
para fines higiénicos y una sal llamada tequesquite, rica en
sosa. Este debe ser el "jabón mineral" a que se refiere un do-
cumento de c.1770 (GuERRA, 1973, 25).
En jurisdicción de Guayaquil había a principios del siglo
xvrr una almona de jabón que aprovechaba sebo de vacas y
cenizas de la yerba sosa (T. MENOOZA, 1868, IX, 255); alguno
además se labraba en casas particulares. "Será todo el que se
labra cada año en Guayaquil, 400 qq. Véndese el quintal de
10 a 12 pesos de 9 reales" (ibid., 267). Asimismo en el par-
tido de Puerto Viejo se fabricaban al año unos 50 quintales
de jabón de sebo y de manteca, que se vendían a 12-14 pesos
(ibid., 291). También en Ojiva o Babahoyo se fabricó jabón
en la época colonial (REQUENA, op. cit., 45).
Del Perú se llevaba jabón a Panamá a principios del siglo
xvu, a 16 pesos el quintal (SERRANO Y SANZ, 1908, 201); aun-
que después se particulariza que de Saña, G uayaquil, Puerto
Viejo, Riobamba y aun de Nicaragua (ibtd., 176). Tan así es,
que los piratas capturaron en Taboga un barco con jabón del
Perú (ExQUEMEI.ING, 1945, 223), y otro en el propio puerto
de Panamá (RINGROSE, 1945, 298). El jabón de Lambayeque,
costa norte peruana, conocido desde principios del siglo xvn
(V.~zQU.EZ DE EsPil"OSA, 1948, 370), llegaba hasta Popayán un
siglo después (SERRA, 1956, 11, 350).
Para la fabricación de jabón en el Nuevo Reino de Gra-
nada se usó como materia prima de la lejía, la ceniza de
guásimo (VARGAS MAcnucA, 1599, 166; SIMÓN, 1953, IV, 44; ZA-
MORA, 1945, 1, 169). En Sutagaos, porción meridional del área
muisca, los indios fabricaban para sus encomenderos ceniza
y jabón que se llevaba a Bogotá (FRlEDE, 1953, 166). En 1609
figura en Cali un ta l Miguel de Fonseca "maestro de hacer
jabón" (ARBOLEDA, 1928, 63).
No debió emprenderse con empeño este renglón, puesto
que en vísperas de la Independencia José Ignacio de Pombo se
quejaba de que en la provincia de Cartagena, con tener abun-

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426 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

dantes aceites de palmas de mil pesos, se invirtieran gruesas


sumas al año importando jabón (PoMBo, J. J., 1%5, 186-187).
Pero sí lo fabricaban en 1755 los capuchinos catalanes en sus
misiones de los Llanos, aprovechando los hatos de ganado
que terúan (Cur:Rvo, 1894, IV, 220). En Maracay se hacía con
lejía hirviendo en que se echaba un ternero nacido muerto
(BoUSSINGAULT, 1985, Il, 64).
De jabón común se consumían a fines del xrx en Colom-
bia 25 millones de barras al año (VERGARA Y VELAsco, 1974,
II, 812). No se indica la proporción del "de Castilla", duro o
"de pino", hecho a base de sosa, respecto del "de la tierra",
hecho con lejí.as potásicas blandas como las mencionadas de
madera de guásimo (At..vAMoo, Ll954J, II, 267; 296; FtGUEROA,
L., 1984, 373-374).
Hay constancia de la llegada a Cubagua en el bienio 1528-
1529 de 10 quint:tles de jabón a 8 pesos el quintal, y en otra
ocasión de 28 panes del mismo artículo (Orrr:, op. cit., 486,
506). Como digno de figurar en una cuenta de bienes de di-
funtos de la ciudad de Coro y su provincia en 1532, se habla
de "pan de jabón" y "ladrillo de jabón" (AactLA FAAÍAs, 1979,
422). Andando el tiempo, ya a mediados del siglo xvm, en esa
provincia venezolana se utilizaba el yabo, "el cual quemado
y reducido a ceniza se fabrica con él jabón" (ALTOLAGUOUU:,
1908, 208). Este yaba es la Leguminosa Cercidium praecox
(R. & P.) Harms. (ScHNU, 1960, 616-617).
En nuestros días se ha producido el primer sintético ni-
trobenceno para jabones, llamado mirbane (KENNETT, 1975,
181-182).

Enseres para d tuco personal.


Los españoles introdujeron las vasijas para el aseo perso-
nal. El baño total por sumersión -como Jo practicaban Jos
indígenas- era casi tabú para los españoles en la época de
los descubrimientos y después (sobre esto se hablará en los usos
y costumbres en otra obra). Por eso la limpieza era local,
más bien a base de abluciones. De allí el desarrollo de vasijas
como la jofaina o palangana, recipiente para lavarse, y el agua-

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XXXJV. 1!1. ASEO PERSONAL Y EL DE LA VIVJllNDA 427

manil (también aplicado al mismo propósito) y la jarra o el


jarro (de una sola y de dos asas, respectivamente), para echar
el agua (Dic. Decor., 1979, 27-28, 348, 349). Este conjunto a
su vez requería de un mueble para ser colocado, el jofainero,
que quizá no existió en las casas de la gente pobre, pero que
pudo estar bien ornamcmado en las ricas. Perdura en localida-
des pequeñas y aun en pensiones de pueblos.
Pero hubo también verdaderas bañeras, las medievales, es-
pecialmente en León, de arambre (cobre) o de madera (LA-
FoRA, 1950, 36). Portátiles, no fijas, las hubo también en los
palacios, aunque eran menos corrientes que estatuas de már-
mol o cuadros de famosos pintores, qujzá por el prejuicio de
que el agua estropeaba el cutis (BuENO, 1%5, 22; 27-28).

Dornajo.- Lebrillo.- Barreño.


Los tres eran vasijas abiertas; pero el primero general-
mente de madera y los otros dos de cerámica, sencilla o
vidriada.
La picaresca de la época colonial en la pacata Santa Fe
ha conservado un episodio que arroja luz sobre este aspecto
y muestra un sustituto americano de la bañera, dornajo o le-
brillo. El oidor del Nuevo Reino Bernardino Angel de Isunza
y Eguiluz durante la segunda etapa de la presidencia de Ca-
brera y Dávalos (1694-1703) se amancebó con una joven san-
tafereña, alcahueteada por su propia madre; iban juntos los
Lres a todas partes, inclusive a trapiches de Tena y Cajicá,
donde los tórtolos se ponían "en cueros y se metían ambos
a bañar en una canoa con agua de olores y la dicha Isabel de
Orgaz, su madre, los enjugaba habiéndose bañado y ks daba
ropa limpia" (ÜRTiz, 1966, IU, xxx, 258, citando a Restrepo
Tirado).
Para llevar el agua a la habitación se usó, pero en época
más tardía, el balde.
A partir del siglo XVIU con el refinamiento de las cos-
tumbres, se emplearon metales preciosos para hacer algunos
de dichos adminículos. Quedan piezas de plata referentes al
asunto de que se está hablando: baldes (RIBERA y ScHENONE,

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428 niSTORIA DE LA CULTURA 1\iATERIAl.

1981, 180-181); fuen tes (ibid., 226-232); jarras (ibid., 233-


234); jarros (ibid., 234-236); palanganas (ibid., 274).
A la utilización de la loza esmaltada ha seguido en nues-
tros tiempos el uso de hierro esmaltado y últimamente del
níquel.
-·-
H e aquí varias denominaciones para instalaciones rela-
cionadas con el aseo, algunas desconocidas en América:
Bañera= Recipiente para el baño, metálico o de loza, con
capacidad suficiente para que la personas pueda permanecer
echada durante largo úempo. Bañoseo = Más reducido que
la bañera, con escalón interior, que se puede emplear para ba-
ñera infantil, lavapiés, pila de ducha o lavadero y para baños
de asiento (Dic. Decor, 86, 87).

-*-
Mención especial merece lo relativo a la afeitada o rapaua.
Los indígenas se depilaban en algunas partes mediante pro-
ductos vegetales o manualmente por arranque de los pelos,
como lo hacían los huancavilcas del área de Guayaquil, hom-
bres y mujeres, en el cuerpo, con pinzas de cobre (SZAszot,
1980: CP, 8: 98). Algunas tribus usaban pedernales duros,
tipo obsidiana.
Los mayas "no criaban barbas y decían que les quemaban
los rostros sus madres con paños calientes siendo niños, para
que no les naciesen y que ahora crían barbas aunque muy
ásperas como cerdas de rocines" (LANDA, 1938, 105). Sobre
esto se volverá en otra obra de la presente serie.
La afeitada con navaja fue introducción española. Los
viajeros Juan y Ulloa enumeraban entre los abusos de los co-
rregidores con los indígenas serranos del Ecuador, obligarlos
a comprar -fuera de otros objetos inútiles para ellos- na-
vajas de afeitar "a quienes no tienen barbas" (JuAN y ULLoA,
1983, 11, 249). Consustancial con la navaja de afeitar era la
bacía, recipiente generalmente metálico, para el agua del re-
mojo, adminículo ampliamente mencionado en la literatura

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XXXIV. El. ASl>O PERSONAL Y E L DE LA VfVIENDA 429

(la bacía del barbero). En América se llegaron a hacer de


plata ( RIBERA y ScHENONE, op. cit., 179-181).

Lavapiés.
Pileta con agua corriente para la higiene de las extremi-
dades inferiores (Dic. Decor.). Esto lo explica sobradamente
la siguiente regla de urbanidad, tomada de un texto en verso
del siglo XlX:
Enjuágate cada día
Ja boca y limpia los dientes,
con tal que no baya presentes
personas de autoridad;
toma baños de limpieza.
mayormente en el verano,
y los pies también es sano
de vez en cuando lavar
(Coon-H, 1850: CASTAÑEDA Y \t.COVER, 1955, 157 158).

Otras vasijas sa12itarias.


Por su carácter escatol6gico en todo sentido, le correspon-
de este lugar a lo relacionado con las funciones de elimina-
ci6n. El tema, desde el punto de vista de las costumbres, se
tratará en la obra dedicada a este aspecto. Aquí solamente
se dirá algo de las piezas del menaje atañcdcras.
Como las deyecciones se han denominado "aguas meno-
res y mayores", 16gico es que para recogerlas se usaran vasos o
recipientes, llamados " vasos de noche", bacines o bacinillas.
Son conocidos desde los más remotos tiempos. En el área que
interesa para nuestro estudio, en la época de los descubrimien-
tos y después, se acostumbraba botar su contenido a las calles,
previo el grito anunciador de "¡agua va!" (PFANDL, 1942, 214-
215), que en las ciudades lúspanoamericanas se prolong6 hasta
bien avanzado el siglo XJX. En las casas de juego en España,
solía haber cacharros para que los huéspedes se desahogaran
(ibid., 174). Estos orinales eran traídos y llevados allí por
unos muchachos llamados "entretenidos", que ganaban por
ello unas perras (DELEITO Y PIÑUELA, 1967, 237).

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430 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

La servidumbre tenía en las casas españolas señoriales su


retrete en el granero, "para que no huela mal", mientras los
señores o amos en los mismos aposentos mantenían sus ba-
cines u orinales, según una descripción del fi lósofo Luis Vi-
ves (LAMPÉREZ Y RoMEA, 1922, I, 552). Desde luego, esto
presupone la necesidad de criados que sacaran las vasijas con
su contenido, los tira-beques, labor que en América desem-
peñaron las indias de servicio. En la literatura se recuerda la
apologfa del bacín h echa por la P ícara Justina, como la cosa
más agradecida del mundo, "porque le hacen servicio y hace
servicio" (UBEDA, 1977, II, 513).
Un divertido episodio se registra durante la navegación
en el bajo Amazonas de los jesuítas expulsas de las misiones
de Maynas con los servicios y orinales (URIARTE, 1952, II, 157-
158, 165-167). No menos saleroso es lo que le ocurrió a Boussin-
gault en Riosucio en 1824 cuando el cura Bonafont, cuyo
nombre lleva un corregimiento de esa ciudad, le ofreció un
almuerzo preparado en bacinillas de porcelana de bs fabrica-
das en W egwood -desde luego sin estrenar- por no cono-
cerse su verdadero uso (BousstNGAULT, 1985, IV, 37).
A esto se extendió el refinamiento, y entre las piezas de
platería reseñadas como de origen :~rnericano figuran bacinillas
de metales preciosos (RiBERA y ScnENONE, op. cit., 180) : ejem-
plo el orinal de p lata registrt~do en el inventario de bienes del
presidente de la Audiencia de Quito Antonio de Morga, de
21 de julio de 1636 ( MoRGA, ]9()9, 160; VARGAS. 1957, 225).
No eran raros en el Perú (VALCÁRCEL, 1945, 203). También
las hubo de metales ordinarios: se menciona el bacín de cobre
bajo de fray José Palacios de la Vega (TBAÑ.Éz, 1884. 31 ).
Pero en América las clases pobres sustituyeron la bacinilla
por el "mate meador" o "socobe", que todavía quizá se use
en algunas áreas rurales, y tiene antecedentes indígenas en la
vasija de calabaza para deyecciones que usaban los caribes
durante el ayuno consiguiente a una muerte de enemigos
(ALVARADO, 1945, 164).
Aun debieron fabricarse bacines hechizos, si es cierta la
situación de la siguiente composición que el autor oyó en su

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XXXIV. EL ASEO PERSONAL Y EL DE LA VIVIENDA 431

pueblo natal hacia los años treinta, de labios de un músico


bohemio:
Soñé que yo no era Pedro
sino un pedazo de palo:
no era comino ni cedro
sino otro palo más malo.
de madera no tan dura:
higuerón. . . Mi desventura
te voy a contar, Joaquín:
de mí hicieron un bacín;
a una vieja le serví:
¡Ay qué sueño tan pesado
que se apoderó de mí!
¡Quién hubiera desp::rtado
antes de cagarse en mr!

No hechizos, sino industrializados, eran los llamados en


Quito "pastuzos", vasos excretorios de madera barnizados y
pintados, que se hacían en Pasto con mopa-mopa (ALCEDO,
A., 1789, V, 141; - , 1967, IV, 344).
La perica (véase) a su vez se colocaba bajo el cagador,
mueble a modo de silla o trono con abertura central circular,
provisto de tapas (Dic. Dt:c. 123).
La turca o cama turca es un retrete al nivel del suelo
(Dic. Dec.), a veces con dos plantillas para apoyar los pies.
Se pueden considerar vasijas de uso doméstico los platos,
morteros y aun lebrillos que se labraban con la madera del
guayacán, "palo sano" o "palo santo", para consumir el agua
que se echaba en ellas, a la cual se creía que la madera im-
partía las presuntas virtudes de curar las bubas o sífilis y
otros males insuficientemente identificados de la época colo-
nial. Aparte se ha hecho la historia del Guiacum a fuer de
madera dura e incorruptible (PAnÑo, 1975-76, 257-259), y en
esta misma obra se ha mencionado como material de cons-
trucci6n (véase cap. XII-A).
Las trozas de guayacán se exportaban a España y a varios
países europeos desde el área circuncaribe, hábitat de esa es-
pecie. El licenciado Echagoian en su relaci6n de la isla de
Santo Domingo de hacia 1561 dice que se llevaba a Flandes

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432 IIJSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

para el uso indicado al principio de este párrafo (T. DE MEN~


DOZA, 1864, I, 15).
En una época en que la sífilis parece haber estado muy ex-
tendida, no cabe duda de que las mencionadas vasijas debieron
ser comunes. Se recuerda la poesía de Cristóbal de Castillejo:
¡Oh guayaco!
Enemigo del dios Baco
y de Venus y Cupido
{Pt.TJÑO, 1975.76, 859.860).

Cuando el sistema digestivo estaba perturbado o a veces


con otros pretextos de la medicina de la época, se apelaba a
las ayudas o lavativas, propinadas mediante la jeringa o clister.
A este adminículo se refieren dos refranes españoles colecta~
dos por Rodríguez Marín: l. "Ayuda y jeringa, clístcr y lava~
tiva, todo es una cosa misma". 2. "Si te peta o no te peta,
mangueta; y que tires pa abajo o que tires pa arriba, lavativa;
que clístcr, ni yo lo digo, ni tú nunca lo dijiste" (MARTÍNEZ
KLEISER, 1978, 668). Las jeringas eran adminículos indispen~
sables en los viajes transatlánticos (MARTÍNEZ, 1983, 66-67).
En América las jeringas españolas eran metálicas. En
1580 en la Nueva Granada se dispuso fundir todo el oro exis-
tente en cualquier forma, pero principalmente el de los tunjos
indígenas, sin pagar quintos: Jos avivatos de la época apr~
vecharon para hacer fundir como tal metal precioso, los can~
deleros de aljófar, las bacinillas y hasta las jeringas (GÁLVEZ
PrÑAL, 1974, 72, 73). Jaringa (así) o gayetana (¿sería galle-
tana ?) llevaba en su equipaje Miguel de Ochagavia durante
el viaje por el Apurc-Orinoco en 1647 (CARVAJAL, J., 1956, 94-
95; 292-295).
El clíster fue reemplazado en las casas pobres por el "popo"
de higuerilla, o sea la fístula hecha de un peciólo de esa Eufor-
biácea introducida por los españoles. Los indígenas amazó-
nicos usaban (y de allí salió el desarrollo moderno del caucho),
las tapotaranas o jeringas elásticas, que llenaban de agua o
sustancias narcóticas. Los asistentes a un convite se propinaban
la correspondiente dosis recíprocamente.

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XXXIV. EL ASEO PERSONAL Y EL DE LA VlVJ.ENDA .f33

En la Guayana Francesa en el siglo XVUI se usaban bolo-


nes y jeringas y anillos de caucho hechos en molde de arci-
lla (BA.RR.b.E, 1743, 139-141). Los usaron también los chocoes
(NoRDENSKJOLD, 1930, 8: 54-55; 62-64, 184-195), y en Chimú,
costa peruana (VÉLEZ L6PEZ, 1928, 296-297). [Fig. 18].

Fig. 18. Bola, anillo y una jeringa de caucho (pera), usados por los
indígenas de la Guayana francesa en la primera mitad del siglo XVUI.
(Reproducido del libro "Nouvelle relation de la France equinoxiale",
por Pierre Barrere, 1743, pág. 138).

En el antiguo Perú existía la costumbre de la purga pe-


ri6dica, que se completaba con la aplicaci6n de p6cimas con
la jeringa llamada huilcachina (PoMA DE AYALA, op. cit.,
71, 119).

28

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434 HISTORIA DE LA COLTOR.A MATERIAL

P~rico =Mueble antiguo en forma de caja que ocultaba


en su interior una bacinilla (Dic. D~cor., 510, 486). Quizá por
esto último (el contenido por el continente), se le llama en
varias partes de América "perica" a la bacinilla.
Excusados de hoyo o letrina con caseta se empezaron a
usar hacia 1925, por influencia de las campañas sanitarias de
la Unión Panamericana y la Fundación Rockefeller.
El inodoro moderno fue diseñado en 1778 por Bramah
(LILLEY, 1957, 86), el mismo inventor de la cerradura de se-
guridad; pero sólo adquirió su forma actual a principios del
siglo en que vivimos.
Polibán = Minibaño ele gres porcelánico o de fundición
esmaltada, muy pequeño, para irrigaciones vaginales ( Dice.
D~c.). No se sabe si se usó en América. Sus funciones las
desempeña mejor el bidct, de origen y nombres franceses,
cuya introducción data de principios del siglo actual, junta-
mente con el inodoro o water closet.
También de eliminación son las funciones de descargar
las vías respiratorias. No se sabe cómo hacían los indígenas
en este caso para eliminar las mucosidades nasales o bron-
quiales. Los europeos del tiempo del descubrimiento carga-
ban pañuelo o paño de narices, para lujo, pues se sonaban
con Jos dedos (BuENO, 1971, 27). Cuando en el siglo XVIII se
impuso en España Ja moda del rapé, el aseo nasal se hacía
con pañuelos de lana gris o pintada, no blanca (PÉREZ VI-
DAL, 1959, 45).
La introducción de los catarros o influenza por los eu-
ropeos, fue una de las causas -con las otras enfermedades
variolosas, como viruela, sarampión y similares- más efica-
ces de disminución de la población indígena, que no tenía
defensas contra ellas.
Escupideras. = La escupidera, escupidor, escupeaguas o
vierteaguas, es española. Se h acían de cobre o bronce. Por
fortuna han desaparecido, aunque quizá se conserven algunas
como piezas de museo, testimonios de hábitos higiénicos
deplorables.

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X'A"XlV. J!L ASEO PERSONAL Y EL DE LA VIVIENDA 435

Ctmiuros.
Igualmente repulsivos para las personas sensibles al olor
de bazofia del tabaco incinerado.

B) ASEO DE LA VlVIENDA.

Escobas.
Los indígenas ecuatoriales por lo general eran aseados en
sus personas. Asimismo lo eran muchas tribus en sus casas,
aunque debió haber de todo. No se sabe cómo afectaba a la
limpieza el uso de tener animales amansados, viviendo como
miembros de la familia. De todos modos usaban escobas en
varias partes.
En Nicaragua "otra hierba hay que se dice ozpanguazt~,
de la cual se hacen escobas para barrer, y es del arte de las
que en mi tierra (Madrid] y en el reino de Toledo llaman
ajongeras, o muy semejante, y esta echa unas florecillas ama-
rillas ... " (OviEoo, Y VALDÉs, 1959, IV, 425). La ajonjera a
que se refiere el cronista mayor de las Indias es la Compuesta
Atractylis g~mnifcra L. (FoNT Qun, 1973, 837).
Se hallaron por los españoles en el Sinú en la época de
los Heredias (AGUADO, 1919. Il, 45). Eran de mango largo,
"de la forma que las tienen en los monasterios, para no aba-
jarse" (ibid., 1957, IV, 23). De palma las usaban en Panamá,
aunque en época posterior (CuERvo, 1892, U, 355). En la
actualidad los cunas recolectaban la yerba "guala" para barrer
las casas (PREsTÁN SIMÓN, op. cit., 33). En Aroa, Venezuela,
quizá siguiendo una tradición local, se hacían de un arbusto
llamado damagua (ALTOLAGUIRRE, 1908, 138). En Quito había
unos matojos que se usaban como escobas (J. DE LA EsPADA,
1897, III, 70). La pichana o escoba de los quijos se fabrica de
ramos y hojas de un arbusto que la fuente no identifica. El
barrido, previo remojo del piso, se hace varias veces al día
(ÜBEREM, vol. cit., 128).

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436 H ISTORIA DE LA CULTURA MATE-RIAL

La palma de escoba, amargo o nolí ( Cryosophila kal-


breyeri) se llama así en el Choc6 por el uso que se da a sus
hojas, cosa anotada por Codazzi en el siglo pasado (PÉREz,
1862, 189, 321).
En el Perú, al parecer en la vertiente oriental andina, se
hacían de una palma de hojas flabeladas (CoBo, 1891, II, 77).
Quizá se refiera no propiamente a una palma, sino a la Car-
ludovica, llamada allá apitara o bombonaje.
En Orinoco-Rionegro se usaba con dicho objeto a media-
dos del siglo pasado la fibra de la palma piasaba Leopoldinia
piassaba (WALLACE, 1971, 307) . Se continúa exportando de la
regi6n, y ahora la mayor parte de las escobas que se venden
en Colombia se hacen de esa fibra, llamada chiquichiqui
(PUTZ: PJuNCIP.ES (23), 4, 1979: 149-156).
En el bajo Orinoco se empleaba en el siglo pasado el es-
pádice seco y amarrado de la palma manaco ( Omocarpus
minor) para ese menester (APPUN, 1961, 382).
A las zonas frías de América se trajo por los españoles
la retama ( Sarotamnus scoparius, Spartium juttceum) (PA-
TIÑo, 1969, IV, 397), leguminosa usada en la península para
escobas (MENÉNDEZ PmAL, 1924, 304-305; CoBo, 1956, I, 404-
405; CAPPA, 1890, V, 325) y para cubrir techos.
Asimismo traída por los españoles fue la costumbre de
usar lebrillos con agua y bañar las alacenas con solimán,
contra las hormigas (Coso, 1891, JI, 263). Contra la polilla
de la ropa de lana, plaga introducida, la mariposa Tinea po-
lionella, se usaron en cambio dos productos americanos, el ají
y el tabaco (ibid., 277).
Para evitar los comejenes las tribus ecuatoriales selváticas
acostumbran limpiar alrededor de las viviendas un buen tre-
cho, pues conocen que ese insecto es lucífugo. Los españoles,
más supersticiosos, invocaban contra dicho flagelo la protec-
ci6n divina (PATIÑo, 1972, 78-80).

Sahumad ores.
Debieron ser para fines de ofrenda religiosa los grandes
braseros complicados y los pequeños sahumadores, llamados

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XXXIV. EL ASEO PERSONAL Y EL DE LA VtVLENDA 437

"candeleros" de la época III de Teotihuacán en Méjico, de


que han quedado muestras (WESTHEIM, 1962, 26), y que en
la parte subandina de Venezuela se llaman "incensarios", co-
mo en Carache de Trujtllo (WAGNF.R, 1967, 13, 80-81), y en-
tre los cunas sianála (LINNÉ, 1929, 253-260).
Los hábitos poco edificantes de limpieza heredados de
i'JS <-nropeos, y el mismo sistema de construcción cerrado, en
oposición a las construcciones abiertas de los indígenas, no pu-
dieron menos que exigir algo que siquiera amortiguara los
malos olores confinados, de modo especial en recintos que
albergaban bastantes personas, como los templos. Para esto se
:tcostumbró quemar sustancias aromáticas, especialmente ve-
getales. Tal el incienso, que fue sustituído por resinas ameri-
canas. En las casas asimismo se llegó a usar este expediente.
En Inglaterra en las estufas de carbón se quemaban co-
lofonias y estróbilos de abeto para aromatizar (WRIGHT, 1966,
43-45). Los sahumadores se diseñaron con tal propósito. Se
hicieron algunos de plata en América (RIVERA y ScHENONE,
op. cit., 288-303).
Leones de Fukicn, de porcelana, con un tubo atrás para
prender en él un palillo de incienso, se importaban a Méjico
en Ja época colonial (TERREROS Y VtNENT, 1923, 158-159;
206). Se ignora si algunos llegaron a la parte equinoccial de
América.

P~b~teros.

Las varillas o espirales perfumadas para quemar en los


dormitorios, a imitación de los pebeteros chinos, se empeza-
ron a usar en Europa a mediados del siglo XIX (WRIGHT,
1964, 341). Se prendían en el Valle a principios del presente,
más bien para ahuyentar los zancudos en las habitaciones, en
sustitución de la boñiga seca de vaca o de las semillas de tache
u olor (Myroxylum ), que se quemaban antes afuera en el patio.

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CAPfTULO XXXV

OBJETOS PARA EMBELLECIMIENTO,


RECREACióN Y SOLAZ

Para no salirse del tema de la presente obra, solamente se


considerarán aquí los objetos desplegados dentro de la casa
o en sus contornos, y que no invaden el espacio público.
Aunque algunos de esos objetos tengan fines utilitarios,
el hombre los ha diseñado y ejecutado para que simultánea-
mente den pábulo a dos tendencias muy fuertes en el espíritu
humano: la elación estética, y la expresión simbólica de re-
cónditos complejos fetichísticos. En los relicarios medioevales
es frecuente la cubierta a dos aguas, simulando una casa; en
las bodas se regalaban arquetas como representación del lar
o de la familia (BoNET CoRREA, op. cit., 285) .
Una
.. , subdivisión tentativa servirá para sistematizar la
expostcton :
1) Elementos para enlucir o adornar techos, paredes y
pilares: artesonados, tallas; colgaduras, ménsulas, tapices,
cortinas; trofeos; jaulas; cuadros.
2) Objetos para el suelo: alfombras, tapetes.
3) Objetos para colocar sobre muebles: espejos, jarrones,
bibelots, porcelanas, estatuillas, cristales, muñecas, relojes,
marfiles, pasamanería, bronces. Rejería.
4) Objetos para juegos, naipes, damas, ajedrez, otros.
5) Instrumentos musicales.

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XXXV. EMBELLECIMIENTO, RECREACIÓN Y SOLAZ 439

1 -ELEMENTOS PARA ENLUClR TECHOS,


PAREDES Y PILARES.

Los templos y casas principales de los muiscas estaban


forradas de planchas de oro batido, "tan delgadas como un
canto de real", en vez del yeso, como en Méjico; esto tanto
en techos como en paredes (OVIEDO Y V ALDÉs, 1959, III, 52).
La decoración medieval de los cielos rasos estaba siendo
sustituída durante la época del descubrimiento, por el verda-
dero artesonado, o sea techo decorado con artesones o caseto-
nes cuadrados o poligonales, introducidos a España, pero
modificados mediante la tradición morisca. Tanto las formas
antiguas como estas nuevas, se usaron de preferencia en tem-
plos y palacios, y poco o nada en viviendas modestas (BoNET
CoRREA, op. cit., 247-270; 264-266). Esto a su vez, ocurrió en
América, donde predominó el techo vano tradicional español,
con el único adorno de las vigas y a veces de los canes que
las sustentaban. La mayoría de las casas se hicieron con vigas
redondas, rústicas, que se han conservado en algunas partes.
Hubo pocos intentos de utilizar vigas aserradas y rectas en la
vivienda popular.
Las techumbres taJladas asimismo quedaron confinadas
a los templos más lujosos, porque las capillas de indios o las
iglesias de pueblos pequeños por lo general fueron de gran
simplicidad.
En Sevilla a mediados del siglo xvt la gente ponía su
conato en invertir en ropa de casa la mayor parte del dinero.
Se trataba de recubrir toJas las superficies con paños de pa-
red, de corte, de trasroesa, de antetinaja o trastinaja; ante-
bancas, antecamas, sobrestrados, sobremesas, delanteras de ca-
ma, bancales, cojines, alfombras y esteras (MoRELL PEGUERo,
1986, 131, 139).

Colgadt{ras.
Paños y telas a veces ricamente adornadas se colocaban
en casas reales o señoriales, o en balcones con motivo de fies-
tas; pero no constituían adorno cotidiano.

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HO HJSTORIA D.E LA CULTURA MATERIAL

Tapices.
Introducidos por los árabes en España, pues la escasez
de muebles típica de pueblos nómadas, se compensaba con
tejidos ricamente decorados que podían colgarse, descolgarse,
enrollarse y transportarse fácilmente. La producción y el uso
tuvieron su esplendor en el sur de España dominada por los
árabes ,y por consiguiente, debieron ser introducidos a Amé-
rica. Esto pudo ocurrir - aunque no se conozcan muchos
documentos sobre ello- a partir de la producción casi co-
mercial de tapices que se hizo en época de Felipe V, en el
primer cuarto del siglo xvm (BomT CoRREA, op. cit., 383-388).
Es improbable que se usaran en la casa popular.

Papeles de colgadura.
Papel pintado de China se importaba a Méjico (TERRERos
y VtNENT, 1923, 132).
A partir de la revolución española de 1830, los brocados
y tapices para cubrir las paredes se van sustituyendo por pape-
les pintados (LozoYA, 1965, 268).
El cuarto del gobernador de Popayán José Castro Correa
en 1789 estaba empapelado (ÜLANO, 1910, 154 nota).
Papel de colgadura se distingue en el cuadro de Ramón
Torres Méndez "Interior Santafereño". [Fig. 191.

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Fig. 19. "Interior santafereño", cuadro de Ram6n Torres Méndez,
1875. Museo Nacional de Bogotá. N6tese la pared revestida con
papel de colgadura.

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442 HISTORIA DE LA CULTURA MATEJUAL

Cortinas.
Se sacaban cortinas y cortinajes a relucir en el período
colonial durante las festividades de juras de reyes.

Perchas, perch~os o colgaderos.


Por lo general han estado en la antesala, para colocar
sombreros, abrigos y otras prendas. En casas indígenas o ru-
rales sirvieron como tales, garabatos o cornamentas.

Trofeos.
El trofeo es el símbolo o la materialización de una vic-
toria, sea en la guerra, sea en la caza. Varias tribus de la
América ecuatorial -desde Abibe hasta el río Angasmayo
dice Juan de Vadillo (OviEoo Y VALDÉs, 1959, III, 171)-
exhibían la cabeza d e sus enemigos muertos. En el Cauca es-
taban puestas a lo alto de guaduas; a éstas se les abrían
agujeros para que el aire ululara, completando el efecto má-
gico-religioso con lo que un cronista llama "música de dia-
blos". También las cabezas reducidas de los jíbaros amazó-
nicos constituyen un trofeo, y el ritual para prepararlas, tal
como lo ha descrito el antropólogo Karsten, no deja duda del
contexto mágico que encierra.
En Turbaco, frente a las casas imponentes de los caci-
ques, había una estacada como seto; en cada estaca se ensar-
taba una cabeza de enemigo "por trofeos y adornamiento de
sus casas" (OVIEoo Y VALDÉs, 1959, III, 148).
Postes ceremoniales para sacrificios humanos tenían Jos
chibchas de la Sabana de Bogotá (CASTELLANOS, 1955, IV, 187,
194). Igual ocurría en la parte norte de la misma Cordi1lera
Oriental, por donde pasaron las fuerzas de Ambrosio Alfinger
(Ovmoo Y VALDÉs, 1959, Ill, 18; NECTAlUO MARíA, 1959, 505).
En el bajo Amazonas en un pueblo vieron los de Fran-
cisco de Orellana en palos hincados en tierra, cabezas de
hombres por insignia (OVIEDo Y VALDÉs, 1959, V, 390), y esto

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XXXV. EMBELLECIMIENTO, RECREACI6N Y SOLAZ 443

lo practicaban también en el Solimoes o alto Amazonas los


omaguas (RIBEIRO DE SAMPAIO, 1825, 73).
Asimismo en todas las culturas ha habido los trofeos de
caza, o sea las cabezas de animales varios y cornamentas de
cavicornios, conservados en la ornamentación de Europa bajo
la forma de los bucráneos (SAKTA MAlu:NA, 1949, 11, 39), y
en la Florida las cabezas de los bisontes cuando la expedición
de Hernando de Soto (Ovrnoo Y VALDÉs, 1959, II, 178). Toda-
vía los testuces de toros de lidia se ven en algunas casas.
El cacique Tezoatega de Nicaragua tenía en la plaza de
su conjunto de viviendas cuatro guaduas altas con cabezas
de venados de los que había flechado el dueño (Ovi:EDo Y
VALoÉs, 1959, IV, 429; II, 45).
Las pieles vistosas de animales como tigres, nutrias, etc.,
se colgaban a veces de las paredes, aunque lo más común es
que se pusieran en el suelo, a modo de alfombras.

Blasones.
Escudo heráldico o de armas, de persona, linaje o ciu-
dad (Dice. Decor., 103).
Trofeos heráldicos esculpidos, como escudos de armas o
nobiliarios fueron más o menos comunes en las viviendas
burguesas, para no hablar de las señoriales, durante la domi-
nación española.

Cuadros y estampas.
El uso de pinturas enmarcadas o no, es herencia del mun-
do clásico. A partir de la imposición del cristianismo, pre-
dominaron las pinturas de tema religioso, herencia adoptada
en América y que perdura hasta nuestros días. Llegaron en
1528-1529 a Cuba gua siete imágenes de pintura ( ÜTIE, op.
cit., 484). Esto se intensificó después del concilio de Trento,
que estimuló la difusión de imágenes religiosas (MoRELL,
PEGUERo, op. cit., 140).
El aspecto artístico no compete a la índole de esta obra.
La autenticidad de muchos cuadros existentes en América es

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444 HlSTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

dudosa, y muy pocos expertos pueden decir si el huevo es de


torcaza o de víbora.
La estampa religiosa aun sin marco, se halla en las casas
más pobres actualmente. Alternan con otras de tema profano.
Este tipo de adorno se hizo cada vez más extendido a partir
de la invención de la imprenta, consecuencia de los procedi-
mientos litográficos y otras técnicas de impresión que repro-
ducen los colores (AcuÑA, 1967, 162-164).

Ménsulas.
"Miembro de arquitectura que sobresale del plano en que
está colocado y sirve para sostener alguna cosa" (GARcÍA SA-
UNE.Ro, op. cit., 157 y autoridades). De allí se ha aplicado
también a muebles a manera de repisas para colocar algo.

Jaulas y pajareras.
Jaulas para pájaros fueron comunes a las culturas ameri-
canas y a las del Viejo Mundo. Algunas tribus mantenían
aves enjauladas, para la obtención de plumas (PATIÑo, 1965-
1966, 165-167). Pero el indígena americano por la especial
habilidad que tenía para amansados, prefería los animales
sueltos en la casa, incorporándolos prácticamente entre los
miembros de la familia (PATIÑo, 1965-1966, 162-163).
En la época colonial se siguieron teniendo animales en
jaulas dentro de las viviendas o en corredores. Tal ocurrió con
los introducidos canarios (PATIÑo, 1970-71, V, 31), y con va-
rias aves americanas de vista y canto como asomas, azulejos,
toches, jilgueros, loros, guacamayos y pericos, etc. En España
se ha llamado la atención de que aun aves de presa como
halcones y jerifaltes se tenían en jaulas bajo techo, como el de
Calixto que figura en lA Celestina (LAFORA, 1950, 78).
Asimismo se tuvieron en cautividad y aun en relativa
soltura, mamíferos graciosos o juguetones como titÍes, cusum-
bíes e inclusive fieras, por ejemplo tigrillos.
No hay necesidad sino de mencionar animales verdade-
ramente domésticos, tales como los perros y los gatos.

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XXXV. EMBELLECIMIENTO, AECREACJÓN Y SOLAZ 445

Para medir el tiempo el indígena americano por regla


general tenía un sentido empírico. Observaba la marcha del
sol y podía calcular por la altura del astro y de las otras estre-
llas la hora para regular sus actividades. En escasísimos casos
hablan las fuentes de mecanismos artificiales para la medi-
ci6n del tiempo. Más sobre esto se dirá en la obra relativa al
comercio, acápite sobre pesos y medidas.
En la obra del arquitecto L6pez de Arenas, Carpint~ría
d~ lo blanco (1633, 1727), hay un capítulo titulado "Tratado
de reloxes" (L6PEZ DE ARENAs, 1807, 155-181). Como toda
innovaci6n tecnol6gica, el reloj medioeval lleg6 tardíamente
a España, en el siglo XIV (LAMPÉREz Y RoMEA, 1922, II, 847),
aunque había aparecido desde el siglo anterior (LtLLEY, 1957,
49-50, 57-60). Carlos V parece haber tenido debilidad por los
relojes, pues en su testamento dejó mandas a los relojeros ex-
tranjeros que lo acompañaban, Janelo o Juan el Loteriano y
Juan Balín (SANDOVAL, 1956, 111,558, 559). Andando el tiempo
se imitaron los relojes altos llamados "abuelos" de origen inglés
(MA.RTÍNEZ F p_oucrn, 1975, 91). El relojero inglés Thomas
Halton trabaj6 en Madrid para el rey entre 1720-1746 en que
regres6 a Inglaterra, donde public6 su lntroducci6n a la mecá-
nica de los relojes en 1773 (MoNTANÉs FoNTENLÁ, 1964, 16).
El cucú, reloj de origen alpino (Dic. D~c.) se caracteri-
zaba por el mecanismo para que el pájaro saliera del encierro
al sonar la hora.
El cronómetro, inventado en 1764 por el inglés John
Harrison, fue introducido poco después a España por el céle-
bre marino Jorge Juan (VERNET GtNÉs, 1975-1976, 124).
Cuando en 1771 se cre6 por Carlos III la escuela de relo-
jería, y para ello fueron traídos los hermanos Felipe Santiago
y Pedro Charot ( Charost), franceses, se reconoce en la provi-
dencia respectiva que "no había hasta entonces maestros relo-
jeros examinados y aprobados para la construcción y fábrica de
relojes, piezas y cajas de que se la componen, introduciéndose

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446 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAl.

y trayéndose de Inglaterra, París, Ginebra y otras partes, con


grave daño deJa ReaJ Hacienda" (PÉREz BuENo, 1942, 215).
Esta sangría de moneda para importar relojes de mesa
no dejó de producirse en España y sus colonias (TERRERos Y
VrNENT, 1923, 140). Eran apreciados y raros los relojes suizos
de bronce (DELEITO Y PIÑUELA, 1966, 221; 237).
El reloj fue introducido a América por los españoles, que
a su vez lo recibieron de los árabes (VERNET GINfs, 1975-1976,
79). En las mansiones señoriales constituía objeto casi de lujo.
En el inventario de bienes del presidente de Quito Antonio de
Morga, 1636, figura un reloj a modo de torre y otro de pesas
(MoRGA, 1909, 162). Faltó durante el período colonial y bien
avanzado el republicano, en las casas de los pobres. Algunos
museos colombianos conservan ejemplares real o supuesta-
mente pertenecientes al período colonial. Como muebles, al-
gunos, tanto de pared como de mesa -pues de ambas
maneras se usaron (TArr, 1983, 10) - constituyeron piezas
decorativas importantes.
En el Valle del Cauca debió empezar a generalizarse a
partir de mediados del siglo XIX. En la poesía de Jorge Isaacs
aparece mencionado dos veces (El turpial, La casa pat~rna).
Lo relativo a los relojes públicos se estudiará en el to-
mo III de esta obra.

2- OBJETOS PARA CUBRIR EL SUELO.

Estuas.
El Zaque de Tunja recibió a los españoles sentado; a los
pies tenía a modo de alfombra "un lecho de cuatro dedos de
espartillo suelto, muy menudo, de que hay mucho en estas
tierras frías" (SIMÓN, 1981-1982, III, 257).
Las esteras de palma del alto Orinoco se llamaban turi-
mas (AI.vARADo, 1953, 347) o tiuitives (ARELLANO MoRENO,
1964, 353).
Los paraujanos de Maracaibo las usaban para dormir
(JAHN, 1927, 195).

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XXXV. EMBELLECIMIENTO, RECREACIÓN Y SOLAZ 447

En la tasa de los indios de Coconuco (1558) se les impo-


nía tributar 10 esteras de caña (FRIEDE, 1961 JV, 228), y 30
debían dar los de la Cordillera occidenta l, entre Cali y Bue-
naventura ( ibid ., 235-236) .
Fueron famosas las de la palma chingalé (Astrocaryum
malybo) confeccionadas por los indios malibúes del medio
Magdalena (PATIÑo, 1975-1976, 209-210; REcLus, 1958, 223,
nota 140).
Ya se mencionaron los petates de junquillo en que dor-
mían los indios de Quito (J. DE LA EsPADA, 1897, III, 93; -,
1965, III, 225).
La estera no fue desplazada por la alfombra de intro-
ducción española, que más bien se usó por las clases altas
(BoNET CoRREA, 1982, 370-380). Un sustituto barato de la al-
fombra era y es el cuero de vaca o de animales silvestres (ve-
nado, etc.) y las pellizas de oveja (PATtÑo, 1970-1971, V, 287-
288; RuBIO, 1950, 93).

Alfombras.
Este es nombre árabe (al-Khumra, estera), así como los
siguientes: alcatifa, alllagara, almozalas (pabellones), citharas
(corúnas) (LozoYA, 1965, 14), e identifican objetos enrollables
y transportables típicos de la cultura trashumante de los pue-
blos orientales. Alcatifa es "alfombra de terciopelo, parecida
al tapiz turco" (Dice. D~cor, 32).
Almocalla = antigua cortina de cama (ibid., 43).
Estas manufacturas de lana son típicas musu lmana-his-
panas, si hay que respetar el orden cronológico, pues fueron
técnicas y objetos introducidos por los árabes a España (Bo-
NET CoRREA, op. cit., 370-380; 372-373). En el siglo XVIII se
empezaron a laborar en el taller oficial creado en la Real
Fábrica de Santa Bárbara, así como en talleres particulares
abiertos con autorización real. Uno y otros perduraron hasta
después de haberse producido la independencia de los países
americanos (ibid., 379-380) . Es probable que antes de 1810 se
introdujeran piezas a América, pues los acontecimientos desa-

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448 HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL

rrollados a partir de ese año, si no impidieron, sí restringieron


en gran medida el intercambio comercial.
Por otra parte, el clima en América ecuatorial -excepto
en localidades por encima de los 2.000 metros de altura-
hace innecesario el uso de alfombras. No son tan antihigié-
nicas las que en los últimos años se hacen con materiales dife-
rentes, incluyendo la espuma de caucho.

Tapetes.
Alfombras y tapetes de lana de oveja constituían parte
importante de la industria textil en la época colonial en el
área andina (PATIÑo, 1970-1971, V, 288-290).

Bronces y rejería.
Canceles, rejas, verjas, celosías, tanto son elementos arqui-
tectónicos fijos, cuyo objeto es brindar seguridad, como ador-
nos en sí mismos, por las labores de que suelen revestirse, así
sean hechas de hierro o bronce, como de madera. Los espe-
cialistas han tratado el recorrido de este elemento a través del
tiempo (ALCOLEA, 1975, 13-106; ÜLAGUER-FELtÚ: BoNET Co-
RREA, 1982, 17-64).
Fuera de rejas, se hicieron objetos muebles, como cajas
para reloj, candelabros, lámparas, piezas de dominó, guarni-
ciones de piezas o jarrones de porcelana, manos o aldabones
(ALCOLEA, op. cit., 106).
El uso de herrajes como elementos decorativos constituye
uno de los ocho rasgos característicos de la arquitectura de
Panamá desde 1850, debido a la influencia afroantillana y
francesa (GUTTÉRREz, 1984, 89, 91, 153).

3 - OBJETOS PARA COLOCAR SOBRE MUEBLES.

Espejos.
El indio americano no conoció el vidrio. Usó espejos de
plata, cobre, bronce, obsidiana; pirita de hierro y su relativa

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X..XXV. El\'IBELLECIMmNTO, RECREACI6N Y SOLAZ 449

la marcasita, y en Coclé los de mosaico. Unos eran circulares;


pocos cuadrados más grandes, que se quebraban más fácil~
mente. Los grandes cuadrados de obsidiana por lo general
eran de origen mejicano (LcTHRoP, 1937, I, 102-104). Los de
cobre se usaron principalmente en el incario (NoRDENSKIOLD,
1921, 4 (sic): 14). Los de obsidiana se han registrado en Ma-
nabí y Esmeraldas del Ecuador, con materia prima proce-
dente del Antisana, porque en la costa no la hay (SAVILLE,
1910, 168-171, plate XLV; BERGSOE, 1938, 7, 9, plate V, fig. 32),
y en el área quimbaya finamente pulidos (REICHEL DoLMA~
TOFF, 1965, 105-106). Los de pirita eran preferidos por los
grandes señores de Méjico (OVIEDo Y VALDÉs, 1959, IV, 415),
encontrándose la materia prima en la zona sur del área maya,
o sean las alturas de Guatemala (CARDos DE MÉNDEZ, 1978, 8,
13). donde sólo eran usados por los varones (LANDA, 1938,
106). De este mismo material, con marco, se han obtenido en
la región Calima (PÉREZ DE BARRADAS, 1954, lám. fig. 280).
El almirante Col6n en su viaje de 1503 por la bahía que
después llevó su nombre, rescató con los indios hasta tres espe-
jos por no llevar más. Adelante otros indios le dieron a Colón
sus "espejos" de oro que traían al cuello, que debían ser más
bien pectorales; en total 19 (CAsAs, 1951, II, 281~282, 290).
En Nicara~a, quizá por influencia mejicana, el cacique
Tczoatcga cambió al historiador Oviedo un espejo de mar~
garita (¿concha de perla?), engastado en jaspe o pórfido
verde, llamado chaschit~ (¿chalchihuite?), a cambio de un
reloj de sol barato de manufactura europea (OviEDo Y VAL-
oÉs, 1959, IV, 415).
El uso del vidrio, h eredado en España de los invasores
fenicios y romanos, permitió a los conquistadores las primeras
operaciones comerciales con los indígenas, a cambio de perlas,
oro, plumas y otros objetos. El vidrio fue llevado inicial-
mente a América bajo la forma de cuentas de colores y
también como espejos. Frascos y botellas menos, porque aún
a mediados del siglo xvtrr llegaban a América botellas de
vidrio, "como alhaja de consideración" (ABBAD Y LASIERRA,

29

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450 BJSTORlA DE LA CULTURA MAT:ERlAL

1959, 186), entre otras cosas por las dificultades de moviliza-


ci6n por caminos difíciles (RIVERA Y GARRIDo, 1968, 26).
Hacia fines del siglo xvn el arquitecto francés Robert de
Cotte impuso la moda de colocar espejos grandes encima de
las chimeneas. La costumbre se adopt6 en España. Los reyes
borbones crearon la fábrica de la Granja en el siglo xvm; de
allí salieron piezas en cantidades apreciables, algunas de las
cuales se enviaron a América (BoNET CoRREA, op. cit., 463-509;
482-483). Mucho más tardío, de principios del siglo xx, es el
uso del espejo (uno solo para toda la familia) en las ca-
sas pobres.
Se hicieron en América con marcos de plata (RIBERA y
ScHENONE, op. cit., 222-226).
Los antioqueños de mediados del siglo XIX gustaban de
verse en espejos pequeños (URIBE ÁNGEL, 1885, 522).

eornt4Copias.
Son espejos pequeños, que tienen adosados uno o dos
candeleros para multiplicar la luz (BoNET CoRREA, op. cit.,
490-491). Este nombre se aplica en América a otro adorno en
form~ de cuerno, muy usado en los escudos de las repúblicas
amencanas.

Jarrones.
Son vasos de porcelana, alabastro o cristal tallado para
adorno (Dice. D~cor., 348). Evolucionaron en su forma du-
rante el siglo XVIII en España (BoNET CoRREA, op. cit., 491).
Es probablemente en esa época cuando llegaron algunos a
América.
Floreros.
Es mayor la gama de materiales de que pueden hacerse,
desde el cuerno, el yeso, la cerámica y el metal, incluyendo
las latas vacías de comidas o bebidas del siglo presente. Qui-
zá es el más popular de los objetos de adorno. Se suelen
colgar también de las paredes.

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XXXV. EM.BELLECIMIENTO, JlECRUCt6N Y SOLAZ 451

No dan detalles las historias sobre el "florero de Llo-


rente" que jugó papel importante en los pródromos de la in-
dependencia colombiana.

Materas.
Las materas de helecho arbóreo no se puede afirmar
que sean prehispánicas; pero se mencionan como cosa co-
rriente a mediados del siglo X1X en Cundinamarca (LINDIG :
URYCOECHEA) .
Las figuras talladas de esta raíz merecen también una
mención, como los ídolos de los pijaos (SIMÓN, 1953, IX, 46-
47; BARNEY CABRERA, 1980, 23, 25, il. 7; Ro¡As DE PElU>oMo,
1980~ 125).
Asimismo las materas de guadua enteriza o con el entre-
nudo superior rajado en forma de copa.

Bibelots.
Se agrupan bajo esta denominación de origen francés,
objetos unitarios que ya no tienen como los anteriormente
mencionados fines utilitarios, sino que son de puro adorno o
dan pábulo a la contemplación estética. Los materiales pueden
ser diversos: estatuillas o figuras de cerámica, porcelana, mar-
fil, cristal, madera, fibras, telas, pl:istico, fibra de vidrio, cau-
cho, oro, cobre, bronce y otros metales o aleaciones y casi de
cualquier material concebible.

Mttñccas.
A diferencia de los anteriores, las muñecas - aunque
puedan ponerse como adornos estacionarios sobre un mue-
ble - han tenido por lo menos a los principios, un fin prác-
tico, o sea el juego, al que h ay que conceder un lugar
importante en la actividad humana. Pero desde fines del si-
glo XIX, con la muñeca de trapo o de madera, articulada o
no, se empezaron a fabricar las muñecas de porcelana como

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452 1-DSTORlA DE LA CULTURA MATE.RJAL

adorno, a las cuales han sucedido en nuestra época las de


celuloide (BoNET CoRREA, op. cit., 637.-638).

4 - OBJETOS PARA JUEGOS Y DISTRACCIONES.

Naip~s.

El juego de cartas, por su simbolismo fatalista, tuvo gran


desarrollo en los pueblos europeos. Sea cual fuere el origen de
las cartas, el hecho es que en la época de la conquista eran
tan comunes, que se convirtieron en objeto de gravamen fis-
cal, en vista de la ineficiencia de las disposiciones para erra-
dicar el juego. Inicialmente se pintaron a mano, pero a partir
de la introducción de la imprenta en España, se usaron cartas
impresas en Sevilla y Barcelona (BoNET CoRREA, op. cit., 427-
429). Esta distracción de desocupados tuvo enorme difusión
en los siglos de Oro (PFANDL, 1942, 258-261).
Son constantes en América las menciones de los naipes
en la conquista y después; pero como se trata de algo relacio-
nado con las costumbres, no se tocará en este lugar.
En todo caso, se mantenían naipes en las casas para dis-
traer los ocios de la vida colonial cotidiana, mientras de
tarde en tarde se presentaban espectáculos públicos que rom-
pieran por unos días la monotonía rutinaria.

Aj~dr~z. - Damas.
Ambos juegos fueron traídos por los árabes al occidente
(DozY, 1984, III, 136-138), y llegaron a América con los espa-
ñoles. Debieron ser practicados por minorías. V arios tratados
se publicaron sobre ambos en España entre los siglos xv y xvu
(CARo, 1978, 191-197), sin contar el que hizo preparar Al-
fonso el Sabio.
Ajedrez se jugaba en Cubagua mientras duró la explota-
ción perlera (Om, op. cit., 388-389). Entre los bienes dejados
por el presidente Morga en Quito al fallecer en 1636, figura
una tabla de ajedrez de madi! y otra para juego de tablas

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XXXV. EMBELLECIMlENTO, RECllEACI6N Y SOLAZ 453

con sus piezas de tablas y un tablero de tablas sin piezas (MoR-


GA, 1909, 160).

Domin6.
Más moderno que los anteriores, parece ser de origen
italiano.

Cajas d~ rapé.
La revelación de narcóticos y estimulantes americanos,
como el tabaco y la coca, y su adopción por los europeos, in-
trodujo nuevos elementos para diversificar los hábitos caseros.
Aunque el consumo de tabaco se impuso gradualmente, ya
en el siglo XVIII era algo de rigor en Francia y otros países.
Aparte se ha hecho la historia del tabaco en la América equi-
noccial (PATIÑo, 1967-1968, Ill, 281-330), y por consiguiente,
de las diversas maneras como lo usaban los indígenas -en-
tre ellas bajo la forma de rapé- y se describieron las vasijas
en que se transportaba o tomaba (ibid., 320-321).
La horqueta de huesos de aves para absorber por las fo-
sas nasales narcóticos como el paricá, es elemento de origen
suramericano, orin6quico-amazónico (NoRDENSKIOLD, 1930, 8:
72; LoVEN, 1935, 389).
La tabaquera fue instrumento metálico por lo general,
ideado por los europeos sobre los modelos americanos, cuando
la costumbre de tomar rapé se impuso entre los elegantes. Se
le llegó a dar el carácter de dije artístico (TALAVERA-X~
NEz PATÓN, 1638, 66v.; Pwz VroAL, 1959, 137-148). El presi-
dente Morga dejó en su herencia dos tabaqueras de picos de
pájaros guarnecidos de plata (MoRGA, 1909, 159). Pero en
América también se hacían más modestas. Los llaneros ve-
nezolanos hasta hace poco tenían tabaqueras de vejigas de
toro (MENOOZA, 1947, 108). (Fig. 20).

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454 HISTORIA 01; LA CULTURA MAn:JUAL

Fig. 20. Dos cajitas y una tabaquera de plata, para ra~,


de manufactura mejicana. Siglos xvm y xrx. Colección de
la señora G. H . Neumegen, Méjico (De Anderson,
1956, fig. 104).

La cigarrera, caja para los cigarros, asimismo se ornament6


como objeto para colocar encima de muebles.
El poporo o calabacillo para guardar la coca, a veces se
hacía de metal precioso, como entre los quimbayas.
Los europeos y criollos no se acostumbraron al consumo
de la coca, por lo menos en el área del presente estudio. Sí en
los sureños, pues aun coqueras de plata figuran entre los obje-
tos manfacturados allí (RIBERA y ScHENONE, op. cit.J 207-213).

Caj~tas d~ chim6.
M6 o clzim6 es un masticatorio compuesto de zumo de ta-
baco y una sal extraída en Lagunillas, cerca a Mérida, Vene-
zuela, sustancia que provoca abundante salivaci6n. El uso
estuvo muy extendido en el occidente venezolano y aún perdu-
ra. El preparado se suele llevar en pequeños recipientes de
cuerno, caña, calabaza y aun de metales preciosos, como oro
y plata. Uno de oro tenía la mujer del general Páez en Ma-
racay en 1822 y no era el único (BoussiNGAULT, 1985, II, 43;

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X.XXV. EM'BELLECIMIENTO, RECREACI6N Y SOLAZ 455

76). Sobre esta costumbre se han publicado importantes con-


tribuciones (AcosTA SAIGNEs, 1954; PATIÑo, 1967-68, 111, 321-
323; KAMEN-KAYE, 1971, 20-23).

Cafetera, tetera.
También en el siglo xvm se empez6 a difundir el uso de
bebidas o infusiones tónicas, como el café, el té y la yerba mate.
Los dos primeros vinieron de fuera y se generalizaron; el
mate qued6 confinado a los países del cono meridional del
continente suramericano de donde es nativo.
Se idearon vasijas y elementos para preparar y servir ca-
da una de dichas bebidas.
En las casas de propietarios ricos se mantenían con la
vajilla ordinaria, las cafeteras (RmF.RA y ScHENONE, op. cit.,
192-194), las teteras (ibid., 308-314) y las bombillas y mates
(íbid., 247-272) . Sobre esto último hay documentación deta-
llada (SAUBIDET, 1952; VrLLANUEVA, 1938, 1967).
Como el chocolate tuvo hasta ahora el carácter de alimen-
to básico, la chocolatera se ha estudiado dentro del menaje
asociado a la alimentación diaria en la obra respectiva (PA-
·nÑo, 1984, 1, 183-184).

5- INSTRUMENTOS MUSICALES.

Solamente para mencionarlos como piezas de menaje,


pues el estudio del canto y de la música forma parte más bien
de la historia de Jos usos y costumbres, que es materia de otro
volumen de esta serie.
Baste indicar como de origen indígena y que estaban en
la casa prehispánica, no habiendo sido casi ninguno de esos
instrumentos adoptado por los europeos, la maraca (que
también es africana), la ocarina, caracoles y silbatos, bocinas
de cani llas humanas, guaches, botutos, carrascas, tambores va-
rios, flauta de carrizos o de Pan, trompetas, cachimeo o bajón
gigante del oriente venezolano, alfandoque, etc. Estudios de-

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456 HJSTOR.IA DE LA CULTURA MATEJUAL

tallados se h an hecho por especialistas (PLAZA, 1883; P'E.RDo-


Mo EscosAR, 1945; lziKOVITZ, 1935; NoRDENSKIOLD, 1920, 2:
116-130; -, 1924, 3: 189-193; HowARD, 1967; ABADÍA MoRALES,
1977, 234-289).
De origen africano, con amplia adopción en Centro Amé-
rica y en la costa suramericana del Pacífico al norte de la
línea ecuatorial, es la marimba.
De procedencia española hay que mencionar la vihuela,
la guitarra, el arpa, el violín, Órgano, clavecín, harmonio, pia-
no y otros instrumentos de cuerda; varios de metal, como
trompetas; castañuelas. De los instrumentos de arco introdu-
cidos por los españoles y portugueses, algunos fueron adopta-
dos con modificaciones por los indígenas (NoRDENSKIOLD,
1920, 2: 116; -, 1930, 8 : 105).
Parece que la introducción de la dulzaina o castrera es ya
de fines del xvu o principios del xvm.
En el segundo cuarto del siglo xrx se difundió el acor-
deón, adoptado en la música negroide de la costa atlántica.
La steel-band de las Antillas inglesas surgió en la isla de
Trinidad a comienzos de la era industrial basada en el aceite
de coco (SwAN, 1957, 61, 62; NmHOFF, 1960, 72).
La música de salón impuso la adopción de un nuevo
mueble, el musiquero, especie de estante para colocar parti-
tura (Dice. Decor.).

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Tomo I, 332 + (3 de índice) y mapas de ruta.
170. 1722 1bid., A París, Place de Sorbonne, Chez André Cailleau,
au coin de la ruc des Ma~ons, a Saint André, avec appro-
bation & Pri' ilcge uu Roy.
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1891 V~rdad~ra r~lación d~ la conquista d~l P~rú [ ... ] (Se-
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Tomo primero, 176 págs. (Véase ]EREz, FRANCISCO DE,
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1931 " III, Prólogo: Estudios del Licenciado Agustfn
Meneos F. y doctor Ramón A. Salazar, xxxu + 432
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693. 1977 Historia d~ las fortificacion~.; de Puerto Cabello. Banco


Central de Venezuela, Caracas, Gráficas Armirono, XVI
+ 231 págs. e ilustrs.
694. 1978 lA fortificación abaluartada en América. Instituto de Cul-
tura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, Barce-
lona, Artes Gráficas Medinaceli, :xxvr + 323 págs. e
ilustraciones.
695. ZAWADZKY C(OLMENARES), ALFONSO:
1947 Viajes misioneros del R. P. Fr. F~rnando de Jt:sús La-
rrea, franciscano. 1700-1773. Cali, Imp. Bolivariana, VII
+ 326 págs.
696. ZomEMA, REtN.ER T.:
1969 lA rt:laci6n entre t:l patr6n de poblami~1110 pr~hispánico
y los principios derivados de la ~structtlra social incaica,
en HARDOY y Set-tAEDEL, 1969, págs. 45-55.

2. DOCUMENTOS INI1DITOS

697. lnformaci6n hecha con motivo de la pt:tici6n ... sobr~ la mt:r-


1575 ced que solicita de la Alm011a [ ... 1 AHN, Madrid,
Diversos Documentos de Indias, 230, 17 fols. (31 págs.).
698. Rt:laci6n del ~stado dt: la.; Provincias dt: Cartagt:na dt: Indios,
1537 etc. AHN, Madrid, Diversos. Documentos de Indias,
20-1537, 32 fols. (63 págs.).

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íNDICES

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íNDICE DE ILUSTRACIONES
Págs.
Fig. l. a) Reparos contra el sol, uno de techo inclinado y otro
de techo plano, usados por los indfgenas del oriente
venezolano en la primera mitad del siglo XVI para col-
gar hamacas (De Benzoni, 1965, pág. 10). b) Res-
guardos de pieles de los onas de Patagonia, según
figura del siglo XVI (De Oviedo y Valdés, Historia,
lám. VI, fig. 1) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Fig. 2. a) Representaciones cerámicas arqueológicas de los
bohíos de los indios pastos, región fronteriza de Co-
lombia (Nariño) y Ecuador (Carchi). (De Martínez,
1977, p:íg. 28) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Fig. 2. b) Plano de la disposición de los bohfos en la pro-
vincia ecuatoriana del Carchi (De Martfnez, 1977,
pág. 33) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
Fig. 3. Representaciones de viviendas en la cerámica arqueo-
lógica colombiana: a, b, cortesía del Museo Nacional;
e, d, cortesía del Museo del Oro de Bogotá . . . . . . . . 67
Fig. 4 . "Tres tipos de arquitectura costeña [ecuatoriana]: vi-
vienda con alero bajo y columnas tras los frentes;
maqueta de varios escalones, y otra de basamento bajo
y doble techo peraltado" (Explicación y figuras de
Schávelzon, 1983, pág. 204) ................... ... 68
Fig. 5. Aldea a la oriUa del mar, que presenta las viviendas
úpicas populares del área maya. Templo de los gue-
rreros de Chichén Itzá, siglo xu d. C. Nótese la si-
militud con las casas de las Grandes Antillas dibujadas
por Oviedo y Valdés (Marquina, 1951, pág. 878; Ku-
bler, 1962, pág. 102) .. .. . .. .. .. .. . .. .. . .. .. .. .. .. 81
Fig. 6. Mapa de la distribución geográfica de los distintos
tipos de vivienda de Venezuela aplicables a toda el

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540 ÍNDICES

Págs.
área ecuatorial; láminas y figuras de las mismas (Gil-
berro AntoiÍDez, 1955, págs. 131-137) . . . . . . . . . . . . . . 82
Referencia al mapa de distribuci6n de la vivienda in-
dígena, con 24 figuras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Fig. 6. a) Dos tipos de construcciones de los caribes de la
Guayana Francesa a mediados del siglo xvru, el ta-
boili o karbet, casa colectiva, y la sura o casa alta (P.
Barrere, 1743, pág. 141) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
Fig. 6. b) Plantas y cortes de las casas circulares y cuadran-
gulares de los indios Chok6 del Darién, Panamá
(Arias Peña, ct al., pág. 69) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Fig. 6. e) Plantas de los siete tipos de vivienda en otras tan-
tas provincias de Panamá en la época presente (Arias
Peña, ct al., 1981, pág. 327) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Fig. 7. Vasijas de barro del área de Trujillo, norte del Perú,
en forma de casas y pirámides (De Krickeberg, to-
mado de Bassler, pág. 401) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Fig. 8. Para pedir a perpetuidad una concesi6n de tierras al-
rededor del lago de Maracaibo, hacia 1575 el español
Diego Sánchez de Sotomayor elev6 una solicitud que
contenía la descripci6n del área, y algunas figuras y
dibujos, entre los cuales figura éste de una construc-
ción palafítica y unas armas. (Tomado de Breton,
Man, 1921, XXI, 9-12; 10) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
Fig. 9. Habitantes de una vivienda arborícola rechazan con
agua hirviendo, tizones encendidos y piedras a los es-
pañoles (algunos ya heridos o muertos), que tratan
de derribar el árbol de sostén (Benzoni, 1965, pág. 188) 110
Fig. 10. a) Bohío circular o caney y vivienda cuadrada con
portal o zaguán, preferida por los caciques, los dos
principales tipos de construcción en las Grandes An-
tillas en la época del Descubrimiento . . . . . . . . . . . . . . 115
Fig. 10. b) Series de viviendas similares a las de a, en Centro
América, como fondo de la representación de juegos
y diversiones de los indios nicaragüenses (De Ovie-
do y Valdés, lám. I, figs. 9 y 10; lám. XV, figs. 1 y 2) 116

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
fNDICES DE ILUSTRAC IONES 541

Fig. 11 . Casa típica de la región panameña de Natá, azotada


por recios vientos, dibujada por un testigo de la épo·
ca de la Conquista (Oviedo y Valdés, lám. I, fig. 1) 120
Fig. 12. Plano y perspectiva de las casas del cacique meara·
güense Tezoatega el Viejo, según un huésped (Ovie·
do y Valdés, lám. X1V) .. . .. .. .. .. . .. . . . . .. . . . . . 135
Fig. 13. a) Torrecilla indígena usada para vigilancia (Oviedo
y Valdés, lám. VI, fig. 3). b) y e) M:mgrullos de
la pampa argentina, con diseño similar y los mismos
usos de la construcción prehispánica. ( De Saubidet,
Tito, 1952, palabra mangrullo) .............. .... . . 142
Fig. 14. Plano del asentamiento tuza de El Arrayán, Ipiales,
Colombia (Uribe, M. V., 1983, págs. 166-167, fig. 57).
(Véase Bib}jograffa). Se pueden distinguir por lo me-
nos tres tamaños de viviendas, la mayoría de ellas
asentadas sobre más de una cota del terreno, quizá
por motivos sanitnrios. (Plegable, fuera de texto) ... 198
Fig. 15. Plano de la casa que habitó en Bogotá en 1854 el
botánico estadunidense Isaac Holton (Holton, 1981,
pág. 145) .... . .................................. . 350
Fig. 16. :t) Brasero ceremonial mejic3Do. Museo Nacional de
Antropología de Méjico. (Según Westhcim, fig. 72) 380
Fig. 16. b) Sahwnador azteca, Musco K::cional de Antropolo-
gía de Méjico. (Según Westbcim, figs. 71 y 72) . . . . 381
Fig. l 7. a) Silla de piedra de Manabí, costa ecuatori:mn, que
se hall:! en el Museo del Indio Americano de Nueva
York; vist:t de frente y de lado (De Kublcr, 1962,
pág. 121) .. .. . .. .. .. .. .. . .. .. . .. .. .. .. . .. .. .. .. . 396
Fig. 17. b) Silla de mandatario de la isla de Jaina, Campeche,
Méjico. Cerámica. (De Westheim, fig. 62) . . 397
Fig. 18. Bola, :millo y una jeringa de caucho (pera), usados
por los indígenas de la Guayana Francesa en la pri-
mera mit:td del siglo XVIII. (Reproducido del libro
"Nouvelle relation de la France equinoxiale", por Pie-
rre Barrere, 1743, pág. 138) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 433
Fig. 19. "Interior santafereño", cuadro de Ramón Torres Mén-
dez, 1875. Museo Nacional de Bogotá . . . . . . . . . . . . . . 441

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542 ÍNDICES

Págs.
Fig. 20. Dos cajitas y una tabaquera de plata, para rapé, de
manufactura mejicana. Siglos XVIn y xrx. Colección de
la señora G. H. Neumegen, Méjico. (De Anderson,
1956, fig. 104) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 454

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íNDICE GENERAL
Págs.
PROEMIO • . • • • • • • . • • • • • • • • • . • • • • • • . • • • • • . • • • • . • • • • • . • • . • • • • • 11
Siglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

LIBRO PRIMERO

LA VIVIENDA

PRlMERA PARTE: GENERALIDADES

CAPÍTULO T. Vocabulario y Concepto • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21


Vocabulario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Concepto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

CAPÍTULO IT. Factores condicionantes de la localizaci6n y el di-


sefio de la vivienda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
a) Factores de orden físico, geográficos o ge6genos.
Radiaci6n. Humedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
b) Factores de orden biol6gico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
e) Factores de orden cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

CAPÍTULO Ill. Prdcticus mágico-religiosas asociadas con la vivienda 36

CAPÍTULO IV. Trabajo colectivo t:n la constrttcci6n. Ergologfa . . 39


Ergolog{a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

SECUNDA PARTE: LA VIVIENDA EN LA ÉPOCA PRE-HlSPÁNICA

CAPfTULO V. Refugios naturales. Vivienda traruitoria . . . . . . . . . 47


A) Refugios naturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
B) Vivienda transitoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

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544 ÍNDICES

Poígs.
Reparos o abrigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Sol. Viento. Uuvia. Mixtos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Protección post-mortero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54

CAPÍTULO VI. Vivienda arqueol6gica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55


A) Movimientos de tierra; aterrazamientos . . . . . . . . . . 56
B) Huellas de construcciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
C) Representaciones de viviendas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
D) Otras construcciones arqueológicas . . . . . . . . . . . . . . 69

CAPÍTULO VII. Planta, silueta, estilo, funciones. Tipoiogfa . . . . . 71


Vivienda estacionaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Casas colectivas y casas individuales . . . . . . . . . . . . . 73
Divisiones internas en función de la organización
familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Aspectos externo y ornamentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Enlucimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Puertas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
Ventanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
Duración, reparación, renovación de la vivienda . . . . . . 79
Tipología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

CAPÍTULO VIII. Vivitmdas para usuarios de al!a jerarquía polftica


o religiosa: caciques y piaches . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Casas de caciques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Casas de piaches . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

CAPÍTULO IX. Vivienda para situaciones especiales del substrato 97


A) Viviendas suspendidas sobre cl substrato . . . . . . . . 97
Ecológicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
1) Aislamiento dcl agua permanente; Palafitos 97
2) Aislamiento de suelos excesivamente húmedos 102
Biológicas .. .. . .. .. .. .. . .. . .. . . .. .. . .. . .. . .. .. . 105
3) Protección contra insectos hematófagos . . . . . 105
3-A) Protección preventiva de ataque de predatores 106
Sociales y culturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
4) Defensa contra ataque sorpresivo de enemigos 106
B) Viviendas flotantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

CAPÍTULO X. Vivierzdas familiares sobre la stiperficie terrestre . . 113


CAPÍTULO XI. Constrttcciorzes accesorias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134

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ÍNDICE CENEJlAL 545

P~gs.

CAPÍTULOXII. Materiales de conrerucci6n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144


Materiales de origen vegetal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
A) Maderas de construcci6n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
Características de las maderas . . . . . . . . . . . . . . . 158
B) Bejucos de amarrar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
C) Materiales para cobertura . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
1) Hojas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
2) Tallos . . .. . .. . .. . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . 168
3) Tejamaniles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
D) Otros materiales vegetales . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
1. Pajas de barro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
2. Mucílagos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
Materiales de origen mineral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
Piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
Tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Cal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
Otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
Materiales de origen animal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

CAPÍTULOXIII. Centros ceremoniales. Adoratorios y templos . . . 174


Casas del demonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182

CAPÍTULOXIV. Estructuras para la defensa: palenqt4es, fortalezas 183


A) Estacadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
B) Fortalezas de materiales no vegetales . . . . . . . . . . . . 192
Peñoles reforzados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
Fuertes construídos ex-profeso . . . . . . . . . . . . . . . . 192

CAPÍTULO XV. Patrones de asentamiento. lniciaci6n del urbanismo 194


l. Patrones de asentamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194
A) Casas dispersas . . .. . . . . . .. . . . . . . .. . .. . .. . 194
Asociaci6n con sementeras . . . . . . . . . . . . . . 199
B) Viviendas alrededor de una plaza cuadrada
o triangular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
C) Viviendas alrededor de una plaza circular
o casi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
D) Viviendas en hilera o en disposici6n lineal 203
2 . Aproximaci6n al urbanismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

TERCERA P ARTE : LA VIVIENDA A PARTIR DE LA CONQUISTA


CAPÍTULO XVI. Antecedentes de la arquitectura y caracterfsticas
de la vivienda española en la época del descubrimiento . . . 211

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546 ÍND I CES

Págs
CAPÍTULO XVII. Mano de obra especializada: constructores, alba-
ñiles, canteros, carpinteros. Profesionales: maestros, arquitec-
tos, ingenieros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
Carpinteros, ebanistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
Arquitectos e ingenieros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

CAPÍTULO XVIII. Nuevos tuos de materiales existentes; introduc-


ci6n de otros, y aporte de nuevas técnicas de construcci6n . . 227
1. Nuevos usos para materiales existentes . . . . . 227
Piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
Mármol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
Tapias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
Adobe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230
Ladrillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Teja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234
Cal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
Yeso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
2. Nuevos materiales . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . 236
Azulejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
Vidrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237
Hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238
3. Nuevos instr umentos de trabajo . . . . . . . . . . . 240
Herramientas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
La rueda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
Grúas y cabrestantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
4. Modificaciones en el diseño . . . . . . . . . . . . . . . 243
La bóveda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244
El arco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244

CAPÍTULO XlX. Transculturaci6n arquitect6nica: maestros espa-


t1oles y obreros indlgenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
A) Mano de obra indígena . .. .. .. .. . .. .. .. .. . .. .. 245
1 - Transculturaci6n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
A) Casas para particulares . . . . . . . . . . . . . 246
B) Obras públicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
C) Construcciones de índole religiosa . . 253
Indios carpinteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262
Otras labores de construcción . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
Adobe, ladrillo, teja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
B) Mano de obra de otros grupos étnicos . . . . . . . . . . . 266

CAPÍTuLO XX. Transculturaci6n en la arqrútectura colonial . . . 269


II - Recorrido geográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269

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ÍNl>ICE GENERAL 547

Págs.
Arquitectura doméstica ................ . 269
Modificaciones en d diseño ....... . 284
Arquitectura militar .................. . 285
Arquitectura civil .................... . 288
Arquitectura religiosa ................. . 288

CAPÍTULO XXI. Las disposiciones oficiales sobre poblamiento y


su aplicaci6n en Am¿rica ............................. . 296
l. Capitulaciones .......................... . 296
2. Cédulas sobre buen gobierno y fundaciones 297
Década 1501-1510 ..................... . 297
.. 1511-1520 ..................... . 299
.. 1521-1530 ..................... . 300
1531 -1540 ..................... . 301

,
..
1541-1550 .................... ..
1551-1560 ..................... .
302
303
..
1561-1570 ..................... .
1571-1580 ..................... .
303
303
3. Normas sobre poblamiento planeado: !:as or-
denanzas de 1573 ....................... . 303
Década 1581-1590 ..................... . 306
1591-1600 ..................... . 306
Período 1601-1625 ..................... . 306
1626-1650 ..................... . 307
1651-1675 .................... .. 308
1676-1700 ..................... . 308
1701-1750 .................... .. 309
1751-1800 ..................... . 309
4. Éxitos y fracasos de las fundaciones ...... . 311
Inundaciones y desplazamientos ........ . 316
Otros factores ......................... . 316

CAPÍTULO XXII. Cambios en el concepto de conccntraci6n rcsi-


dencial. Urbanismo colonial ........................... . 317
Servicios públicos ........................... . 319
Acequias, acueductos, pilas, fuentes ....... . 319
Casas de ayuntamiento ................... . 321
Palacios virreinales ...................... . 322
Edificios para usos diversos ............. . 322
Casas de moneda ....................... . 322
Almacenes o depósitos .................. . 323
Aduanas y mudJes .............. . ...... . 323
Fábricas de aguardiente y tabaco ......... . 323

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548 ÍNDICES

P~gs.

Fábrica de pólvora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323


Astilleros o atarazanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
Maestranzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
Ingeniería sanitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
Empedrado de calles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
Mercados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
Cárceles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 326
Posadas y mesones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327
Hospicios y hospitales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327
Cementerios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 328
Lugares para recreación pública . . . . . . . . . . . 329
Alumbrado público . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 330
Prevención y extinción de incendios . . . . . . 330

CAPÍTULO XXIII. Construccion~s para el resguardo y cuido de


animale:; domésticos: pcscbra-as, con·ales, pcrrt:ras, pocilgas,
gallineros, palomares. Carnicerías y mataderos. Otras . . . . . 332
Primer grupo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333
Caballos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333
Vacunos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333
Cerdos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
Cabras y ovejas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
Perros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
Gallinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
Palomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
Segundo grupo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 336
Mataderos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 336
Curtiemhrcs • . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 337

CAPÍTULO xxrv. Evolución de CSIIIOs y tcndc71Cias durante el pe-


riodo colonial. Trasplante tardío de influencias . . . . . . . . . . . 338

CUARTA PARTE: LA VIVIENDA EN EL PERÍODO REPUBLICANO

CAPÍTULO XXV. Desplazamientos de población y colonización.


Nuevas jr1ndaciont's . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345

CAPÍTULO XXVI. Evolución de la vivienda en la segunda mitad


del siglo XIX. Nuevas tendencias y estilos. Policía urbana 347
Edificios públicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354
Posadas y hoteles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354
Cementerios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 355
Alumbrado público . . .. . .. . .. .. . . .. . . . . . .. 355

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ÍNDICE CENERAL 549

P~gs.

Recreación pública . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 356


Teatros y otros espectáculos . . . . . . . . . . . . . . 357

CAPÍTULo XXVII. Vivienda y urbanismo en el siglo XX . . . . . . . 358


A) Nuevos materiales: cemento, hierro, zinc. Adiestra-
miento de personal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 358
Vidrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360
Loza sanitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360
Alfarería y cerámica arquitectónicas . . . . . . . . . . . 360
Tejas metálicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361
Hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361
Adiestramiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 364
B) Aglomeraciones urbanas. Coexistencia de estilos co-
loniales y estilos futuristas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365

LIBRO SEGUNDO

MENAJE

CAPÍTUJ.O XXVIII. Terminologfa y concepto del ajuar . . . . . . . . . 369


Terminología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369
Concepto de ajuar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369

CAPÍTULO XXIX. Hogares y otras instalaciones para la prepara-


ctón de alimentos y la calcfación mterna . . . . . . . . . . . . . . . . 376
A) Hogares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 376
Fogones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 376
Hornos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
Adminículos para encender y preservar el fuego . . . 377
Pedernales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
Yesca y yesqueros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379
Encendedores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379
B) Calefacción . . . . . . . . .. . .. . . . . . .. .. . . .. . .. .. .. . .. 379
Braseros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380
Morillos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 382
Guardafuegos o placas de chimenea . . . . . . . . . . . 382

CAPÍTULO XXX. lluminación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 384


Candiles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 389

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550 ÍNDICES

P.lgs
CAPÍTULO XXXI. Menaie para el reposo diurno y nocturno . . . . 392
I:.poca prehispánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 392
Para postura sedente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 392
Duhos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 392
:t.poca post-hispánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 398
Estrados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 398
Bancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 398
Sillas y sillones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 398
J:.poca prehispinica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 400
Para postura yacente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 400
a) Sobre el suelo .. . .. . .. . .. .. .. .. . . 400
b) En barbacoas . .. . .. . .. .. . .. . .. . .. 401
Nuqueros y almohadas . . . . . . . . . 402
e) Hamacas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 403
Chinchorros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 407
Post-hispánico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 408
Camas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 408
Tendidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 411
Colchones y almohadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 411
Cobijas, mantas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 413
Toldos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 413

CAPÍTUJ.o XX.XTL Menaje para apoyar cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415


Jl.1esas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415
Mesas de noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 416
Bufete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 416
Escritorios y escribanías . . . . . . . . . . . . . . . . . . 416
G"'binctc . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417
Consola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417
Otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417
Trfpodcs . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 418
Bastonero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 418
Paragüero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 418

CAPÍTULO XXXIII. Rec1pu:ntcs y muebles para guardar cosas . . 419


Petaca .......... .....................•.. 420
CAPÍTULO XXXIV. Elementos para el aseo personal y d de la
viv•enda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
A) Asco de la persona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
Saponinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
Esponjas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
Estropajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423

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ÍNDICE CENERAL 551

Págs.
Jabón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 424
Enseres para d aseo personal . . . . . . . . . . . . . 426
Dornajo. Lebrillo. Barreño. . . . . . . . . . . . . 427
Lavapiés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 429
Otras vasijas sanitarias . . . . . . . . . . . . . . . 429
Perico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 434
Polibán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 434
Escupideras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 434
Ceniceros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 435
B) Aseo de la vivienda .. .. .. . . . .. . .. .. .. .. . . .. . .. 435
Escobas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 435
Sahumadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 436
Pebeteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 437
C.~PÍTOLO XXXV. Objetos para embe/lecimit::nto, recreaci6n y
solaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 438
l. Elementos para enlucir techos, paredes y pilares 439
Colgaduras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 439
Tapices . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 440
Papeles de colgadura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 440
Cortin:~s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 442
Perchas, percheros o colgaderos . . . . . . . . . . . . 442
Trofeos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 442
Blasones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 443
Cu:~dros y estampas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 443
Ménsulas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 444
Jaulas y pajareras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 444
Relojes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 445
2. Objetos para cubrir el suelo . . . . . . . . . . . . . . . . . 446
Esteras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 446
Alfombras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 447
Tapetes ... ·:.;. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 448
Bronces y rc:¡ena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 448
3 . Objetos para colocar sobre muebles . . . . . . . . . . . 448
Espejos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 448
Cornucopias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 450
Jarrones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 450
Floreros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 450
Materas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 451
Bibelots . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 451
Muñecas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 1
4. Objetos para juegos y distracciones . . . . . . . . . . 452
Naipes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 452

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552 ÍNDICES

Pigs.
Ajedrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 452
Damas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 452
Dominó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 453
Cajas de rapé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 453
Cajetas de chim6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 454
Cafetera, tetera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455
5. Instrumentos musicales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455

BIBLIOGRAFÍA • • • • • . • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • . • • • • • • • • . • • • • • • • 457
l. Obras consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 457
2. Documentos inéditos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 536

íNDICES

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES 539


fNDICE GEN;ERAL • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 543

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTA OBRA EL
D(A 12 DE OCTUBRE DE 1990, EN LA
IMPRENTA PATRióTICA DEL INSTITU-
TO CARO Y CUERVO, EN YERBABUENA.

LA VS DEO

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
para los investigadores y estudiosos
que deber:in asumir conscientemente
lo que significa dar lugar a la escritu-
ra de estos pueblos tradicionalmen~
olvidados y desconocidos.
El paso a la expresi6n escrita de
estas lenguas ofrece nuevas perspecti-
vas de géneros, de t6picos, de recursos
estilísticos expresivos no contemplados
por las culturas y por las lenguas oc-
cidentales, pero todo ello implica una
profundizaci6n científica interdiscipli-
naria para que el tr:insito a la len~
escrita no sea una simple y desange-
lada copia de modelos foráneos, ni
mucho menos de la traducci6n literal
de otras cosmovisiones.
Los campos de esta nueva colecci6n
est~n relacionados con la lingüística,
la etnografía, la sociolingüfstica, la an-
tropología cultural, sin desligarse de
la alfabet izaci6n y desarrollo de las
comunidades indígenas desde el punto
de vista de su lengua y de su mundo
cultural.
E l nombre de Biblioteca "Ezequi4l
Uricoecllea" quiere ser una manera de
homenaje al fil6logo, al poUglota, al
fonetista, al bibli6grafo, al arabista, in-
tuitivo cultivador de múltiples intere-
ses científicos, viajero infatigable y
ciudadano del mundo, quien desde
muy joven tuvo un desvelado interés
por los temas americanistas que se
concretó en 1854 en la aparici6n de
su Memoria sobre las antigüedades
neo-granadinas y m~s tarde en la com-
pilación de una valiosa colecci6n de
nuevos escritos americanos; quien, ade-
m~s. logr6 editar en París tres volú-
menes sobre lenguas ind{genas colom-
bianas: el Chibcha en 1871, el Ptfe11
en 1877 y el Guajiro en 1878, edita-
dos todos ellos en la Colección lingüls-
tica americana ideada y forjada por él,
serie en la que se publicaron entre
1871 y 1903 un total de 25 volúmenes.
Símbolo de su fe en América y de
su preocupaci6n por los estudios de
estos temas americanistas es la apari-
ción de esta nueva serie dentro de las
ya cl~sicas publicaciones del Instituto
Caro y Cuervo.

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